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Es una traducción de fans para fans.

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Juli

Eni

Sofía Belikov

Moni

ElyCasdel

Marie.Ang

Anelynn*

Val_17

*~ Vero ~*

katiliz94

nicole vulturi

Helen1

CrisCras

Vanessa Farrow

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Gaz Holt

Michelle♡

Jasiel Odair

Snow Lawson

Madeleyn

florbarbero

Jeyly Carstairs

hermanaoscura

Annabelle

Gabihhbelieber

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Juli

Ayrim

Mel Markham

Gabihhbelieber

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Karool

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Vanessa

Marie.Ang

Mel M

CarolHerondale

Cotesyta

Daniela

Meliizza

itxi

Alessa

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Aimetz

Melii

Juli

Juli

Mel Markham

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Sinopsis

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Capítulo 22

Capítulo 23

Capítulo 24

Capítulo 25

Capítulo 26

Capítulo 27

Capítulo 28

Capítulo 29

Capítulo 30

Epílogo

POV de Mason

To Professor, With Love

Sobre el autor

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No importa lo que diga mi prima; no soy la reina de las relaciones

imposibles. Quiero decir, sólo porque mi último novio trató de matarme y me

dejó una pequeña cicatriz en el cuello, entonces me obligó a mudarme al otro

lado del país y cambiar legalmente mi nombre a Reese Randall para escapar de

él, no significa que...

Oh, ¿a quién estoy engañando? Para una estudiante de primer año en la

universidad, tengo que tener el peor historial de citas.

No es de extrañar que el amor sea lo último en mi mente cuando Mason

Lowe entra en mi vida. Pero la química entre nosotros es como ¡bam! Nuestra

conexión desafía la lógica. Y él es tan malditamente sexy. Estar cerca de él me

hace sentir más viva de lo que nunca me he sentido. Incluso me gusta pelear

con él. Podría ser mi alma gemela... excepto por un pequeñito problema.

Es un gigoló.

Dios, sí que sé cómo elegirlos.

Forbidden Men, #1

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Traducido por Eni

Corregido por gabihhbelieber

Mason Lowe arreglaba la podadora manual de su madre para poder

cortar el césped cuando la señora Garrison vino a cobrar el alquiler.

—Oigan. —Su llamado agudo y nasal rechinó contra sus oídos, antes que

ella golpeteara la cerca que separaba su patio del suyo. Las bisagras de metal

hicieron un chirrido cuando la verja se abrió—. ¿Hay alguien en casa?

—Sólo yo. —Él entrecerró los ojos ante el resplandor del medio día

mientras levantaba la mirada. Con una llave inglesa sostenida firmemente en su

mano, pasó el dorso de su mano por la frente para secar el sudor que goteaba.

—¡Oh! Mason. —Presionando una mano en su escote expuesto, la casera

de su madre se tropezaba con sus tacones ridículamente altos y parpadeaba

con sus pestañas largas y falsas—. No te había visto.

Con la esperanza de que tal vez si se veía lo suficientemente ocupado, la

mujer de cuarenta y algo entendería la indirecta y lo dejaría solo, permaneció

agachado detrás de la podadora al revés, en donde había estado afilando la

cuchilla. —¿Necesita algo?

—Um… —Mordió su labio y recogió su cabello con una mano para

mantenerlo alejado de su cuello mientras usaba la otra mano para abanicarse.

Los destellos de su esmalte de uñas rojo brillaban con la luz del sol.

Lo inspeccionaba con atrevimiento, su mirada codiciosa lo consumía.

Asqueado por su inspección, él se retorcía en su interior, con ganas de alcanzar

su camiseta que se había quitado hacía media hora y arrojado a un lado.

Echando un vistazo alrededor del patio como si estuviera a la caza de un

criminal que acaba de robar un banco, preguntó—: ¿Dónde está tu madre?

Volviendo su atención a su tarea, Mason usó la llave para girar la cuchilla

en su lugar. —Llevó a mi hermana a otra cita con el doctor —mintió, sus

músculos se presionaron cuando apretó los dientes.

Su mamá y Sarah se encontraban en el supermercado, pero recordarle

las circunstancias de su hermana a la señora Garrison podría anotarle a su

familia un poco de simpatía y comprarles tiempo extra para reunir más dinero,

porque estaba seguro de que su mamá se atrasó con el alquiler otra vez.

—Mm. ¿Y cómo está la pobre niña dulce? —murmuró la señora Garrison

distraídamente, su atención estaba en sus manos mientras él trabajaba.

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Ante la sospecha de que a ella no le importaba en absoluto el bienestar

de Sarah, apartó los mechones oscuros de sus ojos y le lanzó una mirada. —

Todavía tiene parálisis cerebral. —Giró un poco más fuerte de lo que lo había

hecho antes, asegurando el tornillo.

—Vaya, vaya. —La casera se inclinó más cerca—. Seguro que tú creciste

muy bien. Mira esos músculos que tienes. —Su sombra pasó en frente de él

justo antes de que pusiera una mano en su hombro y sus largas uñas se

hundieran en su piel resbaladiza.

Sorprendido por el contacto, se tambaleó hacia atrás, tratando de alejar

su mano.

Ella soltó una ronca sonrisa divertida. —No hay necesidad de estar tan

nervioso, querido. —Sus uñas aflojaron su agarre, sólo para recorrer un

centímetro de su pecho con una descarada caricia de apreciación—. No

muerdo. —Contradiciendo sus palabras, esbozó una sonrisa con sus dientes

blancos y perfectos gracias a su ortodoncia. Parecía como si quisiera tomar un

pedazo de su carne cruda.

Mason tragó con fuerza. El brillo de su mirada lo había puesto frío por

todas partes, incluso con el calor de treinta y siete grados. Como una pantera

cuando detecta su presa, ella quería abalanzarse. Sobre él.

No tenía que ser experimentado en el sexo —y no lo era— para saber lo

que ella quería.

Probablemente lo había visto desde su ventana en el segundo piso,

usando nada más que sus pantalones cortos andrajosos, y se emperifolló con la

única intención de venir a jugar.

Se sentía un poco enfermo. No porque quisiera aferrarse a su virginidad.

No lo hacía. De hecho, si alguna oportunidad se le hubiera presentado antes, la

habría perdido hace años.

Ni siquiera era porque ella fuera fea. La mujer podría tener un falso

bronceado, pechos falsos y un poco de cirugía reconstructiva en la cara, sin

duda en los labios y cejas, pero no era un adefesio por ningún tramo de la

imaginación. Tenía grandes pechos, un culo apretado y una piernas largas bien

torneadas, lo cual, estaba bien, sí, se veían bien en esos pantalones cortos de

vaqueros súper apretados.

Y no era porque estuviera casada, porque tampoco lo estaba. No estaba

seguro de por qué todo el mundo la llamaba señora Garrison. Estaba bastante

seguro que nunca había habido un señor Garrison en el cuadro.

No, todo tenía que ver con su edad. Las mujeres maduras simplemente

no eran lo suyo, y sus dígitos multiplicaban los suyos por dos. Por lo menos.

La señora Robinson —er, Garrison— debió haber estado pensando lo

mismo sobre la cosa de los números porque arqueó una ceja con interés y

preguntó—: ¿Cuántos años tienes ahora, Mason?

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—Dieciocho. —Miró hacia otro lado, maldiciéndose, incluso cuando

admitió la verdad. Maldita sea, ¿por qué no había mentido sobre eso también?

Diecisiete de repente parecía mucho más…seguro.

Pero tenía la sospecha de que ella ya sabía exactamente cuántos años

tenía.

Una sonrisa depredadora se extendió en sus labios pintados con un aire

de triunfo burlón, como si hubiera asumido que ya lo había atrapado en su

telaraña. —Entonces…ya eres un adulto.

Mason hizo un sonido ahogado. Pero mierda. No había pensado en

realidad que tuviera el descaro de venir y decir eso en voz alta.

Ella se río con voz ronca. —Veo que te he sorprendido.

Negó con la cabeza, negando más el momento que en realidad diciendo

no. Ella sonrió con aprobación como si estuviera orgullosa de él por su

respuesta. —Tu madre me debe más de tres mil dólares. ¿Sabías eso, Mason?

Él miró fijamente a la podadora vieja y decadente, y trató de no perder el

conocimiento. —No. No lo sabía.

Cristo, era un montón de dinero.

Como si estuviera sintiendo su dolor y ofreciéndole una medida de

comodidad, la señora Garrison se agachó a su lado y puso su mano en su rodilla

desnuda. La miró, pensando que tal vez vería un poco de compasión en su

mirada. Quizás les daría un par de meses para tratar de reunir los tres mil

dólares.

Excepto que, con el calculador brillo de sus ojos con sus callosas,

profundidades color avellana, no parecía muy simpática. Su palma se movió en

su pierna, deslizándose hasta la mitad de su muslo, y él casi saltó fuera de sus

pantalones.

Joder, ¿qué planeaba, hacerle una paja aquí mismo en medio del patio

de su madre, o qué? Mientras una parte de su cerebro gritaba, el pequeño

chico en sus pantalones se animaba por la atención, decidiendo que sus

delgados dedos se sentían bastante bien subiendo por su pierna y se sentiría

aún mejor si los ponía en su inflamada cabeza.

Un pulso eléctrico saltó en su sistema. Quería empujarla lejos y

fulminarla con la mirada por hacerle esto, por hacer que su cuerpo reaccionara

en contra de su voluntad. Pero no podía apartarla, no podía decirle que se

fuera, no podía siquiera darle una mirada mordaz. Su madre le debía más de

tres mil dólares.

¿Cuántos malditos meses de renta era eso?

El pánico se estableció profundamente en sus venas. Necesitaba desviar

esto antes que fuera directamente a donde temía que ya iba.

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—Estoy seguro que mi mamá tiene el dinero —intentó—. Ell-ella y Sarah

deberían estar en casa en una hora o dos. Puede pagarle entonces.

—¿De verdad? —La señora Garrison se alegró—. ¿Entonces tenemos una

hora o dos para hacer lo que queramos?

Mason no sabía que decir. No sabía qué hacer. Quería correr, pero tenía

un mal presentimiento, esas uñas podían enterrarse en su pierna y hacerlo

trizas si lo intentaba.

Se sentía atrapado.

Ella se inclinó más cerca, el calor de la palma de su mano abrasando su

muslo. Un olor a coco flotaba sobre él. —No soy estúpida, sabes. Tu madre no

tiene esa cantidad de dinero. Y no me pagará nada cuando llegue a casa de su

cita con el doctor. Pero estaría dispuesta a reducir lo que me debe, digamos

que, a la mitad si estuvieras dispuesto a hacer un trato conmigo.

Santa madre de Dios.

La señora Garrison acababa de pedirle que tuviera sexo con ella.

Por mil quinientos dólares.

Él ni siquiera sabía su primer nombre.

—Sabes lo que te estoy pidiendo, ¿cierto, Mason?

Poniendo un poco de distancia, cerró los ojos y asintió.

—Bien. —Sonaba complacida y asquerosamente petulante—. ¿Así que tu

respuesta sería…?

Incapaz de expresar la negativa con su voz, sacudió la cabeza

vigorosamente.

Cuando no respondió, un silencio tenso se encontró con sus oídos. Su

curiosidad tomó lo mejor de él, y abrió los ojos.

Ella lo miró con una expresión astuta, como si conociera una pequeña

parte microscópica de él que quería decir sí. Pero en serio, ¿qué chico de

dieciocho años quería decir no a tener sexo, incluso si significaba tenerlo con

alguien maduro?

—¿Esa es tu respuesta final? —preguntó, sonando divertida.

Él lo echó a perder abriendo la boca. —¡Sí! Estoy completamente seguro.

No voy a tener sexo con usted. Yo no… —Apartó la mirada—. Ni siquiera sabría

qué hacer.

Por qué fue y confesó eso, no tenía idea. Pero esperaba por Dios haberla

asustado, porque ninguna mujer quería que un virgen torpe la follara ,eso tenía

que estar fuera de su amorosa mente.

En vez de apartar la mano de él con repugnancia, sus dedos se apretaron

sobre su pierna. Sus ojos color avellana se ampliaron, y se lamió los labios.

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—Oh, cariño —suspiró—. Acabas de ponerme húmeda.

Mason parpadeó. —¿Eh?

—No te preocupes si esta es tu primera vez, querido. Podría enseñarte

todo lo que necesitas saber. Y más. Sería un honor entrenar a un macho joven

como tú para que aprenda mis… preferencias. —Sus dedos comenzaron a

deslizarse más arriba de su pierna.

La agarró por su muñeca antes que alcanzara el dobladillo de sus

pantalones cortos porque sabía que ella no se detendría allí. No se detendría

hasta que tuviera un puñado. Su polla palpitaba, a sabiendas de que esto era lo

más cerca que una mujer había llegado a tocarlo. Estúpida polla.

Apretando los dientes, apretó su agarre sobre ella para advertirle que se

retirara. Pero diablos, ella comenzó a respirar con más fuerza como si su

manoseo la hubiera excitado aún más.

Con su mirada acristalada en un tono febril, liberó un fuerte jadeo. —

Maldita sea, tienes manos tan fuertes. Estás duro para mí en este momento,

¿cierto?

Enojado con ella tanto como con su cuerpo traicionero, alejó su mano y

se puso de pie, dándose vuelta rápidamente para que no pudiera ver el

abultamiento en sus pantalones cortos.

—Tiene que irse —espetó. Tuvo que haber sido el momento más

surrealista, vergonzoso e incómodo de su vida, de pie petrificado en el patio

trasero de su madre en frente de una podadora rota, luciendo leñoso y

discutiendo de sexo por dinero con la casera—. Le dije que no.

—Está bien. —Dejó escapar un resoplido de indignación mientras se

ponía de pie. El calor de su mirada quemaba en la parte trasera de su cuello—.

Dile a tu madre que tiene que pagarme a final de semana, sino, recibirá una

notificación de desalojo.

Mason se dio vuelta para mirarla boquiabierto.

No lo haría.

Oh, santo infierno, lo haría.

Fingió admirar sus uñas, acicalándose en frente de él como si estuviera

orgullosa de sí misma por ser mejor que él. Entonces, con un gesto alegre,

dijo—: Hasta luego. —Y se dio vuelta en sus tacones, tarareando una melodía

burbujeante en voz baja. Sus caderas se balanceaban de forma descarada,

mientras caminaba hacia la verja.

Mason la miró con la boca abierta, enfermo de su estómago y muerto de

miedo. Nunca los había amenazado con desalojarlos. Pero por otra parte, nunca

tampoco le había pedido tener relaciones sexuales.

Su madre ya tenía dos trabajos a tiempo completo, y el dinero que

ahorraba era para comprarle una silla de ruedas motorizada a Sarah.

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Mason apretó los dientes, sintiéndose el peor hijo y el peor hermano que

alguna vez hubiera existido.

Había estado trabajando a medio tiempo en un lavado de carros después

de la escuela, pero ni siquiera eso había hecho mella en ayudar a su mamá a

pagar las cuentas. Si pudiera ayudar a su familia de alguna manera, debería

saltar ante cualquier oportunidad que tuviera para hacerlo y hacer todo lo

posible.

Incluso con la casera.

Cerrando los ojos contra una ola de mareo por lo que estaba a punto de

hacer, Mason dijo con voz áspera—: Espere. —Medio esperando a que no lo

escuchara.

Pero su mano se congeló en el pestillo de la verja. Lentamente, giró

sobre sus tacones. —¿Sí?

Odió la forma en que sus ojos parpadearon con triunfo. La odiaba, y

punto.

Abrió la boca un par de veces antes de hablar. —Déjeme…déjeme

limpiarme primero.

Se echó a reír y sacudió la cabeza. —oh, cariño, no te atrevas. Antes que

esta tarde termine, planeo lamer cada centímetro de sudor de ese tenso y

brillante cuerpo joven.

Casi vomitó su almuerzo.

Debió sentir que él estaba a un segundo de echarse para atrás, porque

dobló su dedo índice, haciéndole señas hacia adelante. —Sígueme, guapo.

Cuando se dio la vuelta y abrió la verja, él la siguió.

Tres horas después, regresó a casa siendo una persona completamente

diferente. Y la señora Garrison había perdonado todos los meses de alquiler

atrasados con la condición de que regresara cada vez que lo llamara de nuevo.

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Traducido por Sofía Belikov

Corregido por Cami G.

Dos años, tres meses y doces días más tarde…

Bien, así que tal vez estaba a punto de comenzar a babear un poquito

cuando mi prima golpeó mi codo con el suyo, alejando mi atención del festín de

hombre al otro lado del patio que podría haber estado posiblemente —es

decir, totalmente— desnudando con la mirada.

—Niña, ni siquiera lo pienses. No podrías permitírtelo incluso aunque

vaciaras todo el dinero en tu chanchito.

Parpadeé, me aclaré la garganta, y murmuré—: Lo siento, ¿qué?

—Dije: No. De ninguna manera. No puedes permitírtelo.

Arrugando la nariz, seguí mirándolo porque, bueno, en serio, ¿cómo

podría dejar de hacerlo? Era el ejemplo perfecto de la palabra sexy. En

realidad, así lo llamaría desde ahora: Sexy.

—¿Qué? ¿Está, como, a la venta o algo? —Me reí disimuladamente ante

mi propia broma.

Eva palmeó mi rodilla en un gesto que denotaba compasión. —Sí. De

hecho, sí lo está.

Mi sonrisa cayó. —¿Eh?

Sentadas en los banquillos fuera del edificio principal del centro

formativo superior Waterford County, Eva y yo bebíamos nuestra dosis

matutina de café y azúcar, discutiendo sobre quién llevaba los zapatos más

lindos, cuando Sexy cruzó mi línea de visión en la esquina de mi ojo. Lo miré

directamente para conseguir una mejor imagen y, sí… ¿Zapatos? ¿Qué eran los

zapatos?

Pero, en serio. Era extremadamente hermoso. Con la correa de su bolsa

de mensajero atravesando diagonalmente su pecho, se encontraba inclinado en

una de las muchas estatuas de animales recubiertas de bronce mientras

hablaba con un puñado de chicos.

Llevando un par de vaqueros y una simple camiseta, no debería

sobresalir entre la pandilla. Pero sobresalía. Oh, sí que sobresalía. Su oscuro y

ondulado cabello me llamaba… ¡Reese, Reese! Pasa tus dedos a través de mi

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salvaje, preciosa e incontrolada melena. Lo hacía. En serio.

Tal vez no tenía una detallada e íntima vista de él. Quiero decir, ni

siquiera podía divisar sus atributos faciales desde aquí —y un rostro llamativo

era lo que generalmente atraía mi atención. Pero nada de eso parecía importar,

porque tenía este presentimiento de que su sonrisa era totalmente

rompecorazones.

Rompía mi corazón con cada segundo.

Había algo acerca de su aura que gritaba sensualidad, confianza, calidez.

Irradió de él en olas cuando se relajó en una cómoda y masculina posición,

dejando que su brazo colgara alrededor de la estatua de un semental. El chico

era una pieza de arte, y más atrayente que el pedazo de metal en el que

actualmente soportaba su peso.

No podía alejar mis ojos de él. —Sólo dime que no acosa y apuñala a sus

ex novias.

—Nop —me aseguró Eva—. Ni siquiera tiene ex novias. Porque es un

gigoló.

Oh, sí, lo dijo. En voz alta. En medio de un campus repleto. Como si fuese

algo que decía cada día.

Alejé bruscamente la mirada de Sexy para mirar boquiabierta a mi

prima, quien, de seguro, a veces decía cosas locas. Pero en serio, esta era su

peor mentira. —¿Discúlpame?

Eva sonrió. —Vende su cuerpo por sexo.

Como si necesitara la definición de gigoló. Hola. —¿De qué demonios

estás hablando?

—Estoy hablando de Mason Lowe, el tipo al que sigues acosando

sexualmente con tus ojos. —Movió la cabeza en la dirección de Sexy, quien aún

se hallaba inclinado contra la corcoveada estatua de caballo—. No puedes

dejar de mirarlo, lo sé. Estoy de acuerdo: es estupendo. Tuvo dos clases

conmigo en la secundaria, y compartimos una clase de matemáticas de cuatro

horas en mi segundo año, así que sí, he babeado por él una o dos veces. Pero

confía en mí, cariño, no está disponible. Porque es un maldito gigoló.

Cuando no hice nada más que parpadear porque, uhm, qué

se suponía que respondiera, Eva añadió insistentemente—: ¡Estoy hablando en

serio!

—Quieres decir, figurativamente, ¿cierto?

—Quise decir exactamente lo que dije; literalmente.

Arqueé una ceja. —Y… ¿sabes esto porque…?

—No sé. Sólo… lo sé. Todos lo saben. Excepto la policía, obvio. De otra

forma, estaría en una celda por prostitución ilegal o algo. Es bien sabido que

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trabaja en el club Country como algún tipo de cubierta para tener citas con sus

clientes, quienes son algunas de las más ricas y calientes mujeres en el

condado que le pagan una gran cantidad de dinero para que las complazca…

de cualquier forma que quieran. Estoy segura de que algunas de las

compinches de mamá lo han tenido.

Mi boca cayó abierta. La escruté por todo un minuto antes de soltar una

carcajada y golpear su hombro. —Oh, Dios mío. Eres tan mentirosa. Jesús, E,

me tuviste por un minuto.

—¿Qué? —Eva se las arregló para lucir insultada—. Juro por Dios que no

estoy mintiendo. ¿Quieres ir a preguntarle? —Enlazó su brazo al mío y trató de

levantarse, tirándome con ella.

Uhm, sí. Eso no iba a pasar. Estallaría internamente de una sobredosis de

hormonas si me acercaba demasiado a Sexy ahora mismo. Era como acercarme

demasiado al sol; probablemente me quemaría con uno de sus mortíferos rayos

cargados de testosterona. Y no llevaba suficiente protector solar para ese tipo

de acción.

Arrastré nuestros traseros hacia abajo de nuevo. —¿Qué crees que

haces? No puedes simplemente acercarte a alguien y preguntarle si es un

gigoló. —¡Jesús!

Eva respondió con su típico movimiento. Se encogió de hombros y lanzó

su cabello por encima de su hombro. —¿Por qué no? Dudo que mienta sobre

ello. Definitivamente no parece ser un secreto.

Lancé la cabeza hacia atrás y solté una carcajada. Pero, guau. A veces

Eva era simplemente demasiado. Las cosas que podía imaginar eran, bueno…

eran extravagantes. Me gustaba eso sobre ella, aún cuando me avergonzaba

bastante. Tristemente, no era tan extrovertida como mi alegre colega. Era

mucho más propensa a sonrojarme horriblemente que a hacer cosas

extrovertidas. Quiero decir, no era tímida, pero no era para nada como Eva

Mercer.

Como si sintiera mi sonrojo en ese segundo, Sexy —o como Eva lo había

llamado, Mason Lowe— miró en nuestra dirección e hizo contacto visual.

Conmigo.

Dejé de reír. Dejé de sonreír. También podría haber dejado de respirar.

Dios mío, el chico definitivamente sabía cómo mirar intensamente.

—Señor, ten piedad —murmuró Eva junto a mí.

No respondí —no podría haberlo hecho ni aunque quisiera. Me

encontraba demasiado ocupada siendo electrocutada por dentro. Las puntas de

mis dedos picaban y se enroscaban como si un hilo invisible cargado

cinéticamente me atara al tipo a cuarenta y cinco metros de distancia, quien

parecía unirnos sólo con su mirada.

Sí, la química corriente entre nosotros era exactamente así de poderosa.

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Ni siquiera exageraba… Bien, tal vez un poco. Pero no mucho.

Rompió la conexión para trasladar su atención a Eva. Jadeé por la

liberación como si alguien hubiera arrancado una bandita de mi corazón.

No es como si pudiera decirlo con exactitud, pero juré que sus ojos se

estrecharon cuando se centró en mi prima. Me dio otra rápida mirada, la que

repentinamente parecía llena de acusación, y se volteó rápidamente hacia el

grupo, ignorándonos totalmente.

Ninguna mirada me había agitado tan profundamente antes.

Soltando una inestable respiración, puse una mano contra mi salvaje

corazón. Si hubiera muerto y alguien hubiese utilizado un desfibrilador para

traerme de regreso a la vida, no creía que me hubiera sentido más impactada

como ahora. —Guau.

—Síp —murmuró Eva, sonando casi igual de afectada—. Creo que

necesito un cigarrillo.

Me volví hacia ella y parpadeé. —Tú no fumas.

Rodó los ojos. —Lo juro, a veces no entiendo cómo estamos relacionadas.

No se suponía que lo tomaras literalmente, ReeRee. Dios.

