CIUDAD UNIVERSITARIA 40 AÑOS

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Cuarenta años de un proceso visionario hecho realidad Los principios sobre los cuales se construyó la Ciudad Universitaria son los siguientes: la hicimos con base en un plan académico, utilizamos materiales autóctonos con el fin de lograr una integración plástica con el paisaje, creamos un conjunto arquitectónico y urbanístico homogéneo, concebimos perspectivas variadas y ambientes propicios para el estudio, fuimos conscientes de la prioridad de disminuir costos y tiempo de ejecución, privilegiamos las superficies dedicadas a la actividad educativa y le imprimimos al campus un sello de respeto por el peatón al mantener alejadas las zonas de tránsito vehicular, y un sello de respeto por la naturaleza al reservar el espacio debido para las zonas verdes, de tal manera que pudieran albergar una arborización exuberante que hoy la asemeja a un jardín botánico por la variedad de plantas y por el cobijo que le da a cientos de especies naturales. En resumen, logramos una obra funcional desde el punto de vista físico y arquitectónico que es ejemplo para Latinoamérica. César Valencia Duque

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LIBRO CIUDAD UNIVERSITARIA UNIVERSIDAD DE ANTIOQUIA 1968-2008 CUARENTA AÑOS DE UN PROCESO VISIONARIO HECHO REALIDAD. ARQUITECTURA, ARTE, CULTURA, AMBIENTE NATURAL. AUTORES: ÁNGEL GABRIEL BUITRAGO MEJÍA - ALBERTO GONZALEZ MASCAROZF

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Cuarenta años de un proceso visionario hecho realidad

Los principios sobre los cuales se construyó la Ciudad Universitaria son los siguientes: la hicimos con base en un

plan académico, utilizamos materiales autóctonos con el fin de lograr una integración plástica con el paisaje, creamos

un conjunto arquitectónico y urbanístico homogéneo, concebimos perspectivas variadas y ambientes propicios

para el estudio, fuimos conscientes de la prioridad de disminuir costos y tiempo de ejecución, privilegiamos

las superficies dedicadas a la actividad educativa y le imprimimos al campus un sello de respeto por el peatón

al mantener alejadas las zonas de tránsito vehicular, y un sello de respeto por la naturaleza al reservar el espacio

debido para las zonas verdes, de tal manera que pudieran albergar una arborización exuberante que hoy la asemeja a un jardín botánico por la variedad de plantas y por el cobijo

que le da a cientos de especies naturales. En resumen, logramos una obra funcional desde el punto de vista físico y

arquitectónico que es ejemplo para Latinoamérica.

César Valencia Duque

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Fotografía

Ángel Gabriel BUITRAGO MEJÍA

Textos y Dirección Editorial

Alberto GONZÁLEZ MASCAROZF

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Derechos Reservados

Diagramación y Retoque FotográficoJuan Camilo Vélez Rodríguez

Corrección de TextosElizabeth Correa Londoño

Las imágenes que aperecen en esta publicación tienen derechos de autor y no pueden ser reproducidas en modo alguno sin autorización expresa de la Universidad de Antioquia.

RectorAlberto Uribe Correa

Vicerrector GeneralMartiniano Jaime Contreras

Secretaria GeneralAna Lucía Herrera Gómez

ISBN: 978-958-714-198-6

CONSEJO SUPERIOR UNIVERSITARIO

Luis Alfredo Ramos Botero Gobernador del Departamento y Presidente de la Corporación

Alberto Uribe Correa Rector

Manuel Santiago Mejía Correa Representante del Presidente de la República

Darío Montoya Mejía Representante de la Ministra de Educación Nacional

Mauricio Alviar Ramírez Representante del Consejo Académico

Gabriel Agudelo Viana Representante Profesoral

Manuel Antonio Ballesteros Romero Representante de los Egresados

Luis Fernando Arango Arango Representante del Sector Productivo

Luis Javier Arroyave Morales Representante de los ex Rectores

Ana Lucía Herrera GómezSecretaria General

CONSEJO ACADÉMICO

Alberto Uribe CorreaRector

Alfonso Monsalve SolórzanoVicerrector de Investigación

Óscar Sierra RodríguezVicerrector de Docencia

Margarita Berrío de RamosVicerrectora de Extensión

Álvaro Pérez RoldánVicerrector Administrativo

Francisco Londoño OsornoDecano Facultad de Artes

Sara María Márquez GirónDecana Facultad de Ciencias Agrarias

Mauricio Alviar RamírezDecano Facultad de Ciencias Económicas

Frank Uribe ÁlvarezDecano Facultad de Ciencias Exactas y Naturales

Luz Stella Correa BoteroDecana Facultad de Ciencias Sociales y Humanas

Edison Neira PalacioDecano Facultad de Comunicaciones

Hernán Darío Vergara MesaDecano Facultad de Derecho y Ciencias Políticas

Marta L. Salinas SalazarDecana Facultad de Educación

Beatriz Ospina RaveDecana Facultad de Enfermería

Elkin Libardo Ríos OrtizDecano Facultad de Ingeniería

Elmer de Jesús Gaviria RiveraDecano Facultad de Medicina

Germán González EcheverriDecano Facultad Nacional de Salud Pública

Carlos Mario Uribe SotoDecano Facultad de Odontología

Luz Marina Carvajal de PabónDecana Facultad de Química Farmacéutica

Nelson Orozco AlzateRepresentante Profesoral Consejo Académico

Ana Lucía Herrera GómezSecretaria General

Invitados

Martiniano Jaime ContrerasVicerrector General

Hernando Velásquez EcheverriDirector de Posgrado

Rubén Alberto Agudelo GarcíaDirector de Planeación

Pastor Acevedo HerreraDirector de Asesoría Jurídica

Joaquín Cuervo TafurDirector de Control Interno

Isabel Cristina Arango CalleDirectora de Relaciones Internacionales

Ana Lucía Sánchez GómezDirectora de Bienestar Universitario

John Jairo Arboleda CéspedesDirector Programa de Regionalización

Ángela María Arango RaveDirectora Escuela de Microbiología

María Teresa Múnera TorresDirectora Escuela Interamericana de Bibliotecología

Adriana González MoncadaDirectora Escuela de Idiomas

Fanny Mejía FrancoDirectora Escuela de Nutrición y Dietética

Carlos Vásquez TamayoDirector Instituto de Filosofía

Iván Darío Uribe ParejaDirector Instituto de Educación Física y Deporte

Medellín, Colombia. Octubre de 2008

Autor de la foto panorámica aérea de la Ciudad Universitaria:ZALO. Cortesía Gobernación de Antioquia

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Desde el afortunado momento en que el embrión de la Universidad de Antio-quia –el Colegio Franciscano– naciera en forma modestísima en aquel ya lejano

año de 1803, una a una las generaciones que han incidido de manera diversa en el devenir del Alma Máter de los antioqueños, han participado como testigos de

excepción del valor inestimable que ella representa en la vida de nuestra sociedad.

La Universidad es expresión genuina del anhelo de vivir en comunidad sin desconocer la diferencia, y asimismo es expresión del compromiso colectivo con la

búsqueda, la generación y la transferencia incesantes del conocimiento.

Consecuentes con lo anterior, celebremos por siempre como un acontecimien-to magno, la idea que permitió a la institución insignia de la educación pública su-

perior de la región, disponer de unas instalaciones dignas y acordes con su filosofía, sus principios, su misión, su compromiso, sus postulados académicos y su vocación de proyectarse a la sociedad. Celebremos por siempre como un triunfo de la inte-ligencia el proyecto constructivo de la CIUDAD UNIVERSITARIA, idea que nació en la mente lúcida de un hombre visionario y honesto, el médico y ex rector Ignacio Vélez Escobar, quien supo reunir en torno suyo a un calificado y entusiasta equipo de arquitectos para

darle forma y vida a una de las más bellas piezas arquitectónicas de que se tenga noticia en Latinoa-mérica. Coordinado por el primer Jefe de Planeación que tuvo la Universidad, el doctor César Valen-cia Duque, dicho equipo lo integraron con sobrados méritos los doctores Raúl Fajardo Moreno, Ariel

Escobar Llano, Édgar J. Isaza, Juan J. Posada y Augusto González. A todos ellos, nuestro reconocimiento perenne, como también para quienes contribuyeron con los recursos financieros que demandó la obra:

la Asamblea Departamental y el Gobierno de Antioquia, el Instituto para el Desarrollo de Antioquia –IDEA–, el Concejo y el Gobierno de Medellín, el Congreso de la República, el Gobierno Nacional, la propia Universidad de Antioquia y el Banco Interamericano de Desarrollo –BID– que por primera vez

hizo un préstamo con destinación educativa.

La CIUDAD UNIVERSITARIA de la Universidad de Antioquia, por razones incuestionables, es referen-te obligado en el estudio de la historia reciente de nuestro Departamento, puesto que a partir de 1968

se convirtió en el epicentro del proyecto educativo, científico y cultural más importante de la región antioqueña. Nuestra obligación y compromiso, para que lo siga siendo, es preservar con el mayor celo

tan valioso legado.

La conmemoración en 2008 de los primeros cuarenta años de funcionamiento de la CIUDAD UNIVERSITARIA, debe constituirse para todos los antioqueños en la mejor oportunidad para vigorizar

los lazos de afecto con su Universidad, y, asimismo, para proseguir sin desmayo en el empeño de que el Alma Máter sea luz y voz inextinguibles en todas las regiones del Departamento, para bien de la

Nación.

Felicito a la Vicerrectoría General, a la Secretaría General y al Departamento de Información y Pren-sa, porque desde esas dependencias universitarias, bajo el liderazgo del doctor Martiniano Jaime Con-

treras, la doctora Ana Lucía Herrera Gómez y el periodista Alberto González Mascarozf, respectivamen-te, se hizo realidad este bello y necesario libro, cuyas imágenes son obra del fotoperiodista y ex profesor de nuestra Facultad de Comunicaciones, Ángel Gabriel Buitrago Mejía, a quien expreso igualmente un

saludo especial de felicitación.

En síntesis, este libro expresa con fidelidad el alto sentimiento que a todos los universitarios nos in-spira el bello campus de la Universidad de Antioquia, casa de todos los antioqueños, casa de todos los colombianos, casa de todo visitante que se acerque a él para admirarlo y vivir el disfrute de su ambien-

te académico, científico, cultural y social.

Como lo expresó de manera brillante el inolvidable académico Ariel Escobar Llano, en la Ciudad Universitaria todo es un disfrute. Allí las cosas existen como si hubieran existido siempre en la vida de las

personas. Todo el que llega a la Ciudad Universitaria siente que lo estaban esperando y se da cuenta al instante de que lo que allí hay es una concentración de amigos.

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Este libro nació de un propósito simple: rendirle un homenaje de gratitud, de respeto y de admiración a quienes un día se trazaron la meta de construir en suelo antioqueño una Ciudad Universitaria, y coronaron con éxito una tarea que es expresión viva de talento, creatividad, gusto refinado, honradez, honestidad y humanismo.

La Ciudad Universitaria, desde el punto de vista urbanístico y arquitectónico, es lo que dicen estas fotos y estos textos y, por supuesto, mucho más. Ojear-la para captar sus detalles, sus ambientes, su mundo interior tan propio y tan único, implicó una serie de jornadas alegres y gratificantes. Entre esas jornadas están los diálogos sostenidos con varios de los protagonistas, quienes, sin pro-ponérselo, ratificaron en nosotros el convencimiento de que, además de nece-sario, era justo dar a conocer esas pequeñas historias que estuvieron en el día a día de esa gran historia que rodeó la planeación y ejecución del proyecto.

Sin duda este libro –el primero sobre la arquitectura del campus central de la Universidad de Antioquia– tiene un retraso de cuarenta años, lapso que corresponde al tiempo que lleva funcionando la Ciudad Universitaria, la única obra pública en Colombia sin ser inaugurada, según lo manifestó el ex Rector Ignacio Vélez Escobar en una entrevista para el Periódico ALMA MATER, en junio de 2004.

Son muchas las razones que podrían esgrimirse hoy para justificar el por qué no se realizó en 1968 el habitual acto de reconocimiento que marca el inicio de toda obra pública o privada en Colombia. Asumámoslo como asunto del pasado o como parte del desconcertante anecdotario colombiano.

Mejor alegrémonos por la capacidad visionaria que tuvieron quienes sabían que estas edificaciones, plazoletas, jardines y obras de arte constituían los ingre-dientes físicos necesarios para el nacimiento de una nueva Universidad.

Los autores

ÁNGEL GABRIEL BUITRAGO MEJÍA

ALBERTO GONZÁLEZ MASCAROZF

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HomenajeLos autores concibieron este libro en homenaje al

equipo humano que hizo posible que nuestra región simbolizara su progreso y desarrollo en el bello campus

de la Ciudad Universitaria de Antioquia.

Ignacio Vélez EscobarEn febrero de 1935 ingresó como estudiante de la

Facultad de Medicina, donde luego se desempeñó en los cargos de profesor, jefe de clínica quirúrgica y decano. En 1961 fue nombrado gobernador de Antioquia por el presidente Alberto Lleras Camargo. Entre los años de 1963 y 1965 orientó los destinos de la Universidad de Antio-quia. Al dejar la rectoría, ocupó el cargo de jefe de Progra-mas de Desarrollo de la institución, desde el cual planeó y logró la financiación para la construcción de la Ciudad Universitaria. También fue concejal y alcalde de Medellín, senador de la República en tres periodos y representante gubernamental en misiones internacionales.

“A pesar de los grandes adelantos de nuestra Universidad en los últimos años,

debido al esfuerzo de muchos, pero en especial de mis antecesores en esta

Rectoría, es preciso, para que podamos atender a las urgencias de nuestro país,

en su pubertad histórica y en su tremendo despertar social, que hagamos un esfuerzo gigantesco y dinámico por continuar mejo-

rando nuestra Universidad, pero ahora a un ritmo mucho más rápido que nunca”,

dijo el médico Vélez Escobar al aceptar la honrosa designación del Consejo Superior Universitario, presidido por el gobernador

Mario Aramburo Restrepo.

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César Valencia DuqueEx director de Planeación de Medellín y de An-

tioquia. Participó en: Plan Director de Medellín en la década de 1950; construcción de la Universidad de Medellín; planificación del Metro de Medellín; Centro Administrativo La Alpujarra (estudio urbanístico); edifi-cio de la Justicia de Medellín; Avenida Oriental; Teatro Metropolitano (estudio de prefactibilidad); Inem de Montería y de Tunja; y Universidad del Magdalena.

Siempre y en todo lugar, el artífice de la Ciudad Univer-sitaria, don Ignacio Vélez Escobar, exalta al arquitecto César

Valencia Duque como la persona avezada y sesuda que supo coordinar, con la precisión de un fino relojero, todos los

pormenores de esta joya de ladrillo, teja de arcilla cocida, piedra, arena, granito, madera, hierro, aire, luz natural, agua,

naturaleza viva, hormigón y obras de arte. “Un gran acierto fue elegir para la Oficina de Planeación

al arquitecto César Valencia Duque, quien desempeñó el car-go hasta la culminación del proceso. Sin duda a su inteligen-

cia e incansable labor se debe el éxito del programa”.

«Los colombianos debemos gratitud perenne al equipo de arquitectos que diseñó la Ciudad Universitaria, espacio desde el cual la Universidad de Antioquia proyecta hoy toda su capacidad de servicio al departamento y al país. En la conmemoración de los 200 años de nuestra Alma Máter, sentimos inmenso orgulloso de que nos acompañen en

este recinto los arquitectos César Valencia Duque, Raúl Fajardo Moreno, Augusto González Velásquez y Edgar Jaime Isaza Isaza, así como las señoras Marta Elena Calle de Posada y Consuelo Echeverri de Escobar, esposas de los doc-

tores Juan José Posada y Ariel Escobar, quienes ya fallecieron. A todos ellos, gratitud y reconocimiento por su acción visionaria que forjó este hermoso campus»: Alberto Uribe Correa, rector.

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TexturaTeja de barro

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TexturaPiedra nativa

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TexturaLadrillo

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TexturaGranito

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TexturaCerámica

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TexturaMadera

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TexturaAgua

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TexturaNaturaleza viva

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TexturaNaturaleza en transformación

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Prometeo-Cristo cayendo, del maestro Rodrigo

Arenas Betancourt (1919–1995). Técnica:

vaciado en bronce. Situada en el patio interior del Bloque Administrativo

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Aburrida con su aspecto de pueblo grande, Medellín inicio su camino a ciudad moderna en la agonía del siglo diecinueve. La primera mitad de la siguiente centuria sería tiempo suficiente para convertir caminos en calles

con aceras, trochas intermunicipales en carreteras asfaltadas, y llenar éstas de vehículos traídos de otros mundos. Era prioritario emular el ejemplo del millonario Carlos Coriolano Amador que el 19 de octubre de 1899 puso a rodar el primer auto por las calles del centro, dejando a su paso un reguero de parroquianos alelados.

A los caserones antiguos se les decretó la muerte para entronizar como santo en procesión otros tipos de arquitectura y, de paso, trazar linderos entre la zona residencial para los ricos y los barrios populares para los pobres. El ambiente había que mejorarlo cuanto antes con redes de acueducto y de alcantarillado que hicieran menos penosos los problemas sanitarios. El comercio requería un sitio central para el mercado de víveres, y sitios apropiados para el negocio de mercancías importadas y de aquellas que comenzaban a producirse en el país. Los edificios públicos no podían seguir siendo antros que reflejaran el estado de postración del país, arrasado por el odio y por el tedio de una sucesión interminable de guerras partidistas, y derruido en su estado anímico, a princi-pios del siglo veinte, por efecto de la desmembración de Panamá.

Alumbrar la noche tampoco podía estar en manos sólo de la luna, las estrellas y los primitivos candiles. La luz eléctrica tenía que convertirse en el símbolo de los nuevos tiempos y en la fuente que, a la postre, convirtió a Medellín en La ciudad industrial de Colombia.

En síntesis, lo que se buscaba era erradicar la fisonomía pueblerina del espacio urbano, o, lo que era lo mismo, darle a Medellín “la hermosura y las comodidades de una ciudad moderna”1, como lo relata en sus memorias uno de los dirigentes más destacados de aquella época, dueño de un poder de influencia sin igual entre la clase comercial, mercantil, clerical y política, don Ricardo Olano, quien participó como actor central en el programa de transformación de Medellín liderado por la muy influyente, muy respetada y muy acatada Socie-dad de Mejoras Públicas, creada el 9 de febrero de 1899 por un grupo de afamados caballeros que atendieron el llamado de don Carlos E. Restrepo y don Gonzalo Escobar para aunar esfuerzos y concertar voluntades, con el propósito firme de borrar la estructura colonial de la ciudad, mediante acciones de “ornato y embellecimiento”, tal como quedó expresado en el acta de constitución de la Sociedad2.

La determinación de hermosear con obras físicas a la ciudad y brindarle bienestar a sus habitantes estuvo acompañada de una acción paralela: la exaltación del civismo como insignia del buen ciudadano. Y buen ciu-dadano era considerado el comerciante o el político vinculado a la Sociedad de Mejoras Públicas, o el hombre acaudalado que demostraba su preocupación por los asuntos públicos y asistía a los pobres en sus penurias y faltantes, practicando el amor al prójimo como lo pregonaba don Carlos E. También lo era la persona del común que demostrara los mejores modales como obrero en el taller o como vecino del sector donde residiera; o el ne-gociante que embelleciera vitrinas en el comercio del centro; o el creyente que demostrara ser mejor en asuntos de fe. Este tipo de campañas cívicas contribuyó a generar los apelativos para Medellín de La tacita de plata por el aseo ciudadano y el orden en las calles; La ciudad de las flores por el cultivo, cuidado y exhibición colectiva de éstas en lugares públicos y en jardines caseros; y La ciudad de la eterna primavera no sólo por el buen clima sino por la amabilidad característica de sus gentes.

