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Presses Universitaires du Mirail Catoctin Author(s): Helena ARAÚJO Source: Caravelle (1988-), No. 64 (1995), pp. 149-156 Published by: Presses Universitaires du Mirail Stable URL: http://www.jstor.org/stable/40853255 . Accessed: 14/06/2014 02:35 Your use of the JSTOR archive indicates your acceptance of the Terms & Conditions of Use, available at . http://www.jstor.org/page/info/about/policies/terms.jsp . JSTOR is a not-for-profit service that helps scholars, researchers, and students discover, use, and build upon a wide range of content in a trusted digital archive. We use information technology and tools to increase productivity and facilitate new forms of scholarship. For more information about JSTOR, please contact [email protected]. . Presses Universitaires du Mirail is collaborating with JSTOR to digitize, preserve and extend access to Caravelle (1988-). http://www.jstor.org This content downloaded from 62.122.79.21 on Sat, 14 Jun 2014 02:35:14 AM All use subject to JSTOR Terms and Conditions

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Presses Universitaires du Mirail

CatoctinAuthor(s): Helena ARAÚJOSource: Caravelle (1988-), No. 64 (1995), pp. 149-156Published by: Presses Universitaires du MirailStable URL: http://www.jstor.org/stable/40853255 .

Accessed: 14/06/2014 02:35

Your use of the JSTOR archive indicates your acceptance of the Terms & Conditions of Use, available at .http://www.jstor.org/page/info/about/policies/terms.jsp

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CM .H. L.B. CARAVELLE n° 64, pp. 149-156, Toulouse, 1995

Catoctin

Helena ARAÚJO

Street, Catoctin Court, Catoctin Apartments, Catoctin suena como un nombre griego pero traduce gata-en-lata o algo así. Olga recuerda un film viejo con título parecido, sólo que ahí se

trata de una lata caliente o una gata caliente. En fin, todo menos la pereza y la llovedera de esa autopista en desuso, de ese edificio que parece un motel sin huéspedes. Cien apartamentos. Seis lavanderías. Tres oficinas. Un manager. Dos jardineros. Pero ese año los laureles no están siquiera en botón y los buganviles menos. ¿Cómo puede haber flores en tanto barro? Llovía ayer, llueve hoy, lloverá mañana.

- Seis pulgadas más que en otros años, - se queja la manager componiéndose los rulos de lo que parece una peluca rubia, pero a lo mejor es pelo natural, cosas de la tintura; sus ojos azules también parecen de vidrio y seguro no. Ahora los cierra de un tajo, desaprobando. Claro, le irrita que Olga repita y repita lo de la moqueta del apartamento. Pero está húmeda, es cierto, huele a moho; ¿cómo negarlo? En sus pesadillas, Olga la desclava hallando manchas verduzcas donde se retuercen gusanos como babosas. Ultimamente, porque antes soñaba con insectos reptadores, grillos o langostas grávidas que no podían volar. Rodaban de la mesa al suelo, torpes y tambaleantes, aterrizando con un ruido sordo que la despertaba en sudores, la sábana pegada a la funda plástica del colchón. Entonces, una vez más, Olga maldecía ese sommier alquilado que debía permanecer forrado si no lo quería comprar.

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Para un apartamento como el de Olga, lo mínimo son 25 dólares: una cama, una silla metálica y esa mesa redonda de comedor. Muebles alquilados, paredes sin cuadros para evitar huellas. Sólo en la alcoba, Olga se atreve a pegar esa postal con la figura de un caballero bordado en un gobelino. ¿Quién se la había mandado de Amberes? Letra menuda y mesurada: en las tres líneas reglamentarias cuatro frases expresivas. Luego una firma ilegible. Pero ni modo, esa figura hierática, como una sota de naipes, tampoco la acompaña. Ni siquiera las garzas azules que clavó ahí después. "Aves de la felicidad". Saludo de cumpleaños. Abrazos, besos, el garabato con que firma Eduardo. A los veinticinco años, su hijo ya tiene firma de licenciado. A los cuarenta y cinco, Olga sigue con firma de colegiala. Letra redonda, recovecos. Letra de quien se desconoce. "No maduramos jamás, nos pudrimos a parches". ¿Dónde leyó eso? No importa. Su letra es su letra. Y la de Eduardo... bueno, la tarjeta llegó una mañana como las otras y la sorprendió amensada, frotándose los brazos y mirando llover. Uff! La moqueta seguía oliendo a moho, sigue oliendo a moho, los insomnios perseveran. Esas paredes grasientas parecen cerrársele encima cuando atraviesa a media noche titubeando y bostezando, a calentar un poco de leche. Después la bebe a soplo y sorbo, con miedo de que amanezca.