Mi cognición racional todavía se hallaba demasiado frita como para que

pensara apropiadamente, así que apenas murmuré un—: Oh. —Luego me

encogí de hombros—. Bueno, mis zapatillas de ballet todavía le ganan a tus

sandalias.

—Sigue soñando —resopló—. Las sandalias están de moda. —Y con eso,

volvió a mirar a mi hombre.

—Lo que sea —murmuré con un petulante resoplido, luchando contra la

loca urgencia de tirar su cabello y gritar que lo había visto primero, o al menos

recordarle que ella tenía novio—. Relájate, E. Sólo lo miraba. No es como si

quisiera casarme y mudarme con él. No estoy lista para una relación.

—Lo que sea —respondió, pero en un tono mucho más desagradable del

que usé yo—. Te dije que era inalcanzable.

Maldita sea, ¿qué demonios se había colado en su cereal? ¿Y por qué

seguía mirándolo? En serio, me molestaba, porque en ese momento no pude

evitar mirarlo. Dos chicas mirando y hablando efusivamente del mismo chico

era patético.

Oh, demonios, no importaba si quería acaparar todas las miradas

lujuriosas para sí misma. De todas formas, me sentía un poco demasiada

intimidada como para mirarlo de nuevo. Quiero decir, ¿y si miraba de nuevo?

No estaba segura de si podría tomar ese tipo de conmoción dos veces en un

día.

Asumía que nadie había sufrido una sobredosis por una mirada lujuriosa

antes, pero con Sexy cerca, tenía el mal presentimiento de que probablemente

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había sido la primera.

Así que centré mi atención en mi horario de clases que bajé en el móvil

dos punto cinco segundos antes de que estuviera intensamente consciente de la

existencia de Mason Lowe. Bebiendo el resto de mi café, busqué el número de

sala de mi primera clase. El calor y el vapor de la bebida quemó mi garganta,

pero recibí el dolor. Me mantuvo distraída de tú sabes quién.

Jadeando silenciosamente para aliviar mi inflamado esófago, parpadeé

para alejar las lágrimas. —Entonces… —Me tomó unos pocos intentos antes de

que pudiera añadir—: Dijiste que tenías literatura conmigo, ¿cierto?

—Cierto —respondió Eva. Por su susurrante respuesta, suponía que aún

se encontraba ocupada mirándolo.

—Bueno, comienza en… tres minutos. Tal vez deberíamos entrar. —En

ese punto, cualquier cosa que consiguiera moverla y que apartara la mirada de

mi chico funcionaría, incluso llegar temprano a literatura.

Localizando un basurero cercano, apunté y lancé mi vaso vacío,

asestando perfectamente gracias a tres años en el equipo de básquetbol de la

secundaria. —Bien, vamos —anuncié, recogiendo mi mochila y alistándome

para levantarme.

Pero Eva se movió, acercando su cuerpo hasta que nos hallábamos

cadera contra cadera. —Espera. —Su voz era baja y seria mientras su mano

aterrizaba en mi pierna, sujetándome—. Está viniendo por este camino.

Soltando una temblorosa respiración, levanté la mirada. Había

abandonado su estatua de caballo y caminaba por la acera hacia la entrada

principal de la universidad. El problema era que el banquillo en el que nos

encontrábamos Eva y yo se hallaba por el mismo camino. Iba a caminar justo

junto a nosotras.

Nada más que tres metros nos separaban.

Querido Señor en el cielo, por favor rescátame. ¿Podría sobrevivir a tal

proximidad? Honestamente, no lo sabía. Mi pecho se movía rápidamente ante

el repentinamente inestable ritmo de mi respiración.

—Mira esto —susurró Eva en mi oído.

La miré, esperando algún tipo de indicación para que me dijera qué

hacer. Pero no parecía ni un poco consciente de mi inminente ataque de

pánico. La chica lucía malditamente traviesa.

Agarré su muñeca. —Oh, Dios. ¿Qué vas a hacer?

Eva apenas mostró su infame sonrisa de gato Cheshire mientras posaba

su mirada en Sexy. —Buenos días, Mason —gritó.

Con cada músculo en mi cuerpo tensándose, enterré las uñas

profundamente en su muñeca, advirtiéndole que se callara. Pero su saludo ya

había llamado su atención.

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Él le echó un vistazo, su mirada indiferente. Alzando la barbilla de esa

forma que los chicos hacían para saludar con su cabeza, asintió. —¿Qué hay?

Me derretí, y un soñador quejido se escapó de mi boca. Pero, guau, tenía

una voz absorbente que combinaba con su cuerpo absorbente. Era profunda,

pero delicada y demasiado pecaminosa para pertenecer a alguien tan hermoso.

Me hizo querer cerrar los ojos, y sólo… derretirme.

—Hoy luces bien —le dijo Eva, su tono lleno de ardides femeninas y una

para nada disimulada invitación. Inclinando su rostro lo suficiente como para

que la luz del sol iluminara su perfecta complexión, dejó que su hermosa

melena platinada cayera sobre su hombro para mover su considerable pecho.

No podría haber sido más obvia ni aunque lo hubiera dicho en voz alta—. ¿Qué

dices si nos saltamos las clases esta mañana y en su lugar hacemos algo…

divertido?

Mason Lowe resopló su interés al mismo tiempo que yo jadeaba—: ¡E! —

De verdad iba a tener que recordarle que tenía novio, ¿no?

Ante mi siseado regaño, Sexy desplazó su atención hacia mí y

repentinamente su mirada ya no era indiferente. Su intensa mirada me quemó,

y sí, iba a necesitar todo un balde de la planta Aloe Vera para aliviar la

deliciosa picazón que dejaría.

De nuevo, nuestra inmediata conexión me mantuvo prisionera. Su

ardiente mirada me retuvo como si cada órgano en mi cuerpo pesara un millón

de kilógramos. No podía hacer nada más que mirarlo boquiabierta. Como un

golpe en el plexo solar, me dejó jadeante. Respiré profundamente, intentando

conseguir oxígeno.

Lucía incluso mejor a tres metros que a cuarenta y cinco metros de

distancia. Separarse del grupo ni siquiera había disminuido su encanto.

Y ese rostro. Lo juraba, los ángeles germinaron a su alrededor y

comenzaron a cantar harmoniosamente adoraciones de ese gloriosa rostro.

Nariz recta, frente prominente, mandíbula definida, barbilla con hoyuelo. Tenía

cada rasgo alfa que un tipo posiblemente podría poseer. Incluso sus cejas eran

gruesas y robustas. Simplemente perfecto.

Cuando alejó bruscamente la mirada, me sentí triste y abandonada. Lo

miré caminar junto a nosotras y dirigirse directamente a la puerta delantera.

Luego lo vi desaparecer en el interior. Lamiendo mis sedientos labios, me giré

hacia mi prima, aturdida.

—Bien —escuché decir a mi propia voz, el tono débil en mis oídos—. Tal

vez podría creer que las mujeres le pagan por sexo.

—Diablos, sí —soltó Eva—. Si tuviera el dinero, definitivamente lo haría

con él.

Sonaba un poco demasiado dedicada en su declaración, así que golpeé

su rodilla con la mía, aterrorizada. —¿Qué hay de Alec?

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Me dio una mirada en blanco. —¿Eh? ¿Quién?

Arqueé una ceja. —Tu novio.

—Oh. —Parpadeando, pareció recobrar el sentido. Con un airado

encogimiento de hombros, se levantó y puso la tira de su bolso con un fluido y

elegante movimiento que sólo una supermodelo podría lograr—. Mason no es

nada más que un sueño. Como dije, nunca podríamos permitírnoslo.

Algo en la forma que en que lo dijo me hizo creer que en realidad lo

había intentado. Eso me preocupó, pero no pregunté. Los chicos eran lo último

con la que quería liarme. Y gigoló o no, Sexy tenía un cartel que ponía

“desastre” en su frente. Eva obviamente lo había reclamado.

Por una vez en mi vida, ignoré mi curiosidad. Silenciosamente, troté con

Eva hacia las puertas delanteras del centro formativo superior Waterford

County, hacia mi nueva vida como Reese Alison Randall.

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Traducido por Moni

Corregido por Key

Hace un año, había tenido grandes planes de asistir a la universidad local

en mi ciudad natal. Tenía un genial e impresionante programa médico, y había

soñado con convertirme en una viróloga, una de esas geeks

sorprendentemente geniales que ves en NCIS o algún tipo de programa

televisivo, quien siempre está estudiando bacterias bajo un microscopio y

resolviendo el crimen del día.

De todos modos, hace cerca de cuatro meses, mis planes de ese perfecto

futuro habían cambiado. Drásticamente.

Culpo a mi ex novio acosador psicópata. Quiero decir, claro, voy a tomar

algo de culpabilidad al decir que era un poco demasiado abierta sobre decirle

a todos a dónde quería ir a la universidad y lo que quería ser. Él sabría

exactamente dónde buscarme, lo cual significaba que no podía ir allí.

Y sí, si hubiera rechazado de una a Jeremy ese día fatídico de mi primer

año de secundaria cuando me invitó a salir, nunca hubiéramos salido, nunca se

habría obsesionado, y yo habría podido ser capaz de evitar todo esto. Claro.

Pero aparte de eso, él era la única razón por la que había perdido mi

gran sueño.

Gracias a él, aquí estaba, oculta al otro lado del país, asistiendo a una

pobre universidad comunitaria sin nombre, en un pueblo pequeño y viviendo

sobre el garaje de mis tíos. Hablando sobre la zona más apestosa. Mi vida en

los pasados meses no había sido como había imaginado que sería mi primer

año de universidad.

Pero en serio, nadie había tratado de matarme aquí, así que supongo que

no podía lloriquear y quejarme demasiado.

La fiesta de la lástima se acortó.

Después de literatura británica con Eva, tenía una hora libre antes de que

mi clase de cálculo comenzara. Pasé ese tiempo en la librería. Como había sido

contratada allí como estudiante asistente, todavía necesitaba hablar con mi

nuevo supervisor sobre el horario. Así que lo hicimos, y estuve feliz de saber

que podía hacer todo mi trabajo durante el día entre clases. Dejé mi reunión

improvisada con diez minutos sobrantes para encontrar mi clase de

matemáticas.

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La encontré en cinco minutos. ¡Uff!

Mi profesor de cálculo se lanzó derecho sobre los números y ecuaciones

tan pronto como revisó el plan de estudios. Era apasionado sobre sus números

y también las ecuaciones, lo que me recordaba mucho a mi papá, y me puso un

poco nostálgica. Pero el Dr. Kolarick nos mantuvo por casi cinco minutos más,

lo que mi papá, que es consciente del tiempo, nunca haría. Para el momento en

que nos dejó ir, la siguiente clase se había reunido en el pasillo y estaba lista

para entrar.

Corrí, tratando de darme prisa desde mi asiento y llegar a humanidades.

Pero tan pronto como me levanté y di dos pasos en el pasillo entre las hileras,

una de las correas que colgaba de mi mochila quedó atrapada en una silla

cercana y volteó la mochila, derramando todas mis pertenencias en el suelo.

Horrorizada, me agaché y agarré frenéticamente mis cuadernos, textos,

bolígrafos y pedazos sueltos de papel con garabatos embarazosos en ellos.

Descuidadamente metiendo cosas en mi mochila, estaba tan ocupada viendo lo

que hacía que no puse atención hacia a dónde iba. Cuando me puse de pie, no

vi al chico viniendo por el pasillo para encontrar un asiento para la siguiente

clase.

Es decir, no lo noté hasta que m estrellé contra él, embistiendo a mi

mochila contra un estómago firme y fuerte.

Él gruñó de dolor, y grité por la sorpresa.

Me gustaría decir que generalmente soy más agraciada. Pero no soy la

mejor mentirosa del mundo, así que sí, lo confieso; soy una total torpe.

Perdiendo el control de mi mochila, cayó todo en el suelo. De nuevo.

Nota mental: Cerrar la cremallera de mi maldita mochila la próxima vez.

—Oh, Dios mío. Lo siento —dije, cayendo instantáneamente sobre mis

rodillas—, no te vi. Lo siento tan…

Miré hacia arriba y olvidé lo que iba a decir.

A unos cuarenta y cinco metros, me había robado el aliento. A tres

metros, había estado lista para tener sus bebés. A menos de un paso

separándonos en ese estrecho pasillo entre los escritorios, allí me encontraba,

sobre mis rodillas delante de él.

¿Necesito decir más?

—Mierda —chillé.

¿Qué demonios hacía aquí? No se suponía que estuviera aquí. De

acuerdo, tal vez sí. No sabía cuál era su horario de clases. Pero ciertamente no

se suponía que estuviera tropezándome con él… o sentándome sobre mis

rodillas frente a él con mi cara a escasos centímetros de su…

Buen Dios, qué mortificante.

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Sexy me miró, con cara de sorprendido como yo.

—Lo… siento… disculpa —dejé salir las palabras rápidamente y

ciegamente alcancé mis cosas, inadvertidamente acercándome a su

entrepierna mientras cogía un puñado de papeles sueltos.

Se tambaleó hacia atrás, desalojando dos de mis libros de texto que

habían aterrizado en su zapatilla.

—¿Estás bien? —Me mordí el labio mientras levanté la mirada,

esperando verme tan apenada como me sentía. Pero mirarlo era siempre una

gran distracción. Estaba tan sin aliento, que probablemente sonaba como una

operadora del uno novecientos cuando le dije—: Lo lamento.

Tenía el aspecto de un salvavidas con su complexión delgada pero con la

parte superior más amplia y músculos definidos cubiertos por una piel dorada

deliciosamente bronceada. Su cara era su característica más atractiva. Su

increíble bronceado hacía que el blanco de sus ojos y sus dientes perfectos se

destacaran. También atraía más la atención hacia su labio inferior, el hoyuelo

en su barbilla por debajo, y el intenso gris de sus ojos arriba. Inserten un

suspiro de ensueño aquí, porque su color peltre brillante me recordaba a un

cielo nublado antes de una lluvia suave.

—Estoy bien. —Me dio una sonrisa tensa. Una sonrisa del tipo “aléjate de

mí porque hueles mal”.

Oh Dios. Lo repugno.

Finalmente se agachó y recogió los libros que se hallaban tendidos a sus

pies. Cuando me los dio, murmuré—: Gracias. —Estaba determinada a no gritar

en presencia del hermoso gigoló al que repulsaba.

Sin querer —sí, sin querer, ¡cielos!— mi mano rozó la suya mientras

tomaba mis libros. Chispas de electricidad se dispararon por mi brazo. Jadeé y

me eché hacia atrás rápidamente, sorprendida —literal y figurativamente— por

la corriente que crepitaba entre nosotros. Casi me hizo tirar mis libros de

nuevo.

Necesitando saber si él también lo había sentido, levanté la mirada y

aparté el cabello de mi cara, sólo para descubrir cuán tenso e incómodo se

veía. Su cara se había ensombrecido hacia un rojo apagado como si estuviera

sosteniendo el aliento para evitar olerme. Cada instinto femenino en mí quería

estirar la mano y tocar las arrugas en su frente que aparecían mientras fruncía

el ceño.

Debo. Calmar. Al sexy.

Pero en serio, ¿por qué fruncía el ceño? ¿Honestamente apestaba tanto?

¿O simplemente no le gustaba hacer chispas conmigo?

Ambas opciones apestaban.

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Entonces lo supe. Tal vez él no había sentido las chispas. Tal vez pensaba

que la manera en que aparté mi mano de su toque magnético fue ruda.

Ciertamente parecería descortés si él no tenía idea de lo que pasaba en mi

cabeza, que, guau, de verdad no tenía idea, ¿cierto?

Ups.

Abrí la boca para disculparme, pero se dio la vuelta sobre sus talones y

se deslizó en la silla más cercana, evitándome al mismo tiempo que me daba un

camino abierto hacia la salida —así podía dejarlo en paz.

Parpadeé, decidiendo que él era aún más rudo que yo. ¿Podría una

palmadita de disculpa en el brazo o un simple “está bien”, sin un gran grito

haberlo matado? Lamentaba mucho haberme estrellado contra él.

—Idiota —murmuré tan pronto como salí del salón y escapé.

Está bien, está bien, supongo que podía darle el beneficio de la duda.

Todos los sexys merecían una segunda oportunidad, ¿cierto? Entonces… él

podría no ser un idiota. Yo había sido la que chocó con él y botó un montón de

libros a sus pies, y él en realidad había sido lo suficientemente amable para

agacharse y levantarlos por mí. Y sólo porque un chico no era bueno en toda la

cosa de la comunicación y lo de “te disculpo” o que obviamente no podía

sonreír, no lo hacía automáticamente un idiota.

Pero dolía considerar la posibilidad de que simplemente no le gustaba.

Pensar en él como un idiota asentaba mi ego de forma más agradable.

Así que sí. Era un idiota.

Levanté el cuello de mi camisa y la olí. Oliendo nada más que olor a

detergente, un toque de mi loción de Sweet Pea1, y desodorante de Brisa

Fresca, fruncí el ceño. No apestaba.

Definitivamente era un idiota.

Por suerte, el resto de mi día estuvo libre de derrames. No vi a Sexy, el

idiota, de nuevo. Y nadie trató de apuñalarme hasta la muerte.

Diría que eso es progreso.

El clima se había calentado considerablemente desde que dejé mi

apartamento sobre el garaje esa mañana. Pero, guau, ¿Florida era caliente y

bochornoso en agosto o qué? Estaba tan tentada a tirar de mi cabello en una

cola de caballo para atrapar un poco de la brisa que mis dedos de hecho dolían

por las ganas de comenzar a tomar mechones sueltos.

Excepto que la cicatriz en mi nuca seguía muy fresca —sólo cuatro

meses. Cada vez que veía su reflejo en mi espejo de mano, la herida se veía

oscura y fea. Así que las colas de caballo estaban completamente fuera de

1 Guisante dulce.

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discusión. Si muchas personas la veían y hacían preguntas, podrían descubrir

una de mis mentiras, y saldría la verdad. Eso no podía pasar. Nunca. Así que

continué ocultándola cada día usando mi cabello suelto.

Eran casi las cuatro de la tarde cuando regresé a casa.

La tía Mads y el tío Shaw habían sido asombrosos al dejarme quedarme

aquí. Había estado preocupada, de que todo el mundo me alejaría como si

fuera una plaga por la sucia amenaza de muerte de Jeremy cerniéndose sobre

mi cabeza. Yo era peligrosa estando cerca. Pero los Mercer me habían recibido

cuando más los necesitaba. Además no tenía que pagar renta, recibo del agua,

de electricidad, o calefacción y el aire. La vida —en ese sentido— era bastante

espectacular.

Mi mochila pesaba sobre mi hombro mientras subía por las escaleras

afuera del garaje de mis tíos. Cuando llegué al rellano superior, tuve que girar

la correa de la mochila para poder encontrar la llave de mi apartamento que

tenía guardada en el bolsillo delantero.

Encontrándola exactamente donde la había guardado esta mañana,

saqué el llavero, entrecerrando los ojos cuando el área bronce brillaba con la

luz del día, cegándome momentáneamente hasta que la metí en la cerradura y

abrí la puerta.

Tan pronto como entré, quedé congelada.

El periódico que había traído el fin de semana para buscar un par de

trabajos de medio tiempo, ya no se hallaba en la mesa del desayunador,

doblado ordenadamente donde lo había dejado esta mañana. Las páginas

estaban abiertas y esparcidas sobre el suelo mientras que una página colgaba a

la mitad de la mesa.

Alguien había estado en mi apartamento.

El miedo me paralizó en oleadas surrealistas. Había entrenado para esto,

entrené todo el verano con Eva y la tía Mads en una clase de defensa personal.

Y en ninguno de mis cursos, el entrenador había dicho que me quedara

congelada como una estúpida cuando la amenaza de peligro crecía.

Finalmente, sacudí la cabeza, negándolo. No podía haberme encontrado.

Todavía no. Seguía al otro lado del país con ninguna idea de con quién o dónde

estaba.

¿Cierto?

Traté de salir del apartamento; me dije a mí misma que corriera. Pero

mis zapatillas brillantes de ballet no se movían. Sólo me quedé allí, demasiado

asustada para moverme, o gritar, o incluso pensar.

Entonces la ventana del aire acondicionado se encendió. La repentina

explosión de aire frío provocó que el último pedazo de periódico se elevara

fuera de la mesa y volara por la habitación hasta que flotara hacia abajo,

agregándose al actual desorden en el suelo.

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Un sollozo de alivio gritó desde mis pulmones mientras me cubría la

boca y me desvanecí contra el marco de la puerta.

No era un intruso. Sólo había sido el estúpido aire acondicionado. Y, por

supuesto, el aire no había estado encendido esta mañana cuando salí —no

había estado lo suficientemente caliente para encenderlo— así que no podría

haber sabido que volaría el periódico hacia el suelo.

Menos mal.

Pero en serio, hablando de la ciudad cardíaca.

Débil por el repentino aumento de la sangre por mis venas y luego la

repentina liberación, me tambaleé dentro del apartamento. Después de cerrar

de golpe la puerta, la cerré con llave y con el cerrojo. Luego colapsé en el sofá

echa un completo desastre.

Me quedé allí por diez segundos, tratando de luchar contra la sobredosis

de adrenalina en mi sistema. Pero sentía ojos mirándome desde cada esquina,

así que salté y decidí que no me lastimaría hacer una rápida revisión por el

apartamento para asegurarme de que no merodeaba nadie.

Después de lo que había sobrevivido, era inteligente permanecer

paranoica.

El susto del periódico me dejó nerviosa. Tratar de hacer la tarea era

imposible, así que pasé algún tiempo escribiendo en mi diario y firmando mi

nuevo nombre en una hoja.

Mamá me había dado instrucciones de hacer esto como un intento de

ayudarme a acostumbrarme a ello. —Cuando recién me casé, usaba mi nombre

de soltera más que nunca en esos primeros cinco años. No fue hasta que comencé

a escribirlo todo el tiempo que finalmente me acostumbré.

Bueno, no me había casado como ella con el fin de obtener un nombre

nuevo, y no tenía cinco años para aclimatarme de ser Reese Randall. Ya que lo

había cambiado legalmente para escapar de un ex novio psicótico acosador,

necesitaba acomodar mi mierda casi de inmediato.

Llené dos páginas y traté cerca de cincuenta estilos de firmas diferentes.

Acababa de decidir que podía tener muchísima diversión firmando la R de

Reese que la aburrida y vieja T que había tenido antes, cuando sonó mi celular.

El número que aparecía en la pantalla no estaba guardado en mi libreta

de direcciones. Al instante me puse cautelosa. Pero el sábado apliqué para

algunos trabajos, así que —manteniendo mi voz baja y difícil de distinguir—

contesté con la esperanza de que fuera alguien contactándome por un trabajo.

Y tú que sabes, ¡era así!

Mi trabajo como estudiante en la librería de la universidad sólo cubría

diez horas a la semana. Eso era apenas dinero para el café. Con mi mamá y

papá pagando la cuota y seguro de mi auto, además de enviarme un subsidio

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mensual de gasolina, estaba bien aquí. Era la comida y todo lo demás por lo

que tenía que preocuparme. Y honestamente, después de mi primera aventura

al supermercado con E este verano, me sentía escandalizada por cuanto

costaba la comida. Nunca iba a volver a quejarme de que mi mamá nunca me

hubiera comprado mi marca de cereal favorita y mi jugo de naranja. Las marcas

estaban totalmente sobrevaloradas. Excepto cuando se trataba de ropa. O

zapatos. O tocino.

De acuerdo, de acuerdo, amaba todas mis marcas. ¿Por qué, oh, por qué

tenían que ser tan apestosamente caras?

Por decir lo menos, un trabajo de diez horas a la semana con un sueldo

mínimo no sonaba como si fuera a cubrir mis preferencias lujosas,

especialmente una loca emergencia de compras o un viaje al estilista, los

cuales Eva y yo hicimos la semana pasada. Oye, no podía hacer nada si mi

prima era una chica rica y malcriada que necesitaba desprenderse de su

efectivo frecuentemente o podría enfermarse físicamente, y sentía la necesidad

de arrastrarme con ella a cada tienda y centro comercial que patrocinaba.

Tenía que ser la buena amiga de apoyo e ir con ella, ¿no?

Bueno, fui con ella de todos modos.

Así que sí, me emocionaba escuchar a Dawn Arnosta. Una madre soltera

con una hija de doce años, que tenía un trabajo de tiempo completo en una

fábrica de vidrio. Pero también trabajaba cada lunes, miércoles y viernes en las

noches como mesera en un café toda la noche. Como su última niñera se fue

hacia Gainesville para asistir a la Universidad de Florida, dejó una gran

vacante… para mí, esperaba.

Tuve algunas buenas vibras de la señora Arnosta, y sé que la impresioné

con mis credenciales.