“Esto del civismo –diría en 1949 don Gabriel Mejía Gómez en el cincuentenario de la Sociedad de Mejoras Públicas– era algo novedoso y quizás exótico en el noventa y nueve. ¿Cómo prever que con haber apelado al

RecuentoHistórico

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Biblioteca Central. Costado norte

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desinterés, desprendimiento, al esfuerzo personal que no esperan retribución, podría obtenerse en grado tan alto el acrecentamiento del patriotismo?”3

En diferentes textos académicos sobre la forma como fue distribuido en Medellín el espacio público y los intereses que primaron para ello, el profesor e investigador Jorge Orlando Melo asegura que la peculiar relación de sus habitantes con la ciudad, ha llevado en todos los tiempos a los medellinenses a convencerse de “que su ciudad es muy bella y vivible, y además destinada a ineluctable modernización”4. En su concepto, “esta visión optimista y a veces engreída” emparenta modernización y cambio con “la sensación de que sin eliminar los estor-bos del pasado el progreso no es nunca completo”5.

En 1924, al celebrar la Sociedad de Mejoras Públicas veinticinco años de fundación, don Carlos E. se jactaba en su discurso pronunciado en los salones del entonces reputadísimo Club Unión: “Ni la guerra de tres años que aquel mismo [1899] se desató sobre la Patria; ni dos crisis que han conmovido los fundamentos económicos de la Sociedad ni vicisitud alguna, han podido detener el ascenso civilizador de la Sociedad de Mejoras Públicas”6.

Y agregaba, para satisfacción de los presentes: “La transformación que ha experimentado nuestra ciudad en los últimos veinte años, a ella [a la Sociedad de Mejoras Públicas] –en buena y gran parte– se debe. De modo tal que acaso sea justo decir que no hay obra de nuestro progreso ciudadano en que ella no haya influido directamente o indirectamente”7.

Queda claro, entonces, que la determinación de modernizar “la ciudad blanca de los Andes, la ciudad pulcra de América, la ciudad bella de Colombia, la ciudad risueña de Antioquia”, asentada en la “pintoresca planicie de Aburrá… de aguas exquisitas, baños imponderables, lindísimos campos, aire purísimo, atmósfera clara, cielo espléndido…” –según palabras del médico y botánico Manuel Uribe Ángel8–, partió de la iniciativa de hombres prominentes. Éstos, por motivo de negocios o de asuntos de gobierno, generalmente, viajaban dentro y fuera del país y tomaban atenta nota de aquello que los impactaba y que juzgaban merecedor de replicar.

La crónica del historiador, sociólogo y doctor en economía del desarrollo Fernando Botero Herrera, Medellín 1890-1950. Historia urbana y juego de intereses, da cuenta de que “la idea de la creación de la Sociedad de Mejoras Públicas surgió en el largo viaje de retorno a Medellín desde la ciudad de Bogotá, de Carlos E. Restrepo y de Gonzalo Escobar”9.

En la fría planicie bogotana, los señores del poder en Antioquia, que al tiempo que hombres de negocios eran per-sonas cultas, “no solamente dedicaban tiempo a sus actividades comerciales, sino que además observaban con aten-ción la ciudad, sus lugares públicos y sus costumbres”10, asegura el profesor Botero, quien admite que en las primeras cinco décadas del siglo pasado, “fue notoria la imbricada trama que se tejió entre el Concejo Municipal y la Sociedad de Mejoras Públicas, en un momento en el que el primero gozaba de un gran poder en todos los asuntos…”11.

“Las principales medidas que tomaba el Concejo –precisa el profesor Botero–surgían casi siempre de las iniciativas de la Sociedad de Mejoras Públicas, la cual actuaba como un sindicato que canalizaba las propuestas de una élite diri-gente y como un grupo de presión frente al Estado; aunque también, en otros casos, el Cabildo enviaba determinados asuntos relacionados con la problemática urbana o su entorno, para el estudio o concepto de dicha sociedad”12.

En el referido acto de celebración de las bodas de plata de la Sociedad de Mejoras Públicas, en 1924, don Carlos E., quien ya gozaba de la investidura de ex presidente de la República y ex rector de la Universidad de Antioquia, evocó en su celebrado discurso pasajes de las actividades cumplidas en Bogotá, la “capital centralista”, donde “tratamos de estudiar lo mejor posible la ciudad, el Museo, la Biblioteca, las iglesias, los cuadros notables, las casas históricas, la tradiciones coloniales y la sociedad”13.

A su compañero de viajes, don Gonzalo Escobar, por su parte cierto día le llamó la atención en Bogotá la for-ma de funcionar de la Sociedad de Embellecimiento, la que estudió lo mejor que pudo porque “es una gran idea que merece cultivarse con entusiasmo “14.

Así las cosas, cuando corría la cuarta década del siglo veinte, el orden de prioridades en el listado de obras que requería Medellín fue definido de la siguiente forma por el hombre de las decisiones, don Ricardo Olano: “La ciencia del city planning y la experiencia señalan los siguientes como puntos principales de consideración: 1. Calles. 2. Transportes. 3. Arquitectura. 4. Casas para obreros. 5. Parques y bosques. 6. Acueductos. 7. Sanidad. 8. Edificios públicos, mercados. 9. Luz eléctrica. 10. Legislación. 11. Finanzas”15.

Fue por ello que con motivo de la visita que en 1940 efectuó a Medellín el presidente Eduardo Santos, a éste se le informó de la urgencia de “un fondo rotatorio que podía ser de $500.000 para el Municipio de Medellín, con el fin de que pudiera realizar un sinnúmero de obras…”16.

Los señores de la Sociedad también pidieron ayuda para “la creación de un Parque Nacional en Medellín situado en las afueras de la ciudad, bien grande, digamos de 40 a 60 hectáreas, a estilo del Parque Nacional de Bogotá”17, lo mismo que para la construcción del tramo de carretera entre Sonsón y Dorada, de 140 kilómetros, “ya que es el único trazo de carretera que falta para comunicar a Medellín con Bogotá en línea directa”18.

Hacia 1935 –cinco años antes de la visita del presidente Santos–, la Sociedad de Mejoras Públicas le había

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recomendado a los senadores y representantes por Antioquia en el Congreso de la República, los siguientes pro-yectos: 1. La carretera al mar. 2. Una ley, justa, fácil, clara, y práctica sobre expropiaciones. 3. Nacionalización del campo de aviación ‘Olaya Herrera’. 4. Inclusión, en el presupuesto de gastos, para la vigencia de 1936, de la deuda de la nación al Instituto de Bellas Artes, por valor de $24.000, deuda procedente del auxilio de $3.000 anuales decretado por la ley de 1923. 5. Dotación de filtros modernos para el acueducto de Medellín19.

En los listados de peticiones y sugerencias, también estuvo incluido años atrás el Palacio Nacional y “la nece-sidad que tiene Medellín de un buen hotel para el cual hay ya muy buenos planos, conseguidos con una compa-ñía que estaba encontrando graves obstáculos para la financiación de la empresa”20.

Ese “buen hotel”, al que se le dio por nombre Nutibara, fue construido en el corazón de la ciudad no sólo “como un símbolo de esfuerzo de la raza antioqueña”21 sino “con la ayuda de todos”, o sea, con dineros públicos.

A quienes no vendieron los lotes aledaños al sitio, éstos les fueron expropiados con base en una ley que la Sociedad de Mejoras Públicas logró que el Congreso de la República aprobara en tiempo récord, declarando de utilidad pública la construcción de hoteles de primera categoría22.

Según el investigador Botero Herrera, dicha entidad también logró que “el concejo municipal se vinculara, desde junio de 1937 a la obra, ‘concediéndole exenciones de los servicios públicos municipales y suscribiendo acciones’. De igual forma, a favor del hotel, ‘la Asamblea Departamental en el mismo mes de junio dictó una ordenanza declarando de utilidad pública la plaza destinada a jardines frente a la Gobernación y autorizando al Gobernador para suscribir 180.000 pesos en acciones de la empresa’”23.

Lo que sorprende en el listado de obras modernizadoras de los dirigentes cívico-políticos de aquella época, es por qué en ningún momento se pensó en sugerir –siquiera– la participación del gobierno nacional o departamen-tal o municipal en la construcción y dotación de un campus moderno para la educación pública superior regio-nal, sobre todo teniendo en cuenta un antecedente como el que se refiere a continuación.

Justo en la década de 1930 a 1940, en la que los impulsores de un Medellín con fachada diferente inter-ponían su poder de influencia en Bogotá –en busca de recursos presupuestales para la construcción de carrete-ras, puentes, edificios públicos para la burocracia oficial, parques, acueductos y hoteles, entre otras obras físicas–, el primer gobierno del presidente Alfonso López Pumarejo (1934-1938) lograba la aprobación en el Congreso de la República de la Ley Orgánica de la Universidad Nacional (Ley 68 de 1935), cuya implementación le pondría freno a la dispersión de facultades e institutos y a la titulación de profesionales de un saber parcelado y sin una concepción orgánica de la cultura y las necesidades nacionales24. O, como dijo el intelectual Jorge Zalamea, dicha ley contribuiría a generar “un perpetuo intercambio de ideas, conocimientos y sistemas, que revelarán al estudiante, por vía experimental y directa, la unidad inquebrantable de la cultura”25.

El ideal de la corriente liberal liderada por López Pumarejo, a la vez que garantizar el derecho a la educa-ción pública de calidad a amplios sectores de la población excluida, era simbolizar el deseo de modernización del país a través de un elemento de características irrefutables, “La Ciudad Blanca”, como se le llamó al campus central en Bogotá de la Universidad Nacional de Colombia, luego de ser construida en el límite occidental de la ciudad, en el sector de Teusaquillo, en predios destinados en aquellos años a la cría de vacas en amplísimos, helados y solitarios pastizales al cuidado de enruanados campesinos.

Valga señalar, además, que en mayo de 1944 –durante el segundo gobierno de López Pumarejo–, al tomar posesión de la rectoría de la Universidad Nacional el educador antioqueño, investigador y dirigente político de izquierda Gerardo Molina, éste no desaprovechó la singular oportunidad para criticar de manera cáustica en su discurso26 la forma como se venían orientando los destinos públicos y privados no sólo en An-tioquia sino en “la república pastoril y aislacionista que era Colombia”, donde la dirigencia, según Molina, “se había hecho a ciertos modos de obrar y de sentir, que por lo agradables y plácidos que eran se llegó a pensar que tendrían valor para todos los tiempos”27.

“Cuando el país se encontró en el trance de la industrialización, con agitaciones sociales y con una apremiante vida internacional –sentenció Molina–, el viejo ordenamiento sentimental y doctrinario se reveló insuficiente y un poco inactuales los equipos humanos que lo habían construido o que lo defendían. Se puso a la orden del día la necesidad de hacer ensayos, y es debido a ese movimiento de marea como nos encontramos ahora reunidos, celebrando el arribo de otras promociones y de otra visión de la existencia… El país de pronto descubrió que tenía una Universidad. Ésta venía creciendo escasamente, atendiendo a su instalación material, al fortalecimiento de su unidad interna, a la reforma de programas y de pénsumes, pero sin que se articulara seriamente a la vida colombiana”28.

Molina conocía muy bien la vida y la obra de la dirigencia regional. Había estudiado el bachillerato en el Li-ceo Antioqueño –el mismo establecimiento que a principios del siglo regentó como rector el ex presidente Carlos E. Restrepo–, y había visto truncada en 1927 su carrera de Derecho en la Universidad de Antioquia, de cuyas au-las fue expulsado por defender ideas peligrosas para la moral y la religión, y por organizar con otros compañeros

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una huelga que alarmó a las autoridades académicas, lo mismo que a la dirigencia comercial, mercantil, política, eclesiástica y cívica de la ciudad, que celebró como un alivio la drástica decisión.

Desde las rectorías de la Universidad Nacional y la Universidad Libre, y desde el ejercicio de la función pú-blica, Molina dio a conocer al país cual debía ser el ideario de la universidad colombiana: pública, autónoma, al servicio de la democracia, taller de la nacionalidad, orientadora de la opinión nacional, vanguardia de la libera-ción del pueblo, laica, de calidad. En fin, motor de una nueva sociedad a partir de la cátedra libre, el proceder con autonomía y el cultivo de la inteligencia29.

Esta forma de pensar y de actuar –explícitas en la compilación Testimonio de un demócrata, editada por el profesor Darío Acevedo30–, fue asumida como algo inconcebible por las jerarquías colombianas tradicionales.

En Antioquia, no se reparó que en estos lares, al igual que en Bogotá, la principal institución pública de edu-cación superior funcionaba a la manera de una sumatoria desarticulada de escuelas, dispersas por la geografía central de Medellín, sin suficiente dotación de recursos financieros, y, para acabar de ajustar, sin los rasgos que le diera la identidad de universidad ante los ojos del ciudadano.

El proyecto para acometer, al menos desde el campo de las probabilidades, la elaboración de un programa académico y administrativo que conllevara a la construcción de una ciudadela universitaria en Antioquia en

la primera mitad del siglo veinte –incluso antes de que lo hiciera López Pumarejo con la Universidad Nacional en Bogotá–, bien podría haber estado en los planes de los cultores de la “ciencia del city planning”. Baste recor-dar que sólo dos años después de creada en febrero de 1899 la Sociedad de Mejoras Públicas, el cofundador y primer directivo de esta entidad, don Carlos E. Restrepo, asumió el rectorado de la Universidad de Antioquia, en cuyas aulas ejercía la docencia. Asimismo, once años después de aquella fecha, asumió la Presidencia de la República para el cuatrienio 1910-1914.

Pero, a diferencia del revolucionario en marcha López Pumarejo, la dirigencia republicana en Antioquia –re-presentada entre otros por Restrepo y por el también ex rector Tulio Ospina–, estaba convencida en los primeros años del siglo de que “el sentimentalismo en la ciencia y la imaginación en las teorías nos han perturbado las nociones de lo útil y el sentido común de lo indispensable”31, según consta en las bases de la reforma institucio-nal que se propuso adelantar don Carlos E. en 1901.

“La patria y este principio de siglo –clamó–, están pidiendo hombres de iniciativa y de acción, que sepan luchar y vencer en el campo de la industria”32.

“Los sabios y los ideólogos –dijo– son muy respetables y muy dignos, pero no están haciendo falta, por tener [Colombia] los suficientes y algo más”33.

A dúo con su copartidario, el rector Ospina estuvo empeñado entre 1904 y 1911, durante su administración, en “dedicar los jóvenes a aquellos estudios que verdaderamente les han de servir en la vida práctica, pues no debe olvidarse que la mayoría de ellos habrán de ser comerciantes o agricultores”34.

En concepto de Julio César García, “el espíritu crítico, la construcción científica y el ánimo discursivo desaparecieron de la Universidad de Antioquia; eran tiempos difíciles, oscuros, dogmáticos, en que el sentido positivista sólo dejaba espa-cio para ‘el prosaísmo de las máquinas y los instrumentos de labranza”35.

“Los afanes intelectuales, literarios, filosóficos y políticos que vivía Medellín no pasaron por las aulas de la Universidad, dedicada en ese momento a otros menesteres más prosaicos”36.

El cuadro de la radiografía universitaria se veía aún más ensombrecido a principios del siglo veinte con el esta-do calamitoso de las finanzas y la baja cobertura que tenían los programas académicos.

En el periodo comprendido entre 1903 y 1911 –escribe la profesora Uribe– “la Universidad de Antioquia vivió una de las crisis económicas más graves de toda su historia; precedida, claro está, por aquello que significó la ley orgánica de 1903 para la institución: confesionalismo, penuria económica y pragmatismo radical”37.

En lo que respecta al número de estudiantes, un informe en el Repertorio Oficial38 del martes 18 de junio de 1901, detalla que el Liceo Antioqueño tenía matriculados apenas 140 alumnos, y las facultades o carreras de Filosofía y Letras, Medicina y Cirugía, Jurisprudencia, Comercio e Ingeniería apenas sumaban un total de 67 estudiantes, para un total de 207.

Este escasísimo número de matriculados poco debe extrañar, teniendo en cuenta las circunstancias de vio-lencia política de las décadas precedentes, cuando las instalaciones universitarias, por determinación del poder central, dejaban de ser aulas de clase y laboratorios de experimentación, para convertirse en cuartel de soldados y de generales, y en depósito de armas y de explosivos.

La transición entre los siglos diecinueve y veinte, con la Guerra de los Mil Días de por medio, dejó a la Uni-

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Biblioteca Central. Panorámica

desde el tercer piso del Bloque Administrativo

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versidad con unas edificaciones al borde del colapso. “Casi no encontramos un tablero, un banco, un pupitre, un sólo mueble en buen estado”39, denunció el rector Restrepo, precisando que “algo se ha ido refaccionando, pero falta mucho por concluir, y en cuanto a los objetos de los gabinetes, hay que pedirlos de nuevo, y al tipo de cambio de hoy” lo que “es poco menos que imposible…”40

La palabra “imposible” suena extraña en boca de quien supo remontar todo obstáculo que impidiera “el as-censo civilizador de la Sociedad de Mejoras Públicas”, incluido el efecto demoledor de una guerra de tres años.

A la Universidad que daba lástima al iniciarse el siglo veinte, le antecedieron momentos de igual modo desagrada-bles en la segunda mitad del diecinueve. En 1854 otro conflicto armado se llevó de tajo la actividad académica

y, de acuerdo con el investigador Rodrigo de J. García Estrada, los estudios de jurisprudencia se vieron prácticamen-te paralizados hasta el 5 de diciembre de 1857, lográndose mantener abiertas las aulas sólo hasta 1860, año en el que, a causa de otra guerra, el Colegio Provincial, como se llama la Universidad, fue cerrado de nuevo41.

En 1864 –afirma el profesor García– el Colegio-Universidad fue reabierto y empezó a ser sostenido por el Estado de Antioquia, bajo la gobernación de Pedro Justo Berrío, “cuya labor consistió en recuperar la organiza-ción que habían dado al Colegio los liberales en la década de los cincuenta, fortaleciéndolo económicamente y convirtiéndolo en proyecto central del Estado”42.

En un informe oficial de Berrío, dado a conocer al dejar la rectoría que sólo ocupó por algunos meses en 1874, se detalla que el número de alumnos matriculados para recibir instrucción en las diferentes escuelas de la Universidad se redujo de doscientos ocho a ciento ochenta, debido a que algunos se fueron a Europa a continuar sus estudios, otros a la Universidad Nacional y otros no figuran porque “han ocurrido también algunas bajas por motivos de otro género, que no es del caso expresar”43.

Las escuelas a que se refiere el rector Berrío eran las de Literatura y Filosofía, Ingenieros, Jurisprudencia y Ciencias Políticas, Ciencias Naturales y Medicina, al frente de las cuales se encontraban apenas veintiséis profeso-res, algunos prestando sus servicios en varias de ellas44.

No obstante las penurias, Berrío reclama en su informe un local aparte para Medicina, puesto que “el edificio del antiguo Colegio del Estado, hoy perteneciente a la Universidad, tiene apenas la capacidad bastante para la escuela de Literatura y Filosofía, Jurisprudencia e Ingeniería y no dispone de un anfiteatro anatómico, por lo que “las disecciones se practican hoy penosamente en un pequeño local cercano al cementerio del Sur, tomado en arrendamiento para tal objeto”45.

Don Pedro Justo insistió ante el gobierno de Antioquia: “Para obtener el establecimiento formal de la escuela de que vengo hablando, es indispensable la construcción de un edificio bien situado, y que tenga las piezas sufi-cientes para las clases, espacio para la permanencia de los alumnos y una sala por lo menos, para las disecciones anatómicas y otras operaciones de práctica”46.Tal edificio –precisa– “quedaría bien situado en mi concepto entre el de la Universidad y el cementerio viejo”47.

