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8/20/2019 DESDE_LA_AZOTEA.pdf http://slidepdf.com/reader/full/desdelaazoteapdf 1/7 DESDE LA AZOTEA Aún el invierno no se había ido. El cielo de la ciudad mostraba, en esos días, una calidez abrigadora que hacia que no se extrañasen mucho los días de verano. Así, con esas características particulares del tiempo, empezaban a llegar los primeros días de Septiembre. Recostado en el muro externo de la azotea de su casa, José Ignacio, pensaba y repensaba sobre qué sería de su futuro. Su mente buscaba extrapolarse hacia su porvenir incierto, tenía que decidir a que se dedicaría el resto de su vida, tenía que definir muy pronto que profesión estudiaría. Mientras pensaba, observaba a la gente que pasaba por la avenida, observaba los pocos autos que circulaban por ahí, observaba como se movía la ciudad a esa hora. Ese año terminaría la secundaria, y él aún no tenía claro que carrera quería seguir en la Universidad. Sus padres querían que estudie medicina, él pensó que esa podría ser una buena opción, pero no estaba muy seguro de eso. La indecisión marcaba sus pensamientos por esos días. Unos meses antes, había llegado junto a su familia a vivir a Trujillo. Alquilaron un segundo piso y la azotea de una casa en una urbanización de clase media. La zona era tranquila y bonita, por ahí se veían muchas casas de más de un piso y de muy buena apariencia. -¡José Ignacio, es hora de comer, ayúdame a poner la mesa!, le gritó su madre desde la cocina que estaba en la azotea, a unos metros de él. Esa azotea tenía construida tres ambientes, dos eran habitaciones, donde él y su hermano dormían, el otro era la cocina- comedor; además estaban la lavandería y el tendal que daba a la parte frontal de la casa, desde donde José Ignacio observaba la calle esa tarde. Un perro pequeño apareció de pronto en la avenida, debió haber salido de alguna de las casas, pues no tenia pinta de ser un callejero. Se paró a orillas de la vereda y empezó a ladrar a los carros que por allí pasaban, de pronto, volteó el hocico hacia la acera, una chica con uniforme de colegio se acercaba. El pequeño animal empezó a ladrarle, la chica se detuvo asustada. José Ignacio se había quedado mirando esa escena cuando su madre le volvió a gritar. – ¡José, la mesa! Casi ni escuchó el llamado, la voz de su madre la sentía muy lejana. Estaba concentrado en otra cosa, observaba lo que estaba sucediendo allá abajo, en la avenida. Un señor salió de una de las casas y llamó al perro. Al ver que no le hacia caso se acercó al animal, lo alzó de mala manera, y le dijo algo a la chica del uniforme. José no oyó, pero imaginó que le pedía disculpas por el susto que el perrito rabioso la había dado, luego el señor, con cara de enojado, se volvió a meter a la casa de rejas blancas de donde había salido. José Ignacio se quedó mirando a la chica del uniforme; ella continuó su camino por la avenida. Su andar cadencioso le llamó la atención, estaba en la vereda de enfrente, a la izquierda de José, quien desde lo alto veía como se acercaba cada vez más. Notó que alguien la miraba, alzó la vista. José cambio rápidamente la mirada hacia otro lado, luego de un segundo, volvió a mirarla. Ésta vez sus miradas se chocaron. Una vez que hubo pasado frente a él, cruzó la pista de la avenida, caminó unos metros y se detuvo delante de un moderno edificio de departamentos, a dos puertas de la casa de José. Su cabellera era negra y lacia, su cabello estaba recogido por un lazo blanco, su mochila era oscura y su figura delgada. José Ignacio se había ido hacia la derecha de la azotea para observarla mejor. No dejaba de mirarla, mientras, ella esperaba que le abrieran la

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DESDE LA AZOTEA

Aún el invierno no se había ido. El cielo de la ciudad mostraba, en esos días, una calidezabrigadora que hacia que no se extrañasen mucho los días de verano. Así, con esascaracterísticas particulares del tiempo, empezaban a llegar los primeros días de

