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ESTUDIOS REPUBLICANOS: CONTRIBUCIÓN A LA FILOSOFÍA POLÍTICA Y JURÍDICA por Lorenzo Peña México/Madrid: Plaza y Valdés Editores, 2009 ISBN: 978-84-96780-53-8 http://lp.jurid.net/books/esturepu/

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ESTUDIOS REPUBLICANOS:

CONTRIBUCIÓN A LA FILOSOFÍA POLÍTICA Y JURÍDICA

por Lorenzo Peña

México/Madrid: Plaza y Valdés Editores, 2009ISBN: 978-84-96780-53-8

http://lp.jurid.net/books/esturepu/

CAPÍTULO 6.— LOS VALORES REPUBLICANOS FRENTEA LAS LEYES DE LA ECONOMÍA POLÍTICA

Sumario01. ¿Hay leyes económicas?02. ¿Es la economía política una ciencia independiente?03. ¿Pueden conocerse por análisis conceptual las leyes económicas?04. ¿Hay en economía factores dependientes y factores independientes?05. ¿Son las leyes económicas funciones continuas?06. ¿Hay sinuosidades en las leyes de la economía?07. ¿Vale para la economía el tercio excluso subjuntivo?08. ¿Hay rasgos económicamente impertinentes?09. ¿Todo lo que no es maximal u óptimo es irracional?10. ¿Son los recorridos económicamente irrelevantes?11. ¿Hay simetría entre oferta y demanda?12. ¿Carece de influencia un individuo o grupo de individuos?13. ¿Es correcta la ley de los grandes números?14. Defendibilidad de la economía planificada

Una de las objeciones que se suelen aducir frente a quienes proponemosun ideal republicano que realice los valores de la hermandad y la solidaridad esque tales intentos están condenados al fracaso, al colisionar con las leyes de laeconomía política, o sea con los imperativos del mercado. Se nos dice que tal vezel mercado se pueda y hasta se deba disciplinar y regular, mas sólo dentro delrespeto a sus leyes objetivas de funcionamiento. Igual que es quimérico decretarque no habrá huracanes ni terremotos ni enfermedades, sería un sinsentidopráctico legislar con una inspiración axiológica sin ajustarse a los requerimientosque dicta el mercado.

Mas, si —según esa objeción tan usual en boca de los economistas— elfilósofo político que aboga por unos valores ha de ceñir cualquier propuesta derealización de los mismos a las posibilidades reales de lo compatible con elmercado, con las leyes económicas, en cambio el estudio científico de la propiaeconomía política sería axiológicamente neutral, aunque indirectamente losjuicios de valor puedan influir en las premisas de los razonamientos económicos.Estribaría, sobre todo, la neutralidad en que la economía política no dictaríaningún curso de acción, sino que se limitaría a enunciar asertos de formacondicional: cuando se actúa así o asá, dadas tales y cuales condicionesantecedentes, resultan estas y aquellas consecuencias. Llamemos a esa tesis la dela validez universal de las leyes económicas.

Adoptar una opción no incumbiría al economista, sino al político; elprimero se limitaría a afirmar qué resultados, económicamente previsibles,

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tendrá cada opción, al ser la economía la ciencia que estudia las opcioneshumanas ante los recursos escasos.

En la práctica, sin embargo, el discurso del economista entraña para losdecisores políticos un dilema: si son correctas las generalizaciones de la cienciaeconómica, dadas ciertas constataciones, se restringe el margen de las opcionesdisponibles hasta llegar a ser frecuentemente unívoco. Y, para nuestro propósitoen este libro, lo esencial es que, de tal punto de vista se sigue que la propuestade unos valores republicanos debe supeditarse a las leyes económicas delmercado.

Las graves consecuencias políticas de esa creencia nos hacen reflexionarmás a fondo sobre los supuestos epistemológicos tanto, en general, de lamencionada tesis, cuanto, en particular, de la consideración de que son enfoquescomo los inaugurados por el marginalismo los que merecen los honores deeconomía científica. Enumero abajo 13 supuestos. Y los pongo todos en tela dejuicio. La conclusión es ociosa: hay motivos racionales para cuestionar lasrecomendaciones de los economistas. Los decisores políticos harán bien en serdesconfiados.

§1.— ¿Hay leyes económicas?

Una primera presuposición común es que hay leyes económicas, o sealeyes científicas que predicen que, dadas tales condiciones antecedentes, seseguirá tal resultado económico, igual que las leyes físicas establecen que,cuando 2 cuerpos de cierta masa se hallan a una cierta distancia, sufren unafuerza de atracción recíproca de tal magnitud.

La existencia de leyes económicas requiere que o bien sea verdadero eldeterminismo o bien, sin serlo, se produzca siempre por azar un cruce deacontecimientos determinado. El determinismo consiste en que las accioneshumanas tengan siempre causas y vengan determinadas por esas causas. Lascausas pueden ser internas de la mente o del cuerpo del respectivo agente,externas, o mixtas. La ausencia de determinismo, o sea el libre albedrío, consisteen que, puestas cualesquiera condiciones internas y externas para una decisiónhumana, ésta lo mismo puede tomarse que no tomarse, y de tomarse lo mismopuede ser ésta que aquélla.

De que sea verdadero el determinismo no se sigue que haya leyeseconómicas. En rigor tal vez no se sigue que haya leyes de ninguna clase, puespara que haya una ley tienen que darse rasgos universalizables en las causas ylos efectos concatenados unos con otros. En cualquier caso, sígase o no laexistencia de leyes de la verdad del determinismo, no se sigue que sean leyesformulables con términos de la economía política, igual que el determinismo noimplica tampoco la existencia de leyes astrológicas. Puede que cada leyválidamente aplicable a la conducta humana involucre condiciones antecedentes

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inmensamente complejas y en las que figuren esencialmente conceptos noeconómicos.

Por otro lado, si el determinismo es falso, podría todavía haber leyeseconómicas, pero tal vez en su sentido aguado, porque en rigor cada decisiónhumana caracterizada por el libre albedrío podría perfectamente no producirseaun puestas las causas o las condiciones antecedentes que se quiera; sin embargouna feliz coincidencia sistemática y regular haría que las cosas sucedieransiempre como si en verdad hubiera determinación causal; en ese sentido,supuestamente —y para los efectos de la ciencia—, habría leyes. ¿Leyes económi-cas? Podrían ser económicas o de otro tipo.

§2.— ¿Es la economía política una ciencia independiente?

Una segunda presuposición es que la economía política es una cienciaindependiente y no una parte de otra ciencia; en particular, que no es una partede la psicología.

No sería menester para hallar y justificar o demostrar las leyeseconómicas acudir a la antropología, ni a la sociología, ni a la psicología social,ni a la psicología individual, clínica u otra.

Ahora bien, aunque sea verdadero el determinismo, eso no prueba quehaya leyes específicas para una zona del comportamiento humano troceadosegún cualquier criterio. De la verdad del determinismo se deduce que cadaconducta, cada decisión, está determinada por causas. Podemos asumir (aunqueesa asunción ya de suyo no viene entrañada por la mera admisión de la verdaddel determinismo) que tal determinación causal sucede según leyes. Mas esposible que cada ley que rija la conducta y la voluntad humanas y que afecte aacciones de un área de nuestro comportamiento, sea la que fuere, involucrecausas volitivas y prácticas de otras áreas del comportamiento. Es posible queno haya leyes del comportamiento deportivo, o sea que rijan las acciones de lavida deportiva al margen del contexto histórico, social, cultural, biográfico,geográfico. Igualmente puede no haber leyes económicas.

§3.— ¿Pueden conocerse por análisis conceptual las leyes económicas?

