Diplomaticos Y Marinos

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Diplomáticos y marinosargentinos durantela crisis española

Los asilos de la Guerra Civil

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Diplomáticos y marinosargentinos durantela crisis española

Los asilos de la Guerra Civil

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DIPLOMÁTICOS Y MARINOS ARGENTINOS DURANTE LA CRISIS ESPAÑOLA

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COLECCIÓN HISTÓRICA

© De esta edición

Librería Histórica S.R.L.

Azcuénaga 1846

CP 1128 Buenos Aires - República Argentina

Telefax 4801-0257/4803-5591

E-mail: [email protected]

Diseño de colección: Juan Pablo Ribeiro

ISBN: 978-987-1206-27-8

Hecho el depósito que indica la ley 11.723

Impreso en Argentina. Printed in Argentine

Primera edición de esta colección: marzo de 2007

Todos los derechos reservados.

Esta publicación no puede ser reproducida, en todo ni en parte, ni registrada en o trasmitida

por un sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún medio, sea

mecánico, fotoquímico, electrónico, magnético, electroóptico, por fotocopia, o por cualquier

otro, sin el permiso por escrito de esta editorial.

Figallo, Beatriz Diplomáticos y marinos argentinos durante la crisis española : los asilos dela guerra civil. - a ed. - Buenos Aires : Librería Histórica, 2007. 208 p. ; 23x16 cm. (Colección histórica; 23)

ISBN 978-987-1206-27-8

1. Historia de España. 2. Guerra Civil Española. I. Título CDD 946.081

Fecha de catalogación: 23/03/2007

Introducción

La intención de brindar una perspectiva de las relaciones hispano-argentinas en las primeras décadas del siglo XX es sin duda pretencio-sa, pero tratando de superar lo que ello tenga de imprudente yaceptando que el universo a estudiar es de por si difícil de abrazar,este trabajo procura acercarse a un vínculo que abruma por su riquezay como cuadra a la historia más contemporánea, por su complejidad.

Instalados en el presentismo de nuestras vidas, las relaciones entrela Argentina y España aparecen hoy limitadas a constituir un sitio pre-dilecto donde las jóvenes generaciones buscan futuro y trabajo, sesienten casi como en casa y son recibidos con una consideración cier-ta. Pero a poco que nos sacudamos esa impresión, van apareciendolos pasajes de momentos de gran acercamiento político, ideológico,cultural, diplomático que discurren sobre un basamento histórico co-mún y sobre un mestizaje entre ambos pueblos que fluctúa, pero estasiempre presente. Somos familia. A mi misma me resulta ya poco me-nos que inaccesible, como argentina, rastrear el derrotero de esta in-clinación hacia España y lo español. Sin embargo, he de reconocerque comienza con mi propia historia a través de los vívidos relatos deinmigración de mi abuela Pepa, María Josefa Fernández Movellánnacida en Uruguay, que abarcaban la sociedad española de fines delsiglo XIX, la inserción en la realidad rioplatense de mi bisabuelo san-tanderino, maestro de Primera Enseñanza Elemental en Montevideo yen Rosario, egresado de la Escuela Normal Superior de Maestros deLeón en 1868. En el sillón de madera y cuero que adornaba su direc-ción del rosarino Liceo Argentino aún trabajo en ocasiones. Los re-cuerdos adquirieron anchura cuando desde 1983 España fue el desti-

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no elegido de mis propios estudios y de no pocas andanzas vitales,que abrieron mis ojos a los exilios políticos y económicos de tantosargentinos.

Este libro comenzó a surgir en 1983 en uno de los antiguos despa-chos donde funcionaba la carrera de Historia de la Universidad Cató-lica Argentina de Rosario. Para cumplir con el requisito indispensablepara obtener la licenciatura, después de haber terminado los estudiosdel profesorado que era de rigor en nuestra ordenación universitaria,con joven entusiasmo fui decidida a estudiar la Guerra Civil Española,fenómeno del que se han escrito miles de páginas –y se lo sigue ha-ciendo. Su director, Miguel Ángel De Marco, mi profesor de Historiade España, no me desalentó, pero me sugirió seguir una veta casiinexplorada hasta entonces: investigar la actuación de la Marina ar-gentina en el conflicto. Comenzaba así una larga vinculación intelec-tual y profesional que no ha cesado de fortalecerse, bien que ha sufri-do diversos intervalos.

La tesis de licenciatura salió pronto y bien, con la ayuda de lasgestiones del profesor De Marco en la Marina, para que se me fran-queasen sus archivos y sus oficinas de prensa, que me pusieron encontacto con antiguos tripulantes de los buques de guerra enviadospor la Argentina a proteger a sus ciudadanos, a respaldar a sus diplo-máticos y que en el fragor del enfrentamiento civil, otorgaron congenerosidad el asilo naval. En esas pesquisas tuve la suerte de cono-cer a Martha Casari de Risso, quien abrió ante mi un riquísimo archi-vo familiar, con toda la documentación de su padre, el capitán defragata Mario Casari. El recordado Carlos T. de Pereira Rego-Lahittefue decisivo para consultar el archivo del Ministerio de RelacionesExteriores, tarea no fácil pues debo recordar que transitábamos lostramos finales de un gobierno militar. Me acompañó, con gracia yespontaneidad, a visitar despachos desde donde pudimos arrancar eltan ansiado permiso para consultar fondos limitados de ver en aquelmomento. Desde entonces, el archivo de Zepita –siempre con su di-rector ministro Carlos Dellepiane y doña Carmen, su mejor conoce-dora– fue mi ámbito predilecto en Buenos Aires. Con el ejemplar in-édito de la tesis partí a Madrid, primero a trabajar en su archivo delMinisterio de Asuntos Exteriores, y luego a realizar el doctorado en la

Universidad Complutense. La investigación circuló entre algunos co-legas y fue recogida en sus propios libros, y aunque la Academia Na-cional de la Historia le concedió el primer premio para obras inéditas1983-1984, en la Armada Española se publicara un breve artículo –reproducido en la Argentina en 1988 en la Revista de Publicaciones

Navales– el trabajo quedó sin editar. El temor a que se perdiera elaporte que constituía aquella memoria de investigación, hizo que elInstituto de Historia donde fui profesora de Historia de España porlargos años, realizara una edición mínima. Su acogida fue, no obstan-te, entusiasta y en poco tiempo los doscientos ejemplares se agotaron.Salió espontáneo como lo había escrito la historiadora en ciernes queera entonces, sin tiempo para revisar por alguna vicisitud personalque atravesaba, pero como me dijera mi distinguido colega chileno,Joaquín Fermandois, “se nota una obra primeriza, pero con una fres-cura que no debes perder”. Es que ya había publicado mi Protocolo

Perón-Franco, y muchos artículos, y empezaba a escribir en más di-

fícil. Balance no sencillo, que solo algunos saben manejar, porque sien ocasiones se hecha en falta cierta hondura teórica –que nos recla-mara para aquella edición de 1996 una reseña bibliográfica desde losEstados Unidos–1, otras tantas no nos movemos de soporíferas elucu-braciones históricas, que pocos entienden.

En este libro he procurado ese equilibrio. Por varias razones, eltiempo ha pasado dejando su sedimento, y no sin cierta razón dicenalgunos que la madurez intelectual de un historiador llega pasados loscuarenta y cinco años de edad. Me enriquecí en saberes en los yalejanos cursos de doctorado en los que el profesor Julio Arósteguidescubrió ante mí una “nueva” Guerra Civil Española, me despabilécon la frecuentación del esclarecido hispanista que es el profesor En-rique Zuleta Álvarez, director en los tramos iniciales de mi carrera deinvestigadora del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas yTécnicas, y renové mi fervor por España de la mano de María JoséHenríquez, generosa y destacada internacionalista chilena que me in-trodujo en el círculo de compañeros de la Universidad Autónoma deMadrid, con el profesor Pedro Martínez Lillo a la cabeza. A lo largo

1 GOODWIN, Paul B. (review), en Hispanic American Historical Review, 79:3, august1999, pp. 581-582.

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de muchos años, por influencia y admiración intelectual hacia los pri-meros escribí mucho sobre España, sobre Ramiro de Maeztu, sobre ladictadura de Primo de Rivera, sobre la Guerra Civil. España era elespejo donde se reflejaba la Argentina. Y hoy los últimos, me acercana nuevos temas, Perón en Madrid, los exilios de argentinos en la Espa-ña franquista. Mis alumnos también hicieron lo suyo, y discípulos comoClaudia Hidalgo me enseñaron mucho sobre la Segunda RepúblicaEspañola.

Hacer una historia comparada implica conocer ambos términos delanálisis, ambas realidades y por otro lado, tratar de comprender lodiferente, lo singular de cada mundo, atendiendo a las razones queinvitaron a la Argentina y España a actuar más estrechamente o aalejarse, y a entender que a lo largo del siglo XX, aunque los desarro-llos de cada nación han sido las más de las veces desacompasado, haexistido siempre una intensa voluntad de volver a conocerse.

No creo que podía yo avanzar en cubrir la historia de las relacioneshispano-argentinas en el siglo XX, sino me proponía revisitar mi itine-rario intelectual hispánico, y hacer el esfuerzo de reelaborar, a la luzde las últimas contribuciones sobre los distintos aspectos, ese conoci-miento para ofrecérselo al público lector, obligación cívica que nosimpone la profesión de historiador.

El libro, pues, recoge en un primer capítulo el planteo de la fre-cuentación que reavivó el vínculo oficial entre la Argentina y Españaen los albores del siglo XX. En él, tanto hombres de la política comode la cultura, demócratas o monárquicos, de orden o liberales, repu-blicanos o conservadores coinciden en participar del sentimiento demutua pertenencia. La riqueza humana y espiritual volcada sobre laArgentina mostraban, en la práctica, casi una nación flotante de gen-tes que se vivificaron mutuamente, determinando unas relaciones degran inmediatez.

Desde el segundo capítulo que comienza con el alzamiento militarque desembocó en la Guerra Civil Española, y los sucesivos, se reparaen las figuras de los diplomáticos argentinos en decidida interaccióncon las políticas, los personajes y los dramas de España y su momentotrágico, y de los marinos al servicio de su fuerza, cumpliendo unalabor de gran humanidad con todo aquel que sintiéndose perseguido,

se les acercó para salvar su vida. Subordinados al poder político, cer-canos a la gente, eficaces profesionales que dejaron muy en alto elnombre de aquella Armada Argentina. La ordalía de sangre que sedespertó en España movió a la Argentina a actuar en el mismo escena-rio de los hechos, y lo hizo a favor de los españoles. Fue también lealcon la República, pues sólo cuando caravanas de exiliados republica-nos abandonaban a pie Cataluña, aceptó que su legalidad había sidoconculcada. El relato intenta manejar los hilos de las explicacionesque hacen inteligible toda acción humana.

A lo largo de los años la gratitud a mis maestros en la vida acadé-mica se profundiza, a mis colegas y compañeros de avatares profesio-nales se renueva, a mis amigos españoles esta siempre vigente, a mifamilia se hace cada vez más grande, sobre todo a la memoria de mimadre, que me protegió siempre, aun cuando le dijera: me voy paraEspaña.

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Capítulo I

Reencuentros y asimetrías delvínculo hispano-argentino

1.1. Desde el desastre de 1898

En la misma época en que Gran Bretaña daba los pasos previos para laorganización de la Commonwealth británica de naciones, y como con-secuencia de la derrota que los Estados Unidos de Norteamérica leinfligieran tras una breve guerra, España perdía Cuba y Puerto Rico,los restos de sus reinos en América, dejando de ser una potencia colo-nial en el continente.2 Hasta entonces, no había sabido proponer unprograma de porvenir colectivo a los países hispanoamericanos, conlos cuales tenía un pasado que se compartía, una herencia étnica y unalengua común, y sin embargo no formaba con ellos una nación.

Aquel momento crítico, no obstante, despejó los últimos obstácu-los para sellar la reconciliación en el mundo hispánico,3 fuertementeanudada por sucesivas oleadas de migrantes que buscaban en las jóve-nes repúblicas desgajadas del tronco español la expansión de sus ener-gías, el trabajo y el sustento cotidiano.

La incertidumbre que provocó el desastre de 1898, así como revi-talizó una corriente de pensamiento que planteaba reivindicar la hege-monía espiritual de España entre la comunidad de todos los pueblos

2 Ver CARLOS RAMA, La crisis española del siglo XX, Madrid, Fondo de Cultura Eco-nómica, 1976, págs. 32-33. También FRANCISCO MORALES PADRÓN, “La imagende Hispanoamérica en la España de los siglos XIX y XX”, I parte, Estudios Latinoameri-

canos, 6, 1980; CESILDA MARTÍN MONTALVO Y OTROS, “El Hispanoamericanismo,1880-1930”, en Quinto Centenario, T. 8, 1985.3 MÓNICA QUIJADA, “El ’98 en la construcción nacional argentina”, Desmemoria, n°16, oct./dic. 1997, afirma: “La tendencia a la revalorización de la colonia y la expansiónde las ideas hispanoamericanistas no surgió con el ‘98 ni muchísimo menos. Se veníaproduciendo desde antes, y el ‘98 sólo vino a confirmar y consolidar esa tendencia”.

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que integraron el imperio español,4 promovió también una tendencianueva en sectores progresistas de la sociedad española: un america-nismo solidario basado en la vigencia y la perennidad de un vínculoriquísimo y diverso. Implicaba asimismo una opción frente a la ten-dencia europea a la que se sumaron los gobiernos de Madrid de pro-curar la expansión por el norte de África, destino al que se afectaríanpolíticas y milicias. Sin embargo, ninguno de aquellos movimientosfue de rápida expansión. Como afirma Enrique Zuleta Álvarez, granestudioso de los temas hispanoamericanos y de sus ideas, “[...] a Es-paña le costó sacudirse de encima la modorra provocada por el espí-ritu escéptico e insustancial, que se había manifestado en el fracaso deuna política miope y sin ideales”.5

La idea de América como una exteriorización de la fuerza positivade España y de sus valores vitales, que tenía la ventaja de ser pacíficay espiritual, representaba la consolidación del más grande esfuerzoafrontado por los españoles a lo largo de su historia. Aquella imagenfue fructificando en el ámbito del pensamiento a través de la produc-ción de escritores, poetas y periodistas de prestigio cuya aspiraciónera suscitar en el campo intelectual “una cultura común” a todos loshispanos.6 Y tuvo también su correlato en el terreno económico, don-de se habló repetidas veces de “unión aduanera” y de medidas de ca-rácter fiscal y reglamentario que facilitaran los intercambios comer-ciales y financieros. América y España unidas por la cultura y los inte-reses económicos podrían entonces encarar pautas nuevas de convi-vencia política, que significarían una verdadera revolución internacio-nal, promoviendo el “área española” al primer plano. No pocos inten-tarían luego potenciar la actitud neutralista asumida durante la GranGuerra por España para liderar un grupo de países hermanados porintereses similares. Pero en todos esos campos de interrelación inter-nacional era notoria la dificultad para competir con la ofensiva de los

Estados Unidos de Norteamérica y de sus propuestas de pacto pana-mericano.7

Para los hijos de España que debían buscar por el mundo los me-dios de subsistencia que no encontraban en su patria, oficialmente,Madrid no hacía mucho: sus inmigrantes sin recursos no recibían ma-yor protección, rechazados, ignorados u ocultados por quienes losveían como exponentes de la debilidad nacional. Mientras la cantidadde agentes diplomáticos en Hispanoamérica era muy limitada para lasnecesidades de las numerosas colonias, se carecía de la infraestructu-ra necesaria para encarar un fluido intercambio comercial. Los escri-tores e intelectuales que iban a América para presentar y difundir suscreaciones y obras, los contactos que dejaban establecidos allí y supresencia sostenida en los medios de difusión de la época se consti-tuían en la práctica en los más eficaces y reales instrumentos de vincu-lación.8

En el entramado de conjunto que constituía el mundo hispanoame-ricano sin duda que había vínculos bilaterales de mayor intensidad,como el caso de la relación entre España y la Argentina, naciones quehabían empezado a redescubrirse después de mediados del siglo XIX,tras el establecimiento de peculiares ordenes liberales que remozaronambos estados, la tímida europeización española que fue mostrandocrecientes ramalazos de renovación intelectual atrayendo la atenciónargentina y el caudal emigratorio hispano que comenzó a derramarsesobre el extremo meridional americano, y que, a partir de la indepen-dencia de Cuba, encontró en la Argentina el destino preferido.9 Lospaíses también fueron reencontrándose al compás del arribo de nopocos personajes que por distintas razones, temporal o permanente-mente, se expatriaron de España, volcando sus conocimientos y habi-lidades en el campo de la educación, del periodismo, del asociativis-

4 Ver RICARDO PÉREZ MONTFORT, Hispanismo y Falange. Los sueños imperiales de

la derecha española y México, México, Fondo de Cultura Económica, 1992, p. 15 y ss.5 ENRIQUE ZULETA ÁLVAREZ, España en América. Estudios Sobre la historia de las

ideas en Hispanoamérica, Buenos Aires, Editorial Confluencia, 2000, p. 86.6 Ver JOSÉ FRANCISCO FORNIÉS CASALS, “Aspectos culturales y educativos delhispanoamericanismo en la prensa española (1898-1931)”, Estudios de historia social y

económica de América, N° 3-4, 1987.

7 Ver ÁNGEL DUARTE, “La Liga Republicana Española en la Argentina: política y so-ciabilidad (1903-1907), Anuario del IEHS, VIII, 1993, pp. 307-311.8 Ver ENRIQUE ZULETA ÁLVAREZ, La idea de América en el pensamiento español

contemporáneo (1900-1936), Mendoza, Universidad Nacional de Cuyo-Facultad de Cien-cias Política y Sociales, 1979.9 HÉCTOR G. GUTIÉRREZ ROLDÁN, “El trasvase humano en el último siglo”, enCuadernos Hispanoamericanos. España y América (1824-1975). Los Complementarios/

1, diciembre 1987, p. 86.

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mo y de las actividades sociales de la colectividad así como de suatención espiritual y religiosa.10 Un gran estímulo se sentiría también através de la palabra de los escritores de la generación del 98,11 con ladifusión de las obras de Azorín, Baroja, Benavente, Valle Inclán, Una-muno, los Machado, Maeztu, cuyas colaboraciones se convirtie-ron en habituales en los suplementos literarios y en las columnasde los dos diarios de trascendencia mundial que entonces eran La

Nación y La Prensa, así como en las páginas de varias revistascomo Caras y Caretas. Con el siglo se fueron sumando las visitasde diversos exponentes del panorama cultural español: Rafael Alta-mira, Adolfo Posada, José Ortega y Gasset, Eugenio d’ Ors, ManuelGarcía Morente, Julio Rey Pastor, que nutrieron distintos círculosacadémicos y científicos.12

Los ámbitos privados actuaban a favor del fomento y el conoci-miento de lo español. Vigorosa desde su creación en los albores de laPrimera Guerra Mundial, proclamando su prescindencia en lo políti-co, la Institución Cultural Española costeó viajes de destacados pro-fesores a la Argentina a cuyas conferencias asistía el mundillo intelec-tual y, no pocas veces, miembros del más alto nivel del gobierno na-cional. Con los recursos que aportaban aquellos que ocupaban unaposición más desahogada en la colectividad española, su importanciahabía ido creciendo conforme aumentaba su reputación. Dirigida porel prestigioso miembro de la colectividad Avelino Gutiérrez, médico yprofesor universitario, se había constituido como consecuencia de la

intención de honrar la memoria del erudito santanderino MarcelinoMenéndez Pelayo, fallecido en 1912.

Al acercamiento hispano-argentino se sumaba el accionar indivi-dual de hombres de la cultura que se sentían subyugados por todo lovinculado con España, como los escritores Manuel Gálvez, RicardoRojas y Enrique Larreta, y el catedrático José León Suárez, presiden-te del Ateneo Hispano Americano de Buenos Aires y propugnador deuna unión entre los pueblos de Iberoamérica.

A la par que múltiple, el redescubrimiento devolvía una imagensimétrica del vínculo. La Argentina aparecía enriquecida, con un bien-estar económico del que disfrutaban especialmente las clases altas y laburguesía mercantil e industrial, aunque las masas trabajadoras nocompartían toda aquella bonanza, luchando por su mejoramiento en-tre reclamos, agitaciones y huelgas. Si la situación promisoria no lo-graba ocultar los toques de alarma, predominaba una idea generaliza-da de optimismo. En la España que iniciaba el siglo XX parecían con-verger los seculares males no conjurados: retraso económico y social,inestabilidad institucional, inconformismo regional, opacamiento desu presencia internacional. En algo coincidían la Argentina y España:ambas anhelaban el cambio y el desarrollo, la una con el idealismo deun pueblo joven que de lentos y trabajosos intentos de organización sehabía visto arrastrado a un vertiginoso crecimiento al acertar con unprograma básico pero eficaz de progreso, y la otra con la reacciónvital y la esperanza de recuperar su potencial como nación. No obs-tante, el peso de los conflictos nacionales, de demandas que buscabanmoldear los perfiles estatales se anteponían en la conformación defértiles relaciones hispano-argentinas; en palabras de Rivadulla Ba-rrientos, la “primacía del conflicto interno”13 establecía un orden deprecedencia.

Aunque España vivió en julio de 1909 días de violencia extrema,que incluyeron quema de templos, saqueos y muertos, desmadre que

10 Ver HUGO BIAGINI, Intelectuales y políticos españoles a comienzos de la inmi-

gración masiva, Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1995; LAURAMALOSETTI COSTA, “Los ‘gallegos’, el arte y el poder de la risa. El papel de losinmigrantes españoles en la historia de la caricatura política en Buenos Aires (1880-1910)”, en YAYO AZNAR y DIANA B. WECHSLER (compiladoras), La memoria

compartida. España y la Argentina en la construcción de un imaginario cultural

(1898-1950), Buenos Aires, Paidós, 2005.11 ENRIQUE ZULETA ÁLVAREZ, El nacionalismo argentino. T. I, Buenos Aires, Edi-ciones La Bastilla, 1975, p. 37.12 Ver NURIA TABANERA GARCÍA, “El horizonte americano en el imaginario español,1898-1930”, EIAL, Vol 8 – N° 2, 1997; LUIS A. SANTALÓ, “La matemática en el exilioargentino”, Cuadernos Hispanoamericanos, 473-74, noviembre-diciembre 1989;JOSEFINA CUESTA BUSTILLO, “Exilio de Científicos Españoles en Argentina (1939-2000), aproximación”, en JULIÁN CHAVES PALACIOS (coord.), Política científica y

exilio en la España de Franco, Badajoz, Universidad de Extremadura, 2002.

13 DANIEL RIVADULLA BARRIENTOS, “Identidad del proceso histórico Hispano-Ar-gentino y su coincidencia en la época de la Restauración española (1874-1916). Estudiopreliminar”, Quinto Centenario, núm. 15, 1989, p. 96; DANIEL RIVADULLABARRIENTOS, La “amistad irreconciliable”. España y Argentina, 1900-1914, Madrid,Editorial Mapfre, 1992, p. 21 y ss..

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se produjo ante la resistencia de movilización militar de los reservistasobligados a ser embarcados para ir a luchar en el protectorado espa-ñol de Marruecos y mostró la fuerza voraz de un terrorismo activo, lavida económica se iba desenvolviendo en discreta expansión, con labúsqueda de nuevos mercados, la inversión extranjera, el crecimientode la banca y el ordenamiento de las finanzas públicas, encaminándosea superar las dificultades producidas por la pérdida de las colonias.

El Reino, como Madre Patria, quiso ocupar un puesto principal enlos festejos del onomástico centenario de la Argentina: es que ademáslos españoles constituían la décima parte de la población de la jovenRepública,14 poniendo de manifiesto donde radicaba la mayor fortale-za de las relaciones de gran cercanía entre los dos pueblos. En 1916,al cumplirse los cien años de la declaración de la Independencia, Es-paña elevó la categoría de su representación en la Argentina, adhirien-do así a la magna celebración: se trataba de la primera embajada espa-ñola en Hispanoamérica. La historiadora Beatriz Solveira nos informaque en realidad, la decisión estaba originada en los deseos que desdehacia años venía expresando el rey de España de visitar el país dondetantos de sus súbditos vivían. En abril de 1914, cuando se planteo enlas Cortes el tema del viaje de Alfonso XIII, éste “[...] apareció rela-cionado con la propuesta de elevar a embajada la representación deEspaña en Buenos Aires”. Las remesas de dinero de los emigrantestambién aconsejaban atender preferentemente a la Argentina, fundadoen el hecho de que desde allí “[...] el Banco Español del Río de la Platagirara anualmente a la Madre Patria más de 100 millones de pese-tas”.15 En noviembre de 1916 Pedro Soler y Guardiola presentó anteel presidente Hipólito Yrigoyen sus credenciales como embajador ex-traordinario y plenipotenciario de España.

En gesto de correspondencia, el Congreso Nacional de la Argenti-na decidió ese mismo año retribuir la actitud hispana, promoviendo alrango de embajada su representación en la península. La Legación

argentina incluía no sólo a España, sino también a Portugal, pudiendolos diplomáticos residir indistintamente en cualquiera de los dos paí-ses. Además les estaba permitido a los jefes de misión ausentarse demanera temporaria del territorio de su jurisdicción, siempre y cuandohicieran delegación de sus atribuciones en otros funcionarios de laembajada. Marco M. Avellaneda, quien se venía desempeñando comoministro plenipotenciario de la Argentina en Madrid, fue designadoembajador.

1.2. El Radicalismo en el poder y Primo de Rivera

La Argentina en América al igual que España en Europa, se empeña-ron en el mantenimiento de una neutralidad estricta durante la Prime-ra Guerra Mundial que asemejó políticas y despertó quimeras de ciertomagisterio. El idealismo de Yrigoyen haría más al decretar en 1917fiesta nacional el 12 de octubre reconociendo el sentido de pertenen-cia de los pueblos americanos con España. En la decisión habían ejer-cido su influjo tanto la entidad de emigrantes españoles creada en1896, la Asociación Patriótica Española, como la sociedad america-nista creada en España, la Unión Ibero-Americana.16 Aunque en eltexto del decreto presidencial no se hablaba de Día de la Raza, lamayor parte de la prensa bautizó así al día del descubrimiento colom-bino.17 Al año siguiente, España instituyó también la fecha como fiestanacional.

Al fin del conflicto mundial, tanto Madrid como Buenos Aires asu-mieron una posición algo inconstante en la Sociedad de las Naciones,la institución creada para mantener la paz internacional. Si la Argenti-na se retiró inmediatamente del cónclave ginebrino al no lograr supretensión de que todos los estados fueran admitidos en igualdad decondiciones,18 España asumió al principio un activo papel formando

14 ALEJANDRO E. FERNÁNDEZ, “Patria y cultura. Aspectos de la acción de la eliteespañola en Buenos Aires (1890-1920)”, Estudios Migratorios Latinoamericanos, 6-7,agosto/diciembre 1987, p. 292.15 BEATRIZ R. SOLVEIRA, La Evolución del Servicio Exterior Argentino entre 1852 y

1930, Córdoba, Centro de Estudios Históricos, 1997, p. 226.

16 ENRIQUE ZULETA ÁLVAREZ, España en América, cit., p. 197.17 ZACARÍAS DE VIZCARRA, “Origen del nombre, concepto y fiesta de la hispanidad”,El Español, Madrid, 7 de octubre de 1944. Consultado el 1 de mayo de 2005 en el sitiowww.filosfia.org/hem/194/esp/9441007a.htm.18 Ver MARÍA MONSERRAT LLAIRO-RAIMUNDO SIEPE, Argentina en Europa.

Yrigoyen y la Sociedad de las Naciones (1918-1920), Buenos Aires, Macchi, 1997; ÁN-GEL LUIS BENVENUTTO, Intransigencia. Argentina en Ginebra (1920), Buenos Ai-res, Corregidor, 2004.

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parte de su Consejo, aunque no de manera permanente, amenazandoen 1926 con alejarse por que no lograba el status fijo ni sus aspiracio-nes coloniales en el norte de África. Si España no haría efectiva suadvertencia –hasta que en mayo de 1939, el general Francisco Francotomara la decisión–19 la Argentina se reintegraría a la Sociedad en1932, con el gobierno del general Justo.

En 1922, finalizado el sexenio yrigoyenista, la ciudadanía eligiónuevamente a un radical para la presidencia de la Argentina, el doctorMarcelo T. de Alvear, que fue electo mientras desempeñaba la repre-sentación del país en Francia, adonde había llegado en 1917. El nuevomandatario había discrepado con Yrigoyen en un punto clave de supolítica exterior, como lo era la participación en la Sociedad de lasNaciones, pero seguiría a su predecesor en los lineamientos genera-les: un trato cauteloso hacia los Estados Unidos, indiferente a los avan-ces de la diplomacia norteamericana, pero celosa de la identificaciónaparente de Washington y Río de Janeiro, y una vinculación estrechacon aquellos países del viejo mundo, que a la par eran sus principalescompradores.

Para el manejo de las relaciones exteriores del país, Alvear eli-gió al doctor en Ciencias Naturales Ángel Gallardo, hombre de suconfianza y antiguo radical, cuya vinculación con la diplomacia laconstituía el desempeño de la representación argentina ante el rei-no de Italia. En aquel momento se le dio significación al hecho deque se hubiera elegido para ocupar la Cancillería al jefe de la Lega-ción argentina en Roma, por su contacto frecuente con el rey Vitto-rio Emanuele III y por su visión directa de los acontecimientos quehabían desembocado en la llegada al poder de Benito Mussolini,entendiéndose que era también un reconocimiento a la enormecolectividad italiana afincada en el país. En realidad, el desempeñoeuropeo del flamante presidente, su frecuentación de personalida-des de la época, sus largos años de residencia allá, así como sumisión en Ginebra, lo habilitaban para el seguimiento personal dela política exterior del país. Poco antes de su elección, el doctorAlvear había visitado al rey Alfonso XIII en Santander.

España también renovaba sus gobernantes, aunque el cambio nadatenía de democrático, repitiendo la experiencia italiana de una fictamonarquía manejada por el poder efectivo de una dictadura, la delgeneral Miguel Primo de Rivera. La debilidad institucional se habíatraducido en numerosos cambios ministeriales, mientras la agitacióncristalizaba en movimientos militares y en disturbios sociales, políti-cos y regionales. La agonía del sistema instaurado por Antonio Cano-vas del Castillo, la Restauración borbónica que había logrado evitarque España se convirtiera en una República, era patente.

Prácticamente sin oposición que contrarrestar, con una reacciónpública que le fue favorable, Primo de Rivera potenció a su favor eltemor de las clases propietarias por el peligro de una revolución co-munista, se atrincheró en la defensa de los intereses morales y colecti-vos de la Iglesia e impulsó una política económica con una orienta-ción corporativa y autoritaria que iría obteniendo resultados favora-bles al amparo de la situación mundial.20 El dictador español no sealejaba de la corriente general que se manifestaba en el mundo contrala democracia parlamentaria y a favor de un Poder Ejecutivo fuerte,duradero e independiente.21

La prensa argentina informó con detalle sobre el giro que seproducía en España con el golpe de estado. El gobierno lo haría através de los despachos de su flamante embajador en Madrid, Car-los de Estrada, quien dio cuenta de la rebelión militar que habíaestallado en Cataluña. Después del decreto del 15 de septiembrede 1923, por el cual el rey Alfonso XIII lo nombró presidente deldirectorio militar con facultades de ministro único, el general Pri-mo de Rivera hizo sus primeras declaraciones a La Nación afir-mando que las Cortes no serían convocadas hasta que se produjerala depuración de las responsabilidades civiles de los anterioresgobiernos, que el separatismo sería reprimido con rigor y que en lazona española de Marruecos, hostigados y vencidos sus soldadospor los naturales frente a la inacción de los políticos, en adelantese haría sólo lo que dispusiera el Estado Mayor Central del Ejérci-

19 JUAN CARLOS PEREIRA y ÁNGEL CERVANTES, Relaciones diplomáticas entre

España y América, Madrid, Mapfre, 1992, pp. 209-217.

20 CARLOS RAMA, cit., p. 106 y ss..21 SHLOMO BEN-AMI, La dictadura de Primo de Rivera. 1923-1930, Madrid, Planeta,1983, p. 52.

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to, es decir los militares.22 A la par señalaba que le desagradaba sucomparación con Mussolini,23 prefiriendo parecerse mejor al gene-ral Juan Prim –líder militar de la revolución de 1868 que destronóa Isabel II– al que consideraba el gran hombre público y de armasdel siglo XIX.

La representación argentina acreditada en Madrid pronto aceptó elnuevo orden de cosas españolas. El embajador Estrada estaba persua-dido de la grave crisis política vivida y del grado de corrupción quehabía llegado a los estrados de la Justicia, considerando que la suble-vación del general Primo de Rivera, además de ser un acto de estrictalógica, era el único procedimiento capaz de producir una regenera-ción.24 Para Estrada solamente el ejército era la institución que teníaideales en la sociedad española y estaba capacitado para realizar latransformación del país. Pintaba el panorama de extrema violenciaque había precedido a la sublevación: legiones de pistoleros asesina-ban a diario en Barcelona, atracos constantes tenían lugar a plena luzdel día frente a la inercia del gobierno. El agregado comercial Fernan-do Jardón también hacia llegar a Buenos Aires los informes que des-cribían lo que se había dado en llamar una “revolución desde arriba”,sin tiros y sin que los jefes hubieran tenido que sacar de los cuartelesa sus tropas, producto del malestar de la oficialidad del Ejército, uni-do al desacierto de los partidos políticos en el ejercicio del poder.

En cumplimiento con las prácticas protocolares, el embajador Es-trada solicitó audiencia del presidente del directorio militar, que conpremura le fue concedida para la tarde del 4 de octubre. En el encuen-tro, Primo de Rivera le confió que no tenía ambiciones personales yque sólo el deseo de sacar a España del caos lo había llevado a dar elgolpe, pues, después de larga meditación, no había hallado otro modo.En la conversación señaló al problema de Marruecos como el más

delicado de todos pues “[...] en él está puesto el honor de España, suexpansión en el Mediterráneo, el saneamiento de la Hacienda públicay, sobre todo, el concepto prestigioso de que debe estar revestido elEjército”.25

El gobierno de Buenos Aires se enteró bien pronto de los propósi-tos de Primo de Rivera, que con el respaldo de Alfonso XIII, pensabacumplir: “[...] el régimen que ha instaurado no es de la ley sino el de lamoralidad, a cuyo fin está empeñado en la tarea de hacer una Españanueva arrojando de la escena pública a los políticos que la arruinarony la humillaron”.26

Pero desde la Argentina no agradaron muchas de las medidas to-madas por el directorio militar, como el decreto ordenando el cese defunciones de los presidentes de ambas Cámaras Legislativas, señoresconde de Romanones y Melquíades Álvarez, y la libre disponibilidadde los edificios del Congreso y del Senado, la clausura del Ateneo deMadrid, considerado como un foco de ideas revolucionarias, y en es-pecial, el destierro a Fuenteventura del político Rodrigo Soriano y delrector de la Universidad de Salamanca Miguel de Unamuno,27 cuyapalabra era respetada en Buenos Aires y no escapaba a las clases ilus-tradas su admiración por Domingo Sarmiento, a quien había califica-do como el más grande escritor de lengua castellana de su tiempo, porel Martín Fierro de José Hernández o por las memorias del generalJosé María Paz, y su contacto epistolar con figuras de la cultura ar-gentina como Ricardo Rojas, Enrique Larreta y Arturo Capdevila.

En Buenos Aires los órganos periodísticos de talante liberal vieroncon prevención al nuevo dictador mediterráneo. La Nación ya habíaseñalado el peligro de la imposición del fascismo italiano desde lacalle, pero a tenor de la normalidad que se había recuperado allí, noparecía poder parangonarse con la experiencia española: “El tenientegeneral Primo de Rivera tiende ahora a presentarse, por los caracteresque revisten sus actitudes, palabras y decretos como un fascista [...]22 “Propósitos del marqués de Estella”, La Nación, Buenos Aires, 16 de septiembre de

1923.23 Ver JAVIER TUSELL e ISMAEL SAZ, “Mussolini y Primo de Rivera: las relacionespolíticas y diplomáticas de dos dictaduras mediterráneas”, Boletín de la Real Academia

de la Historia, septiembre-diciembre 1982.24 ARCHIVO DEL MINISTERIO DE RELACIONES EXTERIORES, CULTO Y COMER-CIO INTERNACIONAL DE LA REPÚBLICA ARGENTINA (en adelante AMREA), Divi-sión Política, Caja 2195, Madrid, 3 de octubre de 1923, de Carlos de Estrada a ministro.

25 AMREA, cit., 5 de octubre de 1923.26 AMREA, cit., 15 de noviembre de 1923.27 Ver LUIS ENRIQUE OTERO CARVAJAL, “Ciencia y Cultura en Madrid, Siglo XX.Edad de Plata, tiempo de silencio y mercado cultural”, en ANTONIO FERNÁNDEZGARCÍA (dir.), Historia de Madrid, Madrid, Universidad Complutense, 1993.

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El fascismo español no es el de Italia, impuesto éste por fuerzas popu-lares organizadas y combativas, y nacido el otro de una inesperadaproclama militar. Mussolini no hizo la revolución con el Ejército sinocon el pueblo”.28 A las opiniones que manifestaban un enfrentamientode principios con el gobierno español –cuando en junio de 1924 losreyes de Italia realizaron una visita a España, el cesado conde deRomanones, que oficiaba de corresponsal del matutino porteño,prefirió elogiar a Mussolini al que consideraba como habiendo su-perado ya su etapa demagógica, revistiendo su fascismo, al menosde un barniz legalista–, La Nación sumó también otras líneas depensamiento, como la de Leopoldo Lugones, que si bien ya desde1924 haría su profesión de fe nacionalista, declamando su admira-ción por el ejército y su descreimiento en la democracia como for-ma de gobierno, lo que lo acercaba a la realidad política hispana,tampoco veía como posible un estrechamiento fructífero de loslazos con España. Afirmaba que nada valedero habían de hacer lasrepúblicas de habla española sin entenderse con los Estados Uni-dos, eje del Panamericanismo.29 La afirmación de Lugones en el senti-do que “la organización del pensamiento hispanoamericano es unafrase perfectamente vacía” iba mucho más allá de una crítica políticacircunstancial y no faltó quienes le respondieran, como Luis Araquis-tain desde las columnas del madrileño El Sol: “un español va a Améri-ca o un hispanoamericano viene a España y, salvo diferencias de climaespiritual, no mayores que las que encuentra un andaluz en Galicia, sesiente en el acto en una atmósfera congenial de conciencia, respirandoun inconfundible aire de familia”.30

La realidad española era seguida con interés en la Argentina. JulioÁlvarez del Vayo, como jefe de la corresponsalía de La Nación enMadrid, junto con el periodista Ortiz Echagüe y Mariano MartínFernández, amigo de Santiago Alba –ex ministro monárquico de Ins-trucción Pública y Bellas Artes–, para La Prensa, enviaban sus notas

desde España reflejando variados aspectos de la vida política, econó-mica y social de la península. Era posible encontrar esos ejemplarestambién en los puestos de la Gran Vía, algunos de ellos con censurasal gobierno español.

A principios de 1926, La Nación de Madrid –diario oficial del régi-men, fundado en 1925–, bajo la dirección de Manuel Delgado Barretocomenzó a atacar a su homónimo de Buenos Aires. Un incidente gra-ve se produjo en abril cuando se detuvo a Álvarez del Vayo junto conotras personas por manifestar su adhesión al jurista Luis Jiménez deAsúa al ser decretada su deportación en las islas Chafarinas. El emba-jador Estrada informaba que la medida contra Álvarez del Vayo, abier-tamente respaldado en su cargo por el director del periódico porteño,el influyente Jorge Mitre, provenía de la instigación del mismo Delga-do Barreto31 y de la aquiescencia del ministro de Gobierno generalMartínez Anido, a quien se atribuían todos los actos de intemperanciaque se realizaban. De forma amistosa y confidencial, Estrada interce-dió por el detenido ante Primo de Rivera, en la recepción celebrada enel Palacio Real con motivo del cumpleaños del rey, logrando una prontaliberación.

La censura contra Primo de Rivera encontraba variadas formas deexpresión: los viajes de estudiosos argentinos y españoles fueron oca-siones reiteradas de crítica, tanto por el tono de las conferencias, comopor el accionar del público, dándose vivas a la República, a los inte-lectuales perseguidos en España o repudios al régimen.32 Visitantesmás combativos, pero igualmente representativos de la situación en lapenínsula, también se despachaban contra la dictadura en otros secto-res, como por ejemplo el dirigente anarquista Buenaventura Durrutillegado junto con algunos compañeros en 1925 a la Argentina –dondetampoco se privó de protagonizar un raid de asaltos a bancos a fin derecaudar dinero para el movimiento ácrata.33

28 “El gobierno revolucionario español”, La Nación, Buenos Aires, 21 de septiembre de1923.29 Ver HORACIO SANGUINETTI, “La hora de la espada”, Todo es Historia, noviembrede 1988; LEOPOLDO LUGONES (h), Mi padre, Buenos Aires, 1949.30 El Sol, Madrid, 19 de abril de 1925.

31 Asesinado en la Guerra Civil.32 AMREA, división política, en cajas 2383 y 2484, el embajador Estrada informa sobrelos disturbios producidos en Madrid, por ejemplo, en mayo de 1925 con la visita deldoctor Mario Sáenz, decano de la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad deBuenos Aires y en febrero de 1926 en el regreso a América de Jiménez de Asúa.33 JUAN LLARCH, La muerte de Durruti, Barcelona, Ediciones Aura, 1973, pp. 78-79.

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Fuera de ocasionales acuerdos económicos, el intercambio comer-cial hispano-argentino era limitado, circunscrito al intercambio de pro-ductos naturales, habiéndose incluso esfumado la mejora producidadurante la Guerra Mundial, cuando España logró reemplazar tempo-ralmente a las grandes potencias ocupadas en el conflicto.

La importación general había experimentado entre 1923 y 1924 unenorme aumento en la Argentina; sin embargo, la de procedencia es-pañola se mantendría estacionaria.34 Por otra parte, el embajador Es-trada advirtió que no interesaban en España una de las principalesfuentes de exportación argentina: sus carnes. A pesar de que el primerCongreso Nacional de Comercio Español de Ultramar había estable-cido que debería asegurarse a los países hispanoamericanos toda pre-ferencia en el abastecimiento de artículos alimenticios, aun en mo-mentos de carestía de carnes en España, no se inclinaban por la com-pra en la Argentina, aduciendo que su prolongada conservación enfrigoríficos las hacía poco digestivas y menos nutritivas que las carnesfrescas. La falta de buques españoles y argentinos con cámaras de fríoconspiraba contra ese negocio. Tampoco habían sido fluidas las nego-ciaciones por la compra de armas de la Comisión Militar argentina enEuropa, aunque mediara la amistad del embajador español en BuenosAires, duque de Amposta, con el inspector general del Ejército, gene-ral José Félix Uriburu, inclinándose aquella por la adquisición de ar-mamento bélico en las casas alemanas y francesas.35 No figuraban enlas estadísticas comerciales las sumas enormes –en 1924 Estrada lascalculaba en 400 millones de pesetas anuales–36 representadas por lasremesas de los españoles residentes en la Argentina, que eran el nexomás tangible que unía a los dos pueblos.

Apaciguada la contienda marroquí, se fue apreciando en toda sumagnitud el derroche de energías que había desviado nuevamente laatención de la América hispana. Para la dictadura, recobrada la gran-

deza nacional en los campos de batalla de África –tras el desembarcode Alhucemas y la derrota de los rebeldes de la denominada Repúblicadel Rif–, se podía dar el salto americano. En 1926 Primo de Riveraordenó establecer oficinas especiales en el Ministerio de Estado parafomentar las relaciones con las repúblicas de raíz hispana: la Juntapara Ampliación de Estudios y la Junta de Relaciones Culturales. Laprimera seleccionaba los nombres de los profesores que viajarían aAmérica; mientras que la de Relaciones Culturales establecía vincula-ciones con los organismos que en algunos países hispanoamericanoscooperaban en esa orientación.37 Incrementó también el régimen lospresupuestos destinados a las agencias diplomáticas y consulares, ycrecieron en número y se elevaron de categorías algunos consulados,especialmente en la Argentina, Cuba, México y Chile.38 Aquellas pul-siones incluyeron la posibilidad cierta de organizar una visita del reyAlfonso XIII a Sudamérica, viaje que se planeaba magnífico y a co-menzar por el puerto de Buenos Aires. Se buscaba así superar la im-presión que habían causado las visitas de Humberto de Saboya y delpríncipe de Gales.39 Pero la inestabilidad política que no lograba fre-nar la dictadura, una gestión operativa y un desenvolvimiento econó-mico que no alcanzaba a conjurar la pobreza de amplios sectores de lasociedad y el escaso peso internacional español, no dieron oportuni-dad para semejante despliegue. En 1927 el nuevo embajador argenti-no en España, Daniel García Mansilla, envió un informe donde seña-laba que veía difícil el viaje del rey, pues esto lo obligaría a alejarse delpaís en tiempos que no dejaban de ser irregulares.

El proyecto de los aviadores Ramón Franco, Julio Ruiz de Alda yDurán –acompañados por el mecánico Rada– de cruzar el Atlánticopor el sur en hidroavión uniendo España con la capital argentina seconstituyó en un acontecimiento de importancia. La proeza de la avia-ción española fue atendida por la prensa que siguió los preparativos yluego el desenvolvimiento de la aventura con interés. La ciudad de

34 “Memoria de la Cámara Española de Comercio”, La Nación, Buenos Aires, 5 de mayode 1926.35 ARCHIVO DEL MINISTERIO DE ASUNTOS EXTERIORES DE ESPAÑA (en ade-lante AMAEE) H. 2317, Buenos Aires, 29 de mayo de 1925, del marqués de Amposta alpresidente del directorio militar.36 Memoria del Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto de la República Argentina.

1924-1926. Presentada al H. Congreso Nacional, Buenos Aires, 1925, p. 392.

37 ENRIQUE ZULETA ALVAREZ, “El tema hispanoamericano en la prensa española dela década de 1920”, Revista Nacional de Cultura, 5, 1980, p. 146.38 Ver ÁNGEL MARTÍNEZ DE VELASCO, “Política Exterior del gobierno de Primo deRivera con Iberoamérica”, en Revista de Indias, julio-diciembre 1977.39 RAMÓN DE OLASCOAGA, “El viaje del Rey a América”, El Debate, Madrid, 18 dediciembre de 1925, en AMREA, caja 2383.

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Buenos Aires participó con entusiasmo del recibimiento al que se sumóel presidente Alvear. Haciéndose eco de la trascendencia que habíaadquirido el periplo les ofreció a los aviadores el crucero Buenos Ai-

res, buque de guerra de la Armada nacional para que emprendieran elregreso a la península, que se verificó a principios de abril de 1926.40

Ramón Franco recibió la orden de Primo de Rivera de regalar el hi-droavión Plus Ultra a la Argentina

En un plano más efectivo, se otorgó la concesión para establecerun servicio radio-telegráfico de carácter internacional que permitiríala comunicación directa entre España y la Argentina, y luego, se deci-dió la compra, tras el asesoramiento de la Comisión Naval Argentinaen Europa de dos destructores españoles de 2.850 toneladas. A prin-cipios de junio de 1927, ambos países firmaron un contrato por 3,5millones de pesos oro para la adquisición de los buques de guerraChurruca y Alcalá Galiano –que serían rebautizados con los nom-bres de Cervantes y Garay- cedidos por su Armada. Para España esaventa era una excelente ocasión para demostrar la calidad de sus bar-cos en comparación con otras ofertas. Por esos mismos días, la Ar-gentina mandaba construir otros dos cruceros en astilleros de Italia ycinco unidades en Gran Bretaña, de acuerdo al plan de renovación delmaterial naval. Primo de Rivera buscaba favorecer la relación con laArgentina: un consorcio de banqueros españoles habían concedido unempréstito para esas compras al que se consideraba uno de los paísesmás consolidados de América, demostrando que se querían establecerno sólo fuertes vínculos sentimentales sino acuerdos concretos quereflejasen la confianza que se tenía en los destinos recíprocos. Si sepodían vender buques tal vez se podría suministrar material ferrovia-rio y establecer sucursales bancarias amparados por el gobierno. Peroa fines de 1928, la crisis del campo obligó a España a contratar unmillonario crédito con la Argentina a fin de adquirir suministros agrí-colas indispensables para su pueblo.41

Las coincidencias que se iban produciendo entre la Argentina yEspaña –el gobierno de Alvear, a través del presidente de la ComisiónNacional de Bellas Artes arquitecto Martín Noel, se avinó a colaborarcon la realización de la Exposición Iberoamericana de Sevilla,42 con-firmando en junio de 1927 su concurrencia lo que facilitaría el concur-so de los demás países– no lograron evitar el tropiezo que sufriría larepresentación española en Buenos Aires. El 6 de diciembre de 1926había quedado reconocido como nuevo embajador, el duque de Amal-fi, Antonio de Zayas y Beamont. Se trataba de una figura de un ciertoprestigio literario, que a su llegada había expresado que su esfuerzoestaría encaminado a impulsar el intercambio comercial entre ambospaíses, pero el diplomático se creerá víctima de una verdadera campa-ña en su contra y en la del gobierno de su país. Los roces comenzaronpronto; primero fue el tema del Himno Nacional Argentino. Zayaspresentó en el mes de enero un escrito en la Cancillería en donde sequejaba de la inserción en las libretas de enrolamiento para el Ejércitode la canción patria –con algunas expresiones que podían considerar-se ofensivas para España– ya que en 1900 el presidente Julio A. Rocahabía suprimido todas las estrofas a excepción de la primera y la últi-ma en las festividades públicas y oficiales. Gallardo, desechando laprotesta, le contestó que su inscripción no estaba vedada, sí su canto.

El 28 de mayo el duque de Amalfi formó parte en Buenos Aires deun tribunal para la colación de grados de profesoras de Literatura queconsistía en la lectura de sendas memorias. El embajador reaccionócuando una de las alumnas afirmó que Benito Pérez Galdós era elprimer valor literario del siglo XIX, disponiéndose a combatir lo quea su juicio era la prédica disolvente del teatro galdosiano señalandosus tendencias subversivas que le habían granjeado la adhesión y elapoyo de los enemigos del orden en España.43 El tono y el carácter dela crítica al autor de Los Episodios Nacionales no fueron compartidospor los otros miembros del tribunal, y el incidente fue recogido por el

40 Ver RAFAEL IBÁÑEZ, “Ramón Franco y los balbuceos del Imperio”, Historia Inter-

nacional, 12, marzo 1976; SHLOMO BEN-AMI, cit., pp. 137-8; AMREA, España, caja2484, Sobre el vuelo del comandante del Ejército Español Ramón Franco Bahamonde,1926.41 SHLOMO BEN-AMI, cit., p. 139.

42 Ver MARÍA ÁNGELES LAYUNO, Espacios de representación de la memoria. La

Argentina en España: museos y exposiciones (1892-1971), en YAYO AZNAR y DIANAB. WECHSLER (compiladoras), cit..43 AMAEE, H. 1358, Buenos Aires, 27 de junio de 1927, del duque de Amalfi al marquésde Estella.

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diario Critica, y luego con un cariz más agresivo por El Diario Espa-

ñol, El Despertar Gallego y el Correo de Galicia, de tendencia repu-blicana y regionalista. Los ataques de la prensa vinculada a la colecti-vidad le indignaron, mostrándose disgustado con el gobierno de Al-vear por la libertad con que se permitía censurarlo.

Nuevamente molesto, Zayas presentará formal queja al gobiernoargentino por la presencia del vicario general de la Armada monseñorDionisio Napal en una fiesta religiosa celebrada por la sociedad vasca“Lakurak Bat” en la iglesia de Monserrat para conmemorar la fiestade San Ignacio de Loyola, aduciendo que se trataba de un centro “de-claradamente separatista y enemigo, por tanto, de la unidad sacrosan-ta de mi patria”.

El duque no era la persona capaz de crear lazos de unión. Escribíaa sus superiores en Madrid oponiéndose a los proyectos de erigir enEspaña un monumento al libertador José de San Martín: “si el senti-miento de perdón y olvido de los pérfidos agravios de aquellos ingra-tos insurgentes honra a los gobiernos de la antigua metrópoli y tieneeficacia para atraer a nuestra esfera moral a las que fueron nuestrasprovincias ultramarinas, la idea de perpetuar, en mármoles o en bron-ces, indefendibles actos de traición e indisciplina [...] adolece el defec-to de ser, no sólo inútil sino contraproducente para conquistar presti-gios en estos países contaminados del fatuo optimismo de la juventudy propensos, por tanto, a considerarse merecedores de halagos queexclusivamente se les tributan para lograr que acepten nuestra hege-monía”.44 Proseguía diciendo el diplomático: “Parecidos juicios mere-ce, en mi humilde concepto, el pensamiento peregrino de convertir enuna especie de cívico santuario la casa donde falleció en Cádiz, Ber-nardino Rivadavia quien, si desde el punto de vista argentino, puedepasar por un patriota benemérito, desde el punto de vista español esun traidor de la misma laya que San Martín, y devoto como él delCompás y del Triángulo”.

Los incidentes en los que se vio envuelto, al parecer, no le permi-tieron llevar adelante algunos propósitos más estimables como hubie-ra sido culminar las gestiones tendientes a la creación de la Academia

Argentina de Letras como una sucursal de la Real Academia Españolade la Lengua –que finalmente sería creada en agosto de 1931. Antesde salir Zayas para la Argentina el académico Rodríguez Marín le ha-bían manifestado el propósito de aquella corporación de reconstruir laentidad ya debidamente organizada en Buenos Aires por el difuntomarqués de Gerona, cuando el viaje de su Alteza Real la Infanta Isabel–tía del rey Alfonso XIII– en 1910 y reducida en ese momento a sumás mínima expresión por no decir disuelta, ya que los únicos super-vivientes de la misma eran el diplomático retirado Carlos María Ocan-tos que residía en Madrid con carácter permanente y el antiguo emba-jador argentino en Madrid Avellaneda, aquejado de ceguera.45

El 26 de septiembre el embajador Estrada daba cuenta del cese deZayas: “ [...] sé, por habérmelo dicho persona que ocupa puesto deconfianza en el Palacio que el embajador de España en esa, duque deAmalfi, ha sido llamado por el gobierno a causa del descontento queha producido su actuación en la República. Existe el propósito deretirarlo de la carrera diplomática, obligándole a acogerse a los bene-ficios de la jubilación, y en caso de que se negara a ello, será apartadodefinitivamente del escalafón”.46

Cuando en noviembre el canciller Gallardo llegó a Madrid, el du-que se apuró a visitarlo: “Me contó una larga historia de las intrigasque había hecho contra él la colonia española y en particular El Diario

Español al cual le había retirado la subvención”.47

Invitado a dar conferencias sobre su especialidad en Italia, Gallar-do visitó después privadamente Madrid. Se entrevistó tanto con Pri-mo de Rivera como con los reyes y en ambos casos se sintió sorpren-dido por el trato campechano que le dispensaron. Sobre un almuerzoocurrido el 21 de noviembre señaló: “Los Reyes conversaron con ex-traordinaria familiaridad, que rayaba en la indiscreción. Al contestarlea la Reina Madre que mi viaje había tenido por objeto principal asistir

44 AMAEE, cit., 3 de marzo de 1927.

45 Ver JULIO AVELLANEDA, Se fueron, Buenos Aires, Emecé, 1991, pp. 123-128.46 AMREA, caja 2594, San Sebastián, 26 de septiembre de 1927, de Estrada a Gallardo.47ÁNGEL GALLARDO, Memorias para mis hijos y nietos, Buenos Aires, AcademiaNacional de la Historia, 1982, p. 457. Sobre la miopía de algunos diplomáticos españolesen Hispanoamérica, ver ÁNGEL MARTÍNEZ DE VELASCO, “Relaciones hispano-pe-ruanas durante la dictadura de Primo de Rivera: el centenario de Ayacucho”, Quinto

Centenario, 2, 1981.

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a la inauguración de la estatua de Belgrano en Génova, me dijo: –¿Qué dice el Rey, después de la porquería que hizo de pelear a favorde los aliados y en contra de sus antiguos aliados alemanes y austria-cos? [...] El rey estuvo haciendo en alta voz una crónica burlesca delcasamiento de Luisa de Francia, al que acababa de asistir en Nápoles.Se rió del rey y del Santo Padre, que había prohibido que un cardenalbendijera el matrimonio debiendo hacerlo el capellán del rey de Italia.Criticó al papa de que hubiese prohibido la lectura del diario realista“Action Francaise”, declaró que él lo seguía leyendo, pues lo encon-traba muy bien escrito. Todo esto me pareció algo fuerte para SuMajestad Católica”; y terminaba reflexionando: “El Rey me dejó unaimpresión de simpatía y de espanto, por su indiscreción. Parecía im-posible que en sus manos estuvieran los destinos de un país de laimportancia histórica de España”.48

El Ministerio de Estado había llegado a tomar conocimiento delacrecentamiento, luego de la Guerra Mundial, de la influencia france-sa sobre la intelectualidad argentina, como también de la propagandacultural británica llevada adelante en los últimos años por su ministroen Buenos Aires sir Malcom A. Robertson, con el propósito de favo-recer el intercambio comercial entre los dos países. El gobierno deMadrid advertía con temor esos movimientos, encaminados a susti-tuir los productos españoles en el mercado británico por mercaderíaobtenida a menor precio en Sudamérica. El marqués de Estella deci-dió entonces utilizar el prestigio literario de la personalidad de Rami-ro de Maeztu en el exterior, cuya cercanía al régimen había quedadopatentizada con su ingreso, a fines de enero de 1927, a la Unión Pa-triótica. El objetivo era también neutralizar la repercusión de las visi-tas de algunos intelectuales que hacían conocer sus críticas al gobier-no español en la Argentina y de intensificar con urgencia la propagan-da cultural de España en la República del Plata.

Periodista y escritor, Maeztu se estableció a principios de siglocomo corresponsal a Londres de los diarios La Correspondencia de

España y El Heraldo de Madrid, donde La Prensa de Buenos Airestambién contrató sus servicios. Por largos años Maeztu reflejará en

sus artículos el desenvolvimientode Europa, informando sobre he-chos e ideas con una perspectivainternacional e ilustrando sobre lavida inglesa. En la capital británi-ca conoció a Ricardo Rojas, quienera corresponsal de La Nación. Sulabor para el periódico bonaeren-se y su amistad con el autor de La

restauración nacionalista lo acer-caron a todo lo argentino.49 Lacatástrofe de la Primera GuerraMundial, sumado después a laRevolución Rusa, le persuadierondel fracaso de la civilización delliberalismo, de la crisis de valoresde la sociedad europea, para terminar por someter a devastadora crí-tica al socialismo de estado. De vuelta en su país en 1919, continuócon su incesante labor periodística, colaborando con la revista Espa-

ña fundada por José Ortega y Gasset, y con el periódico El Sol, aun-que su evolución hacia posiciones políticas conservadoras lo fuerondistanciando de muchos intelectuales.

Producido en España el golpe militar de septiembre de 1923, Maeztuse adhirió con decisión al gobierno del general Primo de Rivera. Elloahondó las discrepancias que lo separaban de sus compañeros de ge-neración. Maeztu se iría mostrando especialmente interesado en lapolítica de grandes obras y servicios públicos del ministro conde deGuadalhorce, tendiente a estimular la economía de los sectores co-merciales e industriales, y la fiscal del titular de Hacienda, José CalvoSotelo. Terminaría por abandonar la redacción de El Sol, para pasar alequipo del oficialista La Nación. En febrero del 1927 publicó allí suprimera colaboración, “La magia del orden”, en inequívoca manifes-tación de una actitud más definida, resuelta y combativa, que termina-ría identificándose con la que le caracterizó hasta el fin de su vida.

Ramiro de Maeztu, embajador de España

en la Argentina, 1928-1930.

Fuente Archivo General de la Nación

48 ÁNGEL GALLARDO, cit., pp. 466-467. 49 RICARDO ROJAS, Retablo español, Buenos Aires, Losada, 1948, p. 286.

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Enfrentó con sus artículos a los “intelectuales españoles amigos míos”que se habían hermanado contra Primo de Rivera y dio a luz una serie detrabajos que tuvieron resonancia sobre los atropellos del comunismo.

Por entonces, el dictador declaraba al corresponsal de The World enMadrid que España estaba al margen de casi todos los problemas conti-nentales europeos, lo que le permitía dedicarse casi con exclusividad alcultivo de las relaciones con Hispanoamérica.50 Aquel hispanoamerica-nismo no aspiraba a reinstaurar una España imperial, sino que, admi-tiendo el fin del período de expansión material, y en línea con lo sos-tenido por Maeztu,51 debía procurar la hermandad espiritual de lospueblos hispánicos. Los propagandistas del partido único, la UniónPatriótica, estaban también ansiosos por demostrar que España no erael país decadente que había inventado la literatura “anti-española”.

La Nación de Buenos Aires publicó en su edición del 5 de diciem-bre la primicia de la designación de Maeztu. Una semana después elmarqués de Estella solicitó al gobierno de Marcelo T. de Alvear suplacet, el que fue concedido de inmediato.

A bordo del Reina Victoria Eugenia, Maeztu arribó a la capitalargentina el 19 de febrero de 1928. Advirtió que no era “ningún se-cuaz o adherido a la política del general Primo de Rivera, por géneroalguno de conveniencias partidarias”.52 Afirmaba que su adhesión sebasaba en los procedimientos de orden, responsabilidad de la funciónpública, cumplimiento estricto de las leyes, trabajo, bienestar y conso-lidación de la autoridad que propiciaba la dictadura. La multitud queacompañó su arribo –y que fuera costumbre durante años para el reci-bimiento de los diplomáticos de España– lo impresionó, “no he deocultar a v.e. la emoción que me produjo la llegada a Buenos Aires”.53

El escritor era una personalidad reconocida a través de sus colabo-raciones periodísticas y ensayos, publicaciones que no estuvieron exen-tas de controversias. Llegaba a una ciudad convertida a finales de los

años veinte en una urbe animada, de las más atrayentes de América, ya un país generoso con los extranjeros: la Corte Suprema de Justiciadaba por esos días amparo a los exiliados catalanes Maciá y Gassol.54

La recepción de Maeztu fue dispar en los grupos intelectuales por-teños: la gran prensa diaria valoró el talento y la dilatada cultura delnuevo diplomático. La revista literaria Nosotros, que había reproduci-do algunos artículos suyos, manifestaba una señalada atención a lostemas contemporáneos españoles, pero se hallaba más comprometidacon las opiniones de los intelectuales opuestos al régimen de Primo deRivera, por lo que recibió al nuevo embajador con indisimulada hosti-lidad, reprochándole su alineación con el dictador e incluso reputandosu extensa producción escrita de superficial.55 En cambio se le acogiócon cordial bienvenida desde las columnas de las revistas Síntesis,dirigida por Noel, y Criterio, que mostraba sin ambages su simpatíapor el marqués de Estella.

50 La Nación, Buenos Aires, 29 de junio de 1927.51 Cfr. SHLOMO BEN-AMI, cit., p. 137; JUAN CARLOS PEREIRA CASTAÑARES,“Primo de Rivera y la diplomacia española en Hispanoamérica: el instrumento de unobjetivo”, Quinto Centenario, 10, 1986, p. 143.52 El Diario Español, Buenos Aires, 21 de febrero de 1928.53 AMAEE, H. 1358, Buenos Aires, 20 de febrero de 1928, de embajador a presidente delConsejo de Ministros.

Recepción a Ramiro de Maeztu en el Círculo Militar, 1929. Junto a él se encuentran los generales,

Uriburu, Mosconi y el español Millán Astray. Fuente Archivo General de la Nación

54 JULIO IRAZUSTA, Genio y figura de Leopoldo Lugones, Buenos Aires, Eudeba, 1968.55 EMILIA DE ZULETA, Relaciones literarias entre España y la Argentina, Madrid,Ediciones Cultura Hispánica del ICI, 1983, pp. 17 y 38.

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Donde la presencia de Maeztu mereció la más cálida recepción fueen el seno de la redacción de La Nueva República, semanario fundadoa fines de 1927, que se definía a sí mismo como órgano del nacionalis-mo argentino. Refiere Julio Irazusta56 que Maeztu quedó impresiona-do por algunos artículos publicados por Ernesto Palacio en el suple-mento literario de La Nación y buscó conocerlo, trabando amistadcon el jefe de redacción de La Nueva República y con su grupo máspróximo. Mucho los acercaba: sus formaciones intelectuales estabanelaboradas sobre la base de lecturas políticas y el autodidactismo, susperegrinajes ideológicos de la juventud, el común interés por la litera-tura, la consideración del catolicismo como factor esencial de un ideariorestaurador que valorizara el orden, la jerarquía y la autoridad como

principios rectores de la vida so-cial, sus condiciones de “espíritusmilitantes con fuerte tendencia acomprometerse en la acción”.57

El presidente Alvear hizo pú-blico reconocimiento de la desta-cada personalidad que en el cam-po de la cultura era Maeztu, y deinmediato le brindó su compañíaen las primeras actividades que elembajador comenzó a desplegar:realizó con él una visita al CentroGallego, la poderosa entidad re-gional con funciones de ayuda so-cial, y asistió, junto al gabinete enpleno, a la conferencia que con eltítulo de “La lección del Quijote”,Maeztu ofreció el 18 de abril en elJockey Club de Buenos Aires,

donde prefiguró las ideas centrales que volcaría en su obra más tras-cendental, Defensa de la hispanidad (1934). Maeztu se puso tambiénen contacto con la colonia española, al asistir a un homenaje ofrecidopor el Círculo Celta en honor del embajador Carlos de Estrada, quedejaba la representación en Madrid –siendo reemplazado en diciem-bre de 1927 por Daniel García Mansilla. Volverá a dirigirse al públicoporteño en la Sociedad de Beneficencia abordando el tema de “Labeneficiencia y el capitalismo” y en el Colegio del Salvador de lospadres jesuitas para contribuir al homenaje tributado a la memoria delos religiosos martirizados en los comienzos del siglo XVII por losaborígenes del alto Paraná.

Maeztu asistió al triunfo yrigoyenista sobre el Frente Único, la coa-lición de los conservadores con los radicales antipersonalistas, y dealgunas incidencias ocurridas en agosto en el escrutinio de las eleccio-nes presidenciales, producto del fallecimiento del vicepresidente elec-to Francisco Beiró. Recogió, asimismo, la inquietud con que se inicia-ba el segundo mandato de Yrigoyen, signado por la tensión entre par-tidos y grupos políticos, al punto tal que recomendaba que Alvear,que partiría para España el 15 de diciembre, no fuese objeto allí dehomenajes y obsequios “demasiado significativos por parte del go-biermo de S.M.”, a fin de no disgustar al nuevo elenco gubernamentalargentino.58 En su prudencia, Maeztu había advertido el peso políticoen la tradición institucional del país del fenómeno yrigoyenista, “ja-más un político argentino, desde los tiempos de Juan Manuel (de)Rosas, había producido una marejada tan profunda como d. HipólitoYrigoyen en esta segunda elección”.59 Las opiniones de la colectivi-dad española estaban divididas, señalando Maeztu que los elementosdirectivos parecían ser más hostiles a Yrigoyen, acusándolo de dema-gogo halagador de las pasiones populares; mientras, la masa de losespañoles le era en cambio mucho más favorable.

El presidente Yrigoyen eludió encontrarse con el embajador Maeztuantes de su asunción pues según se lo hiciera saber por medio deldoctor Horacio Oyhanarte, temía menoscabar la investidura de Al-vear al recibir la visita de diplomáticos extranjeros. Esa supuesta con-

Ramiro de Maeztu. Fuente Archivo

General de la Nación

56 JULIO IRAZUSTA, “La ‘Historia de la Argentina’ de Ernesto A. Palacio. A los veinti-cinco años de su aparición”, Nueva Historia, Revista de Occidente, año XII, n. 24, Bue-nos Aires, 1979, p. 328.57 JULIO IRAZUSTA, Memorias (Historia de un historiador a la fuerza), Buenos Aires,Ediciones Culturales Argentinas, 1975, p. 181.

