CUENTOS infantiles

Octavio Robleto

Este proyecto cuenta con la colaboración deel Foro Nicaragüense de Cultura.

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parroquia El Carmen 75 vrs. arriba, frente al estadio de fútbol Thomas Cranshaw, Managua, Nicaragua.

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ILUSTRACIONES

Luis E. González Sevilla

DIAGRAMACIÓN Y PORTADA

Mauricio Valdez Rivasvaldezmauricio2015@gmail.com

EDITORIAL AMERRISQUEManagua, Nicaragua 2016

CHUMILO EL GORDO Y CASIMIRO EL FLACO

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Pues si es que Chumilo siempre se peleaba con Casimiro por cualquier cosa.—Así es.

—Un día a Casimiro uno de sus tíos le regaló un caballito de palo hecho en Masaya. Todo el palo estaba coloreado de rojo y verde y además tenía la cabeza en forma de caballo, con orejas, copete blanco y hasta freno de cuero.—¿Y cómo era el caballo de Chumilo?—¿El caballo de Chumilo? Era de vara de Guásimo y la cabeza se la habían hecho de hoja de piñuela recortada, con ojos, orejas y todo lo demás.—Entonces era bonito también el caballo de Chu-milo.—Así era. Y hasta más fuerte. —Por eso empezó el pleito.—Chumilo retó a combatir con el caballo a Casimi-ro y Casimiro aceptó.—Sí, pero le ganó Chumilo.—Así fue; Chumilo le quebró el caballo a Casimiro y Casimiro salió en carrera, llorando.—Después Casimiro no quería jugar con Chumilo.—¿Por qué?—Porque éste se burlaba de él. Apenas lo divisaba, ahí no más le mentaba el nombre de los tíos.—Ajá. ¿Y cómo se llamaban los tíos de Casimiro?—Uno se llamaba Erasmo. Otro se llamaba Serapio y el otro se llamaba Casimiro.

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—¿Y entonces qué le decía Chumilo?—Se ponía a decir como cantando:“Eras...mono Eras...caballo Eras... cabro”... —Ja, ja, ja, ja...

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—Y después seguía: “Será… monoSerá… caballo Será... cabro”. —¡Qué bárbaro!—Y terminaba diciendo: “Casi... mono. Casi... caballo. Casi… cabro”.Hasta que Casimiro se ponía furioso y quería tirarle una piedra de la calle.

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—¿Y cómo fue que le quebró el caballo?—El Chumilo se le fue acercando y con disimulo, casi al descuido, con la vara de su caballo golpeó al caballo de Casimiro y hasta le dio con el pie.—¿Y después?—Ahí nomás Casimiro salió llorando y le fue a poner las quejas a uno de sus tíos.

CHUMILO Y CASIMIRO SALEN A CORTAR LEÑA

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Otro día Chumilo llegó a la casa de Casimiro y lo convidó a que fueran a traer leña.—¿Y adónde vamos a ir? —preguntó Casi-

miro.—Al potrero del Cerro —le respondió Chumilo.—Le voy a decir a mi mamita —dijo Casimiro, y entró en su casa para buscarla en la cocina. La ma-dre le dio el permiso y le recomendó que no regre-sara tarde.—Lleva tu machetillo —le aconsejó Chumilo cuan-do se encontraron de nuevo, porque él ya llevaba el suyo.Casimiro hizo caso, penetró nuevamente a la casa a sacar su machete y los dos como a las diez de la mañana, salieron por las afueras del pueblo. Por el camino iban alegres, recogían piedras y compe-tían a quién de los dos las arrojaba más lejos. En-contraron un palo de guayaba y comieron frutas maduras y sazonas. En los cercos pasaban por en-tre los hilos de alambre, el que pasaba de primero ponía el pie en el hilo de abajo mientras el otro al-zaba el hilo de arriba y así cruzaba al otro lado sin restregar la camisa.Llegaron al potrero y comenzaron a recoger pa-los secos que iban acumulando a la sombra de un nancite. Cuando calcularon que ya había suficien-tes, Chumilo decidió que él cortaría, a la medida adecuada, las ramas que considerara demasiado largas, y para realizar este trabajo escogió una raíz que sobresalía de la tierra del mismo palo de nan-cite. Casimiro, mientras tanto, se alejó un poco en

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busca de más leña pero de pronto oyó que su ami-go Chumilo gritaba desesperado:—¡Ay, mamita! ¡Ay mamita!Casimiro no supo qué pensar. Solamente veía a Chumilo que con ambas manos se defendía qui-tando algo de su cara, se retorcía y continuaba con los gritos. Por fin decidió salir corrien-do; el machete y la leña quedaron bajo el palo. Casimiro es-taba anonadado.