Septiembre.Recostado en el muro externo de la azotea de su casa, José Ignacio, pensaba y repensabasobre qué sería de su futuro. Su mente buscaba extrapolarse hacia su porvenir incierto,tenía que decidir a que se dedicaría el resto de su vida, tenía que definir muy pronto queprofesión estudiaría. Mientras pensaba, observaba a la gente que pasaba por la avenida,observaba los pocos autos que circulaban por ahí, observaba como se movía la ciudad aesa hora. Ese año terminaría la secundaria, y él aún no tenía claro que carrera queríaseguir en la Universidad. Sus padres querían que estudie medicina, él pensó que esapodría ser una buena opción, pero no estaba muy seguro de eso. La indecisión marcabasus pensamientos por esos días.Unos meses antes, había llegado junto a su familia a vivir a Trujillo. Alquilaron un

segundo piso y la azotea de una casa en una urbanización de clase media. La zona eratranquila y bonita, por ahí se veían muchas casas de más de un piso y de muy buenaapariencia.-¡José Ignacio, es hora de comer, ayúdame a poner la mesa!, le gritó su madre desde lacocina que estaba en la azotea, a unos metros de él. Esa azotea tenía construida tresambientes, dos eran habitaciones, donde él y su hermano dormían, el otro era la cocina-comedor; además estaban la lavandería y el tendal que daba a la parte frontal de la casa,desde donde José Ignacio observaba la calle esa tarde.Un perro pequeño apareció de pronto en la avenida, debió haber salido de alguna de lascasas, pues no tenia pinta de ser un callejero. Se paró a orillas de la vereda y empezó aladrar a los carros que por allí pasaban, de pronto, volteó el hocico hacia la acera, unachica con uniforme de colegio se acercaba. El pequeño animal empezó a ladrarle, lachica se detuvo asustada. José Ignacio se había quedado mirando esa escena cuando sumadre le volvió a gritar.– ¡José, la mesa!Casi ni escuchó el llamado, la voz de su madre la sentía muy lejana. Estaba concentradoen otra cosa, observaba lo que estaba sucediendo allá abajo, en la avenida. Un señorsalió de una de las casas y llamó al perro. Al ver que no le hacia caso se acercó alanimal, lo alzó de mala manera, y le dijo algo a la chica del uniforme. José no oyó, peroimaginó que le pedía disculpas por el susto que el perrito rabioso la había dado, luego elseñor, con cara de enojado, se volvió a meter a la casa de rejas blancas de donde había

salido.José Ignacio se quedó mirando a la chica del uniforme; ella continuó su camino por laavenida. Su andar cadencioso le llamó la atención, estaba en la vereda de enfrente, a laizquierda de José, quien desde lo alto veía como se acercaba cada vez más. Notó quealguien la miraba, alzó la vista. José cambio rápidamente la mirada hacia otro lado,luego de un segundo, volvió a mirarla. Ésta vez sus miradas se chocaron.Una vez que hubo pasado frente a él, cruzó la pista de la avenida, caminó unos metros yse detuvo delante de un moderno edificio de departamentos, a dos puertas de la casa deJosé.Su cabellera era negra y lacia, su cabello estaba recogido por un lazo blanco, su mochilaera oscura y su figura delgada. José Ignacio se había ido hacia la derecha de la azotea

para observarla mejor. No dejaba de mirarla, mientras, ella esperaba que le abrieran la

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puerta. La chica volteó y levantó por última vez la cabeza, ésta vez, una pequeña sonrisanació de su rostro, luego ingresó al edificio.- Es la sonrisa más bella que he visto en mi vida…José sintió que le estiraban las orejas. Su madre había ido a buscarlo y lo llevaba cogidode las orejas hacia la cocina. ¡¿Eres sordo?! ¡…Te he llamado varias veces y no me