—Sé RCP y tengo entrenamiento de primeros auxilios, además solía

cuidar a un niño con necesidades especiales que tenía autismo cuando iba a la

secundaria. También trabajé como salvavidas en la piscina de mi ciudad natal

durante un verano, así que si tiene piscina, podría manejarlo totalmente.

Oh, cómo podría manejar eso.

Por favor, por favor, ten una piscina.

No tenía piscina, pero estaba bien, porque dijo—: Bueno, ciertamente

suenas más calificada que otras solicitantes que hemos tenido. ¿Puedes

empezar el miércoles?

Mi corazón latía con fuerza y feliz en mi pecho. Haciendo un puño mi

mano, pronuncié la palabra: ¡Anota! mientras que en voz alta, me quedé mucho

más profesional. —Claro. Siempre que me necesite.

Y así tuve dos trabajos para el semestre. Estaba muy emocionada al

respecto… hasta que llegué a la casa de los Arnosta.

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Traducido por ElyCasdel & Marie.Ang

Corregido por Mire★

Aparecí treinta y cinco minutos más temprano el miércoles. Dawn, como

la señora Arnosta insistió en que la llamara, me pidió que llegara una hora antes

de lo usual porque necesitaba darme instrucciones antes de irse. No estaba

segura de cuántas instrucciones necesitaba para un niño de doce años, pero iba

a averiguarlo.

Vivía a menos de diez minutos de los Mercer, lo que ayudaría bastante

durante el invierno en caso que el clima se pusiera mal y las condiciones de las

calles fueran…

Espera. ¿Qué decía? Esto era Florida. Ya no me encontraba en el medio

oeste. Un invierno desagradable aquí era probablemente estar a cuatro grados

con una ligera brisa.

De acuerdo, entonces tacha esa última parte.

El corto trayecto me… ayudaría a ahorrar un montón de dinero en

gasolina. Sí.

El vecindario era lindo, con esos césped tendidos y enormes, y hermosas

casas alineadas y amplias, calles bien pavimentadas. Comencé a emocionarme,

pensando que me relajaría en los sofás extra grandes de cuero y miraría los

shows por la noche en televisiones de grandes pantallas mientras comía

palomitas gourmet después de que mi pupilo se fuera a dormir. Pero entonces

me estacioné enfrente de la dirección correcta, y mis esperanzas se

destrozaron. Kaput. De pronto recordé que Dawn era una madre soltera quien

debía tener un segundo empleo para mantener a su familia. Sin sofás extra

grandes de cuero para ella. O para mí.

Su casa era obviamente propiedad del vecino de la derecha porque el

estilo de la arquitectura más los esquemas de colores azul y blanco de ambas

casas, encajaban. Deduje que su casa debía ser una antigua casa de invitados

que el propietario había puesto en renta.

Enganchando en mi hombro la cadena de mi Prada en rebaja, miré a mi

auto y fui penosamente hasta la puerta delantera. El señor Landlord de la

derecha era un idiota total. Su propia casa estaba recientemente pintada,

mientras que el revestimiento desgastado de su casa de invitados se había

comenzado a pelar en algunas zonas, y el césped lucía manchas marrones de

hierba muerta.

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Di un salto sobre un profundo abismo gigante que se podía considerar

una pequeña grieta en la acera, cuando la puerta delantera se abrió. Una mujer

de treinta y ocho años, si mi radar interno de detección de edad leía

correctamente, me miró. Era delgada y tenía el cabello oscuro levantado en

una alegre cola de caballo.

Lo sé, lo sé. Mi propio cabello se sentía celoso por hacer lo mismo. Algún

día, juré, volvería a recoger mi cabello.

A pesar de las cerraduras infantiles, sus ojos parecían cansados y

estaban doblemente llenos de fatiga, mientras que sus hombros se encorvaban

como si cargaran el peso del mundo. Pero tenía una sonrisa amigable, así que

instantáneamente me agradó y me sentí mal por ella en partes iguales.

Sólo se veía tan cansada y desgastada.

—¿Reese? —preguntó.

Asentí e hice mi propia suposición. —¿Señora Arnosta?

—Oh, sólo Dawn. —Escuchar mi apellido la hizo sonreír con una

expresión dolida, pero entró y abrió más la puerta para dejarme entrar.

Su apellido debió acomodarle o tal vez le trajo recuerdos de un mal

cónyuge. Esta era la segunda vez que me pedía usar su nombre… un poco

demasiado forzada.

—Correcto. —Me agaché—. Lo siento. —Definitivamente no cometería

este error de nuevo.

Con un asentimiento de disculpa, me hizo pasar graciosamente a la casa.

Por alguna razón, instantáneamente olfateé enfermedad. Aspiré

profundamente, recordando uno de mis amigos de la infancia que tenía un

hermano pequeño con leucemia. Siempre había una esencia estéril de

medicina en el aire cuando lo visitaba. El mismo ramo farmacéutico colgaba en

la entrada frontal de la casa de Dawn, diciendo que quien viviera aquí no era

cien por ciento saludable.

Mirándola, revisé un poco, preguntándome si estaba bien. ¿Tenía

cáncer? Eso definitivamente contaba para la cansada mirada raída en ella.

—Sarah regresó —dijo, dándome casi una mirada de culpa antes de

indicarme que siguiera mientras caminaba por un pasillo largo, angosto y

oscuro.

Cuando nos acercamos a la habitación iluminada al final, escuché una voz

diciendo—: Oye, sé que querías irte a esa fiesta de pijamas a la que tus

compañeras de clase no te invitaron, pero no te preocupes, de acuerdo.

Apuesto que no te pierdes nada de diversión, digo, qué clase de…

—¡Mason! —interrumpió Dawn al hablante, sonando sorprendida

mientras entraba en la cocina justo por delante de mí—. Ahí está. No me di

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cuenta de que seguías en casa. Pero ya que estás aquí, la nueva niñera llegó, y

me gustaría que la conocieras.

Al escuchar ese nombre, me tambaleé y tropecé con mi propio pie antes

de chocar contra la pared, golpeando un portarretratos de un Mason joven.

Sí, un Mason joven, como el Sexy de Waterford Country Community

College, Mason Lowe.

Me quedé boquiabierta ante el rostro en la fotografía, además, ahh, era

un lindito aún con dos dientes frontales, y de pronto, no quería entrar a la

cocina. Pensando rápido, intenté idear un plan para no salir del pasillo. Pero

honestamente, no había forma de evitarlo, a menos que quisiera abandonar

este trabajo de niñera por completo. Lo que se vería totalmente irresponsable e

impropio de mí.

—¿Reese? —preguntó Dawn, su voz llena de consternación mientras

aparecía en el pasillo abierto—. ¿Estás bien?

No, en realidad no. Pero asentí y entré en la sala, jalando mi blusa

mientras entraba, con la esperanza de no lucir como una idiota total. Pero

cuando mi mirada se encontró con un par de familiares ojos grises,

experimenté un mal caso de vómito verbal. —Estoy bien, sólo soy la reina de la

torpeza. —Y una idiota total.

—Reese —dijo Dawn de nuevo, esta vez con diversión en sus ojos—. Este

es mi hijo, Mason. Trabaja la mayoría de las noches en el Country Club, así que

tal vez lo veas o no, yendo y viniendo cuando sea que estés aquí. Mason, ésta es

Reese Randall.

Mason me miró boquiabierto, con la expresión más horrorizada que creo

haber visto alguna vez. Un segundo después, agitó la cabeza y se aclaró la

garganta antes de desviar la mirada y murmurar distraídamente—: Hola.

—Ho-hola —grazné.

¿Pero qué demonios? ¿Sexy era el hijo de Dawn Arnosta? Eso no era

posible. No tenían el mismo apellido.

Aún así sabía que esto era una gran e incómoda coincidencia, me sentí

engañada.

Con él engalanado en su uniforme de trabajo, un polo azul pálido con un

logo ovalado de Waterford County Country Club sobre su pectoral izquierdo y

pantalones caqui para combinar, de pronto recordé que Eva había dicho que él

era un gigoló.

Santa mierda, no me había estado mintiendo sobre el asunto del Country

Club; qué si no mintió sobre…

Mis ojos se hicieron más grandes. Y los suyos se estrecharon mientras

miraba a otro lado, sus labios se presionaron juntos como si pudiera leer mi

mente.

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—...Mason justo comenzó las clases en el colegio de la comunidad este

semestre —me decía Dawn—. Yo… creo que tal vez ya se han visto por ahí en

el campus.

—Tú arrojaste una bolsa llena de libros en mi pie antes de la clase de

cálculo el lunes —Me recordó secamente.

—Cierto —concordé lentamente antes de dejar escapar una pequeña risa

culposa—. ¿Ese eras tú, no? Sí, lo siento… otra vez.

Su mirada era ligeramente hostil, diciéndome que no le impresioné en lo

más mínimo. Pero aún tenía un impulso poderoso.

Cada vez que él miró a Eva ese primer día de clases, era como si

estuviera mirando directo a través de ella. Conmigo, era completamente lo

contrario.

Me vio. Simplemente no aprobaba lo que veía, por alguna razón

desconocida.

—Oh, entonces ustedes ya se conocían. —Dawn parecía complacida de

escuchar esto—. Eso es genial.

Le di una mirada horrorizada para hacerle saber que estaba loca. Mason

y yo ciertamente no nos habíamos “conocido” antes. Pero ella estaba

demasiado ocupada señalando algo que él bloqueaba con su cuerpo como

algún tipo de papá oso.

—Supongo que eso nos deja una presentación. Reese, ella es Sarah. —

Tomando el brazo de Mason, Dawn arrastró su resistente cuerpo a un lado para

revelar a una pequeña niña sentada en una silla de ruedas detrás de él.

Sí, dije silla de ruedas. Sarah, la niña de doce años a la que se supone

que cuide, sentada en una silla de ruedas.

Esto no lo había esperado.

Tratando de no mostrarme perturbada, junté mis manos y le di a la niña

una sonrisa enorme que estiró mis labios en proporciones inesperadas. —Hola,

Sarah. Estoy muy feliz de conocerte —dije tranquilamente cuando por dentro,

gritaba: Oh por Dios, Oh por Dios. ¿Por qué Dawn no mencionó esto en la

entrevista telefónica?

Como respuesta, Sarah agitó sus manos y cabeza, miembros y cuello

forcejeando sin control mientras su torso se ponía débil y flojo. Un lento, e

ilegible sonido, como una vaca enferma por drogas, sonó desde su garganta.

No estoy muy segura, pero creo que dijo—: Hola.

Me asusté.

¿Cómo demonios se supone que atienda las necesidades especiales de

una niña en silla de ruedas? No estaba entrenada para eso. Artie, un niño autista

que cuidé una o dos veces hace dos años, había tenido un caso tan leve que

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algunas veces olvidaba totalmente que era diferente. Pero no habría manera de

olvidarlo con Sarah. No sabía lo primero de… bueno, lo que sea que tenga.

—Sarah, ella es Reese. —Dawn se hallaba en cuclillas a su lado y puso su

mano amablemente en el hombro de la niña—. Se va a quedar contigo por las

tardes ahora que Ashley se fue.

Le sonreí alentadoramente a Sarah, esperando que entendiera que yo era

una buena chica, esperando que entendiera cualquier cosa.

Sarah gimió otro sonido inarticulado que no me dio demasiada esperanza

de un gran espacio para respirar.

Demonios. ¿Por qué Dawn había ocultado este secreto?

Mason esnifó. No me pregunten cómo lo sabía, pero sentí una brisa de

enojo atacándome desde su dirección, así que lo miré. Me miraba con mucho

enojo reprimido y de hecho retrocedí. Pero el significado de su mirada era

claro. Si hacía cualquier cosa para lastimar a su pequeña hermana, me haría

arrepentirme.

Estuve tentada a levantar los pulgares como señal de mensaje recibido

pero me contuve. Mal momento y todo eso.

—Sarah tiene PC —dijo Dawn.

—Oh. —Asentí como si supiera de lo que se trataba e inconscientemente

me gire a mirar a Mason con un gesto de cuestionamiento en las cejas.

—Es la forma corta para parálisis cerebral —dijo, su voz demasiado

cerca de ser un reto, invitándome a salir corriendo y gritando de la casa.

Excepto que no era exactamente del tipo de correr y gritar.

Otra vez, asentí como si entendiera totalmente y no tuviera problema con

ello. Sin embargo, ¿qué demonios es la parálisis cerebral? He escuchado el

término muchas veces pero no tengo idea de qué conlleva.

—Es un desorden muscular —respondió Dawn ante mi pregunta no

hablada—. Sarah nació prematura, y eso afectó la parte motriz de su cerebro,

afectando los músculos de todo su cuerpo, desde sus extremidades a su tronco,

incluso su lengua y los músculos oculares. Le toma un gran esfuerzo

simplemente hablar, o masticar, incluso parpadear.

Ohhh. Es bueno saberlo. Pero pobre Sarah. Ese estilo de vida debe

apestar a trasero de mono. La miré con una sonrisa compasiva, que pareció

darle a su hermano algo de furia.

—Necesito irme —habló de pronto, como si no pudiera manejar

mantenerse en la misma casa conmigo un segundo más.

Agachándose un poco para besar la mejilla de Sara —y oh Dios, cuán

bien le quedan esos pantalones en el trasero— a la perfección, dijo—: Cuídate

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niña. —Antes de levantarse y agarrar sus rizos color cobre, que tenían la misma

forma que los suyos. Luego miró a su madre y le dio un adiós con la mano.

Cuando se giró hacia mí, porque lo tenía que hacer ya que me

encontraba en el pasillo de la entrada, sus ojos eran tempestuosos y llenos de

precaución silenciosa. Ni siquiera asintió mientras me rozaba para pasar antes

de desaparecer en el pasillo. Un segundo después, escuché la puerta delantera

abrirse y cerrarse. Y se había ido.

Me sentí confundida después de que se fuera, pero su madre no pareció

notar nada raro.

—Así que este es el pizarrón de notas de Sarah —me dijo. Me forcé a

poner atención, sin perder ninguna información vital—. Si tiene problemas

entendiendo algo que dices, puedes señalar una imagen para comunicarte. E

igualmente, ella puede hacer lo mismo con intención de responderte.

Asentí, absorbiendo todo lo que pude.

—Sus compras ya están hechas. Tengo su comida preparada y guardada

en el refrigerador. Sólo basta con sacarlo. Lo guardamos en la alacena. —Dawn

se detuvo para abrir la puerta de un gabinete cercano para poder señalar de lo

que hablaba—. Y dáselo en la boca. Probablemente intentará hablarte,

diciendo que la dejes hacerlo sola, pero créeme, es menos desastroso si lo

haces tú. Asegúrate que coma en media hora. Su merienda es a las 20:30 cada

noche.

Otro asentimiento. ¿Entendía lo suficiente? Todavía me encontraba muy

sorprendida, sentí como si me estuviera olvidando de más cosas de las que

retenía. Media hora no parecían suficientes para aprender a cuidar a la hija de

Dawn.

Pero ella parecía pensar que lo haría muy bien mientras me mostraba la

silla de baño para Sarah en la tina del baño y me explicaba la rutina de la niña.

—Lavar sus dientes es importante. Pero hemos estado teniendo

problemas usando el cepillo dental. Suele dejar que Mason lo haga. Pero

recientemente, ni siquiera puede hacer que abra la boca. Simplemente no le

gustan las cerdas. Así que usa un bastoncillo de algodón y pon algo de pasta, si

tienes. Sólo haz lo mejor que puedas, y cuidado con esta mordedora. —Con una

sonrisa, dio un golpecito en la mandíbula de Sarah—. Puede morder.

Oh, qué bien. Esperaba por el resto de la tarde y más. No.

Nos movimos por la casa, Dawn hablando rápidamente mientras

empujaba la silla de ruedas por delante de ella, haciéndome olvidar cada vez

más lo que había dicho ya. Mientras entramos en la puerta delantera, Dawn

detuvo a Sarah delante de la televisión en silencio y me sonrió.

—Oh y si tiene una convulsión —añadió mientras se ponía su delantal

café y agarraba su bolsa de la mesa del café—, no intentes detenerla, porque

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no podrás. Sólo asegúrate que no pueda dañarse y espera. Llama al 911 si

cambia de color o si tiene más de uno.

Con eso, besó la mejilla de Sarah. —Cuídate, gatita. Estaré en casa

cuando te despiertes en la mañana.

Y estaba afuera.

Me dio pánico. Las convulsiones no deberían estar en un comentario de

despedida, decidí. Las convulsiones eran aterradoras. Y serias. Justo me

acababan de dejar sola con un niño con PC y no tenía idea de cómo siquiera

hablarle a alguien que tenía convulsiones.

Me giré lentamente de la puerta, rogando cada segundo que no le fuera

a dar un ataque.

—Entonces… —Mi voz tembló mientras juntaba las manos. Tenía miedo

de acercarme a ella, y no tenía idea de por qué. No olía mal ni nada. Sabía que

no era contagioso. Yo era sólo… ignorante.

Pero extendí los brazos tanto como pude sin acercarme demasiado y

señalé una imagen en el pizarrón. —¿Quieres ver televisión? —pregunté en voz

baja y lenta.

Sarah quitó el pizarrón de su regazo con una mano agitándose, supuse

que lo hizo a propósito. Luego murmuró la palabra “no”, y a pesar de todo el

movimiento de su cabeza, podría decir que me puso los ojos en blanco.

Sí, lo hizo. Puso sus malditos ojos en blanco.

La niña pensaba que yo era incompetente. Y eso era inaceptable. Yo era

una de las personas menos incompetentes que conocía.

Pero realmente, esa cosa del movimiento de ojos justo a la medida de un

movimiento de rebelión me calmó más que cualquier cosa desde que llegué a

la casa Arnosta. Era el comportamiento de un pre adolescente. Y, entendía, el

comportamiento comprensible.

Estrechando los ojos, sonreí. El juego comienza, mocosa.

—Entonces… los escuché a ti y a tu hermano hablar de que todas tus

amigas están en una pijamada esta noche —comencé, cruzando los brazos

sobre mi pecho en una forma de “ah toma eso”—. Y no te invitaron.

Dejó salir un gruñido, diciéndome que caminaba sobre campo peligroso

por sacar ese tema tan sensible.

Hice un sonido de simpatía con la lengua y me senté en la silla frente a su

silla de ruedas para que pudiéramos estar a la misma altura. —Eso está muy

mal, ya sabes. Apuesto a que están teniendo mucha diversión en estos

momentos, maquillándose y peinándose unas a otras, tal vez teniendo una

fogata en el patio trasero y comiendo pastelitos mientras cuentan historias de

fantasmas. —Me estremecí por el efecto, creyéndolo de verdad.

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Pero luego ocurrió la cosa más aterradora. Tristes y grandes lágrimas

brillaron en los ojos de Sarah. Cuando parpadeó para alejarlas, mi garganta se

secó.

Ahora yo tenía una cara de idiota total.

Aquí, intentaba demostrar que no era una niñera patética y fácil de

convencer, y mi cuidada había sufrido de un, juro por Dios, corazón roto.

Avergonzada de mí misma por ser tan cruel, me callé y me aclaré la garganta.

Tenía que arreglar esto. Ahora.

Y de pronto, como si el dios de los genios me hubiera visitado, tuve una

idea. Sabía que tenía momentos ocasionales y raros de brillantez, claro, pero

este se llevaba el premio.

—Sí, eso es malo —repetí con el mismo tomo falso-compasivo que había

usado—. Porque esas chicas no van a tener tanta diversión como nosotras

tendremos esta noche. —Luego dejé salir un sonido entusiasta y me puse de

pie—. Comencemos con la fiesta.

Sara me miró con un gesto de confusión en su rostro.

Suspiré y rodé los ojos. —Vamos a peinarnos y maquillarnos. Lo juro,

tengo todo un kit de cosméticos en mi bolso. No necesitamos un montón de

chicas tontas para divertirnos. Podemos hacerlo solas.

Antes que ella pudiera vetar la idea, corrí a mi bolsa que dejé en el piso

frente a la puerta y regresé a la silla a su lado, sacando todo lo que tenía y

poniéndolo en la mesa del café.

—Siéntate aquí —ordené como si ya no estuviera sentada—. Y te pondré

bonita.

Eso también fue lo que pasó. Parloteé y le apliqué mientras ella

escuchaba.

—La clave para maquillarte —murmuré diez minutos después, poniendo

la boca de la forma en que quería la suya mientras le aplicaba brillo en sus

labios—, es que lo hagas ver como si no estuvieras usando nada. Digo, para ser

honesta, si no vas a salir a un club, demasiado maquillaje estos días de mal

gusto.

—Entonces… por qué… usar…

Ya que una pregunta larga le representaba un gran esfuerzo, esperé,

interrumpiendo. —¿Por qué usarlo?

Cuando asintió, haciéndome saber que era exactamente lo que le

causaba curiosidad, sonreí. —Oh, Sarah, Sarah, Sarah. Tengo tanto que

enseñarte, mi pequeña saltamontes. Ya ves, la belleza lo es todo al ojo del

espectador. Algunas personas creerán que eres adorable sin importar cuánto te

arregles. Otros pensarán que eres horrible. No importa quién seas. Sólo es una

cosa de la vida. Así que, honestamente, la única opinión que realmente importa

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es la tuya propia. Y digo… mientras te sientas bonita, lo serás. Cuando te tomas

tiempo especial para arreglarte por las mañanas, es más fácil sentirte así.

Levanta tu barbilla para mí, ¿podrías, preciosa?

Estaba muy segura de que mi agotador discurso de la vida y la belleza

escandalizaría a la mamá de Sarah. Pero… Dawn no estaba aquí, así que lo dejé

salir mientras agarraba su barbilla para mantenerla tan estable como fuera

posible cuando intentara moverse pero casi no lo logré.

Cuando juguetonamente polveé su nariz, soltó una risita ronca,

pareciendo un gemido.

Creo que me encantó su risa.

—Ahí —murmuré, levantando su cara de derecha a izquierda mientras

examinaba cada centímetro en busca de errores. Sorpresivamente, no encontré

ninguno—. Eres simplemente hermosa, cariño.

Y de verdad lo era. Había cierto brillo en sus perfectamente formadas

mejillas. Podía ver cuán parecida era a Mason. Ambos tenían ojos grises y cejas

cafés. En él, las cejas cafés lucían sexy. En ella, quisiera haber sacado mis

pinzas de depilar y comenzar a quitarle algunas, pero aun así le daban cierta

característica de encanto. Se veía increíble.

—Siempre siento ganas de bailar mientras me maquillo sólo por

diversión —le dije—. ¿Sientes ganas de bailar?

Asintió y sonreí. —Bueno, entonces ¿qué estamos esperando, pequeñina?

Vamos a mover el esqueleto.

Agarrando su silla de ruedas, la llevé por el pasillo y de regreso a la

cocina, la cual tenía un gran espacio abierto en el centro.

Puse algo de Flo Rida en mi iPhone, lo puse a todo volumen, y tuvimos un

“Good Feeling”. Agarrándonos de las manos, dimos vueltas por el linóleo,

bailando en nuestra forma.

—Sólo… Mason… baila… conmigo —confesó unos minutos más tarde

cuando me dejé caer a su lado en una silla de cocina, exhausta después de

nuestro entrenamiento.

Algo cálido y tenso corrió a través de mí ante su mención. —¿Es cierto?

Eso es bueno. —Cogí una galleta del centro de la mesa, intentando sonar

indiferente al respecto, cuando en realidad quería decir ooh y ahh y dejar

escapar lo mucho que aumentaba mi enamoramiento por él en ese mismo

segundo—. Parece un buen hermano.

—Es el mejor. —También agarró una galleta y empezó a masticar.

Me quedé inmóvil, sin saber si las galletas estaban permitidas. Quiero

decir, si su cena tenía que ser mezclada, la comida sólida debía ser tabú.

¿Cierto?

Pero me sonrió cuando se comió todo. Así que, le sonreí.

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Y la vida era buena.

A partir de ahí, nuestra noche mejoró. Encontré una linterna y puse un

vaso rojo sobre ella antes de dejarla en medio del piso de la sala de estar, mi

muy segura interpretación de una fogata. Usando las muñecas de Sarah como

personas, organicé nuestra pequeña fiesta en un círculo alrededor de la pseudo

fogata. Luego, ayudé a Sarah a sentarse en su silla y le apoyé la espalda contra

el sofá con suficientes almohadas a cada lado para evitar que se diera vuelta.

Comimos la cena ahí, ella sostuvo nuestra taza, por supuesto, sin

derramar nada; y le conté la historia del fantasma del brazo de oro. Amaba

cada segundo y a decir verdad, discutió conmigo cuando insistí en que era la

hora del baño. Pero terminó siendo útil y señaló la ubicación de las cosas

cuando necesité saber dónde se hallaban el jabón y el champú.