Pero una cosa era el optimismo de uno de los líderes que más incidió para que la Universidad de Antioquia no cayera en el abismo de aquellos tiempos, y otra la realidad del país que en 1876 dio inicio a otro enfrenta-miento armado entre facciones políticas, el cual, durante los cuatro años que duró, significó la casi total destruc-ción del Colegio-cuartel.

Aunque resulte extraño en los tiempos actuales, un decreto oficial ordenó que los alumnos de las diversas escuelas de la Universidad de Antioquia integraran, con el objeto de recibir instrucción militar, un batallón que se denominaría Batallón Bolívar.

“La norma dispuso además que el rector y el vicerrector serían los jefes del batallón, el primero con grado de coronel y el segundo con el de teniente coronel, ambos encargados de la organización del cuerpo militar y de hacer los nombramientos de oficiales y suboficiales… Cada dos meses, el batallón de la Universidad debía someterse a la revista del comisionado, acto en el que se verificaba el examen de los adelantos alcanzados por los alumnos”48, según relata el investigador García Estrada, quien admite la posibilidad de que el Batallón Bolívar haya participado activamente en la guerra de 1876, “en la cual salió derrotado el Estado de Antioquia y que tuvo tan graves conse-cuencias sobre el edificio universitario y sobre el normal funcionamiento académico de la Universidad”49.

Un hecho que apaleó aún más el espíritu universitario se produjo en 1886: “Los edificios del plantel –recuerda la profesora María Teresa Uribe– fueron entregados, como en 1844, a la Compañía de Jesús, que retornaba triun-fante a la región para fundar el Colegio de San Ignacio, y a la Universidad se le asignó para su funcionamiento un lo-cal ruinoso, situado en la misma plazuela y que había sido construido para guardar el parque y las armas del ejército regional, además de haber servido para albergar la gendarmería durante el gobierno de Pedro Justo Berrío”50.

Pero si dicho local asustaba por lo ruinoso, más pavor producía los calabozos en los sótanos, destinados para

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el castigo de los alumnos que faltaran a la rígida disciplina del plantel. Éste, a partir de la expedición en 1888 del Plan de Estudios de la Universidad de Antioquia51, incluyó como castigos para las faltas leves la pérdida del recreo o la reprensión en privado, y para las faltas graves la detención, el arresto, el aislamiento y la expulsión definitiva.

“Siempre que en los casos de arresto, aislamiento, detención u otra pena, el que la experimente hiciere ruido, prorrumpiere en injurias o lastimare las puertas, paredes, deberá sujetársele en un cepo hasta que se reconcilie con el orden”, dice el artículo 125 de dicho Plan de Estudios52.

Un testimonio de aquella época lo dejó escrito el médico Alfonso Castro53, cuyos estudios los adelantó en la Escuela de Medicina en los últimos años del siglo diecinueve y principios del veinte: “Malos tiempos corrían por la Universidad de Antioquia a fines del siglo pasado… Reinaba el concepto de que el estudiante, por razón de sus pocos años, e inexperiencia, era una especie de reo a quien debía mantenerse encadenado de cuerpo y de conciencia… Los calabozos de la Universidad de Antioquia, concepción de perturbados mentales son algo digno de recuerdo para darse cabal cuenta de la torpeza de la especie humana y del afán de persecución que tortura al hombre en determinadas épocas… Los calabozos de la Penitenciaría de Tunja, de la Ciega de Honda, o del Panóptico son amables alcobas de amor en comparación con los de la Universidad montañesa”54.

Luz al final del túnel. Después de la tempestad viene la calma. Toda crisis trae tras de sí la prosperidad. Son adagios que pueden aplicarse a los desarrollos que vivió la Universidad de Antioquia luego de abandonar los

prosaicos menesteres y superar, sólo transitoriamente, los tiempos difíciles.

Para ello, la llegada a la rectoría del médico y naturalista Miguel María Calle entre los años 1913 y 1921, y el nombramiento como gobernador de Antioquia del abogado, académico, escritor y político Clodomiro Ramírez, entre 1912 y 1913, fueron hechos decisivos, enmarcados en un giro temporal de ciento ochenta grados que dio la política en el ámbito regional, en cuyo eje gravitaron no sólo mentes jóvenes librepensa-doras como las de don Miguel María y don Clodomiro, entre otros, sino también las de figuras de trayectoria como don Carlos E., quien, ya no como representante de los “tiempos oscuros” y “dogmáticos”, se dio a la tarea de nuclear una “sociedad de pensamiento” que “se propuso desarrollar una hegemonía cultural desde la naciente sociedad civil, a través de estrategias de producción y divulgación intelectual muy complejas y de muy variados campos de acción social y cívica”55.

Tal remozamiento de la actividad política, educativa y cultural trajo tras de sí un momento menos traumático para la Universidad de Antioquia, que en 1917 ya experimentaba un incremento notorio de la población univer-sitaria, tal como lo detalla una monografía sobre Medellín escrita por Mariano Ospina y Jorge Rodríguez56. Allí se afirma que la Universidad de Antioquia “tiene actualmente 411 alumnos de los cuales 159 en Filosofía y Letras, 35 en la Escuela de Derecho y 131 en la de Medicina. Anexo está el Liceo Antioqueño con 353 alumnos”57

“El gran reformador de la Universidad, el médico Miguel María Calle, empezó desde su posesión como rector en 1913, a modernizar toda la institución”, afirma el historiador Luis Fernando Molina Londoño58, cu-yos estudios académicos y arquitectónicos contribuyeron a cimentar los procesos de restauración de varias edificaciones en Medellín en las últimas décadas del siglo veinte. Entre esos proyectos están el Palacio de la Cultura Rafael Uribe Uribe, el Edificio de San Ignacio (Paraninfo) y los edificios históricos de la Facultad de Medicina de la Universidad de Antioquia.

Inconforme “con que la juventud estudiosa viviera en un local destartalado y sucio y que los dormitorios estuvieran plagados de insectos”59, el rector Calle acometió como una de las primeras tareas “darle a la Uni-versidad el edificio que ella merecía”60. Éste fue levantado en el mismo sitio que ocupaba el “local destar-talado y sucio” en el cruce de la calle Ayacucho con la carrera Girardot. Los planos los elaboró y ejecutó el arquitecto Horacio M. Rodríguez, y éstos recibieron aprobación del Concejo Municipal, previo concepto de la Sociedad de Mejoras Públicas.

La “Guía de Medellín y sus alrededores”, escrita en 1916 por Jean Peyrat61, ofrece la siguiente fotografía instantánea de la capital que se esmeraban por alcanzar mayores niveles de desarrollo: “Medellín es una ciudad pequeña y nueva. No hace muchos años que empezó a desarrollarse dentro de los modernos conceptos de ur-banización. No tiene recuerdos históricos. Hay contados lugares de entretenimientos públicos. Comienza apenas un pequeño movimiento social que cambiará por otra más amable la vida afanosa y conventual que llevamos”62.

En su anecdótica obra, Peyrat63 dejó dicho: “No es pues nuestra ciudad un lugar apropiado para las excursio-nes de los turistas”64, ni tampoco un emblema de actividad cultural, puesto que “si se les compara con los de las grandes capitales, el Museo y la Biblioteca de Zea [los principales centros de la época], no tienen importancia, como no la tendría, por su parte, la ciudad”65.

Este modesto retrato de la ciudad realza los propósitos misionales de don Miguel María Calle, quien, para sacar adelante con celeridad la construcción del primer edificio digno que tendría la Universidad, no dudó en

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Biblioteca Central. Panorámica desde el costado norte de la Plazoleta Central

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pedirle al gobierno de Antioquia que destinara “algunos obreros de la penitenciaría y ojalá entre ellos hubiera dos o tres oficiales de los que trabajaban en la catedral que según me informan ya no tienen trabajo en ella”66.

Asimismo propuso “dar la orden para que nos permitan traer arena de una veta que el Departamento tiene por los lados de la Ladera”67.

Con el correr de los días y sorteando toda clase de barreras, la emblemática sala del Paraninfo estuvo lista en 1917 y el hoy Edificio San Ignacio –de estilo republicano y con materiales de guadua, cañabrava, tapia, tierra con boñiga, madera, adobe cocido y adobe crudo– fue terminado en 1921.

“El edificio del Paraninfo –opina el historiador Molina Londoño– es el resultado mismo de la nueva cultura que adoptó y asimiló la ciudad, muestra y manifestación innegable de una ‘burguesía’ en el sentido exacto de la palabra, con nuevos gustos, educación diferente a la tradicional y más dinero…”68.

¿Y los calabozos? ¿Y los cepos? El rector Calle determinó que desaparecieran, “con el ánimo de expresar de manera simbólica los cambios modernos que la Universidad estaba viviendo en ese momento… El hecho de des-truirlos y de instalar allí la rectoría tenía el claro significado de la clausura de una época y el inicio de otra, guiada por el quehacer académico según criterios más racionales, reflexivos y científicos”69.

Otra obra física de la que se apersonó el rector Calle –con el respaldo de la Asamblea Departamental que para ello expidió la Ordenanza 14 del 1º de julio de 1918–, fue la construcción de una sede para la Escuela de Medicina, proyecto que le abrió paso no sólo a la construcción de cuatro bloques simétricos –aunque a la postre sólo fueron construidos dos: los actuales edificios de Bioquímica y Morfología–, sino también a la construcción de un edificio aparte para la Escuela de Derecho, en la carrera Girardot, entre las calles Ayacucho y Pichincha.

El espíritu de dicha ordenanza era “separar en locales independientes las diferentes Escuelas que conforma-ban la Universidad, según el modelo francés considerado en ese entonces el ideal en materia de organización universitaria. Dicho concepto revocaba la idea de que la Universidad era el edificio y que en él debían estar aglo-meradas todas las enseñanzas”70.

Según el historiador Molina Londoño, los edificios de Medicina y de Derecho “nacieron y crecieron juntos; son contemporáneos y producto del exótico ingenio de Agustín Goovaerts… Su diseño y construcción fueron paralelos y casi simultáneos, pero el de Derecho fue terminado más rápidamente, gracias a la voluntad política de la clase dirigente egresada de esa Escuela”71.

Aunque a los ojos del rector Miguel María Calle la nueva edificación daría solución a los problemas locativos que desde las dos últimas décadas del siglo diecinueve y la primera del veinte afrontaba la Escuela de Medicina, lo cierto del caso es que a menos de quince años de que la bella obra del arquitecto Agustín Goovaerts estuviera en funcionamiento, fue necesario comenzar a pensar otra vez en una urgente ampliación del espacio para darle cabida a más salones de clase, a más laboratorios y a más oficinas, debido a que en ese mismo sitio se concen-traron, además de medicina, los estudios de odontología, enfermería y farmacia, con un creciente número de alumnos.

De esa forma se evidenció la falta de los dos bloques que por carencia de dineros oficiales se le suprimieron al proyecto que ejecutó Goovaerts: concretamente los que iban a quedar sobre la calle Carabobo.

La creciente preocupación condujo, a partir de 1944, a la construcción de otro inmueble –más modesto que el de Goovaerts–, el cual, según Molina, atropelló la arquitectura y el entorno de los edificios de la Escuela de Medicina, debido a su decoración “árida y severa” que “le imprimió al sector un ambiente pobre y sepulcral”72. Este bloque sin gracia fue levantado en el terreno que quedó baldío como consecuencia del mutilado proyecto del rector Calle.

Por su parte, el edificio de la Escuela de Derecho sirvió de albergue a alumnos, profesores y empleados hasta finales de la década de los años sesenta, fecha en que las actividades académicas y administrativas fueron tras-ladadas a la recién construida Ciudad Universitaria, el moderno y bello campus que desde entonces ocupa la Universidad de Antioquia, construido bajo la dirección del médico Ignacio Vélez Escobar.

A mediados del siglo veinte, Medellín era una ciudad con una dotación de obras físicas que en buena parte borraba el aspecto aldeano de cinco décadas atrás, pero la construcción de ellas no siguió los lineamientos de

un plano regulador. Tal vez por eso podría admitirse como excusa la ausencia notoria de un espacio que hubiese sido pensado, diseñado y destinado para las laboreas formativas, investigativas y culturales de la principal uni-versidad pública de la región, labores que se cumplían sin articulación entre ellas en los edificios dispersos del centro de la ciudad y lugares periféricos a éste.

En 1937 un informe oficial daba cuenta de que a la planeación “no se la ha dado la importancia que merece, parece que por falta de meditación de las altas esferas del Municipio”73. Y se quejaba el informante –el ingeniero

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de Servicios Públicos José Martínez– de que la oficina destinada para tales menesteres “sólo tiene el Ingeniero de Planeamiento y a su ayudante, a los cuales no les alcanza materialmente el tiempo para dar los alineamien-tos para las nuevas edificaciones, reconstrucción de las antiguas y perfiles para la construcción de aceras en la ciudad, barrios y fracciones, y más cuando estos empleados tienen que salir a su trabajo en tranvía o a pie por falta de automóvil”74.

El modesto plano que tuvo la ciudad en 1911, denominado Plano de Medellín Futuro, fue concebido median-te un concurso público orientado por la Sociedad de Mejoras Públicas, con motivo del centenario de la indepen-dencia de Antioquia.

Los planos reguladores se convirtieron en exigencia para los municipios colombianos a partir de la expedición de la Ley 88 de 1947, producto de la cual fue aprobado por el Concejo Municipal el Acuerdo 2 de 1949 que or-denó crear la Oficina del Plano Regulador de Medellín, y permitió contratar para su estudio y elaboración los ser-vicios de técnicos nacionales y extranjeros. En concepto del ex alcalde Jorge Restrepo Uribe –ingeniero egresado de la Facultad de Minas de Medellín–, dicha oficina puede considerarse como la primera entidad de planeación que tuvo la capital antioqueña75.

La elaboración del primer plano regulador fue encomendada en mayo de 1948 a los arquitectos Paul Lester Wiener y José Luis Sert, quienes se comprometieron a entregar un análisis de las condiciones reinantes en la ciu-dad, un plan piloto de Medellín y de los municipios del Área Metropolitana, y un plan director.

Aunque el plan general para la reorganización y el crecimiento que debía experimentar la ciudad en la segunda mitad del siglo veinte fue exhaustivo en sugerir estudios detallados sobre la evolución y el uso actual y futuro del suelo –clasificando las zonas según su función: residencial, industrial, comercial, administrativa, cívi-ca, y de servicios sociales como educación, salubridad, cultura, deporte, zonas verdes y de seguridad, además de un plano de la conexión vial y de una red futura de comunicaciones–, pasó por alto el tema de la urgencia de una ciudadela universitaria moderna y funcional que no sólo pusiera freno a la dispersión de edificios que albergaban a la fraccionada Universidad de Antioquia, sino que simbolizara el deseo de modernización de la ciudad y de la región, como lo fue en su concepción, en la década de los años treinta, la Ciudad Universita-ria de la Universidad Nacional de Colombia, en Bogotá. O como lo fue, menos de dos décadas después, la monumental Ciudad Universitaria de la Universidad Nacional Autónoma de México, “un documento clave de la historia cultural del siglo XX” que no sólo simboliza “la educación superior pública como compromiso de la revolución institucionalizada”, sino que contribuyó a que “la vida en la ciudad de México y el rumbo del país cambiaran para siempre”76, según su ex rector Juan Ramón de la Fuente. En la vecina Venezuela también lo fue la Ciudad Universitaria de Caracas, construida por etapas entre 1944 y 1960, la cual es considerada uno de los más significativos ejemplos de la arquitectura venezolana y americana.

El plan de Wiener y Sert sí dejó dicho, pero apenas a groso modo, que “los servicios educacionales y otros servicios sociales, están regados por la ciudad sin ningún plan lógico”, y que “los nuevos edificios de la

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Universidad de Antioquia muestran una mayor perspicacia y una vista más amplia del desarrollo futuro de la ciudad”77. Sólo eso.

¿Qué circunstancias y qué hechos, entonces, hacen posible la construcción de un campus, como el actual, para el Alma Máter de los antioqueños?

Es innegable que en el pasado de la Ciudad Universitaria de Antioquia están los esfuerzos de hombres pú-blicos como: Pedro Justo Berrío y su temprana preocupación por espacios adecuados para la enseñanza y la práctica académica y médica: “La enseñanza que se da en esta escuela [Medicina] exige para ella un local aparte del de las otras, y el edificio del antiguo Colegio del Estado, hoy perteneciente a la Universidad, tiene apenas la capacidad bastante para la escuela de Literatura y Filosofía, Jurisprudencia e Ingeniería”78; Miguel María Calle, Emilio Robledo y Antonio Mauro Giraldo, en cuyas rectorías –entre 1913 y 1928– “la Universidad republicana inicia los más ambiciosos planes de remodelación física y transformación académica”79; y Clodomiro Ramírez, entre otros, “quien logra consolidar la Universidad y proyectarla cultural y simbólicamente en la región y en el país, para así dar paso a una de las edades de oro de la institución a lo largo de su historia”80.

Éstos y otros antecedentes del espíritu y de la cultura universitaria, afortunados desde todo punto de vista, cimentaron la creatividad, el sentido de pertenencia y el apego a los principios de la educación pública en estu-diantes y profesores, sobre todo en aquellos que con el transcurrir de los años entrarían a regir los destinos de la Universidad desde los diferentes cargos académicos y administrativos.

Entre ellos sobresaldría –desde el momento mismo en que en febrero de 1935 ingresó como estudiante de la Facultad de Medicina, y luego como profesor, jefe de clínica quirúrgica, decano, rector y jefe de pro-gramas de desarrollo de la institución– don Ignacio Vélez Escobar, quien, más tarde en calidad de concejal y alcalde de Medellín, gobernador de Antioquia, senador de la República en tres periodos y representante gubernamental en misiones internacionales, mantendría los ideales universitarios en el centro de la actividad pública y del ejercicio profesional.

La historiadora María Teresa Uribe sostiene que “las transformaciones multilaterales de la Universidad de Antioquia en la década de 1960 se prepararon en el decenio de 1950 con los cambios en la Facultad de Medicina, la más representativa, la menos afectada por la crisis de 1936 y de 1950, y quizás también la que

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mejor conservaba su sentido de élite”81 Y precisa que “al frente de las reformas iniciadas en la Facultad de Medicina estuvieron el decano, doctor Braulio Henao Mejía, y el doctor Ignacio Vélez Escobar, en su condi-ción de profesor y posteriormente como decano y como rector de la Universidad. Teles reformas se enmar-caron en ese ideal de modernización y desarrollo que paulatinamente se gestaba en Colombia y que tenía como referente a estados Unidos, país que encarnaba los valores asociados con el progreso, la democracia y el desarrollo científico y técnico”82

Los principios y los objetivos que habrían de darle vida a la obra magna del médico Vélez Escobar –la Ciudad Universitaria–, estaban enraizados en el convencimiento suyo de “una verdadera y sincera justi-cia social”, sintetizada así el día que asumió la gobernación del departamento (15 de enero de 1961 ante el Tribunal Superior de Antioquia): “Que la propiedad desempeñe una verdadera función social, que se logre una justa reforma agraria, que se paguen los impuestos correctamente distribuidos, que el salario sea apropiado y las cosechas pagadas a su precio debido, que no se especule con artículos esenciales, y que el obrero desempeñe su misión con entusiasmo”83

En ese mismo acto, sentenció: “La Universidad de Antioquia en particular, puede estar segura que cumpliré el juramento prestado el día que me otorgó mi grado académico, y con la ayuda de todos sus miembros: directivas, profesores y alumnos, continuaré luchando por su engrandecimiento”84. Promesa que cumplió en forma cabal, puesto que ejerciendo la rectoría entre los años de 1963 y 1965, luego de ser gobernador, no sólo lideró importantes y a la vez polémicos cambios académicos y curriculares, sino que, como eje articulador de todos ellos, concibió, planeó, financió e hizo realidad el proyecto constructivo y arquitectónico de la Ciudad Universitaria, considerado uno de los más bellos campus de América Latina. “Nuestra meta –recuerda don Ignacio– era llegar en corto plazo, como lo hicimos, a los 10.000 estudiantes universitarios, partiendo de los 1.569 con que recibí la rectoría. Por eso era perentorio darle un cambio total a la Universidad. Y lo primero que hicimos para hacer realidad eso y la Ciudad Universitaria fue crear la Oficina de Planeación. Un gran acierto fue elegir para esa nueva dependencia al arquitecto César Valencia Duque, quien desempeñó el cargo hasta la culminación del proceso [la construcción de la Ciudad Universi-taria]. Sin duda a su inteligencia e incansable labor se debe el éxito del programa”85.

