Cuarteto Para Llorar Una Ausencia

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Cuarteto para llorar una ausencia Obra en un Acto de Guillermo Schmidhuber de la Mora [email protected] Personajes Violín Primero Cintia, bella muchacha en plena juventud Violín Segundo Diego , empresario, de mediana edad Viola Isabel, esposa de Diego Chelo Enrique, sobrino de Isabel, veintiocho años Tiempo: Hoy Lugar: Una ciudad en la América Hispana Sala-comedor de una casa amueblada con lujo, lucen objetos de arte en las paredes y sobre los muebles. Una mirada perspicaz pensaría que nada hay que recuerde el mundo contemporáneo en que viven los personajes. Si las casas se parecieran a sus dueños, ésta sería el “retrato hablado” de Diego. Tres puertas son visibles, una comunica a la calle, otra al resto de la casa y una más a un baño. Al iniciar la escena, un reloj que está sobre una mesa da las nueve campanadas matutinas. Diego entra por la puerta del interior, lleva traje y corbata. Su pulcritud es comprobable en la blancura de su camisa, en su rostro limpio y en su calzado abrillantado. Se sienta en la cabecera de la mesa y hojea un periódico que ahí le esperaba. [1]

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Guillermo SchmidhuberCommons-emblem-question book orange.svgEste artículo o sección necesita referencias que aparezcan en una publicación acreditada, como revistas especializadas, monografías, prensa diaria o páginas de Internet fidedignas. Este aviso fue puesto el 15 de febrero de 2009.Puedes añadirlas o avisar al autor principal del artículo en su página de discusión pegando: {{subst:Aviso referencias|Guillermo Schmidhuber}} ~~~~Guillermo SchmidhuberGuillermo Schmidhuber de la Mora (Ciudad de México, 1943), es autor y crítico mexicano.Su bibliografía abarca cien títulos publicados en Alemania, Argentina, Colombia, Chile, España, Estados Unidos, Francia, Holanda, México y Venezuela. Algunas de sus obras han sido traducidas al alemán, francés, inglés y portugués.1Sus obras dramáticas han sido presentadas en Argentina, Brasil, España, Estados Unidos, Francia, México, Puerto Rico y República Dominicana.2 Los temas presentan los problemas sociales de su país, como en Travesía la libertad; y Cuarteto de mi gentedad. Otras de sus piezas tratan sobre los destinos de los veinte pueblos hispanos de América, como en El quinto viaje de Colón y Por las tierras de Colón. Algunas piezas son una meditación de la existencia humana, como Los herederos de Segismundo,3 Alcanzar el Unicornio y Obituario. Como dramaturgo ha ganado la medalla Nezahualcóyotl de la Sociedad de Escritores de México (SOGEM, 1978), el Premio Nacional de Bellas Artes de Literatura, género teatro, y el Premio Ramón López Velarde del Gobierno de Zacatecas, ambos en 1980; además, su pieza Por las tierras de Colón mereció el Premio Letras de Oro de la Universidad de Miami, máxima presea para escritores hispanos otorgada en los Estados Unidos (1987). En 2010 recibió el Premio Víctor Sarquís Mellewe en literatura.4Es uno de los críticos de la obra de sor Juana Inés de la Cruz más reconocidos, con la especialidad en su dramaturgia. Destaca su hallazgo de "La segunda Celestina", una comedia atribuida a sor Juana y que fue publicada con un prólogo de Octavio Paz. También es descubridor de otro texto anteriormente desconocido de Sor Juana, Protesta de la fe. Su obra crítica ha sido premiada, en 1995 recibió el Premio José Vasconcelos por sus aportaciones a la Hispanidad, y ese mismo año le fue otorgado el Premio Nacional de Ensayo Alfonso Reyes del Gobierno del Estado de Nuevo León y CONACULTA por su libro Sor Juana, dramaturga.Es autor de varios libros de cuentos (De falsos epitafios y otras muertes y Las niñas marinas y otros cuentos) y de dos novelas: Mujeres del volcán de Tequila, sobre las vidas de damas que fueron dueñas de fábricas tequileras; y Finjamos que soy feliz, sobre la amistad de Sor Juana Inés de la Cruz y de la maestra estadounidense, Dorothy Schons. Además, ha publicado un ensayo de imaginación: Elogio de la estupidez, y un ensayo histórico Jalisco, del origen a la globalización (2009).Varios críticos se han interesado en la obra de Schmidhuber: G. Schmidhuber, en Diccionary of Mexican Literature, de Eladio Cortés (Connecticut: Greenwood Press, 1992). Olga Martha Peña Doria, Volición y metateatralidad: El teatro de Guillermo Schmidhuber (U. de Guadalajara 1995). Lourdes Betanzos, Aproximaciones a la dramaturgia de Guillermo Schmidhuber (Ediciones Universal, Miami, 2006). Además en Cambridge Encyclopedia of Word Theatre, Enciclopedia de México, Enciclopedia de escritores UNAM, Diccionario de escritores del INBA y Disco interactivo de la SOGEM. (From: Olga Martha Peña-Doria. Volición y metateatralidad: El teatro de Guillermo Schmidhuber5 )OBRAS DRAMÁTICAS El ritual del degüelle (2013), Aniversario de papel (2012), Cuarteto para llorar una ausencia (2011), Servando y Simón no murieron por la patria (2011), Travesía a la libertad (2009). Mujer y mariachi (2007). Alcanzar al unicornio (Juan José Arreola, publicada en Retratos teatrales), 2004. En busca de un hogar sólido (Elena Garro, publicada en Retratos teatrales) Escrita 6 de

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Cuarteto para llorar una ausencia

Obra en un Acto de Guillermo Schmidhuber de la [email protected]

Personajes

Violn PrimeroCintia, bella muchacha en plena juventudVioln Segundo Diego, empresario, de mediana edadViolaIsabel, esposa de DiegoCheloEnrique, sobrino de Isabel, veintiocho aos

Tiempo: HoyLugar: Una ciudad en la Amrica Hispana

Sala-comedor de una casa amueblada con lujo, lucen objetos de arte en las paredes y sobre los muebles. Una mirada perspicaz pensara que nada hay que recuerde el mundo contemporneo en que viven los personajes. Si las casas se parecieran a sus dueos, sta sera el retrato hablado de Diego. Tres puertas son visibles, una comunica a la calle, otra al resto de la casa y una ms a un bao. Al iniciar la escena, un reloj que est sobre una mesa da las nueve campanadas matutinas. Diego entra por la puerta del interior, lleva traje y corbata. Su pulcritud es comprobable en la blancura de su camisa, en su rostro limpio y en su calzado abrillantado. Se sienta en la cabecera de la mesa y hojea un peridico que ah le esperaba.