haces caso!,… ¡Vaya a poner la mesa!Los días siguientes fueron una rutina para José Ignacio. Llegaba del colegio, dejaba sumochila y su chompa en su habitación, se lavaba la cara, se peinaba y salía a la azotea.Empezaba mirando hacia la izquierda en dirección de donde la había visto por primeravez. La veía llegar casi a la misma hora, entre la 1:20 p.m. y la 1:40 p.m. Él miraba sureloj, y su corazón le palpitaba más a prisa mientras esperaba la hora en que solíaaparecer, como cada tarde, caminando con su mochila negra.La observaba desde la azotea. Ella recorría la avenida, pasaba frente a él, cruzaba lapista y luego ingresaba al edificio. Todos los días de colegio la misma rutina y el mismoencuentro de miradas y sonrisas; y de vez en cuando también, las mismas jaladas deorejas de su madre, como la de la primera vez, pero a José eso no le importaba, pues era

feliz con sólo mirarla pasar.- ¿… y cuál es el horario de la Pre?- Es a partir de las 3 p.m. hasta las 6:30 p.m.- Bueno, entonces tendrás que llegar, almorzar, arreglar tu cuarto, bañarte, cambiarte ysalir 2:30 p.m. Tienes que ser veloz porque, con lo lento que eres, no vas terminar dehacer todo eso en menos de hora y media…Su madre tenia razón, en bañarse, nomás, José Ignacio se tomaba más de media hora, yen almorzar otra media hora más. El tiempo le estaba quedando ajustado. Ya no lealcanzaría para pararse a esperar que pase la chica del edificio. Había llegado el tiempoen que tenía que empezar a prepararse para postular a la Universidad. El año escolar yase acababa y debía terminar el colegio con una preparación Preuniversitaria que lohiciera más competitivo en esa guerra que son los exámenes de admisión a lasuniversidades nacionales. La academia Pre-Universitaria se volvería su rutina de todaslas tardes, de los sábados y a veces también de los domingos. Era el sacrificio que teniaque hacer para poder ingresar a la U, más aún, si pensaba postular a Medicina comoquerían sus padres.Desde el día que empezó su ciclo en la Pre, hasta que volvió a verla, pasaron muchassemanas. Él la extrañó mucho. Siempre hacia lo posible por mirarla aunque sea unosminutos. Antes de ir a clases, mientras se vestía, luego de bañarse velozmente, salíacorriendo a la azotea. Estaba allí un par de minutos con la esperanza de verla, pero nada,no aparecía, luego regresaba raudo a seguir alistándose. Cuando ya salía a clases, desde

la reja de la entrada de su casa, miraba el edificio unos segundos, y luego aceleraba atomar su micro.Durante ese periodo sin verla, tuvieron un contacto algo singular. Un par de veces,desde la azotea del edificio de departamentos donde ella vivía, que era de seis pisos,escuchó que le silbaban y lo llamaban, apenas se podían distinguir un par de cabecitas.La que hacia los silbidos era una de las otras dos chicas que vivían en su casa, peroquien estaba a su lado era ella, la chica con quien tantas tardes habían intercambiadomiradas. Esos sucesos ocurrieron en la noche, así que no pudo distinguir con claridadsus rostros, pero estaba seguro que eran ellas. José Ignacio sólo atino, aquellas veces, amirar para arriba y levantar la mano, unas risas se confundían en lo alto del edificio. Unbeso volado le fue mandado cada vez, y luego de ello se oían risas. Un, Chao, desde lo

alto, se escuchó la última noche, y después las risas que se fueron perdiendo lentamenteen la oscuridad. Aquella última noche, José ingresó a su habitación y se arrojó de

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espaldas sobre su cama. Estaba sonriente y feliz, había escuchado por primera vez suvoz. Sabía que era ella quien había hablado, su voz suave coincidía con su figura y consu sonrisa, la sonrisa más bella que, José Ignacio, había visto en su vida.

Pasado casi dos meses de haber iniciado el ciclo, la academia Preuniversitaria suspendió

las clases por 3 días. Estaban remodelando las aulas de la vieja casona dondefuncionaba. José Ignacio aprovechó eso para poder volver a la rutina de la azotea.El sol estaba en todo su esplendor y un viento furioso azotaba los cordeles de ropa. Elmuro, donde José se apoyaba para observar la avenida, estaba caliente, él se mantuvoalejado a un par de centímetros para no quemarse los brazos.La una y veinte, y él estaba ansioso por volver a verla. Una y veinticinco, y no aparecía,muchas niñas pasaban con ropa de colegio, pero ella, nada. La una y cuarenta, seguíamirando ansioso por la avenida, se estaba desesperando. La una y cincuenta, ya pocagente circulaba por la avenida, y él estaba con los brazos apoyados en el muro sin sentirel calor del cemento, pues su mente estaba en otro lado, …Porqué hoy no pasó, estaráenferma…se preguntó preocupado, y esperó diez minutos más.

