Encuentros con SANTA María - Misioneros Claretianos · hablar con él, el juicio ante Pilato, y la...

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Encuentros con SANTA María Testimonios Magistrales sobre 4 principios fundamentales para la construcción del Pueblo Santo de Dios. José Manuel LLamas Forte, pbro.

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Encuentros con SANTA María

Testimonios Magistrales sobre 4 principios fundamentales para la construcción del Pueblo Santo de Dios.

José Manuel LLamas Forte, pbro.

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Índice

Introducción.................................................................3Mis ojos........................................................................4La familia no es la familia.............................................7Ecce homo..................................................................10Todo en común...........................................................13

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Introducción.Monólogos hechos para meditar los textos a estilo ignaciano, es decir, que pueden servir como “composición de lugar” para la oración per-sonal o de grupo. Cuatro escenas bíblicas planteadas desde el punto de vista de personajes inusuales, que nos pueden ayudar a imaginar el contexto para, así, centrar la meditación.

Aquí tenéis este año cuatro monólogos con una línea común: los cuatro principios fundamentales del papa Francisco (que él define como «para la paz social», pero aplica también a la construcción del pueblo de Dios, es decir, de la Iglesia). Así, en lo que van diciendo los distintos persona-jes, pero sobre todo en lo que María vadesgranando a través de sus actitudes y sus palabras, podemos des-cubrir qué significa que «el tiempo es superior al espacio», que «la un-idad prevalece sobre el conflicto», que «la realidad es más importante que la idea», y que «el todo es superior a la parte, y a la mera suma de las partes». Normalmente dentro del monólogo se ofrecerá la contra-posición entre los dos extremos de cada principio, quedando claro que el valor superior lleva en sí la entrega de la vida en el seguimiento de Cristo.Los cuatro monólogos están situados en cuatro momentos de la vida de María todavía no tratados a lo largo de los dos bloques anteriores, que pueden resultar interesantes para la oración: la presentación del niño Jesús en el templo, la escena en la que los hermanos de Jesús intentan hablar con él, el juicio ante Pilato, y la vida de la primera comunidad eclesial tras Pentecostés.En cada monólogo se aclara, a modo de introducción, la escena concre-ta reflejada en el texto, la cita del Nuevo Testamento a que se refiere, y el principio de base del papa Francisco junto a la cita de la Evangelii Gaudium (a partir de ahora, EG) correspondiente.

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Mis ojos.[Monólogo de Ana, la profetisa, después de lapresentación del niño Jesús en el templo.

Texto bíblico: Lc. 2, 25-38.

Principio de base para el camino: «El tiempo essuperior al espacio» (EG 222-225)].

Pues sí, no les voy a decir yo que no tengan razón: a lo mejor es verdad que no estoy ya para estos trotes, como me ha dicho más de una vez el sacerdote encargado del sacrificio. Pero qué quieren que les diga: hacía mucho tiempo que no me lo pasaba tan bien como esta tarde. Y ahora mismo, que ya es noche cerrada, no sé, parece que las estrellas brillan de otra manera y que todo el cielo, guiñando los ojos, invita a cantar y a bailar.

«Porque mis ojos han visto a tu salvador».

Yo estaba en el atrio, como siempre, y fue escuchar ese grito de labios de Simeón, no sé si lo conocéis, el hombre que suele estar por aquí también casi todo el día, que está entradito en años, como yo, y me dije: «ya está. Ya está aquí. ¡Más de media vida esperando, pero al final va amerecer la pena!».

Porque ustedes... ¡Sí, ustedes, no miren para otro lado! A lo mejor ust-edes se pasan la vida ahí, creyéndose importantes, que lo saben todo y que pueden controlarlo todo y que dominan el mundo y que el nivel de progreso al que han llegado es la leche y que yo qué sé… O a lo mejor no, quién es esta pobre viuda para juzgar a nadie… En fin, también yo podía haber pensado eso en mi juventud: la hija de Fanuel, casada con un hombre importante, paseándome muy tiesa como una señorona… Si-

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ete años me duró la broma, hijos míos: hasta que se murió el importante. Desde entonces soy invisible en este pueblo.