Diego. Aqu estoy.

Isabel. (Se asoma desde la puerta interior.) Ah est tu jugo, en un instante te llevo lo dems.

Isabel regresa al interior de la casa. Diego bebe su jugo lentamente, luego se pone de pie y va hacia un equipo de sonido de reciente factura, lo enciende y Vivaldi inunda la sala.

Isabel. (Entrando con un poco de sofoco, acaso por el trabajo fsico o por el sobrepeso. Lleva delantal. De pie le sirve el desayuno.) Est bueno el jamn? (Diego grue afirmativamente.) Cambi de marca, antes era el jamn de aquel alemn, te acuerdas? (Diego no reacciona). Otto! Preparaba las carnes y su mujer las venda, te acuerdas? Despus l enferm y en el lecho de muerte ella le pidi la receta, pero l se la llev a la tumba, y los jamones perdieron su sabor.

Diego. Isabel, por favor, estoy escuchando a Vivaldi (Exasperado mira a su esposa y regresa a su lectura.)

Isabel. Perdname. A m tambin me gusta. Toma tu caf a gusto. La mermelada debe estar deliciosa. Consegu naranja agria y una vecina me dio la receta.

Diego. Da igual. (Bebe el ltimo sorbo de caf y se incorpora y se dirige al bao.)

Isabel. Vas al bao?

Diego. Te sorprende? Es lo que he hecho despus de desayunar en los treinta aos que llevamos de casados.

Isabel. (Temerosa.) Quera decirte algo

Diego. No has hecho otra cosa en toda la maana.

Isabel. Es algo que no te he dicho.

Diego. Necesitas ms dinero?

Isabel. No, no. (Nerviosa se retuerce las manos.) Hoy viene ella.

Diego. No te entiendo.

Isabel. Cintia.

Diego. (Encolerizado.) Sabas que esa mujer no puede venir aqu!

Isabel. Si la hubieras odo por el telfono, estaba llorando.

Diego. Y te atreviste a invitarla.

Isabel. No, yo no, pero me lo suplic.

Diego. Cmo te atreviste a hablar con ella?

Isabel. Ella llam tres veces.

Diego. Por qu no me dijiste antes nada?

Isabel. No quera que te molestaras.

Diego. Pues lo lograste!

Isabel. Vendr en unos minutos. Nos quiere entregar unas cosas. Si no quieres, la puedo recibir yo sola.

Diego. Ah, mujeres, se juntan para gozar los melodramas!

Isabel. Pero ella sufre.

Diego. (Con frialdad.) T tambin y a ella nada le importa.

Isabel. Tendremos que recibirla.

Diego. Dignidad, precisamente no tienes. Has olvidado que ella hizo que nuestro hijo se alejara de nosotros.

Isabel. (Gimoteando.) Si la hubieras odo por telfono, no te hubieras negado.

Diego. Por qu no habl conmigo?

Isabel. Dijo que lo intent muchas veces, pero que al or su voz, t cortabas.

Diego. (Molesto porque su esposa tuviera esa informacin.) Por qu tuviste que citarla ahora?

Isabel. Porque quera que estuvieras presente.

Diego. Por qu no me lo dijiste anoche?

Isabel. Quise que durmieras bien. Yo no dorm bien.

Diego. (Fro.) Voy al bao. Si llega, recbela. (Ingresa por la puerta del bao.)

Isabel. Gracias! (Siente que le quitan un peso de encima.)

Isabel recoge los restos del desayuno. Se le ve nerviosa. La puerta del bao se abre sorpresivamente.

Diego.Dnde est El Quijote?

Isabel. Debe estar sobre la tapa del excusado. Nada ms t lo lees.

Diego. Estaba cado.

Diego cierra la puerta del bao. Isabel disminuye el volumen de la msica y observa si Diego reacciona. Al ir a entrar a la cocina, el timbre de la puerta principal suena. Rpidamente Isabel se quita el delantal, mira desesperada a todos lados de la sala comedor, como si la visitante fuera una supervisora de limpieza hogarea. Antes de abrir respira hondo. En la puerta aparece un joven de veintiocho aos, es Enrique. Su vestir es anticuado, como si fuera ropa que otros han estrenado aos atrs. Isabel se sorprende de no ver a Cintia.

Isabel. Diga?

Enrique. (Tmido.) Ta, soy Enrique.

Isabel. Ah, perdona! No te reconoc. Pasa, por favor.

Enrique. (Entra.) Mi madre me pidi que viniera a darle el psame.

Isabel. Gracias. Sabes que no te reconoc? Ests hecho un hombre. Haca como cinco aos que no te vea.

Enrique. Mi madre dice que diez.

Isabel. Sintate, por favor. (Se sientan en la sala.) Cmo est Carlota?

Enrique. Bien. Le enva sus saludos.

Isabel. Dale tambin los mos. (Es obvio que nos sabe cmo iniciar la conversacin.) Acabas de llegar?

Enrique. (Miente con impericia.) S, hace unos das.

Isabel. (Por primera vez clida.) Por qu no habas venido a visitarnos?