Estaba frustrado y triste, no la pudo ver, pero no quería quedarse con las ganas. Salió desu casa y cruzó la avenida. Se paró cerca de la tienda de Don Carlos. Miró hacia sudepartamento en el tercer pisó del edificio. Las cortinas estaban semi abiertas. Nopensaba moverse hasta no ver si ella estaba allí. Parado bajo el sol de esa naciente tarde,esperó. Pasaron quince minutos, una silueta apareció por la ventana. Él se esforzó porverla, pero no logró distinguir si era ella. Cinco minutos después, la hermana de JoséIgnacio salió de su casa a comprar.- ¿Qué haces aquí, José? ...eeste, salí a comprar unaa… gaseosa, y me quedé poracá…tomando aire. Ella lo miró extrañada, Vamos, acompáñame a comprar, ingresaronlos dos a la tienda. Unos minutos después salían ya de hacer compras. En la puerta de latienda, una emoción embargó su cuerpo, su rostro palideció y le temblaron las manos.La chica del edificio estaba frente a él, estaba yendo a la tienda y se cruzaron justo en lapuerta. José la miró, ella lo miró, José sonrió nerviosamente y ella bajó la cabeza ysonrió. La hermana de José Ignacio, que venia hablando de que quería que le ayude ensus tareas, no se dio cuenta que ese momento, para él, fue trascendental. Era la primeravez que estaban a menos de dos metros, y él pudo observar que de cerca, era aún máslinda.Esa tarde, mientras ayudaba a su hermana a hacer sus tareas, no dejó de pensar en lachica del edificio. Habían pasado más de tres meses desde la primera vez que la vio yestando tan cerca, habiéndose mirado y sonreído tantas veces, nunca se animó aacercársele, ni ha hablarle, ni a nada, la timidez le estaba ganando la batalla.

Al día siguiente estaba otra vez apoyado en el muro de la azotea, esta vez había llevadoun trapo para poder apoyarse ya que el día anterior, sin darse cuenta, se había quemadolos brazos y le habían salido un par de ampollas que lo estaban molestando. A ladistancia pudo distinguirla: su rostro delgado, su cabello lacio recogido, sus piernaslargas, su caminar inconfundible, su uniforme de falda gris y blusa blanca, su insigniacon el HB. Esta vez no dejó de mirarla ni un segundo, ella también lo distinguió a lolejos, y de rato en rato lo miraba. Pasó frente a él, lo miró y le sonrió. Él la mirófijamente y puso en sus ojos toda la ternura que pudo haber sacado de su interior.Ella cruzó la avenida y se dispuso a tocar el timbre de su edificio. Volteó a mirarlo. Élno había dejado de mirarla. La puerta del edificio se abrió. Ella dio un paso paraingresar, pero un segundo después retrocedió, lo miró y le dijo algo. José Ignacio se

quedó absorto por un instante, luego reaccionó. No entendía lo que ella decía. Él le dijo,¡…No te escucho!, y ella volvió a hablar. Parecía que le estaba preguntando su nombre.

