En torno al ser para la muerte en Heidegger, Lévinas y Sartre
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“En torno al ser para la muerte en Heidegger, Lévinas y Sartre”.
Por Griselda Urquidi.
En, Psikeba, revista de psicoanálisis y estudios culturales.
http://www.psikeba.com.ar/articulos2/GU-Heidegger-Levinas-
Sartre.htm
(Heidegger habla de la Existenz como forma de ser del Dasein, en castellano hablaremos de la
Existenz como forma de ser de la existencia… Pero aun admitiendo que “Dasein” dice en alemán
lo mismo que en castellano dice “exsistencia”, el caso es que lo dice con medios semánticos
distintos a los del término castellano.
En alemán da significa “ahí” y sein significa “ser”. Por tanto, el término Dasein, por los
ingredientes de que consta, dice ser-ahí. Esa da significa en alemán lo mismo que el hi
catalán en “hi a = hay” o que el y francés en “il y a = hay”.1)
Resumen:
Si bien somos 'ser para la muerte' como destino y fatalidad no
podemos evitar la perplejidad frente a la muerte del otro, del
otro que es el amigo, el hermano, el padre, o incluso, un otro
radical. Aquí nos ocuparemos de las perspectivas de Heidegger,
Lévinas y Sastre sobre esta cuestión, y aunque – según
constataremos- difieren en sus respuestas el problema es el mismo,
el sentido de la existencia de este ser para la muerte. ¿Sorge, el
Otro (ética), Libertad o Nausea?
Palabras clave: Thelos, Dasein, Sorge, Tiempo, Alteridad, Muerte,
Ser.
La Muerte la conocemos porque el otro es quien muere, teniendo queafrontarla, también nos enfrentarnos a ella cual enemigo. El
fenómeno lo conocemos porque el otro, y no cualquier otro, sino
alguien cercano a mí, deja de ser –esto si ser y existir son
correlativos-. A partir de esta conciencia es como la vida misma
empieza a tomar otro sentido. Ser-para-la-muerte ¿es acaso lo que
determina definitivamente el sentido de mi Ser y mi vida?
El hombre muere y con ello muere todo proyecto; la muerte no sólo
es física, se mueren sueños, objetivos, ideales. La muerte, o el
anuncio de la misma, no sólo nos invade de curiosidad, sino
también de sufrimiento y angustia. A partir de que nacemos estamosya muriendo. La muerte anuncia nuestra última posibilidad. Miguel
de Unamuno en su libro “El sentimiento trágico de la vida”, habla
ya sobre el deseo de la inmortalidad y de las dudas y respuestas
que mantienen al hombre en estado de angustia, ante la nueva y
desconocida situación: El deseo de inmortalidad sólo puede deberse
1En, http://www.heideggeriana.com.ar/hermeneutica/intro_redondo1.htm
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a una sola cosa: el anuncio del misterio. No obstante, como es
natural, todo misterio nos llena de miedo porque es, quizá ahí,
donde se esconda lo trágico.
Desde antaño, grandes filósofos se han ocupado del tema que a la
larga puede tornarse macabro. Desde Platón y Epicuro hasta San
Agustín; desde Feuerbach y Kierkegaard hasta Unamuno; los que aquí
mismo se hacen presentes Heidegger, Sartre y Lévinas, entre otros,
le han dado todo tipo de trato. Diferente o similar, el punto es
dilucidar el Por qué -ya no de la muerte- la vida misma cobra
sentido o carece del mismo, así como una posible trascendencia,
ante el fenómeno de la muerte.
Mientras que para pensadores como Epicuro la muerte nada es en
nosotros -ya que la muerte es sólo la pérdida de la sensibilidad
misma y no hay daño alguno en dejar de vivir-, así como para
Feuerbach la existencia de un alma que trascienda el mundo de lo
sensible no es posible, para pensadores religiosos como San
Agustín las posibilidades no se agotan en este mundo físico sino
que, habiendo un “después de” la muerte, vale la pena vivir en el
bien (en el sentido cristiano) para obtener la recompensa del
“paraíso”, a la trascendencia de la muerte. Sin embargo, el punto
de partida es el mismo, la preocupación por la muerte, por el fin,
que trastorna a la vida en angustia.
