Emilia y La Dama Negra PDF

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Editorial Andrés Bello Jacqueline Balcells Ana María Güiraldes EMILIA Y LA DAMA NEGRA •"••:* j ¿?

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  • Editorial Andrs Bello

    Jacqueline Balcells Ana Mara Giraldes

    EMILIA Y LA DAMA NEGRA

    ":*j?

  • Captulo Uno CAMINO A LAS TERMAS

    EXTRAO CRIMEN EN EL BARRIO ALTO

    El cuerpo sin vida de Margarita Rodrguez Lazcano, de 52 aos, fue encontrado en los jardines de su residencia en la calle Mar de Brumas 6580, del barrio de Las

    i Condes. La occisa presentaba un golpe en la nuca dado con un objeto contundente,

    que al parecer fue la causa del deceso. An conservaba pues-tos un anillo y un collar de perlas de gran valor, por lo que se presume que el mvil no fue el robo. Segn declaraciones de la asesora del hogar, dentro de la casa no faltaba nada. El nico elemento extrao encontrado junto al cadver fue la dama de pie de un mazo de naipes.

    Emilia lea concentrada la hoja de peridico, fechada dos aos atrs, que envolva el cntaro de greda que ta Pepa haba insistido en comprar en un puesto de artesanas junto a la carretera.

    Calle Mar de Brumas! Qu nombre tan ttrico! se sorprendi Emilia. Ustedes supieron de un crimen que hubo en la calle Mar de Brumas hace un tiempo?

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    Conozco la calle, pero no el crimen dijo to Her-nn girando la cabeza para mirarla. Y por qu preguntas eso?

    Porque en el diario con que envolvieron este jarrn aparece la noticia. Cuidado, to! El auto de adelante est frenando!

    Est todo controlado, todo controlado, pequea! respondi don Hernn, dando un frenazo que hizo saltar a doa Pepa del asiento.

    Cuidado, viejo! lo reconvino la seora, asustada. N o sean tan nerviosas contest el aludido, con la

    vista ahora bien fija en la carretera. Esta Emilia, siempre interesada en misterios!

    Emilia se ech hacia atrs y volvi a su lectura, dis-puesta a no seguir pendiente de las arriesgadas maniobras de su to.

    A propsito de crmenes... tengo un hambre! Qu tal si nos detenemos a comer un sandwich de arrollado? ri el to.

    Hombre, por Dios, pareces un canbal! Y con todo lo que alegaste porque te hice parar en el puesto de artesanas, ahora que no faltan ms de veinte minutos para llegar a almorzar a las Termas, quieres detenerte a comer.

    Emilia escuchaba a sus tos en silencio. Se haba propuesto pasar tres das con ellos en las Termas de Colinahuel con el mejor nimo posible. Quera mucho a sus padrinos y no fue capaz de rehusar la invitacin que le haban hecho con tanto cario. La palabra "termas" le sonaba a lugar aburrido, a viejos y a enfermos. Pero, por otra parte, le aseguraron que el lugar era muy bonito, que se coman muchos dulces y que haba un bosque precioso. Y lo mejor de todo era que Diego le haba prometido llegar el fin de semana para volverse con ella a Santiago.

    El automvil ya viajaba por el camino de tierra, ori-llando el ro que corra tormentoso, muchos metros ms

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    abajo. De pronto apareci ante ellos un antiguo y enor-me edificio que pareca colgar del acantilado en la ribera opuesta del ro.

    Qu lindo! Ese ser el hotel? pregunt Emilia. Segn mis datos, s respondi don Hernn, mo-

    viendo brazos y hombros para girar el manubrio y entrar en el angosto puente que cruzaba el ro.

    Qu lugar tan peligroso! Te imaginas caer por ese precipicio? se asust ta Pepa.

    Piensa mejor en el almuerzo que nos espera, Pepa. Uno de los atractivos de este lugar es la comida respondi don Hernn, tragando saliva.

    El automvil sigui su trayecto y pronto entraban por un camino de gravilla. Los rboles centenarios y la profusin de plantas que sombreaban el patio de entrada al hotel da-ban la sensacin de paz que todos esperaban. Mientras don Hernn llenaba el formulario de recepcin con sus datos, Emilia y su ta se encaminaron hacia la puerta vidriada que daba a un inmenso patio interior, atradas por el verdor del csped y los numerosos macizos de flores.

    Qu bien mantenido est este jardn! se admir doa Pepa.

    En ese momento la enorme figura de don Hernn apa-reci tras ellas.

    Les propongo ir a conocer nuestras habitaciones y, luego, a almorzarles dijo, mientras palpaba su prominente barriga.

    A los diez minutos, y luego de haber dejado sus male-tas en dos habitaciones contiguas cuyas ventanas daban al precipicio bordeado de rboles con flores amarillas, tos y sobrina atravesaron corredores de olorosa madera y un patio en cuya fuente central unos leones de bronce arrojaban agua por sus fauces. Cuando abrieron la puerta batiente que sepa-raba al antiguo y espacioso bar del comedor, el ruido de las conversaciones pareci disminuir y los comensales que all

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    haba se volvieron disimuladamente para mirar a los recin llegados. Una camarera de ojos vivos, con un impecable y almidonado delantal celeste, se acerc a ellos y los condujo a una mesa en cuyo centro, afirmada en un servilletero, haba una tarjeta en la que se lea: Hernn Martnez y familia.

    Se sentaron con muy buen nimo y mientras la camarera llamaba al mayordomo, Emilia se dedic a observar a los otros pasajeros. A su derecha, una mujer vestida de blanco llenaba el vaso de jugo de naranjas de un muchacho rubio, algo plido y de aspecto muy simptico que tena al frente. Estaba sentado en una silla de ruedas. Un poco ms all, un hombre de unos treinta y cinco aos, de melena larga y bigotes y barbita a lo mosquetero, se dejaba acariciar la mano por una rubia platinada. sta tena una apariencia juvenil, pero su mirada y sonrisa revelaban a una mujer de edad ya madura. A la izquierda, y cerca de la ventana, dos seoras cincuentonas conversaban animadamente. Una de ellas, menuda y de pelo muy corto, llamaba la atencin por su pequea nariz excesivamente respingada; la otra, al pa-recer ms alta y maciza que su compaera, luca un peinado lleno de rizos y grandes aros. Su brazo derecho, rodeado de pulseras, tintineaba cada vez que mova la mano.

    Bienvenidos, seores la voz educada y ronca del mayordomo sac a Emilia de su silenciosa contemplacin. Cul de los dos mens del da van a elegir? pregunt extendiendo a cada uno las cartas. O quizs quieren el rgimen especial?

    Mmmm! Nada de regmenes aqu! dijo muy serio don Hernn.

    Nadie dira que eres mdico lo rega su mujer. Siempre soy yo la que tengo que estar pendiente de tu co-lesterol.

    Trigame una entrada de langostinos con mayonesa y luego los rones al jerez, por favor sigui don Hernn, im-pertrrito. Y un vino tinto de buena cosecha agreg.

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    Doa Pepa dio un profundo suspiro y como para dar ejemplo a su marido pidi el men de rgimen: pescado al vapor con papas cocidas.

    Y la seorita? Pollo con papas fritas dijo Emilia, como siempre

    cuando iba a un restorn. El joven rubio de la mesa vecina escuch el pedido de

    Emilia y le sonri abiertamente. Luego, como avergonzado de su osada, hundi la mirada en su postre de smola.

    Emilia se dijo que ese muchacho era muy buen mozo. De pronto se oy una explosin de cristales y la voz

    airada de una mujer lleg desde el bar: Esta es la tercera vez, Adelina! Ahora te lo des-

    contar del sueldo. O t crees que a m las copas me las regalan?

    A los pocos segundos, la misma camarera que los haba atendido al llegar, atravesaba el comedor en direccin a la cocina con las mejillas encendidas y el paso rpido. En sus manos llevaba una bandeja con un par de copas rotas.

    De inmediato las puertas se volvieron a abrir para dar paso a una mujer de figura esbelta, ataviada con falda y blusa color caramelo. Sus cabellos rizados y muy cortos enmarcaban un rostro de huesos anchos y nariz aguilea. Se apoyaba en un bastn para caminar y daba cada paso con sumo cuida-do como si temiera resbalar. Sus ojos estaban cubiertos por unos gruesos lentes oscuros, con un marco dorado que se elevaba en los extremos como un antifaz.

    Buenas tardes, doa Hortensia salud el hombre de barbita. La felicito por la mermelada de los panque-ques!

    La mujer se volvi, orientada de inmediato por la voz que la interpelaba y camin hacia el lugar.

    Qu bueno que le haya gustado, seor Benetti. Es de nuestros propios naranjos. Y ya eligi el lugar? pregunt, con una sonrisa amable.

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    S, es espantoso! se adelant a responder la rubia, haciendo un mohn infantil con los labios. Joaqun es tan loco para elegir los lugares de filmacin, que un da alguien va a sufrir un accidente. Si no confiara tanto en el genio de mi novio, no pondra un peso en esta pelcula.

    Encontr el lugar exacto, doa Hortensia! sigui Joaqun, como si no hubiese escuchado el comentario de la mujer. Tiene todas las caractersticas que necesito para mi pelcula Horror Verde: el acantilado de cien metros de pro-fundidad, donde nadie sobrevivira, y un paisaje de bosques. -Y lo mejor es que est aqu, al lado, cruzando el puente de la hostera.

    La voz del hombre son fuerte y clara. Las cabezas de los que almorzaban se dieron vuelta para mirarlo.

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    Captulo Dos LOS HUSPEDES DE COLINAHUEL

    A las seis de la tarde, en la hostera de las Termas de Colinahuel el ambiente era relajado y amistoso. Luego de tomar el t acompaado del ms espectacular kuchen de frambuesa con crema que Emilia haba probado en toda su vida, decidi enta-blar conversacin con las dos vecinas a

    su mesa del comedor, que le parecieron perfectas para po-nerla al tanto de todo lo que pasaba en el lugar. Y efectiva-mente fue as. Entre cuchicheos, las dos seoras alabaron la buena comida, chismorrearon acerca de la excntrica pareja formada por el cineasta y la rubia actriz de voz plaidera y se compadecieron de la pobre Adelina que era vctima del nial carcter de doa Hortensia, la duea de la hostera. Ta l'cpa se uni a su sobrina y pregunt por el joven rubio, en silla de ruedas.

    Tan joven y buen mozo, que es ese muchacho! co-ment doa Pepa. La seora de pelo corto y nariz pequea, (|ue se present como Lila Gacita, respondi:

    Tengo entendido que es hurfano y antes de que la duea de esta hostera lo adoptara, viva con un to soltero en Santiago. Fue operado de la columna. Segn la seora

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    Hortensia los mdicos dicen que con la segunda operacin va a quedar bien. La voz de Lila era muy ronca y cada vez que pronunciaba la letra p, la punta de su diminuta nariz descenda.

    Teresita, su enfermera, lleva con l ms de un ao, desde la operacin sigui Sara, la morena de cabello riza-do. Parece que la enfermera anterior renunci a su trabajo debido al carcter de doa Hortensia. Les confesare que le saco el sombrero a Teresa, porque tampoco el muchacho es fcil.

    Culpa de su madre adoptiva, que no ha sabido for-marlo! Si Rafael es as es porque ha sido malcriado se exalt Li la. Cuntos padres se equivocan al educar a sus hijos: o los miman demasiado y los transforman en unos ca-prichosos, o son demasiado duros y hacen de ellos hombres y mujeres llenos de rencor!

    Por suerte mi hijo es un prncipe bueno y dulce! Gra-cias a Dios, supe educarlo bien! exclam Sara, moviendo sus manos y haciendo sonar las pulseras.

    Qu lindas sus pulseras! dijo Emilia, dispuesta a ser amable.