Una tercera presuposición es que las leyes económicas —al menos las másbásicas— pueden conocerse por análisis conceptual, o sea que la economíapolítica es esencialmente una ciencia deductiva a priori y no una cienciainductiva a posteriori. Para saber si es verdadera o no una ley económicafundamental no necesitaríamos aducir evidencia empírica

Que la economía sea una ciencia a priori significa que, salvo algunasconstataciones generales de sentido común —que podrían conocerse porcaptación directa, tal vez introspectiva, y que serían incontrovertibles—, no haría

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falta ningún estudio empírico del comportamiento humano para hallar yjustificar epistémicamente las leyes económicas.

Algunos economistas han justificado esa independencia aduciendo unsupuesto carácter normativo de la economía, lo cual la haría inmune a lacomprobación y a la falsación empíricas. Esa postura está erizada de dificultades,y sin duda no muchos economistas estarían dispuestos a sostener que su cienciaestá privada de valor y de contenido descriptivos y que no dice nada de lo quepasa en el mundo de las relaciones económicas, sino sólo de lo que deberíapasar.

Lo cierto es que la cuestión acerca del carácter a priori del conocimientoeconómico, o de la ciencia de la economía política, aboca a la disciplina a estedilema: si eso es así, la economía es inmune a los avatares de la práctica y de laexperiencia (mas entonces es de sospechar que carecerá también de valor paraguiar esa misma práctica humana); si no es así, está sujeta a la confrontación conla experiencia, teniendo carácter descriptivo; pero entonces se desmoronanmuchas de las construcciones teóricas usuales en economía, las cuales parecenestar elaboradas como si el economista que las propone estuviera diciendo:dadme unas cuantas premisas de Pero Grullo, y os daré un mundo económico.Al menos así vienen expuestas.

Aun suponiendo que sea posible la economía como ciencia nomotética,e.d. sea verdadero el determinismo y que haya leyes del comportamientoeconómico (relativamente independiente del contexto biográfico, geográfico,histórico, cultural, social), aun suponiendo todo eso podría ser que tales leyesfueran empíricas, que no pudieran deducirse de unas cuantas verdades de merosentido común, que la experimentación pudiera falsarlas, y que en definitivahubieran de averiguarse y demostrarse con estadísticas, acopio de datoshistóricos y empíricos.

§4.— ¿Hay en economía factores dependientes y factores independientes?

Una cuarta presuposición es que en economía hay factores dependientesy factores independientes. Sin ese presupuesto carecería de sentido el intento deconstruir una economía científica como la magna empresa epistemológica que,con precedentes en la economía clásica, se ha intentado desde el marginalismo.

Desde luego los economistas reconocen con gusto que la realidad essiempre más complicada y que, en la práctica, las variables que en teoría sereputan independientes pueden no serlo del todo; que se trata de modelos, deabstracciones. Sin embargo, esos modelos, esas abstracciones tienen la misión deacercarse razonablemente a cómo es la realidad; se presentan con una moderadapretensión descriptiva y explicativa de lo que sucede en el mundo real de loshechos económicos.

Ahora bien, imaginemos que no se dé tal independencia; que en larealidad de la vida socioeconómica todo dependa de todo, la oferta de la

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demanda y la demanda de la oferta, los precios del volumen de producción yviceversa, las expectativas de las inversiones y éstas de aquéllas; y que taldependencia mutua sea tal que resulte imposible o arbitrario dar la primacía aunos factores u otros.

¿Sería así y todo posible una ciencia económica? Tal vez sí, mas tendríaque ser de una índole muy diversa, y apenas bastaría para empezar a pergeñarlael apabullante y espléndido aparato matemático hasta ahora utilizado. No cabeduda de que, cuando y donde todo depende de todo, el saber se hace difícil yproblemático. El saber requiere orden, método, un empezar, un seguir y unacabar. Resulta problemático un saber de lo intrínsecamente enmarañado, unsaber del laberinto, y más de un laberinto sin salida ni entrada; un saber que noacuda a la presunta captación intuitiva u holística, a la visión global indesglosa-ble, porque eso ya no sería saber.

Lo que pasa es que solemos tener la impresión de que justamente loshechos sociales en general son así de enmarañados y —si es que han de serconocidos— requieren de otros procedimientos, de otras técnicas, donde ningúnfactor sea tratado como independiente, ni siquiera provisionalmente.

De paso consideremos que en eso estriba la debilidad fundamental delmaterialismo histórico: en creer que ciertos factores (concretamente loseconómicos) son en última instancia independientes (aunque en los estudiososde esa línea esa última instancia venga a menudo reducida a un concepto límiteo un horizonte ideal de significación puramente teorético-regulativa.)

§5.— ¿Son las leyes económicas funciones continuas?

Una quinta presuposición es que las dependencias expresadas en lasleyes económicas son funciones continuas. Eso significa que no habrá saltos. Nosucederá nunca que, al pasarse de una cantidad X1 a otra X2 muy próxima, elvalor funcional correspondiente de Y2 salte con relación al de Y1. Hay algunaexcepción en ese rechazo de funciones discontinuas (que rara vez se encuentraexpresamente reconocido en la pluma de los economistas), como p.ej. lahipotética admisión de bienes perfectamente elásticos, para los cuales a un preciodado, se vendería cualquier cantidad (hasta el infinito), aunque a cualquierprecio mayor o menor no se vendería nada. La excepción es aparente, por cuantoese concepto de un bien de demanda totalmente elástica es una noción abstractapuramente de límite imaginario y que sirve sólo para fijar aproximaciones decurvas de demanda con escasa inclinación y que, así, tienden a la horizontalidad,que sería esa elasticidad ideal.

Aunque en economía se rechazan normalmente (por no decir siempre)las curvas discontinuas, vienen admitidos los ángulos en algunas casos; p.ej. quepara cualquier valor de la variable independiente igual a un cierto monto, X, elvalor de la variable dependiente sea fijo y, al alcanzarse X, bruscamente el valor

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ascienda; mas siempre que al menos los valores respectivos de la variabledependiente se toquen.

Ese principio de continuidad puede ser muy razonable y muy conformecon una visión leibniziana del mundo. Los saltos tienen algo de molesto, algo dechocante, de difícil de asimilar a la razón, algo de arbitrario. Sin embargo, uncontinuismo a ultranza es difícil de sostener en lo tocante a los hechos de lanaturaleza. Puede que todas las dependencias naturales estriben en dependenciascontinuas y que éstas sean las fundamentales del orden natural, mas no por elloson todas continuas. Hay catástrofes, hay rupturas; aunque sea cierto que aunlas catástrofes estriban en cambios paulatinos y aunque aun la propia catástrofesea un proceso con una cierta continuidad interna.

Mas justamente uno de los dominios del ser donde parece haberdiscontinuidades es el de la voluntad humana; y las acciones que forman elquehacer económico son actos voluntarios humanos. Habrá sus dosis dearbitrariedad en ello, y tal vez en el fondo esos arranques inmotivados, esossaltos bruscos estriben en cambios subyacentes que sí se ajusten al principio decontinuidad. Mas, aunque así sea, el precipitado decisional exhibe un rasgo dediscontinuidad, al menos aparente.

Estamos soportando ruido que va en aumento y aguantamos estoica-mente. Sube un poquitín el volumen y estallamos súbitamente. Puede que esoen el fondo sea superveniente sobre modificaciones neurofisiológicas continuas,exentas de esa aparente subitaneidad. Mas el fenómeno psíquico sí parece unsalto abrupto.