Amanece y Olga se felicita de haber dejado todo listo: la blusa, la falda, el pan, el café, los libros, las libretas, la gabardina, el paraguas. Cuando el despertador de los coreanos la sobresalta a las siete desde el otro lado de la pared, Olga se incorpora como atarantada, ya, ya, esos movimientos abruptos la zarandean del baño a la alcoba y de allí a la cocina en un ir y venir frenético que apenas le deja tiempo para vestirse, arreglarse, atragantarse con el desayuno. Ahora se pone la gabardina, abre la puerta, abre el paraguas, sí, sí, son cuatro minutos hasta el paradero del bus. Y ahí, esperando, con el nuevo estudiante del 6 y la postgraduada del 8, descubre ese flaco mucho mayor, con nariz ganchuda y barba patriarcal. ¿ Será el nuevo del 14?

Al verla todos dicen "Hi", pronunciando así, "jai", mejor dicho, "high", como si dijeran alto. Olga cobra de pronto altura a esas horas en que suele reptar, rodar, temblar sin poder volar - como los insectos en sus pesadillas. Entonces, ante el barbudo, se le ocurren varios saludos. Por ejemplo: "buenos días, señor". O tal vez:"¿se instaló usted anoche?" O mejor, "soy la inquilina de abajo". O (¿por qué no ?) "vengo de México".

Pero claro, ahí llega el bus bufando, salpicando, Olga ha olvidado lo del pasaje y está que hurga dentro del bolso cuatro de a diez y dos de a veinte y seis de a cinco para completar los noventa más rápido que ese moreno corbatudo a quien el chófer despide por no tener suelto. Ya, ya, Olga ha pagado y ahora se instala con el paraguas chorreando, se sienta y

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se pone a contar concentradísima las moneditas para el regreso. Cuando alguien toca el timbre en la esquina de la universidad, casi no alcanza a levantarse apresurándose, tropezándose, aterrizando al fin en plena lluvia frente a esos edificios rodeados de arbustos de un verde fatigoso. Construcciones simétricas, funcionales. Parecen fábricas, se dice, supermercados, se repite. Ahí mismo podría promocionar sus productos: a cinco el que galicado! a diez los pluscuamperfectos! conjunciones en rebaja! aprovechen la ocasión! Olga se ríe sola, bajo el paraguas. Recuerda que es vendedora visitante, o mejor, profesora remplazante de un ilustrísimo que anda en sabático mientras ella enseña y corrige y suda y sufre yendo y viniendo con su paraguas por entre ese laberinto de pabellones donde cada vez se pierde y no se halla. Ni halla las clases, ni halla los baños, ni halla su oficina minúscula, con tantas lámparas fosforescentes y tantos mapas de España. Spanish II, III, IV, V. Corrección de comprobaciones, drill de vocabulario, versión y tema con zeta porque no gustan los mexicanismos.

Claro que no era igual lo de México con cátedra de Gramática Histórica y todo el traíala, a esto de repetirles a los hueritos sí señor el gato está en la mesa, no señora mi tía salió de casa. Spanish II, III, IV, V. Bien le dijeron los colegas, te vas de rejega, vendes el alma. Y ella que no sean cretinos, que no sean fanáticos. ¿ Para qué empecinarse? Ya es hora de olvidar rigores y sensiblerías: no puedo pagar las cuotas de un piso nuevo sin soportar los efectos de un saldo en rojo. Efectos que son Spanish II, III, IV, V, en la universidad de una ciudad californiana de cuyo nombre no quiero acordarme. Vaya contrato suntuario, millonario, mercenario, sicario, ario, ario por decir lo menos...

