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  • enero 2014el dipl, una voz clara en medio del ruido Capital Intelectual S.A.

    Paraguay 1535 (1061) Buenos Aires, ArgentinaPublicacin mensualAo XV, N 175Precio del ejemplar: $28En Uruguay: 100 pesos

    www.eldiplo.org

    Jos NataNsoN Pablo semN Nicols artusi JuaN ForN martN rodrguez maurice lemoiNe beNot brville olivier zaJec Feurat alaNi serge Halimi

    Dossier

    M.A.f.I.A

    La Argentina de los veranos calientes

    ramonet a solas con Fidel castroEl periodista y el comandante conversaron en La Habana acerca de la situacin de Amrica Latina, recordaron a Hugo Chvez y analizaron el acuerdo con Irn y el cambio climtico. Pgs. 8 y 9

    Cortes de luz, saqueos, boom de consumo, vacaciones

  • 2 | Edicin 175 | enero 2014

    por Jos Natanson

    Cmo cambia la poltica en verano? Es posible hablar de un estado vera-niego de la poltica? En teora, la vida pblica debera relajarse: la actividad econmica disminuye, las grandes ciu-

    dades se vacan, el Congreso cierra sus puertas y comienza la feria judicial. Y sin embargo, pa-reciera que la distensin propia del calor, cuan-do los nimos se aflojan como se destensan los msculos en la playa, entre el sol, el mar y la arena, fuera imposible para la Argentina pol-tica, que suele sorprendernos con dramticos estallidos estivales.

    Desde la recuperacin de la democracia, muchos de los momentos ms difciles los colapsos macroeconmicos, los picos de in-flacin, las rebeliones sociales se produjeron entre diciembre y marzo, como si la tempera-tura ambiente se trasladara a la vida poltica. Repasemos: Grinspun fue relevado por Sou-rrouille el 19 de febrero de 1984, en un contexto de altsima inflacin y descontrol de los indi-cadores econmicos; la corrida contra el Plan Primavera, el ltimo intento alfonsinista de contener la crisis con un paquete de shock, co-menz en enero de 1988, y en febrero ya haba estallado. El 19 de diciembre de 1989, en medio de una nueva aceleracin inflacionaria, Anto-nio Erman Gonzlez asumi como ministro de Economa: diez das despus anunci el Plan Bonex, la primera incautacin masiva de dep-sitos de la historia argentina. La segunda, el co-rralito, tambin se decidira a fin de ao, el 2 de diciembre de 2001, pocos das antes de los ca-cerolazos del 19 y 20. Y lo mismo, ya durante el kirchnerismo, con Croman, el conflicto por las reservas del Banco Central, el Indoamerica-no, los saqueos.

    Esta curiosa estacionalidad podra tener una primera explicacin econmica relacionada con el dlar, que pese a los intentos por domes-ticarlo sigue siendo el gran organizador de las expectativas de los argentinos. En un completo estudio sobre el tema (1), Noem Brenta y Gui-llermo Vitelli descubrieron que histricamente las devaluaciones tienden a acelerarse entre di-ciembre y enero. Para los autores, el motivo no radica en una especial necesidad de divisas sino en la presin de los grupos exportadores. Suce-de que la cosecha fina (trigo, cebada, centeno) se recoge entre noviembre y enero, perodo en el cual este sector comienza a presionar por una devaluacin que valorice localmente sus ventas al exterior de cara a la nueva siembra. La soja se recoge hacia junio, pero una parte importan-te de ella se exporta procesada, sobre todo co-mo aceite, mientras que los silobolsas permiten guardar parte de la cosecha a la espera de un mejor precio, todo lo cual empuja hacia el se-gundo semestre el momento de liquidar divisas. El ritmo de devaluacin del 2013 confirma este particular patrn cclico del tipo de cambio.

    A ello habra que sumar la inflacin, que tambin tiende a acelerarse hacia fin de ao por impulso de los alimentos y sobre todo del trigo, base de la dieta de los argentinos, y de la ropa, que tiene en octubre, inicio de la tempo-rada primavera-verano, su segundo gran mo-mento de incremento anual. Por ltimo, sea-lemos que los comerciantes de los grandes cen-tros urbanos suelen recurrir a remarcaciones en noviembre y diciembre para aprovechar la liquidez del aguinaldo y prepararse para el es-perado bajn del verano.

    Todo esto produce un nerviosismo y un mal-humor que se suman a problemas transitorios pero que cuando ocurren son vividos con toda lgica como el fin del mundo, como los rutina-rios cortes de luz generados por el rcord de la demanda y las notorias deficiencias en la regu-lacin del servicio. Se nota tambin una especie de estrs social generalizado, disparado por el calor insoportable de las ciudades y la urgen-cia de cerrar toneladas de cuestiones pendien-tes antes de fin de ao, lo que hace que el trn-sito enloquezca aun ms de lo habitual y que conseguir un taxi se convierta en una proeza. Agreguemos finalmente un factor de psicologa social: desde los 90, cuando el capitalismo glo-balizado termin de contagiar nuestro estilo de vida, las fiestas de fin de ao, con toda su para-fernalia de ofertas, descuentos y promociones, son una orga de consumo: si para un sector de la sociedad pueden ser un momento de festejo y descarga, de catarsis va compras y la alegra de las vacaciones, para otro pueden funcionar como la dolorosa evidencia de todo aquello a lo que no logra acceder y que sin embargo se en-cuentra ah, a una vidriera de distancia.

    Pero seamos cuidadosos: las presiones deva-luatorias, el mayor ritmo de inflacin y el mal-humor social no producen por s solos estalli-dos sociales. Hay debajo de todo ello un suelo duro de exclusin social, la consolidacin si-lenciosa de una zona gris, en palabras de Javier Auyero (2), donde convergen seguridad y deli-to, el quiebre de los lazos histricos de solida-ridad, la degradacin del espacio pblico y la clsica impericia poltica. No es slo un proble-ma argentino. De las ciudades brasileas a los suburbios parisinos, del mundo rabe a Chile, el estallido anmico y acfalo, contracara de la pasividad de la democracia de opinin pbli-ca, es uno de los modos de la poltica contem-pornea (3). Lo interesante, insisto, es que en Argentina sucedan en verano, cuando el pas se calienta y los polticos transpiran (en sentido literal y metafrico).

    La poltica en ojotasLa sucesin de veranos polticamente calientes no ha impedido que los argentinos desarrollaran una vocacin vacacional ms intensa que la de cualquier otro pas latinoamericano. Si en la re-

    gin la actividad turstica es bsicamente un flu-jo de visitantes ricos a pases pobres (estadouni-denses a Mxico, europeos al Caribe), en Argen-tina el turismo interno tiene un peso diferente, resultado de una serie de iniciativas orientadas a fomentarlo que ya llevan ms de medio siglo.

    En 1945, el gobierno peronista extendi a todos los trabajadores en relacin de depen-dencia las vacaciones pagas y el aguinaldo, y en 1949 los convirti en derechos constituciona-les. Paralelamente, impuls polticas para am-pliar el turismo, que dej de ser un patrimonio de elites (como en el siglo XIX) y de clases me-dias acomodadas (como en la primera mitad del XX) y se convirti en un verdadero fen-meno de masas. En 1950 se inaugur el comple-jo de Chapadmalal (en uno de esos gestos sim-blicos a los que, de Pern a Kirchner, son tan afectos los presidentes peronistas, el complejo fue construido en 650 hectreas expropiadas a la familia Martnez de Hoz). Por esos mismos aos, mientras los sindicatos multiplicaban sus hoteles y colonias, el gobierno lanzaba el ser-vicio de trenes rpido a Mar del Plata y creaba una nueva categora popular, la turista, cuyos asientos a noventa grados el autor de esta nota sufri en carne propia cuando era nio en in-comodsimos, y para ese entonces ya totalmen-te impuntuales, lentos e ineficientes, servicios a Miramar. En 1950 se inaugur ese proto Dis-neylandia que es la Repblica de los Nios, en 1954 se concret el primer Festival de Cine de Mar del Plata, al que asistieron Errol Flynn y Gina Lollobrigida, y el casino decidi cambiar sus normas de admisin: el carnet personal que se exiga antes de entrar fue reemplazado por un mucho ms democrtico sistema de entra-das, al tiempo que las elegantes fichas de hueso eran sustituidas por otras de plstico (4).

    Como parte de estos cambios, Mar del Plata asisti a un desplazamiento de sus visitantes de clase media y alta, que huyeron del hormiguero en el que se haba convertido la Bristol a Playa Grande y de ah a Punta Mogotes, mientras que otros optaban por Villa Gesell o Pinamar, una lnea de balnearios pensados en un estilo to-talmente diferente, menos urbano, con dunas, vegetacin y esas calles viboreantes que son el karma de los recin llegados (en Gesell la calle 309 se cruza con la 309 bis, cosa que solo de-be ocurrir en el fin del universo). Pero Mar del Plata consigui retener a un sector de su clien-tela habitual y se convirti en una metfora del acuerdo social peronista, que como todo popu-lismo es en esencia un movimiento policlasis-ta. Parte de ese espritu, que es tambin el de la Argentina, persiste hasta hoy.

    Me arde, me quemaComo sealamos en otras oportunidades, el kirchnerismo es proclive a adoptar un tono grave y severo, hasta sacrificial, que sin embar-

    Cuando calienta el sol

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    por Pablo Semn*

    go no le ha impedido desplegar, sobre todo desde la asuncin de Cristina, una serie de iniciativas orientadas a la democratizacin del ocio: mencio-nemos, adems de la obvia multiplica-cin de fines de semana largos, deci-siones como la televisin digital abier-ta, el Ftbol para Todos y las grandes escenas nacionales creadas en el Bi-centenario o Tecnpolis, que bajo el eslogan ven a conocer el futuro funciona como una invitacin a que todos los habitantes accedan gratis a lo que se viene. Se trata, en todos los ca-sos, de proyectos que, a la vez que conectan al actual gobierno con los momentos ms virtuo-sos del primer peronismo, operan como crea-dores de espacio pblico. Y que en cierto mo-do pueden ser ledos como la contracara de la batalla cultural: a nadie se le exige el carnet de afiliacin a Unidos y Organizados ni un cono-cimiento profundo de las nuevas metforas de Ricardo Forster antes de atravesar los arcos de entrada de Tecnpolis. El Estado ofrece, pro-pone o invita; los ciudadanos llenan (5).

    Hay una vocacin genuinamente democrati-zante detrs de este tipo de proyectos, que tam-bin impulsan, cada uno a su modo, los polti-cos commoditie estilo Sergio Massa o Daniel Scioli, definidos por Jorge Ass como referentes de la lnea aire y sol del peronismo. Lejos de una frivolidad, la redistribucin del ocio es uno de los ejes que mantienen viva a la tradicin pe-ronista, e incluso podramos pensar en la crtica al pan y circo como el primer latiguillo gorila de la historia de la humanidad. Porque no hay que subestimar el impacto que debe tener pa-ra un chico de una escuela pblica del segundo cordn del conurbano la visita anual a Tecn-polis o para un joven de clase media baja el reci-tal gratuito de Miranda en Mar del Plata, como en su momento habr tenido para sus padres o abuelos la posibilidad de conocer el mar en el hotel del sindicato.

    En un pas conflictivo y sin sosiego, donde los estallidos han adquirido una curiosa estaciona-lidad veraniega, el disfrute como un derecho de mayoras no deja de ser una positiva continui-dad histrica. g

    1. Las lgicas de la economa argentina. Inflacin y crecimiento, Prendergast Editores, Buenos Aires, 1990.2. Javier Auyero, La zona gris, Siglo XXI, Buenos Aires, 2007.3. Isidoro Cheresky, Poder presidencial, opinin pblica y exclusin social, Clacso-Manantial, Buenos Aires, 2008.4. Todos los datos tomados de Elisa Pastoriza, La conquista de las vacaciones, Edhasa, 2011.5. La idea es de Martn Rodrguez, Diario Registrado, 17-12-12.