Independientemente de la credibilidad en la vida espiritual
después de la muerte, y de que la vida sea un calvario que hay que
padecer para ganarse el paraíso después de la vida física, la vida
es ya padecimiento, pesadumbre, pesado fardo a cuestas, es el
preámbulo de un inevitable acontecimiento, el anuncio de que hay
un ganador y un vencido.
Alejémonos ya de si existe o no un más allá, el punto es que
moriremos y sólo contamos con una vida; entonces viene la
pregunta, si vamos a morir ¿cómo vale la pena vivir? –Si es que la
vale-, ¿me dejo caer ante tal abismo?, o ¿saboreo la vida como si
fuese mi último platillo antes de ir a la horca? Martin Heidegger,
Jean Paul Sartre y Emmanuel Lévinas se van a ocupar de este “para
qué” en la vida, si “somos para la muerte”. ¿No será acaso que elmismo ser para la muerte se disloca a ser para la vida?
De todas las perspectivas en las que puede abordarse el tema de la
muerte, tanto Heidegger, Lévinas, como Sartre lo abordan como
fenómeno , esto es, como aquello que le acontece al ser; como su
paso inevitable al no-ser, al fin de la existencia. Sin embargo, a
partir de que tomo conciencia de eso que desde mi nacimiento me
está aconteciendo, la vida ha de tomar un sentido distinto.
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Paradójicamente la vida comienza a tomar valor o perderlo a partir
de que me sé para la muerte.
Aunque los tres filósofos tocan este punto central acerca del
sentido de la existencia a partir de la muerte, cada uno concluye
en puntos distintos: la sorge [cuidado de la existencia], la
relación ética con el otro, y la libertad de elección o náusea,
respectivamente.
En el caso de Martin Heidegger, la historia de la existencia ha
sido marcada por la preocupación por el ser, ya que -éste ha sido
prácticamente olvidado-, menciona ¿qué es el ser?, ¿qué es lo que
en realidad se quiere decir cuando afirmamos: el hombre es? El
hombre es el Dasein, es el lugar donde se muestra, donde se da la
apertura del ser.
Como Dasein o ser-ahí comienza el problema del ser del hombre;
este se encuentra arrojado al mundo con su cúmulo de posibilidades(el poder ser), en las que su última posibilidad es la muerte,
aquello que aún no es, pero que sin duda será; no obstante, en la
proyección de sus posibilidades aún le corresponde el poder de
elección del ser-ahí auténtico o inauténtico. A este ser que somos
en cada caso nosotros mismos y que, entre otras cosas, tiene la
posibilidad de ser que es el preguntar, lo designamos con el
término de Dasein.2
El Dasein manifiesta la angustia hacia la muerte, pero no la
soporta; la angustia no hace más que revelarnos la nada, el no-
ser; aniquila toda posibilidad del ente, pues una vez que nacemoscomenzamos inevitablemente a morir. La angustia se nos antepone,
pero no nos sobrepasa. Heidegger nos da la posibilidad de una
existencia auténtica. Tal existencia sólo es permisible cuando
aceptamos la muerte como aquello que ya nos deviene. La
anticipación de la posibilidad se revela como posibilidad de una
existencia auténtica.
La muerte implica la pérdida del ser-ahí, de la existencia; el
ser-ahí ahora está imposibilitado. La muerte en su más amplio
sentido es un fenómeno de la vida. La vida debe comprenderse como
una forma de ser a la que es inherente un ser en el mundo.
Ontológicamente sólo puede fijarse tal forma entendiéndola como
una privación con respecto al estar-ahí.3
2Heidegger, Martin. Ser y Tiempo, (Tr. Jorge Eduardo Rivera), Ed. Universitaria, Chile, 1997, p. 30
3Heidegger, Martin. Ser y Tiempo, (Tr. José Gaos), Ed. Fondo de Cultura Económica, México, 1993, p. 269
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Una vez que el ser humano se da cuenta de su finitud, de que su
existencia está encaminada a este acontecimiento, nace la
preocupación por el ser: la Sorge.
Martin Heidegger describe la sorge como el cuidado del ser. Ante
la muerte sólo queda vivir, es la muerte la que le va a dar
verdadero valora la vida. El sentido existencial del Dasein es el
cuidado. […] el Dasein, entendido ontológicamente, es Sorge,
cuidado. Puesto que al Dasein le pertenece por esencia el estar-
en-el-mundo, su estas vuelto al mundo es esencialmente ocupación.4
Frente al estar arrojado y el ser para la muerte, como condición
ontológica, se nos devela el ser y el tiempo; para qué y finitud.