Bueno, Olga siempre se pone exagerada cuando da por llover así. Y se entrega a melancolías pasadas de moda. ¿Cuándo vendrá abril, el más cruel de los meses? Todo nos llega tarde, hasta las flores. Bueno, se le confunden los versos más tristes esa tarde, o mejor esa noche. Pero no, no, ya amanece, ya es mañana. Entonces Olga abre los ojos antes de que los coreanos vecinos dejen de roncar, y el despertador relinche detrás del muro. ¿Ahhhh? Un resplandor, un fogonazo, algo viene de fuera, más allá de la persiana. ¿Los faros de un auto? Parpadeante, Olga se levanta de un sobresalto. Incrédula, abre los estores. Perpleja, descubre un gomero distinto al de la víspera: hojas relavadas, meciéndose en un trasfondo que se va aclarando, o mejor, alumbrando, o mejor azulando al irrumpir el día.

Aleluya! Olga se baña y se viste con tanta prisa que al beber el café se quema la lengua. Rápido, rápido, ahorra minutos que despilfarra en seguida planchando una blusa, buscando zandalias en su valija. Algida, álgida, llega al paradero acezando; entrega al chófer diez de a cinco, dos de

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a diez y otros centavitos. O gloria! Ese día es viernes y en seguida será sábado y ella se asoleará en el patio frente a los buganviles.

Eso que llaman patio es un rectángulo de cemento con matas tristes en las orillas. Arriba, corredores y barandales de hierro, abajo puertas con números y números. Sin embargo ese sábado todo parece exótico y estrambótico. Una golondrina sí hace primavera y un traje de baño verano tropical. Echada al sol, Olga husmea la cebolla de la cocina de los coreanos y se cimbra con el rock and roll del 4. ¿Quién puede, mi Dios, quién quiere corregir exámenes? De sólo mirarlos se abochorna, le escurre el sudor por las axilas.

- Si no toma agua, se deshidrata.

Alguien le estira un vaso con hielitos adentro. Es el barbudo del 14, gritándole por entre la música. Se ve más filoso y ceremonioso que la semana anterior. Olga bebe y agradece, haciéndose la que no mira esos shorts impecables, esas piernas flaquísimas como de grillo. Pero no, no es ortóptero sino comerciante, negociante y transhumante, viene de lejos a vender mercancía. Ahora, se presenta y se anuncia como Jacob el venerable.

- ¿Hebreo? ¿De Israel? - Más bien de Nueva York.

El estudiante del 4 al fin apaga el estereo. Pero ya a Jacob se le oye la voz áspera. Parece una estampa de catecismo, con esa barba jasídica donde brillan tres canas. Resecas, sus manos se lijan una con otra mientras sus ojos se disimulan tras los lentes sin aro y su calva fulge bajo el sol de las doce. Habla y habla y Olga le mira más que le oye esa retahila del dólar que sube y la inflación que baja y después viceversa pero todo culmina en "lo grandioso del West para ciertos negocios". ¿Comprende? No, no, Olga va a menear la cabeza cuando justo rrring! Arriba suena un teléfono. Con el timbrazo Jacob da un salto, un sobresalto apurándose, trepando escalones de dos en dos antes de precipitarse por el corredor de barandales. La puerta del 14 se abre y se cierra, luego silencio.

Cuando Jacob surge, o resurge con disimulo, Olga ya ha corregido tres exámenes. Lo siente venir despacito, desandando lo andado y descendiendo lo ascendido.

- ¿Tel-Aviv? - pregunta Olga. - Huston - responde Jacob.

-¿Un negocio? - insiste Olga. - Una venta - contesta Jacob.

