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Una lectura con juegos para descubrir a los clásicos El Cid El Cid Josefina CAREAGA RIBELLES

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¿¿FFuuee eell CCiidd uunn vvaassaalllloo ttrraaiiddoorr aall rreeyy AAllffoonnssoo VVII??¿¿OO ppoorr eell ccoonnttrraarriioo ffuuee eell vvaassaalllloo mmááss lleeaall qquuee nnuunnccaa hhaa eexxiiss--ttiiddoo?? ¿¿FFuuee jjuussttoo ssuu ccoommppoorrttaammiieennttoo ccoonn ssuuss yyeerrnnooss llooss ccoonnddeess

ddee CCaarrrriióónn?? ¿¿OO ssuu vveennggaannzzaa ffuuee ddeemmaassiiaaddoo ddéébbiill??

El presente libro es una recreación de uno de los cantares degesta más importantes de la literatura española: el Poema deMio Cid.El gran número de aventuras que le suceden a su protagonista,Rodrigo Díaz de Vivar, caballero castellano que trata de recu-perar la honra perdida, convierten este relato en una lecturaimprescindible para los jóvenes, que tendrán la oportunidad deconocer tanto la historia como la cultura de la Edad Mediapeninsular.

Este texto está ilustrado y resulta muy apropiado para jóvenesde edades comprendidas entre once y catorce años.

Cada capítulo incluye:

• juegos para agudizar la atención del joven lector y compro-

bar su comprensión del relato y del vocabulario;

• páginas de documentación para enriquecer su cultura gene-

ral y su conocimiento de la época.

Las soluciones a los juegos y el índice de nombres que se incluyen alfinal del libro facilitan su utilización, tanto en la clase como en casa.

ISBN 978-84-460-3260-1

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para descubrir a los clásicos

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Una lectura con juegospara descubrir a los clásicos

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www.akaleducacion.com

•Agamenón y la guerra de Troya•Los viajes de Ulises•Julio César y la guerra de las Galias•Erik y Harald, guerreros vikingos•Lanzarote y los caballeros de la Tabla Redonda•Jasón y el vellocino de oro•Moisés•Isis y Osiris•Sherezade y las Mil y Una noches•Los trabajos de Hércules

•Edipo•Teseo y el Minotauro•Rómulo y Remo•De Apolo a Zeus•El cantar de Roldán•Boabdil y el final del reino de Granada•Tirant lo Blanc•El Inca de Cuzco•Drácula, el vampiro de Transilvania

Josefina CAREAGA RIBELLES

Títulos publicados

4959 El Cid:ODISEAS 8/4/11 13:17 Página 1

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Ilustraciones deDavid Ouro

JosefinaCareaga Ribelles

Una lectura con juegospara descubrir a los clásicos

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EN LA MISMA COLECCIÓN

Anne-Catherine VIVET-RÉMYAgamenón y la guerra de Troya

Los viajes de UlisesLos trabajos de Hércules

EdipoRómulo y Remo

Lanzarote y los caballeros de la Tabla RedondaTeseo y el MinotauroDe Apolo a Zeus

Béatrice BOTTETIsis y Osiris

Bruno DOUCEYMoisés

Brigitte ÉVANOErik y Harald, guerreros vikingos

Florence LANGEVINSherezade y las Mil y Una Noches

Anne-Marie ZARKAJulio César y la guerra de las Galias

Magali WIÉNERJasón y el vellocino de oro

VALPIERREEl cantar de Roldán

Josefina CAREAGA RIBELLESBoabdil y el final del reino de Granada

Jesús MAIRE BOBESTirant lo Blanc

Jorge M. JUÁREZEl Inca de Cuzco

Jorge M. JUÁREZDrácula, el vampiro de Transilvania

Reservados todos los derechos. De acuerdo a lo dispuesto en el art. 270 del Código Penal, podrán ser castigados con penas

de multa y privación de libertad quienes sin la preceptiva autorización reproduzcan, plagien, distribuyan o comuniquen públicamente, en todo o en parte,

una obra literaria, artística o científica, fijada en cualquier tipo de soporte.