Pero no se vayan a creer que me vine abajo: nada de eso. El tiempo siempre es nuevo para el que espera al Señor, y yo nunca me he cansa-do de rezarle, de pedirle, de agradecerle, y de aguardar que llegara el Mesías. ¿Que cómo sabía que estaba cerca? Y yo qué sé… Lo sentía enel agua, en la tierra, en el aire… hasta el día de hoy, cuando se han presentado aquí, en el templo, esa jovencita con el niño en brazos y su marido al lado. Después de tantos años viniendo todos los días, y no como esas beatorras que se pelean por los primeros lugares, sino sim-plemente buscando una señal, pidiendo a gritos al Altísimo que las co-sas cambiaran, que por fin Jerusalén fuera liberada, ahí está la respues-ta: la imagen de un recién nacido. Dios es así: siempre nos sorprende.

Yo qué sé lo que va a ser de ese niño, porque según Simeón lo va a ten-er muy difícil. Pero bueno, Simeón siempre ha sido muy melodramático, el pobre. En fin: que nos va a salvar está claro. Que sufrirá, también: ningún profeta de verdad ha pasado por la vida triunfando como un maestro de la ley de esos tan chulitos, que van tocando la campanilla cuando dan una limosna o se colocan en mitad de la plaza, dando co-dazos, para que los vean rezar.

Él va a ser el que nos va a liberar: ha sido como si una luz cristalina iluminara el patio… Su madre, sin decirme nada, me lo ha dicho todo en realidad con los ojos: es una mujer de mirada humilde y apasionada a la vez, y cuando he tocado al niño que acunaba entre sus brazos y después le he rozado la cara a ella con la mano lo he visto claro. El fruto de sus entrañas va a hacer proezas con su brazo, va a derribar de sus tronos a los poderosos y va a levantar a los humildes, a los hambrientos nos va a llenar de bienes y a los ricos los va a despedir con una mano atrás y otra delante.

Yo ya también me puedo morir en paz, como ha dicho Simeón, la ver-dad. Hoy me he pasado el día diciéndole a todo el mundo que ya ha llegado la persona que nos va a salvar. Mucha gente me ha mirado así como queriéndome soltar: “fíjate en la loca esta, a ver si se la llevan ya de aquí, que vaya coñazo está dando”. Pero otros, los que de verdad esperan que las cosas cambien porque tienen que cambiar, porque no

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es posible que los ricos, los hartos, los poderosos, los que dejan caer su puño de hierro sobre el pueblo estén pasándoselo tan bien y los pobres, los hambrientos, los humildes, los sencillos estemos con la cabeza pisa-da, esos que tienen su esperanza puesta en Dios me han escuchado con lágrimas en los ojos, y se han ido dándole gracias al Altísimo, sin saber bien por qué, pero dando gracias, que es lo más grande.

Qué sabré yo. Eso es la esperanza, ¿no? Y, si es la esperanza, seguro que no defrauda. Yo sé muy bien que no llegaré a ver lo que este niño hará por todos cuando sea grande, cuando llegue su hora, pero voy a morirme con una sonrisa porque, pase lo que pase, será bueno paranosotros.

¡Alabado sea el Señor, que ha escuchado nuestras plegarias y no ha dejado que los soberbios se salgan con la suya para siempre! ¡Alabada sea esa madre, fuerte, alegre, fiel, que lo ha arriesgado todo y ha deja-do que llegue la liberación a nuestro pueblo! ¡Que Dios proteja siempre a esa familia, para que nos muestre la luz que llevamos tanto tiempo esperando!

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La familia no es la familia.[Monólogo de un primo de Jesús, después deque el Señor haya dicho «Mi madre y mishermanos son estos».

Texto bíblico: Lc. 8, 19-21.