58 AMAEE, H. 1358, Buenos Aires, 28 de agosto de 1928, de Maeztu a Primo de Rivera.59 AMAEE, cit., 8 de agosto de 1928.

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sideración no lograba ocultar el distanciamiento de los dos políticos,acrecentado por la actitud de Alvear al haber sentado en su mesa auno de los hermanos Cantoni, acusado del asesinato del gobernadorTorres de San Juan, burlando así el deseo de muchos radicales deatacar el caciquismo de los sanjuaninos y de Lencinas de Mendoza, yla censura al presidente electo por insistir en la elección de Beiró paravicepresidente cuando los médicos habían asegurado que moriría an-tes de octubre.

El gobierno de Alfonso XIII adhirió a los festejos por la inaugura-ción de la segunda presidencia de Yrigoyen y el marcado afecto queéste había demostrado por España, concediéndole el Cordón de Isa-bel la Católica, la más alta recompensa instituida para premiar losservicios hispanoamericanos, otorgado por primera vez a un jefe deEstado.

Aunque sentía por Yrigoyen una simpatía personal, confiando ensu buena voluntad, en su mente aún vigorosa y despierta, Maeztuvolcaba en sus despachos duras apreciaciones sobre la realidad políti-ca argentina y, asimismo, frente al arreglo del Parlamento Corporati-vo español, la Asamblea Nacional, el desenvolvimiento del Poder Le-gislativo le parecía caótico al pensador tradicionalista devenido endiplomático. Veía allanarse el camino hacia el golpe de Estado: “Lasoposiciones aprovechan este desaliento para sus campañas y los pe-riódicos escritos con más inteligencia han empezado a quebrantar lafe general en el régimen del sufragio universal secreto, de que tanto sevanagloriaban los argentinos hace pocos años”.60 Poco entendía latolerancia yrigoyenista que se mantenía frente a las sistemáticas críti-cas que soportaba de muchos medios gráficos. Aquellos ataques pare-cían resultar necesarios para preparar a la opinión pública llegado elcaso, aún no definido, de una sucesión anticipada al doctor Yrigoyeno del paso más grave de llegarse al quebrantamiento de las institucio-nes fundamentales de la nación. Para Maeztu, el talento, tanto de Cri-

terio como de La Nueva República se ejercía en la función de propa-gadores en la Argentina del espíritu autoritario, al afirmar que las masaselectorales eran intrínsecamente incapaces de elegir a los gobernantes

que necesitaban porque podían ser presa fácil de la demagogia sinescrúpulos. Ese juicio no era el de los grandes periódicos, que comba-tían a Yrigoyen pero no a los principios democráticos, aunque segúnel embajador debían hacer un esfuerzo intelectual para defender losfundamentos del antiguo liberalismo.

Maeztu excluía la idea de una dictadura salvadora para la Argenti-na pues no advertía el advenimiento de otro hombre con autoridadsuficiente para obtener el apoyo de las masas y además juzgaba alEjército dividido y a la oposición sin una firme cohesión para arreba-tar el poder al partido radical.61 Veía a la Argentina inmersa en unsentimiento de pesimismo, aunque lo creía pasajero, y arriesgaba: “Loque hay en él de substancial es, de una parte, que se han quedado sinel gobierno del país las cuatrocientas o quinientas familias de genteseducadas en ideas franco-inglesas y que venían a servirle de mamparapara cubrir ante el extranjero la inseguridad permanente de su vida enel campo; y, también, que las gentes educadas se han encontrado conque la libertad y la democracia no son en la práctica lo que habíansoñado y todavía no han hallado los ideales con que substituirlas”.62

Aunque sin contacto con muchos de los intelectuales que visitabanBuenos Aires por aquellos días, Maeztu participó de la recepción enabril de 1929 de los aviadores Iglesias y Jiménez y del general Millánde Astray agasajados por el general Mosconi, en el Círculo Militar.Pero Maeztu se dedicó con entusiasmo a intensificar la comunicacióncon la numerosa colonia española del interior del país, fragmentada enantiguas rivalidades regionales. En enero de 1929 se trasladó a BahíaBlanca, pronunciando cuantas conferencias le fueron solicitadas, asis-tiendo a reuniones con los dirigentes de la campaña para poner encontacto directo a las colectividades dispersas del sur argentino. An-tes había visitado Asunción del Paraguay, y luego recorrería Patago-nes, Viedma, numerosas localidades de la provincia de Buenos Aires yMontevideo, continuando la difusión de sus conceptos de unidad delos pueblos hispánicos. En enero de 1930, en su periodo de vacacio-nes, Maeztu y su familia emprendieron un viaje de turismo a la Pata-

60 AMAEE, H. 2317, Buenos Aires, 25 de junio de 1929, de Maeztu a Primo de Rivera.

61 AMAEE, H. 2317, cit., 25 de mayo de 1929.62 AMAEE, cit., 23 de noviembre de 1929.

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gonia. Dado que se trataba de regiones aisladas, y raramente visitadasentonces, el embajador decidió aprovechar cada escala del buque, dediez a doce horas, para ponerse en contacto con las colonias españo-las de Puerto Madryn, Comodoro Rivadavia, Puerto Deseado, SanJulián y Santa Cruz, y apreciar el aporte español en el desempeño deduras funciones, como las de guardadores de ovejas o marinos –mu-chos de ellos gallegos– y también de los propietarios de tierras.

A fines de ese mes, el general Primo de Rivera, después de haberperdido el respaldo de sus pares militares y del rey, dimitió de la jefa-tura del gobierno de España. Maeztu dado el sentido de lealtad al jefecaído, presentó su renuncia a su cargo de embajador. En Madrid seconsideró la renuncia como un gesto puramente protocolar. No habíaapuro por reemplazarlo, incluso Alfonso XIII parecía inclinarse por lacontinuación en el puesto. Pero para Maeztu, dado el carácter políti-co de su cargo y su sentido de afecto y lealtad al jefe caído, sus funcio-nes en la Argentina habían concluido. El 19 de febrero se embarcó enel Giulio Cesare. En abril el cese se hizo efectivo.

Maeztu volvió a su labor periodística en Madrid, reanudando ade-más su vinculación con el público argentino a través de sus colabora-ciones en La Prensa y Criterio. Recibió con hondas prevenciones eladvenimiento de la Segunda República Española en abril de 1931, yno se cuidó de expresarlo, empeñándose en aglutinar la opinión con-servadora de su país.

1.3. La Argentina conservadora y la República Española

Con ocasión de los cincuenta años de la proclamación de la SegundaRepública Española, la Revista de Occidente publicó un excelente tra-bajo del investigador Edward Malefakis,63 en el que ahondaba sobrelas causas profundas que habían determinado el interés que por aque-lla han sentido no sólo los especialistas académicos y los que la habíanvivido, sino un heterogéneo y numeroso núcleo de personas atraídaspor su evocación. Nuevos aniversarios dan la pauta de que aquellaseducción sigue vigente.

La República Española –recuerda Malefakis que no fue una crea-ción única, sino la última de una larga serie de repúblicas instauradasen Europa durante el primer tercio del siglo XX– subsiste como re-cuerdo histórico de manera mucho más completa que los otros quinceregímenes de ese género que se proclamaron por el Viejo Continentedurante dos decenios. Ello encontraría su origen en sus aspiracionesde llevar adelante un completo programa de regeneración nacionalcon reformas que abarcaban los diversos aspectos importantes de lavida. La voluntad de propiciar una amplia coalición de fuerzas políti-cas y sociales, junto al idealismo y la grandeza de miras de caracteri-zados hombres y mujeres de la Segunda República han hecho de ellafuente de inspiración para muchos dentro y fuera de España.

La reinvención de una España Republicana en abril de 1931, que seríaahora tan liberal como las democracias de Occidente, no coincidió con elderrotero institucional argentino: en septiembre de 1930 el golpe del ge-neral José Félix Uriburu dio por tierra con la presidencia de Yrigoyen. Asíse explica que los hombres del gobierno provisorio mantuvieran una acti-tud expectante frente a los sucesos de la Madre Patria.

La profesora Claudia Hidalgo, que ha investigado este período delas relaciones hispano-argentinas,64 nos advierte de esta prevención,cautela similar a la sostenida por el gobierno de Washington frente a lanueva república, a la que más que apreciarla como la consumación deuna aspiración popular, la veían como exponente de un “peligrosoviraje comunista”.

A pesar de que el embajador de España en Buenos Aires, AlfonsoDanvila, se dirigió al Ministerio de Relaciones Exteriores de la Argen-tina el día posterior a la proclamación del nuevo régimen español,manifestando el propósito del nuevo gobierno de mantener y desarro-llar las cordiales relaciones que ligaban a los dos países,65 y de que el

63 EDWARD MALEFAKIS, “Peculiaridad de la República Española”, Revista de Occi-

dente, núms. 7-8, 1981, pp.16-37.

64 CLAUDIA HIDALGO, La II República Española y la Argentina. Tesis presentada paraoptar al grado de licenciada en Historia, Instituto de Historia, Facultad de Derecho yCiencias Sociales del Rosario, Pontificia Universidad Católica Argentina, 1998. Agra-dezco a Claudia Hidalgo, distinguida alumna mía, el haberme facilitado la utilización desu tesis de licenciatura, de la cual fui directora.65 AMREA, España, año 1931, caja 3029, expediente 1, Buenos Aires 15 de abril de1931, de Alfonso Danvila a Ernesto Bosch, cit. en CLAUDIA HIDALGO, La II Repúbli-

ca Española y la Argentina, s/p.

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flamante ministro de Estado republicano Alejandro Lerroux le expre-sara a García Mansilla que se esperaba con ansiedad el reconocimien-to de Buenos Aires,66 debido al lugar principal que ocupaba en la po-lítica exterior de España, no sería sino cuando otros estados america-nos como Uruguay, México, Panamá, Bolivia y algunos europeos,como Francia y Portugal, se habían apurado a manifestar su acepta-ción al régimen republicano, cuando la Argentina comunicó su reco-nocimiento.67

Más allá de cualquier recelo, el florecimiento de ideas y realiza-ciones artísticas que se vivió por aquellos años tanto en la Argen-tina como en España, empujaban a una bienvenida a la RepúblicaEspañola, acercamiento informal que permitió el conocimiento demuchas de las personalidades intelectuales españolas que adhirie-ron al ideario republicano, y formaron parte de sus instituciones.Dramaturgos, catedráticos, hombres de la cultura, la ciencia y elderecho que apreciados en la Argentina, forzados a exiliarse, iríanencontrando en estas tierras el amparo y el sustento en quieneshabían sabido valorar sus obras. Así el primer presidente republi-cano el jurista Niceto Alcalá Zamora vivió de sus colaboracionesen La Prensa, y en las revistas Aquí está!, Leoplán y Chabela68 –otro tanto hizo el abogado Ángel Ossorio y Gallardo–; el profesorde Derecho Penal de la Universidad de Madrid Luis Jiménez deAsúa, que aquí editó numerosas de sus obras jurídicas, obtuvo cá-tedra en la Universidad de Buenos Aires y fue asesor de la Canci-llería; el historiador Claudio Sánchez Albornoz fue profesor de laUniversidad de Cuyo y luego de la de Buenos Aires; el músicoManuel de Falla llegó contratado en 1939 para dirigir en el TeatroColón conciertos de música española para luego recluirse en AltaGracia; el escritor Ramón Pérez de Ayala escribió en los principa-les diarios argentinos y el educador Lorenzo Luzuriaga ocupó cá-

tedras de Pedagogía en la Universidad de Tucumán y trabajó en laeditorial Losada.69

La clase dirigente argentina confiaba en los hombres eminentes ylos intelectuales de pro que formaban parte de la Segunda RepúblicaEspañola, de quienes se esperaba pudieran gobernar el país, pero loscambios que por fuerza España necesitaba, no se harían sin resistenciay sin temor. Por otro lado, los elencos conservadores que se instala-ron en la Argentina fueron susceptibles a la aseveración de la derechaespañola de que el régimen de Madrid era peligrosamente progresista.La imagen democrática y liberal de la Segunda República chocaría enmuchas partes de Hispanoamérica con grupos rectores que habíanperdido confianza en esos ideales.

La alarma llegó bien pronto, a poco que empezaron a funcionar lasCortes que habrían de dictar una nueva constitución. En un cuerpointegrado por republicanos, socialistas y un único miembro monár-quico, el conde de Romanones, el primer choque ideológico se pre-sentó con el tratamiento de la cuestión religiosa. Aunque algunas delas medidas pudieron parecer avanzadas como la reforma agraria o eldivorcio, muchos de los cambios que los republicanos implantaronhacía tiempo que regían en la Argentina, como la separación de laIglesia y el Estado y las autonomías de las regiones. Sin embargo, elimpulso renovador de los republicanos españoles mostraba a la opi-nión pública internacional otra cara, y era la de la violencia, la altera-ción del orden público y la agitación obrera que acompañó los afanesreformistas.70

El ideal hispanoamericanista fue llevado a las discusiones de lasCortes Constituyentes.71 El presidente de la comisión parlamentariaque estudiaba el proyecto, Luis Jiménez de Asúa, declaró: “En el ca-pítulo de la nacionalidad hemos tenido en cuenta la idea de la plurali-

66 AMREA, cit., Madrid, 17 de abril de 1931, de García Mansilla a Bosch, cit. en CLAUDIAHIDALGO.67 AMREA, cit., Buenos Aires, 20 de abril de 1931, de Bosch a Danvila, cit. en CLAUDIAHIDALGO.68 RÉGULO MARTÍNEZ, Republicanos en el exilio, Barcelona, Editorial Personas, 1976,p. 48.

69 NIDIA TAGLIABUE, “El exilio español en Argentina: la labor de Francisco Ayala, LuisJiménez de Asúa y Lorenzo Luzuriaga”, en JOSE LUIS ABELLÁN y ANTONIOMONCLÚS (coords.), El pensamiento español contemporáneo y la idea de América. II.

El pensamiento en el exilio, Barcelona, Anthropos, 1989, p. 512 y ss.70 MARK FALCOFF- FREDERICK PIKE, The Spanish Civil War, American Hemispheric

Perspectives, University of Nebraska Press, 1982, p. 302.71 Ver PEDRO FARÍAS GARCÍA, Breve Historia Constitucional de España. 1808-1978,Madrid, Editorial Latina, 1981, pp. 68-73.

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dad de las nacionalidades, relativa a América. Hemos querido armoni-zar esta idea, jurídicamente herética, de la pluralidad de las nacionali-dades con las realidades políticas, y proponemos que no se pierda lanacionalidad española por la de adquirir la de una nacionalidad hispa-noamericana, siempre que se reconozca la reciprocidad y se legisle enel derecho internacional para resolver las cuestiones que se despren-dan, por ejemplo, la jurisdicción de litigios referentes a las personascon la nacionalidad plural”.72 La Constitución española de 1931 con-sagrará en su artículo 24 la doble nacionalidad para Portugal, Brasil ylos países hispanoamericanos a base de una reciprocidad efectiva, cuan-do así lo solicitasen y residieran en territorio español, sin que por elloperdieran o modificaran su ciudadanía de origen. Ello constituía unserio intento de resolver el pleito que venían sosteniendo las legisla-ciones de los países americanos, sobre la base del eventual derecho delos nacidos en América a actuar en la vida española y recuperar comociudadanos a los españoles emigrados a aquellas tierras.73

En las relaciones diplomáticas con América, España prestaría unaatención destacada a la Argentina y a México, las que a pesar de queel número de españoles residiendo aquí no era tan significativo comoen el Plata, estaban animadas por afinidades con el régimen de la Re-volución de 1917.

Si España tendría el significativo gesto de secundar una de las másambiciosas iniciativas del canciller argentino Carlos Saavedra Lamas,adhiriendo en abril de 1934 al Tratado Antibélico de No Agresión yconciliación firmado en Río de Janeiro el 10 de octubre de 1933,74 elaspecto cultural suscitó el mayor interés, sobresaliendo la realizaciónde la Exposición del Libro Español y Feria del Libro en Buenos Aires.Su organización comenzó a mediados de 1932, contando con el res-paldo oficial y el interés de los grupos ligados a la industria del libro,autores argentinos y libreros peninsulares. Inauguradas el 24 de juliode 1933 por el presidente Agustín Justo en los salones de Amigos delArte, con carteles, catálogos y exhibiciones y gran afluencia de públi-

co, las jornadas contaron con la presencia de las más altas autoridadesnacionales y del Cuerpo Diplomático. El embajador español AlfonsoDanvila en su discurso inaugural señaló que la Exposición en BuenosAires significaba el acto inicial de una activa campaña a favor de ladifusión del libro por donde se hablara el idioma castellano, demos-trando la necesidad de unir a la colectividad de cien millones de lecto-res hispanoparlantes dispersos geográficamente por el mundo mediantelos libros. La concurrencia siguió con expectación las disertacionesde Ramón Gómez de la Serna sobre la generación del 98, de Baldo-mero Fernández Moreno sobre “El Madrid de mis tíos”, así como delas conferencias de otras figuras como Ricardo Rojas y Claudio Sán-chez Albornoz.75 También participó el futuro embajador en BuenosAires Enrique Díez-Canedo, que abordó el tema “España y su litera-tura en América”.

1.4. Críticas políticas y concertaciones económicas

Sin embargo, también habían llegado desde la península criticas a laArgentina. En España se produjo una campaña hostil hacia el gobier-no militar a través de la prensa que tuvo su principal núcleo en losperiódicos editados en Galicia. Claudia Hidalgo relata que el 3 deseptiembre de 1931 el periódico de Vigo El Pueblo Gallego publicónoticias remitidas por su corresponsal de Montevideo quien calificóde “Tiranía militar” al gobierno del general Uriburu, que ordenabadeportaciones entre la oposición a su régimen, amordazaba a la pren-sa desafecta, y toleraba las torturas y castigos corporales a los ciuda-danos opositores que se encontraban en la cárcel.76 El Faro de Vigo sesumó a quienes denunciaban los recortes a la libertad que había im-puesto el gobierno de facto. El cónsul argentino en Vigo desautorizóesas informaciones, pero advirtió a sus superiores la necesidad de tran-quilizar a la sociedad gallega, tan cercana a la Argentina, y en especial,a Buenos Aires.

Todas esas noticias se agudizaron cuando arribó en septiembre de1931 al puerto de Vigo, procedente de la Argentina, el ex director de

72 La Nación, Buenos Aires, 19 de agosto de 1931.73 ANTONIO NIÑO RODRÍGUEZ, “La II República y la expansión cultural en Hispano-américa”, Hispania, vol. II/2, mayo-agosto 1992, p. 633.74 CLAUDIA HIDALGO, cit., s/p.

75 CLAUDIA HIDALGO, cit., s/p.76 AMREA, caja 34, Vigo, 8 de septiembre de 1931. Consulado de la República Argentinaen Vigo al Ministerio de Relaciones Exteriores, cit. en CLAUDIA HIDALGO.

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Crítica, que había sido clausurado en mayo. Después de la cárcel,Botana y su esposa partieron al exilio, primero rumbo a Montevideo yluego a España.77 Recibido por el diputado Rodrigo Soriano, vincula-do a la Argentina,78 Natalio Botana fue objeto de numerosos homena-jes cuando el Massilia ancló frente a las costas gallegas. Poco tardóBotana en hacer públicas sus quejas contra la situación política de laArgentina, críticas al gobierno de Uriburu a las que Soriano se suma-ría abiertamente.

El descrédito hacia el régimen militar también se difundió en Ma-drid en donde fueron exhibidas vistas cinematográficas sobre la reali-dad argentina, y los acontecimientos de los primeros días de la revolu-ción de septiembre de 1930.79 El Heraldo de Madrid publicó un artí-culo de Botana, titulado “Un dictador en la Argentina”, donde se afir-maba que de las más alejadas provincias y de los territorios llegabandiariamente a Buenos Aires centenares de presos: profesores univer-sitarios, estudiantes, políticos, periodistas, obreros, para ser alojadosen las cárceles y comisarías, en los regimientos y en los buques deguerra.

Consciente del disgusto que la actuación de Botana podía causaren el gobierno argentino, Madrid se preocupó por detener aquellosataques. El secretario de Estado, Fernando Agramonte, solicitó alembajador argentino diversos números del periódico Crítica en losque tiempo atrás se había atacado en forma violenta a España, parapublicarlos y contrarrestar así la simpatía de los lectores españoleshacia Botana.80 No obstante, el periodista rioplatense daría conferen-cias en el Ateneo de Madrid, donde era imposible impedirle que habla-ra, porque era un centro autónomo.

Por esos mismos días, el diputado Soriano en la sesión del 23 sep-tiembre de las Cortes Constituyentes se explayó sin interrupcionescon su censura al gobierno de Uriburu, exponiendo la situación socialy política de miles de españoles en la Argentina, sometidos a la “odio-sa tiranía” del general Uriburu, quien había emprendido una “cruzadaviolentísima y tiránica contra honrados españoles”. García Mansillaelevó formal queja ante el Ministerio de Estado, por lo que se consi-deró una intromisión en los asuntos internos de la Argentina.81 El pre-sidente Alcalá Zamora intentó morigerar la repercusión de los hechos,asegurándole al embajador que dado el poco interés que inspirabanlas intervenciones del diputado Soriano, nadie había otorgado mayorimportancia a sus manifestaciones y que los ministros presentes en elrecinto estaban ajenos a los dichos del orador, mientras remitió a lossecretarios de las Cortes Constituyentes una comunicación en la quese informaba carecer de noticias sobre persecuciones y tormentos aespañoles, aunque sí se sabía que en las agitaciones políticas que atra-vesaba la vida interior de la República Argentina tomaban parte mu-chos extranjeros, entre ellos algunos españoles, exponiéndose a losrigores de medidas gubernativas de diversa índole.82 Agramonte sedirigió a García Mansilla en forma privada: “En los tiempos que co-rren y dada la libertad absoluta de Prensa implantada por el nuevorégimen, no hay más remedio que resignarse a que los ‘jabalies’, comodice Ortega, vacíen sus reservas de odio y despecho. Por fortuna, lainmensa mayoría del público ya se ha acostumbrado a esas campañasy por regla general sabe descontar en cada una lo que tiene de valorpositivo y lo que, por el contrario, no responde más que a la pasiónnatural de la maldad humana”.83

El 20 de febrero de 1932, con la llegada del general Justo a lapresidencia del país, se levantaron las proscripciones y el destierro depolíticos y periodistas, regresando numerosos exiliados. La restaura-ción conservadora era un hecho en la Argentina, aunque esta vez los

77 SYLVIA SAÍTTA, Regueros de tinta. El diario Crítica en la década de 1920, BuenosAires, Sudamericana, 1998, pp. 287-8.78 Ver ALEJANDRO CATTARUZZA, “Las huellas de un diálogo. Demócratas radicales ysocialistas en España y Argentina durante el período de entreguerras”, Estudios Sociales,n. 7, 1994, pp. 38-3979 AMREA, España, caja 34, Madrid, 15 de septiembre de 1931, cit. en CLAUDIA HI-DALGO.80 AMREA, España, año 1931, caja 3030, expediente 32, San Sebastián, 11 de septiem-bre de 1931, de D. García Mansilla al Ministro de Relaciones Exteriores, cit. en CLAUDIAHIDALGO.

81 AMREA, España, caja 3030, expediente 34, Madrid, 1 de octubre de 1931, de D.García Mansilla a Ernesto Bosch, en CLAUDIA HIDALGO, cit..82 AMREA, cit., Madrid, 28 de septiembre de 1931, de Alcalá Zamora a los diputados delas Cortes Constituyentes, en CLAUDIA HIDALGO, cit..83 AMREA, particular, Madrid, 14 de octubre de 1931, de Fernando Agramonte a DanielGarcía Mansilla, en CLAUDIA HIDALGO, cit.

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atributos externos democráticos se habían preservado. En España, laselecciones celebradas en noviembre de 1933 le dieron el triunfo a lasreorganizadas fuerzas de derecha. Entonces, las variantes españolasdel fascismo que se venían gestando llevaban acoplado el concepto dehispanidad, muchas con centro en un aspecto espiritual. Escribe Lo-renzo Delgado, “[...] el cardenal Isidro Goma señalaba –con motivode su asistencia al Congreso Eucarístico de Buenos Aires– que Amé-rica era obra de España, y ésta a su vez del catolicismo”.84 En el dis-curso en el teatro Colón, Goma adhirió a la denominación que acaba-ba de proponer Maeztu en su libro recién publicado, Defensa de la

Hispanidad. A su vez, los postulados del falangismo buscarían movi-lizar a los pueblos de igual raíz, prometiéndoles vagamente un papelimportante en la política mundial.

En muchos años, poco era lo que se había podido avanzar paraestrechar los vínculos de carácter económico. Hacia 1930, se instalóen Barcelona la Cámara Argentina de Comercio que con esfuerzo ha-bía logrado conseguir, un año y medio después, la introducción demaíz y carnes congeladas para embutidos y procuró la regularidad delos servicios de las líneas transoceánicas.85 En 1932, ante la escasez deharina, España debió importar trigo del Río de la Plata, mayoritaria-mente de la Argentina, y en menor proporción del Uruguay. Sin em-bargo, un poderoso motivo de fricción lo constituirían los bloqueosde divisas decretados primero por la Argentina y en represalia, luegopor España. Dada la situación económica crítica que se atravesó porentonces, las preocupaciones argentinas estaban en defender su pesoy resolver primero las obligaciones con Gran Bretaña, su principalmercado. Aunque España intentó en vano presionar, los perjuiciosfueron grandes, sintiéndose en la transferencia de capitales –en espe-cial, desembocando en la retención de fondos de la CHADE, Compa-ñía Hispano Argentina de Electricidad, que tenía su sede social enMadrid y su administración en Barcelona–, las remesas de los emi-grantes y las trabas para las exportaciones españolas de productosalimenticios y de tejidos.

España esperó que la anunciada visita del vicepresidente Julio A.Roca, que arribaría al país como parte de su misión hacia Gran Breta-ña, ayudara a resolver la cuestión. Roca llegó en mayo de 1933 enviaje oficial a España. No obstante, el vicepresidente argentino se cui-dó de no dar a las conversaciones mantenidas con funcionarios espa-ñoles más que el tono de charlas amistosas en torno a las cuestioneseconómicas que los separaban.

En Galicia los efectos de la restricción del cambio se hicieron sentircon fuerza, debido a que el dinero que los españoles emigrados remi-tían era destinado a distintas funciones, entre ellas el sostenimiento deescuelas. Tras una recorrida por la provincia de Pontevedra el emba-jador García Mansilla constató los muchos establecimientos educati-vos que dependían del aporte económico que les enviaban desde laArgentina los gallegos: en Valle Miñor, Sandomar, Tomiño, ParadelaMeis, Bandeira, Laro, Escudero, Loño-Carbia, Rubin, Olives, Parde-marin, Lamas, Cristina de Vea, Estrada, Hijos de Arbo-Artes, Forca-rey, Moraña, Gandomar, mientras en otras localidades los residentesen Buenos Aires habían mandado el dinero para construir los edificiosde veintiuna escuelas.86

Las relaciones económicas quedaron prácticamente suspendidas –excepción hecha de un intercambio concertado por intermedio delBanco Exterior de Crédito por el que la Argentina adquirió rieles paralos ferrocarriles del Estado a cambio de maíz– haciéndose los mutuosbloqueos rigurosos. Aunque, con una balanza favorable, el gobiernode Madrid decidió en noviembre de 1933 levantar el embargo de divi-sas para la Argentina, en la espera de medidas de reciprocidad, quetardaron en llegar. Es justo decir también que la designación de unadelegación comercial española que planteara nuevos términos comer-ciales y financieros con la Argentina, se demoró hasta septiembre de1934 por las tensiones de la situación política interna. La misión pre-sidida por el ex ministro de Instrucción Pública y rector de la Univer-sidad de Granada, José Pareja Yébenes negoció en Buenos Aires conel subsecretario de Agricultura, ingeniero Carlos Brebbia y con fun-cionarios de la Cancillería, quienes el 29 de diciembre de 1934 alcan-

84 LORENZO DELGADO GÓMEZ-ESCALONILLA, Diplomacia franquista y política

cultural hacia Iberoamérica, 1939-1953, Madrid, CSIC, 1988, p. 30.85 La Nación, Buenos Aires, 5 de diciembre de 1932. 86 AMREA, España, año 1933, expediente 2, Año 1933 en CLAUDIA HIDALGO, cit..

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zaron un convenio comercial sobre el régimen de pagos entre la Ar-gentina y España, complementario del Tratado de Reconocimiento,Paz y Amistad de 1863.87 Las partes contratantes, representadas parala firma por Pareja Yébenes y Saavedra Lamas, se concedían recípro-camente el tratamiento de nación más favorecida, comprometiéndosea rebajar los derechos de una crecida cantidad de productos que laArgentina importaba de España.

1.5. El embajador García Mansilla

En 1932 el presidente Justo había renovado el nombramiento de Da-niel García Mansilla como embajador extraordinario y plenipotencia-rio acreditado ahora ante la República Española. Para 1936 eraauxiliado en sus funciones por el encargado de Negocios en Lisboa,consejero Reneé Correa Luna y en Madrid por el consejero EdgardoPérez Quesada.

García Mansilla era un fiel exponente de la vieja escuela de diplo-máticos argentinos. Descendiente de una de las familias más tradicio-nales, pasó la mayor parte de su existencia fuera de su país, represen-tándolo con la distinción de su origen, pero mostrando una facetaparcial, algo idealizada quizás, del pueblo argentino. Nació en la Le-gación argentina en París el 12 de octubre de 1866, se crió y educó enel extranjero, podría decirse que más parecía un noble español o unaristócrata francés, que un exponente del argentino medio. Hijo y nie-to de diplomáticos, demostró desde muy joven sus innatas dotes parala carrera heredada y asumida. De su cuna ha dicho Jorge GastónBlanco Villalta: “[...] Era hijo del ministro plenipotenciario Manuel R.García Aguirre, designado en 1863 primer secretario de las legacio-nes en Francia, el Reino Unido, España e Italia, ya que por razones deeconomía se confiaban varias representaciones a los mismos funcio-narios. El jefe de estas misiones era Mariano Balcarce, esposo deMercedes, hija del Libertador José de San Martín. La madre de DanielGarcía Mansilla, doña Eduarda Mansilla (Rozas) era hija de doñaAgustina Ortiz de Rozas, hermana de Juan Manuel de Rosas, casada

con el general Lucio Mansilla, héroe del combate de la Vuelta de Obli-gado”.88 Estudió Leyes en las Facultades de Derecho de París y Ren-nes y en la Escuela de Ciencias Morales y Políticas de París, peromostraría desde joven una marcada inclinación poética, heredada desu madre a la que se considera una de las primeras narradoras argen-tinas. Acompañó a sus padres en sucesivos destinos que lo llevaron aconocer Washington, Londres y Viena. A su vez, inició su carrera di-plomática como agregado civil ante la Legación de Roma.

En 1887, y cuando ya era segundo secretario de Legación, GarcíaMansilla llegó por primera vez a la tierra que representaba en el exte-rior. Fue para él todo un choque, habituado como estaba a las Corteseuropeas, a su boato y ceremoniales: “todo me parecía primitivo ydistante como cosa de Extremo Oriente”. Ya en la Argentina conocióa la no menos distinguida Adela Rodríguez Larreta. La que sería suesposa desde 1905 era hija de Carlos Rodríguez Larreta y de AgustinaMaza y Oribe, y a la vez, hermana del autor de La gloria de don

Ramiro, Enrique Larreta.

87 Ver DANIEL RIVADULLA BARRIENTOS, La “amistad irreconciliable”, cit., p. 153;CLAUDIA HIDALGO, cit., s/p.

El embajador argentino Daniel García Mansilla, en su presentación de credenciales ante el gobierno

español del general Miguel Primo de Rivera. Fuente Archivo General de la Nación

88 JORGE GASTÓN BLANCO VILLALTA-MANUELA FERNÁNDEZ DE BLANCOVILLALTA, Los diplomáticos, Buenos Aires, Editorial Acleón, 1967, pp. 25-6.

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Con diversas jerarquías, su carrera diplomática siguió por algunospaíses americanos –Chile, Perú, Ecuador, Paraguay, Brasil– y por otroseuropeos –la Santa Sede, Francia, Bélgica, Alemania, Austria– hastaser designado representante en la península ibérica.

La residencia de los García Mansilla en Madrid se constituyó ensitio predilecto de reunión para la “buena sociedad”. Ya iniciada laguerra civil declaraba el conde Romanones: “Refiriéndose a la Argen-tina, diré que sus embajadores, durante los largos años que llevan enMadrid, han logrado conquistar un lugar prominente en la sociedadde la que fue Corte, y a su casa acudía lo más alto y linajudo de laverdadera aristocracia, al propio que las personalidades de la literatu-ra, de la ciencia y de las artes, de la política y del periodismo. Al llegarla hora trágica, cuantos de estos amigos se vieron en peligro, a laembajada marcharon, recibiendo hospitalidad generosa”.89 Atraído porlas letras y las artes, García Mansilla coleccionará obras religiosasespañolas y procurará mantener la riqueza de la lengua castellana.Una de sus primeras actividades en la Madre Patria será publicar unfolleto titulado “Proyecto de asociación cultural hispanoamericana paraconservar el idioma”. El embajador estadounidense Claude G. Bowerslo describiría así: “Era un gracioso anciano de barba y cabellos blan-cos. Sus ojos eran azules y alegres, y hablaba en voz baja y melosa,frotándose las manos”.90

Llegada la República, los comentarios de García Mansilla traduci-rán un recelo, muy vigente en la década del treinta, al comunismo,señalando que bajo la etiqueta de “socialismo” se estaba infiltrando enla gestión de gobierno y en el pueblo una bolchevización creciente.Para el diplomático argentino a la revolución política iniciada en 1931,se continuaba con otra social que tenía como objetivo instaurar unestado marxista en un futuro muy próximo.91 Le alarmaba asimismo elaccionar de los grupos anarcosindicalistas en España: “Las nacioneseuropeas no comprenden que haya un Estado que tolere una organi-

zación que no pretende suplantar a un gobierno o a un régimen sinodestruir toda autoridad, toda propiedad, todo orden, hacer tabla rasade las bases y principios de la civilización. Es que el fenómeno anar-quista no se da en ninguna nación europea fuera de España. Para esasconmociones caóticas que ocurren de cuando en cuando en este país,el europeo medio no tiene más que esta expresión que condensa suextrañeza incomprendida Cosas de España”.92 El embajador no ocul-taba su inclinación: “Como decía ayer mi amigo y vecino el Conde deRomanones: De la anarquía saldrá la monarquía”.

Según la opinión del diplomático, en algunas grandes capitales es-pañolas el socialismo se había infiltrado entre las clases medias, comouna nueva conquista que compensaba la pérdida del caudal que repre-sentaban los obreros que desilusionados al cabo de dos años de polí-tica socialista se inclinaban por organizaciones más extremistas. Paracontrarrestar tal situación y garantizar un genuino orden republicano,García Mansilla veía como necesaria la unión de todas las derechas.En 1935, el embajador argentino anunciaba: “Hay la conciencia deque si no se logra establecer la tranquilidad de los espíritus y suavizarasperezas, entrará España en un funesto período pasional”.93

1.6. El triunfo del Frente Popular. Preparativos para los asilos

El 16 de febrero de 1936 triunfó el Frente Popular en las eleccionesespañolas. García Mansilla relataba: “Preciso será consignar las re-cientes manifestaciones de júbilo que se han realizado en Madrid y enotras varias capitales con motivo del resultado electoral. Y es a esterespecto que conviene destacar la gran profusión de banderas e insig-nias comunistas en todos los mítines y manifestaciones. Puede afir-marse que ellas fueron más numerosas que las republicanas”.94

Desde entonces, el embajador argentino informará puntualmente asu Cancillería sobre la profusión de desmanes y atentados que se su-

89 “El Tucumán”, La Nación, Buenos Aires, 3 de junio de 1937.90 CLAUDE G. BOWERS, Misión en España. En el umbral de la II Guerra Mundial,México, Grijalbo, 1955, p. 299.91 AMREA, España, caja 3173, año 1932, expediente 21, Madrid, 24 de enero de 1933,reservada, en CLAUDIA HIDALGO, cit..

92 AMREA, España, año 1933, caja 3295/6, expediente 1, reservada n. 602, Madrid, 16de diciembre de 1933, de D. García Mansilla a C. Saavedra Lamas, en CLAUDIA HI-DALGO, cit..93 AMREA, España, 1935, caja 3524, expediente 1, reservada n. 95, Madrid, 12 de abrilde 1935, de García Mansilla a Saavedra Lamas, en CLAUDIA HIDALGO, cit..94 AMREA, España, año 1936, caja 3649, expediente 1, reservada n. 64, Madrid, 7 demarzo de 1936. García Mansilla a Saavedra Lamas, en CLAUDIA HIDALGO, cit..

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Capítulo II

La Argentina y el iniciode la guerra Civil Española

2.1. El alzamiento militar español

Aunque los meses transcurridos desde las elecciones que dieron eltriunfo a la coalición de las fuerzas de izquierda, presagiaban un des-enlace violento, llegado el caluroso mes de julio los españoles pudien-tes y algunos extranjeros comenzaron a preparar sus vacaciones,eligiendo para ello alguno de los sitios de veraneo de la península. ElCuerpo Diplomático acreditado en Madrid, siguiendo una antiguacostumbre que se remontaba a la época de la reina María Cristina, setrasladaba a la elegante ciudad de San Sebastián en los meses estiva-les. El gobierno español consagró definitivamente tal práctica, cuan-do creó el Ministerio de Jornada en la capital donostiarra, adquiriendocon ese objeto una propiedad. En ella se instalaban oficinas especia-les. El propio ministro de Estado, acompañado de numerosos funcio-narios de la Cancillería, y de empleados, también se trasladaban. Estacircunstancia hacia necesaria la presencia allí de los jefes de misión.

El 13 de julio el embajador argentino telegrafiaba a Buenos Airesanunciando su traslado a San Sebastián. La embajada de Madrid que-daba en manos del consejero Edgardo Pérez Quesada. El matrimonioGarcía Mansilla se alojó en el pequeño pueblo de Zarauz, en una resi-dencia veraniega alquilada al efecto, conocida como la “Casa Azul deAyala”. El cónsul Alberto Castro Gache, a su vez, atendía la Cancille-ría de la embajada argentina, en San Sebastián.

Pero un tremendo padecimiento para España estaba en marcha. El17 de julio una parte del ejército español logró hacer confluir sobre síla mayoría de las conspiraciones que se tramaban contra la Repúblicay el rechazo que la derecha y las fuerzas tradicionales sentían por el

cedían, vividos como el preanuncio de una guerra civil. España creíahaber conocido aquellos enfrentamientos en el siglo XIX.

El embajador García Mansilla ostentaba en 1936 el cargo de deca-no del Cuerpo Diplomático acreditado ante el gobierno republicano,en razón de ser el funcionario más antiguo de su grado entre los repre-sentantes extranjeros. Estaba entonces frisando los setenta años.

A principios de abril, García Mansilla propuso una reunión de di-plomáticos extranjeros para tratar la peligrosa situación que se estabagestando, convocando a los embajadores de Alemania e Inglaterra, ya los ministros de Suecia y Holanda. En la reunión los concurrentessolicitaron un resumen del pensamiento argentino sobre la doctrinadel derecho de asilo. El rumbo que tomaban los acontecimientos pre-ocupaba: “El embajador de Alemania se mostró francamente pesimis-ta y teme por su parte actos de violencia de los anarquistas nacionalesy 300 alemanes residentes en Madrid que amenazan con quemar suembajada que está bajo custodia de las fuerzas de policía. Agregó quehay en Barcelona 4.000 judíos alemanes expulsados que son los prin-cipales agitadores comunistas. El Nuncio se inhibió completamente yen caso de necesidad se asilará en la Embajada de Inglaterra”.95

Los representantes consulares argentinos enviaron a la embajadade Madrid diferentes informes sobre la situación política reinante en elresto de España. El relato de los hechos, confirmaba el temor que seprodujera un violento choque entre los dos bandos antagónicos enque se había dividido la sociedad española.96

95 AMREA, España, año 1936, cit., Madrid, 3 de abril de 1936, de García Mansilla aSaavedra Lamas., en CLAUDIA HIDALGO, cit..96 AMREA, cit., confidencial n. 94, Madrid, 21 de abril de 1936, de García Mansilla aSaavedra Lamas., en CLAUDIA HIDALGO, cit...

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Frente Popular, produciendo así el golpe militar que originó la GuerraCivil Española. El alzamiento se inició en el seno del ejército estacio-nado en el Marruecos español, siendo secundado dentro de las cua-renta y ocho horas por las demás guarniciones de la península que sesublevaron y las comandancias militares de Canarias y Baleares.

La decisión del presidente de la República Española, Manuel Aza-ña, y de su gobierno de oponerse al alzamiento, con fuerzas leales ycon otras que fueron improvisándose al ritmo de los acontecimientos,al igual que la incapacidad de los militares sublevados por apoderarseíntegramente del poder, impidieron una solución inmediata del con-flicto. Ninguno de los contendientes logró imponerse al otro, y ningu-no cedió en sus propósitos iniciales. Por ello, ya para el 21 de julio ellevantamiento había desembocado en un estado de guerra civil.

El gobierno de la República retuvo los órganos centrales de la Ad-ministración y los ministerios, la mayoría de las fuerzas de seguridad yde orden público, la capital, las ciudades más pobladas, las costasnorte y mediterránea, contando además con el respaldo de las centra-les obreras. Los militares sublevados que no demoraron en emprenderacciones ofensivas convirtiendo pronto a España en un inmenso fren-te de batalla, anunciaron el 23 en Burgos la creación de una Junta deDefensa Nacional, actuando como gobierno provisional.97

En todas aquellas ciudades en las que el alzamiento faccioso fraca-só, los elementos radicalizados de la izquierda española intentaronimponer su propia revolución. Por doquier se formaron comités decontrol, constituidos por miembros de los partidos del Frente Populary también por anarquistas, que sustituyeron o parangonaron los órga-nos normales de la administración estatal. La figura militar fue suplan-tada en la España Republicana por la del miliciano armado, defensorde las clases trabajadoras, convencido de estar cumpliendo una fun-ción de salvaguarda de su tierra, en peligro de ser fagocitada por elfascismo internacional. Afirma el historiador Rafael Abella: “[...] elque estuviera al comienzo en inferioridad de condiciones, había evita-do el fracaso total gracias a la rápida ayuda extranjera. La mediación

era ya impensable, porque la sangre que se derramaba en la represión,en vez de ser punto de reflexión frente al horror, era mecanismo quealimentaba el infernal círculo de las represalias”.98

El 18 de julio, el jefe de la guarnición de San Sebastián, coronelLeón Carrasco, mantenía sus fuerzas acuarteladas. A pesar de simpa-tizar con los sublevados, no se decidía a adoptar una postura activa yse mantuvo expectante. Mientras tanto, el gobierno civil procedió arepartir armas entre las improvisadas milicias obreras. El Partido Na-cionalista Vasco se pronunció por la República. Y así la pasividad delejército, permitió que los partidarios del Frente Popular se fueran adue-ñando desordenadamente de la ciudad.

El general Emilio Mola, ante la indecisión de la guarnición de Lo-yola, que parecía esperar fuerzas de socorro desde Pamplona, nom-bró jefe de la sublevación al teniente coronel Vallespín. Carrasco, algomás tarde, terminó por actuar, haciendo penetrar a sus soldados en laciudad el día 22. La lucha fue tremenda, pero el triunfo favoreció a lamayor convicción de los republicanos. Carrasco sería fusilado el 28de julio, cuando el último reducto rebelde cayó luego del asedio delcuartel de Loyola. Refiere Casanova, fechando el asesinato de Ca-rrasco el día 29: “un día después, de madrugada, un grupo de milicia-nos se trasladó a la prisión provincial donde asesinaron 53 personas,41 de las cuales eran militares”.99

La uniformidad republicana en la costa cantábrica representaba unasuperioridad potencial en el norte español y aseguraba una vital co-municación terrestre con Francia. Pero la amenaza de una invasióndesde las provincias de Álava y Navarra, dominadas por los subleva-dos, produjo inquietud y zozobra en San Sebastián. En ambas provin-cias se desató una sistemática represión contra dirigentes, e inclusosimpatizantes, socialistas y anarquistas. Los camiones de las organi-zaciones más radicalizadas del Frente Popular recorrerían las zonasobreras de San Sebastián convocando a los trabajadores en defensade la República, y así, al igual que en gran parte de España, la violen-

97 JAVIER TUSELL, Franco en la guerra civil. Una biografía política, Barcelona,Tusquets, 1992, p. 35.

98 RAFAEL ABELLO BERMEJO, “El tránsito de la sublevación a la guerra civil”, Revis-

ta de Occidente, n. 65, 1986, pp. 74-75.99 JULIÁN CASANOVA, “Rebelión y revolución”, en SANTOS JULIÁ, Víctimas de la

Guerra Civil, cit., p. 69.

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cia estalló con furia contra todos aquellos que parecían poner en peli-gro la existencia misma de la República. Afloraron los antiguos resen-timientos, los años de privaciones de una gran parte del pueblo espa-ñol quisieron cobrarse sus desgracias en todos aquellos que usaransombreros y calzaran cualquier otra cosa que no fueran alpargatas.Un periódico donostiarra publica el 27 de julio un provocativo edito-rial: “La ciudad no es tan grande como para que los enemigos puedanemboscarse fácilmente”.100 Las persecuciones no se harían esperar.

El embajador argentino, a tenor de lo publicado aquella mañanadel 18 de julio en la tapa de los diarios, y posiblemente en conocimien-to de las noticias irradiadas en Madrid por la Unión Radio y RadioEspaña, comunicó a su Ministerio de Relaciones Exteriores los rumo-res que aseguraban el comienzo de un alzamiento militar. Hasta el 27de julio no se recibieron más noticias directas de García Mansilla. Elloresultaba comprensible desde que la sublevación en San Sebastián fuede lenta resolución y la resistencia facciosa se organizó en lugaresneurálgicos de la ciudad, como lo eran la Comandancia Militar, elCasino y el Hotel María Cristina.

2.2. Los primeros asilos101 diplomáticos de la Guerra Civil

El embajador argentino no tenía otra opción para comunicarse con sugobierno que hacerlo a través de buques de guerra británicos. El 27de julio, la Cancillería recibió de su embajada en Londres, a cargo deldoctor Malbrán, un telegrama de García Mansilla, radiado a través delAlmirantazgo inglés, en donde éste daba cuenta de su difícil situación:incomunicado en su residencia de Zarauz, había abierto su casa a asi-lados españoles. Efectivamente, el 24 de julio García Mansilla, po-niendo en práctica el asilo diplomático durante la Guerra Civil Española,dio refugio en el domicilio que hacía las veces de embajada, al primerasilado, Pedro M. Ansoátegui, quien sería seguido luego por empre-sarios de la zona, políticos de derecha y miembros de la nobleza que

circunstancialmente veraneaban cerca del diplomático argentino ybuscaron de inmediato su amparo.

Al principio, sin tener cabal conocimiento de la gravedad del peli-gro en que se encontraban los asilados españoles, el gobierno argenti-no gestionó la salida de García Mansilla del territorio español. Paraello se valió de las cordiales relaciones del embajador en París, TomásAlberto Le Breton, con los funcionarios del Quai d’ Orsay. Fue asíque el embajador francés en España, M. Jean Herbette instó a GarcíaMansilla a embarcarse en un buque de guerra francés, pero éste senegó, aduciendo que debía proteger a sus asilados.

El petit hotel que hacía de residencia del embajador argentinoestaba ubicado en una zona residencial no lejana a San Sebastián,lugar de veraneo preferido por industriales y aristócratas españo-les. Desbordadas las legítimas autoridades luego del triunfo de lasfuerzas republicanas, las milicias populares recorrían las calles enbusca de facciosos, de gente sindicada como de derechas y tam-bién de rehenes que, eventualmente, pudieran ser utilizados pararealizar canjes de prisioneros. Se trataba de partidas de jóvenes,que en algunos casos no sobrepasaban los veinticinco años y sedesplazaban armados, cuya misión asumida a fondo, era “aniquilaral fascismo, a la reacción, allí donde estén o aparenten surgir”.Resultaba evidente y comprensible que la zona elegante de Zarauzfuera centro de suspicacias y blanco preferido de las delaciones ylas consiguientes pesquisas de los milicianos.

Los que buscaron refugio en la residencia del embajador argentino,fueron los propios vecinos. La esposa de Honorio Maura, que se hos-pedaba en una casa contigua, ante el riesgo de correr la misma suerteque su marido, el cual fuera llevado como rehén a Bilbao, halló ampa-ro en el hogar de los García Mansilla. El caso no ofrecía mayoresdificultades pues se trataba de una mujer de nacionalidad argentina,de soltera Pieres. Pero la señora de Maura trajo consigo a sus cincohijos españoles. Además, a los ojos de la mayoría, se trataba sólo deuna noble que ostentaba el título de duquesa de Aliaga. También obtu-vieron asilo otros vecinos de Zarauz, un hermano de Pedro Ansoáte-gui, la marquesa de la Romana y Pedro Caro, marqués de Sobroso.Eran, en todo caso, familias amigas, y algunas de ellas, hasta parientes

100 Citado en “La República se quita la corbata”, en Crónica de la Guerra Española,Buenos Aires, Editorial Codex, 1966, p. 331.101 Para el tema en general resulta necesario consultar a JAVIER RUBIO, Asilos y canjes

durante la guerra civil española, Barcelona, Planeta, 1979. Más recientemente A. M.MORAL RONCAL, El asilo diplomático en la guerra civil española, Madrid, EditorialActas, 2001.

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lejanas de los García Mansilla que, sorprendidas por los sucesos, bus-caron protección en la casa del diplomático.

El 31 de julio se refugiaron también allí don Cándido Arocena y unhijo suyo, dueños de una importante fábrica de la zona. Aquel, unavez liberado, relataría así aquellos días: “Los primeros días de la revo-lución, sin darme cuenta de la gravedad de la situación, seguimos ha-ciendo la vida ordinaria hasta que una mañana, al volver de misa conmi hijo José María, supe, por una confidencia, que me esperaban encasa las milicias rojas, por haberlo exigido los obreros de mi fábrica.Invocando entonces la nacionalidad argentina de mi esposa, nacidaFlorentina América Echevarría, natural de San Lorenzo, Santa Fe,busqué refugio en la embajada argentina donde los esposos GarcíaMansilla nos recibieron a mi y a mi hijo José María, con los brazosabiertos. Desgraciadamente, mi mujer y mis otros tres hijos no pudie-ron venir y quedaron detenidos en casa”.102

Estas presencias fueron detectadas por los milicianos. El 1 de agosto,una delegación del Frente Popular de Zarauz se presentó ante la CasaAzul de Ayala conminando al embajador argentino a que entregase asus asilados, en particular a los Arocena. García Mansilla se negó deplano. El día 3 la situación se volvió a repetir, pero con mayor grave-dad, pues las milicias amenazaron con tomar por asalto la residencia,utilizando para ello bombas incendiarias. El cónsul de Austria, vecinode los García Mansilla, se apresuró a buscar el auxilio del Ayunta-miento. Los nacionalistas vascos, integrantes del gobierno local, sehicieron presentes evitando la tragedia y facilitando al embajador ar-gentino una comunicación con el gobernador civil de Guipúzcoa, Je-sús Artola, a fin de obtener protección para su residencia. Este acce-dió, enviando una custodia compuesta de veinte hombres, entre mi-queletes, carabineros y guardias civiles. Sin embargo, la posición delembajador argentino no mejoró en mucho, pues junto con la guardia civil,se instalaron en las inmediaciones los propios milicianos de Zarauz.

García Mansilla tenía sus movimientos muy restringidos, ante eltemor de que su ausencia de la residencia diera ánimos a los milicia-

nos para asaltarla. Su cuenta bancaria en Zarauz había sido inmovili-zada y por ello telegrafiaría a Buenos Aires diciendo que tanto él comosus refugiados “prácticamente están viviendo del crédito y de los aho-rros de los criados”.103

Las amenazantes circunstancias que se vivían en la región movie-ron a los demás representantes diplomáticos a hacer abandono de lamisma. La embajada inglesa, que no había recibido asilados españo-les, abandonó San Sebastián con los dos barcos de guerra británicosque estaban fondeados en el puerto. El día de la partida, 4 de agosto,García Mansilla recibió formal invitación de dicha representación parainstalarse junto a ella en la frontera francesa, muy cerca de Irún. Inclu-so se le ofreció trasladar a toda su familia y demás empleados, peromanifestándole expresamente que debía abstenerse de embarcar a nin-gún asilado español. García Mansilla no pudo aceptar el ofrecimiento,aunque sí lo hicieron algunos de sus allegados, como su sobrina, lacondesa Pallavicini con sus hijos. Ésta, al llegar a tierra francesa, secomunicaría con la embajada argentina en París para insistir en la difí-cil circunstancia por la que estaba atravesando el embajador en razónde estar amparando a algunos españoles. Le Breton gestionó enton-ces su evacuación en buques franceses, sin éxito pues García Mansillapersistía en su decisión de llevar consigo a los refugiados.

El 5 de agosto García Mansilla logró telegrafiar a su canciller paraexponerle la gravedad de su situación: “Como no es imposible quelleguen a los extremos, pues el Alcalde en presencia de Castro Gacheacaba de decirme que no responde de un asalto a la Embajada y quecarezco de toda protección ruego a V.E. solicite por Berlín que eltorpedero alemán Albatros, actualmente en Bilbao, venga de estaciónal puerto vecino de Guetaria, a fin de proteger esta Embajada hastatanto pueda resolver satisfactoriamente el problema de mis asilados”.104

El embajador García Mansilla no había hecho más que aplicar elderecho de asilo sustentado de antaño por la mayoría de los paíseslatinoamericanos, aún cuando se tratara de una residencia veraniegaocupada de manera temporaria por el diplomático. El canciller Saave-

102 “Don Cándido Arocena relata su trágica reclusión en la Embajada de la Argentina”, La

Nación, Buenos Aires, 12 de agosto de 1936.

103 AMREA, España, División Política, Guerra Civil Española. Política interna, caja 1, expe-diente 1, legajo 1, Zarauz, 3 de agosto de 1936, de García Mansilla a Saavedra Lamas.104 AMREA, cit., Zarauz, 5 de agosto de 1936, de García Mansilla a Saavedra Lamas.

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dra Lamas dejaría sentado el pensamiento internacional del país, enuna comunicación a su embajador, al telegrafiarle: “lo estimulo y feli-cito por su patriotismo para continuar manteniendo con altura y ener-gía nuestra representación especialmente en lo que concierne al asiloprestado a sus refugiados, que este gobierno considera inviolable yestá dispuesto a no permitir que sea burlado”. Y terminaba advirtién-dole: “[...] no debe abandonarlos en ninguna circunstancia por estaren juego el honor nacional en el asilo acordado y que responde a underecho consagrado especialmente en América”.105

A tenor de los hechos que se sucedían en Zarauz, Saavedra Lamasconvocó a su despacho al embajador español en Buenos Aires, Enri-que Díez-Canedo, para hacerle entrega de un memorando en el que sereseñaba la difícil situación por la que atravesaba su embajador enEspaña: el secuestro de los depósitos, que constituían los sueldos yemolumentos que habían sido girados por el gobierno argentino, laimposibilidad de comunicarse telegráficamente o por corresponden-cia, sin que esos despachos fueran violados, la amenaza que constituíapara la seguridad personal del embajador y su familia la residencia ensu casa de españoles que eran perseguidos por causas políticas. Portodo ello, el gobierno argentino esperaba del español una informaciónconcreta sobre las garantías que podía brindarle a su representacióndiplomática. El texto de dicho memorando fue también telegrafiado alencargado de Negocios de la Argentina en Madrid, Pérez Quesada,con el objeto de presentarlo ante el ministro de Estado Augusto Bar-cia, para que pudiera solicitar que, tanto el embajador como su familiay asilados, contaran con las debidas garantías, ya fuera en la sede deZarauz como en el desplazamiento hacia la frontera marítima o terres-tre más próxima, haciendo hincapié en que García Mansilla tenía ins-trucciones del gobierno argentino de no abandonar bajo ningún con-cepto a dichos asilados.

Pasados los momentos iniciales de la contienda, y al irse delinean-do la política de no intervención, los países europeos y los EstadosUnidos cuidaron de no interferir en asuntos que podrían llegar a serconsiderados como una injerencia en las cuestiones internas españo-

las. Fue así como la ayuda pres-tada sin discriminaciones por losbuques de guerra extranjeros,paulatinamente se fue restrin-giendo solo a los connacionales.

El gobierno alemán, no de-masiado preocupado por predis-ponerse en contra del español,aceptó transportar al embajadorargentino y a todos sus refugia-dos de Zarauz. Berlín se lo hizosaber al embajador Eduardo La-bougle, recientemente designa-do, comunicándoselo también alcomandante del Albatros, almi-rante van Manheim. No obstan-te, aún aceptada la ayuda alema-na, la Cancillería argentina tomócon prudencia esta colaboración:“[...] No acepte V.E. desembarco marinería alemana [...] Interesa evi-tar intervención potencias que puedan provocar un conflicto de vastasproporciones”.106

Mientras tanto, no cesaban las presiones contra la Casa Azul. Losdías 7 y 8, miembros del Comité Popular que gobernaba Zarauz sepresentaron reclamando la entrega de los asilados Arocena. Lo hicie-ron acompañados por el diputado nacionalista vasco Juan AntonioIrazusta. El cónsul Castro Gache los recibió, explicándoles a los po-cos que quisieran oír sus argumentos, los principios del derecho deasilo que amparaban a aquellos españoles.

La mañana del 9 de agosto, Pérez Quesada volvió a entrevistarsecon el ministro Barcia para reiterarle la preocupación sobre la seguri-dad del embajador argentino. Éste, accediendo al pedido, se dispuso atomar las medidas necesarias para solucionar de una vez por todas elincidente. Para ello se comunicó telefónicamente con el embajador

105 AMREA, Guerra Civil Española, caja 1, cit., Buenos Aires, 5 de agosto de 1936, deSaavedra Lamas a García Mansilla.

El ministro de Relaciones Exteriores de la

Argentina, doctor Carlos Saavedra Lamas, en

1936. Fuente Archivo General de la Nación

106 AMREA, cit., Buenos Aires, 7 de agosto de 1936, de Saavedra Lamas a García Mansilla.

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español en París, Álvaro de Albornoz, con el objeto que éste transmi-tiera sus estrictas órdenes a las autoridades de San Sebastián, debidoa que era muy difícil comunicarse desde Madrid en forma directa.Según informó Pérez Quesada, Barcia ordenó “[...] que el embajadorGarcía Mansilla y sus asilados sean protegidos y puestos en la fronte-ra cueste lo que cueste”.107

El día 8 el torpedero alemán Albatros, que se hallaba fondeado enel puerto de Guetaria, había decidido abandonar la zona pues, desdeSan Sebastián, las autoridades habían manifestado no poder dar elpermiso de embarque a García Mansilla y a su grupo por no lograrsecomunicación con Madrid. Labougle insistiría ante el gobierno ale-mán para que la nave regresara a Guetaria, para ponerse a disposicióndel representante argentino, cuya liberación parecía ya inminente.

Albornoz había solicitado también la colaboración del gobierno fran-cés, quién comisionó a su embajador Jean Herbette para auxiliar aGarcía Mansilla. El diplomático francés logró conferenciar con el go-bernador civil de San Sebastián para solucionar la situación de GarcíaMansilla. El traslado por tierra de los asilados era peligroso, aun exis-tiendo una orden de liberación librada por el propio gobierno de Ma-drid, pues las rutas estaban patrulladas por las milicias populares y elembajador argentino y su comitiva carecían de una custodia que losacompañara hasta la frontera. Se prefirió, por ello, realizar el rescatea través del navío alemán.

El lunes 10 de agosto el Albatros arribó nuevamente al puerto,distante cinco kilómetros de Zarauz. Herbette y García Mansilla dis-pusieron que el traslado de los refugiados se realizara en dos etapas.Los primeros en abandonar la Casa Azul de Ayala fueron los Arocena,embarcando esa tarde. El Ayuntamiento proveyó los automóviles parael traslado de los mismos y de quienes los acompañaron hasta el puer-to, entre ellos el matrimonio García Mansilla. El Albatros puso proa aPortugalete, Bilbao, donde los Arocena fueron transbordados al va-por Bellona, para llegar a Bayona a mediados del día siguiente.

El 13 de agosto, con la nave alemana de vuelta de Guetaria, seembarcaron los restantes asilados de la embajada, el personal que tra-

bajaba allí y la esposa de García Mansilla. En el mismo viaje fuerontransportadas además ciento veinte personas de otras nacionalidades.

Cumplida su misión, Daniel García Mansilla, en compañía del em-bajador sueco, el ministro Wirsén, se dirigieron a Irún por carretera,con el objeto de cruzar la frontera e instalarse en territorio francés,como ya lo habían hecho otras representaciones diplomáticas. El tra-yecto era peligroso, y así lo relataría Wirsén: “Aparecieron de repentetras nuestra caravana, compuesta de cinco automóviles, cuatro avio-nes del partido militar y comenzaron nuestra persecución. Cuandoestuvieron sobre nosotros nos tiraron cuatro bombas que explotaroncerca de nuestros automóviles. Felizmente teníamos en ese momentoun túnel ante nosotros, y allí nos resguardamos hasta que los avioneshubieran desaparecido. Pocos minutos después de reiniciada nuestramarcha fuimos tiroteados en las cercanías de San Sebastián por ame-tralladoras levantadas en las posiciones nacionalistas”.108

Al fin, la comitiva logró cruzar la frontera. Entre las localidades deHendaya y San Juan de Luz se encontraban, además de García Mansi-lla y Herbette, los embajadores de los Estados Unidos Claude Bowers,el británico sir Henry Chilton, Robert Evans, belga y Orazio Pedrazzi,italiano, y los ministros de Checoeslovaquia, China, Colombia, Fin-landia, Holanda, Irlanda, Noruega, Polonia, Rumania, Suecia, Vene-zuela y Egipto.

El 25 de agosto el embajador García Mansilla alquiló una villa enCiboure, donde fue abierta la representación diplomática. La embaja-da argentina en España se había instalado, pues, en territorio francés.

2.3. Los residentes argentinos

Los numerosos residentes argentinos en España, al igual que muchosespañoles y la opinión internacional, esperaron que la asonada militarterminara inevitablemente con el rápido triunfo de uno de los dos ban-dos. No todos previeron una sangría que habría de durar casi tresaños. Pero al ir pasando los días y desarrollarse en toda su virulencialas acciones bélicas y la represión, los extranjeros comenzaron a recu-rrir a sus embajadas y consulados.

107 AMREA, cit, 9 de agosto de 1936. 108 AMREA, cit., del Consulado General en Copenhague a la Cancillería argentina, s/f.

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Los argentinos, que no se consideraban forasteros en España, ha-bían mantenido un contacto casi nulo con sus representaciones diplo-máticas. El cónsul general en Barcelona, doctor Jorge Blanco Villalta,en declaraciones al periodista José Gabriel, enviado por el diario ar-gentino Crítica, le diría: “[...] señalándome risueño la cola de genteque se le enroscaba por todas las dependencias del consulado: ‘Cuan-do vine aquí, dí una recepción para la colonia argentina en Barcelona,asistieron veinte a la fiesta; me dije: menos mal, tendré poco trabajo; yahora amigo, salen argentinos de debajo de todas las piedras”.109 Elperiodista, declarado simpatizante de la República, agregaba sobre laacción que desplegaría el diplomático en el decurso de la contienda:“[...] si se le ha acercado un hombre con miedo, y ha podido salvarlo,sea fascista o leal, lo ha salvado”. Aquel Consulado General, cito en lacalle Valencia 308, producida la ruptura de relaciones de Alemania eItalia con la República Española, se responsabilizó por la seguridadde sus ciudadanos. Blanco Villalta se ocupó del despacho de la docu-mentación a ellos relativa y de embarcarlos en buques mercantes eu-ropeos desde la capital catalana. Hasta fines de 1936 el Consuladologró el permiso de salida para ciento veintisiete alemanes y cincuentaitalianos. El embajador Labougle transmitió a Buenos Aires el agrade-cimiento del gobierno de Alemania por la forma “dignísima de aplau-so y valiente”110 en que actuó el cónsul Blanco Villalta. Los peligrosno fueron pocos para los diplomáticos argentinos que se veían obliga-dos, en ocasiones, a acompañar personalmente a muchos súbditos queeran embarcados, para evitar las violencias y resentimientos de queeran objeto en virtud de la actitud adoptada por sus gobiernos. Ade-más, la condición de puerto marítimo de esta ciudad y su cercanía conla frontera francesa hicieron de ella punto preferido de los argentinosde las zonas aledañas que, al compás de los avances nacionales, bus-caron la manera de evacuar la península. Su permanencia en la ciudadcondal no duró demasiado, siendo trasladado a otro destino, por lasprevenciones que su protección a personas en peligro despertó entrelas autoridades republicanas locales.

La embajada argentina en Madrid ubicada en el Paseo de la Caste-llana 42, con Pérez Quesada al frente, mantenía sus oficinas abiertastodos los días. Con un personal reducido al mínimo, pues “en juliotodo el que era alguien (y muchos que no lo eran) estaba de vera-neo”,111 ayudado por su esposa Celia Lynch y sus hijos, el consejerocomenzó su labor de amparo a los argentinos. Como primeras medi-das se proveyeron brazaletes con los colores nacionales, sellados ygarantizados con la firma del encargado de Negocios, y se expidieroncertificados para las casas habitadas por argentinos, buscando evitarasí las revisaciones o las requisas domiciliarias de policías y milicia-nos. Para ello se había logrado la garantía por parte de las autoridadesespañolas de que los argentinos y sus hogares serían respetados.

Pérez Quesada sólo podía comunicarse con el exterior, casi única-mente con Lisboa, a través de un teléfono que estaba sometido a cen-sura por parte del gobierno. Las comunicaciones telegráficas y posta-les con Madrid estaban interrumpidas. A la par la clave para establecercontacto con el Ministerio de Relaciones Exteriores argentino, estabaen poder de García Mansilla. El tema de las dificultades financieras,no sólo de los argentinos atrapados en la contienda española, sinotambién de los representantes diplomáticos y consulares se presentódesde un primer momento en extremo grave. Como era de esperar entamaña convulsión, las cuentas bancarias de las entidades financierasespañolas fueron intervenidas por el gobierno de Madrid, por ello ladisponibilidad de dinero de la embajada era mínima. Ante la imposibi-lidad que los bancos internacionales con sucursales en Buenos Airesgirasen fondos con destino a España, la Cancillería argentina autorizóa sus representantes diplomáticos a arbitrar los medios para proveer ala solución de los problemas más urgentes, girando contra el Ministe-rio de Relaciones Exteriores. El Poder Ejecutivo Nacional dictó el 7de agosto un decreto en acuerdo general de ministros por el cual seabría un crédito de 200.000 pesos moneda nacional a la Cancillería,destinado a sufragar los gastos extraordinarios que demandase la pro-tección, evacuación y traslado fuera de las fronteras españolas de los

109 JOSÉ GABRIEL, España en la cruz (Viaje de un cronista a la guerra), Santiago deChile, Ediciones Ercilia, 1937, p. 234.110 Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto. Memorias ... 1936-1937, cit., p. 95.

111 JOSÉ ANTONIO MATESANZ, “La dinámica del exilio”, en El exilio español en

México. 1939-1982, México, Salvat-Fondo de Cultura Económica, 1982, p. 167.

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argentinos que carecieran de recursos propios. Estos fondos tambiénse aplicarían a auxiliar a las personas que eventualmente se hallasenbajo la protección argentina en suelo español.

