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Entrevista con Andrés Segovia : M.ª Antonia I * En el silencio de su apacible estudio de la calle Concha Espina, la voz pausada, serena de Andrés Segovia camina derecha hacia la cinta magnetofónica, sin necesidad de preguntas, para iniciar la cuenta atrás de sus ochenta años. La voz familiar, conciliadora, que pacientemente se presta a este diabólico y absurdo intento de encerrar- le en treinta folios, con la misma serenidad y calma con que repite una escala por enésima vez. Y me hace sentirme culpable, porque me consta la excepcionalidad del esfuerzo... Lentamente, pacientemente, como si repitiera una lección para un alumno atrasado al que es preciso poner al día. No hay cansancio en su expresión. Solo ochenta años de haberlo vivido todo. Y un cortés, cordialísimo y característico distancia- miento. Andrés Segovia es, sin duda, su más cauto y desapasionado biógrafo: ANDRÉS SEGOVIA: Mira, vamos a empezar así: Nací en Linares, el 21 de febrero de 1893, en una casa contigua a una fábrica de guitarras... ¿Te parece? Pienso que esta circunstancia fue todo un síntoma de mi futura inclinación por la guitarra, como lo serían otras, tan curiosas, de mi primera infancia, y que ahora son tan solo lejanos, aunque vivísimos, recuerdos. Mis padres se trasladaron conmigo a Jaén a los pocos días de mi nacimiento, y allí permanecie- ron hasta que yo tuve dos años. Entonces me * Publicado en Los Españoles, nº 23,1973, pp. 225-252. Ejemplar conservado en la colección particular de Julio Gimeno (Dos Hermanas, Sevilla). [ Las ilustraciones no son las originales de la entrevista y proceden de diversos archivos.]

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2015-2016 / Revista de la Sociedad Española de la Guitarra, nº 9-10 / RO·

Entrevista con

Andrés Segovia: M.ª Antonia I*

En el silencio de su apacible estudio de la calle ConchaEspina, la voz pausada, serena de Andrés Segovia caminaderecha hacia la cinta magnetofónica, sin necesidadde preguntas, para iniciar la cuenta atrás de sus ochentaaños. La voz familiar, conciliadora, que pacientementese presta a este diabólico y absurdo intento de encerrar-le en treinta folios, con la misma serenidad y calmacon que repite una escala por enésima vez. Y me hacesentirme culpable, porque me consta la excepcionalidaddel esfuerzo...

Lentamente, pacientemente, como sirepitiera una lección para un alumno atrasado al quees preciso poner al día. No hay cansancio en suexpresión. Solo ochenta años de haberlo vivido todo.Y un cortés, cordialísimo y característico distancia-miento. Andrés Segovia es, sin duda, su más cautoy desapasionado biógrafo:

ANDRÉS SEGOVIA: Mira, vamos a empezar así: Nací en Linares, el 21 de febrerode 1893, en una casa contigua a una fábrica de guitarras... ¿Te parece?

Pienso que esta circunstancia fue todo un síntomade mi futura inclinación por la guitarra, como loserían otras, tan curiosas, de mi primera infancia, yque ahora son tan solo lejanos, aunque vivísimos,recuerdos. Mis padres se trasladaron conmigo a Jaéna los pocos días de mi nacimiento, y allí permanecie-ron hasta que yo tuve dos años. Entonces me

*Publicado en Los Españoles,nº 23,1973, pp. 225-252.Ejemplar conservado en lacolección particular de JulioGimeno (Dos Hermanas, Sevilla).[Las ilustraciones no son lasoriginales de la entrevista y proceden

de diversos archivos.]

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Es como si Segovia quisiera, sobre todo,dar esquinazo a los endebles años de lainfancia, anodinos como los de cualquierniño de Villacarrillo. Como si quisiera olvi-dar en este relato, tan prolijo,precisamente los ruidos del pedal delpiano, los gemidos gatunos del violín, laservidumbre lastimosa a los acordes de la

pobre guitarra de Villacarrillo. Y resultadifícil hacerle retroceder para oírle decirque era un niño muy normal que jugabaen la plaza de la Iglesia.

A.S.: De chico..., yo era, fui siem-pre, un niño muy sano y muyalegre. Jugaba con los muchachos

del pueblo a cualquier cosa, mien-tras mi tío me observaba desde unbalcón de la casa que daba a laplaza; me vigilaba mientras leía y,de cuando en cuando, me corregíapara que yo no hiciera esto o lootro, o para que no me metiera eldedo en la nariz... Todavía tengodos amigos de esa época de infan-cia y que, ahora, en el conciertoque yo he dado en Villacarrillo,hace unos días, han venido a salu-darme, aunque tienen más deochenta años cada uno. Sí, claroque yo jugaba, jugaba a todas lascosas de mis tiempos, a la pídola,a correr, a todo lo que juegan loschicos. Algunas veces venían loschicos a mi casa también a jugar.Ahora que cuando yo comencé atocar la guitarra, enseñado poraquel hombre que apareció por elpueblo, mi estatura creció delantede ellos, de mis amigos, y meadmiraban. Nunca, nunca hubodistancias marcadas por estemotivo en mis relaciones infantiles,o por lo menos yo nunca fui cons-ciente de ello. Que yo siemprequise ser tan sólo un hombrecabal... a más de un artista. Queyo no sé por qué diablo, el tenor oel violinista, como son los detento-res de la melodía, pues son losmás... tontitos, los más divos. Peroyo nunca he querido ser un divo,un hombre alejado de los demás.

Mis tíos, mis tíos me queríanmucho. Mi tío me adoraba. Yorecuerdo una paliza que me diouna vez, que no sé qué diablurapude hacer. Me llevó al cuarto dedormir y me sacudió con unacorrea, cuyos golpes iban todos aparar a una silla, sabes. Unos gol-pes tremendos, que a mí no metocó uno solo: «Para que te acuer-des, para que te acuerdes», decía.Y yo no entendía nada. Luego,como refinamiento del castigo, meató a la pata de la cama con unhilo: «Como se rompa, me dijo, tevuelvo a dar con la correa». Y yoentendía menos todavía. Se lla-maba Eduardo, Eduardo Bueno delos Herreros. Pertenecía al cuerpojurídico. Y fue mi maestro de bon-

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Andrés Segovia y Manuel Jofré, ca. 1908. Fundación Andrés Segovia, Linares

llevaron a Villacarrillo, un pequeñopueblo de la provincia de Jaéndonde vivían unos tíos míos que,como no tenían hijos, deseabanprohijarme... Y aun cuando yotenía tan corta edad, recuerdo miacongojado llanto cuando me sepa-raron de la cuna viva de los brazosde mi madre, igual que recuerdo ami buen tío, que intentaba conso-larme por todos los medios. Hastaque, tomando uno de mis bracitos,se le ocurrió cantar una extrañacopla, que no era precisamente unacanción de cuna, pero que de algúnmodo se quedó instalada en mimente, en el segundo eslabón demis pensamientos. Decía así:

El tocar la guitarra, jum,no tiene cencia, jum,sino fuerza en el brazo, jum;permanecencia, jum.

Permanecencia. Permanecencia. La fór-mula vital de Andrés Segovia acuñada enuna palabra elemental que ha regido suvocación por la guitarra. Que no hubieranacido para la música culta, para el con-cierto, para la Historia de la Música, sinella. Permanecencia, tesón de artesano,tozudez de amante. Intuición. Permane-cencia.

A.S.: Eso me hizo tal placer, tal pla-cer, que desde entonces, yo que nollegaba a los tres años, nunca hepodido olvidar la canción y suingenua pero reveladora letra. Fuela primera semilla que cayó en lazona musical de mi alma, que des-pués se convertiría en un árbolfrondoso y fructífero. Y así... mispadres se decidieron a dejarmecon mis tíos. Porque mi padre eraun hombre muy inquieto, que ibasiempre de un lado para otro;había estudiado leyes, pero luegose dedicó a los negocios. Se lla-maba Bonifacio. Y mi madre, Rosa.