    Le Monde diplomatique, edicin Cono Sur

    Staff

    Di rec tor: Jos Natanson

    Re dac cinCarlos Alfieri (editor)Pa blo Stancanelli (editor)Creusa Muoz Luciana RabinovichLuciana Garbarino

    Se cre ta riaPa tri cia Or fi lase cre ta ria@el di plo.org

    Co rrec cinAlfredo Corts

    DiagramacinCristina Melo

    Co la bo ra do res lo ca lesNicols ArtusiFernando BogadoJulin ChappaJuan FornVernica GagoCarolina KeveFederico LorenzVernica OcvirkNicols OlszevickiMartn RodrguezJosefina SartoraBrbara SchijmanPablo Semn

    IlustradoresGustavo Cimadoro

    Tra duc to resViviana AckermanJulia BucciTeresa GarufiAldo GiacomettiFlorencia Gimnez ZapiolaPatricia MinarrietaGustavo RecaldeMariana SalGabriela VillalbaCarlos Alberto Zito

    Diseo de maquetaJavier Vera Ocampo

    Produccin y circulacinNorberto Natale

    PublicidadMaia Sona [email protected]@eldiplo.org

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    Creo haber ledo que el escorbuto, esa enfermedad que atacaba a los mari-neros de antao por una dieta pobre en vitaminas, se manifestaba como la reapertura dramtica de viejas cica-trices. Si no es verdad, est bien contado y hace pen-sar que una especie de escorbuto sucede en la con-ciencia colectiva cuando los males del fin del 2013 evocan las viejas dolencias.

    La extorsin policial, montada sobre el descon-tento que hacen surgir la inflacin y la desinversin que volatilizan al modelo, activ las sinapsis socia-les pretrazadas por la historia de hace dos y tres d-cadas. Los saqueos emergen en parte como plan, en parte como memoria activa, en parte como fantas-ma no exorcizado, y se instalan en el horizonte co-mo realidad y como amenaza. Y tras ellos otras me-morias se sobreimprimen a un momento en el que es urgente y vital elaborar antes de actuar. La infla-cin acelerada, la devaluacin y el tono represivo comienzan a configurar las expectativas, y no es que todo surja de la mente afiebrada de un perseguido.

    Algunos, ilusionados por el sobredimensiona-miento de los aspectos ms positivos del actual pro-ceso, se sorprenden de que haya odos para esos lla-mados. Otros los toman como la confirmacin de su denuncia de que nada habra cambiado con un gobierno considerado falazmente reparador. Tras la vorgine interpretativa se recortan algunos con-sensos ms o menos evidentes y otros por construir.

    Si el proceso poltico no parece haber generado fuerzas capaces de superar los techos del kirchne-rismo e incluso se insinan las que podran rebajar su piso, no es menos cierto que en este retorno se revela al rojo vivo la materia de nuestras tensiones. Si, ms all de justificaciones e impugnaciones, las fuerzas que operan la dinmica concentradora emergen como el objeto de una doma a la que los ensayos de nuestra joven democracia no logra en-contrarle la clave, tambin es patente que una par-te de la sociedad no deja de reclamar y hacer visi-ble que la agenda inclusiva puede mejorarse, pero ser muy difcil de abandonar.

    No reivindicamos la ventaja de acercarnos sin velos a nuestras imposibilidades, sino el hecho de que, hasta ahora, esas imposibilidades son un tra-mado de economa y sociedad que no parece resol-verse tan fcilmente a favor exclusivo de los me-ros dueos. Habr que advertir que la situacin podra degradarse aun ms para que se entienda que el proceso poltico puede disolver esa arma-zn? Seremos capaces de obrar de forma tal que la pendulacin inexorable no sea total? Ciertos hechos, cuando parece que se repiten, son incor-porados a la experiencia como si fuesen un ritmo natural, un tpico verano argentino. Pero no lo son: no ceder a esa sensacin, sin entregarse a la falsa seguridad de los ebrios, es uno de los rease-guros para que el peor escenario no se consume. g

    *Antroplogo. Le Monde diplomatique, edicin Cono Sur

    Capital Intelectual S.A.

    Le Monde diplomatique (Pars)

    La circulacin de

    Le Monde diplomatique,

    edicin Cono Sur, del mes de

    diciembre de 2013 fue de

    25.700 ejemplares.

    Fundador: Hubert Beuve-MryPresidente del Directorio y Director de la Redaccin: Serge HalimiDirector Adjunto: Alain GreshJefe de Redaccin: Pierre Rimbert1-3 rue Stephen-Pichon, 75013 Pars Tl.:(331) 53 94 96 21Fax: (331) 53 94 96 26Mail:[email protected]: www.monde-diplomatique.fr

    El escorbuto argentino

    Editorial

  • 4 | Edicin 175 | enero 2014

    Breve historia de las vacaciones

    Vos sos de enero o de febrero?: sin ambigedades retricas, la pregunta defina los mrgenes de un mundo que poda extenderse por 31 o 28 das. No ms. En los aos de mi infancia (lejana, pero no tanto: como de Mar del Plata a Villa Gesell, cien kilmetros que recorri mi fa-milia en la bsqueda de mayor sosiego), cuando cada vacacin exiga la logstica de una conquista del desierto por una ruta de doble mano, el bal cargado de latas en conserva, el acopio de histo-rietas en previsin de un verano sin televisor o la idea tan puritana como ingenua de desconexin resumida en las filas eternas en la Cooperativa Te-lefnica para llamar a la Capital, ser de enero o de febrero deca algunas cosas sobre tu familia, ms juvenil o madura, ms hedonista o estoica, ms

    por Nicols Artusi*

    De un lujo de elites a la masividad de la clase turista

    expansiva o ajustada, acaso heredera de un padre abogado o psicoanalista. Hoy las vacaciones estn jibarizadas, parceladas en quincenas siempre es-casas o reducidas casi al ridculo: un fin de sema-na extendido. Entonces y ahora, una zona fronte-riza entre lo mtico y lo profano o, por excepcio-nal, una radiografa que explica por contraste la vida de estos das.

    Las vacaciones son un hecho social reciente cuyo desarrollo mitolgico sera interesante in-dagar. Escolares en un comienzo, a partir de las licencias pagadas se han vuelto un hecho prole-tario, o al menos laboral, escribi Roland Bar-thes en sus clebres Mitologas, publicadas en 1957 (1). El semilogo francs decodifica el tiem-po de ocio en un ensayo breve titulado El escri-tor en vacaciones, maravillado ante la circuns-

    tancia de que los especialistas del alma humana estn sometidos a la situacin general del traba-jo contemporneo.

    Si hace cien aos las vacaciones eran apenas el privilegio de los ricos, heredadas de una tradicin inglesa del siglo XVIII que convenci a los aris-tcratas de las bondades de pasar tiempo a orillas del mar, despus fueron un recurso para evitar la extenuacin escolar de los nios, un derecho otorgado a los trabajadores y un berretn de los bo-bos, bohemios-burgueses que ocuparon sus das de veraneo con una actividad tan intil co-mo simblica: tomar sol. Soy hijo de la generacin de madres profesionales e hiperbronceadas, un-tadas en sapoln para regalarse al cotilleo en sus horas (das!) tendidas como lagartos. Un cuerpo bronceado era, anteriormente, un signo de traba-

    DossierLa Argentina de los veranos calientes

    Las vacaciones como estado mtico son un invento del siglo XX. Cmo se lleg hasta ah? Desde la poca en que eran un lujo para las clases altas hasta hoy, con epicentro en el peronismo, una historia breve del progreso social, econmico y simblico de la mayor conquista de los trabajadores.

    M.A.f.I.A

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    jo manual y vulgaridad. Las publicaciones peri-dicas registraban mltiples notas y avisos comer-ciales de lociones y cremas para liberar al cuerpo del bronceado y aclarar la piel, escribi la his-toriadora Elisa Pastoriza en su libro La conquista de las vacaciones (2): Unos aos ms tarde, esta tendencia se revirti y la moda de tomar sol se fue extendiendo por gran parte del mundo occiden-tal. El sol, visto como la cura para todo, se volvi popular. En nuestras costas, rpidamente se im-puso como una moda que revolucion la imagen corporal del siglo XX.

    La adopcin de algunos ritos veraniegos (tam-bin: los baos de mar o los juegos de azar, con el bingo o el casino convertidos en iglesias secula-res) configur una nueva cultura nacional, exi-gente en la planificacin productiva, en trmi-nos de ocio, de su tiempo libre. Y ah donde estar al sol pas de obligacin proletaria a ambicin burguesa, siempre en la bsqueda de una idea de la buena salud que cure el cuerpo y aleje la men-te del surmenage, nuestra perla atlntica recorri el camino inverso: de balneario para ricos a edn martimo de los trabajadores. Por la ruta 2, la cla-se obrera va al Paraso.

    La conquista de la costa No se necesita ser profeta para anunciar que Mar del Plata, con su aire vivificante y sus baos, est destinado a ser un sanatorium de la Rep-blica Argentina, celebr el diario La Nacin en 1886. En aquel tiempo las riberas atlnticas ca-recan de caminos, medios de comunicacin, vas frreas y tierras frtiles para la agricultura, pre-cisa Pastoriza: As, hace unos 110 aos se iniciaba un proceso de formacin de pueblos que dieron lugar a una sucesin de balnearios que implic una nueva cultura del ocio y el tiempo libre.

    Con las mismas pretensiones de gesta y de-rroche con que cargaran una vaca en barco para tener leche fresca en sus viajes a Europa, las fa-milias patricias emprendieron su conquista de la costa en un descubrimiento del mar que, desde la planificacin urbanstica, replic las moldu-ras y los ribetes de la Belle Epoque en ramblas y palacetes. Si hasta entonces el descanso serrano o campero se distingua por la placidez silente, Mar del Plata pronto se convirti en ciudad in-verosmil, como se dice de Venecia, bulliciosa y ostentosa, rendida ante el espectculo de la pla-ya, con la visin de todo aquel mundo civilizado gozando indolentemente de sus sentidos al borde del elemento (3).

    Pero ah donde las familias pudientes hayan deseado recrear los rituales ociosos y aislados del Lido veneciano, una obra pblica integr el bal-neario con el resto del pas: para celebrar el Da del Camino, el 5 de octubre de 1938 se inaugur la ruta 2, punto de unin vial entre las dos naturale-zas bonaerenses (la llanura y el mar) y escenario mtico de nuestra formacin sentimental como veraneantes: la escala para pedir un yogur de re-galo en la fbrica de lcteos o la emocin desbor-dada del padre que somete a la familia a brindar en el auto a la medianoche del 31 para ser distin-guido como el primer turista de la temporada. Con la verba exaltada del noticiero Sucesos ar-gentinos, un folleto de 1938 marcaba el mojn en la historia: Con el camino pavimentado se ha ter-minado la incertidumbre del viajero del automo-tor. La ciudad debe ahora prepararse para reci-bir la interminable caravana de automviles que, procedentes de todos los puntos de nuestro pas, habrn de volcar en nuestras playas grandes can-tidades de gratos huspedes.