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—¡Ay mamita! —continuaba gritando Chumilo.—¿Qué te pasa? —le preguntó Casimiro, casi a gritos.—¡Las avispas, hermanito, correte! —dijo Chumilo desesperado.Casimiro no se corrió, pero al ratito vio que Chumilo se le acercaba y todo quejoso le decía:—Me han atracado las avispas. Vayámonos. —¿Y el machete? —preguntó Casimiro.—Ahí lo dejo —replicó Chumilo—, yo no me acerco a recogerlo.—Esperate —le dijo Casimiro y pasito a paso se acercó al palo de nancite y en un descuido recu-peró el machete y regresó en carrera.

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—Aquí está —le dijo a Chumilo, pero éste no lo quiso coger. Decidieron regresar al pueblo, sin nada de leña, pero con los machetitos en cada mano.Casimiro acompañó a su amigo Chumilo hasta al frente de la casa. Salió a recibirlos la madre de Chumilo, quien, cuando vio a su hijo con la cara inflamada y colorada, le dijo:

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—¿Qué te pasó, hijito?Chumilo no dijo nada, sólo agachó la cabeza y Ca-simiro tuvo que contar el cuento; la madre fue a la cocina a llenar una pana de agua y llamó a su hijo.—Vení aquí, hijito. Echate agua fresca en la cara.Chumilo se remojó la cara. Casimiro vio la cara de Chumilo y notó que le resaltaba un piquete de avis-pa sobre el párpado del ojo derecho, otro piquete en el labio, cerca de la nariz, piquetes en el cuello y piquetes en el brazo izquierdo. Casimiro optó por marcharse y no se despidió de nadie; la historia la repitió detalladamente a sus otros amigos.—Era un montón de avispas corre-coyotes las que le picaron en la cara a Chumilo —decía y no exageraba.Chumilo no asistió a sus clases por tres días. Así fue.

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CHUMILO NO QUIERE BAILAR

En la casa se disfrutaba de un corredor muy amplio y en frente de un jardín espacioso. El alero de esa parte del corredor estaba sos-

tenido por cuatro horcones labrados, que a su vez se asentaban sobre cuatro pilastras de piedra can-tera, metidas un poco en la tierra. El piso estaba

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cubierto con ladrillos de barro, bastante desgasta-dos por el caminar continuo y el escobeo cotidia-no. Allí jugaba la chavalada, corrían, alborotaban, se arrastraban por el suelo y nadie ponía límites a sus travesuras, ni los mandaban a callar, porque esa tarde los mayores habían salido a visitar a una señora que celebraba el día de su santo, 1ro. de no-viembre y ella se llamaba Doña Santos.

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Las amigas y vecinas sabían que recibía a los visitantes con refrescos, rosquillas, empana-das y alguna otra sabrosura de sorpresa.Los chavalos ya empezaban a dar muestras de cansancio, menos Clementina, a quien se le ocurrió decir:—¡Muchachos, ahora vamos a bailar!Ese día el resguardo de los chavalos quedó en-comendado a Clementina, que ya por entonces iba entrando a sus 16 años. Era una negra de Moyogalpa, baja y regordeta, la boca floronea-da, el pelo crespo, aspavientista y exagerada, que sin el ojo vigilante de los amos se sentía a sus anchas para dar rienda suelta a sus inicia-tivas.Y así lo hizo la mayoría, sin ton ni son. Menos Chumilo que se quedó arrimado a un horcón, con el pie izquierdo sobre el piso y el derecho formando ángulo con el horcón segundo del corredor. Casimiro corrió a esconderse de-trás del murito de una pila de agua que había en el extremo del jardín y así pasaba desapercibido, viendo sin ser visto.

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Clementina se dirigió a Chumilo y lo convidó, con los brazos extendidos:—Vamos a bailar.—No —respondió Chumilo, y presintiendo la amenaza, se agarró fuertemente del horcón, apoyando la espalda contra la madera y repetía:—No —agachando la cabeza.