No es posible –porque ha quedado flotandoen el silencioso aire que nos envuelve yque se cuela de rondón en la grabadora–pasar inadvertido el ligero temblor que havenido a romper la uniforme tesitura de lavoz de Andrés Segovia: «Y mi madre,Rosa...». Son, quizá, demasiado escuetas

las frases que brotan difícilmente de loslabios del maestro para no pensar en que,tal vez, sin querer, hemos vulnerado susensibilidad. Aunque sonría abiertamente,porque se da cuenta de que a los amigosnos es muy difícil hacer de periodistas:

A.S.: Y luego, a los diez años, mistíos me llevaron a Granada; yaentonces tomé conciencia, por pri-mera vez, de su belleza. Abrí losojos a todo lo bello de allí; así quefue como un segundo nacimiento,y luego... Volviendo al tema de laguitarra, como Dios había tocadomi frente con la vocación de lamúsica, cada instrumento que oíaprovocaba en mí una inmediata yespontánea atención. Porque losmúsicos que yo había oído enVillacarrillo eran tan malos que,en lugar de acercarme a la música,me alejaban de ella, me repelían.Eran una tormenta inaudita aque-llos sonidos del pedal del piano ylos gemidos gatunos del violín.

Pero, en cambio, ya ves, pasó porallí, por Villacarrillo, un hombreque tocaba la guitarra, pero quela tocaba «flamenca». Y mi tío, queera un gran aficionado, le retuvo

en casa –porque el hombre habíaido a pedir limosna–, y yo me quedéembobado oyendo a aquel hombre.Hasta tal punto que me preguntóque si quería aprender, y enseguida le contesté que sí con unenérgico movimiento de cabeza. Élme enseñó lo poco que sabía y yoaprendí con gran facilidad. De ahípartió todo.

De la pobre guitarra de Villacarrillo. Com-prada por un entusiasta del flamenco alque el pequeño Andrés empezaba a resul-tarle monótono.

A.S.: No era aquello lo que yo que-ría. No era aquello.

De la pobre guitarra de Villacarrillo a lasque ahora fabrican para él, exclusivamen-te, los más expertos luthiers del mundo.Del rasgueo en el zaguán de la casa fami-liar al primer concierto en Granada, haytodo un camino para recorrer a solas, de lamano de la propia intuición, para descubrirotra dimensión del sonido de la guitarra.Del modesto traje de pana al frac que hoyapenas consigue abarcar la impresionantearquitectura del maestro Segovia, que, depaisano, rechaza siempre la corbata: «Por-que me ha parecido siempre muy molestae inútil». Del tímido aprendizaje primario ala cumbre de sonoridad y belleza.

Un niño sano y alegre

A.S.: Ya en Granada, me hice mu-chos amigos, siempre mayores queyo, que me ayudaron a conseguirmúsica para guitarra. Pero todavíaen Villacarrillo, un profesor de sol-feo, irascible, estuvo a punto dehacerme abandonar mi sino... pormiedo de los pellizcos que me dabacuando me equivocaba en lamedida. Pero con esas pocaslecciones de solfeo inauguré miautodidactismo, comencé a ser mimaestro y mi discípulo. Mis amigosme ayudaron a encontrar músicaescrita para guitarra: cosas deArcas, algunas cositas de Sor, algu-nas cositas de Tárrega. Y con todoese bagaje comencé yo a formar mitécnica; porque en Granada nohabía nadie que tocara la guitarraclásica.

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—Dios había tocado mifrente con la vocación

de la música, cadainstrumento que oía

provocaba en mí unainmediata y espontánea

atención. Porque losmúsicos que yo había

oído en Villacarrillo erantan malos que, en lugar

de acercarme a lamúsica, me alejabande ella, me repelían...

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Luego me reconocieron algunosseñores de Linares y ya se armó eljaleo y organizaron una comida deesas «improvisadas» a la que luegose presentan más de cien personas.

Inevitablemente, Andrés Segovia tiene unacalle en Linares y el nombramiento dehijo predilecto.

A.S.: Pero, sobre todo, tengo allí unamigo, que eso sí que quiero deverdad que lo digas, que es AlbertoLópez Poveda. Nunca ha salido deLinares, como no sea algún des-plazamiento a Madrid, pero suscartas dirigidas a mí han viajadopor todo el mundo y él tiene elarchivo completo, abrumadora-mente impresionante, sobre mivida profesional desde que iniciémi carrera.

Don Alberto, y pocas personas más, sabenincluso que el primer concierto que dioAndrés Segovia en América del Norte fueen una casa particular, ante los tres miem-bros de una familia que vivía cerca deBoston y que se permitió el lujo de hacervenir a Andrés Segovia desde Europa. Elrecelo y la perplejidad del guitarrista, yafamoso, se convertiría en sincero entu-siasmo, en tres horas seguidas de música,naturalmente fuera de programa...: «PuesAlberto López Poveda tiene hasta la fotode la casa de aquel pequeño pueblo tanhermoso, e, incluso de la familia que fuemi primer público norteamericano».

A.S.: Yo no archivo nada, sabes;cómo quieres que archive nada concatorce casas que he montado.Dejé el bachillerato cuando muriómi tío de Granada, y me dediquécon pasión a la guitarra; perojamás con la idea de ser un artista,eso no. Simplemente porque megustaba.

Granada, al fondo

Con Granada al fondo; Granada para éltoda, con dieciséis años recién estrena-dos, Segovia consigue fácilmente el apoyoentusiasta de sus amigos, que organizan suprimer concierto. Para Andrés Segovia,vecino del barrio de Ajibetri [sic], en elAlbaicín.

A.S.: ¡Oh! Ya lo creo, Granada... estan hermosa. Me iba yo a laAlhambra durante el Corpus paraoír los conciertos que dirigíaTomás Bretón, y eso para mí eraun regalo, porque los oía yo desdelos bancos esos que hay adosadosal Palacio de Carlos V, donde secelebraban. Y aquello era unainundación de placer para mí.

Fue un Preludio de Tárrega y des-pués un Minuetto de Sor laspequeñas cosas que yo logré«poner» enteras en las guitarras demis primeros años, sabes. Y esocon la ayuda de uno de esos «estu-diantones» tenaces que vienen delos pueblos ricos de la provincia aestudiar en la Universidad deGranda, sabes, y que se pasantoda la vida «estudiando», es decir,sin estudiar. Pues se llamaba [Fer-nando] Utrilla, y mira, es unhombre que yo recuerdo con grancariño porque me traía música ytambién sabía un poco de solfeo, yentre los dos lográbamos localizarlos pasajes y organizar la partituraen la guitarra. La guitarra la teníayo, que fui a comprarla al taller deBenito Ferrer, que me quedabasiempre admirado de don BenitoFerrer porque tenía un lobanillotremendo aquí...

En su casa encontré a uno de losmás fieles, nobles y sinceros ami-gos que yo he tenido. Y que se hamuerto el año pasado: MiguelCerón; sabes, era un hombredotado para muchas cosas y queno realizó ninguna. Pobrecillo. Paramí ha sido, en fin, muy triste...

Ramalazos de amor; Segovia se parapetadetrás del silencio, que no hace sinohablar por sí mismo de cómo y de quépuede estar hecha la fibra dolorida de unhombre repentinamente vulnerable. Silen-cio, silencio hecho también de trozos desoledad.

A.S.: Era de una amistad severa,callada, de una gran seriedad. Susprimeros pasos eran de tenedor delibros y cuando se marchó del sitiodonde trabajaba vinieron a bus-carle porque necesitaban cinco oseis tenedores de libros parasuplirle. Y este hombre guardótodas mis cartas, con los sobresincluso, hasta las de 1910.

Fíjate tú que en aquella época yoera un mozalbete que no signifi-caba nada, que yo tenía entoncesdiecisiete años. Y así hemos podidoponerle las fechas exactas a algu-nos momentos de mi vida artística,porque yo nunca le ponía fecha alas cartas. Y este hombre, pobreci-llo, las guardaba todas.

Con la guitarra que le compró a donBenito Ferrer, Segovia estudiaba durantehoras, robándole tiempo a Granada, a losamigos, a los paseos. Tiempo a las charlasen la casa familiar de Ángel Ganivet.Tiempo recuperado en las altas madruga-das de la Alhambra y el Generalife.

A.S.: Había una muchacha en lacasa de los Ganivet, sabes, que sellamaba Encarnación y que teníaveintiocho años y que se puso atocar la guitarra porque se lomandó su padre. Yo era la primeravez que iba y ella tocaba flamenco.Luego yo toqué, comencé a tocarcosas musicales.

Porque a mí el flamenco me abu-rre, me aburre en su versión

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dad, si es que eso se puede apren-der y enseñar; porque era unhombre buenísimo, noble, eraun hombre excepcional. Yo lorecuerdo, hasta que murió en Gra-nada cuando yo tenía unos treceaños, con un cariño que no hamermado a lo largo de toda mivida. Detalles pequeños que no tie-nen importancia en sí mismos,pero que juntos dan la idea com-pleta de su bondad.