En el momento en que la llevé a la cama, ambas estábamos agotadas. Se

quedó dormida casi de inmediato y me quedé con ella por un minuto,

impresionada por una niña tan maravillosa y dulce. En realidad quería

abrazarme y darme un beso de las buenas noches, y sólo nos habíamos

conocido por un par de horas. Cuando dijo “te quiero” en mi oído justo antes

de dormirse, casi me puse a llorar.

Creo que también la quiero; es simplemente demasiado preciosa para no

hacerlo.

Con cuidado aparté el cabello de su cara, puse un beso en su sien y la

dejé durmiendo plácidamente.

Me acomodé en el sofá y cerré los ojos para recuperar el aliento. Y al

igual que Sarah, me dormí casi de inmediato, agotada por toda la energía que

había puesto en el entrenamiento de mi nueva amiga. Pero algo me sobresaltó,

un sueño confuso en donde Jeremy me fijaba a la puerta de mi dormitorio de

infancia y abría su navaja con una mueca malvada. —Te dije que intentar

deshacerte de mí sería un gran error.

Una tenue luz brillaba desde el pasillo, dándome una perspectiva

sombría y penumbrosa de la sala de estar Arnosta. No tenía idea de qué hora

era, pero sentí que era tarde. Aturdida y desorientada, me di la vuelta y

bostecé. Empecé a sentarme cuando escuché un ruido en la parte trasera de la

casa.

Un golpe y luego una madera siendo arañada, me alertó.

Eso no sonaba bien.

Entré en pánico porque había dejado mi bolso en la cocina cuando Sarah

y yo habíamos bailado más temprano, y la cocina se encontraba demasiado

cerca de donde se había originado el sonido. Mi spray de pimienta, arma de

electrochoque y teléfono celular estaban ahí.

Demonios, sí. Era dueña de un arma de electrochoque. Mi sicópata ex

novio acosador había intentado matarme hace cuatro meses.

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Lo que era peor, de repente no podía recordar nada de lo que aprendí

en el entrenamiento de defensa personal.

Oh, Dios. ¿Cómo se supone que proteja a Sarah?

¡Sarah! Espera, ¿y si había conseguido de alguna manera salir de la

cama, y había regresado, herida?

Tenía que saber lo que era ese sonido. Pero, Señor, no estaba segura si

tenía el coraje para averiguarlo.

Para estar en el lado seguro, agarré una de las muñecas que habíamos

usado para nuestro campamento que seguía sentada en el piso con su espalda

apoyada contra el centro de entrenamiento. Luego, me acerqué al pasillo,

asustada hasta la muerte.

Pensando primero que la seguridad de Sarah era lo único que me daba

las agallas que necesitaba para avanzar, ya que si Jeremy me había encontrado

y seguido hasta aquí, no había forma que lo dejara estar en cualquier parte

cerca de esa dulce e inocente niña.

Me detuve en la puerta parcialmente cerrada de su cuarto, conteniendo

la respiración, medio esperando que estuviera adentro y a salvo, y medio

esperando a que no, porque si no era ella quien hacía ese ruido, ¿entonces

quién demonios era?

Le di un codazo a la puerta para que terminara de abrirse y me asomé en

la oscuridad. La luz de noche conectada a la pared reveló perfectamente un

bulto del tamaño de Sarah en la cama. En seguida, cambió de posición,

haciendo que el colchón y las sábanas se movieran ligeramente.

De acuerdo, entonces ella seguía aquí. Entonces, ¿quién más estaba en la

casa con nosotros? Si Dawn, o incluso Mason, estaba en casa, ¿no me habrían

despertado y dicho que podía irme?

Algo se movió de nuevo en el baño de atrás, al final del pasillo, el que

Dawn me dijo que no usara porque el baño no funcionaba bien. Sonó como un

cajón siendo abierto y cerrado. ¿Alguien buscaba drogas o un arma para usarla

en mi contra?

Alejando todo, agarré la muñeca más fuerte en mis manos y la sostuve

como un bate de béisbol, preparada para hacer un home run si era necesario.

Al igual que con la puerta del cuarto de Sarah, la del baño también se

hallaba medio abierta. Tuve que arrastrarme más cerca de lo que quería con el

fin de echar un vistazo. Cuando por fin me acomodé lo suficiente para ver el

lavabo, me quedé de piedra. Hermione Granger pudo haberme apuntado con

una varita y gritado: Estupefacto, y no habría conseguido mejor resultado. Sólo

podía estar ahí parada asombrada, conmocionada y boquiabierta. Todo el

miedo desapareció para ser reemplazado por fascinación instantánea.

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Con su espalda hacia mí, un empapado Mason Lowe no vestía nada más

que una toalla mientras se inclinaba sobre el tocador y sostenía su costado

como si el fregadero fuera lo único que lo mantenía en pie.

Pude ver su rostro ligeramente inclinado a la perfección en el espejo de

encima. Había apretado los ojos con fuerza y una expresión contrita contorsionó

sus rasgos mientras que pliegues de cansado pesar grababan profundos surcos

en la piel alrededor de su boca y ojos.

Jadeé cuando vi las marcas de arañazos en su espalda desnuda, justo

debajo de los omóplatos donde un par de uñas femeninas podrían agarrarlo si

hubiera tenido una mujer tendida bajo él hace muy poco.

Abriendo los ojos, levantó la vista y me vio en el espejo.

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Traducido por Anelynn*

Corregido por AriannysG

—¡Mierda!

Mientras Mason maldecía por su obvia sorpresa y se tambaleaba. Chillé

de mi propia sorpresa y salté hacia atrás, asustada porque había sido atrapada

comiéndomelo con los ojos. Nos miramos boquiabiertos entre sí, con amplios

ojos a través de la entrada abierta del baño.

Lo sé, lo sé. Se encontraba desnudo debajo de esa tira de toalla. Por

favor, Dios, no me lo recuerdes. Lo que una dama debe hacer en esta situación

habría sido, déjame repetir, habría sido, instantáneamente mirar hacia otro

lado, disculparse por entrometerse mientras él se duchaba, y huir con

vergüenza mortificada tan rápido como mis piernas me pudieran llevar. Me

daba cuenta de eso completamente.

Pero en serio. Se encontraba desnudo debajo de esa tira de toalla. Hola.

Completamente vestido, Mason Lowe era increíblemente delicioso. Pero sin

camisa, era simplemente indescriptible. Ya que soy tan dadivosa, sin embargo,

ciertamente intentaré describirlo con lo mejor de mis habilidades, aunque

será bastante difícil.

La toalla blanca envuelta alrededor de su cintura estaba floja, se había

deslizado justo lo suficiente para colgar abajo, mostrando su abdomen plano y

tonificado. Un ligero puñado de vello oscuro creció alrededor de su ombligo

hundido, desapareciendo debajo de la toalla, haciéndome lamer mis labios y

ronronear, o mejor dicho, me hacía querer lamer esos perfectos abdominales y

ese seductor camino feliz.

Y prepárense para esta, damas: Tenía un tatuaje. Lo sé. Casi me dio una

combustión espontánea justo en ese momento. Extendiéndose a través del

abultado músculo de su cadera izquierda, había un tatuaje, Dios Santo. Decía

una, tal vez dos, palabras en lo que parecía ser una de esas letras imposibles de

leer. Y se encontraba de alguna manera oscurecida por el comienzo de esa

irritante toalla.

Incapaz de evitarlo, oye, trata de contenerte con ese medio desnudo y

tatuado Mason Lowe enfrente de ti, ladeé la cabeza hacia un lado y me incliné

hacia adelante, entrecerrando los ojos en un esfuerzo por leer.

El aguafiestas agarró un puñado de la toalla, ciñéndola alrededor de sus

caderas y levantando la cintura lo suficiente para ocultar su tatuaje

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completamente. Agarrando la puerta con su otra mano como si fuera a azotarla

en mi cara, demandó—: ¿Qué demonios estás haciendo aquí?

Levanté la mirada a su cara, y que el Señor tenga piedad,

repentinamente me di cuenta que descuidé totalmente verlo a la cara. Sí,

tampoco puedo creer que casi me perdí alegrarme la pupila.

Con su cabello mojado, sus gruesos rizos se veían extra oscuros, casi

negros, y rizados, incluso más alrededor de sus orejas y cuello. Gotas de agua

caían de la mata de pelo, salpicando a un lado de su cara y garganta. Más gotas

golpeaban a través de su pecho, algunas teniendo el buen juicio de aferrarse

posesivamente a sus bíceps y pectorales. No es que las culpe. Si yo fuera una

gota de agua y tuviera la buena fortuna de aterrizar en Mason Lowe, también

me aferraría a sus músculos.

Todavía tenía ese rostro fuerte que adoraba, pero sus pómulos y el

hoyuelo en su mentón se veían extra pronunciados en el fluorescente brillo de

la luz del baño, mientras que sus ojos tomaban una tonalidad plateada de

ensueño.

Una muy cabreada tonalidad plateada de ensueño.

Frunciéndome el ceño, levantó sus gruesas cejas como si dijera: “¿Y

bien?” lo que me recordó que todavía no había contestado a su pregunta.

Ups.

—Es… Estoy de niñera. —Obvio.

Pero se veía tan condenador, como si pensara que a propósito me había

escabullido en su casa y hubiera revisado cada baño sólo para verlo en toalla y

tratar de leer su tatuaje. Hizo que me cabreara.

También le fruncí el ceño, poniéndome a la defensiva. —¿Qué demonios

estás haciendo, tomando una ducha con la puerta completamente

abierta mientras estoy cuidando a la niña? —Puse las manos en mis caderas y

arqueé mis cejas.

Sí, responde esa, amigo.

—No sabía que estabas aquí —espetó—. Y el cerrojo no sirve. Lo cerré lo

mejor que pude, pero aún así se abre cuando el exhausto ventilador está

encendido.

Oh. Mmm, tal vez eso es lo que Dawn me había dicho: el cerrojo de la

puerta, no el inodoro, era el que estaba roto. Mi error.

Pero eso no excusaba su actitud malhumorada.

Traté, de verdad, de mantener mi mirada arriba de su cuello, pero eso

era como dejar caer a alguien en el borde de un rascacielos de cien pisos y

decirles que no bajaran la mirada.

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También bajé la mirada. Y sí, todavía seguía siendo sexy de la cabeza a

los pies.

Se aclaró la garganta indignado como diciendo: “¿te importa?”.

Atrapada. Con brusquedad, levanté la mirada otra vez.

—¿Todavía no llega mi mamá a casa? —preguntó cuando finalmente tenía

mi atención en su rostro.

Cuando lo hizo sonar como si fuera mi culpa que aún no hubiera llegado,

resoplé una respiración impaciente. —Aparentemente no.

Pero de verdad, qué tragedia. Que un chico con su nivel de atractivo

resultara ser un grosero patán, era como tropezarse con una caliente tira de

bacón perfectamente frita sólo para voltearla y darte cuenta que tenía moho. No

está genial.

—Me quedé dormida en el sofá después de poner a Sarah en la cama y

nadie me despertó. ¿No me habría despertado ella si hubiera llegado a casa?

—Entonces debe de estar trabajando tiempo extra para alguien. —Cerró

los ojos y silenciosamente gesticuló algo, pero nunca había sido buena leyendo

los labios, así que no tenía idea de lo qué dijo. Finalmente, suspiró como si

abandonara una batalla mental que tenía consigo mismo, pasó una mano a

través de su grueso y mojado cabello oscuro—. Bueno, no sabía que estabas

aquí, de acuerdo —dijo, no por primera vez, pero al menos esta vez sonaba

defensivo en vez de ofendido.

Era un progreso mínimo si me preguntas. Ahora… si hubiera tenido

control en sus líneas, tendría que haberse disculpado profusamente por

espetarme a estas alturas.

—Y yo tampoco sabía que estabas aquí, pensé que un ladrón había

forzado la entrada.

La mirada incrédula que me envió me decía que no me creía. —Pensaste

que alguien había forzado la entrada… ¿para usar la ducha?

—No escuché el agua. Cielos. —Y ahora sonaba tan a la defensiva como

él. Pero en verdad—. Sólo escuché las puertas, o cajones, o algo abriéndose y

cerrándose. No sabía qué pasaba.

Miró la muñeca en mi mano que todavía sujetaba como un arma. —

Bueno, perfecto. Supongo que ahora debería sentirme mucho mejor, sabiendo

que Sarah está a salvo en tus manos. Si alguien irrumpe en la casa, puedes

empuñar tu muñeca ahí y hacer una fiesta de té con ellos hasta morir.

Oh, no, no lo hizo.

En vez de sacar mi spray pimienta de seguridad colgando en mi bolso,

fruncí el ceño. —¡Oye! Te haré saber que la cabeza de plástico de esta muñeca

es bastante dura. Confía en mí. Tu hermana me golpeó en la cabeza con eso

hace rato. —Hundí los dedos en mi cabello e inmediatamente encontré el

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sensible chichón que me había dejado. Con una mueca de dolor, agregué—:

Sólo espera. Después de que terminen con todas las prohibiciones de armas, lo

siguiente que ilegalizarán serán a estas cosas.

Ondeé la muñeca para hacer énfasis. Su cuerpo flácido se bamboleaba

de un lado a otro en un patético intento de intimidación.

Mason ni siquiera sonrió un poco con mi broma. Observándome frotar un

lado de mi cabeza, parpadeó, viéndose horrorizado. —¿Te golpeó?

—Oh, no a propósito, no. No es nada. —Dejé caer la mano de mi

cabello—. No es gran problema. Nos divertíamos. Se emocionó. Sus brazos

comenzaron a sacudirse salvajemente. —Es decir, cómo no lo harían cuando yo

había estado lloriqueando: “¿Me devuelves mi brazo de oro?”—. Pero todo está

bien. No te preocupes por eso.

Me estudió por un momento más. No podía leer ningún pensamiento

discernible de su expresión cautelosa. Entonces sacudió la cabeza como si

aclarara sus pensamientos y apartó su atención de mí. —Supongo que debería

pagarte. Mi mamá dijo ocho dólares la hora, ¿verdad?

Continuaba sujetando la toalla en su lugar mientras se agachaba a

levantar un par de pantalones color caqui tirados en el piso. Pero mientras se

movía, la toalla se deslizó hacia su espalda, y juro que pude echarle un vistazo a

la raya de su culo.

Oh, cómo podría volverme adicta a las rayas, especialmente cuando esos

dos firmes y bronceados globos abrazaban esa bendita raya, moldeada tan

perfectamente a la parte posterior de su toalla. Eran como montículos gemelos

de éxtasis.

Sin notar que yo devoraba el final de su trasero, metió una mano en el

bolsillo de sus pantalones hasta que se levantó con un grueso fajo de billetes.

Retrocedí un paso a trompicones, boquiabierta con los billetes que me

entregaba. Querido Dios, de verdad no quería saber dónde había conseguido

ese dinero.

Si era verdad o no, el rumor de Eva me tenía inquieta.

—Umm… —Entré en pánico—. N-no te preocupes por eso. Lo arreglaré

con Dawn después.

Inclinó la cabeza hacia un lado mientras me miraba, diseccionándome en

pedazos con su penetrante mirada. —Confía en mí. —Ondeó el efectivo en su

mano—. Vas a conseguir que te pague exactamente con esos billetes de aquí.

¿De verdad importa si te los doy ahora o si se los doy a mi madre, quien

probablemente no recordará dártelos hasta la siguiente semana… o después?

Me quedé parada, todavía sin querer tocar su supuesto dinero sucio.

Pero realmente me había ganado ese dinero esta noche. No estaría sorprendida

si fuera nominada en el paseo de la fama de las niñeras después de la forma

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que había consentido a Sarah, excluyendo los primeros minutos de la tarde, por

supuesto.

Aun así, era un poco triste darme cuenta que él tomaba este tipo de

responsabilidad por su propia hermana. Mi hermana mayor ciertamente nunca

se había preocupado por pagarles a mis niñeras. Me preguntaba el tipo de

peso que había sido empujado en los hombros de Mason Lowe a tan temprana

edad.

Sus ojos se entrecerraron con desafío, retándome a rechazar su oferta

mientras sacaba otra vez dos de veinte y me los entregaba.

—Bueno… cuando lo pones de esa manera… —Traté de sonar calmada,

pero sabía que él podía decir lo no-casual que me sentía por tomar su dinero.

Un poco enferma de mi estómago, sentí esta irreprimible necesidad de

girar en mis tacones y escapar. Pero lentamente, extendí la mano y deslicé los

billetes de sus dedos, asegurándome de no tocar su cálida piel en el proceso.

—Gracias.

Cuando un olor sorpresivamente femenino atrapó mis sentidos después

de que me entregara el efectivo, fruncí la nariz. Levantando los de veinte a mis

fosas nasales e, inhalé profundamente.

Las cejas de Mason se hundieron mientras me enviaba un perplejo

fruncimiento de cejas.

Me sonrojé. —Lo siento. Es que… huelen a… ¿Es ese… el perfume

Chanel Nº5?

Mientras su rostro palidecía, lo supe inmediatamente. Todo lo que Eva

había dicho sobre él era absolutamente cierto. Mujeres ricas le pagaban por

sexo. Mi piel picó con el escalofriante conocimiento, dándome cuenta de la

clase de cosas que había hecho para ganar este dinero.

Su mandíbula se tensó. —No sabría decirte —espetó de entre sus

apretados dientes—. No pregunto.

Quería tirar los corruptos e ilegalmente ganados billetes. Pero santo

cielo. Me encontraba parada en la entrada de un humeante baño, mirando a un

gigoló de verdad, quien estaba mojado, desnudo y cubierto con nada más que

una toalla de baño. Esto iba a ir en una carta de navidad que les escribiré a

todas mis amigas.

Toda la situación debió haberme afectado mucho más de lo que me había

dado cuenta, porque sin planear lo que iba a decir, solté abruptamente—:

¿Entonces qué es lo que preguntas?

Se encogió de hombros y me estudió con alguna clase de insolencia

burlona. —No mucho. Mis clientas no son exactamente del tipo tímido. Me

dicen qué es lo que quieren y normalmente no dejan espacio para preguntas.

Mi boca cayó abierta.

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Oh. Mi. Dios.

—Oh, guau. Entonces estás admitiendo que eres un… un…

Se enderezó, retrocediendo ligeramente. —¿Qué? ¿No has escuchado los

rumores? Tan cercana como aparentabas estar con Eva Mercer en el campus el

otro día, habría asumido que a estas alturas te dijo cada sucio detalle sobre mí.

Balbuceé y me sonrojé mucho. —Yo… Sí… Quiero decir, me dijo algunos

chismes locos, pero… No estoy segura si creía algo de eso.

No lo confirmó ni negó. Sólo me observó, esperando mi siguiente

movimiento.

Me imaginaba que la gente tenía dos respuestas distintas con él: O se

alejaban tanto como era posible o se acercaban más en un esfuerzo de

averiguar cuán bueno era en su trabajo.

No hice ninguna.

—¿Tu mamá lo sabe? —pregunté, sin poder moverme.

Dawn parecía demasiado agradable, y moral, para permitir que su hijo

hiciera tal cosa.

Apartó la mirada, y una vez más capté un atisbo de arrepentimiento que

había visto en su cara cuando lo divisé al principio en el baño. —Tengo la

sensación de que sospecha.

Caray. Esto era grande. Esto era muy grande. —Esto es sólo… —Sacudí

la cabeza, sin estar segura de qué decir—. Sí.

Pobre Dawn. Parecía ser muy agradable. Si yo fuera ella y supiera que mi

hijo de veinte años vendía su cuerpo por sexo, yo habría… bueno, no estaba

segura qué habría hecho. Era obvio que ellos podrían ocupar más dinero, pero

esto parecía un poco extremo.

Lo observé con una mirada inquisitiva. —¿No te importa que ella lo sepa?

—No, me hace sentir todo cálido y emocionado por dentro —espetó con

una mirada furiosa—. Jesús. ¿Cómo crees que me siento al pensar que sabe?

Muy bien, entonces.

Abrí la boca para disculparme, pero sacudió la cabeza. —No. No más. La

sección de preguntas y respuestas de esta tarde se ha terminado. Ya tienes tu

dinero por cuidar a la niña, y estoy en casa para quedarme con Sarah. Puedes

irte.

—Yo… —Dándome cuenta que ya era suficiente, asentí—. De acuerdo.

Agachando la cabeza, me volví, apenas deteniéndome para agarrar mis

cosas antes de apresurarme a salir de su casa.

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Traducido por Val_17

Corregido por Alexa Colton

A la mañana siguiente, me sentí como la mierda mientras me escabullía

por el campus, arrastrando mi desayuno que me había detenido en el camino

para comprar. Revolcándome en mi soledad, me alegré de que no volvería a

ver a Eva en ninguna de mis clases de hoy, porque probablemente he estado

toda perra y malhumorada con ella.

La noche anterior todavía me molestaba. ¿Cómo pude haber sido tan

grosera y entrometida con Mason? No podía creer que le había preguntado

esas impertinentes cosas sobre su secreto estilo de vida.

Quiero decir, sabía que tenía un lado fisgón y por lo general iba a los

extremos para apaciguar esa curiosidad, pero había sido tan increíblemente

insensible.

Tenía la esperanza de que no lo volvería a ver todas las noches que tenía

que ser niñera. Eso podría ponerme incómoda muy rápido.

Y por el otro lado: ¿Cómo podía un increíblemente caliente chico ser tan

completamente inasequible, vivir una vida tan corrupta... y actuar de manera

hostil?

Ya nada tenía sentido.

Caminando y pasando las estatuas de bronce en frente del edificio

principal de la escuela, trataba de pensar en una manera de superar esto

cuando vi a Sexy sentado en uno de los bancos a lo largo de los caminos de la

acera. Con una pierna cruzada sobre la otra y el tobillo descansando sobre la

rodilla opuesta, tenía abierto un libro de texto sobre su regazo. Escribía

locamente un bloc de notas, deteniéndose cada pocos segundos para consultar

el libro.

Reaccioné de inmediato, sacudiéndome a un abrupto alto. Dios, se veía

bien. De cerca, de lejos, no importaba. El chico no tiene un lado malo.

Es un gigoló, Reese, me recordó mi conciencia interior. Eso significa que

está fuera de los límites. Fuera de límites.

Pero también era un gigoló que me odiaba, y un gigoló cuyo lado bueno

necesitaba olvidar para seguir adelante si quería que mis deberes de niñera

avanzaran sin problemas. Y él era muy bonito.

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Cambiando mi curso, me volví y me acerqué a su camino con audacia.

No me vio hasta que me paré justo en frente de él y le dije—: Toma. —En un

intento de ofrenda de paz, le lancé la taza humeante y una pequeña bolsa de

papel marrón que había estado llevando.

Levantó la mirada, se apartó el pelo de los ojos con su lápiz, y parpadeó

a mis regalos antes de volver su mirada confundida a mí.

—Esta es mi disculpa —le expliqué—, por ser una grosera perra

entrometida anoche. Lo... lo siento mucho. Quiero decir, lo que haces en tu vida

personal está totalmente fuera de mis asuntos, y no debería haber sido

entrometida. Por favor, créeme cuando digo que nunca quise ofenderte.

Cuando no respondió y no alcanzó mi desayuno, me moví

nerviosamente. Está bien, quizás las cosas entre nosotros podrían ponerse más

incómodas.

Esto no fue tan útil.

Una terquedad me mordió y de repente me negaba a renunciar a mi

disculpa. Dejé la taza y bolsita junto a él en el banco con un ruido sordo. —Hay

una garra de oso en la bolsa y un espresso de chocolate blanco moca en la taza

—le expliqué—. No... No estaba segura de lo que te gustaría. Así que... espero

que te guste.

Ya está. Satisfecha por hacer que suene como si hubiera comprado el

desayuno para él, lo ataqué con una amplia sonrisa. Cuando no la regresó, la

mía cayó.

—Está bien, entonces. —Me aclaré la garganta—. Que tengas un buen

día.

Me di la vuelta, y el idiota no me llamó. Así que caminé antes de que

pudiera responder.

Oh, ¿a quién quería engañar? Le había dado un montón de tiempo para

responder. Hubo una buena pausa de cinco segundos de silencio incómodo

después de cada frase que le dije. Y él no me había regalado una sola palabra

de su hermosa voz. El muy bastardo.

Me sentía irracionalmente herida. Pero, hola. Él no me lo perdonaría

por nada. Las personas verdaderamente arrepentidas deben ser perdonadas.

Es obvio.

Marchando más rápido con cada bocanada de creciente ira, viré a la

derecha hacia el centro de ancianos, un edificio más pequeño, de forma

ovalada, junto a la sala principal, donde mi primera clase del día se llevaría a

cabo. En lugar de entrar en ella, sin embargo, fui a un costado y me detuve

antes de echar un vistazo de nuevo a donde Mason se hallaba sentado.