La muerte no es algo que aún no es "ante mis ojos", no es "lo que
falta" últimamente, reducido a un mínimo, sino es más bien, una
inmanencia.5
Aunque la muerte es la posibilidad más propia de no existir,posibilidad irreferible, insuperable, indeterminada, para
Heidegger la muerte será la lucidez suprema y la máxima virilidad.
La muerte, a diferencia de Lévinas, puede ser asumida como tal y
en este acto se encuentra su virilidad; y qué es la virilidad sino
el poder seguir pudiendo.
Para Heidegger una plena conciencia de lo que ha sido, lo que es y
lo que se tiene anticipado ser se da ante el enfrentamiento
directo con la certeza de la finitud.
Algunos de los conceptos fundamentales en Emmanuel Lévinas, y quese hacen indispensables para abordar el tema del ser y la muerte
son: el existir y el existente, la hipóstasis; así como la
alteridad ontológica de mi ser en la que destacan la soledad, el
otro y la muerte.
Emmanuel Lévinas traduce el ser y ente de Heidegger a existir y
existente, en donde, aunque Heidegger distingue a uno del otro, no
hace una separación. El existente es el hombre y éste siempre ha
de poseer el existir, no puede darse el uno sin el otro. Sin
embargo, dice Lévinas, ante el hecho de estar arrojado a, se asume
la existencia como algo impuesto; como decir: “a mí me han mandadoa este lugar sin mi consentimiento”. De tal imposición, la
existencia puede resultar una carga. Del estar arrojado se
concluye una soledad ineludible al hombre, una soledad que no
puede ser más que ontológica. Yo nazco solo y así vivo toda mi
4Heidegger, Martin. Ser y Tiempo, (Tr. Jorge Eduardo Rivera), Ed. Universitaria, Chile, 1997, p. 89
5Ibíd. p. 273
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vida a pesar de mi convivencia con los otros. Los seres pueden
intercambiarse todo, menos su existir.6 Mi ser y el de aquel han de
ser incomunicables. En el seno del ser el hombre se encuentra solo
y, con ello, en una soledad que es monotonía.
En cuanto al Dasein, este no es fundamento de su propia
existencia, está arrojado, siempre a la saga; no se pone, sino que
es puesto. Si para Heidegger el ser vale más que el ente, Lévinas
intenta reivindicar al ente frente al ser. Entonces, si estar
arrojado separa la existencia del existente, el existir no es el
que existe, sino el existente.
El existir no es nada, pues no hay algo que le albergue, que le dé
la categoría de existencia. Es así, que para Lévinas sólo hay, y
es ahí, a modo de lugar, en donde se produce la hipóstasis.
Tal existir no es un en sí, que significaría ya la paz; es
precisamente ausencia de todo sí mismo, es un sin sí mismo.Podemos de este modo definir el existir mediante la noción de
eternidad, ya que el existir sin existente carece de punto de
partida.7
Hipóstasis: es el acontecimiento en que el existente se liga o se
relaciona con el existir.
Hay : en el sentido de estar-ahí, no como el estar ahí de
Heidegger, sino como impuesto.
El acontecimiento de la hipóstasis es el presente a partir delcual algo sucede a partir de sí mismo, algo comienza, y su salida
está en sí. Si la hipóstasis es presente, entonces soy yo, pues
estoy siendo, y por lo tanto soy libre, pues soy, como existente,
dueño de mi existir. La hipóstasis es libertad.
«El otro como alteridad y la relación ética»
El tema del otro es también para Lévinas de trascendental
importancia, pues a partir de éste formulará su ética. Soy yo, el
mismo, y un día me encuentro frente al otro queriéndolo conocer
como el otro yo, es decir, partiendo de mí, e inevitablemente
intento tematizarlo y lo reduzco; pero la distancia que hay entre
él y yo es infranqueable. No podemos aprehenderlo, arrojar luz
sobre él tal cuál un objeto. Es la condición ontológica.
Arrojar luz: aprehenderlo a modo de conocimiento.
6Lévinas, Emmanuel. El tiempo y el otro, (Tr. José Luis Pardo Torio), Ed. Paidós, España, 1993, p. 81.