Es así difícil compartir la confianza de los economistas en que las leyeseconómicas, de existir, sean continuas y sin saltos. Mas, claro, esa confianza noes gratuita. Si hay saltos, puede suceder que las curvas o rectas no se crucen. Sila curva de demanda tiene un salto, la curva de oferta podría no cruzarse conella. Entonces el mercado carecería de poder determinante. Todavía pasaría esomás si tuvieran saltos ambas curvas, la de oferta y la de demanda. La fe en elpoder determinante del mercado es, sin duda, lo que lleva a este principio decontinuidad.

§6.— ¿Hay sinuosidades en las leyes de la economía?

Una sexta presuposición es que las leyes económicas expresan funcionesrepresentables como curvas con a lo sumo un único punto de inflexión. O sea,o bien son monótonas, o bien son descomponibles en dos partes monótonas.

Tal presupuesto no aparece nunca explícito y ni siquiera es totalmenteaparente que así sea. Hay incluso alguna excepción, como la admisión de efectosde torsión (curvas que excepcionalmente suben en un intervalo, bajan luego paravolver a subir después). Lo perturbador de esos fenómenos de torsión hace quesólo vengan admitidos como casos rarísimos, pues impiden la previsión de loshechos económicos.

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Frente a ese presupuesto podemos imaginar que, aunque haya leyeseconómicas, y sean representables mediante curvas continuas que correlacionen,sin salto alguno, abscisas con ordenadas —cantidades de una variable indepen-diente con respectivas cantidades de la variable dependiente—, aun así talescurvas sean sinuosas: que, en unos intervalos, sean ascendientes y en otrosdescendientes.

¿Qué problema plantean las curvas sinuosas (curvas que en unosintervalos son crecientes y en otros decrecientes, intercalándose entre sí unos yotros)? El de que, cuando unas variables económicas se expresan en curvassinuosas o fluctuantes, su cruce no es único. Eso significa que el mercado nodetermina unívocamente una cantidad, un punto de cruce.

Justamente en economía se ha alegado a favor del mercado que éste,justo o injusto, ofrece al menos un mecanismo de determinación, al paso que sinmercado no hay más remedio que acudir a arbitrios, a decisiones voluntaristas.Así, una economía planificada se enfrentaría siempre al problema de que elplanificador habría de escoger, por un criterio extraeconómico, el valor de unaserie de variables (cantidad de producción global, reparto de esa cantidad entrelos rubros productivos, distribución del tiempo social entre ocio y trabajo y asísucesivamente); al paso que el mercado permitiría determinar siempre, en virtudde las leyes de las tendencias marginales, unos puntos unívocamente determina-dos de confluencia, de resultado, cualesquiera que fueran los valores iniciales.

Ciertamente se han elaborado recursos conceptuales de gran sofisticaciónen economía —y en disciplinas con ella emparentadas, como la teoría de juegosy la teoría de la decisión; así, las curvas de indiferencia, que hacen ver cómo lapreferencia por un bien puede ser unas veces creciente y otras decreciente. Lapreferencia por ganar más —en lugar de disponer de más tiempo libre— puedeser muy grande cuando se gana poco para tener luego una tendencia marginaldecreciente (un aumento del sueldo tendrá que ir siendo cada vez mayor paraconsentir una disminución del tiempo de ocio); e incluso, pasado un punto deinflexión, tendría pendiente negativa (se prefiere perder sueldo con tal deaumentar el tiempo de ocio).

Mas ¿qué pasa si en un intervalo la pendiente es positiva, en otronegativa, en otro posterior vuelve a ser positiva, más tarde de nuevo negativay así sucesivamente?

Eso puede ser enteramente verosímil. Cuando se gana poquísimo —salvoque ya el tiempo de prestación laboral sea extenuante—, la mayoría de loshumanos preferirán trabajar más y ganar más. Puede que, a partir de un umbral,prefieran trabajar menos ganando menos. Mas es posible que, de incrementarseaún más la oferta salarial, se vuelva a preferir ganar más y trabajar más (porque,p.ej., ya con ese suplemento puede uno tener otras ambiciones, otras aspiracio-nes: cursar una carrera, disfrutar al cabo de unos años de unas vacaciones deensueño, renovar el vestuario de toda la familia). De nuevo, puede haber un

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estadio ulterior en el que, agotadas esas perspectivas, vuelva a ser preferible elocio. Y puede que, incrementada todavía más la oferta salarial, vuelva a primarcomo valor el de incrementar los ingresos, para poder pagar la hipoteca parauna casa con jardín, ofrecer a los hijos estudios en colegios selectos, costear unaboda despampanante para el hijo primogénito. Y así sucesivamente.

Algo parecido se podría decir si se tomara la evolución de la otravariable: la del tiempo de ocio. No es lo mismo pasar de una semana laboral de80 horas a una de 60 que pasar de una de 48 a una de 40 o de una de 38 a unade 35; o de una de 20 a una de 15. Puede que la tendencia sea marginalmentedecreciente, pero muy verosímilmente lo es en unos intervalos sí y en otros no.

Veamos otro ejemplo. Las teorías económicas sostienen que la competen-cia hace bajar los precios: el productor de mercancías ofrece éstas a una preciolo más alto posible siempre que pueda venderlas; y, cuando no puede, baja elprecio al menos hasta alcanzar el coste de producción.

Sin embargo —y frente a esa supuesta ley de la competencia— puede queen unos intervalos el productor baje los precios y en otros los suba. No es unaaberración subir los precios frente a una deterioración de las posibilidades deventa; el mercader que lo hace calcula que así puede ganar más vendiendomenos. El mercader no tiene por qué vender todo su producto. Si vende 10pulseras a mil escudos cada una puede ganar más que si vende 20 a 500escudos, porque tendrá que soportar la mitad de gastos de facturación. Laspulseras no vendidas puede destruirlas o guardarlas o regalarlas para obras decaridad.

Sea como fuere, cabe que el mercader, al aumentar la competencia ydisminuir las posibilidades de venta, baje los precios; al exacerbarse aún más lacompetencia, los suba (conformándose con vender menos pero ganando más encada venta, tal vez porque piense que de todos modos, con tanta competencia,no va a vender más aunque baje los precios o no los suba); con un aumentotodavía mayor de la competencia, puede volver a bajarlos; y así sucesivamente,en un incesante zigzag. Esa conducta no es irracional.

En realidad los propios economistas han propuesto modelos —como losde la telaraña— que capturan algunas situaciones así —como aquellos en los queel agente económico actúa según lo ocurrido en un módulo temporal precedente,y que dan lugar a las curvas en espiral, ya sean convergentes o divergentes; asíp.ej. se explican las fluctuaciones del mercado agrícola, calculando el productorlas posibilidades de venta según la temporada anterior, de suerte que oscilan elexceso de demanda y el exceso de oferta. También se han propuesto modelos asípara explicar la conducta de los oligopolios, que amplían o reducen suproducción y suben o bajan los precios. Sin embargo, si el carácter oscilatorio esun rasgo general, aun esos modelos son insuficientes, y casi todo en economíaestá sujeto a tales vaivenes, siendo imposible la previsión, salvo si se manejarauna información inabarcable.

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§7.— ¿Vale para la economía el tercio excluso subjuntivo?

Una séptima presuposición es que hay una verdad en los condicionalessubjuntivos que se deducen de leyes económicas.

¿Se trata de un axioma independiente? No; si hay leyes económicas,tienen que ser verdaderos esos condicionales subjuntivos; pero esta séptimapresuposición podría mantenerse aun sin leyes económicas.

La idea subyacente es que vale el principio de tercio excluso subjuntivo,a saber, que, o bien si sucediera que A sucedería que B, o bien si sucediera queA no sucedería que B. Se cree equivocadamente que ese principio se deduce delde tercio excluso. No es así; el principio de tercio excluso implica que, o bien sisucediera que A sucedería que B, o bien no es el caso que, si sucediera que Asucedería que B. Mas no ser el caso que, si sucediera que A, sucedería que B noimplica ser el caso que, si sucediera que A, no sucedería que B.