Y mi tía era un poco más... díscola,¿sabes? Pero mi tío lo tomabasiempre con mucha calma, tra-tando de influir razonablemente enella. Ella me quería mucho, aun-que era un poco impaciente aveces, y me reñía, pero mi tío...

Tan difícil coger el hilo de la vida torren-cial de Andrés Segovia, tan difícil comooírle decir una palabra dura o malsonante.Ni siquiera con motivo sabe o quiere califi-car con dureza a las personas o lassituaciones. La violencia asoma solo detarde en tarde, pero nunca traspasa losumbrales graduados de sus gafas blancas,redondas, graves. Tan difícil dominar eltorrente, como esperar que alguna vez sedesborde. Todo su cauce está medido, vigi-lado desde dentro. Remolinos y remansosque Segovia se conoce al dedillo, y por losque navega sin que se altere siquiera ellazo negro que ha derrotado a la corbata.

A.S.: Mi padres, sí que los volví aver, claro. Ellos se separaron,sabes, pero luego los vi en muchasocasiones. A mi padre lo encontréalgunas veces en Huelva, en Jaén...,y luego en Madrid, donde murió. Ya mi madre también la encontré.Ya eso mucho más tarde, porquerecuerdo que cada vez que llegabaa Madrid, desde el extranjero –que,claro, todo el mundo me festejaba–,pues yo no estaba acostumbrado alas comidas, que por ahí son másrazonables, y no esos banquetesopíparos que dan en cada casaparticular. Y cada viaje de vueltame costaba una indigestión. Teníayo un amigo, gran médico, PacoSandoval, que desesperaba a mimadre, porque cuando ella pre-guntaba: «Paco, ¿qué tiene mi

hijo?», él respondía siempre: «Nosé», y mi madre, entonces, paralibrarme de lo que ella creía que erala comida malsana del hotel, apare-cía de repente con unos caldos queno se cortaban con un cuchillo...

De Linares no recuerdo nada, claro.Porque allí no he vuelto hasta quetenía yo unos veintidós años y des-

pués, cuando volví a España, des-pués de la guerra, ya en 1952, quevine para tocar en el Festival deGranada. Nos acercamos un amigoy yo en su coche. «Andrés Segovia,Andrés Segovia..., no me suena»,dijo el guardia municipal cuando lepreguntaron por la casa natal delmúsico, que ya había triunfado enEuropa y en América.

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Andrés Segovia en 1917. Fundación Andrés Segovia, Linares

—Cómo quieres que

archive nada con catorcecasas que he montado.

Dejé el bachilleratocuando murió mi tío deGranada, y me dediquécon pasión a la guitarra;pero jamás con la idea

de ser un artista, eso no.Simplemente porque

me gustaba.

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Ella era la hermana del conde laFuente de Saúco. Él había estu-diado el piano con d’Albert, Eugend’Albert, que era un gran maestroentonces. Y cuando me oyó enCórdoba me dijo: «Vente, hijo mío,a Sevilla; tú no sabes lo que estáshaciendo, vente a Sevilla, tienesque dar unos conciertos –él sabíaque yo acababa de debutar en Gra-nada– y después, en cuantopuedas, sal de España». Y así fuecomo fui yo a Sevilla, y se enamoróde mí, y yo de ella, esta chica. Yera ella una muchacha muyestrambótica, una carita muy sevi-llana, muy graciosa, que, alprincipio, tanto le hablaron de mí,que me cogió rabia. No fue a miprimer concierto en Sevilla, pero lo

oyó desde un pasillo cercano a lasala. Cuando fui a recoger miabrigo me encontré en la solapa unclavel reventón rojo. Yo no dijenada a nadie, ni a sus hermanas,y ese fue el punto de partida...

Pero, sabes, yo no..., no he tenidodiversiones ligeras, yo nunca. Hetenido, como cualquier artistajoven, posibilidades en el mundofemenino extraordinarias, perosiempre de buen gusto. De lasmujeres han provenido siempre laspredicciones sobre mi arte, sabes.Por ejemplo, Encarnación... Ellame decía: «¡Ay, Andrés, tú eres tanjoven para mí, yo no podré espe-rarte, tu familia no consentirá, niyo tampoco, porque cuando tú ten-

gas mi edad, tú serás un artistaque te alabará todo el mundo y quete quitarán la idea de venir a Gra-nada». Ella fue la primera, ves tú,que creyó en mi arte.

Estuve en Sevilla un año y luego fuia Madrid a dar mi primer conciertoy luego a Barcelona. Pero volví aSevilla, porque me quería arreglarcon María y fui con Marcial, el pin-tor que ha hecho mi retrato, amigomío de toda la vida. Era SemanaSanta y fuimos a la calle de lasSierpes, donde ella estaba para verlas procesiones, y la vi. Y mira,aquella mujer tan hermosa sehabía transformado, había adqui-rido una amplitud de talnaturaleza, que no sé por qué dia-blo, tal vez una enfermedadmisteriosa, no sé... Y yo vi aquello,hija mía, que me vine a Madrid lamisma noche.

En 1913 di yo mi primer conciertoen el Ateneo de Madrid. Ya habíadado quince conciertos en Sevilla yquince en Barcelona, sabes. EnBarcelona, mis amigos, como siem-pre, los que creían en mí, mepusieron en contacto con [Frank]Marshall, que organizó mi primerconcierto en el Tibidabo, en la SalaGranados y después en la SalaMozart. Fue antes de que Granadosse fuera a América para estrenarGoyescas. Y yo le pedía siempre aLlobet, discípulo de Tárrega, queme presentara a Granados y nuncaconsintió. Él, Llobet, había organi-zado mi primer concierto, antes queMarshall, en el Círculo de BellasArtes, que estaba en el Paseo deGracia, esquina, esquina..., a Ara-gón o algo así. Pero se le «olvidó»invitar a la crítica y al público, yaves tú. Luego ya conocí a Marshall.

Fuente de serenidad y delicadeza, AndrésSegovia. Arte para decir todas las cosas sinadjetivarlas, sin violencia. Elegancia, lujodel espíritu, que sabe minimizar las cues-tiones que lo atañen. Displicencia, peromemoria notarial, rigurosa, milimétrica.Nada, nadie, si él no quiere, se escaparáde su otra memoria; si quiere terminarlaalguna vez.

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artizada. Me gusta el auténtico, elflamenco puro y viejo, la raíz delpueblo. Que lo que hoy se hacedista miles de años de lo verda-dero.

...Y se estableció de tal maneranuestra comunicación cuando yoempecé a tocar la guitarra, quedesde entonces se iniciaron nues-tras relaciones, sin que ni ella niyo pudiéramos pensar en la dife-rencia de edad, lo apartado denuestras edades. Ella y yo fuimosardientes novios..., sabes, fuimosardientes. Y allí comencé yo a leera Ganivet. El escultor de su alma,Granada la bella, El ideario espa-ñol..., todo eso. Y de tal manera meaficioné a Ganivet, que yo pensabaque era por la relación familiar deGanivet con los padres de Encar-nación. Esta chica tenía un nidode pájaros en el corazón. Reía, erasimpática, y además era unamuchacha muy guapa. Fue mi pri-mer amor, que se rompió almarcharme yo a Córdoba, ycuando murió su padre y su fami-lia no tenía fortuna. Y ella se casócon una persona que le ofrecía lagarantía vital. Ella se casó. Yonunca la volví a ver, a pesar de quemuchas veces fui a Granada, apesar de que Angélico Barrios, el«Polinario», estaba casado con unaprima hermana de ella, a pesar deque una vez fui yo a casa de ÁngelBarrios estando ella allí, y seescondió. No la volví a ver más aEncarnación.

Granada, Granada era una cosaextraordinaria a mis veinte años.Había un individuo que se llamabaFrasquito Vergara, que era uno deesos hombres que, así como, des-graciadamente, hay andalucespatosos que no se pueden aguan-tar, cuando un andaluz salerealmente ocurrente, imaginativo ygracioso..., y este era una institu-ción en Granada... No era que sehiciera el gracioso, era simple-mente que tenía gracia con solocontar lo que acababa de ver en lacalle. Hasta mi amigo, aquel tanserio, Miguel Cerón, una vez le dio

un ataque de risa que no se podíaparar.

