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La historia que quiero contaros tuvo lugar no hace mucho en una ciudad tan grande que tomaría bastantes días el poder recorrerla en bici. Incluso en coche se tardaría varias horas. La ciudad rebosa de vida. Una vida que camina y se detiene, que pasea, se arrastra, salta y a veces incluso vuela. Nadie sabe exactamente cuánta gente vive en esta ciudad, pero debe de haber alrededor de habitantes. Pocas son las casas en que no se cuentan al menos veinte historias incluyendo a toda la gente de la ciudad.Y al recorrer sus calles, la multitud de ruidos llega a ser a veces tan escandalosa que tiene uno que taparse los oídos para no volverse loco.

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Amaneció en esta ciudad un nuevo día

como cualquier otro, una mañana más

en que la mayoría de la gente correteaba

sin rumbo o dirigiéndose temprano a su lugar

de trabajo. Serían alrededor de las

siete a.m. cuando un caracol pequeño y

algo jorobado se disponía a cruzar un

paso de peatones.

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… y, solo para asegurarse, miró también hacia arriba…

… y hacia abajo.

Nunca se sabe.

… luego a la izquierda…

Miró primero a la derecha…

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…………………………………………………………………………………………………………………………………………………… Seguro que ahora estarás esperando: la gente, nerviosa y disgustada, miraba sus relojes; hubo airadas quejas, largos sonidos de claxon; puede que algún rufián yendo a buscar al pequeño caracol para llevarlo impacien-temente al otro lado de la calle, de manera que todo pudiera ¡continuarporfincontinuar!¿Verdad que es eso lo que estabas esperando?

Pues nada de eso ocurrió.

………………………………………………………………......……………………………………………….................................…………………………………………………….................................……..……………………………………………….................................…………………………………………Ni siquiera había avanzado tres centímetros en el tiempo en que cualquiera habría ya atravesado la calle y desaparecido al otro lado entre el bullicioso gentío. Los primeros coches fueron llegando y, con algún que otro frenazo, se detuvieron en el paso de peatones.……………………………………………

… y una vez estuvo convencido de que los coches se encontraban todos aún lo suficientemente le-jos, se decidió a cruzar. Y como es habitual en los caracoles, se movía con increíble.....................…………………………L…………………E………………………N………....................………T…………………………I………………T………………...................……………….U……………………… D…………................................................................... .................................... ............................ .....…...............................

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Era la única rana del tiempo de toda la región, así que salía presen-tando el tiempo en todos los canales de televisión de la ciudad. A punto estaba la rana de hacer sonar su claxon – teniendo en cuenta que eran ya las siete y que en media hora tenía que estar dando de nuevo la predicción– cuando vio, por su espejo retrovisor, cómo detrás suya estaba saliendo el sol, bañando una por una las casas con su luz dorada.

En una furgoneta que se había detenido justo delante del paso de

peatones había una pequeña rana arborícola. Su trabajo era pronosticar

el tiempo cada día (a las seis de la mañana, de nuevo a las siete y media,

al mediodía y luego una vez más a las ocho de la tarde).

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Frunció el ceño y pensó en sí misma: siempre

estoy hablando del tiempo. Y lo he estado ha-

ciendo durante tantos años que ahora mismo

no recuerdo cuándo fue la última vez que lo

sentí y lo disfruté realmente. Después de

todo, no hay tiempo en el estudio del

tiempo.

Permaneció un momento sentada y luego

apagó el motor, bajó de la furgoneta, y

tomando su escalera de rana del tiempo,

subió al tejado de una casa.

Sintiéndose así la más alta de toda la calle.

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Casi al mismo tiempo, una viola italiana cuya fama

se extendía mucho más allá de los confines de la

ciudad, bajó de su limusina y pidió al chófer que

la ayudara a subir al capó del coche, de manera

que todo el mundo pudiera verla.

“¡Signora!”, exclamó el chófer, “¡Signora,

el ensayo es en la Filarmónica!” A la viola

no le importó. “En la Filarmónica solo hay

filas de butacas vacías a esta hora del día.

¡Algunos ratones sin talento musical,

como mucho! Pero mira a tu alrededor:

¡este lugar está lleno de gente!

La viola permaneció sobre el capó, hizo una reverencia y empezó a tocar para la gente que aguardaba. Y a pesar de que la canción era aún muy nueva (no se estrenaría hasta la próxima semana, y necesitaba todavía ensayarla) todo el mundo quedó encantado. La gente cerraba sus ojos y escuchaba con admiración.

¡No hay mejor lugar para tocar que éste!”

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“¿Qué estás tejiendo? ¿Una bufanda?” –gritaron a la araña dos pingüinos desde la ventana de su coche. “Todavía hace demasiado calor para una bufanda” –replicó amablemente la araña. “No estoy muy segura de lo que será”. Los pingüinos cuchichearon un momento.

