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DE RAZÓN PRÁCTICA Directores Javier Pradera / Fernando Savater N.º 90 Marzo 1999 Precio 900 pesetas. 5,41 euros MARZO 1999 90 PERFECTO ANDRÉS IBÁÑEZ Garantía judicial de los derechos humanos JUAN VELASCO ARROYO La discriminación positiva ADAM MICHNIK Diálogo con el Dalai Lama AURELIO ARTETA Sobre la política lingüística vasca MARCELO LASAGNA Los límites de la democracia chilena JON JUARISTI Entre el Evangelio y la neurología

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INCLUYE ARTICULO DE JON JUARISTI

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DE RAZÓN PRÁCTICADirectoresJavier Pradera / Fernando Savater N.º 90Marzo 1999

Precio 900 pesetas. 5,41 euros

MA

RZO1999

90

PERFECTO ANDRÉS IBÁÑEZGarantía judicial de los derechos humanos

JUAN VELASCOARROYO

La discriminación positiva

ADAM MICHNIKDiálogo con el Dalai Lama

AURELIO ARTETASobre la política lingüística vasca

MARCELO LASAGNALos límites de la democracia chilena

JON JUARISTIEntre el Evangelio

y la neurología

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S U M A R I ON Ú M E R O 90 M A R Z O 1 9 9 9

ENTRE EL EVANGELIO YJON JUARISTI 2 LA NEUROLOGÍA

PERFECTO GARANTÍA JUDICIALANDRÉS IBÁÑEZ 10 DE LOS DERECHOS HUMANOS

‘IN PRINCIPIO ERAT VERBUM’AURELIO ARTETA 18 Sobre la política lingüística vasca

FRANCISCO EL FUTURO POLÍTICO DE EUROPARUBIO LLORENTE 28 2. El déficit democrático

LAS TRADICIONES DE LA IZQUIERDAJOAN SUBIRATS 38 Y SUS PROBLEMAS ACTUALES

LOS LÍMITES DEMARCELO LASAGNA 45 LA DEMOCRACIA CHILENA

Entrevista Diálogo con el Dalai LamaAdam Michnik 52 Mao, los comunistas y el budismo

Historia de la cultura La literatura como testimonioGabriel Jackson 57 Cinco novelistas del siglo XX

Sociedad Luces y sombras deJuan Carlos Velasco Arroyo 66 la discriminación positiva

Teoría políticaMaría José Villaverde 72 Cosmopolitismo y patriotismo

SemióticaJorge Lozano 75 Cultura y explosión

Casa de citasMauricio Bach 79 Paul Léautaud

Correo electrónico: [email protected]: www.progresa.es/claves

Correspondencia: PROGRESA.GRAN VÍA, 32; 2ª PLANTA. 28013 MADRID.TELÉFONO 915 38 61 04. FAX: 915 22 22 91.

Publicidad: GDM. GRAN VÍA, 32, 7ª, 28013MADRID.TELÉFONO 915 36 55 00.

Impresión: MATEU CROMO.Depósito Legal: M. 10.162/1990.

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DirecciónJAVIER PRADERA Y FERNANDO SAVATER

EditaPROMOTORA GENERAL DE REVISTAS

PresidenteJESÚS DE POLANCO

Consejero delegadoJUAN LUIS CEBRIÁN

Director gerenteIGNACIO QUINTANA

Coordinación editorial NURIA CLAVER

MaquetaciónITALA SPINETTI

CaricaturasLOREDANO

Ilustraciones

PEDRO DOUGNAC (Granada, 1964)Su obra, influenciada por la escuela granadina de principios de siglo, reflejaen el color y en los detalles arquitectó-nicos claras reminiscencias árabes; sin embargo, la composición, en la que predominan formas rectangulares y cuadradas, se rige por las pautas del expresionismo abstracto.

Dalai Lama

DE RAZÓN PRÁCTICA

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ENTRE EL EVANGELIOY LA NEUROLOGÍA

La cultura española a finales del siglo XX

JON JUARISTI

1. El fin del siglo XIX inventó todos los fi-nes de siglo tras inventarse, en primer lu-gar, él mismo. Nunca antes había transita-do por la cultura europea una categoría se-mejante. No puede comparársele, porsupuesto, la de milenio, cargada de conno-taciones apocalípticas. Milenio es términovinculado a la escatología cristiana: los milaños que durará el reino mesiánico antesdel fin de los tiempos. De ese significadooriginal nació una desviación popular yquiliástica: el año mil de la era común ve-ría, a la vez, la Segunda Venida del Verboy la destrucción del mundo dominado porel Mal. Pasados los terrores del año encuestión, volvió la esperanza milenarista anutrir los sueños de las muchedumbresempobrecidas y a catalizar movimientoscolectivos que pretendían forzar la llegadadel reino de los cielos, el cual, según la en-señanza evangélica, sólo por la violenciahabría de ser logrado.

La noción de fin de siglo nace, por elcontrario, en un contexto laicista, y en elpaís en que había culminado, antes queen cualquier otro, el proceso de seculari-zación iniciado en el Renacimiento. Sur-gió, en efecto, en Francia, bajo el más secular de los regímenes políticos de laépoca: la tercera República. Fin-de-siècle(la expresión se lexicalizó tempranamente,y de ahí el recurso a los guiones en aque-llos países –entre otros, el nuestro– dondefue importada en su lengua original) im-plica una idea de discontinuidad o ruptu-ra ausente de la fórmula inglesa que pare-ce corresponderle: The Turn of the Cen-tury. Porque turn podría traducirse como“turno” o “sustitución”, o quizá inclusocomo “relevo”. Como relevo de una cen-turia por otra –sin que sea descabelladoleer aquí centuria en su antiguo sentidomilitar–, pero también como “vuelta”,“regreso” o “retorno” al origen. Vuelta aempezar. En el ámbito de la cultura victo-riana, reacia a la secularización, la visión

del tiempo conservaba aún el carácter cí-clico del viejo folclor agrario: el de los al-manaques y menologías que todavía cir-culaban entre los campesinos, el de lasediciones escolares de los poemas bucóli-cos de autores como John Clare y, desdeluego, el de las baladas tradicionales enque James Frazer encontraría abundantesalusiones a la muerte y resurrección delespíritu del grano. A este esquema, la altacultura anglicana superponía el de la his-toria sagrada con su expectativa escatoló-gica. El fin de siglo británico fue el de los“victorianos eminentes” que Lytton Stra-chey sometería a una inmisericorde revi-sión biográfica tras la Gran Guerra. El deFrazer, por supuesto. Pero también el delos grandes conversos a la Iglesia de Ro-ma: Manning, Newman, Chesterton…

No muy distinto fue el fin de siglo es-pañol. O, mejor dicho, su Zeitgeist. Latraducción del nuevo marbete francés re-sultaba aquí inevitablemente ambigua: in-cluso la palabra siglo no podía menos quedespertar asociaciones obligadas con la es-pera de la Segunda Venida, no en vanohabía sido El Siglo Futuro la cabecera delperiódico integrista más combativo de laRestauración. Pero el matiz semántico dereversibilidad que contaminaba la visióndel tiempo predominante en la España fi-nisecular no era deudor en exclusiva de laresistencia católica a la modernidad. Tam-bién las élites secularizadas jugueteabancon las grandes mitologías cíclicas del mo-mento: con el eterno retorno del Zaratus-tra nietzscheano o con las concepcionesreligiosas orientales, brahmánicas y búdi-cas, divulgadas en Europa por la filosofíade Schopenhauer y por la charlataneríaocultista de madame Blavatsky y sus se-guidores. Miguel de Unamuno, al que se-ría difícil considerar un ejemplo de laicis-mo pero que, no obstante, tampoco enca-ja en la definición de un católico a lausanza tradicional española, desafió abier-

tamente la linealidad de la historia secula-rizada –inseparable del mito decimonóni-co del progreso, del pensamiento hegelia-no vulgarizado por krausistas y marxistasy del evolucionismo de Spencer y Dar-win– en los primeros ensayos de En tornoal casticismo (1895). Según el escritor vas-co, las rupturas y espasmos revoluciona-rios pertenecen al orden de una historiapolítica que en nada turba la existenciaintemporal, intrahistórica, del puebloeterno. Si, para la mayoría de los españo-les, “fue el mismo sol después que el deantes del 29 de septiembre de 1868, lasmismas las labores, los mismos los canta-res con que siguieron el surco de la arada”,con mayor razón fueron idénticos soles,labores y cantares los de antes y despuésdel 1 de enero de 1900 o de 1901 (segúndónde se decida poner la censura entre lossiglos), fechas no marcadas en España poracontecimientos de desusada relevancia.

En la tarde de San Silvestre de 1900,Indalecio Prieto, por entonces un joven yprometedor periodista, se dirigió a la bar-bería de su amigo Julián Laiseca, miem-bro como él de la Agrupación Socialistade Bilbao. Encontró al barbero y a otrosdos correligionarios atareados en compo-ner, ayudándose de una guitarra, unaMarsellesa de la paz para saludar la llegadadel siglo XX. Concluida, con ayuda dePrieto, la labor de composición, el textofue impreso en la prensa del semanarioLa lucha de clases y distribuido, esa mismatarde, por los locales de las agrupacionesobreras. Así recuerda el dirigente socialis-ta, 65 años después y desde su exilio me-xicano, la entrada del año 1901:

Mientras se acercaba la hora solemnísima enque, con indiferencia de Clío, moriría un siglo y na-cería otro, el vecindario echábase a la calle, yendodesde los cuatro puntos cardinales y con hachonesencendidos al paseo del Arenal, corazón de la villa.Hacia allí comenzaron a descender en masas com-pactas los trabajadores, cantando al unísono la Mar-sellesa de la paz. Yo caminé entre ellos. Otros grupos

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acompañábanse de charangas y rondallas. Más deun saludador que no se había concertado con nadiellevaba, para usarlo en el saludo, un clarinete averia-do, una vieja corneta, una carraca estridente, untambor retumbante, cualquier instrumento capaz dehacer ruido en el momento decisivo1.

Acaso baste este breve fragmento delas memorias de Prieto para imaginar có-mo vivieron los españoles de 1900 latransición al nuevo siglo. La irrupción de“masas compactas” de trabajadores ento-nando, con nueva letra, el viejo himno re-

volucionario de los ejércitos del Rhin po-ne una nota militante, de seriedad casi re-ligiosa, en el bullicio festivo de la Noche-vieja popular. Tres años antes, Unamunohabía descrito en su primera novela –Pazen la guerra (1897)– las formaciones “mi-litares” de los campesinos vascos que,acaudillados por sus párrocos, bajaban delas aldeas a las villas para votar en los co-micios a cortes constituyentes de 1869.Para Unamuno, estos aldeanos (que en1872 se enrolarían a millares en el ejércitocarlista) representaban lo que HerbertSpencer habría llamado una militant so-ciety: una sociedad agraria movilizada decontinuo para la guerra. Los obreros paci-

fistas de 1901, que descendían tambiénhacia el centro de Bilbao desde los nuevosbarrios suburbanos que se levantabanahora en el antiguo alfoz rural de la villa,habrían podido pasar por la expresión dela utopía spenceriana: sociedades indus-triales, pacificadas, basadas en la divisióndel trabajo y en la cooperación interna-cional. Sin embargo, el hecho mismo deque la letra del himno que cantaban hu-biera salido, horas antes, de la imprentade un periódico llamado La lucha de clases(“La chula de clases”, le llamaban por en-tonces Sabino Arana y los suyos) desmen-tía la impresión optimista que un obser-vador ingenuamente spenceriano habría

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1 Indalecio Prieto, De mi vida, pág. 25, t. I, Mé-xico, Oasis, 1965.

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podido extraer de la escena festiva. En elsiglo que nacía, las guerras de clases y lasde naciones iban a reducir las contiendasdel XIX a insignificantes escaramuzas.Unamuno tendría ocasión de comprobar-lo durante los cinco últimos meses de1936, mientras se atormentaba recordan-do los irresponsables elogios que habíaprodigado desde 1895 a la guerra civil co-mo acicate de las energías nacionales. Asu modo, los obreros socialistas de 1900eran un avatar más de los combatientespor el reino milenario. Esperaban paramuy pronto la instauración de ese reino(o de esa República) de paz y de justicia ysabían, porque así lo había asegurado KarlMarx, que sólo la guerra, partera de lahistoria, podría traerlo.

La cultura española del fin de siglomezcla, como en toda Europa, el imagina-rio religioso con el político, y los socialis-tas no son una excepción. Para ellos, Cris-to fue, en cierta manera, un agitador con-denado a muerte por los poderosos de sutiempo. Contagiados del anticlericalismorepublicano, los propagandistas del ideariosocialista comparan a la Iglesia con unnuevo Sanedrín que persigue a los sembra-dores de la buena semilla –otra metáforaevangélica que arraiga en el lenguaje delsocialismo finisecular–, y cifran en la futu-ra revolución la verdadera y definitiva re-dención del género humano. La simbolo-gía cristológica se instala sin embozo en laliteratura militante de esos años. Así, porejemplo, en Las almas muertas, novela fo-lletinesca de Timoteo Orbe publicada en1896 por La lucha de clases, de Bilbao, yque, tres años después vuelve a editarse enSevilla con un título distinto: Redenta.Historia de una familia burguesa2.

Trasunto de la Bilbao industrial, Re-denta es una ciudad inicua y levítica,aplastada por un clero intolerante quedispone a su antojo de las voluntades delos grandes patronos, gracias a la manipu-lación de las conciencias de las esposas deéstos. Frente a la injusticia del capital, quela Iglesia alienta, se levanta un joven bur-gués –Pedro Ranzade–, sobrino de unempresario liberal de ideas sociales avan-zadas que caerá al fin bajo la influenciadel cura Santos Artola, un feroz enemigode los socialistas. Orbe juega, como es ob-vio, con las connotaciones evangélicas delos nombres de los personajes centrales dela narración. Manuel Ranzade, el tío dePedro, es un Cristo que se duerme, quefracasa en sus afanes redentores al permi-

tir que su voluntad caiga bajo el influjode la santurronería de su mujer y de losmanejos de Artola, director espiritual deésta. Pedro, huérfano educado por su tíoManuel, sigue las enseñanzas del empre-sario hasta convertirse –“a fuer de liberal”,como diría Unamuno– en un apóstol so-cialista. Pero pronto se percatará, conamargura, de la esterilidad de sus esfuer-zos ante la implacable persecución quedesata contra él la buena sociedad de Re-denta, instigada por su tía Rafaela, esposade Manuel, y por don Santos.

El autor derrocha sarcasmo en la des-cripción de los personajes y, por supuesto,en el nombre mismo con que rebautiza aBilbao. La paradoja de una Iglesia anticris-tiana y de un socialismo (o un republica-nismo) crístico, rebosante de piedad haciael prójimo sufriente –es decir, hacia elobrero–, constituye el tópico común a unanovelística “comprometida”, de sesgo ideo-lógico más republicano o radical que mar-xista, que tendrá abundantes manifestacio-nes epigonales en los primeros años del si-glo. Obras como El intruso (1904), deVicente Blasco Ibáñez, cuya acción se de-sarrolla también en Bilbao, reproducen lahistoria arquetípica de un héroe burgués,progresista y generoso, derrotado por lasasechanzas de los eclesiásticos y de las mu-jeres que éstos controlan a través de for-mas de devoción aberrantes y enfermizas.El paradigma de este tipo de novela habríaque buscarlo quizá en las llamadas “nove-las de tesis” del Sexenio Democrático y, enparticular, en Doña Perfecta, de Benito Pé-rez Galdós, la primera en ofrecer, en suprotagonista, el ingeniero Pepe Rey, unafigura de héroe positivo, combatiente con-tra la intolerancia y el oscurantismo, queserá finalmente sacrificado a la fanáticabrutalidad de las fuerzas sociales más reac-cionarias. Estos personajes (el Pedro deOrbe, el doctor Aresti de Blasco y otroscortados por el mismo patrón que el PepeRey galdosiano) son, cada uno de ellos asu modo, un alter Christus, una encarna-ción del ideal de un cristianismo disiden-te, pasado por el cedazo republicano, so-cialista o incluso nietzscheano, como elprotagonista de La casa de Aizgorri, de PíoBaroja (1900). Caracteres fáusticos, desa-fían la inercia de la costumbre, el fatalis-mo y la hipocresía, a lo que oponen unavoluntad de regeneración o, aún mejor, deredención. Ambos conceptos son equiva-lentes: la misión del nuevo Cristo es, antetodo, la redención de la sociedad, la luchacontra los seculares males de la patria.

En algunos casos, el héroe crístico de-be pasar por un proceso de conversión an-

tes de tratar de extender o realizar el nuevoevangelio del trabajo y de la justicia. Talesprocesos implican una crisis de fe, unabandono subsecuente de las primitivascreencias –por lo general, el catolicismoheredado de las generaciones anteriores– yuna búsqueda ascética de la luz del nuevoideal. Este camino de perfección es común avidas ficticias y vidas reales: el fin de siglorespira todavía romanticismo, necesidadde vivir literariamente o, mejor aún, nove-lescamente. De ahí el visible ingredienteautobiográfico de algunas de las novelas dela época: Nuevo mundo y Paz en la guerra,de Unamuno; Las confesiones de un peque-ño filósofo y La voluntad, de Azorín, o Elárbol de la ciencia, de Baroja, por ejemplo,y el correlativo carácter novelesco de cier-tos episodios críticos en la vida de los au-tores (las sucesivas crisis religiosas de Una-muno entre 1882 y 1897, sin ir más lejos).Que este tipo de incidentes espirituales seexpongan con un lenguaje tomado delevangelio o de la literatura confesional delos místicos no debería ser motivo de ex-trañeza: la crisis da paso a una auténticametanoia, a una conversión a la nueva fe–laica, secular– que implica también undesasimiento del mundo y un olvido delhombre viejo (en este caso, del hombre vie-jo cristiano). El Pachico Zabalbide, de Pazen la guerra, descubre el sentido de la his-toria contemplando desde una de las cum-bres que rodean Bilbao la eterna lucha delmar y las montañas, antes de descender ala ciudad –como un Cristo que vuelve deldesierto– para convertirse en un luchadorpor la justicia social. A uno de esos mon-tes, si no al mismo, subía a orar TomásMeabe, compañero de primera hora de Sa-bino Arana Goiri, cuyos escritos autobio-gráficos nos revelan también algo parecidoa una experiencia mística en su deslumbra-miento ante la verdad socialista:

Huía al monte; me pasaba días en el montecon un cacho de pan; allí me golpeaba de verdad elpecho y me ponía en asedio de cruces el alma. Ha-cía con leños toscos muchas cruces, las plantaba ami alrededor y me estaba allí, sitiado de esos leños,pidiendo de rodillas, con toda mi alma, la fe o lamuerte3.

Meabe, a quien Arana Goiri había en-comendado estudiar la doctrina socialistapara mejor combatirla, llegó a tener undestacado papel como publicista en las fi-las del partido de Pablo Iglesias y fundó,en 1903, las Juventudes Socialistas. Jamásabandonaría la retórica evangélica en sus

ENTRE EL EVANGELIO Y LA NEUROLOGÍA

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2 Sevilla, Tipografía de Francisco P. Díaz, 1899.

3 Tomás Meabe, ‘Una conversión’, Obras, págs.35-38, Meabe, Bilbao, 1920.

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artículos, furiosamente anticlericales(“Pío X llevado a la riquísima silla gesta-toria. Jesús montado en un modesto bu-rro. Sarto rodeado de lujosos cardenales:Cristo cimentando su religión con el con-curso de 12 obreros”4), ni en sus escritosmemorialísticos, en los que se describe así mismo como un avatar de Jesús perse-guido por los sucesores de los fariseos.Con todo, el nuevo Cristo no es solamen-te una metáfora socialista. Su figura estáen el centro de los debates intelectualesdel momento. Azorín pone en él las espe-ranzas de regeneración de España queaniman a la “gente nueva”, como se des-prende de este fragmento de entrevistacon Unamuno:

– Sin embargo –repuse–, hay una parte de lajuventud, parte pequeña, es cierto, que alienta pornobles ideales de solidaridad universal, de amor ybienestar para todos los hombres, que sueña conun Cristo nuevo…

A lo que el escritor vasco, inmerso enla devastadora crisis espiritual que siguió ala muerte de su hijo Raimundo, en 1897,replica:

– ¡El Cristo nuevo! Sí, ya sé… Usted ha hechode eso un artículo. ¿Son esos los ideales? Usted,querido amigo, y los que como usted piensan estánequivocados. Son generosas sus aspiraciones, perono es ésa precisamente la orientación; hay algo másque eso...Cristo no puede ser viejo ni nuevo; Cristoes eterno, el Cristo verdaderamente eterno, el delEvangelio, no el visto a través de Renan5.

Pero, cualquiera que sea la interpreta-ción del ideal cristológico, es innegableque responde a una necesidad de reden-ción hondamente sentida en la sociedadsecularizada del fin de siglo, y también auna cierta espera o temor del fin de lostiempos. Según Hinterhäuser, hay distin-tas fuentes de ese presentimiento difusodel apocalipsis: la esperanza milenarista yla de los socialistas, pero también “el saltobrusco a la modernidad, para el que enmodo alguno estaba preparada la burgue-sía transmisora de la cultura, formada enla tradición clásica”6. A lo largo del siglo,la industrialización había arrancado de susuelo nativo y de sus viejas culturas tradi-cionales a millones de campesinos de todaEuropa. Hacinado en las ciudades, el pro-letariado industrial carecía ahora de una

cultura propia y había sufrido, en mayormedida que la burguesía, el impacto de lasecularización. Newman veía en las mu-chedumbres obreras los futuros ejércitosdel Anticristo que estaba al llegar, y nomuy distinta debía ser la percepción quebuena parte del clero católico tenía de lasociedad urbana en ciudades como Barce-lona y Bilbao, donde anarquistas y socia-listas se mostraban, en general, muy hos-tiles hacia la Iglesia. Los intelectuales bur-gueses, por el contrario, jugueteaban conformas inéditas de espiritualidad, preten-diendo marcar distancias respecto del fi-listeísmo imperante, que se traducía enuna actualización ecléctica de todos aque-llos estilos del pasado considerados comoclásicos. No deja de resultar ilustrativoque las rupturas estéticas del fin de siglo,en las que se manifestaba el rechazo de uneclecticismo desencantado y la condenade un realismo más o menos inspirado enla filosofía positivista, partiesen de secto-res abiertamente enemistados con la cul-tura burguesa y liberal, pero sustentadoresde visiones del mundo antagónicas entresí: del anarquismo y de la extrema dere-cha católica. Antoni Gaudí era un tradi-cionalista de misa diaria, y Valle-Inclán,quizá por razones de orden estético, se ad-hirió con entusiasmo al carlismo. Unanostalgia confusa de espiritualidad co-menzó a soliviantar a escritores y artistasdesde mediados de la década de losochenta, arrastrando incluso a algúnmiembro descollante de la vieja genera-ción realista, como Benito Pérez Galdós.Una de las novelas de éste, Nazarín, figu-ra entre lo más característico del retornoal Evangelio en la narrativa de la época,no exenta, por otra parte, de matices mi-lenaristas que contrastan con la declaradairreligiosidad de muchos de sus autores.

2. Mundus senescit. El antiguo tópicosólo consiente, en el fin de siglo, una in-terpretación unívoca: el mundo cae in-cluso por debajo de su propio estatuto demundo caído. El género humano degene-ra. Degeneración es precisamente el títulode un famoso ensayo de Max Nordauque fue traducido tempranamente al es-pañol y halló buena acogida entre losanarquistas. El darwinismo social, com-batido tanto por los libertarios como porlos socialistas (Unamuno lo rebate en va-rios artículos publicados en La lucha declases), preconiza la selección de los másdotados para la lucha por la existencia ydeplora que el progreso de la medicina fa-vorezca la supervivencia de los débiles, loque resulta un sarcasmo en ciudades y

pueblos insalubres donde la tuberculosises aún endémica. El regreso de los solda-dos de Cuba, enfermos muchos de ellosde paludismo, contribuyó a reforzar el es-tereotipo de los españoles como pobla-ción mórbida, necesitada de una regene-ración que no se limitara a la economía ya las costumbres. El mito clínico de laventilación, de las corrientes de aire puro,se vuelve metáfora política, y así Unamu-no invocará en el ensayo final de En tornoal casticismo el “ventarrón europeo” queha de barrer los miasmas de una Españacerrada al exterior durante siglos.

No es necesario insistir sobre el par-ticular ni traer a colación los diagnósticosde los males de España que se agolpan enla prensa de esos años finales del XIX.Baste decir que se recurre en casi todosellos a un léxico relacionado con los cam-pos semánticos de la enfermedad, la vejezy el vicio, cuando no se certifica tajante-mente la muerte del cuerpo y, con másfrecuencia, del alma de la nación. La Es-paña “escuálida y beoda” de Antonio Ma-chado, la del “marasmo” unamuniano, elpaís “sin pulso” de Silvela pertenecen a laimaginería de un patriotismo doloridoque desembocará en sueños de regenera-ción o en la retórica de una resignada de-sesperanza. Sin duda, hay aspectos de larealidad nacional que avalan en parte talesvisiones aflictivas, pero éstas escamoteaninjustamente la vitalidad del conjunto. Lapoblación crece, mejoran las comunicacio-nes interiores, la industrialización avanzaen el País Vasco y Cataluña, se extiende laescolarización…, lo que no significa enabsoluto que todos se beneficien por igualde esta situación ni que, sencillamente, lamayoría se beneficie. La electrificación dela España rural, por ejemplo, será un idealnunca cumplido o, mejor dicho, cumpli-do sólo cuando la población de la Españarural haya descendido en proporciones en-tonces imprevisibles. Tampoco la pobla-ción urbana experimenta un súbito incre-mento de sus niveles de bienestar a la altu-ra de 1900 (ni en España ni en Francia,dicho sea de paso), salvo quizá en un sec-tor relativamente pequeño de las clasesmedias. El resto –la extensa pequeña bur-guesía retratada por Taboada y otros cos-tumbristas de la baja Restauración– segui-rá viviendo muchos años en condicionesbastante parecidas a las descritas por aque-llos autores. Hay resignación, estoica re-signación en el campo (lejos queda la re-vuelta de 1892 en el agro jerezano); des-contento en los trabajadores de lasregiones industriales, que nutren los na-cientes sindicatos socialistas y libertarios, y

JON JUARIST I

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4 Tomás Meabe, ‘Idólatras’, La lucha de clases,461, 12 de septiembre de 1903.

5 Azorín, ‘Charivari en casa de Unamuno’, LaCampaña, 26 de febrero de 1898. Citado en LaureanoRobles, Azorín-Unamuno. Cartas y escritos complemen-tarios, pág. 45, Consellería de Cultura, Educació iCiència de la Generalitat Valenciana, Valencia, 1990.

6 Hans Hinterhäuser, Fin de siglo. Figuras ymitos, pág. 17, Taurus, Madrid, 1980.

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síntomas de insurrección en unas clasesmedias irritadas por la política oligárquica.Síntomas perceptibles no sólo en la agita-ción regeneracionista de la Unión Nacio-nal de Joaquín Costa, acicate externo del“regeneracionismo” conservador de unGobierno de Silvela que supo integrar enel sistema al potencial golpista Polavieja ypuso las bases de la ulterior “revolucióndesde arriba” que habría de abordar Mau-ra, sino también en las tentativas de fusiónrepublicana en torno a Salmerón, en la di-sidencia radical que tiene su expresión enLerroux y Blasco Ibáñez, en la política deSolidaridad Catalana impulsada por Cam-bó y en el ascenso electoral de un naciona-lismo vasco todavía limitado a Bilbao. To-do esto, incluyendo el dolor silencioso delos campesinos que habían sufrido másque cualquier otro sector social la sangríahumana de la guerra, muestra a las clarasel vigor de un pueblo paradójicamentepercibido por sus élites intelectuales y ar-tísticas en estado preagónico.

Además de la magnificación de la yaen sí misma catastrófica derrota militar de1898, influyeron en la imagen tétrica deEspaña que divulgaron el arte y la literatu-ra de fin de siglo, por una parte, la exten-dida creencia en la astenia y el agotamien-to de la raza latina, tópico que surgió enFrancia a raíz de la batalla de Sedan y quefue alentado en los años posteriores por laceltomanía nacionalista contrapuesta aldespertar cultural de Provenza (el Renaci-miento latino auspiciado desde el movi-miento felibre) y, por otra, cierta visión delo español importado del simbolismo bel-ga y francés. De la del belga fue máximoresponsable, ya que no único, el poetaÉmile Verhaeren, autor, con Darío de Re-goyos, de La España negra, conjunto deimpresiones de un viaje por la Penínsulaen 1888, que se publicaría, 10 años des-pués, en una revista barcelonesa “paradóji-camente llamada Luz”7. Azorín se encar-garía de cimentar el culto a Verhaeren y aotros compatriotas de éste, no menos in-clinados a las tonalidades fúnebres (Mae-terlinck y Rodenbach, en particular). Dela parte de Francia vendría inspiraciónabundante. Más de la que se reconoce deordinario. Prescindiendo de Barrès, queno publicaría hasta 1912 su Greco ou le sé-cret de Toledo, cabe referirse también al ol-vidado Pierre Loti que, en 1892, escribede la misa de gallo en Fuenterrabía:

La muerte, aquí todo está para recordarla. Yparece como si planease pesadamente por encimade estas centenas de cabezas inclinadas. Cada losade esta iglesia es una losa funeraria, y se tiene con-ciencia de que este suelo sobre el que se camina estálleno de osamentas. Esta muchedumbre de campe-sinos y de pobres, en la que dominan los viejos, ex-hala un olor de cadáver que el incienso no disimula.Se oye aquí y allá toses que exageran la sonoridadde la bóveda. Y, de hecho, no es sino el terroríficopensamiento de la muerte lo que esta noche reúneallí a todos estos seres de un día para el esfuerzo encomún de una plegaria8.

Por toda Europa se difunde ese hálitode muerte anticipada, desde la Brujas deRodenbach hasta la Viena de Schnitzler yKrauss, pero Francia o, más exactamente,la literatura francesa hace de España el país mortuorio por excelencia. La Españanegra de los que después se autodenomi-narán generación del 98 resulta, en talsentido, un pleonasmo, una reescrituradel tópico francés que acuñaron aquellosviajeros románticos como el anónimo co-rresponsal del vasco Joseph-AugustinChaho, que comparaba a Castilla con uninmenso hospital donde agonizaba unapoblación de enfermos terminales atendi-da por los curas9. Podría esperarse que losintelectuales españoles, nacionalistas al finy al cabo, se atribuyesen una misión re-dentora, como desde décadas atrás lo ha-bía hecho la intelligentsia plebeya rusa, pe-ro aquéllos se limitaron a extender la noti-cia de la defunción de España. “EsteCristo español como la muerte”, escribiráel umbrío Unamuno a propósito del Cris-to yacente de las clarisas de Palencia, “noresucita. ¿Para qué? No espera / sino lamuerte misma”. Tras una inicial “marchahacia el pueblo”, en el que ven el deposi-tario genuino de las esperanzas de la na-ción –un “profesor de energía” colectivo,para decirlo a la manera de Barrès–, losintelectuales se repliegan a unas desdeño-sas soledades desde cuyas altas galerías,mejilla en mano, contemplan el espectá-culo de una interminable danza macabrasobre la llanura castellana.

Santos Juliá ha sostenido, con acierto,que una de las causas endógenas de la “de-cepción” de los intelectuales (sustantivo deorigen francés reciente, con el que se auto-bautizan los literatos díscolos en su afánde editar una versión española de los drey-fusards) estriba en la amenaza que supone

el pueblo para su propia posición privile-giada y sus pretensiones al liderazgo social:

En realidad, ya no merecía ser llamado pueblo,sino masa. Su descubrimiento arrastró consecuen-cias decisivas para la posición asumida por el inte-lectual en la sociedad y frente a la política. A la vezque literatos y publicistas se comenzaban a llamar así mismos intelectuales, generalizaron el uso de lavoz “masa” para designar a lo que hasta bien pocoantes llamaban “pueblo”10.

¿A qué “descubrimiento” se refiere elhistoriador? Aparentemente, a la incapaci-dad de los privados de voz propia paramantener sus conquistas sociales y políti-cas, a su inhibición ante la reacción restau-radora representada sucesivamente por Sil-vela y el maurismo. El pueblo que se so-mete, había decretado Unamuno en 1895,deviene “masa imponible”. Para los inte-lectuales sólo era pueblo el que secundaseeventualmente su airada diatriba contra elestado de cosas; es decir, contra el Estado.Pero hay otro factor más profundo en esedesencuentro: lo que, retorciendo una ex-presión de Paul Bénichou, podría llamarsela “desacralización del escritor” como cate-goría social que, en la época romántica,había tomado el relevo de los filósofos enel sacerdocio laico. La nación moderna,como observa Gellner, trata de hacer ex-tensiva a todos los ciudadanos la condi-ción de clérigo. La escuela obligatoria creanuevos públicos capaces de leer, de opinarsobre lo que leen e, incluso, de poner porescrito sus discrepancias con el intelectualde turno. El acceso de las clases popularesa la cultura escrita desestabiliza la posi-ción de privilegio del literato, basada has-ta entonces en el monopolio de la escritu-ra creativa. El modernismo podría ser in-terpretado, en tal sentido, como unareacción de los escritores al ascenso de losnuevos públicos semiletrados: una reac-ción defensiva que recurre a la creaciónde lenguas literarias neoculteranas, a lasintaxis dislocada o a poéticas simbolistas,teñidas siempre de hermetismo (en talsentido, La lámpara maravillosa, el brevetratado estético de un Valle-Inclán versa-do en la tradición ocultista, representópara España lo que fueron los manifiestosdel Moréas más joven para Francia o losartículos esotéricos de Yeats para la litera-tura inglesa). La rebelión espiritual contrael filisteísmo burgués revela también unterror filisteo a la nivelación cultural. Elespiritualismo, bajo cualquiera de sus

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7 Francisco Calvo Serraller, Paisajes de luz ymuerte. La pintura española del 98, pág. 11, Tusquets,Barcelona, 1998.

8 Pierre Loti, Pays Basque. Recueil d’impressionssur l’Euskalleria, págs. 28-29, Calmann-Lévy, París,1930.

9 Joseph-Augustin Chaho, Voyage en Navarrependant l’insurrection des Basques (1835), (2ª ed.), pág.II, P. Lespès, Bayonne, 1865.

10 Santos Juliá, ‘La aparición de los intelectualesen España’, pág. 4, CLAVES DE RAZÓN PRÁCTI-CA, 86, octubre de 1998.

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nombres (simbolismo o idealismo, porejemplo), se opone tanto al materialismode derechas –es decir, a la versión biolo-gista del positivismo, llamada tambiéndarwinismo social– como al de izquier-das, y así, por ejemplo, Unamuno, trassus fugaces escarceos con el socialismomarxista, combatirá a un tiempo el evolu-cionismo spenceriano y darwinista de sujuventud (en Amor y pedagogía, su novelade 1902) y el materialismo histórico, ennombre de una concepción espiritual yposcristiana de la existencia.

El pueblo, según esta concepción espi-ritualista, se desdobla en su visible mani-festación histórica y en un pueblo eterno,una sustancia oculta que permanece, másallá de toda contingencia, como el factorde cohesión de la nación y de continuidadde la historia nacional. Pero el pueblo visi-ble, por el mero hecho de serlo, se convier-te en masa a los ojos de los intelectuales, yello a pesar de que la masa es una idea de-masiado abstracta, sin correspondencia al-guna en el mundo de la experiencia coti-diana (uno puede ver multitudes, muche-dumbres, pero nunca masa). Sea comofuere, ese pueblo empírico es condenadosin remisión, mientras se apela al puebloideal e inmutable, no histórico, deposita-rio legítimo del alma nacional. Cabe sor-prender la formación de ambos mitos enla discusión que sostienen Ángel Ganivet yMiguel de Unamuno en las páginas de ElDefensor de Granada, entre junio y sep-tiembre de 1898. Ganivet subraya los su-puestos estigmas morales heredados porlos españoles de los diversos invasores quese sucedieron en el suelo ibérico, desde losromanos a los árabes. Unamuno niega laimportancia espiritual de las invasiones,que jamás, según él, turbaron la idiosin-crasia colectiva de un pueblo arraigado ensus orígenes prehistóricos y empecinada-mente reacio a cualquier mestizaje.

La verdadera tradición –el alma in-contaminada del pueblo– discurre por de-bajo de la historia de los acontecimientosy es sólo accesible al poeta o al místico. SiUnamuno inaugura un nacionalismo mís-tico, es sin duda Ramón Menéndez Pidal–otro del 98, como él mismo gustaba defi-nirse– el gran rastreador de la tradiciónpoética nacional, coagulada en la épica delos tiempos heroicos de Castilla –los deFernán González, los infantes de Lara y elCid Campeador– y viva todavía en un ro-mancero oral que los campesinos seguíancantando en las aldeas. Pero no serán elensayismo y la filología las únicas vías deacceso al hontanar escondido e inagotablede la nación. La novela, la poesía, las artes

plásticas y las incipientes ciencias socialesse suman asimismo a lo que, en la últimadécada del XIX y, sobre todo, tras el De-sastre de 1898, se perfila como la tareaprioritaria de toda una generación.

3. Imaginar la nación. Es decir, cons-truir la nación, porque la nación es una co-munidad imaginada. La disolución del im-perio deja a España enfrentada a la alterna-tiva de disgregarse o reconstruirse comouna comunidad política. El imaginario dela generación de fin de siglo, tomando estaúltima expresión en su acepción cronológi-ca más generosa –desde los nacidos a fina-les de la década de los cincuenta hasta losque llegan al mundo en la primera mitadde los ochenta, ambos inclusive–, contieneuna rica variedad de enemigos internos decualquier proyecto regenerador (la Iglesia yla monarquía, para los republicanos; laburguesía, para los socialistas; oligarcas ycaciques, para Costa, o los particularismos,para Ortega y Gasset), pero no acierta adefinir el sujeto agente de la regeneración.El pueblo podría ser el nuevo Cristo, peroel pueblo es también su peor enemigo: em-brutecido por siglos de dominación ecle-sial, degenerado, envilecido por el crucecon razas decadentes, fácil presa de las en-fermedades del cuerpo y del alma y carentede minorías creadoras y rectoras, este pue-blo no sabría redimirse a sí mismo.

La visión finisecular de España es con-tradictoria: idealiza y degrada a la vez suobjeto. La verdadera España aguarda elmomento de manifestarse. España duer-me. Pero, llegado el momento crítico –porejemplo, el de la guerra con Estados Uni-dos–, el viejo león dormido no despierta.El Cristo español no resucita. El pueblovegeta en una modorra fatalista que, segúnel mismo Unamuno que niega la influen-cia deletérea de las invasiones, tiene quizásu raíz en el quietismo islámico. ¿Dóndebuscar, entonces, al pueblo genuino, al au-téntico pueblo que conserva las virtudes dela España indígena? No, desde luego, enlas multitudes urbanas, que acuden indife-rentes a los toros tras conocerse la noticiade la destrucción de la escuadra del almi-rante Cervera. De existir aún en algún si-tio, la España latente debe hallarse en laprovincia, en los alfoces de las ciudadesmuertas. La novela del fin de siglo es regio-nalista –aunque no toda ella regional, en elsentido tradicionalista y católico que habíadado a este término José María de Pereda–;es regionalista sin saberlo, porque, comoforma literaria de la imaginación naciona-lista, trabaja con la sinécdoque pars pro to-to, la región por la nación. Regionalista ha-

bía sido la novela realista del Sexenio y dela primera Restauración, y regionalistatambién la novela naturalista de la condesade Pardo Bazán y de Clarín. Del mismomodo será regionalista la novela del natu-ralismo rezagado, bien representada por elciclo valenciano de Blasco Ibáñez, que seinicia en 1894 con Arroz y tartana. Son re-gionalistas Paz en la guerra y buena partede las ficciones modernistas de Baroja yValle-Inclán. Por regionalismo no hay queentender aquí impulso vindicativo algunorelacionado con antiguos o recientes agra-vios centralistas. Nada tiene que ver esteregionalismo con el de la Lliga catalana ocon el fuerismo carlista. La región, en lanovela del fin de siglo, es una metáfora deEspaña. O, para decirlo de otro modo, Es-paña sólo es imaginable desde y en cadauna de sus regiones.

Y algo semejante ocurre en la pintura.En la década de 1890 coexisten diversastendencias. Todavía goza del favor del pú-blico la pintura de historia (y mucho másla escultura historicista: el valenciano Ma-riano Benlliure, autor de buena parte de laestatuaria pública de la época, cultiva conéxito una síntesis de historicismo y regio-nalismo). Las fórmulas realistas, avaladaspor un Estado organizador de muestras yexposiciones, van a ceder gradualmenteante el empuje de una generación de pin-tores, nacidos en su mayoría durante losaños setenta, que combinan estilos y ten-dencias diversos, pero, en todo caso, nue-vos. Desde el simbolismo medievalizantede algunos pintores catalanes, que acusa lainfluencia de los prerrafaelitas, hasta el im-presionismo más o menos asimilado porvalencianos y vascos. En principio, no setrata de rupturas violentas (el prerrafaelis-mo catalán implica cierta continuidad conla pintura de historia, y el impresionismo,como más de un crítico señaló, supone undesarrollo no demasiado heterodoxo delrealismo). Con todo, hay rasgos generacio-nales inéditos: la recuperación de la tradi-ción de la escuela española (Velázquez, Ri-bera, Zurbarán y, en particular, el Greco);el tratamiento de la luz (deliberada oscuri-dad y hasta tenebrismo en Zuloaga, lumi-nosidad mediterránea en Sorolla, que llegaa pintar un imposible Cantábrico griego);protagonismo del paisaje, tan olvidado porla pintura anterior.

El paisaje fue, en efecto, el gran temade la imaginación nacionalista. Si el regio-nalismo funcionó como sinécdoque, el pai-sajismo lo hizo como metonimia, comojuego de contigüidades. Eduardo Martínezde Pisón ha observado que la cultura del98 descubre el paisaje, pero no engendra

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una geografía11 (lo que quizá sea una afir-mación un tanto injusta, toda vez que im-plica sustraer de dicha cultura generacionalal padre de la geografía española moderna,otro Martínez de Pisón, por cierto). Es ver-dad que la imaginación literaria y pictóricano concibe sino paisajes, y paisajes espiri-tualizados, dicho sea de paso. En la obrajuvenil de Unamuno, la descripción paisa-jística forma parte inexcusable del paradig-ma positivista, el de Darwin o Taine, queprivilegia el medio geográfico entre los fac-tores determinantes de la evolución bioló-gica y cultural. Pero en sus obras posterio-res a 1897, el paisaje, independizado porcompleto de la narración, se hace prosopo-peya y adquiere una dimensión moral. Enrigor, el paisaje sustituye al pueblo inalcan-zable por la imaginación. Los encinaresmachadianos son figura del alma eterna deCastilla. Son los de fin de siglo, en efecto,paisajes con alma, y el alma del paisaje seconvierte en garantía de un carácter nacio-nal, pues si los pueblos históricos pasan, elpaisaje ahistórico permanece y modela elespíritu de las nuevas generaciones –o in-cluso de posibles nuevos pueblos– que ven-drán a vivir sobre las mismas tierras. “Ve-réis llanuras bíblicas y páramos de asceta”,escribe Antonio Machado de esos camposquemados cuyo numen “es sanguinario yfiero”. El determinismo positivista se mudaen un determinismo espiritualista, pero nomenos constrictivo, no menos fatal.

4. Pero, ¿qué hay del pueblo histórico,de los españoles que viven y mueren sobreesos paisajes del fin del siglo XIX? No estánmuy lejos de nosotros. Quizá nos parece-mos más a ellos que a nuestros hijos. Cuan-do menos, nuestra lengua –aunque resultesorprendente– es más semejante a la suyaque a la que hablará la generación que aho-ra nace. Hablamos aún el español –o inclu-so el catalán– surgido de la gran revoluciónmodernista. Nuestros clásicos se llaman to-davía Juan Ramón Jiménez o Pío Baroja.Fue la suya la generación que vio, en los úl-timos años de la centuria, el extraordinariodesarrollo de la prensa diaria, de las revistasilustradas con fotografías, el nacimiento delalumbrado eléctrico, de los alimentos enla-tados, de la cámara portátil de fotos, de laaviación y del cinematógrafo. Llegaron a laguerra civil de 1936-1939 con edades pare-cidas a las que hoy cuentan quienes partici-paron en ésta o la sufrieron cuando niños.

Antes de que su siglo terminara, ya existíanen España equipos de fútbol, embrionariossindicatos y divos de la canción ligera. Perono se habían visto aún los primeros auto-móviles. Carruajes y tranvías tirados por ca-ballos recorrían calles adoquinadas y pocoseran los españoles que podían permitirseun veraneo en la playa. Dígase lo que sequiera, había poca democracia, pese a la re-ciente conquista del sufragio universal mas-culino. El ejército culpaba a los políticos dela pérdida de las colonias y se abroquelaríacontra toda crítica tras la Ley de Jurisdic-ciones de marzo de 1906. Casi cinco millo-nes de españoles vivían y trabajaban en loscampos, utilizando aperos de la edad delhierro, como layas o trillos de pedernal (lamecanización apenas se insinuaba y lo másavanzado era aún el arado de vertedera). Lapoblación española era, en su mayoría, ca-tólica y conservadora. Comenzaba a difun-dirse el uso de la bicicleta.

La zarzuela y la corrida seguían siendolos espectáculos que atraían a públicos másamplios, marcado el último por la rivalidadde Lagartijo y Frascuelo. El cine era todavíacuriosidad de feria, aunque cada proyec-ción registraba grandes llenos. Composito-res y libretistas nutrían el género chico, endetrimento de las formas serias del teatro.El nacionalismo musical –otra forma deimaginar España– rebasó, sin embargo, loslímites de la zarzuela con Pedrell, Chapí yVives, y, más tarde, con Albéniz y Turina,Granados y Falla, pero la tonadilla popularsufría la competencia de géneros nada au-tóctonos como la habanera y el cuplé. Elllamado teatro de variedades, importado deFrancia, ganaba a los públicos urbanos des-de principios de los años noventa y se enri-quecería en la primera década del siglo XXcon aportaciones del music hall americano.También en los gustos populares se advier-te una tensión entre lo castizo y lo cosmo-polita, similar a la que caracteriza a la lite-ratura y al arte del modernismo.

Es dudoso que el pueblo histórico, elrealmente existente, compartiera las ansiasde regeneración o redención de los intelec-tuales. Pero no buscaba divertirse hastamorir. El tiempo de ocio era escaso para lapoblación trabajadora que, tanto en elcampo como en la ciudad, encontraba oca-sión de esparcimiento, sobre todo, en lasgrandes festividades del ciclo litúrgico.Porque las formas de la temporalidad nohabían cambiado gran cosa en los últimos400 años. Casi no existían fiestas laicas,

nacionales en sentido estricto (el Dos deMayo se celebraba en Madrid y Bilbao, pe-ro en la primera como conmemoración dela insurrección antifrancesa y en la segundapara recordar el levantamiento del sitiocarlista). Los carnavales representaban lafiesta por excelencia, con su vertiente deprotesta plebeya: comparsas enmascaradascantaban coplas alusivas a las huelgas obre-ras o a la guerra de ultramar. En Arroz ytartana, Blasco Ibáñez escande la historiade la ruina de la familia Pajares siguiendoel calendario festivo entre Navidad y julio(e incluyendo en el mismo, por supuesto,las fiestas locales valencianas, como las Fa-llas por San José y la de la Virgen de losDesamparados). Las memorias de la gene-ración de fin de siglo se acogen a un proce-dimiento semejante en su evocación de lainfancia (por ejemplo, los Recuerdos de ni-ñez y de mocedad, de Unamuno, publica-dos en 1908), pero hay que subrayar quelo mismo rige para otras memorias españo-las de nuestro siglo12.

En la historia de la sentimentalidad, elfin del siglo XIX supuso una saludable reacción contra la doble moral y la hipo-cresía que había dominado en las relacio-nes amorosas desde la época moderada. In-cluso podría hablarse de una cierta libera-ción del lenguaje, ya que no todavía de lascostumbres (persistió, en la mayoría de losámbitos sociales, la separación de sexos).La novela finisecular fustigó la moralinaburguesa, como ya lo habían hecho antesGaldós, Clarín o la Pardo Bazán, y la poe-sía, la pintura y las artes decorativas se lle-naron de un provocador erotismo. Crecióel número de practicantes de algún depor-te, pero el sport no salió todavía de los cír-culos de las clases ociosas. Faltaban aún al-gunos años para la aparición de los prime-ros clubes y federaciones populares deatletismo. No había llegado la hora de laemancipación de los cuerpos. Las dietaspecaban por exceso (véanse los menús bur-gueses descritos por Blasco Ibáñez) o de-fecto, y la formación universitaria de losmédicos era, si hemos de creer a Baroja,miserable. Tanto como las condicionesmateriales en que trabajaban los investiga-dores. Y, sin embargo, nada de eso impidióque otro del 98 y con más méritos paraserlo que nadie, don Santiago Ramón yCajal, descubriese la neurona; es decir, elsustrato de la historia y de la intrahistoria,de los intelectuales y del pueblo. n

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Jon Juaristi es catedrático de Filología Españolaen la Universidad del País Vasco. Autor de El buclemelancólico.

11 Eduardo Martínez de Pisón, Imagen del paisa-je. La Generación del 98 y Ortega y Gasset, pág. 16,Caja Madrid, Madrid, 1998.

12 Véanse, por ejemplo, las de Julio Caro Baroja(Los Baroja, Taurus, Madrid, 1972).

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GARANTÍA JUDICIALDE LOS DERECHOS HUMANOS

PERFECTO ANDRÉS IBÁÑEZ

En recuerdo de Claudio Movilla

‘Cumpleaños’ en derechos humanos:siempre poco que celebrarEste trabajo tiene su origen en una inter-vención motivada por la celebración delquincuagésimo cumpleaños de la Declara-ción Universal de 1948. Por definición, eluso del verbo “celebrar” sugiere en el suje-to de la oración una actitud satisfecha: lapropia de quien festeja. No diré que faltenmotivos para que quien en este caso hu-biera oficiado de celebrante pudiese parti-cipar de tal estado de ánimo, pues que laDeclaración Universal emergiera en el ho-rizonte político y jurídico-cultural delmundo de finales de los cuarenta, conmo-cionado por la entonces reciente escenifi-cación de la apoteosis de la barbarie que lehabía tocado vivir, fue todo un logro. Yque a 50 años de distancia siga siendo unpunto de referencia, haya inspirado y con-tinúe inspirando –aunque sea modesta-mente– prácticas de humanización de laconvivencia, y sirva como autorizado pa-radigma para deslegitimar las que seorientan en sentido contrario, es algo queninguna persona sensible, y más si jurista,debería dejar de valorar.

Pero al mismo tiempo es obligado de-cir que hablar de derechos humanos y desu garantía es tratar de una frustración.Una frustración que pertenece a la mismanaturaleza de la cosa, porque la categoríade referencia expresa un ideal, consagraun modelo, como tal, de imposible plenarealización. Es así no sólo en virtud deconsideraciones empíricas, ya que hay lasuficiente experiencia acumulada comopara tener por cierto que el ser humanova a seguir negándose a sí mismo en losdemás, sino también por razones concep-tuales, puesto que en materia de derechosfundamentales, si resulta posible estable-

cer un límite mínimo, un umbral sine quanon, el horizonte, incluso en el mejor delos casos, permanecerá siempre lejano. Ytambién abierto a nuevos desarrollos, acontenidos inéditos que, como ha sucedi-do en la parte positiva de esta historia(que es el lado positivo de la historia), po-drían incorporarse merced al esfuerzo dequienes aspiran a dejar tras de sí un mun-do más habitable.

La afirmación de que al juez le incum-be una función de garantía de los derechoshumanos expresa lo que, a simple vista, al menos entre juristas, es una obviedad.Pero se trata de una obviedad normativa,de un postulado recurrente de las cartas dederechos y del constitucionalismo actual,que podría ilustrarse, sin ningún trabajo,con un nutrido aparato de erudición juris-prudencial de todos los tribunales nacio-nales e internacionales. Algo a lo que re-nuncio de antemano. Por otro lado, es unpostulado al que acontecimientos recien-tes han dotado de nuevos y riquísimosperfiles, a los que sí me referiré. Así, pues,el título de la intervención contiene, enrealidad, una proposición prescriptiva: “Eljuez debe ser el garante de los derechos hu-manos”. Pero la obviedad del enunciadono debe tomarse como indicativa de laaproblematicidad de su contenido. De és-te forma parte una compleja gama de im-plicaciones que expresan otras tantas exi-gencias, dirigidas a la política y al derecho,cuya realización aparece condicionada a laconcurrencia de una articulada serie depresupuestos de diversa índole y cuyaprestación exige, a su vez, un fuerte com-promiso ideal incompatible con actitudespragmáticas en favor de las que, es sabido,militan viejas y elaboradas razones de real-politik muy asentadas en un difundidosentido común. Muy común, también en-tre los operadores del derecho.

Con todo, lo cierto es que el impera-tivo deóntico que impone al juez la pres-

tación de esa relevante garantía existe co-mo tal y es de una vigencia y de una vali-dez indiscutibles. Hoy forma parte del de-ber ser constitucional del derecho, que asíincorpora estructuralmente un momentode tensión, una dialéctica interna en supropia realidad normativa. Por otra parte,a estas alturas se cuenta con informaciónsuficiente y lo bastante contrastada comopara sostener que la existencia de una ga-rantía jurisdiccional de un determinadoestándar de calidad es condición necesa-ria, aunque no suficiente, para que los de-rechos humanos puedan gozar de algúngrado estimable de realización práctica.

Derechos humanos y ‘constitucionalismo emancipador’Derechos humanos son hoy los derechosfundamentales, es decir, los que constitu-yen la condición de persona y que, poreso, corresponden universalmente a todoslos seres humanos. Esta idea está –progra-máticamente– en la raíz del primer cons-titucionalismo liberal, le ha acompañadoen todas sus vicisitudes posteriores y hapasado a ser el núcleo mismo del constitu-cionalismo actual, que la ha dotado deconsistencia positiva y de nuevos horizon-tes. Horizontes necesariamente abiertos,entre otras cosas, a la incidencia de lamulticulturalidad, indudablemente llama-da a introducir un contrapunto enrique-cedor al marcado eurocentrismo de las ac-tuales cartas internacionales de derechos.

Pero lo cierto es que, por debajo deesa continuidad aparente en la materia, elconstitucionalismo surgido a partir de lasegunda posguerra aporta un importantí-simo elemento de ruptura en positivo conla precedente forma de tratamiento de lacuestión de los derechos como objeto deregulación constitucional. Tanto es así,que Di Giovine y Dogliani se han referidoa aquél como promotor de una “democra-cia emancipadora”, resultado de un tipo

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de textos fundamentales que no sólo ga-rantizan, al positivizarlos, los derechos ci-viles y políticos tradicionales, sino que in-corporan, con los derechos sociales, unproyecto que compromete a todos los po-deres con la realización empírica de unasociedad tendencialmente igualitaria.

Así se verifica el paso de la constitu-ción programa o la constitución marco a laconstitución ordenamiento o norma jurí-dica, que es también constitución-tarea(Gozzi). De este modo se pasa de un Esta-do legislativo de derecho a un Estado cons-titucional de derecho, que es Estado de derechos. En el Estado del constitucionalis-mo liberal el componente “de derecho” seresumía en la primacía de la ley, y el mo-mento democrático en la omnipotencia dela mayoría u omnipotencia del legislador.En él era evidente la radical autonomía dela política y, como consecuencia, la preca-riedad de la garantía jurídica. No es unacasualidad que el cambio de paradigmaconstitucional se presente en la escena his-tórica como una forma de reacción a la cri-sis de la democracia representada por la ex-periencia de los fascismos ni que ese cons-titucionalismo normativo se postule comoun modo de asegurar el futuro de la demo-cracia, precisamente, mediante el reforza-miento del componente “de derecho” queimplica la rigidez constitucional.

Los derechos fundamentales dejan deser una suerte de punto de referencia ex-terno para constituirse en “fundamentofuncional de la democracia”, según señalaHäberle, porque es sólo “a través del ejer-cicio individual de los derechos funda-mentales como se realiza un proceso de li-bertad que es elemento esencial de la de-mocracia”. El reconocimiento jurídico deque pasan a ser objeto hace de los dere-chos “la esfera de lo indecidible” (Ferrajo-li), es decir, un límite de derecho demo-cráticamente impuesto a la mayoría, o sea,a la política, en garantía de la democracia,

que no es concebible sin el aseguramientode una esfera de autonomía individual asus protagonistas. Es también este autorquien se ha referido a los derechos funda-mentales en esta versión como “las leyesdel más débil”, y es que, por primera vezen la historia, aquéllos han salido del te-

rreno de la metáfora para constituirse enelemento central y fundante del Estado ydel ordenamiento democráticos. Integran“la dimensión sustancial de la democra-cia” (Ferrajoli), dan sentido a la política yal derecho y son su paradigma de legiti-mación, y de deslegitimación, por tanto.

Estado constitucional de derecho y jurisdicciónEl ordenamiento jurídico resultante delnuevo constitucionalismo experimentacambios de relevancia en su estructura yen su dinámica interna, que afectan inten-samente al papel de la jurisdicción y deljuez. El primero y esencial es que la cons-titucionalización de los derechos funda-mentales como vínculo del poder legislati-vo se traduce de inmediato en un nuevosentido de la validez de la legislación ordi-naria. Como ha señalado Ferrajoli, enoposición al tradicional paradigma positi-vista, la validez no es una simple connota-ción o un valor implícito en la mera vi-gencia de los actos normativos. La validez

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tiene que ver con el significado de éstos,es una cuestión de coherencia o compati-bilidad de las normas producidas con lasque disciplinan en un plano de superiori-dad su contenido material. La validez, enla nueva lógica del ordenamiento, no es yaun dato apriorístico, sino una cualidad só-lo predicable de la norma después de unjuicio que el legislador constituyente hapuesto a cargo del juez-intérprete. El pa-trón sustancial conforme al que se lleva acabo el control de validez está integradopor los derechos fundamentales: paráme-tro de legitimidad, por tanto, del derechoaplicable, y, como luego veremos, paráme-tro de legitimidad, también, de la actua-ción jurisdiccional misma.

Este paradigma implica, pues, no sóloun cambio en la relación legislador/ley-juez, sino que produce consecuencias rele-vantes en el plano de la legitimación de lajurisdicción y de la independencia judi-cial. En este modelo constitucional, puededecirse, encuentra el que hasta la fecha essu máximo de realización, el desideratumcontenido en el artículo 16 de la Declara-ción de derechos del hombre y del ciudada-no, de 1789: “Toda sociedad en la cual lagarantía de los derechos no está aseguradani la separación de poderes establecida notiene Constitución”. En efecto, mientras,por un lado, los derechos fundamentalesse convierten en una esfera de derechodestinada al poder, en una suerte de dere-cho positivo sobre el derecho, para el le-gislador, por tanto, en primer término;por otro, se rediseña la institución judi-cial, a la que se atribuye como cometidoprimordial la garantía erga omnes de laefectividad de aquéllos; por eso, la inde-pendencia.