El avance de las fuerzas marítimas y terrestres sublevadas contra elnorte republicano español produjo una situación peligrosa para loshabitantes civiles de dichas regiones. Muchos residentes y turistas ar-gentinos abandonaron la zona por sus propios medios, por lo generalen buques mercantes que los trasladaron a Francia. Algunos otros,que fueron alcanzados por la guerra en ciudades de Vizcaya, donde lasublevación fue sofocada con gran violencia, fueron auxiliados porbuques de guerra europeos. Así, el crucero británico Verity condujo el24 de julio a trescientos pasajeros, entre ellos doce argentinos –lasfamilias González Uriburu, Morea y de la Arena–, que veraneaban enSan Sebastián, hasta la localidad francesa de San Juan de Luz.

No pocos de los residentes argentinos en Gijón, Santander y Bil-bao se inclinaron, ante la magnitud de las acciones bélicas, por el aban-dono de sus lugares de residencia, buscando para ello el amparo desus representaciones. Los cónsules argentinos de la zona lograron parasus conciudadanos que buques de guerra franceses, ingleses y alema-nes accedieran a trasladar a los evacuados. El gobierno de BuenosAires, por su parte, hizo gestiones ante sus similares de los EstadosUnidos y de Alemania, para que naves de esas nacionalidades recogie-ran a refugiados argentinos. El secretario de Estado norteamericano,Cordell Hull, frente al requerimiento hecho ante la embajada estado-unidense en la capital rioplatense, accedió expresamente al pedido.Por su parte, Labougle, obtuvo el acuerdo necesario para que buquesmercantes alemanes socorrieran a evacuados argentinos. La últimasemana de julio, cuarenta argentinos que se habían refugiado en elConsulado de Gijón fueron trasladados a territorio francés por el cru-cero alemán Koeln, así como también otro contingente fue evacuadopor el buque de guerra británico Comet.

Le Breton, ex ministro de Agricultura durante la presidencia deAlvear, y su consejero, doctor Roberto Gache, frente a las dificulta-des de comunicación en que se hallaban las sedes argentinas en Espa-ña, advirtiendo la urgencia de las necesidades planteadas, también to-maron diversas disposiciones para aliviarlas. Gache se entrevistó con

el ministro de Relaciones Exteriores de Francia Ivon Delbos y con elde Marina Gasnier du Parc, para pedirles que los buques de guerrafranceses embarcasen a los argentinos que desearan abandonar Espa-ña. Además, para atender a los numerosos argentinos que cruzaban lafrontera hispano-francesa, se procedió al traslado de funcionarios con-sulares a la Legación de Bayona, única de la zona, con el objeto dereforzar el movimiento administrativo y agilizar los trámites.

Los más importantes puertos mediterráneos españoles, que queda-ron en su totalidad fieles al gobierno republicano de Madrid, se cons-tituyeron en los más favorables para realizarse desde allí el abandonode España. Al principio, Barcelona y Valencia fueron el paso tomadopor la colonia argentina que presurosa abandonaba el país rumbo aMarsella o a Génova. El 3 de agosto partió de Madrid un contingentede argentinos, en el que estaban los integrantes de la compañía dedramas encabezada por Paulina Singerman, que había trabajado en lacapital durante varios meses. El grupo se embarcó en Valencia rumboa México.

Pero Alicante, situada en una pequeña bahía abierta hacia el sur,poco a poco se fue convirtiendo en el puerto elegido no sólo por losrefugiados extranjeros y los diplomáticos, sino por el mismo gobiernode Madrid, para que desde allí se efectuará la evacuación de la pobla-ción que abandonaba la zona centro-sur de España. Ya el 15 de agos-to, una expedición de argentinos procedentes de Madrid, organizadapor la embajada, se embarcó a bordo del vapor Baden en el puertoalicantino. Se trataba de un contingente de 128 personas que se diri-gieron a Génova. Otros 25, pertenecientes al mismo grupo, se distri-buyeron entre las plazas disponibles de buques surtos en Alicante.Hasta fines del mes de agosto, un total de 350 argentinos evacuadosabandonaron España por el puerto mediterráneo.

Las intensas relaciones hispano-argentinas estaban anudadas fuer-temente con lazos familiares. Existía gran cantidad de matrimoniosentre argentinos y españoles, muchos inmigrantes golondrinas habíanregresado a la península con hijos nacidos durante su permanencia entierras del Plata; otros, después de trabajar por largos años en el Platahabían vuelto a su país natal dejando en la Argentina amigos que nolos olvidaban. Estallada la contienda, no quedó en la Argentina espa-

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cio para la indiferencia y muchos se movilizaron por sus seres queri-dos. Cualquier medio era bueno con el fin de requerir noticias y pro-tección para ellos, y así se realizaron un sinnúmero de gestiones frentea la Cancillería, o ante funcionarios de todo orden, nacionales, pro-vinciales y navales, que obligaron incluso a la confección de gráficosen los que se consignaban los nombres de las personas a ubicar, susúltimas direcciones conocidas en España y el grado de parentesco orelación que los unían con quién por ellos se interesaba. Diplomáticosy luego marinos argentinos recibieron los numerosos encargos paraaveriguar por el paradero de algún allegado y eventualmente lograr suevacuación.

La familiaridad del nombre de la Argentina en tierra española de-terminó que sus representaciones diplomáticas y consulares fueranpara muchos de los únicos lugares amigos adonde podía encontrarseuna autoridad lo suficientemente respetada en aquellas graves circuns-tancias como para poder encarar el abandono de España. Sin embar-go, la situación no era nada sencilla, más cuando distintos conceptosjurídicos parecían chocar con la realidad que se presentaba. Para lalegislación argentina, la mujer que ostentaba la nacionalidad y que secasaba con un extranjero no perdía su ciudadanía, de modo que podíaviajar con su pasaporte argentino. Las personas que en esta condiciónse presentaban al Consulado, lógicamente no querían separarse de sufamilia, esposo e hijos que a menudo eran españoles. Pero, por otraparte, los hijos menores podían ser incluidos en el pasaporte de sumadre, si ella así lo solicitaba. Las autoridades españolas también po-dían negarse a visar ese pasaporte alegando, con derecho, en virtuddel jus sangüinis, que esos menores eran españoles en razón de lanacionalidad del padre.

Una cuestión que de ser debatida en profundidad hubiera llevado alargas negociaciones debió ser resuelta de modo práctico, y así searbitraron dos soluciones: sí por algún motivo las personas tuvierandificultades al pretender abandonar el país, se procedía a asilar a losmenores e incluso al cónyuge en la embajada argentina, para oportu-namente hacerlos salir del territorio, y para el caso de que las autorida-des se mostraran más complacientes se ideó el pasaporte colectivo, docu-mento de emergencia que era válido únicamente para que el grupo fami-

liar se dirigiera a una nación limítrofe o cercana a España donde le seríacanjeado por las autoridades consulares argentinas del lugar.

Otra cuestión que también pudo ser resuelta con el asilo o con lospasaportes colectivos, era el de los hijos de españoles nacidos en laArgentina. No era posible evacuar a menores solos y dejarlos sin elcuidado de sus padres en tierra extraña, por ello: “Aquí se hacía ladefensa de la novedosa teoría jurídica de que los hijos de españolesnacidos en Argentina, además de ser argentinos amparaban con sunacionalidad a sus padres españoles, para llevarlos con ellos a la Ar-gentina”.112

2.4. La embajada argentina en Madrid

La embajada argentina en Madrid fue sorprendida por el alzamientocon un plantel de funcionarios notablemente reducido, que sin embar-go debió multiplicarse para atender, primero, las reclamaciones y pe-didos de los argentinos y, casi paralelamente, el asilo de españoles. Larepresentación diplomática contaba en julio de 1936 con dos agrega-dos civiles, Ricardo Penard Fernández y Julio López Lacarrere. Deinmediato fueron incorporados para colaborar con el doctor PérezQuesada, el ingeniero Miguel F. Mugica –que sería el único en perma-necer hasta el fin de la guerra–113, José María Jardón Torroba y Euge-nio Pepes. El Consulado argentino en Madrid, por su parte, estaba acargo del cónsul Ricardo Spangemberg Seguí y del canciller Juan P.Heligon, teniendo sus oficinas en la calle Montesquinza número 14.

112 ADRIÁN C. ESCOBAR, Diálogo íntimo con España. Memorias de un embajador

durante la tempestad europea, Buenos aires, Club de Lectores, 1950, p. 320.113 Miguel Mugica, hijo del ministro de Agricultura Adolfo Mugica y hermano de otroministro del gabinete de Frondizi, cumplió una misión de gran importancia en las eva-cuaciones de asilos, permaneciendo en Madrid después de la guerra. Estaba casado conuna mujer española y ocupaba un alto cargo en la Compañía Telefónica, cuando se vioinjustamente involucrado en una conspiración anti-franquista y puesto en prisión. Elembajador argentino Adrián Escobar, luego de haberse cerciorado de que trataba de unequívoco, realizó la reclamación ante el ministro Serrano Suñer: “[…] el ministro res-pondió diciéndome: Pero el detenido es el señor Miguel Mujica (sic), quien conozco? Sies él estoy seguro de lo que el señor embajador dice porque el señor Mujica es la personaque durante la guerra civil ha salvado a mi mujer y a mis hijos, evacuándolos desde laembajada argentina al buque Tucumán”. Mugica fue liberado y posteriormente desagra-viado y condecorado, en ADRIÁN C. ESCOBAR, cit., p. 240.

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Un servicio permanente de atención fue dispuesto por Pérez Que-sada, a la par que se buscaba la manera de proteger efectivamente aquienes solicitaban amparo. Como hemos señalado, tres innovacionesfueron introducidas por los diplomáticos argentinos: los brazaletes deidentificación con el escudo argentino; la impresión de declaracionesrefrendadas por el gobierno que se colocaban en las puertas de lasresidencias de argentinos y los pasaportes colectivos, que con el con-sentimiento oficial, tenían la virtud de documentar familias enterascon el solo pasaporte de un miembro de la familia –y que de paso fueusado para ocultar o amparar a los miembros españoles de la familia.

Los primeros días de la guerra fueron de una actividad incesante:Pérez Quesada, acompañado en general por López Lacarrere y másadelante por Jardón, realizaron visitas casi diarias al Ministerio deEstado y al de Marina y Aire. Entonces el tema prioritario fue la situa-ción de García Mansilla en el norte de España, gestiones que conclu-

yeron cuando el 16 de agosto,Pérez Quesada y el agregadoLópez Lacarrere visitaron al mi-nistro Barcia para agradecerle laforma en que se atendieron lospedidos de la embajada argenti-na acerca de la situación de sutitular.

Los diplomáticos argentinosse ocuparon de autorizar los sal-voconductos, de comprar los pa-sajes para los argentinos y las másveces, acompañar al contingentede viajeros hasta la estación detrenes, ayudarlos a llevar el equi-paje y asegurarse que partían asalvo. Se recorrían periódicamen-te las cárceles para verificar sihabía argentinos presos. Tambiéndebieron hacer arriesgados viajesen automóviles para recoger a

ciudadanos argentinos y también a españoles que estaban en parajesalejados o en situaciones difíciles. Para ello, los coches de la embajadaargentina circulaban con la bandera celeste y blanca y con visiblescarteles pegados en las ventanillas que decían “Embajada Argentina”,“Coche Oficial”, “Cuerpo Diplomático”.

A pesar del ambiente de consternación ciudadana que se vivía enMadrid, donde no faltaron persecuciones, fusilamientos sumarios yfalta de garantías, el encargado de Negocios podía desempeñar susfunciones con libertad, expresando que: “No se nos ha molestado,habiéndosenos respetado siempre. Yo viajo en mi propio automóvilsin ningún inconveniente, lo que comprueba mi aserción. Aunque seme ha detenido en las calles, como a los demás, de vez en cuando,siempre se me ha tratado cortésmente”.114

Si con los primeros días de la guerra habían comenzado a refugiar-se algunos argentinos temerosos en la embajada, el 31 de julio PérezQuesada había telegrafiado a Saavedra Lamas desde Madrid: “Muyurgente. Ciudadano español solicita asilo embajada argentina”. A par-tir del 3 de agosto, ante la dificultad que comenzaba a ofrecer la orga-nización de los contingentes a evacuar fuera de España, se dispuso, ensituaciones de real apuro, el albergue colectivo transitorio de algunosargentinos, administración de alojamiento que al principio había que-dado a cargo de López Lacarrere.

Para mayor seguridad de los súbditos argentinos que no podían seralojados en dependencias diplomáticas, se extremó la entrega de bra-zaletes identificatorios, habiéndose llegado hasta el día 19 de agosto arepartirse setecientos en Madrid. En tanto, Pérez Quesada intentabala salida, a cada día más dificultosa, de los argentinos que habían des-oído las advertencias de abandonar la capital, y que más tarde pugna-ron por alejarse de la guerra. Las mismas, siguieron realizándose poralgún tiempo, en tren hacia puertos del Levante, en donde se procedíaa embarcarlos en vapores de distintas banderas.

Cuando Pérez Quesada se vio ante la imperativa obligación deamparar bajo la bandera argentina cientos de españoles bien pronto se

Edgardo Pérez Quesada, encargado de Negocios

argentino en Madrid durante la Guerra Civil

Española, en el transcurso de un agasajo que se

ofreció a su regreso a Buenos Aires, en 1937.

Fuente Archivo General de la Nación

114 “No fueron molestados en Madrid los diplomáticos extranjeros”, La Nación, BuenosAires, 16 de agosto de 1936.

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comprendió que el palacete del Paseo de la Castellana le sería escasopara alojar a los “huéspedes”. Así, fueron paulatinamente inaugura-dos como anexos a la embajada, la contigua Cancillería situada en elPaseo de la Castellana, 40, tres pisos –departamentos– de la calleFrancisco Giner 21, domicilio de Pérez Quesada, dos pisos en la casade López Lacarrere de la calle Serrano y el petit-hotel de la familiaJardón Torroba en Núñez de Balboa 55.

En agosto no pasaban de veinte los asilados, pero en enero de1937 superaban los cuatrocientos, y a pesar de que estaban biendistribuidos, la mayoría de los refugiados vivían en la sede princi-pal de la embajada argentina. Ello motivó que Pérez Quesada de-biera imponer un régimen, si no cuartelero, por lo menos rígido: laincomunicación con el exterior debía ser total –a excepción de al-gunos aparatos de radio que mantenían informados a los asilados–; cada uno era responsable de la limpieza de sus propias ropas yplatos –al igual que muchos eran encargados de lavar y barrer pa-tios y asear habitaciones en un intento por dar ocupación a sushoras–; para realizar la higiene diaria debía hacerse rigurosa colaante baños y cocinas –se habían habilitado varias– ; todo se habíaconvertido en dormitorios, desde los sótanos hasta las oficinas y loscolchones debían ser arrollados diariamente para dejar más espaciolibre. Los asilados que llegaban debían hacerlo, en lo posible provis-tos de una colchoneta y mantas, como también de los utensilios parasu aseo individual. Al principio cada persona –aunque algunas fueranexceptuadas de ello– aportaba en concepto de pensión diaria, aproxi-madamente cinco pesetas, que eran recogidas por un refugiado habi-litado para ello y con el importe se pasaban a retirar los “vales” paraproveerse de carnes, papas y huevos que ofrecía el Ayuntamientomadrileño. A ello se sumaban los envíos de provisiones que llegarondesde Francia, a través de la embajada argentina en París. El encarga-do de la organización del abastecimiento dentro de la embajada y quienllevaba el peso de su administración, era el agregado Pepes, sobrecuya actuación ya haremos algunas precisiones. Pérez Quesada nom-braría al periodista Francisco Casares como jefe de los asilados, paraque le sirviera como nexo con los demás refugiados, y a fin de quefuera el responsable de disciplina interna del local.

No debió lamentarse la enfermedad grave o el fallecimiento de nin-guna persona, pero sí se realizó un matrimonio –del cual fue testigo elmatrimonio Pérez Quesada- y se verificaron dos nacimientos. Entreellos, el del hijo del periodista Rosón: “Buenos Aires, Ezequiel Paz,La Prensa. Manuel Rosón ruégame transmitir siguiente cable: Expe-rimentando extraordinario honor ver nació hijo argentino atendiendoamables sugerencias encargado de negocios de Argentina, Pérez Que-sada, deseo ratificar incondicional adhesión La Prensa honrándomeofrecer matrimonio Paz padrinazgo neófito. Embajada Argentina”.115

Hubo algunos intentos, que nunca pasaron de tales de ejercer vio-lencia contra la embajada por la presencia en ella de personas que noeran bien vistas por los milicianos. La guardia oficial asignada a lasede, sus empleados y la segura cuanto enérgica presencia de PérezQuesada, impidieron incidentes de trascendencia.

La apertura de las puertas de la embajada argentina para asilar aespañoles no tenía como perspectiva inmediata su posibilidad de aban-donarla sin peligro. Pérez Quesada, responsable de evacuar a quienesbuscaron refugio bajo la bandera argentina, se referiría con sinceridada la aplicación del derecho de asilo en la guerra civil, desde su poste-rior destino en Lisboa en enero de 1939: “Es indudable que si la apli-cación del derecho de asilo hubiera tenido que ajustarse a las normasconvencionales que rigen la materia, apenas habría podido lograrseuna interpretación práctica, pues el gobierno español no se hallabasujeto a ninguna clase de compromisos derivados de los congresos yasambleas generadoras del derecho de asilo, a los que España nuncaconcurrió”.116

Pérez Quesada debió también suplantar a García Mansilla en otrasactividades. Durante los tres años anteriores a la guerra no se habíancelebrado reuniones formales del Cuerpo Diplomático en Madrid, peroel cruento devenir que se vivía, movió a los representantes extranjerosa revitalizar esos encuentros. En razón de que el decano de dichocuerpo, García Mansilla, se hallaba en el norte español, y que sólohabían quedado en Madrid los embajadores de la Unión Soviética –

115 AC, de Barrera a Casari, Alicante, s/f.116 EDGARDO PÉREZ QUESADA, “El derecho de asilo y la guerra civil española”, La

Prensa, Buenos Aires, enero de 1939.

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que llegó a la capital luego de estallado el conflicto–, Brasil, Chile,México, Bolivia, República Dominicana, Panamá, Perú, Turquía yUruguay, mientras que las restantes representaciones estaban en ma-nos de encargados de Negocios, secretarios o consejeros de embaja-da, el embajador chileno Aurelio Núñez Morgado asumió ad interim

el decanato del Cuerpo Diplomático. El agregado comercial de laLegación en Rumania fue designado como secretario general y Fran-cisco Navarro, funcionario de la representación mexicana, como se-cretario de actas.

Las reuniones comenzaron por la mañana del 24 de julio, en la sedechilena de la calle Prado 26. El objeto de las mismas era la adopciónconjunta de medidas que tendieran a la defensa de las personas e inte-reses extranjeros en España, asistiendo a ellas todos los representan-tes diplomáticos a cargo de las embajadas en Madrid. En un principioy ante el cúmulo de temas a tratar, las reuniones tenían lugar dosveces por día. En ellas se daban cuenta, con el objeto de paliar susconsecuencias o prevenirlos, de los asaltos de negocios, los robos deautomóviles o los atropellos cometidos contra personas extranjeras.

En la sesión del 28 de julio, el Cuerpo Diplomático se abocó a laorganización de un viaje en tren que saliera para Valencia, con el finde que los extranjeros que así lo quisieran pudieran embarcarse en lospuertos mediterráneos y abandonar el país.

En la sesión del 4 de agosto, el tema del asilo de los españoles sehizo presente. Algunos diplomáticos allí presentes opinaron que elgobierno español haría cuanto estuviere a su alcance para amparar lavida de todas las personas, aún de aquellas que fueran sospechosas desimpatizar con el alzamiento, y que para ello la autoridad arbitraría losmedios de defensa normales utilizados en los países civilizados; consi-deraban, entonces, que las misiones no podían prestarse a asilar a po-tenciales enemigos del gobierno. Sin embargo, existían situacionesque no se podían revertir y era que ya algunos representantes extran-jeros habían asilado españoles. El decano reivindicó en la ocasión elderecho de asilo como atributo de los diplomáticos, postura que fuerespaldada por sus colegas sudamericanos. El embajador Núñez Mor-gado afirmaba: “En caso de que no se acepte el derecho de ‘refugio’ nisiquiera de ‘asilo’ no habría otra cosa que hacer que ausentarse de

Madrid, porque todos los hechos relatados y quién sabe cuantos másque ignoramos significan que se carece de gobierno y, en tales cir-cunstancias, permanecer impasibles, limitándose a enviar notas trasnotas, sin resultado práctico alguno nos coloca en el triste papel deespectadores de la más tremenda tragedia o de cómplice por silenciode aquellos crímenes”.117

Sin embargo, entre los diplomáticos se dejaron oír voces que hicie-ron notar que tal práctica estaba en desuso en Europa. Pérez Quesadaafirmó entonces que la Argentina se atendría en la materia a lo dis-puesto en el Tratado de Montevideo de 1889.

Según la doctrina jurídica entonces vigente, el asilo podía conce-derse a aquellas personas que, ya fuese por las autoridades legales opor las muchedumbres, sintieran que peligraba su vida, su libertad osu seguridad personal a causa de motivos o delitos políticos. La insti-tución había alcanzado su apogeo en Hispanoamérica hasta el puntode haber sido objeto de reglamentaciones que obligaban jurídicamen-te. Así, la Conferencia Sudamericana sobre Derecho InternacionalPrivado reunida en Montevideo en 1889 había firmado, entre otrosvarios tratados, el que contenía en su título II, artículos del 15 al 18,las reglas sobre el asilo tanto exterior y territorial como interno enlegaciones y buques de guerra. En 1928 se produjo otro documentode importancia cuando la Conferencia Panamericana, reunida en Cuba,adoptó un convenio sobre asilo. Para allanar algunas imperfeccionesque se habían observado en su aplicación, un documento complemen-tario fue suscripto en Montevideo en 1933, introduciendo algunasreformas. A pesar de que la Argentina tuvo activa participación en lasreuniones de La Habana –Saavedra Lamas integró la Comisión Inter-nacional de Jurisconsultos Americanos que redactó el proyecto basede la Convención, reunida en Río de Janeiro en 1927– y de Montevi-deo, ambos tratados no habían sido ratificados por el Poder Legislati-vo, siendo el tratado de 1889 el único al que estaba sujeta.

Los países adscriptos a la doctrina pidieron, no obstante, el reco-nocimiento de la misma por España, pues ésta tenía una tradición ju-rídica que había servido muchas veces de punto de origen para el

117 AURELIO NÚÑEZ MORGADO, Los sucesos de España vistos por un diplomático,Buenos Aires, Talleres Gráficos Argentinos L.J. Rosso, 1941, p. 202.

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desarrollo de las jurisprudencias sudamericanas. Sus representantes,actuando en territorio americano, supieron incorporarse a esa doctri-na dándole una aplicación práctica, lo que parecía conceder ciertoderecho a los representantes de las repúblicas americanas acreditadasen España para exigir la reciprocidad.

El único obstáculo no lo constituía el del reconocimiento de unprincipio no convenido, sino que la dificultad surgía cuando se tratabade hacerlo efectivo, por la imposibilidad de identificar las modalida-des del asilo practicado en España, con el reglamentado en la legisla-ción vigente entre los mismos países hispanoamericanos. Por un lado,no se trataba específicamente de refugiados por delitos políticos, sinode simples individuos que por el apellido con que habían nacido, porsu posición social o por razones de índole privada, pero muchas vecesindependientes de toda filiación partidista, acudían a las embajadas enbusca de amparo, no dando la mayoría de ellos motivo que justifica-ran plenamente la persecución. Las estadías de los asilados se prolon-garían en la mayoría de los casos por muchos meses. Además, losdiplomáticos retardaron sistemáticamente la formalidad de dar la listacon los nombres de los asilados al Ministerio de Estado, hasta el mo-mento en que se tenía la certeza de haber conseguido las garantíasnecesarias para la evacuación. En cuanto al desembarco de los refu-giados, por lo general, tendría por escenario el puerto francés máscercano, y no un país no limítrofe como se había previsto en los trata-dos. Sin embargo, se trataba de una práctica que en sí misma resultabadifícil ceñir a normas estrictas, por la conmoción en que se producía.

El gobierno español consintió la particular interpretación de la doc-trina que la situación de la guerra civil produjo, extendiendo la inmu-nidad a los coches diplomáticos por el solo hecho de llevar una insig-nia que acreditara su pertenencia a las representaciones extranjeras.Aceptó también la conversión de las viviendas privadas de los funcio-narios diplomáticos en anexos de las embajadas, a las que se extendíala excepción de la extraterritorialidad, en la misma forma que se hacíaa locales improvisados en otras ciudades, donde los asilados espera-rían el momento del embarco definitivo.

Los asesinatos de dos ciudadanos argentinos, Felipe Jorge Linaje yMiguel Lázaro Costa, ocurridos en las calles madrileñas, produjeron

la conmoción del Cuerpo Diplomático. Ambos llevaban brazaletes iden-tificatorios y documentos que probaban su condición de extranjeros,aunque se trataba de personas que residían desde hacía tiempo enEspaña por lo que era dable pensar que hubiesen adoptado una posi-ción política susceptible de hacerlos víctimas de un atentado. A pesarde que la amenaza de dejar sin representaciones diplomáticas extran-jeras al gobierno de la República surtió efecto en varias oportunida-des, para flexibilizar la postura de éste con respecto a los asilados,ante estos crímenes el representante argentino no adoptó ninguna pre-sión extrema, siguiendo órdenes expresas de su canciller, que de for-ma terminante le había recomendado, en un telegrama retransmitidodesde Lisboa: “Personalmente y para su carrera diplomática, comple-tando su activa gestión, le conviene quedarse hasta último momento,mientras queden argentinos en situación aflictiva, procediendo comoun capitán que sólo abandona el buque después de salvar a todos lospasajeros”.118

Las instrucciones de Saavedra Lamas estaban destinadas a no de-jar en desamparo a ningún argentino, aunque se extendían al respetode la posición internacional asumida. La violación de la correspon-dencia diplomática y el posterior allanamiento de algunas legacionesirían tornando inseguro el desempeño de los representantes extranje-ros. El ministro Barcia invitó al embajador chileno a tratar los temasque preocupaban a sus colegas, y al “respecto, dentro de la mayorcordialidad le ofreció repetidas veces que el afán mayor del gobiernoes tener satisfecho al Cuerpo Diplomático”.119 La reunión se concretóen la última semana de agosto y con ella se alejó la posibilidad quetuviera lugar la partida de los diplomáticos, comprometiéndose elgobierno a ofrecer garantías para el desempeño de sus funciones.

2.5. La convocatoria a la Armada Argentina: el crucero 25 de Mayo

El contacto estrecho que la Argentina y España habían mantenido a lolargo de los años se hizo patente cuando estalló la guerra civil. En esesentido afirma Enrique Pereira, “[...] no había gran distancia temporal

118 AMREA, cit., Tomo II, Buenos Aires, 24 de agosto de 1936, de Saavedra Lamas aCorrea Luna.119 NÚÑEZ MORGADO, cit., p. 205.

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entre el inevitable abuelo español y sus nietos. La Argentina era comouna enorme proyección de España y en Buenos Aires solamente, vi-vían más gallegos que en Santiago de Compostela”.120

García Mansilla estaba atrapado en el norte de España, en la difíciltarea de salvaguardar españoles perseguidos a los que había dado asi-lo. Pérez Quesada estaba trabajando casi en soledad para atender a la

numerosa colonia argentina en Madrid, al igual que los cónsules dediversas ciudades procuraban sus prontos embarques. El ConsuladoGeneral de Barcelona haría saber a la Cancillería su situación, en untelegrama en el que se requería una presencia más efectiva del país:“Argentinos residentes en Barcelona, alarmadísimos, algunos partie-ron para Italia, Francia, otros esperan embarque, situación muchosapurada falta medios para salir España, solicitan repatrío inmediatosemejanza otras naciones que envían buques a recoger a sus conna-cionales [...] Solicito a V.E., por el momento, salvo mejor resolución,gestionar que consulados inglés, americano, francés, italiano den am-plia hospitalidad ciudadanos argentinos en sus buques para evacuar-los Marsella, Génova, otras colonias partieron”.121

La dependencia de los numerosos súbditos y representantes argen-tinos de la buena voluntad de otros países, y sobre todo, la afligidasituación por la que atravesaba García Mansilla en Zarauz, fueron losdeterminantes de la decisión del gobierno del general Agustín Justo deenviar a España un buque de la Armada nacional. Se pensó que lasituación del embajador argentino se prolongaría lo bastante comopara poder permitir la llegada de la nave a Zarauz, pero no fue así ylos acontecimientos se desenvolvieron con más precipitación.

El 5 de agosto el presidente Justo dispuso el envío de un barco enrespaldo de sus representantes diplomáticos en España. El cruceroARA 25 de Mayo,122 que estaba comandado por el capitán de navíoMiguel A. Ferreyra –que lo era desde el mes de diciembre de 1935–fue la nave designada. Se trataba de una moderna unidad construidapara la Marina argentina en Livorno, Italia, botada el 11 de agosto de1929. Su eslora era de 170 metros y la manga –fuerza de la coraza– de17 metros.123 El crucero tenía el penoso privilegio de haber servido de

120 ENRIQUE PEREIRA, “La guerra civil española en la Argentina”, Todo es Historia,julio de 1976, n. 110. Sobre los trabajos que han tratado el tema de la Argentina y la GuerraCivil Española conviene hacer una recapitulación. Tras el artículo de Pereira, aparecen loslibros de ERNESTO GOLDAR, Los argentinos y la guerra civil española, Buenos Aires,Contrapunto, 1986; MÓNICA QUIJADA, Aires de República, aires de cruzada: la guerra

civil española en Argentina, l’Hospitalet de Llobregat, Sendai ediciones, 1991; VÍCTORTRIFONE y GUSTAVO SVARZMAN, La repercusión de la Guerra Civil Española en la

Argentina (1936-1939), Buenos Aires, CEAL, 1993, y últimamente la tesis doctoral deSILVINA MONTENEGRO, La Guerra Civil Española y la política argentina, Madrid,2002. Memoria presentada para optar al grado de doctor, Universidad Complutense deMadrid, Facultad de Geografía e Historia, Departamento de Historia de América I. Ade-más, abordaron la cuestión de los asilos, los trabajos de JOE ROBERT JUÁREZ, “Argentineneutrality, mediation and asylum during the spanish civil war”, The Americas, vol. XIX, n.4, 1963; el ya citado de MARK FALCOFF- FREDERICK PIKE, en 1982; BEATRIZ J.FIGALLO, La Argentina ante la Guerra Civil Española (Defensa y Aplicación del Dere-

cho de Asilo), Tesis de Licenciatura, Instituto de Historia, Facultad de Derecho y CienciasSociales de Rosario, Pontificia Universidad Católica Argentina, 1984, y BEATRIZ J.FIGALLO, “Participación de la Armada Argentina durante la Guerra Civil Española”, Re-

vista de Historia Naval, Año III, núm. 10, 1985. De la obra de MÓNICA QUIJADA, Aires

de República, aires de cruzada, cit., a quien agradezco la utilización de mi tesis de licen-ciatura inédita que tuviera el gusto de facilitarle en una de mis estancias de trabajo en laque coincidimos en el Archivo del Palacio de Santa Cruz en 1986, volcada en uno de loscapítulos de su libro, cfr. pp. 37-56, retoman el tratamiento del derecho de asilo, LEONARDOSENKMAN, Argentina, la Segunda Guerra Mundial y los refugiados indeseables. 1933-

1945, Buenos Aires, GEL, 1991, pp. 225-6 y 232 y DORA SCHWARZSTEIN, Entre Fran-

co y Perón. Memoria e identidad del exilio republicano español en Argentina, Barcelona,Editorial, 2001, p. 52 y ss. y p. 232. Publicada nuestra tesis de licenciatura, BEATRIZ J.FIGALLO, La Argentina ante la Guerra Civil Española. El asilo diplomático y el asilo

naval, Rosario, Instituto de Historia, Facultad de Derecho y Ciencias Sociales (PUCA),1996, continúo difundiéndose el tema de los asilos concedidos por la Argentina en la Repú-blica Española a través de las obras de RICARDO E. IRURZUN, “Crucero 25 de Mayo:

proa al Mediterráneo ... 8 de agosto de 1936”, Buenos Aires, Ediciones Teoría, 1994;GUILLERMO J. MONTENEGRO, “Operaciones navales humanitarias argentinas en laGuerra Civil Española”, Peacekeeping, 1815 to today - Commission canadienne d’histoire

militaire, Québec, 1995; JUAN ARCHIBALDO LANÚS, Aquel apogeo. Política interna-

cional argentina. 1910-1939, Buenos Aires, Emecé, 2001, capítulo IX, y DANIELMUCHNIK, Gallo rojo, gallo negro. Los intereses en juego en la Guerra Civil española,Buenos Aires, Norma, 2004, capítulo 5. Lo importante es que todos estos trabajos, y elpresente libro, permiten hacer conocer a las sociedades argentinas y españolas aconteci-mientos que forman parte de sus historias, y por tanto de su herencia.

121 AMREA, cit., tomo I, Barcelona, 28 de julio de 1936, de Blanco Villalta a SaavedraLamas.122 Sobre el desempeño de la Armada ASrgentina en España, ver el pionero testimonio deCLARA CAMPOAMOR y FEDERICO FERNÁNDEZ CASTILLEJO, Heroísmo criollo.

La Marina Argentina en el drama español, Buenos Aires, Talleres Gráficos Farretti &Gasperini, 1939 (hay reedición del Instituto de Publicaciones Navales de 1983).123 Ver PABLO E. ARGUINDEGUY, Apuntes sobre los buques de la Armada Argentina

(1810-1970), Tomo V, Buenos Aires, 1972; y ARCHIVO DE LA ARMADA (en adelanteAGA), Legajo 169, 25 de Mayo, Libro historial del buque, Buenos Aires, Talleres Gráfi-cos de la DGA, 1940, p. 1 y ss..

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fugaz lugar de detención del derrocado presidente Yrigoyen, el 16 deseptiembre de 1930.

El aprestamiento se produjo con febril actividad, tanto en lo que serefería a la dotación del buque como a las instrucciones precisas conlas que debía partir. En las últimas horas de la tarde, el embajadorespañol Díez-Canedo, concurrió a la Cancillería para entrevistarse conSaavedra Lamas, a fin de tomar conocimiento de la resolución delgobierno argentino y comunicarla al suyo. El 6, el jefe del EstadoMayor General de la Armada, contralmirante León L. Scasso, se re-

unió por la mañana con el cancillerpara aunar criterios en la preparaciónde las instrucciones que le serían en-tregadas al comandante del cruceroargentino. Al día siguiente, el capitánFerreyra recibió, por escrito, las indi-caciones de la Cancillería. Posterior-mente, se entrevistó con el ministro deMarina, capitán de navío Eleazar Vi-dela, para hacer la visita de despedidareglamentaria y recibir las órdenes per-tinentes.

Las instrucciones estaban referidasal viaje en sí y al tratamiento que sedebía dar a quienes buscaran refugioen el buque. El puerto de destino eraGuetaria, en el golfo de Vizcaya, pu-diendo modificarse según el desplaza-

miento posible de García Mansilla.Se ponía en conocimiento del capi-tán Ferreyra la situación personaldel embajador argentino, sobre todoen lo referente a su seguridad y lade sus asilados, a los que no se de-bía abandonar en ningún caso. Tam-bién era puesto al corriente de losprincipios generales del derecho deasilo, como consagrado y sosteni-do en América, haciéndose expresamención de que el mismo debía sermantenido y hecho respetar tanto enlos locales de las misiones diplomá-ticas como en los barcos de la Na-ción, que gozaban a ese efecto,como aquellas, de inmunidad.

Con respecto al tratamiento que debía dispensarse a los refugia-dos, las disposiciones eran bastante amplias. Para el caso de los ciuda-danos españoles, el comandante del 25 de Mayo debía dar aviso alembajador antes de embarcarlos y recibir sus órdenes al respecto, perotambién expresaban que “en principio dichos refugiados deben serrecibidos a bordo y esperar instrucciones del embajador”.124 A los ex-tranjeros debía prestársele todo auxilio posible, especialmente en loscasos en que cabía la reciprocidad por el socorro brindado a ciudada-nos argentinos. Los refugiados latinoamericanos debían recibir el mis-mo trato que los argentinos. Para reafirmar esta postura de solidari-dad con los países hermanos de América, el canciller Saavedra Lamasindicaba, ante un requerimiento del gobierno de Bogota: “[...] Co-lombia puede disponer de nuestro buque como si fuera propio paratodas las necesidades de sus connacionales, a cuyo efecto no tendríamás que indicarnos, en cada caso, lo que crea oportuno”.125 PérezQuesada, una vez arribado el 25 de Mayo a aguas españolas, procedió

Crucero ARA 25

de Mayo, en

Revista Naval,

1931

Capitán de navío, Miguel A. Ferreyra,

comandante del crucero 25 de Mayo.

Fuente Archivo General de la Nación

Contralmirante Eleazar Videla,

ministro de Marina de la Argentina.

Fuente Archivo General de la Nación

124 Memoria del Ministerio de Relaciones Exteriores, 1936-1937, cit., pp. 31-32.125 AMREA, cit., caja 1, tomo II, de Legación argentina en Bogotá a Cancillería. TambiénMinisterio de Relaciones Exteriores. Memoria, cit., p. 39.

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a ofrecer la asistencia del mismo a las representaciones latinoamerica-nas acreditadas en Madrid.

Las instrucciones a las que venimos haciendo referencia, aludíantambién a la situación de los puertos españoles que habían caído enmanos de los rebeldes, pero recordando que el “gobierno argentinono ha reconocido, pues, al Gobierno de Burgos, continuando sus rela-ciones normales con el Gobierno de Madrid”.

Cabe señalar que el 25 de Mayo, que desplazaba en carga completa9.903 toneladas –con buque vacío 6.526– contaba con una tripula-ción de 500 hombres, entre los que se incluían conscriptos pertene-cientes a una sección del cuerpo de artillería, de costas y de marina dedesembarco. En razón del especial carácter de la misión del crucero,se reforzó la sección del cuerpo de artillería de costas que componíala dotación ordinaria, con mayores efectivos. La carga de petróleo dela nave sería completada con cerca de 2.200 toneladas, que constituíala máxima capacidad de los depósitos, habiéndose determinado loslugares en que el buque podía reabastecerse para completar siempre,en lo posible, su carga total, en previsión de las circunstancias. Tam-bién, contemplando la posibilidad de que la estancia del crucero de-biera prolongarse más allá de lo previsto originalmente, fueron carga-dos víveres para cuatro meses. La travesía estaba estimada en catorcedías. Terminado su alistamiento, poco después del amanecer del 8 deagosto, el 25 de Mayo soltó amarras de la cabecera del muelle A-B deDársena Norte, auxiliado por los remolcadores Titán y Gigante.

Al producirse la evacuación de los asilados de Zarauz y la poste-rior partida de García Mansilla a Francia, el subsecretario de Relacio-nes Exteriores argentino, Oscar Ibarra García, se dirigió al jefe de laSecretaría del Ministerio de Marina, capitán de navío Héctor Vernen-go Lima, para comunicarle la variación de dichas circunstancias confecha 14 de agosto. A pesar de que se reconocía que la situación delos núcleos de residentes argentinos en Bilbao, Santander y Gijón eraaflictiva, tanto más cuando las fuerzas revolucionarias se hallabanempeñadas en una ofensiva naval y terrestre contra esas zonas, noaconsejaba el arribo al mar Cantábrico, inclinándose más bien por lasugerencia que había hecho llegar Pérez Quesada, de dirigirse al puer-to de Alicante, elegido para el arribo de los contingentes de evacua-

dos que abandonaban Madrid. En consecuencia, el 25 de Mayo pro-cedió a rectificar su rumbo, poniendo proa al Mediterráneo.

En el amanecer del 22 de agosto el crucero argentino arribó a labahía de Alicante, en donde se encontraban ya fondeados los destruc-tores italianos Ugolini Vivaldi, alemán Moewe, francés Guepard yportugués Douro. A las pocas horas entraron a puerto el destructoringlés H-09 y el acorazado alemán Deustchland. A poco, trasladada laembajada alemana a Alicante, el imponente acorazado Admiral Graf

Spee se desplazaba por la zona.Bien pronto comenzó el 25 de Mayo su misión al entablarse comu-

nicaciones directas entre el capitán del buque y el encargado de Nego-cios Pérez Quesada. El 27 de agosto el crucero argentino zarpó en elque sería su primer viaje, luego de haber embarcado sesenta y ochopasajeros provenientes en su mayoría de las expediciones realizadaspor la embajada desde Madrid. Se trataba de treinta y siete argenti-nos, diez italianos, seis cubanos, seis alemanes, tres austriacos, uninglés y cinco españoles. De allí se dirigió a Barcelona, donde subie-ron a bordo otras cincuenta y dos personas –cuarenta y cuatro argen-tinos, un portorriqueño y siete españoles– levando anclas rumbo aGénova, donde el Consulado argentino, a cargo de Santos Goñi, pro-cedió a ubicar en vapores de línea a los argentinos que quisieron re-tornar al país.

2.6. Prescindencia y gestiones mediadoras

El ministro de Relaciones Exteriores del Uruguay, doctor José Espal-ter, dirigió una comunicación a las cancillerías de las demás nacionesamericanas para averiguar si juzgaban oportuno ofrecer su mediaciónen la guerra que dividía a España.126 Saavedra Lamas respondió que laactitud que correspondía en un conflicto de esa naturaleza era la deprescindencia y que ella sólo podía convertirse en neutralidad cuandose reconociese la beligerancia de ambas partes, desapareciendo el es-tado de insurrección que era el que existía en esos momentos. Larespuesta categórica del internacionalista abortó posteriores diligen-cias sobre el tema.

126 Cfr. JUAN CARLOS PEREIRA Y ÁNGEL CERVANTES, cit., p. 230.

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Desde Ciboure, García Mansilla también seguía con profundo inte-rés los sucesos que se desarrollaban en España. Sus vinculacionessociales con la aristocracia y con políticos de la derecha le proporcio-naban inquietantes noticias sobre los desórdenes y la represión dentrodel bando gubernamental; por ello sus gestiones pacificadoras, si bienestaban dirigidas tanto a leales como a facciosos, apuntaban directa-mente a remediar los males que había percibido con menos oculta-miento en el lado republicano. En su calidad de decano del CuerpoDiplomático residente en Francia revitalizó sus reuniones, con el ob-jeto de hacer sentir su presencia aun fuera de las fronteras españolas.

El plan de humanización de la guerra civil delineado desde Cibourefue iniciativa de García Mansilla quién invitó a los jefes de las misio-nes diplomáticas residentes cerca de la frontera para ofrecer en formaconjunta su intercesión en el conflicto. En la Villa Moskoe, donde seinstaló la sede de la embajada argentina, se manifestó el propósito de“humanizar en lo posible la guerra”, y en caso de que hubiera posibi-lidad, ofrecer una mediación.

García Mansilla, calificado como “decidido partidario de los rebel-des” por el inocultablemente prorrepublicano embajador norteameri-cano Bowers, convocó a la reunión efectuada el 24 de agosto, en laque se cambiaron impresiones sobre el encarcelamiento de rehenes ode prisioneros no combatientes, la carencia de asistencia social y mé-dica a que se hallaba sometida la población civil, y los estragos produ-cidos por los bombardeos de la aviación en las ciudades abiertas. Elobjetivo era atenuar esos males. Estuvieron presentes los embajado-res de Gran Bretaña, Francia, Italia y Bélgica y los ministros de Ho-landa, Suecia, Noruega, Checoeslovaquia y Finlandia. Todos los pre-sentes acordaron pedir instrucciones a sus respectivos gobiernos. Ladiligencia no convenció. Disgustaba el hecho de considerar a los su-blevados casi como un bando dentro de una guerra formalmente de-clarada.

Bowers, aunque se negó a avalar esas gestiones, ni siquiera con supresencia, no se privó de opinar sobre las reuniones: “La primera, laconvocada al cabo de un mes de haber comenzado las hostilidades, lofue con el declarado propósito de ofrecer la mediación. El efecto desemejante ofrecimiento en aquel momento había consistido en procla-

mar públicamente por los representantes de todas las naciones que losrebeldes y el gobierno legítimo se hallaban en un nivel común de lega-lidad. Era ciertamente un deliberado insulto contra el gobierno repu-blicano, un insulto destinado a desacreditarlo lo antes posible”.127 Enalgún sentido, coincidía con la posición de Saavedra Lamas.

A la segunda convocatoria de García Mansilla y posterior elabora-ción del telegrama que sería enviado al ministro Barcía para interme-diar en el canje de prisioneros civiles, tampoco concurrió el embaja-dor Bowers, bajo expresas indicaciones de su secretario de Estado,Hull, el cual le había telegrafiado ya el 11 de agosto imponiéndole lapolítica de no intervención que habían asumido los Estados Unidos,instrucciones que habían sido ampliadas luego llegando incluso a queno aceptara unirse a las propuestas mediadoras del embajador argen-tino. Bowers, pese a haber estado ausente, tampoco dejó de emitir sujuicio sobre esta nueva convocatoria: “Así, se propuso públicamenteanunciar que el cuerpo diplomático haría un esfuerzo movido por ‘in-terés humanitario’. Entonces, con esto grabado en la mente del público,el gobierno republicano sería requerido primero, y únicamente en caso dela aceptación de éste sería ocasión de presentarlo a los rebeldes. Puestoque el gobierno republicano indudablemente rechazaría la proposi-ción unilateral, Franco no sería molestado por un requerimiento”.128

Las cosas sucedieron efectivamente así, pero cabe la duda deque las intenciones más o menos ocultas de los diplomáticos hayasido desprestigiar al gobierno de Madrid. De hecho, García Man-silla, a pesar de su poco disimulada simpatía por los rebeldes, ha-bía demostrado y demostraría aún, una ingente preocupación porsalvar vidas humanas.

El comunicado del Cuerpo Diplomático residente en la fronterafrancesa fue enviado al ministro de Estado español y dado a conocer alos periodistas que se hallaban destacados en San Juan de Luz y ha-bían sido citados a la residencia Moskoe, con lo que el plan adquiriódifusión pública. El mismo contenía dos partes fundamentales: una serefería a los perjuicios ocasionados hasta el momento por las acciones

127 CLAUDE BOWERS, cit., p. 300.128 CLAUDE BOWERS, cit., p. 301.

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de guerra y otra hacía mención a la posible formación de una comisiónde neutrales: “Su pensamiento es el de proteger a la población civil,cuyo sufrimiento consiste sobre todo, en la encarcelación de rehenes,atentar contra los no combatientes, poner en peligro la salud públicapor la falta de medicamentos, agua y luz y las pérdidas de vidas oca-sionadas por el bombardeo de las ciudades indefensas. Confían en quese tomarán medidas para preservar los monumentos históricos y obrasde arte que reflejan las grandezas y glorias del pasado”.129

Para el cumplimiento de tal propósito se constituirían comisionesad hoc, compuestas por agregados militares, navales o aeronáuticos ypor miembros de la Cruz Roja. El diario francés Le Figaro anunciabaque los diplomáticos pensaban confiar la presidencia de esta comisiónal doctor Carlos Saavedra Lamas, que por esa fecha había emprendi-do viaje rumbo a Ginebra presidiendo la delegación argentina ante laAsamblea de la Sociedad de las Naciones.

El ministro Barcia notificó el recibo del telegrama, prometiendoque se examinarían las propuestas contenidas en el mismo y que se-rían contestadas con premura. Coincidentemente, el gobierno de JoséGiral, en atención a la actividad que desarrollaba el Cuerpo Diplomá-tico acreditado ante la República, designó al profesor Américo Castropara tener así un contacto directo con los embajadores. El profesorCastro, ex embajador de España en Berlín y personalidad intelectualreconocida en la Argentina –donde buscaría refugio en octubre de esemismo año de 1936,130 para continuar su exilio en los Estados Unidosde Norteamérica– fue investido por el gobierno de Madrid con el ca-rácter de embajador extraordinario. El 4 de septiembre Castro habíallegado ya al edificio del Consulado de España en Hendaya, donde seinstaló.

Lindando con la crisis de gabinete que haría caer al gobierno deGiral, el ministro de Estado Barcia telegrafió el día 2 desde Madrid aCiboure una respuesta negativa a las cuestiones planteadas por los

diplomáticos: “[...] este gobierno –genuina y única expresión consti-tucional del pueblo español– se limita a dominar una insurrección mi-litar creadora de esta situación dolorosa que el Gobierno desea verterminada de la manera más rápida por los medios más humanitariossin omitir ningún esfuerzo, según lo demuestran las medidas y datosque viene llevando a cabo”.131

Esos días de septiembre mostraron el impresionante éxodo que seestaba produciendo en el norte español, con rumbo a la más cercanafrontera francesa, como consecuencia de la ofensiva nacional. Losbombardeos producidos por la aviación rebelde en la ciudad de Irún,causando gran cantidad de víctimas civiles, produjeron las temidasrepresalias de los republicanos: detenidos en la ciudad comenzaron aser ejecutados. García Mansilla telegrafiaba a Buenos Aires: “Viernespasado fueron fusilados en Fuerte Guadalupe 18 rehenes entre loscuales Honorio Maura”.132

Si bien el rechazo partió del gobierno de Madrid, noticias llegadas aCiboure hacían saber que el general Mola tampoco estaba dispuesto acomprometerse a no bombardear las ciudades de Irún y San Sebastián.

La presión de las derrotas, junto con el fracaso de Giral en suintento de conseguir armas de Gran Bretaña y Francia, provocó lageneral petición de un cambio en la dirección republicana de laguerra. A ello se sumaron el incendio y posterior asalto de la Cár-cel Modelo de Madrid, que culminó el 23 de agosto con el asesina-to de prominentes personalidades que allí se hallaban detenidas, elestablecimiento de tribunales populares y la disolución de la guar-dia civil. El líder del ala izquierda del Partido Socialista ObreroEspañol y de la Unión General de Trabajadores, Francisco LargoCaballero y el sector que lo apoyaba atacaron en forma directa lainoperancia de Giral. Su órgano de prensa, Claridad, fue pieza deindudable importancia en esa campaña.133

129 “Comunicado oficial sobre la gestión de nuestro embajador”, La Prensa, Buenos Ai-res, 1 de septiembre de 1936.130 Ver ANA MARÍA BARRENECHEA Y ELIDA LOIS, “El exilio y la investigaciónlingüística en la Argentina”, Cuadernos Hispanoamericanos, 473-74, noviembre-diciembre1989.

131 Ministerio de Relaciones Exteriores. Memoria, cit., p. 54.132 AMREA, cit., Ciboure, 8 de septiembre, de García Mansilla a Saavedra Lamas.133 JULIO ARÓSTEGUI, “Los ‘componentes sociales y políticos’”, en La Guerra Civil

Española. 50 años después, Barcelona, Labor, 1985, p. 68; GERALD BRENAN, El labe-

rinto español. Antecedentes sociales y políticos de la guerra civil, Barcelona, RuedoIbérico, 1978, p. 367.

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El 4 de septiembre el presidente Manuel Azaña aceptó la dimisiónde José Giral como jefe de Gobierno y convocó a Largo Caballero,para que formase nuevo gabinete. El cambio fue acogido con entu-siasmo por parte de la España Republicana, pero otros lo veían comoel culpable de las provocaciones y revueltas que habían atemorizadotanto a las derechas empujándolas a dar un golpe militar para barrer laRepública. El político socialista logró plasmar una amplia coaliciónque incluía a gente de su partido, republicanos de izquierda, comunis-tas y representantes de Euzkadi y Cataluña, a los que luego se le uni-rían los anarquistas –extraordinaria concesión hecha por un movimientolibertario que daba verdaderas muestras de realismo.134 No obstante,el historiador Cuenca Toribio señala que salvo la excepción hecha delactivo Juan García Oliver en Justicia, la labor de los ministros anarco-sindicalistas fue reducida a un papel casi testimonial.135 Con la presi-dencia del Consejo de Ministros, Largo Caballero tomó sobre sí laresponsabilidad de la cartera de Guerra, encomendándole a los tam-bién socialistas Indalecio Prieto la de Marina y Aviación, a Julio Álva-rez del Vayo, la de Estado, y a Ángel Galarza la de Gobernación. Losobjetivos comunes estaban encaminados a llevar adelante enérgicasmedidas para lograr la reorganización del aparato estatal.

La negativa del gobierno de Giral a acceder al pedido de huma-nización de la guerra, se vería complicada por los requerimientosdel nuevo jefe del gabinete a los diplomáticos extranjeros. La mo-deración, que no había producido resultados alentadores, iba a dejarpaso a una acción mucho más decidida por parte del Ministerio deEstado español. Largo Caballero no renovó el mandato dado alembajador extraordinario Américo Castro como representante delgobierno de Madrid cerca de la frontera francesa por considerarque los diplomáticos, hallándose fuera de España, país ante el cualestaban acreditados, debían ser considerados cesantes. A la par,los exhortaba a retornar a sus puestos a Madrid. El ministro Álva-rez del Vayo comunicó el día 5 a los diplomáticos residentes allí, la

conveniencia de que todas las misiones volvieran a la capital, ofre-ciéndoles las mayores garantías.136 El agregado López Lacarrere,trasladado al crucero por esos días, transmitía a Buenos Aires lasimpresiones de Pérez Quesada, imposibilitados como estaban decomunicarse desde Madrid en forma directa con la Cancillería:“Gobierno esfuérzase retener diplomáticos”.

A pesar de su destitución como intermediario, Américo Castro, enrazón de estar tan cerca de San Juan de Luz, continuaría haciendoalgunas gestiones oficiosas. Al visitar personalmente a cada uno delos embajadores y jefes de misión, para presentarles sus saludos dedespedida antes de emprender su regreso a Madrid, Castro les comu-nicó la decisión de su gobierno de suspender las comunicaciones conlos diplomáticos que se ausentaron de España. Ello fue seguido deuna nota oficial confirmatoria del retiro de las cartas credenciales deCastro: el documento, concebido en términos protocolares pero muyfirmes, era además un emplazamiento cortés al Cuerpo Diplomáticoextranjero, hecho en la persona de su decano, para que regresase a Ma-drid. En él se reconocía la facultad de los jefes de misión de ausentarsetemporalmente del territorio de su jurisdicción, delegando sus funcio-nes, pero discutía la legitimidad de esa actitud cuando la misma reves-tía un carácter colectivo y creaba, en la misma frontera española, unaresidencia accidental del Cuerpo Diplomático, que pretendía mantenersus prerrogativas ante el país de cuya jurisdicción había desertado.

García Mansilla siguió preocupado por auxiliar a los alcanzados enel fragor de la contienda. La sede de la representación en Ciboure seconstituyó en un centro al cual acudieron numerosos españoles paragestionar por la libertad de compatriotas suyos. Los cónsules adjun-tos Castro Gache y Aquilino López fueron los encargados de cursarlas numerosas peticiones escritas y realizar las tramitaciones que exi-gía la situación.

Para interiorizarse personalmente de la situación que se vivía en lafrontera hispano-francesa, el embajador argentino en la capital fran-cesa se trasladó a San Juan de Luz, permaneciendo allí entre el 4 y el

134 HUGH THOMAS, “Los primeros meses de lucha”, en 1936-1939. La Guerra de Es-

paña, Madrid, El País, 1986, p. 61.135 JOSÉ MANUEL CUENCA TORIBIO, La Guerra Civil de 1936, Madrid, Espasa-Calpe, 1986, p. 158.

136 AMREA, cit., de comandante del 25 de Mayo a Ministerio de Marina, para Relacionesexteriores, rada de Alicante, 20 horas del 10 de septiembre de 1936.

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10 de septiembre. Posteriormente, Le Breton y García Mansilla sedirigieron a París, para recibir en el puerto de Cherburgo el día 14 alcanciller Carlos Saavedra Lamas, que llegaba en camino hacia Ginebra.

Una nueva reunión del Cuerpo Diplomático, con García Mansillade regreso, asentado en las cercanías de San Juan de Luz tuvo lugar latarde del día 19 en la residencia del embajador argentino y en ella seacordó no contestar el pedido del gobierno de Madrid. Al finalizar seemitió un comunicado que no aclaraba demasiado: “No se ha produ-cido cambio alguno y todo continua como actualmente”.137 Sin incli-narse por una rotunda y negativa respuesta los diplomáticos extranje-ros, no le reconocieron al gobierno de Madrid el derecho de darlesórdenes, pues para eso estaban las de sus respectivos países. Por otraparte, a pesar de la promesa dada por el ministro de Estado español alembajador Núñez Morgado en Madrid, y reiteradas luego por Castroen San Juan de Luz, los embajadores y jefes de misión no considera-ron que existían en España las suficientes garantías como para evitarincidentes diplomáticos.

García Mansilla se propuso entonces obtener la libertad de per-sonas que sin ser combatientes directos habían sido encarceladas.No dejando de lado sus preferencias, el embajador gestionaría tam-bién por la vida de prisioneros republicanos. Tal el caso del doctorJosé Bago, yerno del escritor navarro Francisco Grandmontagne,residente en Argentina, que solía escribir en La Prensa y La Na-

ción de Buenos Aires. García Mansilla interpuso sus buenos ofi-cios para lograr de la Junta de Burgos la libertad –o al menos evi-tar un trágico fin– para Bago, que había sido gobernador de SanSebastián y que se hallaba detenido en la prisión provincial de Pam-plona. Su empeño se dirigió, además, a salvar el mayor númeroposible de presos que, alejados en buques mercantes en el puertode Bilbao, eran rehenes prestos a ser ejecutados por los republica-nos ante cada avance de las fuerzas nacionales.

Un grupo de españoles refugiados en Francia se entrevistó conGarcía Mansilla en Ciboure para interceder por la suerte de aquellos

que habían sido tomados como rehenes y estaban custodiados, tantoen las cárceles de Madrid como en los buques anclados cerca de Bil-bao. Los refugiados pusieron en manos del diplomático una copia deun tratado de humanización de la guerra que en el año 1835 se habíapactado entre los partidarios del gobierno de Madrid y los rebeldescarlistas. El diplomático británico lord Elliot, había sido quién nego-ció el acuerdo en virtud del cual se evitaron las ejecuciones de losprisioneros de guerra y de los rehenes. En aquel entonces el gobiernode Madrid temió que dicho pacto fuera empleado para facilitar el re-conocimiento de los rebeldes como gobierno constituido –igual rece-lo privó en 1936. Por ello el tratado fue firmado por los generales deambos bandos, en lugar de hacerlo las autoridades civiles. Se rubrica-ron dos ejemplares, cambiándose el puesto de las firmas de los dosmilitares a fin de que hubiese paridad perfecta entre los dos partidos.Aquel pacto, que convenía en conservar la vida a los prisioneros deuna y otra parte, fue firmado el 27 de abril en el cuartel general deLogroño por el general en jefe del ejército de operaciones del norte,Jerónimo Valdés y el 28 de abril en el cuartel general de Eulate, porTomás Zumalacárregui. Una copia de dicho pacto sería enviado a Gi-nebra, durante el desarrollo de las sesiones de la Sociedad de las Na-ciones, y circuló ampliamente entre diplomáticos y periodistas.

Ambos grupos empeñados en la contienda no aceptaron los inten-tos mediadores de los diplomáticos, pero serían más sensibles a igua-les trámites efectuados por la Cruz Roja Internacional en Ginebra.Mediante un arreglo auspiciado por la institución, los gobiernos deMadrid y de Burgos se comprometieron a respetar las convencionesde esa organización internacional y a permitir, en forma recíproca, laevacuación de la población femenina e infantil de las zonas en peligro.El acuerdo fue logrado por el Comité Internacional de la Cruz Rojacon representantes de Largo Caballero y del general nacional Cabane-llas y con la participación de su delegado, doctor Marcel Junod. Porél, cuatro delegados de la Cruz Roja Internacional irían a Barcelona,Madrid, Burgos y Sevilla para obtener las informaciones sobre losprisioneros civiles y militares. La convención de la Cruz Roja, a lacual se remitieron tanto republicanos como nacionales, establecía lainviolabilidad de los heridos, determinando que una vez que una per-

137 “En San Juan de Luz se reunieron los diplomáticos para considerar su regreso a lacapital española”, La Prensa, Buenos Aires, 19 de septiembre de 1936.

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Capítulo III

La organización de unapolítica internacional

3.1. El terror y la huida

Los sucesos de fines de agosto y la posterior caída del gobierno deGiral harían cada vez más exigente y peligroso el desempeño de losdiplomáticos argentinos en Madrid. Por momentos, se pensó en insta-lar la embajada provisoriamente en Alicante e incluso, a bordo delcrucero 25 de Mayo, pero si en la emergencia se impartieron instruc-ciones para que todos los argentinos abandonasen la capital española,previniendo al mismo tiempo que aquellos que decidieran quedarse loharían por su cuenta y riesgo, Pérez Quesada y los agregados acredi-tados en la sede diplomática argentina se hallaban empeñados en unaserie de arriesgadas misiones humanitarias.

El 25 de Mayo había retornado de su primer viaje a Génova el 3de septiembre, luego de haber permanecido tres días en el puertoitaliano, demorando su estadía para poder realizar el aprovisiona-miento de petróleo. El buque anclado a una milla de Alicante, co-menzó a recibir a los evacuados que llegaban remitidos por la em-bajada argentina desde Madrid: los contingentes pequeños, de nomás de ocho o diez personas, eran alojados en el crucero hastatanto pudieran ser ubicados en buques de línea, “asilados númeroreducido se despachan en buques mercantes. Únicamente númerorazonable transportará este buque”.139

El 5 de septiembre una excursión de argentinos organizada porla embajada llegaría al puerto mediterráneo guiada por el agrega-

sona había sido herida cesaba de ser combatiente, debiendo ademásrespetarse a los prisioneros y las personas que atendían los serviciosde la Cruz Roja.

Junod, valorando los esfuerzos realizados en San Juan de Luz porGarcía Mansilla, se entrevistó con él y le pidió su colaboración. Lasituación era apremiante pues, ante la amenaza del general Mola debombardear Bilbao, las milicias populares aseguraban que comenza-rían a dar muerte a los rehenes prisioneros en ese puerto. Por su parte,el jefe nacional tampoco accedería a un pedido de Junod y de GarcíaMansilla de realizar un canje en masa de rehenes, consintiendo sola-mente en efectuar trueques de a uno por uno.

En Bilbao la situación fue también de tragedia: en noviembre se-rían fusilados, bajo la acusación de espionaje, los cónsules de Austriay del Paraguay.138

138 RICARDO E. IRURZUN, Crucero 25 de Mayo, cit., p. 47.

139 AMREA, cit., tomo II, del comandante del 25 de Mayo al Ministerio de Marina, abordo, 17.45 del 5 de septiembre de 1936.

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do civil José María Jardón. Como el número de refugiados eraescaso, fueron evacuados en buques ingleses que los transporta-ron a Marsella. Otro contingente arribó el 8, acompañado esta vezpor López Lacarrere, destacado al 25 de Mayo para poder enviar des-de el buque las comunicaciones que seguían siendo muy difíciles derealizar desde Madrid, sin ser censuradas. Con ellos venían algunospersonajes que estuvieron por breves días asilados en la embajadaargentina. Se trataba de la duquesa de Miranda y la condesa de Vela-yos –Isabel Figueroa–, al igual que los directores del Banco HispanoAmericano y de la Telefónica Nacional –Gumersindo Rico– pudiendotodos refugiarse en el 25 de Mayo. El 12 arribó otro grupo de veintepersonas procedentes de Madrid y acompañados esta vez por el agre-gado Eugenio Pepes, que traía además los archivos de la embajadaque fueron trasladados a Lisboa.

Finalmente, con setenta y tres refugiados, el 12 zarpó el 25 de

Mayo de Alicante rumbo a Portugal. El pasaje estaba integrado portreinta y cinco argentinos, treinta y cuatro españoles –según la lista deembarque del crucero, veintiséis personas usaron nombres ficticios,entre ellos, los ya citados Rico, Isabel Figueroa, además de María deSilva, Pilar Aspiunza de Arburua, Andrés Moreno, Félix Sánchez Ez-barriaga, Carmen Pitar, etc.– un estadounidense, un cubano y un bel-ga, como también por López Lacarrere y su ayudante, el español Ra-fael Puga.

El 25 de Mayo entró en el río Tajo y al pasar por la fortaleza deBelén la nave argentina izó la bandera portuguesa e hizo una salva deveintiún cañonazos, que contestó el Fuerte del Buen Suceso. Una vezanclado en el puerto de Lisboa, el crucero fue abierto a la visita delpúblico “quedando muchas personas maravilladas por la belleza desus líneas”.140 El mismo ministro de Marina portugués visitó la nave,cuya estadía en Portugal se prolongó hasta el día 23, cuando empren-dió el regreso a Alicante.

La proximidad ideológica de la dictadura portuguesa a los regíme-nes fascistas no dejaba espacio para muchas sorpresas: el Estado Novo

de Oliveira Salazar creía a la República Española desbordada por el

extremismo, y las relaciones atravesaban momentos muy fríos. Si lacapital portuguesa se había convertido en un centro de la conspira-ción nacional, los primeros momentos de la insurrección sirvieron paraacrecentar los servicios a la causa facciosa: una embajada paralelaneutralizaba la que dirigía Claudio Sánchez Albornoz. Además de suprotección diplomática, Salazar ofreció al Portugal como una base deoperaciones en las que no tardó en descargarse y encaminarse hacia laEspaña nacional el material bélico alemán. El periódico Claridad tomóactiva participación en la campaña que señalaba la inoperancia delhistoriador devenido en diplomático. La enemistad entre Largo Caba-llero y Sánchez Albornoz no era nueva: éste atribuía al socialista laresponsabilidad por las revueltas y provocaciones encaminadas a ha-cer la revolución proletaria. Su embajada fue ridiculizada en términosmuy duros: “[...] se ve que toda la historia con menos de cinco siglosfecha por lo menos no acaba de interesarle [...] ¿No es ya hora de queel gobierno llame a capítulo a este eterno naufrago e incurable ausentemental?”.141 Cuando parecía inminente la caída de Madrid, SánchezAlbornoz recibió sus pasaportes y debió abandonar Portugal, víctimadel “mal de España”.

En tanto los temores de la embajada argentina se veían en muchoscasos confirmados por los hechos trágicos que se iban sucediendo enMadrid. La circunstancia de poseer documentos que acreditaban sernacionales de países extranjeros no constituía por sí mismo suficientegarantía. El 15, Pérez Quesada era impuesto de la muerte violenta delos argentinos Felipe Sánchez Almando y Beatriz Victoria Sánchez.La muerte de esta mujer se conoció cuando un edicto del juez deColmenar Viejo dio cuenta de la misma en la Gaceta: “El cadáver deuna mujer joven fue encontrado el 15 de septiembre en la carretera deCaobendas, en el kilómetro 6 del término de Fuencarral. Parece deunos 20 o 25 años, estatura mediana, cabello negro, ojos pardos. Ves-tía una combinación de seda negra y azul, zapatos de charol, mediaslargas, corsé amarillo y un pequeño pañuelo con las iniciales C.E.. Laextinta llevaba un brazalete con los colores argentinos con grandes

140 “Estada en Lisboa del 25 de Mayo”, La Prensa, Buenos Aires, 16 de septiembre de 1936.

141 “Mientras nuestro embajador en Lisboa sueña en el medioevo”, en Claridad, Madrid,3 de septiembre de 1936.

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iniciales, con las letras R.A. n. 245. También un sello del directorgeneral de Seguridad de Madrid y otro sello ovalado ilegible”.142 Unavez confirmado que el brazalete pertenecía a la mujer muerta, la queestaba casada con el ciudadano español Evagrio Arnáiz Calafate, des-aparecido, los representantes diplomáticos argentinos presentaron unaprotesta ante el ministro de Estado en la que le solicitaban una inves-tigación. Realizado el registro del domicilio particular, se encontraronuna carta de la embajada argentina, con sellos de la misma, y del direc-tor general de Seguridad, informando que la casa estaba bajo protec-ción diplomática.

