Cuando eramos felices (1)
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EN VERDAD ERAMOS FELICES
Lebrija era apenas una veintena de manzanas, delineadas por casas de una
arquitectura española de tapia pisada, alares y teja de barro, que gravitaban al
rededor del parque, situado en el centro del hermoso valle, surcado por apacibles
quebradas, de cuyos vapores se formaban en las mañanas copos de niebla que la
envolvían, ofreciendo la impresión de un remanso y vividero en paz.
Quien se aventuraba a desbordar sus límites, encontraba el omnipresente olor de
la piña madura que se cultivaba por todos los alrededores. Por el Oriente, siguiendo
la antigua carretera que comunicaba con Bucaramanga, se encontraba La Popa con
las caballerizas de los Esparza, antes de tomar la ruta definitiva hacia Palonegro,
cuyo aeropuerto apenas terminaba su construcción. Hacia el Norte, aún
permanecían los aljibes del Chirilí, que surtían de agua a los habitantes antes de
inaugurarse el acueducto, y continuando unos kilómetros más, se llegaba en
peregrinación a las ruinas de Cantabria, origen primigenio de esta población. Por el
Occidente, la aventura maravillosa de alquilar una bicicleta donde Don Elías y tomar
la vía pavimentada del Magdalena medio, subir hasta El Punto y volver antes de
quince minutos para no pagar la multa y ahorrarse la amonestación por el exceso.
Y el inolvidable Sur. La ruta lacustre de la laguna del Mayor Muñoz, luego subir
hasta Piedras Negras, bajar a Manchadores mitigando el hambre con los pipos de
piña olvidados por los cultivadores y después al Pozo del Águila, donde se exhibían
las peripecias de los mejores nadadores, lanzándose del Pico y de la Peña hasta
sus raudales aguas, en cuyos fondos quedaron por siempre muchos inexpertos.
Ahora sí la represa de La Angula, después de la casa y la escuela, el tercer hogar.
Infinidad de horas nadando después de volver polvorientos y embarrados de jugar
futbol en la cancha, a “repelar” el sancocho que nos ofrecían los turistas.
Y quedaba tiempo aún para ir en las noches al parque, a jugar y gritar después que
escuchábamos la retreta, hasta que algún energúmeno agente de policía, nos corría
con la amenaza de tener que ir a lavar los baños de la comandancia.
Como todos los años, esperábamos que llegara El Circo, las Ferias de la Piña y el
Campeonato de Futbol, eventos donde cada uno de los locos daba algo que decir.
Pero todo esto ha pasado, quizás porque como afirman algunos, en la vida todo es
cambio, pero yo pienso que no es por eso, es porque aquellos verdaderos locos,
quienes hacían que la vida luciera a fantasía, se han marchado de este mundo sin
tomarse la molestia de dejarnos sus excentricidades.
GABRIEL AYALA PEDRAZA
Escritor, gestor cultural y docente santandereano. Ha publicado los libros de cuentos
Escritos en 1996 y Violeta y otros relatos en 2003. En un País Verde, novela corta,
en 2003. Poética de la Ciudad, antología de poesía urbana, en 2006. El cuartelazo
de Pasto en Bucaramanga, crónica, en 2010. Fuera de Escena novela corta en
2010. Territorios singulares, libro de poesía inédito, Estación de los Vientos, crónica
de un viaje a Cuba, inédito.