Estaba en Granada Fernando delos Ríos, sabes, este hombre tangenial, que reunía en su casa a losmuchachos; estaba Matías MéndezBellido, Falla... No había horario ninada allí, ni costumbres, sino queera vivir un poco al improvisadodeseo de vivir, ¿comprendes? Losamigos me llevaban aquí y allá, yoera siempre el muchacho mimadode los grupos por tocar la guitarra,en fin... No había un plan sinoque, de vez en cuando, se improvi-saba un plan para divertirse.Granada. Para un artista joven,que no es todavía muy conscientede sus cualidades ni de suslimitaciones, pero sí de su tempe-ramento, pues, en un artista joven,es muy fácil entregarse con pasióna todo lo que resuena en su almacon intensidad. Me encantaba lasnoches de primavera en la Alham-bra, rodar por el Albaicín,imaginar, sabes, todo el pasadoárabe de Granada, llegar a laAlhambra..., esconderme y pene-trar en las noches de luna en lospalacios, buscar amigos, irme atocar al Generalife a las tres y lascuatro de la mañana...

Bueno, bohemios, en el sentidoque hoy se le puede dar a esa pala-bra, que es casi semejante a hippy,nunca... Ni tampoco como laexplica René Bourget en París, ensu Vida de la bohemia; yo hetenido una bohemia de concienciay camisa limpia.

Sevilla y toda España

Después de mi primer concierto enGranada yo tuve que seguir siem-pre ese camino.

Segovia dirige vigorosamente el cauce dela conversación hacia el terreno profesio-nal, sin querer darse cuenta de que unapregunta, quizá demasiado directa, sobrela orientación de sus opciones personalesen el terreno de los comportamientosvitales –por tercera vez se me escapausted, maestro– se queda en el aire...,esperando otra oportunidad.

A.S.: Era mi única manera de vivir.Me había entregado con tal pasióna la música y al instrumento quehabía elegido, que no creía en otraposibilidad para mí. Luego me fui aCórdoba y luego a Sevilla, donde dimi primer concierto en serio y des-pués quince más. Era en 1913, ycomo siempre, mis amigos me ayu-daron mucho. Ya no podía niquería, sobre todo, volver a pensaren otra cosa que no fuera mi voca-ción por el arte de la guitarra.

Después de estos quince concier-tos, sabes, tuve relaciones con unamuchacha de la alta sociedad deSevilla, que se llamaba la pobrecitaMaría de Montis. Y me quedé másde la cuenta; que pudo pasarme loque le pasó a Zorrilla, sabes, queretrasaba tantas veces su marchade Granada, que cuando se deci-dió, por fin, todas las paredes de laciudad tenían letreros que decían:«Vate, ¡vete!»... Pudo ocurrirme esoo algo peor, sabes. Que un amigomío, muy querido de todos lossevillanos, decía al referirse a unasactuaciones mías organizadas des-pués: «En el primer concierto deAndrés no hubo nadie, y en elsegundo, el público bajó bastante».

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Andrés Segovia, ca. 1920. Fundación Andrés Segovia, Linares

—Granada, Granada erauna cosa extraordinariaa mis veinte años [...].

Los amigos me llevabanaquí y allá, yo era

siempre el muchachomimado de los grupospor tocar la guitarra,en fin... No había un

plan sino que, de vez encuando, se improvisabaun plan para divertirse.

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mi gira por América, después deque había dado conciertos por todaEuropa y que había ido incluso aRusia, lo amontonaba todo, perosin orden especial. Los recortes deprensa se iban a parar a una cajade cartón así de grande, donde mimujer iba echando todo lo que sepublicaba. Una agencia de recortesde prensa, tan meticulosa y pun-tual, llegó a enviarme una vezhasta la modificación del horariode los trenes que pasaban porSegovia.

No, no, mira..., no puedo nosiquiera calcular, aproximada-mente, la cantidad de conciertos

A.S.: Yo vivía en la casa del doctor[Antonio] Quiroga, en Barcelona, ycuando venía a Madrid, en la Pen-sión Marlasca, que está todavía enla calle de la Cruz. Era una buenapensión, y a mí, por simpatía, mehacían un precio especial, pero yono lo pedía. Nunca, nunca hepedido yo precios especiales ennada ni para nada. Pero me lohacían espontáneamente.

Leonardo y Andrés

Pero en Ginebra tuve yo mi prime-ra casa, sabes. A eso voy, Despuésde dar varios conciertos en [el Tea-tro de] La Comedia, siempre llenos,pues salí para América del Sur,contratado por Quesada. Era laprimera vez que yo salía de Espa-ña, justamente en el 1919 [sic, por

1920], y fui a Buenos Aires y des-pués de una larga tournée por laArgentina y en Montevideo volví yme casé. Con Adelaida Portillo, en1920. En el 21 nació un niño,Andrés, que vive en París, estácasado y tiene ahora cincuenta ydos años. Yo la conocí en la casade [Ernesto de] Quesada: era deorigen cubano, pero de cuandoCuba era todavía española. Suspadres eran españoles; él era mili-tar, capitán de ingenieros enactivo. Cuando yo me casé conAdelaida, los padres, como noentendían el arte, pues se avergon-zaron de que su hija se casara conun «tocaor» de guitarra, ya ves tú.

Y Andrés nació en Buenos Aires.De modo que tengo dos hijos; unode cincuenta y dos años y otro dedos años... A mi hijo mayor le hacemucha gracia este pequeño, CarlosAndrés, y lo quiere mucho. Vinocon su mujer y con una niña quetienen, entonces de pocos meses, ymi chiquillo se puso tan contentoque se abalanzó sobre ella y casi sela quería comer.

Para entonces, 1921, Andrés Sego-via ya había triunfado en el mundodel arte, pero las críticas, sabes tú,yo nunca las he conservado.Cuando ya llevaba varios añosviviendo en Ginebra, después de

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Andrés Segovia en su estudio madrileño, ca. 1920. Archivo Ragel, Madrid

—Cuando yo me casé

con Adelaida, los padres,como no entendían el

arte, se avergonzaron deque su hija se casara

con un «tocaor»de guitarra, ya ves tú.

AndrésSegoviaensuestudiomadrileño,ca.1920.ArchivoRagel,Madrid

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primera crítica fue la de Olin Dow-nes en el..., en el [The] New YorkTimes, que era el gran pontífice, yademás otra en el New York HeraldTribune, donde escribía LawrenceGilman, que comenzó una críticadiciendo: «Andrés Segovia, en cuyohonor los romanos fundaron laciudad de su nombre»... fue muysimpático. Mis amigos entonces,en aquellos años hasta 1934,fueron sobre todo escritores y pin-tores; músicos, no... A los músicoslos encontraba un poco tontos, alos compositores, no, a algunosintérpretes. Pues mira, eran misamigos Ricardo Baeza, Ruiz deSilva, [Francisco] Villaespesa,Fernando Bretón, Miguel de Una-muno, Gabriel Miró. A Unamuno,cuando estuvo en el exilio, yo lorescataba de una tertulia de niñosimberbes que algunas veces hastale faltaban al respeto, y me lo lle-vaba a casa a almorzar. A él no legustaba la música, porque decíaque no era pensamiento, y yo ledecía: «Pero sí es pensamiento, donMiguel, aunque de otra manera».Luego le llevé a un concierto de[José] Iturbi y ante el programaEstudio de Chopin, Estudio deSchumann, decía: «Pero, Andrés,este señor por qué viene a estudiaraquí y no estudia en su casa»...

Bach, en Londres

Recuerdos..., ya te he dicho que mivida artística ha sido una líneaconstantemente ascendente, sindificultades... Las únicas, muypocas, las sufrí precisamente enMadrid, y a pesar de mis éxitos enel Teatro de la Comedia. Y las tuvecon Arbós, que ¿tú lo conocías?No, claro, que eras pequeñita;claro; pero habrás visto retratos...Pues cuando le preguntaban:«Oiga, maestro, ¿y este muchachoque toca cosas clásicas en la guita-rra?...», decía: «Pues, sí, tienetalento, pero mira que haber ele-gido ese instrumento, mira queempeñarse en tocar Bach en uninstrumento de peteneras, ¡vamos,vamos!». Y entonces yo me enfadé,y siempre que coincidíamos en una

reunión del ambiente musical yome quedaba muy serio, aunquetenía que hacer esfuerzos para noreírme, cuando él contaba anécdo-tas, que lo hacía con muchagracia..., y le molestaba tanto miseriedad que optó por no contarninguna si yo estaba delante.Hasta que un día en una reunión,el organizador, me rogó que desis-tiera de mi actitud y así lo hice. Ynació entre nosotros una cordialamistad.

