Castellà, vuitena lectura

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VUIT ENA L ECTURA DE LLENGUA C ASTELLANA CUATRO SIMPLES VASIJAS Y MUCHO TRIGO Las provisiones en Soses se habían acabado hacía tiempo. A causa del duro asedio llevado a cabo por los enemigos combatientes de Aitona durante largos meses, el suministro de agua había sido también interrumpido y los agricultores y ganaderos no disponían ya del líquido esencial para alimentar a sus cabañas de ovejas, rebaños de vacas ni piaras de cerdos. La situación era absolutamente caótica y por las calles se podía ver a adultos, ancianos y también niños absolutamente desvalidos, en los puros huesos, clamando esqueléticos con las manos extendidas y las bocas abiertas por un poquito de agua y alimento. Sin embargo, la conmoción había acabado con cualquier posibilidad de disponer de víveres y ya nadie podía ayudar a nadie. Se temía lo peor en el maltratado pueblo, así que los gobernantes, apesadumbrados, decidieron tomar cartas en el asunto y actuar: - ¡Es necesario que entreguemos la vara de mando! Es el máximo símbolo de poder y de gobierno de nuestra querida villa. Todos sabemos qué significa desprenderse de ella… Con la vara de mando en manos del perverso Arnau, nuestro pueblo queda desprotegido y automáticamente pasa a manos de sus ejércitos. Sin embargo, tenemos la esperanza de que el malvado general muestre un poco de

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V U I T E N A L E C T U R A D EL L E N G U A C A S T E L L A N A

CUATRO SIMPLES VASIJAS Y MUCHO TRIGO

Las provisiones en Soses se habían acabado hacía tiempo. A causa del duro asedio llevado a cabo

por los enemigos combatientes de Aitona durante largos meses, el suministro de agua había sido también

interrumpido y los agricultores y ganaderos no disponían ya del líquido esencial para alimentar a sus

cabañas de ovejas, rebaños de vacas ni piaras de cerdos. La situación era absolutamente caótica y por las

calles se podía ver a adultos, ancianos y también niños absolutamente desvalidos, en los puros huesos,

clamando esqueléticos con las manos extendidas y las bocas abiertas por un poquito de agua y alimento.

Sin embargo, la conmoción había acabado con cualquier posibilidad de disponer de víveres y ya nadie

podía ayudar a nadie.

Se temía lo peor en el maltratado pueblo, así que los gobernantes, apesadumbrados, decidieron tomar

cartas en el asunto y actuar:

- ¡Es necesario que entreguemos la vara de mando! Es el máximo símbolo de poder y de gobierno de

nuestra querida villa. Todos sabemos qué significa desprenderse de ella… Con la vara de mando en manos

del perverso Arnau, nuestro pueblo queda desprotegido y automáticamente pasa a manos de sus ejércitos.

Sin embargo, tenemos la esperanza de que el malvado general muestre un poco de clemencia y nos

suministre algo con que alimentarnos a cambio de nuestra rendición.

- Señores –intervino un alfarero humilde del pueblo-, como representante del pueblo debo decir que,

aunque vuestra intención es correcta, creemos firmemente que el general Arnau nunca nos dará ningún tipo

de alimento… Lo único que pretende es hacerse con el control de Soses y convertirnos a todos en sus

siervos y esclavos. Estamos convencidos de que si ustedes, los gobernantes, entregan la vara de mando, lo

único que harán los ejércitos de Arnau es reírse a carcajada limpia e iniciar la conquista de nuestra villa.

Moriremos de hambre igualmente.

- ¿Y qué solución propone usted, querido alfarero? Ya no queda agua ni comida en Soses. Las fuentes

se han secado y los campos no producen nada. Nuestros animales han muerto; no hay ni una sola oveja

paciendo en las yermas tierras. Solo quedamos nosotros. Nuestra gente muere. No podemos resistir más.

- Podemos hacer uso, mis señores, de las cuatro vasijas de oro que decoran la sala del trono. Nunca

nadie las ha movido de su lugar. Solo se utilizan, como muy bien ustedes saben, para que el rey de nuestro

pueblo se dé el primer baño el primer día después de su coronación. Cuenta la leyenda que dichas vasijas

tienen poderes especiales, que son capaces de multiplicar todo aquello que se guarda en su interior.

Supuestamente, el nuevo rey, al bañarse con el agua contenida en las mismas, recibe sabiduría y paciencia

para gobernar. He pensado que, quizá, podemos arrastrar cada una de las vasijas hasta las esquinas de

nuestras murallas y…

El rey, atento a las explicaciones de los gobernantes y también a las del alfarero, decidió

inmediatamente que no perdían nada si probaban la estrategia del humilde hombre. El monarca no era

avaro, sino muy considerado y estaba siempre preocupado por el bienestar de su pueblo. La decisión fue

tomada rápidamente.

Se convocó a las mujeres y a los hombres más fuertes y robustos del pueblo y se les pidió que tomaran

las vasijas de forma ordenada y que las trasladasen a cada una de las cuatro esquinas de la muralla.

Previamente, el alfarero había introducido en cada vasija un solo grano de trigo, solo uno y nada más.

Cuando finalmente las vasijas estaban colocadas, dispuestas en cada esquina al borde de la muralla, el

alfarero, encargado de la operación, hizo una señal y todos los forzudos y forzudas respondieron

inmediatamente. Decantaron las vasijas hacia el exterior de las murallas, donde el ejército enemigo

acampaba, y algo realmente extraordinario sucedió… El alfarero tenía razón y la leyenda se estaba

cumpliendo a rajatabla. De cada uno de los recipientes empezó a salir un chorro de trigo denso,

interminable. ¡Parecía que el grano no se acababa nunca! Las vasijas estuvieron un día entero expulsando

granos de trigo ante los perplejos soldados enemigos. Asustado, el general Arnau dio una orden clara:

<<¡Retirada!>>

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