O bien es verdad que, si Galdós y Balzac hubieran sido compatriotas,ambos hubieran sido españoles, o bien no es verdad; mas no es cierto, que, obien, si hubieran sido compatriotas, ambos habrían sido españoles, o bien, sihubieran sido compatriotas, ninguno habría sido español (ninguno, no siéndolouno de ellos). Ninguno de esos dos disyuntos es verdad, porque no hay unasituación contrafáctica única de ser compatriotas esos dos escritores; hayinfinitas, por lo cual no podemos asumir LA hipótesis de que hubieran sidocompatriotas, sino una hipótesis así de entre muchas.

Mas en economía se piensa que, con o sin leyes económicas, loscondicionales subjuntivos de ellas deducibles tienen una valor veritativo único.Así se asume la creencia del precio de mercado para una mercancía, a saberaquel al que se vendería toda ella: cuanto más barata sea, más se vendería; a talprecio, se vendería tanta; a un precio tanto más bajo, se vendería más; a 0, toda.Mas de nuevo no hay una situación única que sea aquella en la que la mercancíacueste X escudos. Hay muchas situaciones así; en unas, podría venderse toda,en otras nada, en otras una parte mayor o menor.

Eso deshace la base de la curva de demanda, la idea de que hay unacorrelación precisa y única por la cual a cada precio le corresponde una cantidadde venta, tanto mayor cuanto menor sea el precio. Similarmente puedecuestionarse la base de la curva de oferta, o sea de la disposición de losproductores a producir tanto si el precio es tal, con tendencia a producir máscuanto más alto sea el precio. Si no vale el principio del tercio exclusosubjuntivo, puede no ser verdad que, si la unidad de tal mercancía costara 100escudos, se ofertarían 500 unidades, ni que, si costara 100 escudos, se ofertarían600 ni ninguna otra cantidad determinada.

Es muy dudoso que sean verdaderos la mayoría de los condicionalessubjuntivos que se refieran a actos humanos, dada la inmensa complejidad de

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nuestras decisiones y la pluralidad infinita de situaciones alternativas quepodrían coincidir con la existencia del hecho expresado en la prótasis delcondicional respectivo.

Verdad es que los economistas suelen tomar la razonable precaución deinsertar frecuentemente la cláusula «cæteris paribus». Si las patatas costaran unreal menos, cæteris paribus se venderían tantos kilos más. Si los sueldos subieranun 10%, cæteris paribus habría un tanto por ciento más de oferta de trabajo. Y asísucesivamente. El problema es que la verdad de la prótasis del condicionalsubjuntivo exige que no tengamos cætera paria. No puede estar más bajo el preciode la patata y no haber ningún otro cambio. O sea, la cláusula «cæteris paribus»sólo cumple aquí su misión por expresar un condicional que, con esa cláusula,es vacuo, por tener una prótasis de imposible cumplimiento. Igual que, si 2+2fueran 5, la Luna sería mayor que la Tierra. Nótese que, a tenor de eso, si elprecio de las patatas bajara cæteris paribus se venderían más, pero también sevenderían menos.

Tal vez no haya que tomar entonces la citada cláusula totalmente al piede la letra; quizá haya que verla como una aproximación; algo así como «en lamedida en que los demás factores no se alterasen y sucediera A, sucedería B».Mas, siendo del todo imposible, es dudoso en qué estribaría una aproximación.¿Cuál sería una realización aproximada de que 2+2 fueran 5? ¿Cómo podríaaproximarse la realidad a que bajara el precio de la patata sin producirse ningúnotro cambio relevante?

Por todo ello, no es evidente que confirmen la verdad de esas leyes loscondicionales subjuntivos implicados por las leyes económicas, porque engeneral, antes bien, muchos de ellos probablemente son falsos, salvo con lacláusula «cæteris paribus», con la cual son todos trivialmente verdaderos.

§8.— ¿Hay rasgos económicamente impertinentes?

Una octava presuposición es la de que los productos de las accioneshumanas, así como esas mismas acciones, poseen unos rasgos que soneconómicamente pertinentes y otros que no lo son en absoluto; y eso, no ya engeneral, sino para cada caso concreto. Serán indiferentemente intercambiables(mutuamente sustitutivos) aquellos bienes y servicios que comparten los rasgoseconómicamente pertinentes en el contexto de que se trate en cada caso.

Así, p.ej., si uno quiere comprar pan blanco, le es indiferente que lasbarras sean anchas o estrechas, de corteza más o menos amarillenta; que elpuesto de panadería esté a 50 metros de la entrada en la plaza o a 60 metros. Elrasgo diferenciador relevante será el precio. Por otra parte, muchas de las listasusuales de bienes o de servicios mutuamente sustitutivos tienen no poco deartificial y de convencional. La sustitutividad habría de acreditarse con unestudio sociológico empírico. ¿Son sustitutivos el té y el café? De algún modo,para algunos usos y ciertos consumidores, pueden serlo, mas no en general.

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De nuevo hay que advertir que los economistas saben que la realidad esmás compleja, y que al comprador no le resulta nunca completamenteindiferente todo eso. Mas confían en que, por la ley de los grandes números (ala que me referiré después), las desviaciones de unos en un sentido secompensen con las de otros en otro sentido; o, en cualquier caso, que se trate dedesviaciones marginales de escasa monta, y a la postre desdeñables.

El problema estriba en que la relevancia y la irrelevancia de un factordependen enteramente del contexto. En un contexto puede que lo que elcomprador busque sea algo que comer y nada más comer, importándole pocosi es tocino, hojaldre, gachas o aceitunas. En otro contexto puede estar buscandoel segundo plato para el almuerzo, y tomar como alternativas sólo ciertosingredientes alimenticios. En otro contexto puede estar buscando cómo gastarsus últimos francos, ya incanjeables, titubeando entre unos pasteles, una entradapara el cine o la piscina o un objeto de bisutería.

No se les escapa a los economistas que es meramente relativa esasustitutividad mutua de ciertos bienes y servicios con otros; y que, de algúnmodo, cualquier bien y servicio compite con cualquier otro, dentro de la fronterade las posibilidades presupuestarias. Sin embargo, tales complicaciones entranmás bien como elemento perturbador que no han de empañar el resplandor dela discriminación fundamental entre lo que es relevante y lo que no lo es —encada entorno y en cada situación económica. La infinitud de grados, aspectos ymatices de la relevancia no puede reconocerse ni menos realzarse.

Por otro lado, las diferencias dizque menospreciables entre mercancíaspresuntamente equivalentes pueden ser de enorme importancia subjetiva. Nopensemos ya en el valor que muchos consumidores otorgan a rasgos accidentalescomo la marca, la etiqueta o el logotipo, sino que incluso otros menos visiblespueden contar mucho. Desde luego, cuentan sólo hasta cierto punto. Unconsumidor que pague más caro por adquirir su mercancía en una tienda deprestigio —aunque eso no se vea en ningún signo externamente perceptibleestampado en los productos— seguramente estará cada vez menos resuelto amantener tal preferencia a medida en que otros establecimientos ofrezcanproductos comparables a precios mucho más bajos. Mas cuánto influya cadafactor depende de variaciones personales y sociales, de pautas culturales, desituaciones políticas, de modas, de modelos de comportamiento, de estereotipossociales. Eso hace muy dudoso que se puedan establecer leyes generales alrespecto que prescindan de todas esas variaciones, leyes presuntamenteobjetivas.

