El Genio y la Locura - Brenot

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1 Psicología y anatomía de la creatividad Philippe Brenot Introducción El genio y la locura "Entonces, doctor, ¿según usted todos los novelistas, hombres y mujeres, son unos neuróticos?" pregunta André Maurois en Tierra de promisión. "Para ser más exactos —responde-, todos serían unos neuróticos si no fueran novelistas… La neurosis hace al artista y el arte cura la neurosis." El gran misterio del genio y la locura aparece como un prejuicio que Maurois resume mediante esta elegante fórmula de la neurosis que hace el artista. No se debe olvidar que Tierra de promisión es una novela moralista que publicó en 1943, entre una larga serie de biografías de hombres ilustres: la de Shelley (1923), Disraeli (1927), Byron (1931), Marcel Proust (1949), George Sand (1952), Victor Hugo (1955) y Balzac(1965). Esta mirada de historiador y biógrafo parece conducirlo a la evidencia de la originalidad del proceder artístico. La cuestión del genio y la locura es antigua; ya Aristóteles la plantea en un texto célebre, el Problema XXX, al que recientemente se le ha añadido el subtítulo El hombre genial y la melancolía. Se pregunta en esencia por qué los hombres excepcionales son con tanta frecuencia melancólicos. Por melancolía, Aristóteles no sólo entendía esa tristeza soñadora vinculada a la imagen del artista que reaparecerá en el Renacimiento o en la época del romanticismo, sino también esa noción antigua de la mezcla de los humores que marca la naturaleza de la personalidad. Más tarde Diderot, recuperando la idea de Aristóteles, formulará ese lugar común —el genio cercano a la locura- que los primeros psiquiatras someterán a discusión en el siglo XIX. Esta "diferencia" de los seres fuera de lo común es una idea ampliamente extendida, según la cual el creador, el genio, es un inadaptado, un excéntrico, una persona inestable, obsesionada por su obra y, en caso extremo, rayana en la locura. Al mismo tiempo se plantean otros interrogantes -¿qué es el genio? ¿qué es la locura?- que hacen que esta reflexión resulte particularmente delicada. ¿Qué imagen tenemos del genio? ¿La del héroe puro al que se rinde culto? ¿La del don divino de las aptitudes innatas? ¿Y de la locura? ¿Qué tipo de locura? ¿El delirio, la depresión? ¿Cómo nos representamos nuestra propia locura? Ahora bien, cuando la visión de la cultura se acerca a la de la medicina, desconfiemos de esa manía de los médicos de ver enfermos por doquier. Recientemente he podido conocer estudios médicos muy serios sobre la patología de los grandes hombres, que harían sonreír si redujéramos la imagen que tenemos de ellos a esos albures de la salud muy naturales en cada uno de nosotros. Me refiero a la nefrítis de Mozart, al reuma de Cristóbal Colón, al "accidente" de Ravel, a la ceguera de John Milton, a los vértigos de Lutero, a la dermatosis de Oscar Wilde, al párkinson de Hitler, al asma de Séneca, a la anorexia de Kafka, al alzheimer de Swift, a la dislexia de Dickens…Todas estas supuestas afecciones —en algunos casos probadas- tienen un fundamento, pero en definitiva no explican ni la vida ni la obra. Las mismas críticas deben aplicarse a los afectos y al ámbito mental; en ningún caso la obra puede reducirse a una patología. El arte o el genio proceden de múltiples componentes que siempre conservarán una parte de misterio.

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Psicología y anatomía de la creatividad

