Ejemplos topografías
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CEIP Mediterráneo,5º A
LENGUA TEMA 9
Gabriel Miró ofrece en el siguiente texto una visión lírica del campo de la
costa alicantina.
Texto de Gabriel Miró
Tierra de labranza. Olivos y almendros subiendo por las laderas;
arboledas recónditas junto a los casales; el árbol de olor del
Paraíso; un ciprés y la vid en el portal; piteras, girasoles, geranios
cerrando la redondez de la noria; escalones de viña; felpas de
pinares; la escarpa cerril; las frentes desnudas de los montes,
rojas y moradas, esculpidas en el cielo; y en el confín, el peñascal
de Calpe, todo de grana, con pliegues gruesos, saliendo
encantadoramente del mar; una mar lisa, parada, ciega, mirando al
sol redondo que forja de cobre lo más íntimo y pastoso de un
sembrado, un tronco viejo, una arista de roca, un pañal tendido, y,
encima de todo, el aliento de la anchura, el vaho de sal y de miel
del verano levantino cuando cae la tarde. Y entonces Sigüenza
percibe el grito interior sobrecogido: “¡Campo mío!” Ya se ve, sin
verse, en el agua de los riegos que corría, que la cal de los
cortinales, en el temblor de los chopos, en el azul, en todo lo que le
rodeaba. Como en esa tarde vino en aquel tiempo. El olor de los
viejos campos de la Marina, como el olor de su casa familiar en la
felicidad de los veranos de su primera juventud. Pero no
pareciendo que “fuese ayer”, o pareciéndolo precisamente porque
entonces sentimos todo lo contrario. Y porque nos oprime la
verdad del tiempo devanado tuvo más fuerza alucinante la emoción
de esta hora que se había quedado inmóvil para Sigüenza desde
entonces. Y hasta hizo un ademán suave de tocarla, de empujarla,
queriendo que volviese a caminar a su lado. Una lente lírica le
acercaba a sí mismo. En ese algarrobo desgarrado, en aquella
quebrada, en un contorno de una colina, en una tonalidad, en un
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rasgo preciso, debió de dejarse más hincada su mirada,
y ahora, entre todo, se le presentaba, no el recuerdo óptico y
casuístico, sino la misma mirada, la sensación de su vida, que se
había envejecido allí, y ahora le salía para verle pasar, a veinte
años de distancia...
GABRIEL MIRÓ, Años y leguas . (La llegada).
• Apoyo léxico
Casal. Casería, casa de campo (con edificios dependientes y fincas rústicas unidas o
cercanas a ella).
Felpa. Tejido de seda, algodón, etc., que tiene pelo por la haz. (Felpar. Cubrir con vello u
otra cosa a manera de felpa).
Escarpa. Declive áspero de cualquier terreno.
Cerril. Aplicase al terreno áspero y escabroso.
Cortinal. Pedazo de tierra cercado, inmediato a pueblo o casa de campo, que
ordinariamente se siembra todos los años.
Breve aproximación al texto de Gabriel Miró
La mirada de Gabriel Miró se asemeja al objetivo de una cámara fotográfica que va
enfocando diferentes planos del paisaje, enmarcándolos sucesivamente en riguroso orden
(A+B+B+D...+N elementos): tierras de labranza, olivos, almendros, girasoles, viñas,
montes...
Y su aguda sensibilidad recoge, en bellas palabras, las sensaciones que le llegan del campo
de Calpe: sensaciones visuales (“las frentes desnudas de los montes, rojas y moradas”;
etc.); sensaciones táctiles (los pliegues gruesos del peñascal de Calpe; etc.); sensaciones
olfativas y gustativas (“el vaho de sal y de miel del verano levantino cuando cae la
tarde”; etc.) Gabriel Miró es un maestro en la recreación de este tipo de estampas.
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Y esta otra es la descripción de Palencia ofrecida por Sánchez Ferlosio.
Texto de Sánchez Ferlosio
Palencia era clara y abierta. Por cualquier parte tenía la entrada franca y alegre y se
partía como una hogaza de pan. La calle mayor tenía soportales de piedra blanca y le
daba el sol. Las torres también eran blancas, bajas y fuertes y, el río, maduro y
caudaloso. Al otro lado del río estaba la vega poblada de viñas, hortalizas y árboles de
frutas; surcada de canales. Por los canales iban las barcazas llevadas por mulas que
tiraban de maromas desde la orilla y resbalaban con sus cascos en el fango. El agua de los
canales tomaba, con el poniente, un color lánguido y fecundo de azul blanquecino con
reflejos verdes o rojos.
SÁNCHEZ FERLOSIO, Industrias y andanzas de Alfanhuí.
Octavio Paz, El mono gramático
Tras mi ventana, a unos trescientos metros, la mole verdinegra de la
arboleda, montaña de hojas y ramas que se bambolea y amenaza con
desplomarse. Un pueblo de hayas, abedules, álamos y fresnos congregados
sobre una ligerísima eminencia del terreno, todas sus copas volcadas y
vueltas uns sola masa líquida, lomo de mar convulso. El viento los sacude y
los golpea hasta hacerlos aullar. Los árboles se retuercen, se doblan, se
yerguen de nuevo con gran estruendo y se estiran como si quisiesen
desarraigarse y huir. No, no ceden. Dolor de raíces y de follajes rotos,
feroz tenacidad vegetal no menos poderosa que la de los animales y los
hombres. Si estos árboles se echasen a andar, destruirían a todo lo que se
opusiese a su paso. Prefieren quedarse donde están: no tienen sangre ni
nervios sino savia y, en lugar de la cólera o el miedo, los habita una
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obstinación silenciosa. Los animales huyen o atacan, los árboles
se quedan clavados en su sitio. Paciencia: heroísmo vegetal.
Veamos un ejemplo en la descripción que realizó Gabriel García Márquez sobre
Macondo en Cien años de soledad.
"Macondo era entonces una aldea de veinte casas de barro y cañabrava
construidas a la orilla de un río de aguas diáfanas que se precipitaban por un
lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos. En
pocos años Macondo fue la aldea más ordenada y laboriosa que cualquiera de
las conocidas hasta entonces por sus tres cientos habitantes. Era de verdad
una aldea feliz, donde nadie era mayor de treinta años y donde nadie había
muerto."