El 7 de septiembre, Cristóbal Colón y Carvajal, duque de Veragua,y su cuñado, el duque De la Vega, habían sido detenidos por las mili-cias populares y llevados a la “checa” del Centro socialista del sur, enla calle Velázquez 50. El ministro dominicano César Tolentino les ha-bía ofrecido asilo en su embajada y un posterior traslado a su país,pero no había tenido éxito. El Cuerpo Diplomático comenzó a gestio-nar de consuno la liberación de ambos nobles, y la mayoría de losgobiernos de los países latinoamericanos encargaron al embajadorNúñez Morgado que se dirigiera al Ministerio de Estado interesándo-se por la seguridad de los descendientes de Colón. La requisitoriadiplomática no tuvo éxito. El 14 de septiembre, en Fuencarral, cercade la carretera, fueron hallados los cadáveres de los duques de Vera-gua y De la Vega.

Si bien parecía haberse extinguido la línea directa de los descen-dientes de Cristóbal Colón, quedaban en parecido peligro los jóveneshijos del duque De la Vega, los Carvajal Colón: Ramón, Cristóbal ysus hermanas solteras. Todos ellos fueron asilados por la Argentina.Las jóvenes Carvajal fueron trasladadas de la casa paterna hasta lasede de la embajada. Posteriormente serían transportadas por el otrobuque enviado para colaborar en las tareas de evacuación de refugia-dos, el torpedero Tucumán. Ramón quedaría liberado en Bilbao, gra-cias a la intervención personal de García Mansilla como se verá másadelante y Cristóbal lo sería en Madrid por Pérez Quesada. Así lo

relataba otro asilado, Francisco Casares: “La embajada argentina tuvonoticias de la llegada a Madrid de este muchacho. Ya habían sido sal-vadas sus hermanas. Estaban en el domicilio privado del encargado denegocios [...] Pérez Quesada supo que Cristóbal Carvajal y Colón alllegar a Madrid se había refugiado en la casa de una súbdita inglesa.Allí no tenía seguridad. Se registraban los pisos, se buscaba afanosa-mente por todos los rincones carne fascista o de derechas. No hubierapodido estar allí mucho tiempo. Y una mañana Pérez Quesada y elinfatigable agregado civil a la embajada José María Jardón acudierona un pequeño cuarto de la calle de Hermosilla para recoger al descen-diente de Colón. Había dificultades para sacarlo de la casa. Las mili-cias vigilaban de cerca el edificio. El portero tenía recelos, que yahabía significado justificada inquietud para la inglesa que refugiaba aljoven escapado de Toledo. Y Pérez Quesada hizo salir a Cristóbal conJardón. Por la penumbra de la escalera habían subido dos personas.Bajaban otras dos. Se podía creer que eran las mismas. Quedaba Pé-rez Quesada dentro. Y dejó pasar un rato. A poco salió con la mucha-cha inglesa. Distraídamente, como si fuera un habitual de la casa, sa-ludó al portero. En una esquina cercana se reunieron los cuatro. Allíesperaba el coche de la embajada. Y desde allí llegaron al edificio de lamisma”.143

En septiembre también ocurriría el asesinato, en la carretera deAndalucía, de las tres hermanas del vicecónsul del Uruguay en Ma-drid: las uruguayas Consuelo, Dolores y María Aguiar. Al ser confir-madas las muertes, acaecidas al parecer, frente a un pelotón de mili-cianos, en acuerdo extraordinario el presidente de la República Orien-tal del Uruguay, Gabriel Terra y su ministro de Relaciones ExterioresEspalter, resolvieron clausurar la Legación uruguaya en la capital es-pañola y retirar de España su representación diplomática. Dictado eldecreto el 22 de septiembre, Espalter telegrafió al embajador orientalen Buenos Aires, Martínez Thedy, a fin de que gestionara del gobier-no argentino la atención de los intereses y derechos de los ciudadanosuruguayos que se encontraban en España y que se pusiera bajo su

142 “Fue hallado el cadáver de una señora argentina”, La Prensa, Buenos Aires, 16 deseptiembre de 1936.

143 FRANCISCO CASARES, Argentina-España (Apuntes y recuerdos de un asilado en la

embajada Argentina en Madrid), Buenos Aires, editorial Poblet, 1937, pp. 83-5.

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amparo al personal de la representación diplomática uruguaya y a losasilados que en ella habían buscado refugio. El canciller interino de laArgentina, doctor Ramón S. Castillo, dispuso que los diplomáticosargentinos en España y el comandante del 25 de Mayo, a través delintermedio del Ministerio de Marina, atendieran los intereses urugua-yos. El día 24 Pérez Quesada visitaba en Madrid al subsecretario deEstado para informarle que la Argentina estaba a cargo de todos losasuntos relacionados con el Uruguay.

Si el terror había llegado a Madrid, las acciones bélicas tambiénse acercaban a la villa. Pérez Quesada quiso asomarse a la lucha enlos frentes de batalla, trasladándose a la zona de la carretera aTalavera. Para ello obtuvo los salvoconductos del Ministerio deGuerra y con un grupo integrado por los agregados civiles Jardóny Pepes, tres miembros de la Guardia Nacional Republicana, queformaba parte de la custodia de la embajada, y dos periodistas dela United Press, Emilio Herrero y Manuel Casares –hermano deFrancisco, que al igual que éste terminaría por asilarse en la emba-jada argentina– se dirigieron al frente de Santa Olalla. A las tres detarde del 18 de septiembre llegaron a la población donde estabanubicados los cuarteles leales, casi destrozados por un bombardeonacional que había tenido lugar pocas horas antes. El general Asen-cio les otorgó el permiso para aproximarse a la línea de fuego,cosa que hicieron, pero el intrépido grupo fue sorprendido pocodespués por un bombardeo de aviones rebeldes que descargaronsus bombas en las inmediaciones. El teniente coronel Burillo seacercó al grupo para pedirles que abandonaran el frente, ante lacerteza de que se realizarían más ataques. La expedición culminócon el regreso a Madrid, sin daños físicos que lamentar.

El sitio del Alcázar de Toledo también fue vivido de cerca por losdiplomáticos argentinos. Era preocupación general la suerte de lasmujeres y niños que se decía resistían junto con los militares, falangis-tas y guardias civiles en la ciudad castellana. Muchas fueron las vocesque se elevaron para evitar unas muertes que se consideraban seguraspara los defensores de la fortaleza. El coronel José Moscardó, co-mandante militar de la plaza, convencido de recibir refuerzos que losliberaran, se negó reiteradamente a las intervenciones mediadoras. Una

de ellas provino del embajador chileno Aurelio Núñez Morgado, de lacual también participó Pérez Quesada.

El encargado de Negocios argentino, al igual que otros diplomáti-cos y muchos integrantes del gobierno de Madrid, concurriría perió-dicamente a observar los intentos republicanos por doblegar la resis-tencia de los sublevados. El 22 de septiembre, a poco de la liberación,el grupo formado por Pérez Quesada, Jardón y Pepes se llegó a Tole-do. Eugenio Pepes, el joven agregado de treinta y tres años, siguiendola penetración de los leales por los intersticios del Alcázar con unacámara fotográfica, fue alcanzado por la explosión de una granada demano arrojada por los rebeldes y cayó herido en la carótida y en unapierna. Operado e internado en el hospital de San Bernardo, se resta-bleció con rapidez.

El sostenido avance de las fuerzas nacionales sobre Madrid, la pre-sencia de elementos radicalizados en el gobierno de Francisco LargoCaballero, y la creciente influencia de organizaciones anarquistas so-bre los órganos de la administración, como la FAI (Federación Anar-quista Ibérica) y la CNT (Confederación Nacional del Trabajo), die-ron a la situación de la capital española, de por sí grave y compleja,características de gran confusión. La lucha entre los mismos gruposadictos al gobierno central por la manera en que habría de conducirseel movimiento contrarrevolucionario, había traído aparejada la des-aparición de garantías mínimas de seguridad, no sólo para los ciuda-danos comunes, sino también para muchos hombres representativosde la República. El traslado del gobierno a Valencia, para algunos, unapartida con características de huida, y las dificultades que debieron sopor-tar en su viaje los miembros del gabinete, fueron una prueba de ello.

Los documentos que hemos manejado, a pesar de los desmentidosde los que también daremos cuenta, inducen a pensar que el 25 deseptiembre algunas personalidades del gobierno de Madrid intentaroncontar con el auxilio de la embajada argentina para salvar sus vidas ola de sus allegados. El subsecretario de Relaciones Exteriores de laArgentina, Oscar Ibarra García, se comunicaría con el titular de lacartera, entonces en Ginebra: “Informe a V.E. que anoche a últimahora recibimos un despacho del comandante del crucero 25 de Mayo

comunicándonos que en caso de necesidad, posiblemente embarquen

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a bordo de nuestro crucero la esposa del Presidente, una hija del mi-nistro Prieto y la familia del gobernador de Alicante”.144

Los diarios de la Argentina comentaron ampliamente, si bien comotrascendidos, lo que se consideró como un pedido de asilo solicitadopor los miembros más importantes del gobierno republicano, entre losque supuestamente se habría encontrado el mismo presidente ManuelAzaña. Un comunicado de prensa informaba: “La Cancillería no tieneinformación oficial respecto a las versiones que dan como asilados enla Embajada de Madrid o a bordo del crucero 25 de Mayo al presiden-te de la República Española, señor Azaña, u otros miembros del Go-bierno, debiendo presumirse que si tal hecho hubiese ocurrido la em-bajada o el comandante del crucero hubieran puesto el hecho en inme-diato conocimiento de este gobierno. No obstante, se estima muyposible según el giro de los acontecimientos, que pueden embarcarseen el crucero argentino las esposas o familiares de algunos de los miem-bros del gobierno. Si esa eventualidad se presentara, el gobierno ar-gentino prestará amparo correspondiente como lo ha hecho en casosanteriores en que el asilo le ha sido requerido”.145 El 28 el embajadorespañol Díez-Canedo fue convocado por el presidente Justo. Si bien seinformó que la conversación abordó la situación de algunos españolesque recientemente habían comenzado a llegar al país huyendo de laguerra, no resulta descartar que hayan tratado tan delicado asunto.

El daño que la noticia produjo, intentó ser reparada, al valorarse larepercusión negativa y desmoralizante de la misma: tanto la embajadaargentina en Ciboure como el ministro de Estado Álvarez del Vayo,desmintieron que el presidente Azaña hubiese buscado refugio en elbarco de guerra argentino o que las familias de los funcionarios gu-bernamentales se hubieran asilado.

Sabemos efectivamente que los miembros del gabinete republica-no se trasladaron a Valencia, y salvo algunas defecciones, siguieronmanejando la política administrativa de la República. Por tanto, nofueron asilados en el 25 de Mayo. Con respecto a sus familiares, esposible que algunos de ellos hayan recibido la ayuda directa del go-

bierno argentino para trasladarse fuera de la España Republicana oincluso dentro de ella, transformada en inmenso frente de batalla, enel crucero argentino y evitar así la peligrosa aventura que era poraquellos días querer cruzar la frontera por carretera, cuando ni siquie-ra los ministros del gabinete podían hacerlo con seguridad. No tene-mos certeza plena, sobre todo porque el comando del buque no siem-pre consignaba los nombres de todos los pasajeros que transportaba oen ocasiones les asignaba nombres ficticios.

Sin embargo, el embajador chileno Núñez Morgado, afirmó al re-cordar aquellos días: “[...] la esposa del presidente, la familia del sr.Sánchez Román y una hija del sr. Indalecio Prieto, solicitaron y obtu-vieron asilo en la nave de guerra argentina 25 de Mayo en Alicante”,146

y también así lo haría saber a su gobierno en informes diplomáticosenviados a Santiago en octubre: “Un hecho revelador que pude cono-cer al pasar por Alicante fue que tanto la señora del presidente Azaña,como la hija del ministro Indalecio Prieto, la familia del diputado deizquierda señor Viñuales, el político de izquierda don Felipe SánchezRomán y otros, se habían refugiado en el crucero argentino 25 de

Mayo, de donde fueron trasladados a Marsella”.147 Parecidas noticiasdaría el asilado en la embajada argentina, Adelardo Fernández Arias:“La esposa de Azaña, hermana del homosexual Rivas Cherif, pidió ala embajada argentina que ‘se la refugiase en Alicante, a bordo delcrucero argentino 25 de Mayo’. Lo mismo hizo la hija de Prieto”.148

3.2. Saavedra Lamas en Europa: el auge de una carrera

Carlos Saavedra Lamas llevaba muchos asuntos que atender en suviaje a Europa, entre ellos la renovación del pacto por las carnes con

144 AMREA, cit., Tomo III, Buenos Aires, 26 de septiembre de 1936, de Ibarra García aSaavedra Lamas.145 Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto. Memoria, 1936-1937, cit., p. 60.

146 AURELIO NÚÑEZ MORGADO, cit., p. 229.147 Documento n. 58, ARCHIVO DEL MINISTERIO DE RELACIONES EXTERIORESDE CHILE, vol. 1493, de Aurelio Núñez Morgado a ministro de Relaciones Exteriores,Madrid, 23 de octubre de 1936, citado en JUAN EDUARDO VARGAS-JUAN RICAR-DO COUYOUMDJIAN-CARMEN GLORIA DUHART, selección, introducción y notas,España a través de los informes diplomáticos chilenos. 1929-1939, Santiago, Ministeriode Relaciones Exteriores de Chile, Instituto de Historia, Pontificia Universidad Católicade Chile, Consejo Superior de Investigaciones científicas de España, Editorial Antártica,1994, p. 219.148 ADELARDO FERNÁNDEZ ARIAS, Madrid bajo el terror. 1936-1937. (Impresiones de

un evadido, que estuvo a punto de ser fusilado), Zaragoza, Librería General, 1937, p. 164.

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Gran Bretaña, y una ambición máxima: obtener el premio Nobel de laPaz. En ese sentido, desde principios de 1935 venía gestionando juntocon los diplomáticos más cercanos a él la obtención del galardón. Sucandidatura fracasó entonces ante la elección del alemán Carl vonOssietzky, por lo que desde enero se reemprendieron los esfuerzosque implicaban la presentación protocolarizada de diversas propues-tas. Entonces se había logrado incluso que el gobierno de Washingtonencargara a su representante en Noruega que prestará su apoyo a lanominación de Saavedra Lamas.149 Los funcionarios de la Cancilleríaargentina y sus diplomáticos más avezados se habían propuesto con-tribuir hábilmente a una realización “tan cara al sentimiento nacio-nal”,150 “una acción tan importante para el prestigio argentino”.151 EnEstocolmo, sería el ministro Ricardo Olivera quién concentraría lasconversaciones encaminadas al triunfo de la candidatura de SaavedraLamas, pero desde Buenos Aires se reforzarían las acciones con elrespaldo boliviano y paraguayo, al haberse logrado la pacificación enel diferendo bélico del Chaco, en difíciles maniobras para evitar herir“las susceptibilidades brasileñas por la candidatura [de José] MelloFranco”,152 y sugiriendo que el ministro de Justo era un probable can-didato presidencial apolítico en la Argentina.153 Mucho sería lo queOlivera tendría que trabajar para lograr revertir un ambiente adverso,sino indiferente: “no he advertido colaboración alguna al derredor dela candidatura argentina pero si para otros poderosamente patrocina-dos y empeñosamente sostenidos”.154

Entre los propósitos que lo habían llevado a Ginebra, el ministroargentino de Relaciones Internacionales, estaba el obtener la univer-salización de su “Pacto de no agresión y conciliación” de 1933 –tam-bién conocido como Tratado Antibélico Sudamericano o incluso como

el Pacto Saavedra Lamas–155 y tratar de desarmar el conflicto ítalo-etíope. Por una mayoría considerable el 21 de septiembre, sería elegi-do presidente de la 17ª. Asamblea de la Sociedad de las Naciones. Lapublicidad de la señalada circunstancia se volvió la ocasión precisapara decidir al Comité del Premio Nobel, presidido por el profesor F.Stang, a concederle el galardón de la Paz. La noticia se conoció el 24de noviembre y el bisnieto del presidente de la Primera Junta indepen-diente del Río de la Plata, Cornelio Saavedra, fue el primer hombre dehabla castellana a quién se le confirió.

La presencia de Álvarez del Vayo en las sesiones de la Sociedad delas Naciones fue aprovechada por Saavedra Lamas para entablar con-versaciones directas con el ministro español. Al nuevo gabinete, quebuscaba afianzar su imagen en el exterior, no cabía desatender losrequerimientos del prestigioso diplomático. El tema de la intermedia-ción propuesta por García Mansilla parece no haber tenido posibili-dad de ser reflotado, sin embargo se abordó con enorme interés unacuestión que sería vital en el curso de los próximos meses: la de losasilados españoles amparados por los diplomáticos argentinos.

García Mansilla, desde Ciboure, le enviaba a su canciller el siguien-te telegrama: “Por noticias de Madrid completamente fidedignas meconsta que si hoy por hoy V.E. con su gran autoridad se digna exigirperentoriamente del ministro de Relaciones Exteriores de España,actualmente en Ginebra, la liberación de todos los refugiados en laembajada argentina en Madrid podrían salvarse, puestos en la fronteracon salvoconductos, pero muy pronto será tarde”.156 García Mansillasabía el grado de las dificultades que Pérez Quesada debería sortearpara lograr la evacuación de sus asilados españoles a un puerto dis-tante como Alicante.

El canciller argentino buscó en su gobierno mayores armas parahacer valer ante el ministro español, solicitando al doctor Castillo,quien había quedado al frente de la Cancillería interinamente durante

149 AMREA, varios, 1936, Premio Nóbel, Telegrama cifrado 783, Estocolmo, junio 8 de1936, Vignes a ministro.150 AMREA, cit., telegrama cifrado 204, Buenos Aires, marzo 21 de 1936, de Ibarra Garcíaa Olivera.151 AMREA, cit., telegrama cifrado 676, Buenos Aires, septiembre 13 de agosto de 1936,de Ibarra García a ministro Olivera.152 AMREA, cit., telegrama cifrado 1266, Estocolmo, agosto 29/30 de 1936, de Olivera aministro.153 AMREA, cit., telegrama cifrado 1351, septiembre 24 de 1936.154 AMREA, cit., telegrama cifrado 1268, agosto 30/30 de 1936.

155 ROSENDO FRAGA, Carlos Saavedra Lamas. Estudio preliminar, Buenos Aires, Centrode Estudios Unión para la Nueva Mayoría, 1991, pp. 36-43.156 AMREA, Guerra Civil Española, tomo II, Ciboure, 21 de septiembre de 1936, deGarcía Mansilla a Castillo. Trascripción de telegrama remitido a Ginebra al doctor Car-los Saavedra Lamas, en la misma fecha.

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su ausencia que “[...] para mayor eficacia necesitaría me enviara untelegrama oficial pidiéndome me interese Álvarez del Vayo en nombreseñor presidente y de ese gobierno para que pueda el encargado denegocios sacar todos sus asilados con plenas garantías manteniendo elgobierno de España digna actitud asumida respecto del derecho deasilo que merece nuestro reconocimiento”.157

Al día siguiente, 22 de septiembre, Saavedra Lamas recibía en laresidencia de Avenida Champel 13, de Ginebra, el telegrama requeri-do: “Refiriéndome línea invariable de conducta de este Gobierno queV.E. conoce por haberla impulsado desde iniciación de los lamenta-bles acontecimientos que se desarrollan en España tengo encargo delExcmo. Señor Presidente de recomendarle entrevistar a su nombre yen el del Gobierno Argentino al señor Álvarez del Vayo actualmenteen Ginebra interesándolo para que coordine su valiosa influencia conel gobierno de España, confirmaría digna actitud anterior respecto delderecho de asilo consagrado por América española y que ha merecidonuestro reconocimiento”.158

Las entrevistas entre ambos cancilleres culminarían con una pro-mesa formal de Álvarez del Vayo de que la cuestión de los refugiadosespañoles en la embajada argentina sería tratada preferentemente y enparticular por el gobierno español; pero también producirían en Saave-dra Lamas la impresión de que la resolución del problema no seríainmediata, resultando preferible mantener escondidos a los refugiadosen la sede de la embajada antes que exponerlos a recorrer largas dis-tancias para obtener su libertad, y que sería Pérez Quesada quién,ateniéndose a las circunstancias que se vivían en Madrid, debía decidirel momento y la forma oportuna para sacar a los asilados. En estesentido el embajador argentino afincado en la frontera francesa debíaceder el protagonismo: “He contestado a García Mansilla que sus ac-tividades excesivas en este punto pueden ser contraproducentes paralos asilados, revelando su existencia oculta ya que debe esperarse conreposo, planteadas las cosas en el terreno que dejo referido (o sea elMinisterio de Estado español)”.159

El Ministerio de Estado español hizo objeto de atenciones especia-les a la embajada argentina en Madrid consistente en el refuerzo de lacustodia del edificio de la calle Castellana 42, de los anexos y del localde la Legación uruguaya. Cuarenta guardias republicanos, única fuer-za armada que ofrecía por aquellas horas cierta seguridad, fueron de-signados para cumplir esa misión.

3.3. Pérez Quesada y el perfil de una gestión

La figura del encargado de Negocios al frente de la embajada argenti-na comenzó a adquirir perfiles destacados en los círculos políticos ydiplomáticos de Madrid, considerándolo un hombre tan hábil e inteli-gente como audaz.

Pérez Quesada había nacido en Buenos Aires en 1883, donde sehabía doctorado en Diplomacia por su universidad. Uno de los asila-dos de entonces lo pintó así: “Alto, de buena traza, erguido, alba enprematuro contraste la cabeza, suave la mirada a través del cristalazulado de sus ojos, elegante en los modos, persuasivo en su lenguaje,netamente argentino, acogedor para todo el que se le acercaba, sutilen la ironía cuando ella reclama su presencia, enérgico cuando decideque elevar el tono conviene a su actitud, Pérez Quesada es uno de lospocos hombres en quien he podido apreciar una mayor flexibilidadpara administrar sus propias reacciones. Ante la injusticia, su exalta-ción alcanza los matices más duros. Ante la desgracia, su sensibilidadse sobrecoge en la expresión de la más humana ternura. Yo he visto aPérez Quesada encararse contra los de arriba cuando pensaba queellos procedían con intención no recta. Y yo lo he visto muchasveces con los ojos arrasados en lágrimas al tiempo que su manogenerosa se tendía para remediar la desventura ajena. Cada horahistórica, tiene su hombre. Cada momento psicológico, su tipo. Yoquiero afirmar aquí, sin hipérbole, como consecuencia objetiva demis reflexiones, que este diplomático argentino a quien los azarestortuosos de mi país dieron la fortuna de conocer y sondear, es elhombre de la guerra civil española, ese el tipo sobresaliente de laconmoción inolvidable de Madrid”.160

157 AMREA, cit., Ginebra, 22 de septiembre de 1936, de Saavedra Lamas a Castillo.158 AMREA, cit., Buenos Aires, 22 de septiembre de 1936, de Castillo a Saavedra Lamas.159 AMREA, cit.,, Ginebra, 27 de septiembre de 1936, de Saavedra Lamas a Castillo. 160 FRANCISCO CASARES, Argentina-España, cit., pp. 53-4.

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En ninguna de las comunicaciones privadas o telegramas cifradosde Pérez Quesada que hemos tenido oportunidad de manejar existie-ron para el gobierno republicano expresiones peyorativas, al contra-rio, una y otra vez, el encargado de Negocios reconoció la cortesía yel interés con que cada uno de sus pedidos habían sido atendidos.Llegado a la Argentina en mayo de 1937, Pérez Quesada fue agasaja-do por instituciones y amistades, e invariablemente contestaba ante laobligada pregunta de cómo había logrado un éxito tan único en eltratamiento del tema de la evacuación de los asilados: “suerte, he teni-do suerte”. En declaraciones a La Prensa, realizadas durante esa esta-día, el diplomático expresó, cuando ya estaba en su tierra y nada loobligaba al disimulo o la urbanidad de una respuesta por convenien-cia: “Se trata de españoles que han vinculado sus nombres y sus re-presentaciones a la Argentina. De todos ellos he recibido muestrasinequívocas de un sentimiento de hondo afecto hacia nuestro pueblo.Sentimiento que al mismo tiempo, me era dado ir comprobando en elpueblo madrileño, en los heridos en los hospitales, en los que lucha-ban en las trincheras al conjuro de un ideal de ese pueblo que no tienenada que ver con las milicias desbordadas que practicaban la persecu-ción y ejecutaban a los adversarios”.161

Entre sus colegas, la figura de Pérez Quesada también fue ocupan-do un lugar propio. La momentánea ausencia, en los últimos días deseptiembre, del embajador chileno Núñez Morgado, que había viaja-do con destino a Berlín –su esposa se hallaba allí enferma de ciertaconsideración– no produjo la suspensión de las reuniones del CuerpoDiplomático, cuya acción fue alcanzando creciente importancia. Inte-rinamente ocupó el decanato el embajador de México general ManuelPérez Treviño, el cual propició algunas medidas que dieron mayoragilidad y eficacia al grupo. La primera reunión del mes de octubre serealizó, pues, en la sede mexicana de la calle de los Hermanos Béc-quer. Allí se acordó crear dos comisiones internas: la de Asuntos Ge-nerales, que se ocuparía de todo lo referente al suministro de víveresa las embajadas, siendo presidida por el ministro de Turquía, Mail

Koerperler, y actuando como vocales los encargados de Negocios deRumania, Bulgaria, Chile, Guatemala y el consejero mexicano, seño-res Zanesco, Bataloff, Morla Lynch, Bateta y Urquidi respectivamen-te; y la de Asuntos Especiales, que tenía la difícil misión de conservarlas relaciones con el gobierno republicano. Estaba presidida por PérezQuesada y eran vocales los encargados de Negocios de Francia y GranBretaña, René Bonjean y Forbes. La principal tarea que se le reco-mendó fue la de asumir la salvaguarda de los prisioneros de guerra.

A partir de la creación de las comisiones, éstas realizaron sus en-cuentros por separado. El 6 de octubre la comisión especial sesionóen la representación de México, proyectando los términos de una pe-tición que se pensaba hacer al gobierno, relacionada con los excesosproducidos y las sanciones de los delitos con ellos relacionados.

Aunque el tema de los refugiados ocuparía su máximo interés, Pé-rez Quesada debió también manejar otras cuestiones de importanciapara el gobierno español, como las conversaciones para concertar laadquisición de una cantidad de hasta veinte mil toneladas de carnecongelada, mercadería que debía ser desembarcada en Alicante, paralo cual se estaban preparando coches frigoríficos para su transporte.El problema era acuciante para el gobierno pues la falta de carne afec-taba a la castigada población de Madrid, ya que las regiones que gene-ralmente abastecían a España, Salamanca y Galicia, se hallaban enpoder de los nacionales; por otra parte, las carnes de Santander y deAsturias no podían recibirse en la capital, pues debían pasar por zonasocupadas por los sublevados. Las entrevistas se realizaron con la pre-sencia de Pérez Quesada, el ministro Álvarez del Vayo, el ministro deAgricultura Vicente Uribe y el director general de Ganadería.

Cuando se cerraba el cerco de los sublevados sobre la capital, Pé-rez Quesada solicitó a Buenos Aires el envío urgente de dos toneladasde carne congelada en calidad de donación, para ser distribuida entrelos hospitales de Madrid. Su telegrama era sincero en cuanto a uno delos objetivos que lo guiaban: “Deseo venimos demostrando mantenerrelaciones cordialidad con gobierno y autoridades podría tener expre-sión práctica con esa ayuda evidenciando que al margen de la guerranuestro espíritu humanitario inclinase siempre a favor de los que su-fren. Mismo modo otras veces enviándose toneladas de carne otros

161 “Llegaron ayer los señores Pérez Quesada y José María Jardón”, La Prensa, BuenosAires, 9 de mayo de 1937.

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países como propaganda podría hacerse ahora como muestra deseoaliviar rigores guerra, especialmente para heridos”.162 La carne fuesuministrada de la existencia que tenía a bordo el crucero 25 de Mayo

y enviada a la capital española a través de gestiones del Consuladoargentino en Alicante. La entrega oficial tuvo lugar el 10 de noviembre enel Nuevo Matadero Municipal de Madrid, del barrio de Legazpi.

Tiempo después, el 27 de abril de 1937 una considerable partida decarne congelada procedente de la Argentina llegó a Madrid, comoconsecuencia de negociaciones revitalizadas por el Ayuntamiento. Laimportancia del envío la dio el hecho de que la cantidad de carne fuesuficiente para satisfacer las necesidades de la población durante ochodías, sin necesidad de formar colas para su adquisición.

Coincidiendo con el mes de la Hispanidad, el agregado civil JoséMaría Jardón y Torroba, de acuerdo con su madre, cedieron la propie-dad “Las Aguilas”, ubicada en Collado de Villalba, para que en ella seinstalara un hospital de sangre de la Cruz Roja. También con destinopara esa institución Pérez Quesada hizo entrega al subsecretario deEstado, Ureña, de una donación del gobierno del general Justo con-sistentes en 25.000 pesetas.

3.4. El gobierno de Largo Caballero y las negociaciones diplomá-

ticas por los asilados

El embajador García Mansilla obtuvo el permiso de la gobernaciónvasca para visitar Bilbao, con el principal objeto de repatriar a losargentinos que quedaban en la región y buscaban ponerse a salvo, ytambién con la esperanza de rescatar a algunos de los rehenes de losbuques anclados en el puerto bilbaíno, sumando su influencia a la queejercía en ese momento Junod. El 4 de octubre, García Mansilla y elcónsul argentino en Gijón, Aquilino López se embarcaron a bordo deltorpedero inglés Exmouth rumbo a Bilbao. Una vez allí tomaron con-tacto con el cónsul Mones Cazón, a quien se le entregó una suma dedinero en efectivo para hacer frente a los crecidos gastos de la repre-sentación. Encontrando buena acogida entre las autoridades de la ciu-dad, desde el mismo palacio de la Gobernación, García Mansilla pudo

establecer comunicaciones telefónicas con los consulados de Gijón yde Santander, hallando a ambos en situaciones normales, y logró trans-portar a San Juan de Luz, en el buque inglés que lo había llevado, aveinte ciudadanos argentinos que se encontraban en la zona.

En Bilbao también había sido sorprendido por la guerra RamónCarvajal Colón, hijo mayor del asesinado duque De la Vega y allí fueubicado por los diplomáticos argentinos. García Mansilla había re-querido a Buenos Aires respaldo para procurar su liberación: “Ha-biendo ya sido fusilado en Madrid el Duque de Veragua y su hermanoel Duque De la Vega y hallándose preso en grave peligro en Bilbao elhijo de éste, Ramón Colón y Carvajal, último descendiente directo deCristóbal Colón creo, si V.E. lo juzga oportuno, sería altamente apre-ciada la intervención del gobierno de la República Argentina para tra-tar de salvar su vida”.163

Pérez Quesada visitó al Ministerio de Estado con el encargado deNegocios de Chile, Carlos Morla Lynch, pero vista la lentitud en aten-der a su pedido, se dirigieron al ministro sin cartera y representante deEuzkadi, el nacionalista vasco Manuel de Irujo, reiterándole el pedidoy haciéndole notar que la proximidad de la Fiesta de la Hispanidadsería la ocasión de satisfacer el ruego de las naciones americanas. Iru-jo accedió, lográndose merced a su influencia la orden de libertadpara el joven.

El descendiente del almirante Colón se hallaba detenido como re-hén en el vapor Cabo Quilates, surto en el puerto de Bilbao. Obtenidasu liberación, se creyó conveniente que algún diplomático argentinose hiciera cargo de su traslado hasta la frontera francesa. Dada la ma-yor cercanía de García Mansilla, éste volvió a la capital vasca el 9 deoctubre, donde fue recibido por el presidente de Euzkadi, José Anto-nio de Aguirre y Lecube. El delegado de la Cruz Roja Internacional yel cónsul de Suiza se sumaron para tratar la libertad de otros rehenes,que se negociaban en otros despachos. Una vez terminadas todas lasgestiones, Aguirre agasajó a García Mansilla con una comida de ho-nor, a la que también asistieron oficiales de la Marina de Guerra britá-nica y funcionarios del gobierno local.

162 AMREA, cit., tomo III, Madrid, 4 de octubre de 1936, de Pérez Quesada a Castillo.

163 AMREA, caja 1, tomo III, cit., Ciboure, 30 de septiembre de 1936, de García Mansillaa Castillo.

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García Mansilla regresó en la noche del día 10 a San Juan de Luzen el contratorpedero británico Scort. Con él venían setenta refugia-dos que fueron liberados en Bilbao, entre ellos Ramón Carvajal y Colón,y doce jóvenes de nacionalidad argentina, que pasaron dos meses pri-sioneros en el Cabo Quilates, acusados de actividades fascistas. Juntocon el doctor Junod, que se quedaría para implementar la medida enBilbao, el embajador argentino había logrado la libertad también paraciento sesenta mujeres presas en el convento del Ángel Custodio, yque en la madrugada siguiente serían trasladadas en el Exmouth aFrancia.

El 11 García Mansilla estaba instalado nuevamente en Ciboure y,en declaraciones al corresponsal de La Nación en Madrid, FernandoOrtiz Echagüe –futuro asilado y evacuado por la embajada argentina–afirmaba: “[...] es interesante dejar establecido que la República Ar-gentina en esta ocasión ha sentado en Europa tres grandes principios:1. Imponer en un país europeo el respeto absoluto del derecho deasilo; 2. Afirmar en Ginebra la doctrina argentina en virtud de la cualla victoria no da derechos; 3. Establecer el principio de que las muje-res no son beligerantes y que no deben sufrir, por lo tanto, los rigoresde la guerra”.164

El joven Ramón Carvajal y Colón, alojado en la villa Moskoe, dejóconstancia de su reconocimiento a los representantes argentinos en untelegrama enviado a Buenos Aires: “Ciboure. Excmo. Señor presi-dente de la República – Hoy, víspera 12 de octubre, desde EmbajadaArgentina transmito a V.E. y a ese ilustrado Gobierno eterno agrade-cimiento por mi liberación debido iniciativa embajador García Mansi-lla”.165

En Madrid la acción de los diplomáticos argentinos no era menosintensa, y los casos dramáticos se sucedían, como el de la hija delcontralmirante Antonio Azarola Grosillón, quién –éste último– en laépoca del alzamiento nacional comandaba el arsenal de la base maríti-ma de El Ferrol. Su actitud vacilante en la ocasión finalizaría con unjuicio sumario que lo condenó a muerte. Amelia Azarola era también

la esposa del aviador Julio Ruiz de Alda –quien cruzara el Atlántico enel histórico vuelo del Plus Ultra–, compañero de Primo de Rivera ycofundador en 1933 de la Falange Española. Ruiz de Alda fue asesi-nado en la Cárcel Modelo en el mes de agosto.

La misma Amelia fue hecha prisionera y conducida a la Cárcelde Mujeres de Madrid. Allí estaba cuando su presencia fue descu-bierta por el agregado civil argentino Julio López Lacarrere, enuna de sus periódicas visitas a las cárceles madrileñas –ambos ha-bían sido compañeros de estudios en la Escuela Libre. El gobiernoargentino se dispuso entonces a gestionar por su libertad, pues setrataba además de una mujer de familia uruguaya, por la cual tam-bién había pedido ese gobierno, ahora incomunicado con España.Pérez Quesada fue el encargado de entregarle en propias manos alpresidente Azaña una nota enviada por el gobierno uruguayo pararogar por su libertad. La viuda de Ruiz de Alda terminó siendoasilada en la embajada argentina, pese a las dificultades que seopusieron para liberarla de la prisión.

No todos los pedidos argentinos lograban igual suerte: el jovenperiodista de veintidós años, Fernando Jaime Cruz, nacido en BuenosAires, que había desaparecido a fines de agosto y por el cual el encar-gado de Negocios había realizado numerosas diligencias, fue consig-nado en octubre como muerto por la Dirección de Seguridad.

A mediados de octubre la fisonomía política de la sede de la emba-jada argentina comenzó a ampliarse. Ya desde París el canciller Saave-dra Lamas había ordenado a Pérez Quesada no aceptar ningún asiladomás, procediendo éste a restringir la admisión de nuevos refugiados.Sin embargo, la clausura no fue en absoluto hermética: “Proximida-des militares hallándose cerca Madrid bombardeando sistemáticamentecapital produciendo temor puedan tomarla rápidamente hace llegarembajada elementos izquierda que me piden asilo suponiendo entradamilitares significa represalias. Creo habiendo dado asilo [...] no puedenegarse izquierdistas pues desigualdad trato señalaría tendenciosa-mente Argentina”.166

164 “La Argentina obtuvo la promesa de que no habrá rehenes femeninos”, La Nación,Buenos Aires, 12 de octubre de 1936.165 Ministerio de Relaciones Exterores y Culto. Memoria, cit. 1936-1937, p. 67.

166 AMREA, cit., caja 2, tomo IV, comunicación de Pérez Quesada radiada a través de laembajada de Uruguay en Buenos Aires a la Cancillería, 26 de octubre de 1936.

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Un ejemplo lo daría Fernández Arias al hablar de la vida dentrode la embajada por esos días: “El 20 de octubre al anochecer, unperiodista, redactor de El Liberal, llamado Manuel Rozón, se pre-sentó en la embajada argentina en su calidad de corresponsal de-portivo de La Prensa de Buenos Aires y pidió, casi llorando, alencargado de negocios le dijera que ‘no veía el peligro tan cerca-no’, el periodista, que desde ese pasquín infecto que se llamó El

Liberal, había escrito ‘en rojo’, durante tres meses!, toda clase deofensas e injusticias al Ejército Libertador y azuzó a las masas ‘ro-jas’ para que asesinasen a las ‘personas de orden’ con lágrimas decobardía en los ojos, suplicó: ‘Es que yo soy joven y quiero vivir’.Envió a la embajada su equipaje y ... esperó! Más tarde envió a laembajada argentina a su esposa, y él, todos los días la visitaba”.167

La mujer del periodista, que en realidad se apellidaba Rosón,168 fuemadre dentro de la embajada, como hemos relatado.

Por entonces, el agregado López Lacarrere no pudo ya regresar aMadrid. Nacido en Buenos Aires, Julio López Lacarrere se había tras-ladado a España en plena juventud. Se recibió de médico en la Univer-sidad de Santiago de Compostela y perfeccionó su especialidad, laoftalmología, en otros centros europeos. Cuando estalló la guerra es-pañola ejercía su profesión en Madrid y era adscrito a su universidad.Para paliar la escasez de personal, López Lacarrere se abocó de llenoal hasta ese momento casi honorario cargo de agregado civil a la em-bajada argentina. Había concretado diversos encargos de sus superio-res en París, Lisboa, Burgos y Salamanca, pero ya no pudo reintegrar-se a su puesto en Madrid: “Cumplida la misión que por encargo delseñor Le Breton me llevó a Burgos y a Lisboa, espere en ésta ciudadla siempre creída inminente toma de Madrid. Durante esta espera seme comunicó que varias radioemisoras rojas me señalaban personal-mente, amenazándome por haber facilitado el salvamento de muchos‘señoritos’ fascistas madrileños. Desde ese momento estime peligrosopara nuestra Embajada mi presencia en la misma, y alejadas las proba-

bilidades de la toma de Madrid, he vuelto a París”.169 Reflotada la ideade la evacuación de los asilados, López Lacarrere actuaría a las órde-nes de Le Breton en misiones reservadas; así el 28 de diciembre llegóde incógnito a Alicante a bordo del Tucumán, para combinar con Pé-rez Quesada los detalles de las salidas.170

La presencia de las fuerzas nacionales a las puertas de la capitalespañola produjeron gran conmoción en la sociedad madrileña, sacu-dida a la que no escaparon los mismos miembros del gabinete. Lacreciente influencia comunista y anarquista, la aparición de las Mili-cias Antifascistas Obreras y Campesinas, la creación del Ejército Po-pular Regular y de los comisarios políticos, siguiendo el modelo so-viético, hablaban de un ambiente convulso, peligroso y poco propiciopara el respeto integral de la ley. El enemigo estaba cerca y acechan-do, pero los asilados “fascistas” estaban aún más cerca.

El ministro de Estado, sensible al influjo comunista, quiso compa-tibilizar su cargo como responsable de las Relaciones Exteriores de laRepública con su vocación revolucionaria y su cargo de comisariogeneral del Ejército Republicano, que detentaría hasta fines de mayode 1937. Álvarez del Vayo, que era un destacado periodista, tenía unaexperiencia diplomática breve pero intensa: embajador en México en1931, fue nombrado para integrar la comisión especial que la Socie-dad de las Naciones organizó para buscar una solución a la Guerra delChaco. Arribado en noviembre de 1933 a Montevideo, se trasladócon sus colegas al Paraguay, donde sus proposiciones pacificadorasno fueron aceptadas ni por los gobiernos de Asunción ni de La Paz.

Julián Zugazagoitia, desde El Socialista de Madrid comentaba so-bre Álvarez del Vayo: “Prieto, con quién tengo ocasión de cambiaralgunas palabras, me hace saber que teme la actividad de Vayo enEstado. La gestión de ese ministerio la reputa ardua y delicada, des-

167 ADELARDO FERNÁNDEZ ARIAS, Madrid bajo el terror, cit., p. 75.168 En 1948 el periodista madrileño publicaba su libro Historia desapasionada del Athletic

(hoy Atlético de Madrid) por un apasionado del Madrid.

169 AMREA, cit., caja 2, tomo V, París, 19 de diciembre de 1936, de López Lacarrere aSaavedra Lamas.170 El 4 de marzo de 1937, López Lacarrere embarcó en la Riviera francesa rumbo aBuenos Aires, arribando el 20 de abril. Instalado en la capital argentina, sería posterior-mente designado, en su condición de eminente oftalmólogo y junto al doctor Castroviejo,para examinar la deteriorada vista del presidente Roberto Ortiz. Al sobrevenir la Revolu-ción Libertadora de 1955 fue nombrado ministro consejero en Madrid, donde falleció el21 de diciembre de 1964.

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confiando del tacto de Álvarez del Vayo, quien tiene en concepto deligero”. Moderado dentro de la línea política del partido Socialista, elnombre de Zugazagoitia iba unido al de Prieto, cabeza oficial de esapostura. Así El Socialista se convirtió en portavoz de esa tendencia ydefensor de ella contra el ala más radical de Largo Caballero y deClaridad, que inspiraba Luis Araquistain.171

Aceptando que existieron cuestiones de tanta o mayor importanciaque la de los asilados para la política exterior de la República Españo-la y su estabilidad, no cabe minimizar la misma, tanto en lo general dela cuestión como en lo que atañe específicamente a la actuación ar-gentina, que fue de gravitación. Álvarez del Vayo, desde su posteriorexilio, consideraría al tema del asilo como una enorme dificultad quese presentó en su gestión, agravada por cuestiones ajenas a la mismapráctica del derecho de asilo que estaba en discusión, como por ejem-plo “[...] el tener que entenderse con un Cuerpo Diplomático extran-jero compuesto en su mayoría de encargados de negocios o secreta-rios jóvenes e inexpertos, muy distante del nivel que una situación tanexcepcional requería”.172

El ministro español, ateniéndose a las normas fijadas por los trata-dos, estimó improcedente el asilo otorgado por las legaciones extran-jeras, en crecido número por las latinoamericanas. Lo cierto es que lasnormas internacionales parecían darle la razón, e intentó por ello im-ponerla: “[...] mi predecesor, señor Barcia, en medio de sus muchaspreocupaciones no se dio cuenta de la necesidad de fijar un límitedesde el principio al ejercicio del derecho de asilo. Aunque España noestaba obligada por los términos de ningún acuerdo a respetar esederecho, era natural, dados los lazos de amistad que la unían a lasrepúblicas hermanas, que hiciese honor a una práctica tan profunda-mente arraigada en la tradición sudamericana”.173

El gobierno español, a cambio de la eventual hospitalidad solicita-da y obtenida por las autoridades a bordo del 25 de Mayo para las

familias de algunos personajes políticos, otorgó la concesión de auto-rizar y garantizar la partida al extranjero del encargado de Negocios yde sus asilados pero únicamente de aquellos de nacionalidad argenti-na. Esto significaba desconocer los fundamentos del derecho de asilo.La restricción que se pretendió imponer se amplió al resto de las re-presentaciones extranjeras. Resultaba evidente que las circunstanciasmilitares amenazaban perturbar el asilo, respetado hasta ese momentopor el gobierno. El agravamiento de la situación creaba aún mayoresdificultades: eran pocos los que frente al desabastecimiento, a los ri-gores de un invierno que ya comenzaban a insinuarse y al avance agre-sivo de las fuerzas rebeldes rumbo a Madrid, permanecían impasiblesante la existencia de refugiados, que en relativa seguridad y resguardohabían encontrado amparo, techo y protección. El temor de un asaltoera cada vez más palpable.

El 13 de octubre, el ministro Álvarez del Vayo dirigió al decano delCuerpo Diplomático –ya había regresado Núñez Morgado– una notade carácter general, en la que insistía en una concepción restrictiva delderecho de asilo. En la misma, el gobierno español alegaba que laconcesión del refugio diplomático era válido únicamente en casos derevoluciones políticas, y no militares, como consideraban que era elcaso de la Guerra Civil Española, en la que el Ejército se había insu-bordinado contra su legítimo gobierno; que se habían cometido “abu-sos notorios” en su aplicación y que desde ese momento en adelanteel gobierno ponía fin a la actitud de tolerancia que había observadohasta entonces reservándose la potestad de obrar en cada caso parti-cular como mejor lo estimase. A la vez, la nota recordaba que Españano se había adherido a las convenciones sobre la materia y anunciabala intención del gobierno de no proceder con criterio general sino conarreglo a cada caso en especial.

En la sesión celebrada el 15 en la embajada de Chile, el CuerpoDiplomático en pleno analizó la comunicación del Ministerio de Esta-do. Pérez Quesada cuestionó los términos de la nota, especialmenteaquellos en los que la caracterización dada por el gobierno hacía su-peditar el criterio de los diplomáticos extranjeros, que representabana su nación, al del ministro de Estado español. Insistió en que el ante-rior, Augusto Barcia, había reconocido el derecho de asilo, permitien-

171 Ver JESÚS LOZANO GONZÁLEZ, La Segunda República. Imágenes, cronología y

documentos, Barcelona, Ediciones Acervo, 1973; MARTA BIZCARRONDO, Araquistain

y la crisis socialista en la II República. Leviatán (1934-1936), Madrid, Siglo XXI, 1975.172 JULIO ÁLVAREZ DEL VAYO, La guerra empezó en España (lucha por la libertad),México, Editorial Séneca, 1940, p. 241.173 ÁLVAREZ DEL VAYO, cit., p. 242.

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do al embajador de la Argentina y de Francia que salieran los asiladospor García Mansilla del territorio español, exceptuándolos de los re-quisitos que ahora se conminaba a cumplir. La conmoción de la notallevó a los diplomáticos a solicitar una inmediata audiencia con el pre-sidente.

La entrevista entre Azaña y Núñez Morgado no modificó la de-cisión gubernamental de resolver la cuestión de los asilados en ne-gociaciones directas entre el Ministerio de Estado y cada repre-sentación diplomática en particular. Al referirse a esa visita y a lasexpresiones del presidente, en la sesión del grupo del día 17, elembajador decano: “[...] declaró que su opinión personal era queel Cuerpo Diplomático residente en Madrid hacía una obra pordemás interesante y humanitaria y que su criterio era que esta obradebía ser tan amplia como fuera posible”.174

La respuesta no dejó tranquilos a los diplomáticos, quienes adhi-rieron al oficio que el 19 de octubre el decano dirigió al Ministerio deEstado español. En él se reseñaban los principios humanitarios delderecho de asilo, la codificación del mismo y su raigambre hispana,trayendo a colación algunos ejemplos, entre ellos el ocurrido en 1920en que la Legación de España dio acogida en Guatemala a numerososrefugiados políticos y el caso del ex presidente de Chile, Arturo Ales-sandri, asilado en 1931 en la embajada española en Santiago. Les re-cordará los pedidos de asilo efectuados por los mismos miembros delgobierno republicano, como el resguardo de las hijas del duque De laVega, los medios oficiales que se proporcionaban hasta su llegada alas legaciones para proteger personalidades de relieve social que eranperseguidas, las recomendaciones del ministro Manuel Irujo para otor-gar el amparo a personas acosadas por grupos que el gobierno nopodía controlar. Finalizará puntualizando que existían asiladas en laslegaciones personas ligadas al gobierno, que no se protegía a ningúndelincuente requerido por la justicia ordinaria, que el Cuerpo Diplo-mático había creído prestar un servicio momentáneo a los afligidos yque la imposibilidad de evacuarlos radicaba en la inoperatividad delgobierno y no en la voluntad de los diplomáticos.

En tanto, el canciller Saavedra Lamas, de quien es preciso decirque no viajaba en funciones, sino que lo hacía en tránsito, emprendiósu regreso desde Ginebra hacía París. Allí se encontró con el proble-ma, aún sin resolver, de los asilados, lo que exigía una renovada inter-vención. El presidente Justo lo autorizó a afrontar la cuestión, dada suproximidad a Madrid.

Desde su alojamiento en el Hotel Majestic, convocó allí a figurasde relieve de la diplomacia argentina: García Mansilla, embajador enEspaña, Le Breton, embajador en Francia, Felipe Espil, embajador enlos Estados Unidos, José María Cantilo, embajador en Italia y Rober-to Levillier, embajador en México. El cónclave diplomático estudiólos términos del mensaje que Pérez Quesada remitió el 15 de octubredando cuenta de la concepción restrictiva del derecho de asilo quesostenía el gobierno español y en la que solicitaba, alarmado por elpeligro inminente, la rápida intervención del gobierno argentino a fa-vor de los asilados en su embajada.

Saavedra Lamas se dispuso a presionar con todos los medios a sualcance, contando con la más cercana colaboración del diplomáticoen cuya jurisdicción se hallaban, Le Breton, amigo al que el cancillerdebía su nombramiento por el presidente Justo. El día 16 envió a suCancillería una nota en la que, quejándose de que la actitud del go-bierno español era absolutamente contraria a las promesas y declara-ciones que recientemente le hiciera su delegado en Ginebra, ÁngelOsorio, en el sentido de que se respetaría con amplitud la práctica delderecho de asilo, impartió sus instrucciones: “Sugiero tomar de inme-diato contacto con todas las cancillerías americanas apoyándose enlas que tienen gran número de asilados como la de Chile para dirigirsetelegráficamente al gobierno español manifestándole: 1) que invocanante él el derecho de asilo uniforme en el continente y heredado de latradición jurídica española, etc.; 2) haciendo constar solamente que elderecho de asilo mantenido hasta ahora por el Gobierno de España yratificado en comunicaciones oficiales ha excluido, por el amparo quesignificaba, el retiro de los asilados que han permanecido en el seno delas Legaciones o Embajadas sin ser objeto de requerimientos algunoshasta el momento actual por parte del Gobierno español; 3) que lospaíses que constituyen lo que fue la América española invocan solem-174 NÚÑEZ MORADO, cit., p. 231.

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nemente el respeto a ese derecho mantenido hasta ahora y cuya alte-ración para el futuro consideraran vinculado como hasta ahora a lasrelaciones diplomáticas que esas Repúblicas mantienen actualmentecon el Gobierno de España; 4) podría agregarse que los gobiernosque suscriben no conciben la adopción de la medida anunciada sin laprevia salida conjunta de todos los asilados antes de empezar a regirel nuevo criterio por nociones elementales de conciencia jurídica”.175

Después de mantener una charla telefónica con García Mansilla –ya de regreso en Ciboure– e interiorizarse de la situación en San Juande Luz y en Madrid, el doctor Saavedra Lamas mantuvo una conver-sación informal, sobre temas jurídicos, con el ex presidente de Méxi-co De la Barra. Con un panorama todo lo amplio que desde París eraposible obtener, el canciller encomendó a Le Breton la misión de en-trevistarse con el nuevo embajador español en Francia, Luis Araquis-tain –concuñado de Álvarez del Vayo.

En la breve visita a la sede parisina de la representación española,que realizó el día 17, Le Breton aseguró que su gobierno estaba dis-puesto a aceptar el concepto restrictivo del derecho de asilo reivindi-cado por las autoridades de Madrid, pero sin efecto retroactivo. Esdecir, que esperaba la libre salida con las debidas garantías, del encar-gado de Negocios Pérez Quesada con todos sus asilados sin excep-ción, según el precedente establecido por García Mansilla en Zarauz.El gobierno argentino mantenía su derecho de defensa a los que esta-ban en la embajada sin otro amparo que el de el pabellón nacional.Araquistain prometió comunicarse con su gobierno y dar respuesta alos representantes argentinos.

En ese momento se ofrecían tres difíciles caminos a seguir: la per-manencia en la embajada con las necesarias garantías; la creación deuna zona internacional en Madrid, a semejanza de Bilbao –zona neu-tral de Guecho– donde se agruparían bajo sus respectivas banderaslos representantes diplomáticos con sus asilados, y la evacuación conindispensable protección hasta la frontera. Antes de aceptar la imposi-bilidad de transportar fuera de España a los asilados, que era la solu-ción más satisfactoria, los diplomáticos agotaron todas las instancias.

La entrevista entre Le Breton y Araquistain hizo presumir con vi-sos de certeza, la posibilidad de evacuar a la brevedad a los refugiadospor lo que comenzaron a buscarse los medios. Le Breton tomó con-tacto con la Air France, a fin de saber si se podía disponer de avionespara la evacuación que saliendo de Toulouse se dirigieran a Madrid.En un momento en que las escuadrillas nacionales bombardeaban in-cesantemente los aeródromos de Getafe y Cuatro Vientos, la líneaaérea francesa informó que no tenía disponibilidad de aviones parasemejante propósito. El embajador se dirigió entonces a los funciona-rios del Quai d’Orsay, obteniendo parecida respuesta, al ampararseéstos en el acuerdo de no intervención adoptado por las potenciaseuropeas. Igual gestión, llevada a cabo por el embajador Malbrán,fracasó en Londres.

Saavedra Lamas conjuntamente con Le Breton decidieron mo-dificar el pedido original de transportar a todos los refugiados,ateniéndose únicamente a evacuar a las mujeres, niños y enfermos.Esta rectificación fue dada a conocer a los funcionarios franceses,aprovechando para ello los agasajos de que era objeto SaavedraLamas en París.

En el banquete ofrecido el día 20 por la Cancillería francesa, eljefe del Gobierno León Blum, fue impuesto del sentido humanita-rio que revestía la evacuación de parte de los asilados de la emba-jada argentina. La ayuda francesa se concretó en un posterior al-muerzo ofrecido por Le Breton en el Embassy Club, al que fueronespecialmente invitados el jefe del gobierno francés y su ministrode Relaciones Exteriores, Delbos. En ella, los funcionarios france-ses mostraron su disposición por facilitar aeroplanos y permitirque los asilados fueran a Francia.

Ejecutando las instrucciones enviadas desde París por SaavedraLamas, el canciller interino Ramón Castillo reunió el 17 de octu-bre a los representantes diplomáticos –acreditados en Buenos Ai-res– del Perú, Chile, Brasil, Uruguay, Venezuela, Colombia, Cuba,República Dominicana, Ecuador, Panamá, Bolivia, México, Para-guay y Nicaragua, para considerar el asilo otorgado en España. Elobjeto de la reunión era coordinar una acción conjunta tendiente aasegurar la aplicación integral de la doctrina. El encuentro, que175 Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto, cit., 1936-1937, p. 70.

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tuvo lugar en horas del mediodía, sirvió para poner en conocimien-to de los diplomáticos latinoamericanos el pensamiento del gobiernoargentino. En él se acordó que los representantes se dirigieran a susrespectivos gobiernos para requerir las instrucciones pertinentes a losefectos de concertar la eventual gestión cerca de las autoridades deMadrid. Los embajadores de España, Enrique Díez-Canedo, y de losEstados Unidos, Alexander W. Wedell –hay que recordar que esteúltimo país no había firmado los artículos referentes al derecho deasilo en los Tratados de La Habana de 1928– también concurrieron ala Cancillería, donde fueron informados de la reunión efectuada y delos propósitos perseguidos.

El 20 de octubre Castillo volvió a reunir a los representantes lati-noamericanos, esta vez en la casa de gobierno. En la reunión se estu-dió ampliamente la situación de las personas refugiadas en las embaja-das, como también la seguridad del personal de las mismas. En sutranscurso casi todos los diplomáticos hicieron conocer las informa-ciones llegadas a sus respectivos gobiernos a través de los represen-tantes acreditados en Madrid, de las cuales se podía concluir que sevivían momentos extremadamente delicados. Finalizadas las conver-saciones, Castillo informó a los periodistas allí congregados que sehabía resuelto por unanimidad afirmar el derecho de asilo, informan-do al gobierno de Madrid la decisión adoptada por los países latinoa-mericanos, por intermedio de cada uno de los representantes diplo-máticos o directamente por las cancillerías.

Al día siguiente, a la par que el Ministerio de Relaciones Exterioresde la Argentina ponía en conocimiento de sus pares de Haití, Hondu-ras, Guatemala, Costa Rica y El Salvador, de las gestiones llevadas acabo de conformidad con el parecer unánime de la reunión de jefes demisiones diplomáticas acreditadas en Buenos Aires, se dirigía al mi-nistro de Estado de España, afirmando el pensamiento argentino conrespecto al derecho de asilo y la necesidad de aceptar los hechos yaconsumados. Castillo, que antes de citar juristas y legisladores, prefi-rió referirse al origen común de las nacionalidades y la tradición denobleza española, telegrafió así a Álvarez del Vayo: “Invocando sen-timientos de inalterable amistad hacia la Madre Patria, me permitollamar la atención de V.E. sobre esas dificultades, que importarían no

sólo el desconocimiento de inmunidades reconocidas a las MisionesDiplomáticas, sino que también, al violentarse un derecho consagradopor la América Latina que tiene como base un principio esencialmentehumanitario con hondas raíces en la hidalga tradición jurídica españo-la, que, para gloria de ella, dejó huellas profundas en las hoy Repúbli-cas de América, temo y con razón que hechos tan lamentables, encaso de producirse, pueden ser causa de dolorosos desgarramientosen los vínculos morales y de todo orden que nos unen”.176

Por medio de su embajador en Francia, Álvarez del Vayo hizo sa-ber a Saavedra Lamas que estaba haciendo todo cuanto se hallaba a sualcance, muy disminuido por esos días, para satisfacer el pedido ar-gentino. En Madrid eran pocos los que veían con simpatía la masivaevacuación de los asilados y resultaba evidente que los dirigentes ex-tremistas no la aceptaban.

Pero la situación de Pérez Quesada no admitía mayores dilacionesy Saavedra Lamas era sabedor de ello: “[...] Sin embargo pasa tiempoy embajador España en ésta dilata respuesta por lo que visitaré estatarde formulándole reclamo. Estas iniciativas responden a situaciónque temo desesperante de Pérez Quesada con quien hablé por teléfo-no y que reclama armas, que de aquí no se le pueden enviar, paradefenderse contra turbas”.177 Reforzando la urgencia de las decisio-nes, Enrique Ruiz Guiñazú delegado argentino en Ginebra telegrafióal canciller interino señalándole: “El ex rey de España me ha pedido atítulo personal y confidencial haga presente al gobierno de la Repúbli-ca Argentina la conveniencia de redoblar sus generosos esfuerzos y sifuera posible enviar otro barco de guerra para asegurar la defensa ygarantía de los asilados ante la próxima toma de Madrid lo que agra-decería infinitamente”.178

Parecía que en ese momento no había mucho más que esperar. Elembajador Tomás Le Breton, acompañado por el consejero de emba-jada, Roberto Gache, acudió antes del mediodía del 22 de octubre a laembajada de España. Sin mayor protocolo, pues no había pedido pre-

176 Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto, cit., 1936-1937, p. 71, Buenos Aires, 21de octubre de 1936, de Castillo a Álvarez del Vayo.177 Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto, cit., 1936-1937, p. 75.178 AMREA, cit., caja 1, tomo III, Ginebra, 22 de octubre de 1936, de Ruiz Guiñazú a Castillo.

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viamente audiencias, solicitó ser recibido de inmediato por Araquis-tain. Así se hizo en el acto, y el embajador argentino, en tono suma-mente firme, le comunicó que la respuesta española a las peticiones desu gobierno tardaba demasiado en llegar, por lo que se podría suponerque se hallaban ante una negativa, expresándole el deseo del gabineteargentino de ser informado a la brevedad. Araquistain solicitó un parde horas para poder comunicarse directamente con Álvarez del Vayo.

Expirado el plazo a las 17 horas, y sin haberse producido novedad,Saavedra Lamas consiguió hablar telefónicamente con el ministro es-pañol merced a la intervención personal del ministro de Comunicacio-nes de Francia. Lo impuso de la gestión que realizaba en nombre delpresidente de la República Argentina, a fin de conocer lo más rápida-mente posible la resolución del gobierno de Madrid con respecto a laspersonas asiladas en la embajada argentina. Álvarez del Vayo prometióresponder a la mañana siguiente, luego de consultar con su gobierno.

El 23 de octubre se recibió, en el hotel donde se hospedaba Saave-dra Lamas, el cable del ministro de Estado español accediendo a laevacuación parcial, por vía aérea, de los asilados. La Argentina pre-tendería aún más, y para dejar abierta esa puerta, la Cancillería emitióel día 24 una comunicación oficial, a la par que enviaba a Pérez Que-sada las siguientes instrucciones: “Sírvase presentar nota al Ministe-rio de Estado manifestando que el gobierno argentino al considerarcomo un principio de ejecución de las medidas reclamadas la salida enprimer término de las mujeres y niños, hace presente que ello no im-plica aceptar restricción alguna de los principios del derecho de asilosustentado y a los hechos consumados y consentidos en su ejerciciopor ese gobierno, confirmando así los términos del telegrama de estaCancillería a ese Ministerio de Estado de fecha 21 del corriente. Ra-món S. Castillo, ministro interino de Relaciones Exteriores”.179

La presión surtiría efecto: “[...] el dilema ante el que nos colocabaeste ‘fait accompli’ y que yo tuve que presentar al gobierno en una denuestras primeras reuniones, era pedir la entrega de todos esos ‘refu-giados’, a riesgo de romper relaciones diplomáticas con casi todos los

países de América, o disponer una cuidadosa vigilancia de las legacio-nes, para impedir que aumentase el número. El gobierno se decidiópor el último procedimiento”.180

En ocasión de otro almuerzo, esta vez ofrecido por Lebrun, presi-dente de la República Francesa, a Saavedra Lamas, el oportuno LeBreton habló con el director de Asuntos Políticos y Comerciales, Bar-getón, para asegurarse que una vez obtenida la respuesta de España,el Quai d’Orsay y el Ministerio de Aviación harían todo lo necesariopara procurar el pronto traslado de los refugiados por vía aérea aFrancia. Recibida ella, Le Breton y Gache volvieron a trasladarse alQuai d’Orsay donde fueron recibidos por el jefe de la Secretaría,Rochat, conversando acerca del suministro de aviones.

Autorizada por su gobierno, Air France accedió al pedido argenti-no, que no pensaba reparar en gastos para lograr su objetivo: “[...]para evacuación asilados Madrid aviones facilitados gobierno francésAir France reclama treinta francos por km. debiendo responsabilizar-nos por todos los riesgos operación. A pesar onerosas condicioneshemos suscripto compromisos”.181

El itinerario establecido preveía la salida de Toulouse a Madrid yde allí hasta Alicante para ser embarcados en algunos de los dos bu-ques argentinos (el torpedero Tucumán haría su arribo el 5 de no-viembre). Para informar en forma personal al doctor Saavedra Lamassobre la situación en Madrid, se trasladaron a París los agregadosciviles López Lacarrere y Jardón. Ellos explicarían a su canciller que,si bien la embajada aún no estaba armada, se hallaba bien defendidacon barricadas y bolsas de arena.

Después de un permanencia de casi quince días en París, SaavedraLamas partió con rumbo a Londres, quedando encargado de la super-visión de la operación el embajador Le Breton. Resulta claro que elcontacto directo que tuvo el jefe de Gobierno francés con el cancillerargentino, lo mismo que Delbos con Le Breton, durante el desarrollode los programas oficiales de agasajos, movieron a las autoridadesgalas a consentir que aviones franceses se encargasen de la evacua-

179 “La Cancillería dio un comunicado referente a la situación de los asilados en la emba-jada en Madrid”, La Prensa, Buenos Aires, 25 de octubre de 1936.

180 JULIO ÁLVAREZ DEL VAYO, La Guerra empezó en España, cit., pp. 242-3.181 AMREA, cit., Caja 2, Tomo IV, París, 26 de octubre de 1936, de Le Breton a Castillo.

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ción de los asilados y que el propio Ministerio de Aviación se ocuparacon tanto interés de la preparación de los vuelos –en una semana,Blum se entrevistó tres veces con Saavedra Lamas.

Finalmente se puso a disposición de la embajada argentina en Ma-drid el aeroplano del presidente del Consejo francés. Se trataba de unavión bimotor grande con capacidad para entre diez y quince perso-nas. La orden de evacuación podría ser aplicada a 75 mujeres y niñosalojados en la sede argentina y en la Legación del Uruguay, sin teneren cuenta su nacionalidad. Se tenía prevista la realización de cincoviajes, cubriendo la distancia a Alicante en una hora y media de vuelo.

El traslado de los grupos hasta el aeropuerto –el día 26 de octu-bre sería bombardeado el aeropuerto de Barajas por la aviaciónnacional– se realizaría en cuatro automóviles propiedad de la em-bajada; se había enviado el dinero necesario por intermedio de lasucursal del Banco de España en París, para cubrir así todos losgastos que originara la salida de los asilados; el gobierno de Ma-drid confió a guardias republicanos seleccionados la tarea de pro-tección de los contingentes a evacuar.

A las 11.30 de la mañana del 26 de octubre, el aeroplano despegóde Toulouse, para dirigirse, vía Barcelona y Alicante, a Madrid. Horasdespués, el Quai d’Orsay informaba que este había debido regresar aFrancia después de haber dejado en Barcelona el cargamento de pro-visiones que llevaba.

La desazón dejó lugar a la certeza de que se evitaba un mal mayor.Sin embargo, el fracaso no era dable achacarlo al gobierno de Madrid.La embajada argentina en París recibió despachos procedentes delgobierno de Burgos en los que se informaba que, debido a próximasnecesidades de la guerra, “las autoridades nacionalistas lamentan nopoder garantizar la seguridad de los aeroplanos destinados a recogera los refugiados de la embajada argentina en Madrid”.182 La preven-ción envolvía la inminencia de una ofensiva general, para lo cual losrebeldes querían disponer del espacio aéreo.

Madrid, deseoso de terminar con éxito la gestión en la que se empeña-

ba por no disgustar a la Argentina, ofreció trasladar al grupo de las 75mujeres y niños en camiones que ostentaran las banderas de la embajada.La posibilidad única que restaba en el momento, no dejaba de ser peligro-sa; por ello, agotando todas las instancias, los representantes argentinosen Francia enviaron a su cónsul en Bayona, Heriberto Kenny, a Burgos,con el propósito de discutir con las autoridades rebeldes la cuestión de lasalida de los asilados por medio de automóviles que, ocasionalmente,podrían verse obligados a cruzar por las líneas nacionales. Parecidasgestiones llevaba a cabo en Madrid Pérez Quesada ante Largo Caba-llero. El encargado de Negocios argentino hizo entrega al jefe delgabinete español de una carta personal de Saavedra Lamas: los minis-tros se conocían por haber coincidido en 1928 en la XI Conferenciade la Oficina Internacional del Trabajo en Ginebra, el socialista cola-borando con el régimen de Primo de Rivera y el argentino nombradopor el gobierno yrigoyenista. Entonces, Largo Caballero ofreció darlas facilidades que estuvieran a su alcance para cubrir las urgencias delas personas que se hallaban refugiadas en la embajada argentina.

Sin embargo, las dificultades se mostraron insalvables: el gobiernode Burgos insistió en que el viaje en automóvil hasta Alicante debíarealizarse vía Guadalajara y Cuenca; la embajada de París no recibíade Madrid ninguna comunicación, lo que fue considerado como unindicio de que el gobierno central español había concentrado todassus energías en la contraofensiva –el 31 de octubre la capital españolase vio sometida al primer bombardeo diurno– y dadas las posibilida-des de lucha alrededor de la ciudad, era difícil, aún en el caso de unaconformidad de ambas partes, conseguir una tregua que permitiera elpaso de los refugiados que abandonaban Madrid.