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Casimiro sólo miraba el percance de su amigo y se estaba muy quedito, vigilante.Clementina cogió del brazo a Chumilo y lo jaló con fuerza, Chumilo se resistió, tenazmente. Clementi-na hizo otro esfuerzo más por arrancar al testaru-do, pero Chumilo no cedía. En una de esas tentati-vas la cabeza de Chumilo regresó con violencia al filo del horcón y le produjo una herida en el cuero cabelludo.Saltó el chorro de sangre y saltó el llanto de Chu-milo. No decía nada pero lloraba a moco tendido.

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Clementina se asustó y salió corriendo. Casimiro observaba sin saber qué sucedería. Los demás mu-chachos se dispersaron. Clementina corrió a darle aviso a los mayores. Los topó cuando casi llegaban a la casa y les gritó:—¡Chumilo se rajó la cabeza!—¿Cómo fue? —preguntó la madre de Chumilo, avanzando hacia la casa.—Yo no sé —dijo Clementina con la boca abierta y enseñando el blanco de sus ojos.La madre de Chumilo caminó más aprisa, seguida por un sobrino suyo. Encontraron a Chumilo sen-tado en el suelo la camisa empapada de sangre y a él dando gritos. Llegaron otras personas, levanta-ron a Chumilo y le lavaron la cabeza; le pusieron mertiolate en la herida y le cruzaron una gasa en la cabeza.

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El mozalbete se lo puso a horcajadas sobre los hombros y se lo llevó directo a su casa, como ya se lo había suplicado la madre de Chumilo. Toda-vía en hombros Chumilo continuaba llorando y gi-miendo. Lo acostaron en su camita y al ratito se durmió.

CASIMIRO Y SU PRIMA

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Casimiro tenía una prima, Charito; y él llega-ba a jugar a casa de ella cuantas veces se le antojaba. Jugaban de todo, juegos conocidos

o inventados con muñecas y muñecos, con balones y patines, con cajas y chilindrujes, juegos nuevos y viejos. Cuando se cansaban de jugar, hojeaban re-vistas y libros que el padre de Charito almacenaba en su biblioteca.El padre de Charito, Don José Vergara, como cu-riosidad insustituible, poseía unos anteojos de lar-ga-vista y a veces se los daba prestados a su hija,

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para que desde la azotea de la casa observara la ciudad, también allí subía Casimiro.Se extasiaban viendo de cerca la ciudad, los tran-seúntes en la calle, los automóviles corriendo, las casas vecinas, la lejanía, todo. Chanto aseveraba:—Si uno se sube a un edificio bien alto, se podría ver parte del mundo. Se podría ver Costa Rica y si no hubiera niebla, se podría ver hasta París.Casimiro no le creía esto y se limitaba a observar lo que con sus lentes alcanzaba.

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Charito tenía una amiga, la María Duarte.También llegaba a jugar con ellos.Cuando jugaban los tres era más alegre, aunque a veces se peleaban.Un día Charito propuso a Casimiro:—Juguemos a los casados.Casimiro dijo que sí, pero en realidad no conocía ese juego.

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Charito lo llevó a unos cuartos vacíos. Lo llevó al final del jardín, después a la azotea, sin llevar los anteojos de larga-vista. Más tarde los encontró la María Duarte. Charito le contó a la María lo que habían jugado. La María le dijo a Casimiro:—Jugá también conmigo. Casimiro se negó.La María Duarte le dijo: —Si no jugás te acuso.A Casimiro esto no le gustó y se fue a su casa.Le contó el suceso a Chumilo pero Chumilo no le dio importancia.

Nunca más le volvió a contar nada sobre estos juegos, que se repitieron.

CHUMILO Y CASIMIRO CELEBRAN LAS FIESTAS PATRIAS

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Casimiro contaba: “Pues si es que a Chumilo le tocaba decir una recitación el 14 de sep-tiembre y lo ensayaban en la escuela.

Se la aprendió con la maestra Irma. Ella le ense-ñaba los ademanes y la entonación de la voz. Chu-milo se la aprendió bien de memoria y la recitaba bonito. Yo sólo la oí una vez, sin que me vieran, y también me la aprendí:

14 de septiembre fecha muy gloriosa; el sol brilla fúlgido en nuestra patria hermosa.La Patria siente orgullo de sus hijos valientes y proclama sus nombres por los 5 continentes.Hay estrellas en el cielo, hay arenas en la mar y en nuestro patrio suelo siempre habrá libertad.

