Francisco Alvez Francese - Visiones de Josephine

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Francisco Alvez Francese: Visiones de Josephine (1883-1968) Proemio Jo. Déjate encerrar por el cuadro. Sé buena, Jo. Déjate apresar por los duros marcos. No es que yo quiera atraparte, sólo ahí, ese instante. Esa luz que te golpea la mejilla tan suavemente. Este minuto en que el sol va saliendo o se oculta lejos, tras las montañas (si lo prefieres, Jo, serán cerros). El tren es todo vértigo, pero no lo notas, Jo, querida. Los libros no nos permiten estremecernos demasiado. Siempre dentro de los márgenes de la hoja, ¿sabes? Pero también soñamos, Jo. También caemos torpemente sobre duras camas. Y para ver el día, así, desnudándote, te cubres de una luz espesa. Creo ver un lento armatoste rojo cubriendo el horizonte y el cuadro luminoso sobre el verde parduzco. Pero no sé, todo está en mi memoria, y tal vez me equivoque, Jo. Yo no sabía que tus manos alguna vez serían mías, pero ya te pintaba desde la infancia. En alegres farolas, en los pliegues de un mantel, en la sonrisa lastimera de una sombra. Estabas conmigo, siempre en mi paleta, en mis pinceles o como un cristo sobre los lienzos. Y te vi otro día esperar a que terminara la función. El cine es también un paraíso, Jo, me gustaría morir en un cine, en medio de una proyección. No importa, esperabas, con la mano apenas apoyada sobre el rostro. Esperabas con tu traje azul con una raya roja de acomodadora. Y yo te vi al pasar, difusa entre el humo. Pero cuando quise acordar el humo no existía. Y la acomodadora no existías, pero Jo, Jo. Sí que existías. Existías en la sala de espera de un hotel. Mirabas a tu viejo marido y en frente, existías leyendo, distraída, el tercer tomo de aquella novela. Bueno, eso lo digo ahora,

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Una elegía siempre se escribe pensando en un reconocimiento, pero también hay elegías que mezclan la añoranza con el recuerdo de bellos sublimes eróticos. La poesía fue escrita durante varios momentos, en un período que va de 1931 a 1952. El autor juego con lo más intimista y cotidiano que se vive en una relación y a la vez con alusiones a las experiencias sexuales, todo ello con suavidad y discreción.

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Francisco Alvez Francese: Visiones de Josephine (1883-1968)

Proemio

Jo. Déjate encerrar por el cuadro.Sé buena, Jo. Déjate apresar por los duros marcos.No es que yo quiera atraparte,sólo ahí, ese instante. Esa luz que te golpea la mejillatan suavemente. Este minuto en que el sol va saliendoo se oculta lejos, tras las montañas (si lo prefieres, Jo,serán cerros). El tren es todo vértigo, pero no lo notas,Jo, querida. Los libros no nos permiten estremecernos demasiado.Siempre dentro de los márgenes de la hoja, ¿sabes?Pero también soñamos, Jo. También caemos torpementesobre duras camas. Y para ver el día, así, desnudándote,te cubres de una luz espesa.

Creo ver un lento armatoste rojo cubriendo el horizontey el cuadro luminoso sobre el verde parduzco.Pero no sé, todo está en mi memoria, y tal vez me equivoque, Jo.Yo no sabía que tus manos alguna vez serían mías,pero ya te pintaba desde la infancia.En alegres farolas, en los pliegues de un mantel,en la sonrisa lastimera de una sombra.Estabas conmigo, siempre en mi paleta, en mis pinceles o como un cristo sobre los lienzos.Y te vi otro día esperar a que terminara la función.El cine es también un paraíso, Jo,me gustaría morir en un cine, en medio de una proyección.No importa, esperabas, con la mano apenas apoyadasobre el rostro. Esperabas con tu traje azul con una raya rojade acomodadora. Y yo te vi al pasar,difusa entre el humo. Pero cuando quise acordarel humo no existía. Y la acomodadora no existías,pero Jo, Jo. Sí que existías. Existíasen la sala de espera de un hotel. Mirabas a tu viejo maridoy en frente, existías leyendo, distraída, el tercer tomode aquella novela.Bueno, eso lo digo ahora,tal vez leyeras el catálogode una tienda, o la Guía Azul.Creo, tímidamente, recordar que tu vestido era azul.Yo no sabía que un día podría quitartede un tirón, todos los vestidos reales o imaginados.Y que tendría por la mañana el sabor de tu sangre en mi boca herida.Pero así, te pintaba en los cristales y en el miedo y en el sueño.¿Estarías de luto? No lo recuerdo, pero el tren es un vértigo.Claro, todo pasa tan de prisa cuando uno camina mirando