    Hasta hace un tiempo, se pensaba que la irrupcin del peronismo fue el detonante de la Mar del Plata popular, pero en verdad slo pro-fundiz un proceso que ya haba comenzado en las dcadas del 20 y el 30. El peronismo, por su-puesto, cambi la ciudad, como cambi el pas, pero no produjo un quiebre en ese sentido, dijo el periodista Fernando Fagnani en una entrevista

    al diario La Nacin publicada por el lanzamiento de su libro La ciudad ms querida, una biografa marplatense (4). Sin embargo, a partir de 1946, la primera presidencia de Juan Domingo Pern se encontr con el camino pavimentado para hacer de Mar del Plata, antes conquistada por las eli-tes, la meca de su idea de turismo social. Los primeros exiliados en direccin opuesta fueron los veraneantes de las clases altas, que explora-ron otros horizontes: la hermosa y maldita Mar del Sur o, ms adelante, los recoletos bosques de Pinamar. La retrica justicialista era rotunda en un punto: no haba barreras para el acceso de los trabajadores a estos bienes, hasta ahora, afir-maban, vedados, escribe Pastoriza. Los emplea-dos de todas las posiciones empezaban a gozar de muchos das seguidos de vacaciones pagas, algunos celosamente custodiados por estatutos generosos, y entonces surgi la nocin del via-je patritico como rito inicitico o ascenso a las zonas de prestigio social.

    Clase TuristaLa voluntad de descubrir nuestro pas se de-vel imperativa y, por primera vez en la historia, hordas de turistas transitaron rutas y caminos en un peregrinar por las sierras, las cataratas o las playas, confirmando la utilidad de haber fundado una dcada antes la Direccin Nacional de Viali-dad y la de Parques Nacionales. En el verano de 1945 se sancion el decreto 1740 que extenda el derecho a vacaciones pagas a todos los trabajado-res en relacin de dependencia, y en 1950 se in-augur la clase Turista en el servicio de trenes a la costa, que ofreca una tarifa diferencial ms baja y descuentos en hospedajes y restaurantes una vez llegado a destino.

    En Mar del Plata, reunidos alrededor de los lo-bos marinos de la Rambla o desparramados en la Playa Popular, la nica que no tuvo carpas ni som-brillas pagas, los veraneantes de distintos ingre-sos compartieron zonas de sociabilizacin, en un revoltijo indito. Las clases medias, que arriba-ban conduciendo sus propios coches y comenza-ban a adquirir los departamentos, popularizaban las playas marplatenses, a las que el discurso ofi-cial sealaba repletas de obreros, escribe Pasto-riza (en aquellos aos, el ascenso social era una posibilidad concreta e inaudita, como la que tuvo mi abuelo, un tcnico de televisores, de comprar un dos ambientes en la avenida Coln y Lama-drid). Esta ciudad martima tena un denso peso simblico y en ella estaban escenificadas la mayo-ra de las prcticas presentadas como la imitacin perfecta de aquello que hasta ahora haba estado reservado para los privilegiados.

    Con la sindicalizacin masiva que Pern esti-mul como secretario de Trabajo, algunos gre-mios adquirieron viejos hoteles y los reforma-ron, o construyeron los propios para sus afilia-dos. El Hurlingham y el Riviera para los mer-cantiles, el Tourbilln en el Parque San Martn, que abri sus puertas para los obreros de la carne (luego adquirido por la Asociacin Obrera Tex-til) y el SUPE, sindicato de los petroleros, que construy su propio edificio para 1955, enume-ra Pastoriza, ella misma directora de la Maestra en Historia de la Universidad de Mar del Plata. Algunos hoteles de estirpe aristocrtica pasaron a los sindicatos, como el Royal, adquirido por Augusto Timoteo Vandor en nombre de la Unin Obrera Metalrgica, trazando la realidad del hospedaje de las organizaciones sindicales, un fenmeno muy natural para los argentinos pero casi nico en el mundo.

    Ya en la dcada del 60, las leyes de Asociacio-nes Profesionales y de Obras y Servicios Sociales estimularon el boom del turismo sindical, dilu-yendo las diferencias entre los hoteles, jams ren-didos a la tilinguera de distinguirse con estrellas y ofreciendo habitaciones de comodidades hospi-talarias, con sbanas y toallas blancas almidona-das propias de un sanatorio, y desayunos genero-

    sos en medialunas y colaciones: el que trabaja du-ro siempre tiene hambre. Fue entonces cuando Mar del Plata se torna en forma definitiva un lu-gar de veraneo de sesgo gremial, convalidado por los casi 3 millones de turistas que en 1973 llegan a sus costas. Holgados en los das acumulados, ociosos en la suma de los francos compensatorios, los empleados argentinos fogonearon otra de las tantas divisiones posibles del pas: los que vera-neaban en enero o en febrero. Cuntos das entregados al truco en las carpas, regalados al comentario vacuo sobre los roman-

    ces fugaces o el sino cruel que, segn una mi-tologa mufa, llega con cada enero y se eterni-za en el rubro las tra-gedias de los famosos! La conquista de Mar del Plata cre una cultura del balneario en la que todos los argentinos se hermanaron: el traje de bao igualitario diluye las jerarquas que su-giere la ropa, en cuanto hbito.

    La tentacin de se-ducir a las masas alum-br una oferta teatral que ninguna ciudad bal-nearia del mundo tie-

    ne (concentrada en apenas dos meses, la come-dia vuelta tragedia: nacida con pompa para morir pronto) y construy una idea propia de star-sys-tem, mdica en sus ambiciones formativas pero eficiente en su sistema playero de celebridades, con las revistas de inters general rendidas al bo-ludeo estival (en los primeros aos, Radiolandia y despus Gente, con el ttulo inevitable que da en-tidad editorial al cola-less o los hot-pants: Las ondas del verano).

    Con la modesta tecnologa que provean los enlaces de microondas, los canales porteos trasladaron su aparatologa al lado del mar pa-ra capturar todos los movimientos de astros y es-trellas en sus asoleamientos vespertinos o en sus libaciones nocturnas, hasta la consagracin de la explotacin estival en la ya clsica placa roja de Crnica TV: Estall el verano!. En el tango, el estribillo del clsico En la tranquera, una can-cin que haba sido grabada por Carlos Gardel, actualiz la necesidad del viaje ya no como episo-dio heroico sino como imperativo veraniego (A Mar del Plata yo me quiero ir/ slo una cosa falta conseguir/ lo que yo tengo es mucho coraje/ slo me falta plata para el viaje) hasta que en los 60 el hit Qu lindo que es estar en Mar del Plata hi-zo rima fcil al repetir en alpargatas, en alparga-tas, asociando la ciudad feliz con la libertad que produce liberarse de los mocasines y aflojar los dedos adentro del calzado criollo que el peronis-mo inmortaliz en la frase de autora desconoci-da: Alpargatas s, libros no.

    Toda una definicin para La Playa, en la que siempre se termina descalzo y donde el ms sesu-do acaba rendido ante la culocracia de una revista de chimentos. g

    1. Roland Barthes, Mitologas, Siglo XXI Editores, Buenos Aires, 2003.2. Elisa Pastoriza, La conquista de las vacaciones, Breve historia del turismo en la Argentina, Editorial Edhasa, Buenos Aires, 2011.3. Thomas Mann, Muerte en Venecia, Editorial Plaza & Jans, Barcelona, 1999.4. Fernando Fagnani, La ciudad ms querida, Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 2002.

    *Periodista. Le Monde diplomatique, edicin Cono Sur

    La adopcin de algunos ritos veraniegos configur una nueva cultura, exigente en la planificacin productiva del tiempo libre.

  • 6 | Edicin 142 | abril 20116 | Edicin 175 | enero 2014

    En septiembre de 2001, un da antes de que cayeran las Torres Geme-las, una pancreatitis me mand en coma al hospital. Tena cuarenta y un aos, llevaba veinte viviendo la vida bohemia que idealic desde la adolescencia, y un ao antes haba nacido mi pri-mera y nica hija. El coma fue breve pero qued in-ternado quince das, hasta que los mdicos decre-taron que mi pancreatitis, a diferencia de los casos habituales, no haba sido causada por piedras en la vescula ni por excesos alcohlicos o de otras sus-tancias txicas. Mi colapso slo poda explicarse por estrs. La cuestin se reduca, de ah en ms, a cambiar de vida. Ms precisamente a aprender a parar antes de estar cansado: no cuando senta el cansancio sino antes.

    Pero cunto antes, exactamente? Y cmo se meda eso? En mi oficio, las cosas recin empiezan a funcionar cuando uno consigue olvidarse de s mismo: cuando uno consigue entrar, sea leyen-do, escribiendo o corrigiendo. Y cmo iba a po-

    der entrar, si tena que estar listo para salir en todo momento? Pero eso no era problema del hospital. Lo nico que podan ofrecerme ellos, como a los dems pacientes que haban estado en coma, era un servicio optativo: unos grupos de SPT (o Sn-drome Post-Traumtico) en los cuales, a la manera de Alcohlicos Annimos, podamos lidiar con el hecho de haber sobrevivido y de sentirnos literal-mente de manteca.

    Supe, en esas reuniones, que yo no era el nico que haba quedado pedaleando en el aire. Tambin en los dems conviva la sensacin de que lo peor haba pasado y que lo importante era volver a ser los de siempre, pero tambin su opuesto: que el co-ma era una seal y que sera muy estpido no pres-tarle atencin. Todos sentamos una mezcla simi-lar de gratitud y de ira hacia esos mdicos que nos haban salvado y despus se haban desentendido olmpicamente de nosotros; todos lidibamos con el afn de tranquilizar a quienes se preocupaban por nosotros y el estupor de que nuestro propio cuerpo nos hubiera jugado tan mala pasada. Para

    todos los de aquel grupo de SPT, el coma haba sido ms fcil de sobrellevar que lo que vino despus: la primera noche sin suero ni sedantes; la primera noche ya sabiendo, aunque fuera brumosamente, que habamos tocado el pianito.

    Porque eso eran las pesadillas, o La Pesadilla, dijo el supervisor mirndonos uno por uno. Su ca-racterstica definitoria era que nos explicaba el co-ma. Se la poda ver como una especie de impuesto por recobrar la conciencia, haba una explicacin tcnica: era necesario suprimir los sedantes para acompaar la evolucin del paciente, para no en-torpecer el retorno de los signos vitales. Lo impor-tante, para los mdicos, era primero revivirnos y despus comprobar qu secuelas nos haban que-dado. Y para hacerlo deban suprimir los sedantes. Una vez que esas secuelas preocupantes quedaban descartadas y recibamos el alta, llegaba el mo-mento de lidiar con La Pesadilla. Y para eso exis-tan los grupos de SPT: para abarajarnos cuando la medicina se desentenda de nosotros y hacernos ver que se poda sacar algo en claro si nos dedic-

    Piedras en el camino

    Luego de una pancreatitis grave disparada por el estrs, Juan Forn dej la ciudad y se mud a la playa. Ah, a la orilla del mar, aprendi a leer, escribir y vivir de otra manera. Del tiempo disponible y la biblioteca recuperada lo que l llama el estado Gesell nacieron sus ltimos textos.La vida en un pueblo de playa

    DossierLa Argentina de los veranos calientes

    Sub.coop

    por Juan Forn*

  • | 7 | 7

    bamos a desovillarla y proyectarla contra lo que haba sido nuestra vida hasta el coma.