Enrique. Estaba muy ocupado con las clases.

Isabel. Qu estudias?

Enrique. Quise entrar a contabilidad, pero no logr el ingreso en la universidad. Estoy tomando algunas clases sueltas y esperar el prximo semestre.

Isabel. No habas estudiado carrera antes?

Enrique. Tuve que trabajar.

Isabel. Trabajaste Qu interesante. (Silencio.) En qu trabajaste?

Enrique. Como vendedor.

Isabel. Cmo est Carlota? Perdona, ya me lo dijiste. Quieres un caf?

Enrique. No, gracias. Tengo que irme. Ya le di el recado de mi madre.

Isabel. (Tratando de aparentar naturalidad.) Cmo est tu padre?

Enrique. No s

Isabel. Qu pas?

Enrique. Hace aos que no sabemos de l.

Isabel. No pudo haberse esfumado.

Enrique. No sabemos dnde est.

Isabel. Pobre Carlota. Y qu ha hecho para sobrevivir?

Enrique. Trabaja en una tienda de ropa.

Isabel. (Re.) Siempre tuvo gusto con la buena ropa. De nia me robaba los vestidos que pap nos compraba. Ella estrenaba los suyos y los mos. Recuerdo que le gustaban los encajes.

Enrique. Trabaja en una tienda de uniformes de enfermera.

Isabel. Entonces, no tienen muchos encajes.

Enrique. Ninguno. (Silencio.) Ya le di los saludos de mi madre, seora, quisiera...

Isabel. (Interrumpe.) Me puedes llamar ta.

Enrique. (Se incorpora.) Me tengo que ir.

Diego. Gracias por venir.

Isabel acompaa a su sobrino a la puerta principal.

Enrique. Reciba tambin mi psame. (Tartamudea.) Tambin yo quise mucho a Benjamn.

Isabel. (Tierna.) Todos quisimos muchos a Benjamn. Dale mis saludos a Carlota y dile que quisiera volverla a ver. (Se le hace un nudo en la garganta.) Dile que a pesar de todo an sigo siendo su hermana. (Le da la mano.)

Enrique. Adis.

Isabel abre la puerta. Antes de que Enrique salga, la ta le pone la mano en el hombro, lo mira con ternura y lo besa en la mejilla. Enrique no reacciona.

Isabel. (En susurro y mirando temerosa hacia la puerta del bao.) No quisieras algo de la ropa de Benjamn? Perdname, pero tena tanta y no la quiero regalar a cualquiera. Creo que te quedar un poco grande, pero tendr arreglo. Qu dices?

Enrique. (Muy apenado.) No s

Isabel. Yo te lo agradecera. Hay muchos sacos muy finos y a ti te pueden quedar bien. Sintate, no tardo.

Enrique. (Obedece mientras se arrepiente una vez ms de haber venido.) Gracias.

Isabel se dirige hacia la puerta interior de la casa. La puerta externa ha quedado abierta. Isabel cruza el umbral interior de la casa. Por primera vez Enrique observa la casa y sus adornos. Acaricia el silln principal y se sienta. Toma un poco de confianza y se recuesta cmodamente. Descubre sobre una de las mesas un centro de cristal cortado con confituras. Duda si tomar una. Mira hacia donde sali Isabel. Con rapidez toma un dulce y lo saborea. Nervioso regresa a sentarse. Luego se incorpora y toma otra confitura e inmediatamente otra. Ms que degustar los dulces los deglute. Mira un reloj antiguo que est sobre una mesa; lo acaricia y con un movimiento torpe, lo tumba y la antigedad cae al suelo. Muy avergonzado mira hacia donde se fue la ta. Decide huir y se dirige precipitadamente a la puerta que ha permanecido abierto y, en ese instante, aparece por el umbral una atractiva joven. Es Cintia. Viste con el estilo de la muchacha moderna que es.

Enrique. Perdn!

Cintia. Est la seora Isabel?

Enrique. (Tartamudeando.) S.

Cintia. (Entrando con desenvoltura.) Puedo pasar?

Enrique. S, claro! Ahora regresa ella. Yo ya me iba.

Cintia. (Mira el reloj hecho pedazos.) Se les cay el reloj.

Enrique. S, se les rompi.

Cintia. Quin eres?

Enrique. Enrique

Cintia. El primo de Benjamn?

Enrique. (Sorprendido por el reconocimiento.) S.

Cintia. (Le da un beso en la mejilla con desenfado.) Benjamn me hablaba mucho de ti.

Enrique. De m?

Cintia. De cmo jugaban cuando nios con una caja de arena. Pasaban juntos todos los sbados. S que a ti te gustaban las estampillas y que tocabas el piano.

Enrique. (Azorado.) Cmo sabes eso?

Cintia. (Sonre.) Soy Cintia, la la pareja de Benjamn.

Enrique. (Rgido.) Mucho gusto.

Cintia. Cundo llegaste?

Enrique. Hace un ao (Cae en cuenta que descubri su mentira.), digo (Mira temeroso hacia donde se haba salido su ta.)

Cintia. (Juguetona lo acusa.) Y nunca buscaste a Benjamn!

Enrique. Tena mucho que estudiar.

Cintia. Le hubiera dado tanta alegra verte.

Enrique. No saba en donde vivan.

Cintia. Tienes razn, nadie lo saba.

Enrique. Ni saba la direccin de mis tos. Mi madre me la dio para venir a darles el psame.

Cintia. Cmo estn?

Enrique. La ta Isabel se ve bien.

Cintia. Y tu to?

Enrique. No lo s.

Cintia. Qu estudias?

Enrique. Contabilidad.

Cintia. Hasta ahora? T tienes la misma edad de Benjamn y l haba terminado arquitectura haca varios aos.

Enrique. Antes no pude.

Cintia. Qu bueno que te encontr aqu! No quera tener esta entrevista a solas con la seora Isabel. T sabes, nunca me quisieron. De verdad no habas odo hablar de m? (Enrique niega.) Bueno, a lo mejor no soy tan importante (Suspira.) Cmo est tu madre?

