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ESTUDIOS REVISTA DE ESPIRITUALIDAD 68 (2009), 179-205 Una Iglesia clandestina. La Iglesia perseguida en la España de la Guerra Civil LUIS J. F. FRONTELA Valladolid A lo largo de la historia de la Iglesia, el mártir ha sido visto como otro Jesucristo, el cual dio el ejemplo más elevado del amor: «Nadie tiene un amor más grande que aquel que da la vida por el amigo». El motivo último que mueve al mártir cristiano es el amor, ofrece su vida por la salvación de todos. El mártir no mata, no odia a nadie, acepta libremente, llegado el momento de perder la vida por mantenerse fiel a Jesucristo, por defender la fe, y, finalmente, muere perdonando a sus verdugos: «No puedo explicarme por qué se me persigue; creo que sea por ser sacerdote de Cristo. Si es así por él daré mi vida, confiando en que ha de recoger mi alma en el cielo… Perdono a todos y a todos pido perdón» 1 . Esto es lo que le hace ser un testimonio vivo para la posteridad 2 . La respuesta de los martirizados fue la de conformidad con el destino y el júbilo espi- ritual, pues el martirio les conseguía la salvación eterna. 1 Testamento de Manuel Alonso Pintado, párroco de Perlorá-Carreño, ase- sinado en el puente de Soto del Banco, donde su cuerpo fue arrojado al río. Citado en J. ALBERTÍ, La Iglesia en llamas. La persecución religiosa en España durante la Guerra Civil, Ediciones Destino, Barcelona, 2008, pp. 300-301. 2 «Fueron mártires», ya que muriendo «por confesar a Cristo y por no renegar de él». Juan María LABOA, «Fueron mártires», en La aventura de la historia, 17 (marzo de 2000) 18.

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ESTUDIOS

REVISTA DE ESPIRITUALIDAD 68 (2009), 179-205

Una Iglesia clandestina.La Iglesia perseguida en la Españade la Guerra Civil

LUIS J. F. FRONTELA

Valladolid

A lo largo de la historia de la Iglesia, el mártir ha sido vistocomo otro Jesucristo, el cual dio el ejemplo más elevado del amor:«Nadie tiene un amor más grande que aquel que da la vida por elamigo». El motivo último que mueve al mártir cristiano es el amor,ofrece su vida por la salvación de todos. El mártir no mata, no odiaa nadie, acepta libremente, llegado el momento de perder la vidapor mantenerse fiel a Jesucristo, por defender la fe, y, finalmente,muere perdonando a sus verdugos: «No puedo explicarme por quése me persigue; creo que sea por ser sacerdote de Cristo. Si es asípor él daré mi vida, confiando en que ha de recoger mi alma en elcielo… Perdono a todos y a todos pido perdón» 1. Esto es lo que lehace ser un testimonio vivo para la posteridad 2. La respuesta de losmartirizados fue la de conformidad con el destino y el júbilo espi-ritual, pues el martirio les conseguía la salvación eterna.

1 Testamento de Manuel Alonso Pintado, párroco de Perlorá-Carreño, ase-sinado en el puente de Soto del Banco, donde su cuerpo fue arrojado al río.Citado en J. ALBERTÍ, La Iglesia en llamas. La persecución religiosa en Españadurante la Guerra Civil, Ediciones Destino, Barcelona, 2008, pp. 300-301.

2 «Fueron mártires», ya que muriendo «por confesar a Cristo y por norenegar de él». Juan María LABOA, «Fueron mártires», en La aventura de lahistoria, 17 (marzo de 2000) 18.

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PERSECUCIÓN RELIGIOSA

Hablamos de persecución religiosa porque los sacerdotes, re-ligiosos y laicos que fueron asesinados por católicos, no lo fueronpor ninguna de las acusaciones que contra ellos se esgrimió: la delcura o fraile trabucaire, por la participación eclesiástica en la suble-vación, sancionándola como cruzada, por ser fascista y trabajar afavor del bando sublevado. No fueron por motivaciones políticas,sino que fueron asesinados por el mero hecho de ser lo que era,sacerdotes, católicos. Esto es lo que nos explica que se intentaselograr de los católicos la apostasía de su fe, el que renegasen deDios y de la religión 3. La teofobia, el odio a la religión sin más, nosexplica la violencia contra las personas y las cosas relacionadas conla Iglesia, lo que lleva a decir a un monje de Montserrat: «Teníanunos motivos que no entendía y que ahora mismo no entiendo» 4.Para Batalla, 19 de agosto de 1936, órgano del POUM, la cuestiónno estaba en la destrucción material de los edificios, aunque tam-bién, sino en acabar con la Iglesia como institución: «No se trata deincendiar iglesias y de ejecutar a los eclesiásticos, sino de destruira la Iglesia como institución social».

No fueron muertos, caídos en los frentes de la Guerra Civil,aunque fueron asesinados durante el periodo de la Guerra Civil ymás concretamente en sus primeros meses. Pero aunque no soncaídos en la Guerra, ya que no murieron en los frentes de batalla,ni por daños colaterales a la batalla, no podemos ni debemos sepa-rarlos del clima de violencia que vivió la España de 1936, en dondemedia España pretendía aniquilar a la otra media y viceversa 5, y

3 «Como no conseguían su propósito atormentaban su cuerpo con fuertesgolpes en la cabeza hasta que caían desmayados en el suelo en medio de uncharco de sangre. Terminado el juicio declaraban la sentencia: Usted por im-postor y criminal tiene pena de muerte». Antonio UNZUETA ECHEVARRÍA, «Noniegues lo que eres». Biografía documental del P. Atanasio del Sagrado Co-razón de Jesús (Aguinagalde Aguirreche), Vitoria, 2002, p. 204.

4 La mirada anterior, programa radiofónico de RNE/Radio 4, en conme-moración del 50 aniversario de la Guerra Civil, en Manuel DELGADO, La irasagrada, anticlericalismo, iconoclastia y antiritualismo en la España contem-poránea, Editorial Humanidades, Barcelona, 1992, pp. 25-26.

5 «La persecución religiosa es una y la guerra civil, otra. Se tiende a pensarque la persecución coincida con la guerra, y sin embargo empezó ya en 1931».

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donde a otros muchos, por motivaciones políticas o de cualquierotro tipo, también, se les quitó la vida de forma violenta en la reta-guardia de los frentes.

La persecución contra la Iglesia de España, el martirio que su-fren las personas, así como el llamado «martirio de las cosas»,debemos inscribirla dentro del clima de violencia que se apoderó dela vida española de 1931 en adelante. Entre los movimientos radi-cales de la izquierda consideraban que a la violencia sólo debíaapelar en el momento en que la clase trabajadora hubiera acumuladola suficiente fuerza y estuviesen cerradas las vías legales. Todosestos movimientos tenía asumido la destrucción del capitalismo ydel régimen político que lo sustentaba, considerando sujeto de estaacción destructora al proletariado, los desposeídos, para que una vezapoderado del poder llevar a cabo las trasformaciones sociales ypolíticas necesarias.

También en los movimientos políticos de la derecha había una«cultura de la violencia». El doctor Albiñana, fundador del PartidoNacionalista Español, defendía que «la nación, la sociedad periódica-mente necesita defenderse de sus enemigos que pretenden subvertirlao eran partidarios de la secesión». El movimiento falangista, defen-sor de la «dialéctica de los puños y las pistolas», presenta al falangis-ta como un «ser para la muerte». En este sentido Rafael García Serra-no, en su novela Eugenio o la proclamación de la primavera, presentael ideal del militante del S.E.U: «Frente a la anodina, materialista einheroica muerte burguesa, una muerte de voluntad que exige unapedagogía de la pistola frente al enemigo comunista» 6 .

Vicente CÁRCEL ORTIZ, La persecución religiosa en España durante la segundaRepública, 1931-1939, Madrid, 1986. Reconoce el autor que ya que desde 1931había comenzado el ataque contra los fundamentos de la Iglesia y de la religión.Por el contrario Hilario Raguer afirma que la persecución religiosa va unida ala represión política que se desató en las dos zonas en que se dividió la Españaen guerra. Hilari RAGUER, «L’Eglésia y la Guerra Civil, 1936-1937. Bibliografíarecent (1975-1985)», en Revista Catalana de Teología, 11 (1986) 224.

6 GARCÍA SERRANO diferencia la muerte del activista político que muere porsus ideales, a la que él denomina muerte de voluntad, de las otras muertes. Lamuerte del deber, la del soldado; la muerte burguesa, la del que muere deenfermedad «entre sábanas y sollozos»; la muerte de circunstancia, la provo-cada por un accidente. Rafael GARCÍA SERRANO, o.c., pp. 21-22.