© Josefina Careaga Ribelles, 2011© de las ilustraciones, David Ouro, 2011

© Ediciones Akal, S. A., 2011Sector Foresta, 1

28760 Tres CantosMadrid - EspañaTel.: 91 806 19 96Fax: 91 804 40 28

www.akaleducacion.com

ISBN: 978-84-460-4924-1

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SumarioPáginas

Introducción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 5

1. EL DESTIERRO. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 8

I.– Camino de Burgos . . . . . . . . . . . . . . . 8

II.– Despedida en San Pedro de Cardeña y toma de Castejón . . . . . . . . . . . . . . 23

III.– Conquista y defensa del castillo de Alcocer. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 35

IV.– El rey recibe a Minaya. El Cid se enfrenta al conde de Barcelona . . 48

V.– El Cid por tierras valencianas. . . . . . . 60

VI.– Jimena y sus hijas en Valencia . . . . . 72

VII.– Yusuf intenta recuperar Valencia . . . . 90

2. LAS BODAS. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 103

VIII.– Encuentro de Alfonso VI con el Cid . . 103

IX.– Las bodas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 118

3. LA AFRENTA DE CORPES. . . . . . . . . . . 130

X.– Los infantes de Carrión son humillados 130

XI.– El robledal de Corpes. . . . . . . . . . . . . 142

XII.– El juicio . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 154

XIII.– La lid . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 169

Conclusión . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 183

Soluciones a los juegos . . . . . . . . . . . . . . . 189

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Los héroes clásicos continúan apasionando a los jóvenes y alos adultos: sus aventuras, al mismo tiempo que dan a cono-cer las culturas antiguas o medievales, nos muestran de nue-vo, de un modo simbólico, todas las situaciones típicas de lacondición humana.La colección Para descubrir a los clásicos permite descubrir a

los jóvenes los grandes mitos que son el origen de nuestracultura y las epopeyas históricas de las grandes civilizacionesdel pasado. Los libros presentan textos originales divididos enbreves episodios ilustrados, fáciles de leer y completados conpáginas de juegos y documentación.

Estas páginas permiten al joven lector:

• comprobar la comprensión del texto a partir de preguntassimples pero fundamentales sobre la acción, los persona-jes y el sentido de las palabras importantes;

• memorizar el vocabulario respondiendo a algunos juegoso resolviendo los crucigramas;

• hacerse con un caudal de conocimientos culturales gracias ala gran cantidad de informaciones relacionadas con la ci-vilización, la cultura o el contexto histórico en el cual seinserta el relato.

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Introducción

Introducción

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La historia de Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid Campeador,que a continuación vas a leer, está basada en el Poema

de mio Cid o Cantar de mio Cid, pues por los dos títulos esconocido un libro escrito en el año 1207 por un monjellamado Per Abbat. En realidad, este monje, según la ma-yoría de los especialistas en el tema, lo que hizo fue trans-cribir una historia que encontró en otro texto mucho másantiguo, ya desaparecido. Este primer texto fue escrito enel siglo XII y, según Menéndez Pidal, en él intervinieron dosautores. Hay también quien opina que Per Abbat no se li-mitó solamente a transcribirlo en el siglo XIII, sino que pu-diera ser el autor del mismo. El Poema de mio Cid nos cuenta la historia de un guerre-

ro legendario, mitad héroe, mitad leyenda, que vivió en elsiglo XI y se limita a narrarnos solamente una parte de lavida del Cid, la que transcurre desde el primer destierroque le impuso Alfonso VI, hacia el año 1081, es decir, cuan-do el Cid contaba treinta y ocho años aproximadamente,hasta su muerte en 1099, con cincuenta y seis años de edad,más o menos.Dicho manuscrito se encontró en el siglo XVI, en el Con-

sejo Medieval del pueblo de Vivar. En 1851 fue adquiridopor don Pedro José de Pidal, marqués de Pidal, quien lovendió en 1960 a la Fundación March por 10 millones depesetas, con la condición de que lo cediese a la Biblioteca