Enrique. Bien.

Cintia. Benjamn me cont que tu padre los abandon.

Enrique. No sabemos si vive o muere.

Cintia. (Cambia su tono festivo por otros ms serio.) No convendr que le avises a la seora Isabel de que estoy aqu.

Enrique. Dijo que iba a regresar.

Cintia. (Repara en el reloj cado por el suelo .) En esta casa el tiempo est detenido? (Slo ella re)

Enrique. (Nervioso.) No.

Cintia. (Intenta poner las piezas sobre la mesa.) Parece un reloj valioso, de los que ya no se ven.

Enrique. (En huda.) Ya me tengo que ir! (Inicia mutis y se vuelve.) Gusto en conocerla.

Cintia. Ne me hables de usted, pude haber sido tu prima.

Enrique. Adis. (Precipitadamente intenta retirarse.)

Isabel entra a escena, carga una gran caja que le impide la visin.

Isabel. No encontr una caja adecuada. Aydame que est muy voluminosa. (Cintia lo hace.) Escoge lo que (Ha visto a Cintia. Ambas mujeres se sorprenden.)

Cintia. Buen da, seora.

La caja con ropa ha cado al vaco. Isabel repara en el estropicio del reloj, pero no dice nada.

Isabel. No o el timbre.

Cintia. La puerta estaba abierta.

Isabel. Ya se conocan? (Enrique e Isabel niegan. Luego pregunta a Enrique con aridez.) Escoge la ropa que quieras (Acomoda la ropa cada.) Van tambin varias corbatas, son muy finas, algunas las trajimos de Europa. (Mira hacia la puerta del bao y con voz baja dice a Enrique.) Me temo que tendrs que irte.

Cintia. Yo tambin. Solamente quera entregarle esto (Le da un amarre de cartas unidas con un listn azul.) Pertenecen a ustedes. Benjamn me dijo que si algo le pasaba, quera que les regresara estas cartas. (Isabel las reconoce y las abraza emocionada.)

Isabel.Las tena Benjamn? No haba notado su ausencia.

Cintia. Se las llev de recuerdo el da que se fue de aqu.

Isabel. Las leste?

Cintia. No! Respecto estas cosas como quisiera que respetaran las mas (Se da cuenta que entr en un sendero peligroso.) me refiero a las cartas que Benjamn me escribi.

Isabel. (Con enojo pero a media voz.) No puedes comparar mis cartas con las tuyas!

Cintia. Seora, yo tambin estuve enamorada.

Isabel.No somos iguales porque yo me cas por la iglesia!

Cintia. Su hijo me eligi de la misma manera como su marido la eligi. Eso es lo importante.

Isabel. Pero t cambiaste a mi hijo!

Cintia. (Defensiva.) Nunca le coart su libertad.

Isabel. (Cuidando de no ser oda desde la distancia.) Yo tampoco Siempre luch en contra de toda autoridad. (Se le mira desconsolada.)

Cintia.Siempre hasta su muerte.

Isabel. (Sorbindose las lgrimas y queriendo fingir un tono normal. A Enrique.) Llvate todo. Nadie mejor que t para que use la ropa de Benjamn.Benjamn toma la caja y comienza a llorar con pucheros.

Cintia. Ahora nicamente nos quedan los recuerdos, pero esos no se pueden devolver.

Se escucha el sonido del agua corriente, por lo que los personajes suponen que Diego ha escuchado los dilogos anteriores.

Diego. (Abre la puerta del pao y habla con gran autoridad.) No nos interesan sus recuerdos, seorita. (Entra a escena con paso seguro.)

Isabel. (Trmula.) Diego, ms comprensin!

Diego. Si ella no la tuvo, ni Benjamn, por qu tenemos que ser comprensivos?

Cintia. (Con claridad de palabra y de mente.) Porque todos amamos a una misma persona.

Isabel. Yo am a mi hijo desde que lo traa en el seno y usted slo por dos aos, as que no es lo mismo.

Cintia. (Mira el reloj roto.) El tiempo no importa, sino la intensidad.

Diego. (Su enojo le impide ver el estropicio.) Intensidad del corazn o de la cama?

Cintia. (Ofendida.) Ambos.

Diego. Ya recibimos las cartas, ahora puede irse.

Cintia. (Duda.) Quiero

Diego. Una indemnizacin?

Cintia. Ahora comprendo mejor por qu Benjamn quiso partir.

Isabel. Mejor vyase.

Diego. (En ataque.) Si Benjamn no hubiera muerto, tambin a usted la hubiera abandonado.

Cintia. Quiz pero por otra mujer, no por sus padres.

Diego. (Frentico.) Lrguese y que la vida la castigue por la cizaa que sembr!

Cintia. (Se dirige a la puerta de salida y regresa el rostro.) Algn da, cuando la paz reine en esta casa, me abrirn la puerta y me rogarn que regrese. Hasta ese da!

Diego. (Por fin repara en el reloj estropeado. Iracundo.) Quin rompi mi reloj? (Sospecha la culpabilidad de Isabel y la mira con enojo.)

Isabel. No lo s.

Diego. Era mi reloj favorito! Benjamn y yo lo compramos en Praga.

Isabel. Yo no fui.

Diego. Quin fue?

Cintia. Le importa tanto un reloj?

Diego. Sabe lo que vale?

Enrique. (Atemorizado.) Fue un accidente.

Diego. Accidente es que haya venido a visitarnos.

Isabel. Es Enrique, el hijo de

Diego. (Interrumpe colrico.) S, ya los o.

Enrique. (Presenta su mano derecha en seal de saludo.) Mi madre me pidi que les diera el psame.

Diego. (No corresponde al saludo.) Aceptado. Puede decirle a su madre que es lo nico que he aceptado de ella en veinte aos, as que puede morir en paz. Ahora vyanse los dos!