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No me acuerdo de otras estrofas porque creo que las habían suprimido. Tampoco entendía algunas palabras como fúlgido, que después la maestra nos explicó que era algo así como “brillante”.—¿Y qué pasó después? —interrogaron los otros chavalos.—Que se llegó el día —continuó Casimiro y todos estábamos listos desde muy tempranito. Casi to-dos estrenábamos uniformes. Camisa blanca y

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pantaloncito azul. Chumilo y yo teníamos botitas negras y todos llevábamos una gorra azul con lis-tas blancas en cada lado.—Te acordás bien de todo —dijeron los chavalos, riéndose.—¡Claro! Si fue un día inolvidable —respondió Ca-simiro.—¿Porque era 14?

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—Sí. Es día patrio importante —aclaró Casimi-ro—, día de la Batalla de San Jacinto. Fue cuando Andrés Castro mató de una pedrada a un yankee, en los corrales de San Jacinto.Se voltearon a mirarse las caras, como demostran-do que no entendían el argumento.Pero les interesaba más seguir escuchando el relato y no insistie-ron en averiguaciones, prestándole atención completa a lo que Casi-miro decía:—Cuando llegamos a la escuela nos pusieron en fila y estuvimos en-sayando a marchar:Un...dos...un...dos...un...dos...nos decía la maestra y nosotros llevábamos el compás con los pies, poniendo el izquierdo pri-mero y después el derecho.—¿Sin caminar? —preguntó uno de lo oyentes.—Al principio sin caminar, pero después sí lo ha-cíamos y la maestra nos ordenaba:¡Media vuelta!¡Izquierda, izquiér! ¡Derecha, deré!

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Y todos teníamos que obedecerle al mismo tiem-po.—¿No se equivocaban? —preguntó uno.—A veces sí y entonces la maestra señalaba al que se había equivocado golpeándole el hombro con una varita larga y volvía a empezar: uno.... dos.... Hasta que decía: ¡Atención! Y de inmediato nos de-bíamos quedar quietos y firmes.—Es casi como estar jugando —afirmó uno.—No es lo mismo —respondió Casimiro— porque al que se equivoca mucho le podían dar duro con la varita.

—Dejalo terminar —pro-testó uno. —Pues salimos en fila para la calle, marchando —continuó Casimiro—. Nos congregaron alrede-dor de una mesa que es-taba en el centro de la ca-lle y enfrente el asta con la bandera azul y blanco. También en las aceras y en las puertas de las ca-sas habían colocado ban-derines azul y blanco.

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—¿Y había mucha gente? —preguntó alguno.— Sí —contestó Casimiro—, las orillas de las ace-ras estaban llenas de gente y también había otras personas que se asomaban por las puertas de las casas.—¿No ves que era día de fiesta? —respondió uno al que había preguntado, dándole un codazo en las costillas. Casimiro continuó como que si nada.

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—El maestro Agustín subió a Chumilo a la mesa de la mano; primero por un cajón que había forrado con manta azul y después a la mesa que tenía un mantel blanco.Casimiro hizo una pausa y los oyentes prestaron mayor atención, casi con impaciencia, pero nadie dijo ni una sola palabra.

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—Cuando Chumilo estuvo encima de la mesa —prosiguió Casimiro—, volvió a ver a todos lados sin decir nada. Seguramente allí fue donde distin-guió a su madre, que lo miraba sonriente. Pero el pobre Chumilo no pudo ni empezar su recitación. Se puso a llorar sin más ni más y no dijo nada. Se escuchó un murmullo disimulado y fue entonces cuando el maestro Agustín lo bajó de la mesa, aga-rrando a Chumilo por debajo de los brazos y le dijo:—No llore mi muchachito. Mañana va a decir su recitación.

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—¿Y qué se celebraba al siguiente día? —pregun-taron muchos.—Era el 15 de septiembre —afirmó Casimiro.—¿También es día glorioso? —preguntó uno que se encontraba, adelante.—Sí. Ese día se proclamó la Independencia de Ni-caragua —aseguró Casimiro.—¿Independencia de qué? —corearon todos.—De los que la tenían dominada —afirmó Casimi-ro con aplomo.—¿Y qué pasó con Chumilo? —preguntó otro.—Que no pudo salir a desfilar al día siguiente —respondió Casimiro.

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—¿Por qué?—Le dio una gran calentura y tuvo que guar-dar cama en su casa —explicó Casimiro.Después del relato todos se fueron disper-sando por distintos lugares y prestaron atención a otros asuntos.