Los obstáculos para la evacuación de los asilados surgieron tam-bién de la misma situación política en Alicante, donde se ponían trabasa la salida de personas: “Vicecónsul Alicante comunícame imposibili-dades embarcar compatriotas provistos pasaportes. Comité sindicalesexigen presentación partida nacimiento libreta enrolamiento no bas-tando pasaporte expedido legalmente. Consecuencias dificultades vi-cecónsul no pudo embarcar algunos argentinos. Pérez Quesada”.183

182 “Notas recibidas en la embajada argentina en París”, Crítica, Buenos Aires, 27 deoctubre de 1936. 183 AMREA, cit., caja 1, tomo III, 25 de octubre de 1936, de Pérez Quesada a Castillo.

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El gobierno de Madrid, habiéndose comprometido reiteradamentecon el de Buenos Aires a guardar la seguridad de los asilados, a pesarde esta momentánea suspensión de la evacuación, sostuvo la palabraempeñada. En París, Araquistain le informó a Le Breton que su go-bierno, a partir de ese momento, reconocería a la embajada el derechode armarse y defenderse, contribuyendo a su protección al reforzarnuevamente la guardia que destacaba el gobierno en los edificios quegozaban de inmunidad diplomática, cooperando así en las medidasdefensivas que se requirieran para asegurar las vidas, no sólo de losasilados argentinos, sino de todos los demás. Por esos días, PérezQuesada habilitó una habitación especial en la sede de la embajada,para depósito del armamento que pudo reunirse. Viéndose que ésteresultaba insuficiente, solicitó y obtuvo del comandante del 25 de Mayo,veintiún pistolas Colt, con todos los accesorios, que pasaron a engro-sar el doméstico arsenal.184

3.5. Los asilos navales

Los marinos argentinos, después de haber concentrado sus operacio-nes en la ciudad de Alicante, convertida en activo centro diplomáticoy que a causa de sus comunicaciones directas con Madrid –con líneasférreas que llegaban hasta los muelles mismos– desempeñaba un pa-pel de vital importancia en la evacuación de la capital, habían realiza-do hasta ese momento, a bordo del crucero 25 de Mayo dos viajes adistintos puertos del Mediterráneo: Génova y Lisboa.

La mayor lejanía del puerto italiano y las tensas relaciones diplo-máticas entre Portugal y el gobierno republicano –que culminaríancon la ruptura de relaciones en la segunda quincena de octubre– hicie-ron que se prefiriera Marsella, cuya travesía se podía realizar en sóloveinte horas (allí los derechos portuarios eran mucho menores que enItalia y la recalada más inmediata), más aún cuando el gobierno fran-cés se comprometió a recibir en su territorio a los evacuados de laembajada argentina en Madrid.

El capitán Ferreyra dio alojamiento a bordo a diversos diplomáti-cos latinoamericanos: el ministro de El Salvador Raúl Contreras Días,el secretario de la Legación de Guatemala Ricardo Castañeda Pagani-ni –cuyos gobiernos parecían estar prestos a interrumpir sus relacio-nes con la República–, el ministro peruano Juan de Osma, que des-pués de permanecer durante varias semanas en Alicante, se embarcóen el crucero británico Dispatch para ser trasbordados luego al 25 de

Mayo. Osma regresaría posteriormente a Madrid, y allí se hallaba cuan-do la primera semana de mayo de 1937, fue asaltada la Legación dePerú: detenidos los refugiados allí, las relaciones diplomáticas entre elgobierno de Lima y la República quedan interrumpidas.

El 15 de octubre, el crucero argentino, con sesenta y seis refugia-dos a bordo –cincuenta y siete argentinos, seis españoles (entre ellosse hallaba el ex jefe de la Policía de Madrid, Ramón Fernández Matto)y los tres diplomáticos latinoamericanos– zarpó del puerto españolrumbo a Marsella. Una semana después estaba de regreso en Alicante.

El 25 de mayo fondeaba en Alicante, por lo general a unas tresmillas de los muelles del puerto, en la cercana playa de Campello, paraevitar así los bombardeos o que la tentación de la gente de ganar anado el buque produjera enojosos incidentes. Se llegaba a él a travésde las lanchas propias, o incluso de las mismas motoras del puerto,que eran conducidas por un guardiamarina y tres marineros armados.El crucero contaba con varias embarcaciones menores: a motor (unade 10,10 por 2,50 por 1,20 metros de diez nudos; una de 10,10 por2,50 por 1,25 metros de diez nudos y una tercera de 12,00 por 3,20por 1,25 metros para desembarco de cinco nudos); a remos, con y sinmotor auxiliar (lanchas salvavidas con doce remos y dos chinchorrosde cuatro remos que además podían emplear velamen; una falúa dedoce remos y un bote ballenero) y veintisiete balsas salvavidas.185

El buque argentino comenzó a recibir directamente a bordo nume-rosos pasajeros en calidad de asilados. En el mes de octubre llegó alConsulado de Alicante, enviado desde Madrid, un andrajoso ancianoque era requerido por la justicia argentina. Vestía ropas de presidiarioy estaba esposado. Se decía que el gobierno de Buenos Aires había

184 AMREA, cit., caja 3, tomo VII, Buenos Aires, 24 de marzo de 1937, de Ministerio deMarina a Ministerio de Relaciones Exteriores. Diecinueve pistolas quedaron en poder delos representantes argentinos hasta el fin de la guerra. Las otras las sacó Pérez Quesadacuando abandonó España. 185 AGA, 25 de Mayo, legajo 169, Libro Historial del buque, cit..

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pedido su extradición por alegar que tenía cuentas pendientes en sustribunales. Se trataba de un ardid, para salvar la vida del sacerdoteespañol Ramón Terré Bertrand, por quién había intercedido un pa-riente suyo argentino, miembro prominente del gabinete de Justo. Terréfue escoltado por los guardias del puerto hasta la aduana, allí el guar-diamarina argentino que tenía el encargo de llevarlo a bordo, exigióque le fueran quitadas las esposas porque el capitán Ferreyra no acep-taba la llegada de una persona en tales condiciones al 25 de Mayo,cualquiera fuese su crimen. Con el número once en la lista de pasaje-ros, Terré abandonó Alicante el 15 de octubre de 1936.186

En otro de los viajes realizados a Marsella por el crucero argenti-no, se embarcó Agapito García Atadell, jefe de la tristemente famosaBrigada del Amanecer, checa –una suerte de cárcel popular– situadaen el Palacio de los Condes del Rincón, a escasos metros de la sedediplomática argentina de Castellana, 42. García Atadell, al igual quemuchos hombres de la República, creyeron que las fuerzas de Francoentrarían inexorablemente en Madrid, y ante el peligro concibió laidea de huir. Munido de un falso pasaporte de nacionalidad cubana sepresentó en noviembre de 1936 en el Consulado argentino de Alican-te; sin embargo, su verdadera identidad fue advertida allí por los fun-cionarios. Legalmente no podía encontrar asilo en un local consular,aunque sí en el navío argentino, y el cónsul Lorenzo Barrera accedió aayudarlo, pero estableciendo con él un pacto. Los rígidos controlesaduaneros, ejercidos por las dos centrales obreras (CNT de orienta-ción anarquista, y UGT, Unión General de Trabajadores, de filiaciónsocialista), por la FAI y por las autoridades locales, hacían sumamentedifíciles los embarques de aquellos que no contaban con orden expre-sa del gobierno de Madrid, del provincial de Alicante o que eran pro-badamente extranjeros. Sin embargo, había otras maneras de llegar alcrucero argentino: alquilando lanchas fantasmas, que a enormes su-mas se arriesgaban a llegar al navío en la madrugada. García Atadellsería recibido en el 25 de Mayo si además de alquilar una de esaslanchas para sí y sus acompañantes conseguía otra, costeada también

por él, para la viuda de un aviadorfusilado por los republicanos y sushijos pequeños. Una madrugada delotoño español, una lancha deposita-ba en el 25 de Mayo a la mujer y asus hijos. No habían transcurrido másque unos minutos cuando otra mo-tora acercó a García Atadell y unreducido grupo de amigos.187

A principios del mes de octubre,circulaba en las esferas navales ar-gentinas la noticia de que el 25 de

Mayo sería reemplazado, probable-mente por otras unidades más peque-ñas y maniobrables. Se consideraba,pues, la posibilidad de enviar a aguasespañolas otro crucero, el Almirante Brown, o dos exploradores deltipo Mendoza. Sin duda, la permanencia por dos meses en el Medite-rráneo, la atención dispensada a los ciudadanos argentinos y aún aextranjeros, unidos al hecho de que los asilados en la embajada de Madridfueran posiblemente evacuados por aviones o se prolongara la solucióndel problema, hicieron pensar en el pronto retorno del crucero.

Pero, atento a la apremiante situación bélica de la península, y enparticular de su embajada en Madrid, el gobierno argentino, por inter-medio del Ministerio de Marina, resolvió que el torpedero Tucumán

se trasladase a España para sustituir al 25 de Mayo y prestar así ayudaa los refugiados. La primitiva orden de reemplazo, dada el 13 de octu-bre, se transformó el 17, previendo la factibilidad de mayores riesgospara la seguridad de los asilados. Se dispuso, entonces, el envío deltorpedero para que colaborase, mientras ello resultara necesario, conel crucero en su tarea humanitaria.

186 Testimonio proporcionado por el capitán de fragata (R.E.) Horacio J. Perazzo, exguardiamarina del crucero 25 de Mayo, Buenos Aires, 11 de noviembre de 1983. Y corro-borados con listas de embarque del buque y demás referencias.

Lorenzo Barrera, cónsul de la Argentina en

Alicante durante la Guerra Civil Española.

Fuente Archivo General de la Nación

187 García Atadell desembarcó en Marsella y allí abordó un buque de línea. En el puertode Las Palmas fue detenido por el Canarias, ubicado entre el pasaje del Mexique. Bajo lapersonalidad de un actor cinematográfico pensaba trasladarse a La Habana. Según algu-nos testimonios, García Atadell fue seguido por un espía desde el momento mismo deabordar el 25 de Mayo. Procesado en Sevilla por el mando nacional, sería ejecutado.

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Construido en los astilleros de la isla White de Inglaterra y botadoen 1928, el Tucumán integraba la fuerza de exploración de la flota demar.188 Desde diciembre de 1935 comandaba la nave el capitán defragata Mario Casari.

El 17 de octubre, a las 23.10, el Tucumán zarpó de Puerto Nuevoconduciendo 167 hombres de tripulación y 13 oficiales. Previamente,su comandante había conferenciado con el ministro de Marina, Elea-zar Videla, y con funcionarios del Ministerio de Relaciones Exterio-res, para recibir sus instrucciones.

Por la misión asignada y las contingencias que pudieran derivarsedel estado de cosas de España, el buque fue provisto de todo su mate-rial. Llevó así, además de su carga de munición completa, elementospropios para actuar en el mar, tales como dispositivos para cortinasde humo, cargas de proyectiles de profundidad para ataques submari-nos, como también de torpedos y los últimos aparejos incorporados ala Marina para el rastreo de minas.

Si bien el torpedero Tucumán fue designado por sus méritos, comorecompensa y estímulo por su dedicación al servicio, se debe tener encuenta, para valorar aún más su actuación, que no se trataba de unbuque ni de una oficialidad y marinería seleccionados, sino de unanave corriente de la Armada Argentina, que con cuarenta y ocho horasde aviso debió partir para ejecutar la política exterior de su gobierno.

La primera “Orden del buque” del capitán Casari a sus subordi-nados dio a conocer los motivos que los llevaban a aguas españo-las: secundar al crucero 25 de Mayo, asegurando el respeto de losintereses y la vida de los argentinos y evitando que se cometieranatropellos contra la soberanía argentina, radicada en la embajada yen el mismo barco. Luego de reseñar someramente los principiosdel derecho de asilo, pedía prescindencia absoluta en las cuestio-nes internas de España, de hecho y de palabra. Sin embargo, ad-vertía que, llegado el caso, se debería afrontar cualquier contin-gencia, oponiendo “la fuerza a la fuerza” si ello fuera inevitable.Puntualizaba que “si la Superioridad ha dispuesto que el buque em-prenda la marcha equipado en pie de guerra” era para respetar y hacer

respetar el asilo otorgado por la Argentina. La importante misión enaguas europeas le llevaba a exhortarles a los hombres de su tripula-ción: “Por último: de la actuación del buque, en su conjunto y de la decada uno de sus hombres que lo tripulan dependerá el prestigio quesobre nuestra Patria y sobre nuestra Institución Armada recaiga y espor eso que ningún sacrificio nos debe parecer grande para hacer queflamee bien alto nuestro glorioso pabellón y para que se recuerde conrespeto el nombre de Argentina”.189

Previa escala el 30 de octubre en San Vicente (islas de Cabo Ver-de), el Tucumán arribó el 5 de noviembre a Alicante, reuniéndose allícon el 25 de Mayo.

Alicante era, sin duda, un puerto riesgoso, ya que la ciudad carecíade defensas antiaéreas, no se tomaban las previsiones de oscurecerlade noche y en sus muelles atracaban buques mercantes de diversasnacionalidades que descargaban víveres y armamentos para el gobier-no republicano de Madrid, lo que la hacía blanco predilecto de la avia-ción franquista.

El Tucumán pronto advertiría que había entrado de lleno en unescenario bélico: a las 4.30 de la madrugada de aquel 5 de noviembreaviones nacionales comenzaron a bombardear Alicante. Su objetivoeran los buques mercantes y petroleros rusos que estaban amarradoscerca de la escollera. El 25 de Mayo, sin bien se hallaba anclado aconsiderable distancia de los cargueros soviéticos, se vio atrapado enmedio del bombardeo –un proyectil cayó a cuatrocientos metros deél– y se decidió levar anclas para alejarse rápidamente. El crucero,que estaba en velocidad de dos horas de aviso, salió del lugar en velo-cidad veinte minutos, para lo cual hubo de darse petróleo en tal abun-dancia a la caldera que la chimenea comenzó a echar humo negro ychispas. En el fragor de los estallidos, la gente que se hallaba en lacosta creyó que el crucero argentino había hecho uso de sus cañonesantiaéreos contra los aviones rebeldes.190 No pocos alicantinos aplau-

188 Ver PABLO E. ARGUINDEGUY, cit., pp. 2426 y ss.

189 ARCHIVO PARTICULAR DE MARTHA CASARI DE RISSO, (en adelante AC), or-den de buque n. 8 bis/36. s/f.190 Testimonio del capitán de fragata (R.E.) Horacio J. Perazzo. Noticias coincidentesbrindaron en sus ediciones del 6 y 7 de noviembre de 1936 los periódicos argentinos La

Nación, Noticias Gráficas y La Prensa.

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dieron los días posteriores el paso de los marinos argentinos, en laseguridad de que se les debía la retirada de los nacionales. Los perfilesde ambas unidades de la Marina de Guerra eran muestra de un pode-río cierto de la Argentina,191 e indudable fuerza moral y respaldo paralas gestiones que llevaban adelante sus diplomáticos. No le faltabantampoco popularidad a los marinos argentinos, todo lo que facilitabasus tareas de rescate.

Algo tardíamente, el gobierno civil de Alicante procedió a impartiralgunas mínimas normas de seguridad: “Excmo. Señor: Habiéndoseanunciado la presencia de aparatos enemigos en esta provincia, y ha-biéndose adoptado por mi autoridad las medidas conducentes en de-fensa de los más elementales derechos de la persona humana, ruego aV.E. proceda al apago de las luces del barco a su digno mando, a finde evitar que dentro de las aguas jurisdiccionales puedan servir depunto de referencia para un ataque como el realizado en la madrugadaanterior por los aparatos facciosos. Testimonio a V.E. mi más altaconsideración. Alicante, a las 0,3 del día 6 de noviembre de 1936.(fdo) El Gobernador”.192 La orden no parece haber tenido vigenciapor largo plazo, pues una ayuda memoria del capitán Ferreyra a Casa-ri, del 7 de noviembre expresaba: “Le hablé también a su 2º del asuntoiluminación nocturna; queda sin efecto lo de apagar todas las luces;Ud. deje prendidas las que necesite; en caso de que ilumine mi pabe-llón, Ud. también sigue mis movimientos”. Ferreyra le recomiendaestar alerta pues parecía probable que se repitieran los bombardeos,pero esta vez desde el mar por la artillería de la Marina nacional

El incidente, sin ninguna consecuencia para los buques argentinos,no fue obstáculo para que el 25 de Mayo preparase su cuarto viaje aMarsella, que tuvo lugar entre el 11 y 12 de noviembre, transportando

en esa oportunidad un total de setenta y siete pasajeros, sesenta y tresargentinos, siete cubanos y siete franceses.

El Tucumán, subordinado al comando del 25 de Mayo, permane-ció fondeado en Alicante hasta el 20, fecha en la que zarpó rumbo aGibraltar en busca de refugiados argentinos para regresar a aquel puertoel día 23. El 25 se dirigió con igual objeto a Almería, avistando duran-te el proyecto y por espacio de cuarenta minutos, fusilazos produci-dos por el intenso bombardeo aéreo de Cartagena. El 27 abordaronallí el Tucumán, según la lista de embarque del buque, diez argentinos,cuatro brasileños, tres españoles con dos niños. El 28 hicieron lo pro-pio en Alicante, cuatro argentinos, un italiano y dos españoles con unacriatura. El torpedero se dirigió luego a Valencia, donde fueron em-barcados ocho argentinos y dos españoles, zarpando desde allí al díasiguiente para iniciar su primer viaje a Marsella, con treinta y sieterefugiados a bordo.

El encargado de Negocios en Lisboa, Reneé Correa Luna, en es-trecho contacto con el gobierno de Burgos, transmitía a sus superio-res noticias para ser radiadas a los buques argentinos: “He recibidohoy del representante de Burgos rogándome transmitirla urgentemen-te a V.E., nota que en resumen dice así: ante la inminencia de próxi-mas operaciones navales las autoridades españolas han señalado losfondeadores siguientes recomendaciones a los buques de guerra ymercantes extranjeros pertenecientes a los países neutrales. Valencia:al sur del paralelo 39 al grado de 26’ norte. Alicante: al poniente me-ridiano 0 grado de 29’40 segundos”. 193

Entre la noche del 29 y el 30 de noviembre el torpedero Tucumán

fue sorprendido por una fuerte tormenta en aguas del Mediterráneo.Los evacuados que transportaba el buque, en su mayoría mujeres yniños, descansaban en los camarotes de popa y en las cuchetas deproa que les había cedido la tripulación, cuando un temporal de granintensidad –lo que no era inusual en la zona– los sorprendió en lasproximidades del golfo de León. Después de veintiocho horas de na-vegación lograron arribar al puerto francés, debiendo entrar a repara-

191 Ya en 1922 la Armada Argentina ocupaba el 7° lugar mundial en tonelaje de susbuques de guerra –que considera el poder destructivo, la capacidad de defensa, la veloci-dad, la maniobra y la antigüedad de las unidades-, bastante por detrás de Inglaterra,Estados Unidos, Japón, Francia, Italia y Rusia, aunque por encima de España, Brasil yChile, en GUILLERMO ANDRÉS OYARZÁBAL, “Las Fuerzas Armadas (1914-1943)”,en Nueva Historia de la Nación Argentina, Tomo VIII – Cuarta Parte: La Argentina del

siglo XX c. 1914-1983, Buenos Aires, Planeta, 2001, p. 193.192 AC, del Gobierno Civil de la Provincia de Alicante – Secretaría a Comandante delbuque Tucumán, 6 de noviembre de 1936.

193 AMREA, caja 2, tomo IV, Lisboa, 2 de noviembre de 1936, de Correa Luna aSaavedra Lamas.

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ciones. La tempestad había roto el palo, sacando las lanchas y lascajonadas de salvavidas y municiones. La lancha motor quedó colga-da de los estantes, al igual que la ballenera. Recién el 5 de diciembre elTucumán pudo retornar a puertos españoles.

El 8 de diciembre, el 25 de Mayo arribó por última vez a Marsella.Traía a bordo noventa y nueve personas que, en diferentes fechas,habían encontrado albergue en el puerto de Alicante y otras diez quesubieron en Valencia. La lista de pasajeros incluía cincuenta y ochoargentinos, cuarenta y cinco españoles –personas que a través de en-víos secretos e individuales desde Madrid o por intervención directadel capitán Ferreyra o del cónsul argentino en Alicante Barrera habíanlogrado eludir los controles aduaneros–, tres belgas, un alemán, unfrancés y un peruano. El 25 de Mayo permaneció anclado en Marsellahasta el 14 de diciembre cuando partió de regreso a Alicante.

Razones económicas motivaron el regreso del 25 de Mayo: “ElMinisterio de Marina teniendo en cuenta los viajes y el número deasilados transportados por el 25 de Mayo resuelve el retorno de éste ysu substitución por el Tucumán en atención también al enorme costoque representa”. El crucero emprendió su retorno directo desde Ali-cante el 15 de diciembre, con una única escala en San Vicente parareabastecerse de combustible. El 1 de enero de 1937 amarró en elpuerto de Buenos Aires a las 13.55 horas.

3.6. Madrid sitiada y la demora del tiempo de las evacuaciones

La gestión en pro de la evacuación de los asilados quedó paralizadaen los primeros días de noviembre de 1936. El doctor Julio LópezLacarrere, enviado especial al cuartel general de Franco en Salaman-ca –ya había sido precedido por el cónsul Kenny– regresó con unfracaso a París, pues se le había hecho saber que las tropas rebeldesharían fuego contra los aviones que volaran sobre su territorio. Alparecer los militares nacionales sospechaban que los pilotos de Air

France encargados de realizar los viajes, se proponían volar sobre lazona sublevada del territorio español con intención de provocar unincidente internacional.

Ni siquiera la evacuación en automóvil prometida por el gobiernode Madrid resultaba convincente. Desde París el embajador Le Bre-

ton telegrafió a su Cancillería: “Pérez Quesada me ha comunicadoque las seguridades ofrecidas por el gobierno español para la evacua-ción son absolutamente insuficientes pretendiéndose que el transportese haga escapando a la vigilancia de los milicianos. En esas condicio-nes cree más prudente desistir evacuación. Agrega que la situación deMadrid se ha agravado recrudeciendo la actitud revolucionaria anar-quista temiéndose estén dispuestos a todos los excesos”.194

El último día de octubre, el Ministerio de Estado español fijaríauna vez más su criterio, insistiendo en el cumplimiento del artículosegundo de la Convención de La Habana, que establecía la obligaciónde los jefes de misión de notificar los nombres de las personas queasilaban y reiteraba como requisito indispensable el tratamiento porseparado de cada caso. El contenido de la nota del ministro Álvarezdel Vayo llegada a Buenos Aires el 31 de octubre difería en formasustancial, en su contenido doctrinario, con la tesis sustentada por laArgentina. El doctor Castillo no dejó sin respuesta a su par español,reiterando en todos sus términos lo manifestado ya en su telegramadel 21, aunque comenzaba a vislumbrarse que la Argentina se aven-dría a una resolución particular del problema: “Con respecto a la ma-nifestación de V.E. acerca de abusos notorios de quienes utilizarían elasilo en la embajada para proseguir una labor subversiva, el gobiernode la República Argentina tiene el convencimiento de que no es ese elcaso de los que se han refugiado en su embajada en Madrid. En talvirtud descansa el gobierno argentino en la seguridad de que las ga-rantías absolutas ofrecidas por V.E. serán mantenidas por todos losque se encuentran al amparo de su pabellón por exigirlo así la integri-dad del derecho de asilo”.195

Los sublevados mostraron desde el comienzo del pronunciamientomilitar una firme voluntad por tomar Madrid. Las medidas defensivasno lograron impedir que las tropas coloniales de Franco llegaran hastalos suburbios de la ciudad. Pocas expectativas había que la resistenciapudiera vencer el asedio. La prensa madrileña explicaba la situacióndiciendo que “[...] saltaba a la vista que lo que se buscaba al centrali-

194 AMREA. Caja 2, Tomo IV. De Le Breton a Castillo, París, 3 de noviembre de 1936.195 “Reafirma la República Argentina sus principios sobre el derecho de asilo”, La Pren-

sa, Buenos Aires, 6 de noviembre de 1936.

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zar los ataques era incomunicar al gobierno y al ser capturado, lograrreconocimientos diplomáticos”.196

En medio de la perturbación que se vivió en la primera semana denoviembre pocas eran las energías que desde las esferas oficiales seestaban dispuestas a gastar en la protección de los asilados. Todo hom-bre era importante para defender a la capital en peligro de sucumbir.Por ello, el gobierno español comunicó al Cuerpo Diplomático el 6 denoviembre –en la madrugada del día 7 varios ministros se dispusierona abandonar Madrid– que el gobierno se veía en la obligación de reti-rar los guardias nacionales republicanos que prestaban servicios decustodia a las embajadas y legaciones acreditadas en la capital espa-ñola. Sin pérdida de tiempo, Pérez Quesada se dirigió al Ministerio deEstado entrevistándose con su secretario general, Ureña y luego, conel mismo Álvarez del Vayo, lo que comunicó de inmediato a su Canci-llería: “[...] con el ministro Vayo, ante el cual razoné enérgicamente laimprocedencia de la medida dejando íntegra la responsabilidad de loque por consecuencia de ello pudiera suceder al propio Ministro deEstado. El Ministro habló inmediatamente con el de la GobernaciónSr. Galarza, y éste le dijo que podía trasladarme la promesa de que noserían movidos de sus puestos los guardias de la embajada”.197

En la misma nota el encargado de Negocios argentino, testigo di-recto de los aciagos días que se vivían, consignaba también una signi-ficativa anécdota: “Como nota de matiz que tiene indudable interés,comunico a V.E. que ayer cuando me entrevistaba con el MinistroVayo irrumpió en su despacho el Embajador de los soviets señor Ro-semberg (sic) que sin llenar la cortesía de pedir permiso para entrar niquitarse el sombrero u abrigo, llegó hasta el Ministro en la actitud delque ejerce una jefatura y procede con la desenvoltura propia de pa-trón”. Aunque existían relaciones diplomáticas entre España y Rusiadesde 1933,198 recién el 21 de septiembre se dio a publicidad el nom-bramiento del embajador español en Moscú, recayendo el cargo en el

doctor Marcelino Pascua. A su vez, Stalin había enviado a España alembajador Rosenberg, cuya presencia era diaria en los despachos deLargo Caballero, a fin de aconsejarlo sobre lo que tenía que hacersepara dirigir con éxito la política de guerra. Como el diplomático so-viético no hablaba español, casi siempre lo acompañaba Álvarez delVayo, que actuaba como su interprete. A pesar que Largo Caballerohabía afirmado al corresponsal de Pravda, en declaraciones que reco-gió Claridad que “[...] estamos resueltos a no ceder a nadie ni siquie-ra una centésima de los derechos soberanos que tiene el pueblo espa-ñol sobre su propio territorio para organizar su vida como bien leparezca”. Sin embargo, Largo Caballero debería soportar, hasta sudesplazamiento en mayo de 1937, una intromisión del diplomáticoruso que se haría cada vez más insolente.199

La comisión especial del Cuerpo Diplomático vio a principios denoviembre como muy probable la caída de Madrid: “prensa de estamañana coincide señalar gravedad situación por cerco Madrid dondeya luchase cerca arrabales. Todos periódicos proclaman jornada hoyes decisiva por cuanto en ella pueden decidirse victoria o derrota fuer-zas leales”.200

El 11 de noviembre los encargados de Negocios de la Argentina yGran Bretaña, junto con el embajador de México, se presentaron anteel general Miaja, jefe de la primera división y presidente de la flamanteJunta de Defensa de Madrid –establecida para mantener el orden en laciudad sitiada– ofreciendo sus servicios, en cualquier sentido, paraaliviar los padecimientos de la población civil. Julián Zugazagoitiarelataría así aquellos momentos en que se intentaba evitar tragediasaún mayores: “Los Diplomáticos, la Cruz Roja Internacional, buscan-do servir a la causa de ese mismo vecindario se interesan por Madrid.Quieren mediar para que la ya inevitable caída de la capital no sea unaderrota militar que autorice a los vencedores a hacer represalias. Creenpoder conseguir condiciones humanas de Burgos. No está claro paratodos que Madrid va a capitular? Dónde y con que hará Miaja la resis-tencia? Se presentan a él y lo hacen, con la mejor voluntad, su ofreci-196 Claridad, Madrid, 8 de noviembre de 1936.

197 AMREA, caja 2, tomo IV, Madrid, 7 de noviembre de 1936, de Pérez Quesada aCastillo.198 ÁNGEL VIÑAS, “Los condicionantes internacionales”, en La Guerra Civil Española.

Ro años después, cit., p. 147 y ss.

199 LUIS ARAQUISTAIN, “El comunismo y la guerra civil española”, en La Prensa, Bue-nos Aires, 12 de julio de 1939.200 Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto. Memoria ..., 1936-1937, cit., p. 80.

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miento. Confían en un éxito satisfactorio. Las condiciones de la rendi-ción serán buenas. Se salvarán muchas vidas y Madrid dejará de pade-cer un suplicio, al final del cual, sin sombra de duda, precisa sus con-tornos desoladores la derrota”.201

Miaja, representando el orgullo y la tenacidad del pueblo madrile-ño que luchaba por evitar que la capital cayese, se negó a cualquiergestión que pareciera una rendición o que minara el espíritu de susdefensores.

Asentada la administración republicana en Valencia, el gobiernopretendería que la nueva residencia oficial se rodeara de todos loselementos que configuraban plenamente su condición de único man-do político legal de España, estando entre ellos la presencia de lasrepresentaciones extranjeras. Por otra parte, se insistía en la idea, tan-to en el gabinete como entre los diplomáticos, que si se producía latoma de Madrid por las fuerzas de Franco, los jefes de las misionesdiplomáticas que allí habían quedado se inclinarían por reconocer alGobierno nacional, produciéndose así una ruptura en masa de las rela-ciones de esos países con la República.

La partida de los diplomáticos implicaba el abandono de los asila-dos, pues había sido descartada la posibilidad de salir con ellos deMadrid. El asentamiento en Valencia, por esos días menos expuesto alos rigores de la guerra, se presentaba como más seguro y tranquiloque la permanencia en el frente mismo de batalla. En este sentidoseñalaba Pérez Quesada que: “El gobierno de Valencia presiona a lasembajadas a trasladarse allí, oponiéndonos mayoría diplomáticos de-bido a la gravísima situación en que quedarían los asilados. Mi criterioes quedar en Madrid hasta el final”.202

Largo Caballero era de la idea de que con la toma de Madrid elenemigo no resolvería nada y en cambio el esfuerzo lo dejaría exhaus-to y desangrado. Buscaba, además, desdibujar la idea que había que-dado flotando de una huida a Valencia, al afirmar que la guerra co-menzaba en ese momento, cuando la República empezaba a disponer

del material bélico y el apoyo externo necesario, del que hasta enton-ces había carecido. Por su parte, el Ministerio de la Gobernación semostró activo en el objetivo de instaurar “un orden revolucionario enla retaguardia”. Una gran cantidad de reglamentación intentó superarel caos de los primeros meses de la guerra: la tramitación de los asun-tos de la Dirección General de la Administración, la unificación de lasfuerzas de seguridad, asalto, urbanos, policía, la desaparición de lasmilicias obreras y las guardias antifascistas queriendo dar por termi-nada la indisciplina, el ascenso por méritos a todos los empleos de losguardias de asalto, y con el objeto de cubrir vacantes necesarias, losrápidos ascensos de los alfereces de la Guardia Nacional Republicana.Asimismo, se pretendía ir a la reorganización de los ayuntamientos, abase de que estuvieran integrados por representantes de los partidosdel Frente Popular y de las organizaciones sindicales.

La Argentina penaba por España, organizándose por doquier co-lectas y beneficios para recaudar fondos con el objeto de mitigar enalguna medida los sufrimientos del pueblo español. El 23 de noviem-bre Pérez Quesada entregó a la Cruz Roja Española la suma de 500.000pesetas recaudadas en la Argentina para ser repartida entre sus hospi-tales. Su Comité Central, a través de su presidente doctor AurelioRomeo, agradeciendo la donación y las frecuentes visitas que realiza-ban los diplomáticos argentinos a los hospitales, interesándose por losheridos y por sus carencias, resolvió otorgar la gran placa de honor almérito al presidente Agustín Justo y al canciller Saavedra Lamas –distinción que se concedía por primera vez desde el inicio de la guerracivil. Otras condecoraciones se otorgaron también al subsecretario deRelaciones Exteriores, Oscar Ibarra García, a Pérez Quesada y a losagregados Pepes, Jardón y Mugica.203 La Cruz Roja Española otorgótambién la Placa de Honor y Mérito al embajador García Mansilla.

Mientras, se multiplicaban los pedidos humanitarios. Los diplomá-ticos, por expreso pedido del gobierno de Justo, se interesaron por lavida de María y de Ramiro de Maeztu. Se vislumbró por esos días laposibilidad de canjear al ex embajador de Primo de Rivera por la viu-da y las hijas del fusilado director de la Cárcel de Palencia, pero todo201 Crónica de la Guerra Española, cit., Tomo III, p. 59.

202 AMREA, caja 2, tomo V, del comandante del 25 de Mayo al Ministerio de Marina,para ser retransmitido a Relaciones Exteriores, desde el 25 de Mayo, anclado en Alican-te, 20 horas del 27 de noviembre de 1936.

203 “Distinción a Justo y a Saavedra Lamas”, La Prensa, Buenos Aires, 10 de diciembrede 1936.

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fracasó. Maeztu, que había sido conducido el 1 de agosto a la cárcelde Ventas de Madrid, fue sacado de allí y fusilado el 28 de octubre enAravaca. El PEN Club de Buenos Aires, a través de su presidente,Carlos Ibarguren, realizó en la Cancillería diversas gestiones para quesus representantes en Madrid se interesasen por la vida de José Anto-nio Primo de Rivera, en razón de que éste era socio de la instituciónen Madrid, al igual que el presidente republicano Manuel Azaña. Des-de Buenos Aires se comisionó al cónsul en Alicante, Barrera, paraello: “Estrictamente reservado: Mañana se verá el proceso contra Pri-mo de Rivera. Tenemos orden de nuestro gobierno de gestionar no sele condene a muerte. Por otra parte la embajada alemana amenaza condestruir Alicante si fuera ejecutado”.204 El historiador Ángel Viñas dacuenta pormenorizada de los intentos alemanes por salvar a José An-tonio.205 Asimismo refiere la sintonía entre el cónsul honorario delReich en Alicante, von Knobloch, y el cónsul Barrera en la evacuaciónde “destacados elementos de la derecha”. Para noviembre, “con laruptura de relaciones diplomáticas con Alemania e Italia, las unidadesde guerra de esas naciones se han retirado y en este puerto, que es alque más afluyen los buques de guerra extranjeros solo quedan losargentinos, ingleses y franceses”.206

El interés por de José Antonio no decayó, aún cuando éste habíasido fusilado el 20 de noviembre. A fines de marzo de 1937, el coman-dante de uno de los buques enviados por la Argentina a España reci-bió en Marsella una carta singular, que llevaba impresa el símbolo dela Falange española de las JONS (Juntas de Ofensiva Nacional Sindi-calista) y la denominación “Jefatura Provincial-Sección Femenina deMálaga”. Ella contenía un pedido revelador de las dudas que aún per-sistían en algunos sectores nacionales sobre la suerte corrida por elfundador de la Falange, llamado por entonces el “Ausente”.207 La ex-

tensa carta decía en sus principales párrafos: “[...] mi deseo es queusted consiguiese, y vuelvo a repetirle lo creo capaz de ello, un permi-so para ver a la familia Primo de Rivera presa en la cárcel de Alicante[...] también le agradecería me diese su impresión personal ya queusted va tan a menudo a Alicante, sobre la tan discutida existencia ono existencia de José Antonio Primo de Rivera. Es posible que si us-ted consigue ver a su hermana ésta por medio de los carceleros o dealgún miliciano o esos protectores que salen siempre pueda tener al-guna idea exacta acerca de ello”.208

El 24 de noviembre el Ministerio de Relaciones Exteriores argenti-no solicitó a sus diplomáticos en Madrid que se interesara, a pedidodel gobierno del Uruguay, por la suerte del periodista oriental LuisAlfredo Sciutto. Tres días antes, Sciutto junto con los periodistas es-pañoles Manuel Casanova, José Meiras y Marín Chivitte, director,redactor y fotógrafo, respectivamente, del Heraldo de Aragón, deZaragoza, se habían extraviado en un cruce de carreteras, cayendoprisioneros de los gubernamentales. García Mansilla recibió tambiénun cablegrama de la oficina de prensa del general Franco para queintercediera por la vida de los cuatro periodistas. Luis Sciutto fuepuesto en libertad a los pocos días.

La zona vasca, en tanto, era ampliamente trabajada por el cónsulAquilino López, siguiendo instrucciones del embajador García Man-silla. Cerca de navidad obtuvo la libertad de los jóvenes Marcos yJosé María Munoa, del lado nacional, y de las familias Allende, deImaz, Careaga, Laiseca y Aguirre, vinculadas a la Argentina, del ladode Euzkadi.

En diciembre, Pérez Quesada lograría la liberación de la duquesade la Victoria, personaje de la nobleza española y que había sido antesde la conmoción de julio, presidenta de la Cruz Roja Española. Laduquesa se hallaba recluida en la Cárcel de Mujeres desde comienzosde la guerra, cuando una orden oficial estableció la liberación de todaslas mujeres detenidas mayores de sesenta años, siempre y cuando nose tratara de personas relevantes. El nombre de la duquesa, CarmenAngolotti y Mesa no significaba mucho, y algún desprevenido la in-

204 AC, Alicante, s/f, de Barrera a Casari. Ver FERNANDO DÍAZ PLAJA, La guerra en

España en sus documentos, Barcelona, Ediciones Marte, 1966; GUILLERMOCABANELLAS, La guerra de los mil días. Nacimiento, vida y muerte de la II República

Española, Buenos Aires, Grijalbo, 1973.205 ÁNGEL VIÑAS, Guerra, dinero, dictadura, Barcelona, Crítica, 1984, pp. 60-97.206 AMREA, Alicante, 21 de noviembre de 1936, de vice cónsul a ministro, cit., en RI-CARDO E. IRURZUN, Crucero 25 de Mayo, cit., s/p.207 LUIS SUÁREZ FERNÁNDEZ, Franco, la historia y sus documentos. Tomo 1, Ma-drid, Urbión, 1986, p. 71. 208 AC, Málaga, 19 de marzo de 1937, de Carmen Werner a capitán Casari.

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cluyó en la lista. Pérez Quesada acompañado por su esposa la retiróde la cárcel para ser luego alojada en la embajada argentina.

Debido al prolongado lapso que habían demandado las negocia-ciones para la salida de una parte de los asilados, y siempre en lacreencia de que finalmente serían evacuados, no se habían tomado lassuficientes providencias para mantener abastecida a la embajada ar-gentina y sus distintos anexos. Tampoco se podía esperar que el go-bierno, empeñado en la defensa de la ciudad, las facilitara. En Madridse dejaba sentir la carestía de alimentos, a lo que se sumaba la especu-lación de algunos comerciantes con los artículos de primera necesi-dad. El Cuerpo Diplomático no logró escapar a esas estrecheces, aun-que siempre estuvo mejor provisto que la población en general.

Las comunicaciones entre Madrid y París, que fueron mejorandocon el transcurrir de los días, mantenían informado a Le Breton sobrela situación de la embajada y acerca de sus más urgentes necesidadesy carencias. Ya desde fines de septiembre las vituallas de la sede ar-gentina se habían ido reduciendo a sardinas, garbanzos y porotos se-cos. Con los medios a su disposición, y con el transporte que le po-dían ofrecer los navíos argentinos y algunos aparatos de la Air Fran-

ce, el embajador en Francia organizó el abastecimiento casi a la per-fección. Las compras de alimentos las realizaban las más de las vecesel propio embajador acompañado por otros diplomáticos argentinos yera común verlos cargados de paquetes por las calles parisinas.

El mes transcurrió en relativa calma en el frente de Madrid, ya queno se desarrollaron grandes ni prolongados enfrentamientos. El “ge-neral invierno” relegó los ataques nacionales y las réplicas republica-nas a una retaguardia aprovechada para la reorganización y el refuer-zo de efectivos y materiales de ambos bandos. En ese lapso, la Juntade Defensa de Madrid comunicó a los diplomáticos que, debido a lassituaciones emergentes de la guerra, su aprovisionamiento, se realiza-ría a través de cartillas de alimentación que cubrirían las necesidadesestrictas del personal de las embajadas y legaciones, y de las personasa su servicio directo.

El impacto fue relativo en la sede argentina merced a las medidasllevadas adelante por Le Breton. Ya la primera semana de noviembre,un cargamento de provisiones había sido llevado en un avión de Air

France, que partió de Toulouse, puesto a disposición por el gobiernofrancés, y que consiguió llegar a Madrid, zafándose de los aeroplanosnacionales. A su llegada fueron transportadas en cuatro automóvilesde la embajada. El cargamento era realmente sustancioso: 24 jamonesde York, 30 jamones de Bayona, embutidos y salchichón, 70 kilogra-mos de queso y 200 de corned beef.

De vuelta del viaje a Marsella el 5 de diciembre, el Tucumán regre-só trayendo para la embajada en Madrid, 144 kilogramos de carne enconserva, 50 de manteca, 25 de café, 25 de chocolate, 300 de azúcary 61 de queso Holanda. Además llevaba carbón, fósforos y 6.000 ci-garrillos. Todos estos artículos, al igual que los que transportó el 25

de Mayo, eran estibados por la propia tripulación de los navíos paraevitar mayores gastos. Los cargamentos de provisiones llegaban aMadrid desde Alicante en ferrocarril o en los camiones al servicio dela embajada.

La última travesía del 25 de Mayo también sería aprovechada paraeste transporte. Dada la mayor capacidad del crucero se enviaron dostoneladas de carbón –que fueron recibidas con regocijo por los asila-dos de la embajada en vista de la baja temperatura reinante, aunque lamayor parte del envío fue guardado para ser empleado en las cocinas–como así nuevas remesas de alimentos, entre los que se contaban 50kilogramos de bacalao. Los marinos argentinos y Pérez Quesada de-bían, en pro del mantenimiento de buenas relaciones con las autorida-des republicanas, extremar su generosidad: “Vienen 1.000 k. más deleche condensada y para hospitales de sangre vienen 1.100 k. aproxi-madamente de corned beef en latas en vez de 2.000 k. que deseaba

Apuntes y ayuda memoria del comandante del 25 de Mayo, Miguel A. Ferreyra.

Fuente Archivo de la familia Casari

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embajador Madrid, lo mejor es dividir el corned beef en latas pormitades: una para la Embajada y otro mitad para el H. de sangre”.209

También el Cuerpo Diplomático acreditado en Madrid dispuso delos buques argentinos para lograr el aprovisionamiento de sus sedes.El embajador Núñez Morgado enviaba al cónsul chileno en Marsellala lista de alimentos que se precisaba para ser comprados en la casaFrencynet, pagándoles a través de giros realizados sobre el Banco deLondres y embarcando la mercadería en el 25 de Mayo que la deposi-taba en puertos españoles.

Aviones de Air France hicieron otros envíos de mercaderías parala embajada argentina, siempre limitados por las contingencias de lasacciones bélicas, transportando cargamentos de leche condensada,fósforos, galletitas y porotos secos, al igual que jugo de tomates ynaranjas para los niños. Le Breton buscó de satisfacer otras urgenciasmenos materiales, pero igualmente necesarias para asegurar el sosie-go de aquellos que transcurrían sus días en el encierro, con el temorno lejano de un asalto que diera fin trágico a su asilo: seleccionó librosy revistas, en especial sudamericanas, inglesas y francesas; y para lasfiestas de fin de año adquirió juguetes, árboles de navidad, velas, bom-bones, cajas de harina láctea y botellones con frutas para los niños yjuegos de ajedrez y dominó para los mayores.

El 10 de diciembre dio comienzo en Ginebra la nonagésima quintasesión extraordinaria del Consejo de la Sociedad de las Naciones. Allí,su presidente y representante chileno embajador en Londres AgustínEdwards, trazó un panorama de la situación de los asilados haciendover la urgente necesidad de permitir su salida con todas las garantías,pidiendo que actuara como garante de dicha evacuación la Cruz RojaInternacional. Álvarez del Vayo se negó a permitir la intervención dela Sociedad de las Naciones en lo que la República Española no seconsideraba obligada a cumplir, como era el caso del derecho de asilo,puesto que no había firmado ninguno de los convenios que reglabansu práctica, reiterando la firme disposición de su gobierno de exami-nar las evacuaciones de los refugiados directamente con cada uno delos países interesados. A su vez, el gobierno español, denunciaba en

ese foro la injerencia de los países fascistas (Alemania, Italia y Portu-gal) en la guerra civil. Sin embargo, la palabra de Álvarez del Vayo fuerecibida en un “ambiente de premeditada indiferencia”.

Desde Buenos Aires, Saavedra Lamas remitió instrucciones para elcónsul acreditado en Ginebra, Carlos Alberto Pardo, para que apro-vechando la presencia del ministro español tratará con él, de formaprivada, la cuestión de los asilados en la embajada argentina en Ma-drid. Allí, Álvarez del Vayo le confirmó a Pardo la buena disposicióndel gobierno republicano para llegar a satisfacer las pretensiones ar-gentinas.

3.7. Engranajes de la solución argentina: el torpedero Tucumán y

el Consulado de Alicante

Parecía evidente que si se prolongaba mucho más el asedio de Madridse haría cada vez más difícil enviar alimentos, al mismo tiempo que lapresencia de tantos refugiados españoles en el local de la embajadaargentina constituía una grave responsabilidad para el gobierno deJusto. El embajador Le Breton, designado por Saavedra Lamas comoresponsable de la operación de evacuación, se dispuso a actuar paraacelerar los trámites: “Considero urgente liquidar esta situación queno puede prolongarse y en comunicación V.E. con Pérez Quesada leagradeceré defina posibilidades prácticas [...], por intermedio de Par-do en Ginebra se combinó con del Vayo facilitaría éste la evacuaciónhacia Valencia”.210

Pérez Quesada también reflejaba la tensa situación que se veníadilatando y que tendía a involucrarlo cada vez más peligrosamente:“Agudizaríase campaña contra diplomáticos excepción de Inglaterray Méjico que Miaja considera amigos. Clasificaríame de fascista man-teniendo prescindencia”.211 Cuatro días después comunicaba un mo-mentáneo mejoramiento del panorama: “Entiendo que la Junta deDefensa ha ordenado el cese de la campaña contra Embajadas y asila-

209 AC, ayuda memoria del comandante Ferreyra, a bordo del 25 de Mayo, s/f.

210 AMREA, cit., caja 2, tomo V, Buenos Aires, 29 de diciembre de 1936, de SaavedraLamas a Le Breton.211 AMREA, cit., caja 2, tomo IV, del comandante del Tucumán al Ministerio de Marina,para ser retransmitido a Relaciones Exteriores, desde Tucumán anclado en Alicante, 17horas del 7 de diciembre de 1936.

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dos. Deberíase a inspiración del gobierno de Valencia, mientras ventí-laselo en Ginebra”.212 No obstante, en diciembre el gobierno de Valen-cia le concedería a Pérez Quesada una ‘medalla de oro’ de la Repúbli-ca con un Diploma elogiosísimo”.213

Pero no se ofrecían posibilidades a largo plazo en Madrid: “Deboagregar que Pérez Quesada ha dispuesto enviar a su señora a Francia,lo que hará todavía menos fácil su situación después de cinco mesesde una actuación llena de serias preocupaciones cuyo mérito V.E. haapreciado”.214

El 21 de diciembre el torpedero emprendió su segundo viaje desdeAlicante con ochenta y seis pasajeros –algunos eran asilados que ha-bían estado alojados en la embajada de Madrid y otros eran refugia-dos de Málaga– pasaje que se completó con cuarenta y una personasque subieron en la nueva capital republicana. Al estar de la lista deembarque, subieron en Alicante, cuarenta argentinos, cuarenta y cua-tro españoles –entre ellos, Ismael Granero, con carnet militar–, unitaliano y un suizo. Embarcaron en Valencia veintitrés argentinos ydieciocho españoles.

El gobierno republicano utilizó los servicios del torpedero Tucu-

mán para embarcar en él funcionarios diplomáticos españoles quedebían dirigirse al puerto de Marsella con el fin de emprender el viajea Sudamérica. Se trataba del nuevo encargado de Negocios de la em-bajada española en la Argentina (que iba a hacerse cargo de la mismaen reemplazo de Enrique Díez-Canedo), Felipe Jiménez de Asúa, jun-to con su esposa y el agregado de prensa, José Venegas, que habíaabordado el buque argentino el 22 de diciembre en Valencia.

La función de los marinos argentinos no concluía cuando los asila-dos ponían pie en la cubierta, sino que se prolongaba hasta su poste-rior desembarco. A los refugiados que llegaban, por lo general en malascondiciones higiénicas, se les brindaba comodidades para que pudie-ran bañarse. Las mujeres y niños, como también los enfermos y ancia-nos, eran alojados en los camarotes de la tripulación, e inclusive de laoficialidad cuando era menester. La menor capacidad del Tucumán y

el mayor número de asilados que solía transportar en cada viaje obligóa que debieran utilizarse también la cubierta del torpedero, en cuyatoldilla se colocaba una cenefa o cortina que luego era cerrada –pre-tendiendo así aminorar los riesgos climáticos– en donde libremente seacomodaban los hombres provistos de sillones tijera o reposeras y decatres de campaña.

Periódicamente se recibía la chata aljibe del puerto alicantinocon cuarenta toneladas de agua potable, para las necesidades de latripulación y asilados. Los pasajeros, al igual que la dotación delbuque, participaban de un rancho único, que en dos o tres turnospermitía un abundante alimento. La vajilla incluía platos y cubier-tos de aluminio, vasos de vidrio y tazas de loza. Los marinos ar-gentinos confraternizaban con los pasajeros, ya fuera en pláticas,organizando partidas de ajedrez o interpretando tangos. Cuandoalgún asilado de significación estaba a bordo o cuando subían fun-cionarios republicanos a almorzar, los capitanes acostumbraban aatenderlos en su cámara particular.215 Un plato de agasajo para lasvisitas era una magnífica “mayonesa de ave”, especialidad de lacocina. El servicio de mesa de las cámaras de los comandantesincluía copas de cristal para licores, para vino común y para sau-

ternes, vasos de cristal para agua, fruteras del mismo material, ta-zas de porcelana y servilletas de hilo.216

Dos oficiales del torpedero Tucumán se casaron con refugiadasespañolas que conocieron durante las misiones de salvamento y conlas que formarían hogar en la Argentina: el teniente de fragata Hora-cio Marcó del Pont y el ingeniero maquinista de segunda Manuel Fon-tal –la que sería su esposa, Haydee Arrieta era hija de un comercianteespañol, dueño de una sastrería en Alicante.

La discreción era norma entre la tripulación de los buques, siendolos más hábiles y arrojados los elegidos para cumplir las misiones desalvataje, aunque la mayoría de las operaciones quedaban circunscrip-tas únicamente al capitán y al pequeño grupo designado para su eje-

212 AMREA, cit., 11 de diciembre de 1936.213 JAVIER RUBIO, cit., p. 55.214 AMREA, cit., tomo V, París, 28 de diciembre de 1936, de Le Breton a Saavedra Lamas.

215 Tanta era la popularidad del plato que el vicecónsul Barrera le recomendaba al capitánCasari que mandara prepararlo cuando se esperaban visitas de importancia, en AC, decónsul argentino en Alicante a Comandante del Tucumán, s/f.216 AGA, Tucumán, Legajo 27. Carpeta de Roles. 1932-1937.

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cución. La tripulación, por lo general, desconocía los nombres y lasignificación de cada refugiado en particular.

Surtos en la rada de Alicante, el 31 de diciembre el capitán de fra-gata Casari emitió la orden de buque número 14 en la que deseaba asu tripulación un feliz año nuevo. La ocasión se presentó adecuadapara hacer un balance de lo actuado hasta el momento. Casari instabaa sus subordinados para que valorizaran aquella oportunidad paramostrar a los europeos que la Argentina no podía ser considerada“como una de tantas republiquetas sudamericanas, en donde los ma-lones de indios atacaban frecuentemente las poblaciones indefensas ycasi coloniales”. Cierto que eran muchos los beneficios que de unamisión –inédita para los marinos argentinos– como esa podía extraer-se: “Pensad que una palabra o un acto generoso hacia un pasajero, estan valioso al país como un brillante ejercicio de tiro, en donde serompa un blanco a cañonazos [...] Pero nunca todo esto os haga des-cuidar, ni siquiera un poco, que sois tripulantes de un buque de gue-rra, cuyas armas y mecanismos deben estar listos a ponerse en acciónen cualquier momento, con rapidez y precisión”.

La solución argentina comenzó a gestarse una vez abandonada laprimitiva idea del transporte de los asilados por vía aérea. A partir deallí se negoció con el legítimo gobierno español la salida por un tra-yecto terrestre hacia Alicante con todas las garantías oficiales. Acom-pañados por los diplomáticos argentinos fue posible que los asiladosabandonaran Madrid. Las partidas de la esposa y la hija de Pérez Que-sada, como también de la madre y la hermana de Jardón, que eranllevadas al extranjero para evitar un peligro que no cedía, contribuyóa disimular el primer envío.

El 2 de enero Pérez Quesada y la comitiva arribaron a Alicante enautomóviles pertenecientes a la embajada. Jardón suministró a la re-presentación argentina dos Rolls Royce de su propiedad; luego seríanutilizados también los camiones encargados de transportar las provi-siones y autobuses facilitados por el mismo gobierno republicano.

Pérez Quesada visitó inmediatamente al capitán Casari a bordo delTucumán, con el objeto de ponerlo al tanto del clima que se vivía enMadrid y de las gestiones que se estaban llevando a cabo para lograrla evacuación total de los asilados. Por su parte, Casari le informó

sobre el ambiente local y acerca de la amplia confianza que gozaba enel puerto el buque argentino, con la esperanza que ello facilitaría losembarques. A bordo, pero de incógnito, se encontraba López Laca-rrere con instrucciones impartidas por Le Breton.

Alentados por las circunstancias que parecían favorables, PérezQuesada repitió la visita y logró hacer embarcar en el torpedero im-portantes personalidades: la duquesa de Santa Cruz, el ex jefe de lasección Europa del Ministerio de Estado español José Pan de Soralu-ce, el capitán de caballería Luis Cabañas, que había actuado en elprimer alzamiento producido contra la Segunda República en agostode 1932, el abogado José Hidalgo Delgado. El cuñado de Cabañas,César Rubio Sandoval también logró alojarse en el Tucumán. En lospapeles personales de Casari existe una carta fechada en Tudela el 10de enero de 1938, calle Soldevilla 12, dirigida a Buenos Aires quedice: “Muy distinguido y querido sr. Comandante Casari: Le escriboun poco retrasado por haberme impedido hacerlo ante mis deberesmilitares. No quiero que pase un día sin que tenga Ud. de un españolde verdad, infinitamente agradecido el vivo deseo de que el año 1938traiga para Ud. toda la inmensa felicidad que yo le deseo y que Ud. semerece [...] Ni un momento he olvidado las infinitas atenciones quetuvieron Uds. con nosotros. No las olvidaré mientras viva y pido aDios me dé pronto una ocasión en que poderles demostrar mi enormeagradecimiento [...] Como es difícil que me recuerde, ahí va esta foto-grafía. Alguno de sus oficiales recordara que subí al Tucumán en Ali-cante el día 2 de enero de 1937, haciendo el viaje desde Madrid, conpasaporte de ‘loco’. César Rubio”.

Con estos pasajeros, el Tucumán zarpó con rumbo a Almería,donde el 5 de enero fueron embarcados otros veinte: doce argenti-nos, seis españoles con pasaportes visados y autorizados para aban-donar España y otros dos españoles sin pasaportes que “lo hicie-ron usando el derecho de asilo, ya que se presentaron a bordo so-licitando amparo”,217 tratándose de Gabriel Callejón Lirola y Sera-fín Giménez Baena. El torpedero estuvo de regreso en la mañana

217 AC, Marsella, Marsella, 7 de enero de 1937, carta del capitán de fragata Mario Casaria ministro de Marina, Eleazar Videla, fols. 6 y 7.

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del 6 en Alicante y permaneció hasta el momento de su partida.Allí subieron a bordo otras cincuenta y siete personas, entre ellasun diplomático suizo; no obstante varias de las cuales lo hicieron,otra vez, eludiendo los controles portuarios. Como en casi todoslos viajes, no faltaron incidentes en el momento del embarque. Asírelataba el capitán Casari uno surgido en esta ocasión: “hubo deregistrarse un inconveniente pues un comandante médico español,que prestaba servicios embarcado en un buque de la Base de Car-tagena, logró llegar a bordo valiéndose de estratagemas, pero comohabía presentado a las autoridades de emigración sus documentos deidentidad estas advirtieron, cuando ya dicho señor estaba a bordo delTucumán, la personalidad del mismo, razón por la cual enviaron abordo un delegado de la organización sindical para que lo reclamase.Negada su entrada y a fin de solucionar el incidente en forma que noquedara comprometida la situación de confianza de que goza el bu-que, se dio intervención al señor Pérez Quesada. Logrando amplia-mente el propósito zarpé para Marsella después de haber empleado 4horas en la solución del incidente”.218 A las 18 horas del 6 de enero yaviajaban rumbo al puerto francés. Durante la noche, los marinerosargentinos, ante el crecido número de niños que viajaba en esa trave-sía, decidieron brindarles una distracción. Siendo el día que culminabael de Reyes, tres marineros se disfrazaron de los monarcas de Oriente,y repartieron entre los pequeños evacuados algunos juguetes y rega-los que el comando del Tucumán había mandado comprar en los co-mercios de Alicante antes de la partida, para lo cual también se habíahecho una colecta entre los tripulantes.

Comenzaba a percibirse, sin desmerecer el accionar del crucero 25

de Mayo, que el torpedero Tucumán, su capacidad de más rápidamaniobra, su tripulación y especialmente, el trato llano y simple, eltemperamento campechano pero decidido del capitán Casari se ade-cuaban a los momentos decisivos de las masivas evacuaciones de asi-lados. Hallándose el comandante del Tucumán habilitado a concederel asilo según su propio arbitrio, la simpatía que se granjeo fue unacondición que le dio a la Argentina y a sus representantes en España

enormes ventajas. El cónsul en Alicante y Pérez Quesada, la noche del6, luego de haber despedido al torpedero en el puerto, se reunieron enuna cena privada, en donde la conversación recayó en la cooperacióntan eficaz que estaba prestando el buque argentino. Allí, Pérez Quesa-da le comunicó a Barrera que enviaría un segundo informe al Ministe-rio de Marina argentino –ya había escrito anteriormente otro laudato-rio para el desempeño del Tucumán– con el fin de poner de manifiestola admirable actuación del capitán Casari y los hombres a su mando,para que tan buenos servicios fueran reconocidos.

Por su parte, el día de su arribo a Marsella, Casari remitió al minis-tro Videla una extensa carta en la que le comunicaba todo lo actuadopor el barco hasta el momento. Refiriéndose a ese viaje que se efec-tuaba con un contingente tan importante diría: “El buque condujo unpasaje de gran significación pues la mayoría de las personas pertene-cen a familias de la más rancia nobleza y aunque, por no ser extenso,no citaré nombres propios destacaré que venía a bordo la hija de losduques de Veragua, descendientes directos de Cristóbal Colón, y lamarquesa de la Riva que une a su nombre su carácter de religiosa; elresto del pasaje todo a la altura de la anterior, excepción hecha dealgunos argentinos de situación modesta que vuelven a la Patria”.

Casari señalaría la difícil actuación que les tocó a los hombres delTucumán: “No faltó quién, en reuniones amistosas, se expresara en elsentido que no hacíamos más que llevar gentes de derecha o ‘faccio-

218 AC, cit., fol. 7. Plana Mayor del torpedero Tucumán. Fuente Archivo de la familia Casari

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sas’, mis respuestas fueron siempre que no averiguábamos a que par-tido o ideología pertenecían, que los portalones del buque estabanabiertos a toda persona que era perseguida o tenía su vida en peligropor cuestiones de orden común”.219 Y añadía: “Es indudable que auto-ridades de la zona roja, ya sea del gobierno o sindicales, se interesa-ban por la suerte de amigos o parientes que no profesaban la ideologíapolítica social en boga en la zona roja; muchos de ellos nos debían elfavor de haberlos embarcado en el buque y así por reciprocidad, faci-litaban, a sabiendas, muchos embarcos clandestinos. Por otra parte,los elementos que verdaderamente procedían con espíritu sanguíneoeran relativamente pocos; la mayoría comprendía perfectamente lohumano de nuestra labor; otros aceptaban, contrariando sus convic-ciones, el estado de cosas imperante y se constituían en personas in-formantes y actuaban a favor de los embarcos clandestinos, contra-riando disposiciones expresas sobre vigilancia y control”.220

Una anécdota que publicaría el periodista argentino Vicente Sán-chez Ocaña en el periódico argentino Aquí Está!, resalta la llaneza deCasari: “Me han contado que, cierta vez, una persona recomendandoal capitán Casari un salvamento, le encarecía la urgencia:

—Que vayan de prisa, capitán! No se puede hacer esperar más aese caballero.

—En tanto riesgo se halla? –inquirió el capitán.—Sí. Pero, además, es que se trata de un marqués, personaje de

primer categoría en la corte de don Alfonso ...Pero el comandante del Tucumán no le dejó concluir la enumera-

ción de títulos y merecimientos:—Che, amigo: si ese señor se ve mal, procuraremos sacarle del

atolladero, pero como a los otros. A mí la Argentina no me ha manda-do acá a salvar marqueses, especialmente, sino a salvar hombres”.221

El capitán Casari, llevadas ya varias semanas de actuación en lospuertos peninsulares, se había formado un juicio personal sobre lossucesos españoles: “[...] la lucha entablada en España es la lucha de

las dos tendencias de las naciones europeas: los fascistas y los marxis-tas, por la primera tienen participación activa con ayuda en hombres ydinero Alemania, Italia y Portugal, por la otra parte en primer términolos rusos y en segundo Francia [...] Analizando las causas productodel estado actual puede decirse que la culpabilidad recae íntegramen-te de tiempo ha en los dirigentes de los destinos de España y las razo-nes son, que no ha habido la debida preocupación de los gobiernos enla instrucción pública, salud pública y bienestar de la masa del pueblo,es evidente y llama la atención la ignorancia, las lacras y la miseria enque ha vivido y vive, en general este pueblo [...] Los republicanosimpotentes por sí solos para llevar adelante la nueva Constitución dela república, la que considero moderada, tuvieron que apelar a la ayu-da de las organizaciones sociales, comunistas, marxistas, anarquistas,todas ellas adheridas a la Tercera Internacional y obedientes de lasórdenes de Moscú, para oponerse a los partidos conservadores [...]uno oye decir a los republicanos que su situación es la de tener alenemigo al frente y la revolución a la retaguardia”.222

En la correspondencia con el ministro Eleazar Videla, Casari serefirió con amplitud a la Marina de Guerra española, señalando que laoficialidad había sido prácticamente sacrificada en masa al producirseel alzamiento, quedando al mando de los buques el elemento de pocagraduación y en tal escasa cantidad que no alcanzaban a tener un ofi-cial, ya sea del cuerpo general o auxiliar, por buque, puesto que hubocasos de comandantes nombrados de entre los maquinistas o de lamarina mercante. La única misión de estos estribaba en decir el rumboen el que se debía navegar para desplazarse por el mar, pero todas lasdemás disposiciones eran adoptadas por un Comité de Cabos de abordo. El capitán argentino se lamentaba del estado calamitoso dehigiene en que habían caído los buques en manos de los republicanosy de la falta de eficiencia en los distintos servicios, imperando a bordoel desorden más absoluto; no se realizaba instrucción y eran muy po-cas las horas que se permanecía en el buque, únicamente por la maña-na. La escuadra, en desastroso estado, se había quedado embotelladaen el puerto de Cartagena.219 AC, comisión a España, II parte, Buenos Aires, 31 de julio de 1937, Mario Casari

(fdo.), pp. 10-11.220 AC, cit., p. 21.221 AC, “Adios al capitán Casari”, Aquí Está!, s/f. 222 AC, Marsella, 7 de enero de 1937, de Casari a ministro Videla.

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Casari expuso los motivos que, a su juicio, habían contribuido a lainsubordinación de los marineros hacia sus oficiales, y el hecho in-usual de que las tripulaciones no hubieran acompañado, aunque nopor principios comunes, si por obediencia, respeto y solidaridad a sussuperiores, en el momento decisivo de la sublevación: “[...] que laoficialidad ha vivido muy alejada de las tripulaciones a sus ordenes noocupándose en absoluto ni de su instrucción, ni de sus necesidades oaspiraciones y hasta la administración de los castigos disciplinariosestaba abandonada; así ocurrió que todo quedaba en manos de lossuboficiales y clases quienes achacaban cualquier deficiencia o el ri-gor de los castigos, a los Oficiales. Por su parte, los suboficiales yclases creyeron convencerse que la oficialidad estaba demás ya que enlos buques los que habían y deshacían eran ellos; por ellos se introdujola propaganda roja a bordo de los buques y en los Arsenales, creándo-se un estado de odio hacia la oficialidad y atrayendo hacía sí granparte de la marinería que era más o menos indiferente”. Más adelanteagregaba, “[...] otra cosa es la despreocupación de la oficialidad, a talpunto que ignoraba lo que pensaba el personal; también había unafalta absoluta de control que permitió la introducción de elementos depropaganda y armas”.223

En lo que se refería al buque a su mando, Casari estaba convencidode que tanto la plana mayor, cuanto los suboficiales, clases y marine-ría del Tucumán, se encontraban conformes y animados de un granespíritu de disciplina y trabajo. Las ideas revolucionarias no habíanhecho mella en el espíritu de los marinos criollos, pues estos conside-raban “bajo todo punto de vista nuestra Patria colocada muy por arri-ba de España en el orden político y social”.224

La Armada Argentina se desplazó por aguas mediterráneas en unplano de igualdad con las naves europeas. En sus informes Casari serefería a los buques de guerra extranjeros: en cuanto a las naves ale-manas el capitán argentino aseguraba que éstas ejercían una severavigilancia en las costas y puertos del Mediterráneo, estando en cono-cimiento de cualquier movimiento de buques, informaciones todas que

transmitían a los bu-ques nacionales. In-glaterra tenía de esta-ción por lo menos untorpedero en cadapuerto republicano, yCasari sospechabaque con el objeto deejercer un futuro con-trol sobre las minas demercurio de España,mantenían una actitudde ayuda al gobierno

republicano. Los buques ingleses realizaban viajes en flotillas de puer-to en puerto y su constante deambular por aguas españolas les habíapermitido afirmar que por entonces no existían minas en el mar Medi-terráneo, como también que los republicanos no disponían de elemen-tos para colocarlas. La presencia de Francia se hacia visible a travésdel recorrido que dos veces por semana sus buques de guerra realiza-ban por todos los puertos del Levante para embarcar refugiados, enespecial súbditos franceses.