    Lo que yo haba soado aquella primera noche sin suero y sin sedantes era que caminaba por una explanada o una calle peatonal y me cruzaba con diferentes personas que avanzaban en mi direc-cin. Venan uno detrs de otro, no en tropel sino de a uno, y cuando tena enfrente a cada uno de ellos descubra que era siempre el mismo, alguien que tena mis rasgos y repeta la misma frase que me haban dicho los anteriores y que iban a decir-me los que venan detrs de l, sin la menor exi-gencia, pero con un desamparo insoportable: Me puede decir quin soy?. Ms o menos entonces acab mi licencia por enfermedad y volv al diario, era justo en esos das de diciembre de 2001 en que Argentina explot. Los das as son picos para un periodista, uno siente que la historia est ocurrien-do frente a sus ojos, pero lo que yo vi en esos das es que ya no me daba el cuero para seguir ese ritmo. El pas se haba hundido y yo tambin, no haba mu-cho ms que perder. Decidimos irnos a vivir a un pueblo al lado del mar, elegimos Villa Gesell.

    Gesell, un estado mentalLo bueno de los pueblos de playa es que al menos la mitad de la gente no es oriunda del lugar: viene de otro lado, a empezar de nuevo, a intentar otra clase de vida, a una escala ms humana. Como tantos, yo me fui de Buenos Aires bastante peleado con la ciu-dad, la crisis del 2001 me termin de abrir los ojos a un montn de cosas, entre ellas a la productividad como valor excluyente que rija la vida (Qu es-ts escribiendo? Cundo publics? Cunto te pa-garon?) y la perpetua falta de tiempo. Cuando me vine a vivir al lado del mar, me encontr con que por primera vez en aos tena tiempo de sobra y al principio me dio un horror vacui tremendo. En tr-minos laborales era un retirado. En trminos socia-les tambin: no conoca a casi nadie en aquel pue-blo. Mis obligaciones se reducan a mi hija y a mi biblioteca. Yo quera criar a mi hija (a los veinte le El mundo segn Garp sintiendo que hablaba de m; despus cre que no iba a tener hijos y despus na-ci Matilda) y, adems, cuatro de cada cinco libros de mi biblioteca yo no los tena ledos an. El vicio de todo lector voraz: comprar libros para tenerlos, para leerlos algn da. El da haba llegado.

    Uno de los dficits que tiene el glorioso hbito de leer es que, cuando uno termina un libro que le gusta, todo eso que siente adentro se queda ah, no se puede compartir. Uno lee solo. Muy rara vez uno se encuentra, justo al terminar un libro, con otro que est en la misma. Y no hay momento me-jor para hablar de un libro que cuando uno acaba de terminarlo. Eso fui entendiendo en las camina-tas diarias por la playa que hago desde que me vi-ne a vivir hace diez aos a Gesell. De ah salen mis contratapas de los viernes en Pgina/12: de ese es-tado mental que yo llamo Gesell.

    Hay quien dice que demasiada cercana con el mar te lima. A m me limpia, me desanuda, me im-pone perspectiva aunque me resista, me termina acomodando siempre si me dejo atravesar, y es ca-si imposible no dejarse atravesar. Cuando viene el invierno, cuando el viento impide bajar a la orilla y hay que curtir el mar desde ms lejos, es como si se pusiera ms bravo para acortar esa distan-cia, para que lo sintamos igual. Llevo diez aos bajando cada da que puedo a caminar por la orilla del mar, o al menos a sentirlo en la cara, cuando el viento impide bajar del mdano. Cada contratapa de cada viernes viene de ah; la entend caminan-do por la playa, o sentado en el mdano mirando el mar: por dnde empezar, adnde llegar, cul es la verdadera historia que tengo delante, de qu habla en el fondo, qu tengo yo y ustedes que ver con ella, qu dice de nosotros.

    En mi casa hay estantes por todos lados. Son an-chos, para poder empujar los libros hacia atrs y dejar un poco de espacio, donde voy poniendo pe-queas piedras que me traigo de mis caminatas por el mar. Son piedras especialmente lisas, espe-

    quetes, clubes de trueque. Desde 2001 que todos los veranos huelen a 2001. En invierno se toman los palacios. En verano se toman las calles.

    Hace pocos das, en una oficina en la que que-damos solos por cinco minutos, le pregunt al maestro Hctor Larrea, mientras l coma de un plato plstico, si en verano se puede or el tango. Quise decirle: si se deja or, si el clima no mina la escucha relajada de esa msica tan retorcida, de la que chorrea el agua negra del Riachuelo, msica de noche, niebla y fro que podra resultar pegajo-sa. Don Hctor me mir sabiendo que haca algo importante (apartar la vista de lo que coma ante la pregunta de un idiota que no vala tanto la pena) y su respuesta fue: por qu?. No tuve respuesta.

    Si todos pensamos lo mismo al mismo tiempo, la ciudad estalla. Si todos prendemos los ventila-dores y los splits al mismo tiempo, se corta la luz. Si todos decimos lo que pensamos cada vez que lo pensamos, inauguramos el verano. El verano es una filosofa de la poltica. La que invent la Ar-gentina del ahorrista y el trueque: hacer pblico y poltico lo ms privado.

    El kirchnerismo tuvo su verano en el In-doamericano. A dos meses de la muerte de Ns-tor Kirchner, hecho que haba conmovido el pas y revivido su mstica, la toma de tierras en el su-doeste de la ciudad puso la agenda de la nueva etapa sobre la mesa: necesidad, organizacin, fuerzas de seguridad, violencia urbana, dficits estructurales. El verano dio la radiografa calien-te de lo que el invierno deba administrar. El ve-rano es calle, el invierno es gestin. El invierno administra el verano. De lo que hacemos en la so-ledad fra de julio depende la intensidad del calor callejero de diciembre. g

    *Periodista. Le Monde diplomatique, edicin Cono Sur

    Si todos pensamos en el calor va a hacer ms calor, deca en la televisin un mulo de Claudio Mara Domnguez durante una ola de ms de 35 grados. El calor nos sinto-niza en el fuego. No somos brasileos. No

    aprovechamos el calor para estar ms livianos, si-no para sacar todo afuera. Verano: todos pensan-do lo mismo, pero todos pensando lo mismo a 35 grados de trmica.

    El ideal periodstico quiso siempre seguir a la poltica segn su cronograma parlamentario. Cierre de sesiones en diciembre, reapertura en marzo. Dejar en piloto automtico la adminis-tracin mientras los humildes disfrutan Mar del Tuy, los pretenciosos Pinamar o los ricos el Es-te. Un pas en manos del personal de maestran-za. Tregua de la lucha de clases. Y hacer notas a polticos durante sus vacaciones. Fotos en Caril, Gesell, Punta del Este bajo la carpa, mostrando sus lecturas de verano, sus caminatas, el tejo, el truco. Imposible en Argentina: decs enero en Pi-namar y se te viene Cabezas encima. En el vera-no de 2005 Anbal Fernndez y Jos Mara Daz Bancalari compartan la playa y el truco. Anbal era parte del gobierno, Bancalari an perteneca al duhaldismo en retirada. Se dejaron fotografiar. Es un hermano, dijo Anbal.

    Pero eran excepciones. La estacin vuelve her-bvoros a los polticos pero la gente quiere carne. Contra ese ideal ocioso que el verano argentino o, ms aun, el verano porteo inaugura junto al ca-lor, la crisis del 2001 patent un mayor grado de intensidad poltica. Las cosas estn calientes. El horno no est para bollos. Las respuestas al fen-meno pueden ser puntuales, marxistas o milena-rias, segn la cultura de un pueblo catlico que se esperanza con la Navidad y la posibilidad de tener las cosas que desea. Para colmo el calor se adelan-ta. Las temperaturas empiezan a arder desde fines de noviembre. El verano dura cinco meses. De no-viembre a marzo. Casi medio ao. Cacerolas, pi-

    Hay que pasar el veranola poltica cuando subE la tEmpEratura

    cialmente nobles en su desgaste, sas que cuando uno ve en la arena no puede no agacharse a reco-ger. Tienen el tamao justo para entrar en nuestra mano; responden a ella como si fueran un ser vi-vo y, sin embargo, cuando se van secando en nues-tra palma y van perdiendo color, no sabemos qu hacer con ellas y las dejamos caer sin escrpulos cuando nadie nos ve. Por tener tanta repisa provi-dencialmente a mano, en lugar de soltarlas empe-c a traerme de a una esas piedras, de mis camina-tas por la playa. Nunca ms de una, y muchas veces ninguna (a veces el mar no da, y a veces es tan en-sordecedor que uno no ve lo que le da). As fueron quedando esas piedras, una al lado de la otra, a lo largo de los estantes de mi casa. Es lindo mirarlas. Es ms lindo cuando alguien agarra una distrada-mente y sigue conversando, en esas sobremesas que se estiran y se estiran con la escandalosa lan-guidez con que se desperezan los gatos.

    Est o no materialmente al lado del mar, siem-pre estoy en Gesell cuando leo, cuando escribo,

    cuando camino: a eso me refiero cuando digo Ge-sell como estado mental. Leer, escribir y vivir en una misma frecuencia. Me gusta pensar que las contratapas que vengo haciendo hace cinco aos, y ojal d para seguir un rato largo ms, son como esas piedras encontradas en la playa, puestas una al lado de la otra a lo largo de una absurda, intil, her-mosa repisa, que rodea un ambiente en el que hay dos o tres o cuatro personas que conversan y fuman y beben y distradamente manotean alguna de esas piedras y la entibian un rato entre sus dedos y des-pus la dejan abandonada entre las copas vacas y los ceniceros llenos y las tazas con borra seca de caf. Y cuando los dems se van yo vuelvo a poner las piedras en su lugar, y apago las luces, y maana o pasado, con un poco de suerte, volver con una nueva de mis caminatas por el mar. g

    *Escritor y periodista argentino. Autor de Mara Domeq, 2007; Nadar de noche, 2008, y Puras Mentiras, 2010 (Emec), entre otras obras.

    Le Monde diplomatique, edicin Cono Sur

    por Martn Rodrguez*

    Protestas, saqueos, conflictos: si en invierno se toman los palacios, en verano se toman las calles.

  • 8 | Edicin 175 | enero 2014

    Dos horas ms con Fidel

    El pasado 13 de diciembre Ignacio Ramonet mantuvo un encuentro amistoso con Fidel Castro en su casa de La Habana. All conversaron sobre Nelson Mandela, Hugo Chvez, el acuerdo con Irn, el cambio climtico, y el Comandante cubano dio muestras de que an mantiene una impresionante sed de conocimiento.

    Encuentro en La Habana

    por Ignacio Ramonet*

    Haca un da de primaveral dulzura, anegado por esa luz refulgente y ese aire cristalino tan caractersti-cos del mgico diciembre

    cubano. Llegaban olores del ocano cer-cano y se oan las verdes palmeras me-cidas por una lnguida brisa. En uno de esos paladares que abundan ahora en La Habana, estaba yo almorzando con una amiga. De pronto, son el telfono. Era mi contacto: La persona que desea-bas ver, te estesperando en media ho-ra. Date prisa. Lo dej todo, me desped de la amiga y me dirig al lugar indicado. All me aguardaba un discreto vehculo cuyo chofer puso de inmediato rumbo hacia el oeste de la capital.

    Yo haba llegado a Cuba cuatro das antes. Vena de la Feria de Guadalaja-ra (Mxico) donde estuve presentando mi nuevo libro Hugo Chvez. Mi prime-ra vida (1), conversaciones con el lder de la Revolucin Bolivariana. En La Ha-bana se estaba celebrando con inmenso xito, como cada ao por estas fechas, el Festival del Nuevo Cine Latinoameri-cano. Y su director, Ivn Giroud, tuvo la gentileza de invitarme al homenaje que el Festival deseaba rendirle a su funda-

    An no nos habamos sentado y ya me formulaba infinidad de preguntas sobre la situacin econmica en Francia y la actitud del gobierno francs... Durante dos horas y media, charlamos de todo un poco, saltando de un tema a otro, como viejos amigos. Obviamente se trataba de un encuentro amistoso, no profesional. Ni grab nuestra conversacin, ni tom apunte alguno durante el transcurso de ella (5). Y este relato, adems de dar a conocer algunas reflexiones actuales del lder cubano, slo aspira a respon-der a la curiosidad de tantas personas que se preguntan, con buenas o malas intenciones:cmo est Fidel Castro?