En tal planteamiento hay algo de im-plícita redistribución de competencias ytambién una atribución condicionada desentido tanto a la legislación como a la ju-risdicción. Gozarán de él, es decir, de legi-timidad como poderes en tanto y sólo enla medida en que cumplan con fidelidadel papel constitucionalmente asignado.Semejante criterio de legitimación a travésde los derechos tiene una peculiar com-plejidad. De una parte, se presenta conuna cierta valencia antimayoritaria: los de-rechos que se trata de garantizar son, porantonomasia, los de la parte débil, del in-dividuo, del disidente, del imputado, ydeben serlo frente al poder por antono-masia: el de la mayoría política. Pero, almismo tiempo, si esos derechos se cons-truyen como imperativo jurídico, es por-que son el presupuesto de la democraciapolítica misma. En efecto, ésta sólo puede

existir sobre la base de una ciudadanía in-tegrada por sujetos cuya autonomía indi-vidual esté bien garantizada, en el planonormativo y en el de la efectividad de lasnormas.

En el modelo, con muy diversas cali-dades de realización práctica, el corolariode la atribución del indicado papel consti-tucional a la jurisdicción es un reforza-miento cualitativo de la independencia,con el correspondiente soporte institucio-nal. Reforzamiento que, por primera vez,contempla de manera expresa la doble ver-tiente –externa e interna– de ese valor eimplica la exigencia de rescindir la vincula-ción del juez al Ejecutivo, propia del siste-ma napoleónico de organización judicial,por lo que tiene de negación del principiode sujeción del juez sólo a la ley. Sujeciónsólo a la ley (que es ley más Constitución),pero inequívocamente a la ley. Cierto que laConstitución impone una lectura críticade aquélla, pero tal lectura deberá ser inte-lectualmente honesta, rigurosa en el usode las normas del discurso racional y técni-co-jurídico y dotada del máximo de trans-parencia en la justificación.

Es, asimismo, cierto que la sujeciónen exclusiva a la ley como garantía de de-rechos puede dar lugar a que, en ocasio-nes, la decisión judicial entre en colisióncon posiciones políticas coyunturales demayoría. Pero de esta posibilidad, que co-rresponde a la fisiología del sistema cons-titucional, no cabe derivar la atribución aljuez de una función política de contrapesoen sentido propio. Porque el juez no es uninterlocutor sistemático del poder políticoy tampoco su fiscalizador permanente.Sus actuaciones precisan del impulso ex-terno y se producen caso por caso. De ahíque sólo podría hablarse de contrapeso ju-dicial en el sentido de que el poder judi-cial, esto es, la jurisdicción, debe estarsiempre en condiciones de enjuiciar coneficacia una concreta actuación de poderque afecte a derechos cuando concurra elsupuesto de hecho legalmente habilitantey la necesaria demanda de intervención.

La garantía judicial en la economía de los derechosYa he señalado que los derechos funda-mentales encarnan un modelo que, encuanto tal y como abierto siempre a nue-vos contenidos eventuales, está condenadoa padecer un no despreciable grado defrustración. Con todo, no cabe duda queel constitucionalismo actual supone unpaso significativo, en lo que se refiere a lascondiciones de posibilidad de la efectivi-dad de la garantía de aquéllos, respecto del

constitucionalismo liberal. En éste, losúnicos derechos consagrados, los de la pri-mera generación, claros en la formulaciónnormativa, padecían seriamente por la notable precariedad de la garantía jurídica.Esto es, seguramente, lo que llevó a los teóricos y, en general, a los juristas a asimi-lar de manera intuitiva efectividad a exis-tencia en materia de derechos fundamen-tales; a considerar que allí donde no estu-viese asegurada la posibilidad derealización y la reacción frente a las viola-ciones, el déficit no era sólo de protección,sino, por así decirlo, ontológico: no habíaderecho donde no hubiera garantía insti-tucional. Tal es el punto de vista de autortan significativo como Kelsen, para quienno existe el derecho sin el cumplimientodel correspondiente deber por parte dequien se encuentra obligado, pues “tenerun derecho subjetivo significa (…) tener elpoder de tomar parte en la generación deuna norma jurídica individual por mediode una acción específica: la demanda o laqueja”. Y, todavía con más claridad, Dani-lo Zolo: “un derecho formalmente recono-cido pero no justiciable –es decir, no apli-cado o no aplicable por los órganos judi-ciales mediante procedimientos definidos–es, tout court, un derecho inexistente”.

Semejante concepción ha pasado in-cluso a formar parte de un cierto sentidocomún de cultura jurídica, que incluye elcuestionamiento de la juridicidad de losderechos consagrados por las cartas inter-nacionales como consecuencia de su im-posible justiciabilidad. Déficit éste exten-sible a los derechos sociales, a los que dela misma manera se suele considerar tam-bién aquejados de una conocida precarie-dad jurídica. El planteamiento tiene unainteligente proyección en la obra de Hä-berle. Para este autor, la exigencia de que“el hombre (no sólo el ciudadano) debeser tutelado de forma óptima frente a lasamenazas para su libertad conduce nece-sariamente, en las actuales condiciones, alos derechos fundamentales como garantíasprocesales”. O lo que es lo mismo: “la afir-mación y la tutela procesal de un derechofundamental pertenecen a su ‘esencia’(…) la idea de una efectiva tutela jurídicaprocesal se ha añadido al ‘contenido esen-cial’ del derecho fundamental”.

La propuesta es inicialmente sugestivay, al menos en una primera aproximación,parece la más coherente con la relevanciaque la garantía jurisdiccional de los dere-chos adquiere en el vigente constituciona-lismo. Según esto, la incorporación delmomento de tutela al propio contenidodel derecho objeto de ésta atribuye a la

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primera una dignidad sustancial, la cali-dad de verdadera condición sine qua non,y no del disfrute en los casos en que ésteresulte impedido por alguna acción obta-tiva, sino de la propia existencia del dere-cho como tal.

Pero, como señala Ferrajoli, en esepunto de vista del sentido común hay unengaño: lo que gana en relevancia el papelde la garantía lo pierde, paradójicamente,el derecho mismo, que será débil en surealidad normativa donde aquélla sea dé-bil, e inexistente allí donde no se dé. Hastael punto de que, concluye el mismo autor,

“si confundimos derechos y garantías resultandescalificadas, en el plano jurídico, las que son las másimportantes conquistas del constitucionalismo de estesiglo: la internacionalización de los derechos funda-mentales y la constitucionalización de los derechos so-ciales, reducidas una y otra, en defecto de garantíasadecuadas, a simples declamaciones retóricas o, a losumo, a vagos programas políticos jurídicamente irre-levantes”.

La crítica de este autor encuentra fun-damento en la propia naturaleza del ordenjurídico. En los sistemas normativos no-moestáticos como la moral, la existenciadel derecho implica la de la correlativaobligación, por simple deducción racio-nal; los sistemas nomodinámicos, como elorden jurídico-positivo, en cambio, serealizan de manera diacrónica: en ellos ca-da norma debe ser concretamente produ-cida, de tal manera que la proclamaciónconstitucional o legal del derecho lo cons-tituye normativamente como tal, le dotade existencia, le crea como derecho. Perosólo como derecho si no se produce, me-diante otro acto normativo, la predisposi-ción del correspondiente mecanismo degarantía.

Ahora bien, tratándose de ordena-mientos constitucionales de constituciónrígida, como el español, el establecimientode la garantía no queda librado al arbitriodel legislador: los derechos proclamadoscomo fundamentales representan unaobligación para él. Y esto sucede porquela enunciación normativa equivale al actode creación de tales derechos por el legis-lador constituyente y a la generación deldeber correspondiente a cargo del legisla-dor ordinario. Si éste omite la actuacióndebida no compromete la existencia delderecho como tal, blindado por su natu-raleza de fundamental, sino que –conclu-ye Ferrajoli– abre una laguna en el trata-miento de su desarrollo.

No faltará, tal vez, quien piense queal razonar así se incurre en un exceso desofisticación, puro ejercicio teórico, sobretodo cuando se trata de derechos que enel statu quo legislativo actual gozan ya de

la correspondiente tutela. Es el caso de losderechos civiles y políticos, respecto delos que la propuesta de Häberle pareceríaque produce un efecto de reforzamiento.Pero la distinción que se propugna, ade-más del rigor teórico, tiene, en general,claros efectos prácticos, especialmente vi-sibles en casos como el de los derechos so-ciales. Para éstos, la consagración consti-tucional, en defecto de justiciabilidad, alimplicar la inexistencia, carecería de todarelevancia jurídica. O lo que es lo mismo,en términos prácticos, la asimilación dederecho y garantía no añadiría nada allídonde ésta ya concurre, mientras que ce-rraría el paso a toda posibilidad de garan-tía efectiva donde ello no sucede. En efec-to, pues el juez que, en presencia de underecho de indudable existencia normati-va, aunque legalmente no garantizado demanera suficiente, tendría motivos parasentirse interpelado por una eventual exi-gencia de tutela, donde el derecho –por eldefecto de ésta– no existiera, carecería detoda razón jurídica para sentirse concerni-do. De lo expuesto se sigue que la tutelajurisdiccional de los derechos no formaparte del contenido de éstos, sino que es,a su vez y por disposición constitucional,un derecho fundamental. Pero un dere-cho fundamental por derivación, en la me-dida en que resulta necesario para la efec-tividad de aquéllos. Y es un derecho depeculiar configuración: “derecho a orga-nización y procedimiento”, en expresiónde Alexy, puesto que su prestación eficazrequiere la predisposición por parte delEstado de una legalidad procesal y de laadecuada infraestructura burocrática depersonal y medios.

Derechos fundamentales, estatuto y cultura del juezLa incorporación de los derechos funda-mentales a la legalidad positiva produceefectos de singular relevancia en la esferadel juez. De una parte, como ya se ha an-ticipado, refuerza, en el plano de la legiti-mación, el fundamento de la división depoderes y de la independencia de aquél y,por otra, y correlativamente, comportauna evidente profundización del sentidode las garantías, tanto orgánicas comoprocesales. Las primeras son presupuestode la adecuada prestación de las segun-das, las propiamente jurisdiccionales.Unas y otras operan en niveles formal-mente diferenciables del universo judi-cial, pero se hallan en una relación estre-cha de implicación recíproca y son fun-ción exclusivamente de los derechos quese trata de tutelar.

El juez del Estado liberal, juez sinconstitución, con un status de objetiva su-bordinación política al Ejecutivo, no nece-sitaba de otra legitimidad que la, apriorís-tica, implícita en la formalidad de la inves-tidura, y ejercía su función en un marcosin referencias constitucionales; el juez denuestro ordenamiento debe revalidar su le-gitimidad –caso por caso– aplicando demanera independiente la ley válida en uncontexto de precisas exigencias procesalesde relevancia constitucional. Emerge así,con carácter prescriptivo, un paradigma delegitimación del juez de carácter material osustancial que es implicación directa delrango normativo de los derechos funda-mentales y que tiene proyección, al menos,en tres sentidos, con la correspondientecontrapartida de deber profesional. El pri-mero se concreta en el aludido imperativode lectura crítica de la ley para verificar sucompatibilidad sustancial con la Constitu-ción. El segundo lo hace en la obligaciónde observar escrupulosamente las garantíasprocesales en que se traduce el derechofundamental a la tutela judicial, que soncautelas frente al propio juez. El tercero,en la obediencia al deber de motivar la de-cisión, para asegurar tanto la racionalidaden el uso del poder que mediante ella seejerce como la adecuada comprensión desu fundamento real por terceros.

Estos tres deberes constitucionales –seinsiste que dados en garantía de los dere-chos fundamentales– operan, en caso deincumplimiento, como factores de desle-gitimación. Porque la legitimidad del ejer-cicio jurisdiccional ha dejado de ser un apriori, una calidad formal-trascendenteque acompañe siempre, para convertirseen resultado eventual, condicionado a lacalidad de la actuación, y, en consecuen-cia, sólo predicable en virtud de una valo-ración ex post de ésta. La constatación de este cambio de paradigma en el ordende la legitimación plantea requerimientosen materia de independencia. Si ésta tienetoda su razón de ser en el aseguramientode la obediencia a la ley válida, habrá deimplicar –dicho con Borré– la desobe-diencia a todo lo que no sea el imperativolegal. De aquí se derivan precisas exigen-cias culturales, de actitud y de sensibili-dad. Y, desde luego, la ruptura reflexivacon un viejo y actual antimodelo. El decierto juez tan hermético y distante en susrelaciones con el justiciable como natural-mente abierto a las sugestiones políticasdel establishment, sobre todo si son esti-muladas mediante contraprestaciones decarrera. Ese juez al que, según Casamayor,no habría necesidad de comprar, puesto

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que bastaba con producirlo en una ciertaclave. Hoy diríamos que programarlo deuna determinada manera.

Así, pues, la estricta funcionalidad dela jurisdicción a la efectividad de los dere-chos fundamentales requiere la adecuadaprestación por el juez de ese deber funda-mental-medio que es la tutela judicial. Ha-cerlo en condiciones demanda idealmentela concurrencia de esas “virtudes judicia-les” a que se ha referido Manuel Atienza,de difícil plasmación normativa y másbien fruto posible y deseable de un climacultural que habría de promoverse reflexi-vamente con esfuerzo sostenido. Pero re-quiere, asimismo, un fuerte compromisodeontológico del juez, con traducción enel cumplimiento satisfactorio de los debe-res profesionales legalmente establecidos,mucho más concretos. Cuando tal com-promiso no informe eficazmente la prácti-ca del juez, el dato debería tener la necesa-ria repercusión negativa en las expectativasprofesionales que dependan de una deci-sión discrecional del Consejo General. Y,en los casos graves, dar lugar a un ejercicioriguroso de la disciplina directamenteorientado –diría que exclusivamente orien-tado– a asegurar la prestación de tales de-beres. Esto último remite a un problemaque no se encuentra bien resuelto ni en lalegislación ni en la experiencia y que im-plica una delicada cuestión de límites: elhasta dónde de la intervención administra-tiva sobre una actividad como la jurisdic-cional que debe responder al principio deindependencia. Aunque hay un espaciocierto en el que debe operarse con energíacuando sea necesario, en la realidad nosiempre acontece; al tiempo que no soninusuales en el órgano de gobierno de losjueces las inclinaciones a un cuestionableuso ejemplarizador de la disciplina, dirigi-do a incidir sobre actos o actitudes no es-trictamente profesionales; sobre todo, enalgunos asuntos estridentes de relevanciapolítica y mediática.

En todo caso, es evidente que el juezgarante sólo puede ser resultado de la con-currencia de una doble condición de posi-bilidad. A saber: que él mismo se encuen-tre suficientemente garantizado en su in-dependencia y que, a la vez, existanefectivas garantías frente a él en las actua-ciones que protagonice. Un juzgado deejecutorias de Madrid, hace apenas unosmeses, al informar en un recurso de queja,justificaba una más que, ya a prima facie,discutible negativa a sustituir la pena deprisión, con el argumento de que la deci-sión correspondiente había sido adoptadaen el uso de lo que constituye “una liber-

tad discrecional del juez”. El caso es singu-lar por la franqueza y la elocuencia de laexpresión. Repárese en la intolerable filo-sofía de la jurisdicción que subyace a esemodo de expresarse, que, a mi juicio, nopermite el fácil consuelo de la hipótesis delsupuesto aislado. Pues esa filosofía recurreen todas las ocasiones en que se dan moti-vaciones herméticas, autodefensivas, la-mentablemente bien frecuentes. Por nohablar de aquéllas en los que ni siquiera semotiva. No es éste lugar para ahondar eneste asunto, pero sí para decir que en me-dio de una cierta trivialización, por su-puestamente obvio, de lo que la Constitu-ción representa –debe representar– para el juez, discurren unas prácticas en las queel influjo de la norma fundamental, mu-chas veces, no se advierte fácilmente. Elideal garantista, como tal, no conoce pun-to de llegada. Pero, de haberlo, en hipóte-sis, estaríamos aún muy lejos de él.

Creo que en los jueces, en general, hacalado lo bastante la conciencia del refor-zamiento del propio poder que se derivade la Constitución vigente. No estoy tanseguro de que lo haya hecho de igual for-ma la idea de que ese poder sólo tiene sen-tido como independencia de una determi-nada calidad y para un solo fin: dotar deeficacia a la jurisdicción –que es actividaddel caso concreto– como función de ga-rantía de derechos fundamentales. En esto,es decir, la garantía de los derechos funda-mentales (prestación de un servicio públi-co) desde la independencia (poder), se re-suelve el papel constitucional de la juris-dicción.

Acerca de los derechos sociales y su problemática justiciabilidadPara una concepción de los derechos co-mo la que antes se ha ilustrado, los cono-cidos como derechos sociales –“derechosfundamentales sociales”, al decir deAlexy– serían los más típicos derechos ine-xistentes o no-derechos por la notable pre-cariedad de su tutela jurídica y judicial.Ahora bien, según se ha anticipado, fuer-tes razones de orden teórico autorizan asostener que el enunciado constitucionaldel derecho lo constituye como tal dere-cho, es decir, le confiere existencia comoexpectativa de satisfacción normativamen-te sancionada y, por consiguiente, generala correspondiente obligación para el legis-lador. Como ha escrito Prieto Sanchís,

“todos los enunciados constitucionales, por el me-ro hecho de serlo, han de ostentar algún contenido onúcleo indisponible para el legislador”.

En el caso de “los principios reconoci-dos en el capítulo III” (del título I de la

Constitución española), que es como éstallama a los derechos de que aquí se trata, elartículo 53.3 de la misma es claro: su ale-gación ante la jurisdicción ordinaria sólopodrá producirse “de acuerdo con lo quedispongan las leyes que los desarrollen”.Ahora bien, el mismo texto fundamentalprescribe que tales principios “informa-rán… la práctica judicial”, lo que implicaalgo más que la mera no-indiferencia de suconsagración: la producción de alguna cla-se de eficacia jurídica.

Desde la perspectiva que aquí interesa,la de la posible justiciabilidad de los dere-chos sociales, se ha objetado como obstá-culo insalvable que su efectividad requiereuna compleja mediación estatal (legislati-va, presupuestaria, organizacional) en laque el juez no podría, en modo alguno,subrogarse o actuar por sustitución, en vir-tud del principio de separación de pode-res. Así resulta que el ámbito del discursoen la materia se encuentra circunscrito porlos límites representados, de un lado, por la ineludible trascendencia normativade todo enunciado constitucional y la ne-cesidad de tomarse en serio al legisladorconstituyente, y, de otra parte, por el obs-táculo fáctico en que puede erigirse la faltade voluntad política del legislador ordina-rio de producir el correspondiente desarro-llo constitucional.

La doctrina jurídica ha explorado eseterritorio, con resultados de indudable in-terés desde el punto de vista de la jurisdic-ción, como han puesto de relieve Abramo-vich y Courtis en un detallado análisis.Para empezar, es claro que ya no resultaposible sostener que exista algún tipo dederechos fundamentales que implique pa-ra el Estado la única exigencia de no hacero de abstenerse de actuar. No hay derechocivil y político cuya garantía no obligue alEstado a predisponer recursos y medios dediversa índole, con la consiguiente reper-cusión presupuestaria. Por otra parte, hayviolaciones de derechos sociales que tienensu origen en el incumplimiento de obliga-ciones negativas por parte del Estado, enespecial la de no discriminar (artículo14.1 CE). De modo que la diferencia en-tre esos derechos y los económicos, socia-les y culturales debe ser relativizada al tra-tarse de una cuestión más de grado que denaturaleza. El resultado inmediato es que,al menos en el caso del primer grupo dederechos, los civiles y políticos, su conte-nido –en alguna medida– prestacional norepresenta un obstáculo a la intervenciónjudicial.

El artículo 2 del Pacto Internacionalde Derechos Económicos, Sociales y Cul-

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turales (PIDESC) obliga a los Estados “aadoptar medidas (…) hasta el máximo delos recursos de que dispongan, para lograrprogresivamente por todos los mediosapropiados, inclusive en particular laadopción de medidas legislativas, la plenaefectividad de los derechos aquí reconoci-dos”. A partir de aquí, el Consejo Econó-mico y Social (Ecosoc) ha declarado que,si bien el logro de la plena efectividad delos derechos puede ser de realización pro-gresiva, existen obligaciones con “efectoinmediato”, como es la de garantizar quelos derechos de que se trata se ejercerán sindiscriminación y la de “adoptar medidas”.De donde resulta que, si ciertamente unmasivo incumplimiento de un determina-do deber estatal en materia de derechoseconómicos, sociales y culturales sería contoda probabilidad judicialmente irremovi-ble (se piensa en la jurisdicción no consti-tucional), puesto que implicaría, entreotras cosas, un defecto de ley ordinaria, enpresencia de incumplimientos parciales, elcitado precepto del artículo 2 del PIDESCabre un evidente espacio a la intervenciónjurisdiccional. Me refiero a la posibilidadde actuaciones inspiradas, aparte de en elprincipio de no discriminación, en el de-ber de progresividad y en la consiguienteobligación de no regresividad; en las que,además, dada una razonada afirmaciónpor parte del demandante de justicia de laexistencia de indicios de incumplimiento,es claro que tendría que producirse una in-versión del deber de probar en perjuicio dela instancia concernida. Y, acreditada la realidad de la discriminación, correspon-dería ahora a esta última la carga de justifi-car que la regresividad de la concreta me-dida sería el coste necesario de una políticageneral significativa de un avance en laperspectiva de la generalidad de los dere-chos previstos en el PIDESC, según la in-terpretación dada a éste por el Ecosoc.

De lo que acaba de exponerse hay queextraer una consecuencia: el de los genéri-camente conocidos como derechos socialesno es un campo vedado a la jurisdicción.Por el contrario, ésta se encuentra llamadaen causa ya, al menos de entrada, por laconsagración normativa de los mismos co-mo tales derechos (“principios” en el artí-culo 53.3 CE) y, después, porque allí don-de se dé algún grado de desarrollo legal, laactividad interpretativa –inspirada en elprincipio pro homine– deberá estar reflexi-vamente orientada a dotar al derecho deque se trate del máximo de efectividad, pa-ra lo que pueden ser de indudable ayudalos criterios a que se ha hecho referencia ylos que pueden recabarse de algunos casos

especialmente significativos de la jurispru-dencia del Tribunal Europeo de DerechosHumanos (TEDH).

Es bien sabido que el Tribunal Cons-titucional español no ha sido especialmen-te avanzado en el tratamiento de los dere-chos sociales, para los que, por lo demás,es claro que tampoco corren los mejorestiempos. Pero también lo es que, en refe-rencia a alguno de éstos, ha reconocidoexpresamente la existencia de un “núcleo oreducto indisponible por el legislador”(STC 37/1994). Algo, por otra parte, im-plícito en la propia calidad del enunciadoconstitucional como creación normativade un derecho. La jurisprudencia constitu-cional no puede ser indiferente para eljuez que, cualquiera que fuera su sentido,no está legitimado para operar como si és-ta no existiera. Ahora bien, cuando aquélencuentre motivos para la discrepancia yse halle en condiciones de argumentar deforma convincente con buen fundamentoconstitucional, deberá hacerlo. Creo quealimentar, con rigor y desde el caso con-creto, una dialéctica de esa clase en el mar-co de la aplicación constitucional de la leyes un deber exquisitamente judicial. El de-ber de tutela de los derechos fundamenta-les lleva implícita la obligación de estimu-lar –con rigor y consistencia argumental–una tensión permanente hacia la defen-sa/dilatación de sus límites; por la mismarazón de que las prácticas político-admi-nistrativas suelen aquejar una marcadatendencia al redimensionamiento reducti-vo de los mismos. Proclamar ese deber noes postular una suerte de activismo volun-tarista y gratuito, es contribuir a crearconciencia o a que no se pierda la memo-ria de que existe como tal deber para quie-nes –los jueces– tienen normativamenteencomendada la garantía de unos dere-chos que cuentan con existencia constitu-cional-normativa. Sólo se trata, como haescrito García Herrera, “de mantener vi-gente la inspiración transformadora de laConstitución y de preservar la tensión queel propio texto alienta entre realidad yproyecto”.

En las nuevas fronteras de los derechos:un plus de judicialización inevitableHay una esfera –semillero de serios pro-blemas– de reciente emergencia desde elplano de la especulación ética al de la polí-tica del derecho y de la legislación. Es laesfera de la bioética, que ha acentuado elestatuto del cuerpo humano como zona deconflicto. El asunto tiene viejos anteceden-tes, como lo prueba la cuestión del aborto.Pero ahora surge con renovados perfiles y

con horizontes que cabe presumir ampliosy muy abiertos a nuevos temas de discu-sión, que implicarán las correspondientesdemandas de respuesta desde el derecho acuestiones (la disposición del propio cuer-po, la identidad y la diferencia) que tienenque ver directamente con el derecho a lavida, a la salud, a la dignidad, en una pers-pectiva muchas veces inusual hasta la fe-cha. En estos supuestos, como ha escritoRodotà, se replantea con particular inten-sidad la opción entre dos modelos cultura-les de tratamiento: el de la jurisdicción yel de la legislación. Naturalmente, no setrata de una opción radical y en términosexcluyentes por uno de los integrantes delpar, que no cabría en ningún caso. Ni ellegislador puede dejar de sentirse interpe-lado y de responder a la demanda social nisu respuesta, desde la generalidad de la ley,podrá prescindir de la mediación jurispru-dencial. El problema está en que, a juiciode este autor, las materias de que se trata,en buena medida abiertas y, en todo caso,muy conflictivas, no suelen ser suscepti-bles de un tipo de tratamiento legislativodirigido a solventar, en cada caso, el anta-gonismo de las posiciones, primando uni-lateral y definitivamente una de ellas, quesería la forma de pacificar normativamenteel conflicto con carácter general.

Ahora bien, la naturaleza esencialmen-te pluralista de nuestras sociedades, que serefleja de forma emblemática en tales ma-terias, tratándose de cuestiones extremada-mente polémicas y con fuertes implicacio-nes éticas, no se acomoda bien a esa clasede técnicas de intervención, que no me-dian, sino que cortan drásticamente. Lanaturaleza y el estado de la cuestión en es-tos asuntos, intensamente debatidos enmarcos sociales pluralistas, es lo que estállevando a optar por el modelo cultural dela jurisdicción, de la decisión caso por ca-so, en marcos de legalidad flexible o porprincipios, necesariamente abierto por elpropio carácter abierto y fluido de lascuestiones objeto de regulación. Según elmismo Rodotà, la decisión judicial, en estasociedad

“caracterizada por un politeísmo de los valores(…) garantiza, además, una mayor adherencia a la si-tuación concreta, evitando rigorizar la regla y permi-tiendo así una permanente adaptabilidad a una reali-dad en continua transformación, como es, precisamen-te, la que experimenta la incidencia de la innovacióncientífica y tecnológica”.

Salta a la vista que estamos en presen-cia de un espacio para la jurisdicción engran medida nuevo, con fuerte implica-ción en materia de derechos fundamenta-les y con serias exigencias en tema de res-ponsabilidad y de bagaje cultural.

PERFECTO ANDRÉS IBÁÑEZ

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Por una nueva geografía en la garantía de los derechos humanos fundamentalesLa pretensión de universalidad en la ga-rantía de los derechos que expresa la De-claración de 1948 ha encontrado el mayorobstáculo para su realización en el viejoconcepto de soberanía como suprema po-testas superiorem non recognoscens, atributode un poder legibus solutus. Semejanteconcepción del poder estatal ha experi-mentado una relevante pérdida de vigenciaen el orden jurídico merced a la implanta-ción –con todas las limitaciones que sequiera– del Estado de derecho; desde lue-go, en los países del llamado “primer mun-do”, aunque no sólo. Pero, por desgracia,la soberanía de modelo Wesfalia permanececon notable vigor en el mundo de las rela-ciones internacionales, que, salvo en loque se refiere a la economía, hoy globaliza-da, siguen dándose entre naciones sobera-nas al viejo estilo. Éstas suelen ser llamati-vamente respetuosas de sus ámbitos de au-tonomía en la cuestión del tratamiento delos derechos humanos. Aquí, en la prácti-ca, y a despecho de los pactos internacio-nales, prevalece en la mayor parte delmundo una perspectiva de derecho interno,que ha demostrado ser en muchísimasocasiones garantía de no-derecho, de ma-nos libres para poderes salvajes y de impu-nidad para sus políticas homicidas. De estemodo, y todavía en la segunda mitad delsiglo que concluye, hemos asistido al desa-rrollo a gran formato de una lacerante pa-radoja: mientras el Estado de derecho co-nocía un sensible afianzamiento en el or-den estatal, la escenificación del modelo,presupuesta simbólicamente en la institu-cionalidad y el marco de relaciones deriva-dos de la Carta de la ONU, tiene traduc-ción en lo que Rigaux ha descrito comouna “caricatura de Estado de derecho”.

En efecto, la idea de límite y contra-punto de la política democrática represen-tada por la dimensión de derecho del Esta-do, bastante afianzada en el plano internode los Estados constitucionales, está prác-ticamente ausente de las relaciones entreEstados. En el espacio interestatal reina eldogma de la soberanía, “máximo instru-mento de la ideología imperialista del de-recho contra el derecho internacional”, se-gún Kelsen. La experiencia de lo que sig-nifica en términos prácticos ese terriblereinado, enriquecida por algunas emble-máticas actuaciones judiciales de tribuna-les españoles y por el perfil no menos em-blemático de miseria moral y jurídica demuchas de las actitudes de oposición a lasmismas, hace pertinente la evocación de la

propuesta de avanzar hacia La paz por me-dio del derecho, que el mismo Kelsen ex-presó dando este título a una de sus obras,en la que desarrolla el proyecto kantianode “despolitizar” las relaciones internacio-nales por la vía de la “juridificación”.

Naturalmente, no es una propuestaplanteada en términos de sustitución. Tansólo postula que en las relaciones interes-tatales se dé a la política lo que es de lapolítica y al derecho la garantía de los de-rechos. Sobre todo, la garantía jurisdiccio-nal, la garantía en última instancia. Delmismo modo que en la historia el Estadose constituye progresivamente a partir dela jurisdictio, o “modo judicial de gober-nar” (Anderson) y que la centralización dela función de aplicar la ley precedió a lacentralización de la función de producirla,Kelsen entendió que la creación de unajurisdicción internacional podría desenca-denar un proceso similar de articulaciónpolítico-jurídica de la sociedad internacio-nal en torno a los valores del derecho co-mo garantía de convivencia pacífica. Miperspectiva aquí es mucho más reducida.No cabe duda de que el avance imparablede la globalización económica hacia unapreocupante sociedad-mercado interna-cional sin Estado hace cada vez más pe-rentoria la necesidad de un proceso deconstitucionalización e institucionaliza-ción a esa misma escala si se quiere preser-var con un mínimo de eficacia los dere-chos. Pero sin renunciar a ese ambiciosohorizonte necesario, lo cierto es que hoyya se dispone de unos instrumentos de le-galidad y jurisdicción que permiten un ni-vel de respuesta a las más graves violacio-nes de los derechos que no debería dejarde darse en todas las ocasiones que ellofuera posible.

El caso de los procesos judiciales se-guidos en España y otros países contra lasdictaduras del Cono Sur es paradigmáticoal respecto y pone de relieve que una partedel vacío de persecución de los crímenesde aquéllas que se denunciaba estaba sien-do en la práctica una forma, siquiera im-plícita, de renuncia a la persecución por lano utilización de instrumentos legales yprocesales ya disponibles para las jurisdic-ciones nacionales. En esa interesantísima yfundamental experiencia en curso, que hatenido su punto álgido en la petición deextradición de Pinochet y que está gene-rando un consenso prácticamente univer-sal, hay, a mi juicio, algo de anticipaciónmás que simbólica –modesta si se quiere,pero cierta– de ese orden jurídico univer-sal que con tanta urgencia se necesita. Ental consideración, debe ser objeto de refle-

xión en una triple perspectiva, que cabeconcretar en tres afirmaciones.

La primera es que ha de quedar defi-nitivamente claro que no habrá derechossuficientemente garantizados, si no lo es-tán, tanto en el ámbito internacional co-mo en el orden interno, sobre todo, frentea quienes se han manifestado como susprimeros y más acervos infractores, lospropios Estados; y mientras el sistema delímites y las acciones de restauración y, engeneral, de tutela no se encuentren jurídi-camente predispuestos erga omnes, de for-ma rígida y eficaz, a salvo de cualquierderogación por razones de oportunidadpolítica. En este punto, no hay duda deque la jurisdicción y la independencia ju-dicial tienen que jugar un papel esencial.Será la jurisdicción del país de que se tra-te, obviamente en primer término, cuan-do esté en condiciones de hacerlo con efi-cacia. Pero, en su defecto y en defecto deuna instancia judicial internacional real-mente operativa, y preventivamente, encualquier caso, se impone dotar de eficaciaal fuero universal del juez nacional paraque exista una auténtica alternativa a laimpunidad de los crímenes de lesa huma-nidad, que ha estado siendo la regla y quetiene tantos partidarios. En la conocida fá-bula del molinero y Federico II, rememo-rada por Radbruch, la garantía de su dere-cho estaba en que hubiera “jueces en Ber-lín”. Ahora, es más claro que nunca, sólopuede radicar en la previsión cierta de queexistirá un juez para cualquier crimencontra los derechos humanos, sea cual fue-re el lugar donde se produzca. Lo que has-ta aquí ha sido garantía de impunidad de-be traducirse en garantía judicial de talesderechos.

La segunda es que la preservación ha-cia el futuro de ese riquísimo pero frágilpatrimonio, que tiene adecuada expresiónnormativa en la Declaración Universal yen los textos complementarios, exige unurgente desarrollo legislativo internacionalque se traduzca en la pronta publicacióndel Código Penal de ese ámbito, en el quela ONU está desde hace tanto tiempo tra-bajando, y en la consiguiente puesta apunto de un verdadero Tribunal Penal In-ternacional realmente accesible a todas lasvíctimas de crímenes de lesa humanidad.

La tercera es que no cabe engaño: laelaboración jurídico-cultural de los dere-chos humanos y su garantía es una tareapermanentemente inacabada, incompati-ble con actitudes conformistas y burocráti-cas. Cierto que en marcos constitucionalesno ha de ser cosa de aventureros y que nopuede discurrir al margen de las reglas de

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la democracia política ni de las jurídicasdel juego. Pero no es casualidad que, deIhering a Bobbio, se haya hablado de ellaen términos de “lucha¨, vocablo que en es-te contexto carece de cualquier connota-ción agresiva. Aquí lucha sólo denota es-fuerzo o, mejor, sobreesfuerzo constructivoy reconstructivo, tensión ideal, compromi-so con los valores más altos del ordena-miento. Esto quiere decir también apertu-ra cultural, porque el derecho no se nutrede su propia sustancia, pues, como dice elviejo maestro de Turín en las líneas finalesde su hermoso prólogo a Derecho y razón,el libro de Ferrajoli: ni siquiera el más per-fecto sistema del garantismo puede encon-trar en sí mismo su propia garantía. n

[Este texto es la amplia reelaboración de una inter-vención oral en las jornadas organizadas por elConsejo General del Poder Judicial, con ocasióndel 50º aniversario de la Declaración Universal deDerechos Humanos, los días 27 al 30 de octubrede 1998].

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PERFECTO ANDRÉS IBÁÑEZ

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Perfecto Andrés Ibáñez es magistrado. Autor deJusticia/Conflicto y coautor de Poder judicial.

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‘IN PRINCIPIO ERAT VERBUM’Sobre la política lingüística vasca

AURELIO ARTETA

e principios viciados se siguen, porlo general, nefastas consecuencias.Para venir enseguida al caso, no

acierta uno a calcular el grado de confu-sión mental y moral, de molestias de todogénero, de disimulo en las conductas pri-vadas y de ficción en las públicas, de ten-sión y enfrentamiento permanentes, deinjusta discriminación en múltiples actosde gobierno, de falseamiento de las nece-sidades sociales verdaderas, de atribuciónde falsos derechos y no menos absurdosdeberes… se han derivado en España apartir de la irracionalidad fundante y cre-ciente (así como crecientemente consenti-da) de las políticas lingüísticas nacionalis-tas. Pero los desmanes están ahí y noabundan los ciudadanos dispuestos a de-nunciarlos o impedirlos.

Una cuestión de legitimidadSon muchos los teóricos que sólo desde laconsideración de la naturaleza de la len-gua niegan ya que una política lingüísticatenga algún sentido razonable. Para sermás exacto, los que sostienen que todapolítica sobre una lengua constituye unabuso intolerable, un intento a un tiempoinjustificable e inútil de imponer normasa lo que no las acepta y de transformar enarma hostil lo que es un medio para el en-tendimiento. El recientemente desapare-cido profesor Alarcos Llorach repetía coninsistencia:

“Ninguna institución humana posee sobre símisma la autonomía y el poder decisorio de las len-guas (…). La lengua va por donde inconsciente-mente quieren sus hablantes. Pero jamás por don-de pretenden los dirigentes que convierten la len-gua en instrumento de acción”1.

Y, mientras escribo esto, NoamChomsky acaba de decir en la Universi-dad de Tarragona (27 de octubre de1998) que ni científicos del lenguaje nipolíticos poseen autoridad alguna paradelimitar las lenguas llamadas nacionalesni para establecer su normativa.

Pero, entre nosotros, si las políticaslingüísticas las han comerciado y dictadolos políticos, antes las han fraguado filólo-gos exquisitos e historiadores de las gloriaspasadas, las han apuntalado antropólogosde los hechos diferenciales y sociólogos-encuestadores al servicio del poder local,las han aplicado funcionarios obedientes aquien manda. Todos menos los que, porsu saber particular, hubieran podido in-troducir los criterios más pertinentes alcaso: supongo que serían los pensadoresde la política y del derecho. Digo “pensa-dores” del derecho, y no esos meros técni-cos de la ley a los que ordinariamente serecurre para encauzar unos conflictos lin-güísticos que arraigan fuera y en zonasmucho más profundas que la ley. Para és-tos, como afirma el dicho, “lo que no estáen el código no está en el mundo”, y loque está en la letra del decreto, por fuerzaha de plasmarse en la realidad. Pero lamáxima más apropiada diría que lo queno debe estar en el mundo tampoco debefigurar en el código.

Pues la primera y más crucial cues-tión a la que debe responder toda políticalingüística es la del porqué. No, según eshabitual, la del cómo (inmersión, zonifica-ción, otros modelos educativos) ni la delcuándo (ritmos de aplicación, plazos deejecución) ni la del cuánto (ya sea el nú-mero de funcionarios que es preciso alfa-betizar o la cantidad de millones anualesque cuesta el esfuerzo). Las reales o ficti-cias bondades del bilingüismo para elaprendizaje o, mejor, de este corto bilin-güismo del que se trata están aquí fuerade lugar. Todas estas cuestiones son me-

nores, secundarias y dependientes de laprimera, y sólo cabe plantearlas, o pier-den del todo su sentido, una vez respon-dida aquella inicial.

O, lo que es igual, la pregunta clave deuna política lingüística, como de toda po-lítica, es la de su legitimidad, la de los títu-los que la justifican. La política lingüística,antes que probar su eficacia (aunque sindesdeñarla), debe someterse a la prueba dela justicia distributiva. Ahora bien, para unnacionalista, la mera invocación crítica deesa legitimidad suena ya a un agravio es-candaloso: hasta tal punto parece (o se si-mula que parece) una política obvia, natu-ral e indiscutible que la erige en indiscuti-da. Se acude para ello al plano de la simplelegitimación, o de la mera creencia socialen aquella legitimidad, porque nada másfácil que propagar entre las gentes falsossentimientos y conceptos erróneos acercade la lengua. O se arguye sin más, a faltade argumento mejor, desde la pura y duralegalidad; como si la ley en litigio no fueraya el producto de la hegemonía nacionalis-ta local, como si la regla de la mayoríaagotara el principio democrático o como sila norma fuera intocable.

Lo que es más: se llega a mantener lalegalidad a costa de y contra la realidadmisma; si ambas se oponen, tanto peorpara la realidad. La deficiencia real no esindicio de la arbitrariedad de la ley, sinoprueba fehaciente de la nueva injuria su-frida y una razón más para exigir el cum-plimiento a rajatabla de la ley2. El PlanGeneral de Promoción del Uso del Euske-ra, aprobado por el Consejo de Gobierno

D

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1 E. Alarcos: ‘El español: multinacional lingüísti-ca’ en Las lenguas de España, págs. 295-296. Funda-ción El Monte, Sevilla, 1995. Cfr. El destino de laslenguas. Discurso de investidura doctor honoris causa,págs. 15 y sigs. UNED, Madrid 1998.

2 Un ejemplo entre un millón: “El Gobierno in-cumple la ley del euskera al traducir apenas el 16%de sus documentos” (El País del País Vasco, 22 deoctubre). Y eso no se airea para proponer una refle-xión sobre el fundamento de esa ley, sino para adver-tir del “grave riesgo de invalidez” de la actuación ad-ministrativa.

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del Gobierno vasco el 28 de julio pasado(al que en adelante me referiré a menu-do), confiesa que “en la mayoría de los ca-sos, el amparo legal va por delante de larealidad” (pág. 26), pero unas páginasdespués no tiene reparo en dejar sentado:“Todavía queda una gran labor a realizarpara cumplir lo recogido en la normativavigente” (pág. 34). La ley sería el lecho deProcusto, en el que ha de tenderse la so-ciedad vasca para ser recortada o estiradaconforme al patrón establecido. Todo an-tes de atreverse a poner en cuestión elpunto de partida legal y, por qué no, talvez a desandar lo mal andado.

Menos estricto que los profesoresAlarcos o Chomsky, sin embargo, no meatrevería a rechazar de antemano la posi-bilidad de alguna circunstancia públicamás o menos excepcional que pudiera jus-tificar una intervención política en estamateria. En principio, cabe admitir unapolítica lingüística legítima. Por ejemplo,en el caso hipotético de los hablantes deuna lengua minoritaria, miembros de unacomunidad más amplia y de otro idioma,que fueran perseguidos por usar aquellalengua minoritaria e impedidos de ense-ñarla. O bien la que sirviera para ponerfin a una situación en que una lengua ex-tendida en el uso de la población no tu-viera presencia en las instituciones. Aun-que en ambos casos, más que ante un pro-blema de política lingüística, estaríamosante otro de simple protección de las li-bertades individuales. Podríamos hablartal vez de un país cuya lengua, viva hastahace poco, hubiera sido después despóti-camente machacada por un invasor ex-tranjero o un régimen dictatorial; parecejustificado que, tras reconquistar la liber-tad y mediante el suficiente consenso, sefomentara una política de incentivos espe-ciales con vistas a recuperarla o siquiera aconservarla. Ésta sería una política de dis-criminación positiva seguramente justa.

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Pero, a mi juicio, ninguno de estos re-quisitos concurren en las situaciones a lasque se aplican las políticas lingüísticas na-cionalistas en España. No hay una lenguamayoritaria en su particular comunidadque se vea negada por la común lengua es-pañola, sino una lengua que es de conoci-miento y uso minoritario incluso en el se-no de su propia comunidad. No ha habi-do “genocidio lingüístico” impuesto porun poder invasor. Hubo, desde luego, unadictadura que, sobre todo en sus primerosaños, reprimió la expresión de esas lenguasminoritarias; pero de unas lenguas que, almenos en el caso de la vasca, venían retro-cediendo desde muchos siglos atrás. Endefinitiva, aquellas políticas se aplicanporque hay poder político dispuesto aaplicarlas, no porque haya razones funda-das que las legitimen. En realidad, comose ha de ver, apelan a unos fundamentos eintroducen unas medidas discriminatoriasque, en lugar de reparar alguna presuntainjusticia, la crean.

Desde Euskadi, con temblor1. Pero es hora de decir que estas reflexio-nes se inspiran sobre todo en la políticalingüística puesta en práctica en la comu-nidad autónoma vasca (y en Navarra),por más que sostengan la presunción deque, en sus premisas y conclusiones, valentambién para las implantadas en otras co-munidades españolas. Eso sí, se revelan aeste propósito dos diferencias decisivasentre el País Vasco y Cataluña.

La primera estriba en el mismo puntode partida real. En Cataluña florecía yflorece un bilingüismo real (al menos,una suficiente comprensión de los dosidiomas) bastante extendido y cotidiano,sea por la conservación efectiva de su len-gua, por su cercanía gramatical al castella-no o por su rica producción literaria. Enla comunidad autónoma vasca, en cam-bio, el bilingüismo efectivo era y es muyreducido, limitado a ciertas áreas rurales ycosteras, seguramente por las razones con-trarias a las anteriores. De manera que laabusiva meta de la política nacionalista enesa primera comunidad se presenta comoel monolingüismo catalán, mientras en laotra el nacionalismo vasco (con la impor-tante excepción de HB) se contente demomento con un bilingüismo del caste-llano y euskera, no menos abusivo. ¿Y pa-ra qué referirnos a Navarra, donde tan só-lo un 9% de sus habitantes es de lenguamaterna euskaldún (a los que hay que su-mar los alfabetizados en tiempos recien-tes), en la que rige una muy generosa LeyForal del Vascuence que hoy mismo cier-

tos grupos políticos –y no sólo nacionalis-tas– pretenden modificar con vistas en úl-timo término a implantar la cooficialidaddel euskera?

Pero la segunda distinción es más gra-ve todavía: en Euskadi esa política no hasido ajena al terrorismo de ETA. De unaparte, la política lingüística llama a la vio-lencia cuando la lentitud en el cambio delos hábitos lingüísticos de la población oel forzoso incumplimiento de una ley in-capaz de acomodarse a la realidad sin for-zarla… induce a algunos a reclamar el re-curso a métodos más expeditivos. Todocrítico de la política lingüística nacionalis-ta recibe sin más el apelativo de “enemigodel euskera”3, la amenaza consiguiente yla condena de expulsión del país. Ahí está,para no ir más lejos, el conflicto suscitado–por parte de una asociación de abogadosabertzales– a cuenta del rechazo de la tra-ducción en las vistas orales, la amenazanada velada contra la seguridad personalde los jueces en el País Vasco y el conse-cuente ascenso de su demanda de euskal-dunización… Pero, del otro lado, se repa-ra menos en que ya la mera violencia en-gendra –y no sólo por el miedo quepropaga– una disposición inconsciente fa-vorable a esa euskaldunización. Y es queunos crímenes tan feroces han creado enbastantes la impresión de que semejantedesmesura sólo puede entenderse como larepresalia proporcional a alguna injuriaprevia no menos inicua y brutal. No es,como suele creerse, que unos medios tanilegítimos invaliden unos fines que por símismos serían honorables. Ocurre, al re-vés, que objetivos tan infundados requie-ren instrumentos así de drásticos; o sea,que sólo medios tan bestiales pueden legi-timar o hacer creíbles fines de por sí ilegí-timos. Este mecanismo lo ha expuesto co-mo nadie R. Sánchez Ferlosio:

“La función de la sangre es la de provocar unaíntima y pública convicción de realidad (…) Paradar realidad a la Causa y hacer verdadero a su dios,nada mejor que una buena carga de muertes. Tal esel principio. Y ciertamente, ¡mucho ha matado Eus-kadi para que pueda dudarse ya de su existencia!”4.

O para dudar de la existencia del eus-kera y de su opresión secular, habrá queañadir, pues aquí se ha matado tambiénen nombre de esta lengua; y, si ello resulta

duro de escuchar, digamos al menos quese ha asesinado por idénticas razones yobjetivos de los que se reclama abierta-mente la política lingüística vasca. EsETA la que escribe en su comunicado deseptiembre de 1998:

“El euskera es la manifestación primera e im-prescindible del carácter vasco. Aquello que da per-sonalidad y unidad a Euskal Herria. Suele decirserepetidamente que ‘sin euskera no hay Euskal He-rria’ (…). El euskera, además de ser la mayor ma-nifestación del carácter vasco, también es un ele-mento fundamental de la construcción como pue-blo vasco (…) El futuro de Euskal Herria vive eneuskera”, etcétera.

Pero no dice otra cosa el organismo ofi-cial de alfabetización, así como tampocoel mencionado Plan General de Fomentodel Uso del Euskera aprobado por el Go-bierno Vasco. Por ejemplo, que “tenemosel convencimiento de que nuestro patri-monio cultural más importante es el eus-kera” (pág. 19); o, en política cultural,que “si los caminos de profesionalizaciónse desarrollan en castellano, estamos con-denados a ser esclavos” (pág. 29); o, enfin, que el objetivo fundamental de eseplan consiste en garantizar esta alternati-va “a quienes pretenden vivir en euskera”(pág. 42). Se dirá que un objetivo no de-ja de ser legítimo o simplemente deseablepor el hecho de que unos salvajes pro-pugnen alcanzarlo mediante la violenciaarmada; replico que alguna sospecha deilegitimidad debería cernirse sobre unobjetivo que se viene a propugnar por lasmismas razones que exhiben quienes lointentan conquistar por la fuerza.

Algunos ingenuos todavía repiten an-gélicamente el sonsonete de que no hayque politizar el euskera, como si la políti-ca lingüística resultara cualquier cosa me-nos política. Los terroristas, en cambio,aciertan al recordar que “el euskera no es-tá fuera de la política”; y también cuandoproclaman que el euskera se ha converti-do en “campo de batalla entre dos pro-yectos políticos contrapuestos”. Peromienten o se engañan cuando definen esabatalla como la que enfrenta al pueblovasco contra los defensores del proyectoespañol o francés; se trata más bien delcombate entre un proyecto nacionalista yotro no nacionalista o, para ser del todoprecisos, entre un espíritu y modo totali-tario y otro democrático. Y si última-mente la barbarie etarra ha podido desa-creditar un tanto –según lamentan losnacionalistas– la causa sagrada de la len-gua, ésta se ha beneficiado durante déca-das de la existencia de ETA, lo mismocomo amenaza que como estímulo. Lasociedad vasca, con el apoyo de parte de

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3 J. Torrealdai: El libro negro del euskera. Ttartta-lo, San Sebastián, 1998. En un comunicado de sep-tiembre de este mismo año, ETA sentenciaba: “Losenemigos del euskera no tienen derecho a vivir ennuestro pueblo”.

4 R. Sánchez Ferlosio: Ensayos y artículos, vol. I,págs. 216-217. Destino, Barcelona, 1992.

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la española, ha alimentado un descomu-nal síndrome de Estocolmo, un enorme einfundado sentimiento de deuda que ha-bía de satisfacer a ETA por su resistenciaantifranquista. ¿Aún no se ha visto que,en su lucha contra la dictadura, ETA nodefendía los derechos reales de las perso-nas, sino los imaginarios derechos de supueblo?

2. A nadie extrañará, por tanto, queme anime –y no pienso disimularlo– unafuerte dosis de indignación; pues ésta, yasaben, es una pasión de tristeza queacompaña a la virtud de la justicia. Tocaindignarnos, en primer lugar, de que a lapolítica lingüística nacionalista los adver-sarios no le hayan reconocido su impor-tancia capital. Porque no es sólo algo pro-visto de dimensiones cuantitativas, sinosobre todo cualitativas; no es una cues-tión que afecte tan sólo al presente, sinoen mayor medida al futuro; no admite untratamiento partidario, sino que demandaun enfoque político general; no constitu-ye ya un grave problema político, sinoque rebasa con creces los límites de la po-lítica para convertirse en problema ético omoral, en tanto que formador del ethos yde las mores de las gentes. Y eso sin contarque aquello mismo que se considera underecho incuestionable tiene que convo-car a una violencia liberadora en caso deser vulnerado.

Aún no se ha comprendido bastantehasta qué punto la supervivencia y ex-pansión de su “lengua nacional” es elproyecto medular de la política naciona-lista. In principio erat verbum. CuandoPujol advierte que “la lengua tiene unaimportancia primordial. Si la lengua sesalva, se salvará todo”; cuando Arzalluztruena que prefiere a un negro que hableeuskera a un vasco que no lo hable, paracontrarrestar su énfasis anterior en el RHcomo factor diferencial de la raza vas-ca…, no están expresando su gusto por laboutade o cediendo a sus manías persona-les. Están expresando el núcleo mismodel credo independentista que, en formade silogismo, dice que toda nación es hijade una lengua; toda nación tiene derechoa constituirse en Estado; luego hemos deposeer una lengua para ser una naciónque llegue a erigirse en Estado. Y tal silo-gismo de hecho funciona, por más quesus premisas teóricas sean notoriamentefalsas y forzosamente errónea su conclu-sión práctica. Herder, Fichte, Mazzini lohabrían aplaudido con entusiasmo, perono hay demócrata de nuestros días quepueda aprobarlo.

Por eso resulta más indignante toda-vía el absurdo y cobarde entreguismo delos demás partidos en este punto a los re-clamos nacionalistas. Al menos aquí esospartidos han desoído el mandato consti-tucional de concurrir “a la formación…de la voluntad popular” (artículo 6 de laCE), si en un sentido básico entendemosesa formación como educación de tal vo-luntad. De manera especial alcanza la res-ponsabilidad a los partidos sedicentes deizquierda, y en particular al PSOE, queen Euskadi y Navarra (y en la medida quesea, en Cataluña) han sido corresponsa-bles de una política lingüística de cuyasnumerosas concesiones ahora ciertos altosdirigentes, en privado, se confiesan arre-pentidos.

Se han rendido, desde luego, por faltade principios y de unas mínimas ideasclaras, pero también por temor a enfren-tarse al eventual desconcierto de sus mili-tantes y hasta de su base electoral. Aún espeor que sus continuas concesiones hayanvenido a menudo como contrapartida delmás turbio tráfico de votos o apoyos par-lamentarios. Pero resulta el colmo que es-tos partidos llamados de izquierda hayanactuado así bajo la arraigada confusión deque su “progresismo” naturalmente de-mandaba secundar las propuestas euskal-dunizadoras (o catalanizadoras). Hancompartido las premisas de la política lin-güística y, claro está, sólo se han atrevidoa moderar levemente los más patentes desus atropellos. Ni que decir tiene que,siendo el nacionalismo de esencia inte-grista y conservadora, tales formacioneshan llevado aquí una política netamentede derechas. Seguramente sus cabezaspensantes no han leído a Hobsbawn:

“El proyecto político de la izquierda es univer-salista: es para todos los seres humanos (…). Y lapolítica de identidad no se dirige a todos, sino úni-camente a los miembros de un grupo específico.Esto es perfectamente evidente en el caso de movi-mientos étnicos o nacionalistas (…). Éste es el mo-tivo por el cual la izquierda no puede basarse en lapolítica de identidad”5.

A lo mejor debían ponerse a meditar estareflexión de M. Viroli:

“La necesidad de enfrentarse en serio al nacio-nalismo tanto intelectualmente como políticamen-te es ante todo urgente para la izquierda democrá-tica. La retórica nacionalista ha sido y aún es muyinfluyente con respecto a los pobres, los desem-pleados, los intelectuales frustrados y la clase mediaen declive (…). El resultado de ello es que fuerzassociales importantes, que deberían contribuir a la

causa de un socialismo democrático de izquierdas,se han pasado al campo de la derecha”6.

Y así es como este estrambótico derechis-mo de la izquierda ha contribuido a man-tener el artificio lingüístico y la tensiónsocial correspondiente, amén de desviar laatención pública y las mejores energíasrespecto de los verdaderos problemas dela sociedad.

Claro que hay que descender más afondo todavía y alcanzar en lo posible eseinconsciente colectivo en que se asienta laincultura democrática (o política, a secas)de muchos que se tienen por modelos deciudadanía. Para el progre, por lo visto,España es un concepto de derechas y has-ta franquista, de suerte que toda derechaautonómica que se oponga a la derechaestatal se convierte sólo por eso en casi re-volucionaria. Desde un anarquismo in-fantil, sostendrá asimismo la maldad delEstado y la bondad de todo lo que le de-bilite, así como la creencia en la inocenciainmaculada de la sociedad civil (o sea,mercantil). Llamará tolerancia a la cómo-da indiferencia, cuando no a la cobardíamoral y a la pereza mental. Entenderá porsolidaridad la defensa acérrima de quienesson “de los suyos”, y simplemente por ser-lo, aunque ello conlleve la más feroz inso-lidaridad con el resto. Estará dispuesto ajurar que, en democracia, cualquier deseomás o menos colectivo equivale sin más aderecho incontestable. Y sostendrá tan sa-tisfecho esa enorme y peligrosa necedadde que, al igual que las ideas, también to-dos los sentimientos son respetables; pon-gamos por caso, que tan decente es lacompasión como la venganza. Pues bien,todo esto ofrece el más idóneo caldo decultivo para sembrar los propósitos nacio-nalistas en relación con la lengua.

La manipulación de lenguaje y sentimientos1. El lenguaje de que se sirve la ideologíanacionalista para referirse a su lengua está,como no podía ser menos, cuajado detrampas. Una argucia recurrente estribaen llamarla lengua propia y dar al adjetivoun significado que no tiene. Pues, en unsentido, “propia” es la lengua peculiar, dis-tinta, original o exclusiva de un territoriocualquiera; en otro, denota que es la len-gua materna de la mayoría en ese territo-rio, una lengua efectivamente poseída. Pe-ro el fanático de la recuperación lingüistadeduce que si es la lengua distintiva de su

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5 E. Hobsbawn, ‘Izquierda y políticas de identi-dad’, El Viejo Topo, 107, págs. 26-27, 1997.

6 M. Viroli: Por amor a la patria, págs. 31-32.Acento, Madrid, 1997.

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tierra (porque allí tuvo su cuna, y no enotro lugar), entonces tiene que ser la len-gua real de sus hablantes; por ejemplo, co-mo se le llamó lingua navarrorum, algu-nos navarros se sienten impelidos a apren-der y usar el vascuence. Y si es propia,pero sólo poseída por una minoría, enton-ces ese mismo fanático obtiene dos con-clusiones inapelables: primera, que la haperdido o le ha sido arrebatada; segunda,que el castellano, o sea, su lengua en ver-dad propia, es para él una lengua ajena.

Se repite hasta la saciedad, por ejem-plo, que el euskera es un patrimonio cul-tural que debemos recobrar. Pero, ademásde que en la Euskadi actual (y hace ya si-glos) el primer y más rico patrimonio lin-güístico es el castellano, gracias al cual he-mos entrado en posesión de otros patri-monios universales…, se pasa por altoque no vale igual un patrimonio vivo queotro para la mayoría muerto, que a me-nudo perdemos patrimonios que nos per-tenecían para así ganar otros que nos sonmás útiles, que unos patrimonios llamancomo mucho a su conservación y otros asu restauración. Y, last but not least, que elpatrimonio es un objeto y no un sujeto o,lo que es igual, que nosotros somos due-ños de éste como de cualquier otro patri-monio, y no el patrimonio dueño nues-tro. A no ser que el legado de los antepa-sados (los más remotos, porque losrecientes en buena parte ya lo habíanabandonado) deba imponerse sobre la vo-luntad de los ciudadanos presentes. Aquelplan general hace sólo meses aprobadopor el Gobierno vasco no duda en reco-nocer:

“Durante siglos, prácticamente el único me-dio existente para aprender a leer en euskera hansido las catequesis y los rezos y cánticos litúrgicos”(pág. 54).