Tiempo después llegamos a Londresjuntos. Él iba a dar su primer con-cierto en Londres después de laI Guerra Mundial, como directorde orquesta, acompañando aCasals en el concierto de Haydn.Y yo tocaba, tres o cuatro días des-pués, mi primer concierto en elWigmore Hall... Y me dijo Arbós –que íbamos de camino juntos–, medijo: «Andrés, te voy a dar un con-sejo, ya que vas a hacer carrera.No toques Bach aquí. Los ingleses,yo los conozco bien, no aceptaránBach en la guitarra, limítate atocar música española...», y yo dije:«Mira, no, Enrique, no; si yo voy aser un especialista de músicaespañola, tan pobre como es elrepertorio para la guitarra, yo no

voy a hacer nada. No, no; yo voy atocar Bach»...

Y fui y toqué Bach. Y el másgrande crítico de entonces, ErnestNewman, me hizo una críticaextraordinaria, entusiasta; pero encambio fue terrible para Arbós,«Dos españoles», se titulaba el artí-culo. Fue algo muy doloroso paratodos los que le queríamos...

En París fue mi primer conciertoen Europa. En 1924. En el Con-servatorio. En el palco de Mm.Debussy estaban Miguel de Una-muno, Joaquín Nin, Albert Roussely Paul Dukas. Estaban en el palco,sabes... Y cuando Roussel, que yotocaba una obra suya, vino a cum-plir con el rito francés, y conaquella barba hirsuta que tenía,me da dos besos en las mejillas,don Miguel, que estaba a mi lado,me dice: «¡Por qué le besa a ustedese tío, hombre, eso es una cochi-nada».

La primera crítica, excelente, fuede Gérard d’Houville, que era elseudónimo de una de las hijas deJosé María Heredia, casada conHenri de Regnier, un gran poeta dela época. Caí admirablemente enaquella familia. Henry Prunièresme reunió en su casa con todos losartistas y personajes importantesque había en aquella época enParís. Toqué varias cosas de Sor ycuando toqué la Sonatina deTorroba se acercó Ravel y me dijo:«Este muchacho tiene ingenio ytalento». Imagínate... Fue el con-cierto de París el que decidió micarrera internacional... ¿Desa-liento? No, no, nunca. Yo me dicuenta enseguida de dónde estabael problema, el problema era elescaso repertorio para la guitarra.Y entonces hablé con Torroba, quefue el primero que me escuchó enesto, le dije: «¿Por qué no compo-nes una cosa para guitarra?, yo teayudo, te digo cómo es la técnica ytú componlo como si fuera un vio-lín de seis cuerdas, como si fuerapara el piano de una sola mano, ydespués yo lo adapto» Así hizo la

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que yo he dado en mi vida, sabes, yla cantidad de críticas admirables...Sólo han llegado a mi conocimien-to más que tres críticas malas,pero sus motivaciones eran abso-lutamente extraprofesionales y nomerece la pena ni reseñarlo aquí.

Hay una mezcla de sincera benevolencia,pero también (maestro, reconózcamelo)de olímpico desprecio por la anécdota ysus protagonistas: gotas de ira bien admi-nistrada, hasta donde conviene, no más,ni un milímetro de más. Y la confidenciatiene un airoso tono de elegancia yaplomo, que nos pone, otra vez, en lapista de un hombre de cabeza fría y cora-zón atemperado, en el que ciertas cosas,las más pequeñas, entran para salir inme-diatamente expulsadas al destierro,pequeñas piedras que se pisan sin querer yque, como son de arcilla, se rompen.

A.S.: Mi segundo hijo, Leonardo,nació a los tres años de mi matri-monio. Estaba yo en Múnich paradar un concierto y cuando llegué ala estación el cónsul, que me vinoa esperar, me dijo: «Un niño...» Yyo: «¡Bueno, otro!» Leonardo..., pormi pasión por Leonardo da Vinci...,pobrecito mío, pobrecito. Teníatrece años, sabes tú... Tocó uncable de alta tensión durante unaexcursión del colegio.

Hay un largo tramo de la cinta magnetofó-nica que ha guardado silencio con AndrésSegovia, hasta que la frontera de cristalde sus gafas se hace transparente denuevo y nos autoriza a seguir pregun-tando: hasta que veo cómo su manoderecha lucha por espantar este trozo desoledad que se le ha venido encima depronto, para mezclarse con un ramalazode amor que se desborda:

A.S.: Estaba en un colegio cerca deGinebra, con su hermano Andrés.Siempre estuvieron juntos los her-manos, hasta nuestro divorcio,sabes. Y como estaban en colegiosfranceses, pues hablaban en fran-cés, aunque en casa lo hacían enespañol. Pero cuando se peleabanyo les obligaba a hacerlo en espa-ñol, y como no tenían palabrassuficientes, ni denuestos, pues no

tenían más remedio que hacer laspaces.

Catorce años duró nuestro matri-monio, sabes, y en aquella época laruta de mi vida artística transcu-rrió por toda Europa, con Rusia, [ala] que fui dos veces y luego otravez durante mi segundo matrimo-nio, y nunca más, aunque creoque me han estado anunciandovarias veces, no sé, pero no he

vuelto. Y luego los Estados Unidosen el año 1928, que fue por [Fritz]Kreisler, que había publicado unanota sobre mí, diciendo que yo erauno de los artistas más extraordi-narios de la época, y merecomendó a [F. C.] Coppicus, queera el mejor empresario; y Casalstambién se ocupó de mí.

En Estados Unidos el primer con-cierto fue en Nueva York y la

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Retrato fotográfico de Segovia con dedicatoria a Regino Sainz de la Maza, ca. 1921.Colección particular de Enrique Roma Sainz de la Maza, Barcelona

—Se acercó Ravel y medijo: «Este muchacho

tiene ingenio y talento».Imagínate... el conciertode París el que decidió

mi carrera internacional.¿Desaliento? No, no,nunca. Me di cuentaenseguida de dóndeestaba el problema:el escaso repertorio

para la guitarra.

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Suite castellana. Después vinoTurina, y luego el Homenaje aDebussy, de Falla, que es unamaravilla eso, eh; una obra cortita,pero profunda. Y luego Sonatas, yTansman, y Roussel... Y enseguida surgió un repertorioenorme que no estaba hecho porguitarristas, que es lo interesante,porque siempre he dicho yo queSor tiene una gran importancia enla historia de la guitarra, pero noen la Historia de la Música, ¿ver-dad?, y Giuliani todavía menos.Por eso supe lo que había quehacer...

Algunos años después unos ami-gos me comunicaron que GabrieleD’Annunzio quería invitarme a sucasa, en Italia, para oírme y cono-cerme. Y yo fui con gransatisfacción. El me mandó unacarta de invitación, luego me escri-biría otras muchas; mira, algunaes esa que está en ese marco de lapared. Era una gran persona y unpersonaje apasionante.

Desde pequeño me apasionaba laliteratura, el mundo de la cultura.Lo que yo he sentido, y es una delas penas que he tenido en vida, elno haber continuado mis estudios yhaber hecho una carrera universi-taria, sabes. Porque mi cultura esuna cultura de tumultuosas lectu-ras, sabes, sin el orden ni ladisciplina universitaria, y eso es lapena que me da, porque yo hubierapodido escribir... Mira, cuando yopienso en todo lo que he hecho,digo: «Demonio, si yo he trabajado»,pero si pienso en lo que, por ejem-plo, hizo Julio César, que ademásde hacer la guerra y las conquistastenía tiempo y holgura suficientepara escribir los comentarios...,entonces digo: «Eso sí que es untiempo aprovechado»... Filosofía,Historia, alta Literatura, menosnovelas, ensayos, poesías... Eninglés, en francés, en italiano, enespañol, esas han sido aficionescomo lector. Todo menos la poesíamoderna, eso es una cosa comple-tamente disparatada, como lo eshoy todo el arte... ¿Españoles?...