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Desde el mundo católico, en aquellos años previos a la GuerraCivil, un autor como Aniceto Castro Albarrán, publica la obra suyaEl derecho a la rebelión, que por muchos ha sido vista como pre-cursora ideológica de la ideología de la Cruzada. Muchos españoles,a la altura de 1936, no veían la violencia, ni siquiera la represión,como un mal moral, acaso como un mal menor.

El periodo de la II República queda marcado por la utilizaciónde la violencia como arma política, aunque esto no es una excepciónespañola; la violencia está presente en la vida política europea dela década de 1930. De cara a las elecciones de febrero del 1936,Durruti recomendaba a los militantes anarquistas que «frente a lasurnas, revolución social o si queréis, votad, pero luego, sin saberquién ha ganado, hay que ir a casa a por las pistolas» 7. El terror rojoque se abatió sobre los católicos, y que se pretendió presentar comola justicia inmanente del pueblo, fue producido por milicias de lospartidos revolucionarios y, como tal, es un terror alimentado poruna ideología antirreligiosa 8.

Para Azaña, para los radical-socialistas y la izquierda socialista,había que «sacar a España de su dependencia histórica»: «Venimosa meter a la Monarquía en los archivos de la Historia» 9. La Iglesiacomo institución, así como sus doctrinas, constituían un obstáculoal imperio de la razón y la libertad. Todos ellos tenían una concep-ción negativa de la historia de España, de ahí su carácter revolucio-nario, de ruptura con el pasado histórico, en el que había jugado unpapel fundamental el catolicismo. Los republicanos, los socialistas,los anarquistas, cada uno de acuerdo a sus ideales, trataban de cons-truir una España nueva a partir del 14 de abril, donde la religión, ymás concretamente el catolicismo, no tenía nada que aportar; unhombre nuevo liberado al fin de la opresión religiosa, o, como afir-maba en agosto de 1936 el periódico anarquista Solidaridad, de «lacovachuela del catolicismo». En su lugar debía nacer «un espíritulibre que no tendrá nada en común con el masoquismo que se in-

7 Miquel MIR, Diario de un pistolero anarquista, Destino, Barcelona, 2006,p. 42.

8 Stanley GEORGE PAYNE, El catolicismo español, Planeta, Barcelona, 1970,p. 214.

9 Manifiesto Revolucionario, diciembre de 1930, en Miguel MAURA, Asícayó Alfonso XIII, Ariel, México 1961, pp. 190-191.

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cuba en las naves de las catedrales». Anteriormente las juventudessocialistas, en pleno debate constitucional sobre la cuestión religio-sa, lanzó una octavilla en Madrid donde, al margen de pedir la ex-pulsión de las órdenes religiosas, afirmaba que «mientras haya Dios,habrá sacerdotes», por lo cual pedía a los trabajadores: «Arrancadla idea de Dios para extirpar el clericalismo».

La persecución religiosa, motivada por el odio a lo religioso ypor el intento de «arrancar a la Iglesia de cuajo», como declara el15 de agosto de 1936 el órgano anarquista Solidaridad obrera, semanifestó en numerosos actos sacrílegos como fueron las profana-ciones de sepulturas de religiosos, la burla de procesiones, el saqueoy quema de los templos y edificios religiosos, la agresión a los sím-bolos, imágenes e instrumentos de culto, el llamado «martirio de lascosas» 10 que entra de lleno dentro del odio a la religión, la fanáticaliturgia, como fue denominado por el Cardenal Tarancón 11; y Alber-to Reig habla de este martirio de las cosas como de un misticismoantirreligioso 12. Junto al martirio de las cosas está el de las perso-nas, manifestado en la agresión a las personas, las matanzas de clé-rigos, religiosos, religiosas y fieles católicos, los «meapilas», comose les llamaba, por el simple hecho de ser fieles católicos que acu-dían a la iglesia, como le ocurrió al laico Pedro Martínez Montesi-no, director de la telefónica de Elche, que, al no poder recibir laeucaristía en Elche, los días festivos iba a Murcia o Alicante, hastaque fue detenido por un grupo de milicianos que le condenaron amuerte «para que no oyera más misa».

El periodo de la II República queda marcado por la utilizaciónde la violencia como arma política, violencia que, a la altura dejulio de 1936, es la culminación de dos procesos no digeridos: elfracaso de la revolución de 1934 por parte de la izquierda, y de la

10 En esta línea de acabar con la Iglesia, su visibilidad en el marco de laciudad, El Diario de Barcelona, órgano de Ezquerra Republicana de Cataluña,el 16 de agosto de 1936, afirmaba: «Creemos son exagerados los escrúpulosque hacemos ante la quema de las iglesias. Vale la pena sacrificar el poco pa-trimonio que eso pueda representar, pues si dejamos en pie los templos, a lalarga volverán a salir las procesiones».

11 Vicente ENRIQUE Y TARANCÓN, Recuerdos de juventud, Grijalbo, Barcelo-na, 1984, p. 13.

12 A. REIG TAPIA, Violencia y terror, Akal, Madrid, 1990, p. 116.

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derrota electoral de febrero del 36 por parte de la derecha; aunqueno faltan otras muchas razones como venganzas personales y odiosde clase. Este uso político de la violencia no hay que verlo comoalgo exclusivo de la vida española, es algo que afecta al mundoeuropeo; de hecho el siglo XX, con el estallido de la Primera GuerraMundial, que puso fin al «largo verano liberal» 13, ha sido caracte-rizado como el siglo por excelencia de la violencia, en donde éstase ha convertido en arma política por parte de los movimientos po-líticos tanto de derechas como de izquierdas.

El martirio entra de lleno dentro de la historia de la intolerancia,del rechazo al otro, de aquel que piensa de forma distinta y planteasu existencia con esquemas diferentes a los dominantes. El martiriotrata de eliminar a aquellos cuya existencia es un recordatorio deactitudes distintas a las propias. En la España de 1936-1939 no setrató sólo de matar, sino de limpiar, erradicar, rechazar y negar laposibilidad de convivencia con o sin muerte, de ahí el odio al ecle-siástico, al cura, al militar, al burgués, en uno de los bandos, o elodio al comunismo, al masón, al rojo, en el otro bando. Para lo quea nosotros nos interesa se trataba de destruir y acabar con el clero,en el que simboliza el viejo orden, sobre cuyas ruinas se debe levan-tar el orden nuevo. Todo esto es exponente de una forma de enten-der la política, vista como una lucha por y contra alguien, el cual esconsiderado como el enemigo a batir.

A partir de mediados de julio de 1936, ser católico para el bandorepublicano, los llamados «rojos», es ser un fascista rebelde, alguiena quien hay que eliminar. Por eso, como forma de oposición al alza-miento militar se reaccionó destruyendo los símbolos de la «contra-rrevolución», entre ellos todo lo que tenía que ver con la Iglesia ca-tólica; esto nos explica que los sacerdotes y religiosos, convertidospor la propaganda anticlerical en enemigos del pueblo y obstáculopara su progreso, estuviesen entre las primeras víctimas de la repre-sión 14, y que los edificios religiosos y los objetos de cultos fueran losúnicos objetivos de la tea incendiaria manejada por los milicianos.

13 George STEINER, En el castillo de Barbaazul, Gedisa, Barcelona, 1992,pp. 19-20.

14 La persecución, la parte más sangrienta de la misma, contra los católicosen general, contra el clero y los religiosos en particular, aunque abarcó todo

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Los mártires, los que fueron asesinados por su fe religiosa, nodeben ser separados de las víctimas de la violencia política que sedieron en los dos bandos en que se escindió la España de 1936. Sumuerte no tiene más valor que el del resto de las víctimas; comoellas son inocentes, padecieron injustamente la violencia que se lesinfligió. En este sentido el mártir es una víctima más de las muchasque hubo en ambos bandos, un ser humano inocente al que se lecausa un daño injusto.

Entre los católicos, en los años anteriores a desatarse la persecu-ción, se vivió una piedad reparadora, en donde tiene cabida la es-piritualidad martirial. Debido a las circunstancias por las que pasabala sociedad española del momento —enfrentamiento entre el catoli-cismo y las fuerzas laicistas y secularizadoras encarnadas en los par-tidos de izquierdas, así como en los brotes violentos que se dieroncontra la Iglesia desde el comienzo de la II República—, se era cons-ciente de que algo trágico iba a suceder, y que como católicos ten-drían que pasar una dura prueba que exigiría derramar la sangre comoexpiación por los pecados de la sociedad, centrados en el abandonode Dios y la política laicista, y los pecados de la Iglesia, como elabandono de las masas. Desde aquí se comprende que, desatada lapersecución, los católicos: sacerdotes, religiosos y laicos, conscien-tes de entregarse en las manos de Dios y de estar preparados paralo más inevitable, llevasen una intensa vida espiritual. Hasta en lascárceles y lugares de reclusión se intensificaron las muestras depiedad, el rezo del rosario y la confesión 15. Se ocultaba la eucaristía,tan demandada y deseada en las horas de persecución, para poderrezar ante ella y comulgar. Otros tuvieron una actitud heroica ayu-

el periodo de la guerra, no tuvo la misma intensidad, más bien se concentró enlos primeros meses de la contienda, disminuyendo a partir de enero de 1937.Antonio MONTERO, Historia de la persecución religiosa en España, 1936-1939.BAC, Madrid, 1961, pp. 758-883.

