CON EL EVANGELIO (2)

La oración en Voz alta

Antonio Pérez Villahoz

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Primera edición: diciembre de 2014

© Cobel

ISBN: 978-84-943317-0-1

cobel@cobel.es

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ÍNDICE

Introducción ...................................... 5

“Nunca hemos visto cosa igual” ...... 9

“Dichosos vosotros” ......................... 25

“Un discípulo no es másque su maestro” ................................ 41

“Tenemos solo siete panes” .............. 55

Parábola de la tempestad ................. 69

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INTRODUCCIÓN

“Nunca seré capaz de hacer oración: es difícil hablar con alguien a quien no ves”. Estas pala-bras, pronunciadas por un chico de quince años, se me quedaron bien grabadas. Eran el resumen de algo que todos hemos pensado alguna vez... Al final el tiempo te dice que todo es más sen-cillo de lo que parece. Intenté explicarle a este chico que hacer oración es de las cosas más di-vertidas de este mundo, que merece la pena el esfuerzo, que Dios siempre está a la escucha, que lo que pasa es que muchas veces nosotros estamos en “off”. Hicimos un trato; le dije que escribiera sus ratos de oración en unos cuán-tos folios, que hiciera el esfuerzo de poner por escrito todo lo que llevaba dentro y le gustaría hablar con Dios. Le animé que se hiciera prota-gonista de sus ratos de oración, que hablara de tú a Tú con Dios.

Las páginas que siguen son fruto de su esfuer-zo. Es la oración en voz alta de un chico de

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quince años que abre el Evangelio. Acabó des-cubriendo su modo de hacer oración. Al final se dio cuenta que sí era capaz de hablar con Dios, porque lo veía detrás de su conversación, por-que supo escuchar y sentirse escuchado, porque supo mirar al Sagrario con ojos de hijo de Dios. Utilizó sus palabras, su lenguaje, su modo de expresarse. A mí me han ayudado. A mí este chico, que decía que era incapaz de hacer ora-ción, me ha enseñado a rezar, me ha enseñado a dirigirme a Dios como Padre, como amigo. Si a ti también te ayudan, dale las gracias a Dios y cuéntaselo a otro amigo tuyo, de esos que, como tú y como yo, hemos pensado que nunca seríamos capaces de hacer oración... hasta que entendimos que hablar con Dios de verdad es una cosa bastante divertida.

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AL EMPEZAR LA ORACIÓN:

Señor mío y Dios mío,creo firmemente que estás aquí;que me ves, que me oyes.Te adoro con profunda reverencia,te pido perdón de mis pecados,y gracia para hacer con fruto este rato de oración.Madre mía, Inmaculada, San José, mi Padre y Señor,ángel de mi guarda,interceded por mí.

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“NUNCA HEMOS VISTO COSA IGUAL”

Buenas, Jesús. He venido esta tarde para hacer contigo este rato de oración. Hoy ha sido un día bastante normal: cole, clases... luego un poco mas de cole y un poco más de clases... ¡Menos mal que he conseguido merendar bastante bien! Porque con el sueño que tengo, si además está el estomago vacio, yo me muero...

He empezado este ratico de oración diciéndo-te al principio eso de “Señor mío y Dios mío, creo firmemente que estás aquí”. Y quiero aho-ra hacer un acto explícito de fe: Jesús, yo creo que Tú estás ahora en el Sagrario viéndome y escuchándome... Cada vez que lo pienso des-pacio me parece una pasada... ¡Dios está a dos metros de donde yo estoy! Si, por ejemplo, tu-viera al Papa a dos metros... yo estaría flipao... haciendo fotos o lanzándome a darle un abrazo (aunque seguro que algún segurata del Papa me intentaba poner en mi sitio...) Pero parece que estoy tan acostumbrado a tener al lado a Dios, que pierdo la capacidad de asombro. Es lógico