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Nacional de Madrid, en donde actualmente se encuentra.Consta de 74 páginas y se conserva en bastante mal esta-do. A ello no solo colaboró la baja calidad del pergaminoen el que fue transcrito, posiblemente de piel de cabra,sino también el poco cuidado que recibió en el siglo XIX,al ser tratado con algunos reactivos para descifrar párrafosilegibles que si bien en un primer momento permitían sulectura, poco después consiguieron deteriorarlo de formairrecuperable. Le falta una hoja en la primera parte y dosen la tercera. Como curiosidad diremos que existen enuna de las páginas dos pequeñas ilustraciones que repre-sentan dos rostros de mujeres con larga melena, posible-mente las hijas del Cid.La obra está dividida en tres apartados. El primero, titu-

lado «El destierro», narra las vicisitudes pasadas por el hé-roe hasta que se instala en Valencia. El segundo, «Las bo-das», relata los matrimonios de las hijas del Cid y el tercero,«La afrenta de Corpes», nos cuenta el mal trato que su-frieron las hijas y el juicio posterior al que fueron someti-dos sus maridos.El libro contiene una violencia desmedida en muchos pa-

sajes, que hoy nos podría asombrar, pero hay que situarseen aquella época para tratar de entenderla, aunque no dejustificarla.Los primeros autores del libro se basaron en relatos que

los juglares y trovadores iban recitando por los pueblospara entretenimiento de sus habitantes. Y fueron recogi-dos aproximadamente a los cien años de la muerte delCid, es decir, con bastante proximidad a los hechos que elprotagonista vivió. No obstante, ello no significa que estacercanía no modificase algunos acontecimientos, bien pornecesidades de rima, o para despertar mayor interés en elpúblico, mediante la exageración de algunos hechos o laexaltación de las virtudes de su héroe. No debemos olvi-

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dar que los juglares solían narrar de memoria todo el poe-ma y podía ser normal que modificasen algunos durante lainterpretación. En su parte final lleva el siguiente éxplicit: «A quien escri-

bió este libro déle Dios el Paraíso, amén. Per Abbat lo es-cribió en el mes de Mayo, era de mil y doscientos cuarentay cinco años», gracias al cual sabemos que el autor del ma-nuscrito fue Per Abbat y que lo terminó en el mes de mayode 1207 de la era cristiana. (La fecha 1245 corresponde a laera hispánica, es decir, cuando Julio César estableció la divi-sión de las provincias romanas, en el año 38 a.C.).Termina con unas frases escritas por otra mano que, tras

la fecha anterior, afirman: «Si el romance has leído, dadnosvino; si no tenéis monedas, dadnos prendas, que con cre-ces os las devolverán»: esta terminación, muy juglaresca,parece indicar que el libro se utilizó para ser recitado a lolargo del siglo XIII.

7Introducción

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1. EL DESTIERRO

— I —Camino

de Burgos

8 El Cid

CON SUS LARGAS barbas acariciadas por el viento, conlágrimas en los ojos, con la mirada baja, montado so-

bre su cabalgadura, se va preguntando Rodrigo Díaz,mientras deja su pueblo, Vivar, a sus espaldas, por qué eltraidor García Ordóñez le acusó, sin motivo, ante el reyAlfonso VI.El día es frío, amenaza lluvia e incluso podría nevar antes

de llegar a Burgos. La distancia no es mucha, pero aun asíllegarán muy entrada la tarde, es posible que ya casi de no-che, en una noche que amenaza ser muy fría y sin tener unlugar donde pasarla. Es una preocupación más, que se unea las muchas que ya tienen. El grupo lo forman dos o treshombres a caballo y los demás a pie. Caminan juntos, pe-gados los unos a los otros, como queriendo defendersedel frío que poco a poco va calando sus huesos. Todosellos, con Rodrigo Díaz al frente, van camino del destierro,abandonando sus pueblos de siempre, sus tierras, que, amedio cultivar, se echarán a perder. La última cosecha detrigo se quedará sin recoger y sus gentes, sus familias, vol-verán a sentir el hambre a la que ya están acostumbrados.Pero todos ellos han decidido seguir a Rodrigo en su des-

tierro, quieren ser solidarios, compartir la desgracia con sugeneroso vecino, algunos de ellos con su pariente de Vivaral que el rey Alfonso expulsa de su pueblo y de su Casti-lla, por la que tanto ha luchado.