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José Ignacio se desesperaba porque no podía entender bien lo que ella decía. ¡Diablos,¿qué estoy haciendo?! …Porqué no bajo a verla, pensó. Le hizo un gesto con la manopara que lo espere. …¡Voy a bajar!José Ignacio cruzó corriendo la azotea. Su madre le quiso preguntar a donde iba contanta prisa, pero no le dio tiempo, él ya estaba en el segundo piso. José Ignacio siguió su

camino hacia la calle con toda prisa. Abrió la reja del frontis de la casa, dio dos pasosapresurados en la calle, pero luego se detuvo, tomó aire, se peinó rápidamente y caminóalgo apurado hacia el edificio. Ella estaba allí en la puerta, con su mochila negra, y susojos pequeños e inquietos esperándolo…Hola, dijo José Ignacio,…Hola, respondió ella.Perdón, no entendía lo que me decías, sonrió él. Te preguntaba como te llamas.- José Ignacio, pero puedes decirme José si te parece más fácil, y tu, ¿como te llamas?,- Karla,...y puedes decirme… Karla, sonrió,… ¡ah!, Karla con “K”, aclaró.- Hola,…Karla con “K”, sonrió él, Estudias en el Belén, ¿verdad?,- Si, ¿y tú?- Yo en el Liceo, el que está acá a la vuelta.- Claro, conozco, tengo unos amigos ahí…

- Ayer no te vi pasar.- Es que era el cumpleaños de la monja, tuvimos una misa, una actuación y nos sacarontemprano a casa, ¡felizmente!, porque no aguantaba tanta cosa… Pero, yo ya no te vistoen las últimas semanas. Siempre te veía en tu balcón.- En mi balcón,…mismo Julieto.Ambos sonrieron.- Si pues, es que ahora estoy estudiando todas las tardes en la Pre. Voy a postular amedicina, y con las justas tengo tiempo. Llego del cole almuerzo veloz, luego acambiarme y a salir volando…José Ignacio había soñado tantas veces con ese día, y tuvo que ser ella quien dio elprimer paso, aunque eso a él no le importaba. Sólo le importaba que estuvieran frente afrente, no a la distancia, como cuando la veía desde la azotea, sino como en esemomento, a pocos centímetros. Ahora podía sentir su aroma, podía escuchar su voz,podía contemplar su sonrisa de cerca.Los ojos de los chicos, parados en la puerta del edificio, mostraban una emocióninocultable a quien pudiera verlos en esa escena. El mundo desapareció unos minutospara ellos. Disfrutaban de aquel encuentro que tantos días habían esperado.La conversación duró unos minutos más, hasta que una voz femenina habló por elintercomunicador.- ¡Karla, ya sube!, ¡Uy! es mi mamá, me tengo que ir. Te veo otro día, ven a verme enlas tardes, departamento 302. Ella le dio rápidamente un beso en la mejilla y subió

corriendo a su casa. José Ignacio, se quedó parado unos segundos, luego dio mediavuelta y caminó lento hacia su casa. Estaba con una sonrisa de oreja a oreja, los ojos lebrillaban. Antes de abrir la reja de ingresó a las escaleras de su casa hizo un gesto con elpuño derecho en son de victoria.- ¡…Bienn!Al día siguiente la visitó y quedaron para que, el sábado de esa semana, salieran apasear. En la tarde del sábado, después de escaparse de la Pre, una hora antes de lasalida, José Ignacio, fue a verla.Karla tenía la misma edad que él. Vivía en el departamento con su hermanita, su primay su mamá. Aunque eran contemporáneos, ella aún estaba en cuarto año de secundaria.Parado en la puerta del edificio, José Ignacio, la esperó impaciente. Era su primera cita.

Karla no demoró mucho en bajar, se había vestido con un jeans azul y una blusa blanca,

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tenía el cabello suelto y la sonrisa más bella que, según José Ignacio, había visto en suvida.El crepúsculo de la tarde acompañó la caminata de los amigos por las calles de laurbanización donde vivían. El cielo se pintaba de muchos colores despidiendo el día, yla luna ya asomaba en lo alto apoderándose, poco a poco, de la noche. Entre los parques

bien cuidados de la urbanización, los amigos caminaban, conversaban y sonreían.- Déjame que te regale una flor, veamos..., ésta queda bien con tu belleza.José Ignacio, se acercó a un rosal y trato de sacar una flor. ¡Au!, sacudió la mano,mientras de sacaba una pequeña espina, y luego sonrió, Las rosas además de ser bellasson fuertes, no se dejan vencer tan fácilmente. Mejor dejémosla tranquila, sonrió, peroun segundo después agregó.- Haré algo mucho mejor que regalarte una rosa, ¡Te regalo todo el rosal!, ella lo miró

con cara de interrogación.- ..Pero lo dejaremos aquí plantado para que pueda seguir embelleciéndose para ti, así,cada vez que pases por acá, sabrás que este rosal es tuyo, que yo te lo regalé, ella sonrióy movió la cabeza de un lado para otro… ¡Estas loco!,…Mejor sigamos caminando.