La mayor dificultad en torno a esa discriminación ideal entre rasgospertinentes y no pertinentes es que tanto la diferencia entre pertinencia y no-pertinencia cuanto las distinciones de grado al respecto pueden ser tensorialesy no escalares. Cada agente humano se halla ante un cúmulo de consideracionescuando se enfrenta a una toma de decisión; de esas consideraciones, unaspueden tener una relevancia de cierto grado, otras otra relevancia también de

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cierto grado, mas sin ser conmensurables entre sí, porque los aspectos en que searelevante, o más relevante, un factor difieran de aquellos en que es relevante, omás relevante, otro factor.

Así, un comprador puede preferir comprar aquí para no tener que cruzarla calle (siempre hay un riesgo de atropello), pero preferir comprar en la acerade enfrente para beneficiarse del precio más bajo que allí se practica; lo uno loprefiere en un orden de consideración, lo otro en otro orden de consideración,sin disponer de ningún criterio para conmensurar ambos órdenes y zanjar. Laperplejidad se resolverá de un modo u otro, mas puede que no por un criterioracional.

Son útiles y fecundos los utillajes conceptuales diseñados por loseconomistas y los estudiosos de la teoría de juegos, al mostrar posiblesinteracciones entre consideraciones de diversos resortes; así las curvas deindiferencia serían conjuntos de puntos de equilibrio en cada uno de los cualesel decisor optimiza el resultado dentro de las posibilidades que se le ofrecen(cualquier incremento en el disfrute de un bien o servicio acarrearía en tal puntouna renuncia más dolorosa al grado de disfrute de otro bien o servicio). No cabeduda de que es una noción útil y a menudo conveniente, aunque sea frecuente-mente convencional y de mero valor entendido. Mas también sucede que paralos seres humanos de carne y hueso muchas veces no hay cómo comparar unasganancias con unas pérdidas: si el escozor del que ha sido denigrado en laprensa es menor o mayor que la satisfacción de la indemnización que arrancaen el juicio, o si la tranquilidad de un empleo estable mal remunerado reportamayor o menor bienestar que un sueldo alto para un empleo cargado deresponsabilidades y zozobras. A veces sí, pero a veces no se puede proceder auna conmensuración. A veces lo único que puede decirse es que lo uno es mejoren un aspecto y lo otro es mejor en otro aspecto, sin que haya ningún campopara un balance final habida cuenta de todo.

Eso no obsta para que puedan hacerse, así y todo, conmensuracionesestadísticas. Aunque los decisores no digan cuánto valoran el factor A y cuántovaloran el factor B, los datos estadísticos pueden mostrar preferencias finales,que de algún modo revelan que, digan lo que digan (a los demás o a sí mismos)a la postre sí exhiben en sus decisiones unos patrones de conmensuración o dejerarquización (sea por una ordenación lexicográfica sea por algún criterioinconsciente de ponderación).

Mas, en primer lugar, eso sólo pueden decírnoslo los estudios sociológi-cos empíricos; y, en segundo lugar, no ha de sobreestimarse el alcance de talesresultados. Que la balanza de la decisión se incline finalmente por uno de losvalores en contienda —o sea, por aquella alternativa que más incorpore ese valory menos su contendiente— eso no prueba que finalmente haya habido cómoproyectar el orden parcial, tensorial, en un orden escalar, lineal, ponderando louno con lo otro. Puede que, en vez de eso, meramente haya habido un dejar de

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lado las consideraciones de un tipo atendiendo sólo a las de otro tipo, sea porla razón que fuere.

En resumen, lo erróneo de esta octava presuposición es omitir odesconocer la insuperable tensorialidad o no-linearidad de las relaciones derelevancia o pertinencia de los factores para las decisiones humanas.

§9.— ¿Todo lo que no es maximal u óptimo es irracional?

Otro presupuesto de las teorías económicas es que sólo la maximizaciónu optimización es racional. Hay una motivo para abrazar ese presupuesto, y esque decidir es optar. Al decidir hacer A, de algún modo se decide no hacer nadade lo incompatible con A. Así, decidir pasar las vacaciones en Alicante es, oimplica, no pasarlas en Almería ni en Quíos; implica una renuncia a esasopciones alternativas, y a la de no veranear (dedicando el dinero correspondientea la renovación de los electrodomésticos, p.ej.). Si decidir algo implica descartarlas alternativas, parece claro que decidir algo menos bueno que otras alternati-vas, algo que reporte menos satisfacción, es una elección no-racional.

No es así. No ya porque muy a menudo (y como lo he mostrado en elpunto anterior) diversos órdenes de valoración pueden avalar, desde diversosángulos válidos mas inconmensurables, sendas preferibilidades, sino porque ladecisión humana de hacer una cosa no significa la decisión de no hacer lasalternativas; a lo sumo implica la no-decisión de hacer las alternativas. Nodecidir ir a veranear a Quíos no significa decidir no ir a veranear a Quíos. Nisiquiera para quien ha estado sopesando pros y contras de veranear en Ibiza oen Quíos la decisión de ir a Ibiza forzosamente contiene o encierra o involucrauna decisión de no ir a Quíos. No, sencillamente se ha dado a la postre unadecisión de ir a Ibiza y una no-decisión de ir a Quíos. La decisión es racional sihay motivos racionales para ir a Ibiza; o sea, si esa decisión es la conclusión deun razonamiento práctico con premisas razonables. Se desea pasar unos días dedescanso y baño en un sitio soleado; ese fin se puede alcanzar yendo a Ibiza,donde los precios están al alcance del bolsillo de uno. Luego se decideracionalmente hacerlo.

¿Es irracional tomar una decisión que se infiera de premisas razonablesmediante una regla de inferencia práctica racional, si también están presentesconsideraciones en contra? Lo que pasa es que esa regla de inferencia prácticano sería racional. La inferencia práctica no es puramente deductiva; sólo esracional sacar una conclusión práctica de unas premisas (respecto a los fines queuno persigue y a ciertos medios para alcanzarlos) en ausencia de una considera-ción que oponga un obstáculo grave; o sea, en ausencia del conocimiento de uninconveniente grave de la posible decisión. Será racional decidir hacer estoporque así se sabe que se alcanzará el fin deseado, a menos que haya una razónpoderosa para abstenerse de hacerlo.

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Mas la posibilidad de alternativas viables, incluso mejores, no es uninconveniente grave. No es un inconveniente grave para trabar amistad conalguien que el tiempo de esa trabazón amistosa se podría dedicar a otrasamistades o a otras actividades (leer novelas, jugar al parchís, estudiar economíapolítica), con un resultado final tal vez más satisfactorio (si es que cabe laconmensurabilidad).

La busca de la maximalidad u optimalidad es un rasgo de la filosofía deLeibniz. Sin embargo, para Leibniz se trata de justificar a Dios. La decisióndivina de crear un mundo es también una decisión de no crear los mundosalternativos (y no sólo una no-decisión de crearlos). Dios no actúa arbitrariamen-te o sin razón, y sólo puede venir determinado por la elección de lo mejor. El serhumano tiende a guiarse (imperfectamente) por esa regla de optimalidad comoparticipación finita del bien que es.

En realidad, sin embargo, Leibniz es muy dudoso que atribuya al serhumano el ajustarse a una regla de optimalidad, y debate agudamente variosproblemas de aparente inconmensurabilidad de bienes (recuérdese lo que dicede Medea y el bien deleitable). Sea como fuere, es debatible la obligación deperfección para el ser humano; y desde luego lo es la acusación de irracionalidadcontra los cánones decisionales que no se ajusten a la regla de maximalidad uoptimalidad.