Isabel. Diego, por favor.

Diego. (Aparentemente sereno.) Aceptamos de buena manera sus condolencias. Ahora pueden irse y jams regresar.

Cintia. Yo fui la mujer de su hijo!

Diego. Amante.

Cintia. Da igual.

Isabel. Mejor vyanse.

Enrique. (En franca huida.) Tambin yo me voy.

Cintia se interpone, con el propsito de entregar a Diego un sobre grande. Enrique busca otra salida, sin atreverse a romper el grupo.

Cintia. Tengo algo ms para ustedes En el sobre encontrarn mi telfono, por si algn da quieren hablarme.

Diego. (Arrebata el sobre.) Gracias.

Cintia. Algn da me rogarn que regrese!

Diego. Pues hasta ese da!

Cintia. En esta entrevista he comprendido mejor a Benjamn que el tiempo que vivimos juntos.

Isabel. (Sinceramente interesada.) Y qu has descubierto?

Cintia. Que su odio a las dictaduras lo aprendi aqu.

Enrique quiere aprovechar el instante para fugarse, pero Diego se interpone.

Diego. Soy yo esa razn?

Cintia. (Evita el conflicto abierto.) De verdad les deseo que encuentren la paz.

Diego. No me va a dar lecciones de solidaridad social. Feliz fue mi hijo entre nosotros y, si l hubiera vivido, habra regresado. (La madre llora.)

Cintia. Es mejor que sobrevivan creyendo esa mentira (Inicia mutis y luego mira a Diego, retante.), pero nadie desea regresar a una dictadura.

Cintia se aproxima a la puerta de salida y Enrique la sigue con atolondramiento.

Isabel. (En un grito.) Pero Benjamn regres! Vino a vernos el da del accidente.

Cintia queda estupefacta y regresa. Enrique puede salir y queda detenido entre Cintia y Diego.

Cintia. (No lo saba.) Vino ese da? (En los dilogos siguientes Enrique mira a cada interlocutor como pblico en partido de tenis.)

Isabel. S! (Mira inquisitiva a Diego.)

Diego. (Aparentando poco inters.) Vino a saludarnos.

Cintia. A eso?

Diego. Le parece poca razn?

Cintia. (Comprende con dificultad el hecho.) Entonces, regresaba de esta casa cuando tuvo el accidente

Isabel. Al menos llegue a verlo el da en que muri.

Diego. (Miente.) Benjamn vino a decirnos que quera volver con nosotros.

Cintia. (Titubeante.) No le creo.

Diego. Aparentemente se haba cansado de usted.

Cintia. Sabe a qu se dedicaba su hijo? Mientras usted era el director general de una acerera, Benjamn trabajaba de obrero y yo de dependienta. Pero en el mundo de los pobres, fuimos felices!

Enrique se enternece, pero slo el pblico lo nota.

Diego. Le parece un logro que un genio trabaje de obrero? Trunc su camino por varias razones y una fue usted.

Cintia.Ya no est con vida, no hay necesidad de atacarlo.

Diego. Usted no conoci a Benjamn. Su coeficiente intelectual era de 140, casi como el de Einstein. Por diez aos fuimos a Europa y yo lo inici en el mundo del arte. (Irnico.) Pero usted se ufana de que lo hizo feliz.

Cintia. Comprendan que pude enviar los sobres por correo pero necesitaba verlos... Yo no tengo educacin, nunca entend esas cosas de la cultura. Benjamn escribi muchos versos cuando vivamos juntos. Me los lea y yo no los entenda, pero los reciba con admiracin.

Diego. Existen esos versos?

Por primera vez Cintia comprende que capta el inters de Diego.

Cintia. Estn en el sobre que le acabo de entregar. No supe qu hacer con ellos. No hablan de m Benjamn deca: Si mi padre viera estos versos

Diego. (Extrae del sobre los poemas en hojas sueltas.) Son muchos!

Cintia. Ms de cien.

Diego hojea con fruicin; mientras Isabel lee conmovida algunas de las cartas.

Isabel. Mira, Diego, son las cartas que t me enviaste en los primeros aos de nuestro matrimonio! Mira sta: Estoy decepcionado y solo, solamente t puedes salvarme

Diego. (Con dificultad aparta sus ojos de los poemas.) Deja eso para despus!

Isabel. Y sta: Es la primera vez que me separo de casa, los echo de menos, a ti y al beb. Dale un beso de mi parte cuando est dormido, como yo lo hago todas las noches. Haca tantos aos que no lea estas cartas!

Enrique ha sido un pblico perfecto.

Diego. Puedes dejarlo para despus?

Isabel. Todas son tuyas. Aqu est la carta que me enviaste cuando perdimos a la nia: Yo te amar.

Diego le arrebata las cartas a Isabel. Enrique vuelve a la realidad y se azora.

Diego. Dije que despus!

Cintia. De qu indiscrecin puedo enterarme? Que un da am a su mujer?

Diego. Hemos recibido las cartas y los versos. Les agradeceramos que nos dejen solos.

Enrique se dispone a partir, pero Cintia no se mueve.

Cintia. No deb venir, pero tena la esperanza de hacer las paces Los tres amamos a un mismo hombre y para los tres fue el ser ms maravilloso que ha existido.

Isabel. Todos amamos por igual, pero usted pronto encontrar otro a quien querer pero yo nunca!

Cintia. De verdad quiero estar ms cercana de usted. La conozco ms de lo que usted sospecha. Benjamn me contaba que si el pan de horno de los domingos, que la ropa siempre limpia y acomodada en sus cajones, que si el gazpacho de verano (Enrique saba todo eso.)

Enrique. (Distrado piensa en voz alta.) Las madres son todas iguales.

Todos miran a Enrique y ste se sonroja.

Diego. Tu madre no era capaz de sentir amor!

Enrique. Yo quiero decir que no existen malas madres.