    Ms que lindas, son mis pulseras de la suerte. No me las saco ni para dormir. Ven que sta tiene un dije en forma de pata de conejo y sta otra, un trbol de cuatro hojas?

    No lo sabr yo! coment Lila, ahora con buen humor. La supersticin de Sara me quita el sueo.

    De verdad duerme con las pulseras? quiso saber Emilia.

    Estoy tan acostumbrada que ya ni las siento. En esos momentos lleg el cineasta con su novia. l

    haba recogido sus largos cabellos en una cola y la rubia exhalaba un fuerte aroma a perfume de flores.

    Buenas, seoras! Y? Tendremos Dama Negra esta noche?

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    Por supuesto! se alegr Lila. E inmediatamente pregunt, dirigindose a doa Pepa: Le gusta jugar a los naipes?

    La verdad es que... no mucho titube la aludida. A m me encanta! salt Emilia. Lila y Sara miraron a la muchacha con cierto recelo. Qu bien, al fin gente joven en la mesa! exclam

    Joaqun, y gui con simpata un ojo a Emilia. Me encuentras vieja, gatito? ronrone la rubia,

    dejando su boca redonda mucho rato. Joaqun, sin responderle, se despidi del grupo para

    dirigirse a su mesa donde ya los esperaba Adelina para atenderlos. La rubia lo sigui moviendo cabeza y caderas con desgano.

    Por una de las ventanas del comedor se vio pasar al voluminoso don Hernn, en amistosa charla con la duea de la hostera. Ella caminaba lentamente y l la sostena por un brazo. Los ademanes de la mujer eran amplios, como si le estuviera mostrando el lugar.

    Ah est el to! exclam Emilia. Qu raro que no haya venido a tomar t!

    Despus de todo lo que almorz... doa Pepa dej la frase sin terminar. Pero justo en ese momento el vozarrn de su marido irrumpi en el comedor pidiendo a Adelina su racin de kuchen, ms tostadas y mantequilla.

    No hay como la mantequilla de campo! exclam, mirando hacia la mesa de Sara y Lila que lo observaban curiosas.

    Emilia y su ta se despidieron de sus nuevas conocidas y se unieron a don Hernn.

    Y? pregunt doa Pepa. Y qu? respondi su marido. Ta Pepa quiere saber qu te pareci la duea de la

    hostera, pues, to. Te vimos en amena charla con ella.

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    EMILIA Y LA DAMA NEGRA

    Don Hernn exhal un suspiro. Pobre mujer! Puras tragedias! Debe de ser por eso

    que tiene ese carcter tan agrio. Me cont que hace un par de aos perdi a su hermana en un accidente horroroso. Adems, tiene poco menos que las cataratas del Nigara en cada ojo y le da pavor operarse. Por suerte, lo poco y nada que ve le basta para moverse en este lugar que conoce como la palma de su mano. Su nico consuelo es Rafael, a quien adopt hace algunos aos.

    S, el de la silla de ruedas. Sabas, to, que lo opera-ion de la espalda?

    Doa Hortensia tambin me cont eso. A l parecer el muchacho se fractur una vrtebra cuando tena doce aos y lo operaron para corregir cualquier posible desviacin de la columna vertebral. Pero como es una zona delicada y difcil la operacin no tuvo el xito esperado.

    Como si la mencin de su persona lo hubiera atrado ,il comedor, se escuch el sonido de ruedas sobre las tablas enceradas y apareci Rafael, accionando los comandos de su silla. Tras l, impecable en su uniforme blanco, vena Teresa, la enfermera. En su rostro muy plido, enmarcado por una melena color miel, los ojos grises y fros contrastaban con l.i sensualidad de sus labios gruesos.

    Apenas entraron se oy la voz de la rubia. Gatito! Te preparo otra tostada con mermelada? No se escuch la respuesta, pero no haba pasado un

    minuto cuando la rubia se levant del asiento y sali del c i >medor con paso airado. Joaqun tambin se puso de pie, pero en vez de seguir a su amiga como Emilia habra es-perado se dirigi a la mesa de Rafael y se instal all.

    Estn listos para la noche? Les anuncio que esta vez no me quedar con la Dama Negra oy Emilia que deca.

    Vas a jugar, Teresa? pregunt Rafael.

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    S, como siempre contest ella, con la cabeza in-clinada sobre su taza de cafe.

    Espero que alguna vez hagamos perder a Rafael coment Sara al pasar junto a ellos, rumbo a la puerta. Y en un impulso juguetn, revolvi con su mano llena de pulseras la cabeza ensortijada del muchacho. Rafael dio un respingo.

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    Captulo Tres LA D A M A NEGRA

    El da an no aclaraba y a Emilia le pa-reci que llevaba all mucho tiempo. Y no porque lo estuviera pasando mal: por el contrario, le haba parecido muy en-tretenido y clido el ambiente del lugar. Sobre todo le haba gustado la presencia de Rafael que, con sus ojos dorados, le

    pa recia un personaje de novela romntica que de pronto se levantara de su silla para combatir al dragn de las in-justicias.

    Absorta en sus pensamientos sigui deambulando por el sendero que llevaba hacia el bosque de eucaliptos, cuyos l roncos de enormes cinturas lucan el paso de los aos. A l cruzar el puente mir con algo de temor hacia abajo, donde las aguas corran desbocadas y rugientes sobre las piedras. Si' afirm con ambas manos a las delgadas barandas y se dijo que alguien con vrtigo sera incapaz de pasar por ah. Cuando lleg al otro lado lanz un estrepitoso suspiro y sigui caminando ms confiada.

    Deteneos! la sobresalt una voz ronca. Mir a su derecha. Y entre el encaje de las hojas vislumbr

    una figura. Como la luz del sol a esa hora caa oblicua frente

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  • I.V.i.Ji II IV HALCKLLS - ANA MARA GIRALDES

    a ella entorpeciendo su visin, slo vio un cuerpo alto y el contorno de una cabeza de largos cabellos brillantes.

    Soy el fantasma del bosque! dijo la figura, detenin-dose un instante, antes de avanzar hacia la muchacha.

    Cuando Emilia reconoci al cineasta, lanz una carca-jada.

    Espero haberte asustado! ri tambin Joaqun y agreg: Estoy reconociendo el terreno en el que filmar mi pelcula y por tu cara me di cuenta de que este es el lugar perfecto para una de las escenas terrorficas de Horror Verde.

    Y muere alguien en su pelcula? S, justamente aqu. Ella ser lanzada al fondo del

    acantilado. Ella? S, ella, Betty. El nico problema es que sufre de

    vrtigo y se niega a acercarse al lugar. Creo que tendremos que usar un doble.

    Emilia imagin a la actriz, con sus tacones altos, cami-nando llena de remilgos por el angosto puente y trat de disimular una sonrisa.

    Joaqun se uni a su paso. El sendero terminaba en un claro donde se distribuan unas mesas hechas de tronco con unas banquetas a sus costados. Ms all de los aromos en flor, nuevamente se abra el acantilado.

    Mire, qu lindo lugar para picnic! dijo Emilia, en-cantada.

    Podramos proponer un almuerzo campestre a doa Hortensia dijo Joaqun, y sac un cigarrillo.

    Por qu no me cuenta de su pelcula? pidi Emi-lia, sentndose sobre una mesa, sin importarle la tierra que haba sobre ella.

    Es la historia de un crimen respondi Joaqun, luego de exhalar una bocanada de humo. Y luego agreg: Pero de un crimen perfecto.

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    EMILIA Y LA DAMA NEGRA

    Nunca se descubre quin es el asesino? Esa es la gracia del- guin: los espectadores saben

    iodo, pero los personajes nunca se dan cuenta. Y quin es el libretista? Yo. Emilia lo mir con admiracin. No se habra imaginado

    que ese hombre de aspecto tan frivolo pudiera escribir una I mena historia.

    Betty debe ser muy buena actriz dijo la joven, slo para ser corts.

    Te sorprenderas de lo buena que es contest l, pensativo.

    "Es buena actriz al parecer, y le financia sus pelculas", se dijo Emilia. "Con razn tiene tanta paciencia con sus mi-nios de gata vieja".

    Oscureca. U n instante despus, los dos atravesaban el puente de regreso a la hostera.

    Entraron juntos al bar. All estaban los tos de Emilia bebiendo un campari en amena conversacin con Lila y Sara. Tambin estaba Betty, en una mesa de la esquina, en amurrada contemplacin de sus uas. Cuando los vio entrar sonri con animacin y les hizo seas.

    Dnde te habas metido, gatito? la escuch ronro-near Emilia, apenas l lleg a su lado.

    La muchacha se acerc al bar para pedir una bebida. I'ivnie a ella, doa Hortensia le daba la espalda mientras hablaba por el citfono que comunicaba con las habitaciones. I )c pronto, su voz alterada se alz lo suficiente como para que lmilia alcanzara a escuchar.

    Es mi ltima advertencia, Teresa. No quiero escndalos en mi hostera. No.. . , no te disculpes. A la prxima te vas, y sin recomendaciones. Ya sabes lo que eso significa para

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  • JACQUEUNE BALCELLS - ANA MARA GIRALDES

    ti agreg con cierta irona. Luego cort y de inmediato comenz a palpar las teclas con sus dedos hasta que eligi una y presion: Humberto, en qu te demoras? Ya la gente est aqu.

    Emilia pudo confirmar que Lila tena razn: el carc-ter de la duea de la hostera era infernal. La joven pidi un jugo de frutilla a la camarera y se alej del bar sin que doa Hortensia diera muestras de haber advertido su pre-sencia.

    Luego de la cena, que fue servida a temprana hora, regresaron al bar. En esos momentos todos rean porque la menuda Lila, sin ninguna ayuda, transportaba dos sillas, una en cada brazo, y las colocaba frente a la mesa de juego cubierta por un tapete verde estampado con figuras de naipes. Sara y Lila; don Hernn y Emilia; el cineasta y Betty; Rafael y su enfermera, Teresa, se sentaron alrededor de la mesa.

    Quin va a explicar el juego a don Hernn y a Emilia? pregunt Joaqun, barajando los naipes con destreza.

    Es muy fcil tom la palabra Sara: se reparte todo el mazo de una baraja. Los corazones son puntos en contra y tienen el valor que indica la carta y la Dama Negra, que es la reina de pie, tiene veinticinco puntos en contra. Hay que seguir obligadamente la pinta que se juega, pero si se est fallo se puede jugar un corazn o... la Dama Negra. En resumen, se trata de descartarse de los puntos altos, especialmente de la reina de pie, que es la carta fatdica.

    La dama de pie? pregunt Emilia, como recordando algo en voz alta.

    S, por qu? pregunt Sara. N o . . . nada. Es algo que le en un diario viejo se

    disculp la muchacha. Qu leste? quiso saber Lila.

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    EMILIA Y LA DAMA NEGRA

    Dejemos la conversacin para despus y ahora dedi-qumonos a jugar intervino Betty. Y aadi: Lo mejor e s que hagamos una primera ronda de ensayo para que eiHiendan bien, igual como hicieron conmigo.

    Sospecho que ella todava no entiende cuchiche Icilael, al odo de Emilia, provocando en la muchacha una u s a ahogada.

    Se sortearon las cartas y, en medio de murmullos, se inici el juego de ensayo. Don Hernn, sentado entre Lila X Sara, vio que le haba tocado la Dama Negra. Por suerte piulo descartarse de una pinta y cuando Lila tom la mano y |uy,o trbol justo la pinta que don Hernn no tena ste, (n una mirada de triunfo, lanz la Dama Negra sobre la mesa.

    Betty lanz una carcajada nerviosa, mientras Teresa, i n i un cerrar de ojos, se negaba a aceptar el cigarrillo que en silencio le ofreca Joaqun.

    Lila se llev el montn con una abierta sonrisa; pero I inilia not la tensin de los msculos de su cuello y la mirada rabiosa que lanz a su to Hernn.