Se vieron algunos días más. Fueron unos encuentros fugaces. Se encontraban en latienda de enfrente, luego él la acompañaba hasta la puerta del edificio dondeconversaban unos minutos tomados de la mano, y después cada quien a su casa. Sesentía en el aire que un sentimiento intenso había surgido entre esos dos chicos, peroninguno se atrevía a manifestarlo, ni expresarlo directamente, sólo lo hacían con lasmiradas, los gestos y las cogidas de manos.Días más tarde se le hizo difícil poder verla. Era casi fin de año, y él estaba metido en lalocura de la promoción, de los exámenes, de los quehaceres y trabajos finales del cole ysumado a eso, José Ignacio, tenia la Pre, que le quitaba hasta los fines de semana, en loscuales tenía que ir a dar pruebas, “simulacros” los llamaban, y es que eran pruebascomo las del examen de admisión a la Universidad Nacional para la cual él se prepara.Después de varios días que no verla, José Ignacio, fue a buscarla a su departamento.Había decidido pedirle que sea su pareja de promoción. Tenía planeado que, en ese díade fiesta y con lo elegantes que estarían, le pediría que sea su enamorada. Ya estabaensayando como lo iba a hacer, se miraba frente al espejo y practicaba muchas frases,muchos tonos, muchos gestos, buscando el más adecuado para una chica tan especial.José tocó el timbre del departamento 302. Nadie respondió. Volvió a tocar y nada.Regresó media hora después, tocó y nada, no contestaban. Ya se estaba haciendo denoche, así que cruzó la pista. Quería ver si había alguna luz prendida que diera indiciosde que alguien estuviera allí.José Ignacio miró hacia el departamento de Karla. Se quedó boquiabierto por un

minuto. Un escalofrió recorrió su cuerpo y sintió una opresión en el pecho, como si lequisieran arrancar el corazón a tirones. El departamento se veía vació. Ya no estaban lascortinas que siempre se veían, ni la lámpara de pie, ni los cuadros de acuarela quesiempre estaban cerca de la ventana del departamento. Estaba vacío.- Don Carlos, dijo José Ignacio, ingresando a la tienda y preguntando al tendero, Sabecuando se ha mudado la familia del tercer piso del edificio. El viejito sentado tras sumostrador, leyendo una revista, levantó lentamente la cabeza y miró por sobre los lentesa José que estaba con cara de tristeza. Hola, le dijo amablemente el viejito. Si hubierasido un viejito cascarrabias, le hubiera dicho, Buenas noches jovencito, no sabe ustedsaludar, pero Don Carlos no era así. Ayer vi que un camión se llevaba las cosas de esafamilia, es de las dos hermanitas, ¿no?,…Una no es tu amiga, a la que a veces venias a

comprarle chocolates. Si Don Carlos, me extraña que se haya ido sin despedirse. ¿Sehan peleado?, preguntó el anciano,…A veces cuando los amigos se pelean, no les gusta

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despedirse, luego se arrepienten de eso… No, nos hemos peleado,…Gracias DonCarlos, hasta luego, dijo José Ignacio saliendo apurado en dirección a su casa.Unas semanas atrás, Karla le había mencionado que se mudaría a vivir a otro lado, almenos eso le había comentado una tarde su madre, pero que aún no tenían decidida lafecha, ni el lugar. Ese día, el del comentario de la mudanza, Karla, le entregó una

pequeña tarjeta a José Ignacio, era una colorida y graciosa tarjetita con el dibujo de unaniña coqueta y sonriente, la leyenda decía: “Ésta tarjeta es para la persona más linda delmundo, pero como yo ya tengo, ésta es para ti”. Él no entendió que quiso decir con esatarjeta, pero le gustó, sobre todo porque detrás estaba escrito con su puño y letra. “De:Karla C, para José Ignacio G.”.- Tiene una letra bella, creo que todo en ella es bello, pensó José Ignacio, aquella vez.No entiendo, ¿porqué no se despidió?,… ¿porqué no dijo nada?,… ¿qué he hecho quepudo haberla molestado tanto y se vaya así, sin despedirse?José Ignacio recostado en su cama pensaba, y se martirizaba pensando el porqué suamiga se había ido sin despedirse, Quizás algo que dije la pudo haber molestado, pero…¿¡Qué!? No entiendo que pudo haberla molestado tanto…