La maquinaria que se estableció en torno al Consulado de Alicantey a su vicecónsul Lorenzo Barrera fue un ingrediente sustancial en eléxito de conjunto que la Argentina obtuvo en la evacuación de susasilados. No nos ha sido posible reconstruir en su integridad todos losmecanismos que se movían desde la sede de avenida de Gadea núme-ro 7, pero es indudable que revestían astucia. Los mismos se empeza-ron a montar desde la llegada del 25 de Mayo, adquiriendo perfilesdetectivescos durante la permanencia del Tucumán. El 7 de noviem-bre Ferreyra le había advertido a Casari: “Le hice decir de un asuntopabellón argentino en tierra que cuando se arría significa señal de im-portancia del Cónsul y cuando tiene otro pabellón español al ladosignifica muy urgente; siempre que Ud. vea eso me avisa por señalesfoco. De otros 5 puntos o rayas (varias veces), eso significa tambiénseñal de urgencia. Que conozcan esto bien los oficiales y señaleros deguardia”. En una carta de fines de diciembre Barrera demostraba que

223 AC, cit., fls. 4 y 5.224 AC, cit., fl. 7.

Botadura del ARA Tucumán (10 de octubre de 1928). Astillero

Samuel White & Co. Cowes, isla de White, Inglaterra

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ya había un lenguaje particular para realizar los embarques clandesti-nos: “Estimado sr. Comandante: la comida con el gobernador serámañana domingo por la noche. Esta tarde iré con señoras a bordo.Conviene que la lancha esté a las cinco y media. Y mientras estamos abordo, sería conveniente que regresara para embarcar a los marineros[...] que están francos. Afectuosamente”.225 La lectura deja claras lasintenciones: se realizaban visitas de cortesía al Tucumán –señoras es-pañolas y niños con frecuencia eran llevados a bordo para conocer eltorpedero– distrayendo de esa manera a los controles en días no labo-rables, al sacar las motoras del puerto en una tarde de sábado como sise tratara de una excursión. Algunos de los marineros que participa-ban de esos viajes eran españoles con ropas prestadas.

En el mes de enero, cuando principiaron oficialmente las evacua-ciones de asilados de la embajada en Madrid, los embarques clandes-tinos habían alcanzado su auge: “Le mando esta urgente porque meencuentro en un compromiso. Ayer, durante la operación [...] yo estu-ve ausente de casa y al volver me encuentro con que las dos personasque yo había dejado más recomendadas por ser enviados de Madrid yhacer tiempo que esperaban, me los han dejado aquí, sustituyéndolospor otros que yo ignoraba. Le ruego que en la primera lancha baje elcabo con lo necesario [...] para arreglarlos [...] y mandarlos a bordoantes de salir del buque cuando la lancha lleve la documentación desalida. [...] Haga el favor de decir a los que fueron anoche que se handejado las maletas con la llave cerrada, que si no vienen inmediata-mente las maletas quedarán en el Consulado; pues esos señores sabenque deben dejarlas abiertas para pasarlas por aduana”.226

La comunicación entre Barrera y Casari era constante y denotabagran confianza entre ambos. El vicecónsul acostumbraba a usar elpapel membretado de su sede e invariablemente, por más familiaresque fueran las notas, las firmaba, aunque rara vez las fechaba. Barre-ra, con una personalidad rica, exótica y apasionada, pasaba sus díasresolviendo las graves situaciones de los asilados en el crucial mo-

mento de evacuarlos de la España en guerra. En horas difíciles semostraba resuelto: “Hablé con la embajada sobre ese enojoso asuntoy me confirmaron la orden de que me resista en absoluto a entregar aese señor [...] yo sigo firme en mi actuación y creo indispensable queesta noche me deje aquí a dormir a los marineros para prever cual-quier contingencia, puesto que la noche es lo peor. Yo tengo armas enla oficina, algunas son pistolas del 25 de Mayo. Aunque la sola vistade los uniformes de los marineros de buques de guerra, es lo que másrespeto impone a la gente y no se animarían a hacer nada viendo laguardia”. En ocasiones su sinceridad era de temer: “[...] esta mañanael Cónsul General de Barcelona me mandó un palo, porque no meocupo con toda actividad de los argentinos que están en Málaga. Estocolmó ya mi agotada paciencia. Porque el colmo de la injusticia es queyo cargue con el trabajo de todos los Consulados y que un Cónsul seasuste de la revolución, se escape de España, me manden a mi encar-garme de todos los asuntos de él a 700 kilómetros de distancia y toda-vía le parezca al Cónsul General que hago poco [...] Porque lo lógicoes que se ordene a ese Cónsul que vuelva a su puesto y no que yo seael valiente que me juegue la vida para que los demás se libren depeligros”.227

Desde noviembre de 1935 era representante argentino en MálagaSevero Livingston. A fines de septiembre de 1936 la ciudad fue some-tida a constantes bombardeos que afectaron a vastas zonas –cuartelde Santa Catalina, calle del Cristo de la Epidemia, barrios obreros– yal parecer, el gobernador civil había visitado en persona a todos loscónsules para decirles que no podía garantizar las vidas e intereses delos mismos. Por ello, Livingston, pidió y obtuvo la autorización de laembajada argentina para abandonar Málaga y establecerse en Gibral-tar. En la ciudad no quedaban súbditos para proteger, pero el avancede las fuerzas nacionales fue trayendo numerosos evacuados argenti-nos a la zona que se encontraron sin representantes a quién acudir. En1938, el cónsul había ya retomado sus funciones consulares en Mála-ga. Nos obstante, Livingston había tomado grandes riesgos en sumomento. Relata el embajador chileno Núñez Morgado que en agos-

227 AC, Alicante, s/f, de Barrera a Casari.

225 AC, de Barrera a Casari, s/f. En otra nota, aquel decía al comandante del Tucumán:“agradeceré, como medida de previsión, que esta noche el oficial de guardia vigile lacasa donde ésta la bandera por sí ocurriera algo que necesitemos hacer la señal de luz”226 AC, Alicante, s/f, de Barrera a Casari.

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to “treinta y cuatro ciudadanos chilenos, agrupados en ocho familias[...] vivían en aquella ciudad sometida al terror rojo en pleno desam-paro, sin que el embajador que suscribe pudiera prestarles otro que elde su insistencia por telégrafo con las autoridades malagueñas pormedio del sr. ministro de Estado. En estas circunstancias, el sr. SeveroLivingston, cónsul argentino en Málaga, se ofreció en atento oficiodel 30 de julio para representar a aquellos desgraciados compatriotas,protegerlos y, si era posible, repatriarlos. Con un denuedo que nohubiera sido superado por un cónsul chileno, el sr. Livingston superódificultades increíbles hasta dejar en salvo, después de gestiones pe-nosísimas, a nuestros compatriotas a bordo del barco alemán que lostrasladó a Lisboa [...] venció el sr. Livingston todos los obstáculos yarrostró para ello no pocos peligros”.228

En medio de los telegramas de averiguación de paraderos, quellegaban a diario de la Argentina, de visitas a la Gobernación, delcontrol de los embarques de argentinos en vapores extranjeros, dela atención de los víveres, surgía, como en la vida misma, lo afec-tivo, lo familiar: “Le ruego me averigüe el asunto de la balijita(sic) y el sobretodo de mi hijo mayor que quedó en la cámara cuandoel buque salió para Marsella”; “le adjunto un paquetito que handado las asiladas para Ud.. Es la inocentada. No lleva adentro másque papeles de envoltorio y en el fondo un papelito que dice ‘Lasasiladas del consulado felicitan al sr. Comandante en el día de Ino-centes’. Creo que el golpe sería que Ud. lo devolviera como va,acompañado de una amable carta diciendo que por urgentes ocu-paciones no puede ocuparse en abrirlo”;229 “mi recordado amigo:Ahora voy a ocasionarle una pequeña molestia, de varios encargos leruego traslade al contador que les será más fácil adquirirlos: 5 k. demanteca fresca, 200 cajas de fósforos especiales, 1 frasquito chicoEau de Cologne Imperiale, Carnaval de Venisse. Por aquí todos bien.El perro mascota muy triste de no haber hecho el viaje a bordo. Ytodos esperando que vuelva para contarle una escena cómica ocurridaayer, que va a tener para reírse una semana entera”.230

Los gastos ocasionados por el Tucumán y su incidencia en el pre-supuesto seguían preocupando al ministro capitán de navío EleazarVidela. Durante los años que ocupó la cartera de Marina su espíritupráctico y organizativo lo llevaron a estructurar las bases de los dife-rentes cuerpos e institutos navales. La Argentina incorporó flamantesunidades de combate, renovó gran parte de su material, se abocó a laconstrucción y mejoramiento de bases navales. Entonces se dispuso laconstrucción de siete torpederos exploradores en astilleros de GranBretaña, se estableció la construcción del crucero La Argentina, seadquirieron modernos aviones, construyéndose bases, aeródromos,pistas y playas de maniobras y se creó la Escuela de Guerra Naval. Elempeño de Eleazar Videla estaba por ese mes de enero de 1937 endotar a la Armada de un edificio para la Escuela Naval y resultabalógico que se preocupara por las partidas que se distraían del presu-puesto para la misión en España.231

La Armada Argentina también observaba el inquietante panoramainternacional, que le aconsejaba no descuidar su dotación de unidadesnavales y replegarse en la región. Dado que Alemania e Italia exigíanmayores extensiones de territorio colonial y devoluciones de antiguasposesiones, y a la vez adquirían materias primas en tierras americanaso australianas, no faltaban quienes abrigaran un temor que las poten-cias fascistas vieran como deseables zonas de colonización en el nortebrasileño o en la Patagonia argentina.232 A pesar de aquellas preven-ciones, la Argentina no aceptaría el arrendamiento de destructoreshecha por los EEUU al Brasil como una manera de protegerse contrael fascismo internacional, porque aquella medida cancelaría la supe-rioridad de tonelaje que entonces detentaba la Marina de Guerra de laArgentina.

Si bien la Armada debió sacrificar la adquisición de alguna unidadque hubiera podido comprar con los dos millones de pesos que termi-narían por gastarse con los servicios del 25 de Mayo y del Tucumán,

228 JUAN EDUARDO VARGAS, cit., p. 203.229 AC, Alicante, 28 de diciembre de 1936, de Barrera a Casari.230 AC, Alicante, 7 de enero de 1937, de Barrera a Casari.

231 Obtuvo por ley 12.353 la autorización para la inversión de nueve millones de pesosmoneda nacional en la construcción y habilitación de una nueva Escuela Naval en RíoSantiago y de cuatro millones para la construcción en astilleros navales de cuatro avisospara la instrucción práctica de los cadetes.232 Crítica, Buenos Aires, 11 de agosto de 1937.

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razones de la política internacional del gobierno argentino las justifi-caron plenamente.

Saavedra Lamas recibió el 11 de enero una nota del ministro Vide-la, en la que le informaba que hasta ese momento el 25 de Mayo y elTucumán habían ocasionado a su Ministerio la erogación de $ m/n686.282 y en razón de que se tenían contabilizadas la evacuación deaproximadamente setecientas personas, cada evacuado había ocasio-nado un gasto extraordinario de casi mil pesos. La nota terminabadiciendo: “Dado el tiempo transcurrido desde que fuera enviado elcrucero 25 de Mayo a aguas españolas –agosto de 1936– hasta elpresente, el número de exilados que han salido de España y los exce-sivos gastos que ha ocasionado la estada de los buques mencionados,es que me permito sugerirle que quiera tener a bien se indique a esteMinisterio, la posibilidad de hacer regresar al país, a la brevedad, altorpedero Tucumán, ya que este Departamento cree ha llegado elmomento de considerar la conveniencia de su regreso”.233

El Ministerio de Marina parecía estar en lo justo, más cuando eltorpedero se dedicaba a evacuar españoles en crecida proporción,puesto que los argentinos que aún se hallaban en la península, seencontraban más a salvo de persecuciones. El Ministerio de Rela-ciones Exteriores, sin embargo, había puesto un empeño especialen afirmar su derecho a evacuar de España a todos aquellos quehabían buscado el amparo de la bandera argentina, y la presenciadel torpedero era indispensable en los planes trazados. Momentá-neamente, el canciller Saavedra Lamas logró retrasar el regreso

del Tucumán, en la seguridad de que la evacuación del núcleo prin-cipal de la embajada era inminente.

Los apremios, pues, para los representantes argentinos en España,no venían únicamente del gobierno republicano, sino también ahoradesde Buenos Aires. Pérez Quesada, intentando moverse en ambosfrentes, aceleró aún más las operaciones. Desde Madrid, se dirigiópor carta al capitán Casari, para que atendiera con rapidez y exclusivi-dad el traslado de los asilados españoles: “Mi estimado comandante:Me han hablado el cónsul de Alicante y nuestro agregado civil sr.Jardón, de las órdenes que ha recibido V.S. en el sentido de trasladar-se a Gibraltar para recoger un grupo de súbditos argentinos que quie-ran repatriarse. Desde luego, me parece bien que haga ese viaje ytransporte a nuestros compatriotas allí residentes, pero estimo queeso debe hacerse después que esté totalmente terminada la labor deevacuación de asilados en esta Embajada [...] En este sentido cable-grafío a Buenos Aires pidiendo que no se anteponga al embarque denuestros refugiados ningún nuevo servicio de evacuación y que por elmomento se atenga V.S. estrictamente a las indicaciones que recibaesta Embajada”.234

Casari también se dirigió a su ministro para pedirle una posterga-ción de la partida del Tucumán. El torpedero había sufrido una nuevaavería cuando se hallaba amarrado en Marsella. En circunstancias enque se atracaba al costado una chata petrolera que proveía de com-bustible al buque, le había producido en la amura de babor, sobre lalínea de flotación, una pequeña rotura de una chapa de unos 43 centí-metros de longitud, la que fue reparada provisoriamente con soldadu-ra eléctrica. La compañía Júpiter, por su cuenta y riesgo, encargó enLondres la chapa definitiva, pero la casa inglesa Samuel White, encar-gada de suministrarla, solamente podía enviarla los últimos días deenero. Asimismo, le informaba que se había debido dar cumplimientoa ordenes de la Comisión Naval de Londres sobre inspección y reco-rrido del equipo detector de rumores por un técnico alemán de la casaAtlaswerke, trabajo que no podía quedar listo antes del 5 de febrero

233 Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto. Memoria ... 1936-1937, cit., pp. 87-88.

234 AC, Madrid, 17 de enero de 1937, carta del encargado de Negocios Pérez Quesada alcapitán Casari.

Trabajos en obra

muerta en el astillero

Samuel White & Co.

del ARA Tucumán

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Capítulo IV

La liberación de la embajadaargentina en Madrid

4.1. Condicionamientos para la salida de los asilados

El constante aumento de la ofensiva aérea por parte de los nacionales,como también el deseo de imprimir mayor rapidez a las evacuacioneshicieron que Le Breton y Pérez Quesada redoblaran sus esfuerzos porobtener la completa evacuación de la sede madrileña de la embajadaargentina. En ello parecía influir que el Ministerio de Marina argenti-no estaba dispuesto a hacer retornar también al Tucumán por la ero-gación que su permanencia en aguas españolas significaba.

Luego del importante embarque del 6 de enero, Pérez Quesada yJardón se trasladaron de Alicante a Valencia, sede del gobierno repu-blicano, con el fin de obtener autorización para la salida de los demásasilados. Allí, además de tenerse que ocupar de la compra de provisio-nes, se entrevistaron con el jefe de Gobierno Largo Caballero y conÁlvarez del Vayo. Después de trabajosas consultas y discusiones en elseno del Consejo de Ministros, el gobierno español autorizó en princi-pio la partida en automóvil –y su posterior evacuación desde Alican-te– de todas las mujeres, niños y hombres fuera de la edad militar,concediendo, además en esa ocasión, la gracia de poder evacuar acuatro señores de significación que el representante argentino desig-nara. Esta concesión quedó por el momento sin utilizarse, pues loscaballeros de referencia habían embarcado sin que en el control depuerto se hubieran verificado sus documentos de identidad. Gestionesde apoyo a la petición argentina había llevado a cabo en Buenos Airesla Cancillería ante el embajador Díez-Canedo.

En el curso de estas negociaciones, España y la Argentina termina-ron por asumir compromisos mutuos. España facilitaría en todo lo

por tener que llevarse a Alemania las bobinas que fueron indispensa-bles reconstruir.

Una carta del 25 de enero abundaba en consideraciones para elministro Videla: Casari remarcaba la importancia de la presencia delTucumán en aquellas precisas circunstancias de la guerra civil, y laseñalaba como el mayor respaldo moral y material con que contabanlos diplomáticos argentinos, haciendo hincapié en la existencia de pe-queños grupos de connacionales en puertos mediterráneos españoles–en Gibraltar se habían refugiado 30 y otros 47 en Málaga– que nopodían quedar librados a su suerte: “[...] si se tiene en cuenta la enor-me repercusión que tiene el hecho de que la Argentina moviliza ingen-tes sumas para evacuar extranjeros de España y simultáneamente nie-ga los fondos para repatriar a tantos argentinos que han perdido susahorros y bienes en la vorágine de esta tremenda catástrofe que enlutaa España”.235 El capitán argentino insistió en el excelente estado sani-tario del buque, en su empeño por hacerle ver a su superior que sehallaban todos bien predispuestos y conformes en continuar la tareadesarrollada hasta el momento. Cada uno desde su respectivo puesto,abundó en consideraciones para obtener del gobierno de Buenos Ai-res la permanencia del Tucumán.

235 AC, Marsella, 25 de enero de 1937, carta del capitán Casari al ministro Videla.

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posible la salida de los evacuados, con vistas a que la Argentina clau-surara el edificio de la embajada en Madrid, y se viera así libre de tenerque aceptar nuevos asilados y en condiciones de seguir al gobiernorepublicano a su nueva sede de Valencia.

De regreso en Madrid, Pérez Quesada se dedicó a preparar la sali-da de un contingente –diríamos sustancial, por las personas que sepretendía que evacuaran de España– de refugiados. Para ello, se al-quilaron hoteles en Alicante e inclusive casas particulares fueron utili-zadas de albergue tanto allí como en Valencia, donde la duquesa de laVictoria, antes de alojar el Tucumán, fue hospedada en el hogar de lospadres de la novia de Jardón. Los asilados comenzarían a ser enviadosa ambos puertos en coches y autobuses para estar dispuestos a serembarcados ni bien se presentara la ocasión precisa.

El 14 de enero arribó a Alicante, de regreso de Francia, el torpede-ro Tucumán. Además de las consabidas partidas de alimentos para lasrepresentaciones diplomáticas extranjeras de Madrid, llevaba nafta ylos repuestos necesarios para que los vehículos a disposición de laembajada estuvieran siempre en óptimas condiciones.

De manera silenciosa, los asilados en la embajada argentina co-menzaron a ser trasladados en pequeños grupos al puerto alicantino.El gobierno republicano les había permitido esa modalidad, en lugarde la movilización de un convoy que se viera en la obligación de tras-ladar a más de dos centenares de personas que aún restaban evacuar yque inevitablemente llamaría la atención, provocando descontento entrelos demás representantes diplomáticos y los defensores de Madrid.Allí entonces, más de ocho mil personas se hallaban asiladas en distin-tas embajadas y anexos.236 Se buscaba además, aprovechar la franquíaque existía en la ruta Madrid-Alicante, amenazada por un posible cor-te por las fuerzas de Franco. Pérez Quesada explicaba así su prisa:“[...] en segundo término es conveniente también que utilicemos sinmás demora la buena disposición del gobierno español que las cir-cunstancias pueden hacer cambiar repentinamente. Y por último, ten-go absoluta necesidad de dejar desalojada en el plazo más breve posi-ble la sede de la embajada porque el gobierno de Buenos Aires así me

lo viene ordenando cada vez de forma más categórica y porque tam-bién, el conocimiento, que no se puede evitar, por parte de otras em-bajadas de los trabajos de evacuación que nosotros estamos haciendo,podría llegar de aquí a unos días a constituir un obstáculo serio queentonces acaso me fuera imposible salvar”.237

Un grupo compuesto en su mayor parte por mujeres, niños y hom-bres mayores de cuarenta y cinco años, entre los que se destacaban elex ministro de Hacienda de Berenguer, Julio Wais, el marqués de CasaSaltillo, Ibarra y Lozada, abandonaron la sede madrileña de la emba-jada argentina, dirigidos por José María Jardón con destino a Alican-te, en los días inmediatamente anteriores al 20 de enero. Esta salidaque se realizó con el completo acuerdo del gobierno de la RepúblicaEspañola, en lo que se estimaba como un testimonio de consideracióna la Argentina. Cada persona que era evacuada con autorización delgobierno llevaba una nota con membrete del general presidente de laJunta Delegada de Defen-sa de Madrid con un textosimilar a este: “Se autori-za a Jacinto MiquelarenaRegueiro de 46 años deedad, para que pueda tras-ladarse a Alicante en con-cepto de evacuado por au-torización del Gobierno.Se ruega a las autoridadesMilitares, Civiles y Miliciasno le pongan impedimen-to en su viaje. Madrid, 19de enero de 1937”.

Aquella travesía vivió,no obstante, situacionesgraves que estuvieron apunto de hacer fracasar el

236 JULIÁN CASANOVA, “Rebelión y revolución”, cit., p. 131.

Autorización para ser evacuado Jacinto Miquelarena,

expedido por la Junta Delegada de Defensa de Madrid.

Fuente Archivo de la familia Casari

237 AC, Madrid, 17 de enero de 1937, del encargado de Negocios Pérez Quesada al capi-tán Casari.

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viaje: el contingente, después de haber partido al amanecer en dosautobuses, fue detenido en el camino por un grupo de milicianos yconducido de regreso a Madrid para ser ingresado en la DirecciónGeneral de Seguridad en calidad de presos políticos. Jardón “pudodesviar uno de los autobuses de expedicionarios hacia su propiodomicilio y sólo la mitad de los que habían sido detenidos en lacarretera, ingresaron en los calabozos de la Dirección de Seguri-dad”.238 Merced a arduas gestiones realizadas ante el general Mia-ja, se pudo resolver la cuestión y, a media tarde, volvieron a partirlos dos autobuses hacia Alicante.

El cónsul Barrera, quien se había constituido en uno de los repre-sentantes extranjeros locales más populares –por su contacto perma-nente con la gente del Tucumán y las autoridades republicanas, y porsu habilidad para hacer embarcar a los que no contaban con la autori-zación del gobierno, amén de su carácter enérgico y sus maneras di-rectas– se puso de acuerdo con el capitán Casari para que, aprove-chando ese embarque oficial, pudieran ser salvadas también otras per-sonas que aguardaban ocultas en Alicante una oportunidad para esca-par y que habían acudido al funcionario consular argentino rogandopor sus vidas.

La autorización concedida por los órganos legales republicanos,tanto por parte del gobierno de Valencia, la Junta de Madrid y delgobernador de Alicante, Valdés Casas, quedarían supeditadas a la in-temperancia de las milicias populares que dominaban el puerto. Sa-biendo que el Consulado argentino propiciaba la salida de muchosciudadanos españoles, los extremistas comenzaron a hacerlo objetode vigilancia y de amenazas al mismo tiempo. Barrera, que había dis-tribuido a los pasajeros en hoteles, en casas particulares y en la mismasede del Consulado, debió hacer apostar marineros del Tucumán paraque resguardaran esos lugares, y requerir otros cuatro para que vigi-laran la puerta del local de la representación argentina. Además, elgobierno de Alicante, empeñado también en librarse del “problemaobsesionante de la evacuación” apostó guardias de asalto en las inme-diaciones del Consulado. Pero la situación seguía siendo alarmante:

“He sabido también, que el Jefe de la Emigración que es un agente depolicía, ha increpado duramente al gobernador en su despacho por laposibilidad de salida de los asilados y ha amenazado al gobernadorcon acabar con ellos con ametralladoras. El gobernador le ha instrui-do expediente para expulsarlo de la policía, pero se teme la campañaque hará ese hombre”.239

Mientras tanto, los marineros argentinos, aprovechando el climade confusión, lograban auxiliar a españoles en peligro con un métodoque en el transcurso de los viajes posteriores se haría más y más co-mún. El procedimiento consistía en bajar a tierra en pequeños gruposde cinco o seis, vistiendo algunos de ellos dos uniformes superpues-tos: se dirigían al edificio del Consulado, y allí, uno de ellos cedía susropas al que, sin otra posibilidad, pretendía embarcarse. El grupo ori-ginario, en franca camaradería volvía al barco con el marinero “ficti-cio”. A las horas, el verdadero también se embarcaba. La treta diobuenos resultados, circulando entre los más desesperanzados y no fal-tó quien se cosiera su propio uniforme de marinero. Sin embargo,hubo alguna ocasión en que esas personas fueron descubiertas, o porlo menos el procedimiento. Tal fue el caso que se relata en una notamanuscrita de Barrera a Casari: “Para comandante Tucumán: Alarcónque trajo de Murcia a dos vestidos de marinero hallase preso y descu-bierto de todo atribuyéndosele responsabilidad en ese embarque. Ruegoestar prevenido por si recibe un aviso de prestar ayuda”.

La Argentina no sólo se hizo cargo de los asilados en sus represen-taciones diplomáticas y consulares sino que también ayudó a personasamparadas por otros países que carecían de los medios para hacerlossalir de España. El día anterior al embarque del 23 de enero en elTucumán, el cónsul Barrera le decía a Casari: “Hay en tierra paraembarcar cerca de 70, por los compromisos inevitables de los reco-mendados por Consulados Extranjeros”.240 Es que ante el temor deque esos fueran los últimos viajes del torpedero, se incrementaron lospedidos: “La gente, con el deseo natural de salir, está dispuesta a su-frir todo lo que sea necesario, y lo mismo los que tengan que mojarse

238 FRANCISCO CASARES, Argentina-España. 1936-1937, cit., p. 218.

239 AC, Alicante, s/f, de cónsul Barrera a capitán Casari.240 AC, Madrid, 17 de enero de 1937, de Pérez Quesada a Casari.

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en cubierta que los que tuvieran que hacinarse en la bodega irán satis-fechos y su ilusión moral de salir suplirá con tal exceso los inconve-nientes de orden físico que pensaran que viajan en el más amplio ysuntuoso de los trasatlánticos modernos”.241

Los anarco-sindicalistas opusieron trabas de todo tipo en la revi-sión de los papeles y documentos de los pasajeros que debían serembarcados en el Tucumán. Enterado Pérez Quesada de las nuevasdificultades que habían surgido, salió apresuradamente de Madrid alas 20 horas del día 21, llegando a Alicante a las 3 de la mañana, paradedicarse de lleno a conferenciar con las autoridades locales. Todo el22 transcurrió en febriles negociaciones.

El 20 de enero, Julio Álvarez del Vayo se encontraba de paso porParís, con rumbo a Ginebra, y allí fue entrevistado por el embajadorLe Breton, quién le recordó el compromiso contraído con SaavedraLamas, “compromiso que significaba una garantía de solución a cortoplazo y en virtud del cual el gobierno argentino se abstuvo de innovarsituaciones, esperando su cumplimiento”.242 El ministro español le rei-teró a Le Breton la seguridad de que telegrafiaría a Valencia para quese facilitara la demanda argentina. Cuando Le Breton había ocupadoel Ministerio de Agricultura en la Argentina, conoció en Buenos Airesal Álvarez del Vayo periodista, y por lo tanto pudo emplear un lengua-je directo para convencerlo de que únicamente la evacuación de losrefugiados probaría al gobierno argentino la sinceridad de la amistadde la República Española.

A pesar de la favorable disposición, entre el 20 y el 23 no se solu-cionaron los incidentes. Fue entonces, cuando el embajador Le Bre-ton encomendó al doctor Pardo, cónsul en Ginebra, que buscara aÁlvarez del Vayo y le exigiera la rápida solución que venía prometien-do. El ministro de Estado español se comunicó telefónicamente conValencia y con las autoridades portuarias de Alicante para que no se leopusieran dificultades a los refugiados de la embajada argentina. Alparecer, una reunión urgente había requerido la presencia del gober-nador civil de Alicante en Valencia y su temporaria ausencia había

sido aprovechada para no permitir la salida de los evacuados. Álvarezdel Vayo ratificó a sus interlocutores en España que si los refugiadosno llegaban sin daño alguno a bordo del Tucumán podían tener comocosa segura que la Argentina rompería sus relaciones diplomáticascon la República Española. Como consecuencia de estas ordenes, apartir del mediodía del 23 de enero, en grupos de seis personas, paraevitar posibles incidencias y no despertar demasiado la atención de lapoblación alicantina, se produjo el embarque de los restantes asilados.La comandancia del Tucumán reportó un pasaje de once argentinos yciento veintiséis españoles.

Acompañados por el agregado en Madrid Eugenio Pepes, los asi-lados que fueron autorizados a salir del país llevaban además otropase expedido por el gobernador civil de Alicante que rezaba: “Ciuda-dano embarcado a bordo del buque de guerra Tucumán, de acuerdocon lo estipulado entre los representantes diplomáticos del gobiernode la República Argentina y el Gobierno de la República Española,fechado en Alicante el 23 de enero y firmado por el vicecónsul argen-tino en Alicante”. A las 18.30, y después de laboriosas operaciones, elTucumán se halló listo para partir. En ese momento fue izada la ban-dera argentina, siendo saludada con indudable emoción por todos, enparticular por los asilados que, descubiertos y firmes, se habían con-gregado en la toldilla del buque.

Una simple lectura de la lista del pasaje de este viaje da una idea dellogro obtenido. Se habían embarcado en el buque, entre otros mu-chos, además de algunos ya nombrados: el empresario Pedro Ganda-rias y Urquijo, el ex ministro de Hacienda y Economía monárquicoJulio Wais, su hermano y toda su familia –su esposa Aurora Tenreiroera de nacionalidad argentina–, el teniente coronel Gonzalo de Beni-to, el capitán Ricardo Uhagon Cevallos, el teniente de ingenieros JoséLuis Casas, el empresario naviero Tomás Ibarra, Carlos de Salaman-ca, conde de Zaldívar, Pedro del Moral y Sanjurjo, Fernando Galaine-na, María Victoria San Millán, como así también las familias NúñezRobres, Luis Monastere, Urquijo y Federico, Ozores de Aguado,Herreros de Tejada y el ex ministro del Gobierno de Primo de Rivera,el periodista y administrador del diario La Nación en Madrid, JoaquínOrtiz Echagüe, los periodistas José Losada y Jacinto Miquelarena,

241 Ibídem242 “Cancillería expuso en un comunicado las tramitaciones para lograr la evacuación de losrefugiados de nuestra embajada en Madrid”, La Prensa, Buenos Aires, 24 de enero de 1937.

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redactor y jefe de deportesrespectivamente del otroramonárquico ABC, por quie-nes el gobierno de Justo ha-bía pedido expresamente enagosto de 1936. Miquelare-na, coautor junto con Agus-tín de Foxa, Dionisio Ridrue-jo y Alfaro de la letra del“Himno de la Falange”, ha-bía sido también correspon-sal de La Nación de BuenosAires.

Formaba también partedel pasaje Pedro Sangro Rosde Olano, ex ministro deGobierno de Primo de Rive-ra. Es nuestro convencimien-to que cada persona ampa-

rada por el asilo fue protagonista de una historia, que sólo nos es dadaconocer esquivamente por los documentos. En este caso tres datosaislados permiten reconstruir, con la posibilidad de alguna impreci-sión, el drama de la familia Sangro. Cuando el Tucumán zarpó deBuenos Aires, gran cantidad de personas se acercaron a Casari parapedir por sus familiares, con una desesperación que pasaba por alto elhecho de tener que emprender búsquedas de inciertas posibilidades.Una carta fechada el 16 de octubre de 1936 –resguardada en el Archi-vo Casari– decía: “Distinguido señor: De acuerdo con los ministeriosde Relaciones Exteriores y Marina, hemos pensado que el mejor me-dio de enviar al señor Pérez Quesada la carta adjunta, era pedir a Ud.el hacérsela llegar. Pido al señor Pérez Quesada la protección de laEmbajada para mi yerno Melchor Sangro y sus dos hijos Pedro y MartaSangro Gsell, como esposo e hijos de argentina (mi hija Dora Gsellfallecida en Madrid) que vivían en la calle O’Donell 29, bajos, dere-cha, frente a la casa de sus padres, O’Donell 22, de quienes carezcode noticias. Ruégole pues, señor comandante, quiera entregarle al se-

ñor Pérez Quesada o a otro miembro de la embajada en Madrid, so-lamente en propias manos, para evitar a los míos peligros ya que setrata de personas que aunque no han actuado en política desde que seestableció la República ni tomado parte en los actuales sucesos, sonde la nobleza y algunos han actuado en el gobierno anteriormente.Desde que empezó la guerra civil vivo ahogada de dolor y si Ud.quisiera acceder a mi pedido, me daría una gran esperanza. Muy agra-decida. Victoria Monasterio de Gsell”. Resulta probable que Casaricomunicó el pedido a Pérez Quesada, y que éste haya encontrado a lafamilia Sangro y la asilara a tenor de la siguiente información: mien-tras en la relación de Oficiales Generales y Particulares muertos endistintas ciudades, fechas y circunstancias se consigna la muerte enlugar desconocido del teniente de navío Melchor Sangro Torres,243 enla lista de embarque del Tucumán del 23 de enero de 1937, sellada yfirmada por el agente consular francés en Alicante, figuran entre suspasajeros Pedro Sangro, de cincuenta y ocho años, y sus nietos Pedro,de cinco, y Marta, de seis años.

4.2. El problema de los asilados en la Sociedad de las Naciones

El tema de los refugiados españoles continuaba siendo debatido en laSociedad de las Naciones. En carta del 14 de enero, el delegado chile-no Edwards, respaldado por los gobiernos de Cuba y los Países Bajos,solicitó el tratamiento de la “situación de los asilados en las embajadasy legaciones de Madrid”. El 21 de enero la cuestión fue abordada enuna reunión privada, acordándose que sería considerada en las sesio-nes públicas. El doctor Carlos Alberto Pardo informaba a Buenos Ai-res sobre lo acontecido: “En sesión privada el consejo discutió laproposición chilena sobre asilados oponiéndose el representante deEspaña a que figurara en la orden del día, pidiendo en cambio que seincluyera el informe de los expertos sanitarios. Después de una largadiscusión [...] se resolvió a propuesta de este último incluir la cuestióndel informe de los expertos sanitarios y las cuestiones humanitariasconexión, agregando entre paréntesis ‘la evacuación de los asilados

Certificado expedido por el encargado de Negocios,

Pérez Quesada a favor del futuro asilado, Ortiz

Echagüe. Fuente Archivo de la familia Casari

243 RICARDO CEREZO MARTÍNEZ, Armada Española. Siglo XX, Madrid, Poniente,1983, ps. 283-84.

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en las Embajadas y Legaciones’. Como verá V.E. la fórmula adoptadaexcluye la discusión de fondo sobre el derecho de asilo, limitándose alaspecto humanitario de la evacuación”.244

La Argentina tenía en sus manos una salida para el conflicto, aun-que se tratara de una solución que le resolvía el problema solamente aella. En realidad, la Cancillería porteña no había hecho más que amol-darse a lo exigido por España desde un principio, en cuanto a quecada caso sería resuelto en particular.

Si bien la sede diplomática argentina en Madrid había dado aloja-miento a perseguidos, en general se trataban de gentes ligadas a laArgentina a través de algún familiar, por trabajo o por relaciones so-ciales, y el número, aunque considerable, no parece haber superadolos cuatrocientos asilados. Por otra parte, Pérez Quesada, una vezque estos eran recibidos en la sede diplomática, procuraba imponeruna disciplina interna que evitase perturbaciones que pudieran surgirdesde dentro, y aunque no estuvo en sus manos impedir que los asila-dos, ya libres, se trasladaran a la zona nacional –de hecho un númeroimportante así lo hizo–, muchos de ellos habían firmado ante el encar-gado de Negocios, compromisos de no inmiscuirse directamente en lacontienda civil. Esto fue reconocido por el gobierno republicano: “[...]entrevisté en su nombre al señor Álvarez del Vayo [...] le era muygrato dejar constancia que en la embajada argentina en Madrid no sehabía cometido ningún acto incorrecto en el asunto de los asilados. Encambio dijo que ‘la embajada de Chile era un fortín lleno de conspira-dores contra la seguridad de la República’”.245

Lo actuado hasta el momento por los diplomáticos y los marinosdel 25 de Mayo y del Tucumán, y la posibilidad de contar con el mer-cado argentino para posibles compras de materias primas, ponían alpaís sudamericano en un nivel de preferencia cierta. Parecía evidente“[...] la falta de interés que siente Valencia por la amistad de paísesque no sean Rusia, Francia y Argentina (no quedan incluidos en estaconsideración ni Inglaterra ni en los EE.UU. por no tener asilados)”.246

Chile, en tanto, lideró las peticiones para lograr el reconocimientoformal de la práctica del derecho de asilo en España en el seno mismode la Sociedad de las Naciones, pero su posición para negociar con laRepública Española era más difícil que la de Argentina, en lo funda-mental porque la sede chilena en Madrid parecía hallarse más com-prometida por la cantidad de asilados allí refugiados, y también por-que la figura del embajador chileno Aurelio Núñez Morgado desper-taba grandes prevenciones entre los funcionarios republicanos.

La Cancillería argentina optó por solucionar sola el conflicto,en el convencimiento de que “la salida de nuestros asilados es unprecedente que lejos de perjudicar a otras legaciones puede favo-recerlas”.247 Resultó notorio que el acuerdo directo entre España yla Argentina no benefició las peticiones chilenas en el Comité de laSociedad de las Naciones, aunque cabe preguntarse si hubiera ha-bido alguna diferencia esencial en el trato dispensado por España alos países asilantes, en el caso que la Argentina hubiese optado poramoldarse a las peticiones colectivas del Cuerpo Diplomático enMadrid. En telegrama del subsecretario de Relaciones Exterioresargentino a Saavedra Lamas, que se hallaba circunstancialmenteen San Carlos de Bariloche, aquel le diría para sumar justificativosen su no participación de una embestida diplomática conjunta enGinebra: “Además, no tenemos actualmente representante en elConsejo para pronunciarnos ni delegado permanente con persone-ría suficiente, circunstancias éstas que por mi parte ya he adelanta-do verbalmente a la embajada de Chile. Creo en definitiva que estoúltimo es excusa suficiente ante Chile”.

Entre el 25 y el 27 de enero, aunque tangencialmente, el problemade los acogidos al derecho de asilo en la República Española fue dis-cutido en Ginebra. Allí, tanto Litvinoff, comisario general de Relacio-nes Exteriores de la URSS, como Álvarez del Vayo, expusieron quetal práctica no tenía vigencia en Europa, y que por tanto España no sehallaba obligaba por tratado alguno, habiéndola tolerado únicamentepor respeto y solidaridad con las naciones extranjeras. Los ministros

244 AMREA, caja 2, tomo V, cit., Ginebra, 21 de enero de 1937, de Pardo a Saavedra Lamas.Cfr. versión de esta discusión en JAVIER RUBIO, Asilos y canjes ... cit., p. 212 y ss..245 AMREA, caja 2, tomo V, cit., Ginebra, 22 de enero de 1937, de Pardo a Saavedra Lamas.246 AC, Marsella, 25 de enero de 1937, del capitán Casari al ministro Videla.

247 AMREA, caja 2, tomo V, cit., París, 22 de enero de 1937, de Le Breton a SaavedraLamas.

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de Estado ruso y español estaban más preocupados por señalar lasintervenciones de Alemania e Italia, a través del apoyo a los rebeldesnacionales. En el transcurso de esas discusiones, Álvarez del Vayosacó a relucir el acuerdo con la Argentina y también con México, ycomo muestra de la predisposición del gobierno español, leyó un ex-presivo telegrama de felicitación y agradecimiento del canciller Saave-dra Lamas que causó no poca sorpresa.

España logró imponer su posición: “La Sociedad de las Nacio-nes, con muy buen criterio, se negó a pronunciarse sobre el preten-dido derecho de asilo y aceptó el informe que presentó el delegadode China, Wellington Koo, que ejercía la presidencia del Consejo.En su virtud confirma éste su propósito de no querer examinar elproblema, sino como una cuestión humanitaria. Por tanto se limi-ta, después de tomar nota de las declaraciones hechas por los re-presentantes de los Estados que tienen interés en el asunto, a pesarde que la evacuación de los refugiados pueda ser resuelta por víade las negociaciones directas”.248

El valor del acuerdo alcanzado por la Argentina se percibe aún máscuando se consideran algunos rumores, desmentidos luego por loshechos, que circulaban en los ambientes diplomáticos y políticos, enel sentido que el gobierno republicano pretendía servirse de los asila-dos en las embajadas y legaciones extranjeras como prenda ante laposibilidad de una derrota final, o que se temía que una vez vaciadastodas las legaciones, muchos gobiernos reconocerían al gobierno delgeneral Francisco Franco.

Álvarez del Vayo, al igual que lo había hecho con la Argentina,se comprometió a tratar la evacuación de los numerosos asiladosque aún se hallaban refugiados en las representaciones extranjerasen Madrid, efectuando en cada caso los trámites necesarios conlos gobiernos, lo que dio lugar a modalidades diferentes en su im-plementación. Inicialmente se convenía que las gestiones se lleva-rían a cabo en Londres, dirigidas por el embajador español en esacapital, Pablo de Azcárate.

4.3. Los compromisos asumidos y las reacciones

En Madrid la solución alcanzada por el gobierno de Buenos Aires enel tema de los asilados sería comentada en un principio como un granlogro: “Hasta la fecha las representaciones diplomáticas interesadasse han sentido respaldadas por el prestigio que inspira la Argentina(esto ha quedado de manifiesto por el hecho de habérsele ofrecido aldoctor Pérez Quesada la presidencia del Cuerpo Diplomático, a pesarde su poca jerarquía, ofrecimiento que fue rechazado pues el Decanotiene categoría de Embajador)”.249 Pero a poco, la noticia de la eva-cuación de los asilados en la sede argentina, guardada en el más rigu-roso secreto hasta su concreción, levantó resquemores, incluso dentrodel Cuerpo Diplomático acreditado en Madrid. La actitud de PérezQuesada se juzgó temeraria porque había sacado a los refugiados sinesperar las garantías solicitadas por el conjunto de los representantesextranjeros. El diplomático argentino advirtió los sentimientos queexpresaron sus colegas: “[...] se siente un movimiento de inquietud enlas otras embajadas y legaciones por la situación especial en que apa-rece la nuestra”.250 No obstante, las prevenciones de los diplomáticosparecieron irse aminorando con los días.

De regreso a Madrid, Pérez Quesada sería continuamente requeri-do por sus colegas que deseaban conocer la fórmula aplicada por elrepresentante argentino para resolver el problema de los asilados. Paraél, sólo se había tratado de una prueba de reciprocidad con que losórganos legítimos del poder político en España habían querido testi-moniar la actitud adoptada por la Argentina desde el comienzo de laguerra. Pérez Quesada no titubeaba en elogiar la buena voluntad delgobierno republicano: “Al expresar mi reconocimiento y el de mi paíspor los dos ministros españoles –Álvarez del Vayo y Galarza–, y dejarasí patente el acuerdo pleno, desde el comienzo de la negociación,creo que quedaran desvirtuadas las erróneas interpretaciones que sehan dado a la salida de los asilados de la embajada. Los dos gobiernosse pusieron inmediatamente de acuerdo en una cuestión, y lo han he-cho a la luz del día, sin clandestinidades, con una claridad que se nece-

248 LUIS JIMÉNEZ DE ASÚA, Historia del “derecho de asilo”, Buenos Aires, La Ley,1949, tomo 55, p. 832.

249 AC, Marsella, 25 de enero de 1937, del capitán Casari al ministro Videla, fl. 2.250 AMREA, caja 2, tomo V, cit., París, 22 de enero de 1937, de Le Breton a SaavedraLamas.

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sitaba y que al mismo tiempo era obligatoria por la amistad entre am-bos países”.251

Pérez Quesada informaba el 28 de enero a su Cancillería que el encar-gado de Negocios del Paraguay en Madrid le había pedido que ayudase agestionar la evacuación de los familiares del personal de la misión y de losrefugiados en ella, por ser la Argentina “la única que, habiendo obtenidola evacuación de sus asilados, estaba en condiciones de obtenerla para losde dicha misión”.252 En tanto, el encargado de Negocios argentino partióhacia Valencia a fin de entrevistarse con el ministro de la Gobernación,Galarza, para tratar la liberación de los refugiados que aún restabaevacuar: se trataba de unas cuarenta personas que habían quedadoalojadas en Alicante y otras cincuenta que permanecían en Madrid,siendo en su mayoría hombres comprendidos en la edad militar. Confecha 3 de febrero Pérez Quesada informó a Buenos Aires que habíaobtenido la autorización para la salida de ese grupo de asilados.

Los mayores reparos ofrecidos por las autoridades gubernamenta-les, justificados por cierto, radicaban en la posibilidad de que dichosrefugiados reingresaran a España, psara sumarse a los nacionales ycombatir así contra la República. No pocos asilados, como ya hemosseñalado, una vez en Francia, se habían apresurado a cruzar la fronte-ra en viaje de vuelta por Irún, poniéndose a disposición de las fuerzasde Franco. Al tanto de esa realidad, Pérez Quesada trató por todos losmedios a su alcance de solucionar este escollo, lográndose que el em-bajador Le Breton obtuviera la conformidad del gobierno de París paraque se vigilara la actividad política de los españoles en Francia: “En vistadificultades señaladas por Pérez Quesada sobre evacuación asilados enedad militar he obtenido del Ministerio de Relaciones Exteriores de Fran-cia las seguridades necesarias para su internación en el territorio francésen las mismas condiciones que los asilados de la Embajada de Francia, esdecir bajo el compromiso que no intervendrán en actividades políticas(departamentos alejados de la frontera)”.253

Gestiones complementarias también se llevaron adelante frente alas autoridades nacionales, a través del encargado de Negocios argen-tino en la capital portuguesa: “Correa Luna desde Lisboa comunicatelegráficamente que ha obtenido de la representación de Burgos elcompromiso formal de que no autorizará el paso a la zona nacionalis-ta de los ciudadanos españoles evacuados de la embajada en Madrid”.254

Aunque de momento estas promesas contribuyeron a lograr el tanansiado permiso del gobierno republicano, no fueron cumplidas en suintegridad, ya que un número considerable de asilados desecharontodo escrúpulo para trasladarse a la España nacional.

Los rumores de que el Tucumán estaba próximo a dar por conclui-da su misión en aguas españolas, hizo que se apuraran las gestiones detodos aquellos diplomáticos que pretendían evacuar sus asilados en eltorpedero argentino. Resulta posible que el mismo Pérez Quesadarecibiera por aquellos días algunos asilados más en Madrid, a los quedebieron sumarse los pedidos que le realizaban sus colegas, para quetomase a su cargo algunos de sus más comprometidos huéspedes.

El ambiente diplomático siguió convulsionado por el logro de Pé-rez Quesada. En los primeros días de febrero se llegaron a la sedeargentina diversos representantes extranjeros para enterarse de losdetalles y requerir consejo. Así, lo visitaron el director del Liceo deFrancia, en donde también había asilados, así como los encargados deNegocios de Francia, M. Neuville, y de Checoeslovaquia, ZdenkoFormánek. Y aunque la misión específica del encargado de Negociosargentino estaba por llegar a su fin, su presencia parecía indispensa-ble: “Ruego encarecidamente a V.E. permítame reintegrarme Madridconsiderando debo hacerlo por dignidad personal [...] Además el cuerpodiplomático formúlame ese ruego manifestando que el abandono ca-pital de mi parte después de la salida asilados de derechas perjudica-riales ante organizaciones sindicalistas y opinión pública”.255 DesdeBuenos Aires, Saavedra Lamas le urgió la total evacuación de la em-bajada, afirmando que no podría convencer por más tiempo al minis-tro de Marina para que postergara el regreso del Tucumán: “He con-251 “El señor Pérez Quesada habla de la gestión a favor de los asilados”, La Nación,

Buenos Aires, 29 de enero de 1937.252 Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto ... 1936-1937, cit., p. 91.253 AMREA, caja 2, tomo VI, cit., París, 13 de febrero de 1937, de Le Breton a SaavedraLamas.

254 AMREA, cit., Buenos Aires, 10 de febrero de 1937, de Saavedra Lamas a Pérez Quesada.255 AMREA, cit., Madrid, 5 de febrero de 1937, de Pérez Quesada a Saavedra Lamas.

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seguido una demora de 4 o 5 días más a lo sumo. Es pues menesterque en tal término quede resuelta la evacuación total de los asiladospreparando S.S., su salida para Valencia”.256

Al ministro de Relaciones Exteriores argentino le preocupaba queuna permanencia más prolongada en Madrid no dejara a la Argentinalibre de la obligación moral de seguir recibiendo asilados; por ello leordenó a Pérez Quesada que organizara el traslado de la sede diplo-mática, una vez que hubieran partido todos los asilados, “a fin deevitar todo compromiso ulterior, que desde ya debe eludir”.257

4.4. Embarques de políticos y militares, ricos y pobres, españoles

y argentinos

El gobierno de España autorizó la salida de los asilados en la embaja-da argentina con la promesa de que, de ahí en más, no fuera admitidobajo concepto alguno ningún nuevo asilado. Esa obligación era yaconocida y aceptada por los diplomáticos argentinos “allende y aquen-de” el Atlántico, pero Saavedra Lamas se mostró disgustado por lainesperada exigencia española, hecha en la persona de Pérez Quesa-da, de firmar una nota que entrañaba la obligación de reconocerloexpresamente en el futuro, al considerar que ello “perturbaría la grataimpresión y el fortalecimiento de nuestros vínculos [...], debiendo bastarcon nuestra promesa y la garantía moral de nuestra conducta que hasido reconocida allí mismo”.258 Pérez Quesada no pudo complacer asu canciller y debió firmar un documento, merituado como indispen-sable para obtener el permiso de evacuación total de su embajada.Ello le valió una reprimenda de Saavedra Lamas: “Hago constar quedeploro no haya esperado autorización de este Ministerio pues noestoy conforme con contraer ese compromiso que limita el derechode asilo”.259

El 10 de febrero el encargado de Negocios argentino organizó otracomprometida expedición de asilados. La misma estuvo dirigida porel agregado civil Miguel Mugica y formaban parte de ella Zita Polo de

Serrano, hermana de la esposa del general Francisco Franco, sus doshijos pequeños, Felipe y Fernando, y el periodista Adelardo Fernán-dez Arías. Otros asilados españoles, munidos de la autorización gu-bernamental, también dejaron la sede madrileña en los camiones quefueron utilizados para transportar los víveres. El 11, todos habían lle-gado al Tucumán. Al día siguiente, Pérez Quesada, junto con el mar-qués de Santa Cruz y el periodista Francisco Casares y su esposa, enun coche de la embajada abandonaron Madrid con rumbo a Valencia.El diplomático argentino se dirigía a la capital republicana en un pos-trero intento por lograr que los restantes refugiados varones pudieranembarcarse. En Valencia se le pidió tiempo, pero el Tucumán estabapresto a emprender otro viaje y Pérez Quesada debió así trasladarse el13 a Alicante con sus acompañantes.

Los marinos argentinos también habían encontrado la situación cre-cientemente tensa: “con el ambiente que hay por la toma de Málaga ycon todos los asilados en Alicante, sin la presencia del buque creo quecorre peligro la vida de todos los asilados”.260 Las organizaciones sin-dicales parecían resueltas a impedir por todos los medios nuevos em-barques, aún en abierta oposición a las órdenes impartidas por el go-bierno de Valencia, sin que tampoco el gobernador civil de Alicantetuviera la autoridad suficiente para imponerlas. El deseo de proteger alos contingentes de refugiados venidos de Madrid, que esperaban abor-dar el torpedero, habían obligado al cónsul Barrera a trasladarlos des-de los distintos hoteles en que se hallaban alojados, a una finca muypróxima al puerto, bajo la custodia de guardias de asalto y marinerosdel propio Tucumán.

Sin embargo, ello no fue óbice para que los marinos argentinossiguieran asilando refugiados. El 3 de febrero el ministro Videla poníaen conocimiento de Saavedra Lamas un importante embarque realiza-do en el Tucumán: “Casari ha comunicado a este ministerio, hallarseasilado a bordo de ese buque con intención de ponerse a las órdenesdel general Franco y con datos militares, el capitán Fernández Casta-ñeda Cánovas, ayudante del general Miaja”.261

256 AMREA, cit., Buenos Aires, 3 de febrero de 1937, de Saavedra Lamas a Pérez Quesada.257 AMREA, cit..258 AMREA, cit..259 AMREA, cit., 8 de febrero de 1937.

260 AC, Alicante, de Barrera a Casari, s/f.261 AMREA, cit. Marsella, 19 de febrero de 1937, del capitán Casari al ministro Videla.

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Uno de los persona-jes políticos de mayorimportancia que la Ar-gentina ayudó a ponera salvo fue Ramón Se-rrano Suñer. Abogado,diputado por Aragón y,además, concuñado deFranco –a quien la gra-cia española bautizaríacon el apodo de el “cu-ñadísimo”– había sido

encarcelado en Madrid en julio de 1936. El que luego sería ministroen varios de los gabinetes nacionales y hombre de confianza del “ge-neralísimo” en los primeros tramos de su régimen, logró asilarse en laLegación de Holanda. Allí recibió un día de enero la visita de PérezQuesada, el que venía con el encargo del embajador en París Le Bre-ton –gestionado por Gregorio Marañón– de llevarlo a salvo a Francia,utilizando para ello el Tucumán. Serrano Suñer describía así al diplo-mático argentino: “Un día tuve la inesperada alegría de que me anun-ciaran la visita del señor Pérez Quesada, de la embajada argentina,

que era un personaje le-gendario en el infra-mundo de los refugia-dos y los perseguidos,una especie de Pimpi-nela que realizaba lashazañas más extraordi-narias desde el punto devista del ingenio y delvalor”.262

Con el auxilio deFernández Castañeda,

ayudante de Miaja, Serrano Suñer y el capitán de artillería ÁlvarezMiranda, llegaron en automóvil hasta la sede del Consulado argentinoen Alicante. Una tarde, un grupo de marineros al mando del caboVelázquez buscó a los asilados, y mediante el ardid de llevar unifor-mes de más, tanto Serrano Suñer como Álvarez Miranda embarcaríanen el Tucumán como marineros.

Esperando la partida dispuesta a más tardar para el 13 de febrero,la tripulación del Tucumán, a instancias de los representantes diplo-máticos y consulares, se habían dedicado con ahínco a ganarse la con-fianza de los dirigentes de las organizaciones portuarias, “medianteuna política de persuasión amistosa y de dádivas de los artículos deque carecían”.263 La importancia de esos regalos queda patentizada, amodo de ejemplo, en el asiento contable del día 28 de febrero del librode caja del Tucumán, que dice: “Comprando a M. Boulac –en Marse-lla– artículos para cumplimentar a las autoridades portuarias de Ali-cante $ 861,09”.264

Se lograba así hacer embarcar por esos días clandestinamente a unconsiderable número de personas. Entre ellos destacaba el comandan-te del Tucumán a unos anónimos refugiados: “A las 24 horas del día12 atracó sigilosamente al costado del buque una embarcación pes-quera que traía a su bordo ocho hombres y una mujer que pedían asilodespués de siete horasde navegación”.265

No preparado parauna espera tan prolon-gada en el puerto ali-cantino, comenzaron aescasear los víveres abordo –hay que consi-derar que el torpederodebía encargarse de su-ministrarlos al Consu-lado de Alicante, a la

Tripulantes del Tucumán en el Puerto de Marsella, 1936

Torpedero ARA Tucumán, 1937. Archivo de la familia Casari

262 RAMÓN SERRANO SUÑER, Entre el silencio y la propaganda, la historia como

fue. Memorias, Barcelona, Planeta, 1972, p. 149. Ver también RAMÓN SERRANOSUÑER, De anteayer y de hoy, Barcelona, Plaza & Janes, 1981, pp. 288-89.

263 AC, Marsella, 19 de febrero de 1937, de Casari a Videla.264 AGA, Tucumán, legajo 5, p. 30.265 AC, Marsella, 19 de febrero de 1937, de Casari a Videla, fol. 2.

Torpedero ARA Tucumán, 1937. Archivo de la familia Casari

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casa de asilados que estaba enlas inmediaciones y a toda la gen-te que se hallaba ya alojada en elbuque a la espera de la partida, amás de su tripulación de doscien-tos hombres– y el capitán Casarireiteró a Pérez Quesada la nece-sidad de partir de inmediato.

En la mañana del día 13 su-bieron a bordo los pasajeros pro-vistos de órdenes de salida. A lastrece horas, y habiendo embar-cado ya ciento setenta y un pa-sajeros –de los cuales casi la mi-tad habían llegado al buque bur-lando el control del puerto– elTucumán estaba listo para zar-par. En ese momento, PérezQuesada le pidió a Casari que de-

morara su partida hasta el anochecer en vista de que el gobernadorValdés Casas había convenido en favorecer un embarque nocturno –afin de evitar reacciones violentas– de veinticinco jóvenes, en edadmilitar. A las tres de la mañana, fueron embarcados con el concursodel personal de “La Marítima Terrestre”. Las relaciones con el sindi-cato portuario pasaron por buenos momentos: el 11 de febrero unanota rezaba: “Camaradas de la tripulación del vapor destroyer argen-tino Tucumán. El consejo del Trabajo del Sindicato de carga y descar-ga del puerto de Alicante, “La Marítima Terrestre”, os obsequia coneste pequeño recuerdo, que aunque de poco valor cree será acogidocon simpatía por todos vosotros. Sin otro particular quedamos vues-tros y de la causa antifascista”. El regalo consistió en cuatro botijasgrandes y ocho más pequeñas.

A las cuatro de la mañana del 14 de febrero, el Tucumán zarpó deAlicante con un total de ciento noventa y seis pasajeros a bordo, elmás numeroso transportado hasta ese momento. Formaban parte delpasaje veintiún ciudadanos argentinos –entre ellos el agregado Mugi-

ca–, el francés Renee Bergeles, el cubano Andrés Ortiz Fernández, loschilenos Ema Silva y Fernando García Zulueta, el uruguayo ReneePadilla Albaniza y ciento setenta españoles: además de los ya citadoscon anterioridad, el marqués de Santo Domingo, José Chavarri, JoséAntonio del Moral, el diputado por CEDA (Confederación Españolade Derechas Autónomas) Luis Fernández Heredia. También se aloja-ron en el buque y los hermanos Cristóbal, Victoria y Eugenia Carvajaly Colón, cuyos embarques le habían sido especialmente recomenda-dos a Casari: “Cristóbal Carvajal y Colón, actualmente en el piso, bajola protección de Argentina en Alicante. Existen instrucciones de laembajada de proceder a sacarlo enseguida del piso y trasladarlo alTucumán para salir en el actual viaje. Es el tutor de sus hermanas queestán embarcadas ya en el Tucumán y que contaban con él para seguirsu viaje a Marsella. Caso contrario la situación de estas señoritas essumamente crítica por no contar con otra familia responsable”.

Formaba parte del paisaje del torpedero quien sería coautor de unlibro clásico sobre las misiones de asilo de la Argentina, Heroísmo

criollo, Federico Fernández Castillejo. Cómo señala Javier Rubio re-sulta significativo que entre los “asilados y fugitivos de la EspañaRepublicana que nos han dejado su testimonio escrito, el que teníamayor personalidad política no era precisamente un derechista más omenos encubiertamente antirrepublicano, sino un hombre de centro,de limpia ejecutoria al servicio de la República Española. Gobernadorcivil de Valencia con el gobierno provisional de la República, y diputa-do del partido republicano-progresista por Córdoba, Federico Fer-nández Castillejo fue uno de los numerosos españoles que recibieronasilo en el torpedero argentino Tucumán y que marchó a Buenos Ai-res”.266 La otra autora del libro, la abogada Clara Campoamor habíaluchado como diputada en las Cortes Constituyentes de la República,por la concesión del voto a la mujer.

Temporal en el golfo de León mediante, el Tucumán hizo su arriboal día siguiente, 15 de febrero, a las 8 de la mañana al Viex Port deMarsella. Antes de desembarcar los asilados españoles fueron solici-tados por el cónsul argentino Leoni, para procurar que guardasen la

Refugiado con oficiales de la nave,

torpedero ARA Tucumán en España 1936-1937.

Archivo de la familia Casari

266 JAVIER RUBIO, cit., p. 124.

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mayor discreción acerca de su estada en España y de las peripeciasvividas, evitando de cualquier modo entorpecer la seguridad de losque aún quedaban allí y las futuras operaciones de rescate. La únicaincidencia de importancia que se suscitó, estuvo referida a los argen-tinos que venían en ese viaje y carecían de recursos para su sustentoen Francia. En general se trataba de personas que habían perdido susmuchos o pocos bienes a raíz de confiscaciones e incautaciones quede ellos se habían hecho. Aunque al salir de España podían llevar con-sigo una suma de hasta 500 pesetas –sí es que por ventura contabancon ellas– no les era dado esperar mucho, pues quedaban enorme-mente mermadas al cambio de 180 pesetas por cada libra esterlina. Elcomandante Casari, de forma transitoria, hasta que el Tucumán regre-sara a España, permitió que dos matrimonios argentinos quedaran alo-jados en el buque. El resto, luego de una negociación con las autori-dades francesas sobre el costo de su mantenimiento y transporte, fue-ron desembarcados, debiendo para ello salir de garante el cónsul Leo-ni por los gastos que ocasionaran en Marsella.

En tanto, Pérez Quesada se trasladó de Alicante a Valencia, paratratar de obtener las cargas de combustible necesarias para el trasladode los restantes refugiados en la embajada argentina, a cambio de lasconfiscadas días antes al Tucumán por las autoridades republicanas.El objetivo era asegurar el viaje en automóviles desde Madrid a Va-lencia para dejar concluida la evacuación total de los asilados. La faltade gasolina constituyó un hecho común y grave por cierto. Al respec-to decía Serrano Suñer: “[...] no recuerdo exactamente sí fue en Al-mansa o en Villena un serio contratiempo nos esperaba: nos habíamosquedado sin gasolina, y no la había en el pueblo, cosa que creo queentonces ocurría con frecuencia. Mis compañeros ya se disponían abuscar albergue para pasar la noche, cuando yo les hice notar lo peli-groso de la situación para Álvarez Miranda y para mí, y que debíamosde intentar como fuera, llegar aquella misma noche al Consulado enAlicante. A tal fin mendigamos gasolina, y entre un garage y la casa deun pariente del alcalde conseguimos una muy pequeña cantidad decombustible, con la que pudimos llegar”.267

De vuelta en Madrid, Pérez Quesada recibió la noticia del reconoci-miento de sus méritos por parte del gobierno argentino: el Poder Ejecuti-vo Nacional, por intermedio del Ministerio de Relaciones Exteriores yCulto, expidió un decreto resolviendo su nombramiento, en comisión,como enviado extraordinario y ministro plenipotenciario. Convenía, tam-bién, alejarlo de su protagonismo en la guerra civil, una vez que sehabían alcanzado ya los objetivos trazados desde Buenos Aires. De-bería, empero, continuar con sus anteriores funciones en España hastaque se le designara un destino acorde con su nueva jerarquía.

Parecía haber llegado el fin para la odisea vivida en los locales de laembajada argentina, que después de siete meses quedaban vacíos: el18 de febrero un grupo de casi cuarenta asilados abandonaron Madridcon rumbo a Alicante, y el 24 hizo lo propio Pérez Quesada, con elresto de los asilados, rumbo a Valencia. Se trataba de treinta y cincopersonas lo que abonaría la idea de que hasta último momento el nú-mero de refugiados creció. En razón de los incidentes surgidos en elembarque del 14 de febrero, el gobierno republicano expreso que esenuevo viaje del Tucumán no partiera desde Alicante, sino desde Va-lencia, adonde debieron trasladarse los que aún esperaban hacerlo enel aquel puerto. La gran cantidad de evacuados que estaban afluyendoprovenientes de Málaga y Almería, presagiaban aún mayores dificul-tades para realizar los embarques, pues todos pugnaban por alejarsede las represalias y el infortunio que se avecinaba para muchos.

El 27 de febrero, desalojada de asilados la sede argentina en Ma-drid, se dispuso el traslado a Valencia en carácter de encargado deNegocios ad interim, del primer secretario de la embajada en Italia,doctor Felipe Chiappe, librándose de esa manera a Pérez Quesada delcompromiso de tener que permanecer en Madrid.

Satisfactoriamente había sido liquidado el asunto del derecho deasilo, siguiendo el deseo del gobierno argentino y las directivas de suCancillería, “cuyas altas inspiraciones políticas han culminado con elhecho de ser ésta la única representación diplomática que haya logra-do resolver dicho problema, marcando pautas que han comenzadoahora a seguirse por los demás países”.268

267 RAMÓN SERRANO SUÑER, Memorias ... cit., p. 150. 268 Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto. Memoria... 1936-1937, cit., p. 94.

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4.5. Un auxilio ampliado

La eficacia demostrada por el trabajo mancomunado de diplomáticosy marinos argentinos, llevó a varios países sudamericanos, y tambiéneuropeos, a gestionar una ayuda directa que diera parecida solución ala situación de los asilados que se resguardaban en sus sedes. Así, porejemplo, funcionarios del gobierno de Bolivia realizaron en BuenosAires intensas tratativas con el gobierno de Justo, a la par que en lacapital francesa se entrevistaba el delegado permanente de Boliviaante la Sociedad de las Naciones, Adolfo Costa du Rels, con el emba-jador Le Breton. El 13 de febrero Costa du Rels informaba a la prensaque la Argentina se haría cargo de la evacuación de los asilados de laLegación boliviana –unos doscientos– equiparándolos con los pro-pios en un gesto que “un testimonio de la solidaridad latino-america-na”. Pocos días después, el encargado de Negocios de Chile en París,Vargas, pidió también que ciento sesenta asilados en la embajada chi-lena en Madrid fueran evacuados por el Tucumán. El día 19, la Canci-llería accedía al pedido: “Puede hacer saber al representante de Chileque este gobierno ha resuelto acordar la colaboración solicitada, ha-biéndose dispuesto la permanencia del Tucumán a ese efecto”.269 EnParís se formó una comisión ejecutiva integrada por los agregadosmilitares chilenos coroneles Humberto Luco y Víctor Labbé, que pro-yectaba adquirir ómnibus, con una capacidad de sesenta a sesenta ycinco personas –Chile pretendía evacuar unos mil cuatrocientos refu-giados– que saldrían de Francia, y atravesando el territorio español,arribarían a Madrid para cumplir su cometido. La comisión visitó a LeBreton, quien junto con los agregados López Lacarrere y Pepes, lesexplicaron las modalidades de las evacuaciones de los refugiados. Unanueva reunión tuvo lugar para examinar con detenimiento, mediantela ayuda de mapas, el camino de Madrid.

El mismo día de su arribo al puerto francés, lunes 15 de febrero,se iniciaron las reparaciones del casco del torpedero argentino.Estas, inicialmente calculadas en una duración de cinco o seis díashábiles, se vieron demoradas en razón de la legislación obrera fran-

cesa en vigencia, con una semana de cuarenta horas, el ritmo detrabajo de los obreros y la imposición de los sindicatos que prohi-bían a los remachadores quitar o poner más de noventa remachespor día y por equipo. El cambio de la plancha quedó listo el 25 defebrero. El 26 a las 18 horas, completada su carga de petróleo, elbuque largó amarras del puerto de Marsella, con destino a Valen-cia, donde fondeó al mediodía del 27.

La noche del 24 de febrero Pérez Quesada y Jardón con losúltimos asilados, llegaron a Valencia. Ni bien hizo su arribo el Tu-

cumán, Pérez Quesada subió a bordo para informarle al capitánCasari del estado de la gestión relacionada con el embarco de asi-lados. Acompañaba en esa oportunidad al diplomático un marinoespañol, que había sido nombrado ayudante del comandante Casa-ri por el Ministerio de Marina de la República. No poca sería lasorpresa de éste cuando, a los pocos minutos de conocerlo, el te-niente de fragata Huerta de los Ríos, luego de pronunciarse comopartidario de la causa nacional, le pediría ser evacuado rumbo aMarsella en el próximo embarque. El teniente Huerta estaba especia-lizado en armas submarinas, desempeñándose además como ayudantesecretario de varios almirantes. Teniendo en cuenta, también, la opi-nión favorable de Pérez Quesada, Casari accedió al asilo.