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Con la mirada perdida en las suaves ondulaciones que se-paran Vivar de Burgos, en aquella mañana fría va recordandoRodrigo Díaz los hechos que han provocado su destierro.No desea hablar con nadie y va solo delante, a un caballo dedistancia de sus acompañantes, pues quiere rememorar y, sies posible, proyectar alguna luz sobre los acontecimientosque tanto van a modificar su vida a partir de ahora.Alfonso VI nunca lo miró con los mismos ojos que San-

cho II, que le había nombrado alférez de su ejército. Cuandoeste murió en el cerco de Zamora, asesinado por Belli-do Dolfos, Alfonso fue proclamado rey de Castilla y León yRodrigo Díaz tuvo la osadía de exigir a Alfonso que, antes dereconocerlo como su rey y señor, jurase en la iglesia de San-ta Gadea de Burgos que no había tenido ninguna participa-ción en la muerte de su hermano. Y delante de sus súbditosse negó a besarle la mano hasta que no hubiese jurado.A Alfonso VI no le sentó bien semejante atrevimiento,

pero aceptó jurar y así lo hizo. Entonces Rodrigo lo reco-noció como su rey y señor, pero a pesar de eso muchoscambios se producirían en la vida de Rodrigo.El primero de ellos fue ser destituido de su cargo y susti-

tuido por García Ordóñez, hombre noble y próximo a Al-fonso VI.También recordaba cómo defendió al rey de Sevilla, Mo-

támid, cuando fue atacado por el rey de Granada, Abdallah,amigo del conde García Ordóñez. Al enterarse Rodrigo Díazde este ataque, le avisó de que si atacaba a Motámid, que pa-gaba anualmente las rentas a su rey Alfonso, se las vería conél y defendería con la espada las parias, tan necesarias parael reino. Poco caso hizo Abdallah del aviso e invadió las tie-rras de Sevilla, apoderándose de cuanto pudo. No tardó Rodrigo en presentarse en Sevilla, como había

prometido, pero ahora con un doble motivo, no solo paradefender a Motámid, sino también para cobrar las rentas de

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su rey. Se enfrentaron en el pueblo de Cabra en desigualbatalla que durante largo tiempo fue muy comentada, yaque el ejército del Cid, con muchos menos hombres, se en-frentó a un ejército mucho más numeroso, al que consiguióderrotar. La humillación que sufrió García Ordóñez quedóreflejada en un sobrenombre que le acompañó durante elresto de su vida. Se le conoció como don García de Cabra,en recuerdo del sitio donde tuvo lugar la batalla.Además de liberar al rey de Sevilla, derrotar a Abdallah

y a García Ordóñez, a los que tuvo prisioneros durantetres días en Cabra, Rodrigo cobró las parias. Motámid, ensu agradecida despedida, le llenó de presentes para quese los llevase a Alfonso VI y desde ese momento le quisohonrar aún más añadiendo a su nombre el de Cid Cam-peador, es decir, «mi señor el batallador».El Cid liberó al rey de Granada, que volvió a su ciudad,

rumiando su derrota, pero se llevó consigo a García Or-dóñez para entregárselo al rey. Este le agradeció lo bienque había cumplido su encargo y los presentes que le en-tregó de parte del rey de Sevilla. Pero García Ordóñez, humillado por la derrota sufrida y

una vez ante el rey, acusó a Rodrigo de haberse quedadocon parte de las parias cobradas a Motámid. El rey Alfonsono le creyó, pues la honradez de Rodrigo era de sobra co-nocida. Pero Alfonso VI seguía sin poder olvidar el juramen-to de Santa Gadea. Y ante la duda de la grave acusación deltraidor García Ordóñez, apoyado, además, por algunos no-bles envidiosos del entorno del rey que no podían sopor-tar el prestigio que Rodrigo iba adquiriendo, decidió expul-sarle del reino y le comunicó que disponía de nueve díaspara abandonar las tierras de Castilla y de León.