15 María Luisa Aldasoro, hablando del Carmelita P. Atanasio de los Sagra-dos Corazones, refugiado en su casa, nos dice que «celebraba la misa todos losdías después de las doce de la noche…, en una mesa, haciendo de cáliz unacopita. En una pequeña mesa se levantaba el altar con los paños, el misal, elara y las velas. Lo que sí pudimos fue conservar siempre la ropa para revestir».Antonio UNZUETA ECHEVARRÍA, No niegues lo que eres. Biografía documentaldel P. Atanasio del Sagrado Corazón de Jesús (Aguinagalde Aguirreche) 1870-1936, Vitoria, pp. 198-199.

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dando, no obstante el peligro que corrían a esconder a los sacerdotesperseguidos. Los sacerdotes, a pesar de tener que ocultar su condi-ción 16 —pues se había abierto la veda contra el clero—, siguieronejerciendo de forma oculta el ministerio.

La persecución de los católicos no fue algo específico de Espa-ña; el martirio contra los cristianos ha sido un fenómeno bastantecomún en el siglo XX, conocido como el siglo del martirio 17. Lapersecución, que se hizo presente en los cinco continentes a lo largodel siglo, afectó de una manera más particular a Europa, siendoprotagonizada por los grandes sistemas totalitarios, ateos y anticris-tianos como el comunismo y el nazismo que buscaban instaurar «elreino de los cielos en la tierra».

Los católicos españoles que sufrieron la persecución fueronconscientes de ser perseguidos y condenados a muerte por el merohecho de ser católicos, por el odio a la religión, ya que se intentababorrar toda presencia pública de la religión y más concretamentede la Iglesia católica. Tenían el convencimiento de que, llegado elmomento, no debían ocultar su condición de católicos; y vivieronaquellos momentos «entregándose en las manos de Dios», intentan-do estar preparados para todo, ese todo incluía la muerte, «con unasanta conformidad en la voluntad de Dios». Muchos de ellos murie-ron con el grito de ¡Viva Cristo Rey! que desde el establecimientode la República se había convertido en el grito de reacción contrala política laicista llevada a cabo por el gobierno republicano y losactos vandálicos que sufrió la Iglesia en estos años 18.

Hay que dejar aclarado que los católicos perseguidos no bus-caron la muerte, no eran temerarios, aunque casos de temeridad no

16 «Si llega la ocasión, no ocultar que eres religioso». Consejo del P. Atana-sio del Sagrado Corazón al Hermano Ruperto de la Cruz. El mismo P. Atanasio,cuando unos jóvenes refugiados con él le aconsejaban ocultar su condición desacerdote a las autoridades rojas en caso de ser detenido, les respondió que«según ese criterio no hubiera habido mártires en la Iglesia». Antonio UNZUETA

ECHEVARRÍA, o.c., pp. 195. 199.17 Jean DELUMEAU, El cristianismo del futuro, Otear el horizonte. ¿Va a

desaparecer el cristianismo?, Mensajero, Bilbao 2006, pp. 30-35.18 El grito: ¡Viva Cristo Rey! es el grito popularizado y con el que murie-

ron los cristianos mejicanos durante la guerra cristera, 1926-1929. Luis CANO,«Reinaré en España». La mentalidad católica a la llegada de la SegundaRepública, Ediciones Encuentro, Madrid, 2009, pp. 286-291.

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faltaron. Buscaron escapar de la muerte, intentando huir de sus lu-gares de residencia, ocultándose dónde y como pudieron, unos lolograron, otros cayeron en manos de los que les quitaron la vida. Nobuscaron la muerte, pero cuando llegó el momento no la rehusaron,como no rehusaron, tampoco, las dificultades que tuvieron que ven-cer para vivir su vida religiosa durante los años de la República.

El carácter de persecución dado a las medidas drásticas tomadascontra la Iglesia, no es algo que nos lo hayamos inventado hoynosotros, ya en aquellos momentos, septiembre de 1936, lo recono-cía el Papa Pío XI al recibir a los peregrinos españoles huidos de lazona de dominio «rojo», y saludarles con el textos de Apocalipsis:«Venidos de la gran tribulación», ya que habían sufrido como «losprimeros apóstoles por el nombre de Jesús y por ser cristianos…Son verdaderos mártires en el sentido sagrado y glorioso significadode la palabra hasta el sacrificio de las vidas más inocentes, de ve-nerables ancianos, de juventudes primaverales hasta la intrépidagenerosidad que pide un lugar en el carro y con las víctimas queesperan al verdugo». El mismo Pío XI reconoce que lo que se habíaproducido en España a partir del 18 de julio no fue un brote aisladode anticlericalismo violento, sino una persecución en toda regla quetenía por objeto acabar con la Iglesia: «No se ha limitado a derribaralguna que otra iglesia, algún que otro convento, sino que, cuandole ha sido posible, ha destruido todas las iglesias, todos los conven-tos e incluso todo vestigio de la religión cristiana, sin reparar en elvalor artístico y científico de los monumentos religiosos. El furorcomunista no se ha limitado a matar a obispos y millares de sacer-dotes, de religiosos y religiosas, buscando de un modo particular aaquellos y a aquellas que precisamente trabajan con mayor celo conlos pobres y los obreros, sino que, además, ha matado a un grannúmero de seglares de toda clase y condición» 19.

El informe presentado por el ministro Manuel de Irujo al gobier-no a comienzos de 1937, habla de destrucción de altares, imágenesy objetos de culto, «se ha llegado a la prohibición absoluta de re-tención privada de imágenes y objetos de culto»; todas las iglesiashan sido cerradas al culto, el cual ha quedado total y absolutamente

19 Divini Redemptoris, 19 de marzo 1937, núm. 20.

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suspendido; todos los conventos fueron desalojados y suspendida lavida religiosa; sacerdotes y religiosos detenidos, sometidos a prisióny fusilados sin formación de causa por miles; «en Madrid y Barce-lona y las restantes grandes ciudades suman por cientos los presosen sus cárceles sin otra causa conocida que su carácter de sacerdoteo religioso». Salvador de Madariaga llega a afirmar que «nadie quetenga a la vez buena fe y buena información puede negar los horro-res de esta persecución. Que el número de sacerdotes asesinadoshaya sido dieciséis mil o mil seiscientos, el tiempo lo dirá. Pero quedurante meses y años bastase el mero hecho de ser sacerdote paramerecer pena de muerte ya de los muchos tribunales más o menosirregulares, que como hongos salían del pueblo, ya de revoluciona-rios que se erigían a sí mismos en verdugos espontáneos, ya de otrasformas de venganza o ejecución popular, es un hecho plenamenteconfirmado» 20.

LA IGLESIA DE LA CLANDESTINIDAD

A mediados de julio de 1936, incluso desde el triunfo del FrentePopular en febrero, la situación no era fácil para la Iglesia, ya queen el ambiente se presagiaba algo raro, «se notaba un ambiente unpoco peligroso», pero a pesar de todo —y que el 17 de julio tuvo lugarel levantamiento militar en Marruecos—, el domingo 19 las iglesias,como si no hubiera pasado nada, abrieron sus puertas para la celebra-ción de las misas, incluso se tocaron las campanas, aunque en algu-nos casos, y ante los primeros disparos, como sucedió a los marianis-tas del colegio del Pilar de Madrid, tuvieron que cerrar las puertas,consumir el Santísimo y salir como pudieron por las puertas traseras,con lo cual comenzaba para ellos, como para otros muchos, la vida dela Iglesia de las catacumbas o de la clandestinidad.

Nadie, en aquellos primeros momentos de la ruptura de la con-vivencia en España, sabía a ciencia cierta qué es lo que iba a su-ceder. Se estaba convencido que, a pesar de la violencia desatadacontra las personas y las cosas, todo iba a ser cuestión de unos días;

20 Salvador DE MADARIAGA, España. Ensayo de historia contemporánea.México-Buenos Aires, 1955, pp. 609-610.

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que una situación como aquélla no podía durar mucho. Pero impru-dencias las hubo, como fue lo sucedido en los Carmelitas Descal-zos de Plaza de España, donde el domingo 19 de julio, en plenocerco del cuartel de la Montaña, celebraron las misas, incluida la dedoce de la mañana, cuando ya ardían conventos en Madrid, como elde los Escolapios y Dominicos de la calle Torrijos 21.