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que un poco me pase, pero no es de recibo que a veces esté en el oratorio sin caer en la cuen-ta de que ahí está Dios. Ayer, sin ir más lejos, vine antes y después del estudio, y las dos veces hice una genuflexión super cutre. ¡Jesús, ni te saludé! Y es que muchas veces funciono como si no me creyera que Tú, Dios mío, estás en el Sagrario... ¡Es una pena, pero tengo que reco-nocértelo! ¡A Ti es absurdo intentar meterte una bola..., sabes todo lo que hago y conoces mis pensamientos más íntimos! Así que aprovecho ahora para pedirte perdón y también para decir-te que sí, que creo firmemente que estás en el Sagrario... Y lo creo porque lo has dicho Tú, y porque yo me fio de Ti.

Algún amigo me ha preguntado por este asunto y se extrañaba de que yo creyera que Tú estás en el trozo de pan de la Misa... Al principio me daba mogollón de palo hablar con ellos de estas cosas. Luego ya mucho menos, y hemos tenido unas conversaciones super guapas sobre porqué soy cristiano, y sobre la Misa, o las tías y la pu-reza y sobre muchos temas mas. ¡Cuando uno se quita la vergüenza para hablar con sus ami-gos, hacer apostolado es bastante divertido, la verdad! Bueno Jesús, esto solo me ocurre cuan-do hablo con lo que yo considero amigos ami-gos... Cuando son otros que vienen con ganas de guasa, entonces la cosa es más difícil y ando

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más a la defensiva y me falta más naturalidad. Pero bueno, en eso ya me irás ayudando Tú.

Te decía que cuando me preguntan si voy a Misa o si me creo que Tú estas en el Sagrario, procuro hablar con ellos con mi propio lenguaje y decirles las cosas con sinceridad, sin ocultar-les nada. Y les explico que, como supongo que les pasará a muchos, pues que a veces tengo dudas, pero que me ayuda mucho pensar que si creo lo que creo es porque lo has dicho Tú, porque de lo contrario, no me lo creería. Y tam-bién les razono con la idea de que Tú, Dios mío, eres Omnipotente y que nos quieres tanto, que te quedaste en el Sagrario por la misma razón que una madre no quiere nunca separarse de sus hijos. Cualquier madre hubiera hecho lo mismo si tuviera poder para hacerlo: estar todo el día al lado de sus hijos. Tú te has quedado en el mundo, escondido en un trozo de pan, para po-der estar con nosotros los hombres. Y nos dices lo que tantas veces me decía mi madre cuando era un nano: “te comería a besos”... Bueno, esto último lo digo con otras palabras porque me da bastante vergüenza abrir así mi alma delante de ellos, pero es verdad que es una cosa que he pensado muchas veces... Supongo que por eso a las madres les cuesta tan poco ser piadosas y venir a la Iglesia a rezar Rosarios y pedirte muchas cosas. Ellas seguro que entienden muy

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bien tu forma de razonar... En el fondo, Jesús, Tú has hecho lo que les gustaría hacer a cual-quier pareja de tortolitos: evitar tener que des-pedirse... poder estar todo el tiempo al lado de la persona que quieres...

Bueno, pues eso, Señor, que me ayudes a creer de verdad... a creer con todas sus consecuen-cias. Y la primera es no pasar por delante de un Sagrario sin darme cuenta que Dios está delan-te, y por eso procuraré hacer bien la genuflexión ¡La verdad es que es muy fácil distinguir a un tío con fe viendo simplemente como hace la ge-nuflexión!

Madre, dame más fe en tu Hijo... San José, ensé-ñame a tratar bien a Jesús. Ángel de mi guarda, ayúdame a hacer con fruto este rato de oración.

Voy a leer ya un trozo del Evangelio que he ele-gido hoy para hacer la oración:

“Cuando a los pocos días volvió Jesús a Ca-farnaún, se supo que estaba en casa. Acudie-ron tantos que no quedaba sitio ni a la puer-ta. Él les proponía la palabra”.