    Ya lo dije: estupendamente bien. Le pregunt por qu an no haba publica-do nada sobre Nelson Mandela, fallecido haca ya ms de una semana. Estoy en ello me contest, terminando el bo-rrador de un artculo (6). Mandela fue un smbolo de la dignidad humana y de la libertad. Lo conoc muy bien. Un hom-bre de una calidad humana excepcional y de una nobleza de ideas impresionan-te. Es curioso ver cmo los que ayer am-paraban el apartheid, hoy se declaran admiradores de Mandela. Qu cinis-mo! Uno se pregunta, si nicamente te-na amigos quin entonces meti preso a Mandela? Cmo el odioso y criminal apartheid pudo durar tantos aos? Pero Mandela saba quines eran sus verda-deros amigos. Cuando sali de prisin, una de las primeras cosas que hizo fue venir a visitarnos. Ni siquiera era toda-va presidente de Sudfrica! Porque l no ignoraba que sin la proeza de las fuerzas cubanas, que le rompieron el espinazo a la elite del ejrcito racista sudafricano en la batalla de Cuito Cuanavale [1988], y favorecieron as la independencia de Na-mibia, el rgimen del apartheid no se hu-biese derrumbado y l se hubiera muer-to en la crcel. Y eso que los sudafrica-nos posean varias bombas nucleares, y estaban dispuestos a utilizarlas!

    Hablamos despus de nuestro amigo comn Hugo Chvez. Sent que an es-taba bajo el dolor de la terrible prdida. Evoc al Comandante bolivariano ca-si con lgrimas en los ojos. Me dijo que se haba ledo, en dos das, el libro Hu-go Chvez. Mi primera vida. Ahora tie-nes que escribir la segunda parte. Todos queremos leerla. Se lo debes a Hugo, aadi. Ah intervino Dalia para sealar-nos que ese da [13 de diciembre], por in-slita coincidencia, se cumplan 19 aos del primer encuentro de los dos Coman-dantes cubano y venezolano. Hubo un silencio. Como si esa circunstancia le confiriera de pronto una indefinible so-lemnidad a nuestra visita.

    Meditando para s mismo, Fidel se pu-so entonces a recordar aquel primer en-cuentro con Chvez del 13 de diciembre de 1994. Fue una pura casualidad reme-mor. Me enter que Eusebio Leal lo ha-ba invitado a dar una conferencia sobre Bolvar. Y quise conocerlo. Lo fui a espe-rar al pie del avin. Cosa que sorprendi a mucha gente, incluido al propio Chvez. Pero yo estaba impaciente por verlo. Nos pasamos la noche conversando. l me cont le dije que ms bien sinti que usted le estaba haciendo pasar un exa-men... Se echa a rer Fidel: Es cierto! Quera saberlo todo de l. Y me dej im-presionado... Por su cultura, su sagacidad, su inteligencia poltica, su visin boliva-riana, su gentileza, su humor... Lo tena todo! Me di cuenta que estaba frente a un gigante de la talla de los mejores dirigen-tes de la historia de Amrica Latina. Su muerte es una tragedia para nuestro con-tinente y una profunda desdicha personal para m, que perd al mejor amigo...

    dor, Alfredo Guevara, un autntico ge-nio creador, el mayor impulsor del cine cubano, fallecido en abril de 2013.

    Como siempre cuando arribo a La Habana, haba preguntado por Fidel. Y a travs de varios amigos comunes le ha-ba transmitido mis saludos. Haca ms de un ao que no lo vea. La ltima vez haba sido el 10 de febrero de 2012 en el marco de un gran encuentro Por la Paz y la preservacin del Medio Ambiente, organizado al margen de la Feria del Li-bro de La Habana, en el que el Coman-dante de la Revolucin Cubana convers con un grupo de intelectuales (2).

    Se abordaron, en aquella ocasin, los temas ms diversos empezando por el poder meditico y la manipulacin de las mentes del que me toc hablar en una suerte de ponencia inaugural. Y no se me olvida la pertinente reflexin que hizo Fidel al final de mi exposicin: El problema no est en las mentiras que los medios dominantes dicen. Eso no lo po-demos impedir. Lo que debemos pensar hoy es cmo decimos y difundimos no-sotros la verdad.

    Durante las nueve horas que dur esa reunin, el lder cubano impresio-n a su selecto auditorio. Demostr

    que, a sus entonces 85 aos de edad, conservaba intacta su vivacidad de es-pritu y su curiosidad mental. Inter-cambi ideas, propuso temas, formu-l proyectos, proyectndose hacia lo nuevo, hacia el cambio, hacia el futuro. Sensible siempre a las transformacio-nes en curso del mundo.

    Cun cambiado lo hallara ahora, diecinueve meses despus? Me pre-guntaba yo a bordo del vehculo que me acercaba l. Fidel haba hecho pocas apariciones pblicas en las ltimas se-manas y haba difundido menos anlisis o reflexiones que en aos anteriores (3).

    Mandela, ChvezLlegamos. Acompaado de su sonrien-te esposa Dalia Soto del Valle, Fidel me esperaba a la entrada del saln de su ca-sa, una pieza amplia y luminosa abierta sobre un soleado jardn. Lo abrac con emocin. Se lo vea en estupenda for-ma. Con esos ojos brillantes cual estile-tes sondeando el alma de su interlocu-tor. Impaciente ya de iniciar el dilogo, como si se tratase, diez aos despus, de proseguir nuestras largas conver-saciones que dieron lugar al libro Cien horas con Fidel (4).

    La Habana, 13-12-13 (fotografa de Alex Castro)

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    Vislumbr usted, en aquella con-versacin, que Chvez sera lo que fue, o sea el fundador de la Revolucin Bo-livariana? l parta con una desventa-ja: era militar y se haba sublevado con-tra un presidente socialdemcrata que, en realidad, era un ultraliberal... En un contexto latinoamericano con tanto go-rila militar en el poder, mucha gente de izquierda desconfiaba de Chvez. Era normal. Cuando yo convers con l, ha-ce hoy pues diecinueve aos, entend in-mediatamente que Chvez se reclamaba de la gran tradicin de los militares de izquierda en Amrica Latina. Empezan-do por Lzaro Crdenas [1895-1970], el general-presidente mexicano que hizo la mayor reforma agraria y nacionaliz el petrleo en 1938...

    Hizo ah Fidel un amplio desarro-llo sobre los militares de izquierda en Amrica Latina e insisti sobre la impor-tancia, para el Comandante bolivariano, del estudio del modelo constituido por el general peruano Juan Velasco Alva-rado. Chvez lo conoci en 1974, en un viaje que efectu a Per siendo an ca-dete. Yo tambin me encontrcon Ve-lasco unos aos antes, en diciembre de 1971, regresando de mi visita al Chile de la Unidad Popular y de Salvador Allende. Velasco hizo reformas importantes pero cometi errores. Chvez analiz esos ye-rros y supo evitarlos.

    Entre las muchas cualidades del Co-mandante venezolano, subray Fidel una en particular: Supo formar a toda una generacin de jvenes dirigentes; a su la-do adquirieron una slida formacin po-ltica, lo cual se revel fundamental, des-pus del fallecimiento de Chvez, para la

    continuidad de la Revolucin Bolivaria-na. Ah est, en particular, Nicols Ma-duro con su firmeza y su lucidez que le han permitido ganar brillantemente las elecciones del 8 de diciembre. Una victo-ria capital que lo afianza en su liderazgo y le da estabilidad al proceso. Pero en tor-no a Maduro hay otras personalidades de gran valor como Elas Jaua, Diosdado Ca-bello, Rafael Ramrez, Jorge Rodrguez... Todos ellos formados, a veces desde muy jvenes, por Chvez.

    En ese momento, se sum a la reunin su hijo Alex Castro, fotgrafo, autor de varios libros excepcionales (7). Se puso a sacar algunas imgenes para el recuer-do y se retir luego discretamente.

    Espectacular entusiasmo intelectualTambin hablamos con Fidel de Irn y del acuerdo provisional alcanzado en Ginebra el pasado 24 de noviembre, un

    tema que el Comandante cubano cono-ce muy bien y que desarroll en detalle para concluir dicindome: Irn tiene derecho a su energa nuclear civil. Para en seguida advertir del peligro nuclear que corre el mundo por la proliferacin y por la existencia de un excesivo nme-ro de bombas atmicas en manos de va-rias potencias que tienen el poder de destruir varias veces nuestro planeta.

    Le preocupa, desde hace mucho, el cambio climtico y me habl del ries-go que representa al respecto el relan-zamiento, en varias regiones del mun-do, de la explotacin del carbn con sus nefastas consecuencias en trminos de emisin de gases de efecto inverna-dero: Cada da me revel, mueren unas cien personas en accidentes de minas de carbn. Una hecatombe peor que en el siglo XIX...

    Sigue interesndose por cuestiones de agronoma y botnica. Me mostr unos frascos llenos de semillas: Son de morera me dijo, un rbol muy ge-neroso del que se pueden sacar infini-tos provechos y cuyas hojas sirven de alimento a los gusanos de seda... Estoy esperando dentro de un momento a un profesor, especialista en moreras, para hablar de este asunto.

    Veo que no para usted de estudiar, le dije. Los dirigentes polticos me respondi Fidel, cuando estn ac-tivos carecen de tiempo. Ni siquiera pueden leer un libro. Una tragedia. Pe-ro yo, ahora que ya no estoy en la pol-tica activa, me doy cuenta de que tam-poco tengo tiempo. Porque el inters por un problema te lleva a interesar-te por otros temas relacionados. Y as

    vas acumulando lecturas, contactos, y pronto te das cuenta de que el tiempo te falta para saber un poco ms de tan-tas cosas que quisieras saber...

    Las dos horas y media pasaron vo-lando. Empezaba a caer la tarde sin crepsculo en La Habana, y el Coman-dante an tena otros encuentros pre-vistos. Me desped con cario de l y de Dalia. Particularmente feliz por haber constatado que sigue teniendo Fidel su espectacular entusiasmo intelectual de siempre. g

    1. Ignacio Ramonet, Hugo Chvez. Mi primera vida, Debate, Buenos Aires, 2013.2. www.cubadebate.cu/noticias/2012/02/11/nueve-horas-de-dialogo-con-el-lider-de-la-revolucion/3. Vase, en particular: Fidel Castro, Las verdades objetivas y los sueos, Cubadebate, La Habana, 14-8-13, www.cubadebate.cu/fidel-castro-ruz/2013/08/14/las-verdades-objetivas-y-los-suenos/4. Ttulo de la edicin cubana de Fidel Castro. Biografa a dos voces, Debate, Barcelona, 2006.5. Todas las citas de Fidel Castro en este artculo son de memoria; no son textuales. Se trata de una reconstruccin a posteriori basada en los recuerdos del autor. En ningn caso pueden atribursele tal cual a Fidel Castro.6. Fidel Castro, Mandela ha muerto. Por qu ocultar la verdad sobre el apartheid?, Cubadebate, 18-12-13.www.cubadebate.cu/fidel-castro-ruz/2013/12/19/articulo-de-fidel-mandela-ha-muerto-por-que-ocultar-la-verdad-sobre-el-apartheid/7. Vase, en particular: Alex Castro et al., Fidel, fotografas, Ediciones Boloa, La Habana, 2012.