Según eso, ¿en qué consistía ese patrimo-nio y cómo, cuándo y en cuánto cifrar supérdida? Pero es un patrimonio de la hu-manidad, se dirá. Sin ninguna duda, pe-ro, ¿con qué derecho hablaremos en nom-bre de la humanidad y de una humanidadque en su historia ha contemplado ya, yseguirá contemplando, la desaparición demúltiples lenguas y el nacimiento de otrasnuevas?

Se extiende también en el lenguajecomún la insidia de que el euskera es –yaquí viene el neologismo– una lengua

minorizada, no ya minoritaria7. Es decir,según el diccionario en su término máspróximo (“minorar. Disminuir, acortar oreducir a menos una cosa”), una lenguahecha menor, aminorada, venida a me-nos…, en virtud de las perversas maqui-naciones de algún enemigo que la ha abo-cado a su actual postración. Que hayamúltiples causas estructurales del perma-nente retroceso del vascuence en la edadmoderna (su casi exclusiva oralidad, rura-lismo, localismo, etcétera, frente al indus-trialismo, la inmigración, el mercadomundial o la invasión tecnológica, etcéte-ra), eso no cuenta; lo que cuenta es detec-tar al responsable del expolio.

¿Y qué decir, por último, de ese para-dójico nombre de normalización lingüísti-ca? Debería avergonzarnos haber dejadocorrer sin rechistar una expresión según lacual la lengua socialmente normal se con-dena o margina como políticamente (ymoralmente) anormal y, en sentido contra-rio, se decide que lo anormal se transfigureporque sí en normal; esto es, que la normalingüística se convierta en excepción y laexcepción se eleve a norma. A propósito dela política sobre el gallego, alguien ya escri-bió que “la normalización lingüística esuna anormalidad democrática”8.

“En sentido estricto”, escribe F. Ovejero,“normalizar una lengua es un desatino. Si algo esnormal, común, no hace falta normalizarlo; si hade ser normalizado, es que no es normal”9.

Naturalmente, hay demasiados hechospor desgracia “normales” que no debenser respetados y que justifican su transfor-mación, como la pobreza, lo mismo quehay otros en los que lo inmoral radica enviolentarlos. Pero la política lingüista quemás me atañe no se esmera precisamenteen dar razones explicativas de la presuntaanormalidad social del castellano ni razo-nes justificativas de la normalidad deseadadel euskera. Más bien se diría que esta-mos ante un programa a medio plazo de“limpieza étnica” en su versión lingüista.

2. Ese tramposo lenguaje se orientaen primera instancia a hacer brotar losafectos más favorables al cambio lingüís-tico. Isaiah Berlin ha dejado escrito queel nacionalismo ha enraizado en

“enormes conglomerados de la humanidadunidos por un sentimiento común de resentimien-to contra los que suponen (acertada o equivocada-mente) que les han agraviado o humillado (…). Elnacionalismo de los dos últimos siglos prende deeste sentimiento”10.

Así las cosas, ese particular sentimientonacionalista se traduce aquí en la emo-ción de la culpa ante una lengua propia ypatrimonio irrenunciable que nosotros (onuestros padres) hemos dejado por desi-dia perder. No anda muy lejos del senti-miento de melancolía que Jon Juaristidescubre en la entraña de ese nacionalis-mo. Conciencia culpable o melancólica,lo cierto es que enseguida adopta la formade un deber moral, individual y colectivo,de restitución, de reparar semejante desi-dia y recuperar cuanto antes lo perdido.

Pero, con mayor exactitud, el resenti-miento lingüístico del nacionalismo vascoaflora ante la representación de una len-gua propia minorizada, de una propiedadque injustamente, y sin duda por la fuer-za, nos han arrebatado. Y así, ésta de lalengua es una de las ocasiones privilegia-das para ejercer el victimismo, hasta elpunto de que el plan tantas veces citadono desdeña poner a su servicio incluso elprecepto evangélico:

“Quien desee cumplir el mandato evangélicode solidarizarse con los necesitados y los débiles,también puede fácilmente adoptar la postura favo-rable a las lenguas débiles y minoritarias” (pág. 8).

Es una nueva figura de la perversa doctri-na de la socialización del sufrimiento: si su-frimos por esta pérdida, es justo que to-dos sufran para su recuperación; el sufri-miento de los menos se atenúa por elsufrimiento de los más. Al fin y al cabo, laimpostura de la falsa víctima llega hastahacerle pensar que si se ha cometido unainjusticia con ella, también ella puede co-meter injusticia con cualquiera. “Preten-derse perseguido se convierte en una ma-nera sutil de perseguir a los demás”11.

Las dos cuestiones capitales1. Sea la primera la relativa a la naturale-za de una lengua. Que uno sepa, la len-gua no implica por sí sola una cosmovi-sión. Lo siento por Fichte y sus bellosDiscursos a la nación alemana, pero suje-tos hablantes de la misma lengua acos-tumbran tener concepciones del mundofrancamente diferentes y aun opuestas.La famosa hipótesis de Sapir-Whorf estáampliamente desacreditada: el pensa-

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7 Uno recuerda cómo lo que en ciertas declaracio-nes internacionales figuraba bajo la rúbrica de languesminoritaires o languages less used se convertía en la ver-sión española para Euskadi en “lenguas minorizadas”.

8 M. Jardón: La ‘normalización lingüística’, unaanormalidad democrática. Siglo XXI, Madrid, 1993.

9 Igualdad de las lenguas, igualdad de los ciudada-nos. Trabajo inédito.

10 I. Berlin: ‘Logros y crímenes de los nacionalis-mos’. Recogido de El País, 25 de octubre de 1998(Babelia, pág. 5). El sentido de la realidad. Sobre lasideas y la historia. Taurus, Madrid, 1998.

11 P. Brückner: La tentación de la inocencia, 2ª y3ª partes. Anagrama, Barcelona, 1996.

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miento del hablante no está determina-do por sus categorías lingüísticas12. Encambio, lo que sí suele contener ya unapredeterminada manera de entender lavida y las relaciones entre los hombres,en especial las políticas, son ciertos usosideológicos (oficiales o reivindicativos)que se hacen de una u otra lengua en elsimbolismo que le acompaña, en el mo-do de su educación o en su simple em-pleo. Creo que es Fernando Savater aquien he oído decir que el euskera esuna lengua “que viene con los conteni-dos puestos”. Hasta tal punto transportauna carga afectiva y simbólica de carác-ter partidario, que el nacionalista resultaincapaz de aceptar a quien exprese eneuskera (y cuanto más perfecto sea eseeuskera, tanto peor) su antinacionalismoo sus reservas críticas. Hágase la mismaencuesta sobre actitudes sociales, políti-cas o morales entre alumnos (y profeso-res) de la rama vascófona y de la castella-na en cualquier nivel de enseñanza; com-párense las respuestas y se comprenderálo que digo. Pese a los gritos horroriza-dos del nacionalismo llamado modera-do, analícese la segura correlación entrelos chicos protagonistas de la kale borro-ka y los matriculados en (o procedentesde) las ikastolas, y sáquense las conse-cuencias de rigor.

Tampoco ha de reducirse, por tanto,la lengua a una hipotética función deotorgar identidad. Mejor dicho, o por de-cir una tautología, la lengua es signo deidentidad lingüística, pero de ningunamás. Como se sabe, tenemos múltiplespropiedades y, si se quiere, gozamos deotras tantas identidades, y entre ellas lalengua ni siquiera es el signo incontrover-tible de nuestra identidad cultural, sinoun signo entre otros varios. Menos aúncuando se pretende, no ya que la lenguamanifieste nuestra identidad, sino que yaella misma forje o coincida con esa iden-tidad. Aún menos cuando se trataría entodo caso de una identidad propia de al-gunos, en modo alguno la pretendida decasi todos, a no ser –como quiere todonacionalismo– que nuestra identidad per-sonal coincida con la colectiva y, todavíamejor, esta identidad platónica nos prece-diese y nos agotase. Pero ésta no sólo es ladoctrina hegeliana del Volkgeist ni la deETA, como antes se expuso. Aquel plandel Gobierno vasco, y a propósito de lapolítica euskaldunizadora en relación con

el tiempo libre, dice también así:

“Mediante simples actos en favor del euskera,ofrecer servicios de tiempo libre en el ámbito edu-cativo: uniendo el pueblo, la identidad, la igual-dad, la historia y la lengua” (pág. 54).

Pero la lengua, nada más obvio, es an-te todo y sobre todo un medio de comuni-cación, y cualesquiera otras tareas que sele impongan, cualesquiera otros fines quese le atribuyan la desnaturalizan y co-rrompen. Esto le trae sin cuidado al na-cionalismo exaltado, para quien su lenguaes precisamente el instrumento de clausu-ra de toda comunicación incluso con elotro nacional; la lengua que les comunicaha de subordinarse a la lengua que les in-comunica y les vuelve hostiles. En el casovasco, para mayor despropósito, el euske-ra en curso ni siquiera serviría para comu-nicar con gran precisión o riqueza de ma-tices a sus hablantes, si es cierto, comoreitera el Gobierno vasco, que en el depó-sito de tal lengua “es muy grande la esca-sez terminológica” y se dispone a crear enlo posible todo el léxico necesario (págs.33, 34, 35, 51 y 55), o, de ser verdad, yno hay que ponerla en duda por venir dequien viene, que “la calidad general de lalengua es preocupante” (pág. 31 y tam-bién págs. 30 y 35).

En este terreno, pues, no hay debermás alto y mayor sensatez que los expre-sados por Arcadi Espada: “Convendríaempezar a pensar lo que decimos, despuésde tantos años pensando en qué lengua lodecimos”13. En cambio, un Gobierno na-cionalista, que reconoce una comunica-ción general francamente deficiente a re-sultas de un extendido uso lingüístico in-correcto, supedita aquel deber y aquellaconducta racional del ciudadano a un ob-jetivo político más elevado: “De todosmodos, la cuestión de la corrección, ade-cuación, etcétera, en gran medida, estásubordinada a la misma normalización”(pág. 35). Pues ese Gobierno ha decreta-do que los individuos son para su lenguay no la lengua para los individuos.

2. La otra cuestión central de este de-bate es la que atañe a la lengua como de-recho. Su enunciado extremo y más irra-cional, pero nada infrecuente, formula

nada menos que el derecho de la lenguamisma14. En línea directa con la concep-ción de la lengua como identidad su-praindividual, aquí se atribuyen derechosa un ente abstracto y superior a cada unode los hablantes. Algo así como si “el fút-bol” fuera sujeto de derechos, más allá ypor encima de los derechos que puedancorresponder a los futbolistas, socios delos clubes, directivos, aficionados, publi-citarios o espectadores… No es sino pro-ducto de una particular “alienación lin-güística”, muy parecida a esa construcciónespeculativa que Marx denuncia en He-gel, un “fetichismo” o personificación dela lengua que invierte las relaciones entreel sujeto y su objeto o predicado; de ellaprocede que se pueda tildar de “enemigosdel euskera”, por ejemplo, a quienes po-nen en cuestión su política lingüística, co-mo si tal enemistad fuera siquiera pensa-ble y tal expresión guardara sentido. Saltaa la vista que si la lengua (en puridad, laLengua) tuviera derechos, sería a costa dedesposeer de ellos a los individuos y losejercería sobre y contra los individuosmismos, tanto si son hablantes de ella co-mo si no. Éstos –repito: hablantes y nohablantes, propios y extraños– se habríanvuelto los objetos de los derechos de lalengua, de las libertades que se toma lalengua a mayor honor y gloria de la len-gua misma.

Háblese entonces mejor del derecho ala lengua. Ahora bien, entre los nacionalis-tas (y los muchos necios culpables que lessecundan), este derecho se interpreta casisin excepción como un derecho colectivo,como un derecho del pueblo (en este caso,del pueblo vasco). Monseñor Setién, porejemplo, remite en todas sus pastorales yalocuciones a este sujeto, y argumenta unay otra vez desde tales derechos colectivos15.Pero quienes no creemos que pueda habermás sujetos que los singulares, nos adscri-bimos más bien a tesis como la del profe-sor Nino, para quien hay que

“excluir que puedan ser titulares de los intere-ses que son objeto de derechos y, por tanto, quepuedan ser personas morales las entidades colecti-vas o supraindividuales (…). Por tanto, si bien, porsupuesto, es legítimo hablar de los derechos y de-beres de un Estado, de una asociación, de una cor-poración de personas, ellos no son derechos y de-beres morales irreductibles, sino que la referencia aellos es una manera conveniente y simplificada de

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12 S. Pinker: El instinto del lenguaje, págs. 59 ysigs. Alianza, Madrid, 1995.

13 A. Espada: Contra Cataluña.14 Dos muestras recientes entre mil: J. Torreal-

dai, op. cit., pág. 9. Henrique Knörr, ‘La lengua de-nostada’, El País, 8 de octubre de 1988. Este últimoes el vicepresidente de la Academia de la Lengua Vas-ca y miembro del Consejo Asesor del Euskera del Go-bierno vasco.

15 Pueden repasarse sus Obras completas. I. Dios:política-paz. Idatz, San Sebastián, 1998. Para su de-fensa de los derechos colectivos, cfr. ‘Savater y Setién.Un diálogo sobre la Ética’, Talaia 1, 1997.

16 C. Nino: Ética y derechos humanos, pág. 364.Ariel, Barcelona, 1989.

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aludir a un complejo de derechos y deberes de in-dividuos”16.

Los mismos derechos “por pertenen-cia a grupo”, a los que Kymlicka se refiereen su Ciudadanía multicultural, son tam-bién derechos individuales.

Pensar otra cosa sería fabricar de nue-vo un fetiche y adorarlo. Si antes era lalengua, ahora es el pueblo, y lo que se de-cía de la primera habrá que decirlo del se-gundo17. Pues los derechos individuales ala lengua sólo serían derechos ficticios, so-metidos a los derechos de esa entidad se-parada que es el pueblo; se trataría en ver-dad no de derechos, sino de obligacionespara con aquella cosa suprapersonal. Al fi-nal, resultaría que no nos dotamos de de-rechos entre nosotros y por el ejercicio denuestra razón práctica; esos derechosemanarían de aquella voluntad preexis-tente. En definitiva, ese pretendido sujetopolítico, el pueblo (como trasunto de lasociedad de los verdaderos sujetos), y susderechos son categorías no sólo enfáticassino predemocráticas. A ese sujeto sagra-do le convendrían, por cierto, los recien-temente renacidos derechos históricos. His-tóricos, todos los derechos lo son, puestoque sólo tienen su origen en la historia yno en alguna imaginaria transcendencia.Pero, en su uso nacionalista, los derechosserían históricos como si fuera la historiamisma, y no los hombres en cada caso,quien los hubiera engendrado y transmi-tido. He ahí otro nuevo ente metafísico,la historia, a la que los sujetos históricosno tendrían más remedio que rendirse.Unos derechos lingüísticos nacidos de (yno en) la historia, además de ser privile-gios, serían desde luego anteriores a laconciencia y voluntad de los individuospresentes; o sea, pre y antidemocráticos.

El derecho a la lengua, en suma, sólopuede ser un derecho individual. Es underecho del hablante, una libertad queasiste a toda persona de usar privada ypúblicamente su lengua materna; Ahorabien, creo que el contenido de ese dere-cho varía según la realidad sociolingüísti-ca de la comunidad política en cuestión.Se trata de un derecho incondicionado, siesa lengua materna es además la lenguamayoritaria, y por ello mismo (porque elmandato constitucional se limita a refren-dar esa realidad), lengua oficial del Esta-do. El Estado, o el cuerpo político delque tales hablantes son miembros, respetaeste derecho cuando garantiza su uso, laeducación de y en esa lengua y su empleoen las relaciones entre tales ciudadanos yla Administración Pública. Se trata de underecho condicionado, en cambio, si se re-

fiere a una lengua minoritaria entre la po-blación, ya sea la lengua materna y usualde esa porción de ciudadanos, ya sea laque otros hablantes de distinta lenguamaterna han adquirido por libre eleccióno conveniencia y se sirven de ella en su vi-da ordinaria. Así las cosas, el reconoci-miento público de esta lengua minoritariaestará en función tanto del número de sushablantes, como del grado de su concen-tración o dispersión en el territorio, delpeso de otras necesidades colectivas o delvolumen de recursos públicos disponi-bles. En virtud de tales criterios de justi-cia, el Estado o la comunidad política res-peta el derecho de estos últimos hablan-tes, en ciertos casos, cuando eleva sulengua al rango de cooficial; en otros, li-mitando esa cooficialidad (y, por tanto,los compromisos públicos que conlleva)tan sólo al espacio territorial donde sea deuso efectivo y, en otros casos todavía, ne-gándose a otorgarle tal carácter. Y otrotanto cabe decir sobre el derecho a la edu-cación pública en o de esa lengua, al mo-nolingüismo o bilingüismo de los servi-cios, actos, documentos o rótulos públi-cos, y así hasta donde se quiera.

Pero ya es un derecho más que dudo-so, por no decir simplemente infundado,cuando se trata sólo de un simple deseode aprender esa nueva lengua por partedel ciudadano. No es que éste carezca delderecho a expresar su demanda ni a estu-diar ésa como cualquier otra lengua, puesno faltaba más; lo que no tiene es un de-recho neto a que ese aprendizaje corra acargo del Estado o de los fondos públicosde su comunidad, ese voceado derecho no

crea semejante deber a la Administración.De modo paralelo, podrá esta Adminis-tración –por razones que tocará debatir–proponer ciertos estímulos al aprendizajede y hasta en esa lengua minoritaria, po-drá destinar ayudas especiales para su li-bre recuperación…, pero en modo algu-no imponerlo (ni siquiera indirectamente,porque caería en discriminación ilegíti-ma) como una obligación general. Y, a miparecer, se incurre en esta virtual imposi-ción cuando se eleva a la lengua minorita-ria en una comunidad –con desprecio desu realidad, es decir, de las condicionesarriba mencionadas– al rango de cooficial,al mismo nivel de la lengua más común.Aunque sólo fuera por uno solo de los re-sultados que trae consigo: la inmensa fic-ción o impostura que así se instala en esacomunidad. En ella casi nadie o nadie leesu boletín oficial en euskera, pero estámandado que se edite en las dos lenguas.En ella, abogados y fiscales, encausados ytestigos –en abrumadora mayoría–, ha-blan y entienden y escriben mejor el cas-tellano que el euskera, pero desde el prin-cipio de cooficialidad cabe exigir comoderecho el juicio oral en euskera. En ella,el común de sus habitantes llama a sus ca-lles como siempre las ha llamado y acudea los edificios o servicios públicos guián-dose por su nombre, generalmente espa-ñol, pero impera por todos lados la rotu-lación en ambas lenguas18. Y así sucesiva-mente.

Se suele repetir la falacia de que esta-mos ante un derecho cuyo ejercicio es op-cional y no conlleva obligaciones paraquienes decidan no hacer uso de él. Mas,primero, se instaura ya un gravísimo prin-cipio al invocar, solicitar, otorgar o ejercercomo derecho lo que está lejos de serlo oresulta muy improbable que lo sea. Se-gundo, su ejercicio será ciertamente vo-luntario –como todo derecho–, pero in-mediatamente discrimina oportunidadesdispares (para empezar, laborales) entrelos sujetos que lo usan y los que no. Desuerte que, además, son derechos que en-gendran a continuación otros falsos dere-chos en cascada: el escolarizado en euske-ra exigirá como derecho disponer de mé-dico, sacerdote y guardia municipal que leatiendan asimismo en euskera. Y, tercero,como es natural, esos derechos vienenacompañados de sus respectivos deberes:

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18 El último episodio conocido es la sarta de dis-parates que la Comisión de Toponimia del Ayunta-miento de Pamplona presenta al Consistorio para re-novar el callejero de la ciudad (30 de octubre de1998).

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para todos los ciudadanos, el de respetarsu ejercicio; para las instituciones públi-cas, además y en particular, el de poner adisposición las partidas presupuestariasque aseguren ese ejercicio, unos mediosque habrá que detraer de un fondo co-mún que atiende la satisfacción de otrosderechos, éstos sí, incuestionables.

Las falsas razones de la ‘normalización’De un modo más implícito que expreso,aunque a la menor acaben asomando, lapolítica normalizadora vasca se apoya enunos supuestos últimos comunes a todonacionalismo y que ya conocemos. Pararesumir, algunos de ellos son argumentosmíticos o metafísicos (el pueblo y su des-tino, el prestigio sagrado de los orígenes,la lengua como identidad); otros, invoca-ciones para borrar la historia efectiva (elvalor del pasado, los derechos de los an-cestros, la lengua más antigua); y las haytambién de carácter netamente sentimen-tal (la agonía de esa lengua, el vasco au-téntico como euskaldún), etcétera. Perohoy expresamente, y aparte de las razonesestrictamente legales, el tantas veces men-tado plan invoca estos fundamentos:

“La política lingüística de la comunidad autó-noma vasca está basada en tres criterios o pilares bá-sicos: en la democracia, la política positiva y en lacomplementariedad de la iniciativa social” (pág. 13).

Dejemos este último y vayamos brevemen-te a los otros dos.

1. Cumplir ese criterio democráticosignifica para este Gobierno que la plani-ficación lingüística

“se ha de adecuar a la voluntad y deseos de lamayoría de los ciudadanos. Para ello han de cono-cerse las posturas de los mismos, con el fin de po-

der modelar la política lingüística acorde al ritmoaceptado por la mayoría…” (pág. l3).

No hará falta subrayar el empobrecimien-to y degradación del concepto de demo-cracia que aquí se maneja. Pues ésta, comoaquí tiende a creerse, no se confunde conel gobierno de las encuestas ni en ella losdeseos, hasta los mayoritariamente expre-sados, obligan a los gobernantes a satisfa-cerlos. Hay deseos, incluso multitudina-rios, que son irracionales, injustos o abusi-vos. Y se olvida que el momento clave delproceso democrático es la deliberación pú-blica que sopesa las razones o sinrazonesque avalan esas voluntades y deseos ciuda-danos y, con vistas a una decisión justa,clarifica y ordena las necesidades expuestassegún su grado de amplitud, gravedad ourgencia.

Pero hoy, en las comunidades vasca ynavarra el argumento más socorrido parajustificar (o ampliar, acelerar, etcétera)esas medidas lingüísticas es, como pare-cen revelar las encuestas sociológicas, obien la conformidad de buena parte de lapoblación o bien la demanda creciente dematriculación en el modelo D (en euske-

ra) de enseñanza primaria19. Ahora bien,esa conformidad aparente contrasta conlo no menos sabido: que incluso los ciu-dadanos que han aprendido el euskera“no perciben como valioso sustentar elconocimiento y el uso de esa lengua”(pág. 40); que “la mayor parte de los vas-cófonos piensa que el euskera es única-mente una lengua de uso familiar o entreamigos” (pág. 34); en definitiva, que encasi todos los ámbitos de su vida, hastalos ciudadanos más euskaldunes entablansus relaciones en castellano (págs. 27-35).¿Acaso se puede confesar más paladina-mente el clamoroso fracaso de una políti-ca lingüística tras 20 años de implanta-ción? Se diría, por tanto, que esa deman-da social tan jubilosamente constatada ypregonada no acaba de ser demasiado fia-ble: tal vez porque la demanda misma esnada más que superficial e inducida (lossentimientos que la arropan, el peso de lo“políticamente correcto”, las expectativaslaborales, el temor a la exclusión social,etcétera), o tal vez porque las encuestas yestadísticas que la miden resultan técnica-mente deficientes (por afán de contentaral organismo público que la encarga, porun sesgado planteamiento del cuestiona-rio, por mala correlación de las variablessignificativas, etcétera). Pero, aun en elcaso de que las encuestas fueran irrepro-chables, habrá que recordar lo esencial:una cosa es el derecho a la demanda yotra el derecho al objeto demandado.

2. Por “política positiva” el Gobiernovasco entiende lo siguiente: “No se puedeaplicar una misma política lingüística alenguas que se encuentran en situacionesdiferentes, siempre que el objeto no sea in-

AUREL IO ARTETA

19 En el estudio Bilingüismo y rendimiento acadé-mico en la Comunidad Autónoma Vasca, dirigido porHernán Urrutia, catedrático de Lengua Española en laUniversidad de Deusto, se concluye que los escolaresvascos del modelo D presentan el peor rendimientoentre todos. Al parecer, no ocurre lo mismo en Nava-rra, donde los alumnos de tal “modelo milagroso”aprueban regularmente en las pruebas de selectividaden un porcentaje superior (que oscila entre un 10% yun 15%) al resto de compañeros. Mi hipótesis acercade tan excepcional rendimiento es sencilla: la compli-cidad entre unos profesores, que en buena parte pro-ceden de unos cursos intensivos de reciclaje en euske-ra, y unos alumnos en quienes se valora más su estu-dio en euskera que lo que aprendan con él.

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crementar el desequilibrio entre ellas.Abandonarlas a su suerte, dejarlas tal y co-mo están, aumenta la diferencia entre laslenguas, en detrimento de la más débil ymenos extendida. Por tanto, la política lin-güística ha de ayudar a la más débil y me-nos extendida, sin vulnerar los derechosbásicos de los ciudadanos” (págs. 13-14). Yeste aserto desemboca, por cierto, en el ob-jetivo de lograr una cierta igualdad entrelas lenguas del lugar, porque la situaciónreal del euskera “no es con nada (sic) simi-lar a la del castellano” (págs. 42 y 48).

Una vez más, he aquí la lengua comoun fetiche, pues la cuestión a considerarno es el “detrimento” o el “desequilibrio”del euskera o del castellano, sino el detri-mento o discriminación ilegítimos de sushablantes. No todas las igualdades sonposibles ni aún menos todas las igualda-des son deseables. ¿Tiene sentido la igual-dad lingüística? Más que la de las lenguas,tiene sentido la de las personas:

“La igualdad que podría interesar es la de–oportunidades entre– los individuos para realizarsus planes de vida. Cuando se discrimina a alguienpor razones de lengua (peso o edad), sí hay quepensar que algo que tiene que ver con la igualdadha sido incorrectamente maltratado. Pero sin per-der el sentido de la medida. Al otorgar una becapara una universidad de Estados Unidos, parece ra-zonable discriminar a quienes desconocen el inglés.Algo parecido sucede en la vida cotidiana, en eltrato con las instituciones. Por razones de elemen-tal economía, hay que echar la cuenta sobre el nú-mero de hablantes (…). Al final, como en muchassituaciones de justicia, aquí hay un problema de es-casez”20.

Ahora bien, entendida su presente de-sigualdad frente al castellano como un ca-so flagrante de discriminación negativahacia ella misma (o efecto de una discri-minación negativa en el pasado), enton-ces se predica con absoluta naturalidad elprincipio de discriminación positiva en fa-vor del euskera. Y así se proponen, comorebosantes de justificación, una ristra demedidas discriminatorias lingüísticas quevulneran a las claras “los derechos básicosde los ciudadanos”. En la enseñanza (tras-ladar de lugar a los profesores no euskal-dunes o adelantar su jubilación, pág. 47),en la Universidad (qué carreras han de te-ner prioridad, págs. 27-28 y 51), en laAdministración (al contratar servicios,conceder licencias, convocar subvencio-nes, etcétera, págs. 50-51), en la políticadel tiempo libre (pág. 54), cultural (pág.30), televisión (ETB-1 debe dirigir las re-laciones con el mundo de la creación en

euskera, pág. 57), deporte (al contratartrabajadores o empresas, pág. 54), servi-cios básicos (pág. 51), actos religiosos(págs. 54-55), empresa y mundo laboral(págs. 24 y 53), publicidad (págs. 22-23)…, en todos y cada uno de los espa-cios principales de la vida pública o socialel euskera debe ser el elemento discrimi-nador por excelencia.

Son aplicaciones como ésta a la políti-ca lingüística las que hacen del principiode discriminación inversa o positiva algosumamente sospechoso, cuando no repu-diable. Ya sería francamente costoso pro-bar que la situación actual de esta lenguaen la comunidad autónoma vasca haya deconsiderarse como discriminada o frutode una anterior discriminación indebidaque ahora exigiera justicia; más aún, en es-te último supuesto, determinar qué oquién es el responsable y en qué consisteel daño causado o sufrido, no vaya a serque se intente reparar una injusticia pasa-da con una injusticia en el presente. Perola objeción capital en situaciones de respon-sabilidad objetiva o sin culpa es que no ca-be premiar a los que no lo merecen a costade castigar a quienes no son culpables.

“Suponiendo que las personas a las que se fa-vorece mediante una medida de discriminación in-versa sean las mismas que han resultado previa yefectivamente discriminadas, lo que es muy difícily no debe darse por descontado, más difícil todavíaresulta que las personas excluidas por la medida dediscriminación inversa sean efectivamente respon-sables o, en todo caso, las favorecidas voluntaria-mente por la discriminación previa”21.

Este argumento da en la línea de flotaciónde la política lingüística discriminadora.

Pero no hay argumento lo bastantepotente como para atravesar la coraza deun nacionalismo capaz de todo por “su”lengua. Éste comienza por quejarse deque la realidad lingüista no sea lo que de-be ser y, a renglón seguido, por culpar asus sujetos (públicos ¡y privados!) de nohacer todo lo que esté en su mano porcambiarla. Por ejemplo, cuando señalacomo una “amenaza” para la implanta-ción del euskera… la lamentable tenden-cia general a hablar en español, es decir,una penosa inercia:

“La inercia de seguir bajo la norma social enfavor de las lenguas distintas al euskera que tienenlas instituciones públicas y privadas…” (pág. 40).

A la propensión natural de hablar la pro-pia lengua el redactor del plan la denomi-

na peyorativamente “inercia”, esto es, unapasividad indebida, una resistencia culpa-ble ante un progreso considerado necesa-rio o una transformación de la conductaque se pondera como justa o más apropia-da. Así que el texto tenía que continuar yculminar en la pura aberración: porqueaquella inercia de las instituciones a seguirusando el castellano era “para adaptarsemejor a las necesidades de las nuevas gene-raciones, en lugar de modificar su compor-tamiento lingüístico [cursiva mía]”. ¿Sepuede ser más claro? La conveniencia deque las instituciones se adapten a los ciu-dadanos se invierte, y ahora los ciudada-nos y sus necesidades se han de adaptar alas necesidades de sus instituciones. Éstasno tienen ya el deber de respetar el com-portamiento lingüístico de los individuos,sino el de transformarlo al servicio de losfines de la política lingüística.

Y es que nada debe asombrarnos si, co-mo dice el plan, su objetivo fundamental

“consiste en decidir y promover las medidasde política lingüística necesarias para garantizar es-te tipo de alternativas a quienes pretenden vivir eneuskera, habida cuenta de que tan sólo de esa ma-nera se garantizará la pervivencia y normalizaciónde la lengua vasca” (pág. 42).

Pues entonces la inversión entre el indivi-duo y su lengua, entre el sujeto y su me-dio, es completa; el euskera, por sí sólo, es“criterio básico de calidad” (pág. 41) de lavida. Que la lengua viva, aunque sus ha-blantes (y, desde luego, sus no hablantes)sólo vivan a su servicio. Ya no se trata devivir bien o mal, en la riqueza o con po-breza, con libertad o sin ella, sino de viviren euskera. Ya no importa qué y cuántonos comunicamos, sino que el euskera secomunique y se expanda. La lengua es elídolo al que, según sus sacerdotes, hayque ofrecer en sacrificio a sus fieles y a losinfieles. n

[Intervención en el seminario Lenguas, política yderechos, organizado por el Instituto de DerechosHumanos Bartolomé de las Casas y celebrado en laUniversidad Carlos III de Madrid. Días 3-5 de no-viembre de 1998).

‘ IN PRINCIPIO ERAT VERBUM’

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Aurelio Arteta es catedrático de Ética y FilosofíaPolítica en la Universidad del País Vasco.

21 A. Ruiz Miguel: ‘Discriminación inversa eigualdad’, en A. Valcárcel (comp.), El concepto deigualdad, pág. 82. Fundación Pablo Iglesias, Madrid,1994.20 F. Ovejero: ‘Igualdad de las lenguas…’, cit.

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EL FUTUROPOLÍTICO DE EUROPA

2. El déficit democrático de la Unión Europea*

FRANCISCO RUBIO LLORENTE

a literatura sobre el déficit democrá-tico de la Unión es tan frondosa queresulta imposible resumirla y, menos

aún, analizarla con algún detalle en un es-tudio como éste. Por lo demás, los juicioscríticos, en los que con frecuencia apare-cen mezcladas y confundidas las dos pers-pectivas, la puramente jurídico-normativay la político-sociológica, presentan ungrado de coincidencia tan elevado que pa-rece razonable entenderlos como simplereflejo de una convicción generalizada en-tre todos los estudiosos y quizá inclusoentre los propios actores de la integración.En lo que sigue, me limitaré a ordenar losdistintos aspectos de este déficit de acuer-do con un esquema que resultará útil,creo, para el análisis de las distintas pro-puestas encaminadas a corregirlo1.

El aspecto más obvio de la relaciónentre integración europea y democracia esnaturalmente el que viene determinadopor la inescindibilidad de las dos caras dela soberanía nacional: toda transferenciade poder del Estado soberano a una ins-tancia exterior implica necesariamenteuna reducción del poder del pueblo sobe-rano para decidir sobre lo que le atañedentro de su propio territorio. Se producecon el acto mismo de la transferencia ycon independencia de que el métodoadoptado para la formación de la volun-tad de la instancia que recibe el podertransferido requiera la unanimidad de to-

dos los Estados miembros o sólo de lamayoría. En este último caso, uno o va-rios de los pueblos implicados en el pro-ceso pueden verse obligados a aceptar de-cisiones o normas que explícitamente hansido rechazadas por sus representantes,pero también en el primero ningún pue-blo puede dotar de validez a una normaque querría crear si uno sólo de los demáspartícipes se opone a ello2.

Esta merma del poder del pueblo,que es una limitación del ámbito abiertoa la decisión democrática en cada uno delos Estados miembros es, sin embargo, nosólo inevitable sino deliberada. Constitu-ye la finalidad inmediata del proceso mis-mo y, por tanto, no puede ser entendidacomo un “déficit” de éste. El déficit queen este plano existe no viene por eso di-rectamente de las transferencias de poderen favor de la Unión, y en especial de laComunidad, sino de la muy defectuosamanera en la que esa traslación, calificadaunas veces de limitación de la soberanía yotras de cesión de competencia o de sobe-ranía, se ha formalizado en las constitu-ciones de los Estados miembros. Comoéstas siguen basadas en la idea pura de so-beranía nacional, la existencia de laUnión pone en cuestión su auténtico va-lor normativo, y no sólo el de la propiaConstitución, sino el de una buena partede las reglas que disciplinan el modo deaplicación del Derecho. En aquellos paí-ses en los que, como sucede en el nuestro,la legitimidad democrática del sistema seapoya fuertemente en la autoridad de laConstitución, en el sentimiento constitu-cional, esta erosión del valor de la normafundamental puede ser considerada como

un verdadero déficit de la Unión. Comodel tema me he ocupado en algún otrotrabajo3, no insisto ahora más.

En la misma línea, aunque no exacta-mente por las mismas razones, la perte-nencia a la Unión genera un déficit en lasdemocracias nacionales al alterar el equili-brio entre poderes que la idea democráti-ca impone. Como la relación con laUnión es asumida por los Gobiernos, elpoder creciente de aquélla se proyecta enun continuo incremento del poder de és-tos frente a los respectivos parlamentos.Del mismo modo, como las relaciones ex-teriores son competencia de las instanciascentrales del Estado, el poder de éstas res-tringe en mayor o menor medida la liber-tad de acción de los entes territoriales. Elaumento de la distancia entre el poder ylos sometidos, lo que Weiler llama “regio-nalismo invertido”, no se produce sólo enla relación entre la Unión y los Estados,sino también en el interior de éstos. Porúltimo, no hay que olvidar que, junto aestos déficit manifiestos, existe otro me-nos visible pero en absoluto menos gravey tal vez más: con el relajamiento en lafuerza de las normas internas y la frecuen-cia de los contactos internacionales queson consecuencia de la Unión, los apara-tos administrativos e incluso judiciales delos Estados traban por encima de las fron-teras lazos que incrementan su autonomíay acentúan el fraccionamiento de la uni-dad del poder estatal y su alienación res-pecto del pueblo.

El tercer aspecto del déficit democrá-tico de la Unión y el más frecuentementealudido es el que viene de la escasa aco-modación de la organización y el funcio-namiento de la Unión a las exigencias

L

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2 En la literatura sobre la integración europeahay análisis muy agudos de esta limitación en la liber-tad de decisión de los actores nacionales por obra dela llamada “trampa de la decisión conjunta”.

3 Así en ‘El constitucionalismo…’, citado ennota 1 de la primera parte, CLAVES DE RAZÓNPRÁCTICA, núm. 89, enero-febrero 1999.

* La primera parte de este artículo fue publicadaen el número 89 de CLAVES DE RAZÓN PRÁCTI-CA con el subtítulo Espacio, fines y método.

1 Para una descripción más pormenorizada deldéficit, vid. D. Curtin, Postnational Democracy. TheEuropea Union in search of a political philosophy (Klu-wer Law. International, 1997), págs. 41-48, y J. H.H. Weiler, The State ‘über alles’. Demos, Telos and theGerman Maastricht Decision., en European Law Jour-nal (1995). En la edición de la Colección de WorkingPapers de la Universidad de Harvard, que es la queutilizo, la descripción “resumida” del déficit está enpáginas 16-22.

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propias de las estructuras democráticas. Elhecho de que el órgano supremo de laComunidad sea un Consejo integradopor representantes de los Gobiernos quedeliberan en secreto y en secreto adoptandecisiones que se imponen a sus propiosparlamentos y a sus propios pueblos, antelos que sin embargo no han de responderpor ellas, con ser grave, no es más que lapunta de un iceberg cuya parte sumergidaes aún más negativa4.

De hecho, los autores reales de las de-cisiones no son ni siquiera los ministrosde los Estados miembros, sino el Comitéde Representantes Permanentes (Core-

per), y más aún, cualquiera de los cente-nares (¿o millares?) de comités integradospor funcionarios de los distintos Estadosy de la Comisión que se mueven en lasombra, en un espacio intermedio entre elConsejo y la Comisión propicio a la ac-ción de los grupos de interés organizados.

Lo grave no está, sin embargo, en el pesoque esta poderosa máquina burocráticatiene en el funcionamiento de la Unión,pues también la de cada uno de los Esta-dos deja sentir su fuerza en el interior deéstos5. Lo que hace de la burocracia euro-pea un peligro para la democracia vienede la debilidad de los controles que sobreella operan, de una parte, y, de la otra, dela inexistencia de canales eficaces a travésde los cuales puedan los intereses difusosarticularse y equilibrar la influencia de losorganizados. Los tribunales contencioso-administrativos de los Estados no tienenequivalente dentro de la Unión; ni la fun-ción de control que en ellos desempeñanlos parlamentos, por pobre que sea, puedeser comparada con la del Parlamento Eu-ropeo, que ni tiene competencias eficacespara ello ni es adecuado para esta fun-ción, por la que sus miembros dan pocasmuestras de sentirse interesados.

Las esperanzas que en esta institu-ción se han puesto para remediar el défi-cit democrático de la Unión no se hanvisto cumplidas hasta el presente. Las su-cesivas reformas de los tratados han am-pliado significativamente sus competen-cias, pero éstas quedan aún muy lejos delas propias de los parlamentos nacionales

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4 Vid. Deirdre Curtin, op. cit. pág. 45. En esteexcelente trabajo, que fue su discurso de toma de po-sesión de la Cátedra de Derecho Internacional de laUniversidad de Utrecht, la profesora Curtin estableceuna distinción entre efectos outside-in y inside-out quese corresponde aproximadamente con la que en el tex-to utilizo.

5 Es evidente que, si bien desde el punto de vis-ta ético, el análisis crítico del déficit democrático dela Unión ha de partir, sin duda, de una concepciónnormativa de la democracia, el valor político de esteanálisis no puede prescindir de las conclusiones quearroje un análisis del mismo género referido a la rea-lidad de los Estados miembros. Como se ha dichomás de una vez (así, por ejemplo, Weiler, en su res-puesta a Mancini), resulta injusto y casi grotesco im-putar a la Unión, más precisamente a la Comunidad,defectos que están bien presentes en el seno de losEstados, como, por ejemplo, el del poder de la buro-cracia. Es cierto que las decisiones del Consejo de laComunidad están predeterminadas frecuentementepor el Coreper y por el cuasi secreto mundo de la co-mitología. Pero ¿quién podría decir que las decisio-nes de los Gobiernos nacionales no están predeter-minadas por las burocracias ministeriales?

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por la simple razón de que no representa,como éstos, al titular de la soberanía, si-no a los pueblos de los Estados. De ellose sigue también el escaso relieve políticode los parlamentarios europeos, cuyaelección no despierta generalmente másinterés que el que le viene de servir comoindicador de los cambios operados en laopinión interna después de las últimaelecciones generales6. Si a esto se añadenla lejanía respecto de los electores y lasdificultades materiales para llevar a caboun trabajo continuado y eficaz, comoconsecuencia de la trashumancia de lainstitución y de su complejidad lingüísti-ca, se comprenderá que, sea cual sea, elgrado de dedicación y la idoneidad desus miembros, la capacidad del Parla-mento Europeo para controlar a las res-tantes instituciones comunitarias o paradar presencia a los intereses difusos delos europeos no está a la altura de las ne-cesidades.

A estas manifestaciones del déficit de-mocrático de la Unión desde la perspecti-va jurídico-normativa podrían añadirse almenos otras tantas desde la perspectivapolítico-sociológica (inexistencia de parti-dos políticos y sindicatos europeos, etcé-tera), pero no es necesario y resulta casitautológico. En definitiva, como ha dichoHabermas, el problema de la construc-ción de Europa no viene tanto del insa-ciable apetito de soberanía de los Estadoscomo del hecho de que los procesos de-mocráticos, mal que bien, sólo funcionandentro de sus fronteras o, dicho de otraforma, de que el espacio público sigue es-tando fragmentado nacionalmente7. Laexposición que precede deja de lado mu-chos matices y no toma en consideraciónel argumento de quienes, sin negar laexistencia del déficit, sostienen que la in-tegración también contribuye a mejorarel funcionamiento de la democracia en elinterior de los Estados miembros8. Para elpropósito que aquí se persigue, que essimplemente el de describir la situación a

fin de situar mejor las propuestas encami-nadas a mejorarla, no es necesario sin em-bargo entrar en un análisis más detallado.

El ‘demos’9 de la democracia europeaEn lo que toca a su contenido, estas pro-puestas no son una novedad absoluta na-cida después de Maastricht. Lo que meparece radicalmente nuevo es la forma enla que se ofrecen, como enunciados abier-ta y declaradamente normativos. Los mis-mos contenidos aparecen ya mucho antes,como pronósticos acerca del futuro de laUnión, en la obra de muchos científicossociales, pero es ahora, al pasar al primerplano de la escena, cuando el giro se pro-duce. Quizá porque la necesidad se ha he-cho más acuciante, pero quizá tambiénpor la simple razón de que frente a los ju-ristas no opera el tabú de las teorías nor-mativas o prescriptivas que obliga a loscientíficos sociales a expresar como pro-nósticos sus propias preferencias.

Aunque estas propuestas no atiendensólo a la necesidad de remediar el déficitdemocrático de la Unión y toman tam-bién en cuenta la de fortalecer su presen-cia en el escenario mundial, tanto políti-co como económico, esta última aparece,cuando aparece, en un segundo plano,subordinada a la primera y en cierto sen-tido como un efecto derivado de su satis-facción. Como la condición de posibili-dad de la democracia es la existencia deun sujeto colectivo, de un demos, sin elcual las instituciones representativas nopasan de ser sino el disfraz democráticode un poder despótico, carente de legiti-midad, el debate entre ellas se reduce enúltimo término a una disputa sobre quées lo que por demos debe o puede enten-derse, pues sólo a partir de ahí cabe de-terminar cuál debería ser la forma políticade la Unión para atender las exigencias desu relación con el resto del mundo.

El punto de partida del debate puedesituarse en Alemania y más precisamenteen la sentencia con la que su TribunalConstitucional resolvió los recursos pre-sentados contra el Tratado de Maastricht.Recursos de amparo, en nuestra termino-logía, porque lo que a través de ellos rei-vindicaban los recurrentes no era la sobe-ranía del Estado alemán como ente abs-tracto, sino sus propios derechos comociudadanos, como miembros del pueblosoberano; no el aspecto “objetivo” de lasoberanía nacional, sino su vertiente “sub-jetiva”, la democracia. La sentencia recha-za los recursos; pero su construcción, querecoge, aunque en forma atenuada, lasideas que como profesor había expuestomucho antes quien como juez actuó deponente, traslada al campo del deber serlas conclusiones de las teorías llamadasneorrealistas en el ámbito de las cienciassociales y tiene por eso, pese a sus defec-tos o en razón de ellos, el mérito de lanzarun debate de fondo en el que participanno sólo quienes directamente critican ladecisión o la aplauden, sino tambiénotros muchos10.

De manera muy esquemática, lo queel tribunal alemán dice es que la UniónEuropea es una unión de Estados sobera-nos, que son por eso dueños o “señores”de los tratados en los que la Unión se ba-sa. Sus instituciones, que ejercen un po-der cedido por los Estados, no tienen unalegitimidad propia sino derivada de la deéstos, pues la democracia requiere la exis-tencia de un pueblo, de un demos, y noexiste todavía un pueblo europeo sino di-versos pueblos de Europa, organizadoscomo Estados. Mientras esa situación nocambie, mientras no exista un pueblo eu-ropeo, el Parlamento Europeo, sean cua-les sean sus poderes, no basta para asegu-rar el funcionamiento democrático de laUnión. Ese cambio no es quizá imposi-ble, pero ni puede tenerse por dado ni pa-rece estar en el horizonte11. Por ello, los

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6 La interpretación de las elecciones europeas co-mo mid term elections no es una peculiaridad española,sino común a todos los Estados miembros, sobre cu-yos sistemas parlamentarios produce también los efec-tos que, con relación a España, he comentado en al-gún artículo de prensa. La participación en las eleccio-nes al Parlamento Europeo es, por lo demás,igualmente decreciente en todos los países miembrosdesde que, en 1979, se celebraron por vez primera.

7 Habermas, Staatsbürgerschaft und nationaleIdentität, incluido ahora en Faktizität…, citado supra,pág. 645.

8 Un argumento de ese género he encontrado enun brillante trabajo no publicado del estudioso portu-gués Miguel Poiares Maduro (‘Institutional Choice,

Institutional Discourse and Competing Polities’) quehe podido conocer gracias a la amabilidad de José Ma-ría de Areilza. De acuerdo con la idea de democraciacon la que opera, el argumento de Maduro está basa-do, en definitiva, en el hecho de que la integración, encuanto que obliga al legislador nacional a tomar encuenta intereses extranjeros, lo libera, por así decir, delas garras de los intereses organizados a nivel nacionaly en consecuencia le permite (o le lleva a) atender alinterés de la mayoría. El razonamiento es sugerente,pero, como es obvio, no puede ser trasladado fácil-mente a ámbitos que no sean el de las regulacioneseconómicas y, como el mismo autor precisa, no puedeser aceptado sin una investigación empírica de unacomplejidad casi insuperable.

9 La utilización del término griego no es una pe-dantería inútil. Se trata de evitar las connotacionesque tiene el término “pueblo”, aunque no sean tanfuertes como las del alemán Volk.

10 La versión castellana de esta sentencia famosade 12 de octubre de 1993, que ha dado lugar a unaverdadera avalancha de estudios, fue publicada en elBoletín de Legislación Extranjera de las Cortes Genera-les. Ponente fue el profesor Paul Kirchhof, cuya con-cepción del proceso de integración puede verse, entreotros lugares, en el trabajo ‘Der deutsche Staat imProzess der europäischen Integration’, incluido en elvolumen VII del Handbuch des Staatsrechts (C. F.Müller, Heidelberg, 1992), del que es editor el mismoKirchhof, junto con el profesor Josef Isensee. En elmismo volumen aparece también un muy importantetrabajo de Ipsen sobre el tema ‘Die BundesrepublikDeutschland in den Europäischen Gemeinschaften’.

11 En el pasaje decisivo [BVGE, 89, 155 (185)],el tribunal afirma que para que la democracia no sea

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Parlamentos nacionales han de conservaren sus manos, sin cederlo a la Unión, elpoder necesario para que los respectivospueblos sigan siendo dueños de su propiodestino; dicho de otro modo, para que lademocracia siga siendo real, sustancial, nouna mera denominación sin contenido.La garantía de la democracia siguen sien-do las instituciones estatales: en el caso deAlemania, el Bundestag y el propio Tribu-nal Constitucional. Éste se reserva, enparticular, la potestad de juzgar en últimainstancia sobre el respeto por los órganosde la Unión de los límites inherentes a lascesiones de poder hechas en su favor porAlemania y de negar en consecuencia laaplicabilidad en territorio alemán de lasnormas europeas que vayan más allá.

Aunque la decisión del tribunal ale-mán afirma la constitucionalidad del Tra-tado de Maastricht y no exige la intro-ducción de cambio alguno en las normasexistentes, el razonamiento que conducehasta ella, y en particular la reserva que elTribunal hace de su propia competencia,es expresión de un cambio de doctrinaque lleva a incrementar el poder de losEstados y a frenar el de la Unión, sobrecuya existencia, tal como hoy la conoce-mos, hace pender una peligrosa espada deDamocles. La potestad que el tribunal seatribuye respecto de las normas europeastiene probablemente una sólida base en laConstitución alemana, pero es incompa-tible con la doctrina que el Tribunal deJusticia ha construido y ha consideradohasta ahora esencial para el funciona-miento de la Unión. Tal vez esa amenazano se materialice nunca, como nunca seha puesto en práctica la competencia queel mismo tribunal ha reivindicado siem-pre para controlar los actos de la Unióndesde el punto de vista de los derechosfundamentales, pero basta su existenciateórica para perturbar el funcionamientodel proceso de integración. Sobre todo si,como es perfectamente posible, el ejem-plo del tribunal alemán es seguido por losde otros Estados, y ya lo ha sido por elTribunal Supremo danés12.

De otro lado, en esa postura hay tam-bién, en cierto modo, una resignada acep-tación del déficit democrático de laUnión, que difícilmente podría ser reme-diado con una intensificación de los con-troles a nivel estatal. También, aunque talvez sus críticos hayan exagerado eserasgo13, una idea de nación muy románti-ca, muy herderiana, y una concepción dela relación entre nación y Estado muy an-clada en el pasado. Incluso una ciertacontradicción, pues si la realización de lademocracia sólo es posible en el seno deuna comunidad política nacional muy co-hesionada, no tiene fundamento la espe-ranza que la propia sentencia pone en elgradual incremento de la capacidad delParlamento Europeo para asegurar el fun-cionamiento democrático de la Unión.

En el extremo opuesto de esta posturarealista14 se encuentra aquella otra que veen la sustitución de la unión de Estadospor una federación la única solución posi-ble, tanto para el problema ético queplantea el déficit democrático de la Unióncomo para el problema puramente prag-mático que suscita la incapacidad de éstapara actuar en una economía globalizaday, en general, en el ámbito de las relacio-nes internacionales, con la enérgica efica-cia con la que podría hacerlo un Estadoque aunase las fuerzas de todos los queahora la integran. Es una postura que seencuentra también en el campo de lasciencias sociales15 y que, a juzgar por loque dicen en sus intervenciones públicas,tiene un apoyo significativo entre muchosde nuestros políticos. Una buena e inclu-so brillante exposición de esta tesis puedeencontrarse en un reciente trabajo deljuez del Tribunal de Luxemburgo, Federi-co Mancini, desgraciadamente empañadopor algunas desafortunadas consideracio-

nes sobre las motivaciones personales in-teresadas que imputa a los enemigos de lafederalización de Europa16.

Mancini es autor de talante polémicoque no sólo ataca con energía tanto a losneorrealistas al estilo alemán como a lossupranacionalistas en la línea de Weiler oCurtin, cuya tesis se analizará después, si-no que comienza su discurso con unaenérgica crítica al Tratado de Amsterdam,incapaz de dotar a la Unión de un contra-peso político eficaz frente a un todopode-roso Banco Central, ridículamente cicate-ro en la ampliación de poderes del Parla-mento Europeo y decididamente cínico alnegarse a dar a los derechos de los ciuda-danos europeos un contenido sustancialque haga de ellos algo más que los sim-ples “espejuelos y abalorios para engañar alos indígenas” que actualmente son17.

Pese a las críticas dirigidas contra los“supranacionalistas” al estilo de Weiler oCurtin, la argumentación de Mancinicoincide con la de ellos en un punto cen-tral. Cabe concebir un demos cuya cohe-sión interna y cuya capacidad para perci-birse y actuar como un sujeto colectivono esté basada en la tradición, la lengua oel origen común, sino en la adhesión aunos mismos valores y principios, al mo-do del “patriotismo constitucional” deHabermas, con cuya cita inicia su discur-so. Aunque el razonamiento no resultadel todo claro, parece que es un patriotis-mo de este género el que explica, a su jui-cio, no sólo la existencia de Estados mul-ticulturales, que, como Estados Unidos yAustralia, tienen pese a todo una lenguacomún y un grupo nacional dominante,sino decididamente multinacionales, plu-rilingües e incluso multirraciales comoBélgica o Canadá, la Unión Surafricana ola India. Su divergencia con los autorescitados viene del hecho de que, frente aellos, ni ve en la forma estatal (menos aúnen el caso de Estados multiculturales omultinacionales) un mal a evitar ni creeque la realización política del demos pue-da prescindir de ella. Es un patriotismode este género el que puede servir de base

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una mera imputación formal es necesario que existauna opinión pública en la que se debatan los fines de laacción política y que los electores puedan discutir conlos titulares del poder en su propia lengua. La creaciónde ese espacio público requiere una acción decidida delos partidos y de los medios de comunicación.

12 Sentencia de 6 de abril de 1998 (I 361/1997).Una construcción alternativa a la del Tribunal Cons-titucional Federal sobre la relación entre las jurisdic-ciones nacionales y la de la Unión Europea puede ver-se en Mattias Kumm, ‘Who is the final arbiter ofConstitutionality in Europe?’, en Harvard Jean Mon-net Working Paper 10/98.

13 La crítica muy dura que Weiler ha hecho de es-ta decisión (en ‘The state über alles…’, antes citado)acentúa los rasgos irracionales del concepto de Volk yno concede el peso que a mi juicio tiene un componen-te perfectamente racional, la existencia de una lenguacomún. El demos que sirve de base a la democracia hade constituir una comunidad de comunicación, sobretodo en la concepción habermasiana de la democraciadeliberativa que el propio Weiler parece aceptar. En es-te punto, la queja de Grimm (en ‘Does Europe need aConstitution?’, también ya citado) parece justificada.Sobre la cuestión se volverá más adelante en el texto.

14 La oposición se produce, sin embargo, sólo enlo que toca al tema central, el de la existencia o inexis-tencia de un demos específicamente europeo. Como seseñala en el texto más abajo, la postura de los federa-listas duros coincide con la realista en la idea de que larealización política de un demos requiere necesaria-mente la creación de un Estado propio.

15 Vid., por ejemplo, John Pinder, EuropeanCommunity. The building of a Union. especialmentepáginas 216-8, Oxford University Press, 1991.

16 F. Mancini: Europe: the case for Statehood. Estetexto, que es el del discurso pronunciado por Mancinial recibir el título de profesor en la Universidad aus-traliana de New South Wales (Sidney), ha sido publi-cado, junto con la respuesta de Weiler, en la colecciónde Working Papers de la Universidad de Harvard(núm. 6/98).

17 Esta dura expresión, que aparentemente acep-ta sin reservas, la toma Mancini de D’Oliveira(‘Union Citizenship: Pie in the Sky?’, en Rosas y An-tola eds., A Citizens’ Europe in Search of a New legalOrder, 1995).

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a una Federación Europea que si en razónde ello es posible, es también sin duda de-seable. De una parte, porque sólo dentrode ella, es decir, dentro de un Estado con-figurado conforme a las pautas adecuadas,puede realizarse la democracia, y, de laotra, porque sólo constituyéndose comoEstado podrá Europa hacer frente a lasconsecuencias negativas que, junto conlas positivas, entraña la globalización de laeconomía; llevar a cabo una política in-migratoria, que sólo como política únicacabe concebir en un mercado único, y ju-gar el papel que debe en un mundo quesigue siendo un mundo de Estados: unmundo que gira en torno a los principiosde la soberanía y del poder.

La postura de Mancini, por tanto,aunque enfrentada con la realista de im-pronta alemana, coincide con ésta en laconvicción sobre la imprescindibilidaddel marco estatal, si bien, a diferencia dela anterior, la conclusión a la que llega nosea la de mantener y reforzar el control delos Estados sobre la Unión sino, por elcontrario, la necesidad de transformar és-ta en un nuevo Estado que absorba a losactuales. La argumentación en la queapoya la posibilidad de la federación es,sin embargo, más bien apodíctica, y la di-rigida a sostener su deseabilidad manifies-tamente débil. Está construida, como aca-ba de decirse, en torno a dos tipos de ra-zonamiento, uno pragmático y otro ético.En lo que se refiere al primero, su análisispasa por alto la situación real de Europaen ese mundo de Estados guiado por lalógica de la soberanía y el poder; y aun-que las necesidades que señala son proba-blemente reales, la tesis de que se veríanmejor satisfechas por una Europa federalque por la simplemente comunitaria espor lo menos discutible18. En lo que tocaal argumento ético, toda la construcciónestá basada sobre el postulado, acrítica-mente asumido, de que la federación es lavía más eficaz para remediar el déficit de-mocrático de la Unión. La afirmación deque este déficit subsistirá mientras el fun-cionamiento de la Unión se base en lastécnicas propias de las relaciones interna-cionales es irrebatible si la democracia seidentifica con el aparato institucional típi-co de los Estados democráticos, pero poreso es también tautológica: hace supuestode la conclusión que pretende demostrar.De otro lado, hecha esta afirmación de

principio, como no ofrece ningún indiciosobre cuál podría o debería ser la estruc-tura institucional de la federación, se aho-rra el análisis de todos los problemas quesuscita la realización de la democracia enun Superestado de tales dimensiones ytan enrevesada complejidad.

La tercera de las posturas es la quesostiene que la Unión debe dar lugar alsurgimiento de una forma política abso-lutamente nueva: la primera forma polí-tica de la posmodernidad, como dice laprofesora Deirdre Curtin, uno de susprincipales abanderados19. Junto a ella, yquizá antes que ella, el gran paladín deesta concepción es el profesor Weiler, cu-

yas ideas sirven de base a la exposiciónque sigue. He de advertir, sin embargo,que Weiler presenta estas ideas con unestilo de una potencia expresiva realmen-te excepcional, que inevitablemente per-derán quienes se contenten con la versiónresumida y traducida que está a mi alcan-ce20. Sin buscar en ello una excusa, tam-bién tengo que precisar que cualquier re-

sumen será en este caso más incompletoy defectuoso de lo que los resúmenes sue-len ser. Resulta punto menos que imposi-ble dar cuenta abreviada de una concep-ción como ésta, no sólo por sus muchosmatices, sino sobre todo porque, al pro-poner una forma política nueva, elude elempleo de las categorías habituales y rehú-sa de antemano las críticas que desde ellase le dirijan.