Señor, si es que tenías exitazo cuando te po-nías a predicar... No te pasa como al cura de mi

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parroquia, que cuando coge el micrófono para darnos la homilía, las viejecillas sacan el rosa-rio y los cuatro jóvenes que vamos a Misa, nos ponemos a ver el móvil... Ya se que eso no está bien, pero es que el cura ya está muy viejo y yo no entiendo nada de lo que dice. Pero bueno, aprovecho ahora, Señor, para pedirte por todos los curas del mundo, que son muy buena gente y que hacen un gran bien. Y también para que aprendan a comunicar con entusiasmo toda Tu doctrina y Tu vida. Y, sobre todo, Jesús, te pido para que haya muchas vocaciones de sacerdo-tes. Hace falta mucha gente joven que tenga la valentía de entregar toda su vida para expandir el Evangelio. ¡La Iglesia necesita muchas vo-caciones de sacerdotes! Te pido por ello, Se-ñor... Ya se que pedirte que haya más curas en el mundo puede volverse en mi contra... Bien podrías decirme Tú, Señor, que por qué no me hago yo sacerdote... Pero de eso ya hemos ha-blado en otros ratos de oración y ya sabes, que si me lo pides, mi respuesta es que por supues-to... Hace tiempo que comprendí que no podía venir a la oración a enamorarme de Ti y, por dentro, tenerte miedo o terror a que me pidas mi vida entera... Así que esto no me da miedo ¡Estoy para lo que necesites! ¡Aquí me tienes! Y quítanos a todos los cristianos, especialmente a los jóvenes -y también a los que no lo son-, el miedo a decirte que sí...

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Bueno, pero me he ido alejando de las palabras del Evangelio... Flipa leer eso de que había tan-ta gente oyéndote que “no quedaba sitio ni a la puerta” ¿Por qué son tantos los que desean oír-te, Señor?... ¿A mí me pasa lo mismo? ¿Tengo ganas e interés en oírte?, ¿o suelo pasar y no escucho en las meditaciones, o en Misa, o cuan-do hago la oración... porque es más cómodo ir de pasota y así no tener que convertirme? ¡Esto me pasa mucho, Jesús mio! Soy muchas veces un cobarde y un egoísta, porque estoy en una charla o leo un libro que es para el bien de mi alma, pero yo hago que no escucho, no presto atención, voy a mi bola... Y eso muchas veces me impide avanzar en mi vida interior. Desde ahora hago el propósito de poner más atención es los medios de formación a los que acudo, y también en la dichosa homilía de la Misa del cura de mi parroquia...

Bueno, voy a seguir leyendo el Evangelio:

“Llegaron cuatro llevando un paralítico y, como no podían meterlo, por el gentío, le-vantaron unas tejas encima de donde estaba Jesús, abrieron un boquete y descolgaron la camilla con el paralítico. Viendo Jesús la fe que tenían, le dijo al paralítico: “Hijo, tus pecados quedan perdonados”.

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Señor, esto es tener amigos y lo demás son ton-terías... Llegan con el paralítico y como no pue-den aproximarse hasta Ti, Jesús, deciden subir la camilla al tejado, hacer un boquete y bajar a su amigo con unas cuerdas para que Tú, Señor, le pudieras curar... ¡Flipante!

No sé que opinaría el pobre paralítico de todo el pollo que estaban montando sus amigos, pero es que resulta increíble... Subirle al tejado, abrir un boquete y bajarlo hasta donde estaba Jesús... Eso, desde luego, es no atascarse con las difi-cultades, es saltarse los obstáculos sin pesta-ñear. Si todos hiciéramos por nuestros amigos lo que estos son capaces de hacer por su amigo paralítico, otro gallo nos cantaría.

Podría uno preguntarse a qué tanto interés de estas personas por bajar a su amigo por el teja-do de una casa... y la respuesta la das Tú, Señor, cuando se lee: “Viendo Jesús la fe que tenían, dijo”...