    *Director de Le Monde diplomatique, edicin espaola. Le Monde diplomatique, edicin espaola

    Es curioso ver cmo los que ayer amparaban el apartheid, hoy se declaran admiradores de Mandela. Qu cinismo!

  • 10 | Edicin 175 | enero 2014

    El reino del latifundio

    Hoy establecido como cuarto exportador mundial de soja, Paraguay consolida su modelo agrcola con el avance de este cultivo sobre las tierras laterticas rojas de la regin oriental, al tiempo que deja sin tierra a unas 300.000 personas en un pas de 6,7 millones de habitantes.

    Sojalandia, un Estado dentro del Estado paraguayo

    por Maurice Lemoine*, enviado especial

    Y la soja inunda planicies y llanuras (implacable marea).

    Islotes de indomables intentan hacer valer sus derechos. Con el pretexto de sa-tisfacer sus reivindicaciones, el gobierno los desplaza afirma con un rictus Perla lvarez, de la Coordinadora de Mujeres Rurales e Indgenas (Conamuri). Los meten en medio de un bosque que debe-rn desbrozar, a ochenta kilmetros de la primera ruta, sin un puesto de salud, sin nada... Cuando algunos, a pesar de todo, se afianzan o reagrupan las tierras frtiles que les confiscaron, el agrobusiness suelta a sus perros. Desde que comenz el pe-rodo democrtico, en el ao 1989, hasta hoy denuncia el abogado Hugo Valiente, de la Coordinadora de Derechos Huma-nos del Paraguay (Codehupy), se regis-traron 116 casos de asesinatos o desapari-ciones de lderes o militantes de organiza-ciones campesinas. Adems de los agen-tes del Estado, los guardias privados de los grandes propietarios los matones ac-tan con total impunidad.

    Y la soja trepa, trepa; la soja avanza sin fin.

    Los terratenientes, muy influyentes, muy organizados e insertos en el corazn de los dos grandes partidos tradiciona-les la Asociacin Nacional Republicana (ANR o Partido Colorado, que se mantu-vo ininterrumpidamente en el poder en-tre 1946 y 2008 y lo recuper en 2013) y el Partido Liberal Radical Autntico (PL-RA), viven fastuosamente, poseen sus propias pistas de aterrizaje y aviones. El grupo del brasileo Tranquilo Favero, el rey de la soja (vase recuadro), posee 140.000 hectreas en ocho departamen-tos (Alto Paran, Canindey, Itapa, Ca-aguaz, Caazap, San Pedro, Central y Chaco), nueve empresas (tratamiento y distribucin de semillas, elaboracin e importacin de agroqumicos y fertili-zantes, financiacin a productores, provi-sin de maquinaria y combustibles, etc.), al igual que un puerto privado sobre el ro Paran, un cauce de agua clave para los grandes proyectos de infraestructura del continente. Los ocho miembros de la Central Nacional de Cooperativas (Uni-coop) controlan ms de 305.000 hect-reas. El Grupo Espritu Santo se contenta con 115.000... En sntesis: segn el censo de 2008, el 2% de los propietarios mono-polizan el 85% de las tierras del Paraguay.

    Los gigantes que mandanPor su parte, las multinacionales sacan su buena tajada. Con los estadouniden-ses Cargill (veinte silos, una fbrica, tres puertos privados) (2), ADM Paraguay Saeca (treinta silos, seis puertos priva-dos) y Bunge (cinco silos con una capa-cidad total de 230.000 toneladas), Louis Dreyfus (Francia) y Noble (Hong Kong), que obtienen con la soja sus mayores ga-nancias, controlan cerca del 40% de to-das las exportaciones del pas. BASF y Ba-yer (Alemania), Dow (Estados Unidos), Nestl (Suiza), Parmalat (Italia) y Unile-ver (Pases Bajos y Gran Bretaa), por s-lo citar algunos, completan la explotacin reiterada (3). Porque cabe mencionar un detalle: aunque a travs de sus activida-des generan el 28% del producto interno bruto (PIB), latifundistas y transnaciona-les apenas contribuyen al 2% de los ingre-sos fiscales del pas (4).

    Interminables filas de maquinarias agrcolas y camiones surcan las rutas con fuertes bocinazos, mientras la soja avanza sin fin sobre las tierras laterticas rojas de la regin oriental, incluidas las de los gana-deros (que cran 14 millones de cabezas de ganado, empujados hacia la rstica regin del Chaco). Al hacer de Paraguay el cuarto exportador mundial de soja, las superficies

    Un viento helado lacera los rostros. Es el 24 de agosto de 2013. Divididas en cua-tro brigadas, ciento ocho familias vuelven a ocupar la

    tierra de colonia Naranjito, de donde las fuerzas de seguridad ya las expulsaron en cuatro ocasiones. Bajo un refugio, se le-vantan unas carpas precarias, en medio de bolsos y paquetes. A partir de maana, sembraremos cultivos de subsistencia, anuncia el dirigente Jorge Mercado, con una seguridad que no termina de sentir del todo. La fuerza del recuerdo lo barre como una ola. La ltima expulsin fue es-pecialmente violenta: Los policas que-maron 184 casillas. Robaron los animales, los pollos y mataron a los chanchos.

    En 1967, el dictador Alfredo Stroessner regal esta tierra a un alemn, Erich Ven-dri. Sus hijos, Reiner y Margarita, la he-redaron. Pero sigui perteneciendo al Estado. Verificamos en las instituciones lo que es legal, y lo que fue mal adquirido detalla Mercado. Tenemos aos de ex-periencia en recuperar, palmo a palmo, el territorio paraguayo. Mientras se expla-ya sobre la rapacidad de los terratenientes y los sojeros, una capa de tinieblas engulle

    Sub.coop

    el esbozo de campamento. Arrodillados en torno a unos braseros enrojecidos, los campesinos sorben sus mates, bebiendo lentamente la infusin reparadora.

    Dos das despus, con la brutalidad ha-bitual, la polica volver a echarlos.

    La tierra... En este pas de 6,7 millones de habitantes, unas 300.000 familias de campesinos pobres carecen de ella. Sin re-montarnos a la prehistoria paraguaya, el modelo del latifundio se consolida a fines del siglo XIX. Con Stroessner (1954-1989), grandes superficies de tierras libres per-tenecientes al Estado y legalmente des-tinadas a la reforma agraria, como en Na-ranjito, se reparten entre amigos, cmpli-ces, militares y compromisos. Y ms aun, a partir de fines de los setenta se produjo un cambio sustancial: la agricultura mecani-zada, proveniente de los estados del sur del vecino Brasil, cruza la frontera con su pro-ducto estrella: la soja.

    Una convulsin sacude los campos. Los pequeos y medianos productores que, histricamente, alimentan el pas, entorpecen la expansin del sector, volca-do a la exportacin. Ahora bien, hay mu-chas maneras de echar a quienes impiden sembrar. La ms simple es comprarles la

    tierra comenta el economista Luis Ro-jas. Le ofrecen al campesino una suma que nunca ha visto en su vida. l piensa que es una fortuna, se va a la ciudad, gasta todo en tres o cuatro meses y pasa a engro-sar los cinturones de pobreza, porque no tiene trabajo.

    Y la soja despliega sus serpientes de pas.

    Una marea devastadoraComunidades enteras migran a causa de los estragos que provoca la deforestacin. La aspersin area de pesticidas en las tie-rras cercanas afecta los cultivos limtro-fes, envenena los cauces de agua, obliga a los animales a recorrer kilmetros en bus-ca de pastos, a raspar las ltimas matas, a mugir penosamente. Vmitos, diarreas, dolores de cabeza, etc. Impotentes, los ve-cinos malvenden sus parcelas de campos.

    Y la soja devora pueblos y caseros.En 1996, su variedad transgnica, la se-

    milla roundup ready, de Monsanto, sur-ge en Argentina, desde donde dirige una guerra de conquista, sin aprobacin gu-bernamental, en Brasil, Bolivia y Para-guay, recurriendo ampliamente a pestici-das mortales para el medio ambiente (1).

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    invadidas por este oro verde pasaron de 1,5 millones de hectreas en 1993 a 3,1 mi-llones en la actualidad. Cerca del 60% de esta soja se enva a Europa para alimentar ganado y producir biocombustibles.

    Sin embargo, ni dciles ni tontos, los campesinos no extienden el cuello ante el cuchillo del matarife. Ya recuperamos muchas tierras precisa Esther Leiva, coordinadora nacional de la Organizacin de Lucha por la Tierra (OLT). Ms de trescientos compaeros estn realizan-do ocupaciones en las zonas de Itapa y Caazap. Entre 1990 y 2006, en el marco de 980 conflictos, se contaron 414 de estas ocupaciones, la manera de presionar ms utilizada para sensibilizar a las autori-dades. Rebautizadas invasiones por los propietarios, dieron lugar a 366 expulsio-nes y 7.346 detenciones (5). Pero, segn clculos de Dominga Noguera, coordina-dora de las organizaciones sociales de Ca-nindey, slo para este departamento, se han reconquistado 130.000 hectreas.

    En estos campos de caminos apenas transitables, slo se puede acceder a las colonias agrcolas los asentamientos con enjambres de motos de baja cilindra-da. Aqu, en el centro del departamento de Itapa, en el asentamiento 12 de Julio, recuerdan cmo, en 1996, setenta perso-nas fueron encarceladas durante seis me-ses por haber intentado sitiar por la fuerza esta finca de 1.600 hectreas que supues-tamente perteneca a Nikolai Neufeld, un menonita alemn (6). En este pas sin ca-tastro, paquetes enteros de ttulos de pro-piedad fraudulentos fueron entregados por un sistema judicial que permaneci bajo el mando de magistrados vinculados con la dictadura de Alfredo Stroessner y el

    Partido Colorado. Un caos administrativo tal que una misma tierra puede aparecer en tres o cuatro ttulos diferentes. As, Pa-raguay es, si se suman estos documentos, el nico pas del mundo que se extiende en al menos... dos pisos.

    En 2005, los del asentamiento 12 de Julio retomaron la lucha, con el apoyo de la OLT y de la Mesa Coordinadora Na-cional de las Organizaciones Campesi-nas (Mcnoc). Cuatro veces ocuparon,

    cuatro veces fueron violentamente des-alojados por la polica, los militares y los matones, ante la mirada de los enviados especiales de los medios de la oligarqua ABC Color (7), La Nacin, ltima Hora, que se acercaron para asistir deleitados al incendio de los ranchos de aquellos cri-minales de pies desnudos.

    Sin embargo, el combate dio sus fru-tos. Hoy 230 familias viven legalmente en el lugar, donde plantaron mandioca, maz, legumbres, batatas, man y ssamo. En efecto, en 2009, el Instituto Nacional de

    Desarrollo Rural y la Tierra (Indert), el or-ganismo encargado de la reforma agraria, termin recomprando su propia tierra a Neufeld, quien luego fue condenado a cin-co aos de crcel, por vender, entre 2007 y 2011, terrenos que no le pertenecan a in-migrantes alemanes por 14 millones de eu-ros. Pero sobre todo, precisa Magno lva-rez, robusto dirigente de la comunidad, pa-ra explicar el feliz desenlace, en 2009, las tensiones haban disminuido; era el pero-do del presidente [Fernando] Lugo.

    En efecto, el 20 de abril de 2008, har-tos de los 61 aos de autoritarismo del Partido Colorado, el 40,8% de los votan-tes depositaron sus esperanzas en la fi-gura del ex obispo de los pobres, so-cialmente muy comprometido. A falta de una base poltica organizada, fue llevado al poder por la Alianza Patritica para el Cambio (APC), una coalicin de movi-mientos sociales y ocho partidos, entre los que se diferenciaba el PLRA, una for-macin conservadora incapaz hasta en-tonces de doblegar el dominio de la ANR (8). El matrimonio durara poco.