Y si Valencia Duque triunfó gracias a su innegable talento y laboriosidad, ello habría resultado imposible de no haber sumado como compañeros de expedición a los también arquitectos, y personas de una profun-da sensibilidad humana y social, Ariel Escobar Llano, Raúl Fajardo Moreno, Augusto González, Edgar Jaime Isaza y Juan José Posada.

“A pesar de los grandes adelantos de nuestra Universidad en los últimos años, debido al esfuerzo de muchos, pero en especial de mis antecesores en esta Rectoría, es preciso, para que podamos atender a las urgencias de nuestro país, en su pubertad histórica y en su tremendo despertar social, que hagamos un esfuerzo gigantesco y dinámico por continuar mejorando nuestra Universidad, pero ahora a un ritmo mucho más rápido que nunca”86, dijo el médico Vélez Escobar al aceptar la honrosa designación del Consejo Superior Universitario, presidido por el gobernador Mario Aramburo Restrepo.

Hoy, tales palabras confirman que, si de la Ciudad Universitaria de Antioquia se puede afirmar que es emble-ma de inteligencia y creatividad desde el punto de vista humano, que es una de las más coherentes creaciones

“La Universidad de Antioquia en particular,

puede estar segura que cumpliré el juramento

prestado el día que me otorgó mi grado académico,

y con la ayuda de todos sus miembros: directivas,

profesores y alumnos, continuaré luchando por su

engrandecimiento”

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urbanísticas desde el punto de vista físico, y que es un logro arquitectónico, escultórico y artístico de quienes la idearon y la gestaron bajo el criterio ético y filosófico de otorgarle a la educación superior colombiana un espacio de encuentro vital, su creación es producto de un largo devenir histórico, social, político y cultural, lo mismo que de un encadenamiento de anónimas y públicas historias de vida.

Y, aunque eran muchas las iniciativas que giraban en la mente emprendedora del nuevo rector, el propósi-to de construir una Ciudad Universitaria estaba alojado en lo más profundo de su cerebro como una idea fija, irredimible. De ahí devino una actitud obsesiva y febril por dicho proyecto que no encontró freno ni siquiera cuando por efecto de una aguda huelga estudiantil, que se extendió a las principales ciudades del país, tuvo que abandonar abruptamente la rectoría a finales de 1965.

En aquel momento el proyecto era algo así como una frágil escultura de barro pacientemente amasada y moldeada, pero a la que le faltaba el proceso final de cocimiento al fuego. Con la tenacidad propia de su férreo carácter, don Ignacio pidió al rector y amigo que le sucedió, don Lucrecio Jaramillo Vélez, que le nombrase en un cargo subalterno en la Universidad –director de programas de desarrollo–, con la sola intención de que la obra de la Ciudad Universitaria no se paralizara y tuviera un final feliz. De lo contrario, las futuras generaciones de bachilleres en Antioquia habrían seguido sometidas a la frustrante vivencia de una educación superior exclusi-va para élites pudientes.

Además del nuevo cargo que pasó a desempeñar el ex rector Vélez Escobar, don Lucrecio procedió a crear un comité dinamizador del proyecto y asesor del grupo de arquitectos en asuntos de programación, planeamiento y construcción de la ciudadela. También fue de su competencia aprobar los estudios arquitectónicos, establecer el sistema administrativo, programar las licitaciones y determinar la forma de llevarlas a cabo.

En diciembre de 1965 se hizo pública la primera licitación, con el objeto de ejecutar la estructura de concre-to para el primer bloque del Núcleo de Ciencias, con un área aproximada de 17.000 metros cuadrados. “Este primer contrato fue adjudicado el 15 de diciembre de 1965 a la firma Constructora Precomprimidos Ltda., que inició trabajos en enero de 1966”87

En la plataforma que sirvió de base para la consecución total de los dineros que demandaría la obra estuvie-ron, naturalmente, el entusiasmo, la vasta trayectoria y las conexiones nacionales e internacionales del ex rector Ignacio Vélez. Tales recursos provinieron de diferentes fuentes. Una donación por $25.000.000 de la Asamblea Departamental (Ordenanza 18 de 1961), luego de la venta del Ferrocarril de Antioquia. Un crédito flotante por $5.000.000 del Instituto para el Desarrollo de Antioquia. Un crédito del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) por 5.000.000 de dólares, cancelado por la Nación. Y $15.000.000 aportados por la Universidad. “En resumen, la financiación para la construcción de la Ciudad Universitaria se logró así: un 25% por la venta del Ferrocarril, un 50% por préstamo del BID, y el 25% restante por fondos de la Universidad, de auxilios nacionales, y venta de propiedades. Todas y cada una de estas gestiones fueron realizadas por mí, y así aseguramos la finan-ciación en que muy pocos creyeron”88, afirma don Ignacio en la memoria del proyecto, memoria que en forma de folleto exhibe como la insignia de su vida pública, por considerar que “la Universidad de Antioquia es la más grande obra cultural de este bello y querido pedazo del mundo que se llama Antioquia”89, y, la Ciudad Universi-taria, “una obra que es mi preferida dentro de las múltiples realizaciones que llevé a cabo”90.

NOTA:El informe pormenorizado sobre el primer plan general de desarrollo de la Universidad de Antioquia, el cual contiene las metas, objetivos, el programa académico, el programa administrativo, el programa físico, el programa de costos y el flujo de fondos y fuentes de financiación para el desarrollo del programa de construcción y dotación de la Ciudad Universitaria, además del equipo humano que desde el Consejo Superior, el Consejo Directivo, el Comité Ejecutivo y desde los diferentes cargos adminis-trativos y operativos participó en la ejecución del proyecto, favor consultarlo en:

Ignacio Vélez Escobar, “La nueva Universidad de Antioquia. 1968”, Folleto, Medellín, Biblioteca Central Universidad de Antioquia. Ignacio Vélez Escobar, “Historia de la nueva Universidad de Antioquia. 1963-1970”, Folleto, Medellín.

Además en : Ignacio Vélez Escobar, “La Gobernación de Antioquia. 1961”, Folleto, sin fecha de publicación.Tiberio Álvarez Echeverri, “Voz y presencia de Ignacio Vélez Escobar”, en: María Teresa Uribe de Hincapié (comp.), Universidad de Antioquia. Historia y Presencia, Medellín: Editorial Universidad de Antioquia, 1998, pp. 534 - 544.Alberto González Mascarofz, “La Ciudad Universitaria es la única obra pública en Colombia sin ser inaugurada”, Periódico ALMA MATER Universidad de Antioquia, Edición 522, junio de 2004, Medellín.

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Siempre y en todo lugar, el artífice de la Ciudad Uni-versitaria, don Ignacio Vélez Escobar, exalta al arquitecto

César Valencia Duque como la persona avezada y sesuda que supo coordinar, con la precisión de un fino relojero,

todos los pormenores de esta joya de ladrillo, teja de arci-lla cocida, piedra, arena, granito, madera, hierro, aire, luz

natural, agua, naturaleza viva, hormigón y obras de arte.

Don César Valencia dirigió la Oficina de Planeación de la Universidad de Antioquia luego de haber desem-

peñado el mismo cargo en el Municipio de Medellín y en la Gobernación de Antioquia. Hoy no duda un

instante en reconocer que la Ciudad Universitaria de Antioquia es la obra que más satisfacción le produce

entre las muchas de su larga carrera profesional. Tal vez por eso en su mente anidan frescos, sin desdibujarse, los detalles y anécdotas de aquella época en que su casa de

habitación no era otra que el terreno en las afueras de la ciudad que le dio vida al campus. “Nadie sabe cuán-

to disfruté yo cada minuto de la Ciudad Universitaria, al punto de que de allá no me fui hasta que no estuvo

terminado el último edificio”, afirma.

—¿Cómo era el Medellín de mediados del siglo vein-te, cuando ni siquiera había comenzado a germinar el

proyecto de la Ciudad Universitaria?

—En el Medellín de hace apenas sesenta años, la clase dirigente era muy pero muy conservadora y la Iglesia tenía

un poder muy grande. A mí, como director de lo que se llama en ese momento Plano Regulador, me tocó presentar

al Concejo de Medellín en 1959 el primer plan director de la ciudad, que fue basado en un plan que hicieron los

urbanistas Jose Luis Sert y Paul Lester Wiener. El Plano Regulador yo lo convertí en Oficina de Planeación con el

Y es que en ese tiempo las huelgas contra el gobierno, que las hacía la Facultad de Medicina, era cosa muy brava. Pero oígase bien, cosa bra-

va… Hoy lo que ocurre es nada comparado con aquella época. Y muchos estudiantes que eran considerados revolucionarios porque participaban en

todas las huelgas y pedreas, hoy pertenecen a la clase alta.

César Valencia Duque

Cuando empezamos el proyecto de la Ciudad Universitaria las fuerzas de derecha dijeron

¡Y cómo van a juntar a todos esos tipos en un solo sitio!

objeto de introducirle a la planeación, que era meramen-te física o urbanística, los aspectos económicos y sociales.

Bajo esa filosofía se creó el famoso plan director, que fue el primer documento oficial que tuvo Medellín para impulsar

su desarrollo. Antes de éste existió el plan piloto de Sert y Wiener. O sea que al planear la ciudad con una nueva

concepción, tratamos de arreglar la parte social.

—Pero quienes hablaran de lo social, en ese enton-ces, eran mirados con desconfianza.

—Yo estaba recién llegado de Europa que en esos mo-mentos enfrentaba los problemas finales de la posguerra.

Estuve radicado en Roma entre los años 55 y 57. Vivíamos en un ambiente muy social porque todos los estudiantes

y los profesores nos considerábamos comunistas. Recuer-do que recién posesionado del cargo en el Plan Director, me citaron al Concejo porque los tugurios que crecían en

la ciudad tenían muy preocupados a los concejales y a los señores de la administración municipal. Les parecían

muy feos. Querían que les dijera cómo impedir las zonas tuguriales. A sabiendas de que la situación era muy con-

servadora, yo preparé unos documentos, hice un informe sobre el número de tugurios y dónde estaban localizados. Lo primero que yo dije en el Concejo fue que el proble-

ma no era de tugurios sino que el problema era de ingre-sos, porque la gente no tenía plata para comprar vivienda.

Ese fue el eje central de mi exposición. Además dejé en claro algunos puntos. Por ejemplo, que por medio de la acción comunal podíamos explorar soluciones, sin que

pudiera pretenderse que así íbamos a encontrar una so-lución definitiva porque, insistí ante el Concejo, mientras

existieran unas diferencias sociales tan marcadas la ciudad y el país seguirían teniendo tugurios. ¡Y qué he dicho por

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Muchos se sorprenden de encontrar un cam-pus que es realmente bello. Otros se sorprenden

porque vienen con muchas ideas ostentosas en la cabeza y allí chocan contra un contraste. Uno

de ellos concluyó que la única edificación que tiene personalidad arquitectónica en este depar-tamento es la Universidad. No es que no hayan

otras obras bonitas. Las hay, por supuesto. Pero si uno se pone a averiguarles el pasado, encuen-

tra que la mayoría son copias. En arquitectura, como en todo, hay copias. Y en Colombia hay

mucho copista. El plagio y la ostentación son dos pecados capitales que le han hecho mucho mal

a Colombia. El primero, porque niega de plano la búsqueda de la identidad y desvirtúa el paisaje

urbanístico. El segundo, porque atenta contra los recursos financieros, y no olvidemos que cuando

son recursos públicos, éstos siempre son esca-sos, lo que, en la práctica, genera los más gran-

des despilfarros. No olvidemos que en Colombia la mayoría de las obras que se hacen con dineros

oficiales son una afrenta contra la pobreza.

Dios! ¡Qué polvero el que se armó! Yo no entendía esa reacción de la clase política. Al día siguiente me llamó

el alcalde, Ricardo Posada Ochoa, y la primera pregunta que me hace es, ¿Oiste, vos dizque sos comunista? Yo al escuchar la pregunta creí que me había tragado la tierra.

Al alcalde le expliqué lo que había dicho, aunque no negaba que me había formado en un ambiente socialista. Afortunadamente yo era muy amigo de monseñor Henao Botero, el rector de la Universidad Pontificia Bolivariana,

donde yo era profesor. Lo llamé y le dije lo que me estaba pasando. Él largó una carcajada y me dijo no te preocupés

que a mí por tenerte aquí me dijeron lo mismo. Lo cierto es que él arregló las cosas con el alcalde y hasta con el arzobispo, porque hasta él llegaron los comentarios de

que yo era comunista.

—En últimas, ¿qué se dijo de la propuesta?

—Nada, porque otro hecho que me trajo dificultades con el Concejo es haber dicho que Medellín lo que nece-sitaba era un plan quinquenal. ¡Ay por Dios! ¡Eso también alborotó el avispero! Y todo porque el único que hablaba

de planes quinquenales era Rusia. Mis argumentos eran serios porque yo proponía que la ciudad supiera qué se

iba a gastar en cinco años. En términos generales, lo que hoy nos produce risa eran grandes problemas en el Mede-

llín conservador de los años cincuenta.

—En ese Medellín que comienza a dar un giro, ¿cuál era el papel y cuál era la influencia de la Universidad

de Antioquia?

—Había una cosa muy rara. La Universidad de Antioquia no existía con la cara que tiene hoy. Nadie hablaba de Univer-

sidad de Antioquia. Se hablaba sí de la Facultad de Medicina que tenía una gran presencia, de la Facultad de Derecho,

del Paraninfo, de la Facultad de Economía recién fundada. Y cuando alguien hablaba de Universidad de Antioquia lo más seguro era que se estaba refiriendo al Liceo Antioqueño. Esa

asimilación se dio incluso por mucho tiempo después. La gente no tenía un concepto de Universidad porque la Univer-sidad existía pero dispersa. Tampoco la Universidad tenía una presencia muy fuerte en las decisiones de la ciudad, al punto

que cuando empezamos a hacer el proyecto de la Ciudad Universitaria las fuerzas de derecha dijeron ¡Y cómo van a

juntar a todos esos tipos en un solo sitio! ¡Eso es muy peligro-so, mejor dejémoslos como están! Y es que en ese tiempo las

huelgas contra el gobierno, que las hacía la Facultad de Medi-cina, era cosa muy brava. Pero oígase bien, cosa brava. De la Facultad salían echando piedra y así llegaban al centro. Todo lo acababan. Volvían miseria el centro de la ciudad. Yo tenía

la oficina en el edificio La Ceiba y hasta allá llegaban los gases lacrimógenos. Y como a lo que más le tiraban era a las vitrinas, ahí comenzaron a aparecer las cortinas metálicas. Hoy lo que

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ocurre es nada comparado con aquella época. Y muchos es-tudiantes que eran considerados revolucionarios porque par-ticipaban en todas las huelgas y pedreas, hoy pertenecen a la

clase alta. Por esa época se creó la Facultad Nacional de Salud Pública, la cual, por estar más relacionada con los problemas sociales, fue muy combativa. Allá me llevó en varias oportu-nidades el doctor Héctor Abad Gómez a dictar conferencias

sobre cómo entender los nuevos conceptos de la planeación.

—¿Cómo se produce la vinculación suya con la Uni-versidad de Antioquia?

—Cuando llegué de Roma seguí siendo muy universi-tario y a pesar de tener el rótulo de comunista fui profe-sor de la Universidad Pontificia Bolivariana a la que me

vinculé muy estrechamente. Por esa época –1957– hubo un congreso mundial de arquitectos en Moscú, una

capital a la que era muy difícil entrar por pertenecer a la Unión Soviética, a la Cortina de Hierro. Yo tuve la opor-tunidad de asistir allí por espacio de un mes. Recuerdo

que tiempo después, cuando me nombraron funcionario de la Alcaldía de Medellín, el diario El Colombiano tituló la noticia así: Arquitecto que estuvo en Rusia, nombrado jefe del Plano Regulador. Hoy eso suena a cosa muy gra-ciosa, pero en aquel entonces la noticia causaba impacto porque El Colombiano era tan conservador como conser-vadora era la ciudad. No sé si todavía es igual. Ese viaje a Rusia nos hizo bajar los humos de comunistas a todos los

que fuimos al congreso porque, aunque no sabíamos el idioma, sí captamos la realidad tan dura que allí se vivía por aquello de la KGB. Ahora, mi entrada a la Universi-

dad obedece fundamentalmente al doctor Ignacio Vélez Escobar que, como paradoja, era un tipo totalmente de

derecha. Con el paso del tiempo hicimos muchas migas. Él me conoció cuando estuve en Planeación Municipal. Al

ser nombrado él gobernador, me llamó para que funda-ra la oficina de Planeación del departamento. También de mí se tenían referencias porque yo fui el que hice el plan director de la Universidad de Medellín, cuyas edi-ficaciones comenzaron a construirse antes de la Ciudad Universitaria. Ignacio salió de la gobernación porque le

hicieron una maturranga y terminó renunciando. Luego lo nombraron rector de la Universidad de Antioquia porque él quería hacer una transformación completa, o sea aca-démica, administrativa y física. Y algo que le dio mucho

impulso a la construcción de la Ciudad Universitaria fue la venta del Ferrocarril de Antioquia en 1961. De esa plata

se destinaron 25 millones de pesos para la futura ciudade-la, pero en ese momento no existía una idea clara sobre

el futuro desarrollo de la Universidad, menos aún se sabía cuáles iban a ser las características del nuevo campus.

—¿Cómo se arraiga esa idea de Ciudad Universitaria en los proyectos del doctor Ignacio Vélez?

—Para Ignacio, cuando lo conocí, la Ciudad Universita-ria era una obsesión. Él quería juntar toda esa Universidad

dispersa en torno a un plan académico. Mejor dicho, el planeamiento de la Universidad debía girar en torno a un

plan académico que nunca se cumplió. Y nunca se cumplió porque los opositores decían que era una copia de las uni-versidades de los Estados Unidos. Eso no fue cierto porque

yo participé en su elaboración. Esa concepción fue clave en la consecución de las platas dentro y fuera del país. Cuando Ignacio me dijo hay que construir una Ciudad Universitaria,

lo primero que hicimos fue fundar la Oficina de Planeación.

—Si la Universidad estaba dispersa, ¿cómo logran unidad y respaldo en torno a la idea?

—Lo primero que hicimos fue empezar a crear conciencia de universidad con los directivos, a quienes

comenzamos a convencer de que la Universidad no podía ser una suma de cosas, sino que fuera una insti-

tución integral que se proyectara a su comunidad y a la sociedad. Propusimos la idea y la gente se entusiasmó.

Una cosa que ayudó mucho a ese entusiasmo fueron los 25 millones que le entregó la Asamblea de Antio-

quia a la Universidad.

—Se sabe que para llegar al tipo de universidad que escogieron hubo mucha discusión.