Unos días atrás, Ingrid, prima de José Ignacio, había ido de visita a su casa. Se habíaquedado hasta la noche. José Ignacio sólo la vio cuando llegó de la Pre, ella ya estaba apunto de irse, así que, él decidió acompañarla hasta la avenida, para que tome su micro.Él como siempre cariñoso con su prima, había salido de la casa abrazado con ella.Ingrid era un año mayor que él y se llevaban muy bien. Al pasar por el edificio dondevivía Karla, el miró hacia la ventana de ella y suspiró, la luz estaba encendida pero no seveía a nadie. Los primos ya habían dejado atrás al edificio, cuando Karla se asomó porla ventana y vio a José Ignacio abrazado de una chica. Los siguió con la mirada hastaque cruzaron la calle y se perdieron entre los árboles de la avenida, luego con tristeza ymucha rabia en sus ojos, caminó hasta su habitación, entró iracunda en ella y cerró lapuerta de golpe.José Ignacio, jamás se entero de eso.

Los meses siguientes, José Ignacio, entró de lleno a la Pre, tenía que estudiar mañana ytarde, y estudiar fuerte si quería ingresar en el examen de admisión que ya se acercaba.En clases muchas veces se extraviaba mirando a la nada, pensando en ella. En sucuaderno había escrito y borroneado mil veces su nombre. En su billetera llevabasiempre la tarjeta que le había regalado. Cuando no estaba en clases o cuando salía deellas, José Ignacio vagaba por las calles de Trujillo, buscándola en cada jirón por el queandaba, en cada avenida, en cada plazuela, en cada parque, en cada juguería, en cadatienda, miraba a los micros presintiendo que ahí la iba a encontrar, miraba los taxis,

miraba las ventanas de los edificios esperando ver su silueta en alguna de ellas. Losmeses pasaron y no pudo hallarla.El alquiler de la casa donde José Ignacio vivía, resultaba elevado para el ajustadopresupuesto familiar. Así que también, a él, le llegó el tiempo de la mudanza. Irían a unbarrio más modesto. El último día, en la casa que había vivido los últimos meses, luegode embalar todas las cosas para la mudanza, subió por última vez a la azotea. Ya eratarde, el sol se ocultaba en el horizonte, un gran disco naranja parecía que estaba siendotragado por la tierra, la noche empezaba a llegar, el viento soplaba fuerte. José Ignaciose sentó sobre el muro, desde donde tantas veces la vio sonreír caminando de regresodel colegio.- Su sonrisa era la sonrisa más bella del mundo, se dijo para si, recordándola.

Sacó de su bolsillo la tarjeta que ella le había regalado, la miró unos minutos,- …Su letra,…todo en ella era bello, le dijo al viento.

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Encendió un cigarrillo que había subido a escondidas, miró hacia el lugar donde porprimera vez la vio parada, asustada por aquel perro; soltó una torpe bocanada de humo,recordó el rosal que le había regalado, volvió a mirar nostálgicamente la avenida, miróel edificio, quiso gritar con todas sus fuerzas llamando su nombre desde esa fría azotea,se aguantó el grito, bajó la cabeza, dijo su nombre en silencio apretando los dientes, y

soltó una lágrima.Al día siguiente la casa estaba vacía, y desde la azotea, impulsada por un fuerte yarremolinado viento, una colilla de cigarrillo salía volando atravesando la avenida, pasósobre la cabeza de una chica vestida de uniforme que miraba nostálgicamente la azotea,y se perdió en la ciudad.