Diego. (Irnico.) Ni tampoco malos padres, supongo. A ver, dnde est tu padre? Acaso lo sabes?

Enrique. (Alterado.) No lo s.

Isabel. Diego, djalo, ya se va.

Diego. Pues yo s lo s y te reto a encontrarlo!

Cintia. Enrique merece un padre.

Enrique. (Hace esfuerzo para ser defensivo.) No tengo nada en contra de mi padre.

Diego. (Sigue irnico.) Ni a favor, supongo.

Isabel. Diego, clmate.

Diego. T quieres iniciar tus estudios a la edad que mi hijo haba terminado su maestra. La diferencia es que yo s supe ser padre, y tu padre, no.

Enrique. (A punto de soltar el llanto.) Le ruego que no hable as de mi padre.

Diego. No volver a nombrarlo, no vale la pena.

Enrique. (Sacando fuerza de debilidad.) Mi padre nunca lo quiso!

Diego. Yo no me doy a querer fcilmente.

Enrique. S que mis padres tuvieron problemas, pero fueron buenos conmigo; mejor que ustedes con Benjamn.

Diego. Tu madre mereca mejor destino (Isabel se sorprende.), pero equivoc en su eleccin, debi escoger otro hombre.

Isabel. Diego, ya no vale la pena!

Diego. Deja que el pasado busque su camino hacia el presente. (Mira a Enrique.) Sabas que tu madre estuvo enamorada de m?

Enrique. No quiero saber!

Diego. Bien sabes que no te conviene Benjamn creci en un hogar balanceado y nada podra recriminarnos.

Enrique. Mis padres tienen mucho qu reprocharle. Fueron pobres y todo por su culpa.

Diego. (Cnico.) Por mi culpa?

Enrique. Usted llev a mi padre a la bancarrota.

Diego. Para comenzar, la banca no se la romp, sino le romp otra cosa... Le haba ayudado a hacer buenas inversiones y hasta viva con cierta comodidad, pero despus decidi desor mis consejos.

Enrique. Y no pudo salvarlo?

Diego. Claro que pude, pero no quise.

Enrique. Usted hizo que mi padre se alejara y yo s porqu.

Diego. (Cnico.) Yo tambin.

Enrique. Y no le da remordimientos?

Diego. Nunca los he sentido.

Enrique. Mi madre lo odia.

Diego. Sus razones tendr.

Isabel. (Fra.) Tu padre odiaba a Diego por celos.

Enrique. (Azorado.) Usted tambin lo saba!

Isabel. S Perd a mi hermana primero y ahora a Benjamn (Intenta cambiar el tema.) Cuando Benjamn y t eran nios, jugaban juntos y se queran tanto. (Enrique llora compungido.) Calma, calma, no llores, ven a mis brazos. (Lo abraza maternal.) Te prometo que te vamos ayudar. Ahora Benjamn no est con nosotros y yo quiero hacerte una promesa: voy a perdonar a mi hermana e intentar ser tu ta tu madre aqu en la ciudad. (Enrique llora con sonoridad e Isabel lo consuela.)

Cintia. No se puede recuperar la maternidad.

Isabel. T qu sabes de maternidad!

Cintia. Tanto como usted!

Isabel. (En maldicin.) Cuando llegues a ser madre, te dars cuenta que el ser que se gest en tus entraas naci con el alma podrida. Yo te maldigo porque me quitaste a mi hijo y porque trajiste a esta casa tanta infelicidad!

Diego. (En ruego.) Isabel, silencio!

Cintia. (Sorbindose las lgrimas.) Me voy.

Cintia intenta salir y es seguida por Enrique, pero Isabel se interpone retante.

Isabel. Los rencores que he guardado por tantos aos han aflorado hoy. Aqu a todos nos ha tocado el silln de los acusadores y ahora me toca a m. Sintate y defindete!

Diego. Cllate!

Isabel. Nadie me va a callar ahora. Era mi nio, el ser que ms he querido (Diego se sorprende.) y lo perd, no cuando muri, fue mucho antes. l se fue y ya no existamos en su corazn. l mismo decidi su vida, pero lo que a m me duele es que no me tom en cuenta.

Cintia. No sabe hasta dnde los tomaba en cuenta!

Isabel. (A Enrique.) Cuando me cas con tu to saba que an quera a Carlota, pero yo tena la certeza que era yo la que poda hacerlo feliz. (A Enrique.) Tu madre era muy hermosa, su hermosura solamente era sobrepasada por su vanidad. Diego la pretenda pero era entonces un muchacho serio. Ella prefiri a tu padre porque era bello y porque tena tanta gracia. Despus de las bodas, las parejas nos hicimos amigos. Enrique y Diego platicaban por horas. Enrique pretendiendo ser artista y Diego terco en hacerlo un hombre prctico. Tu madre y yo volvimos a querernos como si nada hubiera pasado. Despus nacieron Benjamn y t, parecan hermanos. Entonces vino un tiempo en que nuestras vidas bordearon el infierno.

Diego. Nadie te pide que recuerdes esto.

Isabel. (A Diego con gran autoridad.) Yo no cit a los fantasmas aqu han vivido entre nosotros. (A Enrique.) Fue cuando descubr que Carlota vea con Diego en secreto (Diego controla su ira.). Not que tu padre comenz a beber (Mira a Diego.) Contradceme si no estoy diciendo la verdad! (A Enrique.) Fue cuando tu padre vendi sus acciones, que entonces no valan mucho, y Diego las compr. Repentinamente tus padres se fueron a vivir lejos. Aos despus las acciones subieron de valor Esa es la historia.

Enrique. Yo supe muchas cosas porque Benjamn me las deca, le gustaba el espionaje... (Sonre.) Yo lo quise como a un hermano... Mi madre no me pidi que viniera a darles el psame Era yo el que quera venir Por qu no pueden aceptar que fue feliz con Cintia?