Por la tarde del 27, Pérez Quesada y Casari visitaron el Ministeriode Marina con el objeto de solicitar facilidades para el pronto desem-barco de 35.000 kilogramos de víveres que eran conducidos con des-tino a la embajada de Chile en Madrid. Obtenida la anuencia oficial, sehizo la descarga esa misma noche. Pérez Quesada, por su parte con-versó con el subsecretario del Ministerio de Estado, con el alcalde deValencia Domingo Torres y con el gobernador civil Ricardo ZabalzaElorga –quién había vivido más de quince años en Bahía Blanca. Ob-tenidas las autorizaciones se dispuso el embarco inmediato de los asi-lados, tanto de los venidos directamente desde Madrid, como los quehabían sido trasladados desde Alicante. La partida podría haberse pro-ducido esa misma noche de no haber recibido Pérez Quesada la solici-tud de las embajadas de Checoeslovaquia y Bélgica para que fueranevacuados también algunos de sus asilados recién arribados desdeMadrid. Una de las personas que mayor interés tenía el flamante mi-

269 AMREA, caja 2, tomo VI, Buenos Aires, 19 de febrero de 1937, de Saavedra Lamas aLe Breton.

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nistro argentino de trasladar fuera de España era la señora DoroteaMooser de Borchgrave, viuda del encargado de Negocios de Bélgica.Detenido el 20 de diciembre de 1936 por agentes de servicios espe-ciales, el cadáver del barón Jacques de Borchgrave fue hallado en lacarretera de Chamartín a Alcobendas con tres impactos de bala. Se lehabían atribuido al diplomático actividades de espionaje, aunque otrosafirmaron que su ejecución se debió a que había intentado persuadir acompatriotas suyos, que pertenecían a las Brigadas Internacionales,para que desertaran.270

El día 28, Casari recibió en la sede del Consulado de Valencia lavisita del encargado de Negocios de Chile, Gajardo, quien lo puso altanto de las gestiones que se habían venido realizando y de las queestaban en trámite para que el Tucumán permaneciera en aguas espa-ñolas con el objeto de servir a la evacuación de los asilados en suembajada. En igual sentido se expresó el encargado de Negocios deBolivia, al que también recibió el capitán Casari.

El ministro Pérez Quesada, por su parte confirmaba la total eva-cuación de la sede diplomática argentina: “[...] acabo de terminarel embarque en el Tucumán del último grupo de asilados que que-daban en la Embajada argentina en Madrid”.271 El mismo PérezQuesada y José María Jardón abordaron también el torpedero conel objeto de seguir hasta París, para visitar a sus familiares y depar-tir con el embajador Le Breton. En Madrid, mientras tanto, el cón-sul Spangemberg Seguí quedaba atendiendo los asuntos urgentesde la embajada argentina.

Fueron embarcados en aquel viaje un total de quince pasajeroscon pasaportes y treinta y siete sin ellos, entre los que figuraban

Luis de Figueroa –hijo del conde de Romanones– y su esposa Blancade Borbón –prima de Alfonso XIII y sobrina del duque de Sevilla–, Fernando de Galainena, subdirector del Banco Hispano America-no; el duque del Infantado; la condesa de Casa Aguilar; el indus-trial Manuel Torroba y el famoso arquero del Madrid Fútbol Club,Ricardo Zamora. El guardavallas español declaró a la prensa ar-gentina una vez llegado a Marsella: “[...] pensé en hacerme perio-dista deportivo pero se trataba de una empresa de derechas, lo queoriginó mis vicisitudes. La circunstancia de haber figurado mi nom-bre en las columnas de prensa junto a las de otras personas popu-lares como Benavente y los hermanos Álvarez Quinteros, me hicie-ron sentir temor y esconderme, luego fui detenido, a los 30 días salí yme refugié en la Embajada Argentina”. Al preguntársele por qué noiba inmediatamente a la España nacional, Zamora respondió: “Porqueante la actitud de otros asilados más afortunados, que pasaron a lazona blanca, se han adoptado rigurosas medidas. He contraído con laembajada argentina el compromiso de no entrar en España, condiciónfirmada e impuesta para permitir la evacuación de Madrid, y comoespañol, dada la palabra hay que cumplirla”.

A las 14 el Tucumán zarpó de Valencia rumbo a Marsella, dondeamarró a las 11 horas del 1 de marzo. Saavedra Lamas, a la par queagradecía al gobierno de la República Española por haber accedido a

270 RICARDO E. IRURZUN, Crucero 25 de Mayo, cit., en p. 18 refiere: “sobre el inci-dente del Barón de Borchgrave, ocurrido en el curso de la Guerra Civil Española (asesi-nato de un Secretario de la Embajada Belga en Madrid, el 20 de diciembre de 1936, porunos milicianos gubernamentales), ver: Charles Rousseau, Derecho Internacional Públi-

co, Barcelona, 1950, Ediciones Ariel. El caso fue llevado al Tribunal Permanente deJusticia Internacional de La Haya, en virtud del compromiso firmado el 20 de febrero de1937, pero el 4 de enero de 1938 ambos gobiernos declinaron proseguir el juicio, y elGobierno Republicano Español entregó al belga, la indemnización reclamada de un mi-llón de francos belgas”. También JAVIER RUBIO, cit., pp. 120-122.271 AMREA, caja 2, tomo VI, Valencia, 28 de febrero de 1937, de Pérez Quesada aSaavedra Lamas. Nómina de los pasajeros embarcados en el Tucumán, Valencia, 1937. Fuente Archivo de la familia Casari

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liberar a sus asilados, pedíaal ministro Álvarez delVayo por la situación de losamparados en la Legaciónuruguaya, también bajoresponsabilidad argentina:“Al expresarle el reconoci-miento de este gobierno yla satisfacción que ha pro-ducido en la opinión argen-tina el cumplimiento tribu-tado al derecho de asilo,haciendo efectivas prome-sas que V.E. me formuló enmi estada en Europa cuan-do dejé elaborado el plan decuya ejecución encargué a

los señores Le Breton y Pérez Quesada, me ha de permitir solicitarleuna solución definitiva sobre los asilados en la legación uruguaya,respecto de los que he manifestado y mantengo el mismo interés quepara los nuestros en los vínculos profundos que nos unen con dichanación hermana”.272

La visita a Francia de Pérez Quesada y Jardón fue aprovechada por elembajador Le Breton para agasajarlos en París, reconocimiento que tam-bién se hizo extensivo al capitán Casari. Los tres se trasladaron en trenpara recibir los saludos, llegando a la capital gala el día 3 de marzo.

Un almuerzo privado en honor de Pérez Quesada, al que asistieronlos esposos Le Breton, la esposa de Pérez Quesada y su hijo Patricio,Roberto Gache y su señora, el comandante del Tucumán y el tenienteEstevarena y José María Jardón, precedió a la calurosa recepción enla embajada a la que asistió la colectividad argentina, a más de dos-cientos latinoamericanos. El mismo embajador Daniel García Mansi-lla y su esposa se dirigieron desde San Juan de Luz para saludar per-sonalmente a los gestores de la “solución argentina”, reencontrándose

con Pérez Quesada, después que se habían despedido en Madrid antesdel estallido de la guerra civil. Durante estos meses, García Mansillahabía seguido trabajando en cooperación con el embajador de Ingla-terra, sir Henry Chilton, en las negociaciones entre franquistas y na-cionalistas vascos por el canje de prisioneros.

En atención al deseo oficial de asignar a Pérez Quesada un destinocoincidente con su categoría de ministro –y seguramente para queéste tuviera la oportunidad de explicar personalmente en la Cancille-ría su actuación durante los meses anteriores– se resolvió que Chiap-pe, que retenía sus anteriores funciones en la embajada de Roma, per-maneciera al frente de la representación diplomática argentina en Va-lencia, hasta ser reemplazado en sus funciones por el primer secreta-rio de embajada Guillermo Achával, quien tenía prevista su partidadesde Buenos Aires para el 15 de marzo. La predisposición con quePérez Quesada fue atendido a lo largo de toda su gestión por las auto-ridades republicanas, como también su deber moral con los represen-tantes extranjeros que aún pugnaban en Madrid por resolver el propioproblema de sus asilados hicieron que deseara abandonar España nocomo quien huye, sino como un diplomático que se aleja al ser pro-movido. Es así que resolvió, antes de emprender el obligado retorno ala Argentina, despedirse de colegas y funcionarios que quedaban en laEspaña Republicana.

París fue nuevamente centro de la organización de los pasos a se-guir en el tema de la España Republicana: el embajador Le Breton leconfirmó oficialmente al capitán Casari la decisión de proceder a laevacuación de contingentes de asilados provenientes de las represen-taciones diplomáticas de Chile y Bolivia a bordo del Tucumán, y alarribar el día 5 Felipe Chiappe, luego de sendas entrevistas, ambos setrasladaron a Marsella, para emprender la travesía a Valencia sin de-mora. A su vez Pérez Quesada y Jardón partieron esa misma tarde aToulouse para tomar, la mañana siguiente, un avión que los condujeraa España.

El Tucumán puso proa a Alicante el 6 de marzo, llevando a bordo,además del nuevo encargado de Negocios, a Miguel F. Mugica y a unagente consular guatemalteco, anteriormente acreditado en Madrid,que retornaba a España por motivos particulares, ya que su país, al

Nómina de los pasajeros embarcados en el Tucumán,

Valencia, 1937. Fuente Archivo de la familia Casari

272 Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto. Memoria... 1936-1937, cit., p. 95.

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igual que El Salvador, habían sido los primeros en suspender sus rela-ciones con el gobierno republicano.

4.6. La Argentina traslada su embajada a Valencia

El 7 de marzo el torpedero argentino fondeó en la rada del puerto deAlicante. A pesar que el doctor Chiappe había expresado su deseo de queel Tucumán le permitiera desembarcar en Valencia, el capitán Casari lehizo ver la conveniencia de hacerlo en Alicante, para luego trasladarsedesde allí, a través de la carretera, a la sede gubernamental republicana,no sólo porque esa era la base de operaciones del buque argentino sinopara que el nuevo encargado de Negocios se enterara personalmente delas condiciones en que se desenvolvían las operaciones de rescate lleva-das a cabo entre el mando del Tucumán y Barrera, amén de las activida-des generales de a bordo y del Consulado; y muy especialmente paraque tuviera la oportunidad de observar la situación afligida en que seencontraban los argentinos que llegaban día a día, formando parte delos núcleos de evacuados que huían del avance nacional.

Las buenas relaciones entre “La Marítima Terrestre” y el Tucumán

continuaban. Apenas arribado el buque a puerto, se hizo presente a bordouna delegación de los trabajadores agrupados en el sindicato de carga ydescarga,273 la cual estaba integrada por la comisión directiva en pleno ypor un número de obreros, quienes traían los más variados presentes,para dar así su bienvenida al buque, que había estado ausente por unperíodo de veintidós días. El profesor Peter Száraz dice que en opinióndel agregado checoeslovaco Formanek, “[...] Argentina y después Méxi-co sobornaron a los anarcosindicalistas y realizaron las evacuacionesmasivas de unos centenares de asilados. Casi todos ellos salieron in-mediatamente de Francia para la zona controlada por los franquistas.Además contaban los acontecimientos en Madrid lo que influyó nega-tivamente en la opinión pública en contra del gobierno español”.274 Laprimera y la última de las aseveraciones parecen más que exageradas.

Entre el 7 y el 10 de marzo, Pérez Quesada y Jardón trabajaronduramente para proceder al cierre de la sede diplomática en Madrid,haciendo lo propio los empleados que en ella permanecían. El 10 demarzo se informó oficialmente la clausura de la embajada argentina,estableciéndose desde entonces en el edificio de la calle Cirilo Amo-rós número 52 de Valencia. Ese mismo día, Pérez Quesada y Jardónabandonaron Madrid en automóvil, y recorriendo territorio republi-cano, arribaron primero a la ciudad de Alicante, con el objeto de des-pedirse del cónsul Lorenzo Barrera e imponerse de la situación de losevacuados argentinos, que habían comenzado a afluir al puerto a raízde nuevas ofensivas militares nacionales. Hasta último momento, Pé-rez Quesada tuvo oportunidad de hacer valer su gran influencia. Laparticipación casual en un salvamento así lo demostró: “Hemos teni-do casos de personas que se lanzaron a nuestra lancha atracada almuelle del puerto, perseguidos y hasta tomados del saco por un poli-cía, implorando nuestra protección solicitaban así el amparo del pabe-llón [...] En el caso referido, el Oficial que iba en la lancha se impusoal policía y al no entregarle al hombre invitó al agente a que vinierahasta el Tucumán para hablar con el comandante. Enterado del inci-dente me trasladé de inmediato a tierra acompañado del agente y comoel doctor Pérez Quesada se hallaba accidentalmente en Alicante leexpuse el caso, resolviendo acompañarme a ver al Gobernador ValdésCasas para solucionar la cuestión, a la vez que aprovechaba la oportu-nidad para despedirse del mismo con motivo de su traslado a París.Forzando argumentos de interpretación y gracias a la predisposiciónfavorable que tiene el gobernador por todos nuestros asuntos, quedóa salvo la responsabilidad del policía y reconocido el asilo en el Tucu-

mán del hombre que de tal forma había forzado su obtención”.275

De allí se dirigieron a Valencia, donde Pérez Quesada se encontrócon Chiappe, ocupándose de presentar a su reemplazante a los minis-tros del gabinete, en particular a aquellos con los cuales había tenidoun contacto estrecho y con los que debería seguir tratando en el futu-ro el nuevo encargado de Negocios. Así, ambos diplomáticos fueronrecibidos por Álvarez del Vayo, Indalecio Prieto y Galarza. Finalmen-

273 Al transportar en cada viaje provisiones, el comando del Tucumán, invariablemente,obsequiaba a los portuarios de Alicante con cigarrillos y carne, tan difíciles de hallar poresos días en España.274 PETER SZÁRAZ, “El caso de los refugiados en la legación checoeslovaca de Madridy en Checoeslovaquia durante la guerra civil española”, Cuadernos Republicanos, Num.60, 2006, p. 79. 275 AC, Marsella, 22 de marzo de 1937, del capitán Casari al ministro Videla, fol. 1-2.

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te, el presidente de la República Española, Manuel Azaña, recibió enaudiencia privada al doctor Pérez Quesada, teniendo elogiosas frasespara la Argentina y palabras de felicitaciones por su ascenso, para elque no dudó en denominar como “el mejor representante al frente dela representación”.276 No era nueva esa consideración del presidenteespañol, cuyo gobierno había tenido una especial deferencia para conla Argentina que meses antes Azaña había justificado diciendo: “Elhumanitario sentir hispano, de ilustre abolengo, no puede ser desco-nocido en los trágicos momentos actuales, y menos aún cuando lamás preclara de las hijas de España, la Argentina, ha sabido siempreobservar con los extranjeros aquellas normas hospitalarias de protec-ción, apoyo y garantía de las ideas fundamentales del derecho de gen-tes, que la Madre Patria le transmitió”.277

Después de este encuentro con Azaña, que tuvo lugar el 16 demarzo, Pérez Quesada se trasladó a Barcelona para llevarse de allí suimpresión sobre la situación particular del Consulado a cargo del cón-sul Blanco Villalta. El 22 de marzo, luego de atravesar los Pirineos,dio por concluida su misión en España. Un mes más tarde Pérez Que-sada y su familia, Jardón y el periodista español Francisco Casares –que se trasladaba a Buenos Aires para publicar su libro en donde refle-jaría los días de asilado en la embajada– se embarcaron en el Villa-

franche rumbo a la Argentina. Para Álvarez del Vayo, compañero deCasares en el periódico El Sol, el periodista “podía hacerle más dañoal Gobierno republicano que varias ametralladoras”.278

4.7. Los pedidos de auxilio y los embarques clandestinos

Las disensiones internas del gabinete republicano no escapaban a losrepresentantes argentinos que tenían ocasión de observar de cerca lasdificultades con que a cada paso, se encontraban los funcionarios es-pañoles. El observador que había resultado ser el comandante del Tu-

cumán informaba al ministro Videla: “Respecto a la situación españolame reafirmo en mis opiniones expresadas a Ud. en mis anteriores car-

tas, debiendo agregar que en la actualidad se pueden observar losevidentes esfuerzos que realiza el gobierno de Valencia para afirmarsu autoridad, notándose una marcada propaganda en el sentido con-ducente a hablar con énfasis de la consolidación de una verdaderarepública democrática en la cual deben extirparse las organizacionesde tendencias extremas y anarco sindicalistas, las cuales, con sus crí-menes y asesinatos, tanto han perjudicado la causa del Gobierno antela opinión mundial”.279

Desde el 7 hasta el 14 de marzo, durante el día y la noche, el Tucumán

recibió a bordo en Alicante decenas de asilados: fueron alojados cientotres hombres –entre ellos estaban Juan M. de Santa Olalla, Felipe Martí-nez Polo, Tomás Samper, etc.– y nueve mujeres, todos ellos admitidosclandestinamente. Habían llegado “valiéndose de los más variados me-dios y ardides puestos en práctica con riesgo de sus vidas”.280 El barcoargentino sirvió así como seguro refugio para esos perseguidos políticoscuyas existencias peligraban. Consignaba su comandante: “Cabe mencio-nar como hecho curioso y significativo que dos personas jóvenes llegarona bordo disfrazados con trajes de marineros argentinos que sus familiasles habían confeccionado expresamente para el caso”.281

Escapa a lo que muestran los documentos, establecer fehaciente-mente cómo era posible, aun supuesta la complacencia de la pondera-da “La Marítima Terrestre”, que tan considerable cantidad de gentepudiera embarcarse eludiendo los controles oficiales, más cuando elTucumán continuaba fondeando lejos de los muelles. ¿Era posible quealguien descansara en el torpedero? Durante su estadía en París, Ca-sari había expresado a la prensa: “Cuando el Tucumán carga asiladossólo podía dormir un par de horas en cubierta [...] Durante los últimoscuatro meses, los oficiales sólo tuvieron 4 días de franco, hecho quedemuestra el trabajo que tuvimos. Al llegar a puerto descargábamosprovisiones para todas las demás legaciones y embajadas en Madrid,mercaderías que eran transportadas a costa de la Marina argentina. Afin de salvar los gastos diplomáticos nuestros hombres embarcaban ydesembarcaban esas provisiones”.

276 AMREA, caja 2, tomo VI, Valencia, 17 de marzo de 1937, de Chiappe a Saavedra Lamas.277 “La Argentina fijó rumbos en materia de derecho de asilo”, La Nación, Buenos Aires,21 de marzo de 1937.278 Cit. Por JAVIER RUBIO, cit., p. 223.

279 AC, Marsella, 6 de marzo de 1937, del capitán Casari al ministro Videla, fol. 2.280 AC, Marsella, 22 de marzo de 1937, del capitán Casari al ministro Videla, fol. 1.281 AC, Marsella, 22 de marzo de 1937, cit..

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Casari, al igual que en su momento Pérez Quesada, supo que seestaba realizando una práctica de derecho de asilo en un sentido másque amplio. Las normas eran interpretadas sin rigidez, sobre todo enlo que se refería a la publicidad de las personas asiladas y al requisitode previa admisión de las mismas, procedimientos que hubieran oca-sionado reparos y serios riesgos para la seguridad de casi todas laspersonas que encontraron amparo. El derecho de asilo les era impues-to a los marinos argentinos por aquellos desconocidos que, usando desu astucia, coraje o desesperación, buscaban refugio en el buque ar-gentino, echando para ello mano de cualquier recurso.

A través de la gran cantidad de cartas y misivas personales quellegaban al capitán Casari y a sus oficiales, se infiere que los marinosargentinos debieron en muchos casos tramitar e investigar el paraderode personas por cuyas vidas llegaban pedidos –oficiales y particula-res– de todas partes, ya sea de la Argentina, Uruguay, Portugal, Ingla-terra, Francia y la España nacional. Algunos debían ser buscados enlos pueblos cercanos a Alicante o a Valencia; otros en las cárceles o enlos domicilios particulares donde se ocultaban. Las gestiones se reali-zaban siempre que fueran posibles, con distinta suerte, como lo hacesuponer una pequeña tarjeta que quedó entre los papeles personalesdel capitán Casari: “Manuel Mingot Tallo. Abogado del Ilustre Cole-gio de Alicante. Alfredo Salvetti Sandoval, detenido por haber escritouna carta al Duque de Miranda, solicitando el uso del título de condede Peñalba, pero jamás actuó en política. Esta condenado a tres añosde trabajo forzoso. Es hermano político de D. Julio Guillen Tato, Ca-pitán de Corbeta y el Barón de Finestral, Teniente de Navío. Ha perdi-do a su único hermano fusilado. Se encuentra posiblemente en el re-formatorio de Alicante”.282 Al pie de la recomendación, otra caligrafíaagrega dramáticamente: “no se puede hacer nada”. Sin embargo unManuel Mingot Tallo (sic) figura evacuado en el Tucumán el 13 defebrero.283

Con ciento sesenta y dos pasajeros a bordo –cifra que se completócon españoles y argentinos que poseían pasaportes–, el Tucumán zar-

pó de Alicante para arribar a Valencia a las 18 horas del 15 de marzo.Merced al alistamiento realizado allí por el cónsul Rosario, en sólotres horas fueron embarcadas otras cincuenta y seis personas, ocasiónen que se hizo efectivo el asilo solicitado con anterioridad por el te-niente Huerta de los Ríos, secretario y jefe de la División Organiza-ción del Estado Mayor Central de Marina y Aire. Dos marinos másacompañaban a Huerta en la drástica decisión, ambos ingenieros na-vales, uno de ellos el teniente coronel Santomá, jefe de una división enel mismo Estado Mayor. Era evidente que las deserciones, inespera-das en algunos casos, de militares y altos empleados de la administra-ción de gobierno, iban produciendo una disminución de la moral enlos centros donde actuaban los que habían preferido huir, y su influen-cia actuó negativamente sobre los que decidieron resistir del lado dela República, ya fuera por convicción, por miedo o conveniencia.

Los embarques clandestinos de hombres jóvenes se incrementarontambién por esos días, como consecuencia de la movilización de cla-ses decretadas por el gobierno, ajustándose a la ley del servicio militarobligatorio, que decidió a aquellos que no estaban dispuestos a perderla vida por una causa que ya no sentían como suya y, peligro porpeligro, optaban por intentar la huida, para alejarse del conflicto opara formar parte con mayor convencimiento del ejército nacional.Los hombres que así llegaban a bordo del Tucumán no habían firmadoningún compromiso que moralmente les impidiera su paso a la zonadominada por Franco.

Palmaria prueba de la desesperación de algunos fue el incidenteque, sobre el filo de este viaje del Tucumán protagonizó un españolmientras se realizaba el embarque de asilados. Un periódico de la Es-paña Republicana recogía así la noticia: “Alicante, 17 (1). Ha zarpadode este puerto el buque argentino Tucumán. Lleva a bordo 24 mujeresespañolas y 30 argentinas. El buque se dirige a Marsella. Antes dezarpar, en el momento de salir del muelle una gasolinera que llevaba avarios marinos, un joven que se hallaba en la escollera del muelle searrojó al agua. Fue recogido en la gasolinera y los marinos se lo lleva-ron al Tucumán. Hecha la oportuna reclamación, el capitán contestóque no podía acceder a la devolución del joven, pues este había que-dado refugiado bajo el pabellón argentino. El joven se llama Carlos

282 AC, Alicante s/f.283 CLARA CAMPOAMOR y FRANCISCO FERNÁNDEZ CASTILLEJO, cit., p. 149.

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Manzanares Pérez y es natural de Murcia”.284 El Tucumán transportóen esa ocasión un total de doscientas dieciocho personas: 23 argenti-nos (12 mujeres y 9 hombres) y 195 españoles (66 mujeres y 129hombres).

El Poder Ejecutivo Nacional gestionó por muchas personas. Ade-más de algunos ya nombrados, y aunque en ciertos casos se trataba depersonas de a pie, cuyos nombres nos resulten poco conocidos, a títu-lo de ejemplo, creemos valioso rescatar unos pocos más para valorarla intensa labor de pesquisa que debieron realizar los diplomáticos ymarinos argentinos.

En noviembre de 1936, junto con García Mansilla, Pérez Quesadase interesó por la vida de Tomás Liniers, descendiente del virrey rio-platense, que estaba preso en el Colegio de Escolapios de la calleHortaleza de Madrid.

En marzo de 1937 se hicieron trabajosas gestiones para lograr lalibertad de un familiar del general Franco: “Por indicación PresidenteJusto recomiéndole poner especial empeño obtener libertad Pilar Ja-rais de Lago, sobrina general Franco que encontraríase detenida Va-lencia y esposo Antonio Lago García detenido colegio San Antón”.285

Un mes antes, otras vías ya se habían movilizado por la joven. En unamisiva enviada por el embajador Le Breton al comandante del Tucu-

mán aquel le requirió por dos prisioneros, uno de ellos, Pilar Joraiz:“He recibido dos pedidos referentes a prisioneros en Valencia. Uno,de nuestra embajada en Londres, a favor de doña Pilar de Lago, dete-nida en Madrid a los 8 días de dar a luz. Está detenida en la cárcel deValencia donde fue trasladada en enero. Sus amigos de Londres estándispuestos a hacer cuanto sea necesario para liberarla [...] En caso seanecesario hacer gastos, pueden avisarme para girar, pues se trata degente que no repara en eso”.286

El intento de asilar en el Tucumán al matrimonio no tuvo éxito. Elgobierno republicano, que estaba enterado de la importancia de la presa,

puso el nombre de Pilar Lago encabezando una lista de canje. Solosería intercambiada pocos meses antes de terminar la Guerra Civil.

El Ministerio de Marina también comisionó al comando del Tucu-

mán para difíciles misiones, por ejemplo, el caso del salvamento deAna García Aldave, y sus cuatro hijos menores, viuda del capitán decorbeta Rafael Guitian Carlo-Roca, asesinado en Cartagena el 15 deagosto de 1936, y de su madre, Ana Conesa, viuda del general debrigada N. García Aldave, fusilado en Alicante ese 13 de octubre,donde era comandante militar.

El Consulado de Marsella gestionó por el paradero, entre otrosmuchos, de Rafael Rojas, tío del joven conde de Montarco, y de JoséChapapietra, preso desde septiembre: “Hermano del ex presidente delconsejo de ministros español d. Joaquín. Actualmente alojado en elsanatorio de Alicante –se le podría ir a buscar y trasladarlo al Tucu-

mán para ser conducido a Marsella? Lo interesa Fco. Duelo. Ex go-bernador civil y amigo particular del sr. Leoni”.287 En marzo de 1937,Chapaprieta y su esposa fueron canjeados merced a la intercesión dediplomáticos ingleses.288

4. 8. Irregularidades de algunos representantes argentinos

La Guerra Civil Española, vivencia dolorosa y singular del siglo XX,fue pródiga en altruismos y ruindades. Todos mostraron en aquellosmomentos sus inclinaciones más profundas, las buenas y las malas,porque la circunstancia todo parecía permitirlo. Hubo muchos, espa-ñoles y extranjeros, que se enriquecieron –o por lo menos intentaronhacerlo– con el sufrimiento y la desesperanza de quienes se sentíanacosados. Fueron los que, en cada nivel, con sus consecuencias, másgraves o no, buscaron obtener ventajas.

El plantel diplomático y consular argentino que había debido nom-brarse en los primeros días del conflicto ante la carencia de personal,parecía digno de la confianza de su gobierno para cooperar en el auxi-lio de sus connacionales. El gobierno español, excepcionalmente, lesconcedió a estas personas privilegios diplomáticos, facilitando así sulabor. Aunque la gran mayoría, como se ha visto, mantuvo una irre-

284 AC, “El Tucumán hace un segundo viaje – Para llevarse más fascistas y un ‘polizón’”,Castilla Libre, 18 de marzo de 1937.285 AMREA, Buenos Aires, 20 de marzo de 1937, del Ministerio de Relaciones Exterioresa la embajada argentina en Valencia.286 AC, París, 23 de febrero de 1937.

287 AC, s/f.288 JAVIER RUBIO, cit., p. 414.

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prochable conducta, serias contravenciones fueron advertidas en laconducta de algunos funcionarios.

En el Consulado general de Barcelona, los agregados civiles, Min-got y Zaitune, negociaron por importantes sumas de dinero la salidasde personas, mediante la venta de pasaportes argentinos falsificados,como también recibiendo dinero de otras personas en calidad de pre-mio a sus gestiones. A fines de febrero de 1937 debieron abandonarBarcelona, instalándose en Marsella.

Una actuación igualmente reprobable mostró el agregado civil a laembajada argentina en Madrid, Eugenio Pepes. Luego de ganarse laconfianza de sus superiores obtuvo el manejo de los fondos de la em-bajada bajo su propia y exclusiva responsabilidad, con autorizaciónexpresa del Ministerio de Relaciones Exteriores y del propio encarga-do de Negocios Pérez Quesada. Entonces “[...] había negociado convíveres pagados por el Estado, con cigarrillos, cambios de monedaextranjera, traslado de asilados, rendiciones de cuentas, etc.”.289 Pe-pes abandonó España en el viaje del 24 de enero y de allí se dirigió aParís, para trasladarse luego a Buenos Aires.

Estos hechos trascendieron, lastimando a todos los que tan dife-rentes conductas habían asumido. Así lo expresaba el capitán Casari:“He dicho a V.E. que es grande la amargura que a todos nos causanestos hechos, más condenables aún por las circunstancias excepciona-les en que se realizan, sobre todo cuando se piensa que con ello secomete un verdadero abuso de confianza con nosotros, como hemospodido constatarlo al observar la conducta de ciertas personas trans-portadas en el buque las cuales (por suerte son muy pocas) se hanconsiderado desligadas de la obligación de expresar su reconocimien-to por todo cuanto por ellas se ha hecho al salvarles la vida ya que, enverdad, consideran, con justicia, desde su punto de vista, que por eseservicio han pagado el debido precio”.290 Consolaba que esos impro-visados funcionarios eran “felizmente no pertenecientes al elenco defuncionarios de carrera, sino elementos que debido a las circunstan-cias imperantes, ofrecieron sus servicios ‘desinteresadamente’”.

Otras actividades delictivas fueron también detectadas: “Comuni-co a V.E. que he recibido confidencias que en Marsella funciona unaoficina organizada por un argentino y un funcionario de la policía deBarcelona, que han falsificado sellos oficiales consulares y diplomáti-cos argentinos así como nuestros pasaportes oficiales”.291

4.9. Los asilos latinoamericanos

La Argentina, al hacerse cargo de los asuntos de la República Orientaldel Uruguay, debió también responsabilizarse por los asilados que yahabían sido acogidos en su sede madrileña. La misma estaba ubicadaen el barrio de Salamanca, en la calle Príncipe de Vergara 36, y dirigi-da por Francisco Milans Zabaleta, que se había encargado de la orga-nización del refugio allí concedido.

La embajada argentina en su momento transportó al exterior a unospocos refugiados que pudieron comprobar fehacientemente su nacio-nalidad uruguaya, pero un número considerable de asilados españolespermanecerían por largos meses en la Legación oriental.

Las personas allí asiladas, al transcurrir los días, y viendo que sussimilares de la embajada argentina habían logrado su libertad, comen-zaron a agitarse y exigieron al encargado de Negocios Pérez Quesa-da, por carta del 8 de febrero.

El motivo fundamental de la incertidumbre en que estaban los asiladosde esa Legación, parecía ser la precariedad de los términos del asilo allíimpuesto, librado al albedrío de gente no autorizada, que había toleradola apertura de otro refugio en el mismo edificio y la aceptación indiscrimi-nada –y tal vez injustificada– de personas que en realidad no corrían ries-gos, pero que prefirieron un alojamiento conveniente en tiempos de in-quietud. En la nota, haciéndose eco de los rumores, se le decía a PérezQuesada: “SUPLICAMOSLE con todo respeto nos aclare satisfactoria-mente nuestras dudas de hoy continuando por tanto la prestación comohasta ahora de esa generosa protección para nosotros de vida o muerte,como la hemos venido disfrutando”.292

289 AC, Marsella, 19 de febrero de 1937, del capitán Casari al ministro Videla.290 AC, cit., 19 de febrero de 1937, fol. 7.

291 AMREA, caja 2, tomo V, cit., Alicante, 30 de diciembre de 1936, del comandante delTucumán al Ministerio de Marina.292 SIMÓN NÚÑEZ MATURANA, La tragedia española (Memorias incongruentes de un

perseguido asilado), Buenos Aires, Ediciones Lux, 1938, p. 246.

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A los tres días, la respuesta de Pérez Quesada obraba ya en manosde los asilados. Allí reafirmaba la voluntad argentina de seguirles brin-dando protección. Sin embargo, les explicaba con detalle los cambiossurgidos con la evacuación de los alojados en la sede argentina, modi-ficación de la situación de derecho, ya que no de hecho. A pesar deque Pérez Quesada había intentado extender la autorización obtenidapor la embajada argentina para evacuar a sus asilados, a los que sehallaban en la Legación del Uruguay no lo había logrado hasta esemomento.

Un obstáculo grave lo había constituido el crecido –e incierto–número de asilados refugiados en la Legación oriental y las interrum-pidas relaciones entre España y el Uruguay. Vacía la sede diplomáticaargentina en Madrid, los alojados en la Legación uruguaya quedabande ahí en adelante amparados únicamente por la responsabilidad delos diplomáticos argentinos y la “protección oficial que su puerta con-signa y con las garantías de seguridad que les ha permitido durante lospasados meses verse a cubierto de injustas persecuciones o de riesgosmal atribuidos”.293 Pero la cuestión, mientras hubiesen asilados en di-cha Legación, no estaba, ni con mucho, solucionada. Es más, se cons-tituiría para la Argentina en un espinoso problema.

El descontento de los asilados en la Legación uruguaya, no tar-daría en llegar al Río de la Plata. Prueba de ello fue el telegramaque en Valencia recibió Pérez Quesada: “El gobierno del Uruguaynos ha pedido que nos ocupemos de los asilados en su embajada enMadrid”.294

Pérez Quesada, desconociendo con certeza el número de asila-dos que había en la Legación oriental –atento a los papeles oficia-les que el ministro uruguayo Castellanos había presentado al Mi-nisterio de Estado español antes de producirse la ruptura de rela-ciones, creía que habían veintidós personas mayores y ocho niños–visitó entonces al ministro Álvarez del Vayo, el cual se mostrópesimista en el sentido de hallar una solución similar a la de laembajada argentina para aquellos asilados, en razón del resenti-

miento que perduraba en el Consejo de Ministros, por la rupturade relaciones protagonizada por Uruguay, en una actitud –concep-tuada allí– por demás de apurada. Álvarez del Vayo le manifestó en laocasión al diplomático argentino que: “[...] el acuerdo celebrado conla república para evacuación de asilados constituye trato de preferen-cia excepcional basado en la actitud de V.E. respecto del gobiernoespañol y no es aplicable a otros países”. En buen romance significabaque la Argentina debía atenerse, en el caso específico de la Legaciónuruguaya, a lo que dictaminara el Comité de Londres.

A mediados de marzo se logró un acuerdo general entre los emba-jadores de Chile y de España en Londres, para proceder a la evacua-ción de los asilados en las embajadas extranjeras acreditadas ante elgobierno español, en donde también se determinaron las modalidadespara dicha operación.

España exigió a los países que pretendían evacuar a sus asilados,que internasen en sus respectivos territorios a los hombres compren-didos en edad militar, para evitar que se convirtieran en beligerantescontra las fuerzas gubernamentales. La solución, que parecía estar alalcance de las naciones europeas, presentaba innegables dificultadespara los países extra continentales. Posteriores arreglos entre todaslas naciones comprendidas en la exigencia española disminuyeron losobstáculos.

Chile, que tanto había bregado por hallar una solución, siguió sien-do objeto de resquemores y prevenciones: “A este respecto cabe decirque será muy difícil que Chile obtenga dicha evacuación pues por másque está autorizado por el gobierno de Valencia, la Junta de Defensade Madrid se niega a permitir la salida y al efecto ha hecho cuestión deque abandone el puesto el embajador de Chile, decano del C.D., señorNúñez Morgado a raíz del desagrado que le produce a dicha Junta suactuación así como a ello se suma la circunstancia de que se pretendíallevar a efecto la evacuación a ‘bombo y platillo y con banderas desplega-das’, a la vez que tres militares chilenos de alta graduación debían sergarantía de custodia y organización de la expedición, hecho que hasido interpretado como demostración de fuerza fuera de lugar”.295

293 SIMÓN NÚÑEZ MATURANA, cit., p. 249.294 AMREA, caja 2, tomo VI, cit., Buenos Aires, 25 de febrero de 1937, de Ibarra Garcíaa Pérez Quesada. 295 AC, Marsella, 22 de marzo de 1937, del capitán Casari al ministro Videla, fol. 4.

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4.10. El Cabo San Antonio y la Legación uruguaya

Algunos buques españoles de carga y pasajeros, como el Cabo San

Antonio, el Cabo Santo Tomé, el Cabo San Agustín y el Cabo Palos

pertenecientes todos a la compañía Ibarra, habían sufrido al desenca-denarse la guerra civil, el mismo procedimiento que la Marina de Guerraespañola, es decir, la toma del mando por parte de los suboficiales y lamarinería, reemplazando, las más de las veces, en forma violenta, a laoficialidad.

Cuando el gobierno decidió incautarse de los buques de matrículaespañola, el Cabo San Antonio se encontraba en Marsella. Inmediata-mente el Comité Central de Cataluña comisionó a José Ortiz para quese trasladará allí a fin de disponer el regreso de la nave a Barcelona.Una vez en la capital catalana el Comité dio orden al capitán de ultra-mar José Lanz para que preparara la nave con el fin de realizar unviaje al Brasil, Uruguay y la Argentina. Ortiz fue designado delegadoespecial –hasta ese momento había sido camarero de a bordo– con elgrado de capitán de corbeta, para controlar la acción de Lanz y mane-jar los fondos del barco.

La nave requisada por el gobierno de España y fletada para realizaruna travesía hasta Buenos Aires, zarpó con toda su documentación enregla, con despachos consulares argentinos en Barcelona, Valencia,Alicante y despacho consular dado por el cónsul de Alemania en Car-tagena, decano de los representantes extranjeros allí, por no haber enese puerto cónsul argentino. Sin embargo, sus documentos conteníanuna seria particularidad: habían sido liberados no por el gobierno cen-tral de Madrid sino por el gobierno autónomo de Barcelona.

A su vez, los agentes sevillanos de la Compañía Ibarra comunica-ron oficialmente a las autoridades de los puertos sudamericanos, queno se responsabilizaban ni por los pasajeros ni por las mercancías quelos buques transportaran en razón de que navegaban bajo la direcciónde personal subalterno y por lo mismo debían ser considerados buquespiratas. En esas irregulares condiciones, las autoridades del Brasil y delUruguay no le permitieron franquear la entrada de sus puertos.

Las autoridades portuarias de Montevideo pudieron comprobar quelos cabos de amarre eran recogidos por los oficiales de a bordo mien-tras los marinos se cruzaban de brazos, y que el comandante José

Lanz había viajado bajo vigilancia en la timonera. El barco preguntópor radiograma si podía entrar a puerto y al contestársele que debíaindicar agente, los tripulantes decidieron continuar viaje a Buenos Airespara intentar allí atracar, a pesar de que su situación era angustiosapues se carecía de agua y víveres, y de que numerosas personas en elpuerto uruguayo pedían que se hiciese bajar a parientes que venían enel trasatlántico.

A las 20.15 horas del 1 de octubre de 1936 el Cabo San Antonio,296

fondeó en la rada exterior del puerto de Buenos Aires, a la altura delkilómetro 37, con 160 pasajeros a bordo y 500 toneladas de cargageneral. Al día siguiente, dos remolcadores del Ministerio de ObrasPúblicas trajeron al desembarcadero de la Dársena Norte a los pasaje-ros y al capitán Lanz, junto con el representante del Comité de Barce-lona, Ortiz. Las autoridades argentinas habían autorizado dichas me-didas teniendo en cuenta el deficiente estado sanitario del pasaje, perola situación seguía siendo compleja. Se convino que el vapor debíapermanecer fondeado en la rada hasta tanto se hiciese cargo del mis-mo un agente marítimo o bien la embajada de España recibiera lasinstrucciones necesarias, pues era de rigor que los buques vinieranconsignados a algún agente marítimo.

Pasado casi un mes, las autoridades argentinas autorizaron la des-carga de mercadería. Pero el agente local seguía sin responsabilizarsepor el buque, y junto con el comerciante que había suministrado lasprovisiones del buque durante ese lapso, se pidió el embargo.

La posibilidad de quedar detenidos sin plazo en el puerto de Bue-nos Aires movió a la tripulación a intentar apoderarse del armamentode la nave para abandonar sin autorización el puerto argentino, por suparte, el capitán Lanz, la oficialidad, el médico y la enfermera de abordo, expresaron a los confabulados su voluntad de permanecer enBuenos Aires y no regresar con la tripulación a España.

Lo cierto es que estos rumores, que parecían incluir el asesinato delos que no querían regresar a la península, llegaron hasta los oídos dela guardia que, al mando del oficial Gómez y compuesta por ocho

296 Cfr. con MÓNICA QUIJADA, Aires de República, Aires de Cruzada, cit., pp. 47-52, yRICARDO E. IRURZUN, Crucero 25 de Mayo, cit., pp. 31-40.

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marineros había sido asignada por la Prefectura General Marítima.Las intenciones de los tripulantes fueron comunicadas al prefecto ge-neral, contralmirante Guisasola, quien dispuso que el vapor de la sani-dad Rawson embarcara a los cabecillas del movimiento, pero los dele-gados se negaron a permitirlo.

Ante la gravedad de los hechos se destacó al cañonero Paraná y alremolcador Madrugador, cuyo comandante, capitán de fragata Ló-pez, y la marinería que lo acompañaba, subieron a bordo y dispusieronla formación de la tripulación en la cubierta. El capitán López indivi-dualizó a los cabecillas Ortiz, Barón, González y Vives y les ordenóque dieran un paso al frente y que se embarcaran. Se produjo en esemomento una ruidosa protesta, que llegó a la exaltación cuando algu-nos quisieron apoderarse de las armas para resistir la orden del marinoargentino. El capitán López logró evitar que accedieran a ellas y redu-jo a los revoltosos, procediendo a detenerlos. Noventa y dos tripulan-tes fueron detenidos, quedando a bordo treinta y siete oficiales y ma-rineros y una dotación de ocho hombres de Prefectura, al mando deloficial Cabrera.

Los cabecillas del complot: José Ortiz, delegado de la FederaciónAnarquista Ibérica, Juan Barón, Antonio González y Jaime Vives fue-ron puestos a disposición del juez federal Miguel Jantus para ser pro-cesados por atentado y resistencia a las autoridades argentinas y enindagación del delito de asociación ilícita. El comunicado del Ministe-rio de Marina decía: “En conocimiento de que a bordo del citadovapor existía un complot para atentar contra la vida del capitán y laoficialidad del mismo, destacó una comisión a fin de que detuviera alos cabecillas del movimiento y los trasladara a tierra. Los funciona-rios fueron obstaculizados en sus procedimientos por la gran mayoríade la tripulación que hizo abierta resistencia con amenaza a los repre-sentantes de la autoridad”.297

Solucionado el problema de los refugiados en la embajada argenti-na de Madrid, para la Cancillería porteña quedaban dos cuestiones aresolver: la evacuación de los asilados en la Legación uruguaya y la

situación de los argentinos indigentes. Por ello, no obstante habersenombrado en la persona de Achával un sucesor efectivo de PérezQuesada, se quiso acreditar en todo momento un diplomático de je-rarquía y experiencia para encarar su solución. Ello había motivado eltraslado de Chiappe cuyo conocimiento de España aconsejaba su in-terina designación. El doctor en Diplomacia Felipe Chiappe había sidosegundo secretario de la Legación en España, a cargo del ministroEduardo Wilde, entre 1913 y 1916; y de la embajada en el mismo país,entre 1916 y 1919.

En Montevideo, la prensa comentaba diariamente las gestiones quese llevaban a cabo en Valencia, como también su esperanza de que elTucumán transportara a los asilados en la Legación oriental, califican-do la conducta argentina de solidaria y fraterna. Un periódico afirma-ba: “No es la primera vez ni ha de ser la última, por cierto que lanación hermana toca nuestros sentimientos, con estas actitudes gene-rosas y humanas que tiene, entre otras virtudes, la de comprometermás, si cabe, la gratitud del gobierno y del pueblo del Uruguay”.298

El gobierno uruguayo parecía más preocupado aún, pues leía entrelíneas las críticas de la opinión pública a su desempeño. Desde BuenosAires, la Cancillería reiteró a su representación en Valencia las indica-ciones acerca de: “[...] la situación de los asilados uruguayos sobre losque el Gobierno del Uruguay reitera que entiende haberles dejadobajo el amparo argentino, anunciando el ministro Espalter que seráinterpelado en la Cámara al respecto en razón de una campaña perio-dística contra su gobierno acusándolo de abandono”.299

Personales recomendaciones de Saavedra Lamas llegaron tambiéna Valencia para que el tema fuese tratado con urgencia y plena dedica-ción. Sin embargo, las visitas de Chiappe al Ministerio de Estado es-pañol, a partir de mediados de marzo, no dejaron entrever una solu-ción inmediata. El subsecretario de esa cartera insistió en que el go-bierno republicano no estaba dispuesto a dispensar a los asilados delUruguay el mismo tratamiento preferencial que había acordado a losde la Argentina y que, en última instancia, deberían aguardarse las

297 “Los tripulantes detenidos en el Cabo San Antonio serán procesados por atentado yresistencia a las autoridades argentinas”, La Prensa, Buenos Aires, 31 de octubre de1936.

298 “Los asilados en la Legación uruguaya”, La Prensa, Buenos Aires, 4 de marzo de 1937.299 AMREA, caja 2, tomo VI, cit., Buenos Aires, 1 de marzo de 1937, de Ibarra García aManuel Rosario.

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normas que fijaran en Londres las negociaciones entre Azcárate yEdwards.

Sin embargo parecía posible hallar alguna solución al conflicto. Asílo dejó ver el doctor Chiappe, al informar de una nueva entrevistarealizada con el funcionario español en la que éste: “[...] insistió en lanecesidad de encontrar un eco de reciprocidad en ese gobierno. Abun-dando en consideraciones me señaló que aún continúa detenido enBuenos Aires un grupo de tripulantes del San Antonio y que el gobier-no español tendría en cuenta y consideraría como una prueba de amis-tosa disposición el que fuera puesto en libertad y repatriado. Prometítelegrafiar. Encarezco a V.E. una contestación al respecto”.300

El Cabo San Antonio varado en Buenos Aires, estaba en una situa-ción grave sufriendo distintos embargos e interdicciones, dictadas porotros tantos juicios seguidos ante la Justicia Federal. Legalmente,mientras no se levantaran esos embargos o se diera una fianza sufi-ciente para cubrir el importe de todos los créditos reclamados, el bu-que español no podría zarpar.

Cuando Chiappe volvió al Ministerio de Estado para entrevistarcon su titular, esta vez acompañado por Pérez Quesada, que lo hacíatambién para despedirse, el tema principal del encuentro fue el de losasilados de Uruguay. Pero allí, Álvarez del Vayo les expresó la necesi-dad de demorar en lo posible –habló en esa oportunidad de un térmi-no de dos semanas– la evacuación para intentar aplacar el ánimo po-pular muy excitado por la partida de los últimos contingentes de asila-dos, en especial el mexicano compuesto de casi setecientas personas.

Una inesperada sorpresa para Chiappe demoró sensiblemente lasolución. De la lista de treinta personas que Pérez Quesada había pre-sentado al gobierno español para cumplir los requisitos del derechode asilo “[...] resulta ahora que en dos pisos anexos a dicha Legaciónhay más de 150 españoles que sin mayor discernimiento fueron aloja-dos en los mismos por influencias de personas que con títulos más omenos precarios actuaban alrededor de esa Legación y especialmentepor el ciudadano uruguayo Milans delegado por el ministro Castella-nos para atender necesidades de sus compatriotas”.301 Ante tales noveda-

des, el gobierno español expresó al encargado de Negocios argentino laposibilidad de tener que proceder a la detención de dichas personas. Iba-rra García le contestó a Chiappe que de momento obtuviera la salida delas personas que habían sido consignadas originariamente.

4.11. Los argentinos indigentes

Hasta fines de 1936, más de ochocientos argentinos habían sido tras-ladados fuera de España a expensas del gobierno de Buenos Aires,pasando en su gran mayoría por el puerto de Marsella –los primerostuvieron oportunidad de hacerlo por Génova.

Los argentinos evacuados por los buques de su país y de otrasbanderas, y depositados en el puerto francés optaron, en su gran ma-yoría, por regresar a la tierra natal. Quienes poseían medios se embar-caron en los trasatlánticos de línea; otros esperaron los dineros quesus parientes les pudieran remitir para emprender el viaje de retorno,pero un número considerable estaba en la indigencia y sin nadie aquién recurrir en busca de ayuda material. Las compañías navierasnegaron, ya a comienzos de 1937, la repatriación a quienes no dispo-nían de los medios para pagar los pasajes.

El comandante del Tucumán, obrando en su poder informaciónque aseguraba que a partir del 1 de febrero de 1937 las autoridadesfrancesas dispondrían la expulsión de dichos argentinos y que por otraparte ya no permitirían el desembarco de ninguno que no manifestaraformalmente disponer de los medios para su sustento y traslado, lepidió al ministro Videla que desde la Argentina se gestionase una solu-ción satisfactoria, mediante el envío de una partida de dinero, tantomás cuando aún quedaban en Andalucía, núcleos de connacionalesque esperaban ser evacuados.

Desde el mes de diciembre, el Consulado argentino sostenía a unosdoscientos refugiados indigentes cuya manutención costaba unos 4.000francos diarios; el presupuesto de la representación se había agotadoen exceso y no contaba con los medios suficientes para afrontar nue-vos gastos. Algunos funcionarios consulares pagaban, de sus propiossueldos, alimentos y hospedajes para los argentinos. A fines de enero,el capitán Casari tenía conocimiento concreto de unos cuarenta quese hallaban en una situación: “[...] que se torna realmente angustiosa

300 AMREA, cit., Valencia, 15 de marzo de 1937, de Chiappe a Saavedra Lamas.301 AMREA, cit., 23 de marzo de 1937.

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para algunos que han llegado al extremo de solicitar al buque que seles dé comida a la vez que dicen dormir en la plaza pública”.302

A partir de enero, los argentinos carentes de recursos que llegabana Marsella se debían alojar en hoteles mantenidos por organizacionesde caridad privada, donde se les servía una comida todas las noches,debiendo abandonar sus habitaciones a las seis de la mañana y luegodar vueltas por la ciudad hasta las diecinueve horas, con el agravantede que si llegaban tarde perdían el derecho de pernoctar allí. Sus ca-rencias no eran sólo de dinero, sino que muchos de ellos poseían úni-camente la ropa que traían puesta desde España. Incluso, algunos es-pañoles que habían estado asilados en la embajada argentina, comomuestra de gratitud por los favores recibidos de sus diplomáticos ymarinos, habían propuesto financiar la repatriación de indigentes, cosaque fue rechazada por la embajada en París. El contraste se hacía másnotable cuando se advertía que gran cantidad de los españoles eva-cuados por los buques de guerra argentinos, ni bien llegaban eranrecogidos y protegidos por los sublevados de la misma nacionalidadque les proveían de ropas, alojamiento y víveres, mientras que losargentinos habían debido recurrir a la beneficencia.

En busca de una solución –en realidad la única y efectiva dependíade Buenos Aires– el embajador Le Breton se trasladó el 9 de marzo aMarsella para estudiar allí la cuestión de los refugiados argentinos. Ladelicada situación creada era motivo de gran publicidad en Marsella.

El apremio económico de los argentinos, que no se limitaba única-mente a lo que sucedía en el puerto francés, también preocupaba alcapitán Casari: “Hay en Alicante numerosos argentinos procedentesde Málaga y Almería evacuados por razones de orden militar, su si-tuación es afligente. Gobierno español exige que Consulado que care-ce de medios, los ampare y evacue brevedad. Este comando no losembarcará hasta tanto Consulado Marsella disponga medios subsis-tencia y tenga orden ampararlos, pues autoridades francesas no auto-rizan desembarco personas indigentes. Reitero información grave si-tuación argentinos en Marsella evacuados por repatriación”.303

No por ello Casari dejaría de brindarles, dentro de sus posibilida-des, ayuda a sus connacionales, alojando durante sus estadías en Mar-sella a jóvenes argentinos que deambulaban por las calles sin poderconseguir trabajo por su condición de extranjeros.

En Madrid, también algunos argentinos procurarían abandonar laciudad en vista de la escasez cada vez mayor de alimentos y la situa-ción creada por los bombardeos de la capital. Eran aquellos que tar-díamente se habían decidido por abandonar España, y que encontran-do todas las energías de la sede diplomática ocupadas en evacuar a losasilados españoles, debieron conformarse con esperar su turno. Gran-de sería su sorpresa cuando, a partir de febrero de 1937, concurrieronal Consulado argentino y se enteraron de que ya no había fondos paraorganizar sus salidas.

A primeros de abril de 1937, el Congreso argentino autorizó laspartidas extraordinarias para proveer a la asistencia y repatriaciónde argentinos que, afectados por la contienda española, así lo soli-citasen. Inmediatamente, la Cancillería comunicó por telegrama alas representaciones de Barcelona, Valencia, Lisboa, Génova, Gi-braltar, París y Ciboure, la decisión de proceder al pago de lassumas adeudadas por el alojamiento de argentinos e inclusive paraque se efectuasen “[...] repatriaciones en casos de indigencia o bajocompromiso de devolución cuando no se comprueba este carác-ter”.304 En particular, la embajada argentina en París recibió ins-trucciones para socorrer a los connacionales que se hubieran refu-giado en diversas poblaciones del interior de Francia. Los prime-ros argentinos beneficiados por esta medida partieron de Marsellaen el trasatlántico Campana el 18 de abril.

4.12. Chile gravita para lograr la permanencia del Tucumán en

España

Desde el 17 hasta el 22 de marzo el Tucumán permaneció anclado enMarsella, para zarpar a las 19 horas de este último día. Cuando yallevaba seis horas de navegación, recibió un radiograma del Ministe-rio de Marina que le ordenaba su inmediato retorno al puerto francés

302 AC, Marsella, 25 de enero de 1937, de Casari a Videla, fol. 3.303 AMREA, caja 2, tomo VI, cit., a bordo del Tucumán, 7 de marzo de 1937, de Casari aVidela. 304 Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto. Memorias ... 1936-1937, cit., p. 97.

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Capítulo V

La Argentina en el ocasode la República

5.1. Nuevas órdenes, mayores controles

La larga permanencia del buque argentino amarrado a los puertosmediterráneos españoles de Alicante y Valencia fueron una tenta-ción para algunos y una provocación para otros. A pesar de quetanto el gobernador Valdés Casas como las mismas autoridadesrepublicanas de la capital facilitaban el desempeño del Tucumán,

la embajada argentina prefirió evitar incidentes y recomendó alcomandante Casari que buscara permanecer el menor tiempo posi-ble en los puertos españoles, debiendo en adelante aguardar en Mar-sella el requerimiento de los diplomáticos para cuando los contingentesde asilados estuvieran ya listos para ser embarcados. A pesar de esaorden, recibida el 29 de marzo, la estadía fue demorada en algunosdías pues se estaba al tanto de que Chile tenía en viaje desde Madrid,y tramitando en Valencia, la salida de un grupo de asilados de su em-bajada que no era conveniente hacer esperar por tratarse en su granmayoría de hombres en edad militar.

A partir de abril, una celosa vigilancia policial fue apostada en lasede consular argentina en Alicante, con el objeto de identificar a to-das las personas que entraban y salían, incluso llegando a revisar losbultos y equipajes de las mismas. La medida fue dispuesta por el go-bernador de Alicante, aunque Valdés Casas no hizo más que dar cursoa una denuncia del cónsul inglés al comisario general que señalabaque al Consulado argentino entraban hombres y mujeres españolespara gestionar la fuga, mientras que él, al igual que el cónsul francés,debían estar permanentemente presentando listas de gentes de dere-cha y esperar del gobernador la respectiva autorización. Prueba del

con el objeto de acondicionar el buque para el regreso definitivo a laArgentina, conduciendo en esa oportunidad un último contingente aLisboa, antes de emprender el cruce oceánico. A raíz de esas noveda-des, la embajada de Bolivia embarcó parte de sus asilados, que aguar-daban al Tucumán en Alicante, en un buque hospital inglés.

Dispuesto el ánimo para la partida, el Tucumán volvió a zarparpara Alicante el día 28, encontrándose a su llegada que la orden deretorno había sido suspendida nuevamente. El gobierno de Chile rea-lizó numerosas gestiones en Buenos Aires destinadas a contar con elauxilio del Tucumán en la evacuación de más de mil cuatrocientosasilados de su representación madrileña –cifra que se barajaba en aque-llas negociaciones–. Siguiendo órdenes emanadas de La Moneda, elembajador chileno en Buenos Aires, doctor Luis Barros Borgoño, seapersonó ante los ministros de Relaciones Exteriores y de Marina, ensus respectivos despachos de la Casa Rosada, para solicitar un nuevoaplazamiento de la salida de aguas españolas del torpedero. El diplo-mático trasandino ofreció, en nombre de su gobierno, el posteriorreemplazo del Tucumán por el explorador chileno Riquelme en el cum-plimiento de las misiones de rescate. Aunque la nave chilena, de simi-lares características y antigüedad que la unidad argentina, preparabasu partida desde Valparaíso para mediados de abril, finalmente, el Ri-

quelme no fue enviado a España: Chile esgrimió distintas razones,entre otras el excesivo costo del viaje, calculado en siete millones depesos chilenos –a decir verdad, la estadía de los buques argentinos enEspaña dieron a la opinión internacional una impresión de real pode-río económico–, la proximidad de elecciones en Chile, que hacían pre-ferible la presencia del navío en prevención de cualquier disturbio quealterara el panorama político interno, y el estado del material y delpersonal que no eran óptimos para emprender tan prolongado viaje.No obstante, los argumentos chilenos contribuyeron en su momentopara la decisión de aplazar el retorno del Tucumán.

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paulatino endurecimiento del trato que se iba produciendo, resultauna carta reservada que el cónsul Barrera envió al capitán Casari, laprimera semana de abril: “Acabo de tener una confidencia policial deque la tal [...] Silvia ha sido autorizada por la policía cumpliendo ór-denes de Valencia, para que pueda libremente subir al Tucumán devisita. Esto confirma de que esa mujer es una espía. Opino que debeUd. dar enérgicas órdenes de no consentir esas visitas. Esa mujer va aser funesta para el buque”.

Los roces con el Consulado inglés en Alicante no habían comenza-do allí. Ya durante la permanencia del crucero 25 de Mayo, algunasactitudes contradictorias de diplomáticos y marinos ingleses habíanpuesto sobre aviso a los argentinos: “Con carácter confidencial y re-servado, le recomiendo que si recibiera algún pedido del buque deguerra inglés para asilar algunas personas, diga que se dé conocimien-to previamente del caso al cónsul argentino. Parece ser que los ingle-ses ayudan decididamente al gobierno, lo que ha dado lugar a un tratode favor a las autoridades hacia el cónsul inglés, a quien se da todaclase de facilidades para embarcar personas clandestinamente, princi-palmente a los izquierdistas. Hace unos días, cuando yo ignoraba esto,me avisó el comandante Ferreyra, que del buque de guerra inglés lehabían ido a pedir asilo en el ‘25’ para unas personas españolas quetenían a bordo de dicho buque inglés. Pregunté al consulado y noté eldeseo de hacer esas gestiones ocultándose de mí y directamente conel Comandante. Ahora que he descubierto el camino que siguen losingleses, comprendo que lo hacen a espaldas mías, para que yo no meaperciba de las personas que son ni del juego que Inglaterra tieneconcertado con el Gobierno”.305

El 2 de abril llegaron a Alicante para entrevistarse con el capitánCasari el encargado de Negocios Chiappe y el agregado Mugica. Losacompañaban en la oportunidad el encargado de Negocios de Bolivia,que deseaba combinar con el comandante argentino la salida del restode sus asilados. Esa noche el Tucumán prestó socorro a dos embarca-ciones pesqueras que habían chocado en el puerto alicantino, “[...] noregateando ningún esfuerzo personal ni material para aminorar las

consecuencias del desgraciado accidente en que ha perdido la vida untrabajador del mar”.306

5.2. Evacuaciones en la embajada chilena

Las negociaciones llevadas a cabo por Chile para obtener la evacua-ción de sus refugiados fueron lentas y por demás trabajosas. Los re-presentantes chilenos debieron concretar la salida de un gran númerode personas de significación, de cuya existencia el gobierno tuvo co-nocimiento y a las que acusaba de haber realizado misiones de espio-naje para las fuerzas de Franco, sin olvidar que, entre ellas estaba el“asilado más difícil de evacuar”,307 es decir el mismo embajador NúñezMorgado –según propias palabras del agregado militar chileno coro-nel Luco. Un síntoma del recelo que despertó el diplomático fue elhecho de que las gestiones no las llevara adelante él, sino que lo hicie-ran el embajador Edwards en Londres y el encargado de NegociosEnrique Gajardo, en Valencia.

Arribados a un acuerdo, los términos del mismo imponían pesadasobligaciones a Chile, como ser el traslado a su territorio de todos loshombres en edad militar y el envío a países no fronterizos de España ysus colonias, de todos los demás asilados, mujeres, niños y ancianos.En normas que fueron aplicadas en teoría a todas las misiones extran-jeras, el gobierno de la República exigió las listas completas de refu-giados, reservándose el derecho de objetar la evacuación de algunapersona para el caso de que existiera contra ella una acusación pordelito común, pero que en realidad fue aprovechada para trabar lasalida de ciertos y determinados individuos: “A este respecto cabedecir que el mayor obstáculo para dar regularidad y celeridad a laevacuación de los asilados en las legaciones de Madrid, lo constituyeel ministro Galarza quien personalmente analiza cada uno de los casosde las personas a evacuar con una rigurosidad extrema y malsana ins-pirada en un odio profundo alimentado por sus bajos y malos instin-tos”.308

305 AC, Alicante, s/f, de Barrera a Casari.

306 AC, Alicante, 3 de abril de 1937, del delegado marítimo de la provincia de Alicante alcomandante del Tucumán.307 AC, Marsella, 17 de mayo de 1937, del capitán Casari a ministro Videla, fol. 2.308 AC, Marsella, cit., fol. 3.

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Después de dos semanas en Alicante, en el transcurso de las cualesfueron embarcados diez españoles sin pasaporte –excepto el doctorMatías Torrontegui López Osorio que lo hizo pasando por la aduanapor gestión de Chiappe– el pasaje se completó con dieciséis personasmás, entre argentinos, peruanos, portugueses y cubanos. Con espacioreservado para el contingente chileno, el Tucumán zarpó el 14 de abrilpara proceder a su embarque en Valencia. Allí en rápida operación,subieron a bordo otras noventa y nueve personas: tres argentinos, dosalemanes, siete bolivianos, un peruano –el diplomático Enrique Cher-yak– y cinco chilenos –entre los que estaba el encargado Enrique F.Gajardo y su colaborador José Barros Toral– más los primeros ochen-ta asilados españoles que abandonaban la sede chilena de Madrid. El16 de abril el torpedero estaba de regreso en la rada marsellesa, dondepermaneció hasta el 23, esperando que se produjera la llamada de losrepresentantes diplomáticos argentinos.

En la certeza de que estaba pronto el nuevo contingente de refu-giados de la embajada chilena, el Tucumán puso proa a Alicante, don-de permaneció sólo por espacio de cinco horas –embarcando allí vein-ticuatro personas: dos franceses, cinco españoles y diecisiete argenti-nos– dirigiéndose luego a Valencia para fondear a las 19 horas del 24de abril. Allí aguardaba un numeroso grupo de ciento cincuenta y ochoasilados de la embajada chilena, que fueron de inmediato embarcados.Por tratarse de hombres mayores, mujeres y niños, se había convenidosu internación en Bélgica. También fueron embarcados tres mexica-nos, tres belgas, dos austríacos, un argentino y siete chilenos. Entrelos que viajaban con esa nacionalidad estaba Eduardo Serrano Suñer,que con el nombre ficticio de Eduardo Saa Santalices, pasaporte chi-leno número 842, abordó el Tucumán. Fueron evacuados también Isabelde Borbón Esteban, las familias Chavarri Maldonado, Del Val Romila,Terra y sin pasaportes y nombres falsos embarcaron Diego Hidalgo,Antonio Soroa, José Sierra Martínez, González del Río, José RuizGorell.

El embajador chileno Aurelio Núñez Morgado protagonizó un se-rio incidente al pretender abandonar España. Grandes dificultades habíapresagiado ya su difícil salida de Madrid, cuyas autoridades se habíanopuesto a la evacuación de ese “nido de espionaje” que afirmaban

había sido la sede chilena. Una vez en Valencia y presto a embarcarseen el aeropuerto de Manises con destino a París, el embajador NúñezMorgado fue intimado por las autoridades aduaneras a mostrar suequipaje y, en especial, su valija diplomática, contraviniendo así suinmunidad.309 El escándalo fue mayúsculo, pero el embajador no pudoresistirse a la revisión, pues de ella parecía depender su evacuación, yexigió entonces la presencia del encargado de Negocios de la Argen-tina, de los ministros de Turquía y Polonia, como también de los coro-neles Labbé y Luco. Ante ellos, un funcionario del Ministerio de Esta-do español procedió a abrir la valija, en la que sólo se encontraronacciones de la Plaza de Toros de Madrid por valor de 12.500 pesetas,de propiedad personal del embajador, carentes de uso legal en esemomento.

Núñez Morgado fue declarado persona non grata por el gobiernode Valencia, aduciendo que había permitido el espionaje ejercido porpartidarios del general Franco, refugiados en la embajada de Madrid,y que había utilizado la franquicia de la valija diplomática para trasla-dar fuera de la península títulos y valores de propiedad de los asilados.Finalmente, días después el embajador embarcó en el Tucumán comoun refugiado más.

Añadiendo aún más dramatismo a aquellas horas, el buque argenti-no fue despertado sobre las seis de la mañana del 27 de abril, por unintenso bombardeo proveniente de la artillería de los cruceros nacio-nalistas Canarias y Baleares, dirigidos contra Valencia. El ataque,que se extendió por espacio de veinte minutos, no produjo grandesdestrozos, pero sus efectos morales fueron, como siempre, sumamen-te desalentadores. El torpedero presenció la operación situado en loslímites de la zona de seguridad establecida por el mando franquista.Gran número de embarcaciones de cabotaje buscaron amparo en lasproximidades de los buques de guerra extranjeros y en especial delargentino. El capitán Casari consignó al respecto: “No hubo interven-ción alguna de la aviación y salvo unos disparos hechos por el cañone-ro Laya, que no llegaban ni a la mitad de la distancia que mediaba a

309 El informe de Núñez Morgado a su ministro en, JUAN EDUARDO VARGAS-JUANRICARDO COUYOUMDJIAN-CARMEN GLORIA DUHART, cit., pp. 255-59.

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los cruceros faltó toda reacción por parte de los gubernamentales”.310

En la tarde del 27 el Tucumán abandonó Valencia para arribar al díasiguiente a Marsella.

5.3. El capitán Casari

Durante la estadía algunos representantes diplomáticos sudamerica-nos se acercaron para agradecer al comandante Casari la permanenciadel Tucumán y la ayuda que éste les dispensaba con preferencia, puesel propósito de sus gobiernos era evitar en lo posible solicitar ayuda anaciones europeas, en particular a Francia e Inglaterra.

La presencia de Casari fue también requerida desde la capital repu-blicana al ser invitado para intervenir personalmente en las negocia-ciones de canje de rehenes que se estaban tramitando entre Burgos yValencia. Barrera le había notificado así: “Me dice Chiappe que hahablado con el ministro Irujo sobre canje de personas y prisioneros yque han aceptado, a base de que sea Ud. el designado como mediadorpara esa gestión en el otro lado. Lo felicito sinceramente. Una páginamás de gloria para Ud.”.311 En esa visita Casari tuvo oportunidad detratar con los ministros Álvarez del Vayo, Irujo y también con el jefedel Gobierno Largo Caballero, así como los subsecretarios de esascarteras y con casi todos los miembros del Cuerpo Diplomático resi-dente en Valencia. El capitán argentino declinó el ofrecimiento, al con-siderar que los términos en que el gobierno de la República pretendíaplantear los canjes no eran lo suficientemente equitativos.