Se quedó mirando mi desayuno como si pudiera ser peligroso. Justo me

había convencido de que iba a ponerse de pie y alejarse sin tocar la taza o la

bolsita cuando extendió una mano prudente y cautelosamente levantó el latte.

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Lo sostuvo un segundo más, simplemente estudiando la marca en el envase

antes de llevarlo a su boca y bebió un sorbo tímido, dejándolo rápidamente en

su lugar.

Frunciéndole el ceño a la taza, se lamió los labios. Mi respiración se

detuvo en mi pecho mientras esperaba. Luego volvió a beber, más tiempo esta

vez, inclinando la parte inferior hasta que su garganta se movía con cada trago.

Un agradable zumbido de calidez me atravesó, como si en lugar de mi

espresso, estuviera bebiendo un pedazo de mí.

En su siguiente paso, bebió con abandono, drenando el contenido.

Luciendo mucho menos intimidante y mucho más accesible ahora, puso el latte

a un lado, chasqueando los labios mientras abría la bolsa para sacar mi garra

de oso. Tomó un delicioso bocado de la masa frita y masticó con una mejilla

llena antes de volver su atención a su tarea. Cuando puso su bolígrafo en la

página, el pie que había cruzado se balanceaba de un modo alegre.

Mm. Por lo menos parecía complacido por mi regalo... incluso si no

podía molestarse en exonerarme en voz alta y en mi cara.

Extrañamente satisfecha por su reacción, me di la vuelta y me dirigí a

clase, incapaz de dejar de sonreír.

***

Me había tomado treinta segundos del martes decidir que mi curso de

virología general iba a ser horrible. Después de mi segunda ronda de esta

mañana, casi consideré cambiar mi especialidad por completo.

Pero por lo menos no me encontraba sola en mis frustraciones. Tan

pronto como terminó la clase, los quejidos empezaron a mí alrededor.

—Tenemos que comenzar un grupo de estudio —anunció a la habitación

en general Ethan, el chico que se había sentado a mi lado el primer día.

Definitivamente me iba a venir bien un poco de esa acción, así que

levanté la mano. —¡Oh! Cuenten conmigo.

—Conmigo también —hablaron un par de personas más.

Y así, tenía un grupo de estudio organizado por las tardes del martes

después de mi turno en la biblioteca. Mi agenda se llenaba por días. Si no tenía

cuidado, podría parecer que pronto iba a tener una vida.

Me emocionaba que las cosas que funcionaran mejor para mí en

Waterford de lo que esperaba. Marché a la cafetería de al lado, muerta de

hambre desde que le había dado mi desayuno al cara de idiota bastardo

desagradecido, que era todavía más hermoso de lo que cualquier hombre

debería ser.

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Después de comprar una totalmente cargada ensalada para llevar,

encontré una mesa desierta afuera y me acomodé. Acababa de abrir la tapa de

plástico de mi almuerzo, mi boca haciéndose agua por alguna fuerte lechuga

verde, cuando una sombra cayó sobre mi comida, poniéndome en alerta.

—Qué… —Miré hacia arriba, casi esperando ver la sonrisa lasciva de

Jeremy, pero me quedé sin aliento cuando en su lugar encontré a Mason Lowe,

parado junto a mi mesa con su bolsa de mensajero una vez más atada en

diagonal sobre su pecho.

—¿Cómo dijiste que se llamaba esa bebida que me diste esta mañana?

—Um... —Parpadeé, incapaz de dejar de mirarlo de pie a casi un metro

de distancia—. Uh, era un... un espresso de chocolate blanco moca. ¿Por qué?

Uf, espero no haberle dado diarrea. Eso podría ponerse feo.

Pero hizo un zumbido agradable en la parte posterior de su garganta. —

Mmm. No estaba mal. Gracias.

¿Gracias?

El mareo me inundó. La forma apreciativa en que hablaba sonaba tan

genuina, tan... tan sexy, todo mi cuerpo respondió.

—Bueno... —Me aclaré la garganta. Responde, Reese. Maldición dile algo

ya—. Sí. —Levanté la mano como si fuera a señalar “de nada”—. Y... y gracias a

ti, ya sabes, por perdonarme por la forma en que actué anoche.

Bueno, él no había dicho: “Estás perdonada por la forma en que actuaste

anoche”, pero yo iba a interpretar su presencia como eso.

Solté un suspiro de alivio. —Pensé que me odiabas totalmente.

Sí, sí, dije eso en voz alta. Soy una idiota. Ponlo en mi epitafio ya. Aunque,

la verdad, no fue mi intención decirlo, pero fue como un tipo de proyectil que

salió de mi boca.

Mason me entrecerró los ojos. Sentí su mirada todo el camino hasta la

punta de mis dedos de los pies. Dejó mi pecho apretado y mi cabeza atontada.

No podía hacer cara o cruz de lo que pensaba, pero no importaba qué

pensamientos fluían en su cerebro —buenos o malos— eran definitivamente

intensos.

Finalmente, desvió la mirada y se lamió los labios. —No. Yo no... no te

odio.

Su voz era grave y seria, y maldita sea, también podría haber dicho “Te

amo” por la forma en que me afectó. De repente respirar me pareció

imposible.

Abrí la boca, pero no salió ninguna palabra, probablemente era algo

bueno, porque estoy bastante segura de que cualquier cosa que hubiera dicho

en ese instante me hubiera dejado eternamente mortificada.

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Se movió en sus pies como si fuera a irse. Pero sus cejas se arrugaron,

albergando pensamientos en conflicto, antes de que se pasara una mano por su

pelo. Nunca en mi vida había querido tanto ser una mano como quería ser su

mano derecha.

—Así que hablé con Sarah esta mañana. —Sus palabras salieron

rápidamente y jugaba con la correa de su bolso de una manera nerviosa.

—Oh, Dios —gemí, apretando los ojos y agarrando mi cabeza,

sintiéndome eternamente avergonzada de todos modos—. Contó lo del

maquillaje, ¿no? Oh... maldición. ¿Dawn se molestó? ¿Va a despedirme? Te lo

juro, le quité cada centímetro antes de que se vaya a la cama. Incluso…

—No. Sí. —Murmuró algo entre dientes y apretó un puño en su frente

como si estuviera avergonzado de cómo lo aturdió mi queja.

El calor me inundó. Me sentí irrazonablemente halagada de que me las

haya arreglado para confundirlo, y que se sintiera avergonzado por haber sido

confundido frente a mí.

—Sí —dijo finalmente, enderezándose y hablando con precisión—. Sarah

me dijo sobre el maquillaje. Me habló de todo lo que hicieron anoche. Y no,

mamá no va a despedirte. Probablemente va a darte un abrazo de oso la

próxima vez que te vea. Sarah brillaba absolutamente esta mañana. Yo...

honestamente nunca la había visto tan feliz. Así que lo que piensas que hiciste

para molestarme anoche después de mi ducha se ha borrado por diez por todo

lo que hiciste por mi hermana.

Me quedé boquiabierta cuando lo vi mirarme con una sinceridad que me

rasgó el pecho e hizo que mi enamoramiento por él se expandiera a un

retorcido y completo desastre.

Después de aclararme la garganta, enderecé mi espalda y traté de

calmarme. Resiste al guapo gigoló, Reese. ¡Resiste!

—¿Y no pudiste decirme eso esta mañana porque...? —Arqueé una ceja,

muy orgullosa de mí misma por mantenerme firme en contra de su rebosante

sensualidad.

Pero entonces fue cuando sucedió.

Su rostro se iluminó y sonrió.

Sonrió.

Era la primera sonrisa verdadera que le vi dar. Y era toda para mí.

Destrozó un par de mis terminaciones nerviosas. Definitivamente me sentí

acalorada. Incluso podría haber olido humo.

Con un encogimiento de hombros despreocupado, respondió—: Me

dabas comida... y pedías disculpas. Si hubiera dicho algo, entonces, es posible

que me hubieras quitado esa garra de oso.

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Tenía razón. Lo habría hecho. Las garras de oso eran muy importantes

para mí. A menos que hubiera sacado esa dulce sonrisa esta mañana. En cuyo

caso, probablemente me habría sentado en su regazo y dado de comer una

maldita rosquilla.

Pero me reí y sacudí la cabeza, porque tenía que luchar contra mi

atracción.

¡Luchar contra él!

—Eres un chico. —Lo dije como si fuera un insulto, pero sonrió de nuevo,

como si lo hubiera felicitado.

En serio, íbamos a tener que hacer algo con esa sonrisa. Era demasiado

poderosa.

Rodé los ojos y dejé escapar un gran suspiro. Cuando me di cuenta de

que seguía allí de pie, mirándome, levanté una ceja. —Así que, ¿vas a sentarte

o no?

Su sonrisa cayó. —¿No te importa?

¿Importarme? ¿Sentarme al lado del chico más hermoso en el planeta? Él,

obviamente necesitaba conocerme mejor.

La sorpresa en su voz hizo que mi garganta se secara. Si parecía tan

aturdido por que una chica le pidiera que se siente junto a ella, entonces debe

ser una ocurrencia rara. ¿Su estado de gigoló lo hacía en gran parte un

marginado?

Necesitando mantener las cosas casuales antes de poner los ojos

llorosos, levanté la mano con simpatía a mi nuca y fingí amasar mis músculos

tensos. —Me molesta este calambre en mi cuello que me estás dando por

hacerme mirarte hacia arriba —le dije, sorprendida cuando mis dedos rozaron

sobre mi cicatriz.

Mierda, me había olvidado por completo de mi cicatriz. Nunca me olvidé

de mi cicatriz. Dejando caer la mano, sacudí la cabeza para asegurarme de que

mi pelo cayó hacia atrás sobre el área, ocultando toda la carne roja y arrugada.

—Siéntate ya.

Escudriñaba mi cara como si esperara a que me retractara de mi

invitación, Mason lentamente pasó la correa de su bolsa de mensajero

alrededor de su cabeza. Entonces aún más despacio, se sentó en el asiento

junto a mí, dejando dos pies de espacio entre nosotros y dándole la espalda a la

mesa con los pies firmemente en el suelo —probablemente para una escapada

rápida. Dejó la bolsa con cuidado en el banco entre nosotros, usándola como

una especie de escudo. Sus hombros parecían tan rígidos que juraría que

contenía el aliento.

Le sonreí, sintiendo la necesidad de molestarlo. —¿Cómodo?

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Me lanzó una breve mirada antes de que sus hombros cayeran

visiblemente una fracción, como para calmarme.

Volviendo la atención a mi almuerzo, traté de iniciar una conversación

casual. —Por cierto, siento que tu madre jugó conmigo.

Mason se encogió. —Lo sé. Lo siento por eso. Le dije que tiene que

decirle a la gente acerca de la condición de Sarah cada vez que los entrevista.

Pero insiste en que le cuesta cinco veces más encontrar una niñera dispuesta

cuando lo hace.

Sí, Dawn debería haberme hablado de Sarah en la entrevista. Pero

entonces, supongo que también tenía un punto. Apuesto a que le tomaba

significativamente más tiempo cuando era abierta y honesta. Me avergonzaba

admitirlo, pero si hubiera sabido sobre la cosa del PC antes de haber

conseguido el trabajo, lo habría rechazado totalmente.

—No veo cómo me permite ver a Sarah en absoluto —le dije—. No es

que me queje, porque tu hermana es absolutamente lo más dulce, pero... ¿no

necesita qué un médico profesional capacitado la observe o algo así?

—No. —Se encogió de hombros e hizo una mueca, como si nunca

hubiera considerado ese escenario—. La miro todo el tiempo, y no tengo

ninguna formación médica. No es que tengas que darle alguna receta o

tratamiento cuando la veas. A todas las niñeras que llegan, que, de acuerdo,

son enfermeras jubiladas, le pagan sus salarios los programas de gobierno,

mientras que tu trabajo es extraoficialmente ya que sólo trabajas medio tiempo

cada un par de noches. Mamá y yo te pagaremos en efectivo.

—Oh. —Me senté de nuevo y mi frente se arrugó por los pensamientos.

Cuando miré a Mason, me miraba con un escrutinio ilegible que me hizo querer

ahuecar mi pelo y agarrar un espejo para comprobar mi cara. ¿Qué demonios

es lo que veía cuando me miraba de esa manera?

Necesitando llenar el silencio entre nosotros, respiré rápido y aparté el

pelo de mi cara. —Ya sabes, me asusté un poco cuando vi su tablero de

imágenes. Pensé que no podía hablar en absoluto.

No iba a admitir que no fue lo único que me asustó anoche, pero me sentí

más honesta al confesar una de ellas.

Mason soltó un sonido de incredulidad. —¿El tablero de imágenes?

Mamá no te lo mostró, ¿verdad? Dios, Sarah no ha utilizado esa cosa estúpida en

más de un año y sólo es necesario en situaciones extremas cuando está

demasiado excitada o angustiada para hablar correctamente. —Retumbó un

sonido frustrado—. Te lo juro, amo a mi madre hasta la muerte, pero a veces la

mujer es demasiado sobreprotectora. Puede tratar a Sarah como si todavía

tuviera dos años.

Sonreí, porque anoche había tenido la misma idea. —Sí, me di cuenta de

que el tablero era innecesario alrededor de uno punto ocho segundos después

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de que tu madre se fue cuando toqué la imagen de la televisión y Sarah

me rodó los ojos.

Mason se rió entre dientes y oh, Dios mío, el sonido era increíble. —

Sarah es así.

Asentí, esperando un momento para hablar así podía recuperar el

aliento. —Y la licuadora para la cena…

—También innecesario. —Mason sacudió la cabeza con disgusto.

Solté un bufido. —Bueno, eso espero. Cuando tomó una galleta de la

mesa, casi me da un ataque al corazón tratando de recordar los pasos de RCP

en caso de que se ahogara. —Inclinándome cerca, le confesé—: En realidad,

después de ver eso, nos hice algunos malvaviscos en nuestra fogata de más

tarde.

Se inclinó también, poniendo voz baja e íntima. —Lo sé. Me lo dijo.

Cierto. Me había olvidado de que él ya había dicho que Sarah le contó

todo.

Dios, olía bien.

Conteniendo el aliento para no ceder a la tentación de inclinarme más

cerca para inhalar bocanadas abundantes de su olor, me enderecé y me volví a

mi almuerzo. —Es una chica muy dulce.

Sarah. Sarah era nuestra única razón para la comunicación. No olvides eso,

Reese.

—Lo es —aceptó Mason afablemente mientras me observaba abrir mi

paquete y liberalmente devoraba mi ensalada.

Suspiré. —Es una vergüenza que no fuera invitada a la pijamada.

—Oh, no tienes que convencerme. Lo sé. —Luego lo unió con otra

pregunta—. ¿Siempre comes comida de conejo?

—¿Mm? —Eché un vistazo a mi ensalada, y luego le envié una mirada

extraña—. Uh, te comiste lo que yo iba a tener para el desayuno. ¿Qué crees?

Sus ojos brillaban con una victoria que me confundió hasta que me

señaló con un dedo acusador. —Ajá. Sabía que era tu desayuno lo que me diste.

Mierda. Atrapada. Odiaba cuando abría mi gran boca y me delataba. —

Lo que sea —gruñí de mal humor—. Apuesto a que no lo sabías.

—Oh, lo sabía. —Levantó una ceja, y oh Dios mío, se veía muy bien

haciendo eso. No es justo—. ¿Crees que una bebida comprada para un hombre

sería un espresso de chocolate blanco moca? ¿En serio?

Olfateé. —Oye, pensé que habías dicho que te gustaba.

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—Así es. Sin embargo era demasiado dulce. Femeninamente dulce. —Su

sonrisa se hizo más seductora mientras añadía—: Debe ser tu día de suerte.

Resulta que me gusta extra dulce.

Santo Guacamole. ¿Era eso doble sentido? Juro que era un doble sentido.

Alguien sostenga mis bragas por mí porque Mason Lowe estaba

jodidamente coqueteando conmigo, con doble sentido.

Sacudiendo la cabeza, dije—: Eres tan...

Sonrió. —¿Encantador? ¿Guapo? ¿Intrigante?

Los tres, pero no se lo admitiría. Parecía tener un ego lo suficientemente

grande. Fruncí el ceño. —Iba a decir confuso.

—Ah. —Asintió de una manera astuta—. Vamos a dejarlo como

intrigante.

—En realidad, creo que eso merece su propia clasificación.

—Está bien. Como quieras. —Se encogió como si fuera lo mismo para él,

lanzándome una mirada engreída y brillante.

Oh, ahora era excesivamente apaciguador para hacer que la pequeña

mujer se sienta mejor. Grr. Cada vez que respiraba me irritaba. O tal vez era

sólo yo que me irritaba, porque tanto como quería que mis emociones se

mantuvieran firmes en contra de él, estaba demasiado y absolutamente

encantada de estar sentada junto a él, hablar con él, respirar su guapo,

encantador e intrigante olor.

Hombre, estaba defectuosa. Pero no me importaba. Almorzaba con

Mason Lowe. ¡Sí!

Rodando los ojos para ocultar la fiesta de emoción dentro de mí, me puse

derecha. —Me gusta.

Cuando recogí mis tomates de la parte superior de mi ensalada y los

apilé en una servilleta a un lado, la mirada de Mason pasó sobre ellos como una

especie de misil termodirigido. —¿No vas a comer eso? —Sonaba escandalizo

de que estuviera sentada a su lado.

Arrugué la nariz. —¿Qué? ¿Mis tomates? ¡Ugh!

Negó con la cabeza. —¿Cómo puede no gustarte los tomates?

—No lo sé. No es nada personal en contra de ellos. Estoy segura de que

son muy agradables en un entorno social, y que están bien en la salsa de tomate

y espaguetis y esas cosas. Es sólo que no los quiero en mi ensalada.

Siguió mirándolos con nostalgia como si fueran tocino... o chocolate... o

pastelitos de tocino y chocolate. Bueno, eso sonaba desagradable, pero sabes a

dónde iba con eso, ¿verdad?

—Así que... ¿los quieres? —ofrecí.

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Él deslizó la servilleta con tomates sobre la mesa antes de que pudiera

terminar completamente la pregunta. Después de ajustar su bolsa sobre la

mesa, pasó una pierna sobre el banco hasta que se sentó a horcajadas, frente a

mí.

—Gracias —dijo, con la voz ahogada mientras se metía un trozo de

tomate en la boca y habló mientras masticaba—. Mmmm. Estos son perfectos.

Agradables y jugosos.

Supongo que al chico le gustaban los tomates. ¿Y había dicho jugoso?

Siempre debe decir palabras como jugoso, sólo para irritar la imaginación de

una chica hacia todo tipo de pensamientos traviesos. No es que yo debería

estar teniendo malos pensamientos por un gigoló. Por supuesto que no.

—¿Tienes sal? —preguntó, interrumpiendo mis pensamientos traviesos

mientras lamía sus dedos.

¿Sal? ¿Cómo era la sal traviesa? Aunque chuparse los dedos... oh, sí, eso

era travieso.

—Uh... —Miré a mí alrededor y cogí el paquete de condimento de mi

servilleta y un tenedor de plástico.

Cuando vi un contenedor en miniatura de sal y pimienta a la izquierda,

me iluminé. Y oye, de repente me llamó la atención cómo podría rociar la sal en

su pecho desnudo y luego lamerla de sus pectorales esculpidos o de su

ombligo, o de su misterioso tatuaje.

Aclarando mi garganta, le pasé el paquete de sal. —Estás de suerte. Lo

tengo. —Se lo tiré, tratando de no llorar la pérdida de todas las cosas que

podría hacer con la sal.

Sexy me impresionó cuando atrapó el paquete en su mano. —Gracias.

Otra vez.

Lo vi espolvorear los tomates.

—¿Qué? —preguntó cuándo atrapó mi mirada, totalmente sin pensar en

la sal—. ¿No le pones sal a tus tomates?

Al parecer, no le pondría sal a nada. —En vista de que ni siquiera como

tomates, no. Yo sólo... lo siento. —Me sonrojé, tratando de olvidar cómo se veía

en esa toalla anoche—. Parece que hoy tengo un ligero problema de mirar

fijamente.

Sus ojos brillaban mientras masticaba. —Me di cuenta. —Sin embargo,

no pareció importarle. Parecía divertido por mi problema de miradas.

Arrugué la nariz para hacer una cara, mi manera disimulada de mostrarle

que no me afectaba su encanto lúdico.

Pero se limitó a sonreír. —No sólo comes comida de conejo, te juro que

debes ser uno.

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Hice una pausa de mascar. —¿Eh?

—Es la segunda vez que arrugas tu nariz. Movimiento de conejo.

Oh, mierda. Se había dado cuenta de mi único mal hábito. Sí, sólo

tengo uno. Silencio.

¡Espera! Se había dado cuenta de mi hábito de arrugar la nariz y ¿contó

el número de veces que lo hice? Eso era... guau. Esa era la señal de un hombre

interesado.

Pero de ninguna manera podría Mason Lowe estar interesado en mí. Era

un maldito gigoló. Los gigolós no se molestan con insignificantes, que arrugan

narices y poco convincentes chicas universitarias.

¿O sí?

Me sentí como si estuviera siendo arrastrada hacia algo más grande de lo

que yo podía controlar, así que alejé la mirada de Mason, recordándome la

vida que nos rodeaba. No éramos las únicas dos personas que quedan en el

planeta, sentados en esa mesa, discutiendo hábitos de arrugar la nariz. Lejos de

este momento, él hacía cosas que nunca podría aceptar. Necesitaba alejarme

de cualquier tipo que vivía un estilo de vida tan intolerable.

Jeremy me había enseñado esa lección, y nunca la olvidaría.

Cuando volví a mirar lejos, vi pasar a una de mis profesoras, llevando el

maletín como si fuera una manera de enseñar una clase. Necesitando una

distracción del chico cautivador que comía conmigo, levanté la mano y saludé.

Gran error.

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Traducido por Gaz Holt

Corregido por Valentine Rose

—Hola, Dra. Janison —llamé mientras hacía señas con la mano—. Buenos

días. Esos son unos zapatos matadores.

La Dra. Janison era mi profesora favorita en Waterford, y no sólo porque

conocía bien un maldito Jimmy Choo cuando lo veía. También me encantaba su

estilo de enseñanza. Sabía cómo hacer que literatura británica temprana sea

interesante cuando no era una fan en lo más mínimo de ese período en

particular.

Me dio un guiño vago.

—Buenos días —dijo en esa forma educada y distante que me decía que

no sabía que era una de sus estudiantes. Entonces miró sus zapatos—. Y

gracias.

Abrí la boca para explicar a cuál de su clase asistí cuando miró hacia

Mason y al instante palideció.

Palideció pasando por todos los colores, dio un paso atrás, como si

estuviera a punto de emprender el vuelo en sus Jimmys cuatro pulgadas.

—Señor Lowe —casi susurró, sonando asustada mientras lo miraba

boquiabierta con los ojos muy abiertos.

No hizo contacto visual, sólo murmuró—: Dra. Janison.

Al darme cuenta de que la profesora probablemente había oído el rumor

de su reputación —y no lo aprobaba—, me sentí de repente protectora.

Bah, sólo porque era gigoló no significaba que tuviera la peste.

Puse la mano en el brazo que había apoyado en el tablero de la mesa.

Sólo quería desterrar algunas de sus preocupaciones, asegurarle que no estaba

enfermo. Pero cuando la mirada de la Dra. Janison corrió hacia donde mis

dedos crepitaban contra su piel, no pareció tranquilizarse. Parecía aún más

perturbada cuando nos miró.

Sin estar segura de cómo matar toda la incomodidad flotando a nuestro

alrededor, me forcé a poner una sonrisa más grande.

—Encontré un par de Jimmy Choos arrasadores, similar a unos que llevó

una vez, en color plata, y los quería tanto. Pero incluso las réplicas costaban

más de lo que podía permitirme.

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Si el par que llevaba era original, entonces la mujer llevaba fácilmente

ochocientos dólares.

Pero en lugar de revelar el secreto conmigo sobre si eran imitaciones o

no, me envió una especie de sonrisa de complicidad.

—Tengo gustos caros.

Cuando su mirada revoloteó de vuelta a Mason, todos los músculos de su

brazo bajo mi mano se tensaron.

—¿Nuestra reunión para hablar de su horario de clases este jueves sigue

en pie, señor Lowe? —Me miró fijamente, como si esperara que si era una

respuesta negativa sería mi culpa.

Comprendiendo, de pronto me olvidé de cómo respirar. Oh, Dios mío.

¿La Dra. Janison? ¿Y Mason? De ninguna manera.