A partir del 18 de julio, con la violencia desatada contra laIglesia, al menos externamente, dio la impresión que, en la llama-da zona republicana, Dios había sido «borrado del mapa» y que laIglesia había sido «arrancada de cuajo de nuestro suelo» 22.

La clandestinidad surge como consecuencia de la persecución ala que se vieron sometidos todos los no afectos al gobierno republi-cano, pasivos o activos, entre los que fueron contados los católicospor parte de las milicias armadas de los partidos y ante la falta deprotección por parte de la autoridad gubernamental, como conse-cuencia de la desaparición o al menos de la mediatización del Es-tado por el llamado «poder de la calle»: el de las milicias armadasque, debido a la desaparición de la administración de la justicia,pasó a ser una «justicia clandestina», administrada libre y arbitraria-mente, sin control alguno, en las checas intervenidas por las distin-tas milicias. El automóvil detenido a la puerta de una casa, «el au-gurio terrible, el monstruo negro del crimen» 23, los registros, lasdetenciones, los paseos, que tenían lugar en la oscuridad de la no-che, eran la forma de controlar y, sobre todo, de limpiar de enemi-gos la retaguardia.

En aquellos primeros meses que siguieron al 18 de julio, elpoder quedó en «manos de la calle», y los adversarios —en este

21 FRATER TERESIUS, «La vida oculta en el Madrid rojo», en Mártires Car-melitas en la Cruzada española contra el comunismo, Monte Carmelo, Burgos,1939, pp. 46-54.

«Cuarenta y dos cadetes salían del cuartel en la mañana del domingo 19,mandados por el Teniente Manuel Grifoll Moreno, e iban a la Iglesia de losCarmelitas de la Plaza de España. Oían misa, confesaban, comulgaban. Ofre-cían sus vidas al Dios de los ejércitos. En la mañana siguiente de los cuarentay dos, veintiocho murieron por Dios y por España en el Cuartel de la Monta-ña». El Caballero Audaz, El cuartel de la Montaña, Madrid, 1939, p. 5.

22 Solidaridad Obrera, el 15 de agosto de 1936.23 «Un coche que clama a tu puerta era la llamada del abismo». El Caba-

llero Audaz, o.c., pp. 12-15.

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caso, los clérigos, los religiosos, «todos los que lleven sotana», loscatólicos en general, los que «olieran a cera»—, quedaron al margende la ley y se convirtieron en enemigos a los que había que perse-guir, silenciar y, en último término, eliminar. De hecho fue durantelos primeros meses de la Guerra Civil cuando tuvieron lugar lastasas más altas de detenciones, paseos y asesinatos. Ya que la prác-tica religiosa fue considera como un signo de hostilidad contrala República, el católico por principio pasó a ser un fascista, underechista, un enemigo; de ahí que en las listas negras de los quehabían que liquidar como enemigos de la Revolución, que adquie-re un carácter anticristiano, no faltasen nunca los sacerdotes: «Te-nemos orden de quitar toda su semilla». A los católicos, en aquelambiente no les quedaba otra opción que esconderse o por el con-trario ser detenido.

En la clandestinidad se vivía con el miedo constante a ser de-latado, ya que la denuncia de los sospechosos y desafectos a laRepública es algo que obliga a todos 24, por eso se imponía guardarsilencio sobre el lugar de refugio, no comunicándoselo ni a los másíntimos 25. La clandestinidad es el mundo donde a las cosas no se lasllama por su nombre, había un lenguaje críptico para designar atodo aquello que podía constituir sospecha de delación, todo lo quehacía referencia al culto. Las formas para decir misa no son formas,son píldoras, pastillas, granulado; la eucaristía no es tal, sino unreconstituyente; las ampollas de aceite alcanforado para moribundoseran la extremaunción; el laxante la Penitencia 26. Nacen organiza-ciones para gestionar la libertad de los detenidos, para protegerleso ayudarles a salir hacia el extranjero, incluso para ayudar a losclandestinos a moverse en un mundo para el que no estaban pre-parados, lográndoles el vestido adecuado, enseñándoles a hablar el

24 El Padre Chaquetón fue detenido en Valencia, donde se había refugiado,por protestar por la quema de la iglesia de los santos Juanes: «Al ver el incen-dio de la iglesia de los Santos Juanes, hablando consigo mismo, pero en vozalta, había dicho éstas o parecidas palabras: ¡Qué horror! ¡Qué crimen! ¡Quésacrilegio!». Evaristo MARTÍNEZ DE ALEGRÍA, Beato Padre Juan María de laCruz, SCJ, en http://webcatólicodejavier.org

25 FRATER TERESIUS, o.c., p. 48.26 José Luis ALFAYA, La Iglesia de las catacumbas en el Madrid republi-

cano de la Guerra, Palabra, agosto-septiembre, 2007.

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lenguaje de la calle, con lo cual evitar un lenguaje un tanto sacra-lizado al que muchos religiosos estaban acostumbrados, y sobretodo a comportarse como uno más de la calle de toda la vida.

Hay que acostumbrarse a realizar las prácticas piadosas y laadministración de los sacramentos en los lugares más insospecha-dos. Baste como muestra lo que le sucedió al joven de dieciséis añosaspirante a Benedictino, Plácido María Gil, en Lérida. Estando enun refugio antiaéreo se le acerca una joven que le pregunta si sabíabautizar, a lo que responde que sí, pero «aquí y en este ambiente…además falta lo principal», y le muestra un joven matrimonio conun recién nacido que tiene una gran pena «por si todos muramos yel nene sin bautizar», y le lleva al fondo del refugio donde hay ungrifo. Plácido pregunta por el nombre de la niña, abre el grifo, tomaagua en la manos y, mientras deja caer el agua sobre la cabeza dela niña dice las palabras rituales: «Amparito, yo te bautizó en elnombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo», y cuenta el pro-tagonista que la dio un beso en la frente y dijo a sus padres: «Am-parito ya es cristiana», y se escabulló entre la gente, satisfecho porhaber hecho «la obra más sencilla y maravillosa del mundo» 27.

A partir del 18 de julio de 1936 en la España republicana, dondea «las autoridades se les ha ido la autoridad de las manos», y con elinicio de la caza del cura por parte de las milicias, la Iglesia quedó almargen de la ley, siendo un enemigo a batir. Un amplio sector de lapoblación, por el mero hecho de profesar la fe cristiana, vio cómoquedaban reducidos sus derechos: por ser sacerdote, religiosos o lai-cos comprometidos, la «vecindad con la sotana» 28. Conviene señalarque el miedo a ser condenado a morir si se descubría encubriendo aun sacerdote o religioso llevó a muchos a no acoger a ninguno de elloso a invitarles a abandonar cuanto antes el refugio, después de haber-los tenido una temporada escondidos: «Nadie quería arriesgarse, entodas las partes les cerraban las puertas; hicieron mil gestiones ymultiplicaron sus diligencias; siempre el mismo resultado negativo.

27 Plácido María GIL IMIRIZALDU, Un adolescente en la retaguardia, Me-morias de la Guerra Civil (1936-1939), Ediciones Encuentro, Madrid, 2006,pp. 142-143.

28 Término acuñado por Antonio Montero y con el que titula el capítu-lo XXIII de su obra Historia de la persecución religiosa, 1936-1939, BAC,Madrid, 1961.

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Y sin embargo era necesario ir a alguna parte porque ya en dondeestaba se negaban rotundamente a tenerme por más tiempo» 29.

A pesar del peligro, hasta el domingo 19, la Iglesia había desa-rrollando con normalidad su tarea; a partir de este momento —alvivirse una situación de negación de lo católico y de identificaciónde los católicos con el alzamiento militar—, a la Iglesia se le niegael derecho a existir, lo que llevó a que los sacerdotes, religiososy laicos no tuvieran otra opción que pasar a la clandestinidad o, encaso de ser descubiertos, ser conducidos a la cárcel o al asesinato porel mero hecho de ser y manifestarse católico. El culto quedó prohi-bido, los sacramentos, cuando esto era posible, debían ser admi-nistrados en secreto; quedando la práctica religiosa reducida a unasituación de catacumbas. Se destruían los símbolos que represen-taban al sacerdocio, se quemaba la sotana, con lo que se pretendíahacer ver que socialmente estaba abolido todo lo que representaba elsacerdote, un modelo social, una doctrina, un poder trascendente 30.En la clandestinidad los sacerdotes y los religiosos tuvieron que acos-tumbrarse a prescindir del signo que les identificaba ante la gente, lasotana: «sotana que pillamos, sotana que fusilamos», era un dichocomún entre los milicianos anarquistas de Cataluña; y también paraacostumbrarse a vestir como unos más para ocultar lo que eran. Eltestimonio que nos queda del P. Vicente de la Cruz, Carmelita Des-calzo de Tarragona, nos dice que, cuando salía de la casa donde sehabía refugiado, «iba siempre muy bien vestido y muy disimuladoque fuera religioso». Pero no siempre sucedía así, ya que disfrazarseno era fácil. Muchos tuvieron que recurrir a ropa que a veces desen-tonaba, es el caso del P. Gabriel de Jesús, Carmelita Descalzo, quien

29 Claudio DE SANTA TERESA, «Estampas de mi calvario. Memorias de unfraile miliciano en la Guerra Civil española», en El Ángel del Carmelo, BuenosAires, 1948, pp. 78-79.