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casi por el rabillo del ojoa la gente. Pero siempre te tendré, Jo, para completar mis alucinadas vibraciones.Me gustaría ahora, Jo, que te quedes un instante quietasentada desnuda, como estás, sobre la cama. Apoyada en la paredblanca. Estira las piernas, así, con tus tacones. Con las manosentrelazadas sobre las piernas. Da vuelta la página. Imaginemospor un instante, este instante,que el día termina. Y que el horizonte, cubierto de luces rarases inalcanzable. Pero que no importe, no, Jo, no llores.Que no importe, que todo lo que importesea la tarde precisa, las cuatro maderitas del marco.

1931

Lista para partir. O quizá recién llegada.La soledad del viaje no se parece a la otra soledad,la de la cama. Pero a veces son la misma.La soledad de separarse y que todo termineuna vez terminado. El vestidito rosado ¿no quiereromperse? Y el pelo ¿no quiere soltarse?Y el libro ¿no anhela, en tus manos, su destrucción?Todo tiende a la disolución, a la muerte.El verde al azul, el marrón al rojo, el amarillo al gris.Todo tiende a desvanecerse. Los sombreros también,y las doradas bisagras de las maletas.Por eso la cortina está entrecerrada.Pero no sabía nada de esto, buscando algo en las líneascontinuas e insistentes de letras. Pero cuidado: el libroestá en blanco. Y la piel transparenta toda la habitación.Ella no sabía nada, ni por qué ni cómo ni dónde ni quiénrecorta arbitrariamente los muebles o los marcosde la puerta. ¿La habrá dejado abierta? Es claro que la puertaestaba cerrada. Ella nunca estuvo ahí. Quién sabe.Ese sofá, la cama, la ropa levemente apoyada, la entrevistasandalia. Quién sabe.Sólo una puerta blancavista al pasarpor el corredorvacío de un hotel.

1952

Claro que él nunca estuvo aquí.Es un personaje de la literatura, o es aquél hombreque en noches calurosas supo tirar las sábanaslejos, acariciar los muslos y la espalda, besarpor incontables horas el mismo círculo.

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Pero ahora está. El espejo no refleja nada.Y ella no mira. Ser vieja es una incomodidad,pero no hay vejez en ella. Un vestido rosado,el mismo que compró con su esposo, Edward,en New York, en 1928. Pero claro, el tiempose confunde. Se mezcla. Y entoncesuna mano de 1931 y una mano de 1915,y los ojos de 1949 y los senos de 1908.No hay tiempo para la vida. Por eso se detienea cada instante a pensarse.El tren vertiginoso está atrasado.El fantasma triste lo espera, a punto de dejar,esta vez para siempre, el cigarrillo.Como si todo esto importara. Las tapasnegras del libro, los verticales poemasdelatan la existencia de un orden.El simple hecho de esta constatación,de la luz de sol entrando por la ventana,debería alcanzar. Ella está levantando los ojoslentamente, del libro al hombre.No sé qué visión o qué silencio los puso allí juntos,para siempre. A punto de desaparecer o de corporizarseen esta habitación, de luz ambigua.

1941

La luz del reflector atraviesa la sala,ojos ávidos, metal de saxofones.Siempre quiso volar. No había forma, le dijo,de volar, sin precipitarse al vuelo.Sin alzarse, completamente abstraída,sin alas, sin ropa, sin ojos que determinenla ligazón con el mundo. Levantando apenaslos pies, impulsada por una extraña congojay por la vibrante música.No basta el dorado, todo el dorado del mundoni toda la firme seguridad de las tablas así dispuestas.El vuelo requiere otras disciplinas.La luz no es necesaria. La boca sí. Tambiénla caída.Pero no va a volar, claro. Es sólo una imagenen un cuadro. No iba a volar tampocoen su club, no era siquiera así exactamente.Fue más fácil recordar sus pechos,sus brazos, su pelvis, su cintura, sus piernas,que el recuerdo que llevaba, como una seda,entre las manos. Fue más fácil completaren otros borradores la imagen fiel.No hay nada real aquí. Nada que no lo sea.

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Epílogo

Ya no están las dos casitas sobre los blancos médanos,se han ido los últimos parroquianos del bar y el fríode las cañerías ha despoblado finalmente los hoteles,las plazas, los cines y las avenidas.Los perros, finalmente, se han diluido, como manchas,en el trigo.Ya no queda el payaso, ni el hombre feliz, ni aquel versoque leímos una madrugada. Ya no queda la vida.Vayámonos.Pero queda.

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