Sumido en estos recuerdos, ve cómo Vivar se va perdien-do en la lejanía. Se ha dado cuenta de que en las puertas en-

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treabiertas de las casas asoman las cabezas de algunos veci-nos que le observan, sin atreverse a salir para darle el últimoadiós. Todos sienten en sus corazones una enorme tristeza alver partir para el exilio a tan noble vecino, al que quizá ya novuelvan a ver nunca más. Los perros de Vivar se mueven in-quietos, presagiando que ellos sí que no volverán a ver a suamo, ni podrán ya ladrar al paso de su caballo, ni corretearcon los demás perros cuando, alegres, salían de caza. Rodrigo vuelve de vez en cuando la cabeza para ver por

última vez su palacio vacío, con las puertas abiertas, sin susqueridos halcones, y tanta pena siente que, al mismo tiem-po que de sus ojos brota un triste llanto, de su alma bro-ta una oración:—¡Alabado seáis, Señor, que desde lo alto nos contem-

pláis! Bien conocéis que todo esto ha sido tramado pormis malvados enemigos.Pero… ¿por qué Alfonso VI creyó los embustes de Gar-

cía Ordóñez sin poner reparo alguno y sin hacer ningunacomprobación? Por la mente de Rodrigo Díaz pasa en-tonces la incursión que, sin el permiso del rey, realizó en losterritorios del rey musulmán de Toledo: sin duda que estotambién influyó en la decisión del monarca. Todos estos hechos van pasando por su cabeza mientras

se acerca a Burgos, que está cada vez más rodeado por unosnegros nubarrones, preludio de una copiosa nevada.Para él comienza una nueva vida. Pero no se siente solo,

ya que muchos de sus fieles vasallos y familiares, a los quehabía convocado al conocer su destierro, decidieron acom-pañarle. Y sobre todo va con él su sobrino, Alvar Fáñez.—¡Rodrigo, iremos con vos! Jamás os abandonaremos y

tanto nosotros como nuestras mulas y nuestros caballos es-tarán siempre a vuestro servicio a donde quiera que vayáis!Rodrigo agradeció las palabras de su pariente mientras

observaba a su derecha cómo esa ave parecida al cuervo,

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la corneja, volaba para ocultarse en la espesura del bosquey un viejo presagio acudió a su memoria.La pequeña comitiva, después de casi una jornada de mar-

cha, divisa a lo lejos la ciudad de Burgos. El Cid, ensimisma-do, con la mirada descansando en la crin de su cabalgadura,apenas se da cuenta de su proximidad. Sus pensamientos si-guen puestos en su rey, en lo que ha dejado en Vivar, y sesiente abrumado por los inciertos días que le esperan.Al entrar en la ciudad de Burgos, vuelven a ver la corne-

ja, esta vez volando a su izquierda, y la voz de su sobrinoAlvar Fáñez le grita:—¡Alegraos Rodrigo! El presagio es bueno. Es cierto que

nos han echado de Castilla, pero la corneja vuela ahora anuestra izquierda y eso indica que algún día volveremos a nuestras tierras.Mientras atraviesan las calles de Burgos son varias las ven-

tanas que se entreabren a su paso y dejan ver unos rostrosque se asoman: son los de los honrados burgaleses que,entristecidos por la noticia del destierro, quieren dar unaúltima y silenciosa despedida a su notable vecino, mientrascomentan en voz baja y también no tan baja:—¡Oh, Dios! ¡Qué buen vasallo, si tuviera buen señor!Con gusto lo acogerían en sus casas, pero desde que llegó