Imagínate, por Dios... ¡Tantos ytantos! Lope, Calderón, sabes,Rojas, no sé... García Lorca meparece verdaderamente, no ungenio, pero genial. Ahora estoyseguro de que él hubiera rechazadomuchas de las cosas que hizo,estoy seguro. Dimos una vez,durante el Concurso de CanteJondo, allá en 1922, un concierto ély yo. En Granada, para reunir fon-dos que nos permitieran invitar aRavel. Yo tocando flamenco y élrecitaba el poema de Silverio y otroscuantos más... Estaba el teatrolleno y en lugar de aplaudirme lagente decía: «¡Ole tu mare!». Era enel teatro del Hotel AlhambraPalace... El alcalde no entendíamuy bien para qué queríamos traerun «ravé» a España teniendo miguitarra. Siempre hubo en Granadaun grupo de gente muy curiosa,sabes, y gente muy inteligente...

Después ya vino la guerra deEspaña, sabes. Y ya entonces yome casé con mi segunda mujer,con Paquita.

Y nos marchamos al Uruguay. Y

allí puse primeramente una casa,mientras que se desalojaba otraque pertenecía a la familia dePaquita. Y como tardaban en ellonos fuimos a una finca que teníatambién su familia.

Cataclismos exteriores

Paquita Madriguera, tú ya sabes.Conocí a Paquita en el primer con-cierto mío en Barcelona en la SalaGranados. Entonces era ella casicélebre, mientras que yo todavíaempezaba. Era una gran pianista,con una finura de temperamento,una delicadeza... Bueno, nos fui-mos a Montevideo y allí pasé unossiete años, compaginando mis con-ciertos en América del Norte yAmérica del Sur, porque yo nopodía venir a Europa. Estaba laguerra, estaba todo cerrado, para-lizado. Después me vine a NuevaYork, puse piso en Nueva York, yallí venían mis amigos, tus padres,por ejemplo, que allí los conocí.Luego, cuando ya finalizaba laguerra, nos vinimos a Europa, aGénova.* Allí me presenté al cónsulespañol, que era el Conde de Bul-nes, y le dije: «Mire, yo estoysiempre fuera de España, no mehe afiliado jamás a ningún partidopolítico, pero, desde luego, meadhiero a cualquier cosa que sea lano sovietización de España».Franco no era todavía el jefe delMovimiento, lo era Sanjurjo.Bueno, y mi declaración valió paraque Queipo de Llano lo dijera enaquellas conversaciones tan pinto-rescas que tenía por la radio, y deahí provino que mi casa de Barce-lona fuera totalmente arrasada... Yvendían ediciones magníficas queyo tenía, más de seis mil volúme-nes, ediciones magníficas, ycuadros, grabados, telas preciosasde Oriente y plata, muchísimaplata que yo había ido recogiendode Italia, de Extremo Oriente, deJapón. Cosas preciosas, todo esodesapareció.

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—Desde pequeño me

apasionaba la literatura,el mundo de la cultura.Lo que yo he sentido es

no haber continuado misestudios y haber hecho

una carrera universitaria,porque mi cultura es una

cultura de tumultuosaslecturas, sin el orden ni

la disciplina universitaria,y eso es la pena que meda, porque yo hubiera

podido escribir...

—Concierto de Andrés Segovia en Hamburgo (imagen superior), ca. 1950; y con la Orquesta Nacional, dirigida por Enrique Jordá,

en el Palacio de Carlos V de Granada el 20 de junio de 1958 (imagen inferior). Fundación Andrés Segovia, Linares

*NOTA DEL EDITOR: En realidad, y en consonanciacon lo que se explica a continuación en la entrevis-ta, Segovia y su familia llegaron a Génova al pocode iniciarse la Guerra Civil.

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Yo no he cambiado nunca, siemprehe sido una cosa: liberal, es decir,equidistante de la izquierda y de laderecha, sabes, sin aprobar lasexageraciones truculentas de laderecha, ni las malintencionadasactividades de la izquierda...Humanamente no veo yo que hayacambiado en absoluto, porque loque le hace a uno cambiar, apartede ciertos cataclismos exteriores,son cosas, ideas en las que unocomienza a creer o en las que unodeja creer. Yo siempre he sido, ysigo siendo, el mismo, el liberal, elindividuo que está en el centro. Hepensado siempre que todo tienederecho al respeto, con tal de queno se prive a los demás de su pro-pia libertad...

Mis cambios afectivos no han tras-tornado mi interioridad. Lo hesentido siempre por mis hijos, por-que los privaba de mi apoyo y demi guía en esa época. Como ahorapor lo único que siento morir esporque, naturalmente, el chicotiene dos años y medio y hubieranecesitado mi compañía, mi guía,mi consejo, mi dirección, sabes,mucho tiempo, hasta que hubierasido un jovenzuelo de veinte añosque ya está formado su carácter.Aunque tampoco creo que la direc-ción del padre sirva de mucho enla educación de los hijos... Yo hetratado de que mis hijos, mi hijoAndrés, al que tuve oportunidadde educar, fuese recto, un hombrecabal. Andrés es muy inteligente yha heredado de mí la vocación porla pintura, pero hecha realidad.Y es un gran pintor, de los de ver-dad, no de los modernos, sinoauténtico. Yo he sido siempre unpadre comprensivo y razonable,porque creo que es necesario cono-cer a fondo los motivos por los queobran los demás... Beatricita mequería enormemente, sabes, la hijade mi segunda mujer. Como queríaa su madre con pasión. Y cuandonosotros nos separamos ella quedóal lado de su madre, pero adorán-dola, y yo venía, cada vez queacababan mis conciertos en Amé-rica del Norte, y venía donde mi

chica estaba, y estaba casi siempreconmigo. También venia Paquita,de vez en cuando, a comer connosotros y así transcurría todo,normalmente, sabes.

Mis amigos han sido siempre losmismos y a muchos de ellos me loshe encontrado fuera de España;los amigos de siempre que todavíano se habían decidido a venir aEspaña y luego han vuelto todosotra vez.

A Madariaga lo conocí allá por1913 y somos, desde entonces,íntimos amigos y nos encontramosen toda Europa. Cuando viajaba aLondres siempre reservaba un díapara estar en su casa de Oxford...

Todos mis conciertos, hija mía,casi todos mis conciertos –menosuno que di en Jaén en 1956, queera benéfico y que en una sala de200 personas sólo hubo 50–, salvoen ese sitio, en Jaén, la capital demi provincia, mis conciertos siem-pre han estado llenos. Y a partir demi presentación en los EstadosUnidos fue cuando adquirí la liber-tad de acción que da la holguraeconómica, la libertad que necesitael artista para no tener que pensar,exclusivamente, en afianzar sufamilia. Porque el prestigio nacióen Europa, pero el éxito económicosurgió en Norteamérica...

Beatriz

Segovia no se ha sentido nunca «presa» dela voracidad de los empresarios, perotampoco niega su fortuna en el terrenofinanciero. Quizá sea de los pocos artistas,universales, que no tiene el más mínimo

interés en hacerse pasar por pobre desolemnidad...

A.S.: Pero ahora ya no me preocupael dinero, ni siquiera las sumasfabulosas que me ofrecen por ir atocar a Japón o a Australia. Por-que son viajes enormes y yo tengoun niño pequeñito. No puedoarriesgar mi vida durante veinti-cinco o treinta horas de vuelo.

Yo no he sido infeliz, hija mía, másque a trechos y por acontecimien-tos exteriores a mí. Por ejemplo, laguerra... Cuando yo salí de Españame dediqué a devorar periódicos,no hacía otra cosa que oír la radio.Hasta tal punto que, por primeravez en mi vida, dejé de estudiardurante quince días y tú no sabeslo que sucedió. Yo nunca he tenidocallosidades, sabes, y, cuando quisevolver a tocar, la piel de los dedosse me había ablandado, sabes, y note imaginas el dolor espantoso quetuve. Hasta que la piel se volvió aendurecer. Y desde entonces juréque, aunque me estuviera murien-do no dejaría nunca de tocar. Y, enefecto, así lo he hecho. Cuando meoperan de la vista nunca dejo depulsar las cuerdas de mi guitarra,aunque sea a ciegas...

He tenido amigos entrañables quehan muerto, como mi amigo MiguelCerón y Miguel de Encina, amigosdel espíritu, distinta esta amistad ala que nace de la hermandad delarte como lo han sido Torroba,Tansman. Y luego, últimamente, hetrabado amistad íntima, al puntoque le he hecho padrino de mi hijo,con don Francisco de MontesValera. Y también la madrina delpequeño, a quien queremos entra-ñablemente... Pero yo nunca heexigido grandes cosas a la amistad;tan sólo afecto. Yo siempre he sidoacomodaticio, conforme con misuerte y generoso con mis amigos.