30 El sacerdote Joaquín de la Madrid Arespacochaga, director del orfanatode Toledo, y por eso conocido en Toledo como el cura que se dedica a loshuérfanos, cuando tuvo que abandonar el orfanato pedía a sus acompañantesque le sugerían que se vistiese de seglar, pues era un peligro ir por la calle conla sotana: «No me privéis de vestir de sacerdote… Si Dios nos tiene escogidos,cúmplase su voluntad». El negarse a quitarse la sotana es lo que le delata comosacerdote en el lugar donde se refugia, siendo detenido y condenado a muerte.Jorge LÓPEZ TEULÓN, Mártires de Toledo. Trece clérigos diocesanos testigos deCristo en la España de 1936, EDIBESA, Madrid, 2007, pp. 159-160.

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abandona su convento de Plaza España en Madrid con una boina yuna blusa negra adquiridas a comienzo del siglo en Valladolid, cuan-do las algaradas anticlericales con motivo de la representación de laobra Electra, de Pérez Galdos, lo que le lleva a decir que «en algunaesquina de la Plaza de España, a1gunos mirones se fijaban en mí» 31.Algo parecido le sucede al anciano P. Silverio de San Luis Gonzaga,quien al abandonar su convento de Tarragona vestido de seglar, «ibancon boina y pañuelo rojo muy pobremente disfrazado, y aún mal di-simulado… Se le veía el escapulario por la pechera» 32.

La Iglesia, que vio cómo se destruía su organización y cuantomanifestaba su visibilidad social, tuvo que organizarse en la clandes-tinidad para poder seguir alimentando la vida espiritual y de-vocional de sus fieles, para rezar en comunidad y para adminis-trar los sacramentos. La clandestinidad es el mundo de la sospecha,el ocultamiento y la desconfianza 33. Esta Iglesia clandestina, en me-dio de una ciudad clandestina —ya que todos los que se sintieronamenazado por el «poder de la calle», burgueses, militares, políti-cos de derechas, optaron por la clandestinidad—, fue una Iglesiadel silencio y de la caridad, pues como reconocía a la altura de 1938,Erik Pierre Labonne, cónsul francés: «En las calles, ningún hábitoreligioso, ningún servidor de la Iglesia, ni secular ni regular... Pordecreto de los hombres, la religión ha dejado de existir. Toda vidareligiosa se ha extinguido bajo la capa de la opresión del silencio».

A pesar de las dificultades para contar con un sacerdote, losfieles deseaban que se les administrasen los sacramentos, y a pesarde la desarticulación de la organización parroquial, hubo casos sig-

31 Fr. Gabriel DE JESÚS, O.C.D., Mártires Carmelitas en la cruzadaespañola contra el comunismo, por la redacción del Monte Carmelo, 1939,pp. 20-32.

32 Alejo DE LA VIRGEN DEL CARMEN, Nuestros mártires de la Provincia deSan José de Cataluña, Lérida, 1944, p. 36.

33 Es lo que sucede a dos de los jesuitas de Toledo refugiados en una casade la calle Instituto, donde ocupaban un pequeño cuarto. En la casa, al margende la familia, «humilde y cristiana», que les dio cobijo, «todos los otros vecinosfácilmente denunciaría a los jesuitas». Entre otros estaba el dueño de la casa,que aunque sacristán, es «enemigo de los sacerdotes y jesuitas», En la plantabaja vivía un guardia de asalto y dormía un miliciano. Jorge LÓPEZ TEULÓN,Toledo, 1936, ciudad mártir, persecución y martirio, Edibesa, Madrid, 2008,pp. 195-196.

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nificativos en los que los sacerdotes en la clandestinidad y siendoperseguidos y buscados para acabar con ellos, administraban los sa-cramentos y celebran la fe. En Toledo, la dueña de la casa en dondese encuentra escondido un grupo de Carmelitas Descalzos pide alP. Ramón de la Virgen del Carmen que bautice a su hijo. Todos lospresentes en la casa asisten al acto con velas encendidas y el cru-cifijo del P. Ramón 34.

En la ciudad clandestina todo aquel que es tenido por desafectoa la República tiene que cambiar de identidad, dejar de hacer lo quesiempre ha hecho, de frecuentar los lugares de toda la vida; hay quebuscar lugares donde esconderse, esperando que todo vuelva a lanormalidad. No siempre fue fácil encontrar una casa que les quisie-ra recoger, y eso que el inicio de «la caza del cura» estrechó loslazos entre el clero y los laicos que se esforzaron por proteger ysalvar a los clérigos y religiosos perseguidos. Hubo un caso comoel del P. Pedro de San Elías que al abandonar su convento se refugiaen las Hermanitas, donde «trabajaba disfrazado como un sencilloanciano», y cuando, debido a las sospechas que levantó entre losasilados, tuvo que buscar nuevo refugio, pasaría ocho días en lacalle viendo cómo en un solo día le niegan asilo en cinco casas 35.

En la clandestinidad hay que procurarse los medios necesariospara hacer frente a las necesidades más perentorias, como es elpagar la pensión cuando no se encuentra refugio en casas amigas. Elno disponer de dinero con que pagar los precios, a veces abusivosde las pensiones, era causa para verse arrojado a la calle, donde sequedaba a merced del primer miliciano con que se topase, inclusopodía ser denunciado como sospechoso 36. Había que evitar los con-

34 José Vicente RODRÍGUEZ, La dichosa ventura. 16 Carmelitas Descalzosen Toledo, EDE, Madrid, 2007.

35 Alejo DE LA VIRGEN DEL CARMEN, o.c., 49-50.36 Es lo que le sucede a los Carmelitas Descalzos de Madrid, P. Lino de

San José y H. Valentín de Santa Teresa y al seglar Casildo en la pensión dondese refugiaron, al acabárseles el dinero comenzaron las amenazas, metiéndoles«a los tres juntos en un solo y raquítico cuarto, donde con el calor y con lagente de agosto, que diría la Santa Madre, lo pasaron harto mal». Esto es lo quelleva a que el seglar Casildo conecte con una terciaria carmelita que logróreunir 225 pesetas de entre los terciarios con quien contactó: «Con ellas se fueCasildo, y por bastantes días más se arregló la cosa por aquello de que pode-roso caballero es don dinero. Así iban tirando los tres, si no bien, menos mal»,

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troles, sobre todo el que ejercían los porteros sobre las casas de ve-cindad, cada vez más atestadas de gentes refugiadas llegadas detodas las procedencias.

Entre mediados de julio de 1936 y finales de marzo de 1939, laIglesia, en la llamada zona roja, fue una Iglesia de catacumbas quese sabía perseguida; una Iglesia, donde como revela José María La-higuera, en carta a su obispo Eijo Garay, «el clero está a la alturade las circunstancias», siendo «un orgullo pertenecer a una clase dehéroes anónimos y abnegados» 37. Los católicos eran conscientesde que el solo hecho de celebrar la fe, no ya de forma pública, sinoprivadamente, era considerado delito, un signo de hostilidad a laRepública; los sacerdotes, religiosos, y la gente que asistía a laiglesia, los que «huelen a cera» eran tenidos como enemigos dela República. La misma connivencia con los sacerdotes, dar cobijoa la «gente de sotana», era motivo suficiente para ser detenido o ase-sinado, como le ocurre al cuñado del H. Gabriel de San José, Carme-lita Descalzo del convento de Plaza de España de Madrid, refugiadoen casa de una cuñada en el barrio de Cuatro Caminos. A los pocosdías se presentaron los milicianos preguntando por «un fraile que leshabía dicho que estaba allí», y como en la casa en aquellos momentossólo se encontraba el marido de la cuñada, le tomaron por él, y «sinninguna declaración se lo llevaron y mataron» 38.

En esta Iglesia del silencio, los sacerdotes que sobrevivieron ypasaron a la clandestinidad, tuvieron que hacer muchos equilibriospara no ser reconocidos como tales, pues el mero hecho de descubrirla condición de sacerdote o religioso era garantía segura de cárcel ymuerte. No es extraño encontrarnos con sacerdotes y religiosos quehicieron de todo para sobrevivir en un mundo hostil donde se «mata-ba a los curas». Es lo que le sucede al párroco rural de Barcelona,Joan Baranera y Mir, quien acosado por las patrullas de control anar-quistas, anda de pueblo en pueblo, viviendo en cabañas en el bosque

hasta que el 23 de septiembre de 1936 fueron detenidos. Fr. Gabriel DE JESÚS,o.c., pp. 20-32.