la carta real en la que se prohibía que se le diese posada,bajo terribles amenazas, las ventanas se cerraron y las posa-das no se atreven a abrirle sus puertas ni siquiera en aque-lla noche tan fría. Siente cómo ahora todas aquellas puertasse van cerrando a su paso, cuando en otros tiempos siem-pre estuvieron abiertas para él. Y recuerda con tristeza el bu-llicio y la alegría que reinaban antaño cuando le veían cruzarla ciudad.De pronto, una niña de unos nueve años sale decidida de

su casa, se planta delante del caballo del Cid y le dice:—Cid Campeador, sabed que el rey nos ha prohibido da-

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«Cid Campeador, sabed que el rey nos ha prohibido darosasilo. Nos amenaza con perder nuestras casas, e incluso

nuestros ojos, si lo hacemos…».

Camino de Burgos

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ros asilo. Nos amenaza con perder nuestras casas, e inclusonuestros ojos, si lo hacemos. ¡Oh, buen Cid, con nuestra des-gracia no conseguiríais nada. Que el Creador os proteja!Y con la misma decisión se vuelve a meter en su casa, ce-

rrando la puerta tras ella.Comprende Rodrigo Díaz que en la que siempre fue su

ciudad no va a encontrar el apoyo que ahora necesita, nitampoco un lugar donde pasar la noche. Cruza Burgos casisin detenerse, con la tristeza incrustada en su generoso co-razón, y sale por la puerta opuesta de la muralla, cruza elrío Arlanzón y manda montar una tienda en los arenales dela ciudad. No ha encontrado sitio mejor para pasar aquellanoche. La prohibición del rey llega incluso a que nadie pue-da venderle nada y son pocos los alimentos que portan.Una vez acampados y cuando la oscuridad reina en la ar-

boleda, aunque la hora no es muy avanzada, alguien seacerca: es Martín Antolínez, un buen burgalés, que, hacién-dose cargo de su situación, comparte el poco pan y el vinoque lleva consigo. Tanto el Cid como sus acompañantes leagradecen de todo corazón su generosidad.Al terminar con las pequeñas viandas que aquel buen

hombre ha compartido con ellos, le dice al Cid:—¡Oh, Rodrigo, nacido en buena hora, descansemos lo

que podamos esta noche, ya que mañana emprendere-mos la marcha! Y digo emprenderemos porque el rey Al-fonso me acusará a mí también de haberos ayudado y sucólera me alcanzará. Quisiera, si me lo permitís, acompa-ñaros en vuestro destierro. Soy pobre, tengo solo unas pe-queñas tierras miserables, que lo que producen a duraspenas llega para alimentar a mi mujer y a mi pequeña hija.A lo que responde el Cid:—¡Martín Antolínez, buen burgalés, os prometo que si vivo

os pagaré el doble de lo que ahora hacéis por mí! Pero porel momento no tengo ni oro ni plata y necesito alimentar a

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los que me acompañan. Si por las buenas no consigo algo dedinero, habré de lograrlo por la fuerza o mediante el enga-ño. Ayúdame a encontrar, aquí en Burgos y ahora, el modode pagar a los que conmigo vienen, pues esta gente tiene sufamilia y necesita enviarles algunas monedas.Después de desechar algunas ideas, difíciles de llevar a

cabo, dado el poco tiempo de que disponían, Martín An-tolínez recordó un ardid que le habían contado, el cual ha-bía dado buen resultado en otras ocasiones, y se lo co-municó a Rodrigo: —Construyamos dos arcones que llenaremos de arena

para hacerlos más pesados y adornémoslos con guadame-cil1 rojo y clavos dorados para que parezcan más atractivos.Se los llevaremos a los judíos Raquel y Vidas, prestamistasde la ciudad. Seguramente ya sabrán que el rey te ha des-terrado y que no te permite comprar nada en Burgos.»Además, como son muchas y pesadas las cosas que tie-

nes que llevar contigo, no puedes transportarlas todas y lesdiremos que te ves obligado a empeñar algunas por untiempo y por la cantidad que acordemos. Amparándonosen la oscuridad de la noche, les entregaremos los arcones. Al Cid le pareció ingeniosa la idea de Martín Antolínez. —¡Solo Dios sabe lo que me cuesta tener que hacer esto!