    Disparen sobre LugoAunque cercano a los gobiernos progre-sistas de la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra Amrica (ALBA) (9), Lugo implementa una poltica muy mode-rada. Pero de todas formas es demasiado. Acaso no rechaz la instalacin de una base militar estadounidense en Mariscal Estigarribia (Chaco)?, no se neg a otor-gar a la multinacional canadiense Rio Tin-to Alcan que buscaba instalar una planta de aluminio a orillas del Paran subsidios en energa que llegaban a los 200 millones de dlares anuales?, no aument el gasto

    social y permiti el acceso gratuito de los pobres a los hospitales?, no habl de re-forma agraria y expres su empata con los movimientos campesinos que, gracias a la fuerza de este apoyo explcito, multiplica-ron las ocupaciones y las manifestaciones? Luego de apoyarlo por mero oportunismo electoral, el PLRA, con el vicepresiden-te salido de sus filas a la cabeza, Federico Franco, se vuelve contra el jefe de Estado. En connivencia con el adversario colora-do de la vspera (ambos partidos gozaban de mayora absoluta en el Congreso), juega abiertamente a la desestabilizacin.

    La Unin de Gremios de la Produccin (UGP), apoyada por una prensa ganada para su causa, da la alarma. El conflicto se agrava cuando el poderoso lobby pide que se introduzcan nuevas variedades genti-camente modificadas de maz, algodn y soja. El ministro de Agricultura, el liberal Enzo Cardozo recuerda Miguel Lovera, entonces presidente del Servicio Nacio-nal de Calidad y Sanidad Vegetal y de Se-millas (Senaves) actu en total conformi-dad con los intereses de Monsanto, Cargill y Syngenta. Era literalmente su emplea-do, al mismo tiempo que el portavoz de la UGP. Sin embargo, la autorizacin no fue concedida: la ministra de Salud, Esperan-za Martnez, y el de Medio Ambiente, Os-car Rivas, al igual que Lovera, del Senaves, se oponen. ABC Color se enfurece, inician-do una campaa en su contra de una vio-lencia inusitada. Y, por milsima vez, el vicepresidente Franco habla de destituir a Lugo a travs de un juicio poltico (el equivalente al impeachment en Estados Unidos). Slo resta encontrar el pretexto.

    Unos 400 kilmetros al noreste de Asuncin, cerca de Curuguaty tres

    Desde 1989, se registraron 116 asesinatos o desapariciones de lderes o militantes de organizaciones campesinas.

    d

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    jar. La casualidad hizo que tambin sean dirigentes comunitarios. Pensamos que el fondo del problema es nuestra tierra. En nuestra ignorancia, eso es lo que sen-timos. Piensan que decapitando a los lde-res van a terminar con nosotros.

    En suma, se trata de un gran clsico la-tinoamericano. Una herida mal curada termina infectndose. Grupos, pequeos o grandes, condenables o no, se radicali-zan. El poder llamado democrtico se escandaliza y, al dar la orden de captu-rar a los presuntos culpables, criminali-za ante todo a los movimientos sociales. Para mayor provecho, en el caso de Para-guay, de los sojeros. g

    1. En 2004 y ante el hecho consumado, el gobierno paraguayo legaliza la soja transgnica sin hacerse rogar demasiado.2. En la actualidad, Cargill se encuentra en el centro de un escndalo en Colombia, donde est acusado de apropiarse fraudulentamente de 52.000 hectreas

    avenidas angostas, unas diez calles per-pendiculares y, en cada esquina, un banco donde se amontona el dinero de los soje-ros, en Marina Kue, los sin tierra ocu-pan pacficamente una propiedad de la que se apropi Blas N. Riquelme, ex pre-sidente del Partido Colorado (al que re-present en el Senado entre 1989 y 2008) y propietario de las 70.000 hectreas de la empresa Campos Morombi. Nadie ig-nora que las cerca de 1.000 hectreas dis-putadas en Marina Kue pertenecieron al ejrcito paraguayo hasta fines de 1999, ni que el 4 de octubre de 2004 el decreto N 3.532 las declar de inters social, para luego transferirlas al Indert. Sin embargo, el 15 de junio de 2012, 324 policas fuerte-mente armados irrumpen para desalojar por sptima vez en diez aos! a los 60 campesinos presentes en ese momento en el campamento que haban instalado.

    Qu sucede luego? Queramos la tierra y tuvimos una guerra, suspira Martina Paredes, miembro de la Comisin de Familiares de Vctimas de Marina Kue, que perdi a su hermano. Ese 15 de junio, despus del primer tiro, se desencadena un intenso tiroteo, en el que pierden la vida once campesinos y seis miembros de las fuerzas de seguridad. An hoy, se desconoce quin dispar primero. Yo habl con algunos policas nos confa Paredes, ellos no saben ms que nosotros. Uno de los lderes campesinos de Marina Kue, Vidal Vega, anunci que iba a declarar sobre lo que saba de la presencia de infiltrados y matones de Campos Morombi en la zona de la masacre. Fue asesinado el 16 de diciembre de 2012. Adems, la grabacin realizada por un helicptero de la polica, que sobrevol permanentemente la escena de los hechos, desapareci misteriosamente.

    La presencia de mujeres y nios en el campamento quita toda credibilidad a la hiptesis de que los campesinos habran tendido una emboscada a las fuerzas de seguridad. Sin embargo El 22 de junio de 2012, Lugo, acusado de exacerbar la violen-cia contra los grandes propietarios terrate-nientes, fue destituido al cabo de un juicio poltico de veinticuatro horas, cuando, segn el Artculo 225 de la Constitucin, debera haber dispuesto de cinco das pa-ra organizar su defensa. Algo que, ms all de las argucias, se llama golpe de Estado.

    La venganza de los poderososCuando Franco finalmente logra apode-rarse de la Presidencia, su gobierno des-activa inmediatamente la comisin inde-pendiente nombrada para investigar los hechos de Marina Kue con la asistencia de la Organizacin de Estados America-nos (OEA). Y slo hay que esperar una se-mana para que, por decreto y sin ningn tipo de procedimiento tcnico, se autorice el desembarco del algodn genticamen-te modificado. En los meses siguientes, se agregan otras siete variedades de maz y soja transgnicas.

    Como se suele decir, las elecciones del 22 de abril de 2013 marcan el regreso a la normalidad de Paraguay, que luego del golpe haba sido excluido del Mercado Comn del Sur (Mercosur), de la Unin de Naciones Suramericanas (Unasur) y de la Comunidad de Estados Latinoamerica-nos y Caribeos (Celac). Cuando efecti-vamente toma sus funciones como jefe de Estado, el 15 de agosto, en nombre del Par-tido Colorado, Horacio Cartes, el hombre ms rico del pas que tiene como princi-pal asesor al chileno Francisco Cuadra, ex ministro y portavoz de Augusto Pino-chet, se desplaza del Palacio de Gobierno a la catedral a bordo del Chevrolet Capri-ce descapotable blanco que sola utilizar Stroessner... Anticipando el tono de su fu-

    turo mandato en un desayuno de trabajo en el que participan ciento veinte (La Nacin) o trescientos (ABC Color, pgi-na 2) o cuatrocientos (ABC Color, pgi-na 3) entusiastas empresarios nacionales y extranjeros, promete que no tolerar que los inversionistas sean maltratados por los funcionarios pblicos.

    Dos das despus, provocando torren-tes de indignacin meditica, cinco guar-dias privados de la estancia (10) Lagunita son ejecutados por el misterioso Ejrci-to del Pueblo Paraguayo (EPP), un gru-psculo antes que una guerrilla al que se atribuyen 31 secuestros y asesinatos desde 2006, en zonas de difcil acceso de los departamentos de Concepcin y San Pedro, los ms pobres del pas. La inves-tigacin revela que una de las vctimas, Feliciano Coronel Aguilar, un suboficial de la polica, diriga de modo encubierto, en su tiempo libre, la empresa de segu-ridad San Jorge, encargada de la vigilan-cia del establecimiento. Por su parte, el EPP afirm en Facebook que sus objeti-vos formaban parte de un grupo para-policial que mat a veinte campesinos. Hecho que confirma implcitamente el ex diputado colorado Magdaleno Silva: Se debe investigar cules son los verda-deros trabajos que realizaba la empresa de seguridad San Jorge (11). Por su par-te, el padre Pablo Cceres, de la dicesis de Concepcin, afirma: Estos tipos que se murieron, esos guardias de seguridad, por ah dicen pobrecitos trabajadores [...], en realidad eran matones (12).

    En abril de 2010, el presidente Lugo, re-gularmente acusado de tener vnculos con el EPP, haba decretado el estado de excep-cin durante un mes para intentar erradi-carlo sin resultado probado en cuatro departamentos. El 22 de agosto pasado, con una velocidad meterica, el Congreso adopta una ley que permite a Cartes orde-nar operaciones militares, esta vez sin ne-cesidad de declarar el estado de excepcin. La polica nacional pasa bajo control ope-rativo de los militares que se despliegan en los departamentos de San Pedro, Concep-cin y Amambay, apoyados por helicpte-ros y blindados. Para terminar con un mo-vimiento de oposicin que, si bien es arma-do, no cuenta con los miembros suficientes como para formar dos equipos de ftbol?

    En la comunidad de Tacuat Poty por slo tomar un ejemplo, reina una atms-fera de fin del mundo. En este asentamien-to de setecientas familias rodeadas por la soja, se ha luchado mucho, primero por la tierra, luego por el centro de salud, la es-cuela, el colegio, el agua potable, el cami-no. A ocho kilmetros de all, un rico te-rrateniente, Luis Lindstrom, fue secues-trado entre julio y septiembre de 2008 por el EPP, liberado por una recompensa de 130.000 dlares y luego asesinado el 31 de mayo de 2013 por dos francotiradores su-puestamente pertenecientes a la guerri-lla. Acusado de constituir uno de los cam-pos de base de la subversin, Tacuat Poty vive el infierno de los allanamientos noc-turnos y sin orden judicial realizados por militares encapuchados, las intimidacio-nes, las pruebas falsas plantadas por la poli-ca en las viviendas de quienes ha decidido inculpar y las detenciones seguidas de im-putaciones que no tienen ms fundamento en los casos de Ireneo Vallejos, Damacio Miranda, Gustavo Cardozo que las decla-raciones, fantasiosas y contradictorias, de una pareja de comportamiento ms bien turbio y de una nia de 6 aos

    La gente tiene miedo se alarma Vic-toria Sanabria. No confiamos en la jus-ticia ni en las instituciones que deberan proteger nuestros derechos. Los acusados son padres de familia, luchadores que se levantan a las 5 de la maana para traba-

    Brasiguayos: odiados o adorados

    EnclavEs colonialEs En tiErra guaran

    Alrededor del 19% del territorio na-cional paraguayo, es decir 7,7 mi-llones de hectreas (el 32% del to-tal de las tierras cultivables), est

    en manos de propietarios extranjeros. Y unas 4,8 millones de hectreas pertenecen a brasileos, sobre todo en las zonas fronteri-zas del Alto Paran, Amambay, Canindey e Itapa (1). As lo indica un estudio realizado a partir del censo agrario 2007-2008 y diri-gido por Marcos Glauser, de la organizacin BASE Investigaciones Sociales, y Alberto Al-derete, del Servicio Jurdico Integral para el Desarrollo Agrario (SEIJA).