De nuevo hemos de preguntarnos cuán importante es la regla demaximalidad u optimalidad en economía. La importancia viene de que laeconomía estudia la conducta de agentes racionales dispersos que, encontrándoseen el mercado, convergen en puntos de equilibrio mercantil, estando cada unode tales puntos unívocamente determinado por el mercado. Eso requiere que nohaya alternativas variadas que sean sendas líneas de acción o decisión racionalde los sujetos, porque esa pluralidad impide que el cruce en la plaza marque unpunto unívoco y único de encuentro. Si en cada caso sólo puede haber una únicalínea racional, ha de ser la de optimización o maximización.

Cuán divorciado de la realidad humana se halla ese enfoque lo revela elhecho de que, en rigor, casi ningún ser humano tiene tendencia alguna amaximizar nada: ni su beneficio ni su placer, ni la falta de dolor, ni el bien ajeno,ni el elogio que fundadamente se tribute a sí mismo, ni nada. Tal vez si todoslos fines, todos los valores, fueran conmensurables podría decirse que cada quienmaximiza la combinación adecuada de esos diversos fines —adecuada según suspropias pautas ponderativas. Mas ya sabemos cuán dudoso es que eso seaposible y mucho más que se dé en realidad. Ni el empresario (salvo en unaimage d’Épinal) tiene como fin maximizar la ganancia, ni el consumidormaximizar sus compras, ni el trabajador maximizar el salario o el tiempo libre.En cada caso aspiramos a ganar, adquirir, cobrar, gozar de tiempo libre, mas noal máximo de nada de todo eso, ni al máximo de la óptima combinación de losdiversos factores.

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Para cerrar este apartado conviene mencionar que en general loseconomistas tienden a considerar que los agentes económicos se mueven sólopor un interés económico. No son ingenuos tales economistas, sabiendo que hayindividuos que no son así. Mas se trataría de casos atípicos desdeñables. Enrealidad, esa visión del interés económico como móvil es un corolario delprincipio de maximalidad: puesto que cada individuo trata de maximizar algo,y que estamos hablando del quehacer y el intercambio económicos, el algo encuestión será económico, o sea el interés, lucro o ganancia.

Nadie duda que el interés económico es uno de los móviles de la acciónhumana, y que explica muchas cosas. Mas no todas, ni del modo imaginado porel materialismo histórico ni del que inspira el pensamiento de la economíapolítica. Hay muchos afanes humanos (la gloria, el placer, la buena opinión desí mismo, el bien ajeno, el confort moral que produce procurar ese bien, labelleza, el disfrute de la belleza, la compañía, la soledad, la venganza, la sed deviolencia, el amor, …). Normalmente no queremos maximizar ninguno de esosvalores (o, según se mire, pseudovalores o antivalores), como tampoco el lucro(ni nada mensurable en términos de mero lucro).

§10.— ¿Son los recorridos económicamente irrelevantes?

Otro presupuesto de la economía es que carece de relevancia cómo sellega a un valor determinado de la variable dependiente: las dependencias queexpresan las leyes económicas sólo establecen correlaciones de magnitud de lavariable dependiente respecto de la independiente.

De nuevo es menester aquí matizar eso, porque a los economistas no seles escapan los factores dinámicos (v. lo dicho más arriba sobre los modelos detelaraña, y los cálculos decisionales que toman en consideración lo ocurrido latemporada anterior o las expectativas para la siguiente). Mas de tomarplenamente en serio esos factores dinámicos, se derrumbarían los cimientos dela disciplina. Tales cimientos quedan sentados como los de un modelo básicocorrecto, que habrá que corregir y retocar mas no cuestionar. Así permaneceráinalterada una correlación básica, una curva de demanda, una curva de oferta,y así sucesivamente, aunque luego el modelo se complique.

Ahora bien, la trayectoria, el cómo se ha alcanzado una situación, es tandecisivo para la toma de decisiones individuales y colectivas como el resultadoal que se ha llegado, para no hablar ya de las expectativas de futuro, que lo sonmás (y que no son las mismas para todos ni en todos los contextos, porque paraunos el corto plazo son 10 meses y para otros son 10 años).

No es verdad que a tal precio de tal producto le corresponda tal volumende demanda. Depende. Depende de miles de factores, entre otros de cómo sehaya llegado al precio actual, de cuál haya sido el proceso causal efectivamenteseguido. En una sociedad, comparando con los precios anteriores, el consumidor

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lo sentirá como barato, y en otra como caro, siendo el mismo precio. Eso haceque las correlaciones básicas sean del todo cuestionables, no ya por ausencia deelementos complicativos, sino porque cabe sospechar que no corresponden anada real.

§11.— ¿Hay simetría entre oferta y demanda?

Un undécimo presupuesto de la economía es que se da una simetríaentre oferta y demanda. No hay jerarquía entre ellas, cada una es independientede la otra y obedece a su propia lógica; lo que se da es un encuentro en la plazaentre oferta y demanda, un equilibrio mercantil.

Ahora bien, si la expresión de «oferta» es aproximadamente acertada, lade «demanda» es muy desafortunada. El adquirente rara vez es un demandante.Lo es, ciertamente, un cliente que se dirige a un sastre para encargarle un traje,o a un fontanero para arreglarle el lavabo, o quien llama a un taxi para llevarloa la estación de tren; tal vez el cliente de una peluquería, el de una agencia deviajes, y en general el adquirente de servicios.

Mas en general el comprador de mercancías no demanda nada; y, cuandodemanda, su demanda no suele ser atendida. Si pide uno en un supermercadoque se fabriquen y vendan sandalias de tal tipo (como, p.ej., las que ha traídoun amigo de tal sitio), su demanda no surtirá efecto alguno. Ni el productor niel comerciante preguntan a los eventuales clientes qué desean.

El oferente sí ofrece, y el comprador o adquirente se limita a aceptar, ono aceptar, esa oferta. La decisión le pertenece total y exclusivamente al oferente(con la parcial excepción de algunos servicios, y del arrendamientos de obras,o la esporádica realización de encuestas previas). El cliente no tiene arte ni parte,y su única decisión es la de rechazar o no la oferta. Porque tampoco es que elcliente o comprador esté ofreciendo dinero y el vendedor o comerciante acepteesa oferta a cambio de una mercancía. Justamente ésa es la diferencia entre eldinero y una mercancía más: éstas se ofrecen, y con la entrega de dinero seperfecciona la aceptación de esa oferta.

Eso significa que el equilibrio mercantil entre oferta y demanda no es unpunto de encuentro neutral, un fruto bienvenido de las preferencias nojerarquizadas de los agentes económicos, un indicador de las preferenciassociales o de la voluntad general. Lejos de eso, tal equilibrio es sólo el resultadode las opciones desagregadas de aceptación o rechazo de las ofertas disponiblespor los dispersos consumidores aislados. Cada aceptación y cada rechazo se danen el marco de la oferta disponible real, tal y como efectivamente se brinda y seofrece, aunque la inmensa mayoría de los compradores hubieran preferido otrasopciones y éstas sean técnicamente viables.

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§12.— ¿Carece de influencia un individuo o grupo de individuos?

Un duodécimo presupuesto de la economía es que, en un mercado librecon múltiples vendedores y compradores, cada individuo o grupo de individuoscarece de influencia. El mercado es así una fuerza anónima, una mano invisible,lo cual no significa una conspiración oculta de la Razón, o del destino, sinosencillamente que, por una necesidad objetiva, la impotencia de cada individuoo grupo de individuos frente al anonimato multitudinario del mercado libre hacela decisión individual irrelevante. El individuo (y el grupo de individuos) esprecio-aceptante. Cuando no, ya no estamos (por definición) en mercado libre,sino en un mercado oligopólico o monopólico.