–respondió Rodrigo.Entre los desechos que les rodean buscan unas tablas,

con ellas construyen dos arcones, los llenan de arena, losarreglan lo mejor que pueden para que su aspecto tientea los dos judíos y, sin perder tiempo, Martín Antolínez cru-za Burgos y llega al barrio donde viven Raquel y Vidas. Es-tos están sentados en su pequeño y oscuro cuchitril, ya apunto de cerrar y ocupados en contar lo que en ese díahan ganado. Escuchan interesados y con suma atención lo

15Camino de Burgos

1 Cuero adobado y adornado con dibujos o relieves.

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que les propone aquel buen burgalés al que conocían deoídas y cuando termina se vuelven de espaldas a Martín ycomentan entre ellos: —Todos sabemos que el Cid fue enviado a cobrar las

parias a tierra de moros y que se trajo gran cantidad de di-nero: una vez que tengamos esos dos arcones podremosesconderlos donde nadie los encuentre y si nos los recla-man diremos que se nos han perdido.—¿Y qué quiere el Cid a cambio, por guardarle este te-

soro? –le preguntan a Martín Antolínez.A lo que este responde:—Son varios los hombres que le acompañan y todos son

gente necesitada. Pide que mantengáis los arcones sin abrirhasta que acabe el año. Después vendremos a recogerlosy os devolveremos lo que ahora nos prestáis con su co-rrespondiente interés. »Por el momento no precisa mucho, seiscientos marcos

nada más.—Os los prestaremos con gusto –exclaman los dos ju-

díos al unísono.—Por nuestra parte, el trato está hecho –responde Mar-

tín Antolínez–, acompañadme y transportemos entre los treslos arcones hasta aquí, procurando que nadie se entere.—Vayamos, pues, y una vez que los arcones estén aquí,

os entregaremos el dinero –responden los dos judíos.Se cubren con unas mantas sucias y raídas que tenían en

un rincón del cuchitril, ya que el frío era cada vez más in-tenso, y los tres juntos cruzan Burgos y el Arlanzón hastallegar al arenal, donde se encuentran esperando Rodrigo ysu gente. La noche es cada vez más oscura y comienzan acaer algunos copos.Al ver los dos arcones, Raquel y Vidas disfrutan imaginando

todo lo que tienen dentro, pues comprueban que son muypesados. ¡Con esto ya seremos ricos para el resto de nuestra

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vida!, piensan, mientras cargan sobre sus hombros los arcones.Tienen prisa por volver a su pequeño habitáculo, pero antesse despiden besando la mano del Cid mientras le dicen:—¡Oh, Campeador de Castilla, os marcháis para conocer

gente extraña! ¡Qué aventura y qué fortuna vais a conse-guir! Nos gustaría que, a vuestra vuelta, nos trajerais una pe-lliza mora como regalo.—Con mucho gusto –responde el Cid– os haré llegar la

pelliza y si no cumplo la palabra que ahora os doy podéisdescontarla del contenido de los arcones.Cargan como pueden con los dos arcones y con la ayu-

da de Martín Antolínez vuelven a cruzar la ciudad. Una vezen su pequeña tienda, y a pesar de estar exhaustos por elesfuerzo, buscan entre los trastos que allí almacenan el es-condite donde guardan los marcos y le entregan el dineroa Martín Antolínez, el cual les dice:—Ya tenéis los arcones en vuestro poder; puesto que os

proporcioné un jugoso negocio, bien me podríais regalarunas calzas, pues, como veis, llevo estas muy zurcidas.—Ya que nos has proporcionado un buen negocio, te