Philippe Brenot

Introducción

El genio y la locura "Entonces, doctor, ¿según usted todos los novelistas, hombres y mujeres, son unos neuróticos?" pregunta André Maurois en Tierra de promisión. "Para ser más exactos —responde-, todos serían unos neuróticos si no fueran novelistas… La neurosis hace al artista y el arte cura la neurosis." El gran misterio del genio y la locura aparece como un prejuicio que Maurois resume mediante esta elegante fórmula de la neurosis que hace el artista. No se debe olvidar que Tierra de promisión es una novela moralista que publicó en 1943, entre una larga serie de biografías de hombres ilustres: la de Shelley (1923), Disraeli (1927), Byron (1931), Marcel Proust (1949), George Sand (1952), Victor Hugo (1955) y Balzac(1965). Esta mirada de historiador y biógrafo parece conducirlo a la evidencia de la originalidad del proceder artístico. La cuestión del genio y la locura es antigua; ya Aristóteles la plantea en un texto célebre, el Problema XXX, al que recientemente se le ha añadido el subtítulo El hombre genial y la melancolía. Se pregunta en esencia por qué los hombres excepcionales son con tanta frecuencia melancólicos. Por melancolía, Aristóteles no sólo entendía esa tristeza soñadora vinculada a la imagen del artista que reaparecerá en el Renacimiento o en la época del romanticismo, sino también esa noción antigua de la mezcla de los humores que marca la naturaleza de la personalidad. Más tarde Diderot, recuperando la idea de Aristóteles, formulará ese lugar común —el genio cercano a la locura- que los primeros psiquiatras someterán a discusión en el siglo XIX. Esta "diferencia" de los seres fuera de lo común es una idea ampliamente extendida, según la cual el creador, el genio, es un inadaptado, un excéntrico, una persona inestable, obsesionada por su obra y, en caso extremo, rayana en la locura. Al mismo tiempo se plantean otros interrogantes -¿qué es el genio? ¿qué es la locura?- que hacen que esta reflexión resulte particularmente delicada. ¿Qué imagen tenemos del genio? ¿La del héroe puro al que se rinde culto? ¿La del don divino de las aptitudes innatas? ¿Y de la locura? ¿Qué tipo de locura? ¿El delirio, la depresión? ¿Cómo nos representamos nuestra propia locura? Ahora bien, cuando la visión de la cultura se acerca a la de la medicina, desconfiemos de esa manía de los médicos de ver enfermos por doquier. Recientemente he podido conocer estudios médicos muy serios sobre la patología de los grandes hombres, que harían sonreír si redujéramos la imagen que tenemos de ellos a esos albures de la salud muy naturales en cada uno de nosotros. Me refiero a la nefrítis de Mozart, al reuma de Cristóbal Colón, al "accidente" de Ravel, a la ceguera de John Milton, a los vértigos de Lutero, a la dermatosis de Oscar Wilde, al párkinson de Hitler, al asma de Séneca, a la anorexia de Kafka, al alzheimer de Swift, a la dislexia de Dickens…Todas estas supuestas afecciones —en algunos casos probadas- tienen un fundamento, pero en definitiva no explican ni la vida ni la obra. Las mismas críticas deben aplicarse a los afectos y al ámbito mental; en ningún caso la obra puede reducirse a una patología. El arte o el genio proceden de múltiples componentes que siempre conservarán una parte de misterio.

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Sin embargo, esta vieja idea del parentesco entre genio y locura encuentra en la actualidad argumentos de respuesta en una nueva concepción psiquiátrica de los trastornos del humor, que ilumina el misterio de la creatividad y enriquece la lectura psicoanalítica del movimiento creativo. La obra parece nacer de una sabia mezcla de la dificultad del ser y un factor energético constitucional, el mismo que ha animado a todos los creadores de universos, a todos los aventureros de lo imposible, poetas, magos, profetas, pintores, inventores, músicos, políticos… Rimbaud, Schumann, Goethe, Van Gogh, Mozart, Hemingway, Balzac, Flaubert, Nietzsche, Miguel Angel, Rousseau, Simenon, Picasso… Así, biografías, autobiografías y patobiografías nos proporcionan testimonios directos, análisis y opiniones psiquiátricas que corroboran la intuición de Aristóteles. La exaltación creadora es íntima de la melancolía, hermana de la depresión e hija de la manía, pero también pariente cercana de la locura cuando la obra ya no consigue contener todos los afectos. Entonces esa lectura sin concesiones de los destinos fuera de lo común nos lleva a conclusiones sorprendentes: el humor genial parece distribuirse de un modo muy desigual entre las artes del lenguaje (poesía, literatura) y las artes no verbales (plásticas y musicales). Las primeras se encuentran a escasa distancia de los trastornos mentales, la depresión es uno de sus mecanismos. El escritor nace a partir de sí mismo y adopta un seudónimo. La escritura es un crimen para aspirar a la existencia. Las segundas tienen pocos vínculos con la locura, la depresión no es muy frecuente en ellas y resulta sorprendente constatar que prácticamente ningún pintor ni músico utilizan seudónimo. ¿Acaso la literatura es como una fruta prohibida? ¿Acaso la vista y el oído protegen de la locura? Al margen de las críticas que puede provocar —y que provocará- semejante análisis de los seres excepcionales, la coherencia de los hechos es suficientemente explícita para suscitar la reflexión y aceptar la evidencia de un factor propio del genio, que yo he llamado "factor humano" y de una función social que calificaré de "función chamánica" pues la originalidad del proceder creador presenta innumerables puntos en común con ese papel provocador y catalizador de la sociedad que el chamán desempeña en aquellas tribus nómadas del mundo antiguo que todavía hoy subsisten como un testimonio del origen, como un resto fósil de los cazadores-recolectores de los que nosotros somos los últimos herederos. El genio domina los siglos y trasciende la humanidad. Es una herencia de nuestra historia y continúa siendo uno de los grandes interrogantes de nuestro espíritu. HISTORIA DE UNA IDEA "¡Cuán parecidos son el genio y la locura! —afirma con seguridad Diderot-. Aquellos a los que el cielo ha bendecido o maldecido están más o menos sujetos a estos síntomas, los padecen con más o menos frecuencia, de manera más o menos violenta. Se les encierra o encadena, o bien se les erigen estatuas." Esta vieja idea de la proximidad, o del parentesco entre el genio y la locura nos llega en forma de sentencia convertida en lugar común por la pluma del enciclopedista. Sin embargo, no es más que una larga sucesión de préstamos de la idea original de Aristóteles, que encuentra cierta validez a lo largo de los siglos y de la experiencia repetida. ¿Qué es el genio?

¿Qué es la locura? ¿Y en qué están íntimamente unidos?. ξ