A su regreso a la Argentina Casari fue designado como jefe delArsenal de Puerto Belgrano, y ascendido a capitán de navío. En sunuevo destino, el marino ordenó los informes, la correspondencia ylas fotos atesoradas en los días de la guerra civil, allí también recibiríala visita de la prensa porteña. En una nueva entrevista que concedieraal diario El Argentino en agosto de 1937 declaraba “[...] es tan grandeel valor de los españoles, que estando un día anclado frente a Alicante,por encima de nuestro barco pasó una granada enviada por los caño-nes del acorazado Canarias, el formidable buque, maravilla de la in-

dustria española [...] A la horavemos venir a toda máquina unacañonera que para tumbarlabastaba un disparo de un cañon-cito de saludo. Iba a hacerlefrente nada menos que al Ca-

narias! Le hice decir por seña-les que con su sola salida a todamáquina había ganado la bata-lla, que se fuera, a menos dequerer ir a fondo. ‘Lo felicitopor el coraje. No se puede ne-gar que son españoles’, les dijeen mi mensaje”.

La correspondencia particu-lar de Casari es testigo de lasesperanzas que tanto republica-nos como nacionales deposita-ron en el marino a la hora de solicitar su ayuda, pero siendo que losbuques argentinos llevaron adelante su misión en la España Republi-cana, los pedidos y agradecimiento provenían con mucho mayor fre-cuencia del bando nacional. El cronista de El Argentino agregaba,“cuando nos enseñaba las fotografías de Serrano Suñer vestido demarinero y haciendo como si limpiara un cañón del Tucumán, al mos-trarnos otra fotografía de don Diego Hidalgo, ex ministro de guerra,también vestido de marinero y empuñando un escobín se sonreía cor-dialmente y nos relataba anécdotas curiosas, enseñándonos cartas, máscartas y fotografías de hombres, mujeres y niños, todo siempre dentrode una emoción y entusiasmo tal que no podíamos dejar de agradecerle”.

Dos principalísimas figuras de la España nacional le hicieron llegara Casari su agradecimiento. Ramón Serrano Suñer le escribía: “Miquerido comandante: Por mi cuñado he tenido noticias de Uds. vienecomo todos conmovido por la conducta de Ud., oficiales y tripula-ción. Los marinos españoles no hubieran podido superarla. Guardare-mos de ella eterna memoria. Mi pariente de aquí desea llegue el mo-mento de hacer público reconocimiento. Yo le suplico salude a todos

310 AC, Marsella, 17 de mayo de 1937, del capitán Casari al ministro Videla, fol. 2.311 AC, Alicante, 6-7 abril de 1937, de Barrera a Casari.

Mario Casari, capitán del torpedero Tucumán.

Fuente: Archivo de la familia Casari

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en nuestro nombre; incluidos los más pequeños marineros honorariosdel Tucumán que están muy satisfechos por las fotografías que reci-ben. Ya recordará Ud. con cuanta inquietud esperaba mi llegada aquípara saber de mis hermanos. No los encontré. He tenido alguna noti-cia confusa que pudieran estar en Madrid. Desaparecido de allí P.Quesada me falta el principal apoyo. Yo le ruego trate U. de haceralgo por ellos aprovechando las muchas relaciones que tiene U. enesa. También en Valencia. Ya Ud. comprende de que manera tan pro-funda me interesa todo esto y a Ud. que tantas amabilidades tuvo connosotros –y es hombre de tantos recursos– me atrevo a pedirle estaotra que significa para mí la más querida de todas. Con mi gratitud ymi recuerdo emocionado le envía un fuerte abrazo a su buen ami-go”.312 Días más tarde Serrano le volvería a escribir: “He sufrido yomucho. En mi carta le hablaba de mis hermanos que parecen estar enMadrid o en Valencia. Ellos personalmente no tienen nada que vercon la política y sufren por mí. Para darme cualquier noticia puede U.por teléfono llamar al n. 65 de Hendaya, sr. Linares”. Pero José yFernando Serrano Suñer serían asesinados en el transcurso de la guerra.

En el viaje del 16 de marzo, habían sido embarcadas en ValenciaConcepción Franco de Salgado Araujo y su hija Mercedes. De inme-diato el general Francisco Franco hizo llegar su agradecimiento a quienhabía hecho posible la evacuación de sus familiares directos: “Muy sr.mío: Habiendo llegado a mi conocimiento por d. Felipe Polo que hacepoco entró en la España liberada, con grandes atenciones con mi her-mana doña Concepción Franco, y mi sobrina la srta. Mercedes Salga-do Araujo, no puedo menos que escribirle estas líneas para expresarlemi profundo reconocimiento, y sepa Ud. que nunca olvidaré todo cuan-to ha hecho Ud. por ellas, y las muchas molestias que se ha impuestopara resolver su repatriación con toda diligencia. Todavía no he podi-do saludar a mis familiares, esperando la llegado de un cuñado mío;cuando las vea, seguramente me manifestaran su gratitud hacia Ud.por todo cuanto por ellas ha hecho.

“Por el señor Serrano Suñer, ya estaba enterado de lo muchísimoque Ud. trabaja a favor de los desgraciados que viven separados de

sus familias, facilitándoles todo lo posible, el modo de llegar haciaellas. Con frecuencia, oigo grandes elogios a su persona y a toda latripulación de su barco, que está realizando una labor tan humanitaria,que nunca podrá olvidar la España nacional”.313

Las vinculaciones establecidas por el comandante del Tucumán,lejos de estar motivadas por algún interés personal, iban encaminadasa facilitar la misión en que el buque argentino estaba empeñado, y conello librar de peligros a las personas a ser evacuadas: “[...] puedo daral señor ministro la seguridad de que mis relaciones y conexiones con-fidenciales con Burgos se intensifican día a día y que tengo dada laseguridad de que se me mantendrá informado de cualquier hecho quepueda relacionarse con la seguridad del buque en forma absoluta”.314

En 1938 el capitán de navío Casari fue designado en la Base Navalde Río Santiago y luego en el Taller de Marina de Dársena Norte. Allíel 12 de diciembre de 1939, y cuando sólo contaba con cuarenta ycinco años, falleció en forma repentina. Acompañaron su sepelio elentonces ministro de Marina, León Scasso y muchos españoles asila-dos por el Tucumán, que habían luego adoptado a la Argentina comosu patria protectora. En su casa familiar de la calle Roberto Rivarolade Buenos Aires quedaron los recuerdos del marino: las listas de eva-cuados, sus cartas, los recortes periodísticos, sus fotografías, los tes-timonios vivos de sus días honrosos. Pocos días antes, el 28 de no-viembre, el ayuntamiento de Alicante acordó conceder la medalla deoro de la ciudad a los comandantes Ferreyra y Casari, y designar conel nombre de torpedero Tucumán a una calle céntrica de la ciudad.

5.4. En el norte español

García Mansilla siguió en San Juan de Luz atento al desarrollo de laguerra civil. Pero a esta altura de los acontecimientos no era muy fácildistinguir si el diplomático se sentía acreditado ante el gobierno deAzaña o el de Franco.

El 1 de mayo, desde Ciboure, García Mansilla le enviaba a Ca-sari una carta de presentación para el capitán Miguel Ibáñez, se-

312 AC, Salamanca, 22 de marzo de 1937, de Serrano Suñer a Casari.

313 AC, Salamanca, 23 de marzo de 1937, de Francisco Franco a Casari.314 AC, Marsella, 17 de mayo de 1937, del capitán Casari al ministro Videla, fol. 4.

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gundo jefe de frontera del general Franco en la que le solicitabaque se le facilitase el “asunto que le expondrá”. No era un dilemaideológico –que el embajador parecía ya tener resuelto– sino unacuestión geográfica: su cercana frontera española era ya en esaépoca territorio de los nacionales.

En un telegrama confidencial, García Mansilla daba cuenta de lavisita realizada en su residencia por el ministro de Relaciones Exterio-res del gabinete del general Franco, José Antonio Sangróniz, y comu-nicaba luego a su canciller: “[...] ha sabido que varios países sudame-ricanos piensan iniciar gestiones de mediación y que Pérez Quesadalleva un mensaje de Valencia para VE.; en tal sentido me ha manifesta-do la seguridad absoluta del triunfo moral y material de Franco aun-que puede demorar por el mal tiempo como sucedía en el inviernodurante la gran guerra. Como la República Argentina es para ellos elprimero y más amado país de América deplorarían que se prestase aesas sugestiones de los rojos, tan capciosas cuanto ineficaces”.315

El agregado a la embajada argentina Aquilino López se encontró, afines de mayo con un difícil caso de canje de rehenes, que no pudo serresuelto satisfactoriamente. Dos mujeres de nacionalidad argentina,Jesusa Zuazola de Llorente y su sobrina Mercedes Landecho, fueronapresadas cuando se desplazaban en automóvil en las inmediacionesdel frente de batalla de Vizcaya. El intenso fuego que las obligó adetenerse había causado ya la muerte de una hija de la señora Zuazola,Josefa Llorente, también argentina.

Las gestiones para obtener la libertad de ambas fueron bien enca-minadas, habiéndose concertado su canje por un republicano tomadoprisionero por los nacionales en Pamplona, Ignacio Lasarte. Sin em-bargo, a último momento, los grupos anarquistas de Bilbao habíanobligado al gobierno vasco a añadir una mayor exigencia para otorgarla libertad de las argentinas: se quería también el canje de otras quincepersonas, entre las que figuraban Manuel Carrasco Formiguera, lafamilia de un representante catalán en Euzkadi, y Florencio Iracheta,Andrés Plaza y Gerardo Nienave, los tres acusados de haber prendidofuego a Irún antes de su caída y que habían sido apresados por los

franquistas en alta mar. Los vascos, en compensación, estaban dis-puestos a poner en libertad, además de las mujeres nombradas, a nu-merosos miembros españoles de las familias Zuazola y Del Valle, em-parentadas con la señora Llorente.

López se ocupó de recordarle al presidente vasco Aguirre y Lecu-be de la primera –y más simple– promesa, a la vez que se mostrósorprendido por las que se habían querido imponer posteriormente.La ofensiva nacional contra Bilbao no hacía propicio el entendimien-to, con las dificultades en las comunicaciones y la suspensión de losservicios aéreos. El cónsul López, en el temor de que la caída de lacapital vasca produjera un caos que arrastrara a los rehenes a la muer-te, intentó la comunicación con Bilbao a través del cable, vía Londres,y también apeló a la influencia de Andrés Irujo para que telefonease asu hermano, el ministro de Justicia, en Valencia.

El tema escapó a la natural preocupación del cónsul por dos súbdi-tos en peligro, para trascender a la órbita de las tratativas entre repu-blicanos y nacionales, cuando se tuvo en conocimiento que las muje-res habían sido apresadas en la línea de combate vistiendo el uniformede las margaritas, es decir, de las enfermeras de la Cruz Roja de losrequetés, para lo cual no habían pedido autorización a la representa-ción diplomática de la Argentina y que habían tomado esa actitud,sabedoras de los riesgos, por propia voluntad.

Producida la caída de Bilbao el 19 de junio, Aquilino López sedirigió hacia la capital vizcaína de inmediato, haciendo su entrada enla ciudad acompañando al comandante Troncoso. El Consulado ar-gentino local, a cargo de Enrique Urdina, le informó que los noventaargentinos que residían en Bilbao estaban en buenas condiciones. Tam-bién pudo enterarse que las dos argentinas prisioneras, junto con otroscasi seiscientos prisioneros, habían sido llevados por los nacionalistasvascos en su huida a Castro Urdiales.

Los primeros días de julio, López reanudó las tratativas sostenien-do conversaciones con el representante del general Franco en SanSebastián y con el diputado nacionalista vasco Jáuregui, encaminadasesta vez a lograr un arreglo más global, o sea el cambio total de lospresos nacionales detenidos cerca de Santander por un número igualde republicanos prisioneros en territorio revolucionario.315 AMREA, caja 2, tomo VI, cit., San Juan de Luz, 22 de abril de 1937.

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5.5. El Tucumán recibe la llamada de los diplomáticos

Cumpliendo las órdenes recibidas, Casari y el Tucumán permanecie-ron en Marsella hasta que se recibieron noticias de Valencia con rela-ción a los grupos de evacuados estaban dispuestos a embarcarse apartir del 3 de mayo. Pero a pesar de que el buque arribó el día 6 apuerto español, no habían llegado aún los refugiados por lo que suestadía se demoró considerablemente. Se aguardaban para esta oca-sión, argentinos enviados por el cónsul Spangember Seguí, quien enMadrid seguía atendiendo los asuntos de los connacionales, ademásde algunas otras personas recomendadas por la embajada argentina enValencia y por el Consulado de Alicante.

De Valencia, el Tucumán se dirigió a Alicante, no faltando tampo-co aquí incidencias pues numerosos españoles abordaron el buquemerced al asilo que la Argentina les concedió. El 7 de mayo, AugustoRomán llegó a nado; el 9, Miguel Payá Cantó y Florencio Pérez Hur-zado fueron salvados utilizando el truco de enviar marineros argenti-nos con uniformes de recambio; el 10, el ingeniero Carbó Vilaplana yel teniente de navío José María del Portal Mena Ruíz, burlaron loscontroles para presentarse ante la motora que conducía al Tucumán

con uniformes hechos por ellos; el 11 obtuvo asilo a bordo el capitándel Ejército Jacinto Martínez. El pasaje embarcado en Alicante estabacompuesto por veintiséis argentinos, un boliviano, cinco cubanos, unmexicano, un alemán y diecisiete españoles –once de los cuales em-barcaron clandestinamente. El capitán Casari informaba a Buenos Ai-res: “Después de embarcar 51 personas en Alicante zarpó para Valen-cia el día 11 de mayo a 21.30 horas, después de haber demorado lasalida por seis horas por pedido especial del gobernador de Alicantequien pidió se salvará la vida a un correligionario político perseguidode muerte por elementos comunistas. El embarque del referido señorse efectuó con los propios medios del gobierno siendo personalmenteacompañado por el secretario del gobernador”.316

El 12 subieron a bordo, en Valencia, treinta y cinco personas –dosargentinos, tres alemanes, siete bolivianos, nueve mexicanos, dos cu-banos y trece españoles. Una nueva demora se experimentó al preten-

der embarcar a los asilados de la embajada boliviana, por dificultadessurgidas en el despacho de sus pasaportes. El embarque de sesenta ynueve españoles –personas caracterizadas de la sociedad madrileña–se realizó en la mañana del 13, una vez obtenido el permiso oficial,zarpando a las 14 horas rumbo a Marsella. Bolivia logró así desalojarsu sede diplomática –aunque un pequeño número de asilados en edadmilitar no lograron su evacuación sino hasta fines de la guerra– a bor-do del Tucumán.

El Ministerio de Marina argentino, que seguía preocupado porquese siguieran al pie de la letra las condiciones que habían motivado lapermanencia del torpedero, en especial para socorrer a los países lati-noamericanos que habían hecho gestiones ante el gobierno nacional yque no se utilizara el buque como transporte seguro y barato parapersonas de cualquier nacionalidad, condición e intenciones, manifes-tó su celo al comando de la nave preguntándole el motivo por el cualno se había producido en el viaje del 13 de mayo el embarque deningún asilado de la embajada chilena. Lo que sucedió fue que lasgestiones chilenas chocaron inevitablemente con las vallas que el Mi-nisterio de la Gobernación le oponía, muchas de ellas insalvables. Aello debieron sumarse los graves conflictos internos que enfrentó elgobierno republicano en esos días de mayo, que lo llevaron a unarenovación parcial del gabinete. Los ministros de Estado, Álvarez delVayo, y de Gobernación, Galarza, en cuyas esferas de competenciatenían lugar las tramitaciones por la libertad de los asilados, fueronreemplazados por José Giral y Julián Zugazagoitia, respectivamente,retrasándose así la resolución. Por otra parte, los autobuses compra-dos en Francia por los agregados militares chilenos para realizar eltraslado de sus muchos refugiados desde Madrid a los puertos deembarque, dieron un resultado pésimo, requiriendo después de cadaviaje prolongadas reparaciones.

Con el objeto de trasladar a Valencia al nuevo encargado de Nego-cios argentino, Guillermo de Achával –que se había trasladado a Paríspara conferenciar con Le Breton e interiorizarse de la cuestión espa-ñola–, y para embarcar un contingente alistado por el doctor Chiappey el cónsul Rosario, el Tucumán puso proa a Valencia el 20 de mayo.A las pocas horas de haber zarpado, y como comenzara a soplar un316 AC, Marsella, 17 de mayo de 1937, del capitán Casari al ministro Videla, fol. 2.

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fuerte viento con caracteres de temporal –el mistral– el torpedero volvióa Marsella. En la cubierta se hallaban estibadas 52 toneladas de provi-siones destinadas a las representaciones diplomáticas en Madrid, quehubieran llegado en malas condiciones de haberse continuado la tra-vesía. Mejorado el tiempo, se volvió a zarpar en la madrugada del 23con destino a Valencia, dónde fondeó cerca de la misma medianoche.

Informado el cónsul Barrera de la presencia del Tucumán, preparóel embarque de cincuenta y una personas provenientes de Madrid,todas ellas con pasaportes (doce argentinos, cinco cubanos, diecio-cho uruguayos, un portugués y quince españoles). El 24 el torpederose trasladó a Alicante para recogerlos, regresando a Valencia por latarde. Allí se procedió al embarque de cuarenta y dos personas eva-cuadas de Madrid por diversas representaciones extranjeras con auto-rización gubernamental (excepción hecha de dos hombres que se aco-gieron al asilo, Fernando Márquez del Castillo y Tomás Navarro dePeralta). Se trataba de seis argentinos, doce cubanos, dieciséis chile-nos, un checoeslovaco, un francés y seis españoles. Regresó en esteviaje, para reintegrarse a sus funciones en Italia, el encargado de Ne-gocios ad interim, Felipe Chiappe, que el 25 de mayo mantuvo entre-vistas de despedida y de presentación de su reemplazante, Achával,para partir por la tarde.

La fecha patria fue celebrada a bordo con los honores de rigor ycon la asistencia de todo el pasaje, que integró una comisión con unrepresentante por cada país para ofrecer en la persona del capitánCasari un homenaje a la Argentina por la labor humanitaria que veníadesempeñando desde su llegada a España hacia casi siete meses.

La amenaza de una probable detención de refugiados e interven-ción del Ministerio de la Gobernación a los anexos de la Legaciónuruguaya en Madrid, protegida bajo una responsabilidad heredada porla Argentina, había sido el mayor desafío que encaró Chiappe. Mien-tras, el secretario del Cuerpo Diplomático acreditado en Madrid, HenryHelfant, insistía en pedirle que la Argentina planteara nuevamente enforma oficial el derecho de asilo para todas las personas refugiadas enla Legación uruguaya, pero esta vez utilizando las vías del propioCuerpo Diplomático, como organismo solidario. Detrás de ello, pare-cía existir un secreto deseo de demostrar que la actuación de Pérez

Quesada, aunque exitosa, había sido incompleta. De surgir cualquierdificultad con las personas asiladas en la Legación uruguaya: “[...] elCuerpo Diplomático y los perjudicados imputarían públicamente elaccidente a negligencia nuestra con lo que se empañaría gravementela labor realizada”.317

Con el objeto de documentarse en profundidad en lo referente alproblema suscitado por la existencia de mayor número de refugiadosde lo que se creía en la sede de la representación uruguaya, Chiappe,Mugica y el asesor letrado de la embajada argentina, doctor FelipeMerchant, se trasladaron a Madrid el 17 de abril. A la par que se entre-vistaban con el presidente de la Junta de Defensa, general Miaja, losdiplomáticos argentinos se encontraron con otra nueva sorpresa: “Lasituación de los asilados en la legación uruguaya y anexos (más de250) es muy diversa de la que yo creía. Me han sido exhibidas órdenesde nuestra Embajada relativas a la admisión de la mitad de los asilados[...] será muy difícil desatendernos después de haber sido asiladas enla embajada argentina”.318

Hay que señalar que no sólo Pérez Quesada pudo haber libradoesas órdenes, sino cualquiera de los agregados civiles, que participa-ron activamente en todas y cada una de las innumerables misiones quese llevaron a cabo por esos días (no descartando alguna irregularidad,según los antecedentes que ya hemos expuesto, en esas admisiones), eincluso los funcionarios uruguayos de menor jerarquía que habíanquedado en Madrid. Es cierto que la cifra de refugiados excedía enmucho al número que se había presentado al gobierno al comienzo dela guerra –recordemos, por otra parte, que Pérez Quesada se negó aentregar ninguna relación con los nombres de los asilados en la emba-jada argentina hasta que la evacuación fue inminente y autorizada–pero al parecer, posteriormente no se pudieron cerrar las puertas aquienes sintieron la urgencia de llamar a ellas.

Con los datos recogidos en Madrid, Chiappe concurrió a entrevistarsecon el subsecretario de Estado español el día 20. Informando lo tratado asu canciller, telegrafiaba así a Buenos Aires: “Queriendo demostrar una

317 AMREA, caja 2, tomo VI, cit., Valencia, 6 de abril de 1937, de Chiappe a Saavedra Lamas.318 AMREA, cit., Valencia, 20 de abril de 1937.

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vez más la consideración a que V.E. es acreedor el subsecretario accedióformalmente a reconocer a los 250 refugiados en los anexos de la Lega-ción como a verdaderos asilados. La evacuación quedará condicionada.Primero: a que el gobierno uruguayo acepte que una potencia extranjerase haga cargo de los intereses españoles en el Uruguay del mismomodo que el gobierno español aceptó que la Argentina se encargasede los intereses uruguayos en España y segundo: a que se aclare lasituación jurídica en que tanto el San Antonio como el Ibai quedaríandespués de la devolución acordada por el gobierno argentino”.319

La Argentina ordenó entonces que el Cabo San Antonio fuera puestoa disposición de la embajada de España en Buenos Aires, y “casual-mente” parecieron hallarse las vías de solución.

Uruguay también aceptó la proposición española. Pero, a pesar deque los tripulantes del Cabo San Antonio recuperaron su libertad, lasituación estaba aún lejos de ser solucionada.

La Cancillería oriental, tratando de clarificar el tema, dio a publici-dad, el 7 de mayo, un comunicado oficial en el que se reseñaba laactitud del gobierno en lo que concernía al asilo otorgado en la sedemadrileña. En él se decía que el ministro uruguayo en Madrid DanielCastellanos, había tenido precisas instrucciones de practicar el asilo afavor de los orientales y españoles, indistintamente, que lo solicitaran.A la vez, esta circunstancia había sido comunicada a la Cancilleríaargentina en las reuniones efectuadas en Buenos Aires y a las que habíaconcurrido el embajador en ese capital, Eugenio Martínez Thedy.

La nota reconocía expresamente que antes de la ruptura de relacio-nes, los asilados no superaban los cuarenta –eran treinta los que laLegación uruguaya había declarado– y que luego el número habíapasado largamente los doscientos, y expresaba que tal situación eraproducto de: “[...] desinteligencias entre los funcionarios encargadosdel cuidado de nuestros asilados y la embajada argentina en Madrid, lacual ha informado a esta Cancillería que desconocía el número, cali-dad y nombres de esos asilados, de que había menester para informarde ello al gobierno español”.320

No obstante estas circunstancias, Uruguay había insistido para quela Argentina gestionara el amparo de todos los asilados. Ésta, por suparte, siguió dispuesta a velar por esas personas y fruto de ello fueronlas negociaciones que sus representantes llevaron a cabo en Valencia.

Resultaba evidente que esas personas asiladas con posterioridad aseptiembre de 1936, se encontraban en una situación comprometida.Si eran uruguayas, constituía un deber imperativo de la embajada ar-gentina darles amparo, pero si se trataba de españoles, era una cues-tión privativa de ella decidir si los asilaba o no. Las órdenes de entrada,al parecer, fueron otorgadas sin cuidarse de solicitar la anuencia previa dela representación argentina ni de comunicarlas luego de haberlas hecho –aunque los diplomáticos argentinos parece que tampoco visitaron pe-riódicamente la sede para interiorizarse de la real situación de esealojamiento e investigar si se estaban cometiendo irregularidades.

Un editorial del diario El Día, de Montevideo, criticaba con dure-za la actitud de los funcionarios uruguayos de la Legación en Madrid,y de paso, la de su gobierno, al expresar que: “[...] al punto tal que lalegación argentina tuvo que dirigirse a nuestro Ministerio de Relacio-nes Exteriores expresándole que desconocía el número, calidad y has-ta los nombres de los asilados que gratuitamente se le endilgaban y sinsaberse, por consiguiente, si por acto propio les hubiera dado el am-paro que prácticamente se les ha obligado a darles. No dudamos deque, por tratarse de un problema de humanidad frente a los hechosconsumados, el gobierno argentino, que tantas veces ha tenido queenmendarle la plana al nuestro en asuntos de índole internacional, asumirála defensa de esos asilados con que le ha obsequiado nuestro gobierno .321

En una carta fechada el 13 de mayo en Valencia, Chiappe se despe-día de Casari en términos, que aunque sólo fueran a nivel de deseospreveían una pronta solución al problema: “Mil afectuosos saludospara Ud. y la familia tucumana con la esperanza de verlos pronto poraquí y despedirlos cargados de uruguayos”. La solución que en unmomento pareció inminente, no llegaba a concretarse. No se tratabaya de problemas o resentimientos particulares de España hacia el Uru-guay, puesto que el gobierno republicano había firmado acuerdos con

319 AMREA, cit., 21 de abril de 1937.320 “Sobre el derecho de asilo dio un comunicado el gobierno uruguayo”, La Prensa,

Buenos Aires, 8 de mayo de 1937. 321 “Comentario uruguayo al derecho de asilo”, La Prensa, Buenos Aires, 13 de mayo de 1937.

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casi todos los países que tenían asilados. Parecía ser más bien el reite-rado temor de que, libres los refugiados, los países que los habíanamparado se decidieran a romper las relaciones con Valencia: “[...] seha apercibido que la tenencia de esos asilados constituye un arma muypoderosa con que se puede hacer frente a la política que muchos paí-ses desearían desarrollar y que no se animan o demoran en iniciar porla sencilla razón de que podrían ponerse en peligro las vidas de esaspersonas asiladas”.322

5.6. El distanciamiento argentino, la crisis republicana y los peli-

gros externos

A la presencia constante de los cruceros nacionales Baleares y Cana-

rias, que se habían enseñoreado del Mediterráneo español y hacíantemer a las ciudades republicanas del Levante con la potencia de fue-go de su artillería y su movilidad, se sumaban los violentos ataquesaéreos de la aviación de Franco, configurando así a España como uncruel e inmenso escenario de guerra, en donde las bombas no distin-guían civiles de militares. Un pavoroso bombardeo sobre Valencia,realizado a las 20 horas del día 15 de mayo, produjo numerosos muer-tos y heridos, amén de grandes destrozos. El encargado de Negociosargentino, que esperaba para ese mismo día al último grupo de eva-cuados a cargo del Consulado argentino en Madrid que debía embar-carse en el Tucumán, había dispuesto para ellos el alojamiento en unrefugio de la capital republicana alquilado a tal efecto. Una providen-cial demora del convoy los salvó de la tragedia. La casa fue totalmentedestruida por un bombardeo, causando entre los que allí habitaban ylos que aguardaban el embarque de días anteriores, veinticuatro vícti-mas, entre ellas catorce fatales.

La lucha por el poder en la retaguardia republicana produjo unatremenda explosión: las trágicas “Jornadas de Mayo” que ensangren-taron a Barcelona y conmovieron a la España leal. La falta de unidady la inmadurez democrática minaban el edificio de la República, don-de comunistas, anarcosindicalistas y trotkistas pugnaban por contro-lar el poder, obligando a la socialización y colectivización del país,

para realizar la “verdadera revolución”. La más inmediata y visibleconsecuencia de los sucesos de Barcelona fue la crisis ministerial queculminó con la formación de un nuevo gabinete, bajo la presidencia deNegrín. Escribe Santos Juliá sobre los objetivos a cumplir: “el encar-go que insistentemente el presidente de la República transmitió al nuevopresidente de Gobierno, Juan Negrín, desde mayo de 1937: recons-truir el Estado, levantar de la nada un ejército, resistir, garantizar elorden interno, pero no para el quimérico objetivo de ganar la guerrasino para forzar una paz negociada bajo los auspicios de las potenciasimplicadas en el asunto”.323 Sin embargo entonces, ello contribuía aahondar la crisis del bando republicano. De visita en la Argentina, enenero de 1939, el socialista Indalecio Prieto confesaba en la prensaporteña que el cambio había sido producto de la intención comunistade manejar el gobierno de la República, “[...] mediante la cual prescin-dieron de Julio Álvarez del Vayo por tonto y de mí por antistaliniano,prefiriendo a Juan Negrín, que no es tonto ni antistaliniano”.

Las observaciones de Casari también eran alarmantes: “Por lo queme es dado observar en el puerto de Marsella donde hay infinidad debuques cargando material de guerra para España, llego a la conclu-sión de que la comisión internacional de control no satisface su come-tido, por la actitud de Francia e Inglaterra, la última de las cualescomo ‘enérgica’ medida para contrarrestar el tráfico de armas ha pro-hibido a las compañías de seguros asegurar los buques que transpor-tan material de guerra”.324

La internacionalización de la guerra española no parecía una ideadescabellada en ese momento, más cuando el 31 de mayo Adolf Hitlerdispuso que, en represalia por el bombardeo de aviones republicanosefectuado en Ibiza contra el acorazado alemán Deutschland, afectadoal servicio de control marítimo, en el que murieron veintidós marine-ros, se bombardeara la plaza costera de Almería. Una flotilla de cincounidades de guerra alemanas, entre las que estaba el acorazado Admi-

ral Scheer y el crucero Leipzig, atacaron la ciudad, produciendo víc-timas y destrozos.

322 AC, Marsella, 29 de mayo de 1937, del capitán Casari al ministro Videla, fol. 2.

323 SANTOS JULIÁ, “De ‘guerra contra el invasor’ a ‘guerra fratricida’”, en SANTOSJULIÁ (coordinador), Víctimas de la guerra civil, cit., p. 31.324 AC, Marsella, 29 de mayo de 1937, del capitán Casari al ministro Videla, fol. 2.

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La Argentina había evacuado a sus asilados españoles; en cuanto alos connacionales que aún persistían en quedar en España, habían sidoadvertidos con insistencia de la conveniencia de repatriarse. La vio-lencia no cedía y poco era lo que ya se podía hacer en medio de laguerra sin que fuera una intervención directa. Así comenzaron a inter-pretarlo los representantes argentinos. El 31 de mayo, desde París, elembajador Le Breton telegrafió al canciller Saavedra Lamas para dar-le cuenta de los peligros en que se hallaba la representación diplomá-tica en España a causa de los bombardeos cada vez más frecuentes dela aviación franquista y de la amenaza de nuevos disturbios y disensio-nes en Alicante, Valencia y Barcelona. Su posición no dejaba lugar amuchas dudas: “[...] el Tucumán ha sacado en tres viajes 300 evacua-dos de la embajada de Chile en Madrid, quedan 1500 lo que imponeun número considerable de viajes y un tiempo muy largo de estadía enaguas peligrosas. Chile puede mandar un barco o arrendar uno enEuropa. Creo que con la actitud de nuestra embajada con sus asiladosy la enérgica actividad de nuestros funcionarios, hemos tomado yauna parte de los riesgos de una situación ajena y demostrada nuestrasolidaridad ayudando a todos. Los argentinos que aún quedan en Es-paña lo hacen a su riesgo pues hace tiempo y reiteradamente se les hainvitado a salir. La mayor parte de los que aún quedan tienen muy

escasas vinculaciones con nuestro país y sólo han recordado este títu-lo ante las precarias condiciones del momento”.325

El ministro de Marina, Eleazar Videla comunicó a la Cancilleríaque, de disponerse la continuación de las misiones de evacuación, elTucumán debería ser reemplazado por otro buque, pues su relevo re-sultaba preciso operacionalmente.

En tanto, los diplomáticos argentinos que más directamente habíantomado parte en el manejo de los intereses del país durante la GuerraCivil Española se fueron alejando, geográfica y subjetivamente, de lacontienda, siendo tal vez esto reflejo de la opinión del gobierno argen-tino. La trascendente actuación del primer año de la guerra, dejó pasoa una atenta observación de los hechos y a un mantenimiento de losmínimos canales de relación con las autoridades republicanas, mien-tras los enviados de Franco y la propaganda de los nacionales ibanganando terreno en la misma Argentina.

A mediados de mayo, el gobierno del general Justo concedió aGarcía Mansilla el goce de una licencia extraordinaria por cuatro me-ses. El 1 de junio el embajador abandonó la villa Moskoe, de Ciboure,con rumbo a Buenos Aires, procediendo a clausurar esa sede diplo-mática. Los cónsules Castro Gache y Aquilino López quedaron ads-criptos al Consulado de Bayona para atender los asuntos que pudie-ran surgir en el norte de España, y en poder de la clave y el archivo.

García Mansilla ya no volvería a sus funciones en España. De re-greso en la Argentina, fue nombrado miembro de la comisión califica-dora del personal del Servicio Exterior del Ministerio de RelacionesExteriores y en marzo de 1939 se acogió a la jubilación. Una vezterminada la guerra civil, regresó a España, visitando Sevilla, Madrid,Burgos y San Sebastián. En enero de 1940 fue recibido en audienciapor Franco. El jefe del estado español le comunicaría que había sidodesignado presidente de la Asociación Cultural Hispanoamericana,precedente del Consejo de la Hispanidad creado el 7 de noviembre deese año que, con el encargo de aproximar España a los territorios quele habían pertenecido en el pasado, estaría presidido por el ministro deAsuntos Exteriores. El organismo debería encauzar el hispanismo como

325 AMREA, caja 3, tomo VII, París, 31 de mayo de 1937.

La llegada a Marsella del “Tucumán”, llevando a bordo a un nutrido contingente de refugiados

de los puertos españoles del Mediterráneo en 1937.

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una política de Estado, dirección en la que se pretendía coincidir conlos países de Hispanoamérica.

El 7 de julio asistió a un homenaje que se tributó en Zarauz. En elacto tomaron parte el alcalde de la localidad, Legorburu, José MaríaHuarte –comandante franquista en Zarauz– en representación delMinisterio de Asuntos Exteriores, Pedro Ansoátegui, el primer bene-ficiado con el asilo argentino y el marqués de Lozaya, por el Ministe-rio de Educación. Después de sendos discursos, Lozaya le hizo entre-ga de una lápida conmemorativa decorada con motivos de flores de lahuerta de Valencia por los azulejeros de la escuela de Manises, quefue colocada en la puerta de la Casa Azul de Ayala. Allí afirmó GarcíaMansilla: “[...] nadie podrá discutir a mi país la honra de haber sido elprimero en aplicar en Europa, durante los tiempos modernos, esa no-ble conquista de los principios humanitarios de nuestra civilizaciónamericana, que es el derecho de asilo”. En 1953, instalado en la Ar-gentina, ya viudo –y con ochenta y seis años– recibió los hábitos sa-cerdotales, previa dispensa papal. Falleció en Buenos Aires en 1957.

Edgardo Pérez Quesada, al separarse la representación diplomáti-ca de Portugal de la de España, fue nombrado para cubrir esa vacanteen Lisboa. Por su parte, el subsecretario de Relaciones Exteriores,consejero de embajada Oscar Ibarra García, que había atendido desdeBuenos Aires la cuestión española, fue promovido al cargo de envia-do extraordinario y ministro plenipotenciario en Dinamarca.

Las autoridades navales argentinas, luego de haber evaluado lagestión cumplida por sus naves en la evacuación de víctimas de laGuerra Civil Española, dispusieron el 31 de mayo de 1937, el inme-diato retorno del Tucumán a su base de operaciones, entendiendo quelos objetivos del viaje habían sido cumplidos con largueza y generosi-dad. Informaciones reservadas aseguraban que la oficialidad y la tri-pulación del torpedero habían comenzado a ser miradas en el puertode Alicante con inquina por los miembros de la FAI, y que éstos ha-bían expresado su voluntad de no tolerar más la actividad del buquede guerra argentino. El mismo vicecónsul Eduardo Lorenzo Barreraparecía correr riesgo y por ello la Cancillería solicitó al Tucumán que,antes de retornar, hiciera una última escala en Alicante para procedera evacuarlo junto con sus siete pequeños hijos, además de un grupo

de pasajeros que serían conducidos a Lisboa. Barrera, con la tranqui-lidad que había caracterizado su desempeño, declinó el ofrecimiento,atento a consideraciones de tipo práctico: le contestó a Saavedra La-mas que prefería no abandonar Alicante por poseer una pequeña fortunaen propiedades y tierras heredadas de su difunta esposa, que era española.Reconocía que había escapado a confiscaciones estatales y rapiñas perso-nales por su condición de cónsul argentino y consideraba que la únicamanera de conservar esos bienes para sus hijos, era permanecer en laciudad. Entendía, además, que no tenía más profesión ni habilidad que lade atender los asuntos de la Argentina, actividad que venía desempeñan-do desde 1919, y que por ello, de abandonar España él y sus hijos cae-rían en la indigencia, ya que tampoco tenían familiares en la Argenti-na. El vicecónsul Barrera, permanecería, pues, en Alicante.

La tarde del 2 de junio, el comandante Casari realizó distintas visi-tas de despedida a las autoridades marsellesas; cortesía que fue de-vuelta a la mañana siguiente para rendir honores al buque argentino.Luego, gran cantidad de españoles y latinoamericanos que habían sidoevacuados por el torpedero y aún permanecían en el puerto francés,subieron a bordo para saludar a los oficiales, suboficiales y marineros.El Tucumán, entre los vítores de los refugiados, se hizo a la mar a las18 horas del 3 de junio.

Niños refugiados en el barco de guerra argentino, (Archivo familia Casari).

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Anclado en Alicante desde el día 4, su última estadía fue tranquila,evitando cualquier problema que empañara la partida. Esta vez, elpasaje se componía únicamente de refugiados que abandonaban Ma-drid con pasaportes y que habían sido enviados por los cónsules de laArgentina y de Bolivia, y por el secretario general del Cuerpo Diplo-mático, Helfant. Se trataba de treinta argentinos, veinticuatro portu-gueses, cinco uruguayos, dos checoeslovacos, seis españoles, un cu-bano, tres venezolanos y cuatro chilenos, entre ellos el piloto LuisRivera Page, que estaba al servicio de los nacionales. Una sola excep-ción sería el embarque clandestino de Sebastián Carps Cuyo, funcio-nario del gobierno de Burgos, que en el momento de levar anclas elTucumán ganó a nado el torpedero.

En el atardecer del 7 de junio, el torpedero argentino abandonódefinitivamente Alicante. Los días 9, 10 y 11, permaneció en Lisboa,fondeado en el río Tajo. Acompañado por el encargado de NegociosCorrea Luna, el capitán Casari realizó sendas visitas a la presidencia yal Ministerio de Relaciones Exteriores del Portugal. En viaje, el cón-sul Barrera le telegrafiaba: “Aquí lo recordamos todos con gran cari-ño y no nos acostumbramos a la ausencia del tan querido y buen ami-go. Sus amigos del comité siempre me preguntan por Ud. y lo nom-bran y lo recuerdan con verdadero afecto”.326

El 12 de junio el Tucumán dejó atrás Lisboa con rumbo a CaboVerde, donde recaló el 17, para volver a zarpar al día siguiente. Alabandonar el último puerto extranjero para enfilar directamente aBuenos Aires, el capitán Casari se dirigió a su tripulación haciendouna breve evaluación de la concluída “campaña de guerra” –carácterque había tenido la misión en España de acuerdo a las reglamentacio-nes vigentes. Una estadía de ocho meses, a 11.000 kilómetros de laArgentina, en un país inmerso en una de las conmociones bélicas mástrágicas del siglo XX, habiendo convivido con extranjeros de disímilideología y condición social, y siendo espectadores de toda clase demiserias humanas, harían solamente acreedora a la tripulación –y queel mismo capitán reconocía que se trataba de casos de excepción– deuna única reconvención por parte de su comandante: “Puntualizando

quiero referirme especialmente a las faltas a la licencia para recordarque la presentación, al minuto de cumplirse el término de ella es inex-cusable ya que se trata de una orden del servicio a la cual se debeincondicional acatamiento; aquellos hombres que no lo interpreten asíes porque no tienen inculcadas muy dentro de su corazón las nocionesde orden y puntualidad, que son condiciones primordiales que debeposeer quien pertenezca a la Institución Armada”.327

Las únicas sanciones más graves al personal del Tucumán que he-mos podido constatar recayeron sobre el cabo segundo cocinero Ven-tura Aguirre, sancionado con un mes de suspensión de clase por re-gresar a bordo ebrio faltando catorce horas a su licencia, el 14 deenero en Alicante, y sobre el cabo segundo torpedista Miguel Cejas,que recibió igual sanción el 2 de enero por “perder deliberadamente lalancha, permaneciendo una noche en tierra”.328

El comandante reconoció que el éxito de la misión había sidoposible por la cooperación incondicional y sin límites que le prestótoda la dotación del buque. Los marinos argentinos volvían satis-fechos, pero también impresionados por la guerra civil que envol-vía a España: “Habéis tenido oportunidad de vivir intensamentedurante estos meses pasados una vida de trabajo y emociones, ha-béis tenido oportunidad de conocer países en lucha civil, uno enlucha armada y sangrienta y otro mediante el empleo de recursosque pueden llevarlo a situaciones de peligro y de esa contempla-ción se deduce enseguida la confrontación con las condiciones devida imperantes en nuestra Patria, la Gran Nación, la Gran Repú-blica Argentina, que ofrece a la vista su característica fundamentalde país democrático, de orden, de trabajo, de sanos sentimientos,de vitalidad y optimismo, por no citar sino algunas características,pero país, en suma, donde se ha realizado hace ya mucho tiempo elprincipio de igualdad ante la ley”.329

El 30 de junio de 1937, en medio de una gran multitud que concurrióa recibirlo, el torpedero Tucumán regresó al puerto de Buenos Aires.

327 AC, comando del Tucumán, orden de buque nro. 8/37, en navegación, 18 de junio de 1937.328 AGA, Tucumán, reservado, 1936-1937. Legajo 31.329 AC, comando del Tucumán, orden de buque nro. 8/37, cit..326 AC, Alicante, 25 de junio de 1937, de Barrera a Casari.

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5.7. La Legación uruguaya comienza a ser desalojada

A la Legación uruguaya también le correspondió las generales de laley, y Valencia decidió así no autorizar la salida de los asilados varo-nes comprendidos en edad militar, decisión que no implicó que el nue-vo consejero argentino, Guillermo de Achával, cejara en su intento deobtener la evacuación de todos los asilados, siempre con el nombredel doctor Saavedra Lamas como garantía, pero con la dificultad deque muchos de los anteriores evacuados por la embajada argentina deMadrid eran ahora firmes y efectivos sostenedores de la causa nacio-nal. El gobierno republicano era de la idea que si los asilados termina-ban al fin pasándose al campo enemigo, era lógico que se recibiera acambio alguna compensación mediante el canje de prisioneros.

Por otra parte, la situación del Cabo San Antonio no había sido total-mente solucionada, pues el Poder Judicial argentino consideraba que pe-saban sobre el buque español interdicciones y, de hecho, éste seguía vara-do en Buenos Aires. Un largo pleito se entabló entre la embajada delgobierno republicano y la agencia local de la compañía Ibarra. Finalmentese logró conservar el derecho a la posesión del barco, quedando el buquefondeado en Buenos Aires para zarpar recién el 20 de abril de 1939.

Luego de las consabidas gestiones, que incluyeron viajes a Madrid,entrevistas con Azaña, Giral y Ureña, Guillermo de Achával consiguióla anuencia oficial para comenzar a evacuar a los alojados en la Lega-ción uruguaya. El 28 de junio fueron autorizados a salir los hombresmayores de cuarenta y cinco años, las mujeres y los niños, realizándo-se el primer embarque el 14 de julio: “Se encuentran en Valencia unadocena de asilados y acompañantes de la Legación uruguaya; partenel lunes en un vapor inglés”.330 Un peligroso incidente, sin embargo,se había producido cuando el contingente pretendió abandonar Ma-drid. El convoy fue detenido por las autoridades militares madrileñas,por espacio de cuatro horas, para realizar un control. El pasaje fueautorizado a seguir, con excepción del señor Manuel Ríos Álvarez,cuya presencia en el contingente fue cuestionada y se terminó porencarcelarlo. Achával, merced a una rápida reclamación, logró que al

día siguiente Ríos Álvarez fuera reintegrado a la Legación uruguaya,aunque tuvo que aguardar a la próxima evacuación.

El 6 de agosto, una nueva expedición partió de Madrid dirigida porel asesor letrado de la embajada argentina, Felipe Merchant, partici-pando de ella, entre otros Simón Núñez Maturana –antiguo presiden-te de la Diputación de Madrid y casado con una uruguaya–,331 la seño-ra de Cordeiras, el doctor R. Alonco y su familia, María Victoria deMéndez Vigo y una hija. Alojados en un refugio valenciano, esperaronallí hasta que el día 13 fueron evacuados en el buque hospital de laCruz Roja inglesa Maine, rumbo a Marsella. Otro embarque de im-portancia se realizó el 15 de septiembre desde Valencia, cuando unnumeroso grupo de mujeres y niños fueron evacuados en el vaporinglés Gilbert Zerjon.

La difícil misión que el gobierno de la República Oriental del Uru-guay le había encomendado a la Argentina quedó prácticamente con-cluida el 17 de octubre de 1937 cuando sesenta asilados, en su mayo-ría hombres, abandonaron la Legación uruguaya en Madrid para zar-par desde el puerto de Valencia dos días después. Aunque ello resulta-ba obvio, dadas las circunstancias, Achával volvía a reconocer que:“[...] para obtener ese resultado había contado con la buena voluntaddel gobierno de Valencia”.332

No obstante, no pudieron ser evacuados noventa hombres en edadmilitar asilados en la Legación uruguaya, de acuerdo a las restriccio-nes impuestas por el gobierno republicano.333 Los mismos permane-cieron en el local hasta el fin de la guerra.334

5.8. La Argentina, entre la República Española y la España Na-

cional

Los círculos oficiales de la Argentina comenzaron a cuestionar se-riamente la posibilidad de retirar el apoyo diplomático a la Repú-

330 AMREA, caja 3, tomo VII, cit., Valencia, 10 de julio de 1937, de Achával a SaavedraLamas.

331 JAVIER RUBIO, cit., p. 155.332 Memoria del Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto. Memoria ... cit., 1937/

1938, T. I, p. 43.333 JAVIER RUBIO, cit., que tuvo ocasión de consultar la documentación correspondienteal Ministerio de Estado español consigna una cifra de setenta y cinco hombres.334 Memoria del Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto. Memoria ... cit., 1937/

1938, T. I, p. 45.

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blica Española, para inclinarse por reconocer al gobierno de Bur-gos.

Una áspera polémica, que tuvo lugar en la Cámara de Diputadosen el mes de mayo de 1937, fue reflejo de las generalizadas dubitacio-nes en que se debatían tanto los órganos de poder, como la opiniónpública, en lo que al tema de la Guerra Civil Española se refería. Eldiputado nacional por la Capital Federal, Enrique Dickmann, presen-tó en su sesión del día 19 de mayo a la Cámara a la cual pertenecía, unproyecto de declaración que fue objeto de encontradas opiniones ylargas discusiones en su seno. El texto decía: “La Honorable Cámarade Diputados de la Nación Argentina saluda en el aniversario de suRevolución de Mayo, a las Cortes de la República Española; y hacevotos por el pronto triunfo de su gobierno constitucional y legal, ypor el total restablecimiento de sus formas republicanas y democráti-cas, augurando al mismo tiempo al fecundo, laborioso y heroico pue-blo español una era de paz dentro de las normas de verdad política yjusticia social”.335

El diputado capitalino quiso hacerse así eco del sentir de una im-portante parte de los argentinos que, al igual que en España, se habíapronunciado resueltamente por uno de los dos bandos. Las palabrasque utilizó para fundamentar su minuta exaltaban los conceptos repu-blicanos de la democracia como esperanza del mundo, la supremavaloración del bien de la libertad y la justicia como aspiración de lahumanidad toda. Dickmann no ocultó su posición en ningún momen-to: “Pertenezco a aquellos ciudadanos que han saludado alborozadosen el año 1931 la caída fatal e inexorable de una monarquía en deca-dencia, y el advenimiento pacífico de la república, por un acto de vo-luntad del pueblo español expresado libremente en las urnas”.

El fervor del legislador porteño, se manifestaría al historiar el pro-ceso que desembocó en la contienda civil, levantando las protestas dealgunos diputados que no tardaron en caer en la polémica: “Españadominada por un militarismo prepotente y levantino y por una iglesiaanquilosada en el dogma y la superstición”, el apoyo brindado por el

“pagano fascismo italiano y el anticristiano hitlerismo alemán” al ejér-cito faccioso. Concluido el término de quince minutos concedido alorador, Dickmann solicitó una prórroga para culminar su exposición.Sin embargo, la sesión debió ser levantada pues muchos diputados,disgustados por sus palabras, habían optado por abandonar el recintoy se negaban a reingresar para votar.

Al día siguiente Dickmann pudo continuar su alocución, siempredentro de la misma tónica, pero ya atenazado por la oposición dealgunos legisladores que el día anterior habían boicoteado el quórum.Los conservadores argentinos, que parecían repetir las acusacionesde la derecha española, tampoco se callaron: si se había nombrado aAlemania e Italia, Rusia fue ejemplo de despotismo, y su ayuda, aúnmás comprometedora para la República Española.

El diputado por la provincia de Buenos Aires Korn también usó lapalabra para rememorar el nacimiento de la Segunda República, enu-merando una extensa lista de intelectuales y científicos que respalda-ban a la causa del gobierno del Frente Popular. El diputado Güiraldes,fatigado, al parecer, de tal despliegue intelectual, le espetó: “Elloshacen la viñeta y los otros mueren, ellos están emboscados mientraslos otros luchan.

“Sr. Korn: Qué pobre cosa su interrupción, señor diputado!“Sr. Güiraldes: Es una intervención muy lógica ante la lista enorme

de nombres desconocidos que ha pronunciado el señor diputado.“Sr. Korn: La manifestación del señor diputado, declarando que

los que acabo de citar son nombres desconocidos, quedará como lamuestra de la trágica incultura del sector de la derecha, en los analesdel Parlamento argentino”.336

La pasión había ganado los debates, al punto de hacerle expre-sar al diputado Solá: “Estamos olvidando que esto es el Parlamen-to argentino”.

El conservador Allperín afirmó la posición de su bancada, fundadaal igual que los grupos de izquierda, en la historia de España y de laArgentina que siempre habían mostrado a los dos pueblos íntimamen-

335 Congreso Nacional. Diario de Sesiones de la Cámara de Diputados, años 1936-1937,Buenos Aires, Imprenta y encuadernación del Congreso Nacional. Reunión n. 5, 1, sesiónordinaria, 19 de mayo de 1937, p. 182.

336 Diario de Sesiones de la Cámara de Diputados, años 1936-1937,cit., reunión n. 6, 20de mayo de 1937, p. 231.

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te ligados. Así fundamentaba el diputado su desaprobación a la mo-ción de Dickmann: “Vamos, también, a dar nuestro voto con todalealtad acerca del movimiento: ese movimiento popular de España,levantado en armas en una eclosión de rebeldías dignas de su gloriosatradición que busca con ello el afianzamiento del orden y la tranquili-dad de su noble pueblo”.337

La discusión fue centrándose en el texto del telegrama y su desti-natario la Nación Española o el gobierno español constitucional ensus Cortes. Esta simple salutación, mensaje común que solían enviarlas Cámaras argentinas a los gobiernos amigos, fue la excusa paradebatir y medir las fuerzas de las corrientes de opinión que se habíanpolarizado en uno u otro bando. Tampoco fue posible arribar a unadeterminación el día 20 de mayo. Al atardecer el presidente de la Cá-mara se vio obligado a levantar la sesión ante la falta de número.

El 21, la discusión del tema, sin perspectiva de acuerdo, continuó,tomando la palabra del diputado cordobés, Pizarro. Se inclinó por noenviar ningún saludo, pero intentando fundamentar jurídicamente unapostura menos apasionada y más racional. Al igual que otros legisla-dores, temía disgustar tanto a leales como a facciosos y crear a laArgentina difíciles situaciones posteriores. El que sería primer emba-jador argentino ante el gobierno de Francisco Franco, el doctor AdriánEscobar, intervino también pidiendo del Congreso una actitud de pres-cindencia absoluta. En personal concepción calificaría dentro del de-recho internacional a los rebeldes como a una “comunidad beligeran-te”, documentando su exposición con una larga enumeración de trata-dos y convenios, para terminar afirmando que la soberanía de Españaestaba dividida de hecho entre los gobiernos de Burgos y de Valencia.338

La proposición de Dickmann fue abonada por la intervención deldiputado Nicolás Repetto, que prefirió ahondar en el matiz histórico yfilosófico de la Guerra Civil Española, asombrado ante la indiferenciageneralizada y la frialdad de muchos frente a las innumerables trage-dias humanas que allí se vivían. Su propuesta fue apoyar al legítimogobierno español, ayudándolo a sostenerse y luchar también porque

no se produjera el aniquilamiento de la “otra España”. Su discurso fueuno de los memorables de aquella polémica, especialmente en los tra-mos que se refería al vínculo hispanoamericano. Cuando al decir que“nos interesa el porvenir de España como si fuera el nuestro”, culmi-nó siendo ovacionado al exclamar: “Pero, como no nos va a interesarla suerte política de España, la República de España, si es con España,junto a ella, guiados o alentados por ella, como habrá de realizarse laacción ulterior histórica de estos países hispanoamericanos!”.

Las opiniones, como en un interminable contrapunto, se fueronsucediendo, buscando de agregarse un nuevo criterio, argumento omatiz. Cuando, pasadas las 18 horas, se llamó a votar, nuevamentemuchos diputados se negaron a ingresar al recinto. Dickmann no lo-graría que el tema volviera a ser debatido y aquel telegrama no llegó alas Cortes españolas, el 25 de mayo de 1937.

Durante ese mismo mes había caído el gabinete de Largo Caballero.En agosto en una entrevista entre el ex embajador de la República enLisboa, el historiador Claudio Sánchez Albornoz y el presidente Azaña,éste le reconoció que la guerra estaba perdida, pero que si por milagro seganase, en el primer barco que saliera de España tendrían que salir losrepublicanos, víctimas de los extremismos de anarquistas y comunistas.339

Durante el verano de 1937, a pesar del sostenido avance de lasfuerzas nacionales en el norte de España –con las tomas de Bilbao ySantander– el gobierno de Valencia intentó paralizar esa ofensiva vic-toriosa distrayendo a las fuerzas rebeldes con la reapertura de un nue-vo frente que atrajera hacia Madrid sus reservas. Tal, la justificaciónde la batalla de Brunete, un nuevo eslabón bélico, que no obtendríamás que la dilación de las operaciones.

El 31 de octubre, el jefe del Gabinete, dcotor Juan Negrín decretóel traslado del gobierno central a Barcelona. La Argentina seguiría ala República en este peregrinar previo a la derrota, y procedió así, altraslado de su sede diplomática, con fecha 10 de diciembre, precedidapor las embajadas de México, Rusia, Estados Unidos, Suecia, Bélgi-ca, Noruega y Gran Bretaña.

337 Diario de Sesiones de la Cámara de Diputados, años 1936-1937, cit., p. 236.338 Diario de Sesiones de la Cámara de Diputados, años 1936-1937, cit., reunión n. 7, 21de mayo de 1937, p. 271.

339 VICENTE PALACIO ATARD, prólogo, en CLAUDIO SÁNCHEZ ALBORNOZ,Dípticos de Historia de España, Madrid, Espasa-Calpe, 1984, p. 19.

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En enero de 1938, en la euforia que significó la victoria republica-na de Teruel, utilizada abundantemente por la propaganda socialista,el ministro de Instrucción Pública destituyó de sus cátedras a SánchezAlbornoz, Ortega y Gasset, Marañón, América Castro, Pittaluga, to-dos republicanos.

La reacción del ejército republicano hizo creer a la opinión mun-dial que la posición militar del gobierno era aún susceptible de serconsolidada y que la definición de la guerra civil no estaba tanpróxima, sin que ninguno de los dos bandos pudiera atribuirse unapreeminencia decisoria sobre el otro. La reapertura de la fronterafrancesa, el 17 de marzo de 1938, y la reorganización del EstadoMayor Central, prolongó la agonía de la República, aunque ya otrosgobiernos procedían a romper relaciones con ella. A fines de agos-to de 1937, el Vaticano había reconocido a las autoridades de Bur-gos como gobierno oficial de España, y el 21 de marzo de 1938 laCancillería limeña informaba a su similar de la Argentina que: “Elgobierno peruano ha roto relaciones diplomáticas con el GobiernoRepublicano español, encargando sus intereses a Chile y a la CruzRoja Internacional el amparo de 18 prisioneros españoles”.340 Tam-bién la Argentina aceptó hacerse cargo de los intereses de Austriaen España, pues aquel país había reconocido al gobierno nacionalen enero de 1938.

En febrero concluía en la Argentina el período presidencial del ge-neral Agustín Justo. Las elecciones habían ungido como nuevo presi-dente al doctor Roberto M. Ortiz, acompañado en la vicepresidenciapor Ramón Castillo. Fueron designados como ministro de Marina elvicealmirante León L. Scasso, y de Relaciones Exteriores y Culto,interinamente el doctor Manuel R. Alvarado, mientras se esperaba elarribo desde Roma –su anterior destino diplomático– de José MaríaCantilo. Aunque la inclinación hacia la España nacional del gabinetede Justo era un hecho, la República Española había contado con unrespetuoso respaldo de señalados funcionarios, comenzando por elcanciller Saavedra Lamas. La tesis doctoral de Silvina Montenegrocita un informe enviado desde Buenos Aires por el encargado de Ne-

gocios Felipe Jiménez de Asúa, donde el diplomático español afirma-ba: “su salida del Ministerio es muy lamentable para España. Siempreencontré en él, cuando menos, un hombre comprensivo que me dis-pensó las mayores atenciones”.341

El encargado de Negocios Guillermo de Achával sería testigo, ade-más de los constantes bombardeos que se descargaban sobre la ciu-dad, del nuevo cambio de gabinete producido en el seno del gobiernorepublicano, en el mes de abril de 1938.

El ejército franquista fue profundizando su ofensiva por el territo-rio gubernamental, en constante avance hacia el Mediterráneo. A lamomentánea detención de los nacionales, como consecuencia de labatalla del Ebro, siguió una fulminante contraofensiva que barrió lasúltimas energías de los combatientes republicanos. A fines de enero de1939 Barcelona fue finalmente ocupada. El presidente Manuel Azañaabandonó el territorio y se instaló en Francia, mientras Negrín, sedirigió a la zona centro-sur del país, aún en poder de las fuerzas gu-bernamentales.

El 10 de febrero, toda la frontera española fue cubierta por lasfuerzas franquistas, y Azaña terminó por renunciar. El obligado suce-sor, es decir, el titular del Parlamento, Diego Martínez Barrio, decidióno hacerse cargo del gobierno: Negrín, sin presidente de Estado y sinCortes, constituía una autoridad carente de bases que justificaran susustento legal, a pesar que los republicanos conservaban aún un terciodel territorio español, Madrid y Valencia incluidas.

Hasta ese momento, la Argentina mantenía relaciones diplomáticasnormales con las autoridades republicanas. En su autobiografía, elentonces embajador en Buenos Aires, Ángel Ossorio y Gallardo –acreditado en junio de 1938–, comparando sus anteriores misiones enBruselas y París, comentaba: “Por primera vez me hallé bien recibido.El presidente Ortiz no era frío y grosero como el rey Leopoldo, niestrictamente protocolario como Lebrun. Era sencillo, atento y afectuo-so, tanto como se puede en estos casos. Recuerdo que me preguntó cualera mi opinión sobre el comunismo de España. Yo le respondí con desen-fado ciertamente poco diplomático: – No se preocupe, señor presiden-

340 Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto. Memorias, 1937-1938, cit., p. 44. 341 SILVINA MONTENEGRO, La guerra civil española y la política argentina, cit., p. 45.

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te. En España no puede cuajar el comunismo por la sencilla razón deque allí somos todos anarquistas, incluso los embajadores”.342

Mientras tanto el delegado de Franco y quien centralizaba la pro-paganda del gobierno de Burgos, Juan Pablo de Lojendio, se movíacon gran libertad en los diversos círculos de la capital argentina.

Conversaciones mantenidas en Londres en la última semana de fe-brero, entre el embajador argentino acreditado ante el Reino Unido,Tomás Le Breton –había sido trasladado allí desde Francia en 1938– yel delegado oficioso del general Franco, duque de Alba, dieron a laArgentina la certeza de que el triunfo nacional estaba consumado yque tanto Francia como Inglaterra se hallaban prontas a reconocer algobierno de Burgos –así lo harían el 27 de febrero. En vista de todoslos antecedentes, y dada la inexistencia de gobierno de la República,el Poder Ejecutivo Nacional, estimó suspendidas las relaciones conella. El 25 de febrero, la Cancillería daba a publicidad un comunicadode prensa expresando que: “Las informaciones recibidas posterior-mente han confirmado que ese gobierno ha sido sustituido práctica-mente en el territorio español por el gobierno del general Franco, ejer-cido desde Burgos en condiciones notorias de estabilidad y organiza-ción, que han justificado su reconocimiento por numerosos Estadosextranjeros”.343 Señalándose después: “Se demostraba el criterio jurí-dico sostenido por la Cancillería argentina durante el largo proceso dela revolución española, consistente en el mantenimiento de las rela-ciones diplomáticas con el gobierno de Barcelona mientras éste per-manecía en territorio español, y con el de Burgos cuando éste logrósobre dicho territorio una completa hegemonía”.344

El gobierno argentino, atendiendo al pedido formulado por el agentede Burgos, procedió al reconocimiento oficial del mismo, para establecercon las nuevas autoridades las relaciones de práctica. La tarde del 26 defebrero, Ossorio y Gallardo, abandonó la sede diplomática ubicada en la

345 Memoria del Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto. Memoria ... 1938/1939, T.

I, p. 174.346 BEATRIZ J. FIGALLO, El protocolo Perón-Franco. Relaciones hispano-argentinas.

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342 ÁNGEL OSSORIO, “La España de mi vida”. Autobiografía, Buenos Aires, Losada,1941, p. 178.343 Memoria del Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto. Memoria ... 1938/1939, T.

I, p. 173.344 AMREA, Varios, 1940, Caja 4271, Legajo 7. Algunos aspectos de la labor de la Can-cillería argentina desde septiembre de 1938 hasta agosto de 1939, p. 2.

avenida Alvear y calle Bustamante, y se instaló en un hotel. Juan Pablo deLojendio e Irure fue designado por el gobierno nacional como encargadode Negocios a cargo de la representación española. Ossorio agradecería alos funcionarios de la Cancillería argentina que le permitieron cumplirdecorosamente el trámite, al entregar la embajada al secretario generaldel Ministerio, Luis Castiñeiras, y no en propia mano a Lojendio, quepasadas las 17.30 horas se apersonó en el 2975 de la avenida Alvear,acompañado por Francisco de Amat y José Ignacio Ramos para ha-cerse cargo del local, de sus muebles, enseres y archivo.

El 27 de febrero el Ministerio de Relaciones Exteriores oficiaba algobierno de Burgos una carta oficial dirigida al ministro de AsuntosExteriores de Burgos, teniente general Francisco Gómez Jordana,donde daba cuenta de la decisión del gobierno de Ortiz: “[...] de acuerdocon lo que se ha convenido entre los dos gobiernos, el Gobierno ar-gentino ha resuelto, como un medida de momento y hasta tanto seresuelva el nombramiento de embajador, designar al cónsul generalargentino en Lisboa, señor Ramón L. de Oliveira César para que, conel carácter de encargado de negocios ‘ad-hoc’, represente al Gobier-no argentino ante el gobierno de V.E., quedando así establecido deinmediato el contacto diplomático entre nuestros dos países para biende sus intereses recíprocos”.345

Aunque el próximo embajador de la Argentina en España, doctor AdriánEscobar, no asumiría sus funciones sino hasta noviembre de 1940, el go-bierno de Buenos Aires, con una superproducción cerealera que se lopermitía, concedió desde principios de 1939 amplios créditos al gobiernonacional, erigiéndose en el mayor exportador a España ese año. El 28 defebrero se dispuso la venta de 200.000 toneladas de trigo; el 2 demarzo, de 15.000 toneladas de avena y 15.000 de cebada; 200.000 detrigo el 18 de julio, 300.000 el 2 de diciembre y 100.000 más el 11.346

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DIPLOMÁTICOS Y MARINOS ARGENTINOS DURANTE LA CRISIS ESPAÑOLA

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DIPLOMÁTICOS Y MARINOS ARGENTINOS DURANTE LA CRISIS ESPAÑOLA

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Índice

Introducción 7

Capítulo I: Reencuentros y asimetrías del vínculo

hispano-argentino .......................................................................131.1. Desde el desastre de 1898 .......................................................131.2. El Radicalismo en el poder y Primo de Rivera .........................191.3. La Argentina conservadora y la República Española ...................401.4. Críticas políticas y concertaciones económicas ......................451.5. El embajador García Mansilla ..............................................501.6. El triunfo del Frente Popular. Preparativos para los asilos ........53

Capítulo II: La Argentina y el inicio de la Guerra

Civil Española .........................................................................552.1. El alzamiento militar español ......................................................552.2. Los primeros asilos diplomáticos de la Guerra Civil ...............582.3. Los residentes argentinos ....................................................652.4. La embajada argentina en Madrid ........................................712.5. La convocatoria a la Armada Argentina:

el crucero 25 de Mayo .......................................................792.6. Prescindencia y gestiones mediadoras ..................................85

Capítulo III: La organización de una política internacional .....953.1. El terror y la huida .................................................................953.2. Saavedra Lamas en Europa: el auge de una carrera ...............1033.3. Pérez Quesada y el perfil de una gestión ................................107

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3.4. El gobierno de Largo Caballero y las negociacionesdiplomáticas por los asilados ................................................110

3.5. Los asilos navales .................................................................1283.6. Madrid sitiada y la demora del tiempo de las evacuaciones .....1363.7. Engranajes de la solución argentina: el torpedero Tucumán

y el Consulado de Alicante ...................................................147

Capítulo IV: La liberación de la embajada argentina

en Madrid ..................................................................................1654.1. Condicionamientos para la salida de los asilados ..................1654.2. El problema de los asilados en la Sociedad de las Naciones ....1734.3. Los compromisos asumidos y las reacciones ..........................1774.4. Embarques de políticos y militares, ricos y pobres,

españoles y argentinos ..........................................................1804.5. Un auxilio ampliado .............................................................1884.6. La Argentina traslada su embajada a Valencia .......................1944.7. Los pedidos de auxilio y los embarques clandestinos ............1964.8. Irregularidades de algunos representantes argentinos ............2014.9. Los asilos latinoamericanos ..................................................2034.10. El Cabo San Antonio y la Legación uruguaya .....................2064.11. Los argentinos indigentes ....................................................2114.12. Chile gravita para lograr la permanencia del Tucumán

en España ...........................................................................213

Capítulo V: La Argentina en el ocaso de la República ............2155.1. Nuevas órdenes, mayores controles ......................................2155.2. Evacuación en la embajada chilena .......................................2175.3. El capitán Casari ..................................................................2205.4. En el norte español ...............................................................2235.5. El Tucumán recibe la llamada de los diplomáticos .................2265.6. El distanciamiento argentino, la crisis republicana y los

peligros externos ..................................................................2325.7. La Legación uruguaya comienza a ser desalojada .................2405.8. La Argentina, entre la República Española y la

España Nacional ...................................................................241

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Este libro se terminó de imprimir

en el mes de abril de 2007

en Latingráfica. Rocamora 4161

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