Su voz no era nerviosa o tensa cuando respondió—: Por supuesto. —Pero

podría haber jurado que lo dijo con los dientes apretados, y todavía se negaba

a mirarla.

Le dio un sólo movimiento de cabeza. —Bien. —Juro que parecía aliviada

por su respuesta. Con una última mirada a mí, murmuró—: Espero con ansia

verte después. —Me dio la espalda mientras salía con sus zapatos matadores,

que de repente sentí la necesidad de arrancarle.

Me volví a Mason.

—No tienes ninguna clase con ella, ¿verdad?

Abrió la mandíbula mientras apretaba los dientes. —No.

Cerré mi boca abierta.

—Oh.

Siseando en voz baja algo que no pude captar, golpeó con fuerza la bolsa

de mensajero contra la mesa.

—Esto fue un error. Nunca debí haberme sentado a tu lado.

Mi corazón dio un vuelco en mi pecho. —Bueno, muchas gracias. —Forcé

mi voz para que sonara ofendida en lugar de dolida, cuando, honestamente, era

un montón de ambos—. También tuve un tiempo apestoso por hablar contigo.

Cara de imbécil.

—No... —Cerró los ojos y apretó los puños antes de volver a sentarse—.

Reese, no quise decir eso. Te lo juro.

—Entonces, ¿cómo exactamente querías decirlo? Ya que sonó bastante

desagradable desde cualquier ángulo que escuché.

Sus pestañas se abrieron antes de atravesarme con una de sus intensas

miradas paralizantes. —¿No lo entiendes? —Miró alrededor del patio—. Acabo

de condenarte. Al hablar contigo en público, al sentarme contigo en esta

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mesa... —Movió el brazo señalando nuestro entorno—. Aquí todo el mundo

piensa que hemos tenido sexo.

Aspiré una carcajada.

—Oh, lo que sea. Tengo serias dudas de eso. Apenas te toqué el brazo.

La gente no lo cree... —Pero mis palabras se desvanecieron mientras echaba

un vistazo alrededor. Todo el mundo robaba miradas especulativas en nuestra

dirección y hablando detrás de sus manos. Me hundí en mi asiento,

sintiéndome inmediatamente condenada al ostracismo—. O tal vez sí.

Santos tomates salados, Batman. Debe tener una poderosa reputación

pesada si simplemente sentarme a su lado me hace automáticamente una puta.

—Así que... uh, ¿la Dra. Janison es una de tus, umm, clientes?

Soltó un bufido, pero no contestó.

Gemí y cerré los ojos. —Guau. Esto de alguna manera va a hacer que mi

siguiente clase, literatura británica temprana sea incómoda.

—Espera. —Agarró mi brazo, y juro que sentí su toque explotar en las

puntas de mis dedos de los pies. Tal vez no era tan descabellado pensar que

tenía una fuerte reputación—. ¿Estás diciendo que tienes una clase con ella?

¿Con la Dra. Janison? —Cuando asentí, cerró los ojos un instante—. Mierda.

Bueno, eso no sonaba bien. —¿Qué? ¿Qué significa eso?

—Mira —suspiró, sonando increíblemente cansado—. Si te hace pasar un

mal rato, o te suspende o... algo, házmelo saber. Voy a hablar con ella.

—Espera, espera, espera. ¿Por qué... por qué iba a suspenderme

simplemente por sentarme a tu lado en un banco público? —Y colocar mi mano

en su brazo como si fuéramos novios, y... oh, mierda. Pero espera—. Eso no

tiene sentido. Incluso si tuviéramos... ya sabes, sexo o lo que sea, no tiene

motivos para sentir celos. ¿No sabe que posiblemente no sea tu única... cliente?

—Claro que lo sabe. Pero es obvio que no eres una cliente. Podría

sentirse desairada si cree que te di un... —Apartó la mirada e hizo un gesto con

la mano—. Ya sabes, un regalo.

—Guau. Vale. Pero guau. Esta es la conversación más extraña que he

tenido, guau. ¿Un regalo?

Mason me lanzó una mirada dura, como si pensara que no tomaba la

situación lo suficientemente en serio.

—Sabes lo que quiero decir.

Solté una carcajada, porque está bien, sí, toda la conversación se sentía

increíblemente ridícula.

—Entonces sólo convéncela de que pagué; que también soy, ya sabes,

una cliente, al igual que ella.

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Parpadeó.

—¿Qué? ¿No quieres que le diga que no estamos jugueteando?

Ruborizándome fuerte, me aclaré la garganta y desvié la mirada.

—O eso. Eso... Quiero decir, claro, la verdad probablemente sería

mejor. Sí. Vamos a seguir con la verdad.

Mason negó con la cabeza, luciendo entretenido y frustrado en partes

iguales.

—Excepto que no lo creerá. Y sabe que no puedes ser una cliente.

—¡Eh! ¿Por qué no podría ser una cliente?

¿Era demasiado joven? ¿No tenía la suficiente clase? ¿No era su tipo?

Apretó los labios como si estuviera tratando de no sonreír. Pero sus ojos

se iluminaron con diversión. —Reese, acabas de admitir que no puedes

permitirte el mismo tipo de zapatos que ella. No hay manera de que pudieras

permitírteme.

Oh, ahora sonaba como Eva.

No quería que lo supiera, pero me ofendió.

—¿En serio? —Arqueé una ceja y puse mis manos en mis caderas—

. ¿Cuánto cuestas, Sr. Ego?

Acercándose, susurró una cantidad en mi oído. Mi boca se abrió.

—Bueno, sí. No me podría permitir eso. Pero... guau, no lo sé. —Agité mi

mano—. ¿No tienes un plan de pago o algo así? ¿Precios reducidos para los

ingresos más bajos?

Farfulló a través de una risa sorprendida. —No, no ofrezco planes de

pago. ¿Lo dices en serio? Juego de la manera cara, o no juego en absoluto. No

hago esto por mi salud, ya sabes.

—¿Entonces por qué…?

—Porque ser un ciudadano honrado moralmente decente no evita los

avisos de desalojo inmediato —espetó—. No le hace llegar a mi hermana una

nueva silla de ruedas, y no pone comida en la mesa de mi madre, o evita que la

compañía eléctrica nos apague la luz en el día más caluroso del año. Y seguro

que no consigue que me inscriba en la universidad este semestre. Esto es todo

por el dinero. Sólo por el dinero. ¿Entiendes?

—Sí —dije en voz baja. Entonces le ofrecí una sonrisa—. En realidad, esa

explicación te hace sonar como algo noble, ya sabes, llevando sobre la espada

la depravación absoluta para salvar a tu familia. Probablemente serías una

buena película del sábado por la tarde.

Ya está. Esperaba que sonara bastante frívolo, como si no me importara

lo que hacía con su vida.

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Pero Mason me miró parpadeando. —Estás… loca.

—Sólo los jueves. —Arrugué la nariz ya que contaba las veces que lo

hacía.

Sonrió… de mala gana, creo, pero bueno, al menos me las había

arreglado para aliviar un poco la tensión del momento.

Haciendo estallar un tomate con sal entre sus labios perfectos, masticó

con vigor... hasta que fui y le pregunté—: Entonces, ¿no das regalos? ¿Nunca?

—Aquello sonó tan extraño para mí. Pensarías que un gigoló sería un completo

mujeriego, incluso fuera de su horario.

Pero su mandíbula se endureció cuando dejó de masticar y me dijo—:

¿Estás... pidiendo uno? —Quería golpearme en la frente.

Mierda, no había tenido la intención de hacer que mi pregunta sonara tan

esperanzadora. —¿Qué? ¡No! —Entonces por si acaso, hice un sonido de

incredulidad—. Dios, no.

Me miró boquiabierto, diciéndome que no me creía.

Me sonrojé y miré hacia otro lado. —No… —Tenía en la punta de la

lengua decir que dormir con él rompería mi corazón. Pero admitiendo que no

podía acabar bien, repetí—: ¡No! —Para que quede claro—. No soy así. Tengo

que estar en, ya sabes, una relación comprometida, monógama, y...

enamorada, y esas cosas, antes de... dormir con alguien.

Se acercó y colocó un codo en la mesa para estudiarme hasta que me

retorcí por dentro y me preguntó en voz baja—: ¿Alguna vez has estado

enamorada?

Mi boca se abrió.

—¿Estás preguntando si soy virgen? Porque no...

Levantando la mano, la agitó suavemente para evitar que soltara un

montón de palabras embarazosas. —Eso no es lo que estoy preguntando.

—Oh. —Me aclaré la garganta y desvié la mirada. Más consciente de mí

misma de lo que nunca había estado, me mordí el labio e hice una mueca de

dolor—. Bueno... no... —Sacudí la cabeza. Su pregunta era demasiado

complicada para contestar con un simple sí o no—. No estoy segura de lo que

era, si estúpida o demasiado joven para saber sobre enamoramientos, pero

definitivamente no era amor. Y no voy a volver a cometer el error de no saber

la diferencia.

Sus labios se inclinaron en una sonrisa, casi como si estuviera orgulloso

de mí. —Bien.

¿Eh? No estaba segura de qué parte aprobaba, pero el brillo de

admiración en sus ojos me lanzó un toque cálido. Volví rápidamente el tema de

nuevo a él y a por qué tenía que mantenerme alejada.

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—Así que, si todo el mundo sabe por aquí que eres, ya sabes, lo que

eres, entonces, ¿cómo nunca has sido arrestado?

—No es de conocimiento común. Es un rumor común. —Me miró como si

quisiera decir algo más sobre el tema, pero en su lugar suspiró—. No vas a

olvidarlo, ¿verdad?

—Eh, no todos los días me encuentro con un gigoló.

Se atragantó con un tomate cuando dije gigoló en voz alta, porque mis

cuerdas vocales podrían han aumentado la agudeza un poco demasiado, pero

continué. Más discretamente, por supuesto.

—¿Me puedes culpar por ser curiosa? Tengo como un millón de

preguntas. —Levanté una mano, recordando lo tenso que se puso anoche,

cuando había sido curiosa—. Pero sólo si te parece bien responderlas.

Me miró un momento más antes de sacudir la cabeza.

—Leíste una gran cantidad de Misterios de Nancy Drew cuando eras una

niña, ¿no?

Arrugué la nariz. —No. Nunca he leído una. Harry Potter es más mi estilo,

y sí, su curiosidad también le metió mucho en problemas. Como bien sabes.

—No —murmuró, mirando casi arrepentido—. Nunca he leído Harry

Potter.

Jadeante, me puse la mano sobre mi corazón y lo miré como si fuera un

extraterrestre. —¿Me estás tomando el pelo? Pero... todo el mundo ha leído

Harry Potter.

Se encogió de hombros y ni siquiera tuvo la decencia de parecer

avergonzado o culpable. —Yo no.

—Pero... pero... son tan... increíbles. No te preocupes —al instante me

tranquilicé, extendiendo la mano para acariciarle el brazo—, tengo todos los

libros de la serie en mi apartamento. La próxima vez que cuide a Sarah, voy a

llevarte el primero para que veas lo que piensas.

Los músculos debajo de mis dedos se crisparon como si mi contacto le

quemara. Me di cuenta de su expresión mientras miraba mi mano aún apoyada

en su antebrazo. Quería alejar mis dedos porque parecía paralizado por

nuestra conexión, pero no me podía mover. Lucía tan... tentado.

Me gustó mucho.

Lentamente, deslizó su brazo de debajo de mi agarre suavemente,

cortando nuestro contacto.

—No hago regalos —dijo con voz ronca—. Nunca.

Guau. Bien, entonces. Eso vino de la nada.

¿De verdad creyó que me acerqué a él por un regalo?

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Por Dios, ¿lo había hecho?

—Pero no estaba... —Ceñuda, me volví hacia mi almuerzo—. Lo que sea.

—Entonces, con la misma rapidez, el síndrome de Harry Potter me golpeó otra

vez. Crujiendo un trozo, le pregunté—: Sin embargo, ¿qué hay de tu vida

personal? ¿Qué hay de las citas y…? —Me interrumpí cuando rió—. ¿Qué es

tan gracioso? —Totalmente odiaba perderme una broma.

Arqueó las cejas.

—¿Citas? ¿Vida personal? ¿Hablas en serio? Las únicas chicas que tengo

en mi entorno están dispuestas a pagar o buscan servicios gratuitos prestados,

lo que me molesta.

—Pero…

—Y todas las chicas de relaciones monógamas se mantienen alejadas de

mí, por razones obvias.

Hice una mueca. —Eso no puede ser verdad. Estoy segura de que un

montón de…

—Reese —me interrumpió, levantando la mano—, sinceramente,

¿saldrías con... una persona de mi profesión?

Tragué saliva. Ni de coña, no lo haría. —Buen punto.

—Sí. —Dejó escapar un largo y solitario suspiro—. Exactamente.

—Bueno, eso es muy triste —decidí finalmente—. ¿No puedes salir o

pasarlo bien... divertirte, o incluso enamorarte sólo porque tomaste medidas

drásticas para salvar a tu familia?

Sí, me sentía mal por un gigoló. Demándame.

Sacudió la cabeza como si estuviera perplejo por mi simpatía.

—Tenía dieciocho años cuando caí en esto. En ese momento, era

demasiado joven y estúpido para pensar en cómo iba a afectar mi futuro. —Se

encogió de hombros—. Ahí lo tienes. Ahora estoy atrapado.

—No. No puedes estar atrapado. Sin duda, hay algo más que podrías

hacer para ganar dinero. Algo legal y... y...

—Moral —supuso.

—Sí, y moral. Y...

Se rió y me tocó la mejilla brevemente.

—Eres linda, Reese. Alegre. Optimista. Divertida. Pero completamente

crédula. —Agarrando su bolso, se puso de pie bruscamente, haciéndome saber

que había terminado de hablar—. Gracias por hacer que mi hermana sonría. Y

gracias por los tomates. Te veré por ahí.

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Mientras le observaba marcharse, quería llamarle y hacer que volviera.

Lució tan solo cuando dijo que estaba atrapado. El dolor en sus ojos había

gritado pidiendo ayuda. Había llorado por un amigo.

Y siempre me vendría bien un nuevo amigo. Pero tendría que ser muy

cuidadosa. Porque eso es todo lo que él podía ser.

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Traducido por *~ Vero ~*

Corregido por Paltonika

—Nunca adivinarás el rumor que escuché ayer.

La voz de Eva me sorprendió la mañana del viernes, antes de literatura

inglesa, mientras se deslizaba en el asiento junto al mío. Descargaba canciones

en mi teléfono, con las que Sarah y yo podríamos bailar.

—¿Qué? —pregunté, volviendo mi atención a la pantalla de cuatro

pulgadas para comprar un poco de música de Black Eyed Peas.

—Escuché que mi prima favorita en la tierra fue vista ayer almorzando

con el mismísimo guapo y misterioso gigoló de Waterford.

—¿Mm? Oh, sí, él, oh, olvidé decirte. —Bajé el teléfono—. Ese trabajo

temporal de niñera que obtuve, en el que empecé el miércoles, es su hermana,

Sarah. Tiene parálisis cerebral. ¿Lo sabías?

—¿Acerca de su hermana? Sí, lo he oído. —Eva hizo un sonido en la parte

posterior de su garganta mientras agitaba la mano—. ¿Cómo eso tiene algo que

ver con que estés sentada y sola en el medio del campus con su hermano...

ayer?

—Bueno, supongo que soy una gran niñera. —Tiré mi pelo sobre mi

hombro mientras le dirigí una sonrisa satisfecha, pavoneándome por mi

genialidad—. La señorita Sarah le comentó sobre su noche conmigo, y él

quería... No sé, darme las gracias, supongo, por ser tan amable con ella.

La boca de Eva se abrió como si no creyera una excusa tan pobre. —¿En

serio? ¿Eso es todo lo que te ha dicho durante la conversación de cuarenta y

cinco minutos?

Guau, ¿nuestros espías de chismes contaron el tiempo? Raro. ¿Y de

verdad hablamos durante cuarenta y cinco minutos? De ninguna manera. No se

sintió tanto tiempo. Pero al mismo tiempo, tampoco se sintió ni cerca de lo

suficiente.

—Bueno... —fruncí el ceño—, en su mayoría, sí. Después de hablar de

Sarah, pasamos a un par de otros temas, pero…

—¿Qué otros temas? ¿Cómo su trabajo?

Rodé los ojos. Dios mío, a veces podía ser más curiosa que yo. —Bueno...

más o menos. Eso estuvo en la lista. Pero hablamos de todo tipo de…

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—Oh, Dios mío, entonces admitió lo que es.

—Dijiste que lo haría.

—Pero... pero todo lo que he oído sobre él era sólo… un rumor. Esto es

en realidad... un hecho. —Su boca se abrió mientras susurraba—: Santa mierda,

es un gigoló.

En ese momento, nuestra profesora entró en el salón de clases. Una

mujer bien vestida, la Dra. Janison vestía trajes de falda, imaginando que

alguna ejecutiva en la alta costura podría llevar. Era una lástima que debía

odiarla ahora, enseñaba muy bien y sabía cómo armar un conjunto

impresionante.

Pero pensar en ella, en cualquier lugar cerca de Mason, me hizo sentir

todo el corazón destrozado y deprimido. Y un poco vengativo.

Incapaz de evitarlo, la seguí con la mirada y me incliné en el pasillo para

susurrar—: Y adivina quién es una de sus clientas.

Con la boca abierta, Eva se giró para mirar a nuestra profesora poner su

maletín encima del escritorio y hacer clic para abrirla. —De ninguna maldita

manera.

Un susurro de culpa roía mi conciencia. Mason no actuó como si fuera un

gran secreto, pero de repente me sentí avergonzada por difundir chismes

acerca de él, a pesar de que era verdad y estuviera diciéndole a mi familiar

favorito y personal confidente.

Todavía.

—Pero no escuchaste eso —añadí rápidamente. Tanto la profesora como

Mason se encontrarían en un mundo de problemas si alguien filtrara su

asociación.

—Oh, diablos, sí, lo escuché —susurró Eva, incapaz de quitar la mirada

de la Dra. Janison—. Me pregunto en qué posición le gusta a ella.

¿En serio? —No acabas de decir eso.

—Lo que sea. Dime a la cara que no estás un poco celosa de ella en estos

momentos. Quiero decir, el hombre almorzó contigo ayer. Mason Lowe

simplemente no… interactúa con las mujeres en público. Creo que tienes más

derecho sobre él ahora que cualquier chica. —Se giró hacia mí—. Deberías ser

la más celosa de todas nosotras.

—Yo... no —insistí con demasiado énfasis. ¿Pero tenía más derecho sobre

él que cualquier otra chica?—. Quiero decir, no. No odio a Jessica por tener a

Justin, ¿verdad?

¿Cómo podría alguien odiar a otra mujer por tener a un hombre que se

hallaba totalmente fuera de su alcance?

Eva arrugó el rostro por la confusión. —¿Jessica y Justin?

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Di un grito ahogado. ¿Cómo podía no saber quiénes eran Jessica y Justin?

—Justin Timberlake —le aclaré con una expresión de “me estás tomando el

pelo”—. Jessica Biel. Una de las parejas más calientes de Hollywood.

Ahora, se veía muy desconcertada. —¿Te gusta Justin Timberlake?

—Hola. —La mirada que le envíe dijo: ¡Sí! Es obvio—. Hizo “Sexy Back”.

Oh, y ahora que pensaba en ello, esa sería una buena canción para bailar

con Sarah.

—Bueno, lo que sea —murmuró E. a mi lado mientras buscaba “Sexy

Back”, cuando “Let’s GetIt Started” se terminó de descargar—. Puedes negar

los celos todo lo que quieras. Sin embargo, no creo que la Dra. Janison vaya a

ser tan indulgente.

Levanté la cabeza. —¿Qué quieres decir?

—Cariño, te va a reprobar por jugar con su juguete... sin tener que pagar

por él.

Lo juro, a veces, Mason y ella sonaban muy parecidos. Abrí la boca para

decirle que nuestra profesora era una profesional, que no me reprobaría sólo

porque almorcé con su gigoló.

Pero la Dra. Janison interrumpió, comenzando la clase. —Buenos días.

Hoy, empezaremos a estudiar un nuevo autor. Creo que todos tendrán un

retroceso de Chaucer…

Se interrumpió a media palabra cuando su mirada atrapó la mía donde

permanecía sentada, cerca de la parte derecha de la sala a mitad de camino

por el pasillo. El reconocimiento iluminó su mirada y el rostro perdió todo

color. Luego, sus ojos se estrecharon ominosamente. Cuando todo el mundo se

giró para mirarme, me encogí en mi asiento.

—Estás tan reprobada —susurró entre dientes.

Oh, Dios. Así era.

***

—Vamos a perforar nuestras narices este fin de semana.

Me detuve de comer mi almuerzo para mirar boquiabierta a E. —¿Qué

dijiste?

Permanecía tan absorta en mis pensamientos, preguntándome si debería

transferir mi clase de literatura, que no prestaba atención a su parloteo. Pero

juro que acababa de escuchar algo en la línea de…

—Tú, yo, aros en la nariz. Este fin de semana.

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Se sentó junto a mí en el banco de la mesa, decidiendo que sería mi lugar

de almuerzo para el resto del semestre. Mi recuerdo de estar aquí con Mason el

día anterior cimentó esa decisión, incluso si sentarme con él me haría reprobar

mi clase de inglés. Era como si la hubiéramos bautizamos como nuestra.

En realidad, se sentía como una traición sentarse aquí con Eva en lugar

de él.

Pero sospechaba que hoy se mantuvo cerca, con la esperanza de que se

me concediera otro “gigoló-avistamiento”, como ella lo llamaba.

—No voy a perforar mi nariz. ¿Estás loca?

—Pero se verían tan lindos. —Robó una de mis papas y decididamente

declaró—: Ayer vi a Alec mirar a una chica que llevaba uno. Así que, sí, vamos

a obtenerlos.

Solté un bufido. —Si quieres ir a hacerte agujeros en lugares extraños de

tu cuerpo sólo para impresionar a tu novio mirón, adelante. Pero no voy a

hacerme uno contigo.

Simplemente me dio una sonrisa fría, encogiéndose de hombros. —Ya

veremos. Oh, por cierto, mamá y papá se van a principios del próximo viernes,

para pasar el fin de semana del Día del Trabajo en nuestra casa en la playa. No

volverán hasta la noche del lunes. Estoy pensando en... fiesta en mi casa el

viernes.

—¿Casa en la playa? No tenía idea de que tenían una. Oh, Dios mío, ¿por

qué no vas con ellos?

Eva bostezó mientras abrió su agenda rosa y negro atigrada a juego con

una pluma. —Um... porque no tengo diez años. ¿Qué tan penoso sería pasar el

fin de semana del Día del Trabajo con los padres? En serio, ReeRee. Tengo

mucho que enseñarte.

Si mis padres tuvieran una casa en la playa, estaría allí cada fin de

semana. No me importa cuán penoso podría verse pasar el tiempo con ellos.

Pero era Eva de la que hablábamos. Así que me encogí de hombros. —Bueno,

no puedo hacerlo ningún viernes. Tengo que hacer de niñera.

Eva frunció el ceño. —¿Quién? ¿La hermana retrasada del gigoló?

La di una mirada asesina. —Su nombre es Sarah. Y sí, estoy hablando de

la hermana con necesidades especiales de Mason. No vuelvas a llamarla

retrasada en esa forma despectiva.

Rodando los ojos, cedió. —Está bien, está bien. ¿Qué tal el sábado?

¿Estás de niñera de algún raro entonces?

Ignoré el golpe contra mi amiguita apretando los dientes y mojando una

de mis papas en un recipiente de queso para nachos. —¿Qué tan grande es la

fiesta de la que hablamos?

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Siempre desde Jeremy, evitaba grandes reuniones llenas de demasiados

extraños.

Pero Eva se iluminó. —Épica. —Entonces miró a un grupo de chicos que

pasaban por nuestra mesa—. Hola, chicos. Fiesta en mi casa. El sábado del fin

de semana del Día del Trabajo. ¿Están dentro?

Sonrieron y le dieron el visto bueno. —¿Una fiesta de Eva Mercer? Oh,

estamos dentro.

—Genial. Entonces nos vemos. —Giró hacia mí, mirando con aire

satisfecho.

Solté una bocanada de irritación. —Entonces, creo que vamos a tener una

fiesta. Y ahora sé por qué mi mamá se preocupaba tanto de que llegaras a ser

una mala influencia.

—Oh, vamos, no lo llamemos una mala influencia. —Pasó un brazo por

encima de mi hombro y sonrió—. Llamémoslo, traer un poco de color a tu vida.

Detrás de nosotras, alguien soltó un bufido. —Sólo tú lo llamarías así,

Mercer.

El aliento salió de golpe de mis pulmones mientras el dueño de esa voz

pasó alrededor de la mesa para sentarse frente a nosotras.