El punto de arranque no es, contra loque pudiera pensarse, la hostilidad contrala nación o contra el sentimiento nacio-nal. Una y otro son indispensables parasatisfacer dos necesidades básicas del serhumano: la de pertenencia y la que Wei-ler llama de originalidad, que tal vez encastellano debería llamarse de identidad.Pero si la nación es una estructura naturalde la humanidad y ha de ser preservada,no es natural ni indispensable la identifi-cación entre nación y Estado, que a la lar-ga resulta destructora para aquélla. Aun-que originariamente debía servir de ins-trumento para su afirmación, el Estadoha terminado por subyugar a la nación,poniéndola a su servicio y violando lasfronteras entre ambos. Este desacopla-miento de nación y Estado que Weilerpropugna no debe ser entendido, sin em-bargo, como apelación a la destrucción delos Estados europeos sino a la necesidadde concebir de manera distinta y menosabsorbente la relación entre nación y Es-tado. De una parte, la nación, el senti-miento nacional, debería encontrar ennuestro tiempo medios de expresión máseficaces y menos destructores que el Esta-do y acentuar su componente específica-mente cultural. De la otra, y éste es el ele-mento central del razonamiento, hay queponer término a la identificación entrenación y demos, a la confusión entre na-cionalidad y ciudadanía. Acabar así con laidea de que el demos ha de ser necesaria-mente una comunidad de cultura y ori-gen, una entidad cerrada, excluyente decualquier otra de la misma naturaleza;que nadie puede ser al mismo tiempo ciu-dadano de dos comunidades políticas dis-tintas, que la lealtad política no puedeorientarse simultáneamente en diversossentidos. Una vez abandonada esa con-cepción es perfectamente posible en cual-quier lugar del mundo, pero especialmen-te en Europa, que los hombres se sientanmiembros de diversas comunidades polí-

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18 Weiler la critica enérgicamente en la respuestaal discurso de Mancini (The Case against), publicadoen el mismo número de los Working Papers.

19 Op. cit., pág. 61.20 Aparte de las obras citadas supra (notas 9 y

13) y de los trabajos recogidos en el volumen Europa,fin de siglo (CEC, Madrid, 1995), pueden verse, entreotros, The selling of European Citizenship in the IGC1996 (W. P, 3/96) y ‘The Autonomy of the Commu-

nity Legal Order: Throug the Looking Glass’, en cola-boración con Haltern, en Harvard international LawJournal, núm. 37 (1996). Probablemente hay publica-ciones posteriores que no he podido ver.

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ticas imbricadas entre sí, componentes dedemoi, por así decir, superpuestos. Junto alos diversos demoi nacionales, propios decada uno de los Estados, surgirá así undemos europeo común, compatible con ladiversidad de aquéllos (y, por tanto, tam-bién con la diversidad de culturas y len-guas y sentimientos nacionales) que nopodrá ser considerado como una nuevanación ni mucho menos servir de basepara la creación de un nuevo Estado. Eldemos europeo no puede ni debe servir debase a la creación de un Estado nuevo, deuna poderosa federación que sume un ac-tor más a ese juego basado en la soberaníay el poder que sigue siendo el de nuestromundo. Esta creación sería sencillamentela reversión de la idea original, la perver-sión idolátrica del ideal que impulsó elproyecto de construcción de una nuevaEuropa, y por eso Weiler combate ardien-temente la tesis de Mancini y de quienespiensan como él. La Unión Europea, ba-sada en una pluralidad de demoi, uno co-mún y otros particulares, es mucho másque una simple confederación unión deEstados, pero no entraña la abolición delos existentes. Ha de ser concebida comouna forma política nueva, que sin duda li-mita el poder de los Estados actuales peroque tiene también como finalidad esen-cial justamente la de preservarlos, la demantener la diversidad del continente; nosólo la diversidad cultural, sino tambiénla política.

La novedad de ideas de esta concep-ción, el admirable impulso ético que laanima e incluso su capacidad para descri-bir la situación actual de la integración,muy superior a la de las visiones alternati-vas, no permiten ignorar, sin embargo, lasdificultades que encuentra para dar res-puesta satisfactoria a dos cuestiones esen-ciales. De una parte, la imprecisa deter-minación de cual sea lo que podríamosllamar el sustrato de ese nuevo demos eu-ropeo, que por definición no hay quebuscar, como el de la nación, en el pasa-do, sino en el presente y, sobre todo, en elfuturo. Algún sentimiento de comunidadha existido siempre entre los europeos yquizá sea actualmente más vivo que en elpasado, pero del hecho de que hoy nosparezca difícilmente imaginable una gue-rra entre Estados europeos a que los habi-tantes del continente se considerenmiembros de una comunidad política di-ferenciada hay un largo trecho, que sóloun impulso nuevo permitiría recorrer. Losimaginativos y plausibles esfuerzos paraofrecer a los ciudadanos medios de mani-festar su opinión sobre los asuntos euro-

peos, aunque tal vez puedan contribuir ala creación de una opinión pública conti-nental, no bastan para crear un demos eu-ropeo, e incluso pueden servir, en manosde intereses nacionalistas o de otro géne-ro, para obstaculizar su aparición. Laerección de un ágora cibernética sirve depoco mientras no exista entre los ciudada-nos europeos un sentimiento de comuni-dad que les haga percibirse miembros deella21. A diferencia de Curtin, Weiler noconsidera que baste para ello el célebre“patriotismo constitucional” habermasia-no, en lo que sin duda tiene razón; perotampoco la referencia que, para sustituirloo complementarlo, hace a unos indefini-dos valores comunes, a la idea del Estadode bienestar o a otras ideas nobles perodifusas, ofrece una base firme para el sur-gimiento de una comunidad política dife-renciada de las nacionales y compatiblecon ellas.

El otro gran problema o conjunto deproblemas aún sin resolver, en directa co-nexión con el anterior, es el que viene dela necesidad de ofrecer una construcciónteórica adecuada para explicar las relacio-nes entre el poder de la Unión y el de losEstados mientras aquél no pueda ser refe-rido directamente a un demos europeoque dote de legitimidad democrática a lasinstituciones que lo ejercen y haga com-prensible (y compatible con los princi-pios sobre los que se sustentan las consti-tuciones nacionales) esa transformaciónde los tratados fundacionales en un ordenconstitucional nuevo que el TJE ha dadopor hecha hace años como supuesto nece-sario de toda su doctrina. Los esfuerzospor construir una nueva idea del DerechoConstitucional, una Teoría de la Consti-tución adecuada a la integración, son ad-mirables y quizá prometedores, pero to-

davía no han producido resultados quepuedan ser asumidos sin grandesreservas22.

Observaciones finales: el regreso a WestfaliaCon la exposición que precede podríadarse por finalizada mi tarea, puesto que,como al comienzo dije, mi propósito erasimplemente el de dar cuenta de los tér-minos y el sentido de un debate crucialpara nuestro futuro. Al llegar a este pun-to, y aunque bien consciente de mis limi-taciones, me siento moralmente obligado,sin embargo, a tomar postura en él e in-cluso a añadir alguna reflexión personal,cuya pertinencia y utilidad habrán de juz-gar otros. Antes de ir a ello, debo comen-zar, sin embargo, por introducir una co-rrección en los términos que he utilizadoal comienzo e incluso en el título con elque este texto se ofrece a los lectores. Alhablar de unas propuestas sobre el futurode Europa, o de un debate crucial paranuestro futuro, puedo haber inducido apensar que esta discusión carece de in-fluencia sobre nuestro presente. Natural-mente no es así: el debate sobre nuestrofuturo es también el diálogo sobre nues-tro presente y las diversas concepcionessobre lo que la Unión debe ser sirven defundamento y justificación a las posturasque ahora mismo se están adoptando so-bre lo que cada día, inaplazablemente, hade hacerse. Seguramente hay medidas queaisladamente consideradas son compati-bles con cualquiera de ellas, pocas que losean cuando se las considera en su rela-ción con otras y algunas que decidida-

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21 Tanto Curtin como Weiler sugieren la conve-niencia de recurrir a las nuevas tecnologías, en concre-to, a Internet, para crear un “espacio público euro-peo”, y Weiler ha hecho algunas propuestas concretasen este sentido en un trabajo para el Parlamento Eu-ropeo, en el que, a la que se menciona en la nota ante-rior, agrega las de abrir una página en Internet paracada iniciativa normativa de la Comisión y otorgar atodos los ciudadanos europeos una especie de iniciati-va legislativa que podría ejercerse simultáneamentecon la elección de los miembros del Parlamento Euro-peo. Curtin a su vez preconiza la conveniencia de ha-cer una especie de ley europea de asociaciones, quehaga posible la creación de éstas al margen del dere-cho de los Estados miembros y, por tanto, sin nacio-nalidad propia. Las propuestas de Weiler pueden ver-se en ‘The selling of European Citizenship’ cit., supra.Una versión resumida de las mismas en castellano fuepublicada en el diario El País el 18 de diciembre de1996. La propuesta de Curtin la conozco sólo a travésde la referencia que a ella hace en The PostnationalDemocracy, citada antes.

22 Aunque no he podido dedicar al tema el estu-dio que requiere, tengo la impresión de que la empre-sa desborda con mucho los límites de esas disciplinas.El Derecho Constitucional y la Teoría de la Constitu-ción dan por supuesta la existencia del “sujeto colecti-vo”; pueden (y a mi juicio deben, pero la cuestión esdesde luego polémica) ocuparse del problema de la le-gitimidad de los poderes constituidos, pero no delproblema que implica el hecho de que una determina-da parte de la humanidad se perciba a sí misma comosujeto diferenciado. Sin embargo, es un problema deeste género el que la teoría de la integración debe re-solver para explicar (e incluso impulsar) el surgimien-to de un sujeto colectivo nuevo y complejo. De otraparte, y sin entrar en el arduo problema del utilitaris-mo, también me parece dudosa la utilidad que unaconcepción de la democracia construida a partir de lanoción de la acción racional puede tener para dar res-puesta a las críticas dirigidas contra el déficit demo-crático de la UE. La utilización del criterio propio delsistema económico (relación coste-beneficio) para darrespuesta al problema específicamente jurídico de lavalidez, como hace, por ejemplo, M. P. Maduro en elbrillante trabajo antes citado, implica, me temo, unerror metodológico grave, un desconocimiento de laimposibilidad de operar dentro de un sistema con ca-tegorías y gramáticas propias de otro distinto.

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mente sólo desde una de estas concepcio-nes encuentra justificación. Es claro, porejemplo, que la empecinada resistencia delos Gobiernos a conceder poderes másamplios al Parlamento Europeo se explicafácilmente desde la posición llamada “rea-lista”, pero no encaja ni con la federalistani con la supranacional. Por lo demás, losejemplos, que podrían multiplicarse, nose encuentran sólo en el ámbito de las de-cisiones sobre el sistema institucional.

Hecha esta aclaración, apenas necesa-ria, pasemos a precisar mi propia postura,que también lo ya dicho permite adivinar.Y por fin, para concluir, mi propia opi-nión sobre el futuro de la Unión, es decir,sobre el proyecto de Unión que ya ahoradeberíamos adoptar. De las tres concep-ciones en presencia, la “supranacional” es,a mi juicio, la única adecuada a nuestropresente y al futuro previsible, y por esoseguramente la más realista. Más, por su-puesto, que la así llamada, que a fuerza deatenerse a lo real termina por dejar de la-do uno de sus componentes y sólo lograpreservar (y aun eso, de manera más bienprecaria) la democracia interna mediantemecanismos que amenazan la continuidadde la Unión, sin aportar nada a su demo-cratización. Y mucho más que la federalis-ta, que, precisamente porque tiene algúnsentido como utopía23, ha de incorporarelementos utópicos al ofrecerse como pro-yecto realizable en el presente. Su falta derealismo no viene sólo del olvido en el quedeja la previsible resistencia de los Estadosa aceptar que el término necesario de laempresa en la que están empeñados sea supropia destrucción, sino también de queda por lograda la existencia de un demos lobastante denso para soportar un Estado deámbito continental24 y supone, contra to-das las enseñanzas de la historia, que laafirmación de esa nueva federación podríalograrse sin poner en riesgo la paz del con-tinente25. Por lo demás, también creo que

es la concepción supranacionalista, la deuna Europa que refuerza, mediante launión, el poder real de los Estados miem-bros sin convertirse en un nuevo Estado oSuperestado, la que mejor se adecua a lasituación real de Europa en el mundo, esdecir, en lo esencial, a su situación respec-to de Estados Unidos.

Robert Dahl dijo, hace ya algunosaños, que todos los Gobiernos del mundose están convirtiendo en Gobiernos muni-cipales26. Él llega a esta conclusión al tér-mino de un razonamiento sobre el pesocreciente de las fuerzas transnacionales yla consiguiente reducción del ámbito delibertad de los Estados nacionales, entrelos que están, por supuesto, también loseuropeos, aunque la capacidad de éstospara resistir la presión de estas fuerzas seaquizá mayor que la de los situados enotras partes del mundo. La municipaliza-ción de nuestros Estados tiene, sin embar-go, otra causa específica que no viene desu relación con las fuerzas transnacionales,sino del hecho de que, desde el términode la Segunda Guerra Mundial, éstos sonparte de una configuración política másamplia, cuya política exterior está deter-minada en gran medida por la potenciahegemónica. En la medida en la que elmundo sigue siendo un mundo hobbesia-no, que funciona de acuerdo con la lógicadel poder, la abrumadora superioridadeconómica y militar de Estados Unidoscondiciona decisivamente la actuación delos Estados europeos, separadamente o enunión, y por tanto elimina, o cuando me-nos reduce, mucho el peso de algunas delas razones que se aducen para propugnarla conveniencia de transformar la Comu-nidad en una federación poderosa. Tam-bién, dicho sea de paso, priva en buenamedida de justificación al temor de queese Superestado federal pudiera reproduciralgunas de las perversiones en las que in-currieron nuestros Estados nacionales enlos tiempos en los que éstos partían de laidea de que el destino del mundo era, entodo caso, cuestión a decidir entre ellos27.

La superioridad ética y política delproyecto supranacional sobre los otrosdos futuros posibles no permite ignorarlas debilidades que antes se señalaron, pe-ro obliga a colaborar al esfuerzo de supe-rarlas. Como modesta colaboración a eseesfuerzo, me atrevo a proponer una refle-xión que tal vez sea sólo un espejismo ge-nerado por este año de aniversarios quevivimos, pero que en todo caso creo obli-gado a someter a la crítica.

Las insuficiencias democráticas de laUnión son innegables, pero también loes, creo, que la integración ha incremen-tado la capacidad de las democracias na-cionales para enfrentarse con un riesgoque se había hecho cada vez más grave.En Estados cuya legitimidad dependeesencialmente de su capacidad para ase-gurar con recursos públicos el bienestarde las respectivas sociedades y que se venobligados por eso a operar como si el sis-tema económico pudiera ser indefinida-mente manipulado por el poder, pero queal mismo tiempo pretenden asentarse so-bre una economía de mercado, la raciona-lidad política y la racionalidad económicaestaban, desde hace tiempo, en un cursode colisión. Estuviera o no entre las finali-dades que llevaron a poner en marcha elproceso de integración, la de ayudar a losGobiernos a enfrentarse con el riesgo queimplicaba la crisis fiscal del Estado so-cial28, parece innegable que la integraciónha sido cuando menos un punto de apo-yo importante para lograrlo. Gracias aella, actuando en común y a través de laComunidad, los Gobiernos de los Esta-dos han podido adoptar actitudes y tomarmedidas que, por separado, sometidos apresiones de todo género, tal vez no esta-ban a su alcance.

Naturalmente, esa independencia ma-yor o menor que merced a la integraciónhan ganado de los Gobiernos en su rela-ción con las respectivas opiniones públi-cas, puede ser entendido como una re-ducción del grado de democracia existen-te en los países miembros si la democraciase identifica con la obligación de los go-bernantes de seguir los dictados de la ma-

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23 Su valor en este sentido está en función de lasconsideraciones acerca de su deseabilidad, entre lasque no pueden olvidarse, como se ha apuntado antesen el texto, las que resulten de la relación que habráde establecerse entre estos Estados Unidos de Europay Estados Unidos de América.

24 Sobre la problemática adecuación de este de-mos federal a la idea germinal de la integración me re-mito a las observaciones de Weiler antes apuntadas.

25 Generalmente se pasa por alto el hecho de queni en Estados Unidos ni en Suiza, los dos ejemplos fa-voritos de los defensores de esta tesis, logró imponersela federación sin guerra.

Sobre el ejemplo suizo, el último trabajo llegadoa mis manos es el de Jean Blondel, ‘Il modelo svizze-ro: un futuro per l’Europa?’, en Rivista italiana discienza política, Año XXVIII, núm. 2 (agosto de1998).

26 Robert A. Dahl: Democracy and its critics, pág.319 (Yale University Press, 1989). Por Gobierno (Go-vernment) debe aquí naturalmente entenderse Estado,pero la aclaración apenas parece ya necesaria.

27 Para quienes reflexionan sobre el futuro deEuropa desde un punto de vista más político que aca-démico, la relación con Estados Unidos es frecuente-mente el factor fundamental. Vid., por ejemplo, J. At-tali, Europe(s) (Fayard, París, 1994), especialmentepágs. 12-17 y 179-199. Dos de las cuatro alternativasque Attali cree posibles son estructuralmente adecua-das a la concepción supranacional, aunque una deellas, la que él defiende, exige también una construc-ción a dos niveles, más que a dos velocidades.

28 Utilizo deliberadamente esta expresión, cadavez más en desuso, para recordar que la finalidad asig-nada al Estado por el pensamiento político dominanteen Europa hasta ahora (ahora quizá ya no), no era só-lo la de dotar de bienestar a los ciudadanos, proteger-los contra la adversidad, sino también la de favorecerla integración de la sociedad. La construcción de lasobligaciones del Estado como un modo de dar satis-facción a los derechos sociales del individuo deja en lasombra este aspecto de la cuestión y ayuda a sustituirla idea de Estado social por la de Estado de bienestar.

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yoría, sean cuales fueren sus contenidos,pero ese entendimiento puramente rous-seauniano ha dejado de ser hace mucho elnuestro.

El mismo Dahl que he citado pocomás arriba explica que el paso de la de-mocracia antigua, la de las ciudades clási-cas, a la democracia representativa engrandes Estados territoriales trajo consi-go, al mismo tiempo que una ampliaciónenorme de las sociedades gobernadas de-mocráticamente, una no menos enormereducción en la capacidad del demos parainfluir directamente sobre el gobierno dela comunidad29. En un razonamiento pa-ralelo, podría pensarse también que elmero cambio de dimensiones, el paso deuna democracia nacional a una democra-cia europea, ha de traer consigo una re-ducción en nuestra propia capacidad paradeterminar o condicionar el ejercicio delpoder. Una modificación en el modo deconcebir la democracia tan profunda co-mo la que significó el paso de la democra-cia directa a la democracia representativa.Es una vía de razonamiento posible peroque sólo cabría seguir si existieran institu-ciones europeas que fueran, o se preten-dieran, al tiempo democráticas y no re-presentativas.

En la propia obra de Dahl hay, sinembargo, otra pista que vale la pena se-guir, aunque para ello hay que comenzarpor hacer explícito lo que está implícitoen su construcción. Entre los rasgos pro-pios de las democracias modernas, de lasque denomina “poliarquías”, incluye el dela expansión de los derechos individuales,cuya existencia es indispensable para satis-facer los criterios que permiten calificarde democrático a un sistema dado30. Tan-to la inclusión como la razón que la abo-na son sin duda inobjetables: sin derechosno cabe hablar de democracia. Pero, aun-que manifiestamente sin derechos no ca-be hablar de opinión pública libre y, portanto, tampoco de democracia, no es estarelación instrumental la única que funda-menta la obligación de respetar31, ni larelación de instrumentalidad es tan sim-ple que al aceptarla quede intacto el nú-

cleo mismo de la noción de democracia.Al menos en su concepción actual, los de-rechos fundamentales como positiviza-ción de los derechos humanos son gene-ralmente entendidos como un límite allegislador, como una barrera infranquea-ble a la voluntad de la mayoría. Un ámbi-to indisponible para la voluntad populary, por tanto, una limitación necesaria dela democracia como dominación de lamayoría.

Para seguir esta pista basta quizá contomarse en serio, y no como una merafigura retórica, la afirmación generaliza-da de que hemos salido del sistema deWestfalia. En los célebres tratados deMünster y Osnabrück se fijaron fronte-ras territoriales, se hizo el mapa políticode Europa; pero el sistema de Estados, loque se entiende por sistema de Westfalia,no es una constelación concreta de Esta-dos, que después ha cambiado mucho,sino el modo de entender el Estado. Laconsagración de la ruptura de la unidadreligiosa del continente y la consiguienteatribución al Estado de la capacidad po-tencialmente ilimitada para ejercer supoder en relación con cualquier asunto,respecto de cualquier materia. Este en-tendimiento, que no sólo no cambió si-no que incluso recibió una justificaciónética importante con el paso del absolu-tismo a la democracia, es la que llevó auna concepción del poder político segúnla cual éste no puede ser definido en ra-zón de los fines perseguidos, que poten-cialmente son todos los imaginables, si-no sólo en atención al medio específico asu disposición. Lo que distingue el poderpolítico de cualquier otra forma de po-der es su instrumento, la violencia físicalegítima, que el Estado monopoliza den-tro de su ámbito territorial. Lo requeridode legitimación es por eso el monopoliode la violencia32.

La legitimidad es, en primer lugar,legitimidad de origen, pero, como anteshe recordado, la legitimidad del poderde los soberanos se hizo depender tam-bién en los años que siguen a la Paz deWestfalia de una condición en ciertosentido contradictoria con el principiocuius regio…33 que en ella se consagró.

Precisamente el respeto a la libertad deconciencia y tras ella al resto (en expan-sión hasta nuestros días) de los derechosindividuales. Esta erosión del sistema deWestfalia no se detuvo ni cambió de sig-no cuando el principio monárquico dejópaso, tras muchos años y muchas luchas,al principio democrático y en el pensa-miento occidental la idea de una demo-cracia totalitaria se ha entendido siem-pre, no sólo como una amenaza para lalibertad, sino, más simplemente, comouna negación de la democracia. Y si eneste plano de los derechos como limita-ción necesaria del poder hace ya muchoque el sistema de Westfalia quedó atrás,tal vez no sea irrazonable ver en el proce-so de construcción europea un paso másen ese camino, el establecimiento de unanueva condición limitativa al poder delsoberano, cuyo origen democrático nobasta para dotarlo de legitimidad. Con ladiferencia de que en este nuevo tramodel camino de regreso, la limitación noopera sólo hacia dentro, en la relacióndel poder con los individuos o, si sequiere, de la nación con sus miembros,de la libertad colectiva con la individual,sino también hacia fuera, en la relaciónde los Estados entre sí. En Maastricht,para identificar también este suceso conuna ciudad próxima a las de Westfalia, sehabría reconstruido así en cierto sentidola unidad rota en ellas.

Aunque este paralelismo no puedeser llevado muy lejos sin olvidar muchasdiferencias significativas e incurrir poreso en el puro disparate, no me pareceque la esencia del razonamiento seacuestionable. La Unión Europea implicala reconstrucción de una cierta unidadpolítica de Europa, quizá tan tenue co-mo la que Westfalia destruyó, pero queen todo caso, como aquélla, hace de Eu-ropa una comunidad, no un simple sis-tema de Estados soberanos. No sólo sus-trae a la libre decisión de cada uno deellos determinadas cuestiones, sino queimpone límites incluso a su acción con-junta, a las que los Estados han de resol-ver “mediante la puesta en común desus soberanías”.

A partir de este supuesto, es claroque la cuestión de la legitimidad demo-crática de la Unión Europea plantea unproblema radicalmente distinto del quesuscita la pregunta acerca de la legitimi-dad del poder de los Estados, aunque lostérminos sean los mismos, por la pura ysimple razón de que la Unión Europeano dispone del uso de la violencia ni enmonopolio ni en competencia con otros

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29 R. Dahl, op. cit., pág. 30.30 Ibíd., págs. 219-222.31 Una fundamentación puramente instrumental

es, sin embargo, en cierto sentido, la que intenta Ha-bermas al justificarlos como condiciones de posibili-dad del diálogo entre iguales. Como es lógico, no cabeentrar aquí en la discusión de esta construcción mo-numental, con la que el autor pretende ofrecer una al-ternativa a las doctrinas tradicionales, a fin de liberarel derecho positivo de toda dependencia del derechonatural o de la moral.

32 Vid. Max Weber, Economía y sociedad, vol. I,págs. 43-44, trad. española a partir de la cuarta edi-ción alemana (Fondo de Cultura Económica, México,1964).

33 Un curioso tratamiento de este principio co-mo categoría general, en A. J. Toynbee, A study ofHistory, vol. I, págs. 549-66, edición abreviada por D.C. Somervell (Laurel edition, Dell Publishing House,1965).

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poderes. Ese uso sigue estando, ahora co-mo antes, en manos de los Estados. Escierto que el uso que éstos hagan o pue-dan hacer de él está condicionado (rara-mente determinado) por las decisionesde la Unión; pero entonces de lo que setrata no es tanto de la aparición de unpoder nuevo y libre como de la creaciónde un límite a los poderes existentes. Esacreación necesita ser justificada o, si sequiere, legitimada, pero se trata ya deuna necesidad nueva: no de la necesidadde legitimar democráticamente un nuevopoder, sino de la de fundamentar la exis-tencia de unos límites a la democracia34.

Desde este punto de vista, parececlaro que al ocuparse del problema de lainsuficiencia democrática de la Unión,incluso los autores más resueltamente“supranacionalistas” y que más se esfuer-zan por alejarse de las categorías tradi-cionales son víctimas de un prejuicio es-tatista. Plantean el problema de la legiti-midad democrática de la Unión casi enlos mismos términos que se utilizan paraanalizar la de un Estado cualquiera y pa-ra resolverlo apelan a un demos europeoque abarca un ámbito territorial más ex-tenso que el de los demoi nacionales, alos que se superpone, pero que aparente-mente ha de tener la misma consistenciaque éstos, su misma densidad, como si laestructura de poder que sobre él se sus-tenta fuese del mismo género que la es-tatal. En la perspectiva que propongo, elpoder requerido de legitimidad en el ca-so de la Unión no es un poder nuevo ylibre, susceptible de perseguir cualquierfinalidad imaginable y de utilizar comoinstrumento la violencia física legítima,sino un poder que, paradójicamente, nodispone del instrumento típico de lo po-lítico ni puede perseguir cualquier finali-dad, sino actuar sólo como límite de lospoderes (políticos) de los Estados. Poreso no tiene sentido tampoco intentarfundamentar la cohesión del demos conla idea del “patriotismo constitucional”35

o mediante la adhesión de sus miembrosa unos valores específicamente europeos,cuya determinación no es nada fácil. Siel poder que se ha de legitimar carece defines generales y actúa sólo como límite

de los existentes y, en lo esencial, sin otrafunción que la de regular el mercado,sustrayendo esta regulación del campode acción del legislador democrático na-cional, hay que concluir que es única-mente la adhesión a esa finalidad precisa,a esa limitación, la que determina laexistencia del demos europeo. Una deter-minación por así decir funcional y poreso menos fuerte que la construida porla historia, pero quizá la superposiciónde demoi diversos sólo sea posible si éstosson de distinta naturaleza, de diferentedensidad36.

No es fácil, sin embargo, sustituir lareligión por el mercado como funda-mento de la unidad europea ni cabe fan-tasear un proceso de separación entrepolítica y economía que de ningún mo-do pueda compararse con el proceso desecularización del poder típico de Occi-dente. Entender la Unión37 como unaestructura que limita el poder de los Es-tados en un ámbito concreto, sólo es po-sible si ese ámbito está claramente defi-nido y esa definición, que hoy no existe,no es fácil de hacer y quizá imposible depreservar. La necesidad de definir por re-ferencia a los objetivos las competenciasde una estructura que sólo existirá real-mente cuando los alcance es incuestiona-ble, pero ni esa necesidad es permanenteni puede imputarse sólo ella la potencia-lidad expansiva de las competencias de laComunidad. La tendencia expansiva,que se ve también favorecida por los tér-minos, igualmente procedentes del espe-jismo estatista, que frecuentemente seutilizan para definir o caracterizar la Co-munidad38, recibe su fuerza casi inconte-nible; sin embargo, no tanto de la im-precisión de las fórmulas de los tratados

o del juego de estos espejismos como dela estrecha relación existente entre el sis-tema económico y los restantes ámbitosde actividad social. La regulación comu-nitaria del mercado condiciona la políti-ca general de los Estados integrados, eincluso los ha obligado a abandonar al-gunos de los instrumentos que tradicio-nalmente utilizaba en los más diversossectores. Este condicionamiento, quepor lo demás, a juicio de algunos, noproduce efectos muy diferentes a los queen todo caso se originan en la globaliza-ción39, resulta tolerable para la democra-cia, en el esquema que propongo, mien-tras las instituciones comunitarias semantengan dentro de sus límites propiosy resistan la tentación de transgredirlos.Una tentación que es intrínseca a todasituación de poder, pero que tambiénpuede venirles del deseo de los Gobier-nos de utilizar la acción común para elu-dir el control de sus propios parlamentosy de la presión de los intereses organiza-dos, que cada vez más frecuentemente sedirigen a Bruselas para tratar de conse-guir allí lo que no han logrado de las au-toridades nacionales40.

Llegados a este punto, quienes mehayan acompañado a lo largo del discur-

EL FUTURO POLÍTICO DE EUROPA

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34 En el sistema categorial de Max Weber, se tra-taría quizá de la legitimidad de un orden, no de la le-gitimidad de una dominación.

35 La célebre, y manoseada, construcción de Ha-bermas me parece sumamente útil para reducir la ten-sión del nacionalismo herderiano y librarlo de susefectos nocivos. Mucho menos, y quizá nada, paraservir de base a la construcción de un nuevo demosque no esté ya previamente definido.

36 Por ello también parece razonable diferenciarel significado que respecto de cada uno de ellos tienela comunidad comunicativa y la unidad lingüística. Ellatín como lengua culta pudo sustentar durante mu-cho tiempo una unidad espiritual compatible con ladiversidad de las culturas y las lenguas que ahora lla-mamos nacionales. El papel de la unidad lingüísticaen la formación de los Estados territoriales y, por tan-to, en la creación de un demos, en el surgimiento de lademocracia, parece incuestionable. Como el caso es-pañol demuestra, una vez lograda, esa unidad lingüís-tica del conjunto no es incompatible con la existenciade una variedad de lenguas, incluso con carácter ofi-cial, en ámbitos territorialmente delimitados.

37 Rectius, la Comunidad. Los otros dos pilares,basados esencialmente en la cooperación, requierenotro tratamiento.

38 Así, por ejemplo, al definirla como “Comuni-dad de derecho”, para establecer un paralelismo entreesta noción y la de “Estado de derecho”. Una cosa es,sin embargo, que la Comunidad haya sido creada porinstrumentos jurídicos y se sirva del Derecho comoinstrumento y otra, bien distinta, que tenga como fi-

nalidad propia la realización del Derecho (en realidadde los Derechos), que es el criterio que, desde Kant,suele utilizarse para distinguir el Estado de derechodel que no lo es.

La limitación de los fines de la Comunidad ope-ra, por lo demás, sobre la esencia del Derecho creadopor ella, que difícilmente se podría caracterizar comomedio de relación entre diversos subsistemas, que esuna de las funciones que, para volver a Habermas,realiza el Derecho dentro de las sociedades definidaspor el Estado.

39 Desde este punto de vista, la creación de launión monetaria no implica quizá, en contra de loque suele decirse, ni un cambio trascendental ni unaamenaza grave para las democracias nacionales. Al finy al cabo, la capacidad de las democracias occidentalespara disponer libremente de sus monedas se produjosólo con la desaparición del patrón oro e incluso, másrecientemente, con el abandono del sistema de Bret-ton Woods.

40 Como ejemplo puede servir una informaciónaparecida en el diario El País el mismo día (13 de no-viembre de 1998) en el que se pronunciaba esta con-ferencia, acerca de un intercambio de cartas entre elcomisario Europeo de Empleo y Asuntos Sociales y elpresidente de la CEOE, en la que aquél invitaba a éstea aceptar la nueva regulación de los contratos a tiem-po parcial hecha por el Gobierno de acuerdo con lossindicatos y el presidente de la Confederación Empre-sarial le pedía al comisario que recordase al Gobiernoespañol la necesidad de ser sensible a las necesidadesde las empresas. La cita no tiene más justificación quela coincidencia temporal. Los ejemplos pueden multi-plicarse y los grupos de interés que invocan la inter-vención de las autoridades europeas, o la aplauden sinreparar mucho en lo que significan de restricción delpoder interno del Estado y de la democracia: no sonsólo económicos, sino de muchos géneros distintos.

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so podrán seguramente pensar que lasconsideraciones que en él se hacen, almargen de su exactitud o su problemáti-ca novedad41, no ofrecen fórmula algunapara resolver el problema que plantea lainsuficiencia democrática del proceso deintegración. Sin duda tienen razón alpensar así, pero tampoco soy yo tan ilu-so que en ningún momento tuviera esepropósito. Sí me atrevo a pensar que al-go pueden ayudar en la determinaciónde los objetivos a cubrir e incluso en laelección de los caminos para alcanzarlos.

La definición clara de los límitescompetenciales de la Unión y la garantíaeficaz de su respeto, difícilmente podránlograrse sin establecer en el texto de lostratados y de las constituciones naciona-les cambios sustanciales y una coordina-ción que hasta ahora no ha existido. Re-formular aquéllos para dar una defini-

ción de los objetivos de la Unión menosretórica y menos potencialmente expan-siva que la actual, y reflejar en las consti-tuciones nacionales la existencia de las li-mitaciones que la integración opera en elámbito abierto al poder del Estado, a lapolítica42. Este cambio debería ir acom-pañado, claro está, en los Estados y en laUnión, de reformas institucionales, tan-to para dotar de mayor transparencia alos procesos de decisión como para ase-gurar, en lo posible, la responsabilidadde los titulares de las instituciones euro-peas ante los representantes de los diver-sos demoi. Ampliar seguramente los po-deres del Parlamento Europeo, perotambién, tanto en las constituciones co-mo en los tratados, las de los parlamen-tos nacionales. Quizá no sería imposible,para terminar con una propuesta arbi-trista, que la representación de los Esta-dos en los consejos de la Unión, al me-nos en el de Asuntos Generales, se enco-mendase a un órgano distinto del

Gobierno, designado por el respectivoParlamento y responsable ante él. Conello se lograría al menos quebrar la cone-xión que hoy existe entre el interés orgá-nico de los Gobiernos en liberarse delcontrol parlamentario y la tendencia auna expansión incesante de las compe-tencias de la Unión. n

FRANCISCO RUBIO LLORENTE

Francisco Rubio Llorente es catedrático de Dere-cho Constitucional y ha sido vicepresidente del Tri-bunal Constitucional. Autor de La forma del poder.

41 En la obra de Weiler queda claro de que paraél una conditio sine qua non de una Unión “suprana-cional” es el mantenimiento de sus competencias den-tro de límites estrictos. Su propuesta de crear, paraasegurarla, un tribunal especial, con participación delos tribunales constitucionales o supremos de los Esta-dos me parece, sin embargo, de dudosa eficacia y pro-blemática aceptación.

42 Es sorprendente que las campañas electoralesy el debate político en general en nuestros Estados si-ga produciéndose como si la política económica conti-nuara siendo aún un campo totalmente abierto a lasdecisiones del poder.

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LAS TRADICIONES DE LA IZQUIERDAY SUS PROBLEMAS ACTUALES

JOAN SUBIRATS

Los componentestradicionales de la izquierdaSi quisiéramos hacer caso de Bobbio, diría-mos que en el binomio igualdad-desigual-dad encontramos aún el fundamento de ladivisión entre derecha y izquierda. Esa dis-tinción nos explica cosas pero nos sumergeen nuevos interrogantes. ¿Qué quiere decirhoy luchar por la igualdad? Deberemos re-conocer que la idea de igualdad no alcanzaen la actualidad el consenso que había al-canzado hace apenas unos años. El con-cepto contemporáneo de igualdad se fun-damenta en la creencia de que las perso-nas, como seres humanos, con indepen-dencia de su mérito, de su esfuerzo o delas condiciones naturales, tienen derecho auna satisfacción igual de sus necesidadesesenciales. Eso no quiere decir eliminar lasdiferencias, ni tampoco que se deba consi-derar que la idea de igualdad es de por sí“natural”.

En la historia de la humanidad másbien ha predominado la concepción deque la gente ocupa el lugar que tiene asig-nado en un orden o en una jerarquía quese conciben como naturales. La moderni-dad incorporó, en un binomio complica-do (libertad-igualdad), la posibilidad deromper estos designios y trabajar por laigualdad desde la capacidad individual,desde la libertad. Libertad quería decir laposibilidad que se abría a cada individuode trabajar a fin de reducir las desigualda-des, para salir del rígido esquema de es-tructuración estamental característico dela premodernidad. La izquierda fue sur-giendo precisamente claramente vinculadaa los movimientos antiabsolutistas y libe-rales, en los que fue desarrollando unacierta reacción ante un nuevo estado decosas en el que si bien se proclamaban de-rechos y libertades, su realización prácticaera mucho más dudosa. Los diggers y leve-llers de la revolución inglesa del XVII o los“iguales” de Babeuf en la Francia revolu-

cionaria del XVIII son un ejemplo de ello.No es, pues, extraño que las raíces históri-cas de los movimientos de izquierda másimportantes a lo largo de los siglos XIX yXX fueran fuertemente influenciadas tan-to por los principios de la Ilustración co-mo por una tradicional desconfianza o re-celo frente a las instituciones liberales.

La constatación del peso que ha teni-do la tradición ilustrada en el pensamientode izquierdas es lo que nos permite enten-

der las raíces de la creencia de que es posi-ble cambiar la sociedad desde un diseñoracional fuertemente estructurado, surgidode la mente privilegiada de los que sabenlo que conviene al pueblo. De esta mane-ra, el culto a la razón, el culto al progreso,lo justificaría todo. Así, se tiende a descon-fiar de la libre interacción social, o de losmecanismos de intercambio mercantil, yse apuesta por estrategias más planificadasy dirigistas de organización social. Desde

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el mencionado recelo ante la denominadademocracia formal surge un notable equí-voco sobre los sacrificios de libertad queconviene aceptar o tolerar a fin de conse-guir alcanzar la “verdadera” democracia.Los movimientos de izquierda lucharonpor la democratización del Estado liberal.Lucharon por la extensión del sufragio.Lucharon por el aumento y la profundiza-ción de los derechos civiles. Y presionaroncon éxito por la incorporación a las decla-

raciones de los derechos y libertades de unconjunto de derechos sociales y económi-cos que llenasen de contenido una libertady una igualdad formalmente proclamadaspero realmente vulneradas. Pero lo ciertoes que a lo largo de decenios, con los ma-tices que sean necesarios hacer en una ex-plicación como ésta forzosamente simpli-ficadora, la izquierda fue manteniendofuertes equívocos sobre su grado real deadhesión estratégica a los principios libe-ral-democráticos.

A partir de consideraciones como lasrealizadas será quizá más comprensible eltipo predominante de organización políti-ca que ha caracterizado a la parte más sig-nificativa de la izquierda en estos últimoscien años. El partido se convertía en la en-carnación de la racionalidad absoluta des-de la que todo podía justificarse. El parti-do era el intelectual orgánico colectivoque sabía qué convenía hacer y cuándo ycómo convenía hacerlo. El partido eraquien tenía la misión de “convencer” a lasociedad de lo que le convenía. Fuera através del proselitismo y de la persuasión,fuera a través de la educación forzosa, siasí se consideraba necesario. El camino erala conquista del poder para desde “arriba”conseguir transformar la sociedad. Las ins-tituciones democráticas y la participaciónelectoral eran sólo una de las alternativasde acceso al poder pero no agotaban lasposibilidades tácticas del movimiento.Ilustración, jacobinismo, blanquismo, he-gelianismo son componentes diferentesque van conformando el combinado ideo-lógico que nutre a la izquierda más poten-te de primeros de siglo. La revolución ru-sa, las dos grandes guerras, cambiaronmuchas cosas en la configuración ideoló-gica de las izquierdas europeas pero, aun ariesgo de simplificar, diríamos que en elgrueso del movimiento socialista y comu-nista se mantuvieron ciertos patronesmentales comunes a lo largo de gran parte

de este siglo. Esta especie de despotismoilustrado implícito, esta tendencia a con-fundir sociedad e individuos que la com-ponen con movimientos sociales (o parti-dos), o esta tendencia a vincular el procesode transformación social a aquello que sepueda hacer desde el poder, son algunosde los elementos que atraviesan el conti-nuum de la izquierda organizada europeahasta finales de los ochenta.

La caída del muro en 1989 es sólo elepisodio final del derrumbe de la concep-ción más extrema y antiliberal de la tradi-ción que describimos. Pero también haentrado en crisis la visión más incardinadaen los principios demoliberales, y que enbuena parte ha liderado el consenso so-cialdemócrata (y democristiano) que haconstruido las estructuras de bienestar enla Europa de la posguerra. La construc-ción y desarrollo del Estado de bienestarha tenido ventajas evidentes: cohesión so-cial, reducción de las desigualdades, mejo-ra general de la calidad de vida… Proba-blemente hemos de atribuir a la izquierdaen su conjunto buena parte del protago-nismo en la conquista de un welfare, quepuede ser considerado, junto con la con-solidación de las libertades fundamentales,la característica más significativa del avan-ce de la civilización en Occidente. Pero elwelfare ha generado asimismo algunasconsecuencias no tan positivas; o si másno, no previstas, y que podemos atribuirtanto a los grandes cambios de todo tipode este final de siglo como a ciertas con-cepciones de la izquierda tradicional sobrelas relaciones Estado-sociedad. Esta visiónde que la responsabilidad de todo lo quepasa es de los poderes públicos o deberíaserlo ha provocado al mismo tiempo tantoun grado de intervencionismo probable-mente injustificable en ciertos casos comouna tendencia peligrosa al desarme civil, opor decirlo de otra manera, una crecientedesrresponsabilización social. Si “ellos”

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son los que saben lo que nos conviene,que lo hagan. No hemos de esperar enten-der lo que sucede “allá dentro”; “nosotros”simplemente pedimos y se nos da. De estaforma, la política se ha ido aislando de lasociedad. Se ha profesionalizado y tecnifi-cado; se ha ido haciendo extraña, y comocorolario se ha ido “librando” de los ciu-dadanos. La potencia de los medios de co-municación ha acabado por llevar esta for-ma de hacer política, cada vez más próxi-ma a un ritual representativo y una ficciónideológica, hacia algo de lo que depende-mos pero que no comprendemos ni con-trolamos: un espectáculo más.

Por otro lado, la izquierda tradicionalno se ha sentido nunca cómoda en la pro-blemática nación-estado-internacionalis-mo. El modelo liberal, que sirvió primerode elemento unificador contra el absolu-tismo y que después sirvió de marco de re-fugio para el desarrollo del movimientopopular, incorporaba un modelo de na-ción jacobino entendido como el únicomodelo capaz de asegurar un mercado yun Estado unificados ante la fragmenta-ción clerical y ruralista del Antiguo Régi-men. La izquierda llega, pues, a posicionescentralistas, tanto desde la perspectiva dealternativa liberal como desde la posiciónracionalista e ilustrada antes mencionada.El problema es que este Estado es rápida-mente hegemonizado por las fuerzas con-servadoras; y la izquierda ha de refugiarseen el internacionalismo (que acaba de-mostrando sus debilidades en la votaciónde los créditos de guerra en los inicios desiglo) o en una alternativa centralista rege-neracionista. La construcción del Estadode bienestar ha apuntalado las ideas delcentralismo de izquierdas al conectar lasviejas tradiciones reformadoras de tipo je-rárquico con la voluntad homogéneamen-te igualadora de las políticas sociales; dehecho hay quien considera que si bien laspolíticas de bienestar impulsadas despuésde la segunda gran guerra resultaban cohe-rentes con las necesidades objetivas decontar con un Estado homogéneo y conuna capacidad mínima de compra, hoy,desde posiciones económicamente influ-yentes y dominantes, se podría perfecta-mente prescindir de estas políticas al dis-poner ya de un mercado global y homogé-neamente accesible.

Problemas de adecuaciónEste conjunto de concepciones que de for-ma harto simplificada hemos aquí resumi-do han ido conformando el pensamientode izquierdas a lo largo de muchos dece-nios. Y sobre todo en los últimos cuarenta

años han tendido a identificar a la izquier-da con la defensa del intervencionismocreciente de los poderes públicos y de sucapacidad de gasto; y, por tanto, la hanidentificado también con una cierta des-confianza en relación a la iniciativa indivi-dual y colectiva. Sobre todo cuando estainiciativa no estaba estrechamente ligada osubordinada a la intervención pública, laúnica que asegura la defensa de unos su-puestos intereses generales que eran inter-pretados y protagonizados por el partido olos partidos correspondientes.

Los cambios tecnológicos y la mun-dialización económica, con lo que signifi-can de superación de fronteras y de límitesinstitucionales y con lo que suponen dereforzamiento de las capacidades indivi-duales y colectivas fuera del marco de lasinstituciones tradicionales, juntamentecon la obsolescencia del modelo de plani-ficación central, han comportado un fuer-te impacto en las convicciones más tradi-cionales de la izquierda. La izquierda se haido identificando con el “problema social”generado por la revolución industrial y laeconomía de mercado. Los trabajadoreseran los portadores de una modernidadsuperior, que sería capaz de gestionar tan-to un nuevo desarrollo de las fuerzas pro-ductivas, como un nuevo gran desarrollohumano y social, mientras que sindicatosy partidos se constituían en los delegadossociales de estos trabajadores de fábrica.En esta nueva modernidad se aboliría ladivisión capitalista del trabajo tanto en susaspectos sociales (propiedad privada, mer-cado, explotación) como en sus aspectosproductivos, gestionando las fuerzas pro-ductivas colectivizadas mediante un planexplícito y formalizado. Es cierto que estaconcepción maximalista de buena parte dela izquierda a lo largo de muchos deceniosha ido dejando ver sus debilidades y susfracasos en los últimos tiempos; y que seha ido constatando que sin mercado ypropiedad privada resulta difícil funcio-nar; y que la planificación centralizada noes superior a la economía de mercado nidesde el punto de vista económico ni tansólo desde el punto de vista ético-político.A estos factores, que ponen en crisis lasconcepciones centrales de la izquierda y elprotagonismo histórico de la clase obreraen su proceso de liberación, ya que lascontradicciones se multiplican como semultiplican los agentes de transformaciónposibles, deberemos añadir los fuertes im-pactos de los últimos y trascendentalescambios que hacen pensar en el final deun ciclo, el final del ciclo socialdemócrata.

Las sociedades avanzadas de este final

de siglo se caracterizan por la gran trans-formación productiva en un marco en elque las grandes plantas industriales desa-parecen en medio de fenómenos de out-sourcing (deslocalización y diversificaciónterritorial de partes del proceso producti-vo). Se puede ganar dinero sin necesidadde concentrar trabajadores. La aplicaciónde nuevas tecnologías permite incluso sal-tarse etapas enteras de un hipotético pro-ceso de desarrollo consideradas como ine-vitables hace tan sólo unos años. Puedellegar a pasar, o ya está pasando, que enpaíses en los que el desarrollo económicoy productivo “salte” la etapa taylorista-for-dista, el hasta ahora considerado naturalsurgimiento de la izquierda, ligado a estaparticular fase de evolución del sistemaproductivo, no tenga porqué darse. En es-ta línea, pierde asimismo valor el territorioy su característica vinculación al poder; sepuede producir en alta mar, en aguas in-ternacionales, o si hablamos de control delEstado en un territorio, la difusión de losinstrumentos de comunicación informáti-ca permiten superar fácilmente las cons-tricciones normativas de un país determi-nado: ejemplo, el libro del médico deMitterrand, que vio prohibida su difusiónpor el juez y al día siguiente se podía leertranquilamente en una web cualquiera dela red, o la reciente difusión vía Internetde las encuestas electorales en Francia enun periodo en el que la ley prohíbe su di-fusión por cualquier medio. Y pierde sen-tido, sobre todo, la vieja lógica representa-tiva en la que decisiones y territorio pare-cían indisolublemente unidos. Así, desdeun punto de vista más estrictamente polí-tico, se plantean problemas de gobernabi-lidad y de atribución de responsabilidades.

Crecen los espacios de autonomía delos colectivos y de los individuos. Las de-cisiones se diversifican y se cruzan, cre-ciendo la complejidad y la divergencia.Para “dirigir” el conjunto resultante, losmecanismos tradicionales de “decisión-mando-control” resultan del todo insufi-cientes. Decía hace poco el catedrático deDerecho Constitucional que fue reciente-mente primer ministro en Italia, GiulianoAmato, que un Gobierno, por muy efi-cientemente que hiciera funcionar su apa-rato de gobierno, llegaría como máximo a“gobernar” un 20% de los asuntos del país(puedes aspirar a dirigir más o menos efec-tivamente a 30.000 trabajadores encerrán-dolos en una fábrica; pero distribuidos deforma difusa, el sistema de gobierno ha decambiar muy notablemente). Las interde-pendencias aumentan y cada vez más senecesita más autogobierno, una mayor

LAS TRADICIONES DE LA IZQUIERDA Y SUS PROBLEMAS ACTUALES

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asunción compartida de responsabilida-des, para evitar que la fragmentación re-sulte excesiva.

Podríamos decir, por tanto, que las va-riables más significativas que fueron cons-tituyendo año tras año los estilos de hacerpolítica de las izquierdas han ido cam-biando. Y, sobre todo, en los últimos añoslo han hecho de forma tan significativa,cuantitativamente como cualitativamente,que obligan a replantearse fuertemente lasseñas de identidad de eso que denomina-mos izquierda y que como concepto aúnpervive en la batalla política diaria.

Recomposición de las izquierdasa) El debate sobre la igualdadEl mensaje de Bobbio con el que abríamosestas reflexiones continúa siendo válido.Pero la lucha por la igualdad ha de cam-biar hoy como ha ido cambiando a lo lar-go de los años. En los siglos XVII y XVIIIla “izquierda” de entonces luchaba porconseguir la igualdad ante la ley. A media-dos del XIX y hasta inicios del XX, exigíaparticipar como iguales en la formaciónde la voluntad estatal. A lo largo de este si-glo se ha mantenido la idea de que noexistía libertad real sin unos mínimos vita-les garantizados.

Así, en los últimos años se han utiliza-do tres instrumentos básicos para favore-cer un nuevo equilibrio social. Por unaparte, se han utilizado sistemas impositi-vos progresivos que extraen renta de lossectores económicamente más favorecidos.Por otra parte, se ha construido un siste-ma complejo de transferencias hacia lossectores de población de rentas más bajas.Y, finalmente, se ha creado una red de ser-vicios públicos también de carácter pro-gresivo que amplían el bienestar de esosmismos sectores de población. Este con-junto de medidas nos ha conducido a lasituación actual. El problema es que últi-mamente han crecido las dudas sobre silos efectos redistributivos y equilibradoresque se perseguían con todo ello se hanproducido realmente o no. ¿Se ha reduci-do realmente la desigualdad en la distribu-ción de la renta? Y, por otro lado, ¿no estásiendo un handicap para el desarrollo deun país el seguir o mantener estas políticasde igualdad? En buena lógica, podríamosesperar que frente a estos interrogantes lasconocidas posiciones de derecha e izquier-da se mantuvieran sin fisuras. Desde la de-recha se objetaría que estas políticas nohan alcanzado los objetivos perseguidos,ya que las bases de la desigualdad son másnaturales que sociales. Y desde la derechase añadiría también que este tipo de polí-

ticas son cada día más difíciles de defenderen un entorno de economía global y muycompetitiva. Desde la izquierda, en cam-bio, la respuesta debería ser la contraria.La distancia social se ha reducido y, porotro lado, no es posible establecer un tra-de-off negativo entre protección social ycrecimiento económico.

La realidad nos dice que las políticasaplicadas en cada país explican muchascosas. Así, en Estados Unidos o en el Rei-no Unido las desigualdades han aumenta-do; y eso parece coherente con estrategiastendentes a frenar el intervencionismo es-tatal. Pero la cosa no acaba de cuadrar enJapón, un país con relativamente escasasdesigualdades sociales, a pesar de tenerporcentajes de gasto público similares a losde Estados Unidos o claramente más bajosque los del Reino Unido. En este caso pa-rece que la explicación la tendríamos enlas estructuras sociales y familiares de esepaís, y en su capacidad de protección in-dependiente de los fondos públicos, másque en el análisis de las políticas aplicadasdesde el Gobierno. Por otra parte, cada so-ciedad ha ido consolidando una maneraparticular de entender las creencias, losideales, las normas o las tradiciones de suvida política. Desde este punto de vista, esinteresante constatar cómo en países comoEstados Unidos la proposición que diceque es el Gobierno quien, sobre todo, hade pelear para reducir las desigualdadessociales sólo recibe el apoyo de un 29% dela población, mientras que la misma pro-posición en el Reino Unido o en Alema-nia obtiene el 60% o el 70% de adhesión,llegando en Italia o Austria a un 80%(The Economist, 5-XI-94). Aquí tampocoel binomio derecha-izquierda lo explicatodo. Son más bien las tradiciones cultu-rales de autoorganización social, las tradi-ciones religiosas, etcétera, lo que probable-mente influye más en el momento de va-lorar positiva o negativamente el papel delEstado.

Pero, al margen del debate sobre el ni-vel de intervencionismo del Estado, se dis-cute también si desde el punto de vista defavorecer la competitividad de un paísconviene luchar por conseguir una mayorigualdad. Desde una visión estrictamenteeficientista, puede considerarse un riesgopara la mejora del desarrollo el hecho dedestinar recursos a paliar las diferencias;pero cada vez hay más expertos que consi-deran que precisamente son las diferenciaslas que pueden poner en peligro el creci-miento sostenible. Por otro lado, pareceevidente que ciertas políticas, como lasque propugnan mejorar el acceso a un

buen sistema educativo para todos, consi-guen al mismo tiempo hacer prosperar laigualdad e impulsar el crecimiento econó-mico, sobre todo en momentos en que loscambios tecnológicos y la competición in-crementan la distancia entre los trabajado-res más bien preparados y los que poseenunas habilidades obsoletas o muy pocoadecuadas. Ciertamente, los profundoscambios que se han producido en las for-mas productivas, los cambios en la locali-zación industrial, la obsolescencia de cier-tos procesos y productos, han hecho cre-cer el número de “perdedores” o de“damnificados” en los países más desarro-llados. La tensión social aumentará, y cadavez será más urgente encontrar mecanis-mos que consigan distribuir de maneramás amplia los beneficios de una mejoreficiencia económica.

Si a este panorama que acabamos dedescribir añadimos la situación de los paí-ses menos desarrollados, con sus especialescondiciones de dependencia, entendere-mos por qué se habla de que se está ges-tando una auténtica “bomba social”, quecuestiona permanentemente la viabilidaddel modelo de crecimiento económicoque es hoy predominante. Por una partese constata una tendencia a la baja estruc-tural de las materias primas, hasta el pun-to de que en los últimos informes delFondo Monetario Internacional se aconse-jaba “resignación” a los países productores.En muchos de los países de Latinoaméricase observa la ruptura de los vínculos de laestructura familiar, que durante muchossiglos se había conseguido mantener es-tructurándose como una verdadera red deprotección social. La polarización socialaumenta, a pesar de que los planes deajuste económico puedan considerarse sa-tisfactorios en muchos países del área. To-do hace pensar a muchos de los observa-dores del momento social en Latinoaméri-ca que sin un concepto mundial de“crecimiento económico compartido” quetenga como objetivo evitar el peligroso bi-nomio “más riqueza a cambio de más po-larización”, la situación desembocará, enrelativamente poco tiempo, en tensionesinsostenibles.

También en el ámbito mediombientalse plantean fuertes interrogantes sobre có-mo establecer medidas de protección queaseguren el desarrollo sostenible cuandolas condiciones de desigualdad entre paísesson bien evidentes. Holanda o Singapurtrasladan su producción de carne de cerdofuera de sus fronteras para evitar el fuertecomponente tóxico de sus residuos. Laigualdad de condiciones entre generacio-

JOAN SUBIRATS

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nes nos obligaría a mantener ciertas res-tricciones en nuestro desarrollo, pero lasfuturas generaciones no están hoy presen-tes en los mecanismos decisionales queutilizamos. ¿Podemos legítimamente obli-gar a países en vías de desarrollo a queajusten su crecimiento a las restriccionesecológicas cuando nuestros países no lohan hecho en su momento? Quizá la com-plejidad de la situación exige encontrarmecanismos de compensación, como losiniciados por Noruega al “comprar” losderechos de uso de una parte de la selvatropical de Costa Rica para evitar su ex-plotación y contribuir así a políticas deequilibrio ecológico global.

b) El debate sobre la gestiónEncontramos, pues, nuevas y más comple-jas exigencias de igualdad. Estos nuevosimpulsos nos llevan a considerar que latensión igualdad-desigualdad continuaráformando parte de nuestro panoramaideológico y político. No obstante, no po-demos seguir creyendo que ello ha decomportar una mera continuidad en lasformas de intervención de los poderes pú-blicos frente a los problemas sociales plan-teados. Las necesidades sociales se presen-tan hoy de manera mucho más heterodo-xa que antes. Los poderes públicos, si bienhan universalizado sus prestaciones, debe-rán ahora conseguir diferenciar y flexibili-zar sus modalidades si lo que quieren esno sólo ganar la batalla de la cantidad sinotambién la batalla de la calidad de los ser-vicios públicos.

La izquierda ha presentado siemprecomo una de sus señas de identidad la de-fensa a ultranza de lo público. Como yahemos visto, detrás de esa bandera se pre-tendían recoger las mayores garantías posi-bles para las políticas y las iniciativas ten-dentes a evitar las desigualdades que elmercado genera o atenuar sus efectos. Enesa defensa no se hacían muchas distincio-nes entre ámbitos a regular, ámbitos a fi-nanciar y ámbitos en los que la gestión te-nía que recaer en manos y en empleadospúblicos. Después de años de confusión,de ofensiva neoliberal y privatizadora perotambién de creciente preocupación desdesectores de izquierda por los costes de esadefensa numantina de lo público, hoy em-pezamos a estar en condiciones de distin-guir entre lo principal y lo accesorio en esapolémica. Y lo estamos, curiosamente,porque la sensación de que no es posiblemantener simplemente el continuismo yel incrementalismo en las políticas socialestradicionales ha puesto de relieve lo relati-vamente accesorio de la polémica sobre las

nuevas formas de gestión pública en mo-mentos en que los interrogantes no se re-fieren ya al “cómo” se gestiona sino que sedirigen más arriba, a “qué” debe regularsey financiarse desde el sector público y“quién” ha de asumir esa obligación en ca-so de que exista.