No, no he sido infeliz, más que enocasiones en que los acontecimien-tos de la vida me han golpeadoMira, por ejemplo, los recuerdos deBeatriz, mi hija muerta a los vein-

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—Yo no he sido infelizmás que a trechos

y por acontecimientosexteriores a mí. Porejemplo, la guerra...

AndrésSegoviaconunaguitarraHermannHauserIIde1958.FundaciónAndrésSegovia,Linares

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tiocho años, en 1963... Beatriz, yole di una fiesta cuando se licencióen el Instituto Grandow, de NuevaYork. Mira, era una mujer excepcio-nal, no creas que habla el padre,habla el observador. Tú no puedesimaginarte cómo la acogió la altasociedad cuando estuvo aquí enMadrid, en casa de Primitivo deQuintana, con el que nos unía unagran amistad. Y lo mismo pasó con[Ramón] Castroviejo, antes de sepa-rarse de su mujer en Nueva York.Todos querían estar con ella, por-que enseguida se le tomaba cariño.Tú no sabes de qué manera la que-rían. Porque era muy pausada, noera la niña alocada y tonta, no; muyinteligente, leía mucho, hablaba uninglés magnífico, sabes, era, en fin,una muchacha realmente, real-mente excepcional... Íbamos a todaspartes juntos y todos los amigosmíos de París, de Londres, de Amé-rica, se la rifaban. Pobrecita, yosufrí mucho con su muerte.

Beatriz, Leonardo, los hijos perdidos deAndrés Segovia, trozos de soledad, ramala-zos de amor, de nuevo en sus pupilas.Pruebas que han atentado contra la arqui-tectura interior del artista, contra sufortaleza inexpugnable.

A.S.: Pero, sabes, los recuerdos, eldolor, las tristezas, permanecenaquí, en el interior de mi pensa-miento, y nadie puedearrebatármelas, sabes.

El artista

«Si no hubiera existido la guitarra –me dijouna vez Andrés Segovia– la hubiera inven-tado yo». Diez palabras que resumen elsentido de toda una vida dedicada a unarte revolucionario, que arrancó el instru-mento popular de las manos profanas parallevarlo a la sala del concierto, paraengendrar una nueva sonoridad, que harecorrido el mundo entre sus manosanchas y poderosas, inverosímiles paraenternecerse entre las seis cuerdas limpiasy afiladas, sin protección alguna para eltropiezo o la desafinación. La guitarra yaexistía, sí; pero la nueva voz para entonara Bach y a Haydn, a Scarlatti y Vivaldi, sela inventó Andrés Segovia.

A.S.: Mi emoción más viva, la quepermanece conmigo de una ma-nera más intensa, en mi biografíaprofesional, es la primera audiciónque di en París de la Chacona deBach. Pasé un año trabajando ensu transcripción: me sirvió la que[Ferruccio] Busoni había hecho,demasiado ampulosa quizá, peromagníficamente pianística; la trans-cripción para la mano izquierda, deBrahms, y hasta una transcripción

que hizo [Jenö] Hubay, un granviolinista húngaro, para violín yorquesta... Trabajé durante un añoen esa transcripción. Esto fue allápor el 1936 ó 37, en la Salle Pleyel.Siempre he actuado en la Salle Ple-yel cuando voy a París, salvoalgunos conciertos en la SalleGaveau.

La guitarra es mi vida... Y entoncesyo no puedo cargarla demasiadode trabajo, porque me aburriría...Yo digo que el trabajo es absoluta-

mente indispensable, pero no hayque llegar al cansancio ni de laatención ni de los músculos. Elartista que dice que trabaja ochohoras al día es un burro..., o unmentiroso. Con cinco o seis horases suficiente para mantener unbuen repertorio y una técnica porencima de todas las dificultades.Ahora, si no está entusiasmadocon una obra y quiere ponerlapronto en pie, puede trabajar doce,catorce horas, pero eso es unaexcepción; no es una disciplina. Yosiempre he trabajado el mismotiempo: alrededor de cuatro, cincoo seis horas. No más.

¿Orientación?... El artista que esserio hace su propia autocrítica,porque, fíjate, no hay nadie quepueda decir mejor que él aquelloen que falla o en que duda. Enmuchos conciertos yo he salidodescontento de mi trabajo, esomuchísimas veces, muchísimasveces. El artista que cae de rodillasante sí mismo..., yo he dicho de unartista que, naturalmente, noquiero mencionar, que concibió unamor exagerado por sí mismo, peroque desgraciadamente no tuvorivales. He salido muchas vecesdisgustado de mi concierto, por-que, mira, la guitarra es uno de losinstrumentos más feroces, es elúnico instrumento polifónico decuerda. Y además, la guitarra esun instrumento, ya sabes, de posi-ciones. Si a un dedo, por cualquiercircunstancia se le escapa una voz,te sorprende, sabes, y puedes lle-gar al descalabro más tremendo.Que no significa que no hayasestudiado, que no tengas técnica,no, nada de eso significa. Significaque la influencia femenina, quetienen las curvas de la guitarraoperan, sabes, y la convierten enhistérica...

Por eso es una cosa irremediable,es una cosa que no se puede pre-ver. Yo, muchas veces, cuandotengo que dar un concierto losuprimiría en el momento deempezar..., y lo recomenzaríacuando lo acabo... Porque uno no

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—La guitarra es mi vida...

Y entonces no puedocargarla demasiado

de trabajo, porque meaburriría... el trabajo

es absolutamenteindispensable, perono hay que llegar alcansancio ni de laatención ni de los

músculos. Con cincoo seis horas es suficiente

para mantener unbuen repertorio y unatécnica por encima detodas las dificultades.

Con Yehudi Menuhin (imagen superior), ca. 1960, y con Alfred Cortot en Siena (imagen inferior), 1961. Fundación Andrés Segovia, Linares

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año 40 o 41, el concierto deRodrigo..., sabes, cuya música esrealmente preciosa y no llegan loselogios para colmarlo. Pero la ver-sión siempre me pareció unpoquitín demasiado aguda. Y espe-rando tener tiempo para rehaceresa versión, no lo he tocado, por-que me repugna un poco el excesode agudos en la guitarra, que laidentifican inmediatamente conuna mandolina o una bandurria oun instrumento de esos. Y la guita-rra es mucho más noble. Perosiento mucho el no poder haceresa versión con Rodrigo, porqueconsidero esa música como unhallazgo felicísimo.

Después del Concierto de Castel-nuovo, Ponce dirigió el concierto enMéxico, e inmediatamente tomó lapluma y comenzó a escribir uno delos más bellos conciertos que pue-dan existir en la literatura de laguitarra. Esos dos conciertos, másla Fantasía para un gentilhombre,más el concierto que un día metrajo Gaspar Cassadó como regalode su «cello» a mi guitarra, los hetocado por todas partes Y luegohice esos cuatro discos. Peroademás he grabado más de tres-cientas obras a lo largo de toda micarrera. Así que hay un repertorioque ya asegura para siempre elfuturo de la guitarra. Porque todoson obras, si no geniales, por lomenos con una irreprochable yauténtica dignidad.

En Nueva York estreno ahora elconcierto que ha hecho para mí elmaestro Moreno Torroba. Esperoque sea un éxito y, sobre todo, quesea un preludio de la acogida enEspaña.

Epílogo

En la vida de Andrés Segovia, en susMemorias si él quiere terminarlas algunavez, hay un brillante, esplendoroso, pro-vocador, epílogo. Casi tan largo yapasionado como todo el «libro». Hay unprotagonista de excepción que muchosdicen que es Carlos Andrés, su pequeño deojos azules y genio endiabladamente vivo.

Pero que uno piensa que es el propioSegovia, imagen viva del éxito. Rotundopersonaje que sigue a pie firme, en elumbral de los ochenta años, serenamenteapoyado en su guitarra, afincado en sutriunfo, sin un temblor. Indiferente espec-tador de su singularidad humana yartística, aunque haya empleado para for-jarlas toda una vida sin desmayos...«Mira que tocar a Bach en ese instrumentode peteneras»... Pero fue y tocó Bach.Y Londres se le rindió al primer acorde.Y así siempre. Y cuando actúa en Españalo hace gratis, porque Segovia es así, yporque puede. La guitarra en sus manos leha abierto las puertas del mundo. Pero,sobre todo, del mundo de la música, apar-theid racista que Segovia ha desbaratadoen un rasgueo. Para provocar la admira-ción, la envidia, la ira y el amor.En la calle de Concha Espina, el mejor gui-tarrista del mundo es un sencillo padre defamilia, junto a Emilita y al pequeño Car-los Andrés de los ojos azules.