Principio de base para el camino: «La unidadprevalece sobre el conflicto» (EG 226-230)].

Se lo tengo dicho a la tita María: «El primo Jesu está loco. Como una cabra».

Menuda vergüenza hemos pasado hoy. El tío abuelo Victoriano, que ya sé que no está bien eso de reconocer que tengo familia romana, porque ¿qué han hecho por nosotros los romanos, aparte del acueducto, el al-cantarillado, las calzadas y otras diez o quince cosas mal contadas? Pero qué vamos a hacerle, mi tía abuela tuvo un desliz con un centurión, aunque yo juraría, conociéndola, que no fue consentido, y seguramente él la obligó a poner ese nombre al niño… Pues eso, que me pierdo: mi tío Victoriano dice, muy sabiamente, que «la familia es la familia». Y hoy lle-ga el primo Jesu y suelta que su hermano, su hermana y su madre son «los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen». ¡Hale! ¡Y su madre, tita María, le ríe la gracia!

Pero claro, eso no es nuevo. Qué va. Ya lo venimos viendo desde hace tiempo los hermanos de la familia. Que sí, que todo empezó muy bien con aquello de los milagritos: que si convertir el agua en vino, que si darle la vista a un ciego, que si curar a un leproso, que si dar de comer a no sé cuánta gente en un descampado… ¡Nos las prometíamos muy felices! Pero una cosa es lo que hace el primo, y otra muy distinta lo que dice. Aunque, la verdad, lo que dice el primo Jesu básicamente es

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lo mismo que lo que hace, pero podría estarse con el hocico calladito y dedicarse solamente a hacer sus cositas esas tan estupendas. Porque vaya escándalo.

Yo ya había incluso hablado con la familia de cómo podríamos aprovechar esta situación, porque, oiga usted, en esta vida todo tiene un precio, y quizás habría que ir pensando en que curar ciegos, cojos, alimentar mul-titudes o resucitar muertos no debe salir gratis. ¡Lo que es justo, es justo! Por supuesto, esto ni lo hemos hablado con tita María, porque el hijo tiene a quién salirle, dicho sea de paso. Eso de vivir en Nazaret, en laGalilea de los gentiles, se ve que acaba pegándose. Ya lo decía mi abuela Judit, no la de la rama de María, sino la otra, por parte de madre: «todo se pega, menos lo bonito». ¡Una señora creyente y tradicional de la tribu de David pensando en que las cosas tienen que ser gratuitas! ¡Hombre, por favor!

Total, que ya habíamos empezado a escuchar que el primo Jesu habla-ba de que «felices los pobres», y que «ay de vosotros, los ricos», y que «ay si todo el mundo habla bien de vosotros», y, más locura todavía, ¡que hay que amar a los enemigos y hacer el bien a los que te odian!, y entonces empezamos a ver que va rodeado de gentuza de poca monta y mujeres que mejor estarían en su casa, que es donde debe estar una mujer decente, y no por ahí de pueblo en pueblo como una cualquiera… En fin, que decidimos ir a por él, decirle las cosas claras y, si no atendía a razones, entregarlo a alguien que pudiera enderezarlo, porque ya es-taba bien. A tita María, la verdad sea dicha, creíamos que la llevábamos engañada: imaginamos que si ella iba con nosotros, que somos su fa-milia, el primo Jesu se vendría abajo y podríamos convencerlo para que nos acompañara.

Pero qué va. Esta gente es más lista de lo que parece. Para empezar, ya durante todo el viaje tita María tenía una sonrisilla rara en la cara, como si nos estuviera diciendo: «si conoceré yo a mi hijo, y lo que estáis intentando...». Cuando llegamos allí nos dimos cuenta de que era im-posible entrar, con tanta gente por todas partes, como hormigas, así que le dijimos que saliera. Y entonces escuchamos aquel grito suyo diciendo que la familia no es la familia, sino eso del que escucha la palabra esa rara. Pero lo más grave, lo que nos ha hundido en la miseria ha sido la respuesta de tita María: «Ya lo veis. Somos otra familia. Si queréis uniros,

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seguid sus pasos. Él os recibirá encantado. Si no, media vuelta y para casa». Nos ha dejado a todos con la boca abierta. ¡Qué poca vergüenza! ¡Eso no se hace, hombre! ¡Unirnos a esa panda, como si fuéramos chus-ma! ¡Pero qué horror!