37 Citada por Vicente CÁRCEL ORTIZ, Pasión por el sacerdocio. Biografíadel siervo de Dios José María García Lahiguera, Arzobispo de Valencia, BAC,Madrid, 1997, p. 29.

38 Fr. Gabriel DE JESÚS, o.c.

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y empleándose de mozo de labranza para poder sobrevivir y pasardesapercibido; el Carmelita Descalzo, P. Ernesto de la Virgen delCarmen, después de abandonar su convento de la Plaza de España deMadrid pasó a la clandestinidad, afiliándose a la C.N.T., donde militódurante toda la guerra; y es que la militancia en uno de estos sindica-tos era necesaria para ejercer algún oficio, y él a lo largo de la guerraejerció de peluquero, ferroviario, maestro de segunda enseñanza,«soldado rojo»; lo que no fue obstáculo para que celebrase misa casitodos los días y perteneciese a «socorro azul» 39, y que, como él nosdice, tenía por finalidad proporcionar ayuda económica y espiritual alos «nuestros», a los que llama «trigo limpio» 40. En esta línea JoséMaría Lahiguera, director espiritual del seminario de Madrid, despuésde conseguir ser liberado de la cárcel y de andar refugiado en distin-tas casas y hoteles, consiguió hacerse con un carné laboral expedidopor la Editorial de la Revista de Derecho Político, con el cual, pasan-do por corredor de dicha revista, pudo dedicarse a atender a los semi-naristas y a los sacerdotes de Madrid 41.

Para escapar de aquella situación, sin levantar sospecha, habíaque hacer de todo, como le sucede al P. Manuel del SantísimoSacramento, Carmelita Descalzo de Madrid, quien, junto con Luisde la Vega, catedrático de la universidad, pretendiendo salir deMadrid, se hicieron acompañar de dos religiosas mejicanas Hijasde la Caridad al juzgado para contraer matrimonio civil y así, fin-

39 Socorro azul era una de las múltiples organizaciones clandestinas exis-tentes en Madrid que tenía numerosos servicios: Servicio de ropa, cuya fina-lidad consistía en hacer llegar ropa a los presos, refugiados, y a las familias quehabían quedado desamparadas. Servicio de trabajo, que por finalidad tenía elconseguir dinero mediante la venta de productos fabricados en talleres. Auxilioespiritual que, al margen de proteger a sacerdotes y religiosos amenazados,organizaba y facilitaba la atención espiritual en el Madrid clandestino, paralo cual tenían sus propias capillas clandestinas, entre otras la conocida comoParroquia Azul, que funcionaba en una lechería en el número 46 de la calleVelázquez, y procuraba que la atención espiritual llegase a las cárceles, dondehacían llegar la Eucaristía en cajas de medicina. Sobre Auxilio Azul, JavierCERVERA, Madrid en Guerra. La ciudad clandestina, 1936-1939, Alianza Edi-torial, Madrid, 2006.

40 Carmelitas en Castilla, 1889-1989. II Documentos Históricos, EDE,Madrid, 1990, p. 209.

41 Salvador MUÑOZ ALONSO, José María García Lahiguera. Un carisma,una vida, Madrid, 1991, o.c., p. 47.

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giendo estar casados, poder salir al extranjero, y de allí a la zonanacional. No pudiendo realizar su propósito, pues sólo se permitíasalir del país a aquellos que llevaban un año de casados, buscaronsobornar a un miliciano, para lo cual Luis Vázquez ofrecía 5.000pesetas, al final los milicianos les asesinaron.

En la clandestinidad la Iglesia reorganizó la vida de piedad de losfieles mediante pequeños grupos o comunidades, a veces comunida-des familiares 42, donde se rezaba el rosario, que fue la práctica depiedad colectiva más común entre los fieles 43, se enseñaba el catecis-mo a los niños, se escondía y ayudaba a los perseguidos y encarcela-dos, se celebraba, cuando era posible la Eucaristía y se administrabalos sacramentos44 .

En Martos, pueblo de la provincia de Córdoba, donde no habíaquedado ningún sacerdote, ya que «todos fueron asesinados», elPadre Claudio, destinado en un batallón de ingeniero, aprovecha-ba la noche para visitar el hospital, el asilo, o la casa de unos sa-cristanes, donde se reunía la «Iglesia del silencio», y es que laoscuridad de la noche era la mejor aliada para el culto clandestino,pues «ayudaba a que nadie me siguiera los pasos». Los sábados quepodía «iba a la casa de la respetable señora Manuela de la Rosa,donde se juntaban muchas personas para poderse confesar y asistiral santo sacrificio de la misa». El P. Claudio, debido a la falta demisal, sólo pudo celebrar la misa dos días, el 13 de noviembre y el

42 «Nos juntábamos en el comedor, y la abuela dirigía el rosario, seguidode una lectura de un libro del P. Claret. Oramos por nuestros difuntos y por losausentes. Todo termina con el Ángelus». Plácido María GIL IMIRIZALDU, o.c.,p. 161.

43 Reconocía el Padre Torent, Vicario General de Barcelona, en una pasto-ral de cuaresma para el año 1938, incautada por la policía, que el «SantoRosario en familia vuelve a ser la devoción predilecta, clásica en los hogaresde nuestra patria». Vicente CÁRCEL ORTÍ, La gran persecución. España, 1931-1939, Planeta, Barcelona, 200..., p. 158.

44 En Mataró destacó el grupo de jóvenes de la Congregación Marianadirigido por Domingo Rovira Castellá. En 1938 un solo sacerdote en Mataródistribuyó 9.947 comuniones. Otros de estos sacerdotes de la Iglesia de lascatacumbas en Mataró administró doce bautismos, cuatro matrimonios, vein-ticinco extremaunciones, y diariamente daba un promedio de 15-20 comunio-nes. Salvador NORNELL I BRU, El doctor José Sanso Elías, párroco-mártir deSanta María de Mataró (Barcelona), y su tiempo, Distribuidora Balmes, Bar-celona, 1986.

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día de la Inmaculada. Por cáliz utilizaba una copa de cristal, porpatena un «finísimo plato también de cristal»; las formas las hacíanlas hermanas del hospital, el vino lo mandaban las hermanas delasilo. No tenían ornamentos, por altar utilizaban una mesa de már-mol donde colocaban un crucifijo y una «bonita imagen de la Vir-gen del Carmen con Santa Teresita» 45. Solía oír en confesiones a losfieles el sábado por la tarde, y a primera hora del domingo celebra-ba la misa para poder estar en el cuartel a la hora en que los sol-dados se levantaban.

El P. Plácido, refugiado con una familia en un pequeño pueblo enlas cercanías del frente de Lérida, nos cuenta cómo celebraron laNoche Buena de 1938: «El niño Jesús estaba colocado en un pequeñopesebre con pajas. Tiene dos velas. Él preside nuestra reunión festi-va. Rezamos los misterios gozosos del rosario, la Salve y el Ángelus,y una oración a San José. La padrina lee en su libro un trocito refe-rente a la Navidad. Y oramos por nuestros ausentes y difuntos. Luegoel Nene coge el niño y nos lo da a besar a cada uno, y lo deja en elpesebre. Parece un pequeño actor, o mejor un ángel entre nosotros.Se pone la mesa a la luz del carburo y, sentados, se traen los manja-res: sopa muy rica, pollo de casa, ciruelas pasas y turrones» 46.

La Iglesia en la clandestinidad, a pesar de que los edificiosreligiosos seguían devastados y vacíos, con sus puertas «abiertasa todos los vientos», se vio enriquecida con todas las actividadespropias de la Iglesia en un estado normal: culto, piedad, caridad,formación, en aquellas circunstancias, todas ellas prohibidas 47. Enmedio del acoso y de la persecución, las pequeñas comunidadesclandestinas se constituyeron en espacios de libertad, y es que comoreconoce el doctor Tarrés, en cuya casa había un «sagrario clandes-

45 Claudio DE SANTA TERESA, o.c., pp. 175-177.46 Plácido María GIL IMIRIZALDU, o.c., pp. 173-174.47 El 20 de febrero de 1937, Luis Cardona Pedrals y su mujer Dolores

Bosch, junto con varios familiares, y el sacerdote de los sagrados corazones,Félix González, fueron detenidos en la Diagonal de Barcelona cuando iban acelebrar el matrimonio. Luis Cardona estuvo preso seis meses, el sacerdote, unaño, el delito por el que fueron condenados: haberse casado por lo católico yno por lo civil. César ALCALÁ, Checas de Barcelona. El terror y la represiónestalinista en Cataluña durante la Guerra Civil al descubierto, Belacqua, Bar-celona, 2005, pp. 13-14.