A.S.: Desde el arranque, mi vida hasido una línea ascendente sin inte-rrupción. Porque ni siquiera la

guerra, que podría haber alteradoesa trayectoria, ha influido en mivida artística... Porque los de laizquierda han comprendido que yono era un derechista furibundo yla derecha ha comprendido tam-bién que mi posición en laizquierda tampoco era excesiva-mente violenta... Y en mi últimaetapa, hasta ahora, todo ha venidoproduciéndose normalmente. Quelo que es verdaderamente admira-ble es que todavía ahora, a misochenta años, sigan pidiéndomeconciertos del Japón y de Austra-lia, y de todos sitios... Pero ya hedicho que yo no quiero ir. PorqueCarlos Andrés es muy pequeñito.

Mi vida transcurre sin ningún obs-táculo... No quiero emplear laimaginación para incorporar a mivida narraciones truculentas oextraordinarias; mi vida escorriente y normal y no hay porqué engañar al lector... Ha idosiempre... in crescendo, pero sinningún altibajo que fuese de cui-dado para mí... He perdidomuchos recuerdos, muchas cosaspersonales, pero te aseguro que nome ha importado demasiado.Sobre todo cuando pienso en per-sonas que durante la guerraperdieron tantos miembros de sufamilia. Y, además, cuando esascosas ocurrieron yo era joven y nome importaba recomenzar otra vez.Y que siempre he tenido una filo-sofía... A mí no me hantrastornado demasiado las pérdi-das, soy un buen perdedor...

Yo conocí a Emilita..., mejor dicho,conocí a su familia, antes de queella dejara de estar simplementeen la mente de Dios. Conocí a sufamilia, pues, hace unos cuarentao cuarenta y cinco años. Porque sumadre ha sido siempre muy aficio-nada a la guitarra. Cuando nacióesta niña, su padre, enseguida quepudo sostener una guitarra, lapuso a estudiar. Cuando yo vineaquí después de la guerra, meencontré con ella y su familia. Era,como decimos en Andalucía, «unamosita muy mona». Y empecé a

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sabe cómo va a reaccionar el ins-trumento. Si hay una salademasiada llena, si hay polvo deruido, si es demasiado caliente, sihay humedad, todo eso afecta tre-mendamente a la guitarra. Y,además, ahora que había resueltoel problema de las cuerdas, con lascuerdas nylon, que las hizoDupont, primeramente para mí, enNueva York –Dupont el de las

medias, que decía un amigo mío:«Solamente una mujer puede vol-verse loca por unas mediasvacías»...–, pero la calidad delnylon no es la misma, porque lomezclan con alguna otra cosa.Entonces las cuerdas vuelven adar que hacer. Ahora las pongo yenseguida tengo que sacarlas por-que no valen... Yo estrené, en elaño cuarenta, el primer concierto

que se hizo para orquesta y guita-rra. Era el primero que se habíaescrito en esta época. De MarioCastelnuovo-Tedesco. Como Marioya había compuesto muchas obrasde guitarra, escritas para mi, él yatenía un poco el tacto para combi-nar el sonido de la orquesta con elsonido delicado de la guitarra...Después supe que se había estre-nado, no sé en qué momento del

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—Si hay una sala

demasiada llena, si haypolvo de ruido, si es

demasiado caliente, sihay humedad, todo esoafecta tremendamente

a la guitarra. Y, además,ahora que había resuelto

el problema de lascuerdas, con las cuerdas

nylon –que las hizoDupont, primeramente

para mí, en Nueva York–,la calidad no es la

misma porque lo mezclancon alguna otra cosa.

De izquierda a derecha: Regino Sainz de la Maza, Ernesto Halffter,Joaquín Rodrigo, Leopoldo Querol, Andrés Segovia, Carlos Romerode Lecea, José Muñoz Molleda y Antonio Fernández-Cid. [Madrid],

ca. 1970. Fundación Victoria y Joaquín Rodrigo, Madrid

Con Alexandre Tansmanen la finca Los Olivos enLa Herradura (Granada),

ca. 1970. FundaciónAndrés Segovia, Linares

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aconsejarla que dejara las tonte-rías de tocar la guitarra con uña[sic por «sin uñas»] y que se vinieraa Siena con su padre, donde yodaba clases en la Accademia Chi-giana. Y, en efecto, vinieron,durante dos o tres cursos, en el1955 o 56, o así.

Y, finalmente, pues, pasó de ser midiscípula a ser... ¿cómo te diríayo?, a ser mi patrona. Y nos casa-mos en el año 62. Once años haráen agosto, el 23 de agosto. He via-jado constantemente con ella,menos cuando ya estuvoembarazada. Entonces hice que sequedara en casa. Y después,durante la nutrición del niño, por-que ella lo ha amamantado hastalos nueve meses. Y yo creo que esees el certificado de la salud delchico, sabes...

Lo que me apena mucho es queEmilita, habiendo logrado una téc-nica muy buena y muy fluida, yespíritu musical, haya abando-nado completamente la guitarra.Pero completamente. Es muy posi-ble que sea una reacción oscuracontra la fuerza con que su padrele obligó a estudiar. Y es realmenteuna pena... Porque, además quecon la desproporción que hay entre

lo que yo gano y lo que yo puedoahorrar, hace que mis inversionesno sean suficientes para que, des-pués de que yo desaparezca,pueda llevar una vida con la hol-gura de ahora... Entonces con ella,después de haber estado tantísi-mos años a mi lado –que ojalá queduré yo unos cuantos todavía,sabes– en la guitarra, tendría unaseguridad, hubiera sido para ellaun arma cargada para poderdefenderse en la vida y que el chi-quillo pueda finalizar sus estudioscómodamente. Pero no quiere... Nisiquiera se decidió una vez que nospropusieron tocar juntos para laDecca. Porque estoy seguro de quesi trabajara durante dos mesesrecuperaría su técnica.

Carlos Andrés..., imagínate, havenido al mundo cuando ya esmuy tarde para mí. Y ese es midolor. El único que me quita aveces el sueño, el poco sueño quetengo siempre. Pensar que en estechiquillo, que está admirablementedotado, que es muy inteligente,que es un muchacho extraordina-rio. De gracia..., y tambiénviolento, es mi pena.

Además, haciendo la vida que yohago. Si yo estuviera en un sitio

tranquilo, sin otra cosa que hacerque pasear mi edad para que no seenmoheciera... Pero yo tomo tantosaviones, arriesgo tanto mi vida,aunque sin miedo... Voy a cumplirpronto ochenta años y cada díaque veo para mí es un regalo delcielo. Si hago dos años más degiras, sabes, creo que podré teneralgunos meses de tranquilidad, dedescanso. Buscaré otras nuevascosas que hacer...

Y al final Segovia encuentra su protestapersonal. Entre tantas cosas que le sonadictas, desde la música hasta el amor. Yse queja:

El mundo del arte de hoy es unmundo que me es completamenteextraño. Hay mucha gente que porcobardía se adhiere a los sistemasde hoy en todas las manifestacio-nes artísticas. Cada vez que veo unhierro retorcido y pienso que a esole llaman una estatua, me darabia, sabes. Porque eso no esarte, eso no es nada... Pero no locreas, todo esto que está suce-diendo en el arte es una cosa alatere que no influye en absolutoen el transcurso de la vida artísticaauténtica... La única infelicidadmía, sabes, es contemplar elespantoso caos del mundo.

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De izquierda a derecha: Joaquín Achúcarro, Luis Galve, Alicia de Larrocha, Lucero Tena, Emilia Corral, Andrés Segovia, Carlos Andrés Segovia,Victoria de los Ángeles, Alirio Díaz, Víctor Martín, Nicanor Zabaleta y Miguel Zanetti, ca. 1979. Fundación Victoria de los Ángeles, Barcelona

Del brazo de Robert J. Vidal; detrás de ellos Alexandre Tansman y Alirio Díaz. París, 21 de noviembre de 1983. Fundación Andrés Segovia, Linares

Con Victoria de los Ángeles, ca. 1970.Fundación Victoria de los Ángeles, Barcelona

Ernesto Halffter y Andrés Segovia, ca. 1980. Fundación Andrés Segovia, Linares