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Olga no se atreve a preguntar de qué. Maquinaria, seguro. El día del bus le vio un catálogo con fotos de aparatos. Algo alargado y luego poleas, biseles, tornillos. ¿ Algo

electrodoméstico?¿Automovilístico?¿Cabalístico? Top secret. Los hombres-de-negocios deben ser cautelosos, silenciosos... Baahhh! A Olga no le interesa. Después del divorcio juró que no, prometió que nunca, que ni uno más con manías de bolsa, cotizaciones, sumadora de bolsillo. ¿Acaso va a romper la promesa? Pero no. Jacob es diferente. No sería capaz de ... Mejor dicho, no se atrevería a... Es judío y es sensible. Todos los judíos son sensibles. Pero no, es un gringo-judío. O mejor vice-versa. Se ha pasado la vida mitad-y-mitad. Dijo que vivía en Brooklyn antes del viaje a Jaffa. Primero boyscautismo, luego kibbuts. Ahora se dedica al comercio. ¿Importaciones o exportaciones? Olga ni le pone atención por mirarle los dientes. Separados. Afilados. ¿Rapaces? ¿Voraces? Al menos no fuma. Tampoco bebe. ¿Ni hace política? Quién sabe. Echa a veces frases en español, pero no ha querido ir a México: "esas tierras que perdimos y hubieran podido ser nuestras". ¿Nuestras? ¿Vuestras? ¿De quiénes? La risa de Olga se oye como un relincho. Por suerte ahí mismo sonó el teléfono. De lo contrario el cuento se hubiera quedado en eso: un vaso de agua con hielitos. Aunque no, ahora Jacob ha traído una jarra y le sirve otra vez agua a Olga. Con esos zapatos blanqueados parece un tenista elegante. Amable, además. Ya pregunta qué son esos papeles. Exámenes. Treinta por clase. Muchísimos, una plaga, la persiguen: cuando acaba de corregirlos llegan otros. Por la noche sueña que la buscan, la alcanzan, la acosan, Olga se pone estridente, agita las manos. Pero Jacob sigue tan serio. Ahí está otra vez acuclillado, una mano huesuda en cada rodilla.

- Quería pedirle un favor: ¿me puede traducir unas cartas? - ¿Al español?

Olga no se la esperaba. Y como lo imprevisto la pone locuaz, no hay remedio, se desata: le salen aspavientos, estridencias, jerga lingüística. Principia las frases y no las termina, se le seca la boca y bebe agua a sorbitos mientras Jacob asiente, mirando para todos lados, proponiendo al fin que salgan a pasear. ¿A pasear? ¿Ahora? Olga dice que sí y ahí mismo entra a vestirse, mientras el otro la espera agitando las llaves del automóvil.

Volkswagen verde, viejo modelo, chiquitito y se pierde entre tantos vehículos. La ciudad es un puerto caserna, una ensenada del West, con autopistas por calles y una persona por Pontiac, otra por Plymouth, otra por Ford. Bueno, Toyotas y Volvos también hallan clientela, cualquier marca incita al mercado en ese fanatismo de la motorización. Quemando afán en cuatro ruedas, la gente deja los andenes desiertos. Nunca se apean. Paran si tienen hambre: Motor-Coach, Drive-in. Piden por un micrófono

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un menú especial para motoristas: caja de cartón, cubiertos de plástico, vasos y pitillos. Funcional, ¿cierto? Comer, comer, correr, correr... A Jacob también le vienen prisas, caprichos de velocidad. Por suerte el carrito no le obedece: si lo forza se tranca y gruñe, luego arranca a saltos como un grillo espantado. Jacob también parece un grillo, pero de patas lampiñas. Y ...¿abdomen remendado? Olga se lo observa por entre la camisa abierta.

- Cirujía. Hace seis años. Luego cuatro. Luego dos.