Mason.

Maldita sea, se veía bien hoy, todo fresco y agradable, con una camiseta

gris de cuello V, que hizo que sus ojos se vieran más claros de lo habitual. Me

sonrió y rápidamente estudió lo que comía.

—Oh, papas fritas con queso y ajíes. Buena elección. Mejor que la

comida de conejo de ayer. —Se robó una de mi plato, metiéndosela a la boca.

—Bueno, mira quién ha venido a visitar a la Señorita Tonta —respondí,

ocultando mi intensa reacción de excitación ante su presencia—. ¿Alguna vez

comes tu propia comida? ¿O sólo obtienes un perverso placer al comer la mía?

—Eso es algo que yo sé y tú tendrás que averiguar. —Me envió una

sonrisa llena de promesa y significado oculto. Caí en un mini trance, viendo su

boca apretarse y moverse mientras masticaba. Entonces, mi enfoque cayó a su

garganta bronceada mientras tragaba.

En serio. Comer una papa frita con queso no debería verse tan

pecaminoso.

—Umm. ¿Te podemos ayudar? ¿Mason? —preguntó Eva directamente,

lanzando dagas con la mirada.

Él le envió una sonrisa tensa. —Nop. Sólo como mi almuerzo.

—Mi almuerzo —dije justo antes de que sacara un sándwich envuelto en

plástico de su bolso. Lo agitó burlonamente, haciéndome saber que trajo su

propia comida.

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Fruncí el ceño de nuevo porque, en realidad, odiaba ser vencida.

Al verlo desenvolver su comida y tomar un bocado, Eva murmuró—: ¿De

verdad tienes que comer aquí? ¿Con nosotras?

—¡Eva! —dije sin aliento. ¿Cuál era su problema? Más temprano en

literatura británica, actuó como si estar en su presencia fuera una bomba.

Ahora, era sólo... una perra.

—Jesús, Mercer —Mason frunció el ceño mientras tragaba el sándwich—,

no soy contagioso.

—¿Estás seguro de eso? Es decir, ¿quién sabe qué tipo de desagradable

enfermedad de transmisión sexual…?

—Bien, bien, bien —interrumpí, levantando las manos y agitando el

gesto universal de bandera blanca—. Estoy sintiendo un disturbio en la Fuerza

entre ustedes. ¿Hay algún tipo de historia de la que no estoy al tanto? —

Entonces me quedé sin aliento—. Oh, Dios mío. Se acostaron. ¿No es así?

Eva dejó escapar un sonido grave y escribió algo en su agenda con la

suficiente energía para hacer que la bolita del final de su pluma, se agitara

enérgicamente.

Mason me miró simplemente maravillado mientras negaba con la cabeza.

—Guau, ¿tu curiosidad no tiene ningún filtro, verdad?

Fruncí el ceño de nuevo porque evitaba deliberadamente mi pregunta.

Echando un vistazo a mi prima, dije—: ¿E.?

—No es nada —murmuró, de repente muy interesada en dar vuelta la

página y comprobar las fechas futuras.

Rodando los ojos, me giré para hacer frente a Mason con una mirada

mordaz.

—¿Qué? —dijo poniendo una expresión demasiado inocente. Lanzó una

mirada inquisitiva a Eva antes de centrarse en mí—. Dijo que no era nada.

Abrí la boca, pero Eva debió cambiar de opinión.

—¿Nada? —dijo con voz ofendida. Cerrando de un golpe su agenda,

entornó los ojos—. Está bien, está bien. —Finalmente me dio su atención—. Una

noche en una fiesta de hace un año, bebí demasiado y acabé tirándome sobre

él. —Su mirada perforó a Mason con fragmentos de odio—. Y me rechazó. De

plano.

Fruncí el ceño, confundida. Umm... ¿no era ese tipo de cosas lo que se

suponía que un tipo haría cuando se le lanzaba una chica ebria?

—Y ella procedió a llamarme un cabrón pretencioso por ello —añadió

Mason, mirando a Eva.

—Bueno, lo eres —dijo entre dientes.

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— ...que no tenía derecho a actuar de manera hipócrita porque no soy

más que una puta de alto precio con una cara bonita, que va a terminar con

sobrepeso, roto y solo cuando tenga cuarenta. —Su mandíbula se apretó—. ¿No

es así como lo expresaste?

Di un grito ahogado y miré a mi prima con una mirada incrédula. —¿Lo

llamaste puta?

Se encogió de hombros. —Es una puta.

—Así que eso es lo que me pasa por tratar de ser un caballero y no

aprovecharme de la torpe y arrastrada chica borracha. —Viéndose enojado y

bastante herido, Mason se inclinó sobre la mesa y tomó mi vaso, como si lo

necesitara para consolarse. Pero después de tomar un largo trago a través de la

pajita, hizo una mueca y se apartó—. ¿Qué es esto?

Arrugué la nariz y empujé mi pelo de la cara. Mi bebida no tenía mal

sabor. —Es una bebida dietética.

Bueno, tal vez sabía mal.

Se sentó de nuevo frente a mí, viéndose engañado. —Así que... comes

papas fritas con queso cargados de grasa, calorías y carbohidratos. ¿Y luego

una bebida dietética? —Se rió divertido—. Eres una chica.

Arrojé mi pelo otra vez y lo nivelé con una mueca falsa. —Tal vez pedí

una bebida de sabor desagradable porque sabía que tratarías de robarla. Esto

podría haber sido la única manera de proteger lo que es mío.

—A —dijo con una sonrisa—, eso no va a funcionar conmigo. Siempre

voy a robar cualquier alimento o bebida que tengas. Y B —agitó sus pestañas.

El movimiento femenino debió parecer ridículo en él. Lo cual, bien, un poco lo

hizo. Pero también se vio sexy y masculino de alguna manera—, me halaga que

te tomaras el tiempo para pensar en mí.

—Oh, muérdeme —gritó Eva—. Si ustedes dos terminaron de follarse con

los ojos, me gustaría ir a vomitar ahora.

Le di un ceño fruncido, con la promesa de un buen estrangulamiento.

Incluso, abrí la boca para decirle en términos inequívocos que Mason y yo no

coqueteábamos.

Pero él no le hizo caso y me dijo—: ¿Cuidarás a Sarah esta noche?

Le di varios puntos de brownie por ser capaz de ignorar el comentario

grosero de Eva. Pero la tensión alrededor de su boca me dijo que sus palabras

le afectaron.

Siguiendo su ejemplo, decidí ignorarla. —Sip. Creo que voy a darle una

manicura-pedicura y pintarle las uñas de manos y pies con un color

impresionante.

Asintió mientras envolvió su sándwich, deslizándolo de nuevo en su

bolso de mensajero. —Le encantará. Nos vemos en la casa. —Golpeó la mesa

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frente a mí mientras permanecía de pie—. Y no te olvides de ese libro que

prometiste prestarme.

—Así es. —Respiré duramente, entusiasmada de que lo recordara—. Sí,

está bien. No lo olvidaré.

—Bueno. —Con una sonrisa cálida y agradable, robó una más de mis

papas—. Y para que conste, me gusta tonta. —Luego, se alejó sin siquiera mirar

a Eva.

Mis mejillas ardían. Ingenua o no, me encantaba saber que le gustaba tal

cual era.

No me di cuenta de cómo Eva giró hacia mí con un arco expectante en

sus cejas, hasta que preguntó—: ¿Qué libro?

Jugué con mis papas fritas sin comer. —Harry Potter. Dijo que nunca ha

leído la serie. ¿Puedes creerlo? Así que ofrecí prestarle el mío.

—¿En serio? ¿Harry Potter?

Sonaba tan escéptica que suspiré. —No, hablábamos de un libro de

Kama Sutra. ¡Sí! Harry Potter. ¿Por qué eso es tan difícil de creer?

Eva se encogió de hombros. —Simplemente no puedo ver a Mason Lowe

leyendo Harry Potter. No puedo verlo leyendo nada. —Entonces hizo una cara,

haciéndome saber que se le ocurrió algo—. Excepto, tal vez, el Kama Sutra.

Empujé las papas fritas y giré hacia ella con el ceño fruncido. —Sabes, él

no es tan malo. Una vez que le hablas de verdad, simplemente es un chico.

Sólo un chico, que hacía que mi cuerpo se caliente, mi pulso se

acelerare, y mi garganta se seque. Un chico con el que era divertido hablar,

entendía mis chistes y le gustaba mi gusto en los alimentos. Un chico que me

hacía olvidar de que era recelosa con las personas del sexo opuesto. Sí, sólo un

chico.

—No entiendo por qué hablas de él a sus espaldas como si fuera una

especie de dios, pero de frente, lo tratas como una basura.

—Oh, cariño. —Los rasgos de Eva se llenaron de simpatía mientras

agarraba mis manos—. Pobre, ilusa. Voy a tener que explicarte la pirámide

social, ¿verdad? Mason Lowe es un gigoló cien por ciento. Los tipos como él son

divertidos para hacer chismes. Son divertidos para coquetear cuando no hay

nadie más cerca y estoy segura de que son divertidos cuando contratas sus

servicios. Pero no te sientas con ellos en público y no les hablas como si fueran

simplemente un chico. Debido a que no es así. —Suspiró y me dio unas

palmaditas en la mano—. Sabía que hoy debía mantener una estrecha vigilancia

extra en ti. Porque mira lo que pasó. Vino a husmear, tratando de arruinar tu

reputación, y…

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Alejé mis manos de las suyas y tambaleé sobre mis pies, tratando de no

escuchar otra palabra. —Si él es tan malas noticias, entonces, ¿por qué

intentaste que te diera un regalo?

Eva enrojeció mientras sus ojos se estrecharon con desprecio. —Está

bien, uno, me encontraba borracha y todavía me siento absolutamente

humillada por lo que hice. Y dos, en realidad podría haberlo manejado sin

involucrarme demasiado. Tú probablemente te enamorarás de un pedazo de

mierda del bajo mundo como él si alguna vez se acuesta contigo. Y eso es

completamente inaceptable, ReeRee. Un prostituto no pertenece a ningún lugar

cerca de ti. Eres demasiado dulce e inocente.

Me quedé boquiabierta con repugnancia absoluta. —Oh, Dios mío, E.

Voy a ignorar la forma en que acabas de insultarme, porque creo que dices

esas cosas por una buena razón. Pero no voy a sentarme aquí y escucharte

insultar así a Mason. —Me paré y recogí mis cosas—. Él puede haber tomado

una… mala decisión de carrera, pero eso no significa…

—Dios mío, estás enamorándote de él, ¿no es así? —Se deslizó a través

de la banca hacia mí, con los ojos suplicantes—. No lo hagas, cariño. Sólo vas a

salir lastimada. Vas a volver a pasar lo de Jeremy.

—Lo que sea —murmuré mientras colgaba la mochila en mi hombro y me

aparté—. Me voy de aquí.

Me arrastré todo el camino a mi siguiente clase. Eva se equivocaba;

Mason nunca sería otro Jeremy. En primer lugar, nunca tendría una cita con

Mason. Sabía que se encontraba fuera de los límites. No es que él no fuera

digno, sólo que era incapaz de ser fiel, debido a su trabajo y todo. Sabía que

podía tener un enamoramiento con él, pero nunca esperaría más. Lo sabía. Y en

segundo lugar: Mason no dio señales de ser un bicho raro del control, no en la

manera en que Jeremy las exhalaba como el dióxido de carbono. Sin duda, no

era el tipo “golpea novias”.

Pero me quedé de mal humor por el resto del día, porque Eva comentó

una cosa que me alteró completamente. A pesar de saber que nunca saldría con

Mason, pensé que todavía podría hacerme daño, porque sabía con seguridad

de que me enamoraba de él a un nivel que no podía parar.

Sería capaz de hacerme daño de una manera que Jeremy nunca pudo.

Podría haberle dicho a mi primer novio que lo amé cuando él esperaba que lo

dijera, pero nunca le di mi corazón. Sin embargo, había algo en Mason que me

decía que podía dárselo.

Un poco demasiado fácilmente.

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Traducido por CrisCras Corregido por Amélie.

Cuando fui a hacer de niñera la noche del viernes, y el lunes después de

eso, no conseguí ver a Mason ningún día. Él ya se había ido a su trabajo del

“club de campo” para cuando llegué. Y las dos noches, Dawn llegó a casa de

trabajar antes que él, lo que significaba que se había quedado hasta tarde…

con una clienta, sin duda.

El pensamiento me hacía arder con… no lo sé. Muchas emociones. Rabia,

celos, tristeza, depresión. Yo era un lío enmarañado y abrasador por dentro.

Y su madre se olvidó de pagarme —sí, las dos noches. Pero Mason ya me

había advertido que ella era un poco olvidadiza a la hora de pagar sus deudas.

El único punto brillante de esas noches había sido poder pasar tiempo

con la chica más dulce con parálisis cerebral de la faz del planeta. Me

enamoraba rápidamente de Sarah y de su sonrisa.

Después de que el lunes le pinté las uñas de las manos y de los pies de

morado pasión, y las decoré con algunos brillantitos de plástico, la sonrisa más

grande y brillante iluminó su rostro. Tuve la tentación de jalarla para darle un

enorme abrazo de oso y besar toda su adorable cara.

La puse a dormir leyéndole el primer capítulo de Harry Potter, el cual

traje para Mason. Luego me arrastré hasta la cocina de los Arnosta y traté de

ponerme un poco al día con los deberes. Me atasqué haciendo la asignación de

humanidades antes de que Dawn se presentara alrededor de veinte minutos

antes de medianoche.

Disgustada porque ni siquiera había tenido un vistazo de Mason, e

incluso más disgustada porque sabía el por qué, conduje a casa e hice un

recorrido por mi apartamento para asegurarme de que nada parecía alterado.

Cuando colapsé en mi cama, olvidé poner el despertador.

Así que por supuesto, me dormí el martes.

Sin tiempo para arreglarme el pelo o maquillarme después de una ducha

rápida, salí corriendo por la puerta, pensando que tendría que comprar el

desayuno en el campus. Pero, al contrario. Recordando que estaba baja de

fondos durante un par de días más, volví a entrar corriendo en el apartamento y

cogí un plátano de mi frutero raramente usado colocado en la encimera de la

cocina.

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Llegué al campus diez minutos antes de empezar mi clase, lo que me hizo

rechinar los dientes y preguntarme si, después de todo, hubiera tenido tiempo

para arreglarme.

Mi mesa de siempre, donde había comido por primera vez con Mason, se

encontraba ocupada. ¡Ocupada! Lo sé, iba a tener que tallar mi nombre en ella.

Me dejé caer ante un árbol cercano y colapsé sobre un parche de hierba al sol.

Sacando el plátano de mi bolso, arrugué la nariz ante las manchas marrones

debidas a la edad de la piel y decidí que estaba demasiado cansada para

comer, de cualquier manera. Así que cerré los ojos y esperé hasta que fuera el

momento propicio para arrastrar mi trasero a clase.

Trataba de impulsarme para levantarme cuando una sombra bloqueó la

luz del sol. Sentí a alguien de pie por encima de mí un segundo antes de que la

voz que amaba y odiaba al mismo tiempo —porque me hacía querer cosas que

no podía tener, dijo—: Pregunta.

Abrí los ojos para ver a Mason. Se veía perfecto. Como siempre.

Llevando pantalones flojos y desaliñados, y una ajustada camiseta de cuadros

oscura, me sonrió, sosteniendo sus manos detrás de su espalda.

—¿Qué? —murmuré adormilada.

—¿Por qué estamos sentado en la hierba esta mañana?

¿Estamos? ¿Cuándo nos habíamos convertido en un nosotros?

Dios, amaba cómo decía nosotros.

Maldición, nunca seríamos un nosotros.

La vida era tan malditamente injusta.

Agité una mano de forma perezosa en dirección a mi mesa. —Si no te has

dado cuenta, nuestra mesa ya está ocupada.

Él miró por encima y luego me miró de nuevo. —¿De verdad? Mm. En

realidad, no me había dado cuenta.

Levanté la cabeza de mi mochila, que usaba como almohada —una

apestosa y dura almohada llena de bultos— y estiré el cuello tanto como me

permitió mi cuerpo sin ejercer ninguna energía más que la estrictamente

necesaria. Cuando vi que nuestra mesa se hallaba, de hecho, vacía de nuevo,

gruñí y dejé caer la cabeza de nuevo con un golpe.

—Bueno, estaba ocupada cuando llegué, así que opté por este

encantador trocito de hierba fresca. Y ni siquiera pienses en hacerme

levantarme para moverme. Estoy demasiado —hice una pausa para bostezar—,

cansada.

—Ah —dijo con un asentimiento de comprensión—. Ya veo. —No se

sentó a mi lado, sino que permaneció de pie con las manos detrás de su

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espalda. Cuando se balanceó sobre sus talones, le miré fijamente,

preguntándome qué diablos se traía entre manos.

—Así que te vi aquí, descansando en la hierba, —me dijo finalmente—, y

me dije “¿qué está mal en esta imagen?...” Además del hecho de que estabas

prácticamente desmayada en el suelo.

—Oh, Dios. —Mi mano fue inmediatamente a mi pelo. Se había secado en

un lío enredado—. Mi pelo está hecho una mierda, lo sé. Y no llevo maquillaje.

Está bien, me dormí. No tuve tiempo para arreglarme, y…

—No es eso —dijo, sacudiendo la cabeza y sonriendo. Su mirada fue a mi

pelo antes de recorrer mi rostro—. En realidad, ni siquiera me había dado

cuenta. Sin embargo, hoy pareces más natural. Se ve bien.

Señor, tenía que ignorar lo cálida que me hizo sentir ese cumplido.

Forzando a mi mente a pasarlo, alcé una pierna, mostrándole mi calzado.

—¿Es porque llevo sandalias en lugar de bailarinas?

Sí, sí. Eva me había convertido al lado oscuro. Pero mis pies podían

respirar mucho más fácilmente con las sandalias. Podía mostrar mis propias

uñas pintadas y brillantes —además de un nuevo anillo de pie que acababa de

comprar—y además, eran adorables, sexys y prácticas, todo envuelto en un

manojo de tiras que hacían que mis tobillos se vieran increíbles. No había sido

capaz de resistirme a comprarlas.

Mason miró mis nuevas sandalias. —Uh… no. Perdón.

Dejé que mi pie volviera a caer a tierra. —Está bien, me rindo. —Cuando

simplemente me sonrió, rodé los ojos y fingí un interés seriamente patético—.

¿Por qué te diste cuenta de que faltaba algo en mí esta mañana, Mason?

—Me alegro de que lo preguntes, Reese, porque me di cuenta de que no

tienes tu latte habitual.

Gemí y murmuré—: Muchas gracias. Recuérdame la ausencia de mi dosis

de cafeína por encima de todo —resoplé mezquinamente. Pero oye, me sentía

cansada; no pude evitarlo—. Mi alcancía está un poco seca en este momento. —

Malditas sandalias de tiras bonitas que habían estado al cincuenta por ciento de

descuento—. Por lo que voy a tener que posponer mis placeres de espresso un

tiempo hasta…

—Mamá no te pagó de nuevo, ¿verdad?

Me encogí. Mierda. No había querido decirlo de esa manera. Este no era

su problema, pero sabía que él lo haría suyo.

Cuando me negué a responder, dio un gran suspiro. —No tengo todo el

dinero en efectivo conmigo para cubrir lo que te debe, pero me aseguraré de

que te pague. ¿De acuerdo?

—Está bien… —empecé, pero negó con la cabeza para acallarme.

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—Sin embargo, todavía es una pena que no puedas tener tu latte diario.

Dejé caer la cara de nuevo en mi mochila. —Sí.

—Pero míralo por el lado bueno.

¿Lado bueno? ¿Había un lado bueno en esto? Alcé una ceja, esperando a

que me iluminara sobre este imprevisto lado bueno.

Mason me guiñó un ojo y sacó las manos de detrás de su espalda,

sosteniendo dos tazas de Styrofoam, una en cada mano. —Has hecho amistad

con el Sr. Bolsas de Dinero, que puede pagarlos.

Mi boca se abrió de par en par. —¿Me compraste un latte?

¿Me compró un latte?

Me derretí, mis emociones suavizándose hasta ser esta enorme y

pegajosa bola de adoración. Quería reír y llorar y abrazarle hasta que

decidiera que tener un novio que se acostaba con decenas de mujeres por

dinero en realidad no era un gran problema.

Está bien, todavía era un asunto demasiado grande para que lo pasara

por alto. Pero guau. Mason me había comprado un latte cuando estaba más baja

de fondos.

¿Qué tan dulce podía ser un chico?

—No te emociones demasiado —advirtió como si pudiera leer mi

mente—. Tengo un motivo ulterior.

Me senté inmediatamente, ya no más cansada en absoluto. Era como si la

cafeína de la bebida que él sostenía de algún modo ya se hubiera disparado

directamente por mi torrente sanguíneo.

—Está bien. —Levanté las manos y las moví con impaciencia—. Puedes

quedarte con mi primogénito. Ahora dame.

Mason se rió y me dio una de las tazas. —No me había dado cuenta de

que pides el especial con las virutas de chocolate encima. —Suspiró como si se

refrescara cuando se sentó en la hierba a mi lado al estilo indio—. Me

encontraba a mitad de camino del campus antes de darme cuenta de que

faltaban y tuve que volver otra vez.

¿Había vuelto para conseguirme virutas de chocolate?

Oh. Dios. Mío.

Era oficial. Mason Lowe era perfecto. Bueno, además de toda la parte de

gigoló. Pero sí, aparte de eso, nadie más podría compararse.

Tomé mi primer sorbo. Cuando gemí, arqueó una ceja con diversión. —

¿Te gustaría estar a solas?

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Acerqué mi latte de forma protector. —Sí. ¿Podrías darnos quince o

veinte minutos como mucho? Tengo la sensación de que las cosas están a punto

de ponerse muy obscenas en esta casa.

Se rió otra vez mientras yo tomaba otro trago y los dedos de mis pies se

curvaron mientras tragaba.

Su cálida y afectuosa mirada sobre mí, además de la dosis instantánea de

cafeína por mi sistema, me trajo a la vida de un modo que no podía siquiera

describir. Pero me sentía de repente muy viva.

Sonreí de nuevo sin una onza de mi humor malhumorado e infantil y mis

quejas interiores a la vista. —Gracias, Mason. Tenía miedo de que tendría que

comerme este plátano que traje de casa. —Haciendo una mueca agria, lo

sostuve en alto para enseñarle lo maduro que se había puesto—. Pero la idea

me revolvió el estómago. Por alguna razón, me molesta la comida sana como

primera cosa en la mañana.

Señaló, pareciendo escandalizado. —Entonces… ¿no vas a comerte eso?

Vi hacia dónde se dirigía esto y rodé los ojos. —¿Quieres? —se lo ofrecí,

y me lo arrebató inmediatamente.

—Gracias.

Bebí mientras él pelaba el plátano y arrancaba un tercio de él, metiendo

todo el trozo dentro de su boca. Todavía se veía demasiado hermoso mientras

masticaba, incluso con fruta abultando su mejilla.

Alejé la mirada y pellizqué un trozo de plástico de la tapa de mi taza. —

¿Recibiste tu libro? Lo siento, me olvidé de ello el viernes y no lo traje otra vez

hasta anoche. —No quería pensar en por qué no había estado allí para

aceptarlo él mismo, pero lo hice de cualquier forma.

Asintió mientras tomaba un pequeño trago para bajar el plátano. —Sí.

Sarah se aseguró con certeza de que estuviera en mis manos a primera hora de

la mañana. A las cinco de la mañana.

Hice una mueca. Ouch. Había llegado más tarde a casa que yo y se había

levantado antes de que yo abriera los ojos. Si alguien tenía una razón para estar

cansado hoy, era él. Pero parecía demasiado contento mientras añadía—: Y me

mostró sus veinte uñas recién pintadas. Buen trabajo, niñera.

—Vaya, gracias —dije con una reverencia no tan humilde; bueno en la

medida en que puedes inclinarte estando sentada en el suelo.

—En realidad, Sarah es la razón por la que necesito hablar contigo.

—Cierto. —Vacié mi taza y fruncí el ceño. ¿Ya me había terminado mi

latte? Qué fastidio. Me centré en él—. El motivo ulterior. Ya recuerdo.

—Cierto —repitió con un asentimiento—. Es que he oído un rumor de un

pajarito de que tienes una… pulsera de dijes.

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Fruncí el ceño, completamente confundida por este tipo de preguntas. —

Umm… sí.

—¿Puedo verlo en algún momento? Sarah ha estado hablando un montón

sobre ello. Así que pensé en comprarle una por su cumpleaños el próximo mes.

Me puse atenta. —¿Su cumpleaños es el mes que viene?