Desde posiciones de defensa del patri-monio de las políticas sociales de estosaños, hemos de aceptar que ha pasado laépoca del monopolio público en lo refe-rente a la regulación, el financiamiento yla prestación de los servicios públicos. Ladefensa de la equidad en las prestacionesno puede implicar su simple pura y duraestandarización, ni que los servicios públi-cos se consoliden como rutinarios, desper-sonalizados e indiferentes. La única mane-ra de evitar que los servicios públicos seacaben convirtiendo en periféricos, enten-didos aquí como sinónimo de beneficen-cia pública, es asegurar su diferenciación yflexibilización, sea en las formas de regula-ción y financiamiento, sea sobre todo enlas formas de prestación. La descentraliza-ción de las prestaciones, la capacidad decompartirlas con asociaciones y entidadesprivadas, de voluntariado o de base social,extender la participación de los usuarios-ciudadanos en los servicios o bien mercan-tilizar ciertas prestaciones, aun mantenién-dolas bajo el control público, son diversasfórmulas y posibilidades que, con la expe-rimentación que sea necesaria, deberíamosprobar si es que queremos mantener elmáximo consenso posible en torno de loesencial, es decir, del mantenimiento delnúcleo esencial de las políticas de igualdaden este fin de siglo. Y para ello convieneasimismo ir difundiendo una filosofía decorresponsabilidad que margine situacio-nes de fraude o reduzca corporativismossin sentido. Un fin de siglo que mantienela tensión por evitar desigualdades extre-mas pero que asimismo es un fin de sigloque, para los que defienden la plena sin-gularidad de todos y cada uno de los indi-viduos, de los ciudadanos, se nos presentapletórico de fuerza.

c) El debate sobre la democracia representativa¿Tiene sentido, desde posiciones de iz-quierda, seguir manteniendo las reticen-cias tradicionales sobre las promesas in-cumplidas de la democracia, criticando suvisión estrictamente ritual-formalista? Laizquierda no puede hoy expresar duda al-guna sobre las reglas democráticas comolos instrumentos fundamentales de auto-gobierno de una comunidad. Lo que síconviene hacer es poner de relieve los peli-

gros que comporta la combinación de po-lítica-espectáculo y de política profesiona-lizada. El espacio público se ha ido convir-tiendo en un espacio monopolizado porlos políticos. Un espacio donde reinan lasreglas de los medios de comunicación ma-sivos, que unidimensionalizan a los perso-najes, ya que la única cosa que acaba con-tando es la capacidad de cada quien de pe-netrar, de hacerse un sitio en la batallamediática. Un espacio que ha sufrido y su-fre un condicionamiento dramático porparte del poder económico y de esa racio-nalidad (económica) que se nos presentacomo omnicomprensiva. Poco a poco, lapolítica ha ido convirtiéndose en un poderde alguna forma autorreferencial, blinda-do en relación al control de los ciudada-nos. Como dice Flores D’Arcais, la priva-tización de la política (una política cadavez más sometida al doble mercado eco-nómico y televisivo) es la otra cara de laprivación que ha hecho la política en rela-ción a los ciudadanos (alejándolos del po-der y de un concepto completo de ciuda-danía). Esta privación se hace cada vezmás de forma “voluntaria”. La manera dehacer política aleja a los ciudadanos, loshace más pasivos; y esto, en un círculo vi-cioso, hace más “libres” a los políticos,convirtiéndolos cada día en más arrogan-tes y más susceptibles de ser corrompidos.La democracia aumenta su carga de fic-ción, de espectáculo al que se invita a losciudadanos de tarde en tarde (elecciones)vía campaña publicitaria, a fin de mante-ner las apariencias.

Se van perdiendo, pues, los nexos ori-ginales, las conexiones entre democraciarepresentativa y representantes, sin quesurjan alternativas creíbles. Pero esta dis-tancia comporta también una menor fia-bilidad en la implementación real de lasdecisiones políticas de las instituciones.Las desautorizaciones populares ante deci-siones tomadas sólo por “ellos” son cadavez más frecuentes. La gente tiende a des-rresponsabilizarse de los asuntos públicos,y esto crea numerosos problemas: noasunción de la propiedad pública comopropia; ningún sentido de culpabilidad nide autocontrol ante la defraudación fiscalo el fraude en las prestaciones sociales;ningún tipo de vergüenza en pedir solu-ciones públicas ante problemas estricta-mente privados… ¿Cómo se puede pensaren reformar el sistema de welfare vía mo-dificaciones o recortes técnicos sin rehacerel círculo derechos-deberes, poder-respon-sabilidad, que hoy esta visión cerrada ymonopolística de la política ha ido despe-dazando? La izquierda ha de buscar meca-

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nismos para ampliar esta “democracia atiempo parcial”, contribuyendo a encon-trar espacios de participación ciudadanaen las decisiones colectivas que vayan másallá de la información sobre “lo que he-mos pensado hacer” (“lo que hemos pen-sado que os conviene”) y sin confundirtampoco participación ciudadana con me-canismos de colaboración-consociacióncon los grupos de intereses.

d) El debate sobre la forma partidoEn relación a las estructuras organizativas,la recomposición de las izquierdas deberá,sin duda, comportar un replanteamientode la forma partido tal como la hemos idoentendiendo. De hecho, estamos cada vezmás en una época en la que los partidos sedifuminan. En los medios de comunica-ción de masas no aparecen “partidos”:aparecen “dirigentes de partido” o conflic-tos congresuales de partido. Se habla de lapolítica sin partidos; pero no hemos en-contrado aún mecanismos alternativos pa-ra mantener viva la expresión del pluralis-mo social sin los partidos. ¿Podemos con-tinuar manteniendo la ficción de que a lospartidos sólo les interesa lo que dicen susafiliados y cargos públicos? ¿O deberíamosaceptar sin remedio que la única cosa quecuenta es lo que asegure la ampliación delimpacto mediático y el hacer creer que elpartido funciona sin fisuras? Si nos referi-mos a lo que caracterizaba tradicional-mente a los partidos de izquierda, debería-mos referirnos a un ámbito en el que seelaboran estrategias, se forman dirigentes,se articula la conexión partido-sociedad.¿Continúa todo ello siendo verdad? La in-mediatez de la acción política, la constan-te retransmisión en directo del debate en-tre partidos y del debate en el interior delos partidos no permiten mantener figuraalguna lejanamente parecida a la democra-cia interna ni tan sólo al centralismo de-mocrático. Los partidos se hablan y ha-blan con su militancia vía “media”.

Si combinamos lo que decíamos enrelación a la democracia y lo que ahoramanifestamos sobre la forma organizativapartido, deberíamos concluir que hemosde buscar formas como mínimo comple-mentarias en la relación partido-sociedad.Deberíamos, para empezar, renunciar alos exclusivismos. No hay fuerza políticaalguna que pueda pretender ser o expresaral mismo tiempo a la izquierda socialde-mócrata, a la izquierda comunista, a losnacionalistas de izquierda y a esa cuartaizquierda inquieta, transversal, difusa y aveces refractaria (o incluso hostil) frente alas izquierdas organizadas y sin duda mu-

chas veces desilusionada. ¿Puede la iz-quierda organizada prescindir de esta es-pecie de izquierda sumergida? Se trata,probablemente, del sector social que másdecisivamente es preciso implicar en aven-turas políticas que comporten una recupe-ración de la política, de una política “vi-sionaria”, ilusionadora. ¿Qué es lo que ex-plica que esta gente se sienta de izquierdasy no se sienta hoy día atraída o ilusionadapor ninguna formación política en parti-cular? Si averiguamos algo más sobre suscaracterísticas, podríamos quizá tambiénavanzar en las dinámicas organizativas aimpulsar.

En los últimos estudios de la sociolo-gía electoral realizados en Italia o Suiza sepone de relieve que la tradicional cone-xión trabajadores dependientes-izquierdatiene hoy día poco sentido. Si hasta haceunos años la izquierda era vista como uninstrumento de mejora económica, comouna garantía para alcanzar unos derechossociales que asegurasen mínimos vitales,hoy parece que estas conexiones cambian.La mayoría de la gente ve a la izquierdamás conectada a procesos de emancipa-ción civil y cultural. Elementos como “se-guridad”, “trabajo”, “ocupación”, “coste devida” forman parte cada vez más en elimaginario colectivo de elementos conec-tados con la derecha, mientras que la iz-quierda se liga más estrechamente a “liber-tad”, a “derechos civiles”, a “participa-ción”, a “derecho de expresión”, a “defensadel medio ambiente”. Y sobre todo entrelos más jóvenes, “izquierda” es sinónimode gente que valora la comunicación per-sonal, las diferencias de género, las activi-dades culturales. Neomaterialismo de de-rechas y posmaterialismo de izquierdas parecen iconos detectables en las percep-ciones hoy emergentes. La derecha parecegarantizar más seguridad; y este es un valor nada despreciable en esta sociedadde incertidumbres en la que nos move-mos. Inestabilidad del mercado, difusiónde fenómenos de criminalidad, crisis delos bloques y de las ideologías, flujos mi-gratorios en ascenso (con la dosis de incer-tidumbre y de inseguridad que acostum-bran a comportar). Los privilegiados tradi-cionales tienen miedo a perder aquelloque siempre han tenido; y los que han lle-gado hace poco a una cierta y quizá pasa-jera seguridad aún se muestran más intole-rantes, ya que son también los más vulne-rables. Ante este panorama, la derechasiempre tiene respuestas. Respuestas quizámoralmente inaceptables, por lo que su-ponen de cerrazón e intolerancia, pero res-puestas (recordemos el “teníamos un pro-

blema, ya no lo tenemos” de Aznar en elincidente de los inmigrantes sedados, ata-dos y repatriados ocurrido en el verano de1996).

La izquierda ha encontrado dificulta-des de adaptación en estos nuevos escena-rios. Su fuerza igualitarista no encuentrafácil acomodo en sus estratos naturales, lostrabajadores, que tienen ya algo de lo queprecisaban y que ahora, frente a las ame-nazas existentes, se giran hacia otros por-tadores de seguridad. La fuerza igualitariade la izquierda se mueve mejor en temascomo identidad, autorrealización, luchafrente a las diferencias no estructurales. Setrata de una nueva izquierda, surgida enplena edad de oro del welfare, que floreceen medio de grupos más secularizados einstruidos. No es, pues, extraño que la iz-quierda tenga hoy problemas de identi-dad, ya que sus bases naturales se alejan deesta tradición, buscando en la derecha or-den, autoridad, intolerancia étnica, nacio-nalismo simple. Mientras, la izquierdamantiene un discurso que podríamos ca-racterizar como de más a la “contra”: des-confianza ante instituciones y fuerzas deorden, cosmopolitismo y defensa de losnacionalismos minoritarios, tolerancia ét-nica…, en vivencias y sensibilidades quese definen, por tanto, más por estar plan-teadas en oposición que por estar expresa-das en positivo.

De este conjunto de elementos pode-mos ir configurando una concepción deizquierdas que debe alejarse de los compo-nentes más racional-integradores (clase-sindicato-partido) y más racional planifi-cadores (programa, conquista del poder,planificación jerárquica). Tiene que buscarsu fuerza en la recuperación de los idealescomunitarios (¿parecidos quizá a aquelloscalificados hace ya tiempo como utópi-cos?). Deberá partir de la hipótesis de queen la sociedad existen soluciones. Deberáevitar caer en los corporativismos que sinduda secularizan (fidelizan), pero que res-tringen capacidad de adaptación y flexibi-lidad, encorsetando los márgenes de ma-niobra. Y tendrá que lograr recuperar parala política espacios propios, los espacios deuna ciudadanía reconstruida.

Por otro lado, el conflicto parece hoydesplazarse hacia terrenos que eran consi-derados como prepolíticos, como el quepodríamos denominar de ámbito de la le-galidad, de la justicia. No es, pues, extra-ño que cada día oigamos hablar más dejueces enfrentados a políticos y grandesfinancieros. Reivindicar que se cumpla lalegalidad es hoy curiosamente el arma delos que no tienen poder frente a aquellos

JOAN SUBIRATS

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que se saben lo suficientemente poderososcomo para saltarse las reglas.

Reconstruir o reinventar la democra-cia representativa quiere decir trabajar pa-ra superar la distancia, las desconfianzas,los escepticismos y la “comodidad” de“dejarles hacer”, pero con la condición de que tanto “ellos y nosotros haremos loque queramos”. Construir partido de iz-quierdas quiere decir seguramente hoyconstruir partido en las fronteras de lossin partido, con los movimientos, con lasasociaciones, con los grupos informales,con los individuos, en una visión de orga-nización-red de la que tanto se habla ytan poco se practica. Hoy día todo elmundo habla de la necesidad de caminarhacia organizaciones más horizontales,que permitan más contactos saltándoseniveles, ya que se piensa que de esta for-ma se aminora el riesgo harto frecuentede que donde hay poder no hay informa-ción y donde hay información no hay po-der. Pero, en política, los sistemas de or-ganización y relación entre niveles conti-núan siendo sumamente arcaicos. Seenvían cartas, se filtran llamadas telefóni-cas en emisoras de radio y televisión, etcé-tera. Si no rompemos estas distancias, lospolíticos continuarán pensando que con-trolan y la gente continuará sintiéndosedesrresponsabilizada.

e) La izquierda: nacionalismoe internacionalismoSin entrar a fondo en este tema, sí quisieraintroducir algunos elementos al respectode la relación izquierda-nacionalismo-in-ternacionalismo. Uno de los aspectos másevidentes de la rápida evolución de los úl-timos años, y que ya hemos comentadoaunque fuera de pasada, es la globaliza-ción económica, comunicativa y culturalque ha potenciado el gran cambio tecno-lógico. Por otra parte, la dimensión y lacomplejidad de los problemas, sus interco-nexiones, la dificultad en aislar unos temasde otros, unos factores de otros, está com-portando una tendencia, parece que irre-frenable, a la globalización de problemas yde respuestas. Pero, a pesar de la simulta-neidad de procesos económicos y socialesa escala mundial, y a pesar de muchos ele-mentos que nos hablan de homogeneiza-ción política y cultural en el mundo, locierto es que aún pesan mucho las diferen-cias. En uno de los últimos filmes de Ta-rantino se caracteriza Europa como un es-pacio en el que lo que sorprende son lasdiferencias (aunque sólo sean las idiomáti-cas y de gastronomía). Lo que podría serconsiderado como obsoleto o retardatario

(ante la fuerza globalizadora, ante la fuerzay la dimensión de problemas que pareceque sólo podrán ser abordados desde laglobalidad) puede llegar a ser, de hecho, elgran valor de la construcción transestataleuropea. Será en el respeto a estas diferen-cias desde donde se podrá construir, pormencionar temas de actualidad, con ga-rantías de factibilidad unas políticas de laUnión Europea que lleguen a ser sentidasy entendidas como propias por las diversas“partes” de este todo.

Las multinacionales hace tiempo quetrabajan bajo el lema: “Pensar globalmen-te, actuar localmente”. Desde nuestras di-mensiones de análisis, deberíamos invertiro completar esta idea con la frase “pensarlocalmente, actuar globalmente”, ya quede esta forma se pone de relieve la necesi-dad de enraizar los discursos globalizado-res en realidades locales o en realidadesmás revestidas de sentido, de comunidadpercibida como propia. Sólo así la viabili-dad de los proyectos quedará garantizada.Muchas veces desde una visión de izquier-das se nos habla de la obsolescencia deuna excesiva atención a la realidad local onacional, frente a la dimensión de los pro-blemas globales; y se hace asimismo refe-rencia a la tradición del mensaje progresis-ta, vinculada a la visión racional-verticalaquí ya comentada. Es desde arriba, dicen,desde donde será más fácil determinarproblemas y proponer soluciones. Pero ladesventaja es la posición de jerarquía conla que inevitablemente los sujetos de la de-cisión contemplan esta política. En políti-ca, como ya hemos dicho, la jerarquía ca-da vez servirá de menos. Sólo desde posi-ciones más simétricas entre los actorespodremos garantizar procesos que osten-ten legitimidad y que se asuman responsa-blemente. La recuperación de la comuni-dad, la recuperación de la idea de capitalsocial o cívico, la construcción de partido-red, puede tener mucho más sentido y en-raizarse mejor si lo hace en una realidaden la que el binomio comunidad-organi-zación política se presente como vínculonatural y no artificial. La solidaridad, ladimensión transnacional, encontrarán sufuerza propulsora en el enraizamiento co-munitario y ciudadano en una pluralidadde realidades de articulación política quetienen hoy su gran oportunidad en el es-pacio europeo.

Más allá de la gestión: la política como visiónEl marco de la política se ha ido estre-chando. El gran conflicto ideológico de laprimera mitad de este siglo, o la tensión

contenida de la guerra fría, ha dejado pasoa una omnipresente preocupación por lasformas de gestión, por las alternativas deacción ante problemas que cada día pare-cen resistirse más a ser paliados o solventa-dos. Pero, al mismo tiempo, ha ido desa-pareciendo la “visión” de la política. Pare-cemos más preocupados por cómo abrir lalata que por discutir si es esa la lata quehemos de abrir.

La teoría política se ha caracterizadosiempre por pensar en cómo la sociedaddebería ser. Precisamente porque describíaa la sociedad de forma exagerada, “irreal”,la visión política era un componente im-prescindible de la acción diaria. Eso noquería decir desentenderse de lo que suce-día. Precisamente, su constante confronta-ción con la realidad, su constante acciónpolítica, requería perentoriamente unaperspectiva de futuro. En estos últimostiempos, la política ha ido disolviéndose.La política ha ido fragmentándose. La so-ciedad ha ido convirtiéndose en islitas quetienden a autoexplicarse. Y entonces, antela pérdida de sentido general, la gerencia yla responsabilidad gerencial aparecen casicomo las únicas perspectivas posibles. Laciudadanía, el ciudadano, queda entoncesdisuelto en sus múltiples identidades, per-diendo significación general. Pero cada vezmás empezamos a echar en falta esta pers-pectiva integradora en la que cada indivi-duo reúna las múltiples funciones de lapersona contemporánea y pueda por tantoser objeto y sujeto de un nivel mayor deresponsabilización. La política volvería atener entonces una capacidad integrativa(no controladora, no jerárquica) de direc-ción, de estrategia social. La política volve-ría entonces a ser el marco de participa-ción comunitaria de los ciudadanos. Es eneste marco en el que las izquierdas han dereencontrar sus nuevos fundamentos. Re-construyéndose desde la aceptación que lalucha por la igualdad, por un mundo me-jor, más justo y solidario, continúa tenien-do sentido, a pesar de todas las transfor-maciones producidas. n

LAS TRADICIONES DE LA IZQUIERDA Y SUS PROBLEMAS ACTUALES

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Joan Subirats es catedrático de Ciencia Políticaen la Universidad Autónoma de Barcelona. Autorde Análisis de Políticas Públicas y Eficacia de la Ad-ministración.

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n este trabajo analizaremos las carac-terísticas del proceso de transición ala democracia en Chile y su impacto

sobre la capacidad de los Gobiernos pos-dictadura para avanzar en la democratiza-ción del país. Durante la transición a lademocracia se dan multiplicidad de even-tos e iniciativas que parecen obedecer auna lógica y, en los cuales, además pue-den llegar a intervenir una multiplicidadde actores conocidos y no conocidos. Esteproceso, y la forma e intensidad queadopte, condicionará la política del régi-men emergente (Sorensen, 1993). Lasnuevas reglas del juego, fruto de los pac-tos, imposiciones y rupturas entre los ac-tores contendientes, serán las que mode-larán el proceso político en el régimen entrante. Cómo se produce o qué caracte-rísticas adopta este proceso fragmentado ylimitado en el tiempo es lo que nos inte-resa desvelar para el caso chileno. En éste,claramente las condiciones de la transi-ción han limitado la capacidad de los Go-biernos democráticos para transformar elorden institucional heredado del régimenmilitar.

La modalidad de transición y la autonomía de los Gobiernos democráticosLa transición a la democracia se inicia apartir del triunfo de la opción no en elplebiscito de 1988 sobre la prolongacióndel régimen de Pinochet por otros ochoaños. Cuando la opción no ganó en octu-bre de 1988, y las elecciones generalesfueron convocadas para diciembre de1989, se inició un diálogo delicado y difi-cultoso, así como una serie de negociacio-nes entre el Gobierno militar y las fuerzasopositoras. Con la derrota de Pinochet laoposición consiguió romper la doble legi-timidad legal que ostentaba éste como je-fe de las Fuerzas Armadas y presidente dela República. Y más importante aún, el

plebiscito consiguió unificar a la oposi-ción en torno a una táctica precisa de en-frentamiento con el régimen que, en defi-nitiva, llevaría a la democratización delpaís: la derrota política, deshechándosedefinitivamente como alternativa viable elderrocamiento del régimen vía desobe-diencia civil. En 1988 se creó la concerta-ción de partidos por el no, que constituyóel abanico más amplio de fuerzas políticasopositoras hasta entonces alcanzado. Lainevitabilidad del plebiscito forzó a lasfuerzas opositoras a alcanzar un acuerdopara buscar la derrota del régimen en supropia legalidad (Garretón, 1990). ElPartido Comunista y los grupos de iz-quierda más extremistas se autoexcluye-ron al rechazar la estrategia de la derrotapolítica del régimen. La tarea que se im-puso por delante la concertación fue in-

mensa. Desde asegurar la inscripción enel registro electoral de millones de chile-nos, pasando por obtener del régimen lasmínimas garantías para un plebiscito lim-pio, acceso igualitario a la televisión, con-trol de los resultados con un sistema decómputo paralelo, hasta la exigencia deponer fin al exilio. Todo ello en un am-biente de cierta tensión por el miedo deque un eventual triunfo de la oposicióndesencadenara un autogolpe.

Consumada la derrota de Pinochet,que obtuvo un 43% de los votos frente al55% de la oposición (opción no), se de-sencadenó la transición, que se desarrollódentro de los plazos y condiciones estable-cidos por el régimen, aunque parcialmen-te modificados por la oposición, y que da-ría lugar a unas elecciones generales en di-ciembre de 1989. El no despreciableporcentaje obtenido por Pinochet hizo te-mer alguna reacción negativa de los mili-tares; sin embargo, ello no ocurrió debidoprincipalmente a que el sector privado y lacomunidad internacional eran fuertemen-te reacios a un fraude electoral u otra prác-tica involucionista (Arriagada y Graham,1994). La estabilidad macroeconómicaque disfrutaba Chile estaba vinculada conel mantenimiento del orden constitucio-nal democrático; y además, la democraciase había convertido en prerrequisito parala incorporación plena de Chile al sistemafinanciero internacional. Asimismo, no sepuede despreciar el argumento de que laarraigada tradición legalista en Chile hizomenos probable que las Fuerzas Armadasdesconocieran el resultado electoral1.

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LOS LÍMITESDE LA DEMOCRACIA CHILENA

MARCELO LASAGNA

E

1 Los militares, además de tener una fuerte lealtada Pinochet, también sentían como suya la Constitu-ción de 1980, por lo que le debían una profunda fide-lidad. De hecho, los militares argumentaban que el resultado había sido una derrota de Pinochet, pero nodel sistema político y económico que ellos habían crea-do (Arriagada y Graham, 1994).

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Como señala Garretón (1990), la de-rrota de Pinochet trajo consecuencias deíndole diversa para el régimen. En primerlugar, se inició un retiro gradual de lasFuerzas Armadas del poder político, es-pecialmente del Ejército, que fue la insti-tución que participó más activamente enlas tareas gubernativas2. En segundo lu-gar, el régimen saliente intensificó la con-solidación de enclaves autoritarios3 conla finalidad de constreñir la acción delfuturo Gobierno democrático entre ellos;promulgación de las leyes orgánicas sobrepartidos políticos; control político de laAdministración pública; mantenimientodel funcionariado de la Administración,especialmente de los alcaldes; el PoderJudicial, el control del Consejo Nacionalde Televisión; la automatización de lasFuerzas Armadas como poder de seguri-dad; la política de privatizaciones de em-presas públicas estratégicas, etcétera. Fi-nalmente, se produjo también una ciertadescomposición del bloque civil de apo-yo al régimen, lo que luego se materializóen la presentación de dos candidaturaspresidenciales en 1989. La candidaturaderechista con más posibilidades, la enca-bezada por el entonces ministro de Ha-cienda, Hernán Büchi, no logró expresara aquellos sectores de la derecha que bus-caban distanciarse del régimen para ase-gurarse un papel de derecha democráticaen el futuro4.

Por el lado de la oposición también seprodujeron cambios importantes. En pri-mer lugar, se impuso la necesidad de bus-car un acuerdo con los sectores aperturis-tas del régimen para desmontar el marcoinstitucional ultra-presidencialista y dedemocracia tutelada que consagraba la

Constitución de 19805. Los acuerdos en-tre la concertación, que estaba en una po-sición política fuerte después de la victo-ria en 1988, con Renovación Nacional(RN)6 llevaron a cambios significativosen la Constitución, que serían aprobadospor una amplia mayoría en un nuevo ple-biscito en julio de 1989. El ministro delInterior, Carlos Cáceres, condujo las ne-gociaciones con el representante de laConcertación, Patricio Aylwin, y los líde-res de RN y la UDI sobre el paquete de54 cambios constitucionales. Las refor-mas redujeron el poder del presidente entres áreas. Primero, la autoridad del presi-dente para designar, promover y llamar aretiro al personal de las Fuerzas Armadasfue reducida. Segundo, el poder de cole-gislador del presidente fue retirado. Terce-ro, el derecho constitucional del presiden-te de disolver la Cámara de los Diputadostambién fue excluido. En compensación,la oposición ganó algunas ventajas. Losnegociadores acordaron aumentar el nú-mero de senadores electos de 26 a 38 enorden a mitigar la presencia de los 9 sena-dores designados por la Constitución de19807. A pesar de ello, si se examinan losresultados de la elección de 1989 (ver ta-bla núm. 1), los senadores designados sir-vieron para garantizar una mayoría de laderecha en el Senado. Con el Senado enmanos de la derecha, gracias a la presenciade los senadores designados, la legisla-ción, así como todos los esfuerzos del Go-bierno democrático para reformar laConstitución, pueden quedar bloquea-dos. Precisamente, como señala Rabkin(1992-1993), la institución de los sena-dores designados es una de las restriccio-nes más importantes para conseguir la de-mocracia plena en el caso chileno. Elcambio más destacado, si cabe, fue la pe-

queña modificación del extremadamenterígido procedimiento de reforma consti-tucional, aunque la presencia de los sena-dores designados continúa actualmentehaciendo difícil deshacer los enclaves au-toritarios. Desde una perspectiva político-ideológica, otra importante modificaciónfue la supresión del artículo 8, tras cuyainvocación se amparaba la proscripciónde los partidos de orientación marxista.Textualmente, este artículo rezaba:

“Todo acto de persona o grupo destinado apropagar doctrinas que atenten contra la familia,propugnen la violencia o una concepción de la so-ciedad, del Estado o del orden jurídico, de caráctertotalitario o fundada en la lucha de clases, es ilícitoy contrario al ordenamiento institucional de la Re-pública… Las organizaciones y los movimientos opartidos políticos que en sus fines o por la activi-dad de sus adherentes tiendan a esos objetivos soninconstitucionales”8.

Como G. Arriagada y Graham(1994) apuntan, fue en el ámbito de lasrelaciones cívico-militares donde la Con-certación hizo más concesiones. Es decir,en las normas constitucionales que regu-lan las Fuerzas Armadas. Con todo, lostérminos de los artículos 95 y 96 fueronsuavizados de manera que el rol del Con-sejo Nacional de Seguridad se hizo másconsultor que deliberante. Se añadió otromiembro civil al Consejo, el contralor ge-neral, de manera que, contando el presi-dente, los cuatro comandantes en jefe delas Fuerzas Armadas y de orden podíanser contrapesados por cuatro civiles. Lasnegociaciones igualmente no llegaron aalterar el alto grado de autonomía que laConstitución de 1980 atribuyó a los mili-tares. Por el contrario, este grado de inde-pendencia se elevó. Si bien se equilibró larepresentación civil con la militar en elConsejo de Seguridad Nacional y se leasignaron a éste funciones más de carácterconsultivo, en otros campos hubo retro-cesos. Los comandantes en jefe de lasFuerzas Armadas y de Carabineros pudie-ron permanecer en sus cargos duranteocho años más, sin posibilidad de ser re-movidos. Además de designar cuatro se-nadores institucionales y cuatro de losocho miembros del Consejo Nacional deSeguridad, los militares también puedennombrar a dos de los siete miembros delTribunal Constitucional. En la versión de1980 los civiles conservaban el control sobre el nombramiento de los oficiales ysobre el presupuesto de defensa. Sin em-bargo, en sus días finales, el Gobierno mi-

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2 Para muchos autores, aunque en el régimenmilitar participaron activamente miembros de lasFuerzas Armadas, esto no puede llevarnos a pensarque en el caso chileno se trataba de un Gobierno delas instituciones armadas. En Chile estamos más bienante el caso de un Gobierno personalista apoyado porlas Fuerzas Armadas. Éstas no asumieron como uncompromiso corporativo la actividad gubernamental,sino que quienes se dedicaron a ella lo hicieron a títu-lo personal y por deseo expreso de Pinochet.

3 El concepto enclaves autoritarios como unode los elementos explicativos de la transición chilenafue introducido a ese análisis por Manuel AntonioGarretón.

4 La victoria de la oposición en 1988 desencade-nó una intensa discusión entre las distintas fuerzas dela coalición de apoyo al régimen militar. RenovaciónNacional (RN), el sector más aperturista y dialogante,quiso procurar un candidato que no representara tanclaramente los intereses del régimen saliente. Sin em-bargo, la Unión Demócrata Independiente (UDI), elpartido más comprometido con el Gobierno militar,junto con sectores militares buscaron un candidatoque representara vivamente el significado del régimen.

5 Sobre el concepto de democracia tutelada apli-cado al caso chileno, véase a R. Rabkin (1992-1993).

6 Renovación Nacional (RN) es el principal par-tido de la derecha y el que encarna más vivamente losvalores de la derecha tradicional chilena. Si bien estu-vieron al lado del régimen militar, su compromiso fuemenor que el del otros partidos de la derecha, laUnión Demócrata Independiente (UDI), cuyos diri-gentes se convirtieron en los ideólogos del proyectopolítico y económico del régimen. Uno de sus diri-gentes, Jaime Guzmán, fue el principal mentor de laConstitución de 1980.

7 La forma de elección de los senadores designa-dos, que ejercen por un periodo de ocho años, es co-mo sigue: el presidente de la República tiene derechoa elegir a un ex rector de universidad y a un ex minis-tro; la Corte Suprema elige tres senadores de entre losex jueces de la misma corte y contralores generales dela República; los militares eligen cuatro senadores deentre ex comandantes en jefe de cada una de las ra-mas: Ejército, Armada, Fuerza Aérea y Carabineros.

8 Constitución de la República de Chile, art. 8,pág. 9.

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litar dictó una ley orgánica que regulabano sólo el nombramiento y jubilacionesde este colectivo, sino también muchasotras materias entre las cuales estaba elpresupuesto de defensa. Estas reformas,que tendieron hacia la mayor autonomíadel poder militar, fueron motivadas por eltemor de Pinochet de ser objeto de algu-na clase de “revancha” de los civiles; deahí que buscara una forma de protecciónpara los militares, tanto como institucióncomo individuos.

El segundo nivel de acuerdo que sehacía necesario fue asegurar entre las fuer-zas de oposición un Gobierno democráti-co mayoritario que completara la transi-ción y empezara la consolidación. Elloimplicó transformar la coalición ganadoradel plebiscito de 1988 en una coaliciónde Gobierno con candidato único, pro-grama consensual y pacto electoral parla-mentario. Este último extremo fue forza-do por el sistema electoral de tipo mayo-ritario binominal impuesto por elGobierno militar9. Este sistema electoralpoco se aviene, en primer lugar, con latradición multipartidista chilena y, en se-gundo lugar, genera una fuerte distorsiónentre las preferencias de los votantes y losescaños. Empero hasta ahora este sistemase ha mostrado eficaz en una consecuen-cia no prevista ni deseada por Pinochet: elfuerte estímulo a la cooperación entre lospartidos democráticos. El sistema sumió alos partidos en tensas negociaciones paraformalizar el pacto electoral, con la difi-cultad que después de 17 años de autori-tarismo ninguno sabía realmente qué pe-so electoral tenía. El efecto demostracióndel caso coreano contribuyó a persuadir ala oposición para no enfrentarse divididaal régimen.

En las elecciones de 1989 el candida-to de la Concertación de Partidos por laDemocracia, Patricio Aylwin, fue elegidopresidente de la República con un 55,2%de los votos (ver tabla núm. 1), y las fuer-zas opositoras al régimen militar en suconjunto alcanzaron el 60% de la Cámarade los Diputados (ver tabla núm. 2). Enel Senado la mayoría conseguida en lasurnas fue alterada por la existencia de 9senadores designados por Pinochet.

Con el triunfo electoral de las fuerzasopositoras la transición democrática nollegaba a su punto final: estaba incomple-ta. Una de las principales tareas que de-bió, por tanto, asumir el primer Gobier-no y Parlamento democrático fue con-cluirla. La realización de esta meta, sinembargo, no podía conseguirse a través dela acción unilateral del nuevo Gobiernodemocrático, ya que la mayoría consegui-da no fue suficiente para realizar cambiosen ciertas leyes de rango constitucional,para cuya reforma el quórum requerido esmuy elevado. Esta circunstancia llevó a lanecesidad de buscar acuerdos con la dere-cha moderada, con la cual ya se habíanconseguido importantes acuerdos en el

plebiscito de reforma constitucional dejulio de 1989. La alta legitimidad demo-crática conseguida por el nuevo Gobiernoayudó a generar un clima favorable de en-tendimiento. La transición fue conducidaa través de una serie de negociaciones ypactos sucesivos –aunque limitados– den-tro de la institucionalidad heredada. Cabedestacar algunos elementos importantes deesta transición, por ejemplo, el hecho deque los militares chilenos, a diferencia de lo ocurrido en otros países latinoameri-canos, dejaron el poder con una economíaen buen funcionamiento. Esto les dio cier-ta fortaleza en el momento de negociar.Los militares continuaron teniendo unfuerte apoyo de los partidos de la derechay de los empresarios; sobre todo, lo másevidente es el apoyo que estos sectoresmanifiestan hacia la institucionalidad po-lítica y económica establecida por el régi-men militar. En general, a pesar de quelos partidos miembros de la Concertaciónprovenían de tradiciones ideológicas di-versas, y en algunos casos habían sidoparte de viejas pugnas de poder, el com-portamiento en este proceso fue bastanteconsensuado.

El primer nivel del entendimiento sereflejó en las negociaciones para reformarla Constitución. Aunque la transición nose apartó en forma radical del camino tra-zado por los militares, esas reformas con-formaron una suerte de transacción quedio lugar a una transición competitiva pe-ro pactada. Además de las citadas refor-mas constitucionales, hubo otros ámbitosde negociación. Como señalan Arriagaday Graham (1994; 243), los acuerdos sedesarrollaron en cuatro áreas fundamen-tales: modelo económico, sistema políti-co, relaciones cívico-militares y relacionesEstado-sociedad. La tarea prioritaria de latransición fue construir un consenso so-bre estas cuatro áreas directamente vincu-ladas con los enclaves autoritarios (Garre-tón, 1990).

Los enclaves institucionales que here-dó el primer Gobierno democrático se re-fieren, en primer lugar, al procedimientode reforma de la Constitución. Para elnuevo Gobierno se hizo imposible intro-ducir reformas en áreas tan sensibles co-mo las Fuerzas Armadas, el Consejo deSeguridad Nacional y el mecanismo dereforma de la Constitución. En segundolugar, el sistema electoral, diseñado parapermitir una sobrerrepresentación en elParlamento de la derecha en relación a susvotos. En tercer lugar, la autonomía delos militares respecto al poder civil. Lainstitucionalidad de Pinochet asignó a las

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TABLA NÚMERO 1Resultados elecciones presidenciales, 1989

Candidato y partido Porcentaje de votosOposiciónPatricio Aylwin (Concertación) 55,18

DerechaHernán Büchi (Democracia y Progreso) 29,39

Francisco J. Errázuriz (Unión de Centro-Centro) 15,43

Fuente: Diario ‘El Mercurio’.

TABLA NÚMERO 2Resultados elecciones parlamentarias,

1989 (escaños)

Partido C.y coalición Senado DiputadosConcertación de Partidos por la Democracia 22 72

Partido Demócrata Cristiano (PDC) 13 38

Partido Socialista (PS Almeyda) 1 6

Partido Por la Democracia (PPD) 4 17

Izquierda Cristiana (IC) 0 2

Partido Radical (PR) 2 5

Partido Radical Socialista Democrático (PRSD) 1 0

Partido Social Demócrata (PSD) 1 1

Partido Alianza de Centro (PAC) 0 1

Partido Humanista (PH) 0 1

Independientes 0 1

Democracia y Progreso 16 48

Renovación Nacional (RN) 6 29

Unión Demócrata Independiente (UDI) 2 11

Independientes 8 8Fuente: Elaboración propia a partir de información electoral del Diario ‘El Mercurio’.

9 Sobre el peculiar sistema electoral chileno y suincidencia sobre las estrategias de los partidos, véase elexcelente trabajo de Rabkin (1996). Esta autora plan-tea la interesante tesis que el sistema binominal hacontribuido a incentivar la competición política cen-trípeta en Chile, lo que a su vez ha ayudado a la esta-bilidad democrática.

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Fuerzas Armadas atribuciones desmedi-das. En cuarto lugar, la Corte Suprema, ala que la institucionalidad heredada leasigna capacidad para hacer nombramien-tos en el Tribunal Constitucional, en elConsejo de Seguridad Nacional y en elSenado. El problema estriba en que Pino-chet, antes de dejar el Gobierno, nombróa 9 de los 17 miembros de esa Corte enun procedimiento más que dudoso(Arriagada y Graham, 1994). El sistemapresidencial heredado por el Gobierno dela Concertación estaba desmantelado. Lospoderes generalmente atribuidos al presi-dente quedaron confiscados por las insti-tuciones arriba señaladas. La existencia deestos enclaves autoritarios exigió que latransición se hiciera de una manera con-sensuada. Quizá el proceso de negocia-ción en sí mismo ha jugado un rol impor-tante en el mantenimiento de la confian-za de los militares y la derecha en elsistema. Con todo, si en el futuro se quie-re profundizar el sistema democrático es-tos enclaves tendrán que desaparecer.

Un tema importante de la transiciónfue el mantenimiento del modelo econó-mico. Tanto el Gobierno de Pinochet co-mo el sector empresarial mayoritariamen-te estaban profundamente comprometi-dos con la continuidad de ese modelo.¿Por qué el Gobierno de Aylwin mantuvoen líneas generales la política económicade Pinochet? En primer lugar, durante elrégimen militar la oposición tenía unequipo de economistas formados en uni-versidades extranjeras, algunos de ellos enChicago, que se encargaron de evaluarcríticamente la política económica delGobierno y de preparar el programa eco-nómico del futuro Gobierno democráti-co. Esos economistas, principalmente so-cialistas y demócrata-cristianos, que trabajaban en diferentes think tank vincu-lados a la oposición, constituyeron ungrupo muy cohesionado y tecnocrático.Ese trabajo conjunto fue muy provechosopor dos razones. Primero, morigeró lostemores históricos y prejuicios existentesentre los dos sectores. Segundo, la exis-tencia de equipos técnicos multipartidis-tas facilitó la formulación de un progra-ma coherente para las elecciones. En se-gundo lugar, entre los economistassocialistas hubo un cambio radical en elpensamiento económico (P. Silva, 1991).La experiencia del fracaso del programaeconómico de la Unidad Popular contri-buyó a que los economistas y políticos so-cialistas se abstuvieran de recomendar laaplicación de un enfoque similar. El fra-caso de las economías de los países del

Este, junto con la experiencia del exilio,desdemonizó en la izquierda a la econo-mía de mercado. En el ámbito de toda laoposición se admitía que la economía du-rante los últimos años del régimen de Pi-nochet, a pesar de las críticas hacia los as-pectos negativos del modelo neoliberal,había funcionado relativamente bien. Fi-nalmente, en la izquierda socialista chile-na se aceptó la idea de que el crecimientoeconómico y el mantenimiento del equili-brio macroeconómico constituyen unaprecondición para mejorar los niveles devida de los sectores más desfavorecidos dela población.

En tercer lugar, una vez aceptada laeconomía de mercado en el programa deGobierno, la Concertación siempre tuvoel temor de que los sectores empresarialesno confiaran en que mantendría los linea-mientos básicos de la política económicadel régimen saliente. Sin embargo, habíarazones para que los empresarios confia-ran en Aylwin. Primero, la Concertacióntenía un equipo económico altamente ca-lificado. Fernando H. Cardoso, actualpresidente de Brasil y un analista políticoy social de primer nivel, tuvo la ocurren-cia de bautizar al equipo económico delGobierno como los Cieplan monks, encontraposición a los Chicago boys de Pino-chet10. Segundo, había una casi total con-gruencia de opinión en la Concertaciónacerca de la necesidad de mantener unaeconomía eficientemente administrada.Tercero, no es menos cierto que la presen-cia de los militares en el sistema posauto-ritario dio garantías a los empresarios decierto control sobre las decisiones políti-cas del Gobierno.

La pregunta que flota en el aire es sila Concertación tenía un modelo econó-mico alternativo que fuese diferente dellegado de Pinochet. La Concertación notuvo un modelo radicalmente alternativo.Patricio Silva (1991) explica que el equi-po económico de la Concertación, y pos-teriormente del Gobierno de Aylwin,provenía fundamentalmente de tecnócra-tas formados en Estados Unidos que notenían una visión demasiado diferente dela economía; incluso entre círculos de izquierda, se pudo observar una crecienteaceptación de algunos postulados defen-didos por los Chicago boys bajo el Go-bierno militar. Con todo, la Concerta-

ción, desde mediados de los ochenta has-ta finales de esa década, tuvo un proyectode modificación de la ortodoxia neoclási-ca que puso el acento en la introducciónde una política industrial que llevara ma-yor valor agregado, mejores remuneracio-nes y elevara el nivel de calificación de lamano de obra y que impulsara la innova-ción tecnológica11. Ese programa no pre-tendía partir de cero, sino profundizar laestrategia de liberalización basada en laexportación de bienes de escaso valoragregado, por lo que el cambio no hubie-ra sido radical. Quizá un tema más con-flictivo hubiera sido la sujeción de la es-tabilidad macroeconómica a la ejecuciónde políticas sociales muy costosas. Aun-que no podemos decir que la Concerta-ción haya seguido sin ajustes sociales lapolítica económica de Pinochet, la noaplicación de este modelo fue productode la incapacidad de la oposición al régi-men militar, de derrotarlo en el momen-to de la crisis económica de comienzos delos ochenta. Esa incapacidad para cam-biar los términos de la transición estipu-lada en la Constitución de 1980 llevó aque la Concertación tuviera que aceptarcon cierto conformismo, debido a lascondiciones y exigencias del procesotransicional, la continuidad de la políticaeconómica del régimen militar12.

Como se ve, por tanto, el modeloeconómico del Gobierno militar se man-tuvo –con algunos ajustes– a pesar de loscambios en la estructura del régimen polí-tico. Ello se debió a que la coalición em-presarial que propugnaba ese modelo sa-lió fortalecida en el proceso de transicióna la democracia. El Gobierno democráti-co tuvo que contar con ella por la inviabi-lidad de llevar a cabo la transición en unclima de inestabilidad política y económi-ca (Loveman, 1991). Y, como argumentaSilva (1996), el problema de la Concerta-ción fue cómo mantener la confianza delinversor y evitar unas relaciones antagóni-cas con los empresarios.

En el nuevo ordenamiento institucio-nal democrático, las Fuerzas Armadas pa-saron a ocupar su lugar tradicional. Sinembargo, hay que hacer algunos impor-tantes matices a esta afirmación. La acep-

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10 Cieplan es un centro de investigaciones eco-nómicas donde trabajaron la gran mayoría de losmiembros del equipo económico del Gobierno deAylwin. Patricio Silva (1991) cita la autoría de estafrase en su artículo.

11 Véase programa de la Concertación y, sobretodo, de su predecesora, la Alianza Democrática(AD).

12 En torno a la idea de si había un modelo eco-nómico alternativo y las razones de su no aplicación,soy deudor de los comentarios siempre muy pertinen-tes del profesor Eduardo Silva, de la Universidad deMisuri.

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tación por parte de la Concertación de lalegitimidad de la Constitución de 1980como parte de la transición proveyó a lasFuerzas Armadas, la derecha política y alsector empresarial de un conjunto de nor-mas que fortalecieron su poder político.Ese poder permitió a la nueva oposiciónretrasar, impedir o vetar las iniciativas depolíticas democratizadoras de los Gobier-nos de Aylwin y Frei, limitando con ellosu autonomía.

Los militares, especialmente Pino-chet, fueron capaces de imponer impor-tantes limitaciones al proceso de transi-ción a pesar de la derrota en el plebiscitode 1988. En primer lugar, Pinochet obtu-vo un importante apoyo de sectores eco-nómicos de clase media, algunos de loscuales se habían beneficiado directamentede las reformas económicas poscrisis 1983(Haggard y Kaufman, 1995). La Consti-tución de 1980 aseguró algunos puntosde acceso de los militares al proceso polí-tico, como por ejemplo su presencia concuatro de los ocho miembros del Consejode Seguridad Nacional, la designación decuatro senadores designados y dos de lossiete miembros del Tribunal Constitucio-nal y, sobre todo, la continuidad en suscargos de los comandantes en jefes de lasdistintas ramas de las Fuerzas Armadashasta 199813 (Arriagada y Graham,1994). Además, las Fuerzas Armadas con-siguieron, a través de algunas leyes orgá-nicas aprobadas en las postrimerías del ré-gimen militar, mayores niveles de autono-mía del poder político. Se garantizó unmínimo nivel del presupuesto de las Fuer-zas Armadas: por ley, éstas tienen derechoa percibir el 10% de los ingresos por ex-portaciones de cobre de la estatal, Corpo-ración del Cobre (Codelco). Y el presi-dente de la República tiene un poder li-mitado para nombrar y remover aoficiales de las Fuerzas Armadas (Love-man, 1991). Antes de dejar el poder, elGobierno de Pinochet creó las bases deapoyo para los cambios institucionales-políticos y económicos iniciados duranteel periodo autoritario. Así, las Fuerzas Ar-madas se convirtieron durante la transi-ción en un verdadero punto de veto, notan sólo corporativo como en el pasado,sino en relación con aquellos temas mássensibles para los creadores de la nuevainstitucionalidad política y económica.

Aparte de las tensiones generadas porlas investigaciones sobre la situación delos derechos humanos durante el régimenmilitar y de algunos escándalos financie-ros que implicaban a miembros de lasFuerzas Armadas vinculados a la privati-zación de empresas públicas, cuando elGobierno anunció su propósito de modi-ficar la Constitución, leyes orgánicas uotros estatutos que implicaban disminuirlas prerrogativas de las Fuerzas Armadas,éstas manifestaron su abierta disconfor-midad, máxime cuando se sienten las ga-rantes del orden constitucional por ellosestablecido. Las intervenciones de los mi-litares en el debate político durante latransición fueron importantes, llegandoincluso a producirse dos movilizacionesde efectivos militares: en 1990 la llamadaoperación de enlace y el boinazo en 1993,donde los militares protestaron por elcurso de las investigaciones sobre los de-rechos humanos. Las relaciones cívico-militares estuvieron marcadas por la insti-tucionalidad legal y política heredada delrégimen anterior y por la estrategia gra-dualista adoptada por el Gobierno deAylwin. Esta última fue también un resul-tado de la primera.

El Gobierno de Aylwin tuvo comoprioridad lograr la estabilidad política,que pasaba por no provocar a las FuerzasArmadas. Esta estrategia tuvo como bene-ficio el asentamiento de un patrón de go-bernabilidad. Sin embargo, sus costos es-tuvieron precisamente en la falta de capa-cidad del nuevo Gobierno democráticopara implementar muchas de las reformasde políticas constitucionales, legislativas yjudiciales que estaban en el programa dela Concertación. En medida importante,por tanto, las Fuerzas Armadas limitaronla autonomía de los Gobiernos democrá-ticos no sólo a través de los poderes con-seguidos de los enclaves autoritarios, sinopor medio de la presencia de un miedoambiental vinculado al pasado reciente.

Un importante obstáculo a la transi-ción fue lo que Garretón (1990) llamó elenclave de los actores políticos y sociales.Además de las Fuerzas Armadas y los em-presarios, a los cuales ya hemos hecho re-ferencia, está la derecha, sobre todo el sec-tor más identificado con el régimen, a laque debió hacerse entrar en el juego de-mocrático para evitar las posibilidades deregresión. Esto se consiguió con los múl-tiples acuerdos suscritos con la derechamoderada (RN). La UDI, por su parte,no implicó tampoco, a pesar de los temo-res, un riesgo de involución. Por otro ladoestán los actores de la izquierda radical,

que no aceptaron el proceso consensual ygradual por el cual se transitó a la demo-cracia. Con todo, estos actores parecen es-tar aislados de la sociedad. La legalizacióndel Partido Comunista contribuyó a res-tar fuerza a esta opción insurreccional.

A modo de reflexión final: las elecciones de 1997 y el ‘caso Pinochet’Como hemos visto, la transición demo-crática en Chile se caracterizó por su ta-lante moderado y posibilista. Fue un pro-ceso en el que se privilegiaron los acuer-dos sobre los desencuentros como unaforma de sostener las necesidades del nue-vo régimen sin producir enajenaciones enlos opositores. De esta forma se pretendióque el cambio evitara las confrontacionesy con ello las estrategias involucionistasen los actores menos partícipes del proce-so democratizador. Además, se aspiró aque el proceso fuera soportable para quie-nes resultaron desplazados de las esferasdel poder. Muchos analistas y actores gu-bernamentales han denominado a la tran-sición chilena como la “democracia de losacuerdos” (Garretón, 1995; Wilhelmy eInfante, 1993, y Rabkin, 1992-1993).

Las condiciones que permitieron elcambio de régimen fueron adversas acualquier proyecto maximalista de demo-cratización. La voluntad ha estado com-prometida con un proyecto conciliadorque evitara sobresaltos que comprometie-ran la estabilidad democrática14. Se pro-dujo una dinámica dialéctica entre la ne-cesidad de democratizar la institucionali-dad heredada y la exigencia de estabilidady gradualismo para emprender dicha ta-rea. El corolario fue que los Gobiernosdemocráticos tuvieron una capacidad re-formadora limitada por los variados en-claves heredados del régimen autoritario.La Constitución, a través de la cual elGobierno de Pinochet quiso instituciona-lizar el autoritarismo, fue diseñada paraencorsetar al futuro régimen democrático.

En esta perspectiva los acuerdos hansido parte fundamental del proceso. Enefecto, en muchos aspectos de la vida po-lítica, los Gobiernos democráticos intro-dujeron la práctica de crear comisionesmultipartidistas para abordar diversosproblemas nacionales. La naturaleza de latransición política chilena puede conside-rarse –en el contexto latinoamericano–como un caso más cercano al brasileño

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49Nº 90 n CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA

13 Pinochet, como comandante en jefe del ejérci-to, es el único de los que terminaron el periodo del ré-gimen militar que continúa en el cargo, los otros hanrenunciado “voluntariamente” después de algunas ac-ciones seguidas por los Gobiernos democráticos.

14 Acerca del objetivo prioritario del Gobiernode Aylwin de consolidar la estabilidad política, véaseRabkin (1992-1993).

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que al argentino, en cuanto los militareschilenos propugnaron un proyecto deinstitucionalización bajo un esquema dedemocratización incompleta basado enun pluralismo limitado y un desequili-brio de poderes favorables al Ejecutivo endetrimento del Poder Legislativo; todoello bajo la atenta vigilancia del podermilitar, que se autoasignó un rol tutelaren todos los aspectos de seguridad del sis-tema político15. El ámbito de seguridadera definido, desde luego, por los propiosmilitares, aunque el régimen autoritariono entregó el poder en las condicionesexactas estipuladas en su proyecto insti-tucional contenido en la Constitución de1980, debiendo aceptar reformas impor-tantes –aunque parciales– en 1989, quemoderaron el rigor de la “democracia tu-telada” auspiciada por el general Pino-chet. Con todo, el hecho más significati-vo es que la oposición democrática llegóal Gobierno y al Parlamento en marzo de1990 en un cuadro de condiciones que,si bien han permitido un cambio efectivode régimen, está lejos de un proyecto ra-dical de redemocratización, excluyendomedidas como la pronta remoción de loscomandantes en jefes de las Fuerzas Ar-madas. Menos aún se pudo plantear uncambio drástico de la política económica,ya que el éxito relativo del Gobierno mi-litar en este plano en los últimos años ve-nía creando fuertes expectativas de conti-nuidad básica de esa política en diversossectores empresariales y políticos nacio-nales y sobre todo en el exterior16. Elpacto del Gobierno de la Concertaciónfue mantener los aspectos básicos delmodelo neoliberal pragmático a cambiode que los empresarios, militares y la de-recha política aceptaran un cambio polí-tico limitado y, sobre todo, renunciaran aestrategias desestabilizadoras (E. Silva,1996, y Arriagada y Graham, 1994).Con ello, el nuevo marco institucional

estrechó el rango de opciones de políticasde los Gobiernos de Aylwin y Frei.

Una transición desde las élites, comofue el caso chileno, siguiendo la idea deSorensen (1993), conduce a una democra-cia restringida, que crea constricciones alnuevo Gobierno en sus capacidades paraemprender reformas de políticas que va-yan contra los intereses de las élites. Sibien el Gobierno de Aylwin tuvo la habili-dad de conducir la transición conforme laprosecución del objetivo de garantizar laestabilidad política, el coste que debióasumir fue el de las limitaciones a la capa-cidad gubernamental para innovar políti-cas e imponer pérdidas a los grupos de in-terés. La presencia de grupos estratégicos–Fuerzas Armadas y empresarios– en latransición supuso obviamente algunas in-terferencias en el proceso democrático. Eneste sentido, la transición fue un productode la negociación y la aceptación de unconjunto de arreglos o pactos que definie-ron las áreas vitales de interés para las éli-tes (empresarios, militares, políticos). EnChile estos pactos no tuvieron como con-secuencia un neoclientelismo, esto es, elacceso privilegiado al Estado de las élitesque apoyaron la democracia, ya que loscircuitos de acceso se institucionalizaronformalmente. Los acuerdos básicos entrelas élites sobre las reglas del juego llevarona una democracia limitada pero conduje-ron a una transición gradual y ordenada.Con ello se consiguió despejar y controlaren cierta medida la incertidumbre. Lo ne-gativo de esta forma de transición es larestricción de la democracia.

Los enclaves autoritarios sólo podrándeshacerse en la medida en que se conso-lide una mayoría parlamentaria que así loposibilite. Esa mayoría podría conseguirsepor dos vías. La primera, que la Concer-tación llegara a obtener suficiente apoyoen las urnas que se expresara en una in-mensa mayoría parlamentaria, cosa difí-cilmente lograble dado el sistema electo-ral prevaleciente. La segunda, que cree-mos más viable aunque no menosdificultosa, sería conseguir un gran acuer-do democratizador con la derecha másaperturista. Hasta ahora esta vía se hamostrado como efectiva, toda vez quemuchas de las reformas llevadas a cabohan sido acordadas con un sector de laderecha (RN). ¿Por qué –entonces– noexplotar más este camino para avanzar enla democratización de la institucionalidadvigente? Las últimas elecciones legislativasde diciembre de 1997 (ver tabla núm. 3),donde se renovó la totalidad de la Cáma-ra de los Diputados y parte de la de sena-

dores, dejó un resultado adverso para laconsolidación de esta segunda vía. La de-recha moderada y aperturista, representa-da en RN, experimentó un importanteretroceso en las urnas en favor de la dere-cha más apegada al ideario del régimenmilitar. El electorado derechista interpre-tó los pactos entre RN y la Concertacióncomo renuncia expresa de ese partido alideario pinochetista. El traspié electoralllevó a RN a realizar una fuerte reestruc-turación interna y un importante giro es-tratégico hacia posiciones más duras conel Gobierno de la Concertación. Conello, las posibilidades de generar unacuerdo parlamentario se han hecho mu-

LOS LÍMITES DE LA DEMOCRACIA CHILENA

50 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 90

ÚLTIMAS ELECCIONESElecciones legislativas

del 11 de diciembre de 1997Partido Diputados Senadores

Concertación de Partidos por la Democracia (CPPD) 69 20n Partido Demócrata Cristiano (PDC) 38 14n Partido por la Democracia (PPD) 16 2n Partido Socialista de Chile (PS) 11 4n Partido Radical

Socialdemócrata (PRSD) 4 -

Unión por Chile (UPC) 47 16n Renovación Nacional (RN) 23 7n Unión Demócrata Independiente (UDI) 17 5n Partido del Sur (PDS) 1 -n Independientes 6 4

Unión de Centro-Centro Progresista (UCCP)2 1 -Independientes 2 1Senadores institucionales y vitalicios 10Total 120 48

Elecciones presidenciales del 11 de diciembre de 1993

% de Candidato votos válidos votosEduardo Frei Ruiz-Tagle (Concertación de Partidos por la Democracia, CPPD) 58,0 4.044.112Arturo Alessandri (Unión por el Progreso, UPP) 24,4 1.703.070José Piñera, (Independiente) 6,2 431.176Manfred Max-Neef (Independiente) 5,5 387.361Eugenio Pizarro (Movimiento de Izquierda Democrática Allendista, MIDA) 4,7 327.404Christian Reitze (Partido Humanista Verde, PHV) 1,2 81.814

15 Para el análisis comparado sobre las transicio-nes y los problemas de la consolidación democráticaen América Latina, véase la obra clásica de O’Don-nell, Schmitter y Whitehead (1988), el libro de Main-waring, O’Donnell y Valenzuela (1992) que da unaperspectiva tanto teórica como empírica de los proble-mas de las nuevas democracias latinoamericanas, y lostrabajos de Smith, Acuña y Gamarra (1993), Solà(1993), Haggard y Kaufmann (1992 y 1995) queanalizan los problemas económicos de las transiciones.

16 Las grandes organizaciones internacionales definanzas, como el FMI y el Banco Mundial, y la bancaprivada internacional estaban muy interesados en lacontinuidad de la política económica de Pinochet porel Gobierno democrático como una garantía del pagode la deuda externa y por lo ejemplificador que el exi-toso modelo chileno podía ser para otros países en de-sarrollo.

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cho más difíciles. La única alternativa via-ble para desmantelar la institucionalidadautoritaria es la que se basa en el entendi-miento de la Concertación con una partede la derecha; ahora que esa derecha hainterpretado la pérdida de votos comoconsecuencia de su actitud pactista con elGobierno, esa posibilidad se ha alejado.