Eso sí: tendremos conflicto. Como decía el tío abuelo Victoriano: «si esto no se apaña, caña, caña, caña». A ella ni le va ni le viene, porque nos sigue sonriendo como si no hubiera pasado nada. Pero voy a hablar con las autoridades, a ver lo que se puede hacer. Lo tengo claro: esto no debe llegar más lejos. Hay que cortar esta locura de raíz, antes de que alcance a Jerusalén o, Dios no lo quiera, el primo Jesu acabe uniendo a esa gente, atraviese las fronteras de nuestra raza y vuelva locos a pobretones y donnadies hasta los confines del mundo. ¡Brrrrrr! ¡Se me ponen los vellos a cuartas solo de pensarlo!

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Ecce homo.[Monólogo de Bartimeo durante el juicio deJesús ante Pilato y su presentación al pueblo.

Texto bíblico: Jn. 19, 1-16; Mc. 10, 46-52.

Principio de base para el camino: «La realidades más importante que la idea» (EG 231-233)].

«¿Qué quieres que haga?». Esa pregunta resonará siempre en el hondón más hondo de mis entrañas, vaya donde vaya y pase lo que pase. Fue lo que me dijo Jesús de Nazaret, el Hijo de David, antes de devolverme la vista. Solo han pasado unos días, pero parece que todo hubiera ocur-rido hace océanos de tiempo, como si aquel ciego al margen del camino fuera alguien distinto a mí. Y es que, con su «Anda, tu fe te ha salvado», el profeta galileo hizo que el viejo Bartimeo comenzara una nueva vida. Sí, ahora veo gracias a Él, pero ese no era el problema más importante. En realidad estaba rancio, decrépito, ciego por dentro, y ahora tengo esperanza y me late una alegría que no sé explicar, como si hubiera vuelto a aquella inocencia de la niñez que perdí hace tanto.

Y aquí estoy, ahora, en las afueras del pretorio de Pilato, sin poder creerme lo que pasa por delante de mis ojos. ¿Cómo es posible que el mismo al que seguíamos, cantando y bailando, rumbo a Jerusalén, el mismo al quelos niños y tanta gente sencilla aclamaba con aquel «¡Hosanna en el cielo!» y ramos, palmas y mantos, el mismo que me devolvió la vista, y que expulsó de María, que está aquí a mi lado, siete demonios, y que hizo bajar a Zaqueo de la higuera y le cambió la vida, y que se la devolvió a Lázaro sacándolo del sepulcro, cómo es posibleque esté ahora ahí delante, escupido, apaleado, con una corona de es-pinas y un manto color púrpura, y que este populacho que nos rodea no deje de gritar «¡Crucifícalo, crucifícalo!»?

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Estoy acostumbrado a escuchar, mucho más que a ver; a sentir, mucho más que a mirar: es lo que tiene haber sido ciego hasta hace nada. Y sé que toda esta caterva de enfurecidas bestias se comporta como una masa sin nombre, sin corazón, sin cabeza, que se deja llevar por las ide-as que esos poderosos de ahí arriba, que miran con los brazos cruzados y las cejas enarcadas, han susurrado desde sus oscuras cuevas de oro podrido, envueltos en sus trajes roídos por la polilla. Unas ideas que han convertido en mentiras lanzadas contra un inocente, puestas a lospies de un gobernador cobarde, ciego de terror ante el peligro de perd-er el poder por el que ha hecho de todo durante toda su vida, que acaba de decir la verdad más clara de la mañana: «He aquí al hombre». Lo que son las cosas…