Ese objetivismo de la fuerza del mercado puede parangonarse en ciertomodo con el objetivismo sociológico durkheimiano, al reconocer a unainstitución social (el mercado) una entidad en sí y una fuerza constreñidora quedoblega inexorablemente las voluntades individuales y de grupo.

La dificultad con ese presupuesto estriba en que la experiencia muestraque las decisiones individuales coincidentes perturban y alteran la preferenciasocial, trastrocando el equilibrio mercantil. Se han puesto las patatas a 12 reales;Juan Español es precio-aceptante; no puede hacer bajar ese precio; pero puedeno comprar patatas, y sí macarrones, o comer un poco menos este mes. ComoJuan lo hacen millones de Juanes. Así viene modificado el equilibrio mercantil.(Eso todavía no determina cómo evolucionarán los precios; los comerciantespueden subir el precio, viendo la menor demanda y conjeturando que la quequeda es inelástica, y tirar parte del excedente.) La decisión social es también unproducto de las decisiones individuales.

Lo mismo se ve en la regulación del tráfico. Puede pensarse que elmercado del flujo circulatorio determina equilibrios entre la disponibilidad viariay las aspiraciones de movilidad rápida. Sin embargo, si el lunes hay congestión,el martes pueden estar medio-vacías las calzadas; al lunes siguiente pueden estarvacías y unos lunes después atascadas. Como en teoría de juegos, el cálculo delos cálculos ajenos puede ir al infinito. Lo que sucede en realidad es que no sealcanza nunca un equilibrio, sino que hay un perpetuamente oscilantedesequilibrio.

§13.— ¿Es correcta la ley de los grandes números?

El último presupuesto de la economía es la ley de los grandes números(que en rigor puede que sea un corolario del presupuesto de irrelevancia de lasdecisiones individuales). Los economistas saben que sus modelos se apartan dela complejidad de la vida real, mas piensan que las variaciones individuales sondesviaciones que tenderán a compensarse, al ir unas en un sentido y otras enotro, cuando se aumenta más y más el número de casos. Como el mercado espotencialmente infinito, se desvanece el peso de lo individual.

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A favor de ese tipo de consideración se invoca el cálculo de probabilida-des: cuando lanzamos una moneda al aire, saldrá cara o saldrá cruz. Puede quede 10 veces que lo hagamos, salga 7 veces cara; «sabemos» que, si la echamosal aire 100 veces, seguramente no saldrá 70 veces cara, sino menos veces; y que,si la tiramos mil veces, todavía más se igualará el número de veces de cara y elde cruz. Y así sucesivamente.

¿Sabemos todo eso? No lo sabe el autor de estas líneas. No le consta.Imagino perfectamente una moneda acuñada de tal modo que tienda a salirmucho más frecuentemente un lado que el otro. La convención de que, al echaralgo a cara o cruz, tantas probabilidades hay de lo uno como de lo otro (si esque tenemos clara la noción de probabilidad, que en sí es un enigma) no pasade ser una simple convención; será cómoda, práctica, pero no está demostradasu verdad.

Podemos imaginar perfectamente una alternativa aparentemente aleatoriaen la que, al aumentar el número de ensayos, se produzcan mayorías oscilantes.Imaginemos una moneda tal que, de cien veces que se lance, sale cara 70 veces;de mil veces, sale cruz 700 veces; de 10.000 veces, sale cara 7.000 veces. Seríararo, y nos resultaría dificilísimo brindar una explicación. Mas lo que no valdríafrente a tan desconcertantes resultados sería reafirmar la fe en la ley de losgrandes números, y meramente recomendarles a los experimentadores queprosigan incrementando el número de ensayos inculcándoles la convicción deque antes o después alcanzarán el umbral (ya a partir de ahí irreversible) de50/50.

Valga lo que valga la ley de los grandes números para otras cosas, tengael fundamento científico que tenga, es muy cuestionable su aplicabilidad en lapredicción de los comportamientos colectivos y sociales —frecuentementecaracterizados por la oscilación y la ley del péndulo.

§14.— Defendibilidad de la economía planificada

Las tesis que he atribuido a los economistas en general no son comparti-das por todos ellos. Hay una pluralidad de escuelas. Y algunas de mis críticaspueden recordar a los reparos que, desde dentro de la ciencia económica, hanenunciado algunas de sus lumbreras, como Joseph Stiglitz y George Soros.

Sin embargo, dudo que una sola de mis 13 críticas se halle en los textosde esos u otros economistas, o por lo menos yo no la he encontrado. Sí hay enellos (y ya antes en los propios adalides de la escuela austríaca, como von Misesy von Hayek) un cuestionamiento de las idealizaciones adicionales de laortodoxia manchesteriana, como la perfecta racionalidad de los agentes y elsupuesto de que actúan con adecuado conocimiento del mercado (hipótesis dela transparencia). Sin embargo mis críticas van más lejos.

Si mi refutación vale, el mercado es pura ficción. Desde luego mis críticasno agotan el ámbito de las consideraciones que pueden aducirse en contra de la

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ideología mercantilista, e.d. de la tesis de que el mercado es un mecanismoindependiente y objetivo que, al margen de las manipulaciones, acaba determi-nando soluciones racionales para los problemas económicos y así respondiendoa cuestiones prácticas esenciales cómo la de qué producir, en qué trabajar,cuántos recursos asignar a tal tarea, cuántos a tal otra, cómo remunerar losesfuerzos de los unos y de los otros, y así sucesivamente.

A la ingenua idea de que esos enigmas los resuelve el mercado —segúnlo estudia la economía marginalista o neoclásica— cabe también oponer otrohecho, a saber: que el mercado real no es uno de competencia perfecta (ni enrigor lo ha sido nunca, pero hoy menos); por lo cual no importa que las leyeseconómicas valgan para un mundo de competencia perfecta —en el cual seríaviable, o incluso fácil, acceder al mercado, con costos bajos de entrada, siendola competencia libre y no obstaculizada.

Más que de capitalismo monopolista financiero (tesis de Hilferding yLenin) habría que hablar de un mercado oligopolístico. Los propios economistasortodoxos reconocen que en un régimen de oligopolio no valen leyes económi-cas, sino que lo que se da es una oscilación caótica, con un frenético movimientopendular en el que, tan pronto los oligopolios establecen un pacto tácito paralimitar el efecto de la competencia entre ellos, tan pronto, por el contrario, seentregan a una lucha encarnizada, en la que todo vale (por mucho que lalegislación se empeñe en prohibir las prácticas de competencia desleal): desdeofertar bienes o servicios a pérdida (maquillando la contabilidad para burlar lavigilancia de los organismos de control financiero y tributario) hasta el recursoa hostigamientos ilícitos e incluso delictivos, sobre los que se suele echar tierraencima.

En un mercado real acaparado por los oligopolios (en gran medida, almenos en unas cuantas de las ramas de mayor peso) sucédense las oscilacionesen forma de turbulencias aparentemente aleatorias; tal vez la psicología socialpodría explicarlas y predecirlas, pero lo que de ahí transciende, a efectosprácticos, es una imprevisibilidad radical, una indeterminación total, de suerteque cualquier medida puede tener casi cualquier resultado (aunque loseconomistas siempre acabarán, una vez consumado el hecho, brindándonos unapredicción retrospectiva).

En este capítulo he preferido centrarme en supuestos más básicos queatacan incluso la ilusión de que en un mercado imaginario de competenciaperfecta las leyes de la economía marginalista servirían para prever científica-mente qué efectos se seguirían de determinadas hipótesis.