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tino», el poder tener la eucaristía y comulgar, así como celebrar lamisa, «era relajante en medio de nuestras vidas de tanta tensión» 48.

Lo mismo les sucede a las Carmelitas Descalzas del Cerro de losÁngeles en su primer lugar de acogida, una vez expulsadas de suconvento, el colegio de San José de Getafe, donde organizaron unCarmelo, y donde ni un solo día se dejó de guardar la vida de obser-vancia, la oración, el rezo del oficio divino y del rosario, la recrea-ción, el silencio; lo único que lamentaban es que el sagrario estuviesevacío y no pudiese tener misa ni comulgar. En su segundo refugio, enla calle Claudio Coello de Madrid, y aunque los primeros meses nopudieron tener misa, todos los días recibían la comunión y teníanla vela al Santísimo, ya que la portera de la casa iba a buscar la eu-caristía a otra casa donde se encontraba un sacerdote refugiado. Apartir de finales de 1936 con la llegada del P. Florencio del NiñoJesús, liberado de la Cárcel Modelo, tuvieron todos los días la cele-bración de la misa, llegando a celebrar con toda solemnidad la fiestade Navidad y la Semana Santa, incluso en la fiesta del Corpus tuvie-ron exposición del Santísimo, con incienso incluido 49. Este piso de lacalle de Claudio Coello se convierte en una capilla clandestina, don-de religiosas y seglares acudían a recibir la Eucaristía, y en donde lacomunidad celebraba con solemnidad, incluidas las procesiones litúr-gicas como mandaba el ritual carmelitano, las fiestas de Navidad, consu nacimiento, y Semana Santa con el Monumento. Debido a la ayu-da que recibían de Socorro Blanco 50, que las proporciona formas, seconsagraba la Eucaristía; algunas semanas llegaron a consagrar hasta800 formas, que se repartían, bien por que iban a buscarlas de otrascomunidades clandestinas, o porque las mismas monjas las llevabanpersonalmente 51.

48 Romuald DÍAZ I CARBONELL, Pere Tarrés, testimonio de fe. El cristianolaico, el médico, el sacerdote, Santandreu Editor, Barcelona, 1994, p. 128.

49 María DE ALVARADO, Lámpara viva. La Madre Maravilla y el Cerro delos Ángeles, Madrid, 1994, pp. 181-182.

50 El Socorro Blanco, organización clandestina vincula al movimiento car-lista que proporcionaba ayuda económica, material y espiritual a los clandes-tinos sin medios y se procuraba llevar comida y ropa a los prisioneros. JavierCERVERA, o.c., pp. 336-339.

51 Vida de la madre Maravilla de Jesús, EDICA, Madrid, 1976, pp. 191-229.

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Esta Iglesia del silencio o de las catacumbas, cultivó las tresdevociones características del mundo católico: la Eucaristía, la de-voción a la Virgen y la devoción al Papa, convirtió las casas, enexpresión del P. Torrent, Vicario General de Barcelona, en «escue-la, oratorio, templo», las cuales vinieron a sustituir a la escuelacatólica y a la parroquia. Cuando no se podía celebrar la Misa orecibir la comunión se practicaba otro tipo de devociones como eranel rezo del rosario, las letanías de los santos, el examen de concien-cia, se tenían momentos de oración, y si era posible se hacía lalectura espiritual. La casa del Doctor Tarrés en Barcelona se convir-tió en un ejemplo de lo que es la Iglesia de las catacumbas. A partirdel 2 de septiembre de 1937 pudieron tener la Eucaristía en su casa,convirtiendo la habitación donde fue colocada en un verdadero ora-torio, donde algunos días se celebraba la misa, pero donde se co-mulgaba diariamente y en donde la familia pasaba largas horasen oración durante la noche; y es que, como él dice: «gracias a larevolución podemos tener al mismo Jesucristo a nuestro lado». Porla casa pasaban numerosos sacerdotes a distintas horas del día parano levantar sospecha, se predicaba «en voz muy baja», y se celebra-ron las grandes fiestas de Navidad y Semana Santa» 52.

Exponente de la Iglesia clandestina de Barcelona son las llama-das rutas misioneras, conocidas también como brigada motorizada,iniciadas en mayo de 1937 en Barcelona y llevadas a cabo por losjesuitas. Estas rutas tenían por finalidad visitar los pueblos, lo quese llevaba a cabo cuando menos sospecha levantaba, al atardecer delos sábados y primeras horas del domingo. En estas misiones, queescogían como lugar de reunión casas que no llamasen la atención,tiendas o farmacias, o viviendas situadas en las afueras del pueblo,se celebraba la misa, se administraba los sacramentos y se dejabareservado el Santísimo en hogares de confianza 53. Un paseo por lacalle o los bancos de los parques era el lugar idóneo para confesar,en este sentido «la plaza de Urquinaona de Barcelona se convirtióen uno de los confesonarios clandestino más concurridos por sacer-dotes y fieles». Mosén Pere Vinye, Pere de la Pipa, que se movía

52 Romuald DÍAZ I CARBONELL, Pere Tarrés, testimonio de fe. El cristianolaico, el médico, el sacerdote, Santandreu Editor, Barcelona, 1994, pp. 127-128.

53 E. A. Los Jesuitas en el Levante Rojo (1936-1939), p. 181.

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por las zonas rurales de Cataluña con aire de vagabundo con unabolsa al cuello, donde llevaba las formas para consagrar, tenía es-tablecidos treinta puntos de contacto donde, un día fijo al mes,celebraba la misa 54.

En Madrid destacó la llamada Catedral de Hermosilla, una ca-pilla clandestina que funcionaba en el número 12 de la calle Hermo-silla, pero que todo el mundo sabía dónde se encontraba. En ellatodos los días se celebraba la misa, los domingos durante la celebra-ción de la misa, siempre había algún sacerdote que explicaba lahomilía; allí se dieron varias tandas de ejercicios, y, aquellos quedeseaban ser oídos en confesión, siempre solía encontrarse algúnsacerdote; se administraban los sacramentos del bautismo y delmatrimonio, y se enseñaba el catecismo a los niños y a los adultos.El grupo de Villarrubí, formado entre otros por los sacerdotes To-más Ortega, Hermenegildo López, Ildefonso de Peña Mingueláñez,Enrique Massó, que funcionaba en un piso de la calle Lagasta, nú-mero 88, requisado por el partido comunista y que de puertas haciafuera pasaba por un centro del Socorro Rojo Internacional. Estegrupo utilizaba un coche con las siglas de la FAI, con milicianosincluidos, para desplazarse por la ciudad para administrar los sacra-mentos. Aquí solían acudir algunos seminaristas, los «chicos de lasVistillas» 55, como le llamaba José María Lahiguera, movilizados«por los frentes y cuarteles», para la celebración de la misa y parallevarse la Eucaristía, que distribuía entre aquellos que no tenían laoportunidad de poder acudir a estos centros. Este grupo llegó inclu-so a organizar cursos de latín para los seminaristas.

Hay que destacar la labor llevada a cabo por la Juventud deAcción Católica de la parroquia de Santa Teresa, que sostuvo duran-te los tres años de guerra el movimiento devocional. En SemanaSanta mantuvieron diecinueve monumentos con vela continua, ydurante los años de guerra celebraron con toda solemnidad la fiestade Santa Teresa, tenían el rezo del rosario perpetuo, recitado a lolargo de todo el día por turnos cada media hora. Este grupo, desde

54 Joseph FRANQUERA ALIBERCH, Reports biogràfics d’en Pere de la Pipa,Imprenta Anglada, Vich, 1972.

55 Carta de diciembre de 1937, de José María Lahiguera al obispo EijoGaray, en Vicente CÁRCEL ORTIZ, o.c., p. 29.

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octubre de 1936, y coordinado por el sacerdote José María Taboa-da 56, se dedicó a recaudar cuotas fijas e intenciones de misas paraunos treinta sacerdotes que vivían y ejercían su ministerio sacerdo-tal en la clandestinidad.