    Tranquila! anim Sara a su amiga, adivinando su malestar. Esto era slo un ensayo! agreg, con sonrisa picara y tintineo de pulseras.

    En ese momento doa Hortensia entr al bar, apoyada rn el brazo del mayordomo. Se detuvieron junto a la barra c iniciaron, en voz muy baja, lo que a Emilia le pareci una discusin. Y mientras Lila barajaba los naipes y todos mi nentaban los sustos que haban pasado en el juego, la discusin en la barra pareca crecer, aunque siempre en un murmullo velado. Emilia se dio cuenta de que Rafael estaba observando la escena y de que apretaba las manos sobre lt is brazos de su silla.

    Si esta fuera una pelcula, doa Hortensia estara Humorada del mayordomo susurr Betty al odo de l'.mlia.

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  • JACQUEUNE BALCELLS - ANA MARA GIRALDES

    Por qu dices eso? se sorprendi Emilia, en el mis-mo tono de confidencia, mirando al hombre que se alejaba hacia el comedor.

    Intuicin femenina, linda. En eso yo no me equivoco. Y la rubia qued sbitamente triste.

    Ya, menos cuchicheo que empezaremos el juego! anunci don Hernn, dejando su lapicera dorada sobre la hoja donde haba anotado el nombre de los jugadores.

    Qu lapicera tan linda! se admir Rafael, saliendo de su mutismo. Es una Mont Blanc legtima, verdad?

    S, regalo de mi esposa cuando cumplimos cuarenta aos de casados respondi el aludido, con orgullo.

    El juego continu en sagrado silencio. Y mientras Lila reparta las cartas, Emilia miraba a doa Hortensia con sor-presa, pues le costaba creer que las mujeres maduras tambin se enamoraran. Sera verdad lo que pensaba Betty?

    Hortensia se haba sentado en una mesa junto al bar y beba algn licor en una pequea copa. Pareca ajena a toda presencia a su alrededor; slo cuando regres el mayordo-mo, con su paso rtmico golpeando las tablas, ella levant la cabeza e hizo un gesto con su mano. l se acerc; Hortensia le cogi un brazo para obligarlo a inclinarse y le habl al odo. Momentos despus el hombre, con el rostro impasible, ofreca un bajativo a los jugadores.

    Cortesa de la seora Hortensia iba diciendo, a medida que llenaba cada vaso.

    Ensimismada en sus cavilaciones, Emilia despleg lenta-mente sus naipes para ver con horror que, entre dos inocentes trboles, apareca la Dama Negra. Se puso en guardia. Olvid los posibles enamoramientos de doa Hortensia.

    Pero igual se qued con la Dama Negra. Y cuando el to anot la enorme cantidad de puntos que ella haba acu-mulado en una sola vuelta, dio, sin disimulo, una patada de rabia en el suelo.

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    EMILIA Y LA DAMA NEGRA

    Te cuento? Yo era igual que t, pero aprend a con-iiolar mi carcter con la actuacin le dijo Betty, con los 11|( is muy abiertos.

    V\ juego se prolong por ms de una hora. Lila no perda nunca y cuando lanzaba la dama de pe sobre la mesa lo haca '.in alardes. Cada vez que Sara se adjudicaba un montn de naipes, sus tintineos de pulseras distraan al resto. Cuando |i is bostezos de Betty se hicieron muy evidentes, don Hernn pi opuso terminar. Pero al buscar su lapicera para sumar los (iimputos, no la pudo encontrar. Disimuladamente busc debajo de la mesa y luego hurguete en sus bolsillos.

    No encuentro mi lapicera! exclam, revisando una V otra vez en sus bolsillos.

    La Mont Blanc! Rafael lleg casi a saltar de su silla.

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  • Captulo Cuatro DOA HORTENSIA N O DESPIERTA!

    La Mont Blanc no apareci, pese a la bsqueda minuciosa en la que todos colaboraron. La seora Hortensia se ha-ba acercado a la mesa e incapacitada para buscar, daba rdenes al que se le

    "x^ pona por delante. Usted siempre tan nerviosa, seora

    se molest Lila, enronqueciendo ms an su voz. Y cmo quiere que est con un ladrn en la hostera?

    se exalt la mujer. Ladrn? Est acusando a alguien? Porque sepa que

    ,i n se me desapareci un encendedor de oro hace dos noches chill Betty.

    Y cmo no lo haba dicho antes? respondi la los peder con mal humor.

    Clmense, por favor dijo don Hernn, muy inc-modo con la situacin. Seguro que aparece maana con lii luz del da, cuando hagan el aseo.

    Pero la seora Hortensia temblaba entera, mientras todos ivv( >loteaban por el lugar, buscando hasta en los lugares ms paitados de la mesa de juego.

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  • JACQUEUNE BALCELLS - ANA MAKA CifMKAl.DHS

    Por favor, Humberto, treme ms licor de cacao p i -di la duea de la hostera, dirigindose al mayordomo que permaneca impasible observando la escena.

    Humberto fue tras la barra y volvi con una botella. Verti el lquido espeso en la copa vaca que su patrona haba dejado sobre el tapete verde.

    La bsqueda continu por un buen rato. Los jugadores iban y venan por los alrededores de la mesa. Doa Hor-tensia permaneca sentada, mientras su mal humor iba en aumento.

    Parece que la Dama Negra siempre trae mala suerte coment Emilia a su to.

    Doa Hortensia la escuch y ahog un grito. Luego murmur:

    Por favor, no mencionen ms esa carta maldita de-lante mo.

    Por lo de su hermana, verdad? se atrevi a pre-guntar Emilia.

    S. Esa carta ha causado la desgracia de mi familia. A mi hermana menor mi padre le deca "Dama Negra" y a esa hermana nunca la volv a ver. M i segunda hermana, ustedes saben... la mujer hizo un gesto, como para borrar sus malos recuerdos y dijo: Estoy segura de que maana va a aparecer su lapicera, doctor.

    Yo tambin estoy seguro! la anim el doctor. Y ahora les propongo que nos vayamos a dormir dijo don Hernn, cogiendo a Emilia por un brazo y haciendo una venia a todos. Buenas noches! El sol entraba por los ventanales del e d 2 ^ s brillar las tazas y platos preparados P o s husoedes como si se hubieran puesto de acuerdo, liega on tarde. Cuando Emilia y sus tos entraron al comedor,

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    EMILIA Y LA DAMA NEGRA

    slo estaba Rafael con la enfermera. Don Hernn busc al mayordomo para preguntarle si haban encontrado su Mont Blanc. Pero el hombre no se vea por ninguna parte. Tam-poco estaba la camarera, y el desayuno lo estaba sirviendo Lina mujer con delantal blanco que, seguramente, trabajaba en la cocina. Emilia ya haba comenzado a untar las tostadas con mantequilla, en espera de su caf.

    Eres un descuidado, viejo! doa Pepa comenz a regaarlo.

    Don Hernn no alcanz a responder porque en ese momento se abrieron bruscamente las puertas e irrumpi en el lugar Adelina, la camarera. Mir hacia todos lados y cuando vio al doctor se abalanz hacia la mesa.

    Seor Martnez..., creo que usted es mdico, no? Y sin esperar respuesta, comenz a gimotear.- El mayordomo me dijo que lo viniera a buscar. Es que doa Hortensia no quiere despertarse y est tan plida... la mujer termin en un sollozo histrico.

    La silla de don Hernn son contra las tablas cuando ste se levant de golpe. Emilia, hacindose la que no es-cuchaba el consejo perentorio de su ta de permanecer ah, sali disparada tras l.

    Cuando llegaron a la habitacin de la duea de la hos-tera se encontraron con el mayordomo que, de pie junto a la cama, miraba con preocupacin a la mujer que yaca en ella.

    El mayordomo explic con voz pausada que la camarera l< i haba ido a buscar y que llevaba all ms de diez minutos tratando de despertar a su patrona.

    Don Hernn levant los prpados de la enferma, tom su pulso y advirti preocupado la languidez de sus msculos. Cuando termin el examen dictamin:

    La seora Hortensia est absolutamente drogada. Por Micrte sus rganos vitales funcionan bien. Dormir como una roca durante varias horas. Cuando se despierte, hay que

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  • JACQUEUNE BALCELLS - ANA MARA GIRALDES

    darle caf. Luego preguntn: Ella acostumbra ingerir somnferos o algn medicamento especial?

    Slo gotas para los ojos y cuando est muy nerviosa bebe para relajarse una copita de licor de cacao respondi la camarera.

    Los ojos de Emilia vagaron por la habitacin, que estaba en perfecto orden. Las cortinas, inmaculadas en su blancura, flotaban con un aire inocente. No haba ninguna prenda de ropa sobre el pequeo silln tapizado en felpa gris y sobre la cmoda se vean varios marcos portarretra-tos con fotografas, cada uno sobre un paito de encaje. Mientras su to volva a tomar el pulso a doa Hortensia la muchacha se acerc a mirar las fotografas. En una de ellas posaba un seor de bigotes y mirada adusta junto a una mujer menuda vestida con un traje dos piezas y un fenomenal peinado. Por los rasgos de la mujer, Emilia su-puso que era la madre de doa Hortensia: ambas tenan el mismo rostro de huesos anchos y la misma boca de labios delgados y comisuras pronunciadas. En cuanto al hombre, que deba ser el padre, no le encontr ningn parecido con doa Hortensia, aunque los ojos muy juntos le recordaron a un aguilucho y a alguien que ella haba visto no haca mucho en alguna parte. En otra, un grupo familiar en la playa mostraba a tres niitas sentadas en la arena y detrs, bajo un quitasol, el seor de bigotes y mirada adusta. Un tercer paito de encaje apareca solitario sobre la superficie de la cmoda. Emilia pens que sobre ese paito debi haber habido algn objeto.

    Diez minutos ms tarde regresaban al comedor donde una veintena de ojos curiosos se volvieron en busca de noticias. Doa Pepa ya los tena al tanto de que la duea haba amanecido muy enferma y de que su marido, mdico de profesin, la estaba examinando.

    Est bien, no se preocupen dijo don Hernn. Slo est bajo el efecto de una fuerte dosis de somnferos.

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    EMILIA Y LA DAMA NEGRA

    Seguro que se puso muy nerviosa con lo de la la-picera y se le pas la mano.con los calmantes, para poder dormir! La entiendo, a m me sucedi una vez... dijo Betty, dejando la frase inconclusa. Luego dio un enorme suspiro y mir de reojo a Joaqun.

    A propsito de lapicera, la encontr? pregunt Lila.

    N o fue la escueta respuesta del doctor. Y cul es su especialidad, doctor Martnez? sigui

    interrogando la mujer. Gastroenterlogo respondi con parquedad don

    Hernn, temiendo otra consulta a la hora del desayuno. Menos mal que no es cirujano plstico -coment

    abruptamente Lila. Y por qu, seora Lila? Yo creo que a cierta edad

    son una bendicin acot Betty. Tengo una amiga que era preciosa y que cay en

    manos de un famoso cirujano plstico. Les dir que perdi belleza en vez de ganar.

    Emilia, aunque temi una respuesta airada, se atrevi a preguntar:

    Y si era bonita para qu se hizo la ciruga esttica? M u y simple. Hay gente que nunca est contenta con

    le > que tiene y siempre quiere tener ms: ya sea dinero, poder o belleza se adelant a contestar Sara por su amiga.

    Eso es muy cierto dijo doa Pepa, dando por ter-minada la conversacin al ver que su marido se alejaba disimuladamente hacia su mesa.

    El grupo que rodeaba a los Martnez volvi a sus puestos habituales y sigui con el desayuno.

    Rafael aprovech que Emilia pasaba junto a l para decirle:

    Quiero que nos juntemos en la pileta de los leones a las diez: necesito hablarte. Es la hora en que Teresa se va a dar un bao termal y yo gozo de libertad.