—Sí. En primer lugar se nombró una comisión para que buscara los terrenos. Esa comisión la integraron

personalidades de la ciudad, entre quienes estuvieron los doctores Carlos J. Echavarría y Raúl Fajardo. El primer

interrogante de la comisión estaba relacionado con el tipo de universidad que se quería. Entonces ahí fue donde se armó una discusión muy interesante. De todas las ideas

que se expusieron a lo largo de las discusiones surgieron tres propuestas básicas sobre el sitio donde se debía cons-

truir la Ciudad Universitaria. La primera, remodelar las viejas edificaciones de la Universidad en la zona de San Ignacio. Esa propuesta se hizo porque en aquel tiempo

en la mente de muchos arquitectos no existía el concepto exacto de patrimonio histórico. Remodelar equivalía a de-

cir tumbemos todos esos edificios viejos. En ellos funcio-naban Estudios Generales y las Facultades de Economía y de Derecho. El objetivo de los proponentes de esta idea era construir una serie de torres, al estilo de la Universi-

dad de Nueva York, cerca de las desaparecidas Torres Ge-melas. Esa universidad son cuatro edificios imponentes, o sea que hay un aprovechamiento importante de la altura. En realidad esta propuesta llegó a tener mucha fuerza. De haberse optado por ella, los resultados desde hace mucho

rato hubieran sido inconvenientes. Miremos no más el crecimiento de la población que ha tenido la Universidad

y el número de vehículos que hoy concentra en su cam-pus, para darnos cuenta de que habríamos generado un

caos inimaginable en el centro de Medellín. Mejor dicho, con la Universidad en el sector de San Ignacio habríamos privado al departamento de una de sus más bellas cons-

trucciones arquitectónicas y buena parte del centro de la ciudad estaría colapsado por la congestión.

—¿En qué consistía la segunda propuesta?

—La segunda, la cual yo diría que era impulsada por los sectores de la derecha y de la extrema derecha, era hacer

un campus retirado de Medellín. El ejemplo que ponían era el de la Universidad de Stamford, en Connecticut. Para ello se pensó en la región del Oriente o más exactamente

en inmediaciones del municipio de Rionegro. Se decía que este proyecto permitía la construcción de un campus am-plio. Al fin y al cabo la tierra en esa época valía allí mucho

menos que en Medellín. También se decía que el clima permitiría una arborización formidable y que el paisaje

contribuiría a una gran belleza, lo que es cierto. Esta idea también tenía una acogida muy buena pero por una razón no de estética sino política y era que la extrema derecha y las gentes que le tenían miedo a las revueltas estudiantiles

pensaban que si se llevaban lejos la Universidad, así se

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dificultaban las marchas de protesta y el boleo de piedra. Y si pensaban así era porque en ese momento la cosa con los

universitarios era muy fuerte. Ellos constituían una fuerza muy cohesionada. Y el asunto de la piedra era de marca

mayor. Era una cosa tan brava que una de esas pedreas le costó el puesto a Ignacio como consta en su hoja de vida y

en la historia de la Universidad, pero ese es tema de otro capítulo. De todas formas esta segunda propuesta hubiera

elitizado la Universidad porque hoy en día lo primero en lo que tendría que pensar la familia de un estudiante de Me-dellín y del Valle de Aburrá antes de la matrícula, sería en

los costos del sostenimiento y en la necesidad de disponer de transporte particular, al estilo de muchas universidades privadas aquí en Colombia y en muchas partes del mun-

do que funcionan por fuera de los centros urbanos. A ello se agrega que la Medellín del presente sería una ciudad

amputada por carecer en su entorno del más importante centro educativo de esta región del país. Por supuesto que con la Universidad en la región de oriente, Rionegro sería

una zona muy distinta de la que es hoy.

—¿Y la tercera propuesta?

—Era la de construir un campus urbano, ésa la impulsá-bamos quienes siempre hemos creído que la universidad no debe desprenderse de la comunidad y que a ella no hay por

qué temerle, así los estudiantes se enojen y causen estra-gos. En las discusiones sostuvimos que la Universidad debe

estar con la comunidad y al lado de ella. O, en palabras más exactas, debe ser el alma de la comunidad. El ejemplo más

a la mano que esgrimíamos era el de la Sorbona que está en el corazón de París. Ignacio Vélez, que dicen que es de

derecha, respaldaba plenamente esta propuesta. Él me decía con insistencia: la Ciudad Universitaria tiene que quedar en

Medellín, tiene que ser un campus urbano.

—¿Y el proceso para conseguir el terreno cómo fue?

—La tarea que debimos emprender fue con el comité, que consideraba que en Medellín no había dónde. Así fue

como reforzamos la búsqueda, aunque yo estaba seguro de que íbamos a encontrar un sitio apropiado pues al fin y al cabo me servía la experiencia de años atrás cuando

concebí el Plan Director. Y en ese plan estaba decretada una amplia zona en la faja oriental del río Medellín para

la construcción del Parque Norte. Estudiando y estudian-do la cosa le echamos el ojo a ese terreno que se veía

ideal por muchas causas: era tierra oficial, tenía facilidad de servicios y para muchas personas estaba en las afueras

del centro y a la vez muy próximo a él. Cuando termi-namos los estudios de suelos recibimos muchas críticas pues se argumentaba que el nivel freático era muy alto. Eso a la larga no ha sido un problema mayor aunque sí

incidió por muchos años en los sótanos de la Biblioteca y del Teatro. Al tomarse la determinación de partir en dos aquel terreno, para la Universidad y el Parque Norte, se

iniciaron entonces las gestiones de negociación con el Municipio que culminaron con la venta de 449.157 varas cuadradas. La negociación fue sustentada por medio del Acuerdo 78 del 9 de diciembre de 1964. La escritura la

firmaron el 10 de junio de 1965. En ese acto quedó dicho que el terreno, situado aproximadamente a un kilómetro

del centro de la ciudad, tiene innumerables ventajas tanto para la Universidad como para el desarrollo urbanístico

de la ciudad. Y el tiempo nos ha dado la razón. Y más nos la ha dado con las obras para la cultura y la ciencia

construidas por la Alcaldía. Esta decisión nos dejó a mí y a Ignacio muy satisfechos. ¿Qué tal que hoy estuviéramos

arriba en Rionegro? Es más, si hoy se fuera a tomar la misma decisión sería un error pensar en Rionegro. La Uni-versidad Eafit compró allá y detrás de ella salieron muchas

otras universidades a hacer lo mismo, pero ese boom de hace algunos años ya se acabó.

—¿Cómo se concreta el proyecto una vez se tienen los terrenos?

—Procedimos a hacer un esquema tentativo que me tocó hacerlo a mí como director de la Oficina de Planea-ción de la Universidad. Y digo que me tocó hacerlo a mí, no por vanidad, sino porque en ese entonces una oficina no tenía la burocracia que tiene hoy. Del esquema tenta-

tivo se pasó al plan director y a los diseños arquitectónicos de la Ciudad Universitaria. Como nunca quisimos crecer la

burocracia vinculando por lo menos diez arquitectos a la Oficina de Planeación, Ignacio y yo estuvimos de acuerdo

en que era mejor contratar los planos de detalle, siguiendo las pautas del plano general que ya estaba listo. En esta

tarea acompañaron a la Universidad los arquitectos Raúl Bernal Arango, a quien designé como mi ayudante, Juan

José Posada G., Ariel Escobar Llano., Raúl Fajardo Moreno, Augusto González y Édgar J. Isaza. Debo resaltar algo muy

importante que incluso lo consignamos en un cuaderni-llo que publicamos en la década de los años sesenta y es

que los estudios de la obra dieron paso al Plan General de Desarrollo y luego al programa de necesidades y al pre-

supuesto tentativo. Fuimos conscientes de que había que salir a conseguir la financiación como primera medida, que ascendía a 131 millones de pesos, de los cuáles sólo había los 25 millones de la Asamblea de Antioquia. Entendíamos

que si hay algo que encarezca las obras es empezarlas a construir sin tener toda la plata. Así fue como se acudió

al Banco Interamericano de Desarrollo donde lo primero que nos pidieron fue un plan en el que se dieran a conocer

los costos y la forma como iba a funcionar la Universidad en la Ciudad Universitaria. Ahí fue donde surgió el primer plan integral de desarrollo de la Universidad. Es importan-

te resaltar el carácter de integral porque antes existieron planes parciales. Fue concebido a cuatro años. Con base en

ese plan integral le mostramos al BID que la Universidad estaba dispersa en la ciudad y que para darle cumplimiento

al proceso de transformación académica, administrativa y física, que tanto añoraba Ignacio, se necesitaban recursos de crédito internacional. Una vez definidas las áreas y el

presupuesto se solicitó el empréstito que se consiguió fácil porque Ignacio tenía mucha influencia. Además Diego Ca-lle Restrepo, ex ministro de Estado y luego gobernador de Antioquia y gerente de las Empresas Públicas de Medellín,

que en ese momento estaba trabajando en el BID, nos ayu-dó muchísimo. Pero el préstamo nos lo otorgaron porque los gringos vieron que teníamos una buena organización

y porque a partir del plan les quedó claro que estábamos bien enrutados no sólo en el aspecto físico de la Universi-dad sino en materia de reforma académica y administrati-

va. Eso fue clave porque en ese momento las universidades del país y de Latinoamérica eran muy desorganizadas.

—Hoy, cuarenta años después, nadie niega que la construcción de la Ciudad Universitaria se ejecutó me-

diante un proceso ejemplar.

—Hay algo especial para mencionar: con la plata que

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conseguimos logramos construir un diez por ciento más de las obras proyectadas. Hoy ocurre todo lo contrario:

con el doble del presupuesto se construyen menos obras de las que fueron proyectadas y nadie explica por qué. Ese logro fue una de las cosas buenas y es muy satisfac-

torio poder contar eso hoy.

—¿Y por qué se logra eso?

—La Oficina de Planeación Universitaria tenía una premisa fundamental: la austeridad. Es que si se nos

hubiera ocurrido construir un edificio como el que llaman inteligente de las Empresas Públicas de Medellín, escasa-

mente hubiéramos hecho el veinte por ciento de las obras con la plata que nos dieron. Construir una ciudad univer-sitaria austera y que sirviera para los fines propuestos fue uno de los objetivos centrales. Desde un momento Igna-

cio y yo fuimos claros en que no íbamos a hacer alarde de arquitectura. Yo plantee esa idea y estuve siempre atento

a que así ocurriera. Además, los arquitectos escogidos por la Universidad y los colaboradores del proyecto técnico

eran personas sensatas y aterrizadas.

—¿Cómo fue posible lograr tanta unidad arqui-tectónica?

—Sólo tengo una respuesta: yo asumí la dirección de principio a fin. Por eso allí no se ve un edificio distinto a otro. Si yo le hubiera entregado una parte a un arquitec-to, otra parte a otro, otra a otro, así como han hecho con muchas obras, eso hubiera quedado como un sancocho o como una colcha de retazos. Eso es lo bueno de tener

la batuta y, modestia aparte, la idea. Fíjese en la maqueta que con tanto cariño se conservar en la Biblioteca de la

Universidad y se da cuenta que no se diferencia en nada de lo que construimos. Son iguales. Cuando usted empieza a cambiar cosas en el camino, se enreda y las cosas cuestan

más. Eso pasa mucho. Nunca falta quien sugiera que esto lo pasen para allá y aquello para acá y lo otro para más allá. Eso fue lo que ocurrió con el Metro. Otra cosa fundamental

en la concepción y construcción de la Ciudad Universita-ria, así vaya en contra de mis colegas a quienes les encan-

ta darse ínfulas, es que nosotros no convocamos ningún concurso arquitectónico. Los concursos arquitectónicos

tienen un problema: la decisión no la toma el cliente sino que deciden los arquitectos que ganan el premio. Por eso nosotros hicimos las cosas como las hicimos y hoy vemos cómo la Ciudad Universitaria no tiene problemas para el

mantenimiento. Allá no hay enchapes innecesarios, allá no hay que echar ni pintura porque utilizamos materiales de

la región e, inclusive, aprovechamos el cascajo que encon-tramos en el subsuelo, y de una de las fincas de la Univer-

sidad trajimos la piedra gris con la que levantamos muchos muros que estarán en pie por muchas décadas. Eso abarató

mucho las cosas. Como se dice en Antioquia, todo fue hecho en casa y a la medida exacta de las necesidades.

Nadie sabe cuánto disfruté yo cada minuto de la Ciudad Universitaria, al punto de que de allá no me fui hasta que

no estuvo terminado el último edificio.

—Hubo bastante esmero por las zonas verdes.

—A ellas se les dio toda la importancia y a eso se debe que hoy la Ciudad Universitaria sea uno de los sitios no sólo más acogedores y bellos sino también más frescos.

Con sólo ver desde el aire ese verde intenso y de tonos va-riados, el espíritu se le refresca a uno. Para la arborización

y los jardines contratamos un ingeniero agrónomo, el señor Federico Sierra, y un especialista en árboles, el arquitecto Édgar Jaime Isaza. Mientras éste iba definiendo la locali-

zación de los árboles, Sierra determinaba qué especies se sembraban. Ellos planearon ese bosque en el que cuatro décadas después están sombrados los edificios de la Uni-

versidad. Este fue uno de los primeros proyectos en Colom-bia con planeamiento paisajístico y a eso ayudó mucho el conocimiento y la sensibilidad ecológica de Édgar Jaime.

—Igual ocurrió con las obras de arte.

—También le dimos toda la importancia al arte. Y como el propósito era la racionalización de los recursos, entonces

contratamos al maestro Rodrigo Arenas Betancur como empleado de la Universidad de Antioquia. A él se le paga-ba un sueldo y siempre cobró una cifra muy inferior de lo que en realidad valía su trabajo. También trabajamos con el maestro Pedro Nel Gómez. Con ambos nos divertimos

mucho, nos reuníamos con frecuencia y nos alegraba que fueran tan sueltos y graciosos. Pedro Nel se autoelogiaba

porque era un poquito creído. A los dos les tiró mucho Marta Traba y creo que eso influyó para que en Colombia no los reconozcan como deberíamos reconocerlos. En mi

concepto, las obras maestras de ambos artistas son las que están en la Universidad, porque los dos sabían la trascen-

dencia de la universidad en la vida de las sociedades. Eran hombres cultos. Por eso el maestro Arenas tiene un Prome-

teo en la Ciudad Universitaria de México

—¿Qué premisas se siguieron para el planeamiento de la Ciudad Universitaria?

—Los principios sobre los cuales se construyó la Ciu-dad Universitaria son los siguientes: la hicimos con base en un plan académico, utilizamos materiales autóctonos

con el fin de lograr una integración plástica con el paisaje, creamos un conjunto arquitectónico y urbanístico ho-

mogéneo, concebimos perspectivas variadas y ambientes propicios para el estudio, fuimos conscientes de la priori-

dad de disminuir costos y tiempo de ejecución, privilegia-mos las superficies dedicadas a la actividad educativa y le imprimimos al campus un sello de respeto por el peatón al mantener alejadas las zonas de tránsito vehicular, y un

sello de respeto por la naturaleza al reservar el espacio debido para las zonas verdes de tal manera que pudieran albergar una arborización exuberante que hoy la aseme-

ja a un jardín botánico por la variedad de plantas y por el cobijo que le da a cientos de especies naturales. En

resumen, logramos una obra funcional desde el punto de vista físico y arquitectónico que es ejemplo para Latino-

américa. Si nosotros hubiéramos cometido la burrada de ponerle aire acondicionado a toda la Ciudad Universita-

ria, como era la moda en las construcciones de entonces, hoy el mantenimiento de eso estaría costando esta vida y

la otra. Los gringos que nos visitaron decían que la Uni-versidad quedaba en un valle con aire acondicionado.

—¿Qué instituciones del extranjero participaron en la construcción de la Ciudad Universitaria?

—Primero hay que decir que por las visitas de los gringos, a nosotros nos criticaron mucho. Todos sabemos

que la gente se dedica a hablar por hablar. Sin ningún argumento decían que nosotros lo que estábamos ha-

ciendo era agringar la Universidad y que íbamos a tener que devolverles la ayuda no se sabe con qué cosas. Todo

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eso era mentira. Los gringos fueron asesores y nunca se metieron en la parte de la planificación académica. Fue fundamental la participación de la Fundación Ford que

nos ayudó con asesores pero, la verdad, ellos no hicieron mucho. Ellos vinieron y todo les pareció muy bien por-

que ya teníamos todos los planos. Entre esos asesores nos mandaron un viejito muy berraco, que se llamaba Samuel

Sizman, un norteamericano pero que por ser de San Antonio, Texas, ahí pegado de la frontera con México, se

parecía mucho a nosotros. Era muy inteligente y desde un primer momento nos entendió toda la concepción

del proyecto porque él era experto en la construcción de campus universitarios. Las ideas que trajo en una primera

visita fueron importantes para el diseño de los laborato-rios y de la biblioteca. Luego fue enviado de nuevo por la Fundación Ford sólo para que revisara los diseños del

teatro, del museo, del club universitario y el complejo de bellas artes. En esta ocasión vino en compañía de otros

asesores y consultores, expertos en dotación de equipos electrónicos y ayudas audiovisuales para los laboratorios

de lenguas y los auditorios especiales.

—Se dice que la visita del señor Gores sentó un pre-cedente muy importante.

—Sí, por aquí vino otro míster importante, el doctor Harold Gores, presidente del Educational Facilities Labo-ratotories y a quien en todo el mundo lo respetaban por lo que sabía en esa materia. Esa visita sí que nos dejó un grato recuerdo a todos. La EFL recibía el patrocinio de la Fundación Ford. Su propósito era el de ayudar a la cons-

trucción de escuelas y universidades norteamericanas. Gores trabajaba con un grupo importante de investigadores

que se dedicaban a indagar los problemas y las soluciones físicas para la enseñanza en todos los niveles educativos. Él vino por primera vez cuando estábamos realizando los

primeros diseños del plan director y las ideas y sugerencias que hizo las tuvimos en cuenta. En su segunda visita, en agosto de 1967, conoció el adelanto de las obras y tam-bién los nuevos diseños de la parte que nos faltaba. A su

regreso a Estados Unidos dio a conocer este concepto que es altamente significativo: Después de mi visita a la Univer-

sidad de Antioquia, he dicho una y otra vez que allá he visto más de lo que el Educational Facilities Laboratories le ha

estado pidiendo a las universidades americanas. Si ustedes continúan cumpliendo el restante 40% de la universidad, en la forma extraordinaria que ha caracterizado el primer 60%, habrán creado una Universidad que será clave para

el diseño de universidades en todo el mundo. Eso es de los más berriondo que yo he escuchado.

—¿Y cómo fue el viaje de ustedes a Estados Unidos?

—Antes de iniciar los tres o cuatro viajes a Estados Uni-dos, teníamos las ideas muy claras y yo ya tenía listo todo lo que se ve hoy en la maqueta. Y si tenía la maqueta era

porque existía un plan director. O sea que nos fuimos con la idea de precisar detalles. A donde los gringos nos fuimos

con los arquitectos escogidos por la Universidad. Esos viajes estaban contemplados dentro de un programa que nos

hizo la Fundación Ford. Allá nos recibía un señor y nos lle-vaba a todas partes, nos mostraba todos los edificios de las universidades seleccionadas, veíamos lo bueno y lo malo y en especial conocíamos los campus más nuevos. El hecho

de que hubiéramos construido algo original y de mucha calidad en todos los aspectos ha servido para que mucha

gente venga a verla, sobre todo arquitectos que están parti-cipando en concursos. Muchos se sorprenden de encontrar

un campus que es realmente bello. Otros se sorprenden porque vienen con muchas ideas ostentosas en la cabeza y allí chocan contra un contraste. Uno de ellos concluyó que la única edificación que tiene personalidad arquitectónica

en este departamento es la Universidad.

—¿La única?