¿De dónde venía tanto interés de estas personas por poner a su amigo al lado de Jesús? De su fe... Ellos se fiaban de que Jesús era Dios, de que Él podía hacer algo por su amigo paralíti-co... ¡y lo hacen! Montan la que montan porque se fiaban de Ti, Jesús... Y por eso suben al te-jado, quitan las tejas, abren un boquete y bajan

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la camilla hasta el suelo... Me imagino el care-to de los que estaban dentro de la casa cuando vieron que se desprendían piedrecillas y arena del techo y aparecía un agujero cada vez más grande, y poco a poco bajaba una camilla has-ta el suelo... ¡Y a Ti, Jesús, lo que te maravilla es ver la fe de estos jóvenes, el cariño de estas personas por su amigo, la audacia que tienen, el desparpajo con el que actúan, la confianza bru-tal que tienen en que Tú, Jesús, harás algo por su amigo!

La lección es clara, Señor: ¿por qué yo soy tan miedica, tan poca cosa, tan acobardao y tan achantao cuando hago apostolado?, ¿por qué no soy como esta buena gente y actúo con esa audacia cuando trato de llevarte a mis amigos?, ¿por qué me falta tanta fe en Ti y me dejo ven-cer cuando aparecen dos dificultades? ¿por qué no me das la valentía de estas personas, la fe de estos jóvenes, el cariño inmenso que se ve que tienen por su amigo paralítico?... ¡Vale ya, Señor, de estar todo el día pensando en mí, en mis tonterías, en mi egoísmo, en como estoy, en cómo me siento, en estar siempre pendiente de hacer lo que me apetece! ¿Por qué no lanzarse por ayudar a la gente a estar cerca de Ti, por hacer apostolado en serio, por ser un tío audaz, lanzado, sin miedo a lo que piensen los demás de mí, sin miedo a las dificultades que me pue-

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da ir encontrando?... ¿Por qué no decidirse de una vez a vivir el plan apostólico diario?

Este trozo del Evangelio acaba con que Tú, Se-ñor, le dices al paralítico: “Tus pecados quedan perdonados”... Es verdad que a mí me hubiera parecido más espectacular que le hubieras cu-rado físicamente, pero de lo primero que Tú te preocupas es de su alma... de que esté bien por dentro, de que no haya nada que le separe de Ti para que así pueda ser feliz... Le das el regalo más grande... Y esta es otra lección que tengo que aprender, Señor: lo primero y más impor-tante es que yo y mis amigos vivamos siempre en gracia de Dios... Las demás cosas tienen una importancia relativa... pero estar a buenas con-tigo, no echarte de nuestra vida, es lo más cru-cial y lo más importante.

Voy a seguir leyendo el Evangelio:

Unos escribas que estaban allí sentados, pen-saban para sus adentros: ¿Por qué habla este así? Blasfema. ¿Quién puede perdonar los pecados, sino solo Dios?. Jesús se dio cuenta de lo que pensaban y dijo: “¿Por qué pensáis eso? ¿Que es más fácil: decirle al paralítico tus pecados quedan perdonados o decirle levántate, coge tu camilla y echa a andar?

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Pues, para que veáis que el Hijo del hombre tiene potestad en la tierra para perdonar pe-cados.. Entonces le dijo al paralítico: Conti-go hablo: Levántate, coge tu camilla y vete a tu casa”. Se levantó inmediatamente, cogió la camilla y salió a la vista de todos. Se que-daron atónitos y daban gloria a Dios dicien-do: Nunca hemos visto una cosa igual”

Yo, Señor, reconozco que soy muchas veces un cutre, pero lo de estos tíos -los escribas- es para meterles una paliza... Ven que le dices al pa-ralítico que “tus pecados quedan perdonados” y se ponen a rajar por dentro. Ellos sí que no se fiaban de Ti; no creían que Tú eras Dios... Pensarían que eras un iluminao, una persona que hablaba muy bien pero que iba de guay porque se creía Dios, e iba de superior... ¡Qué triste la imagen que tienen de Ti! ¿Y yo, Señor, no pienso lo mismo o algo muy parecido mu-chas veces? ¿No vivo como indiferente a lo que Tú quieres de mí, como si en mi día a día no tuviera tiempo para tratarte de veras, como si estuvieras allá lejos, en las alturas, y Tu vida y la mía fueran como dos cosas muy separadas...? ¿De verdad yo creo que Tú eres el Hijo de Dios vivo, que eres Dios de verdad y que me quieres infinitamente? Lo digo, Señor, porque una cosa es oírlo y saberlo y otra muy distinta es vivir con ese firme convencimiento de que Dios es