Siendo todo ello así, ¿qué objeción queda en pie contra la economíaplanificada? Recordemos el debate doctrinal de los últimos años 1920 y de ladécada de los años 1930, cuando las luminarias de la escuela de Viena predijeronque la economía planificada se estrellaría nada más arrancar, por la imposibili-

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dad del cálculo económico, a causa del problema de la indeterminación.1 A faltade mercado, de un mecanismo objetivo, no manipulado, que determina losprecios de las mercancías (incluidos los factores de la producción, capital ytrabajo), la asignación que haga un planificador tendrá que ser arbitraria —segúnla opinión de esos economistas; y, siéndolo, acabará causando una dedicación derecursos totalmente irrazonable, produciendo demasiado de lo que no hace faltay nadie quiere, demasiado poco de lo que sí se quiere, utilizando procedimientosinadecuados y no innovando en la busca de otros más eficientes.

Pero, ¿qué sucede si, en lugar de que el mercado determine los preciosde las mercancías según leyes que a la ciencia económica le esté dado averiguar,el precio viene dado por una caótica fluctuación resultante de un entrecruza-miento de factores que el conocimiento humano no puede prever y que no seajusta a criterios de maximalidad u optimalidad ni a pautas de regularidad (quesólo reflejan la psicología de un personaje legendario, el homo oeconomicus)? Loque sucede es que, entonces, la presunta indeterminación a que se enfrenta elplanificador no está en desventaja respecto a lo que acontece en el mercado.

Los problemas de la opción del planificador serán los de la racionalidadpráctica, sobre todo el de cómo hacer conmensurables valores diferentes, cómoproyectar en una dimensión la multidimensionalidad del espacio de la praxis yde los valores que la inspiran. A falta de criterios racionales, es verdad quemuchas veces el planificador decidirá más o menos arbitrariamente (si se quiere,discrecionalmente). Lo que le permite ir corrigiendo sus decisiones es lo mismoque a cualquiera, en la conducción de su vida, le da pie para ir cambiando susopciones.

El planificador no necesita2 fijar precios según los que establecería elmercado, o recurrir a procedimientos de corrección de asignaciones iniciales quecoincidirían exactamente con los que habría realizado el mercado. La panopliade sus opciones es mucho más amplia.

Aun en una economía totalmente planificada subsiste un mercado, peroes sólo aquel en que entran el productor-planificador y el consumidor final.

Imaginemos una economía plenamente planificada, en la que existiría unaúnica empresa que monopolizaría toda la producción de bienes y toda la ofertade servicios. La empresa puede ser pública o privada; si es privada estará sujeta(esperamos) a un control publico.

1. No vale aducir, en apoyo a aquellas tesis, que a la postre el sistema de la planificación ha fracasado. Que ha sidoabandonado es una cosa; que haya fracasado, otra, tal vez verdadera, pero que no se sigue de su abandono. Y, aunsuponiendo que fuera verdadero el fracaso, podría tener muchas explicaciones, no forzosamente la de la imposibilidad deplanificar, que es lo que sostenían aquellos agoreros. De todos modos una predicción que se cumple 60 años después carecede valor científico, siendo a lo sumo un vaticinio. Tendrían que explicar los éxitos obtenidos entre tanto; y es que —como decíaKeynes— a largo plazo todos muertos.

2. Hipótesis benévola de A.C. Pigou, Socialismo y capitalismo comparados / La «teoría general» de Keynes, Barcelona: Ariel,1968 (Trad. M. Sacristán y M. Pastor).

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Esa empresa tiene una misión, la de producir bienes y servicios yproporcionarlos al público del modo que se satisfagan mejor las necesidades dela gente. Cuando comete un error y produce demasiado de algo, todavía tienevarias opciones. Si los directivos de la empresa única creen que ese algo es muysignificativo para la calidad de vida, pueden abaratar más su puesta adisposición del público, o incluso ofrecerlo gratuitamente, y llevar a cabocampañas publicitarias para promocionarlo; así, p.ej., con bienes culturales(libros, acceso a museos, discos de música clásica, etc). Alternativamente puedenrestringir la producción de ese bien o servicio.

Cuando la empresa se encuentre con una insuficiente producción de unbien para atender la demanda, también tiene varias opciones, desde dedicar másrecursos a la producción de ese bien, a fin de ofrecerlo en mayor cantidad, hastaestablecer filtros para la oferta del bien (criterios o requisitos de los comprado-res) o elevar su precio.3

La empresa única se enfrentaría a problemas tales como determinar laduración de la jornada laboral (aparte de que seguramente el legislador facilitarálas cosas, restringiendo sus opciones al respecto). Y tendrá en cuenta el debatesocial. ¿Qué vale más, mucho tiempo libre y vivir menos confortablemente, omás comodidades trabajando más? No existe ningún canon objetivo pararesolverlo. Depende del espíritu de los tiempos, de las circunstancias, lasexpectativas, los recuerdos. Ahí no entra para nada ningún mecanismo oprocedimiento que se parezca al mercado.

Nada fuerza a esa empresa única a ajustar su producción a un hipotéticocoste de producción, porque, en los supuestos que estamos considerando, nohabría ninguna magnitud que constituyera tal cosa.4 Sí que existiría, claro, ungasto global de cada recurso (trabajo, yacimientos, impacto medio-ambiental,etc); y ese gasto puede (hasta cierto punto) desglosarse: tanto se dedica a talproducción, tanto a tal otra. La empresa estará atenta a gestionar el uso de losrecursos en función de los resultados y de las reacciones de la opinión pública,

3. Notemos que en la economía de mercado —en la medida en que ésta existe— tampoco la elevación de precios esforzosamente la opción escogida; son frecuentes los filtros o métodos de racionamiento; no puedo extenderme en argumentarloen detalle.

4. Los administradores de la empresa única no pueden efectuar cálculos económicos en términos de coste/beneficio, si por«coste» se entiende lo que cuestan los insumos (ya que nada cuestan, porque la empresa única no tiene que comprarlos a nadie—con la excepción, no obstante, de la mano de obra, que sí cuesta, porque hay que pagar sueldos). Pero pueden efectuarlosen otros términos: saben, p.ej., que para fabricar un millón más de pares de calcetines de lana tienen que utilizar tantas unidadesde esa materia prima, y que hay que dejarla de utilizar para fabricar otros productos —a menos que se reemplace la lana poruna materia funcionalmente similar. En todos los aspectos de la vida de cada uno en los que no entran consideraciones de costemercantil (precio) ¿somos incapaces de tomar racionalmente decisiones? Cierto que las teorías de la opción pública (publicchoice) —que nos vienen del mundo anglo-sajón— están demasiado inspiradas en paradigmas empresariales y mercantiles;pero su núcleo racional puede emanciparse de los términos crematísticos y mercantilistas, a fin de calcular sólo costes deoportunidad, gasto de insumos y resultados alcanzables, todo lo cual puede funcionar perfectamente al margen de lasoperaciones de compraventa.

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mas no forzosamente de la voluntad de los consumidores de este o aquel bieno servicio.

En suma se tendría el amplio campo de la decisión humana guiada porla conciencia pública. Nada garantiza que eso funcionaría bien (porquedependería de la inteligencia de unos individuos humanos, a su vez influidosdecisivamente por una opinión pública igualmente falible y a veces volátil); igualque nada asegura que Robinsón Crusoe, en su isla, organice bien su trabajo ytiempo libre, planifique bien su utilización de los recursos insulares y, en suma,siga un razonable plan de vida. (El sistema planificado de empresa única seaproximaría un poco a la situación de un Robinsón colectivo en su isla, elplaneta Tierra, sin comercio exterior.) Pero lo que no vale objetar es que con elmercado las decisiones serían más racionales y estarían más unívocamentedeterminadas.