7Ibíd. p. 86
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Alteridad: el otro yo, o aquello que no soy yo, que se encuentra
totalmente fuera de mí.
Sin darme cuenta estoy siendo afectado por el otro, ante él me
encuentro pasivo, no puedo ejercer acción alguna sobre él. En
palabras de Lévinas, el otro es lo absolutamente Otro, me
interpela. El otro está ahí para hacernos responsables de él, es
una responsabilidad infinita. Estoy obligado a responder por el
otro. El otro me concierne, y me grita: ¡No me mates! Esa es la
relación ética que rompe con toda metafísica-ontología. La
relación ética rompe con la hipóstasis y con la soledad que antes
era ontológica.
«La muerte como alteridad, y la relación ética con el otro como su
posible superación»
Con Heidegger como antecedente, la muerte es tema en el que
Lévinas va a ahondar por una sencilla razón, es otredad ; es, aligual que el otro, algo incomunicable para mí, aquello que nunca
se me devela, que no podré conocer porque es misterio. Sólo que a
diferencia del primero, para Lévinas la muerte no puede ser nunca
asumida, por lo tanto la muerte está ligada al sufrimiento. Como
el sufrimiento ante lo incognoscible, ante lo incomprensible y,
peor aún, ante lo que yo no puedo hacer nada y me asumo como
pasividad absoluta. ¿Es la nada o la privación de los demás
subrayada por la muerte lo que otorga a la soledad su carácter
trágico?8 En el fenómeno de la muerte la soledad asoma al límite
del misterio ante ella la soledad se hace más presente, no sólo se
confirma, sino que al perecer se me restriega en la cara.
El sufrimiento es el anuncio de la muerte. En la muerte el mismo
deja de ser dueño y señor, sujeto-soberano, ante ella no hay
poderío ni como el existente dueño de su existir. La muerte no se
asume, por eso se sufre, pues no la puedo afrontar y me enfrenta a
la posibilidad de la nada.
Mismo: el yo que soy.
Ante la muerte no hay luz que pueda ser arrojada, este espectro ha
de ser incognoscible, es una alteridad que no puede llegar a serconocida porque en el ámbito del conocimiento el sujeto absorbe-
aprehende al objeto. Pasa lo mismo que pasa con el otro, es
también lo absolutamente Otro, aquello que no proviene de él.
8Ibíd. p. 78
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Al igual que para Heidegger el hombre es posibilidad, siempre se
está haciendo, pero no conoce el porvenir, y la muerte es
porvenir. El porvenir es también lo Otro. Sobre ello no tenemos
poder y nos sentimos impotentes. A partir de la muerte ya no
podemos poder, es un acontecimiento sobre el cual ya no se es
dueño, aquí no hay ningún hálito de virilidad ni de esperanza, siasí lo fuera éste sería vano. El ahora supone que yo soy dueño,
dueñode lo posible, de captar lo posible. La muerte nunca es
ahora. Cuando la muerte existe yo ya no estoy.9
En la muerte se abre un abismo entre el acontecimiento y el sujeto
al que ha de sucederle; el sujeto parece haber llegado al límite
de lo posible. El porvenir que ofrece la muerte, del
acontecimiento, no es aún tiempo, se trata de un futuro para
nadie. El porvenir se define solamente por la otredad, por ser
alteridad; el tiempo es el sustrato, es la relación que se va a
dar con el otro.
El problema, va a afirmar Lévinas, no está en la muerte misma,
sino en su acogimiento. Tenemos miedo a dejar de ser, queremos
morir y ser al mismo tiempo.No asumimos el dejar de sentir, de
pensar, de ver, de palpar; y quizá hasta de modo egoísta, no
asumimos no sólo a nuestros familiares y amigos sin nosotros, sino
al mundo entero. Ante la muerte todo poder es ya nulo.
Vemos pues que ontológicamente el hombre está condenado, y una vez
más ante el misterio, sólo una relación ética le rescatará de su
soledad. Ocuparme del otro.
Jean Paul Sartre, discípulo de Heidegger, retoma muchas de las
concepciones tratadas por éste, como el de la temporalidad, la
nada, la angustia, la muerte, entre otras; por lo que es necesario
conocer su concepto en cuanto al ser.
El hombre en el mundo es el punto de partida, ya que el Ser no
puede captar el mundo de forma inmediata por experiencia se parte
del fenómeno. El fenómeno es lo que se manifiesta y el Ser se
manifiesta a todos por igual, puesto que de él tenemos cierta
comprensión, siendo el Ser una manifestación, es el fenómeno el
que lo comprende.