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  • JACQUELINE BALCELLS - ANA MARA GIRALDES

    Emilia pens que su estada en el lugar se estaba vol-viendo interesante. Tom rpidamente su cafe con leche engull un croissant relleno de chocolate y dos tostadas con mantequilla y mermelada de naranjas. Y, con todos los sabores an en la boca, se pregunt qu quema dearle Rafael.

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    Captulo Cinco UNA INSLITA REVELACIN

    De los hocicos dorados de los leones caa incansable el agua. Cuando Emilia lleg junto a la fuente, Rafael ya la esta-ba esperando. La jovencita se instal en un silln de mimbre junto a la silla de su amigo y lo mir sonriente. Pero l no respondi a su sonrisa. Se vea incmodo.

    Te ped que vinieras porque necesito con urgencia hablar con alguien. Y aqu no tengo amigos, ni tampoco, como comprenders, puedo salir a buscarlos.

    N o te preocupes. Adems me encantara ser tu amiga respondi de inmediato Emilia, preparndose para una confidencia.

    Gracias. Dos cosas te quiero decir y las dos son im-portantes empez Rafael, mirando hacia todos lados. La primera es que sospecho quin rob la lapicera y segundo, estoy casi seguro de que fue mi propia ta Hortensia la que se dop para llamar la atencin de Humberto.

    Quin es Humberto? pregunt Emilia, enredada con tanto dato.

    E l mayordomo.

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  • JACQUEUNE BALCELLS - ANA MARA GIRALDES

    Y por qu tu ta quiere llamar la atencin de l? Porque mi ta... Rafael, dudaba, buscando las pa-

    labras. Mi ta est encaprichada con l. Encaprichada? O enamorada, si quieres. Emilia record su conversacin con Betty y se dijo que

    la rubia actriz no era tan tonta como pareca. Cmo as? Primero, lo hizo socio en la hostera. A un mayor-

    domo! A lo mejor es un buen socio. Desconfo de ese hombre. Yo creo que tu ta se sabe cuidar muy bien. N o creas que tanto. Una mujer de fortuna como ella

    es un buen sebo para un aprovechados Lo nico que falta es que la convenza, si es que ya no la convenci, de que lo incluya en su testamento.

    Quines son los herederos legales de tu ta? E n este momento, si ella no ha hecho cambios, sera

    yo su nico heredero: su hermana mayor muri hace dos aos y la menor parece que tambin.

    Parece? Se fue al extranjero cuando cumpli veintin aos.

    Segn la ta, tena un carcter muy raro, era enferma de la cabeza... una loca. Dice mi ta que lo ms seguro es que haya muerto.

    Lo que no entiendo es por qu tu ta se dop! dijo entonces la muchacha, aburrida con el tema de la herencia.

    Para llamar la atencin. M i ta es muy fisgona: lo que no ve, lo escucha. Y parece que escuch a Humberto hablar por telfono con otra mujer.

    Y cmo sabes tanto? Porque yo estaba con ella cuando levant el telfono

    y sorprendi la conversacin. Pobre ta... vieras cmo se puso! Peor que cuando asesinaron a su hermana...

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    EMILIA Y LA DAMA NEGRA

    N o me vas a creer, Rafael, pero esa historia la le ayer en un peridico viejo que envolva un cntaro de greda que compr mi ta en el camino. Y justamente anoche, cuando jugbamos naipes, me acord de la historia con el juego de la Dama Negra.

    Yo me he acordado noche a noche, porque llevamos una semana jugando. Empieza el juego y mi ta se va del bar.

    Y quin rob la lapicera de mi to Hernn? se acord entonces Emilia.

    La misma persona que rob el encendedor de Betty y mi llavero de ncar.

    Quin? La seora Sara. Y cmo sabes? Porque la sorprend escondiendo en su bolso una

    cucharita de caf. Quieres decir que es cleptmana? se aventur a

    decir Emilia. O ladrona sentenci con dureza Rafael. Y no le has dicho nada a la seora Hortensia? se

    extra la muchacha. Teresa se ha encargado de decir que la inmovilidad

    ha desarrollado en m un exceso de fantasa. Por lo tanto, no me creeran si no les presento pruebas. Y es por eso que quera pedirte ayuda Rafael se la qued mirando con los ojos brillantes.

    Y cmo te podra ayudar yo? dijo Emilia, pregun-tndose si Teresa tendra razn.

    Registrando el dormitorio de Sara. Emilia se qued unos instantes en silencio. Toda la

    historia de Rafael le pareca exagerada. Las cavilaciones de la muchacha fueron interrumpidas

    por un acceso de tos de Rafael. Te sientes bien? le pregunt al verlo colorado y

    manoteando.

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  • JACQUEUNE BALCELLS - ANA MARA GIRALDES

    Me estoy resfriando! Tengo un poco de fro. A Teresa se le olvid pasarme mi suter se violent el muchacho.

    Emilia haba descubierto una faceta de la personalidad de su amigo que no le gustaba nada. Pero al verlo en su silla y recordar que tena que prepararse para una nueva operacin, sinti que lo comprenda.

    Si quieres voy a los baos y le pregunto a Teresa dnde dej tu suter se ofreci.

    Te lo agradezco respondi l entre toses y carras-peos que a Emilia le parecieron exagerados.

    La muchacha atraves el jardn y entr en el enorme y antiguo edificio de los baos termales. La humedad le sali al encuentro en cuanto cruz el umbral. Una escalera de mrmol blanco descenda hasta lo que le pareci el fondo de la tierra. Pero en lugar de estar oscuro, los colores que pasaban a travs del inmenso vitral que haca de pared en el fondo de la nave, iluminaban todo con un juego de arco iris.

    Los pasos y las voces retumbaban en el lugar con ecos de catedral. Emilia comenz a bajar con paso gil, pensando en todo lo que tendra que volver a subir.

    Una vez abajo, se dirigi a una mujer sentada frente a una mesa que se ocupaba en llenar unas fichas.

    La seorita Teresa est aqu? Necesito darle un re-cado.

    A Teresita? No ha venido hoy respondi la mujer mirando con simpata a Emilia.

    Gracias respondi Emilia, tratando de imaginar en dnde estara la enfermera.

    Luego de subir los interminables escalones del edificio de los baos lleg sin aliento a la fuente de los leones. Pero su amigo ya no estaba all. Calcul que el to Hernn y la ta Pepa estaran dando una vuelta por los alrededores y decidi buscarlos. Se fue caminando por el sendero del bosque hacia el puente. Todo lo que le haba contado Rafael daba vueltas

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  • JACQUEUNE BALCELLS - ANA MARA GIRALDES

    en su cabeza. Qu ganas de que Diego estuviera con ella! Se sent en un tronco cortado, lleno de musgo, y se qued all con la mirada perdida. Los pjaros piaban con estridencia, escondidos entre el follaje. De vez en cuando uno cruzaba por sobre su cabeza con aleteos suaves. El ro continuaba su incansable carrera a los pies del acantilado. De pronto un murmullo, que no era de agua ni de alas, interrumpi el armnico rumor del bosque. Era una conversacin entre un hombre y una mujer. Emilia aguz el odo, sin moverse de su asiento. Los que conversaban estaban a pocos metros de ella, tras los eucaliptos.

    Es lo nico que podemos hacer dijo una voz de hombre. Ten paciencia.

    Hasta cuando? pregunt una mujer. Hasta que concluya la filmacin, ya te lo he dicho.

    Si Betty se entera ahora de que quiero terminar con nuestro proyecto de matrimonio, adis pelcula!

    Entonces, lo que estoy entendiendo es que no debemos vernos hasta que pongas punto final a tu maldita pelcula, que ni siquiera empiezas.

    Teresa, sabes que te amo. Me dices que me amas, pero tambin me dices que

    no me preocupe sabiendo que la seora Hortensia nos sor-prendi. Y esa vieja es maligna! A veces me pregunto si no hace las cosas slo por molestarme!

    Cuando estemos juntos dejars de trabajar como en-fermera. Y a nadie le va a importar ese incidente que te pesa tanto. A cualquier mdico o enfermera se le puede morir un enfermo!

    Pero no a todos los acusan de negligencia, como a m. La seora Hortensia me dio trabajo slo para tenerme entre sus manos y poder pagarme una miseria.

    Paciencia, Teresa, paciencia... Lo mismo me dijiste el ao pasado, en este mismo

    lugar, Joaqun.

    EMILIA Y LA DAMA NEGRA

    Emilia no se atreva ni a respirar. Se qued encogida sobre el tronco. Qu poda-hacer para desaparecer del lu-gar sin que la vieran? Las voces dejaron de escucharse y la muchacha temi que de pronto la pareja apareciera frente a ella. No le quedaba ms alternativa que arriesgarse y alejarse de ah en punta de pies. Por ltimo, si la vean, estara lo suficientemente lejos para que no pensaran que ella haba escuchado.

    Emilia camin de vuelta hacia la hostera, tratando de no pisar las hojas secas y evitar as el menor crujido.

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  • Captulo Seis

    ROBO EN LA HOSTERA

    A la hora de almuerzo, cuando todos es-taban otra vez reunidos en el comedor, apareci la seora Hortensia con el rostro muy plido y apoyada en el brazo del mayordomo. Caminaba con ms lentitud que de costumbre y se dirigi directamente a la mesa de don Hernn. Cada uno de

    los pasajeros, ya al tanto de lo que le haba sucedido, tuvie-ron el mismo impulso de levantarse a saludarla. Pero ella, como si los hubiera visto, los inst a seguir almorzando con un ademn de su mano.

    Buenas tardes, doctor, vena a agradecerle su aten-cin. Como ve, ya estoy perfectamente bien, aunque no s qu me sucedi.

    Est segura, seora Hortensia, de no haber tomado ningn sedante anoche? pregunt don Hernn.

    Segursima. Me bastaron dos copitas de licor de cacao ms el mal rato que me llev por lo de su lapicera, para quedarme dormida como nunca de rpido la mujer mo-dulaba con dificultad, como si an estuviera bajo los efectos de la droga.

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  • JACQUEUNE BALCELLS - ANA MARA GIRALDES

    Demasiado dormida, doa Hortensia! Usted esta maana estaba en otro mundo! coment don Hernn con seriedad.

    N o crea que estoy tranquila, doctor, al contrario. Ade-ms, cuando me acerqu a la cmoda me di cuenta de que alguien rob uno de los portarretratos heredados de mi madre: creo que fue por eso que me doparon.

    Era de mucho valor ese portarretratos? pregunt don Hernn.

    N o . Para m tena valor, pero solamente sentimental. Emilia entonces se dio cuenta de lo acertada que estuvo

    al fijarse en ese primoroso paito, tan simtricamente orde-nado junto a los otros, pero sin ningn objeto sobre l.

    Creo que deber interrogar a Adelina sigui la mujer: ella es la que hace aseo en mi cuarto.

    "Si es cierto lo que dice Rafael, a la que habra que interrogar es a Sara", pens Emilia, mirando de reojo a sus vecinas de mesas.

    Por qu no se sienta un rato con nosotros? ofreci Pepa.

    N o , gracias, terminen tranquilos sus almuerzos. Y luego alz la voz para que todos en el comedor la escucha-ran: Tengo algo que decirles: aceptar la sugerencia que me hizo don Joaqun Benetti y organizar para maana un almuerzo al aire libre en la orilla del ro.

    Todos recibieron la invitacin con exclamaciones de alegra.

    Humberto, acompame a mi mesa dijo entonces Hortensia, En el momento en que la mujer se alejaba del lugar, Adelina se present con una bandeja llena de tazones de consom. Cuando pas junto a la duea de la hostera, sta la increp:

    Recin vas a servir el consom, Adelina? Cuando te desocupes, ven a mi mesa porque quiero hablarte.