—No es que no hayan otras obras bonitas. Las hay, por supuesto. Pero si uno se pone a averiguarles el pasado, en-cuentra que la mayoría son copias. En arquitectura, como

en todo, hay copias. Y en Colombia hay mucho copista. El plagio y la ostentación son dos pecados capitales que

le han hecho mucho mal a Colombia. El primero, porque niega de plano la búsqueda de la identidad y desvirtúa el paisaje urbanístico. El segundo, porque atenta contra

los recursos financieros, y no olvidemos que cuando son recursos públicos, éstos siempre son escasos, lo que, en la

práctica, genera los más grandes despilfarros. No olvidemos que en Colombia la mayoría de las obras que se hacen con

dineros oficiales son una afrenta contra la pobreza.

—Don Ignacio dice que la única obra pública sin inaugurar en Colombia es la Ciudad Universitaria.

¿Cómo fue aquello de la huelga estudiantil que termi-nó por tumbarlo de la rectoría?

—Es interesante hablar de ese problema. Antes de empezar la construcción de la Ciudad Universitaria,

cuando ya teníamos la plata de la venta del Ferrocarril, el préstamo del BID y habíamos ido a Estados Unidos,

llegó el problema de la huelga. Fue una huelga muy fuerte. Un día la policía le dio muy duro a los estudian-tes porque ellos intentaron tomarse el edificio del Para-

ninfo, donde funcionaba la administración de la Univer-sidad. Para evitar esta toma, Ignacio llamó a la policía. Al final quedó herido hasta el diablo. Hubo muchos destro-

zos. Al otro día llegamos y me senté con Ignacio a pen-sar. Él me dijo lo grave no es esto, lo grave es lo que va a pasar. Yo lo recuerdo a él muy triste. Y lo que pensamos

que iba a pasar, pasó. Por la tarde, Ignacio ya estaba fuera de la rectoría de la Universidad de Antioquia, por

decreto de Guillermo León Valencia, que era el presi-dente de Colombia. Al día siguiente fui a hablar con él.

Estaba muy desanimado. Entonces yo le dije, hombre Ignacio qué vamos a hacer con esto, qué tristeza con esta

Universidad. Lo peor era que esos préstamos estaban muy condicionados porque a él lo conocían mucho en Estados Unidos y en el BID. El resto de esa semana fue

de reflexión. Luego de quince días él me empezó a pin-tar una situación. Resulta que en la Universidad había

una oficina que se llamaba de desarrollo. Fue creada jus-tamente por la reforma administrativa de Ignacio, pero a la postre yo quedé manejándola junto con la Oficina de Planeación. Él me dijo: Yo no me salgo de aquí, yo cons-

truyo la Ciudad Universitaria. Y consiguió que el Con-sejo Directivo lo nombrara jefe de desarrollo. Así logró quedarse en la Universidad. Y como jefe de desarrollo

y no como rector logró construirla. Así se salvó la Ciudad Universitaria, porque de lo contrario se habría hundido. Si él no se queda, yo tampoco estaría contando este cuento

porque a mí me identificaban como ficha de él. Además, solamente Ignacio era la persona capaz de conseguir los

recursos que se necesitaron. ¡Nadie más!

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Ariel Escobar Llano

Como muy bien lo sabe la ciudadanía, al doctor Ignacio Vélez Escobar hay que reconocerlo como gestor y director del proyecto de construir la Ciudad Universitaria. Él tomó la iniciativa de gestionar el empréstito con el BID, luego de haber fundado la Oficina de Planeación en la Universidad, al frente de la cual nombró al doctor César Valencia Duque. Luego fue constituido un equipo que estuvo integrado, ade-más del doctor Valencia, por Raúl Fajardo Moreno, Juan José Posada, Augusto González, Edgar Jaime lsaza y yo.

Primero que todo iniciamos la concepción urbanística del proyecto, etapa para la cual el doctor Vélez Escobar había gestionado con la Fundación Ford una asistencia y por medio de ese contacto nos fue otorgada a los arqui-tectos una beca de observación para visitar universidades en los Estados Unidos. Al frente de la Educational Facilities Laboratories Inc. estaba un personaje muy interesante, el doctor Harold Gores, quien nos puso una condición que es muy hermosa: Voy a llevarlos a los Estados Unidos para que vean lo que no deben hacer aquí. Y, efectivamente, nuestras premisas en el diseño están basadas en que no debíamos hacer nada al estilo gringo.

Nosotros en Estados Unidos, a donde viajamos a finales de 1964 y regresamos a principios de 1965, nos dividimos

Desde el punto de vista urbanístico, la Ciudad Universitaria está basada en el

concepto griego del ágora

NOTALa redacción de este texto fue estructurada con base en la entrevista que el arquitecto Ariel Escobar concedió en febrero de 2001 –dos años y cuatro meses antes de su muerte– al periodista Alberto González Mascarozf. “Hablemos de la Ciu-dad Universitaria”. Estas palabras bastaron para que don Ariel –sin ínfulas de ninguna índole porque la sencillez fue el don que distinguió su existencia y marcó el ejercicio profesional de su arquitectura– dictara la más lúcida exposición sobre tres aspectos centrales en todo conglomerado humano: el carácter social que deben tener las obras públicas, la responsabilidad ética del arquitecto cuando tiene en sus manos dineros del Estado, y el compromiso de la arquitectura con una estética que privilegie la convivencia, la formación y la interrelación de las comunidades porque en el centro está el ser humano.

en dos grupos y visitamos alrededor de diez universidades, conociendo todo lo que en ese momento había en ade-lantos y medios técnicos. Recuerdo que en ese entonces se empezaban a emplear los medios audiovisuales en las universidades. Por ejemplo en Oklahoma, visitamos una universidad que por fuera no decía nada, pues su construc-ción se asemejaba a ramadas, pero por dentro nos dejó el recuerdo de ser la universidad más avanzada que visitamos por tener una educación personalizada que funcionaba de esta manera: unos grandes salones llenos de cubículos en los cuales había un escritorio con una pantalla, un teléfono y una sede de cuatro botones. El estudiante entraba al cubículo, se ponía sus audífonos, prendía con un botón la pantalla y por el teléfono llamaba al profesor que debía asistirlo en el curso. 0 sea que por el computador, hace cuarenta años, recibía la clase que se está tratando de montar hoy entre nosotros. También recuerdo que los laboratorios permanecían abiertos día y noche y a ellos el estudiante podía entrar a cualquier hora, registrando con una tarjeta el ingreso y la salida. Todos los elementos estaban a su disposición. El resultado de su experimento lo dejaba allí a disposición del profesor quien pasaba más tarde a revisarlo y la calificación la enviaba al banco de datos centralizado de la administración. Los profesores de las otras universidades se quejaban de este sistema porque decían que era demasiado deshumanizado. Pero los resultados eran de un rendimiento fabuloso porque un curso planeado para cinco semestres lo realizaban los mejores estudiantes en menos tiempo.

Bueno, esa experiencia de la enseñanza audiovisual la plasmamos en el edificio que nosotros bautizamos como La Macarena y que hoy se conoce como el Bloque 10 o bloque de los auditorios. Éste fue concebido con la idea de poder hacer clases para tres mil alumnos al mismo tiempo, utilizando la tecnología audiovisual. Re-cuerdo que nosotros pensábamos que si la Universidad traía desde el extranjero a un personaje famoso, de sus enseñanzas se podrían aprovechar miles de personas de la ciudad acudiendo a este edificio. Claro que ya hoy no es necesario traerlo hasta acá, o sea que de cierto forma

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La Ciudad Universitaria fue concebida como un parque, y los primeros años funcionó como parque. De ahí que no estuviera cercada por mallas. La premisa que el doctor Ignacio Vélez Escobar quiso que se plasmara era que

la Universidad debía ser para toda la ciudad y que los domingos pudieran ir los padres de familia con sus hijos a distraerse y a disfrutar con el ambiente.

nos anticipamos a eso. En síntesis, ese era el único logro de tecnología avanzada que vimos allá y que podía ser adaptado al medio nuestro con recursos propios.

Así las cosas, el resultado de dicha visita se concretó después en un proyecto que es básicamente concebido sobre un principio urbanístico muy arraigado en el medio nuestro, con el objeto de que quienes iban a estar en la Ciudad Universitaria se sintieran siempre en un medio reconocible por ellos.

Desde el punto de vista urbanístico, la Ciudad Univer-sitaria está basada en el concepto griego del ágora, que en España es la plaza mayor y que de allá nos la trajeron acá. Todas las ciudades fundadas por los españoles tienen como centro vital la plaza mayor, y alrededor de ella están los valores fundamentales de la comunidad como son la iglesia, la casa consistorial, la alcaldía, el club o casa de reunión de los campesinos, el teatro y la casa de la cul-tura. En la Ciudad Universitaria la calle real la reemplaza el bulevar central que viene desde la entrada de la Calle Barranquilla y desemboca a la plaza mayor donde hoy

está la escultura del maestro Rodrigo Arenas Betancourt, El hombre creador de la energía.

La Ciudad Universitaria tiene cuatro barrios que son el área de ciencias exactas y naturales, el área de humanidades, el área de artes y el área de las ingenierías.

Un aspecto importante es el manejo de la plástica y ése es otro de los principios que sentamos al decidir que también fueran valores reconocibles. En ese sentido creo que tuvimos un gran logro porque plásticamente la Ciudad Universitaria se integra al paisaje, no irrumpe en él, no se presenta como contraste sino como armonía. Por eso los materiales utili-zados son la arcilla, el ladrillo, el concreto, la teja de barro y la piedra. Todos ellos son materiales de nuestra propia entraña cultural que no se prestan al rechazo. Con ello se buscó que los estudiantes que llegan de la provincia y de otros lugares no se sientan ni extraños ni rechazados por el entorno sino cobijados.

Esa arquitectura nació nueva y vieja al mismo tiempo, en el sentido de que al llegar y encontrarla ahí es como si

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la acabaran de construir o como si tuviera cien, doscientos o trescientos años. Su impacto nunca es negativo sino amoroso, porque no es una arqui-tectura comercial sino social. Todos los beneficios van en provecho de la comunidad.

Hay otro hecho que se debe destacar y es que la Ciudad Universitaria fue concebida como un parque, y los primeros años funcionó como parque. De ahí que no estuviera cercada por mallas. La premisa que el doctor Ignacio Vélez Escobar quiso que se plasmara era que la Universidad debía ser para toda la ciudad y que los domingos pudieran ir los pa-dres de familia con sus hijos a distraerse y a disfrutar con el ambiente. En realidad, todo fue muy bello en el aspecto de la gestación de la Ciudad Universitaria hasta que comenzaron a robarse los equipos y ese problema fue el que determinó el cercamiento. Luego los movimientos estudiantiles y la agitación de los años setentas hicieron muy difícil el acceso de todo el mundo como en un principio se esperaba.

En mi concepto, considero que se cumplieron las premi-sas sobre todo en los aspectos humanísticos porque Medellín logró una Ciudad Universitaria amable.

Otro aspecto muy importante que quiero resaltar es el económico. El proyecto de la Ciudad Universitaria fue un ejemplo para el BID a nivel de Latinoamérica, en cuanto al cumplimiento de costos y de tiempo. En cuanto a los costos, hago hincapié en una anécdota que es muy simpática y está relacionada con el teatro que no estaba financiado porque no fue contemplado en el proyecto inicial. Entonces en plena construcción le hicimos una propuesta al BID: que las economías que hiciéramos en los otros edificios estan-darizando las estructuras, nos autorizara para aplicarlas en

la construcción del teatro. Y así lo aceptaron. 0 sea que el teatro es producto de una sana economía y por eso costó apenas cuatro millones de pesos.

Yo pedí que me entregaran su construcción y desde ese momento me di a la tarea de estudiar y analizar con de-tenimiento diferentes proyectos de teatros construidos en el mundo. Personalmente lo diseñé bajo una característica muy especial: es todo de arcilla, es un teatro de barro, sin materiales acústicos costosos. Además, es el que mejor acús-tica tiene en la ciudad, no porque lo diga yo sino porque lo dicen los que lo utilizan. Inclusive hay por ahí una carta de un profesor de acústica que estuvo en Medellín en un pro-grama de intercambio y quien me estuvo buscando para que intercambiáramos opiniones porque él no conocía ningún teatro hecho en arcilla. El entramado de los ladrillos en la pared en realidad son resonadores. Esos ladrillos se pusieron en forma saliente con el objeto de que las ondas al pegar en ellos se fragmenten y adquirieran brillo. Otra particularidad es que el lado posterior de los ladrillos corresponde a la parte hueca, formando un tejido o una especie de trampas donde

... plásticamente la Ciudad Universitaria se integra al paisaje, no

irrumpe en él, no se presenta como contraste sino como armonía. Por eso los materiales utilizados son la arcilla, el ladrillo, el concreto, la

teja de barro y la piedra. Todos ellos son materiales de nuestra propia

entraña cultural que no se prestan al rechazo. Con ello se buscó que

los estudiantes que llegan de la provincia y de otros lugares no se sientan ni extraños ni rechazados

por el entorno sino cobijados.

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la onda muere de manera que no haya ecos que ensucien y desmejoren la audición, incomodando notoriamente al público o al expositor o al cantante. En otras palabras, el entramado de los ladrillos exalta el nacimiento de la onda y también le da el tiempo de vida justo.

La aplicación de ese entramado especial con los ladrillos tiene que ver con las salas experimentales de las grandes fábricas de neveras y artículos eléctricos, donde se chequean los ruidos con el fin de disminuir sus molestias. Allí las cá-maras especiales están diseñadas a un alto costo con un entramado de madera. Entonces lo que yo hice fue aplicar el principio que siempre guió a todo el equipo: emplear materiales lo más barato posible y conseguir la mayor efi-ciencia. Así se ahorró una gran cantidad de dinero.

Un momento bien grato que recuerdo es el ensayo de acústica que le hicimos al teatro. Fue un ensayo muy sencillo. Le dijimos a una persona que se parara de frente en el escenario, y con las manos cruzadas por la espal-da hiciera sonar dos llaves de un llavero. Nosotros, que estábamos en las últimas bancas, nos pusimos muy con-tentos porque escuchamos el sonido con toda la nitidez. Quedamos muy satisfechos como lo estuvimos también cuando llevamos cantantes y algunos oradores para que intervinieran sin usar micrófonos.

También el teatro está diseñado sobre el principio del teatro griego, con la silletería colocada en forma de circun-ferencias porque la onda se esparce en forma de círculos, garantizando que el sonido llegue a todo el auditorio con la misma intensidad. Es una fortuna que los estudiantes se esmeren en cuidarlo y en proteger la silletería ya que todo allí es fruto de un gran esfuerzo y de una cuidadosa pla-neación. Algo que me alegra mucho es que los estudiantes sientan que el teatro es de ellos.

Recuerdo que cuando estábamos construyendo el Teatro Metropolitano de Medellín, visitamos con la jun-ta el teatro de la Universidad de Antioquia para darle seguridad en el uso de los materiales y de la silletería, que en ese momento habían resistido veinticinco años de asambleas estudiantiles.

Para mi satisfacción personal, considero como logro máximo de mi carrera arquitectónica haber trabajo en el diseño de la Universidad de Antioquia, cuyo plan director se concibió entre 1964 y 1970, y en el diseño de la Univer-sidad de Medellín a partir de 1959. Ambas son ciudadelas de arcilla, madera y piedra.

En los dos proyectos fuimos muy conscientes de no hacer diseños extravagantes que apuntan más a satisfacer el ego de los funcionarios o de los responsables de la obra y también de los propios arquitectos. Contra la personali-zación hay que luchar mucho.

Esas ideas nos las inculcó un profesor que nos marcó para siempre. Fue Antonio Mesa Jaramillo, profesor y decano de la Facultad de Arquitectura de la Universidad Pontificia Bo-livariana. Él nos impulsó a la búsqueda de una arquitectura que tuviera un sabor propio y una respuesta concreta a los problemas nuestros. Desde luego que a ella iban ligados los costos, porque hacer cosas despampanantes, con grandes presupuestos, es algo que no se puede permitir un país como el nuestro. Eso que lo hagan los gringos y los europeos que disponen de grandes sumas de dinero para hacer rascacielos, pero que no lo hagamos en Colombia donde cada peso se

lo pelean cinco y más destinos. Desde siempre aprendimos que nuestros recursos debemos utilizarlos con el máximo de rendimiento. A nosotros no nos está permitido el lujo. Por eso en todas las obras donde intervinimos, y en particular en la Ciudad Universitaria de la Universidad de Antioquia, fue siempre una premisa el lograr la mayor cantidad de metros cuadrados construidos con el menor costo posible. Repito, eso nos lo inculcó el profesor Antonio Mesa Jaramillo.

Creo que en el proyecto de la Ciudad Universitaria, lo mismo que en la Universidad de Medellín y en el Teatro Metropolitano, se ha logrado una arquitectura madura y perenne. No es una arquitectura espectacular porque quien llega de primera vez y ve esas obras no se siente ni asustado ni maravillado, sino todo lo contrario: se siente integrado, armonizado, convocado. Eso es fundamental. ¿Qué más acogedor que el paisaje nuestro? La arquitectura debería buscar exactamente lo mismo. No irrumpir sino integrar. Eso también hace parte del legado que nos dejó el doctor Antonio Mesa Jaramillo.

Ante la pregunta de si a los arquitectos se nos refinó el gusto para que todo perdure como bello en la Ciudad Universitaria, respondo que esa es la idea básica que el arquitecto asume cuando diseña. Su primer compromiso es en el campo urbanístico, porque el primer contacto del ciudadano es con el medio en sí, allí están todas sus perspectivas. Esa parte de la concepción es fundamental, como también lo es llegar hasta el detalle mínimo para que la obra no ofrezca rechazo. En la Ciudad Universitaria todo es un disfrute. Allí las cosas existen como si hubieran existido siempre en la vida de las personas. Por ejemplo, para los techos, el punto de partida nuestro fueron los an-tiguos tejares que hoy han desaparecido mucho. En esas estructuras, si es que queda alguna todavía, uno reconoce la Ciudad Universitaria. Es que todos en Colombia llevamos en el subconsciente y en el fondo del alma una casa de teja. De teja son nuestros pueblos y lo serán por mucho tiempo, cosa que no se puede decir ya de las ciudades.

En síntesis, todo el que llega a la Ciudad Universitaria siente que lo estaban esperando y se da cuenta al instante de que lo que allí hay es una concentración de amigos. Por eso hay estudiantes que no dicen vamos pa’ la Uni-versidad sino que muy tranquilamente dicen vamos pa’ la finca. Cuando yo escuché esa expresión en boca de los muchachos me emocioné mucho. Y es que frente a todo ese tráfago del centro de Medellín, llegar al ambiente de la Ciudad Universitaria es sentirse en un medio armonioso del que uno no quisiera salir.

En el caso particular mío, como yo era el único arquitecto que no pertenecía a ninguna de las firmas responsable del proyecto, las cuales eran Fajardo Vélez, Ingeniería y Cons-trucciones, Posada Gutiérrez y Habitar, tuve la oportunidad de disponer de todo mi tiempo y por eso estuve radicado en la Ciudad Universitaria durante cinco años, viéndola crecer, junto con una persona muy sensible, y a la vez un dibujante excepcional, con la que tuve la fortuna de con-tar, Leopoldo Longas, hijo del maestro Longas. Con él pasé muchas jornadas de trabajo entre las ocho de la mañana y las siete de la noche sin darnos cuenta que el tiempo transcurría. Y muchas veces en la noche me iba para donde Rodrigo Arenas Betancourt, con quien me ligaba una gran amistad. Él tenía el taller en la parte de atrás de la Facultad Nacional de Salud Pública, donde hoy está la SIU. El taller

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era un caserón antiguo. Allí fueron fundidas varias de sus obras, entre ellas El hombre creador de energía y el Cristo cayendo que hoy son símbolos de la Universidad, lo mismo que los catorce jinetes y los caballos de la escultura que hoy está en el monumento del Pantano de Vargas. En ese taller también tomé mucho aguardiente con Rodrigo.