mereces más que unas calzas: aquí tienes treinta marcos.Se despide Martín Antolínez apresuradamente, con ganas

de abandonar cuanto antes aquel lugar y a los dos judíos,y cruza por tercera vez la puerta de la muralla. Llega a latienda donde le espera Rodrigo, el cual le recibe con losbrazos abiertos.—¡Martín, fiel amigo y vasallo! ¡Ojalá llegue pronto el día

en que pueda pagaros por esto!—Cid Campeador, aquí estoy, os traigo lo que acorda-

mos, para vos seiscientos marcos y para mí treinta más queme he ganado. Ordenad recoger la tienda y vayámonos atoda prisa. Algunos de los hombres que os acompañan yahan podido dormir algo y el canto del gallo debe alcan-zarnos en el monasterio de San Pedro de Cardeña. Por mi

17Camino de Burgos

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parte debo despedirme de mi esposa antes de partir.Apresurémonos, Rodrigo, que el plazo de nueve días queos ha concedido el rey transcurre rápidamente.Recogen la tienda, y el Cid vuelve a cabalgar con su gen-

te. Pero antes gira el caballo hacia la catedral de Santa Ma-ría y, santiguándose con su mano derecha, dice:—¡Gloriosa Santa María! Tengo que abandonar Castilla

ya que así me lo ordena el rey. Solo Dios sabe si algunavez volveré. Socorredme noche y día y, si esta aventura lle-gase a buen puerto, os prometo cantar mil misas.Montado en su caballo y seguido por sus hombres, a pie

o en mulas, vuelve la espalda a Burgos. Martín Antolínez, el buen burgalés, se acerca al Cid y le

dice:—Debo dar las oportunas órdenes a mi mujer durante

mi ausencia y prevenirla de que el rey nos puede quitar lopoco que tenemos. Al amanecer me reuniré con vosotrosen San Pedro de Cardeña. Y desaparece rápido, otra vez camino de la ciudad.

18 El Cid

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Documentación— I —

19Documentación I

La jura de Santa Gadea

Rodrigo Díaz es hombre de confianza de Sancho II, el cual, a la muer-te de su padre Fernando I el Magno, en el año 1065, recibe como he-rencia el reino de Castilla. No queda Sancho muy conforme con el tes-tamento de su padre y quiere apoderarse tanto de Galicia, que lehabía correspondido a su hermano García, como de León, que le co-rrespondió a su hermano Alfonso. Se enfrenta a ambos y los derrotaen las batallas de Llantada (1068) y Golpejuela (1072), respectiva-mente. García es desterrado a Sevilla y Alfonso es encarcelado en Bur-gos, de donde logra escapar.Doña Urraca, su hermana, que siente por Alfonso una especial pre-

dilección, junto con algunos de sus nobles en desacuerdo con la ac-tuación de Sancho, se encierran en Zamora, desde donde pretendenhacerle frente. Sancho pone sitio a la ciudad y el 7 de octubre de 1072recibe la visita de un supuesto desertor zamorano, llamado BellidoDolfos, que desea hablar con él para informarle de cómo hacer caerla ciudad. Durante la entrevista, Bellido se queda a solas con el rey yle clava un venablo, dándole muerte.Esta muerte cambia radicalmente la vida de Rodrigo Díaz. La situación

se complica: Castilla no tiene rey y los reyes de Galicia y León están enel destierro. Se convocan unas Cortes y nombran rey a Alfonso.Es entonces cuando Rodrigo Díaz de Vivar, el que después sería co-

nocido como el Cid Campeador, pide juramento a Alfonso de que noha participado en la muerte de Sancho. Este juramento tiene lugar enla iglesia de Santa Gadea o Santa Ágata, en Burgos.No se sabe con certeza lo que hay de leyenda o verdad en este ju-

ramento. Pudiera ser un acontecimiento que los juglares cantaban depueblo en pueblo, con la idea de ensalzar el personaje del Cid y pro-porcionarle un carácter más literario que histórico.

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