Si las elecciones de 1997 dejaron unpanorama sombrío para las reformas polí-ticas necesarias para la democratización,creemos que, tal como se está desarrollan-do el caso Pinochet en Londres, se abrenalgunas oportunidades para que el Go-bierno chileno retome la iniciativa paracompletar la transición política. Poco seha hablado de las consecuencias políticasinternas del enjuiciamiento de Pinochet.O si se ha hecho, los medios de comuni-cación principalmente se han centrado enlo más visible: las expresiones callejeras desatisfacción y repulsa que la detención dePinochet produce entre los chilenos. Sinembargo, en Chile durante las últimas se-manas se están produciendo importantesmovimientos, luego de la perplejidad enque muchos se sumieron –incluso el Go-bierno– por la imprevisibilidad del suce-so, que podrían (y remarco podrían) re-sultar en un gran acuerdo –o en unacuerdo holgadamente mayoritario– parareformar la institucionalidad heredada.¿En qué nos basamos para hacer este aser-to? Principalmente, en que no pocos diri-gentes de la derecha han caído en lacuenta de que el factor Pinochet generauna honda división entre los chilenos quepodría conducir al país a una situación deinestabilidad imprevisible. De ahí que enalgunos sectores de la derecha se escu-chen propuestas tendientes a retirar a Pi-nochet de la vida pública. Otros, aún losmenos, hablan de crear las condicionesidóneas para una verdadera transición po-lítica. ¿Qué puede ganar la derecha conesto? En primer lugar, quizá la repatria-ción de Pinochet, habida cuenta que elmundo vería con buenos ojos que enChile se creen las condiciones que permi-tan la no impunidad de Pinochet. En se-gundo lugar, la derecha ganaría credibili-dad democrática. Linz señala como unode los prerrequisitos de la consolidacióndemocrática cuando “ninguno de los ac-tores políticos principales, partidos, o in-tereses organizados, o instituciones consi-deran que hay una alternativa a la demo-

cracia para ganar el poder, y que ningunainstitución o grupo político tiene un po-der de veto sobre los formuladores de de-cisiones democráticamente elegidos”17.La derecha hasta ahora ha aceptado eljuego democrático, pero una parte im-portante de ella se ha opuesto a la plenademocratización. La convicción demo-crática de la derecha está actualmente enla encrucijada de mantenerse aferrada alas instituciones construidas para garanti-zar el predominio de una minoría o con-tribuir decisivamente a construir un paísverdaderamente democrático. Con todo,aún es demasiado pronto para valorar enqué medida el enjuiciamiento de Pino-chet puede ayudar a crear el clima necesa-rio para generar un gran acuerdo nacionalentre los partidos para modificar la insti-tucionalidad heredada. n

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MARCELO LASAGNA

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Marcelo Lasagna es profesor de Ciencia Políticaen la Universidad Pompeu Fabra (Barcelona), in-vestigador-colaborador del Instituto Internacionalde Gobernabilidad (IIG) de Barcelona.

17 Citado en Sorensen (1993). Juan Linz (1990),Transitions to Democracy, Washington Quarterly 13,núm. 3, pág. 156.

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l XIV Dalai Lama nació el 6de julio de 1935 en Amdo,provincia del noroeste del

Tíbet. Su madre tuvo 16 hijos,de los que sobrevivieron sólo 7.El propio Dalai Lama afirmaque fue un niño normal; peroalgunos de sus comportamien-tos son interpretados como sig-nos de lo que sería en el futuro.Le gustaba mucho meter sus co-sas en una bolsa y gritar: “Mevoy para Lhassa”. Cuando cum-plió los cinco años, ya identifi-cado como la encarnación delXIII Dalai Lama fallecido, fuellevado al palacio de Potala en lacapital del Tíbet y oficialmenteproclamado líder espiritual. Es-tudió todo lo que tiene que saberun monje para conseguir el doc-torado del budismo y, sobre to-do, filosofía budista, lógica, artey cultura tibetanos, sánscrito ymedicina. Estudió también in-glés. Le apasionaba la técnica yuna de sus aficiones era repararrelojes. Tras la invasión del Tíbetpor el Ejército chino en 1950,el Gobierno lo entronizó, a sus15 años, el 17 de noviembre deese mismo año.

Durante mucho tiempo con-fió en conseguir una soluciónpacífica del conflicto. VisitóChina, ingresó en el partido y seentrevistó con Mao. Luego en-vió una tras otra numerosas de-legaciones a Pekín hasta queuna de ellas fue obligada a fir-mar un acuerdo de 17 puntosque equivalía a la capitulacióndel Tíbet. La parte china jamáscumplió sus compromisos derespetar la propiedad, la religióny la cultura tibetanas. En marzode 1959 el Dalai Lama fue in-vitado al cuartel general delEjército chino en Lhassa. De-bía personarse sin escolta. La

población, temerosa de que loschinos pudiesen secuestrarlo yllevárselo a Pekín, rodearon suresidencia. Estallaron disturbiosantichinos. El Dalai Lama, que-riendo evitar el derramamientode sangre, abandonó la ciudaddisfrazado y, tras recorrer du-rante dos semanas los desfilade-ros y valles del Himalaya, llegóa la India. Aunque ese país noreconoció al Gobierno que creóen la emigración, JawãharlãlNehru le concedió el asilo.

La ocupación china ha costa-do la vida a un quinta parte delos seis millones de tibetanos yseis mil monasterios budistashan sido arrasados. El númerode refugiados asciende a unos100.000. Los chinos, que hansaqueado la riqueza forestal ti-betana, han desarrollado unapolítica de colonización del país que ha convertido a los ti-betanos en minoría étnica en supropio país. En diciembre de1989 el Dalai Lama recibió elPremio Nobel de la Paz que, se-gún dijo, le convenció aún másde que con la verdad, el valor yla determinación como armaslos tibetanos conseguirán liberarsu patria.

Adam Michnik. La agresiónchina contra el Tíbet y su ocu-pación han costado ya la vida aun millón de tibetanos. Yo ten-go la impresión de que los chi-nos practican la misma políticaque los bolcheviques rusos con-tra las repúblicas bálticas.

Dalai Lama. Los comunistasson ateos y por eso consideran quela cultura tibetana, todo lo que estibetano, es reaccionario y debeser eliminado. Entre 1950 y1955 mantuvieron una actitudmenos hostil, pero desde 1956 po-

demos hablar de una guerraabierta. Nos sublevamos porqueéramos víctimas de la opresión.Además, somos un pueblo distin-to, con otras costumbres y con otracultura, por cierto, muy antigua,que los chinos consideran unaamenaza para ellos.A. M. Eso explica que destru-yan la cultura tibetana.D. L. Sí, aunque son conscientesde que el espíritu del Tíbet se-guirá vivo mucho tiempo. Eso ex-plica que, al mismo tiempo, tra-ten de convertirnos en una mino-ría étnica en el Estado chino.A. M. En su autobiografía reco-noció que en la juventud se sin-tió fascinado por el comunismochino e incluso escribió poemasdedicados a Mao Zedong.D. L. No escribí el poema en ho-nor del tovarishch, Mao, por mipropia voluntad, pero confiesoque, efectivamente, entonces elmarxismo y la idea del socialismofascinaban. Además, reconozcoque sigo compartiendo muchas delas ideas de Marx sobre la econo-mía. Pienso que en la teoría eco-nómica marxista hay un conte-nido moral muy importante. Enel capitalismo lo único que im-porta es ganar dinero. No haypreocupación alguna sobre cómoha de ser gastado. El marxismo,el socialismo, se interesan tantopor la manera de ganar dinerocomo por la forma de repartirlo.La revolución marxista, la bol-chevique, significó la abolicióndel poder de una clase que se de-dicaba a explotar a la gente. Larevolución tenía como objetivo laabolición de un sistema injusto. Aveces yo me defino como mediomarxista y medio budista.A. M. Es usted una especie decentauro mitológico. Pero suspalabras me obligan a hacer una

reflexión. La economía capita-lista genera riqueza y la repartede manera injusta, mientras quela economía socialista generamiseria, que también divide sinjusticia.D. L. (Se ríe). El sistema rígido,desconfiado y despiadado quesurgió no era auténticamentemarxista. Lo pusieron en prácti-ca Lenin, Stalin y el presidenteMao. En el caso de Lenin las cir-cunstancias hicieron que se im-pusiesen la desconfianza, el odio yla crueldad. En definitiva, esastres lacras se convirtieron en ele-mentos del sistema marxista.A. M. ¿Cómo caracterizaría aMao?D. L. Cuando nos encontramosme causó una enorme impresión.Me parecía que era un gran re-volucionario, un gran líder. Lue-go llegaron los acontecimientos de1957, la Revolución de las CienFlores el año 1964, en el que sedeshizo del ministro de DefensaPeng Dehuai; el comienzo de lacrítica contra Li Shaoqi y el ini-cio de la revolución cultural. Atodo eso hay que añadir lo que re-veló en su libro el médico perso-nal de Mao. Pienso que al prin-cipio pudo ser un honesto revolu-cionario, pero su naturaleza erademasiado retorcida y, cuandoconquistó el poder, fácilmente secorrompió. Vi un programa de laBBC sobre una subasta de objetosque pertenecieron a Ceausescu.Un comunista que se presentabacomo líder del proletariado peroque vivía en la opulencia: unasorpresa muy desagradable.A. M. A nosotros esas cosas nonos sorprendieron porque vi-víamos en un país comunista.D. L. Yo añadiría que al marxis-mo le falta el espíritu humano,le falta el espíritu de la piedad.

E

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E N T R E V I S T A

DIÁLOGO CON EL DALAI LAMAMao, los comunistas y el budismo

ADAM MICHNIK

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Ése es el motivo de todas las des-gracias. Incluso cuando la claseexplotadora ya estaba desbancadase siguió practicando el odio. Nose aplicó la piedad y, por eso, lagente siempre fue desgraciada.A. M. ¿Hay diferencia entre elfascismo y el comunismo?D. L. Pienso que el comunismoobliga a pensar en el trabajo des-de el punto de vista del provechopara la clase obrera. Es un inten-to de implantación de la igual-dad. Al menos así debería ser. Elfascismo, mientras tanto, es sinó-nimo de opresión y crueldad. Pe-ro los Estados comunistas poco apoco van asemejándose a los fas-cistas. Yo no soy un experto en es-tos asuntos, pero el marxismo noestablecía diferencias entre lospueblos, las razas, etcétera, mien-tras que en la Alemania fascista setrataba de la raza, del naciona-lismo.A. M. Pero somos testigos de có-mo el comunismo chino se vatransformando en un chauvi-nismo étnico.D. L. Eso es verdad.A. M. ¿Cree usted en la sinceridadde las declaraciones de Jiang Ze-min? Yo he llegado a la India deuna visita a China. Hablé concomunistas chinos y cuando oíanla palabra Tíbet se endurecían yrepetían invariablemente que laintervención había sido indis-pensable porque el régimen queimperaba en el Tíbet era injusto.Yo les respondía que luego, du-rante la revolución cultural enChina, ocurrieron cosas 100 ve-ces peores que en toda la historiadel Tíbet, pero que en el mundoa nadie se le ocurrió liberar aChina de los chinos. Mi pregun-ta es: ¿qué es lo que realmentequiere Jiang Zemin si rechaza to-das las ofertas que usted le hace?

D. L. Pienso que Jiang pertenece auna nueva generación. Cuandose produjo la crisis de Tiananmenera líder en Shanghai. En esa ciu-dad también se produjeron gran-des manifestaciones de protesta,pero él resolvió el problema demanera pacífica. Proviene de laChina meridional, habla el in-glés y, por consiguiente, tiene unacceso más fácil a lo que pasa fue-ra de China. Hay muchos librossobre Tíbet escritos en lenguas ex-tranjeras y, sobre todo, en inglés,mientras que muy pocos en chino.Así están las cosas. Los comunistassiguen en el poder y se preocupan,ante todo, de los intereses de Chi-na. En ese contexto a mí me pa-rece que Jiang es la persona másadecuada de cuantas podríamostener como interlocutores. Yo tra-to de entablar el diálogo con elGobierno chino. La situación enel Tíbet es grave. Tanto la cultu-ra tibetana como el budismo y elambiente natural corren un seriopeligro. Además, la cuestión delTíbet es sumamente irritante pa-ra los chinos, porque siempre esun riesgo para la unidad y la es-tabilidad de su Estado. Nosotrosestamos interesados en mejorar lasrelaciones con China para el biende nuestra cultura, del budismo ydel ambiente. Esa mejora seríatambién buena para los chinos,que podrían asentar la uni-dad y estabilidad de su Es-tado sobre bases muchomás sólidas.

Precisamente por todo eso tra-to de evitar toda actitud radical.Soy consciente de que la principalpreocupación de los chinos esmantener al Tíbet dentro de suEstado. Precisamente por eso noexijo la separación. Creo que deesa forma ayudo a los chinos a

alcanzar una unidad y estabili-dad verdaderas. Si el Gobiernode China nos diese un mínimode autonomía tendríamos la ga-rantía de que la cultura tibetanasería salvada.A. M. ¿No le parece que los chi-nos se asemejan a un enorme

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Dalai Lama

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elefante indio, que se moja laspatas en noviembre pero no tiene catarro hasta abril? ¿No leparece que lo hacen todo dema-siado tarde? ¿No abordan acasolas reformas indispensablescuando ya tienen el agua al cue-llo? Pero ocurre que en situacio-nes tan forzadas las reformas yano son reformas sino destruc-ción. Fíjese usted en el ejemplode Rusia y Chechenia. Si los ru-sos hubiesen negociado antescon los chechenos y les hubiesendado la autonomía que hoy tie-nen, no hubiese habido guerra.Si los rusos no hubiesen invadi-do Afganistán, ese país no esta-ría hoy castigado por los inte-gristas. ¿No piensa usted queuna variante igual de nefastapuede relacionarse con el Tíbet?D. L. No descarto esa posibilidad.Si la política de China no cam-bia, en los tibetanos crecerán elsentimiento de hostilidad y el ren-cor. Si el apogeo de esos senti-mientos coincidiese con mi muer-te, los tibetanos podrían sentirsedesesperados y optar por la vio-lencia. Todo es posible. Si hay al-gún buen amigo a la vez del Tí-bet y de China, debería interce-der ahora, mientras yo vivo.A. M. Imaginemos ahora unaevolución positiva. Suponga-mos que Tíbet ya es libre.¿Piensa usted que habría quetratar de marginar a los comu-nistas de la vida pública? ¿Seríaconveniente dedicarse a la cazade los colaboracionistas que sir-vieron al poder chino? En Polo-nia y en otros antiguos paísescomunistas la discusión en tor-no a ese problema sigue siendomuy viva.D. L. Sí, conozco el problema y séque existe en la Alemania Orien-tal y en la República Checa. Yocreo que la solución mejor es laque se ha dado al asunto en laRepública de África del Sur. UnaComisión de la Verdad y la Re-conciliación. Durante el encuen-tro que tuvimos los premios No-bel hablé de ese asunto con elobispo Desmond Tutu. No hayque olvidar el pasado, pero hayque perdonar.A. M. Yo suelo decir: amnistía sí,amnesia no.

D. L. Me parece muy acertado.En el Tíbet es muy fácil distin-guir a las víctimas de sus perse-guidores. Aunque son varios mi-les los tibetanos que pertenecenal Partido Comunista de China,uno de los dirigentes de esa orga-nización confesó públicamenteque podía confiar solamente endos tibetanos. Yo pienso que in-cluso esas dos personas llevan muydentro su espíritu tibetano.A. M. ¿Pero no cree usted queesa certidumbre de que, entanto que colectivo no se esculpable es muy peligrosa? Yocreo que la enfermedad másgrave del poscomunismo es laque hace pensar a las personasque ellas mismas son inocen-tes y carecen de toda culpa.Cuando ocurre así renuncia-mos a buscar la responsabili-dad en nosotros mismos y noslanzamos a la caza de brujas.Para mí, en la Europa posco-munista lo peor de todo es esatendencia a achacar la culpa alos demás. La mayoría piensa:“Yo soy inocente, los culpableson otros”. Sólo Vaclav Havel,el presidente checo, exhortó atodos a buscar su propia res-ponsabilidad por el pasado, supropia culpabilidad. La ino-cencia colectiva se consolidahoy en Letonia y Estonia y sir-ve para discriminar a la pobla-ción rusa. Los que fueron víc-timas con demasiada facilidadse transforman en verdugos.D. L. Lo que usted me está di-ciendo es para mí algo totalmen-te nuevo, algo muy útil, porqueamplía mis conocimientos. Ten-dré que reflexionar sobre ese fe-nómeno.A. M. La India era un país quesolía asociarse con la filosofía dela no violencia. Hace poco, sinembargo, llevó a cabo varios en-sayos nucleares. ¿Cómo expli-carlo?D. L. Se trata de algo evidente-mente negativo, porque las armasnucleares, todas, deberían de serprohibidas. Pero el mundo acep-ta que los grandes pueblos tenganprivilegios y uno de ellos es dispo-ner de armas nucleares. La In-dia tiene un gran pueblo. Por esoyo siempre defiendo la idea de la

prohibición total de las armasnucleares.A. M. ¿Y le parece realista esareivindicación?D. L. Bueno, ya sé que es algo queno se conseguirá de un día paraotro, pero habría que recalcar conabsoluta claridad que ése es el ob-jetivo final.A. M. ¿No le parece que más fá-cil será que nos toque vivir enun mundo en el que todos lospaíses tendrán sus propias bom-bas atómicas?D. L. Yo pienso que hay que optaro por permitir que todos dispon-gan de esas armas o por que nolas tenga nadie. Creo que no hayduda de que la única soluciónsensata es la prohibición total. Esilógico que haya cinco países conderecho a tener esas armas y otros,como Irak, controlados por losinspectores. Si se prohibiesen to-talmente las armas nucleares es-tarían más que justificados losbombardeos contra aquellos quelas fabricasen.A. M. Es cierto, pero no se con-seguirá porque Estados Unidosjamás aceptará esa solución.D. L. Eso no significa que deba-mos guardar silencio. En EstadosUnidos también hay mucha gen-te que no apoya la política delGobierno.A. M. Es verdad, pero pese a to-do Estados Unidos es un paísdemocrático, aunque su demo-cracia no sea perfecta.D. L. ¿Conoce usted algún paíscon una democracia perfecta?A. M. No. Yo soy de la opiniónque sólo las dictaduras son per-fectas. China es un país totalita-rio, no del todo ni en todo, pe-ro totalitario. La diferencia con-siste en que cuando EstadosUnidos dice que no hará uso delarma nuclear, podemos confiaren que mantendrá la palabraporque es un país democrático.D. L. Eso es verdad.A. M. Cuando los chinos dicenque no usarán el arma nuclearpodemos estar seguros sola-mente de que lo han dicho. Poreso yo pienso que la consignadel desarme general y total esdar cartas de triunfo a los em-busteros. Ahora fíjese: si es tandifícil controlar los arsenales de

Sadam Husein, ¿cómo controlarlos de Pekín?D. L. Sin embargo, mantengo queen la situación actual enviar ins-pectores a Irak es injusto. La ma-yoría de los Estados árabes estádescontenta de lo que hace Sa-dam Husein, pero también lo es-tán de la política de Estados Uni-dos y de los actos de la organiza-ción de las Naciones Unidas. SiNorteamérica aceptase la prohi-bición total de las armas nuclea-res habría fundamentos para en-viar inspectores también a Rusiao China.A. M. Hay que admitir que elmundo es injusto, y al mismotiempo no aceptarlo y pregun-tarse qué hacer para que sea másjusto.D. L. ¿Por qué luchasteis vosotros,Solidaridad, por la independen-cia de Polonia a pesar de que laUnión Soviética era una potenciatan enorme? ¿No parecía acasoque vuestros objetivos eran inal-canzables? Sin embargo, triun-fasteis.A. M. Yo siempre estoy a favorde escoger objetivos irreales. Soyde la generación del 68 y sé queser realista es tratar de conse-guir lo imposible. Pero no ten-go la menor duda de que noso-tros, solos, jamás habríamosvencido a la Unión Soviética.Empleamos el mismo arma queusted, la no violencia, actuamoscomo Martin Luter King, peroconfieso que de nuestra debili-dad hacíamos una virtud. Sa-bíamos que éramos demasiadopocos para ganarle la guerra apedradas a la Unión Soviética.Pienso que por eso optamos porla no violencia. Pero al mismotiempo pensábamos que nuestraestrategia podría resultar eficazporque existía Estados Unidos,que chantajeaba a Moscú conla guerra de las galaxias. Noso-tros estábamos en conflicto conlos pacifistas de Europa Occi-dental porque ellos decían queera mejor ser rojos que muertos,mientras que nosotros decíamosque no queríamos matar a nadiepero no queríamos ser esclavos.Por eso defendíamos la idea deque la única vía existente parallegar al desarme es desmantelar

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primero las dictaduras y los to-talitarismos. Sadam Husein esuno de los que jamás se desar-mará porque así se lo exija unaresolución de la ONU. De nohaber sido por la guerra delGolfo seguiría ocupando Ku-wait sin intención alguna deabandonarlo. Lamentablemen-te, los dictadores entienden úni-camente el lenguaje de la fuerza.D. L. Eso es cierto.A. M. Si Pekín se ve obligado atener en cuenta lo que usted di-ce es porque usted es fuerte. Nohay que tener aviones y tanquespara ser fuerte. Por otro lado,con la razón no basta. No hayresolución de la ONU que obli-gue a Husein a obrar de acuer-do con la justa razón. ¿Por quétiene encima a los inspectores?Porque agredió a Kuwait. Anteslos inspectores no le molesta-ban. Pero permítame que le ha-ga otra pregunta: ¿por qué hayhoy tanto odio étnico y religio-so? En Yakarta, en esta zona delmundo, la muchedumbre ase-sinó a un cristiano. ¿Por quéhay tanta violencia vinculada alo étnico y lo religioso?D. L. Todos los indonesios sufrie-ron por culpa del régimen deSuharto. En sus entrañas llevanmucho rencor y resentimientos.La situación económica del países precaria. Pienso que las causasde la violencia son, principal-mente, de índole económica. Poravaricia y envidia las muche-dumbres atacaron a los núcleosde hombres de negocios chinosadinerados. Pienso que en unasituación tan tensa incluso unmotivo insignificante puede serla causa de que la muchedumbreagreda a la Iglesia.A. M. Las postrimerías del sigloXX han acarreado una nueva olade odios y fanatismos étnicos yreligiosos. En la India los hin-dúes destruyen las mezquitas.D. L. Pero al mismo tiempo crecela armonía entre las diferentes re-ligiones. Ésa es al menos la sensa-ción que yo tengo. Lo que pasa esque de eso no se escribe, no se ha-bla.A. M. ¿Dónde crece la armonía?D. L. Creo que eso sucede en Eu-ropa y en América. Desde hace

un cierto tiempo el Vaticano ha-bla de distintas religiones y no so-lamente de una. Sé de sacerdotes,monjas y frailes católicos que nosolamente se interesan por el bu-dismo sino que aplican tambiénlas técnicas budistas. Por eso pien-so que la comprensión mutua cre-ce entre las religiones.A. M. ¿Pero no le parece que lasreligiones son utilizadas cadavez más como armas en las gue-rras políticas? En Estados Uni-dos hay enemigos del abortoque disparan contra los médicosginecólogos que lo practican; enIsrael un fanático religioso ase-sinó al primer ministro Rabínporque desarrollaba una políti-ca pacífica.D. L. También hay musulmanesfanáticos, ciudadanos de la In-dia que son hindúes fanáticos ytibetanos que son budistas faná-ticos. El fenómeno del sectarismoafecta a todas las religiones.A. M. Pero mi pregunta es: ¿pre-senciamos un fenómeno del pa-sado o, por el contrario, se tra-ta de algo nuevo?D. L. Tradicionalmente, el mun-do de la religión es el mundo deuna verdad única. En un mundoasí es muy difícil aceptar los va-lores de otras religiones. En el pa-sado la gente tenía menos con-tactos con los fieles de otras reli-giones y, por consiguiente, no setrataba de un problema tangrande. Ahora la circulación dela información, así como los con-tactos humanos, han hecho quenos rocemos constantemente conotras religiones. Pero pienso quela gente que vive en un mundode una sola religión se siente in-segura. Ésa es la razón de quevean un peligro en los extraños,fieles de otras religiones, que en-tran en su mundo y ésa es una delas causas del integrismo. Peropor otro lado, gracias a un mejoracceso a la información y del au-mento de los contactos, cobrafuerza el modelo del pluralismo.Los integristas y la gente de men-te abierta tienen que andar pasoa paso, unos junto a los otros.Hay una contradicción internaentre el pluralismo y la idea deque hay sólo una religión verda-dera, un pensamiento único. Pa-

ra poder superar esa contradic-ción es menester, a mi modo dever, que aceptemos que la reli-gión, cualquiera, y también elmodelo de razonamiento, puedenser verdaderos y únicos solamen-te para el individuo. Yo soy bu-dista y el budismo es para mí lamejor de las religiones. Pero paramis hermanas y hermanos cris-tianos la mejor es el cristianis-mo. Cuando nos encontramos mihermano cristiano y yo surge elmundo del pluralismo. Por esopienso que para las comunidadeshumanas, para los pueblos, nadahay mejor que el pluralismo.A. M. Los líderes religiosos sue-len tener problemas no sola-mente con las demás religionessino también con la democra-cia, porque la fe se remite a loabsoluto mientras que la demo-cracia, por su naturaleza, es unanoción relativa y de ahí que nosea perfecta. Usted es atacadopor los comunistas chinos co-mo símbolo de la teocracia.Mientras tanto, precisamenteusted es el único líder religiosodel mundo que de manera con-secuente se pronuncia a favorde la separación de la Iglesia delEstado.D. L. Pienso que las institucionesreligiosas y las políticas deben es-tar separadas. Es mejor, no obs-tante, que los líderes políticos, entanto que individuos, sean fieles aalguna religión. Yo preferiría queel Tíbet, su Estado y su pueblo,fuesen laicos. Si el Tíbet fuese go-bernado por una jerarquía reli-giosa, la budista, por ejemplo, losmusulmanes y cristianos que vi-ven hoy en él y los ateos que pue-dan aparecer en el futuro ten-drían problemas. El gobierno de-be estar en manos laicas.A. M. ¿Piensa lo mismo la ma-yoría de los monjes tibetanos?D. L. Es probable, porque la reli-gión budista no se remite a lo ab-soluto; no hay un Dios creadorde todas las cosas; es un poco dis-tinta.A. M. Hay mucha gente que te-me que la globalización puedadestruir las culturas nacionales.Otros dicen que las protestascontra la globalización estánanimadas por los brotes de

chauvinismo étnico. Leí la con-versación que tuvo con usted elperiodista francés Jean-ClaudeCarriere. Le aterroriza la ameri-canización de Francia. A mí meparece que se trata de una puraobsesión francesa. Yo no temola americanización de Polonia,porque creo que allí donde nohay violencia ni policía practi-cándola no hay nada malo enla interpenetración de las cul-turas. Pienso que la India se-guirá siendo la India por mu-chos McDonalds que se cons-truyan en ella.D. L. Yo pienso que la globaliza-ción es, ante todo, un problemaeconómico. En lo que concierne ala economía vemos que las fron-teras ya no tienen importanciaalguna. Junto con la globaliza-ción económica se produce la pro-pagación de los valores culturales;por ejemplo, de la música, delrock. Y creo que cuando una per-sona tiene auténticos valores cul-turales propios, el contacto conotros valores sólo puede darle ale-gría. Lo que se tiene en propie-dad no se pierde. Otra cosa escuando se carece de un acervocultural propio, porque entoncesla cultura mejor desplaza a la peor. En esos casos la cultura aje-na triunfa. Yo acepto que la gen-te cambie su cultura, que asimilenuevos valores, siempre y cuandolo haga por su propia voluntad.Pienso que se trata de un procesonatural de evolución. De la mis-ma manera que cambian los há-bitos en la alimentación y en elvestir, también cambian, aunqueen un grado menor, en el pensar.En el caso del Tíbet tengo quedecir que parte de su acervo cul-tural es el sistema social tradicio-nal, que también cambia. Otroselementos son valores más pro-fundos como la calma interior yla actitud amistosa frente almundo. Esos valores son buenos;son la parte buena de la cultura y,por eso, creo que habría que con-servarlos.A. M. Hablemos también de losmedios. Hay mucha gente quetiene miedo a una colonizaciónllevada a cabo con ayuda de losmedios de difusión. Su interlo-cutor francés comparó la inva-

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sión de los medios norteameri-canos en Europa con la inva-sión de los medios chinos en elTíbet. Yo creo que esa compa-ración es absurda porque en elTíbet detrás de la televisión chi-na hay un gendarme. ¿Piensausted que debería existir algúntipo de censura en los medios?D. L. No, ninguna.A. M. ¿No hay valores que debe-rían de ser protegidos con ayudade la censura? Su actitud es su-mamente rara entre los líderesreligiosos y creo que me estoyacercando cada vez más al bu-dismo. Entre la juventud tibeta-na hay síntomas de impacien-cia. Usted siempre exhortó a lu-char sin recurrir a la violencia.D. L. Así es.A. M. ¿Dónde están los límitesde la paciencia? Gandhi decíaque la frontera está allí dondetenemos que elegir entre la vio-lencia o la cobardía. Decía queen situaciones así había que op-tar por la violencia. ¿Cuál es suopinión?D. L. ¿Qué significa la no vio-lencia? Desde el punto de vistadel budismo es muy difícil dis-cernir entre la violencia y la fal-ta de violencia. Si tienes unasincera convicción fundada enla compasión o la preocupación,aunque hagas uso de palabrasduras e incluso golpees no estásrecurriendo a la violencia. Si al-guien tiene la intención de esta-far o de explotar a otro, aunqueemplee para conseguir su objeti-vo las palabras más dulces, aun-que haga regalos y tenga una ra-diante sonrisa, está haciendo usode la violencia. No es la violen-cia física, porque sus métodos sonpacíficos, pero es violencia. Elánimo que tiene la persona es loque determina si actúa o no conviolencia. El budismo enseñaque si el objetivo que se persiguees adecuado, la violencia física eslícita.A. M. Entonces, de acuerdo conesa definición, el sindicato Soli-daridad hacía uso de la violen-cia, aunque sin la fuerza física.D. L. Vosotros luchabais por vues-tros derechos y ése era un objetivojusto. Si la intención de Solida-ridad hubiese sido destruir a la

Unión Soviética la cosa sería dis-tinta.A. M. Confieso que algo de esotambién había.D. L. (Ríe a carcajadas). Uno devuestros objetivos es la democraciay eso puede significar la destruc-ción del régimen totalitario chi-no. Pienso que la solución ade-cuada tendrá que ser hallada encomún por los tibetanos y los chi-nos. El apoyo del pueblo chinodisminuiría si fuese derramadala sangre.A. M. ¿Y no teme usted que lajuventud tibetana pueda pensarque va usted demasiado lejos enel intento de conseguir un com-promiso?D. L. Sí, efectivamente, las orga-nizaciones juveniles son muy crí-ticas en cuanto a mi posición. Yotrato de conseguir una autono-mía auténtica. Ahora bien, coin-cidimos en cuanto a los métodos aemplear en la lucha.A. M. Hoy en Occidente, enEuropa, el budismo vive un pe-riodo de auge. ¿Qué es lo quepropone el budismo a los euro-peos y que no les da el cristia-nismo?D. L. Yo no pienso que se trate deque el budismo responde a pre-guntas a las que el cristianismono consigue contestar. La huma-nidad tiene muchos gustos y paramuchos la idea mejor es la delCreador. Pero hay otros que pre-fieren la idea de la autocreación.Entre los muchos millones de sereshumanos hay también gente quese identifica con las concepcionesdel budismo. Yo opino que todaslas grandes religiones del mundotienen el mismo potencial. Inde-pendientemente de sus distintasfilosofías, todas tienen el mismocontenido: amor, compasión yperdón. Ésa es la esencia de la re-ligión. Sólo los ritos son distin-tos. Por eso yo suelo decirle a lagente que es mejor que sea fiel asu propia religión, a su tradición.Cambiar de religión no es fácil. Alos que se han convertido al bu-dismo en Europa y en Américayo suelo decirles que es probableque sientan en sí mismos la nece-sidad de justificarse por decisión.Y les digo también que, a la horade hacerlo, traten de no ser de-

masiado críticos con su fe ante-rior y no busquen en esa críticasu justificación por haberse pasa-do al budismo.A. M. ¿Qué opinión le merecióel capítulo consagrado al budis-mo en el libro del Papa Superarlos límites de la esperanza, quetantas protestas provocó en SriLanka?D. L. Define el budismo como unareligión pasiva que no se preocupade la sociedad. Los monjes real-mente han de aislarse de la socie-dad, pero el budismo es una con-cepción que ayuda a entender nosolamente a otras personas sino atodas las criaturas vivas. Precisa-mente para poder ayudar a todoslos seres se tiende a alcanzar lailustración, el estado de Buda. Yocreo que un razonamiento así nopuede ser calificado de pasivo. Unobservador superficial podría te-ner esa impresión, pero dimanadel desconocimiento.A. M. Usted en su libro se ma-nifiesta a favor del control delos nacimientos. ¿Eso quiere de-cir que acepta los anticoncepti-vos? ¿Cuál es su posición frenteal aborto?D. L. Sí, claro que acepto los an-ticonceptivos, pero no el aborto.Opinamos que abortar equivalea matar y por eso hay que tratarde evitarlo. Estoy a favor del con-trol de los nacimientos. En reali-dad el budismo opina que la vi-da es algo muy valioso y no esdemasiado lógico que queramoslimitar algo que vale mucho. Elproblema consiste en que actual-mente, en la situación en que nosencontramos, hay demasiados se-res humanos. Nuestra supervi-vencia está en peligro. Por consi-guiente, para garantizar una vi-da mejor a los que existantenemos que limitar los naci-mientos. Es indispensable. Ahorabien, de ninguna manera se pue-de hacer semejante cosa con eluso de la fuerza.A. M. Sí, pero en Irlanda se cas-tiga con la cárcel a quienes prac-tican el aborto, en la India sepermite el aborto y en China,en determinadas condiciones,es obligatorio. ¿Cuál de esa so-luciones es la mejor?D. L. La que aplica la India. Las

autoridades hacen llamamientosen contra del aborto, pero no leyes.A. M. Y la última pregunta. Us-ted escribió que la vida es lapreparación de la muerte. ¿Có-mo hay que aprender a vivir pa-ra morir dignamente?D. L. Hay que vivir en paz con lapropia conciencia y servir a otrostodo cuanto se puede.A. M. Muchas gracias. n

[Esta entrevista se realizó en diciem-bre de 1998].

Traducción: Jorge Ruiz Lardizábal.

DIÁLOGO CON EL DALAI LAMA

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Adam Michnik es director del periódi-co Gazeta Wyborzca.

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la vista de la inmensidaddel campo de la literaturacreativa durante el siglo

XX, que comprende narrativa,teatro y poesía, e incluye impor-tantes subgéneros como la nove-la de espionaje, el relato de mis-terio y la ciencia-ficción, quieroaclarar desde el comienzo quesólo voy a tratar sobre la novelatradicional, siendo ésta una for-ma de literatura que he leídocon asiduidad y que en muchoscasos constituye una sustancialcontribución al conocimiento dela historia y la cultura europeas.Pero, algo más importante quelas cuestiones de forma, los no-velistas de todas las lenguas eu-ropeas han aspirado siempre aestudiar los problemas espiritua-les de su época. Los mejores –co-mo Jane Austen, las hermanasBrontë, George Eliot y ThomasHardy en Inglaterra; Stendhal yFlaubert en Francia; Galdós yEmilia Pardo Bazán en España;Manzoni en Italia; Storm y Fon-tane en Alemania; Tolstói, Dos-toievski y Gogol en Rusia– ofre-cieron, explícita e implícitamen-te, una crítica filosófica de lavida humana que se reflejaba ensus novelas. Ni siquiera las me-jores versiones cinematográficaso televisadas de estas novelaspueden sustituir la lectura refle-xiva (meditada) que pone al lec-tor individual en contacto di-recto con el mundo mental delescritor. Esta función sigue sien-do hoy tan importante como enel pasado. Sin deseo alguno depropugnar una jerarquía de co-losos canónicos de la creación(algo para lo que, en todo caso,no estoy en modo alguno cuali-ficado), voy a examinar una seriede novelas importantes, elegidaspor su relevancia para la expe-

riencia histórica de los pueblosde Europa en el siglo XX másque por su originalidad formal osu excelencia estética.

Thomas MannEn La montaña mágica, publi-cada en 1924, seis años despuésde finalizar la I Guerra Mundial,y mediada la vida de la inestabley constantemente atribulada Re-pública de Weimar, Thomas

Mann estudió la totalidad delpaisaje espiritual de la Europade comienzos del siglo XX. Lamontaña mágica es un ejemploestelar del tipo de novela par-ticularmente cultivada por losalemanes, el Bildungsroman, onovela que se centra en la edu-cación que proporciona la vida ala figura central del relato. El jo-ven Hans Castorp, primogéni-to de una familia comerciante

hanseática, está destinado, consu consentimiento pasivo, a con-vertirse en ingeniero y adminis-trador de la empresa familiar.Esta preparación convencionalpara una vida convencional seve interrumpida por lo que enprincipio es una visita de tres se-manas a un primo suyo en unsanatorio para tuberculosos enlos Alpes suizos. Al fin, ésta seconvierte en una residencia edu-cativa de siete años en el Berg-hof, con menos requisitos queuna beca Erasmus o Fulbrighthoy día; más bien como un pe-riodo de meditaciones intelec-tuales indefinidas, sin responsa-bilidades y sufragado por supróspera familia. El regreso deljoven Hans Castorp a la “tierrallana” no se produce hasta quetoma la decisión de presentarsevoluntario para el servicio a lapatria en agosto de 1914.

El lector es informado conabundantes pormenores sobre lasrutinas y la vida médica y socialdel Berghof; se le ofrecen datosenciclopédicos sobre la historia ytratamiento de la tuberculosis, laenfermedad que en efecto máspreocupaba a la Europa anteriora 1914. A través de observacionesy conversaciones, el lector se en-tera de las circunstancias econó-micas y sociales precisas de losmúltiples pacientes, y de cómola enfermedad, la amenaza demuerte y la experiencia de sufri-miento intenso y de muerte afec-tan a la perspectiva y la conduc-ta de los diversos individuos. Elhéroe se enamora perdida, perosilenciosamente, de una seduc-tora dama rusa que llega tarde alas comidas y permite que lapuerta del comedor se cierre degolpe tras de sí. Sus ojos “kirghiz”le recuerdan a un compañero de

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LA LITERATURA COMO TESTIMONIOCinco novelistas del siglo XX

GABRIEL JACKSON

Thomas Mann

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colegio al que había idolatrado adistancia y al que en una ocasiónmemorable había pedido presta-do un lápiz. Su obsesión con ma-dame Chauchat le induce a pro-fundas meditaciones sobre la am-bigüedad y la extremadainhibición de sus impulsos se-xuales, sobre la relación entre en-fermedad y amor, sobre las dife-rencias culturales entre la disci-plinada y ordenada Alemania yRusia, “indómita y primitiva”.

Pero, con respecto al tema deeste libro, las partes más extra-ordinarias de La montaña mági-ca son los debates políticos enque el liberal anticlerical italianoSettembrini y el jesuita fanáticoNaphta compiten por dominar asu discípulo Hans Castorp, in-teligente y bien dispuesto peroreciamente independiente. Set-tembrini es republicano, admi-rador de la ilustración y de latradición jacobina de la Revolu-ción Francesa. Es un combativodefensor de la democracia laica,las plenas libertades intelectualesy el Gobierno constitucional.Desprecia lo irracional, inclui-dos los aspectos irracionales delos tratamientos médicos al uso,las ideas psiquiátricas y psicoló-gicas vagamente definidas (o,aún peor, pretenciosas), propug-nadas en las conferencias del di-rector del Berghof, y las emo-ciones “dudosas” inducidas porlos ojos kirghiz y por la música.Para Settembrini, la ignorancia yla injusticia están tipificadas porlos imperios austrohúngaro y ru-so. La esperanza de la humani-dad reside en las tradiciones deLocke y Voltaire, en la presuntaclaridad racional de los puebloslatinos (franceses e italianos enparticular), en el desarrollo de latecnología y el comercio al ser-vicio (como servidoras) de la li-bertad y en la acción internacio-nalista y republicana de la ma-sonería y otras organizacionesdemocráticas laicas1.

Naphta no siente sino des-precio hacia toda la ilustración

laica. Los hombres son débiles eignorantes por naturaleza; nece-sitan autoridad y jerarquías, y lafe debe siempre dominar sobreel intelecto. Los ideales deNaphta son los que atribuye asan Bernardo: “el molino” y “elcampo arado” del trabajo terre-nal en pro de la mayoría; la vidacontemplativa, la oración devo-ta y la disciplina penitencial pa-ra la élite intelectual. Naphtaafirma con vehemencia que laexcomunión y la quema en lahoguera en la Edad Media, y eluso de tortura y la pena demuerte en la Edad Moderna sehan practicado en realidad por elbien del alma pecadora del hom-bre. El pasado idealizado era elpredominio sin resistencia de laIglesia medieval sobre una so-ciedad predominantemente ru-ral. Este ideal quedó destruidopor la aparición de la burguesía;y Naphta asocia todos los peca-dos del codicioso capitalismocon el triunfo de la democracialaica. Así, predice que la era bur-guesa pronto será destruida poruna revolución en que se uniráncomunismo económico y terrorpolítico2.

Esta novela culta y fuerte-mente intelectual fue creada aintervalos entre 1914 y 1924. Lafigura de Settembrini está engran parte inspirada en la perso-nalidad del hermano mayor deThomas Mann, Heinrich, quese atrevió a ser profrancés du-rante la guerra y con quien Tho-mas había discutido acrementepor su propia adhesión a las pos-turas conservadoras y patrióti-cas. La figura de Naphta debemucho a la amistad de Manncon Gyorgy Lucacs, un destaca-do marxista húngaro, hombrede cultura enciclopédica y des-treza dialéctica que, a comien-zos de los años veinte, era pro-bolchevique entusiasta. El pro-pio Mann, después de la derrota

alemana de 1918, evolucionósostenidamente hacia posicionesprodemocráticas y antinazis. Esesencial recordar que Settembri-ni y Naphta son creaciones ficti-cias, por muy inspiradas que es-tuvieran en las impresiones deMann de su hermano y de Lu-cacs. Pero el poder de una ima-ginación creativa dio a La mon-taña mágica la fuerza de unaprofecía involuntaria, pues en1924 Hitler era poco más queun poco conocido orador ver-borreico y Stalin una figura des-tacada pero en modo algunomáximamente poderosa de lanueva Unión Soviética.

Pero todos los horrores de lasposteriores dictaduras nazi y es-talinista (el odio homicida a laburguesía, el odio a los intelec-tuales, la justificación “racional”de las confesiones arrancadaspor la fuerza y las penas demuerte, la “salvación” de almasmediante torturas inquisitoria-les, la insistencia en la jerarquíay la fe ciega, el trato a los sereshumanos como receptáculos de-sechables), todas estas caracte-rísticas comunes al nazismo y elestalinismo fueron imaginadasy dramatizadas con antelación alos hechos en la figura de Naph-ta. Simultáneamente, la figurarival, Settembrini, muestra mu-chas de las debilidades del típicointelectual liberal: subestima-ción de los elementos irraciona-les de la naturaleza humana,tendencia a suponer que las pro-clamas virtuosas serán seguidaspor conductas virtuosas, que to-dos los problemas de una socie-dad compleja pueden solucio-narse con legislaciones raciona-les aplicadas por medio depersuasión jacobina (en su ma-yoría pacífica). En cuanto aHans Castorp, “delicada criatu-ra de la vida” como su creador ledenomina repetidamente, él es-tá dispuesto a aprender de to-das sus experiencias: de los de-bates entre sus tutores rivales,de su pasión por madame Chau-chat, del honorable e idealistaprusianismo de su primo militaral que ha venido a visitar, de laretórica en ocasiones culta y enotras de pacotilla de los médicos

directores del sanatorio Berghof,de escuchar discos de músicaclásica, de la compañía de unplantador colonial holandés yajubilado con una personalidad“apabullante” y de las sesionesde espiritismo con sillas levitan-tes y todo.

La montaña mágica no ofreceprecisamente una visión opti-mista del destino de Europa (ohumano). Dos de los principalespersonajes se suicidan. Así, noobstante su inmensa vitalidad,su riqueza y sociabilidad, y la fa-cilidad con la que domina to-das las conversaciones y disfrutadel amor protector de madameChauchat, el propietario deplantación holandés, MynheerPeeperkorn, decide suicidarsecon un veneno rápido antes quesoportar el lento deterioro de lavejez. Y no obstante la aparentecertidumbre de sus conviccio-nes políticas y las múltiples co-modidades materiales que laproporciona su Orden, el jesui-ta Naphta también se quita la vida. El motivo es el duelo con él que, en un momento de incontrolable pasión política, ha provocado Settembrini.Naphta rechaza todos los es-fuerzos de sus amigos mutuospara evitar el fatal resultado.Cuando los dos hombres se en-cuentran cara a cara a tres pasosde distancia, Settembrini, quese niega a matar por principio,dispara al aire. Naphta, con ungrito de “cobarde” a su enemigo,se dispara un tiro en la cabeza.

Éste es el final temporal detoda esta experiencia intelectualy emocional que prefigura demanera extraordinaria los finesespirituales no resueltos de la vi-da europea en el siglo XX. La IGuerra Mundial, mayoritaria-mente imprevista en el Berghofal igual que entre la mayoría delos ciudadanos europeos, estalla,y Hans Castorp, el joven alemánobediente, pese a ser intelectual-mente independiente, regresa ala “tierra llana” para incorporar-se al ejército alemán. Lo encon-tramos por última vez avanzan-do pesadamente en una de esasaterradoras batallas de infante-ría que caracterizaron el Frente

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1 Para los fragmentos principales enlos que Settembrini expone sus convic-ciones, Thomas Mann, Der Zauberberg,

Fischer Taschenbauch Varlag, 161-170,259-266; y en inglés, A. A. Knopf Vinta-ge pb., 156-164, 244-250. (Versión espa-ñola: La montaña mágica, Plaza y Janés,Barcelona 1979).

2 Para la ideología de Naphta, Fischered., 393-408, 414-428, 474-486; Vintageed., 372-386, 393-405, 450-462.

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Occidental. El autor no nos di-ce si Hans ha sobrevivido a laguerra, ni considera que ésta seauna cuestión importante. Contodo, no sería enteramente exac-to decir que siete años de Bil-dung no habían producido otracosa que lúgubres pronósticospolíticos y el derroche de unaeducación magníficamente ricaen una carnicería militar. Doselementos hacen soportable loque sería de otro modo una lec-tura densa y pesimista. Uno es lasensibilidad de Mann para ellenguaje hablado y la otra susentido del humor, irónico y enocasiones literalmente fantásti-co. El ingenio y la capacidad pa-ra describir las tramas interioresde la personalidad sugieren quela vida merece ser vivida y estu-diada simplemente por su infi-nita variedad, porque es diverti-da y es dinámica.

Pero hay también un inci-dente significativo en que el au-tor plantea la posibilidad de unideal positivo. El joven Hans seha ido a esquiar, se ha perdido,corre el riesgo de morir congela-do y tiene una serie de sueños.En ellos ve imágenes de la belle-za racional e inundada de luz dela escultura y la danza griegas, ala par que imágenes horripilan-tes de brujería, tortura y sacrifi-cios humanos. Al final de estaserie de sueños de duermevela, ycuando ha recobrado fuerzas pa-ra volver esquiando al hotel, sedice, en palabras destacadas encursiva por el autor: “En aras delbien y el amor, el hombre no hade permitir que la muerte se en-señoree de sus pensamientos”3.Y, sin embargo, si ésta fue la va-liosísima lección aprendida porHans Castorp en estos sieteaños, ¿no cabía un final mejorque el servicio en uno de losejércitos que estuvo a punto dedestruir la civilización europeaen la Gran Guerra? La preguntasigue siendo pertinente, mal quenos pese, 70 años después. Pro-bablemente se haya llegado auna paz permanente entre los

protagonistas de aquella guerra:Inglaterra, Alemania y Francia,pero las culturas avanzadas vi-gentes de todo el globo ofrecenaltas oportunidades educativas yalto nivel económico a personasque van a dedicar su vida profe-sional a “mejorar” armas nuclea-res, químicas y biológicas.

Boris PasternakAl comienzo indicaba que en elsiglo XX la novela ha cedidomucho terreno como descrip-ción de la vida ante otras fuentesde entretenimiento e informa-ción: el cine de ficción, el cinedocumental, las series de radio ytelevisión, las novelas de detecti-ves y espionaje. Esto es sin dudaaplicable a Occidente y tambiéna los primeros años de la revolu-ción rusa, pues, en un principio,los bolcheviques acogieron to-das las tendencias vanguardistasdel arte y la literatura europeos;

se preciaron mucho de protegerla libertad artística y considera-ron la radio y el cine como me-dios excelentes para entretenery educar simultáneamente a to-da la población de la futura so-ciedad políglota, multinacionaly desclasada. Pero cuando se hi-zo rápidamente evidente que susideales y sus lemas no se corres-pondían con la experiencia realde la gente sobre la que gober-naban procuraron establecerfuertes controles ideológicos so-bre publicaciones, teatro y cine.Estas tendencias dogmáticas semanifestaron con claridad en ladécada de 1920 y quedaron fir-memente codificadas bajo la dic-tadura de Stalin. La literaturapublicada en los años treinta te-nía que ajustarse a los ideales“proletarios” y “socialistas” ex-puestos por el partido. El dogmapareció ablandarse un tanto du-rante la guerra de defensa contra

los nazis pero, inmediatamentedespués de la victoria Stalinreimplantó estrictos controlesideológicos.

Boris Pasternak gozaba ya dereconocimiento por su talentopoético en el momento de la revolución. Entre 1917 y 1929publicó varios volúmenes depoesía y una cantidad menor deprosa literaria y autobiográfica.El talante de Pasternak no erapolítico. Aceptaba, más queaprobaba, la revolución. Su téc-nica y su estética le relacionabanestrechamente con la vanguar-dia occidental pero amaba a Ru-sia como patria, así como la len-gua rusa y sus modos de expre-sión. Durante la época de laspurgas (1936-1939) quedó mi-lagrosamente excluido de losarrestos y, quizá debido a sufuerte prestigio literario y a quese había mantenido firmementeal margen de políticas de partidoo literarias, también logró no de-nunciar a ninguno de sus com-pañeros o ser fatalmente denun-ciado por ellos. Durante los añostreinta y los de guerra no inten-tó publicar relatos de ficción, ga-nándose la vida con traduccio-nes de los grandes clásicos euro-peos, Shakespeare y Goethe enparticular. En la relajación ideo-lógica que se produjo en los añosde guerra Pasternak inició elproyecto de una gran novela re-lativa a la revolución. Durantetoda la década de 1946-1956trabajó en ella de manera más omenos clandestina. En el “des-hielo” que siguió al discurso de“desestalinización” de Jrushov,se anunció que dicha novela se-ría publicada en breve pero locierto es que su publicación noobtuvo jamás autorización deMoscú. Esta obra apareció en1957, en italiano primeramentey después en muchos otros idio-mas europeos, basada en una co-pia que Pasternak había permi-tido que se llevara con él el edi-tor italiano. En 1958 Pasternakrecibió el premio Nobel de Lite-ratura, honor que rehusó paraevitar ser encarcelado o expulsa-do de su amada Rusia. DoctorZhivago no se publicaría legal-mente en Rusia hasta 1988, du-

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Boris Pasternak

3 Fischer ed., 516-525; Vintage ed.,490-498.

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rante el breve periodo de libera-lización de la Unión Soviéticabajo el Gobierno de su último lí-der, Mijaíl Gorbachov.

Desde el punto de vista de lacontraposoción entre civiliza-ción y barbarie, existen al menostres razones importantes para leer esta novela detenidamente.Una es por los pormenores bio-gráficos íntimos de una decenade personajes convincentementedescritos, y debido al rígido dog-ma impuesto por Stalin y sólo li-geramente aflojado por Jrushov,la literatura oficial soviética nopodía tratar francamente sobrela extraordinaria variedad delpensamiento humano. A media-dos de siglo, en Occidente la no-vela tenía sin duda valiosos com-petidores en esta labor; pero de-bido a la censura en la UniónSoviética dependemos práctica-mente de los escritos clandesti-nos de un puñado de valientespoetas, filósofos y escritores deliteratura. La segunda razón esconsiderar la interpretación dela revolución que hace Paster-nak como fenómeno continuo,que ve como algo inevitable acausa de la prolongada historiade opresión zarista y de no ha-berse cumplido las promesas dereforma hechas a finales del sigloXIX. No obstante las enormesdiferencias de nivel de vida entrela gran mayoría de la poblacióny el pequeño contingente de laaristocracia y la burguesía urba-na, los obreros, criados, peque-ños tenderos y funcionarios ru-sos individualmente se expresa-ban con frecuencia de maneramuy franca e inteligente. Paster-nak tenía buen oído y simpatíapersonal suficientes para dar vi-da a estas personas en las páginasimpresas.

Claramente, Pasternak se sin-tió entusiasmado por las prime-ras etapas de la revolución de1917. La libertad había apareci-do (según el doctor Zhivago)como un regalo accidental einesperado de los dioses, no aconsecuencia de prédicas y pan-fletos. La libertad se había pro-ducido a medias como resultadode la guerra y a medias comoproducto de la autoliberación

revolucionaria de la gran mayo-ría de la población. En diversospuntos de la novela, tanto Zhi-vago como otros personajes cu-yas opiniones reflejan las del au-tor alaban la redistribución de latierra, las iniciativas de los sóvietslocales en educación y sanidad,las nuevas leyes que protegían alos obreros y las madres, el casti-go de las operaciones especulati-vas y la presunta reorientaciónde la riqueza nacional hacia lasnecesidades materiales de la lar-gamente sufriente población. Eneste sentido, las revoluciones (larevolución parlamentaria demarzo y la revolución bolchevi-que de noviembre) eran absolu-tamente únicas en la historiahumana. Después, durante laguerra civil, Zhivago, aunqueha sido forzado a entrar en filaspor un destacamento de parti-sanos bolcheviques, y pese a sussimpatías hacia determinadaspersonas que sirven a las órde-nes del general Kolchak, consi-dera que en términos generaleslos bolcheviques han sido me-nos destructivos y menos arbi-trariamente crueles que la Guar-dia Blanca. Al mismo tiempo,sin embargo, la revolución noofrece ninguna solución válida alargo plazo a la cuestión de losideales y la finalidad de la vida.Los eslóganes de odio, de unifi-cación de clases o naciones bajobanderas militares, el ejerciciodel poder arbitrario de la vida yla muerte, le recuerdan al doctorlas guerras tribales del AntiguoTestamento, no esperanzas re-volucionarias. Y con esto llego ala tercera razón importante paraleer esta novela: una interpreta-ción de la cristiandad que se en-trelaza silenciosamente con loshechos violentos de la revolu-ción y que es muy claramente elmensaje personal de Pasternak alectores presentes y futuros.

Estos pasajes reflexivos sobrela cristiandad son a menudo reacciones a algún incidente an-tisemita entre las tropas o los lugareños. Pasternak, por su par-te, era un converso a la Iglesiaortodoxa que al mismo tiempo admiraba la larga contribuciónjudía a las profesiones liberales,

las artes y las ciencias en Rusia yque consideraba la propaganda yla violencia antisemitas comouno de los aspectos más vergon-zosos de la cultura popular rusa.Varios de sus protagonistas, ypor consiguiente, podemos su-poner que el propio Pasternak,se preguntan también por quéno había más judíos conversos.Estos personajes se preguntanpor qué los que desarrollaron lasgrandes doctrinas de la cristian-dad y que han hecho tambiénsobresalientes contribuciones alos movimientos de emancipa-ción del mundo moderno seempeñan en mantener unaidentidad religiosa-nacional se-parada. Dispersos por toda lanovela hay breves análisis de te-mas religiosos. Algunos de ellosse adentran en pormenores teo-lógicos que probablemente nointeresen a la mayoría de los lec-tores contemporáneos pero al-gunos implican una visión delmundo hondamente hermosa.Para Pasternak hay tres grandesreligiones monoteístas. Los ju-díos, al liberarse de la esclavituden Egipto, fueron guiados porun príncipe (oculto entre losjuncos al nacer, pero príncipe alfin). Moisés, que no pudo llegaren persona a la Tierra Prometi-da, dio unidad nacional y senti-do de finalidad a su pueblo, cu-ya función fue la de difundir portoda la humanidad el conoci-miento de un solo Dios supre-mo y justo. Al mismo tiempo,los judíos permanecerían siem-pre como pueblo diferenciadoen el mundo grecorromano. Elfundador del islam era un mer-cader y practicaba la poligamia,lo cual era parte normal de lacultura árabe. La pertenencia alislam estaba abierta a toda per-sona sin distinciones nacionaleso tribales; pero su universalismoera limitado, al menos en sím-bolo e imagen, por la poligamia,por la riqueza relativa del profe-ta y por la clara subordinaciónde las mujeres que implicaba lapoligamia. El fundador de la ter-cera gran religión monoteísta(aunque cronológicamente fue-ra en realidad la segunda) nacióen un pesebre, hijo de refugia-

dos sin poder y sin riqueza. SuIglesia estaba abierta a todas lasnaciones y a todas las clases; ylas circunstancias de su naci-miento no sólo simbolizaban es-ta inclusión, sino el énfasis enla salvación de la mayoría de lospobres y los explotados.

Para Pasternak, lo que le ha-cía falta al mundo era que lasfases iniciales de la revolución,generosas, liberadoras y no na-cionalistas, estuvieran seguidaspor el universalismo interna-cionalista y desclasado delEvangelio cristiano. Donde larevolución se había malogradohabía sido en su progresiva ri-gidez, en la insistencia en ma-nipular a los seres humanos confines que sólo comprendían losmáximos líderes, en su sustitu-ción del derrocamiento de laexplotación económica capita-lista por la coerción pura y du-ra. Parte esencial de su ideal re-ligioso es una visión acaso “an-ticuada” de la función de lamujer. Cuando el doctor Zhi-vago observa la mirada de con-centración interior en el rostrode su esposa encinta, y cuandoobserva la atención total y laalegre disposición al sacrificioen la conducta de las madresmás sencillas y menos cultashacia sus hijos, se dice: éste es elverdadero significado de la “In-maculada Concepción”, que elnacimiento y primera crianzade los hijos es una función sa-grada para las mujeres, hasta elpunto de que el padre llega asentirse casi como un extraño,como el perplejo y amante José,según es representado en mu-chas esculturas medievales. Seacomo fuere, lo que toda socie-dad necesita, sean cuales seansus condiciones materialesprácticas, es una atmósfera deamor en las relaciones huma-nas cotidianas. Para Pasternak,dicho amor lo proporcionaprincipalmente, si bien no ex-clusivamente, la mujer, y elprincipio humano máximo esla sacralidad de la vida humana:toda vida humana, sin prefe-rencias ni privilegios para lasdiversas naciones, sexos, movi-mientos políticos o clases.