“¡Haz una hamaca!” –gritó uno de ellos.“¡Sí, una hamaca!” –lo secundó el otro. Y ambos se deslizaron fuera del coche, dirigiéndose con torpes andares al encuentro de la araña.“¡Para los dos!” –gritaron. “¡Así podremos colgarla en la calle y sentarnos! ¡Y escuchar la música de la viola y tomar el sol!” Y después de un breve silencio, le dijo el uno al otro: “Incluso podríamos jugar a las cartas.”“¡Podríamos jugar a las cartas!” –exclamó el otro a la araña, tratando de convencerla: “Ya sabes, trabajamos en el casino y allí solo nos permiten ver jugar a los demás. ¡No somos más que los dealers!”“Crupieres” –le susurró el otro. “¡Crupieres!” –se corrigió a sí mismo el primero y dijo, dirigiéndose a la araña:

La araña les dedicó una amable sonrisa.

Algo andaba escabulléndose en una callejuela. Algo con un sonido que solo podía provenir de una criatura con muchas patas. Era la araña de jardín, que deja verse rara vez durante el día. General-mente, se pasa las noches incordiando a los ocupantes de la casa, tejiendo telarañas en sus ventanas y puertas, e incluso en las calles, para enredar a la gente. Pero ahora, para sorpresa de todos, se hallaba bajando por una tubería para escuchar con ojos entrece-rrados la música de la famosa viola italiana.

Entonces sacó dos largas y delgadas agujas y comenzó – sus ojos aún entrecerrados – a hacer punto.

“¿Tejerás una hamaca para nosotros?”

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Como las arañas saben tejer tan bien, no pasó mucho

tiempo antes de que los pingüinos pudieran quitar-

se sus esmóquines almidonados y acomodarse en

una gran hamaca, hecha de suave hilo de araña.

Mientras la rana del tiempo tomaba sentada el sol, y mientras la viola se tocaba a sí misma, y mientras la araña tejía, y mientras los pingüinos jugaban a las Siete y media y a la Escoba, en la tercera fila del paso de peatones se abrió la puerta de un camión rojo, saliendo de un salto una gárgola.

A simple vista, una gárgola apenas puede diferenciarse de un dragón, si no fuera porque aquella, en lugar de exhalar fuego –lo adivinaste:

Como cuentan con esta habilidad especial, las gárgolas suelen trabajar en el departamento de incendios. Por lo tanto, a nadie le sorprendió ver que nuestra gárgola fuera a bordo de un camión de bomberos. Con mano firme, ésta desplegó la escalera metálica incorporada al camión. “¿Qué pretendes?” –le preguntó alguien, ya que no parecía haber ningún incendio cerca ni gatito alguno atrapado en ningún árbol.

arroja agua.

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“¡Me paso el día entero subido a esta escalera, pero en ningún momento se me ha ocurrido pararme a disfrutar simplemente de las hermosas vistas que ofrece!” –dijo la gárgola sonriendo. Entonces empezó a subir.

Y cuando bajo sus patas vio la gran ciudad extenderse bajo la cálida luz del sol, se puso tan contento que hizo una gran nube de burbujas relucientes que, flotando, descendían suavemente hacia el suelo, donde explotaban con un casi inaudible POP.

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Muchas horas más tarde, cuando el sol se disponía a desaparecer bajo el horizonte, el pequeño caracol logró al fin llegar al otro lado de la calle. “¡Me alegro de verte! ¡También yo acabo de llegar!” –lo saludó el conejo, que había estado esperando al caracol apoyado en una farola. “¿Qué hacemos? ¿Tienes hambre?” “¡Ya te digo!” –suspiró el caracol con mirada soñadora al venírsele a la cabeza la imagen de una lechuga fresca.

“He viajado durante tanto tiempo…”

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La rana del tiempo decidió volver de nuevo al estudio de televisión para ofrecer la última predicción del día. Ella ya sabía que mañana luciría el sol. Después de todo, se había pasado el día observando el cielo. Por primera vez, pensó, tengo la sensación de saber realmente de lo que estoy hablando.

Todos los demás que habían estado esperando se dispusieron a continuar su camino, invadidos de felicidad por el sol, la música y las burbujas. Algunos llevaban bajo el brazo hamacas o prendas que la araña les había tejido. Los dos pingüinos crupieres recogieron sus cartas, volvieron a en-fundarse sus elegantes esmóquines y cedieron la hamaca a la enorme araña de jardín. Ésta se aco-modó en ella –cansada por la nueva experiencia de haber conocido la ciudad durante el día– y cayó en un placentero sueño.

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Cinco metros de tiempoUn trabajo de Lena Hesse como contribución al proyecto “What if… - suggestions for world im-provement”, Universidad de Ciencias Aplicadas de Münster, Alemania. Idea e ilustraciones: Lena HesseTexto: Lena Hesse y Philipp WinterbergTraducción: Manuel Bernal Márquez

Título original, en alemán: Fünf Meter Zeit

Agradecimientos…a Alexa y Cora Hesse, Jörn Lepper, Alexandra Beck y Maren Fischer

© Copyright 2007 Lena HesseTodos los derechos reservados.

Más información en:www.lenahesse.comwww.philipp-winterberg.com

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¿Qué pasaría si de repente el mundo se detuviera por un instante? ¿Si así, sin más, la suerte te regalara un poco de tiempo?Eso es exactamente lo que ocurre en una de las mayores y más pobladas ciudades del mundo, cuando un pequeño caracol atraviesa la calle y obliga al tráfico a detenerse durante medio día.

Un cuento sobre aquellas cosas que siempre quisiste hacer y para las que nunca tuviste tiempo.