    Dos perodos favorecieron la llegada de quienes fueron bautizados brasiguayos (mi-tad brasileos y mitad paraguayos, uno u otro o los dos a la vez). Las leyes que permitan ven-der las tierras pblicas fueron aprobadas des-pus de la guerra contra la Triple Alianza, que entre noviembre de 1864 y marzo de 1870 enfrent a Paraguay contra una coalicin in-tegrada por Brasil, Argentina y Uruguay, con desastrosas consecuencias para aquel. Luego, en la dcada de 1970, marcada por el bajo cos-to de la tierra, resultaba mucho ms fcil defo-restar de modo salvaje en la medida en que el dictador Alfredo Stroessner no tena nada que negar a sus homlogos del pas vecino.

    El proceso seguir cuando la dictadura sea sustituida en 1989 por la dictablanda: los co-lonos brasileos, con la agricultura mecanizada en el equipaje, sern la punta de lanza de la in-troduccin de la soja. Montarn las empresas de agronegocios ms importantes y entrarn en conflicto directo con los campesinos locales.

    En materia de domesticacin de la pobla-cin, los recin llegados ya haban hecho bue-na escuela en su pas (2): La gran mayora lle-ga con la mentalidad de frontera, para hacer fortuna fcilmente, y se impone por medio de la violencia, modificando las costumbres, las normas, las reglas medioambientales sin hablar de las leyes laborales, denuncia Mi-guel Lovera, presidente del Servicio Nacio-nal de Calidad y Sanidad Vegetal y de Semi-llas (Senaves). Aunque emplean poca mano de obra, por la mecanizacin de los cultivos, estos colonos cuyas propiedades van de un centenar de hectreas a las 140.000 hect-

    reas del rey de la soja, Tranquilo Favero sue-len infligir a sus trabajadores un rgimen de semiesclavitud. Tienen su propia seguridad precisa Jorge Lara Castro, ministro de Rela-ciones Exteriores del ex presidente Fernando Lugo. Pero, muy a menudo, utilizan a campe-sinos locales como matones, por poco dinero. En conexin directa con sus militantes de cam-po, Esther Leiva, coordinadora nacional de la Organizacin de Lucha por la Tierra (OLT), se muestra ms precisa: Si pass por sus tierras, te pueden disparar.

    Entre ellos hay de todo confirma el eco-nomista Luis Rojas. Brasileos de pura cepa, naturalizados, hijos de la segunda o tercera generacin. Pero, tengan o no documentos paraguayos, todos mantienen una fuerte re-lacin con su nacin de origen. En distritos donde todas las radios y televisores emiten en portugus, se expresan en esa lengua, tie-nen sus propias escuelas, sus iglesias, se man-tienen econmicamente muy vinculados a las empresas del pas vecino. Nosotros no ve-mos bien esto nos confa Isebiano Daz, cam-pesino de un asentamiento del departamento de Caazap, resumiendo el sentimiento de su comunidad y muchas otras. Ponen ideas ex-traas en la cabeza de la gente.

    Xenofobia? Hay rechazo admite Rojas, pero es muy complejo: mientras que los cam-pesinos son abandonados, los brasiguayos estn muy presentes en los ambientes de ne-gocios que los expolian. En efecto, si bien la comunidad brasilea como tal se implica poco en la vida de los partidos polticos, ejerce fuer-tes presiones cuando considera que se afectan o amenazan sus intereses. Y consigue lo que busca, gracias al apoyo incondicional de los crculos dirigentes. A mediano plazo consi-dera Alderete, sus tierras se convertirn en enclaves brasileos en el territorio paragua-yo. Si ya no lo son g

    1. ABC Color, Asuncin, 22-08-13.2. Vase Le Brsil des hommes marqus pour mourir y Les nouveaux forats du travail-esclave au Brsil, Le Monde diplomatique, Pars, diciembre de 1990 y agosto de 1993, respectivamente.

    M.L.

    d devueltas por el Estado a campesinos pobres.3. Luis Rojas Villagra, Actores del agronegocio en Paraguay, Asuncin, BASE Investigaciones Sociales, 2012.4. Ea, Asuncin, 19-9-13.5. Informe de derechos humanos sobre el caso Marina Kue, Asuncin, Coordinadora de Derechos Humanos del Paraguay, 2012.6. Los menonitas son una congregacin evanglica de origen europeo (bsicamente alemana) que emigraron a Paraguay en la dcada de 1920. Son alrededor de 30.000 y producen ms del 80% de la produccin lctea nacional.7. Aldo Zuccolillo, propietario de ABC Color, es el principal asociado de Cargill en Paraguay.8. Vase Renaud Lambert, Au Paraguay, llite aussi a vot gauche, Le Monde diplomatique, junio de 2008.9. Antigua y Barbuda, Bolivia, Cuba, Ecuador, Honduras (hasta el golpe de Estado de 2009), Nicaragua, Repblica Dominicana, San Vicente y las Granadinas, Venezuela.10. Finca agraria dedicada a la cra vacuna.11. Ea, 21-8-13.12. Radio anduti, Asuncin, 6-9-13.

    *Periodista, autor de Sur les eaux noires du fleuve, Don Qui-chotte, Pars, 2013.

    Traduccin: Gabriela Villalba

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    El tiempo de las revueltas

    Desde hace treinta aos, el socialismo y la derecha se alternan en el poder en Francia sin que se modifiquen los lineamientos generales de una poltica que ha llevado al pas al estancamiento, hacindole el juego a la extrema derecha. Es hora de construir una fuerza social audaz.

    Francia empantanada en un falso bipartidismo

    por Serge Halimi*

    pueblo tradicionalista de la manifesta-cin para todos, bonetes rojos bretones, todo eso en menos de dieciocho meses!

    Gira la ruedaLa ruptura entre los elegidos y los electores se relaciona por una parte con la norteame-ricanizacin de la vida poltica francesa: la mayora de los partidos ya no son ms que mquinas electorales, carteles de notables locales sin ms vena militante que una po-blacin que envejece (3). Se entiende fcil-mente que los nuevos afiliados no afluyan en masa, a tal punto los instrumentos de una poltica diferente parecen haber sido guardados para siempre. Protestar contra la educacin de gnero en la escuela u opo-nerse a un peaje no cambia en nada ni los recursos asignados a la educacin nacional ni el monto de la evasin fiscal, pero al me-nos ofrece la oportunidad de encontrarse todos juntos y la satisfaccin de lograr que un ministro ceda. Una semana despus, la amargura se vuelve a instalar, a tal punto es evidente que no ha cambiado nada impor-tante, puesto que ya nada importante de-pende de ningn ministro.

    Ni tampoco del Elseo. Desde un princi-pio, Hollande opt por mantener el rumbo que haba prometido modificar. En suma, el estancamiento en lugar de la audacia (4). Por tanto, el resto es teatro, o, para decirlo de otro modo, automatismos polticos. En cuanto la izquierda llega al poder, la dere-cha la acusa de socavar la identidad nacio-nal, de acoger a todos los inmigrantes y de matar al pas a fuerza de impuestos. Y en-tonces, cuando la derecha vuelve al ruedo, se escandaliza apenas le reprochan que mantiene los privilegios. Y recuerda a sus competidores, que vuelven a ser (cuasi) re-volucionarios que en distintas ocasiones impulsaron polticas ms liberales que las suyas: En el fondo se ofuscaba Franois Fillon, entonces primer ministro, en un de-bate con la lder socialista Martine Aubry en febrero de 2012, me duele cuando oi-go decir que hemos favorecido a los ricos. Cuando usted era ministra [entre 1997 y 2000], el capital pagaba diez puntos menos de impuestos que en la actualidad. Cuan-do usted era ministra, se redujeron los im-puestos a la renta. Nosotros ponemos im-puestos al capital, hemos tomado decisio-nes que ustedes nunca tomaron sobre las stock-options, sobre las ganancias de los traders, sobre las jubilaciones privadas de privilegio. [...] En 2000, Fabius [entonces ministro de Economa] redujo los impues-tos a una parte de las stock-options (5).

    Diez aos antes, Laurent Fabius repro-chaba a un ministro de Asuntos Sociales llamado Franois Fillon por no subir su-ficientemente el salario mnimo. Y ste ya en ese entonces le responda: En 1999, usted no aument el salario mnimo. En

    listas abrum a una parte de su electorado popular. Interpretando este giro como la confesin de que una poltica de izquier-da haba precipitado al pas al abismo, la derecha reclam un volantazo hacia la so-ciedad de mercado. Los socialistas fusti-garon entonces la radicalizacin de sus adversarios e, incapaces de defender su (magro) balance econmico y social, po-pularizaron el eslogan Socorro, vuelve la derecha!. Las declaraciones xenfo-bas de algunos caciques conservadores, el escndalo que desataron sus tentaciones de alianzas con la extrema derecha hicie-ron el resto, saturando el espacio pblico. Mientras tanto pero de modo ms dis-creto, las empresas se deslocalizaban y la brecha de la desigualdad se ampliaba.

    Maana, terapia de choque... En una entrevista con Les Echos, Jean-Francois Cop, presidente de la Unin por un Mo-vimiento Popular (UMP), devel el pro-grama de su partido: La eliminacin de las 35 horas, recortes impositivos masivos sumados a una disminucin del gasto p-blico. [...] Nadie puede entender que el r-gimen de los trabajadores temporarios si-ga costando 1.000 millones! Realmente se necesitan tantos canales de televisin p-blicos? Otro ejemplo: con el sistema de sa-lud estatal, somos el nico pas de Europa que sigue cubriendo el 100% de los gastos mdicos de los inmigrantes clandestinos. [...] El gasto pblico representa hoy el 57% del PIB [producto interno bruto]. Debe-mos volver al promedio de la zona euro, de alrededor del 50% del PIB. [...] Esto repre-sentara un ahorro de 130.000 millones en varios aos (6). Busca Cop consumar la hazaa de hacer pasar la poltica de los so-cialistas por una poltica de izquierda?

    Ayrault no le facilitar la tarea, porque acaba de anunciar que todo el mandato presidencial estar marcado por la auste-ridad: Vamos a ahorrar 15.000 millones en 2014, pero habr que seguir al mismo ritmo en 2015, 2016 y 2017 (7). Durante el quinquenio de Sarkozy, el gasto pbli-co haba aumentado en promedio un 1,6% anual. Los socialistas se fijaron como ob-jetivo limitar su crecimiento al... 0,2% du-rante los prximos tres aos. Tienen otra opcin, cuando las autoridades europeas que tutelan Francia no dejan de recordar-le que la recuperacin de las cuentas p-blicas ya no puede apoyarse en un aumen-to de los impuestos (8)?

    Vaco de esperanzaEl cuadro no es ms reluciente por el lado de la produccin y el empleo. El gobierno francs, como se sabe, quiere restablecer la salud y la competitividad externa de las empresas nacionales en un mercado libre y no falseado. Cmo? Por un lado, favore-ciendo la deflacin salarial. Por otro, im-poniendo al conjunto de la poblacin un aumento del Impuesto al Valor Agregado (IVA) destinado a financiar un Crdito Im-positivo para la Competitividad y el Em-pleo (CICE) tan fastuoso (20.000 millones de euros) como generosamente distribui-do entre todas las empresas, sin exigir con-trataciones como contrapartida. En resu-men, los trabajadores con salarios ms ba-jos ayudan a sus empleadores. Incluyendo a los gigantes del sector de la distribucin, que no tienen competencia internacional y que cosechan fabulosas ganancias (9).

    Si realmente se vuelve intil reprochar a esta poltica su carcter poco socialis-ta, al menos podemos sealar que no est siendo exi