Según Sartre un objeto no posee el Ser; el Ser no es una cualidad
como el color u olor, sino que decir que se es es la única manera
de definir al Ser, es el conjunto de objeto-esencia, esencia que
le hace ser lo que es. No podemos desmembrar un objeto,
9Ibíd. p. 113
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desbaratarlo y querer encontrar, en el fondo de éste, al ser, como
si fuese algo que le perteneciera al objeto.
El hombre busca el ser inútilmente, por ello intenta hacerse a sí
mismo; ocupa su vida en tareas que lo hagan Ser, tareas que luego
se vuelven exigencias y que sin ellas nada es. El Ser es lo que
es, y el hecho de ser lo que se es, es principio contingente del
Ser-en-sí. Ser-en-sí, ser-para-sí y ser-para-otros serán las
categorías del ser.
Sartre una vez más definirá al hombre como mera posibilidad,
posibilidad que se desarrolla en el tiempo, posibilidad, que por
estar inserta en el futuro, todavía no es: la nada.
Ante la infinidad de posibilidades dentro de todas mis posibles
circunstancias, se es un hombre libre, y por tanto responsable con
el poder de hacer-se y elegir-se a sí mismo. El hombre no es más
que su proyecto, y de él depende si se realiza o no.
Al encontrarnos frente a la nada, frente a aquello que no somos o
que nos falta, nos encontramos de la misma manera en la
posibilidad de ser lo que aún no somos. Hablar de posibilidad es
hablar de lo que se puede ser, y a su vez lo que se puede ser sólo
se encuentra en el futuro. El hombre, en su búsqueda de
trascendencia, está siempre en posibilidad de ser otra cosa, se
impone metas para ser lo que no es, lo que carece; sólo la
trascendencia nos salva de la nada a la que estamos brutalmente
condenados. El ser posibilidad le va a revelar a Sartre lo mismo
que le revelaría a Heidegger: ser-para-la-muerte.
El hombre no es un ser acabado, está hecho para la muerte; pero en
la muerte se acaba la conciencia y toda trascendencia; lo esencial
en el mundo es la contingencia. Para Sartre el hecho de que la
muerte sea nuestro destino final deja sin sentido a la vida misma.
Si somos para la muerte toda espera es absurda, sólo nos queda la
existencia; ser lo que no se es y no ser lo que se es. La náusea
es el resultado de toda esta absurdidad de la existencia: el
hombre es pasión inútil. La náusea sólo la conoce quien la ha
vivido, sólo él puede comprenderla. Hay que vivir la experiencia
del absurdo de la existencia, el asco de la vida, de la ausencia,
de un fin intrínseco a todos. Sin embargo la náusea es provocada
por libre decisión.
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Todos los seres que existen han nacido sin motivo alguno, siguen
existiendo por impotencia y mueren por accidente (…) el hombre es
una pasión inútil. Ni el vivir ni el morir tienen sentido.10
A pesar de que Sartre se declara seguidor de la filosofía de
Heidegger, con la nada como última posibilidad le otorga un
sentido trágico a la existencia. ¿Ya para qué?, ¿qué sentido
tendría cualquier cosa si todo acaba en la nada? Mientras que
Heidegger le da al hombre la posibilidad de una vida auténtica,
dedicada al cuidado de la misma, en la que si sabemos de nuestra
finitud lo que nos queda es vivir y vivir bien, Sartre hace del
hombre algo totalmente contingente, aunque aún libre de elegirse
dentro de sus circunstancias, pero ¿será para él, la muerte, una
circunstancia?
Estoy arrojado en el mundo, no en el sentido de quedarme
abandonado y pasivo en un universo hostil, como la tabla que flota
sobre el agua, sino al contrario, en el sentido en que me
encuentro de pronto solo y sin ayuda, comprometido en un mundo en
el que soy enteramente responsable, sin poder, haga lo que haga,
arrancarme, ni un instante de esa responsabilidad, pues soy
responsable hasta de mi propio deseo de rehuir las
responsabilidades; hacerme pasivo en el mundo, negarme a actuar
sobre las cosas y sobre otros, es también elegirme, y el suicidio
es un modo, entre otros, de ser en el mundo.11
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