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    EMILIA Y LA DAMA NEGRA

    Las miradas curiosas de Sara y Lila dirigidas hacia la mesa de Emilia y sus tos, mientras Hortensia hablaba con ellos, haban sido sin ningn disimulo. Y en cuanto la duea de la hostera se retir, las dos mujeres se levantaron presurosas y acercaron sus sillas a la mesa de sus vecinos.

    Nosotras ya terminamos de almorzar. Qu les parece que tomemos el caf con ustedes? dijo Lila.

    Don Hernn levant una ceja y Emilia supo que no le gustaba mucho la idea. Pero eso no fue advertido por las dos mujeres que iniciaron de inmediato su interrogatorio. Y despus de ponerse al tanto de lo que Hortensia haba dicho, se despidieron sin ms.

    Nos vamos a ir a reposar un rato porque a las cuatro en punto tenemos cita en los baos dijo Sara, levantn-dose.

    Y esta noche no se olviden de la Dama Negra re-cord Lila, al despedirse.

    Ta Pepa esper a que las mujeres desaparecieran del comedor para comentar despacito:

    A ese par de entrometidas no les importa ser mal educadas. Nadie llega as a sentarse a la mesa de un vecino sin que la inviten!

    Pero igual les contaste todo lo que quisieron saber ri don Hernn.

    "Lo que es a m", pens Emilia, "la intromisin de las dos seoras me sirvi para enterarme de algo: a las cuatro de la tarde dejarn su habitacin. Tengo que pedirle ayuda a Rafael".

    Emilia y Rafael no tuvieron que esperar mucho, pues Sara y Lila fueron ms que puntuales. A las tres cincuenta y cinco de la tarde las vieron entrar al pabelln de los baos con sus toallas bajo el brazo.

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  • JACQUEUNE BALCELLS - ANA MARA GIRALDES

    Toma le dijo Rafael, aqu tienes una copia de la llave del dormitorio de las seoras. La saque de la oficina de mi ta.

    Emilia se dirigi sin perder tiempo hacia el edificio de las habitaciones. La de las dos mujeres quedaba en el mismo pasillo que la suya, aunque separada por una pequea salita, amoblada con tres sillones, una pequea mesa y un gran florero con un arreglo seco; el recinto haca de descanso entre los dos largos corredores de dormitorios. La habitacin de Emilia era la nmero 10 y la de las mujeres la 28. Se detuvo frente a sta, respir hondo, y abri.

    El cuarto era idntico al de sus tos: dos camas gemelas, separadas por una mesita de noche con cubierta de cristal; un ropero con puertas de espejo y una cmoda tocador, sobre la cual se ordenaban una serie de frascos de cremas, perfumes y cajitas. Le llam la atencin un pequeo espejo cuyo mango de marfil con incrustaciones de ncar tena las iniciales V.R.L.

    "Si yo quisiera guardar algo para que no lo vieran, dnde lo escondera?", se pregunt la muchacha. Y deci-di que en esas circunstancias con una compaera de pieza el mejor lugar sera su propia maleta con llave. Pero se equivoc; las dos maletas que haba dentro del armario estaban vacas y sin llave. Con impaciencia, Emilia sigui buscando, entre la ropa, al interior de los zapatos, en el velador y hasta en el botiqun del bao. Entonces se acord de la pelcula de una alcohlica que esconda las botellas dentro del estanque del W.C. El resultado, pura agua! A l salir del bao vio, colgadas en dos perchas junto a las toallas, dos batas de levantarse que mostraban las personalidades de sus dueas. La celeste y acolchada era seguramente de Lila, en tanto la floreada y con vuelos, mucho ms larga que la otra, perteneca a la siempre muy adornada Sara.

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    EMILIA Y LA DAMA NEGRA

    Unos pasos en el pasillo le hicieron correr a buscar escondite. Intentaba meterse debajo de una de las camas, cuando los pasos se alejaron.

    Mientras se levantaba mir hacia lo alto y sus ojos recorrieron el ropero que tena enfrente. Entonces advirti que ste terminaba en una especie de encaje de madera, de unos veinte centmetros de altura, que impeda ver el techo del mueble. Por lo tanto, hasta un pequeo maletn poda esconderse ah sin ser visto. Se incorpor y corri la nica silla que haba en el lugar. La puso contra el armario y se subi. Le bast estirar la mano para que sus dedos se encontraran con un pequeo bulto de gnero. Lo cogi, presa de una gran excitacin: algo tintineaba en el interior de la bolsa! La abri de inmediato y vaci su contenido sobre una de las camas. Y el corazn casi se le sali del pecho cuando entremedio de tres cucharitas brillantes y plateadas, un encendedor de oro, un cenicero de cristal, un lpiz labial en un estuche dorado, un marco portarretra-tos de plata ovalado y un llavero de ncar, estaba la Mont Blanc de su to.

    Sara era realmente una cleptmana, que, como las urracas, robaba todo lo que brillaba! Se guard la bolsa bajo la blusa que llevaba suelta sobre los jeans y sali del cuarto, volviendo a cerrar con llave.

    Corri a contarle a Rafael el xito de su investigacin. Toma la llave para que la devuelvas y... tatatatn...

    aqu est el botn! exclam, en tono de triunfo, dando unas palmaditas en su estmago que se vea abultado. Aqu est todo, incluso el portarretratos de tu ta!

    Un portarretratos, dices? A ver, mustramelo! Aqu no. Nos pueden ver. El portarretratos es ova-

    lado y en la parte superior tiene un ramillete de flores en relieve.

    Ese es! Y con una foto de tres jovencitas?

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  • JACQUEUNE BALCELLS - ANA MARA GIRALDES

    N o , no tiene ninguna foto. Lo que me pregunto es cmo Sara logr introducirse en el dormitorio de tu ta.

    Rafael se encogi de hombros y la mente de Emilia comenz a correr: era mucho ms creble que Sara hubiera dopado a Hortensia para robar el portarretratos que la teo-ra de Rafael acerca del llamado de atencin de su ta hacia Humberto. "Pero, en qu momento podra haber sido Sara tentada por ese portarretratos?", se pregunt Emilia. Aparen-temente no exista ninguna intimidad entre ella y la duea de la hostera. Adems, llegara una cleptmana a dopar a alguien para robar? Sin embargo, el hecho evidente era que el portarretratos estaba en el cuarto de Sara y Lila, junto a los otros objetos robados.

    De pronto Rafael se puso tenso: Cuidado! Ah viene Teresa, no quiero que sepa nada.

    Se ha puesto muy rara ltimamente. Emilia saba exactamente por qu estaba extraa Teresa,

    pero no lo dej notar. Pens que Teresa ya tena suficiente drama en su vida como para estarla acusando delante de su enfermo.

    Te espero en media hora ms en el dormitorio para tus ejercicios advirti la enfermera a Rafael, al pasar por su lado.

    Ejercicios! Estoy harto de esos ejercicios mascull el muchacho, con gesto de fastidio.

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    Captulo Siete ODOS BAJO EL ROSAL

    Cuando Emilia y Rafael llegaron a la oficina de doa Hortensia los gritos

    : ^*^fHkK de la mujer retumbaban en el pasillo. ^ % Chiquilla floja! Terminas de hacer el

    aseo a la hora que se te antoja y te atrasas para servir la mesa. Adems, no me extra-ara nada que hubieras sido t la que me

    rob el portarretratos. Porque te dir una cosa: podr estar muy ciega, pero me doy cuenta de lo que falta en mi ha-bitacin.

    Eso s que no se lo voy a permitir, seora. Yo no soy una ladrona! se alz la voz aguda de Adelina.

    Emilia mir a Rafael, y al unsono golpearon a la puerta.

    Soy yo, ta, es importante! habl Rafael. Retrate se escuch decir a Hortensia y de inme-

    diato la puerta se abri para dar paso a una Adelina con los ojos enrojecidos.

    La silla de ruedas se desliz hacia el interior de la pe-quea oficina y Emilia la sigui.

    Hortensia estaba sentada tras un escritorio. A sus espal-das, se abra un ventanal protegido por una reja en la que

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  • JACQUELINE BALCELLS - ANA MARA GIRALDES

    se enroscaban largas guas de rosas trepadoras. El aroma de las flores invada el lugar y una brisa mova las cortinas transparentes. La mujer tena una gruesa lupa entre sus manos y sobre el escritorio haba un papel con nmeros de gran tamao. Su rostro se vea plido.

    Qu dice, mi nio? Con quin vienes? pregunt tratando de escudriar a travs de sus lentes oscuros.

    Es Emilia, la sobrina del doctor Martnez, ta. Y a qu se debe esta visita? Sintate, Emilia! ofre-

    ci la mujer, haciendo un gesto vago para mostrar una silla a su derecha.

    Ta, descubrimos al ladrn de la lapicera! Es la seora Sara lanz de sopetn Rafael, golpeando los brazos de su silla para enfatizar la noticia.

    A ver... cmo es eso? Hortensia puso atencin. A un gesto de Rafael, Emilia sac la bolsa y desparram

    su contenido sobre los papeles del escritorio. Primero la mujer palp cada objeto y luego tom la lupa y los acerc hasta su nariz.

    Aqu haba una fotografa! dijo, acariciando el por-tarretratos. La nica que tena de Rosa ya mayor! An alcanzaba a distinguir su figura tan querida con mi lupa.

    Rosa es la hermana asesinada cuchiche Rafael al odo de Emilia.

    Rosa... Hortensia, por un momento, pareci olvidar la presencia de los jvenes y sigui acariciando el vidrio del portarretratos. Ya no me queda nada tuyo dijo con voz entrecortada.

    Y cuando Emilia pens que vera caer lgrimas por de-trs de los anteojos oscuros, Hortensia se enderez y exigi con su voz seca:

    Cuntame. En un minuto, Rafael le cont del registro de Emilia en

    la habitacin de Sara, producto de las clarsimas sospechas que l guardaba desde que la haba sorprendido escondiendo

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    EMILIA Y LA DAMA NEGRA

    una cucharita de caf en su cartera. En esa ocasin, se haba decidido a vigilarla.

    Y no slo estn sus cucharitas, sino que su porta-rretratos, la lapicera, mi llavero, el encendedor de Betty... sigui el muchacho.

    El rostro de la mujer tena un rictus severo. Podras haberme informado a m primero, Rafael. No

    me gusta nada eso de andar registrando las habitaciones de los pasajeros dijo, seca.

    Pero ta... se da cuenta de lo que descubrimos? Yo quise evitarle a usted una preocupacin y antes tena que asegurarme. No se enoje...! habl Rafael en una spli-ca mimosa. Luego acerc la silla al escritorio, acarici una mano de Hortensia y volte la cabeza para guiar un ojo a Emilia.

    De inmediato el rostro de la mujer se distendi en una sonrisa.

    Que sea la ltima vez que registres un cuarto de pasajeros sin mi conocimiento, detective.

    Emilia carraspe para hacer notar su presencia. Pero para Hortensia slo exista Rafael.

    Creo que con esas dos seoras he conversado apenas un par de veces: una, cuando se registraron en la hostera al llegar; despus, cuando la de la voz ronca... no... la otra, la de las pulseras que suenan, recibi un llamado de su hijo a la hora de almuerzo, que contest en el bar. Yo estaba ah en ese momento y me llam la atencin su llanto, tanto as que le pregunt si le pasaba algo. Entonces me cont que era su nico hijo y que se emocionaba mucho cada vez que la llamaba.

    Tanto como para llorar? se extra Emilia. Ustedes los jvenes no saben lo que es el amor de

    madre dijo Hortensia, buscando la mano de Rafael. Tal vez su hijo la llama muy de vez en cuando y ella se emo-ciona cuando lo hace. Qued un momento en silencio y

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  • JACQUELINE BALCELLS - ANA MARA GIRALDES

    luego lanz otra vez enojada: Pero eso no la disculpa de ser una ladrona. Y si es as, ya lo sabr su hijo.

    Pero a lo mejor la pobre es cleptmana... insinu tmidamente Emilia.