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Louis-Ferdinand Céline El tercer escritor creativo que de-seo analizar, Louis-FerdinandCéline, fue autor de una serie denovelas y memorias vívidas y po-lémicas, pero en particular deuna novela singularmente con-movedora sobre un “antihéroe”:Voyage au bout de la nuit (Viajeal fin de la noche), publicada en1932. Esta novela comienza conlas experiencias en la I GuerraMundial del personaje central,Bardamu, un sargento de reco-nocimiento del cuerpo de caba-llería. Bardamu no tiene preten-sión alguna de superlativos pa-trióticos. Teme a los alemanes yodia a los generales franceses, cu-yas tácticas están diezmando amiles de soldados de infanteríaen insensatos asaltos sobre la ar-tillería alemana y los puestos deametralladoras. Bardamu sueñacon ser hecho prisionero, pero,en lugar de esto, es herido en ac-ción. La novela prosigue con suconvalecencia y sus amores con

una enfermera voluntaria norte-americana y una artista de clubnocturno parisina; y después consu breve periodo como emplea-do de una compañía comercialen las colonias africanas, unoscuantos meses de aventura enEstados Unidos y unos cuantosaños trabajando como médicode éxito más bien mediocre, conuna clientela mayoritariamentede clase obrera y del pequeñocomercio, algunos de los cualespagan las facturas y otros no. Lafuerza de esta novela estriba en laautenticidad de los múltiples ybreves diálogos, dibujos y boce-tos de los personajes. Céline po-seía una memoria fotográficatanto para escenas como para loque decía la gente. Además, encontraposición con sus senti-mientos extremadamente nega-tivas hacia la autoridad, hay sim-patía hacia la gente trabajadora,ordinaria, inculta y sin preten-siones; una simpatía que mu-chos escritores han afirmado te-

ner, pero pocos han sentido au-ténticamente y menos aún handemostrado.

Este mismo hombre era tam-bién antisemita, colaborador li-terario durante la ocupación na-zi, un hombre que huyó a Ale-mania con el ejército alemán enretirada y que, para evitar suprobable encarcelamiento y po-sible muerte, vivió en Dinamar-ca hasta ser oficialmente amnis-tiado en 1951. Parece ser tam-bién cierto que sus pecados deguerra fueron literarios. Unaprolongada investigación sobresu conducta no encontró pruebaninguna de que hubiera delata-do a nadie ante la Gestapo. Perosus escritos estaban llenos de ve-neno nazi, y se trataba abierta-mente con los invasores. Una hi-pótesis indulgente respecto a suindignante comportamiento enlos años 1941-1945 podría serque se veía como una especie debufón de corte, inmune a todaresponsabilidad política debido aesta función. El enigma y el que-hacer interesante, en términosde civilización y barbarie, escomprender a Céline como granescritor a la par que como cola-borador literario nazi.

Céline, como su héroe de fic-ción, Bardamu, fue sargento decaballería destacado en las fuer-zas de reconocimiento. En oc-tubre de 1914 fue gravementeherido en el brazo y levementeen el cráneo. La herida del brazonecesitó una larga y dolorosaconvalecencia. Nunca se supoclaramente la trascendencia dela herida de la cabeza, pero du-rante el resto de su vida sufrióinsomnio, oía ruidos dentro delcráneo y soportó prolongadosperiodos de extrema sensibilidadnerviosa. Cuando estaba finali-zando sus estudios de medicinaen 1923 escribió una tesis sobreel doctor húngaro-judío IgnazSemmelweis, que había descu-bierto el origen de las fiebrespuerperales de las que tantasmujeres morían al parir. Losconsejos de Semmelweis de quese desinfectara todo el instru-mental y se lavaran las manosantes de un parto no fueronapreciados por el establishment

médico de Viena en su época.Perdió su puesto en el hospital ymurió poco después, en estadode alienación mental. Céline,evidentemente, sentía empatíacon Semmelweis en tanto quegenio no reconocido y maltra-tado por sus colegas.

A Céline mismo le interesabala salud pública y durante cuatroaños sirvió en la Organizaciónde la Salud de la Sociedad deNaciones. Le gustaba el buensueldo que recibía y los frecuen-tes viajes relacionados con elpuesto; pero no escribir infor-mes sobre temas como organi-zación de intercambios entre elpersonal de servicio sanitario delas colonias británicas, francesasy portuguesas de África, o las vi-sitas de médicos latinoamerica-nos a diversos hospitales muni-cipales de Estados Unidos. En1928 dimitió de su puesto en laSociedad de Naciones y abrióconsulta en Clichy, el distrito deParís donde se había criado. Susingresos no bastaban para man-tenerse y pagar además sus con-siderables deudas del periodopasado en Ginebra. Así pues, en1931 ocupó dos puestos de tra-bajo a tiempo parcial: uno comoescritor-asesor de una empresafarmacéutica y el otro como mé-dico de medicina general de unaclínica municipal de Clichy. Lasexperiencias dramáticas y melo-dramáticas de “el médico” (refi-riéndose a menudo a él con un“yo”) en la novela son las delpropio Céline, contadas con untanto de licencia poética peroesencialmente verídicas.

Por los problemas de su vidaprofesional, y por sus cartas yescritos publicados, es evidenteque Céline se sintió siempre in-cómodo, cuando no claramentehostil, con la autoridad políticay la profesional. Su superior in-mediato en la Sociedad de Na-ciones era un médico polaco ju-dío, con el que mantenía una re-lación normal, y aun cordial, ydel que recibió ayuda profesio-nal y también financiera. Peroen sus escritos caricaturizó des-piadadamente a este doctorRajchman, describiéndole comoun funcionario diestro en “tratos

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L.-F. Céline

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bajo cuerda”, que combinaba susviajes profesionales por todo elmundo con propósitos persona-les, y otorgando y negando susimpatía para utilizar de la formamás ventajosa a burócratas y go-bernantes. Unos años después,los superiores de Céline en laempresa farmacéutica eran tam-bién judíos; por tanto, en ciertamedida, su antisemitismo es ex-plicable por el frecuente estereo-tipo europeo de clase media deljudío como personaje “prepo-tente”, con excesiva influenciaen el ámbito del negocio y delas profesiones liberales, que sus-cita la envidia de compañerosmenos enérgicos o menos listos,etcétera. No creo que el colabo-racionismo de Céline haya deexplicarse principalmente poruna coincidencia con el antise-mitismo racial nazi. Por un lado,muchas de sus referencias a losnegros de las colonias francesasmuestran simpatía hacia los mis-mos. Por otro, sus caricaturas delos mandarines franceses delejército, las colonias y las cien-cias son tan brutales como todolo que escribió sobre el doctorRajchman. Hay en Céline unatendencia constante a atribuirlas intenciones más aviesas a losdetentadores de la autoridad.Tienen que ser tramposos e hi-pócritas, alega Céline, o nuncahabrían triunfado.

Dejando a un lado por el mo-mento el caso individual de Cé-line, en los intelectuales fascistasy nazis se unía muchas veces unrencor generalizado contra todoel que hubiera alcanzado éxitoen los negocios o en las profe-siones liberales y un deseo de ac-ceder a esa “masculinidad” auto-ritaria y violenta predicada porMussolini. La Falange española,la Croix de Feu y los Cagoulardsfranceses, los Rexistas belgas, lospartidarios de Mosley en el Rei-no Unido y muchos abogados yprofesores alemanes que sirvie-ron como Gauleiter compartíantodos ese talante “de puños ce-rrados y mangas remangadas”.Céline no parece un matón perocompartía plenamente la ten-dencia de los intelectuales fas-cistas a sentirse extremadamente

inseguros sobre su propia valía.En la década de los treinta, mu-chos de ellos debían su promo-ción profesional a la proscrip-ción de hombres que eran inte-lectual y éticamente superioresa ellos: los artistas, científicos eintelectuales de Italia, Alemaniay España. Si el Céline de losaños veinte se sentía inseguro ensu relación con la autoridad pro-fesional, el Céline de 1933 des-pués sentía un odio enconadohacia el establishment literariofrancés. Entre 1928 y 1932 ha-bía trabajado intensamente ensu novela Voyage au bout de lanuit. El manuscrito había reci-bido grandes alabanzas de im-portantes críticos y editores. Ha-cia 1932 Céline y su editor esta-ban convencidos de que iban aganar el prestigioso PremioGoncourt. Pero cuando se llevóa cabo la votación en diciembresus ilusiones de varios meses sevinieron abajo. Muchos intelec-tuales han tenido que encajar elhecho de no haber ganado unpremio merecido, pero con Cé-line esa decepción se convirtióen una obsesión que pudo haberexacerbado sus sentimientos deinseguridad frente a toda autori-dad y los efectos físicos a largoplazo de la herida recibida en lacabeza durante la guerra, ade-más de los recurrentes ataquesde malaria a raíz de su estanciaen África.

Viaje al fin de la noche es unejemplo supremo de la forma enque la desgracia personal puedetransmutarse en gran arte. El in-válido sargento Bardamu se de-fiende como puede y disfruta delos placeres que están a su alcan-ce. Mientras está hospitalizado,mantiene relaciones íntimas conuna enfermera norteamericanacuyas ideas le parecen absoluta-mente ridículas pero cuyo cuer-po y ademanes le encantan.Trasladado a África en compañíade unos militares que proyectanvictimizarle por “civil” y cobar-de, suelta un montón de pala-brería patriótica que desarme deltodo la hostilidad de los otros.Una vez establecido como mé-dico es incapaz de exigir el pagode sus servicios a los pacientes, y

con frecuencia amontona unconsejo tras otro, mientras aban-dona el piso de un paciente nohabiendo sido capaz de traer acolación la cuestión de sus ho-norarios. Cuando se dirige a unfamoso instituto de investiga-ción médica, con esperanza deobtener información sobre unaforma atípica de tifoidea que es-tá destrozando a un niño por elcual siente gran cariño, el espe-cialista al que consulta resultano serle de ninguna utilidad enabsoluto.

El doctor es regalado con unacharla totalmente egoísta sobrela infecta política interna del ins-tituto y sobre el plan de su in-terlocutor de “estudiar la in-fluencia comparada de la cale-facción central sobre laincidencia de hemorroides en lospaíses del Norte y del Sur”. Elgran hombre cree que semejan-te tema será de interés para losseñores que van a juzgar su tra-bajo; en su mayoría, de edadavanzada. Cuando se refiere bre-vemente al asunto de la tifoidea,es para decir que hay muchasopiniones encontradas y que eldoctor habrá de emplear su in-tuición. Momento en el cual elinvestigador muestra una inex-plicable prisa en marchar a cier-to café, y ambos hombres lleganallí cuando las adolescentes dellycée de la acera de enfrente sehan marchado ya. “Demasiadotarde”, dice el gran hombre, “meconozco sus piernas de memo-ria”4. Acaso sea innecesario aña-dir que el niño muere.

Ésta fue la experiencia de Cé-line como médico de los pobres.Como escritor unía una prosaexpositiva clara y rítmica a unoído afinado para el habla po-pular, una fantástica imagina-ción y un sentido del humor ra-belesiano. Su capacidad de afec-to se volcó en el cariño a losgatos y a sus parejas femeninas, a

las que valoraba tanto o más porla compañía como por la rela-ción física. A Céline le dolía elsufrimiento de sus pacientes ymantuvo siempre la esperanzaen una mejora del sistema de sa-lud público. Sentía una encona-da aversión por las personas deéxito y por las poderosas, espe-cialmente si eran judíos. Es ésteun síndrome cuyas característi-cas se dan con frecuencia en to-dos los países europeos. Célinedio expresión a toda la rabia, elhumor tosco y la solidaridad delos perdedores eternos, muchosde los cuales –si no habían sidoganados por el marxismo– se hi-cieron fascistas.

Alexander SolzhenitsinEl novelista e historiador rusoSolzhenitsin fue otro gran escri-tor que transmutó su sufrimien-to personal en literatura de grancalidad, y que tendió a resistirsea todo tipo de autoridad políticay profesional, pero sin la para-noia de Céline. Nacido en 1918y educado en la ciudad meridio-nal rusa de Tostov, Solzhenitsinfue un polímata que cursó satis-factoriamente las carreras de ma-temáticas y física y encontrótiempo también para los estu-dios literarios. En el momentode la invasión alemana, en juniode 1941, esperaba con ilusióniniciar una vida dedicada a la en-señanza y la escritura. Durante laguerra fue dos veces condecora-do por sus servicios en la artille-ría de campaña durante la largamarcha desde las afueras deMoscú hasta Berlín. Aunque de-bía saber, como cualquier solda-do, que los censores leían toda sucorrespondencia, al parecer hizoalgunos comentarios poco hala-gadores sobre el mariscal Stalin,crimen por el que fue sometido aconsejo de guerra y condenado aocho años de trabajos forzados,seguidos por el destierro perma-nente en Asia Central. Solzhe-nitsin pasó cuatro años trabajan-do en matemáticas aplicadas enuno de los institutos científicoshabitado por científicos presi-diarios cerca de Moscú (El pri-mer círculo de un infierno dan-tesco) y otros cuatro en un cam-

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4 Para ver los problemas del doctor,Voyage au bout de la nuit, Collection Fo-lio, Gallimard, págs. 315-349; para su in-fructuosa visita al instituto, págs. 354-364(ed. española, Viaje al fin de la noche [Ed-hasa, Barcelona, 1983, trad. de CarlosManzano])

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po de concentración siberiano.Liberado del campo en 1953, es-peraba poder pasar el resto de suvida “libre”, aunque en exilio,como profesor en una pequeñaciudad de Kazajistán.

El “deshielo” de Jrushov delos años 1955-1964 le permitióregresar a Rusia y empezar a pu-blicar obras literarias, así comollevar a cabo largas entrevistascon objeto de preparar una his-toria oral de los campos de con-centración soviéticos, el llamadogulag. En 1962 su primera no-vela, Un día en la vida de IvanDenisovitch, recibió permiso depublicación nada menos que delpropio Nikita Jrushov. En la par-cial restauración estalinista trasla retirada forzosa de Jrushov(1964), a Solzhenitsin le resultóimposible publicar sus siguientesdos novelas; pero desde 1968 Elprimer círculo y Pabellón de cán-cer circulaban clandestinamenteen Rusia y se publicaron tradu-cidas en Europa occidental y Es-tados Unidos. Hombre tenaz yvaleroso (que había sobrevividoal gulag y al cáncer), Solzhenitsinsiguió trabajando desafiante-mente en una novela documen-tal e histórica, Agosto 1914, y enla historia oral Archipiélago Gu-lag. Ninguna de estas dos obraspudo editarse en la Unión So-viética, pero ambas circulabanclandestinamente en Rusia. En1974 la publicación del Gulagen Occidente le valió la expul-sión de Rusia, después de lo cualvivió en Estados Unidos (en ais-lamiento relativo y autoimpues-to en una finca de Vermont) yregresó triunfalmente a Moscúpoco antes de la disolución dela Unión Soviética.

Para fines del presente capítu-lo voy a concentrarme en Pabe-llón de cáncer. Tanto Agosto 1914como El archipiélago Gulag tie-nen un inmenso valor informati-vo e interpretativo; y El primercírculo es una novela fascinante,al igual que Pabellón de cáncer.Pero hay un número considera-ble de memorias de científicos eintelectuales supervivientes quedescriben la vida en los institutoscientíficos dotados de personalpenitenciario, mientras que Pa-

bellón de cáncer, como DoctorZhivago, constituyen un testimo-nio único sobre algunos aspectosde la vida soviética totalmenteocultados por siete décadas decensura. Hasta la creación de in-tercambios científicos interna-cionales en los años setenta, losciudadanos occidentales no po-dían ir a ningún punto de laURSS, salvo Moscú y Leningra-do (ciudades en las que eran so-metidos a estrecha vigilancia po-licial en todo momento).

En febrero de 1955, el anti-guo prisionero y exiliado inte-

rior A. Solzhenitsin llegó más vi-vo que muerto al hospital onco-lógico de Tashkent, capital deUzbekistán. A través de la perso-na de su contraparte de ficción,el sargento Oleg Kostoglotov,nos enteramos con minuciosodetalle sobre cómo es la vida delhospital y, en cierta medida, lavida de una capital provincial so-viética habitada en gran partepor uzbecos musulmanes. Encuanto a la calidad de la medici-na soviética, Kostoglotov –dubi-tativo y cuestionador sempiter-no, así como desterrado de por

vida– se siente renuentementesatisfecho. Los médicos vigilancuidadosamente frente a los pe-ligrosos efectos secundarios desus tratamientos de rayos X y ra-diación. No hay camas suficien-tes, pero la higiene es excelente,la comida tolerable y las transfu-siones de sangre y las inyeccionesde fármacos se aplican de formacompetente. Las estadísticas in-ternas –y por ello razonable-mente exactas– del hospitalmuestran muy pocas curaciones,pero también muy pocas muer-tes. Este último dato se debe par-cialmente al hecho de que, porpura humanidad, así como porcontrol del volumen de trabajo,a los casos auténticamente sinremedio se les suministra todoslos calmantes posibles y se les en-vía a casa. Pese a sufrir constan-temente de excesos de trabajo,los doctores y enfermeras son su-mamente corteses con su polí-glota congregación de pacientes,y no muestran prejuicios políti-cos de ninguna clase en su tratocon Kostoglotov ni con otrosciudadanos soviéticos menos dis-tinguidos. Instruyen a las enfer-meras y personal sanitario uzbe-co y de otras repúblicas asiáticassin la más mínima condescen-dencia étnica. Leen los últimosartículos en las revistas médicas,consultan de forma habitual asus mejores colegas de Moscú yno escatiman gastos ni esfuerzospersonales para garantizar un ali-vio considerable del sufrimientoy una proporción considerablede remisiones.

Las conversaciones de Kosto-glotov con una estudiante de me-dicina y enfermera coqueta e in-teligente indican la lamentableignorancia de los ciudadanos so-viéticos “libres” sobre el gulag.Zoya quiere saber por qué Kos-toglotov no ha venido a some-terse a tratamiento antes de estaral borde de la muerte y se sor-prende de que no haya medio detransporte; ¿no hay avión ni ca-miones?, ¿por qué tantas copiasde permisos diferentes para salirdel pueblo? Y, por cierto, ¿es queno había médicos en ese pueblo?Sí, dice Kostoglotov, había dos,ambos obstétricos, “excedentes”

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de una sociedad que ha perdidouna generación entera de padrespotenciales. En otro momento, laestudiante desea saber por quétiene que regresar Kostoglotov aese pueblo que tan poco gratoparece, desde el cual se ha trasla-dado al hospital. No, le explicaKostoglotov pacientemente; élno es checheno ni miembro deuna banda de delincuentes. Dehecho, si hubiera sido un delin-cuente común podría haberse be-neficiado de alguna de las múlti-ples amnistías. Pues bien, ¿no fuejuzgado y sentenciado? No; “re-cibió un destierro eterno me-diante una diligencia…, algo asícomo una factura”. La ingenua yarchifemenina futura doctora si-gue sin comprender, y se empeñaen preguntarle qué fue lo que enefecto hizo para haber sido exi-liado5.

Menos humor y más morda-cidad hay en la descripción deun burócrata soviético de éxito ypaciente canceroso que insisteen que él no padece la enferme-dad. Pavel Rusanov exige (perono obtiene) trato preferente porser funcionario soviético; esperaque gracias a un enchufe deMoscú le trasladen en cualquiermomento a un hospital especialsólo para funcionarios, y hablaencadenando frases propagan-dísticas soviéticas cuando con-desciende a participar en lasconversaciones del pabellón hos-pitalario. Su estado ha mejoradonotablemente pasadas unas se-manas, pero entonces le descon-ciertan las noticias de la destitu-ción del principal sucesor deStalin, Georgi Malenkov, y devarios jueces estalinistas del Tri-bunal Supremo (febrero, 1955).Poco después su esposa le traela devastadora nueva de que uncolega al que Rusanov había de-nunciado secretamente en laspurgas de 1937 ha quedado enlibertad y es probable que regre-

se a la ciudad y a la fábrica don-de ambos hombres han sido im-portantes funcionarios. Rusa-nov, lleno de suficiencia y auto-compasión, exclama entonces:“¿Qué derecho tienen a ponerleen libertad ahora? ¿Cómo pue-den traumatizar a la gente contanta crueldad?”6.

Pero la preocupación másprofunda de Kostoglotov, apartede su propia recuperación, es lasituación de las mujeres soviéti-cas. Está enamorado a partesiguales de Zoya, la muchacha de23 años que no puede entenderpor qué está en el exilio, y de ladoctora Vera Gangart, de 33años, un ser humano muy reser-vado y muy sensible. Debido asu ascendencia alemana, a Verano le habían permitido servir enla II Guerra Mundial. Su pro-metido había muerto en batalla;ella había tenido una relaciónamorosa poco satisfactoria des-pués de la guerra, tras la cual sehabía retraído emocionalmente–y en la novela se insinúa quedefinitivamente– en sus recuer-dos. La actitud de Solzhenitsin(como la de Pasternak) es bas-tante “anticuada”. Evidentemen-

te, supone que todas las mujeres,al margen de su importancia nu-mérica en la vida profesional so-viética, desean ante todo casarse,tener hijos y buscar seguridademocional en un marido. Tengao no razón el autor en este pun-to, el lector no puede dejar dedarse cuenta de la inmensa ter-nura y piedad que siente él haciaesos millones de mujeres todavíajóvenes que trabajan para ganarla vida, cuidan de sus padres an-cianos y de sus hijos sin padre, seocupan prácticamente de todaslas compras y tareas domésticasallí donde viven, y están conde-nadas a toda una existencia viu-das o solteronas.

Al describir las historias demuchos pacientes, las vidas per-sonales de Zoya y Vera en la ciu-dad de Tashkent y los viajes deKostoglotov desde su aldea y devuelta a ella tras su curación,Solzhenitsyn nos ofrece lo mejorque pueden ofrecer las grandesnovelas: un panorama de todauna sociedad, comprensivo, ensu mayor parte exacto y filosófi-co-crítico en el que la vida sepinta como la sienten aquellosque la viven. Incluso si hubierahabido libertad de prensa, do-cumentales cinematográficos yestudiantes graduados escribien-do tesis en sociología, esta nove-

la merecería ser leída. Pero en elcaso del mundo soviético, el co-nocimiento que nos deparan lasnovelas de Pasternak y Solzhe-nitsin es inigualable.

Iris MurdochEl género de la novela se hamantenido también en el entor-no de libertad de Occidente; ycomo mejor ejemplo excelente,entre muchos ejemplos excelen-tes posibles, voy a hablar sobre laconocida novelista inglesa IrisMurdoch. Esta autora de origenangloirlandés estudió clásicas yfilosofía en Oxford, trabajó en laAdministración de Ayuda y Re-habilitación de Naciones Uni-das tras la II Guerra Mundial, yse casó con un crítico literario yespecialista en literatura rusa.Entre 1954 y 1983 publicó unaveintena de novelas, además deuna serie de poemas y ensayos fi-losóficos. Así pues, ha sido unamujer de letras asombrosamenteproductiva, muy reconocida ymuy respetada en la élite acadé-mico-intelectual del Reino Uni-do durante la segunda mitad delsiglo XX.

Sus novelas versan en su ma-yoría sobre la clase media britá-nica, tanto la acomodada comola modesta, la que tiene forma-ción universitaria y la que tieneapenas las primeras letras, la con-vencional y la excéntrica. Suspersonajes de ambos sexos noson de fantasía ni están idealiza-dos como en buena parte de Pasternak y Céline y, en cierta medida también en Mann ySolzhenitsin. Es muy escéptica ybuena observadora; desea hacerjusticia a los móviles de sus per-sonajes; está interesada sobre todo en los detalles de su con-ducta personal dentro de un determinado contexto social, ycarece de motivación políticaapasionada de ninguna índole.Iris Murdoch parece asumir, pa-ra ella y para su público, el tipode sensatez y tolerancia que esen realidad más característico dela cultura británica que de la ma-yoría de las demás. La sabiduríaparticular que se extrae de las no-velas de Iris Murdoch es un sen-tido de la complejidad y la am-

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Iris Murdoch

5 Aleksandr I. Solzhenitsyn, The Can-cer Ward, Dell Publishers, Nueva York,1968. Para las dos conversaciones en queexplica el exilio interior a Zoya, págs. 39-44 y 190-196 (ed. española, Pabellón decáncer [Tusquets, Barcelona, 1993]. Trad.de Julia Paricacho).

6 Para Rusanov y la Gran Purga, págs.202-228.

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bigüedad de los actos humanosen la vida “corriente”. No cuen-ta ella historias de guerra, apoca-lipsis, revolución o padecimien-tos en masa, sino más bien dra-mas de la vida civil y lasimportantes crisis que experi-mentan los seres humanos en re-lación a sus semejantes y a susemociones íntimas.

Los ejemplos que ofrezco es-tán sacados de una de sus narra-ciones más complejas, The Phi-losopher’s Pupil, en la que un na-tural de la ciudad balneario deEnniston vuelve después de unalograda carrera profesional enEstados Unidos con la intenciónde escribir el “gran libro” parael que hasta el momento no hatenido tiempo. Está también de-seoso de reintegrarse en la co-munidad, donde no ha sidonunca plenamente apreciado; deenfrentarse a los estallidos deamor-odio de un antiguo estu-diante graduado y de casar a lanieta a la que no ha hecho elmenor caso durante su infanciay hacia la cual tiene emocionesmuy conflictivas en el momentoque narra la novela. Las pasionesprivadas y la ambigüedad en laacción caracterizan de modoparticular esta novela. La narra-ción comienza con un accidentede coche en una noche lluviosa.¿Empujó George McCaffrey de-liberadamente el coche hacia elcanal en un intento de matar asu mujer, Stella, o fue realmenteun accidente?. Nunca tenemoscerteza sobre los hechos, pero laautora no está escribiendo unanovela de intriga. En el trans-curso del relato nos muestra queni siquiera George y Stella pue-den estar seguros sobre lo queocurrió, y por qué motivo, aque-lla noche.

Cuando el filósofo jubiladoRozanov y el sacerdote homose-xual padre Bernard se conocen, elfilósofo pregunta bruscamente:“¿Cree usted en Dios?”. “No”.“Vamos, cualquier cosa vale co-mo creencia en estos días”. “No”.Según va desarrollándose el diá-logo descubrimos que amboshombres “abominan” el concep-to de un Dios personal; pero elpadre insiste en una “realidad

espiritual”, pese a que esto apenasparece suficiente para cumplircon sus obligaciones de sacerdo-te católico. En la novela se eluci-darán las creencias de amboshombres, pero sin llegar a nin-guna definición cómoda y segu-ra. Cuando George MacCaffrey,el decepcionado antiguo alum-no, finalmente arrincona a Roza-nov en la sala de un parador de lalocalidad está decidido a extraeralgún tipo de reacción humanade éste. ¿Hablará el profesor con él? No. ¿Qué piensa éste deGeorge? No piensa nada, sóloquiere que le deje en paz. Georgele pregunta desesperado si el pro-fesor tiene conciencia de que hadestrozado las “ilusiones de su vida”, su “amor a sí mismo”.Bien, dice Rozanov, si ha des-truido ese amor, tanto mejor. ¿Seda cuenta el despiadado profesorde que “sin amor propio sóloqueda el mal”? Rozanov respon-de que “lo que usted llama mal essimplemente vanidad…”. Y latensa conversación continúa enestos términos. En el transcursode la novela descubrimos muchascosas, pero nada totalmente defi-nitivo, sobre los diversos signifi-cados de la esperanza, el mal, elamor a sí mismo, la vanidad, et-cétera.

Las restantes novelas que heexaminado en este capítulo pue-den ayudarnos a comprender lasgrandes convulsiones del sigloXX. Iris Murdoch nos ayuda acomprender cómo es la vida pa-ra la clase media contemporá-nea; o quizá, cómo sería la vidapara los seres humanos en gene-ral si pudiéramos alcanzar unmundo sin pobreza profunda,sin guerras terribles y sin suici-dio ecológico. No sería sin dudaun mundo sin conflicto; perodichos conflictos quedarían con-tenidos con un mínimo de es-fuerzo en pro de la mutua tole-rancia, dentro de los confines dela vida civil. Las novelas de IrisMurdoch ilustran también granvariedad de creencias y escepti-cismos que coexisten en la cul-tura europea. Por una parte, noestán alimentados por las pasio-nes intelectuales y políticas quefiguran con tanta prominencia

en autores tan distintos comoMann, Pasternak, Céline y Solz-henitsin. Por otra, un mundo enpaz requeriría el tipo de com-prensión escéptica y toleranteque ella muestra. Y puesto quelos seres humanos no se confor-marán nunca con el aburri-miento, con una especie de exis-tencia bovina, es importante leer a novelistas que iluminanlos resortes de las pasiones hu-manas en condiciones de paz re-lativa y ausencia de ideología. Sepodrían ilustrar estos aspectosde la civilización europea a tra-vés de las obras de grandes dra-maturgos, como Bertold Brechty Harold Pinter; de poetas filó-sofos, como T. S. Eliot y Anto-nio Machado; de directores decine filosóficos, como IngmarBergman y Rainer Werner Fass-binder. La gran riqueza de la cre-ación literaria, dramática, poéti-ca y cinematográfica europea estestimonio de la sostenida vitali-dad espiritual de Europa en sí. n

[Este texto corresponde al capítulo adi-cional para las ediciones inglesa y ale-mana de Civilización y barbarie en laEuropa del siglo XX.]

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Gabriel Jackson es profesor emeritusde Historia en la Universidad de Cali-fornia en la Jolla. Autor de La Repúbli-ca española y la guerra civil y El difuntoKapellmeister Mozart (novela).

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a integración de los grupossociales desfavorecidos sigueconstituyendo en teoría

uno de los puntos más destaca-dos de la agenda política de casitodos los Gobiernos. La presen-cia de amplios grupos margina-dos o discriminados atenta con-tra valores democráticos tan ele-mentales como la igualdad o lajusticia social con los que seidentifica el orden constitucionalde la mayoría de los Estados. Deahí que la erradicación de talessituaciones represente un autén-tico reto para cualquier sociedaddemocrática.

Entre las iniciativas surgidasen esa dirección en los últimostiempos destacan, como es sabi-do, los programas de carácter so-cial diseñados para compensar alos miembros de los grupos mi-noritarios que hayan estado in-mersos sistemáticamente en unasituación de desventaja1. Así,desde finales de la década de loscincuenta empezaron a implan-tarse en Estados Unidos deter-minados mecanismos de inter-vención en favor de las minoríastradicionalmente marginadas,conocidos bajo el nombre de“acción positiva” (affirmative ac-tions), “discriminación positiva”o “discriminación a la inversa”.Esas acciones surgieron como

consecuencia de la presión ejer-cida por el movimiento de dere-chos civiles contra la segregaciónracial y bajo la cobertura jurídi-ca de distintas sentencias del Tri-bunal Supremo norteamericano.

Se trata de medidas que, aun-que formalmente discriminato-rias, están destinadas a eliminaro a reducir las desigualdades dehecho y se aplican, preferente-mente, en el ámbito laboral yeducativo. Lo característico deestos programas sociales especia-les y reglamentaciones de cuotases que se establecen en virtud decriterios étnicos o de género. Deeste modo, en numerosas uni-versidades norteamericanas y endiferentes departamentos de laAdministración se ha reservadoun número mínimo de plazaspara determinadas minorías: enprimer lugar, en favor de losafroamericanos descendientes deesclavos y, luego, también aotros grupos tan heterogéneoscomo mujeres, americanos na-tivos o aborígenes, latinos, asiá-ticos, etcétera. Afectan no sólo alas administraciones públicas, si-no también a las empresas pri-vadas, de tal manera que, si nocumplen con los cupos asigna-dos a los diferentes grupos mi-noritarios, pierden el acceso acréditos y contratos públicos yhasta pueden ser sancionadas.

Siguiendo este mismo mode-lo, diversos países de Europa, asícomo la propia Unión Europea,a través de la directiva sobreigualdad de trato de 9 de febre-ro de 1976, han adoptado me-didas promocionales en favor delas mujeres para facilitar su ac-ceso a determinados puestos dela Administración pública. Conla misma finalidad, algunos par-tidos políticos europeos han es-

tablecido en los órganos de di-rección cupos mínimos de re-presentación reservados a lasmujeres.

1. Razones en favor de la discriminación positivaLas estrategias argumentativasesgrimidas para justificar los di-versos programas de acción po-sitiva exhiben generalmente, se-gún Boxill (1995), dos modali-dades diferentes, que en losdebates públicos suelen emplear-se conjunta o alternativamente:se tratan o bien de argumentosde carácter retrospectivo o biende argumentos de carácter pros-pectivo. Los argumentos de ca-rácter retrospectivo inciden enque las medidas de trato prefe-rente deben ser consideradas co-mo una compensación por da-ños indebidos recibidos en el pasado, que suponían graves vio-laciones del principio de igual-dad de oportunidades. Por suparte, los argumentos de carácterprospectivo defienden tales me-didas en virtud de consecuen-cias supuestamente buenas alcontribuir a equiparar oportu-nidades, así como a socavar losestereotipos raciales y sexuales.

De hecho, en todos esos casosantes mencionados, tanto enNorteamérica como en Europase suelen presentar tales accio-nes como medidas tendentes asolventar una discriminaciónhistórica, a reparar o a compen-sar alguna injusticia profunda-mente arraigada en las actitudes,comportamientos y estructurade una sociedad, de modo quedeterminados grupos menos fa-vorecidos se ven forzados a lu-char en continua desventaja.Mediante la concesión de opor-tunidades especiales en favor de

dichos colectivos –yendo, pues,más allá de la igualdad de opor-tunidades aparentemente neu-tral–, se trataría de superar una situación de desigualdadfáctica que la mera igualdad formal no puede disolver:

“Hay que admitir que no basta congarantizar la igualdad en los derechospor encima de la diferencia racial paraconseguir una igualdad efectiva, entreotras razones porque hay una desigual-dad heredada, que impide hablar deigualdad en el punto de partida y exigeun trato desigual, es decir, medidas dediscriminación positiva” (Lucas, 1994,192).

En un sistema democráticorespetuoso con los derechos hu-manos no es admisible (en baseal principio de no discrimina-ción) que existan minorías opri-midas o perseguidas, esto es, quea determinados grupos huma-nos les sean denegados la titula-ridad y el disfrute de los dere-chos que poseen los otros miem-bros de la comunidad. Si bienesta formulación negativa nosuele cuestionarse, no sucede lomismo con la justificación delreconocimiento activo de dere-chos a las comunidades minori-tarias presentes en un determi-nado Estado ni con ciertas me-didas de intervención activa,promovidas con el fin de que losmiembros de esas comunidadesno pierdan su identidad culturaly/o puedan acceder a bienes bá-sicos (educación, trabajo, sani-dad, etcétera) en igualdad deoportunidades reales con el res-to de la población.

En principio, la mera nociónde derechos particulares (quepodría confundirse con la cate-goría de fuero o privilegio, en elsentido de “hacer una excep-ción”) parece entrar en flagrante

L

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S O C I E D A D

LUCES Y SOMBRASDE LA DISCRIMINACIÓN POSITIVA

JUAN CARLOS VELASCO ARROYO

1 El término minoría o grupo minori-tario hace referencia a elementos cualita-tivos más que a cuantitativos o estadísti-cos; indica la circunstancia de cualquiergrupo de personas que recibe un tratodiscriminatorio, diferente e injusto res-pecto de los demás miembros de la socie-dad. Un grupo tal se define, por tanto,por su posición de subordinación social yno por su número. Así, v. gr., las mujeres,a pesar de representar la mitad de la po-blación de cualquier sociedad, constitu-yen de hecho una minoría en numerosassociedades. Cfr. Osborne, 1996.

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contradicción con el principiodemocrático de igualdad de de-rechos y, más concretamente,con aquella interpretación delmismo que exige que todos loshombres y mujeres deben serconsiderados de igual modo yque reclama que la ley se mues-tre consecuentemente neutral o“ciega”, por principio, ante lasdiferencias que presenten los su-jetos individuales y que, por tan-to, desconozca el conjunto departicularidades que conformanla complejidad real de la condi-ción humana. Sin embargo, da-do que las condiciones de parti-da no son iguales para todos losmiembros de una sociedad, di-cha aplicación ciega de normasno hace sino consagrar la desi-gualdad originaria: aplicar es-trictamente el principio de igual-dad a situaciones de hecho desi-guales es conculcar el principiomismo. La igualdad formal,conseguida en parte, ha dejadoal descubierto de manera paten-te un trato fáctico desigual. Sólosi se posterga el principio deigualdad formal ante la ley, y si-multáneamente se realza el prin-cipio de igualdad real de opor-tunidades, estaría justificado (y,además, adquiriría pleno senti-do) articular medidas que pro-curasen la equiparación de losparticipantes en el campo dejuego, por lo menos hasta quepuedan entrar de nuevo en vigorlas antiguas reglas ciegas, esto es,hasta que nadie pueda verse per-judicado por su empleo (cfr.Taylor, 1993, 63). Si se siguenestas pautas, nada impide queencuentren un sitio en una con-cepción de la justicia como im-parcialidad ciertas medidas decarácter temporalmente limita-do, normas meramente coyun-

turales, puestas en vigor con lafinalidad expresa de fomentar laintegración de los grupos mino-ritarios.

2. Cuestionamiento de la discriminación positivaEl mantenimiento de estas me-didas políticas es, sin embargo,objeto de fuertes controversias.Con cierto fundamento, se obje-ta que estos programas estatalesrepresentan un tipo de interven-ción legal caracterizada por uninjustificable sesgo paternalista,dado que, de alguna manera, de-terminados ciudadanos son tra-tados como menores de edad.Los liberales americanos de ca-rácter conservador, los llamados“libertarios”, sostienen por suparte que las tentativas de rectifi-car legalmente las circunstanciasdesiguales conducen “inevitable-mente, como en una pendienteresbaladiza, a la intervención so-cial opresiva” (Kymlicka, 1995,174). Además, es cierto que losdefensores de esas políticas tien-den a silenciar con controverti-bles argumentos utilitaristas elquebranto de los derechos indi-viduales que algunos sujetos hande padecer por el hecho de per-tenecer a la mayoría social, in-cluso aunque no sean miembrosprivilegiados de la misma2.

Así se manifiesta, por ejemplo,un claro liberal (o, en términos depolítica europea, un progresista)como Ronald Dworkin (1984,327-348; 1994, 182-190), queha analizado críticamente los ar-

gumentos esgrimidos para pos-tergar a determinados individuosen sus aspiraciones a ocupar unpuesto de trabajo o a acceder auna plaza escolar. Este filósofodel derecho señala que el mayorriesgo de tales prácticas estribaen que lo que se inicia de formalocalizada y temporal acabe con-virtiéndose en un modo de pro-ceder permanente y extensivo(que sea además interiorizadopor los beneficiados como dere-chos adquiridos), contravinien-do su razón inicial, que no eraotra que la superación de todaclase de discriminación.

Los problemas no surgen tan-to en el nivel de la justificaciónteórica de los principios que ri-gen la llamada política de cuotascomo en el de la aplicación prác-tica de esa política. Un modo deproceder serio y respetuoso re-quiere que en cada situaciónconcreta se considere el modode evitar que los derechos legíti-mos de una persona particularpuedan ser sacrificados en arasdel objetivo político de la pro-moción social de los grupos des-favorecidos. En definitiva, de loque se trata es de ser consecuen-te en la crítica del principio rec-tor del utilitarismo y tomarse,una vez más, los derechos de to-dos los ciudadanos en serio.Ciertamente, la negación de de-rechos a algunos individuos e,incluso, a grupos enteros puederesultar una fuente de utilidadpara el conjunto de la sociedad,pues no son –siguiendo la fa-mosa distinción de John Rawls–necesariamente irracionales des-de el punto de vista del cálculode utilidad personal o grupal,pero son profundamente irrazo-nables desde el punto de vista dela justicia o de la distribución

equitativa e imparcial de bienesy derechos.

Tras estas reflexiones resul-ta paradójico observar cómoDworkin (que, como ya se ha se-ñalado, considera que ningúnobjetivo social que viole los de-rechos individuales se puede jus-tificar aunque contribuya al bie-nestar general) acaba defendien-do, con algunas matizaciones, ladiscriminación positiva comoun medio efectivo para solucio-nar un problema social. Esta in-consistencia interna de la pos-tura de Dworkin revela, en cual-quier caso, el enorme grado decomplejidad teórica y prácticade la cuestión, que sin duda ad-mite consideraciones contra-puestas.

En la ya dilatada práctica delos sistemas de cuotas se observaque las mayores dificultades sur-gen, como ocurre con cualquierdecisión política, cuando se hade resolver en el plano indivi-dual el conflicto jurídico provo-cado por la colisión de derechosigualmente protegibles. Este es-collo saltó a la palestra en Euro-pa con ocasión de una sentenciadel Tribunal de Justicia de laUnión Europea, con sede en Lu-xemburgo, hecha pública el 17de octubre de 1995 (caso Ka-lanke c. Freie Hansestadt Bre-men). Este fallo ha sido poste-riormente refrendado en térmi-nos generales por el TribunalFederal alemán de lo laboral(Bundesarbeitsgerichte, marzo1996). El Tribunal de Luxem-burgo otorgaba la razón a un in-geniero superior (el señor Ka-lanke) que perdió un concursode promoción interna en el ser-vicio municipal de parques y jar-dines de la ciudad-Estado deBremen porque, en igualdad de

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2 Éstas son, por ejemplo, las circuns-tancias del principal caso judicial sobrediscriminación inversa en Estados Uni-dos, Regents of the University of Californiavs. Allan Bakke, que fue fallado por la Su-prema Corte el 5 de julio de 1978.

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capacitación profesional, suoponente era una mujer (la se-ñora Glißman, también inge-niera superior). El señor Kalan-ke se amparaba precisamente enla Directiva 76/207/CEE, rela-tiva a la aplicación del principiode igualdad de trato entre hom-bres y mujeres. El fallo ha le-vantado una auténtica polvaredapor la rotundidad con que esta-blecía la ilegalidad (más bien, suno adecuación al derecho co-munitario) de la regulación ju-rídica de la “discriminación po-sitiva” en favor de la mujer en ladistribución de cargos de la Ad-ministración pública. La sen-tencia proscribe una forma de-terminada de acción positivaconsistente en imponer la prefe-rencia de una persona por sumera pertenencia al sexo feme-nino en aquellos sectores labo-rales en los que las mujeres esténinfrarrepresentadas. El TribunalEuropeo encontró rechazable,en particular, el automatismo enla aplicación de la normativa, esdecir, la prioridad absoluta e in-condicional de las mujeres enun nombramiento o promo-ción, pues, al impedirse la nece-saria consideración ponderadade los casos particulares, se dis-crimina negativamente a los va-rones con capacidades similaresy se sobrepasan los límites de laexcepción establecida en el apar-tado 4 del artículo de la Direc-tiva Comunitaria.

De la sentencia del Tribunalde Luxemburgo no cabe, sinembargo, deducir el cuestiona-miento de la acción positiva ensu conjunto como mecanismoidóneo para la erradicación delas desigualdades que tienen ori-gen en el sexo (género), sino tansólo una desautorización en todaregla de un modo particular deaplicarse. La adopción de medi-das de discriminación positivaen favor de determinadas mino-rías no debe convertirse nunca,como afirma el tribunal, en unexpediente fácil para excluir anadie a priori sin antes examinarcon objetividad cada solicitud ocandidatura.

En contra de la sentencia delTribunal de Luxemburgo, cabe

señalar que no se sostiene –en elsentido de que no se compadececon los hechos– que la decisiónde la municipalidad de Bremensea una aplicación incondicio-nal de la preferencia de las mu-jeres, porque existían tambiénotros requisitos que fueron con-siderados previamente: una mis-ma capacitación entre las perso-nas que optan al procedimientode selección y una infrarrepre-sentación de las mujeres en elsector laboral afectado (median-te la correspondiente certifica-ción oficial). A favor de medidascomo las tomadas por la ciudadde Bremen, debería subrayarseque, de hecho, ya han mostradosu virtualidad como programasde aprendizaje social a largo pla-zo, ya que han posibilitado quese sometieran a discusión públi-ca los motivos que justificaron ladiscriminación tradicional de lasminorías constituidas en razónde género o de raza. Y si esto esvalorable positivamente, enton-ces el fallo del Tribunal Euro-peo representa, como sostieneSybille Raasch (1995, 495), unpaso atrás en ese necesario pro-ceso de aprendizaje colectivo.

Dos años después de la sen-tencia del caso Kalanke, en no-viembre de 1997, el Tribunal deJusticia de la Unión Europea hacorregido su propia doctrina,dictaminando ahora la legalidadprima facie de la discriminaciónpositiva en favor de la mujer3.En cualquier caso, las fluctua-ciones de la jurisprudencia eu-ropea sobre las distintas formasde discriminación social no sonmuy diferentes de las observa-bles en la jurisprudencia nortea-mericana sobre la materia. En1954, en su decisión del caso

Brown vs. Board of Education, laCorte Suprema sostuvo que lacláusula de igual protección an-te la ley incluida en la decimo-cuarta enmienda (promulgadatras la Guerra de Secesión) pro-híbe a los Estados federados lasegregación racial en las escuelaspúblicas. Recientemente, en1989, la Corte ha decidido quela misma cláusula prohíbe tam-bién ciertas clases de discrimi-nación positiva (cfr. Dworkin,1994, 182).

Una argumentación de talan-te diferente contra el caráctertemporal de los actuales sistemasde cuotas es la desarrollada porCharles Taylor. Su preocupaciónes la justificación de regulacionesjurídicas específicas que prote-jan a la minoría francófona enCanadá, que en la región deQuebec constituye a su vez lamayoría social, con el fin de ase-gurar el mantenimiento y el flo-recimiento de su identidad cul-tural. Considera que los siste-mas de cuotas suelen quedarsecortos, pues suelen proyectarsecon un limitado horizonte tem-poral, en congruencia cierta-mente con la esperanza de quegradualmente se nivele el campode juego de tal manera que lasviejas reglas ciegas puedan retor-nar a su antiguo vigor sin discri-minar (negativamente) a nadie.Pero lo que se precisa, en reali-dad, son medidas de carácterpermanente que respondan a laaspiración legítima de las comu-nidades culturales, y no sólo delos individuos, a no perder nun-ca su identidad y a sobrevivir co-

mo tales comunidades (cfr. Tay-lor, 1993, 63-64).

A pesar de que la sensibilidadhacia las minorías forma partede lo que se conoce como “co-rrección política”, son cada díamás quienes desde tribunas pro-gresistas alzan su voz en favor dela revisión de los programas dediscriminación positiva para lasminorías debido a sus efectosperversos. Se denuncia que unaspolíticas bienintencionadas, esosí, rehabiliten, alimenten e insti-tucionalicen una noción cientí-ficamente tan sospechosa y polí-ticamente tan perniciosa comoes la de la división de la huma-nidad en razas y géneros. Laaplicación de datos biológicosfavorece, por un lado, la reac-tualización del antiguo sistemade separación por razas y contri-buye, por otro, al empobreci-miento de la noción de diversi-dad cultural.

La misma definición públicade determinados atributos deidentidad –étnica, cultural, se-xual, religiosa, etcétera–, que serequiere necesariamente paraponer en práctica medidas dediscriminación positiva, puedeconllevar algunas consecuenciasno previstas ni deseadas. Nopuede descartarse el peligro deque semejantes rasgos de identi-dad se erijan en rasgos de exclu-sión social que contribuyan aconsolidar los estereotipos nega-tivos existentes y agudicen aúnmás la marginación de ciertascomunidades y grupos sociales.No parece tan claro que las polí-ticas de “acción positiva” desa-rrolladas en tales términos favo-rezcan, en contra del criterio ex-presado por Kymlicka (1996),la integración de las minorías enla mayoría social. En ningún ca-so deberían pasarse por alto lasposibles consecuencias fatales deaplicar el factor étnico o de gé-nero pensando ingenuamenteque siempre va a ser tenido encuenta sólo para beneficiar a lasminorías en desventaja: nada ninadie nos garantiza desgraciada-mente que, en manos de un gru-po de ideología racista en el po-der, el sistema de cuotas no fue-ra empleado precisamente en

LUCESY SOMBRAS DE LA DISCRIMINACIÓN POSITIVA

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3 En la sentencia sobre el denominadocaso Marschall, del 11 noviembre de1997, el Tribunal de Luxemburgo decla-ra con menos paliativos la legalidad de ladiscriminación positiva en favor de la mu-jer (en el caso Kalanke la había declaradoilegal cuando se aplica de forma “absolu-ta e incondicional”): “A menos de quehaya motivos relativos a la persona de uncandidato masculino que hagan inclinarla balanza a su favor”. Admite así un cier-to automatismo (sic) siempre y cuandolos demandantes de un empleo o de una

promoción tengan la misma capacidad yhaya más hombres que mujeres en el sec-tor afectado. Debe descartarse la prioridaden favor de las mujeres “cuando uno o va-rios de los criterios inclinen la balanza enfavor del candidato masculino”. El tribu-nal toma en cuenta el hecho de que, anteuna promoción, “en caso de igual capaci-tación existe la tendencia a preferir a loshombres en detrimento de las mujerescomo consecuencia de los prejuicios te-naces y de las ideas estereotipadas sobre lafunción y las capacidades de la mujer”. Enconsecuencia, declara legal una ley que“tiene por objetivo preciso y limitado au-torizar medidas aparentemente discrimi-natorias que intentan eliminar o reducirlas desigualdades de hecho que puedenexistir en la realidad de la vida social”.

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contra de esas minorías. Tam-poco debería ignorarse que, co-mo afirma el reputado crítico li-terario de la revista Time RobertHughes (1994, 214), “el multi-culturalismo populista tambiénpuede convertirse rápidamenteen una forma de racismo inver-so”. Una política centrada en ladefensa del derecho a la diferen-cia corre además el riesgo deque, bajo capa de “igualdad en ladiferenciación, se perpetúe oreinstaure la añeja desigualdadque tradicionalmente ha perju-dicado a las minorías precisa-mente por ser diferentes” (RuizMiguel, 1994, 291).

En definitiva, ¿cómo puedensuperarse las discriminaciones his-tóricas con la ayuda de las cate-gorías de raza y sexo que las ori-ginaron? Pero, ¿puede vencerse laherencia de la segregación sin re-currir a tales categorías? Estas dospreguntas conforman los doscuernos del dilema con el que seenfrentan las actuales políticasorientadas a la integración de lasminorías (Ostendorf, 1992).

3. Una cobertura ‘ad hoc’ de la discriminación positiva:estudios multiculturales y ‘corrección política’Los programas de integración delas diferentes minorías aplicadasen el ámbito educativo nortea-mericano se han convertido enun foco de atención para los crí-ticos del multiculturalismo en-tendido como proyecto social ypolítico de convivencia entre di-ferentes grupos y comunidades4.En muchas universidades ameri-canas se han desarrollado nue-vos planes de estudios que bus-can alterar, ampliar o eliminar elcanon de autores acreditados quehasta la fecha sólo incluían varo-nes blancos muertos (o “pálidospatriarcas machistas”, Hughes,1994, 116).

Charles Taylor, por ejemplo,se halla entre los defensores delos estudios multiculturales,pues encuentra en ellos una ma-nera práctica de ampliar el hori-zonte epistemológico y axioló-gico. Considera además, ahoraretomando un argumento deFrantz Fanon, que puede seruna forma adecuada de modifi-car la imagen de inferioridad in-culcada a las culturas subyuga-das por los grupos dominantes(cfr. Taylor, 1993, 96-107). Deforma algo confusa, Taylor ar-guye también que los estudiosmulticulturales ponen de mani-fiesto la igualdad axiológica detodas las culturas y su parejacontribución al patrimonio uni-versal. Este razonamiento puedeser, sin embargo, perturbador,pues no parece una buena tácti-ca argumentativa relacionar lanecesidad de restañar los dañospersonales producidos por eldesprecio del entramado cultu-ral de los individuos y gruposcon la cuestión del valor com-parativo de cada cultura (cfr.Wolf, 1993, 112-113, y Haber-mas, 1993, 172-173).

El establecimiento de un ca-non literario multicultural en lasaulas universitarias es una deci-sión polémica que ha sido, dehecho, fuertemente cuestiona-da. La excelencia literaria comocriterio de inclusión en los pro-gramas de la materia ha sidoabandonada, según sus propul-sores, en aras de la integraciónde las diversas culturas. Esto nosólo ha sido criticado, sino queincluso se ha llegado a proponerun modelo alternativo: “el ca-non occidental”, tal como Ha-rold Bloom (1995) tituló su yafamoso y controvertido libro. Enfavor de esta obra puede aplicar-se el juicio general que emitíaAmy Gutmann contra aquellaforma de plantearse la cuestióncultural: “No es necesario, deninguna manera, denigrar lasgrandes obras o defender un re-lativismo sin normas para preo-cuparse por el modo en que lacrítica esencialista del multicul-turalismo incide en la idolatríaintelectual” (Gutmann, 1993,32). En todo caso, las posturas

encontradas de esencialistas ydeconstruccionistas sobre el ca-non literario en el sistema edu-cativo son de difícil conciliación.

Sobre este último asunto con-sidero preciso señalar que algu-nos experimentos llevados a ca-bo para incorporar en los curri-cula las diferentes culturas son,al menos, bastante discutibles.Incluso desde posiciones libera-les no etnocéntricas se afirmaque los estudios académicos delmulticulturalismo se han con-vertido en algo bastante medio-cre. Lo que empezó como algopositivo (la revisión y amplia-ción del canon literario e histó-rico mediante el reconocimientode la cultura de algunos grupos:hispanos, negros, indios nortea-mericanos, orientales, mujeres uhomosexuales) ha desembocadoen un cierto caos educativo. Lacivilización occidental y sus orí-genes, en bloque, se han conver-tido en el malo de la película.Ahora, en lugar del estudio de laliteratura convencional, todo elempeño se centra en enseñar acada grupo la historia de su per-secución, corriéndose así el ries-go de que los estudiantes igno-ren todo o casi todo lo que res-pecta a la base cultural comúndel país en el que moran.

Los estudios académicos delmulticulturalismo, entre los queabundan los women’s studies, losblack studies o los gay and les-bian studies, se han configuran-do desde la denominada “empa-tía metodológica” o, dicho conotras palabras, desde el supuestode que sólo las mujeres puedenentender a las mujeres o sólo loshomosexuales a los homosexua-les. No es difícil desvelar los in-convenientes de una tesis que,llevada hasta sus últimas conse-cuencias, impediría la comuni-cación entre los miembros deuna sociedad al faltar el necesa-rio horizonte de significacióncompartido, que hace las vecesde trasfondo de inteligibilidad.La metodología adoptada poresos estudios no promueve ni fa-vorece la concordia social. Puedecontemplarse, ciertamente, laproliferación de esos estudios co-mo una muestra más de la hon-

da crisis por la que pasa el mo-delo de armónica mezcla racialque idealmente constituiría labase social de Estados Unidos ysu orgullo como nación, tal co-mo sostiene José Ángel Valente(Abc Cultural, Madrid, 8-12-1995) a propósito de otro tér-mino en boga:

“Lo ‘políticamente correcto’ es unvago concepto sociológico inventadoen Estados Unidos para navegar –sinofender demasiado visiblemente a na-die– en el proceloso mar del multicul-turalismo. Concepto o, mejor dicho,instrumento verbal, para encubrir el in-menso fracaso del melting pot de gruposétnicos o sociales o culturales irreme-diablemente no aglutinados. Instru-mento, en tal sentido, profundamentesuperficial o hipócrita”.

Los propulsores del movi-miento de la “corrección políti-ca” han hecho esfuerzos ímpro-bos con el fin de destruir el lenguaje –mediante afectadosretorcimientos– sin cambiar ennada la realidad: “Las palabrasno son hechos y la nomencla-tura sola no cambia nada”, afir-ma Hughes (1994, 34). En elterreno de la estética, se inspiranen un difuso concepto relativis-ta que niega la posibilidad denormas y juicios sobre el arte;en la teoría política, sustituyenla categoría de clases sociales porlas de raza y sexo como divisio-nes significativas en la sociedady en los ámbitos de poder; nie-gan, finalmente, que la civiliza-ción occidental sea la matriz on-tológica de nuestros problemasbásicos, por lo que, de modoconsecuente, bregan por redu-cir drásticamente su posición enlos programas universitarios (cfr.Riotta, 1992).

El problema provocado porun lenguaje público que subrayay pone el énfasis en las diferen-cias no es, sin embargo, baladí.Si se abandonan los presupues-tos universalistas y se acentúanlas tendencias particularistas, laspolíticas en favor de la coexis-tencia pacífica de diferentes cul-turas mediante mecanismos dediscriminación positiva puedendegenerar, sin embargo, en unejercicio teórico con efectos per-versos tales como el manteni-miento de las diferencias étnicas

JUAN CARLOS VELASCO ARROYO

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4 En la práctica diaria, los paladines dela bondad de un lenguaje “políticamentecorrecto”, los defensores de los estudiosmulticulturales y los valedores de la dis-criminación positiva resultan ser las mis-mas personas, aunque, a decir verdad, en-tre todos estos asuntos no existe una cla-ra conexión.

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y el olvido de las desigualdadessociales de carácter económico(que, sin embargo, no han desa-parecido). Eso es lo que ocurrecon la retórica del separatismocultural surgida como retoñobastardo –y no como conse-cuencia legítima– del discursomulticulturalista, pues, en reali-dad, supone su negación máscompleta en cuanto que rechazael diálogo intercultural, esa cons-tructiva y sugerente actitud de“aprender a ver a través de lasfronteras” (Hughes, 1994, 110),por la que aquel discurso enprincipio aboga5. Debería te-nerse en cuenta que una retóricapolítica centrada en el particula-rismo imposibilita la articula-ción coherente de los restantesmotivos universalistas sobre losque se han de apoyar necesaria-mente quienes hoy se han deci-dido por la defensa del pluralis-mo cultural:

“La defensa de las minorías y sus de-rechos puede parecer a primera vistauna manifestación de multiculturalis-mo, pero a menudo lleva en sentidocontrario a un comunitarismo encerra-do en sí mismo y, por tanto, hostil a lacoexistencia con culturas diferentes”(Touraine, 1995, 14).

La cuestión estribaría enton-ces en cómo reclamar el recono-cimiento de las diferencias cul-turales con un discurso exentode un vocabulario universalista.La dificultad parece insuperable,pues, como sostiene Wellmer(1996, 100),

“una ‘política de las diferencias’, seaen lo tocante a minorías culturales o enlo tocante a culturas no occidentales,no puede practicarse en absoluto sin untrasfondo de principios morales y jurí-dicos de tipo universalista”.