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mi Padre y yo soy su hijo. Si esto lo creyera de verdad, entonces, es absurdo que pasen los días y no vaya a estar contigo, o que tenga un problema y no te lo cuente, o que me deje lle-var por mis estados de ánimo -por mis bajones y mis altones- y no me dé cuenta que lo único que me hará feliz de verdad sea saberme queri-do por Ti...

Así que, Señor, que no sea como esos escri-bas que te rajan por dentro cada dos por tres... Porque, además, menuda cara se les quedaría cuando luego le dijiste al paralítico: “coge tu camilla y echa a andar”. Eso, en mi pueblo, se llama darles un buen zas!!!, aunque Tú lo que pretendías era abrirles el corazón para que en-tendieran que Tú eres el Hijo de Dios

¿Qué pensarían los amigos del paralítico cuan-do Tú lo curaste, Señor?, ¿y cómo sería la reac-ción de este enfermo al verse curado del todo? Alucinarían en colores, pero seguro que tam-bién iban preparados para ese gran milagro, porque eran personas con fe…

Señor, a mí me cuesta fiarme… Me pasa, a veces, que cuando rezo pienso que estoy per-diendo el tiempo, porque eso que te pido no me lo vas a conceder… Es como si dentro de mí hubiera siempre un ateo escondido, un susurro

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interior que me hace creer que estoy hablando con una pared y no con Dios… pero sé muy bien, Señor mío, que eso me ocurre porque me falta fe… pero fe en Ti, en rendir mi inteligen-cia para reconocerte como Dios verdadero. Por eso ahora hago un acto explícito de fe. Te digo con todas las fuerzas de mi alma que yo creo que Tú, Jesucristo, eres el Hijo de Dios, que estás verdaderamente presente en el Sagrario y que Dios es mi padre que me quiere con infini-to amor… ¡Cuánto bien me hace, Señor, hacer estos actos de fe… qué limpia dejan mi alma!

Bueno Señor, tengo que irme… pero antes te digo que cuando de verdad hago bien la ora-ción, cuando hablo contigo con sencillez y con fe, sabiendo que me escuchas y que me hablas, me pasa también lo que les ocurrió a todos los que aparecen en este pasaje del Evangelio: “Se levantó inmediatamente, cogió la camilla y sa-lió a la vista de todos. Se quedaron atónitos y daban gloria a Dios diciendo: Nunca hemos vis-to una cosa igual”.

Madre, que aumente mi fe en tu Hijo Jesucris-to… que yo también pueda decir de verdad que “nunca he visto cosa igual”. Y eso me ocurrirá si soy más sobrenatural, si dejo al margen mis lados oscuros, si me muestro a Dios tal y como soy, con plena sinceridad, sin esconderle nada.

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Solo así podré tener confianza total en Él ¡Ayú-dame!

San José, tú eres un ejemplo claro de lo que es fiarse enteramente de Dios. Enséñame, por fa-vor, a no ser tan tonto como para dudar de Dios. Dudar de mí sí que es lo lógico, pero nunca de Dios.

Custodio, que el día lo acabemos bien… Y ayú-dame a que mañana no sea un perezoso y haga también la oración… ¡La necesito tanto…!

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AL ACABAR LA ORACIÓN:

Te doy gracias, Dios mío,por los buenos propósitos, afectos e inspi-raciones, que me has comunicado en este rato de oración.Te pido ayuda para ponerlos por obra.Madre mía, Inmaculada,San José, mi Padre y Señor,ángel de mi guarda,interceded por mí

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