Aquí lo tenéis. Aquí tenéis al hombre, sí. Aquí tenéis al que me liberó de mi ceguera cargándola sobre sus espaldas, al que se echó encima la muerte de Lázaro, los demonios de la joven de Magdala, la vergüenza y el deshonor de Zaqueo. Aquí tenéis al verdadero hombre, al único que merece la pena seguir vaya donde vaya, y pase lo que pase. Pero os digo más, mucho más: aquí tenéis, en sus manos atadas, su corona de espinas chorreando sangre y sus pies destrozados, a todas las víctimasinocentes de todas las matanzas, a todos los emigrantes y refugiados, a todos los despreciados y vencidos, a todos los hambrientos y sedientos, a todos los encarcelados e inocentes condenados, a todos los oprimi-dos y empobrecidos. «He aquí al hombre», sí.

A mi lado está su madre. ¿Y qué puedo decirle? No se me ocurre nada, solo acompañarla y compartir sus lágrimas. Sin embargo, en su rostro hay algo inexplicable. Su dolor no es como el mío, un pozo sin fondo, sino una fuente de esperanza en mitad de este cenagal de soledad, an-gustia y tormento. ¿Cómo puedes mantener esa mirada, madre del Hijo de David, de Jesús de Nazaret, del Hombre?

Acaban de dar la sentencia: va a morir en la cruz. El sanedrín se está limpiando las fauces con esa lengua ennegrecida por la podredumbre y la traición. Yo seguiré tus pasos, madre, detrás de tu hijo al que todavía no comprendo. Enséñame a ver lo que ves, a sentir lo que sientes, a amar lo que amas. Enséñame la verdad que hay en sus pisadas cargan-do la cruz, camino del Gólgota. Yo, golpeándome el pecho, sin entender

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nada, abrazado a Zaqueo, a María la Magdalena y a Lázaro de Betania,quiero aprender de tu corazón de madre, ofreciéndote mi corazón de hijo.

¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí, porque me voy detrás de ti! ¡Te seguiré!

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Todo en común.[Monólogo de Cayo, un discípulo reciénconvertido, en el contexto de la primeracomunidad, en los días posteriores aPentecostés.

Texto bíblico: Hch. 2, 42-47.

Principio de base para el camino: «El todo essuperior a la parte, y a la mera suma de laspartes» (EG 234-237)].

Pues sí, miren ustedes: ya no puede uno ni pasear tranquilo un día de Pentecostés por Jerusalén.

¿Quién me mandaría a mí meterme en aquella calle justo en aquel mo-mento? Desde entonces mi vida se ha convertido en una especie de duelo de gladiadores borrachos: un auténtico disparate. Pero bueno, “bendita locura”, como me susurró hace un par de días, justo después del crepúsculo y antes de la fracción del pan, que, ahora que saco el tema, nunca creí yo que iba a volver a disfrutar con una puesta de sol, porque con tanto agobio y tanta tarea ya ni recordaba cuándo había sido la última vez que me paré y me fijé en esos tonos del cielo así ro-jizos que… ¿Pero de qué estaba yo hablando? ¡Uy, qué despiste! Vale, ya me acuerdo: “bendita locura”, como me susurró María, la madre del loco que me atrapó aquella mañana.

Y a todo esto, ni me he presentado. Me llamo Cayo. Yo era un tipo nor-mal y corriente, uno de esos comerciantes que van calle adelante pen-sando en cómo ahorrar un puñetero lepton, agobiados por lo que tienen y por lo que no tienen, ideando alguna forma nueva de agujerear la talega del cliente, en sentido figurado, sin que se dé cuenta.

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Ya, ya lo sé: no debería estar diciendo esto, porque el negocio es el negocio, vivir del engaño no está mal si no te pillan, y hay cosas que entran dentro del maravilloso mundo de lo que no es legal ni ilegal. Como decía el viejo Bartadeo: «Lo que importa de verdad es que no se te note la mentira».