Y, a propósito de Rodrigo y su obra, como también del maestro Pedro Nel Gómez, un tema infaltable en la Ciudad Universitaria es el de la arquitectura en comunidad con el arte y en comunidad con el ambiente universitario. La raíz de ello está en el Renacimiento italiano. Todas las obras, como por ejemplo los palacios y las plazas, siempre tuvieron la integración de la arquitectura, la escultura y la pintura. El medio lo exigía. Era el renacer de los valores clásicos, en cuyo centro estaba el ser humano. Entonces todo debía ser amable para el hombre y todo le debía aportar valores que contribuyeran a su formación.

Hay un detalle muy simpático de una charla que le oí al doctor Luis López de Mesa. ¿Saben cómo se formaba un griego? Preguntó el doctor López de Mesa al auditorio y a renglón seguido dio la explicación. El niño griego salía de su casa en dirección a la plaza pública, al ágora. En su recorrido ve a un hombre sentado en el suelo con un farol y diciendo cosas que el niño no entiende pero que le inquietan por la figura de la persona que las dice y por las caras de los oyentes. El niño pregunta, ¿y quién es ese señor? Y alguien le responde: Ése es Diógenes, el filósofo. En otra esquina el niño pregunta por la identidad de otro hombre que discute, interroga e increpa a un grupo de personas, ¿y quién es ése? Y alguien le responde: Ese es Sócrates, otro filósofo. Más adelante, el niño se arrima a un taller donde tocan música, están pintando y esculpiendo obras de arte. ¿Y quién es ése señor? Y alguien le responde: Ese es Praxíteles, el escultor, en compañía de sus discípulos. Inquieto por todo lo que ha visto y oído, el niño regresa a casa. ¿Y quién es ése niño?, es la pregunta que se puede hacer cualquier persona. Un griego, es la respuesta simple y llana. Un griego en el pleno sentido de la palabra.

Con esta anécdota, el profesor López de Mesa explicaba cómo el ambiente social contribuye a la educación y a la formación del ciudadano.

Ahora, cuando la revolución triunfó en México y el escri-tor y político José Vasconcelos asumió el Ministerio de Edu-cación, éste aceptó el planteamiento de los artistas de que el medio debe educar al ciudadano. Así fue como se inició allí la incorporación del arte a los centros educativos y a las plazas públicas, que más adelante, en la década de los años cincuenta, se hizo más palpable debido a que los artistas, liderados por Rivera, lograron que los arquitectos revivieran aquel viejo principio de que la educación y el arte se viven y se sienten con más intensidad en el contexto público y no en el ambiente cerrado del aula y del museo.

Aquí entre nosotros, ese fue el criterio que operó con las obras de Arenas Betancourt y de Pedro Nel Gómez. Ellos se entusiasmaron bastante con el proyecto de la Ciudad Universitaria y ninguno tuvo como propósito ganar grandes sumas de dinero, al punto de que Rodrigo trabajó como empleado de la propia Universidad.

Estoy convencido de que no hay en Colombia, o por lo menos no la conozco, una obra que se pueda equiparar con la Ciudad Universitaria, desde el punto de vista de la con-

cepción arquitectónica. Recuerdo que el poeta Amylkar U, al regresar una vez de Estados Unidos, se encontró conmigo en un restaurante de acá de Medellín y al verme me ma-nifestó con mucha emoción que quería felicitarme porque un norteamericano le había dicho en San Francisco que en Medellín había conocido la universidad más impresionante y conmovedora, y que más que una universidad se parecía a un lamasterio. ¿Quién hizo eso tan bello?, fue la pregunta del gringo. Yo creo que eso lo hicieron arquitectos de allá, respondió Amylkar U. “Felicite a esos arquitectos cuando hable con ellos” fue el encargo que le dejó el gringo al poe-ta. Y es que en realidad a mucha gente se le ha escuchado decir que es un proyecto único. Mejor dicho, se cumplió lo que queríamos. La Ciudad Universitaria tiene identidad porque está de acuerdo con lo que somos nosotros. No es una copia de nada. Es un proyecto auténtico. A nosotros nos colmó realmente. Es nuestra satisfacción.

La Ciudad Universitaria fue un trabajo fascinante que me ligó por siempre con la Universidad de Antioquia. Con la satisfacción de que mi esposa, Consuelo Echeve-rri, fue una de las fundadoras de la escuela de música o conservatorio que funcionaba en la calle Pichincha donde hoy están las torres de Bomboná. Mi vínculo con la Universidad es entrañable en todas las formas, sobre todo porque todos mis hijos, cuatro mujeres y un hombre, estudiaron en sus aulas. Y aunque he vivido paso a paso muchas de las etapas de crecimiento de la Universidad, no tuve la oportunidad de formarme en ella.

Esas ideas nos las inculcó un profesor que nos marcó para

siempre. Fue Antonio Mesa Jaramillo, profesor y decano de la Facultad de Arquitectura de la Universidad

Pontificia Bolivariana. Él nos impulsó a la búsqueda de una arquitectura que tuviera un sabor propio y una

respuesta concreta a los problemas nuestros... Desde siempre aprendimos

que nuestros recursos debemos utilizarlos con el máximo de

rendimiento. A nosotros no nos está permitido el lujo. Por eso en todas las obras donde intervinimos, y en

particular en la Ciudad Universitaria de la Universidad de Antioquia, fue

siempre una premisa el lograr la mayor cantidad de metros cuadrados

construidos con el menor costo posible. Repito, eso nos lo inculcó el

profesor Antonio Mesa Jaramillo.

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Raúl Fajardo Moreno

No es de extrañar que don Raúl Fajardo Moreno remate una entrevista con una frase muy propia de aquellas personas que –como él– optan de manera inteligente por mantenerse al margen de toda figuración pública. «Discúlpeme si de pronto hablé mucha paja», dice en ese tono coloquial y tímido que lo ha acompañado a lo largo de sus casi ocho décadas de vida, dedicadas –como integrante de diversos equipos de trabajo y uniones temporales– a imaginar y darle forma arquitectónica a las edificaciones más representativas de Medellín: la Ciudad Universitaria de la Universidad de Antioquia, la Universidad de Medellín, el edificio en Robledo del desaparecido Liceo Antio-queño, la torre Coltejer, el complejo administrativo La Alpujarra; los edificios de la Compañía Colombiana de Tabaco, el Banco Cafetero, Suramericana de Seguros, Empresas Departamentales de Antioquia y el Colegio de San Ignacio, entre otros, así como cientos de construcciones para oficinas y apartamentos situados en las zonas del centro y de El Poblado.

Entre ese cúmulo de proyectos –asegura– el que más ha dis-frutado y más brillo le ha dado a su hoja de vida es el proceso de diseño arquitectónico del campus de la Universidad de Antioquia, en el que trabajó al lado de sus colegas César Valencia Duque, Edgar J. Isaza, Augusto González, Ariel Escobar y Juan José Posada, estos dos últimos fallecidos.

Toda la complejidad y los más mínimos detalles del diseño –re-cuerda don Raúl– estuvieron bajo la dirección del entonces primer jefe de Planeación de la Universidad, César Valencia Duque.

—¿Cuándo se inicia su carrera como arquitecto?

—Muy recién salido de la Facultad de Arquitectura de la Uni-

La Ciudad Universitaria es una obra ejemplar en la historia de la arquitectura colombiana

versidad Pontificia Bolivariana, en los primeros años de la década de 1950, nos invitaron a participar en un concurso privado para hacer el edificio del Colegio de San Ignacio, en donde yo había estudiado el bachillerato. Dicho concurso lo ganamos y ése fue nuestro primer trabajo, justo con una edificación educativa. Luego vino otro concurso, ese sí público, para la construcción del Liceo Antioqueño, en el sector de Robledo, y también nos lo ganamos. Después nos llamaron de la Universidad de Medellín a un grupo de arquitectos para que planeáramos el campus de esa institu-ción en Los Alpes. El grupo lo integrábamos Ariel Escobar, César Valencia, Juan José Posada, Augusto González, Sonia Gutiérrez y yo. A estas mismas personas, con excepción de Sonia Gutiérrez, nos convocó más tarde la Universidad de Antioquia.

—¿Qué recuerda de la construcción de la Ciudad Uni-versitaria?

—Fue un proyecto bien pero bien interesante gracias a la dirección y a la claridad del doctor Ignacio Vélez Escobar. Él, con todo el entusiasmo, estuvo siempre al lado de la obra. Siempre supo qué era lo que quería porque tenía clarísimo el sistema educativo que iba a implantar. Contamos con asesoría de la Fun-dación Ford y estuvimos visitando varias universidades de Estados Unidos. Al final, el proyecto fue muy distinto a lo que vimos allá. Otro que sabía por dónde orientar las cosas era César Valencia Duque, director de la Oficina de Planeación de la Universidad. Él participaba de todas las opiniones, de todas las decisiones y de todas las discusiones.

—¿Para usted qué fue lo más grato de ese proyecto?

—Saber que el doctor Harold B. Gores, presidente en aquella

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época del Educational Facilities Laboratories, dijo lo siguiente que está en el reciente informe escrito por Ignacio Vélez: «Desde mi regreso a los Estados Unidos, después de mi visita a la Universidad de Antioquia he dicho una y otra vez que allá he visto más de lo que el Educational Facilities Laboratories le ha estado pidiendo a las universidades americanas. Si ustedes continúan cumpliendo el restante 40% de la Universidad, en la forma extraordinaria que ha caracterizado el 60%, habrán creado una universidad que será clave para el diseño de universidades en todo el mundo».

—¿Cuáles fueron los ingredientes centrales de ese proyecto?

—Hacer la obra dentro de los costos previstos, en el tiempo establecido y sin extravagancias. Nunca pretendimos descrestar al mundo con la Ciudad Universitaria. Lo único que buscamos fue construir algo que se pareciera a nosotros mismos y creo que lo logramos. Adicional a eso pensamos en que el mantenimiento no resultara costoso.

—En resumen: honestidad, austeridad, responsabilidad.

—¡Sí señor! Todo fue transparente. Nada se hizo bajo cuerda.

—¿Cuál de todas las obras en que ha participado le ha dado más satisfacción?

—La Ciudad Universitaria de la Universidad de Antioquia, sin ninguna duda. Fue una experiencia increíble por la mag-nitud y el resultado. Es una obra ejemplar en la historia de la arquitectura colombiana. Por aquel entonces Medellín era una ciudad con ganas de progresar. Ya había pasado la época del tranvía y estábamos con los buses municipales. La construcción tenía un auge grande pero el crecimiento se daba sólo en el centro. El sector de El Poblado no era ni sombra de lo que es hoy. Lo único que había allí eran mangas y fincas de recreo. La ciudad tenía una dinámica inspirada en el Plan Regulador, el cual para mí fue muy importante a pesar de todas las críticas que recibió y sigue recibiendo porque la alternativa vial que planteó en realidad se quedó corta. Es obvio que un plan es un principio de orden que requiere revisiones y actualizaciones a medida que va pasando el tiempo y eso aquí poco se ha hecho o se hace de una forma esporádica. Lo cierto del caso es que nadie imaginó el actual progreso de la ciudad.

—¿Por qué la manía en Medellín de derribar sin misericordia las viejas construcciones y darnos ínfulas de modernistas?

—Yo no participo del criterio de que todo lo viejo es conser-vable. Aquí hay construcciones viejas que no merecen la pena y otras que sí hay que mantener en pie. Sobre eso le voy a contar una anécdota. En una reunión hace más o menos cincuenta años, el general Píoquinto Rengifo, gobernador de Antioquia, invitó a su despacho a los miembros de la junta de la Sociedad de Arquitectos e Ingenieros y nos preguntó qué hacer con el edificio que hoy llaman Palacio de la Cultura, en ese momento sede del gobierno departamental. El secretario de Obras Públicas era el doctor Tulio Ospina Pérez. A la pregunta del gobernador Rengifo, el doctor Nel Rodríguez, que toda la vida fue un per-sonaje, respondió que un gobernador de pantalones mandaba tumbar ese edificio y hacía otro. Lógicamente que el general, sorprendido, ahí mismo nos despachó. Con esta anécdota lo que quiero mostrar es que Nel no le vio nunca un valor importante a esa edificación que hoy se conserva en pie y es conservada como un bien patrimonial. En mi concepto, las cosas valen por el mérito

que tienen y no por el hecho de ser viejas. Aquí confundimos eso y nos gusta embarcarnos en polémicas inútiles.

—¿Al Teatro Junín debieron perdonarle la vida o no?

—El Teatro Junín debieron haberlo conservado. Y yo, que participé después en el proyecto del edificio Coltejer, no me con-sidero responsable de ese hecho ni tampoco del Teatro Bolívar. El inversionista privado que compró el Teatro Junín y el Hotel Europa pensó que no eran rentables y le vendió el lote a Coltejer, que decidió hacer allí su edificio. Ese par de edificios debieron haberse conservado. El Teatro Bolívar, aunque tenía sus méritos, era una construcción muy inestable e insegura.

—De las obras en que usted ha participado, ¿de cuál o cuáles se arrepiente?

—De muchas... Sí, pero no le voy a decir de cuáles.

—Mencione una sola de ellas.

—Es que tampoco es que haya una así muy notoria que me haya mortificado y de la cual tenga que arrepentirme.

—Claro que sí la hay.

—Francamente no la recuerdo, aunque sí veo muchas que se debieron hacer en forma diferente.

—Pero si tuviera la oportunidad, ¿cuál reorientaría?

—No soy capaz de contestar.

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—¿Qué significa el edificio Coltejer en Medellín?

—Para mí es otro orgullo. Cuando nos invitaron a participar en el concurso, uno de los vicepresidentes de Coltejer, el doctor Guillermo Londoño, dijo: queremos un edificio para Medellín que le sirva a Coltejer. A partir de esa frase nos dimos a la tarea de crearle un símbolo a la ciudad y creo que lo logramos. A mucha gente puede que no le guste y hay otras que le critican muchas cosas, pero es un símbolo de Medellín.

—¿Cuál edificio en Medellín peca por ostentoso?

—Usted si me pone unas preguntas que… (sonrisas). Yo no veo ostentación en ninguno.

—Dicen que el de las Empresas Públicas de Medellín.

—No. Ése es un edificio moderno, muy bien resuelto y muy bien dotado. Fue construido dentro de las técnicas modernas y con todos los equipos necesarios para poder responder a las necesidades de ese tipo de empresas.

—¿El complejo administrativo La Alpujarra no terminó por erigirse en un monumento al cemento?

—Ese proyecto arquitectónico lo hicimos tres firmas que nos unimos y ganamos el concurso público. Esas firmas eran las de Manuel Lago, Germán Samper y Raúl Fajardo. Creo que dicho complejo responde a las necesidades de la administración pública tanto departamental como municipal.

—¿Y por qué se les olvidó dotarlo de zonas verdes?

—La intención era dotar al sector no de un parque sino de una plaza cívica o pública donde la gente pudiera reunirse a opinar, a criticar, a protestar y también donde los gobernantes pudieran dirigirse al pueblo y escuchar sus demandas. Nosotros pensamos esa plaza como una posibilidad de diálogo entre go-bernantes y gobernados. Eso hasta ahora no ha sido así. O sea que por eso es una plaza dura y no un parque con letreros de «no pise la grama» o cosas por ese estilo.

—Una pregunta obvia. ¿Imaginó que un hijo suyo [Sergio

Fajardo] despacharía algún día como alcalde desde uno de esos edificios?

—Jamás en mi vida lo imaginé. En Sergio veía a una persona muy capaz y a un estudiante muy destacado. Nunca lo vi como político. Yo, que fui un liberal incluso medio actuante, porque llegué a ser concejal de Medellín, miembro del Directorio Liberal y militante galanista, jamás advertí en él tendencias políticas. Sí supe siempre que no lo satisfacían las ideologías de los partidos nuestros. Pero antes que nada lo veía como matemático exitoso y docente muy comprometido con sus estudios.

—En el aspecto de obras, ¿qué le hace falta a Medellín?

—El Poblado necesita un estudio integral y no un plan vial, porque el problema no son sólo las vías estrechas. El Poblado tiene un desarrollo desmesurado y desordenado que necesita, repito, no un plan vial sino un estudio integral que tenga en cuenta cuántas son las densidades, cuáles son los usos de la tierra y otros aspectos de esa índole.

—¿Cómo explicar el absurdo de haber trasladado al sector de La Alpujarra lo que en el pasado estaba en el centro de Medellín, y propiciar así que bares, cantinas, prostíbulos y el comercio informal que era propio del sector de Guayaquil se diseminara en torno al Parque de Bolívar y por todas las zonas del centro?

—Eso puede ser discutible pero fue uno de los principios bási-cos del Plan Regulador elaborado hace cerca de medio siglo bajo las orientaciones de los urbanistas Paul Lester Wiener y José Luis Sert. Las decisiones vienen desde mediados del siglo pasado.

—¿Qué le debe reconocer Medellín a Raúl Fajardo?

—A mí lo único que me pueden reconocer es que siempre he trabajado con honestidad, con dedicación y con sentido de respon-sabilidad. No más. Un país como Colombia no necesita genios sino personas responsables. Aspirar a tener genios es una utopía porque los genios son muy escasos. Eso se lo repetí en cada oportunidad a mis alumnos en la Bolivariana y eso será válido siempre. Le agradezco esta entrevista y discúlpeme si de pronto hablé mucha paja.

Raúl Fajardo, Juan J. Posada, Édgar J. Isaza, Ariel Escobar, Augusto González. Foto tomada del folleto Historia de la Universidad de Antioquia 1963-1970.

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Cuerpo de agua artificial. Biblioteca Central

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Plazoleta Fernando Barrientos. Al fondo, el Bloque 9, sede de la Facultad de Educación, de la Facultad de Ciencias Sociales y Humanas, y del Instituto de Estudios Regionales (INER)

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Bloque 9

En la Ciudad Universitaria la calle real la reemplaza el bulevar central que viene desde la entrada de la calle Barranquilla y desemboca en la plaza mayor donde hoy está la escultura del maestro Rodrigo Arenas Betancourt, El hombre creador de energía.

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Pasillo de intercomunicación entre la Plazoleta Central y el Área de Ciencias Sociales y Humanas

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La arquitectura tiene un compromiso con una estética que privilegie la convivencia, la formación y la interrelación de

las comunidades porque en el centro está el ser humano.