    Cleptmana o ladrona para m es lo mismo: no puedo aceptarla en mi hotel. De inmediato le voy a pasar la cuenta para que se vaya. Y cogiendo el citfono palp los boto-nes y oprimi el de ms arriba: Humberto, necesito que la seora Sara se presente en mi oficina lo antes posible. S, es importante. Tiene que ser ahora, despus te explico agreg bajando un poquito la voz.

    Es necesario que le explique al mayordomo, ta? pregunt abruptamente Rafael.

    Es mi socio, recuerda fue la respuesta impasible. Y ahora, les pido que me dejen sola con esa mujer.

    Emilia sali tras Rafael, que accionaba con rabia el botn de control de su silla.

    Cundo se va a dar cuenta de que Humberto no la soporta? dijo casi para l mismo. Y Emilia se asust de la seguridad con que hablaba el muchacho.

    En cuanto llegaron al jardn se encontraron con Te-resa.

    Dnde te habas metido? Hace una hora que te busco para tus ejercicios. Despus tu ta se enoja conmigo recri-min la enfermera a Rafael.

    Y cuntas veces te he buscado yo sin encontrarte? se defendi Rafael.

    La enfermera, sin responder, empuj la silla del mucha-cho en direccin a los dormitorios.

    Emilia qued sola. Quizs en ese momento Sara se en-caminaba hacia la oficina de Hortensia. Qu ganas de saber cmo reaccionara ante la acusacin! Sin darse cuenta se encontr caminando por el sendero que llevaba a la ventana con rosas trepadoras de la oficina de la duea de la hostera. La voz airada de Hortensia lleg hasta ella. No lo pens dos

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  • JACQUELINE BALCELLS - ANA MARA GIRALDES

    veces y corri hasta la enredadera. Rogando al cielo que nadie la viera, se encuclill junto a la pared y se qued all muy quieta, escuchando a travs de la ventana abierta.

    No me puede acusar as! Yo no soy la nica que duerme en ese dormitorio!

    Tengo razones para acusarla: alguien la sorprendi robando una vez. Y adems me pregunto si no sera usted la que me puso un somnfero en mi copa de licor o qu s yo dnde, para poder entrar a mi dormitorio y robarme el portarretratos.

    Yo no he robado su portarretratos! Ni conozco su habitacin, seora!

    Ja! Entonces cmo explica que lo hayan encontrado en el bolso con todo su botn?

    Y o no s... no entiendo... Mire, seora: no voy a llamar a la polica, porque

    no quiero escndalos. Aqu est su cuenta y espero que se vaya inmediatamente.

    Pero... es que... no puedo... Mi hijo me va a venir a buscar el domingo y l va a pagar todo. Yo no tengo di-nero...

    Llmelo inmediatamente para que la venga a buscar hoy. Adems, yo misma le voy a decir a su hijo que usted necesita un tratamiento siquitrico, porque... usted es una enferma, no?

    Hubo un silencio. Cuando Sara habl nuevamente, su voz era un largo

    lamento. Eso s que no, por favor, no le diga una palabra a mi

    hijo, por favor, no lo soportara. Suponiendo que usted es una enferma y no una la-

    drona, esperar hasta el domingo. Pero hasta ese momento, cuide sus manos!

    Gracias, seora Hortensia. Pero se lo suplico... no le vaya a decir...

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    EMILIA Y LA DAMA NEGRA

    Su hijo tiene que saber algo tan grave. Usted es un peligro pblico: hay que ponerla al cuidado de un espe-cialista.

    Se escuch el ruido de una silla al ser desplazada de su lugar y Emilia sali corriendo. En su carrera tropez con el mayordomo que, extendiendo los brazos, le impidi que cayera al suelo:

    De dnde viene, a esa velocidad, seorita? ri Humberto.

    Perdn, es... que... no lo vi . . . balbuce la mucha-cha, aterrada de que la hubiera visto bajo la ventana. Y en medio de su bochorno, Emilia not que el hombre era buen mozo.

    El mayordomo sigui de largo y ella corri al dormi-torio de sus tos, para ponerlos al tanto de lo que haba sucedido.

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  • Captulo Ocho DNDE EST HORTENSIA?

    Los pasajeros ya haban terminado su cena, cuando doa Hortensia lleg al comedor. En una de sus manos llevaba una pequea bolsa de gnero, que Emi-lia reconoci inmediatamente, y con la otra maniobraba con destreza su bastn. Si me disculpan, quisiera decirles

    algo dijo a viva voz en cuanto cruz el umbral de la puerta.

    Todos esperaron. Doa Hortensia se vea tensa. Camin hacia los Mar-

    tnez con los labios apretados y cuando lleg junto a ellos adelant la bolsa de gnero que le haba entregado Emilia y la ofreci diciendo:

    Por favor, coloquen los objetos sobre la mesa y re-conozcan lo que es de ustedes.

    Sin ser invitados, todos se haban acercado a la mesa de los Martnez y miraban los objetos que doa Pepa se haba encargado de esparcir sobre el mantel. Joaqun tartamude una broma que no tuvo eco y Betty exclam:

    Mi adorado encendedor! Y mi lpiz labial! se sorprendi Lila.

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  • JACQUELINE BALCELLS - ANA MARA GIRALDES

    Pido disculpas otra vez dijo Hortensia. Esto no volver a suceder nunca ms en mi hostera. Ya explicar a los afectados el porqu de la desaparicin de sus objetos. Por ahora les ruego que recuperen sus pertenencias, les doy las buenas noches y les prometo para maana un da muy especial.

    Emilia volvi disimuladamente la cabeza hacia Sara, que era la nica que no se haba levantado de su silla. Estaba muy concentrada haciendo pelotitas con las migas de su pan.

    Los pasos de Hortensia y el golpe seco de su bastn se perdieron tras la puerta del bar.

    "Qu bueno que maana llega Diego!", se dijo Emilia, anhelando compartir sus apreciaciones con alguien de su entera confianza.

    Hernn y Joaqun demoraron una eternidad en cruzar el puente, sosteniendo cada uno un brazo de la duea de la hostera. La amplia falda negra de la mujer revoloteaba entre las piernas de los hombres. Cuando llegaron al lugar ya estaban todos instalados frente a los manteles azules que cubran las rsticas mesas de troncos. Era un agradable es-pacio rodeado por los eucaliptos. Ms atrs, a ambos lados del sendero que llevaba al acantilado, los aromos floridos manchaban de amarillo el bosque. Adelina sacaba copas y cubiertos de los canastos, y Humberto distribua en fuen-tes de madera trozos de jamn acaramelado, pavo, salmn ahumado y vistosas ensaladas.

    La tensin de la noche anterior pareca olvidada y las conversaciones fluan alegremente. Incluso Sara se vea ms repuesta y contestaba de buen talante las bromas de Joaqun.

    E n cuanto terminemos de almorzar, Betty interpretar el gran monlogo de Horror Verde, se que recita frente al

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    EMILIA Y LA DAMA NEGRA

    acantilado antes de ser empujada al vaco dijo Joaqun, lanzando una sonrisa amistosa a su novia.

    Ay, gatito! Yo al acantilado no me acerco... Nadie se va a acercar al acantilado, tontita. Lo puedes

    recitar aqu le dijo, sealando una banca bajo un rbol, donde estaba sentada Teresa. La enfermera pareci no es-cuchar y sigui en su contemplacin del paisaje.

    Humberto se acerc a cada uno, ofreciendo un aperiti-vo. Adelina lo segua con una bandeja de variados quesos. Hortensia se vea relajada, pero su rostro se endureci al escuchar cerca de ella la voz del mayordomo. Cogi una copa y la bebi de un sorbo, ante la mirada de asombro de doa Pepa.

    Rafael se haba puesto una camisa verde, que haca juego con sus ojos y acentuaba la palidez de sus mejillas. Se acerc a Emilia y le dijo en voz baja que se avecinaban muchos cambios: su ta ya haba despedido a Adelina y a Teresa. Los ojos del muchacho brillaban mientras contaba a su amiga las novedades.

    A l parecer ests muy contento coment Emilia. Por supuesto, ya no soportaba a Teresa y su falsa

    eficiencia. Y cundo se van? pregunt Emilia, mirando a las

    futuras desempleadas. N o s, me imagino que a fin de mes respondi

    Rafael, con aire displicente. M i ta tendr que buscar reemplazantes.

    Comieron, bebieron, conversaron y rieron. Luego de los postres, Humberto despleg mantas y sillas de lona bajo los rboles. La primera en instalarse fue Hortensia, que orden a Adelina que le cubriera las piernas con una manta. Algunos se tendieron y otros se sentaron. Las conver-saciones fueron apagndose y la modorra lleg silenciosa, abatiendo prpados. Emilia, luego de mirar su reloj eran

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  • JACQUELINE BALCELLS - ANA MARA GIRALDES

    las tres de la tarde y calcular que Diego estara pronto a llegar, se tendi cuan larga era sobre una manta y apoy la cabeza sobre los brazos. No supo si era un crujir de hojas o el zumbido de un insecto o quizs el ruido de Adelina o Humberto recogiendo vasos y platos lo ltimo que sinti antes de quedarse dormida.

    La camisa verde de Rafael se agitaba sobre los ojos de Emilia, y Humberto les tenda sendos vasos llenos de un lquido viscoso. Emilia supo que ese lquido contena un veneno y no quera recibirlo, pero Rafael insista en su odo que no lo rechazara. Mientras tanto, las carcajadas estridentes de Betty se mezclaban con los sollozos de Adelina, que haba recibido una bofetada de doa Hortensia. Los dedos de la mano de la duea de la hostera se haban transformado en tentculos que danzaban en el aire y ahora se acercaban a ella para agarrarla por un hombro.

    Emilia! Emilia! sinti que la remecan y lanz un grito. Emilia! Qu te pasa? Despierta!

    La muchacha abri los ojos y se encontr con el querido rostro de Diego.

    Diego... qu bueno que ests aqu! exclam la muchacha incorporndose de un salto y lanzando sus brazos alrededor del cuello del recin llegado.

    Diego le dio unos cariosos tironcitos de pelo y mir a su alrededor. Algunos de los que all dormitaban, disemi-nados bajo los rboles, mostraban algo de polvo amarillo sobre sus cabellos. Con el ruido de la conversacin, uno a uno fueron abriendo los ojos e incorporndose, con aire despistado.

    Y este joven tan buen mozo, de dnde sali? se escuch la voz somnolienta de Betty.

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    EMILIA Y LA DAMA NEGRA

    Es un amigo! respondi Emilia, en una presenta-cin general.

    En ese momento apareci Rafael, accionando su silla de ruedas por entre los rboles.

    Hola, Diego, hombre! salud don Hernn, despe-rezndose con un gran bostezo en su silla de lona.

    Diego se acerc a los Martnez, se inclin para besar a doa Pepa en la mejilla y dio un apretn de manos al doctor.

    Joaqun, desde su manta, salud al recin llegado con un gesto amistoso.

    Sara y Lila, reclinadas en sillas contiguas, se vean dor-midas.

    Humberto, con un termo y varios vasos de papel, y Adelina, con una bandeja llena de bizcochos, se acercaron al grupo.

    Qu rico! Caf, cafecito, caf! los gritos de Betty hicieron saltar a Sara, que se incorpor asustada.

    Lila abri los ojos y mir con desgano a Betty recibir de manos de Humberto un vaso con humeante caf negro.

    Y dnde est la seora Hortensia? pregunt la camarera.

    Todos miraron hacia la silla roja, donde la duea de la hostera haba estado sentada. Ahora slo se vea su manta, arrugada sobre la lona.

    Yo la estuve buscando por ah y no la encontr. Est segura, Adelina, de que no est en la hostera? pregunt Rafael.

    Por lo menos yo no la vi : entr a su habitacin a dejarle toallas y no haba nadie.