Aunque el término multicul-turalismo “se ha convertido en un

comodín con casi tantos signifi-cados variopintos como bocashay para pronunciarlo”, cierta-mente asevera, y éste es el valorpositivo que quisiera atribuirleaquí, que “las gentes de raícesdistintas pueden coexistir” (Hug-hes, 1994, 97). Si bien este obje-tivo político es completamentelegítimo e incluso progresista, elmulticulturalismo no ha de pre-sentarse como una utopía de re-cambio para una izquierda deso-rientada tras el fin de las certi-dumbres que define este final desiglo, sino como un nuevo elen-co de problemas, categorías y va-lores que podría (y necesitaría)ser complementado por otrosprocedentes de los nuevos y vie-jos movimientos sociales.

El hecho de que en ciertos lu-gares las diferencias de género ola etnicidad se hayan convertidoen categorías decisivas para con-siderar en términos políticos lasdiferencias sociales –desplazandoincluso al concepto de clase– nodebería utilizarse como coartadapara soslayar las enormes desi-gualdades económicas que sub-sisten de manera pertinaz. Sin caer en dramatismos, “hoy díapuede seguir hablándose de la co-existencia del Tercer y el PrimerMundo” en el interior tanto delos países subdesarrollados comode los desarrollados (Ostendorf,1992, 860). Si las diferencias eco-nómicas siguen siendo relevan-tes, entonces, como sostieneHughes (1994, 75) en referenciaal ámbito educativo –aunque po-dría extenderse también a otrossectores–, “una política más equi-tativa […] sería ligar la preferen-cia en la admisión universitaria ala pobreza del estudiante, y no asu raza ni a su sexo”.

Las voces en favor de una ar-ticulación multiculturalista de lasociedad, perceptibles en un sec-tor militante de la academia yde la prensa, son, ciertamente,algo positivo, pues suponen uncontrapeso frente a la tendenciaa la uniformización cultural quecaracteriza al proceso de globali-zación en que estamos inmersos.Dejando a un lado el posibleriesgo de legitimar de este modoun fundamentalismo que ali-

mente las tensiones entre losgrupos portadores de diferentesculturas (llámense etnias, nacio-nes, etcétera), esas voces puedencontribuir empero a aumentarla confusión sobre la naturalezade los problemas sociales más la-cerantes, que no es étnica ni cul-tural sino económica: la persis-tente desigualdad en el acceso alos bienes materiales.

En las universidades nortea-mericanas, que auspiciaron la ar-ticulación normativa de uncomportamiento “políticamen-te correcto” y lo configuraroncomo movimiento social, setiende a concebir esa corrientecomo la culminación intelectualy práctica de los diversos pro-gramas de discriminación posi-tiva en favor de determinadasminorías marginadas iniciadosen los años sesenta. Desde otrossectores sociales se considera,por el contrario, que dicho có-digo tendrá efectos letales para lapacífica convivencia ciudadana.Sin llegar a extremos catastrofis-tas, los que piensan así quizá noanden muy equivocados en lamedida en que los programas dediscriminación positiva, y en ge-neral las políticas en favor de laconvivencia multicultural, pre-tenden efectivamente acabar conla engañosa tranquilidad del sta-tu quo. Hasta el momento, di-chas medidas han logrado yatransmitir la idea de que lo polí-tico no puede seguir basándoseen una supuesta homogeneidadcultural ni, por tanto, concebir-se sin la consideración de las se-ñas simbólicas de identidad co-lectiva. Esto representa, sin du-da, uno de los cuestionamientoscontemporáneos más radicalesde los fundamentos normativosde las teorías clásicas de la de-mocracia. n

[Este artículo ha sido elaborado gracias ala financiación de una Ayuda a la Investi-gación, patrocinada por la Fundación Ca-ja Madrid.

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LUCESY SOMBRAS DE LA DISCRIMINACIÓN POSITIVA

70 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 90

Juan Carlos Velasco Arroyo es in-vestigador del Instituto de Filosofía delCSIC.

5 Un objetivo buscado, pero aún ape-nas alcanzado, por la discriminación po-sitiva y la educación en lo “políticamentecorrecto” sería el fomento del diálogo in-tercultural: que los jóvenes de las nuevasgeneraciones tengan menos prejuicios so-ciales; que, por ejemplo, los jóvenes blan-cos se comuniquen más fácilmente conlos negros y que éstos a su vez pujen porencontrar fórmulas diferentes al tradicio-nal círculo victivismo-revanchismo en elque se han movido hasta ahora.

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n el siglo XVIII la élite ilus-trada era tan mayoritaria-mente cosmopolita que, en

los años sesenta, el término era si-nónimo de philosophe. En esa mis-ma época Diderot definía comoverdaderos cosmopolitas a quie-nes frecuentaban el salón del ba-rón de D´Holbach, para diferen-ciarlos de los apátridas y neocíni-cos representados por Fougeret deMombron, quien en su libro Elcosmopolita o el ciudadano delmundo, escrito en 1751, afirmabaque todas las patrias eran igual dedetestables.

Aunque la palabra no apareceen la edición de 1694 del Dic-cionario de la Academia france-sa, sí está recogida en el Diccio-nario de Trévoux de 1721, sibien tiene un significado ambi-guo que oscila entre “un hombreque no tiene residencia fija” y“alguien que no es extranjero enninguna parte”. En la edición de1771, la definición es ya, sin em-bargo, inequívoca.

Los cosmopolitas del siglo delas Luces se caracterizaron por ladefensa de la tolerancia religiosa,por el pacifismo como respuesta alas guerras por la hegemonía eu-ropea (aunque hubo excepcionescomo en el caso de la interven-ción rusa en Polonia, que Voltaireapoyó por considerar que llevabalas luces a un país semifeudal), ypor su demanda de una políticade reformas y un uso racional delpoder, frente al Absolutismo. Re-chazaron asimismo las institucio-nes políticas nacionales y localescuando éstas entraban en conflic-to con la razón o con los derechosdel individuo.

Entre sus exponentes destacanfiguras como Diderot y Condor-cet, pioneros en la reivindicaciónde los derechos de la mujer, Vol-

taire, luchador incansable contrael fanatismo religioso, Montes-quieu, D´Alembert, y Bernardinde Saint-Pierre, apóstol de las teorías internacionalistas y paci-fistas, quien en su Proyecto de pazperpetua de 1712, exhortaba a lacreación de una confederación de24 naciones para garantizar la pazen Europa, proyecto que, en suopinión, impulsaría una unión si-milar en Asia.

En sus Pensamientos sobre laAdministración pública, Voltairedesmitifica el amor a la patria, de-finiéndolo como una mezcla deamor propio y de prejuicios. Yen su artículo “Patria” del Dic-cionario filosófico, califica al pa-triotismo romano –el modelo porexcelencia ensalzado por Rousse-au–, de fanático, por convertir alos hombres en enemigos y fo-mentar la propia grandeza a ex-pensas del empobrecimiento aje-no. A ese sentimiento excluyentey agresivo opone el sentir del cos-mopolita, que no desea que supaís sea ni más grande ni más pe-queño, ni más rico ni más pobreque las naciones vecinas. Conse-cuente con esos ideales universa-listas, Voltaire se exilió volunta-riamente en Ferney, Suiza, y senegó siempre a reconocer una pa-tria y a identificarla con el lugarde nacimiento. De este modocuando se pregunta cuál es la pa-tria de un judío de Coimbra quesufre persecución por sus ideasreligiosas, o la de un monje cató-lico que anhela el cielo, o la de uncampesino arruinado, respondeque la patria es el lugar que nosacoge y donde nos encontramosbien, relativizando así el amor alterruño y los lazos que nos unena nuestros compatriotas.

Otro de los grandes cosmopo-litas de la época por su rechazo

del etnocentrismo y su defensa delos valores culturales que trascien-den las fronteras, es Montesquieu,que encarna, según afirma el ca-ballero de Joucourt en la Enciclo-pedia, el patriotismo más perfecto,el universal, aquél que defiendelos derechos de toda la humani-dad. La preocupación que late enLas cartas persas por la suerte quecorrerá el género humano, la aper-tura hacia el exterior que proponecomo medio para superar los lí-mites impuestos por la propia cul-tura, y la reivindicación del viajede conocimiento, que a él perso-nalmente le abrió horizontes nue-vos, son un claro reflejo de su cos-mopolitismo. Pero Montesquieusimboliza también el ideal ilustra-do por su apego a los derechos in-dividuales y por su denuncia delpoder absoluto, tanto en el planopolítico como en el personal. EnLas cartas persas muestra un ejem-plo de las atroces consecuenciasque se derivan del empleo de lacoacción y de la violencia en elterreno de las relaciones persona-les, que se traducen en la infelici-dad del opresor y la muerte deloprimido. La obra expresa sus du-das sobre la posibilidad de que elhombre y la mujer puedan desa-rrollar libremente su personalidaden el marco de determinadas ins-tituciones sociales. Y su convic-ción de que, cuando éstas se vuel-ven tan opresivas que ya no haymargen para la libertad indivi-dual, la única alternativa es el sui-cidio, último ejercicio de la liber-tad personal con el que conclu-yen, en efecto, Las cartas persas.

En el ámbito político, Mon-tesquieu se decanta abiertamentepor el individuo, tanto a la horade elegir entre los intereses indivi-duales y los de la colectividad, co-mo al plantearse la cuestión de

cómo debe ejercerse el poder po-lítico. Así, condena taxativamentetodo poder absoluto y defiendelos Gobiernos “suaves”, que guíana los ciudadanos siguiendo sus in-clinaciones naturales, sin forzar-les, utilizando la razón en lugarde la coacción. No porque las le-yes sean más duras, afirma, se res-petará más a los Gobiernos y secometerán menos crímenes.

Libertad, razón, tolerancia yderechos individuales, eran valorescompartidos en el Siglo de las Lu-ces por una comunidad de inte-lectuales cosmopolitas, que desdefinales del XVII se conocía con elnombre de República de las Le-tras. Pero la solidaridad culturalasí forjada trascendía las fronterasnacionales y religiosas, y viajeroscomo lady Montagu descubríanentre los effendi o letrados musul-manes de Belgrado a espíritusemancipados, deístas, y conoce-dores de los librepensadores in-gleses, mientras otros como Casa-nova se encontraban con auténti-cos philosophes como el sabioturco Josouff.

Estos vínculos entre intelec-tuales se reforzaron a través de lasrecientemente creadas academias,que rivalizaban por atraer a losgrandes pensadores de la épocasin atender a su nacionalidad. Re-cordemos, por ejemplo, que Vol-taire era miembro de la Royal So-ciety de Londres, de la Academiade Edimburgo y del Instituto deBolonia, entre otros. A ello con-tribuyeron también las logias ma-sónicas (Casanova, por ejemplo,estaba afiliado a la de París y a lade Turín), algunas de las cualesaceptaban a mujeres, como elMopsorden instituido en Colo-nia en 1740 o las logias de adop-ción a partir de 1775. La red delogias que se extendía por las prin-

E

72 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA n Nº 90

T E O R Í A P O L Í T I C A

COSMOPOLITISMOY PATRIOTISMO

MARÍA JOSÉ VILLAVERDE

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cipales ciudades europeas (todoslos puertos franceses contaban almenos con una) y acogía a los via-jeros deseosos de conocer el mun-do, impulsó de manera conside-rable la unión de la intelligenzia.

Estos lazos propiciaron los in-tercambios y los descubrimien-tos científicos, muchos de loscuales fueron fruto de la colabo-ración de investigadores de di-versos países. Es el caso del des-cubrimiento de la electricidad enel que participaron Gray en In-glaterra, estableciendo la distin-ción entre cuerpos conductores yno conductores, Dufay en Fran-cia, diferenciando la electricidadpositiva y la negativa, los cientí-ficos de Leyde, Nollet con susexperiencias sobre la electricidadde los cuerpos, Coulomb, Volta,etcétera.

Pero a mediados del XVIII elcosmopolitismo triunfante estabasiendo cuestionado por las ideaspatrióticas que estaban calando enla sociedad europea. El términocosmopolita adquirió connota-ciones negativas en la cuarta edi-ción del Diccionario de la Acade-mia francesa de 1762, que califi-caba de mal ciudadano a quienrenuncia a su patria. E incluso, enel artículo “Patria” de la Enciclo-pedia, aunque se advertía en con-tra de sus excesos, se ensalzaba elpatriotismo como la virtud públi-ca que induce a renunciar a unomismo en aras del bien común, ycomo la pasión que impulsa a realizar acciones heroicas y vale-rosas. En 1764-1765 hubo pro-puestas en Nîmes para crear unaAcademia de Historia de la Pa-tria. Paralelamente el despotismoilustrado se revistió de patriotis-mo, probablemente para ocultarsus objetivos expansionistas, y elsoberano dejó de aparecer como

el defensor de intereses dinásticospara simbolizar los intereses na-cionales. María Teresa de Habs-burgo y luego su hijo José II sedispusieron a convertir los frag-mentados Estados de la Casa deAustria en una nación alemana, eincluso un declarado francófonoy cosmopolita como Federico IIde Prusia se adhirió a la nuevatendencia en sus Cartas sobre elamor a la patria, de 1779. Si bienes cierto que las élites aristocráti-cas resistieron el embate del sen-timiento nacional, salvo excep-ciones como Hungría, los círcu-los burgueses por el contrario, yen especial la burguesía de nego-cios, lo acogieron con júbilo, co-mo lo prueba el hecho de que elpatriotismo alemán nació enHamburgo, ciudad de comerciopor excelencia.

Este nuevo valor en alza, elamor a la patria de raíces greco-rromanas, que durante la EdadMedia había perdido todo signifi-cado debido a la visión universa-lista de la sociedad feudal, tuvocomo principal valedor en el sigloXVIII a Rousseau. Ajeno al sentircosmopolita, el gran objetivo delginebrino fue, por el contrario,

reconstruir los vínculos socialesdebilitados, el sentimiento de per-tenencia al grupo, la homogenei-dad de la colectividad, y la frater-nidad perdida por el desarrollo delcapitalismo y del interés privado.Su sueño se hizo realidad en par-te en ese gran proceso creador dela identidad nacional que fue laRevolución Francesa, que si bienno creó una nueva sociedad nidestruyó la aristocracia, sino tansólo el principio aristocrático en elque se basaba el antiguo régimen,como señaló Tocqueville, sí afir-mó nuevos valores, entre ellos elpatriotismo.

Aunque su noción de patrio-tismo no tiene exactamente elmismo significado que le daránlos nacionalistas del siglo XIX,Rousseau dio origen al culto ro-mántico del grupo, y fue tambiénel artífice del sentimiento nacionaly de la identidad nacional en tor-no a los cuales se articula nuestromundo moderno. A pesar de queen sus primeras obras (sobre todoen el Discurso sobre el origen de ladesigualdad entre los hombres y enel Discurso sobre la Economía polí-tica) ensalza en algún momento elhumanitarismo (debido a la in-

fluencia de Diderot), la rupturacon el cosmopolitismo ilustradose puede fechar con toda claridaden la primera versión de El con-trato social, enviada al editor Reyen diciembre de 1760. Libro mal-dito, del que Rousseau afirmabaen carta a su editor Delvaux queera una obra imposible de com-prender y que habría que reha-cer. Libro interpretado a voluntadpor los distintos actores del dramarevolucionario, tanto por los ja-cobinos como por los contrarre-volucionarios de 1789, que fun-damentaron sus tesis en él. Libro,en fin, en cuyo nombre se corta-ron innumerables cabezas en laguillotina en aras de la realizaciónde ese utópico ideal de sociedadque en él se esbozaba.

En El contrato social aparecen,sin embargo, varias ideas, corro-boradas en el resto de su obra po-lítica, que deberían hacernos re-flexionar sobre la conveniencia deseguir considerando a Rousseauun heredero de la Ilustración y unabanderado de la Democraciamoderna. Es cierto que en dichotexto Rousseau defiende la igual-dad y la libertad, pero como yademostró en el siglo pasado Ben-jamin Constant, se trata de laigualdad y de la libertad antiguas,características de la ciudad-Estadogrecorromana, en la que no exis-tían derechos individuales y endonde el ciudadano estaba some-tido por entero a la colectividad, ala que debía inmolar su vida si erapreciso. Es ese tipo de patriotismoel que Rousseau exalta: “un ver-dadero republicano mama juntocon la leche de su madre el amora su patria. Dicho amor llena to-da su existencia; no ve más que supatria y no vive más que paraella”. Su máximo exponente es esamujer espartana que al recibir la

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Jean-Jacques Rousseau

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noticia de la muerte de sus cincohijos en el campo de batalla, correpresurosa al templo a dar graciaspor la victoria.

Patriotismo exclusivista y exal-tador de las diferencias, como sepone de manifiesto en los proyec-tos de constitución que escribepara los corsos y los polacos en1765 y en 1770-1771 respectiva-mente. Textos con los que pre-tende fomentar la conciencia na-cional y afianzar el amor a la pa-tria mediante costumbres que lesdiferencien de otros pueblos y, ri-tos, ceremonias y tradiciones quelevanten barreras infranqueablesy les impidan mezclarse con ellos.

Patriotismo tradicionalista quebusca el enraizamiento del hom-bre a la tierra y a la familia, ata-duras eternas que obstaculizan elabandono de la patria. Rousseauconcibe, en efecto, la agriculturacomo escuela de valores, como elúnico oficio honorable para el ciu-dadano, frente al comercio, la in-dustria y la corrupción de la vidaurbana, en línea con el pensa-miento grecorromano y en con-traposición a las tesis de los ilus-trados y los fisiócratas. Este cultoa la tierra se ve reforzado con elculto a la familia: el requisito queimpone a los corsos para acceder ala ciudadanía es tener un lote detierra, estar casado y tener dos hi-jos vivos. El inmovilismo se acen-túa aún más al prohibir a los va-rones abandonar su circunscrip-ción bajo la amenaza de perder suterreno. En este marco cerrado yautárquico, la mujer carece de to-da posibilidad de desarrollar suindividualidad, quedando relega-da en aras de la familia, al papeltradicional de esposa y madre, deprocreadora y educadora de ciu-dadanos. Esta concepción pa-triarcal salta a la luz en el modeloeducativo que traza en Emilio, yque contrasta brutalmente con lasconcepciones ilustradas de Dide-rot o de Condorcet, que subra-yan la igualdad de la mujer y suderecho a recibir la misma educa-ción que los hombres. Pero tam-bién queda patente en el ámbitoreligioso, al negarles la libertad decreencia y el libre examen, –dere-chos que otorga sin embargo a to-dos los varones– manteniéndolas

sometidas a la autoridad de suspadres o maridos.

El fervor patriótico de Rou-sseau alcanza su cenit en Las Con-sideraciones sobre el Gobierno dePolonia, obra que contrasta nota-blemente con el proyecto de cons-titución elaborado por Mably,quien pretendía acabar con el os-curantismo y difundir la filosofíade las luces entre los polacos. SiMably les anima a ensanchar susconocimientos y a estudiar el de-recho europeo, Rousseau, por elcontrario, les circunscribe al es-tudio del derecho y de la historiapolacos, de los grandes héroes na-cionales y de sus gestas heroicas,de todo aquello que fomente lamemoria colectiva. En su afánpor reforzar la identidad nacio-nal, les exhorta encarecidamente aque se vistan con el traje nacionaly, a que recuperen todo tipo decostumbres, gustos, juegos, fiestasy ceremonias característicos dePolonia. En este contexto, la edu-cación adquiere un papel decisivoal encauzar las opiniones y losgustos, y convertir a los ciudada-nos en “patriotas por inclinación,por pasión, por necesidad”. Setrata de lograr que “un niño des-de que abre los ojos no vea másque la patria y hasta su muerteno vea otra cosa”. Siendo la metade la educación formar patriotas,no debe ser dejada bajo ningúnconcepto en manos de extranje-ros, que podrían promover unaformación humanitaria y cosmo-polita que destruiría el carácternacional.

Y es que, como afirma en lasCartas escritas desde la Montaña,publicadas en 1764, el patriotis-mo y el humanitarismo son in-compatibles. En efecto, las filoso-fías y las religiones humanitariascrean hombres justos, moderadosy amantes de la paz, y en este sen-tido son beneficiosas para el gé-nero humano, pero contribuyen adebilitar los lazos políticos y, porello, son muy perjudiciales paralos Estados nacionales. Como de-clara en carta a Leonard Usteri el30 de abril de 1763: “El patrio-tismo exige la exclusión”. “Todopatriota, escribe en 1762 en Emi-lio, es duro con el extranjero (…)que no es nada a sus ojos. Lo

esencial es ser bueno con la gentecon la que vivimos, con nuestroscompatriotas, aun a costa de serinicuos con el resto de la huma-nidad”. Los pueblos antiguos,añade, juzgaban lícito robar ymatar a los extranjeros y, consi-deraban sinónimas las palabrasextranjero y enemigo. Incluso losromanos después de la aparicióndel cristianismo, circunscribíansu humanitarismo a las fronterasde su Imperio.

Esta legitimación de la xeno-fobia, este patriotismo que re-nuncia explícitamente a los valo-res humanitarios, fanático y des-humanizado, en palabras de unode sus contemporáneos, el abateBergier, está en los antípodas delsentir ilustrado que, como señalaVoltaire, induce a respetar los de-rechos de todos los pueblos delmundo. Pero Rousseau no creeen el género humano al que con-sidera una pura abstracción, unaidealización de los Enciclopedis-tas. Las ideas de fraternidad uni-versal, de solidaridad internacio-nal, el sentimiento de pertenenciaa la humanidad, son para él unmito, y los deberes del ciudadanose alzan siempre por encima delos del hombre. De ahí, que sunoción de patria contraste abier-tamente con la de Voltaire, a laque califica de “execrable”. Si pa-ra Voltaire “la patria está en cual-quier parte en donde nos encon-tramos bien”, para Rousseau “só-lo se está bien en la patria”, eincluso se podría añadir, parafra-seando su tesis, que sólo existi-mos por y para la patria.

Pero además, el patriotismorousseauniano somete al indivi-duo a una colectividad idealizaday utópica a la que debe sacrificarsu individualidad, e incluso susmás elementales derechos comola vida, la libertad religiosa, la li-bertad de expresión, y la libertadde reunión, quedando suprimi-dos estos dos últimos derechos enlos debates, en aras de la forma-ción de la voluntad general. El po-der absoluto de la colectividad seejerce así sin misericordia contraaquél que disiente, contra todoaquél que no acepte la voluntadgeneral, que no es la voluntad detodos ni la voluntad de la mayo-

ría, sino un ente abstracto y me-tafísico que se sitúa por encimade los individuos reales y que de-cide por ellos. Al individuo “se leobligará a ser libre”. Esta frase la-pidaria del Contrato social resumebien el pensamiento de Rousseau.Con la utilización de la coacciónel ginebrino pretende crear hom-bres nuevos, ciudadanos y patrio-tas ejemplares y sacrificados, dis-puestos a edificar una sociedadideal de hombres libres e iguales.

Pero como escribía un giron-dino liberal a finales de 1792:“Los principios, en su abstracciónmetafísica (…) no pueden servirde fundamento a un Gobierno;un principio no puede ser rigu-rosamente aplicado a una asocia-ción política por la simple razónde que un principio no admiteimperfecciones. Ahora bien, há-gase lo que se haga, los hombresson imperfectos”. Como rubricaMontesquieu, que nos dejen sercomo somos.

Más allá de la contraposicióncosmopolitismo-patriotismo, loque se pone de manifiesto en elsiglo de las Luces es la existenciade dos visiones del mundo en-frentadas: una, defensora de losderechos del individuo y del pro-greso (con todas las ambigüeda-des que evoca este término), laotra, tradicional y anclada en elpasado. La concepción ilustrada,innovadora desde el punto de vis-ta científico, genera los primerosbalbuceos del evolucionismo,cuestiona las verdades religiosastradicionales, y da los primerospasos hacia el ateísmo, a la vezque explora las posibilidades de larazón humana para construir unmundo mejor y gozar de él desdeun cierto hedonismo. La repre-sentada por Rousseau, incrustadaen un rígido moralismo y en lanegatividad de la visión de un pa-raíso perdido para siempre, de-fensora de la colectividad frente alindividuo, aparece repleta de año-ranza hacia los valores del pasadoDios, Patria, Virtud. n

COSMOPOLITISMO Y PATRIOTISMO

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María José Villaverde es profesora ti-tular en la Facultad de Ciencias Políticasde Madrid y autora del libro Rousseau yel pensamiento de las Luces.

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l 28 de octubre de 1993 fa-llecía en Tartu (Estonia) Yu-ri Mijailovich Lotman, po-

cos meses después de que apa-reciera publicado Cultura yexplosión (Kul’tura i Vzryv), últi-mo libro que escribiera o, mejoraún, que dictara, y que en esperade sus No-memorias puede servirde testamento de una importan-te obra semiótica que comenzóen 1960 cuando dictaba ‘Leccio-nes sobre poética estructural’,que fueron publicadas en 1964en el primer número de los em-blemáticos Trudy po Znakovymsystemam (Cuadernos sobre los sis-temas de signos), revista de la lla-mada Escuela de Tartu Moscú,cuyo máximo representante fueprecisamente él junto a su íntimocolaborador y coautor de tantosartículos Boris A. Uspenski.

Debe destacarse del título dela revista la explícita referencia alos “sistemas de signos”. En efec-to, no ha sido preocupación deesta escuela el signo (“aliquidquod stat pro aliquo”, decían losestoicos; “something whichstands for something in somerespect or capacity”, decía Char-les Sanders Pierce), sino “los sis-temas de signos”, las relacionesentre los signos. El signo, paraellos, es objeto de ciencia, perono de investigación. Objeto deinvestigación son los “sistemasde modelización secundarios” (elarte, los mitos, la religión…),siendo la lengua natural, quecrea y modeliza el mundo, el sis-tema de modelización primario.

En estas más de tres décadasde investigaciones semióticas seha ido modificando y redefinien-do el propio campo de la disci-plina que comenzó considerán-dose justamente “la ciencia de lacomunicación”, fue desarrollán-

dose en un ambicioso proyectode crear una Tipología de la Cul-tura y últimamente ha ido perfi-lando una Teoría e Historia de laCultura, como el propio Lotmandefine a la semiótica, establecien-do nuevas fronteras y revisando orechazando sus propios concep-tos, rehusando “la pesadilla de laortodoxia metodológica”, comogustaba de decir. En diferentesescritos, Lotman se ha referido ala serpiente como símbolo de lasabiduría. En sus No-memorias(Ne-memuary) se puede leer:

“La serpiente crece, cambia de piel.Es la exacta expresión del progresocientífico. Para permanecer fieles a símismas el proceso de desarrollo cultu-ral debe mudar repentinamente en elmomento oportuno. La vieja piel estáahora estrecha y frena el crecimientoen vez de favorecerlo. En el curso de miactividad de estudioso, la Escuela deTartu y yo a veces hemos debido libe-rarnos de la vieja piel…

Sólo queda esperar que después dehaberse liberado de la piel, la serpiente,cambiando de color y aumentando detamaño, mantenga la propia integridad”.

Yuri M. Lotman había nacidoen 1922 en San Petersburgo,

donde estudió y tuvo como ma-estro, entre otros, a Vladimir J.Propp. La misma San Petersbur-go o Leningrado de Eijembaun,Tomasevki, Tynianov o Bajtin.Y la misma San Petersburgo que,a finales del siglo XIX, contó ensu Universidad con científicosde la talla de Mendeleiev o desu discípulo Vernadski, que tan-to influirá mucho tiempo des-pués en la obra de Lotman. Laproximidad de Lotman a lasciencias –amén de su reconocidavocación por la entomología– estan temprana que en uno de susprimeros trabajos (Métodos exac-tos en la ciencia literaria soviética)sostiene cómo a través de las ma-temáticas, la teoría de la infor-mación, la cibernética… se pue-de superar la contraposicióndecimonónica entre cienciasexactas y ciencias humanas.

La fascinación que encontróJakobson en la teoría de la in-formación (tras la lectura de laTeoría matemática de la comuni-

cación de Shannon y Weaver[1949]) para elaborar sumodelo de la comunica-ción debió contagiar tam-bién a Lotman, quien en

La estructura del texto artís-tico recurre al método del ma-

temático Kolmogorov para lamediación de la entropía del len-guaje. El entusiasmo informa-cionalista le llevó a definir la cul-tura, objeto prioritario de inves-tigación, como “conjunto de lainformación no hereditaria acu-mulada, conservada y transmiti-da por los diferentes colectivosde la sociedad humana” o “me-moria no hereditaria de la colec-tividad”.

En Cultura y explosión, Lot-man revisa ésta y otras definicio-nes herederas de la teoría de la

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S E M I Ó T I C A

CULTURA Y EXPLOSIÓN

JORGE LOZANO

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Napoleón/Stalin

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información. Para él las teoríascientíficas que analizan la circu-lación de los mensajes enrique-cen nuestro conocimiento sobrelas formas de transmisión, acu-mulación y conservación de lainformación, pero no añadennada al conocimiento sobre elmodo en que nacen, en la cade-na que va del emisor al destina-tario, nuevos mensajes. Una re-presentación ideal de un emisory un destinatario dotados de có-digos iguales es perfecta, pero elvalor de la información será mí-nimo y la información misma ri-gurosamente limitada. Sería elcaso de actos de habla como lasórdenes o de casos “abstractos”particulares de un modelo nor-mal que no puede no ser pluri-lingüístico.

El modelo de la comunica-ción basado en un iluso modelomonolingüístico consintió laidentificación cara al estructu-ralismo entre lengua y código(donde código equivalía a unaestructura creada, artificial e in-troducida con un acuerdo ins-tantáneo); Lotman dirá que lalengua es el código más su his-toria, trasladando a la traduc-ción y transformación de siste-mas una comunicación que pa-reciera reducirse a simpletransmisión de información. Lamisma naturaleza del acto inte-lectual, dirá en varias ocasiones,puede ser descrito en términosde traducción de una lengua aotra. Si el ruido, por ejemplo,era una anomalía debido a im-perfecciones técnicas en el mo-delo físico-matemático de la co-municación, en esta nueva pers-pectiva el ruido puede ser vistocomo estructurador de nuevossentidos; la no-comprensiónnormal es un mecanismo desentido tan importante como lacomprensión. Por ello, proponeintroducir el concepto de ten-sión, de resistencia de fuerzasque los espacios de emisión y re-cepción oponen el uno al otro.La comunicación lingüística sediseña para nosotros, dice, comouna tensa intersección de actoslingüísticos adecuados e inade-cuados (es frecuente en Lotmanel recurso a términos propios de

las matemáticas, de los conjun-tos, acaso inspirado en otro san-petersburgués, G. Cantor).

Una vez más interviene suinalterable premisa: el punto departida de cualquier sistema se-miótico no es el signo singularaislado sino la relación que exis-te, al menos, entre dos signos; elpunto de partida resulta ser no elmodelo aislado, sino el espaciosemiótico. Su preocupación porel espacio semiótico le llevó añosatrás a proponer el concepto desemiosfera (en un artículo O se-miosfere, 1984, dedicado a Ro-man O. Jakobson, in memo-riam) en clara analogía con el debiosfera de V. Vernadski (San Pe-tersburgo 1863, Moscú 1945),eminente biogeoquímico de sa-ber enciclopédico que escribióPensamiento filosófico de un na-turalista, en donde afirma: “Elhombre, como en general todolo que es vivo, no constituye unobjeto en sí mismo, indepen-dientemente del ambiente quele circunda” o “la biosfera (pelí-cula, zona de la corteza terrestreque se encuentra en la superficiede nuestro planeta y acoge todoel conjunto de la materia viva)tiene una estructura perfecta-mente definida que determinasin exclusiones todo lo que acae-ce en su interior”.

Para Vernadski (como ha no-tado S. Tagliagambe, Epistemo-logía de Confine) si es verdad queningún organismo podría exis-tir en ausencia de un ambienteen el que moverse y actuar, tam-bién es verdad que el ambiente,entendido no como simple “es-cenario físico” extremo a los or-ganismos sino como mundo enel que están inmersos, no tieneningún sentido fuera de la refe-rencia de la vida y sus manifes-taciones concretas. Visto así,continúa Tagliagambe, se susti-tuye la noción de adaptación porla de “construcción”, lo que per-mite poner en evidencia cómolos organismos elijan, sobre labase de su propia organizacióninterna, los trozos y fragmentosdel mundo externo relevantespara su existencia física, hacién-dolo más y mejor habitable parasu progenie. El terreno en que

crecen las plantas es modificadopor su crecimiento; y la atmós-fera en que viven los organismosse modifica por su propia pre-sencia.

Si utilizamos el modelo de lacomunicación, no estamos enpresencia aquí de algo que puedaser descrito en términos de trans-ferencia de información de unemisor (el ambiente) a un desti-natario (el organismo) ni conce-bido como el pasaje de una señalque se mantiene inalterada eneste proceso. Estamos, por elcontrario, frente a continuosprocesos de transformación, asi-milables a verdaderas operacionesde traducción de una lengua (ladel mundo externo) a otra (la deun determinado sistema vivo),como sostiene Tagliagambe,quien recuerda cómo el mismoVernadski no se cansó de subra-yar que ese “gran sistema” en elinterior del cual la vida se mani-fiesta y se desarrolla –la biosfera–es un complejo “mecanismo detransformación y traducción”. Yun “sistema de confín”.

No es extraño que Lotmanquedara fascinado (sic) con lalectura de Vernadski, como haceconstar en una carta a Boris Us-penski (19-3-1982). Estamos in-mersos en un espacio semióticodel que formamos parte, insistenuestro autor. Es imposible,pues, separar al hombre del es-pacio de las lenguas, de los sig-nos, de los símbolos. Un espacio,el de la semiosfera, fuera del cuales imposible la existencia de lasemiosis; sólo la existencia de taluniverso hace realidad el actosignificativo particular.

“Imaginemos la sala de un museoen el cual estén expuestos objetos quepertenecen a diferentes siglos, inscrip-ciones en lenguas notas e ignotas, ins-trucción para descifrarlos, un texto ex-plicativo redactado por los organizado-res, los esquemas de itinerarios para verla exposición, las reglas de comporta-miento para los visitantes. Si colocamostambién a los visitantes con sus mundossemióticos, tendremos algo que recuer-da el cuadro de la semiosfera”.

La valoración de los espaciosinterior y exterior no es signifi-cativa. Significativo para Lot-man es el hecho mismo de lapresencia de un confín o fronte-

ra. Para definir la frontera recu-rre otra vez al vocabulario de lasmatemáticas: la frontera en ma-temáticas es un conjunto depuntos que pertenecen simultá-neamente al espacio interior yal espacio exterior. La funciónde toda frontera –desde la mem-brana de la célula viva hasta labiosfera de Vernadski, hasta lasemiosfera– se reduce a limitarla penetración de lo exterior, afiltrarlo y a elaborarlo para suposterior adaptación. Caracte-rístico de la semiosfera es la se-paración de lo propio respecto alo ajeno, el filtro de los textosexternos y la traducción de éstosal propio lenguaje. Un procedi-miento que consiste en la se-miotización de lo que entra deafuera y su conversión en infor-mación. A la estructura de lafrontera de la semiosfera –movi-ble y penetrable– pertenecen to-dos los mecanismos de traduc-ción que están al servicio de loscontactos externos.

El mundo de la semiosis noestá fatalmente cerrado en sí: for-ma una estructura compleja yheterogénea que continuamen-te “juega” con el espacio que le esexterno. De ahí la importanciadel diálogo –no sólo en el senti-do de Bajtin (el diálogo precedeal lenguaje y lo genera)–, de ladefinición del lugar que ocupala cultura en el espacio extra cul-tural (la cultura no sólo constru-ye su organización interna sinoque construye al mismo tiemposu desorganización externa), dela relación del sistema con elmundo que se extiende más alláde sus límites, la relación entre lodinámico y lo estático, entre lohomogéneo y lo heterogéneo.

En esta perspectiva hay queseñalar una gran innovación en lapropuesta de Lotman que alteratoda una tradición inmanentistaen el modo en que la semiótica,ora heredera del estructuralismo,ora del método formal o forma-lismo, encaraba su objeto de aná-lisis, esto es el texto, dispositivopensante lo llama Lotman. Eltexto era visto como una entidadseparada, aislada, estable y autó-noma. Tras los trabajos de Lot-man, el texto es visto como un

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espacio semiótico en el interiordel cual los lenguajes interactúan,se interfieren y se autoorganizanjerárquicamente. Puesto que ladimensión del signo no es perti-nente –como enseñó Hjelms-lev–, la cultura en su totalidadpuede ser considerada como untexto; pero, advierte Lotman, esun texto complejamente organi-zado que se descompone en unajerarquía de “textos en los textos”y que forman complejas tramasde textos. Así, puesto que la pro-pia palabra “texto” encierra en suetimología el significado de tra-ma, se le devuelve al concepto“texto” su significado inicial. Alhablar de “texto dentro del texto”se quiere subrayar el papel de loslímites del texto, ya sea de los ex-tremos que los separa del no tex-to, ya sea de los internos que di-viden sectores de diferente codi-ficación.

En Cultura y explosión, Lot-man pone el ejemplo de cómosobre el fondo de una tradiciónque incluye el pedestal o el mar-co en el dominio del no texto, elarte de la época barroca los in-troduce en el texto, transfor-mando, por ejemplo, el pedes-tal en una roca y ligándolo demanera temática en una únicacomposición con la figura. Elejemplo que da Lotman comocaracterístico de la inserción delpedestal en el texto del monu-mento es la roca sobre la cualFalconet ha situado su Pedro elGrande en San Petersburgo.

“Paolo Trubeckoi, proyectando elmonumento a Alejandro III, introduceen él una cita escultórea de la obra deFalconet: el caballo era puesto sobre unaroca. La cita tenía, sin embargo, sentidopolémico: la roca que bajo los zócalos dePedro confería a la estatua un empujehacia adelante, en Trubeckoi se trans-formaba en barranco y abismo. Su ca-ballero había cabalgado hasta el límite yse había detenido pesadamente sobre elprecipicio”.

Al parecer el sentido era tanexplícito que ordenaron al escul-tor sustituir la roca con el tradi-cional pedestal.

Como la “memoria del géne-ro” introducido por Bajtin, eltexto en Lotman restaura el re-cuerdo y genera nuevos senti-dos. Merece la pena traer aquí la

disputa entre la señora Prosta-kova y su siervo el sastre Trishka,que tanto le gustaba a nuestroautor:

“… Señora Prostakova… un sastreaprende de otro, éste de un tercero; pe-ro el primer sastre ¿de quién aprendió?Contéstame, bestia.

Trishka: pues, el primer sastre, pue-de que cosiera peor que yo incluso…”.

Frente a la herencia formalis-ta que veía el texto como un sis-tema cerrado, autosuficiente, or-ganizado sincrónicamente y ais-lado (aislado no sólo en eltiempo –del pasado y del futu-ro–, sino aislado también espa-cialmente del público y de todoaquello que se situara fuera delmismo texto), Lotman, que al-guna vez dijo “el texto crea a supúblico a imagen y semejanza”,ve en el texto la intersección delos puntos de vista entre el autory el público. Aislar sectores de lacultura del espacio histórico quelo circunda fue en el comienzode los estudios semióticos unaelección “en parte obligada y enparte polémica” (sic). Ahora, encambio, sostiene que el desple-garse el objeto de la semióticasobre el vasto espacio de la his-toria, la misma frontera entre se-miótica y mundo externo seconvierte, en esta perspectiva, enobjeto de análisis. De este modola irrupción en el sistema de loque es extrasistémico constituyeuna de las fundamentales fuentesde transformación de un mode-lo estático en un modelo diná-mico.

Así las cosas, el pasado se de-ja aferrar en dos manifestacio-nes: la memoria directa del texto,encarnada en su estructura in-terna, en su inevitable contra-dicción, en la lucha inmanentecon el sincronismo interno; y ex-ternamente como correlacióncon la memoria extratextual. Elfuturo se presenta como el espa-cio de los estados posibles. Elpresente, a su vez, en relacióncon el futuro, es un estallido deespacio de sentido todavía nodesplegado. Contiene en sí to-das las posibilidades de desarro-llo futuras. Subraya Lotman quela elección de una de ellas no es-tá determinada ni por las leyes ni

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por la casualidad ni por la pro-babilidad: en el momento de laexplosión estos mecanismos sevuelven inactivos. La eleccióndel futuro se realiza, insiste Lot-man, como casualidad.

Cabe recordar aquí la hipóte-sis del premio Nobel Llya Pri-gogine según la cual en las es-tructuras que no se encuentranen constante equilibrio un cam-bio casual puede devenir el iniciode una formación estructural (ysus conceptos de “bifurcación”y “fluctuación”). El momento dela explosión se coloca en la in-tersección del pasado y futuroen una dimensión casi atemporal(la idea de atemporalidad no es-tá ligada a la real cronología delproceso, que en la realidad pue-de durar incluso mucho; la caídadel Imperio Romano, por ejem-plo, sería en esta perspectiva untípico proceso explosivo aunquese haya dilatado algunos siglos).

Desde el punto de vista delque lo describe, lo que no ha su-cedido es interpretado como im-posible, del mismo modo que loacaecido es proclamado lo únicoposible, incluso “fundamental ehistóricamente predetermina-do”. A la casualidad se le atribu-ye fatalmente el peso de lo que esnormal e inevitable. Para referir-se a la “casualidad”, Lotman, co-mo en tantas ocasiones, recurre aPushkin:

“No digan: no puede ser de otro mo-do. Si eso fuera verdad, entonces el his-toriador sería un astrónomo y los acon-tecimientos de la vida de la humanidadestarían predichos en los calendarios, lomismo que los eclipses solares. Pero laProvidencia no es un álgebra. La men-te humana, según la expresión del vul-go, no es un profeta sino un adivino: veel curso general de las cosas y puede ex-traer de éste profundas suposiciones, amenudo justificadas por el tiempo, pe-ro le es imposible prever la casualidad,poderoso, instantáneo instrumento de laProvidencia”.

La mirada del historiador esun proceso secundario de trans-formación retrospectiva. El his-toriador mira al acontecimientocon una mirada dirigida del pre-sente al pasado, mirada que porsu propia naturaleza transformael objeto de la descripción. Elcuadro de los acontecimientos

sale de las manos del historiadorposteriormente organizado. Elmomento casual, imprevisible,de la explosión interrumpe la ca-dena de causas y efectos a la queel historiador le aplica una regu-laridad que le consiente conver-tir un proceso explosivo –campominado de gran densidad infor-mativa– en un proceso gradualcomo un río con un potente pe-ro orientado fluir.

Una de las preguntas que sub-yacen en Cultura y explosión es:¿sobre qué se basa el desarrollode la cultura sobre la gradualidado la explosión? Pregunta quequeda abierta pero que permiteindagar sobre la imagen que die-ra de Clio en uno de sus últimostextos: Clio se presenta, no comouna pasajera en una vagón querueda por los raíles de un puntoa otro, sino como una peregrinaque va de encrucijada en encru-cijada y elige un camino (a dife-rencia del círculo, el triángulo, elcuadrado, que simbolizan fuer-zas sobrehumanas superiores, laencrucijada en sánscrito ya sig-nificaba la elección, el destino,los principios humanos: la razóny la conciencia).

A diferencia de la historiogra-fía francesa (la escuela de los An-nales), que estudia los procesosde longue durèe, procesos lentos,transformaciones lentas e imper-ceptibles, invariantes históricas,la escuela de Tartu Moscú ha idodesplazándose, en la semióticadel arte (hija de la explosión), ha-cia el estudio de procesos explo-sivos. Pero, advierte Lotman, es-tudiar los procesos de larga du-ración de extensión pluriseculary estudiar el relámpago de la ex-plosión de brevedad atemporalson dos aspectos del análisis his-tórico que no sólo no se exclu-yen sino que se presuponen eluno en el otro. La cultura comoconjunto complejo se halla for-mada por extractos que se desa-rrollan a diferente velocidad, demodo que cualquier corte sin-crónico muestra la simultáneapresencia de varios estados. Lasexplosiones en algunos extractospueden unirse a un desarrollogradual en otros. Esto, sin em-bargo, dice Lotman, no excluye

su interacción. La dinámica delos procesos, en la esfera de lalengua y de la política, de la mo-ral y la moda, demuestran las di-ferentes velocidades de movi-miento de estos procesos.

No es extraño que en Cultu-ra y explosión, donde se ocupadel “espejo”, del “sueño”, del“loco y el tonto”, del “dandi” oadmirablemente de “el honor yla gloria”, dedique también al-gunas páginas a un tema recu-rrente en su obra como el de lamoda, que con sus constantesepítetos “caprichosa”, “voluble”,“extraña”, que subrayan la au-sencia de motivación, la aparen-te arbitrariedad de un movi-miento, se convierte para él enmetrónomo del desarrollo cul-tural. Permite observar la cons-tante lucha entre la tendencia ala estabilidad, a la inmovilidad,y la orientación opuesta hacia lanovedad, la extravagancia: todoentra en la representación de lamoda, casi visible encarnaciónde la novedad inmotivada. Lamoda es siempre semiótica,transformando lo insignificanteen significativo. El vestido es untexto que se dirige a alguien; poreso es fundamental el punto devista del observador.

Cuenta en otros textos Lot-man la ostentosa simplicidad deluniforme de Napoleón, quien,sin embargo, prestaba gran aten-ción a los uniformes de sus ma-riscales y de sus generales, a suteatralidad y espectacularidad: suasesor era el célebre actor Talma.La simplicidad del uniforme deNapoleón destacaba sobre el ma-nierismo de sus oficiales y corte-sanos. En la descripción de Lot-man se subraya que, en este caso,el emperador es quien observaque la corte y el mundo enterono son sino un espectáculomontado para él; en cuanto a él,si también constituye un espec-táculo, puede presentar sólo elespectáculo de su propia gran-deza indiferente a la propia es-pectacularidad.

Otro ejemplo es la evolucióndel modo de vestir de Stalin. Enlos años veinte el uniforme detodos los dirigentes del partidoera semimilitar. A partir de la

mitad de los treinta los unifor-mes de las jerarquías superioresfueron modificados para realzaruna mayor representatividad ysolemnidad. Sólo los máximosdirigentes continuaron en sim-plicidad espartana, alcanzandocotas extremas en el caso de Sta-lin (que mantenía la posición dequien observa). Hubo transfor-maciones significativas en el finalde la guerra: en un brindis alpueblo ruso, pronunciado du-rante las celebraciones por la vic-toria, Stalin usó expresiones quetestimoniaban su profunda in-seguridad: brindó a la pacienciadel pueblo ruso y al hecho deque no hubiese echado a sus pro-pios dirigentes, admitiendo demodo tan imprudente haberconsiderado esta posibilidad deltodo real. Desde aquel momen-to, también él tuvo en cuenta elpunto de vista del observador:adoptó el uniforme de gran ma-riscal, se hizo condecorar con lainsignia del Orden de la Victoriaetcétera. La ostentosa seguridadde quien observa y controla todoy a todos dejaba el puesto, con-cluye Lotman, a la inseguridadde un hombre preocupado por elpropio aspecto.

De este último libro de Lot-man se puede decir lo que élmismo dice de los descubri-mientos que tienen el carácterde explosiones intelectuales: nopueden ser descifradas desde elpasado y no es posible prever demanera unívoca sus consecuen-cias. n

[Este texto es el prólogo al libro de Yuri M. Lotman Cultura y explosión,que publicará próximamente la edito-rial Gedisa].

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Jorge Lozano es profesor titular enla Universidad Complutense. Autorde El discurso histórico.

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n La única fe que no he perdido es la fe enlos diccionarios.(27 de febrero de 1900).

n Ser un gran escritor, ¿no consiste en habercreado una manera de sentir y por consi-guiente una manera de pensar?(18 de marzo de 1901).

n No sólo existe la pedantería de los erudi-tos. También la de los ignorantes, la de laspersonas que no han leído más que dos otres libros en la escuela primaria y no pier-den la ocasión de citarlos, no importa acuento de qué.(8 de noviembre de 1903).

n En mi vida, y cada vez soy más conscientede ello, me ha movido más el deseo de lascosas que las cosas mismas. Todo se parece,las mujeres son todas iguales, las metas yaconseguidas dejan de ilusionar y aquelloque uno decide, al cumplirse, le hace la-mentar haber rechazado otra opción quepodría haberse convertido en realidad.(17 de enero de 1904).

n Hay un cierto arte en evitar las frases per-fectas, las frases bonitas, que no es menosdelicado que el arte de buscarlas.(16 de junio de 1905).

n El auténtico talento literario consiste sinduda en escribir libros del mismo modoque se escriben cartas. Todo lo que vamás allá no es sino énfasis, pose, retórica,ampulosidad. Hay que dejarse llevar, nobuscar las frases, incluso reírse de las

negligencias del estilo; el tono de sinceri-dad y naturalidad ganará mucho.(22 de enero de 1906).

n ¿Qué es un escritor? Tal vez el más artificial de los hombres, aquél que no experimenta, escucha ni ve nada sin inmediatamente pensar en plasmarlo enun libro, utilizarlo literariamente.(11 de febrero de 1906).

n Resulta sorprendente el miedo que existe en nuestros días a escribir lo queuno piensa tal y como lo piensa. Los artículos de periódicos y revistas, inclusolos más osados, resultan tan anodinos como los académicos. A uno le mueve el interés, a otro el miedo, a otro la amistad. Todos se cubren mutuamente de elogios y los peores cretinos son celebrados como genios. Hay una granbajeza intelectual, una gran mediocridadintelectual, una gran estupidez en el fondo de todo esto.(28 de noviembre de 1906).

n Estúpido como un héroe de Corneille,me decía esta mañana. Es una buena defi-nición de la estupidez.(22 de noviembre de 1908).

n Hay algo que me atrae de esos ilustres bohemios, esos escritores de talento, célebres, que han permanecido al margen,cuyo personaje, cuya personalidad acabasiendo tan interesante como su obra. ¡El escritor que ha triunfado, el pontífice, elautor que nada en dinero, el “burgués”

de las letras! Sin duda prefiero a los primeros en todos los aspectos.(20 de febrero de 1909).

n Las tragedias de Corneille y Racine, sobre todo, han hundido nuestro teatro al introducir la declamación. Y Rousseau y Chateaubriand han hundido nuestra literatura al introducir igualmente la decla-mación. No hay nada más despreciable que un escritor que declama.(11 de agosto de 1913).

n La guerra es el regreso legal al estadosalvaje.(3 de enero de 1916).

n ¡Cómo se cambia con la edad! Antes, después de gozar, lo olvidaba por completo.Actualmente, varias horas después, reme-moro el gozo, sigo acariciando mentalmen-te lo que mis manos y mis labios han acari-ciado. Con la edad uno se percata muchomás del precio de la belleza y el placer.(29 de abril de 1916).

n ¡Oh, la juventud seria, la juventud estudio-sa! Qué caro se acaba pagando. Tener casi sesenta años, el rostro hecho un asco, estardesdentado y sentir esa juventud de los sen-tidos, ese ardor viril, esa frescura de la pa-sión. Un sufrimiento que no deseo a nadie.(21 de agosto de 1930).

n En ocasiones me entretengo contemplan-do lo que ha sido mi vida. ¿Mi infancia?Una réplica en miniatura de todo lo que vendría después. ¿Mi literatura? Una

Paul Léautaud (1872-1956), hijo de una pareja vinculada al teatro, fue educado por su padre tras la separación del matrimo-nio; vivió una juventud bohemia y después de cumplir el servi-cio militar empezó a publicar poemas en diversas revistas, entreellas Mercure de France, en la que ocupó el puesto de secretariode redacción entre 1908 y 1941.

De su producción literaria destacan las tres narraciones auto-biográficas que cimientan su prestigio: Le petit ami (1902), sobrelas complejas relaciones con su madre, In memoriam (1905), querecrea con inamovible crudeza la agonía de su padre, y Amours(1907). Las tres están recopiladas en la edición española en el vo-lumen Amores, Versal, 1991. Pero su obra más importante es sin

duda el monumental Journal littéraire, escrito entre 1893 y1956. Por sus más de seis mil páginas desfilan dos guerras mun-diales; las sucesivas amantes que pueblan su agitada vida senti-mental; sus reflexiones sobre la literatura, el paso del tiempo y elenvejecimiento; más de medio siglo de vida cultural francesa, yescritores como Marcel Schwob, Valéry, Gide, Apollinaire, LéonBloy, Pierre Louijs, Scha Guitry, Louis Aragon… En su diario,uno de los más intensos ejercicios de literatura íntima que ha da-do el siglo, Léautaud se muestra alternativamente sarcástico, cí-nico, lapidario, virulento, obsceno, misógino, mezquino, tiernoy lúcido, siempre sincero.

Selección y traducción: Mauricio Bach

C A S A D E C I T A S

PAUL LÉAUTAUD

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sucesión de victorias considerables sobre mí mismo, ya que siempre he carecido de ilusiones, de ambición, de algún ideal.(27 de octubre de 1930).

n Es gracias a los malos escritores que seaprenden las mejores lecciones, comproban-do al leerlos todo lo que no hay que hacer.(5 de mayo de 1931).

n Nunca se llega a conocer a nadie de verdad. Puedes frecuentar a alguien desdehace veinte años, creer que lo conoces, y esealguien, un buen día, repentinamente, apropósito de cualquier cosa, te revela un aspecto de él que echa por tierra todo elpersonaje que te habías construido.(29 de mayo de 1931).

n La manía de conmemorar y glorificar en la que se ha caído en esta época ya no conoce límites. Hay que encontrar cadadía un gran hombre al que rendir tributo.Hoy los periódicos anuncian que se va acolocar una placa en la casa de la calleChanoinesse en la que vivía Trimouillat.¡Trimouillat! Un cantante de segunda fila,apenas conocido en vida. París pronto será como un cementerio, con tantos monumentos y placas conmemorativas.Habrá que tomar precauciones desde elmomento en que uno haya escrito tan sólotres líneas que hayan leído 20 personas, para estar tranquilo una vez muerto y evitar el ridículo: dejar dicho en las dispo-siciones testamentarias no sólo que no se quieren ni flores ni coronas ni discursos,sino tampoco ninguna “Sociedad de amigos”, ni monumento, ni placa conmemorativa.(23 de julio de 1931).

n Le Quotidien da la noticia de la muertedel rey de los lapones: “Era famoso porquesabía escribir”. De cuántos escritores fran-ceses de hoy día no se puede decir ni si-quiera eso.(12 de mayo de 1932).

n Los cuadros, los objetos artísticos, los li-bros: completamente inútiles. Yo tambiénlos amo, sé apreciarlos. Me detengo paramirarlos. Los compro. Pero en realidad noson sino bobadas, pura retórica. Y todos losque escriben, pintan y esculpen: niñosgrandes que se entretienen.(Sin fecha, 1932).

n Resulta curioso cómo nos habituamos ala idea de la muerte, a ver morir a la genteque nos rodea y a representarnos, pensandoen ellos, el fenómeno en el que consiste eso.

Uno se duerme definitivamente, le metenen una caja y le echan tierra encima. ¡Y seacabó!(3 de abril de 1933).

n Esta mañana pensaba en cuáles seríanlos únicos libros imprescindibles en mi biblioteca: La Rochefoucauld; un par decomedias de Molière, una de ellas El misántropo; los cuentos de Voltaire;Chamfort; El sobrino de Rameau, y la Vida de Henri Brulard, los Recuerdos deegotismo y la correspondencia de Stendhal.También pensaba en los escritores que, por la naturaleza de su obra, han debido de experimentar más placer escribiendoShakespeare, Saint-Simon, Molière, Voltaire, Balzac, Proust.(8 de diciembre de 1934).

n Estas reuniones en torno a una tumba,dos años después de la muerte del finado,las flores, los discursos… Cuando uno se imagina el bonito espectáculo que debede tener lugar a dos metros bajo tierra resultan ridículas.(28 de marzo de 1935).

n La preocupación por la posteridad quetienen ciertos escritores siempre me ha hecho reír. ¿Qué puede importarnos lo quedirán –o no dirán– de nosotros cuando ya no estemos aquí?(4 de abril de 1936).

n Todos estamos encantados con los librosque publicamos. Estamos convencidos deque son superiores a los de los demás. Sihemos utilizado poco tiempo para escribir-los, exclamamos: “¡Esa gente que dedicatres años a escribir un libro!”. Si hemos uti-lizado tres años: “¡Esos chapuceros que es-criben un libro en tres meses!”.(3 de agosto de 1937).

n Envejecer posee el encanto, algo melancó-lico, amargo, pero real, de irse dando cuen-ta de lo que ya no se tiene: un rostro joven,años por delante, inconsciencia, ligereza deespíritu y cuerpo.(22 de diciembre de 1938).

n Ser escritor consiste en revelar en lo quese escribe a un hombre, un carácter, un es-píritu, cualidades o defectos, facultades deobservación, de juicio, de evolución; con-siste en dar testimonio de una personalidadgrande o pequeña, agradable o desagrada-ble, eso es lo de menos. Consiste tambiénen tener un estilo acorde a la personalidadde uno, que permite reconocer al autor sinmirar la firma; no consiste en ser un perpe-

trador de novelas o de todos esos otros tra-bajos destinados a pagar el alquiler.(22 de mayo de 1939).

n El cine y la radio transformarán la guerraen espectáculo, casi en divertimento, paralos civiles de todos los países. Durante undiscurso radiofónico, el comandante de lasfuerzas polacas ha dicho en un determina-do momento: “Pueden ustedes escuchar elruido de los cañones”. Y los “cineastas”, co-mo los llaman, filman los combates, losbombardeos, a la población que huye, yesas imágenes serán proyectadas en los ci-nes de todo el mundo y la gente irá a verlascomo iría a ver un espectáculo cualquiera.(22 de septiembre de 1939).

n“Los combates son algo noble. Morir com-batiendo es una muerte hermosa. Permane-cer a bordo cuando el buque se hunde es unalto ejemplo de honor, etcétera”. Mientraslos hombres se crean todo esto serán escla-vos y la humanidad un espectáculo lamen-table. La retórica está por todas partes, ri-giéndolo todo, embruteciéndolo todo.(28 de diciembre de 1939).

n¿Qué es la literatura? ¿Qué es escribir, setrate de verso o de prosa? Una enfermedad,una locura, una divagación, un delirio…¡Además de un acto pretencioso!(11 de febrero de 1946).

nEs un privilegio de los ancianos no encon-trar nada digno ni interesante, en compara-ción con lo que conocieron en sus añosmozos. Me desentiendo con sumo placertanto del arte, como de la sociedad, las cos-tumbres, la política o el universo entero. Yno pido disculpas. Bien al contrario.(Sin fecha, 1946).

nComo escritor siempre me he mantenidoal margen de la ambición, la exhibición, lareputación y el enriquecimiento. Para mísólo cuenta una cosa: el placer. Esta pala-bra, placer, representa para mí el motor detodas las acciones humanas.(4 de marzo de 1951).

n¿Qué es un hombre que escribe un diario?Un charlatán, un coleccionista de conversa-ciones, de anécdotas. Es algo que no requie-re talento alguno. No tiene nada de creativo.(Noche del 2 al 3 de enero de 1952).

[Estas citas han sido extraídas del Journal littératire.Mercure de France, París, 1986].

PAUL LÉAUTAUD

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Mauricio Bach es crítico literario y traductor.