Jacob habla bajito, Olga no entiende bien. Dolor, piensa, cicatrices. De pronto le dan ganas de abrocharle la camisa y principia a sentir frío aunque en el auto haga calor. Por suerte siguen rodando, corriendo. El paisaje alterna entre planicies áridas y moteles como conejeras. En un mapa turístico habían visto anunciado el mar, pero parece alejárseles a medida que encuentran letreros de Coronado, Solana, San Onofre, La Jolla. ¿La Jolla? Está mal escrito. Olga dice que está mal escrito, ahora se escribe la joya, the jewel, la joia repite Jacob acelerando, el semáforo cambiando, Jacob añadiendo que hay menos gente en Mission Beach, Olga quejándose del calor. A Jacob le molesta la brisa, mantiene el auto cerrado. No hay aire, no hay viento, huele a caucho y a gasolina. A Olga le entra afán de volver. De pronto recuerda que debe comprar algo en la droguería. Uff! Siente la blusa pegada a la espalda pegada al hule del asiento. Qué asfixia! Para abanicarse, agarra esa revista que vio en la guantera y entonces ¿qué? ¿cóóómo? Los titulares la golpean como una bofetada. "Armas! Armas! Salvemos ddl comunismo a Nicaragua!" ¿Aaaaaahhhhh? Olga se echa a temblar aunque siga sudando mientras Jacob fija los ojos en el auto de enfrente, pasa un semáforo en amarillo, bombea con el pedal y el Volkswagen obedece, va tan veloz que arriesga una multa mientras a Olga le salen palabras como eructos: lacontraesdegangsters, detraidoresdetor...tac. Olga para en seco, Jacob para en seco frente a la droguería. Ahí se quita los lentes y pregunta como si recién aterrizara: -¿debo esperar?- Olga dice que no y se apea.

Más tarde, ya anocheciendo, un taconeo febril hace eco en el patio. Alguien avanza, atraviesa, vacila, abre la puerta, entra y se encierra. El mismo Jacob está encerrado, Olga vislumbra su ventana. Ahora le duele la nuca de tanto estirar el cuello para atisbar esa luz. ¿Le espera?¿La espera? Desesperarían si Olga no prendiera la radio, harta de pensar en el cielo, o

mejor, en el suelo que ahora pisa Jacob y Olga presiente esas suelas deslizándose hacia su alcoba, esos zapatos sobre su baño, esos pasos por el corredor, ya traquean en la escalera, raspan el cemento abajo, frente a los

buganviles. Toe, toe, alguien golpea y ella se precipita a abrir.

Alto, barbudo y tímido, Jacob aguarda. Cuando da un paso adelante, Olga da un salto de ortóptero y Jacob la recibe en el aire. Se diría que

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querían elevarse, pero en vez se derrumban. ¿Quién les manda revolcarse así? Tanteos, forcejeos, besos y embelezos. Quieren cambiar de piel como las serpientes: con furor descartan la blusa, la camisa, rasgan pretinas y cremalleras. Pataleando, se dan contra los muebles, una encima del otro encima de una moqueta mojada y se siente liviana como agua. Ohhhh. Volar pero faltan élitros, saltar pero faltan fuerzas, la boca de Jacob sabe a frutas blandas, a Olga los brazos se le ablandan, ahora abraza con las piernas, un ímpetu de daño la penetra, sin embargo comienza a negarse, a anegarse y ahora sí ya va hundiéndose y se sume, se consume, gime y toca fondo al fin.

¿Cómo?¿Cuándo?¿Qué pasó luego? A Jacob se le ha espelucado la barba y a Olga el capul. Sin embargo no quieren dar tregua. Ni que el sudor se les enfríe. ¿A dónde seguir? Mejor que el suelo la cama, pero sería resbalosa. El plástico del colchón es malsano, los coreanos de junto roncan. Entonces ¿qué hacer? Ya no se entienden con la voz sino con la boca, mejor dicho con la saliva, de verdad hablan dos lenguas pero se entienden y al fin deciden subir la escalera, o sea la escala, Olga sube la escala de Jacob y comprende que el cielo es un apartamento con muebles de afelpado gris y un escritorio que Olga ve volando alzada en vilo, la cabeza le gira como a las novias del cine que aterrizan también en cama de sábanas irisadas, tornasoladas, líquidos remansos de sedimento sísmico. Aahhhh! Ooohhhh! Alta, alta, alta la temperatura... cualquiera se asfixia en esa inmersión. Sin embargo uno y otra sumergen, emergen, convergen, jubilan cuando arden y se bastan, les arde, se desgastan como engastándose. ¿Pero acaso no gastan más bien la noche?