    Yo tampoco la vi por all sigui Humberto. Y dnde est la enfermera? pregunt Sara. No

    andar con ella? Yo vi a una enfermera asomada a una ventana de la

    hostera cuando vena hacia ac dijo entonces Diego.

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  • JACQUELINE BALCELLS - ANA MARA GIRALDES

    Hay que buscarla declar don Hernn, ponindose de pie. Es de esperar que esta seora, con la mala visin que tiene, no haya decidido dar un paseo sola.

    N o creo. No podra... se inquiet Rafael.

    El doctor tom el mando de la situacin y distribuy a todo el mundo para que buscara en distintos lugares. Hum-berto, Emilia y Diego partieron hacia el acantilado bordeado de aromos. Lila, Pepa y Sara, hacia el bosque de eucaliptos. Betty, Joaqun y Adelina buscaran en los alrededores del puente. Y don Hernn pidi a Rafael que permaneciera en el lugar mientras l iba al hotel a buscar a Teresa.

    Los grupos se diseminaron obedientemente. Emilia escu-chaba el eco apagado de las voces de los dems. De pronto el mayordomo se detuvo en seco y dej caer los brazos en un gesto de impaciencia.

    Esto es un absurdo! Doa Hortensia jams vendra a caminar por este lugar!

    Yo creo lo mismo: si dicen que es casi ciega... apo-y Diego.

    Pero Emilia, llevada por un sbito impulso, corri ha-cia la orilla del acantilado. Mir hacia abajo y el grito fue instantneo.

    Ah est! Humberto y Diego se precipitaron a su lado y se aso-

    maron por el borde del precipicio: unos cinco metros ms abajo, y colgando entre las ramas de un espino que creca en una saliente del acantilado, yaca un cuerpo de mujer. La falda negra de su vestido se mova con el viento.

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    Captulo Nueve

    U N CADVER EN EL ACANTILADO

    El proceso de recoger el cuerpo de Hortensia fue duro y penoso. Diego, venciendo su temor al vaco, se amarr a una cuerda sujeta al tronco de un aromo y descendi por la abrupta quebrada hasta el rbol. Una vez all, Diego at el cuerpo inanimado de la mujer con otra cuerda que lleva enrollada

    a la cintura. Desde el borde del acantilado, Humberto, Joaqun y don Hernn jalaron la cuerda que elev como un fardo el cuerpo de Hortensia. Una vez arriba, don Hernn no tuvo que examinarla mucho para comprobar que la duea de la hostera estaba muerta.

    Desgraciadamente hay que hacer la denuncia; que nadie toque el cuerpo.

    Denuncia? Por qu denuncia? pregunt Humberto, en tono seco.

    Siempre que alguien muere en un accidente de este tipo hay que llamar a Investigaciones explic el doctor. Y agreg: Es ley.

    Dos horas ms tarde estaban todos reunidos en el bar frente al inspector Eugenio Santelices de la Brigada de Ho-

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  • JACQUEUNE BALCELLS - ANA MARA GIRALDES

    micidios. Este era un hombre moreno y de apariencia tosca con un vozarrn capaz de atemorizar al ms valiente.

    Lamento decirles, seores, que nadie se podr mover de aqu hasta no dejar clarificadas ciertas cosas dijo, luego de saludar con una inclinacin de cabeza.

    Qu quiere decir eso? se escuch la voz de Sara. Mi hijo viene a buscarme maana... yo me tengo que ir!

    Seora, yo tambin espero que usted se pueda ir maana.

    Y de qu depende? pregunt Lila, con una voz que no pareca la de ella.

    D e l peritaje que llevaremos a cabo en una hora ms para comprobar si fue accidente o...

    O qu...? salt Betty. O asesinato, seorita. Esta noche, despus de la cena,

    me gustara que nos volviramos a juntar aqu en el bar. El revuelo que se produjo fue instantneo. Todos co-

    menzaron a hablar al unsono. Betty se colg del brazo de Joaqun como buscando proteccin. Teresa se haba acercado a Lila y las dos conversaban en voz baja, con los rostros ex-tremadamente serios. Sara gimoteaba al odo de doa Pepa, que la tranquilizaba con unos golpecitos en la espalda. Ade-lina, de pie en medio de todos, permaneca inmvil con una bandeja llena de tazas de caf entre sus manos. Humberto la sac de su estupor con una orden rpida; el mayordomo pareca el dueo de la hostera: corra entre la cocina y el bar, hablaba por telfono y sostena conversaciones con el inspector.

    En un momento, Humberto se acerc a Sara y le dijo: La habitacin 14 est lista para usted y su hijo, tal

    como lo haba pedido. Quiere trasladarse de inmediato, o maana, cuando l llegue?

    Prefiero hacerlo esta noche, gracias. Arreglar mi equipaje.

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  • JACQUELINE BALCELLS - ANA MARA GIRALDES

    Yo te ayudo ofreci Lila, de inmediato. El mayordomo asinti con un movimiento de cabeza

    y sali del bar. Rafael, solitario en un rincn, tena los ojos enrojecidos

    y le temblaba el mentn. Las ruedas de su silla, llenas de barro y hojas secas, haban dejado sus marcas en el brillante suelo encerado. La muchacha sinti una gran compasin y se acerc a l.

    N o sabes cunto lo siento, Rafael, te debes de sentir muy solo lo consol Emilia. Quiero decirte que en m tienes a una amiga.

    Rafael la mir sin poder hablar. Luego, sin ms, accion la palanca de su silla y se alej.

    Emilia se qued sola, algo sorprendida con la reaccin del muchacho. Diego, que contemplaba la escena desde lejos, se acerc a ella y la invit a salir al jardn.

    Te das cuenta en lo que estamos metidos? comen-z Emilia, sentada en una de las sillas de mimbre, frente al macizo de flores que le gustaba tanto a la ta Pepa.

    A l parecer... es un asesinato sigui su amigo. Yo creo lo mismo, no puedo pensar que esa seora

    ciega hubiera salido a pasear sola por ese sendero que lleva al acantilado.

    A menos que quisiera suicidarse opin Diego. N o era del tipo suicida, te lo aseguro. Tena un ca-

    rcter fuerte y decidido. En pocos minutos la muchacha puso al tanto a su amigo

    de todos los acontecimientos que haba presenciado desde su llegada a la hostera.

    Diego escuchaba con mucha atencin. Me parece extrao lo del portarretratos: no creo que

    una cleptmana, si se es el caso, organice tanto su robo. Por lo general los cleptmanos roban las cosas que tienen a mano.

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    EMILIA Y LA DAMA NEGRA

    Si es que ella es verdaderamente cleptmana. A lo mejor es lo que quiere hacer -creer.

    Entonces tena un motivo para robar ese portarre-tratos.

    Podra ser la foto? pregunt Emilia Cmo era la foto? Eso es lo raro: no estaba la foto. Y sabes qu foto era? Rafael me dijo que eran las tres hermanas Rodrguez

    cuando jvenes y la seora Hortensia dijo que era la nica foto que tena de su querida hermana muerta.

    Y Emilia se extendi en contarle con detalles lo que haba ledo del crimen de la hermana de Hortensia.

    Diego escuchaba con la cabeza inclinada. Cuando Emilia termin su relacin, comenz distrada a desprender una a una las pelusitas amarillas enredadas entre los cabellos del muchacho.

    Ay! Que haces? No me tires el pelo! Es que ests lleno de flores de aromo, igual que...

    Emilia qued en suspenso. Igual que qu? Sabes? Me acabo de dar cuenta de que salvo ta Pepa

    y to Hernn, todos tenan la cabeza igual que t, cuando nos despertaste de la siesta. Incluso Humberto y Adelina, porque unas pelusas cayeron de sus cabellos mientras me servan el caf.

    Y...? Yo tambin me di cuenta de eso cuando llegu al lugar del picnic.

    Quiere decir que todos ellos caminaron en algn mo-mento por el sendero de aromos que lleva al acantilado.

    Los dos se sumieron en un largo silencio. En qu piensas? pregunt la muchacha. Cuntame de los huspedes y de su relacin con la

    muerta.

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  • JACQUEUNE BALCELLS - ANA MARA GIRALDES

    Emilia fue repasando uno a uno a los pasajeros, in-cluyendo a los empleados. Y tambin le habl del carcter difcil de Hortensia.

    Resumiendo: hay muchos de ellos que tienen bue-nas razones para alegrarse de su desaparicin. Adelina, por ejemplo, se venga de una patrona desptica; Humberto se libra de una enamorada celosa y posesiva de la cual l no estaba enamorado; Sara, de ser desenmascarada ante su hijo; Teresa, de alguien que la extorsionaba por un pasado profesional turbio.

    Y los otros? sigui preguntando el muchacho. Hasta el momento, Betty, Joaqun y Lila se estaran

    salvando dijo Emilia. Por el momento... respondi su amigo. Pero igual

    tuvieron la oportunidad de hacerlo. Ests listo para actuar? pregunt ella, medio en

    serio medio en broma. Clmate, an no sabemos si estamos ante un asesinato

    o ante un simple accidente. Voto por un asesinato -dijo Emilia. Yo tambin. Entonces... comencemos por volver al lugar de los

    hechos invit la muchacha.

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    Captulo Diez ES U N ASESINATO, SEORES

    Emilia y Diego cruzaron el puente colgan-te. El sol an estaba alto y haca brillar las aguas serpenteantes del ro. Dejaron atrs los eucaliptos y se adentraron en el sendero rodeado de aromos. A unos dos metros del acantilado se encontraron con una barrera de cordeles que impeda el paso. Y, como

    si fuera un mueco de resorte, surgi de entre unas matas la cabeza de un guardia.

    Est prohibido circular por este sector. Ni siquiera mirar? se desilusion Emilia. Negativo. Pero... trat de insistir la muchacha. Son rdenes, seorita, lo siento. Podra hablar con el seor Santelices? pidi Emilia

    al divisar al inspector que, inclinado, examinaba el suelo al borde del precipicio.

    Negativo! Est ocupado. Diego se encogi de hombros y tirone a Emilia,

    para que volviera sobre sus pasos. Pero la muchacha se resista y miraba hacia un lado y otro buscando un lugar libre de barreras para seguir avanzando. De pronto, a su

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  • JACQUELINE BALCELLS - ANA MARA GIRALDES

    derecha, descubri un pequeo claro entre un grupo de aromos y esta vez fue ella la que tirone a Diego para que la siguiera.

    Dnde pretendes ir? quiso saber Diego. Qu arbusto ms lindo! fue la respuesta de Emilia

    indicando un macizo verde y frondoso poblado de botones a punto de abrirse.

    Es un arrayn coment Diego. Si encuentro una flor abierta, me das un beso.

    Emilia ri y los dos se acercaron al arbusto. Aqu hay una! exclam Diego, cortando un botn. Tramposo, eso an no es una flor! As son las flores de arrayn brome l, acercn-

    dose. Si yo encuentro una abierta, te doy un coscacho ame-

    naz Emilia, separando ramas. Y luego de una corta bsqueda, se escuch su exclamacin: Ven, Diego, mira!

    Encontraste una flor! Emilia no respondi. Y luego de inclinarse hasta enterrar

    la cabeza en el arrayn, reapareci con la nariz rasmillada y en su mano unos anteojos oscuros con marco dorado en forma de antifaz.

    Los anteojos de doa Hortensia, Diego! Esto es im-portante! Hay que mostrrselos al inspector.

    Minutos despus el inspector Eugenio Santelices sepa-raba las ramas del arbusto, tal como lo haba hecho antes Emilia. Luego sigui escarbando el terreno, levantando pie-dras y hojas secas. Inclinado, examin palmo a palmo cada metro cuadrado del pequeo claro, hasta que de pronto se incorpor. En la mano sostena una piedra del porte de un pomelo.

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    EMILIA Y LA DAMA NEGRA

    Aqu hay sangre dijo. Tu hallazgo fue muy im-portante, jovencita.