¿Y qué fue lo que ocurrió para que yo pasara de aquello a esto? Que iba en mis cosas, haciendo cuentas, y me equivoqué de calle. O a lo mejor no. El hecho es que, de repente, hubo una especie de temblor, como unatormenta rara, porque el caso es que no había ni nubes en el cielo, y entonces se abrió aquella puerta, salió aquella gente, y mi vida se fue a la letrina.

Naturalmente, lo que yo no sabía era que de aquella letrina pudiera salir otra vida incomparablemente más rentable que todo lo que había estado haciendo hasta entonces. Bueno, quizás “rentable” no sea la palabra exacta, pero, qué quieren que les diga, no se me ocurre otro adjetivo que explique mejor lo que me ha pasado en estos días, justo desde que Pedro y sus compinches se pusieron a hablarme en mi idio-ma. ¡En mi idioma! Parece increíble, pero no. De verdad que no. En serio: en mi idioma.

¿Y por qué les digo que parece increíble? Porque yo soy un ciudadano romano de la Galia del norte, ya saben, esa tierra con sus pócimas mági-cas y sus druidas y sus pequeñas aldeas que, según algunos, todavía resisten al Imperio. Había llegado a Jerusalén hacía pocas semanas, por temas de negocios, como podrán figurarse. Y de repente me encuentro a un tipo, un tal Bartolomé, que me habla en mi lengua, no en latín, sino en la de mis ancestros, y me dice que un tal Jesús de Nazaret me invita a ser como los lirios del campo porque, total, por mucho que me agobie no voy a añadir ni un segundo a mi vida. Me quedé estupefacto, porque parecía que aquel mastuerzo, probablemente inculto y más basto que una fiesta en la mítica aldea esa libre del norte de Armórica, me conoci-era de toda la vida, y resulta que con aquellas palabras había clavado una daga justo en el lugar donde más me estaba doliendo.

No soy capaz de explicar lo que me pasó, la verdad. De repente lo vi claro, como si alguien me hubiera quitado una escama renegrida de encima de los ojos. ¡Convertirme en un lirio del campo! Sí, quizás suene

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poco serio. En fin: lo único que puedo decirles es que justo después de que Pedro nos contara quién era el tal Jesús del que hablaban, y que, según él, había sido asesinado hacía poco tiempo por las autoridades y había resucitado, pregunté: «¿Qué tenemos que hacer, hermanos?», y seacabó. O empezó, depende de cómo se mire.

Desde entonces estoy con esta gente. Entre ustedes y yo, la persona que más me ha impresionado en estos últimos días es la madre de Jesús, María, la de la “bendita locura” de antes. No se puede decir que hable mucho, la verdad. Pero lo que dice no tiene desperdicio, desde luego: «No te preocupes por el mañana: Dios llena de bienes a los pobres, y a los ricos los despide vacíos. Así que, simplemente, procura no volver a ser rico». Y vaya si tiene razón: he vendido mis posesiones y mis bienes, he puesto todo lo que era mío a los pies de los apóstoles, y se ha repar-tido entre todos, según la necesidad de cada uno. ¡De repente las cosas no son mías, sino nuestras, del pueblo! ¡De repente caminamos unidos, y no voy por libre, y estoy alegre como nunca antes lo había estado!

Anoche, después de ir juntos al templo todos a una, con un mismo espíri-tu, y de partir el pan en la casa, le dije a María: «¿Y qué se siente siendo la mujer más importante del mundo, la madre del salvador? Me imaginoque será como tener una corona de reina en la cabeza, ¿no?». Vale. Fue una porquería de pregunta, lo reconozco. Pero os dejo con lo impor-tante, que es la respuesta.

«¿Reina? Yo solo soy la esclava del Señor. Lo único que hice fue decir que Sí: lo demás ha sido todo un regalo. Ya verás, hermano, como a ti te pasa lo mismo».

30 Agosto - 1 Septiembre 2019 | Málaga

(Con entrega de Diplomas de Santos/as al finalizar)

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