Cuando Jacob duerme, Olga se levanta y va al baño. Ha traído su ropa y se viste ahí rápido, antes de salir descalza a la sala, paso entre paso hacia el escritorio. ¿Qué decir en una nota? "A las diez nos vemos para el desayuno". Pero no. Muy formal."A las diez cita en el patio frente a los buganviles". Eso. Olga busca un papel que no encuentra entre cartas y más cartas, facturas y ¿qué? La luz ha quedado prendida. Olga tantea, mira, lee. ¿Quién le escribe a Jacob? La carta no tiene firma. Además hay tachones. Esa letra menuda y puntuda es de Jacob, seguro que escribe así. El borrador de una carta. Ahí dice Dear Mister Singlaub. Singlaub. ¿Singlaub? ¿Dónde leyó ese nombre? Singlaub. "Estimado Señor Singlaub", Olga traduce automáticamente. "Agradezco su carta. Ayer hablé con Tel-Aviv y están de acuerdo para el pedido. Dígale sin embargo al grupo de Texas que necesitamos un anticipo. No en vano son los millonarios top del estado. Además deben contactar a Róbelo para obtener garantías. Una remesa de calibre cincuenta sólo podrá enviársele si...." ¿Si qué? Olga se frota los ojos, luego lee y relee. Olga se frota los brazos, le pica el pelo, se le enfría la alfombra bajo los pies. Singlaub, Róbelo, calibre

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cincuenta... "Salvemos del comunismo a..." ¿Cómo decía la revista? ¿Cuál revista? La revista del auto. Sí, sí, la revista.

Casi sonámbula, Olga vuelve a la alcoba. Allí todo es silencio: Jacob duerme bocabajo, envuelto en sábanas de mil colores. Sólo su pierna derecha cuelga de la cama al suelo, corva blanca, pie flaco y huesudo, sensibilidad que fluye de falanginas y falangetas. Jacob. A Olga no le sale el nombre. Se atora. Respira fuerte como si le faltara aire. Luego, atontada, mira en redondo. ¿Sus zapatos? Abajo, seguro los olvidó. Entonces bajar ya, pronto. Ya, ahora vuelve al escritorio, busca un papel, o mejor, un lápiz. Ahí mismo, sobre la carta aquella, garabatea una nota de adiós y punto final.

Rápido, rápido, cosa de salir pasitico. Afuera va clareando, pronto amanece. El piso se siente fresco, tal vez porque hay bruma. Sin embargo Olga puede ver que el sol de la tarde anterior tiñó de rojo los buganviles. Azogada, baja despacio, mirando a uno y otro lado como si la persiguieran. Ya llega, cosa de abrir el 7 y meterse adentro. Ya cierra, se encierra, se va a la alcoba y ahí, sobre la cama; ¿cuánto tiempo sentada mirando el muro? Vaaamos! Arriiibaaa! Una voz de adentro le manda pararse de un brinco. ¿Su ropa?¿Sus libros? En el closet está la valija. Ahora mismo, a las ocho, con todo ya listo, ver a la manager, decirle que la moqueta huele mal todavía. No quiere quedarse en el 7. Los vecinos coreanos, claro, cualquier pretexto sirve. Roncan, fuman, pelean. En fin, la manager ha ofrecido el 65, al otro extremo de Catoctin: como lo arriendan al mismo precio... Pero no, no. Mejor trastearse del todo. Mejor salir de Catoctin. Catoctin.. .lata caliente, gata caliente. ¿Gata caliente? La risa de Olga se oye como un maullido.

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