Gassan Kanafani - Ramallah2

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    escalofro extrao que sent al ver a una de las muchachas judas empujar,

    riendo, la barba de mi to Abu Othman.El no era mi to de verdad: era el barbero de Ramleh y tambin cumpla

    las funciones de mdico en la ciudad. Todos gustaban de Abu Othman y le

    dieron el apodo de to para mostrar el respeto que le tenan. Ahora estaba

    parado all, apretando junto al cuerpo a su hija menor, la pequea Ftima, que

    miraba a la juda con sus grandes ojos negros.

    -

    Es su hija?.

    l movi la cabeza, medio inquieto. Sus ojos tenan un fulgor sombro.

    Con toda la simpleza del mundo, la juda levant su ametralladora hacia la

    cabeza de Ftima. La pequea continuaba mirndola con los ojos negros

    llenos de pavor.

    Un soldado judo lleg justo en ese instante. La escena le haba llamado

    la atencin y se coloc delante de m, impidiendo mi visin de lo que sigui.

    O tres balas sucesivas zumbando. Lo que pude ver al seguir fue el

    rostro de Abu Othman crispado por un sufrimiento atroz. La cabeza de Ftima

    se inclin al frente. Gruesas gotas de sangre escurran de sus cabellos,

    derramadas sobre el sol ardiente.

    Algunos minutos despus. Abu Othman pas a mi lado, cargando con

    sus viejos brazos el cuerpo de Ftima. Estaba callado y miraba apenas para el

    frente, con una especie de calma metlica, asustadora. l pas sin verme.

    Not como su espalda estaba arqueada mientras avanzaba entre las dos filas

    hasta la primera curva. Mi mirada se volvi y se detuvo sobre su mujer, que

    se haba cado al suelo. Vi cmo ella puso sus manos en el rostro y explot en

    sollozos.

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    Un soldado judo lleg cerca de ella y pidi que se levantase. Ella no

    obedeci. Pens que haba llegado al ltimo grado de desesperacin.Esta vez pude ver claramente, con mis propios ojos, lo que ocurra. El

    soldado la empuj con el pie y ella se acost de espaldas. Tena la cara roja.

    El soldado coloc la punta del fusil sobre su pecho y dispar una nica bala.

    Luego, el vino en mi direccin. Pidi con voz tranquila que levantase

    el pie que haba puesto en el suelo sin percibir. Obedec y me llev dos

    bofetadas. l limpi la mano manchada con mi sangre en mi camisa. Sent un

    enorme cansancio e hice fuerza para encontrar a mi madre a lo lejos, entre las

    otras mujeres. Ella tena los brazos erguidos bien encima de la cabeza.

    Lloraba en silencio. Cuando nuestras miradas se cruzaron, ella sonri

    suavemente, entre las lgrimas. Un dolor terrible cortaba mi pierna que se

    doblaba sobre mi peso. Intent devolverle la sonrisa triste como para decir que

    las bofetadas no me haban dolido, que todo estaba bien y que lo ms

    importante era no lamentarse, o actuar como Abu Othman.

    l pas otra vez cerca de m. Al verlo, abandon mis pensamientos.

    Volva a su lugar sin mirarme. Al llegar cerca del cadver de su mujer, se

    detuvo. Slo vea su cuerpo de espaldas, doblado, las ropas ensopadas de

    sudor. Poda imaginar su rostro vaco, silencioso y mojado por la

    transpiracin.

    El se agach para cargar el cuerpo. Muchas veces vi a su mujer sentada

    delante de la tienda esperando que l acabase de almorzar, para volver con la

    marmita a la casa. l pas, por tercera vez, delante de m, cansado, con el

    sudor inundando el rostro arrugado. Pas cerca de m, siempre sin verme, y vi

    otra vez su dorso encorvado entre las dos filas de presioneros, que ahora ya no

    lloraban.

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    El silencio, de repente, envolvi a las mujeres y a los viejos. Fue como

    si los recuerdos de Abu Ohtman penetrases por los huesos de todos.Recuerdos que l acostumbraba a contar a todos los hombres de Ramleh

    cuando conversaban en las sillas de la barbera. Recuerdos que ahora henchan

    todos los pechos y se infiltraban subterrneamente en los huesos, para

    corroerlos como cido.

    Era una persona muy querida. Confiaba en todo y en todos, y ms an,

    en l mismo. Comenz de la nada y, cuando la revolucin de la Montaa de

    Fuego lo empuj a Ramleh, volvi al punto de partida. Recomenz, entonces,

    a trabajar duro, siempre til como una planta fecundada por la tierra frtil de

    Ramleh. Consigui la estima y el afecto de los habitantes de la ciudad, cuando

    comenz la ltima guerra de Palestina, vendi todo lo que tena para comprar

    armas, que distribua entre los parientes, pidindoles que cumpliesen con su

    deber. La barbera se transform en depsito de armas y municiones. l

    nunca pidi nada a cambio de sus sacrificios. Todo lo que deseaba era ser

    enterrado en el bello cementerio de la ciudad, a la sombra de los rboles

    frondosos. Los hombres de Ramleh saban que Abu Othman esperaba ser

    enterrado all cuando llegase el da.

    A m alrededor, los rostros cubiertos de sudor reflexionaban el peso de

    los recuerdos. Yo miraba a mi madre, parada all con los brazos levantados, el

    cuerpo erecto, como si no sintiesen ningn cansancio. Inmvil como una

    estatua de plomo, ella segua a Abu Othman con los ojos. Doble un poco la

    cabeza para ver al to, que ahora estaba delante de un soldado judo. l dijo

    alguna cosa y despus apunt a su barbera. Luego fue andando, solo, en

    direccin a ella. Volvi luego, trayendo una sbana blanca que us para

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    envolver el cuerpo de su mujer. Retorn entonces, con ella en los brazos, su

    marcha rumbo al cementerio.Volv a verlo un poco despus, viniendo en nuestra direccin con el

    caminar muy pesado, el cuerpo an muy encorvado, los brazos cansados

    pendulando a lo largo del cuerpo. Se aproxim lentamente a m. Haba

    envejecido mucho. Su rostro tena el color del polvo. Jadeaba. Sobre su

    pecho se mezclaban trazos de sangre y barro.

    Se par a mi lado y qued encarndome como si yo fuese un

    desconocido. Permaneci un poco all, parado en medio de la carretera, sobre

    aquel terrible sol de julio, cubierto de polvo, mojado con sudor, sus labios

    agrietados y la boca, donde la sangre se secaba, entreabierta. Continu

    mirndome por un tiempo. Tuve la impresin de ver en sus ojos un mundo de

    cosas que me perturbaban sin que yo pudiese llegar a comprenderlas. l

    retom su camino, paso a paso, el aliento cortado. Cuando lleg a su lugar, se

    detuvo dio vuelta el rostro hacia la carretera y levant los brazos bien alto.

    No fue posible enterrar a Abu Othman como l siempre haba soado.

    l entr en el escritorio del comandante judo para un interrogatorio. Cuando

    coloc los pies all adentro, todos oyeron una pavorosa explosin. El edificio

    entero se destruy y el cuerpo de Abu Othman desapareci entre los

    escombros.

    Ms tarde, mi madre cont, mientras caminbamos por las montaas

    rumbo a Jordania, lo que haba sucedido. Abu Othman, al entrar a la barbera

    antes de enterrar a su mujer, no haba regresado solamente con la sbana

    blanca.