    Sangre de la seora Hortensia? se estremeci Emilia.

    Es probable, pero primero hay que analizarla. Seor Santelices, an tengo algo que decirle declar

    abruptamente Emilia. Algo ms? respondi ste, con una sonrisa bene-

    volente. S. Se trata de flores de aromo en los cabellos. Y Emilia comenz su relato. Cuando termin, el inspector

    palme su hombro. Gracias le dijo. Ya s por dnde empezar.

    A las diez de la noche, Emilia y Diego esperaban en la puerta la llegada del Inspector. Apenas el jeep de Inves-tigaciones se estacion frente a la hostera, los muchachos corrieron a su encuentro.

    Y? se impacient Emilia. Estn todos reunidos? fue la respuesta de Sante-

    lices. S, en el bar, pero... y? La sangre era de la muerta dijo el inspector, cami-

    nando a grandes trancos hacia la hostera. Diego y Emilia lo siguieron pisndole los talones.

    Segundos despus, el inspector empujaba la puerta del bar y enfrentaba a veintids ojos que lo miraban expectantes.

    Estamos ante un asesinato, seores fueron las pri-meras palabras de Santelices.

    Luego de un instante de silencio, los murmullos fueron elevndose hasta que Betty pregunt, con voz temblorosa.-

    Y cmo puede estar tan seguro?

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  • JACQUELINE BALCELLS - ANA MARA GIRALDES

    Porque gracias a esta jovencita el inspector indic a Emilia, que encontr los anteojos de la difunta entre unas matas, pudimos comprobar que sta haba sido golpeada en ese lugar con una piedra en la nuca y luego arrastrada hasta el precipicio. En la autopsia se comprob que la muerte haba sido causada por un traumatismo encefalocraneano que le provoc una hemorragia cerebral. La data de muerte sera aproximadamente entre tres y cuatro de la tarde.

    Pero qu horror! se escuch la voz altisonante de Lila.

    S, seora, como todo crimen, es un horror. Y ahora les ruego que pasen uno a uno a la oficina de la adminis-tracin.

    Todos? se sorprendi Rafael. Yo soy su sobrino! Todos fue la respuesta de Santelices. Salvo un

    par de personas, todos ustedes tuvieron la oportunidad de estar en el acantilado y empujar a doa Hortensia.

    Y por qu dice eso? se asust doa Pepa. Toqense las cabezas. Los que estuvieron en el ca-

    mino de aromos que rodea el precipicio, descubrirn que an tienen semillas enredadas en sus cabellos.

    Nuevamente se hizo silencio y nadie os levantar una mano para tocar sus cabellos.

    Bueno, estamos a sus rdenes dijo entonces don Hernn, ponindose de pie. Si quiere, puede comenzar conmigo.

    Los dos hombres salieron en direccin al pasillo que llevaba a la oficina de doa Hortensia.

    Emilia los vio alejarse con el ceo arrugado. Te gustara escuchar... verdad? adivin Diego en

    un susurro. S, y yo s cmo. Sigeme! Los dos jvenes salieron de la hostera y corrieron, ro-

    deando el jardn, hasta llegar a la enredadera de rosas que trepaba por la pared de la oficina de la muerta. Por suerte el

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    EMILIA Y LA DAMA NEGRA

    tiempo era caluroso y las ventanas de la casona que daban al jardn permanecan abiertas. Diego y Emilia se agazaparon entre las ramas y con sus cuerpos pegados al muro se con-centraron en el dilogo que ya se haba iniciado al interior de la habitacin.

    La verdad, inspector, es que dorm una siesta de padre y seor mo... Usted sabe... el vino tinto, la buena comida, el aire libre...

    Y recuerda de qu hora a qu hora durmi? N o exactamente. No me ocupo del reloj cuando estoy

    en vacaciones. Pero lo que s quisiera comentarle es que doa Hortensia fue dopada con una fuerte dosis de somnferos dos noches atrs-, me toc atenderla.

    Le robaron algo? U n portarretratos, segn ella misma coment. Ella sospech de alguien? S, de Sara Gonzlez... la seora que se llena de co-

    llares y pulseras. Esto lo s por mi sobrina. Al parecer, es cleptmana.

    U n a cleptmana que duerme a su vctima no me parece muy creble. Por lo que tengo entendido, esta clase de enfermos jams planifica su robo.

    S, a m tambin me parece extrao. Bien, seor Martnez. Le agradezco mucho su colabo-

    racin y como usted comprender, le tengo que pedir que permanezca en la hostera por el momento.

    Por supuesto. Puede decir a su esposa que venga?

    Esto es terrible, inspector. Una jams piensa que a estas alturas de la vida se va a ver envuelta en un crimen. Y lo peor es que con Hernn no supimos nada porque dor-mamos como lirones. Cuando despert todos estaban ah,

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  • JACQUELINE BALCELLS - ANA MARA GIRALDES

    menos el joven Rafael, su enfermera y los dos empleados. No lo digo para que sospeche de ellos, pero...

    Podra decirme algo acerca de doa Hortensia? Era toda una seora, pero con un carcter! No me

    habra gustado trabajar a sus rdenes. Claro que con una vida tan dura, es comprensible que se le haya agriado el genio! Se da cuenta de lo que es el destino? Su hermana muri asesinada y ella tambin.

    Qu sabe usted del asesinato de su hermana? Lo que me ley mi sobrina Emilia en un diario y corro-

    bor luego doa Hortensia. Ocurri hace dos aos en Santiago y el crimen nunca fue resuelto. No le robaron nada y entre sus ropas fue encontrado un naipe con la dama de pie.

    La dama de pie? O la Dama Negra, si quiere... Seora, usted me ha dado una informacin muy im-

    portante. S? S. Entre la ropa de la seora Hortensia tambin fue

    encontrada una dama de pie. Y eso qu quiere decir? Quiere decir, seora, que seguramente la misma per-

    sona que cometi el primer asesinato, cometi tambin el segundo.

    Afuera, Emilia y Diego se miraron sorprendidos.

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    Captulo Once SIGUE EL INTERROGATORIO

    La voz de Joaqun reson fuerte en la oficina. A las 3.10 en punto abandonamos el lugar con Betty. Lo s porque quise com-probar la hora, pues la luminosidad en

    \ s ese momento era perfecta para filmar una escena que tengo contemplada en mi pe-

    lcula. Cuando nos fuimos estaban todos en sus sillas o bajo los rboles durmiendo.

    A dnde se dirigieron, seor Benetti? Primero fuimos hacia el acantilado, luego nos inter-

    namos en el bosque de eucaliptos. Dimos algunas vueltas y regresamos. Estbamos eligiendo locaciones para la fil-macin.

    A qu hora volvieron? Una media hora despus. Estaba la seora Hortensia en el lugar? Prcticamente no haba nadie, salvo los Martnez y

    su sobrina que dorman profundamente. Nosotros, entonces, los imitamos.

    Dgame, desde cundo conoca usted a la duea de la hostera?

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  • JACQUELINE BALCELLS - ANA MARA GIRALDES

    La conoc el ao pasado, cuando vine a pasar un par de das de vacaciones. En ese momento qued encantado con el lugar e inmediatamente pens en una pelcula. Usted sabe que yo soy cineasta?

    S, claro. Pero lo que me interesa es su relacin con doa Hortensia.

    Puramente formal. Era una seora muy educada. Me daba mucha lstima su problema con la vista!

    Ella le habl alguna vez de la muerte de su her-mana?

    Alguien lo mencion alguna vez, pero no fue ella. Muchas gracias, seor Benetti.

    Seorita Betty, podra decirme lo que hizo hoy, luego del almuerzo?

    Trat de dormir, pero no pude. Entonces le propuse a Joaqun que tampoco dorma que furamos a dar una vuelta al bosque. Tenamos que determinar lugares para la pelcula.

    A dnde fueron primero? A l acantilado. Tena que vencer mi pavor a la altura.

    All es donde alguien me tiene que empu... Huy, qu horror! Qu coincidencia! Me creer que en el libreto me empujan en el mismo lugar en que muri la pobre Hortensia?

    Y despus... Despus nos fuimos al bosque de eucaliptos. Ah...

    Qu sucedi ah, seora? N o , nada... es que ah tuvimos una pequea discu-

    sin y mi novio me dej sola. Me qued unos diez minutos sentada sobre un tronco, tranquilizndome, y cuando me dispona a regresar lleg nuevamente Joaqun que vena a buscarme.

    Y despus?

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    EMILIA Y LA DAMA NEGRA

    Regresamos a la zona de picnic. Quines estaban ah? N o me acuerdo mucho, yo soy un poco distrada. A

    ver... parece que los Martnez y... la niita esa, Emilia. La ltima pregunta, seorita Betty. Desde cundo

    conoca usted a la seora Rodrguez? Quin es la seora Rodrguez? Ah! Hortensia. Sola-

    mente este ao. Usted no haba venido antes a la hostera? N o , Joaqun vino solo el ao pasado. Emilia, tras la ventana, not el endurecimiento en la

    voz de la actriz.

    Primero que todo quiero decirle que siento mucho lo de su ta.

    Gracias. Me puede decir qu hizo usted entre tres y tres y

    media de la tarde? No estar usted pensando...! Calma, Rafael. Yo no pienso nada, slo quiero es-

    clarecer el crimen. Esta pregunta se la tengo que hacer a todos por igual.

    S? Dorm. Todo el tiempo? N o . Cuando me despert no estaban mi ta, Teresa,

    Humberto y Adelina. Tampoco Joaqun y Betty. Y qu hizo usted? Supuse que mi ta estaba por ah con Teresa y fui a

    juntarme con ellas. Para qu? Eso importa?

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  • JACQUELINE BALCELLS - ANA MARA GIRALDES

    Todo importa. M i ta haba despedido a Teresa. Me imagin que ella

    estara convencindola de que no lo hiciera, cosa que yo no quera que sucediera.

    Y por qu usted quera que la despidiera? N o la soporto. Y su ta la despidi porque usted no la soporta? A ella tampoco le caa bien. Siempre la estaba rega-

    ando. Parece que su ta no se llevaba muy bien con la

    servidumbre. Ella era muy perfeccionista y exigente. Tambin haba

    despedido a Adelina. Por ineficiente? Algo as, pregntele a ella. Volvamos a cuando se fue en busca de su ta y de

    Teresa. Dnde estuvo? Las encontr? Conduje mi silla hasta donde me fue posible por el

    camino de aromos. No vi a nadie y me devolv dando una vuelta por el bosque. Cuando llegu estaban todos, ms el recin llegado, ese tal Diego.

    O sea, que usted no volvi hasta las tres y media. Ms o menos. No es muy rpido manejar una silla de

    ruedas por la tierra, sabe?

    Desde cundo trabaja como enfermera al servicio de la seora Rodrguez?

    U n ao y dos meses. Estaba contenta con su trabajo? Relativamente, Rafael no es un muchacho muy fcil. Y con doa Hortensia? Bueno..., ella tampoco era fcil. Y por qu segua con ellos?

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    EMILIA Y LA DAMA NEGRA

    Necesitaba vivir. Es verdad que doa. Hortensia la acababa de des-

    pedir? Quin le dijo eso? Eso no importa. S. Me acababa de despedir. Y por qu? -Porque era una neurtica. Esa seora nunca iba a

    encontrar alguien a su gusto. Veo que usted no la quera mucho. E n realidad, no. Pero eso no significa que yo la

    mat! Yo no la estoy acusando de nada, seorita. Y para

    terminar, dgame lo que hizo entre las 3 y las 3-30 de la tarde.

    Estaban todos durmiendo. Eran las 3-12 exactos. Yo mir la hora porque a las cuatro tena que darle un reme-dio a Rafael. Doa Hortensia no acostumbra dormir siesta y me pidi que la acompaara a caminar: quera conversar conmigo. Me dio