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Fuente Ceremonial. Obra del maestro Germán Botero

Giraldo, concebida con motivo del Bicentenario de

la Universidad de Antioquia, en 2003. Situada a un

costado de la portería de la calle Barranquilla

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Jardines en inmediaciones del Bloque 22. Ingreso por la Plazoleta Central

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Aspecto parcial del Área de Ciencias Exactas y Naturales

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Área de Ciencias Exactas y Naturales

“Por ejemplo, para los techos, el punto

de partida nuestro fueron los antiguos tejares que hoy han

desaparecido mucho. En esas estructuras,

si es que queda alguna todavía, uno reconoce

la Ciudad Universitaria. Es que todos en

Colombia llevamos en el subconsciente y en el fondo del alma una

casa de teja. De teja son nuestros pueblos y lo

serán por mucho tiempo, cosa que no se puede

decir ya de las ciudades”.Ariel Escobar Llano

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Bloque 5, sede de la

Escuela de Microbiología

(antes Escuela de

Bacteriología y Laboratorio

Clínico)

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Atardecer en inmediaciones del Bloque 10

(Auditorios)y de la Facultad

de Derecho y Ciencias

Políticas

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Vista posterior de la Facultad de Ciencias Económicas, la Facultad de Derecho y Ciencias Políticas, y la Facultad de Comunicaciones

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Plazoleta Facultad de Ingeniería. Fue integrada al campus luego de la construcción del Bloque 19

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Aspectos interiores y

exteriores del Bloque 19,

inaugurado en abril de 2007

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Aspectos interiores y exteriores del Bloque 19

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Extremo occidental de

la Plazoleta Central. Al

fondo, la Facultad de

Artes

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Pasillo central de la Facultad de Artes

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Aspecto interior del Teatro Universitario Camilo Torres Restrepo

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“El entramado de los ladrillos en la pared en realidad son resonadores. Esos ladrillos se pusieron en forma saliente con el objeto de que las ondas al pegar

en ellos se fragmenten y adquirieran brillo. Otra particularidad es que el lado posterior de los ladrillos corresponde a la parte hueca, formando un tejido o

una especie de trampas donde la onda muere de manera que no haya ecos que ensucien y desmejoren la audición, incomodando notoriamente al público o al

expositor o al cantante. En otras palabras, el entramado de los ladrillos exalta el nacimiento de la onda y también le da el tiempo de vida justo”.

Ariel Escobar Llano

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Aspecto interior del Teatro Universitario Camilo Torres Restrepo

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También el teatro está diseñado sobre el principio del teatro griego, con la silletería colocada en forma de circunferencias porque la

onda se esparce en forma de círculos, garantizando que el sonido llegue a todo el auditorio con la misma intensidad. Es una fortuna

que los estudiantes se esmeren en cuidarlo y en proteger la sillete-ría ya que todo allí es fruto de un gran esfuerzo y de una cuidado-

sa planeación. Algo que me alegra mucho es que los estudiantes sientan que el teatro es de ellos.

Ariel Escobar Llano

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Aspecto exterior del Museo Universitario

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Figuras antropozoomorfas de la cultura agustiniana

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Columnas exteriores del Museo

Universitario

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Piso exterior del Museo Universitario

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Columnas en caracol. Museo Universitario

El Museo tiene el concepto básico del caracol, con un núcleo central donde están las escaleras -que hacen un juego armónico- y con un vestíbulo desde donde se puede captar con la mirada una idea completa del interior. Con el último piso también se buscó que éste le permitiera al visitante tener una visión completa de arriba hacia abajo, lo que muy pocos museos tienen. Eso se hizo así pensando en los montajes que acogería y en la superposición de elementos que requieren las exposiciones de arte.

Ariel Escobar Llano

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Área correspondiente al jardín que une el

Museo Universitario y la Facultad de Artes

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Bloque Administrativo. Primer piso. Al fondo, el Bloque 17, construido con destinación de Capilla

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Bloque 17. Capilla

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Diferentes visiones del Teatro

al Aire Libre

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Aspecto exterior del vivero de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales

La forma constructiva del Bloque 16 o Administrativo está armada casi que como un rompecabezas. Esa estructura es diferente a cualquier otra estructura de la Ciudad

Universitaria e incluso de la ciudad y del país. Eso no se ha resaltado mucho, como tampoco su concepción de liviandad. Si uno la analiza de abajo hacia arriba se da cuenta

de que se asemeja al tejido de las canastas. La concepción de la Rectoría corresponde a la concepción de las casas de hacienda nuestras. El balcón, fundamental en una casa de hacienda para pronunciar discursos públicos y para invitar a los huéspedes a ver el paisaje, permite, por el costado occidental del bloque, tener un dominio visual de toda la

plaza central, y, por el costado oriental, controlar un área estratégica como es el ingreso peatonal y vehicular por la portería de la avenida del Ferrocarril.

Ariel Escobar Llano

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Bloque Administrativo

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Aspecto exterior de la Biblioteca Central

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Remate de columnas. Biblioteca Central

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Aspecto interior del ingreso peatonal y

vehicular. Avenida del Río

Aspecto parcial del Estadio de Fútbol. Zona

deportiva

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Costado oriental del Estadio de Fútbol. Zona deportiva

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Costado norte del Bloque 24. Área integrada al campus en 2003, con motivo de la construcción del Centro de Apoyo Docente para la Facultad de Artes

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Arte y Cultura

El monumento a la Universidad está concebido como una flor de concreto, luz, agua y bronce, porque la Uni-

versidad es, como la flor, la culminación y la resultante de un proceso; pero, antes que nada es una estructura

germinal o sea el principio de lo que está por venir. La flor es, en sí misma, belleza pura y ensimismada,

culminación de la materia y cuna de la nueva vida, y, la Universidad, vista como estructura científica y humanís-

tica, en continuo movimiento, es también el símbolo, en el campo de la belleza, del movimiento irremediable

y progresivo. El monumento es, además, una flor por-que la flor es el símbolo de Antioquia, el emblema de Medellín, el símbolo de lo eterno que hay en lo fugaz. Este es el homenaje al creador de la energía, al cons-

tructor y horadador del futuro. Es un homenaje testimo-nio, en el corazón de la Universidad y en el corazón de Antioquia al fruto que está en el fondo de la flor, sobre

la flor: al hombre nuevo, navegante del mañana, de cara al sol, frente a los caminos cósmicos, entre explo-

siones, cataclismos y tinieblas siderales. Es un homenaje al hombre de ayer y de mañana, al hombre real que

ayer soñó, poéticamente, como enamorado, y, proféti-camente, como científico, con la luz y con las estrellas y que hoy camina, navega seguro y tranquilo hacia la posesión de ellas, siguiendo la ruta de energía que las

mueve y las construye. Es un homenaje al hombre que

El hombre creador de energía

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Aspecto parcial, en un atardecer de verano, de la Biblioteca Central, la escultura El hombre creador de energía y el Museo Universitario

está taladrando al hilo de la luz, de la luz que es energía, conoci-miento y movimiento. Es un homenaje al hombre realista, creador, constructor nuestro que está entre el ayer y el mañana, sin dejarse

anonadar por el pasado que es origen y su patrimonio y sin dejarse tampoco deslumbrar por el futuro que es, en última instancia, su

destino final. Es un homenaje al hombre nuestro que vive, siente y goza la tierra y a la vez sueña, busca y escudriña el futuro.

(En los anteriores términos, el maestro Rodrigo Arenas Betancourt plasmó para siempre el significado del monumento–fuente El hombre creador de energía, situado en la Plazoleta

Central de la Ciudad Universitaria)

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Escultura El hombre creador de energía, del maestro Rodrigo Arenas Betancourt (1919–1995). Técnica: fundición en bronce y vaciado de cemento. Situada en la Plazoleta Central

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Aspecto parcial de la escultura El hombre creador de energía

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Prometeo-Cristo cayendo, del maestro Rodrigo Arenas Betancourt (1919–1995). Técnica:

vaciado en bronce. Situada en el patio interior del Bloque Administrativo

“...un tema infaltable en la Ciudad Universitaria es el de la arquitectura en comunidad con el arte y en comunidad con el ambiente universitario. La raíz de ello está en el Renacimiento italiano. Todas las obras, como por ejemplo los palacios y las plazas, siempre tuvie-ron la integración de la arquitectura, la escultura y la pintura. El medio lo exigía. Era el renacer de los valores clásicos, en cuyo centro estaba el ser humano. Entonces todo debía ser amable para el hombre y todo le debía aportar valores que contribuyeran a su formación”.

Ariel Escobar Llano

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Mural El hombre ante los grandes descubrimientos de la ciencia y de la física, del maestro Pedro Nel Gómez Agudelo (1899–

1984). Situado en el costado norte de la Biblioteca Central

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María Mulata, obra del maestro Enrique Grau Araújo (1920–2004). Técnica: ensamble de láminas de hierro patinado. Situada en el costado oriental de la Plazoleta Central, a un costado del Bloque Administrativo

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Torre de luz, obra del maestro Eduardo Ramírez Villamizar (1923–2004). Técnica: ensamble de lámina de acero. Material: lámina de acero, oxidación natural. Situada en los jardines que unen la Facultad de Artes con la zona deportiva

Aerolito, obra del maestro Eduardo Ramírez Villamizar (1923–2004). Técnica: ensamble. Material: láminas de hierro patinado. Situada en la Biblioteca Central

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Girasoles, obra de la mestra Ana Mercedes Hoyos (1942– ). Técnica: vaciado en concreto reforzado. Material: concreto vaciado y reforzado. Situada en el costado occidental del Teatro al Aire Libre

Montaje alusivo a la obra Girasoles, exhibido temporalmente en el Museo Universitario

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La sociedad – unidad símbolo, obra del maestro Salvador Arango (1944– ). Técnica: fundición en bronce. Material: bronce. Situada en la Plazoleta Central, en el espacio que une la Facultad de Artes, el Museo Universitario, el Teatro Universitario Camilo Torres Restrepo y la escultura El hombre creador de energía

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Epopeya del café, obra del maestro Horacio Longas (1898–1981). Técnica: esmalte cerámico sobre

baldosín. Material: esmaltes cerámicos y baldosín. Situada en el costado oriental del Teatro Universitario

Camilo Torres Restrepo

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Fuente ceremonial, obra del maestro Germán Botero Giraldo. Técnica: concreto recubierto en cerámica, granito y mármol. Material: pieza en ferroconcreto, enchapada en granito. Situada al costado occidental de la portería de la calle Barranquilla

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El Porfirio, talla directa en piedra, en homenaje al poeta Porfirio Barba Jacob. Situada en los jardines que unen el

Teatro Universitario y el Bloque 22

El sembrador de estrellas, obra del maestro Alonso Ríos Vanegas (1944–). Situada en la nueva plazoleta de la Facultad de Ingeniería

Busto en homenaje del profesor Luis Fernando Vélez Vélez, defensor de los derechos humanos

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El beso. Autor: Flaviano Palacios. Técnica: granito vaciado. Situada en el costado occidental de la zona deportiva

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Ambiente Naturalde la

Ciudad Universitaria

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La exuberante vegetación de la Ciudad Universitaria se constituyó con el correr de los años en uno de los referentes verdes

del paisaje urbanístico de Medellín. Grandes, medianas y pequeñas especies arbóreas dan cobijo y alimento a cientos de aves, insectos

y murciélagos, lo mismo que a los más variados organismos de nuestra fauna nativa. Durante el proceso constructivo del campus,

el proyecto de arborización y paisajismo le fue encomendado al ingeniero Federico Sierra.

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Las amplias zonas verdes de la Ciudad Universitaria también obedecen al criterio de racionalización de los recursos, debido a que los materiales ostentosos son fácilmente reemplazados por el verde de la naturaleza y los variados colores de la flora.

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El árbol fue asumido por los arquitectos de la Ciudad Universitaria como una escultura natural multiforme y cambiante, para realzar la belleza de las construcciones y armonizar la actividad académica con un ambiente agradable y fresco.

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Los muros de todas las edificaciones se convirtieron en resonadores de la forma de los árboles.

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Zona de separación entre la calle Barranquilla y la circunvalar interior de la Ciudad Universitaria

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Los desarrollos de la planta física de la Universidad, le han permitido a la Ciudad Universitaria disponer de nuevos y bellos ambientes naturales

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Sendero de comunicación entre el Bloque Administrativo, la Facultad de Ingeniería y la zona deportiva

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Los más recientes desarrollos de la planta física hicieron necesaria la construcción de un sendero que intercomunicara la zona oriental del campus con la Plazoleta Central

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Una barrera natural de

palmeras y árboles que delatan el

paso del tiempo, separa la Facultad

de Ingeniería del costado oriental de

la zona deportiva

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Según el profesor de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales,

Ramiro Fonnegra, ex director del Herbario de la Universidad

de Antioquia y autor del estudio Flora ornamental de la Ciudad Universitaria, “aquí existe una amplia diversidad de plantas,

superior a las 300 especies, agrupadas en 65 géneros,

correspondientes a 50 familias; de éstas, aproximadamente 200

especies se tienen sembradas como ornamentales y son nativas

de Colombia o introducidas de otros países americanos o de otros

continentes”.

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Los pequeños animales han encontrado en la arboleda de la Ciudad Universitaria condiciones favorables y más o menos similares a los lugares de donde fueron desplazados por la actividad humana que implicó la destrucción de su hábitat.

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Aspecto interior de la portería del Ferrocarril

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Zona deportiva. En frente, el Coliseo

Universitario. Al fondo, los barrios asentados sobre las laderas de la zona nororiental

de Medellín

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En la Ciudad Universitaria hay especies comestibles,

industriales, medicinales, tóxicas, maderables y

netamente ornamentales gracias a la vistosidad de

sus flores, frutos o follajes. “Esta diversidad florística y el alto número de individuos

son de gran importancia ecológica como pulmón verde para la ciudad de

Medellín. Por el proceso de fotosíntesis consumen

grandes cantidades de gas carbónico y producen

oxígeno necesario para la respiración de todos los organismos vivos;

igualmente, producen vapor de agua que contribuye a

originar las lluvias”, afirma el profesor Ramiro Fonnegra.

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A partir de 1968, la CIUDAD

UNIVERSITARIA se convirtió

en el epicentro del proyecto

educativo, científico y

cultural más importante de la

región antioqueña. Nuestra obligación y compromiso, para

que lo siga siendo, es preservar con el mayor celo tan

valioso legadoAlberto Uribe Correa

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1. Ricardo Olano, Memorias, tomo II. p.14.2. Jorge Restrepo Uribe, Medellín, su origen, progreso y desarrollo, Medellín: Servigráficas, 1981, p. 184.3. Ibíd., p. 190.4. Jorge Orlando Melo, Espacio e historia en Medellín, en http://www.lopaisa.com/espacio.html, consultado el 22 de febrero de 2008. 5. Ibíd.6. Jorge Restrepo Uribe, Op. cit., p. 185.7. Ibíd.8. Jorge Orlando Melo, Op. cit.9. Fernando Botero Herrera, Medellín 1890-1950. Historia urbana y juego de intereses, Medellín: Editorial Universidad de Antioquia. 1996. p. 30.10. Ibíd., p. 31.11. Ibíd., p. 35.12. Ibíd., p. 37.13. Jorge Restrepo Uribe, Op. cit., p. 185.14. Ibíd., p. 185.15. Olano, Ricardo. Memorias, tomo IV, p. 29.16. Fernando Botero Herrera, Op. cit., p. 39.17. Ibíd., p. 39.18. Ibíd., p. 39.19. Ibíd., p. 38.20. Ibíd., p. 38.21. Ricardo Olano, Memorias, tomo IV, p. 80.22. Ibíd., p. 80.23. Fernando Botero Herrera, Op. cit., pp. 70 - 71. 24. Reseña histórica de la Universidad Nacional de Colombia, Sede Me-dellín, Oficina de Planeación, 1996, p. 26, en http://www.unalmed.edu.co/~planea/documentos/HistoriaUnalMed.pdf, consultado el 14 de enero de 2008. 25. Ibíd., p. 27.26. Darío Acevedo (comp.), Gerardo Molina. Testimonio de un demócrata. Medellín: Editorial Universidad de Antioquia, 1991, pp. 297 - 300.27. Ibíd.28. Ibíd.29. Luis Ociel Castaño Zuluaga, Ficha bibliográfica de Gerardo Molina, en http://www.lablaa.org/blaavirtual/biografias/moligera.htm, consultado el 22 de febrero de 2008. 30. Darío Acevedo, Op. cit., pp. 297 - 300.31. Beneficencia de Antioquia, Carlos E. Restrepo, tomo II, Medellín: Impren-ta Departamental, 1984, pp. 143-150.32. Ibíd.33. Ibíd.34. Julio César García, La Universidad de Antioquia. Bocetos biográficos de los rectores, Medellín: Imprenta Universidad de Antioquia, 1945, p. 392.35. María Teresa Uribe de Hincapié (comp.), Universidad de Antioquia. His-toria y Presencia, Medellín: Editorial Universidad de Antioquia, 1998, p. 220.36. Ibíd.37. Ibíd., p. 210.38. Ibíd., p. 209.39. Ibíd.40. Ibíd.41. Ibíd., p. 101.42. Ibíd.43. Ibíd., p. 119.44. Ibíd.45. Ibíd., p. 121.46. Ibíd., pp. 121 - 124.47. Ibíd., p.124.48. Ibíd., p. 118.49. Ibíd.

Notas bibliográficas

50. Ibíd., p. 161.51. Ibíd., pp. 163 - 166.52. Ibíd.53. Alfonso Castro, Eduardo Zuleta “Cultor de juventudes”, Revista Uni-versidad de Antioquia, vol. VII, Nº 27 – 28, Medellín, oct. – nov., 1938, pp. 297 - 305.54. Ibíd.55. María Teresa Uribe de Hincapié (comp.), Op. cit., p. 220.56. Jorge Rodríguez y Mariano Ospina P., “Medellín en 1924”, en: Jorge Restrepo Uribe, Medellín, su origen, progreso y desarrollo, Medellín, Servigrá-ficas, 1981, pp. 81-88.57. Ibíd.58. Luis Fernando Molina Londoño, “Aspectos histórico - constructivos del edificio de la Universidad de la Antioquia en la plazuela de San Ignacio” [Mimeógrafo], Medellín, 1988, p. 51.59. Ibíd.60. Ibíd.61. Jean Peyrat, Guía de Medellín y sus alrededores, 1916. Editada por la Sociedad de Mejoras Públicas. R. Echavarría & Co. New York.62. Ibíd.63. Jean Peyrat, “Que es poco más que un seudónimo del industrial, urbani-zador y urbanista Ricardo Olano”, en: Jorge Orlando Melo, Espacio e Historia en Medellín, http://www.banrep.gov.co/blaa/derautor.htm, consultado el 16 de julio de 2008.64. Jean Peyrat, Op. cit.65. Ibíd.66. Luis Fernando Molina Londoño, “Aspectos históricos del edificio de la Universidad de Antioquia en la plazuela de San Ignacio”. “Para: Restauración del Paraninfo”. [Fotocopia, Departamento de Información y Prensa, Universi-dad de Antioquia], Medellín, mayo de 1988.67. Ibíd.68. Ibíd.69. María Teresa Uribe de Hincapié (comp.), Op. cit., p. 239.70. Luis Fernando Molina Londoño, Aspectos histórico-arquitectónicos del edificio de la Facultad de Medicina, en http://medicina.udea.edu.co/index.php?option=com_content&task=view&id=26&Itemid=36, consultado el 15 de junio de 2008.71. Ibíd.72. Ibíd .73. Jorge Restrepo Uribe, Op. cit., p. 344.74. Ibíd .75. Ibíd., p. 345.76. Juan Ramón de la Fuente, Ciudad Universitaria UNAM: 50 Años. Discurso pronunciado el 20 de noviembre de 2002, consultado en http://www.unam.mx.77. Jorge Restrepo Uribe, Op. cit., p. 358.78. María Teresa Uribe de Hincapié (comp.), Op. cit., p. 121.79. Ibíd., p. 203.80. Ibíd. 81. Ibíd., p. 449.82. Ibíd. 83. Ignacio Vélez Escobar, “La Gobernación de Antioquia. 1961”, Folleto, sin fecha de publicación, p.18.84. Ibíd. 85. Ignacio Vélez Escobar, “Historia de la nueva Universidad de Antioquia. 1963-1970”, Folleto, Medellín, marzo de 2004, p.14. 86. Ibíd., p.10.87. Ignacio Vélez Escobar, “La nueva Universidad de Antioquia. 1968”, Folle-to, Medellín, Biblioteca Central Universidad de Antioquia, p. 42. 88. Ignacio Vélez Escobar, “Historia de la nueva Universidad de Antioquia. 1963-1970”, p. 18.89. Ibíd., p. 6.90. Ibíd.

Se termino de imprimir este libro en los talleres gráficos de D`vinni S. A. en el mes de septiembre de 2008