Cintia. Porque nadie puede ser feliz aqu! (Se acerca a Enrique y lo besa en la mejilla. Enrique se sonroja.)

Isabel. (A Enrique.) Benjamn te quiso mucho. Es una lstima que de grandes dejaron de convivir. Por eso quiero darte su ropa. (Saca una prenda. Cintia se ha puesto tensa.) Este saco lo compramos en Florencia. Este traje se lo hicieron en Madrid. Ponte el saco (Isabel le ayuda a probarlo y resulta enorme.) Todo tiene arreglo menos la vida. Esta no te puede quedar mal! (Sonre y le entrega una bufanda tejida. Cintia la reconoce. Enrique la recibe con alegra.)

Enrique. Esta bufanda s la acepto!

Isabel. Nada ms?... Si todo es tuyo.

Enrique. (Con simpleza.) Nunca he tenido ropa tan bonita. (Juguetn se coloca la bufanda y un sombrerito tirols y sonre.)

Isabel. Toma este reloj! Se lo regalamos en su ltimo cumpleaos. (Enrique se pone el reloj de pulsera.)

Cintia. (Iracunda.) No fue su ltimo cumpleaos! Vivi dos aos ms. Esa bufanda es ma, dnmela! Cmo se atreven a repartir sus pertenencias? (Azorado, Enrique le entrega la bufanda. Cintia la arrebata y luego, tierna, la acaricia como si fuera un beb.) Yo se la tej! Fue el primer regalo que le di todos mis regalos fueron hechos con estas manos. Ustedes no quisieron a Benjamn, solamente lo manipularon! (A Diego.) No s qu pudieron haber dicho para que pensara en abandonarme! Maldito! Pero ya tengo a alguien que me quiera!

Isabel. (Por primera vez irnica.) Qu pronto se consol!

Cintia. (Llorando.) Ya lo tengo en mis entraas! (Sorpresa general. Cintia comprende que ha hablado de ms.)

Diego. (En ataque.) No se pase de lista. De nosotros no va a recibir ni un centavo.

Cintia. (Inicia la huida.) No quiero nada!

Enrique no sigue a Cintia porque est estupefacto.

Diego. An si estuviera embarazada, no sabramos quin fue el padre.

Cintia. (Iracunda.) Pero de quin ms? (Ha abierto la puerta.)

Isabel. Cintia, espera. Me juras que es hijo de Benjamn?

Cintia. (Con certeza.) S!

Isabel. Lo supo l?

Cintia. Claro!

Isabel. (A Diego.) Te lo dijo a ti?

Diego. Claro que no! Vino simplemente a pedir dinero.

Isabel. (Inquisitiva.) No a regresar?

Diego. (Intentando cubrir su mentira.) Tambin, tambin.

Isabel. Si vino slo a eso, por qu quiso hablar a solas contigo?

Diego. Eso fue lo que pidi.

Cintia. Usted miente! A la hora del accidente yo estaba trabajando y nunca supe que estuvo aqu.

Diego. Usted es la que miente!

Cintia. Mentira o verdad yo nicamente vine a treles las cartas porque un da me dijo que si algo le pasaba, quera que se publicaran sus versos Yo no s de esas cosas. Por eso vine. Las cartas fueron una excusa.

Cintia intenta salir y Enrique la sigue, pero son detenidos por el parlamento de Isabel.Isabel. Cintia, te voy a hacer una pregunta que quiero me respondas con toda la sinceridad de tu alma. An si mentiste antes, tienes ahora que decir la pura verdad. Fue la muerte de Benjamn un suicidio?

Diego. (Casi en un grito.) Isabel, por favor!

Isabel. (Con gran fuerza a Diego.) Cllate! (A Cintia.) Fue un suicidio?

Cintia. (Despus de un silencio.) Qu motivos poda tener? Iba a ser padre y tena mi amor.

Isabel. (A Diego.) T fuiste el ltimo que habl con l, fue un suicidio?

Diego. (En falsa salida.) S lo fue y la culpa es de esta muchacha!

Isabel. (Con gran autoridad.) Solamente de ella?

Diego. Para m, l muri el da que abandon esta casa.

Isabel. Mientes! S que algo pas entre ustedes ese da. Benjamn era un gran piloto, no pudo haberse simplemente estrellado.

Diego. Pues as fue!

Isabel. No puedes llorar un poco por l y por m? Me das lstima.

Diego. A m no me das lstima porque eres mi esposa.

Isabel. Ser mi marido ya nada significa para ti. Siempre ests dedicado a tus negocios como antes en cubrir de premios a tu hijo. Y yo? A pesar de que te quise por sobre el amor de mi hijo

Isabel llora plcida. Por un instante nadie habla.

Diego. (Aparentemente calmado.) Los versos y las cartas han sido recibidos, la ropa ha sido entregada, as es que este melodrama se acab. Me esperan en la acerera en una junta. (No son convincente.)

Cintia. Cuando supimos que estaba embarazada, Benjamn decidi hablar con ustedes. Dijo que el beb tena el derecho a tener abuelos, no como l, que cuando naci ya haban muerto. (Isabel reacciona con la informacin fidedigna.) Se le vea tan feliz! Un hombre as no puede suicidarse, pero nada me dijo de venir a verlos ese da.

Enrique hace un gesto de desesperanza y se sienta en el gran silln de la sala, desde donde sigue los parlamentos.

Diego. Si vena a decir eso, no lo hizo pero tampoco le di tiempo como creo que nunca le di tiempo para hablar de tantas cosas. Yo le ofrec darle a usted una buena cantidad de dinero si l regresaba a casa. Se enfureci y yo le repliqu hacindole un listado de las oportunidades que estaba desaprovechando. Mencionamos a Enrique (ste se sorprende. An lleva el sombrero tirols. Le dirige el parlamento a Enrique.), de todo lo que tuvo Benjamn y que a ti te falt. Benjamn comenz a llorar y me dijo: Pap, te necesito. (Con mirada limpia, ve a Isabel.) Y yo lo dej hablando, aqu en ese silln (Donde est Enrique, quien se incorpora como si le quemara el asiento.) Horas despus me llamaron a la oficina para avisarme que haba muerto en un choque.