LA IGLESIA DE LAS CÁRCELES

A la Iglesia de las catacumbas se unía la Iglesia que vivía en elinterior de las cárceles y en los centros de detención, donde lasceldas se convirtieron en capillas 57, y en donde los sacerdotes pre-sos se preocuparon, lo que no era difícil, por buscar a los católicosallí detenidos y poder celebrar, lo que muchos consideraban unaimprudencia, la misa, haciéndose más frecuente, sobre todo, cuandotuvieron noticia del permiso concedido por el Papa para celebrar laEucaristía en condiciones especiales de clandestinidad. Para cele-brar la misa era necesaria la connivencia con los católicos de fuerade la cárcel para poder conseguir los elementos indispensables, lasformas y el vino 58. Celebrar misa de forma clandestina en la cárcelno era fácil, había que hacerlo a primera hora de la mañana, enpequeños grupos y en distintas celdas, sin aparato litúrgico y con elriesgo de ser sorprendidos por los oficiales de prisiones, lo que traíagraves consecuencias, entre ellas las de ser enviado a un campo detrabajo. Con el tiempo fueron perdiendo el miedo, y como recuerda

56 J. L. ALFAYA, Como un río de fuego: Madrid, 1936, Ediciones Interna-cionales Universitarias, Barcelona, 1098, p. 502.

57 Saturnino Ortega, Arcipreste de Talavera, cuando llegó preso a la cárcelde Talavera, lo primero que hizo fue colgar el crucifijo en la pared y decir atodos: «esta es nuestra capilla». Allí solía reunir a un grupo de jóvenes con losque rezaba entre otras oraciones el rosario, después de lo cual les leía algunoscapítulos del Kempis. Pedro ARGANDA MARTÍNEZ, El arcipreste mártir de Ta-lavera. Vida, obra y martirio del Beato Saturnino Ortega, EDIBESA, Madrid,2007, p. 56.

58 Hay que destacar, en este sentido, el testimonio de lo sucedido en lacárcel de Mataró, donde los sacerdotes Guillermo Pérez Rodríguez, condenadoa quince años por «Fascista-religioso», y José, condenado a cinco años deprisión, celebraron la eucaristía durante todo el tiempo de la guerra; la últi-ma misa que se celebró fue el 27 de enero de 1939, el día anterior a la caídade Barcelona en poder de las tropas nacionales. Salvador NORNELL I BRU, o.c.,pp. 378-380.

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el Jesuita Padre Inesta, prisionero en la cárcel Modelo de Valencia,los oficiales de prisiones hacían la vista gorda, terminando por serellos los que «nos traían hostias y vino» 59. Y cuando no se podíacelebrar la Eucaristía en el interior de las cárceles, las «Hostiasconsagradas», «el Divino prisionero», llegaban desde el exterior,donde eran consagradas por los sacerdotes que se habían visto obli-gados a pasar a la clandestinidad y entregadas a familiares de pre-sos, quienes a través de algunos de los presos, que solían salir de lacárcel para algún servicio exterior, las hacían llegar al interior de lasprisiones 60. Si no se conseguían las formas para poder consagraro las «hostias consagradas», servía la corteza del pan común, comoaconteció en la cárcel de Utrera, Sevilla, donde el sacerdote Anto-nio Ulpiano, después de confesar a los compañeros de prisión, cortódiez trozos de corteza de pan común, los consagró y con ellos lesdio la comunión, «que recibieron con gran emoción y devoción».

Cuando faltaban los sacerdotes eran los propios laicos los quedirigían los ejercicios devocionales, como ocurría en el barco pri-sión Cabo de Palos, donde todas las noches después de la cena «serezaba el santo rosario en comunidad» dirigido por Andrés Ferrán-diz, capitán de infantería, allí prisionero. Los domingos, a falta desacerdotes y con pequeños devocionarios, recitaban el ejerciciode la misa 61. Esto era frecuente en las cárceles de mujeres, pues laausencia de sacerdote hacia imposible la celebración de la misa,aunque no por ello se dejaba de llevar una vida de piedad, comoacontecía en la cárcel de mujeres de Cuenca, establecida en el con-vento de las Carmelitas, donde la vida de piedad era animada por

59 E. A., Los jesuitas en el Levante Rojo, p. 211.60 Ildefonso Alvárez de Toledo, Marqués de Valdueza, terciario carmelita,

detenido el 22 de julio de 1936 y encarcelado en la Modelo con su hijo, sussobrinos y dos presos, a los que se les prohibió la salida al patio, A esta celdallegó la Sagrada Forma, que escondían en una rendija, tras las maderas de unviejo taburete. Permanecía siempre en adoración, levantándose o echándose alsuelo, como disimulando cuando pasaba el centinela. A las doce de la nochecogía la Sagrada Forma y daba de comulgar a su hijo y a los otros compañeros,comulgando él el último. «Terciarios ilustres. Excelentísimo Señor Don Ilde-fonso Álvarez de Toledo, Marqués de Villanueva de Valdueza», en V.O.T.,Boletín Oficial de la Venerable Orden Tercera del Carmen y de Santa Teresade Jesús, núm. 8, julio de 1946, p. 4.

61 Gabriel ARACELI, Valencia, 1936, Zaragoza, 1939, p. 64.

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Aurelia González Escudero, cuyo marido había sido asesinado en1937. Allí se rezaba el rosario, se comulgaba —ya que la Eucaristíaentraba de forma clandestina en la cárcel—, y se hacía el ejerciciodel vía crucis. En la Navidad de 1938 leyeron los textos litúrgi-cos de la misa y al llegar a la consagración se pusieron de rodillas,«adorando en espíritu al Señor» 62.

El espíritu devocional, que se mantuvo vivo en la iglesia de lascárceles, se manifestó, en un principio, en prácticas individuales yocultas, más tarde, y a medida que van conociendo el medio carce-lario y a los oficiales de prisiones y se pierde el miedo a la clandes-tinidad, la piedad adquiere un carácter más colectivo, y más cuandoentre los prisioneros se encontraba algún sacerdote que la animase.La piedad se centraba fundamentalmente en el rezo del rosario, asícomo en la celebración de las principales fiestas, para lo cual solíanprepararse —como acontecía en la cárcel de Jaén—, con actos es-peciales, novenas, predicaciones, incluso en 1937 hicieron en casitodos los dormitorios de la cárcel, el ejercicio de los siete domingosde San José 63. En la cárcel Modelo de Valencia los jesuitas allíencarcelados tenían continuas tandas de ejercicios en las que parti-cipaban entre 20-25 reclusos 64.

CONCLUSIÓN

Hemos de decir que la Iglesia en España, más concretamente enla llamada España republicana, durante el periodo 1936-1939, y enel contexto de la Guerra Civil, sufrió una persecución violenta queafectó a personas y a cosas, edificios, imágenes y objetos destinadosal culto. En dicha persecución no sólo hubo mártires, hombres ymujeres, sacerdotes, religiosos y laicos, que entregaron librementesu vida antes que traicionar la fe que profesaban, sino también con-fesores, hombres y mujeres que, sin perder la vida sufrieron por lamisma la cárcel o se vieron sometidos a la clandestinidad y al silen-

62 J. QUIBUS, Misioneros mártires, Barcelona, 1949, p. 37.63 En la cárcel de Jaén destacó la labor como predicador del sacerdote José

Ortí. Claudio DE SANTA TERESA, o.c., pp. 134-135.64 E. A., pp. 138-139, 211.

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cio, estando dispuestos a dar la vida si llegaba el momento antesque traicionar la fe en Jesucristo.

La persecución dio lugar a una rica Iglesia de las catacumbas odel silencio; a pesar de que externamente la Iglesia había desapare-cido del panorama social, seguía viva en la clandestinidad. Iglesiaclandestina revela la fidelidad de los sacerdotes a los fieles, a losque no dejan de atender en la administración de los sacramentos,manteniendo viva la vida de la fe, a riesgo de perder la vida. Igual-mente se manifiesta en la coherencia de fe de los laicos, que no sóloanimaron la vida de fe y de piedad de muchas comunidades clandes-tinas, sino que fueron solidarios con los sacerdotes, ayudándoles asobrevivir en un mundo hostil.

Finalmente esta Iglesia clandestina revela una rica vida de pie-dad, manifestada no sólo en la necesidad de celebrar la misa y lossacramentos, eucaristía y penitencia, sino también en las múltiplesmanifestaciones devocionales, como era el rezo del rosario o el ejer-cicio del vía crucis; todo lo cual les ayudó para soportar con resig-nación cristiana aquellos duros momentos hasta configurarse conCristo, aceptando, si llegaba el momento, el perder la vida comoreparación por lo que consideraban los pecados de la sociedad y dela Iglesia, a la que aun siendo fieles, reconocían que en muchoscasos no había cumplido de su misión.

Esta memoria martirial, rica y ejemplar, no invalida la respon-sabilidad de la Iglesia en la llamada zona nacional, que la llevó aconvertir la Guerra Civil en Cruzada, y posteriormente, durantebuena parte del franquismo, a apoyar el sistema nacido de la GuerraCivil. Asimismo se ha de reconocer que también en el bando nacio-nal hubo víctimas injustas, a las que se infligió daños irreparables,como fue la muerte violenta; entre estas víctimas también hubosacerdotes y laicos, quienes habiendo querido mantenerse católicosno les dejaron, siendo acusados de delitos políticos —no siemprejustificados—, a los que se quitó violentamente la vida o se lespersiguió, teniendo que sufrir la cárcel y el silencio. Víctimas todasque sufrieron las consecuencias de la intolerancia, la negación comosujeto de derechos, entre ellos el de vivir libremente y de formadiferente a la postulada por las instancias oficiales del momento ydel bando respectivo.