Isabel. (Dolida.) Por qu inventase la historia de que quera volver con nosotros?

Diego. (Excusndose con dificultad.) Por ti al fin ya estaba muerto. De verdad pens que era todo tan vulgar que lo dej hablando y me fui a la oficina.

Isabel. (Iracunda.) Maldito, t lo mataste! Has destruido tantas vidas, la del padre de este muchacho, la de Benjamn y la ma. No mereces perdn!

Cintia. (Habla para s.) Nunca sabremos la verdad. Qu hubiera sido de Benjamn con otro padre? (Mira a Enrique.) O de ti, Enrique? Qu bueno que vine hoy ahora comprendo mejor a Benjamn y ya no puedo guardarles rencor. (Le entrega a Enrique la bufanda.) Adis y ojal hagas a esta ropa feliz.

Diego. (Con gran candidez.) Me juras que es mi nieto?

Isabel queda perpleja por el tono franco de Diego que para ella es desconocido hasta este momento.

Cintia. Adis. (Se dirige al umbral de salida.)

Diego. Te creo! Benjamn me lo dijo y tambin me dijo que te quera y que era feliz. Que habas sido muy buena con l. (Cintia cruza el umbral y se detiene. Enrique an queda dentro. Diego levanta el volumen de voz.) No me pidi nada para ustedes, sino todo para el beb. (Cintia ha salido seguida por Enrique.) No te vayas! Isabel te necesita (Por primera vez tierno.) Y yo tambin te necesito Hoy has trado una esperanza a esta casa

Cintia regresa y queda en el umbral.

Diego. Benjamn no ha muerto del todo!.. Por favor, no te vayas!

Cintia. Algn da les dejar que vean al beb. No s cundo, pero les prometo que sabrn de nosotros.

Isabel. Por qu esperar hasta entonces?

Cintia.No estamos listos para formar una familia El tiempo dir cundo (Sale de escena.)

Enrique. (Despus de un instante, con atolondramiento.) Yo tambin me voy!

Diego. Enrique puedes regresar cuando quieras. Esta es tu casa. Hablar con el rector y te aseguro una plaza en la universidad.

Enrique. No la quiero. Voy a volver al pueblo Ser por unos meses. Necesito buscar a mi padre an es tiempo para de que podamos ser padre e hijo.

Diego. (Sorpresivamente conciliatorio.) Yo s dnde est tu padre. En mi despacho tengo la direccin. Llmame (Le entrega una tarjeta personal.)

Enrique toma la tarjeta y se encamina hacia la puerta principal.

Isabel.No te llevas la ropa?

Enrique. (Vuelve la mirada a Isabel.) Algn da regresar por la ropa de Benjamn (Se acerca a su ta y la besa en la mejilla.) An no la merezco.

Isabel abraza amorosamente a su sobrino y l lo acepta. Luego Enrique extiende la mano derecha a Diego y ste la recibe con calidez sin decir palabra, cosa inusitada en l. Enrique hace mutis en silencio. En la escena se siente la ausencia de Cintia y de Enrique, como en un frasco en el que ha agotado el perfume, pero que an conserva el aroma.

Diego. (Mira el reloj cado y descubre que no funciona.) El tiempo ha quedado detenido.

Isabel. Pero hemos vivido siglos.

Diego. Y nos hemos vuelto a quedar solos.

Isabel. (Con gran esperanza.) No tanto.

Diego. Qu han sido para ti estos ltimos aos?

Isabel. (Sin encontrar respuesta con rapidez.) Un desconcierto.

Diego. Nunca supimos cmo ser felices juntos, verdad?

Isabel. An queda tiempo.

Diego recoge el reloj y lo zarandea.

Diego. Mira, volvi a caminar (Isabel nota una nueva mirada de Diego.) Nunca pens que iba a tener un nieto.

Isabel. l nos recuperar la felicidad.

Diego. (Habla con entusiasmo.) Un muchacho de nuevo en esta casa! Tendremos que ponerlo en la mejor de las escuelas O en una escuela especial para nios superdotados. (Isabel desaprueba el comentario de Diego.) Siempre pens que la educacin elemental fue deficiente para Benjamn. Llevaremos al nio a Europa. Cmo se llamar? Necesariamente Benjamn. Voy a adquirir un seguro para su educacin, por si algo nos pasa. Ese nio llegar a ser grande! (Por primera vez mira a Isabel.)

Isabel. Para comenzar no sabemos si ser nieta o nieto.

Diego. Tienes razn.

Isabel queda sorprendida de escuchar estas palabras por primera vez en su matrimonio.

Isabel. Diego, no hay que repetir la historia!

Diego. (En franco desconcierto.) Perdname Si te hubiera escuchado antes, acaso todo sera diferente... Qu seremos para ese beb?

Isabel. No sabemos qu querr su madre ni qu querr el muchacho o la muchacha cuando crezca Tendremos que aprender todo de nuevo... hay tantas cosas qu revisar

Diego. Todo en lo que crea, se ha venido abajo!

Isabel. Para comenzar leer estas cartas tuyas y mas.

Diego. Yo leer los poemas.

Isabel. (Ganando en autoridad.) No, t tambin necesitas leer estas cartas y redescubrir que un da supiste buscar el amor.

Diego. (Mira sincero a su esposa y con intensidad se pregunta.) Lo supe?

Isabel. Que diga Benjamn si no y tambin yo!

Diego. Tendr que aprender tantas cosas

Isabel. A pocos el destino nos brinda una segunda oportunidad!

La pareja se abraza. El violn segundo y la viola se confunden en un beso. Oscuro paulatino. Fin de la obra.

Buenos Aires, Argentina7 de agosto de 2010[26]