—Sí. Va a cumplir el gran uno-tres. —Sin esperar a que levantara mi

mano y le enseñara la muñeca, Mason vio mi pulsera y tomó el asunto en sus

propias manos, envolviendo suavemente sus cálidos dedos alrededor de mi

antebrazo y levantándolo para examinar la pieza de joyería que adornaba la

base de mi mano—. Mamá y yo vamos a hacerle una fiesta de cumpleaños el

veintitrés, por si quieres venir.

—Demonios, sí, quiero ir. Y le compraré un dije que vaya con la pulsera

como mi regalo para ella. ¿Vas a invitar a alguno de sus amigos de la escuela?

El buen humor de Mason se agrió inmediatamente. Me lanzó una mirada

dura. —Sarah no tiene ningún amigo de la escuela.

—Por Dios, lo siento. —Alcé una mano para calmar su ceño fruncido—.

Supongo que debería haber expresado eso de forma diferente. Lo que quería

decir era: ¿vas a invitar a alguno de sus compañeros?

La oscura furia en su cara dijo “infiernos, no”. —¿Por qué debería? Ellos

nunca la invitan a ninguna de sus estúpidas fiestas.

—Lo sé, lo sé. —Le dediqué un suspiro de piedad—. Pero… esto es la

escuela media. Es un tiempo muy revelador para ella. Está empezando a ver

cómo funciona el mundo y se está dando cuenta de lo mucho que apesta no

tener amigos. Sólo creo que si hubiera alguna forma de conseguir que alguien

de su edad sea agradable con ella, incluso durante una fiesta de cumpleaños de

una hora, por lo menos debemos tratar de ayudarla a adaptarse a sus

compañeros sociales. Quiero decir, va a cumplir trece. Esa edad es el momento

más difícil, lo juro.

Mason dejó escapar un suspiro, pareciendo reacio, pero admitió—: Sin

duda. Yo odiaba la escuela media. Nada bueno viene de la adolescencia.

—Oh, no sé nada de eso. —Golpeé juguetonamente mi hombro contra el

suyo—. Aprendes dónde crecen los granos más dolorosos.

Con una mueca, hizo un bigote con su dedo índice. —Justo aquí, debajo

de la nariz.

—Lo sé, claro —reí—. El dolor más doloroso de todos.

—Mis ojos siempre se aguaban cuando intentaba explotarlos.

—Uhhmm. —Imité un sonido de “estás en problemas”—. Se supone que

no tenías que explotar los granos. Mason malo.

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Su boca se abrió de par en par mientras me lanzaba una atenta mirada de

incredulidad. —¿Cómo puedes no explotarlos?

Cediendo, asentí y confesé. —Está bien. También tenía que explotarlos

siempre. —Cuando compartimos otra sonrisa, me fui sintiendo demasiado

fascinada con la vista de sus perfectos rasgos. Fruncí el ceño—. No puedo

imaginarte con acné.

Mason rodó los ojos. —Confía en mí. Tuve mi parte justa de cráteres.

—Bueno, ahora tu piel es perfecta. —Le lancé una repentina mirada de

cejas arqueadas de sospecha—. Te exfolias, ¿verdad?

Se atragantó con el trago que tomaba. Después de toser y limpiar una

gota de latte del hoyuelo de su barbilla, me informó secamente—: Sí, me

atrapaste. Pongo esa mierda verde sobre mi cara y pepinos sobre mis ojos cada

noche.

—Oye, no te metas con los pepinos. Eso funciona de verdad.

—Espera. ¿Haces eso? —Le había sorprendido otra vez.

—¿Qué? Soy una chica, ¿verdad? Es como una obligación probar las

mascarilla verde de belleza al menos una vez en la vida de una mujer. Es parte

de la Ley Femenina o algo así. —Y oye, ahí había algo más que podía hacer con

Sarah.

Después de estudiarme como si acabara de conocer a una nueva

persona, preguntó—: ¿Te comes los pepinos cuando has acabado?

Sólo Mason, la aspiradora de comida, preguntaría eso.

Hice una mueca. —Qué asco. De ninguna manera. ¿Qué pasa si un moco

de ojo cae sobre ellos?

Mason echó la cabeza hacia atrás y se rió, lanzando una estruendosa

carcajada. Ha estado riéndose mucho esta mañana. A mí, como que, me encanta

totalmente.

Sacudiendo la cabeza, me dedicó una mirada llena de diversión. —Creo

que esta es la primera vez que discuto sobre granos y mocos con una chica.

También era la primera vez que yo discutía de tales cosas con un chico.

Sintiéndome de repente extraña cerca de él porque sus palabras de algún

modo me recordaron que mi pelo era un desastre y mi cara estaba desnuda,

abracé mi taza vacía con ambas manos y miré en torno al campus… sólo para

fruncir el ceño.

—Vaya. ¿De repente todo parece desacostumbradamente tranquilo?

Mason revisó su muñeca. —¡Mierda! —Se enderezó con una sacudida—.

Llego tarde a clase.

—Oh, Dios mío, ¿qué hora es?

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—Casi y cuarto. —Se puso de pie de un salto y su bolsa de mensajero

colgada ya de su hombro.

—¿Y cuarto? ¡De ninguna manera! —¿Cómo me había distraído tanto?

Me peleé por mi propia bolsa, y Mason me cogió del codo, ayudándome

a levantarme, incluso enganchándola por mí. —Aquí tienes.

—Gracias.

Mantuvo mi paso mientras nos precipitábamos hacia la entrada de la

escuela.

Cuando extendió la mano por delante de mí para abrirme la puerta, sus

dedos acunaron suavemente la parte baja de mi espalda. La sensación de su

mano allí envió chispas ascendentes por mi columna vertebral y explotó en la

base de mi cráneo con fuegos artificiales hasta que experimenté una vibración

por todo mi cuerpo.

Ignorando la reacción, comencé a girarme hacia mi clase de literatura

cuando me golpeó —en realidad tenía virología hoy… en el otro edificio.

Mierda. Comencé a darme la vuelta otra vez y me di cuenta de que

Mason se iba hacia la izquierda. Nos dimos cuenta en el mismo momento en

que tuvimos que separarnos.

Se detuvo y abrió la boca. Ojos grises escanearon mi rostro.

Más que curiosa por saber lo que quería decir, me congelé en mis

sandalias y contuve la respiración.

—Bueno… adiós. —Hizo una mueca, haciéndome sospechar que había

querido decir más que eso.

Le dediqué una pequeña sonrisa. —Sí. Adiós.

Asintió y se fue hacia la izquierda. Me quedé mirándole un momento

antes de salir corriendo del edificio principal y lanzarme hacia el departamento

de enfermería.

Pero me pregunté todo el día qué había querido decirme en realidad.

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Traducido por katiliz94

Corregido por Gabbita

El resto de la semana fue un sueño hecho realidad. Mason aparecía en mi

mesa de almuerzo todos los días. Y era el único. Sin Eva, ni las celosas

profesoras clientes. Solo él y yo.

Para el viernes, caímos en una rutina. Sé que suena perfectamente de

cerebrito, pero trabajamos juntos en los deberes, normalmente cálculo como

ambos estábamos en la misma clase —mismos profesores, diferentes horarios.

Podíamos lanzarnos ideas y consejos útiles.

La mejor parte fue que yo era más inteligente y trabajaba más rápido. No

es que esté presumiendo. Está bien, estoy totalmente presumiendo. Pero se

sentía demasiado asombroso ser mejor en algo que él.

—¿Ya has terminado la pregunta tres? —preguntó aproximadamente a

cinco minutos de nuestra comida… después de que limpiase las tiras de pollo

que conseguí de la cafetería.

Resoplé. Por supuesto que terminé la pregunta tres.

Levantó una mano antes de que pudiera soltar algo sarcástico. —Espera,

tacha esa pregunta. Por supuesto que ya has pasado la pregunta tres.

Ahh, también me conocía.

—Es decir, corrijo mi pregunta, “¿qué hiciste para conseguir una

respuesta en la pregunta tres?” sigo llegando a sesenta y cuatro sobre cero.

Pero eso parece ma…

—Y estarías equivocado —le digo, haciendo un animado sonido de

programa de juegos—. Ahora tienes que admitir que no eres más listo que en

quinto año.

Me frunció el ceño. —Me gustaría ver a un estudiante de quinto probar el

cálculo de universidad.

—Mmm. Apuesto que un estudiante de quinto respondería la número tres

como once sobre cuatro.

Mason puso el bolígrafo en lo alto del cuaderno lleno de ecuaciones. —

¿Qué diablos hiciste para tener once sobre cuatro?

Con una sonrisa, me incliné y señalé cada x y una limitación.

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Agarró el bolígrafo para corroborarlo y garabateó números

intensamente, trabajando la ecuación de la forma que sugerí. —Diablos —

murmuró cuando llegó al once sobre cuatro—. ¿Por qué el profesor no me lo

explicó de esta manera? Este modo es fácil.

Di un largo suspiro. —Rara vez explican cualquier cosa de forma fácil.

Simplemente sus cerebros no funcionan al igual que el de una persona normal,

por lo que es más difícil para ellos traducir las ecuaciones en términos

sencillos. Mi padre es profesor de matemáticas en un instituto, así que lo sé.

Mason pareció sorprendido cuando me miró. —¿En serio? Eso es genial.

Imagino que no debería estar sorprendido de que te manejes tan bien entorno

a los números. Debe correr por los genes.

Me encogí de hombros, modesta por mi lado nerd. —Mm. —Metiendo un

mechón de pelo detrás de la oreja cuando una brisa lo atrapó y lo envió

revoloteando en mi cara, pregunté—: ¿Qué heredaste de tu padre? —Tan

pronto como pregunte, recordé que Dawn era una madre soltera.

Avergonzándome, levanté una mano—. Lo siento. No era mi intención

imponerme. Olvidé por completo que tu madre es…

Mason levantó una mano. —No. Está bien. Mi padre murió cuando yo

tenía cuatro años, así que no recuerdo mucho sobre él. Sólo sé que estuvo en el

ejército.

Me puse la mano sobre el pecho. —Lo siento mucho. ¿Fue asesinado en

Medio Oriente?

Me envió una contundente mirada que parecía gruñir, justo tenías que

preguntar eso, ¿no es cierto?, Mason suspiró. —No. Nunca fue a combate. Una

noche desbarrancó y asesinó a una familia de cuatro integrantes, además de a

sí mismo, en un accidente por conducir borracho.

Mi boca se abrió. Ups. —Oh, dios mío. Eso es… una lástima.

—Sí, más o menos. Y en esta pequeña ciudad de una comunidad, todos

saben cómo murió, así que ni siquiera puedo inventar alguna muerte de héroe

para él.

Mastiqué el extremo del lápiz mientras miraba el libro de cálculo frente a

mí. —Entonces… ¿Puedo preguntarte sobre el padre de Sarah?

Sus ojos entrecerrados me dijeron que no debería preguntar tampoco

por ese hombre, pero me respondió—: Butch Arnosta. Ese perdedor huyó

después de que descubrimos la condición de Sarah. Mamá lo conoció cuando

yo tenía siete años. Tuvieron un romance rapidito, quedó embarazada, se

casaron y se fue de nuevo tan rápido cuando el doctor dijo las palabras

parálisis cerebral. Tras eso, creo que se rindió por completo con los hombres.

En realidad nunca salió de nuevo.

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Hice un sonido empático en la parte trasera de mi garganta. —Bueno, no

la culpo de nada. Suena como si tuviese un mal historial con los hombres al

igual que yo.

Mason me lanzó una mirada incrédula. —¿Cómo puedes tener un mal

historial? Sólo tienes, ¿qué, dieciocho?

Olfateé. —Dieciocho y medio.

Sonrió ante mi broma. Me encantaba cómo siempre sabía cuándo

intentaba hacerme la graciosa, incluso cuando era un mal chiste cursi.

—Le pido perdón, anciana. —Extendió la mano, como pidiéndome

algo—. Permítame ver su palma, Señorita Dieciocho y Medio. Le daré una

mirada a tu línea del amor y te diré qué tan malo es tu historial.

Arrugué mi frente, desconfiando. —¿Puedes leer las palmas?

—No, sólo quiero sostener tu mano. —Su voz era tan seria, que no podía

notar si me coqueteaba o no. Entonces rodó los ojos y sacudió los dedos con

impaciencia—. Dame.

No tenía nada que perder, así que extendí la mano.

Tomó mi muñeca y suavemente me volteó los dedos. —Vamos a ver aquí

—murmuró, en un pensamiento profundo. Llevó mi mano más cerca de su cara

para inspeccionar justo antes de que soplase en la piel.

Su cálido y estimulante aliento hizo que cada pelo de mi cuerpo se

pusiese de punta. Santa maldita vaca. Sin duda sabía cómo excitar.

—¿Qué estás haciendo? —Jadeé. Además de encenderme por completo

en medio de un campus de la Universidad.

—¿Mm? —Levantó la mirada, pareciendo inocente—. Oh, sólo soplaba la

suciedad de mi bola de cristal. Obviamente ha pasado un tiempo desde que has

tenido un buen lector de palmas.

Se sentían más como juegos preliminares para mí. Pero… lo que sea.

Definitivamente no iba a decirle que deje de soplarme.

—Eres tan idiota —dije con un bufido para ocultar las emociones que

sentía.

—Oye, no insultes al adivino mientras trabaja. Podría predecir algo…

desagradable.

No podía imaginar nada peor que mi anterior relación, así que… tráelo.

Pero le dije—: Oh, lo siento, adivino. —Inclinándome lo suficiente para

oler su esencia limpia y masculina, también fingí estudiar mi palma—.

Entonces, ¿cómo se ve mi vida amorosa?

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Volvió la atención a mi mano y la estudió durante un momento antes de

deslizar el dedo índice a lo largo de una marca arrugada. Envió un delicioso

temblor por mi espalda.

—Se ve bien. Dice que tendrás una vida amorosa larga y feliz. Pronto

conocerás a tu alma gemela y al salir de la universidad, te casarás. Los dos se

mudarán a —entrecerró los ojos y se inclinó más cerca, haciendo que una

oleada deliciosa, de abundante cabello de roble se derrame por su frente—,

Rhode Island, donde cada uno hará al menos ochenta de los grandes al año,

tendrán dos coma cinco hijos, y van a comprar un perro llamado… Hundley.

Levanté una ceja. —¿Qué es eso? ¿Hundley? ¿Cómo el perro salchicha

en “El Curioso George”?

—Sip. Lo dice justo aquí. —Me golpeó la mano como si eso debiera

convencerme por completo.

La sacudí con lentitud, emocionada por este lado juguetón suyo. —

Entonces, ¿cuál es el nombre de mi alma gemela?

Mason frunció el ceño. —¿Cómo diablos se supone que lea el nombre de

un chico en un par de líneas de tu mano?

Le gruñí en respuesta. —Pero ¿sabes cuál va a ser el nombre de

mi perro?

—No. —Una malvada sonrisa iluminó su rostro—. Te dije que no leo las

palmas.

—Oh, Dios mío. —Le empujé por el hombro—. Eres ridículo.

No pareció importarle que por poco lo empujara fuera del banco; se

encontraba demasiado ocupado soltando una risa. —¿Ridículo, eh? —Doblando

los dedos para hacer de mi mano una bola en un puño, pasó el pulgar por mis

nudillos—. Posicionaremos eso debajo de encantador.

—Ridículo definitivamente no va debajo de encantador.

No respondió; estaba demasiado ocupado estudiando mi dedo del medio

que se curvó en un divertido ángulo. —¿Qué ocurrió aquí? —Lo serpenteó un

poco, haciéndolo yacer recto.

—¿Mm? Oh, Lo puse fuera de lugar mientras jugaba al baloncesto en el

instituto.

Alzó la vista. —¿Jugabas baloncesto?

Asentí, intentando ignorar la forma en que su pulgar seguía moviéndose

sobre mi de repente piel sensitiva. —Durante tres años.

—¿Por qué no durante cuatro?

Encogiéndome de hombros para cubrir el temblor de aflicción que me

pasaba cuando recordaba un particular momento horrible, murmuré

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distraídamente—: Yo, um… me quebré el brazo justo antes de la temporada de

mi último año. No podía jugar.

Su mirada se elevó por mi brazo y justo a mi codo como si supiera

exactamente donde se había destrozado el hueso. —¿Cómo te quebraste el

brazo?

Apartando la mirada, observé a un grupo de chicos bromeando por el

jardín de las estatuas de bronce, subiendo a la parte trasera del semental,

fingiendo montarlo. —Me caí por las escaleras. —Justo después de que Jeremy

me empujase hacia ellas.

Mason me estudió como si pudiera leer el horrible recuerdo de mi

mente. Entonces sonrió. —Bueno, supongo que eres bastante propensa a los

accidentes. Los dedos de mis pies siguen resentidos por esos libros que dejaste

caer sobre ellos.

—Oye. —Casi medio ofendida, intenté sacar mi mano de su alcance,

pero la apretó con más fuerza para poder besar mi destrozado dedo del medio.

Sí, sí, lo sé. Puso la boca en una parte de mi cuerpo. Estoy sorprendida

de que aún esté lo suficiente consciente como para hablar de ello.

Examinando mi dedo, apartó los labios. —No te habría tomado por el tipo

de atleta. No te mueves como una deportista.

Levanté una ceja. —Entonces, ¿cómo me muevo?

Se encogió de hombros antes de lanzarme una sonrisa. —Bueno, cuando

no estás trastabillando por todo el lugar, te mueves como una chica. —

Amontonó los rasgos de su cara como si pensara profundamente antes de

añadir—. Quizás como una porrista.

Hice una mueca. —No lo creo, pervertido. Todas las porristas de mi

instituto eran unas zorras sucias y vengativas. Salí sólo con una persona en la

secundaria, muchas gracias.

Jeremy amenazó a cualquier otro chico que se acercaba a unos seis

metros de mí después de que terminé con él.

—¡Oh, oh! Así que sale la verdad. —Mason me lanzó una sonrisa de

superioridad de “te tengo”—. La plegaria se diga, señorita Randall, ¿cómo

tiene tales raros historiales cuando sólo ha tenido un novio?

Enderecé la espalda. —A veces es más la calidad que la cantidad lo que

cuenta.

Sus ojos se oscurecieron con sentimiento. —¿Así de malo, eh? —Sus

rasgos se suavizaron como si pudiera querer consolarme, lo cual, bueno, no me

importaría. De verdad—. ¿Qué hizo? ¿Ponerte los cuernos?

Traté de apartar su mano de nuevo. Sin suerte. Pero no lo intenté con

demasiada fuerza. No quería soltarlo, y me emocionaba que inicialmente se

negara.

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—Entre otras cosas. —Mantuve la voz ligera, intentando restarle

importancia.

La cara de Mason se oscureció. —¿Qué otras cosas?

Gracias a dios que fui salvada de responder, porque mi mente se quedó

en blanco, intentado tramar una buena mentira.

—Veo que están saliendo —dijo una voz mientras un trío de chicas

pasaba nuestra mesa a unos seis metros de distancia—. Sostiene su mano. Les

dije que no podía ser un gigoló.

Mason alejó su mano de la mía y se corrió rápidamente para poner algo

de espacio entre nosotros. La forma en que bloqueó su expresión, como una

casa cerrando las ventanas, envió una ráfaga de furia a través de mí. Quería

mutilar a quien sea que lo hirió con sus cotilleos crueles.

Miré a las chicas pasando. —Sabes que podemos escucharte.

Las tres abruptamente nos miraron y con la misma rapidez apartaron la

mirada de nuevo.

Apresurándose en un trote ligero, se fueron deprisa hasta que sólo

regresaba el eco de sus risas.

—No las escuches —le dije a Mason—. Son… ignorantes.

—No importa. —Sacudió la cabeza mientras cerraba de golpe el libro de

cálculo y lo metía en la mochila. Dándome una sonrisa tensa, se puso de pie—.

Ten un buen fin de semana de Día del Trabajo, ¿está bien?

Antes de que pudiera responder, se giró y alejó, con los hombros rígidos

y las manos hechas un puño a los lados.

Suspiré.

La depresión me golpeó con fuerza cuando recordé que en realidad iba a

ser el fin de semana del Día del Trabajo.

Dawn salió el viernes de su trabajo de noche, y el café donde trabajaba

estaría cerrado el lunes, así que hasta el siguiente miércoles, no iba a ir a la

casa Arnosta. Y ya que la universidad cerraba por día de fiesta, ni siquiera

tendría una buena razón para ver a Mason entorno al campus hasta el martes.

De manera extraña, ya lo echaba de menos.

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Traducido por Lorena

Corregido por Jasiel Odair

Le concedería esto a mi prima: La chica sabía cómo dar una fiesta.

Mientras observaba las actividades del golpeteo de la música a mí

alrededor, mi fosa nasal escocía por el diamante incrustado en mi nariz. Sí, Eva

finalmente me había persuadido.

Oye, no soy perfecta.

Mi debilidad había comenzado en cuanto vi el lindo aro de plata que ella

se había puesto. Después me miró y dijo: “Jeremy odiaría verte con un anillo en

la nariz”, y mi resistencia se había hundido como el Titanic. Dios prohíba que

haga cualquier cosa que él aprobaría.

Sin embargo, preocupada por cuantos mocos se atascarían en él cada

vez que estornudase, había elegido una barra en lugar de un aro. El

enrojecimiento y la hinchazón habían bajado y nunca había sangrado como el

de Eva, así que nadie podía decir que tenía un par de horas de antigüedad.

Echando un vistazo por el salón de la tía Mads y el tío Shaw, vi a Alec

levantar un chupito de tequila con sus dientes del canalillo de Eva y tomárselo

sin tocarlo. E. le animó mientras que un poco de alcohol goteaba por su

barbilla. Pero ella le lamió tan pronto como él dejó caer el vaso en sus manos.

Negué incluso cuando mis labios se arquearon con diversión. Niños

locos.

Había estado preocupada cuando le conocí por ella. Parecía tan rico,

mimado y pretencioso como era Eva. Dos iguales, en este aspecto,

normalmente no se atraen. Me imaginé que no durarían ni una semana, cada

uno de ellos esperando que el otro le mimase tanto como hicieron sus padres.

Pero llevaban juntos casi tres meses y parecían seguir contentos.

De pie con la espalda pegada a la pared para poder verlo todo sin

perderme nada, me sentía como si estuviese supervisando en lugar de unirme a

la diversión. Desde mayo, sin embargo, había estado un poco recelosa a

juntarme con un grupo de totales desconocidos.

Acababa de tomar un sorbo de mi vaso rojo de plástico cuando alguien

se me acercó por un lado. —Hola, te ves solitaria estando aquí de pie sola. Se

me ocurrió que podría hacerte compañía.

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—¡Oh! —Casi derramé la espumosa cerveza en mi camisa cuando salté

muy fuerte. Limpiando mi barbilla y sintiéndome como una idiota, me giré

hacia el desconocido—. No te había visto.

Sonrió, sus dientes lo suficientemente perfectos como para decirme que

en algún momento debió de llevar aparatos. —Perdón. Supongo que mi

entrenamiento secreto de ninja está dando sus frutos después de todo. —Le

sonreí pero no pude lograr reírme. Me tendió la mano—. Soy Ty.

—Reese. —Sacudí la mano con la de él, retirándola inmediatamente.

Juro que no había lanzado ninguna señal de coqueteo. Pero él seguía

contra la pared a mi lado como si le hubiese invitado y tomó un trago de la

botella que sujetaba. Inspeccionando la multitud conmigo, preguntó—: Así que,

¿conoces a Eva o sólo te enteraste de la fiesta?

—Conozco a Eva. —Me giré para verlo a él en lugar de a todo el mundo,

ya que él parecía la amenaza más grande—. Es mi prima.

—Mm. —Dejó de mirar a la gente para observarme a mí—. Nunca te ha

mencionado.

Me encogí de hombros. Eva y yo podríamos haber crecido a medio país

de distancia, pero en todas las vacaciones nuestra familia se juntaba; siempre

habíamos sido inseparables. Facebook nos ayudó a mantenernos unidas. Pero

no tenía ni idea de por qué este extraño pensó que ella debería de haberle

hablado de mí.

Sus ojos marrones oscuros eran directos y me decían que él apreciaba lo

que veía. No estaba segura de qué pensar de eso. Quiero decir, no era feo. No

era un gigoló caliente, pero no era repulsivo. Simplemente había sido

totalmente sincera con E. cuando le dije que no buscaba una relación.

Si mi historia con Jeremy me enseñó algo, era a ser muy cuidadosa con

cualquiera que diese las señales que Ty daba. Él buscaba tener sexo esta

noche, lo que me ponía nerviosa. En realidad, últimamente todos los chicos,

excepto Mason, me ponían nerviosa. De acuerdo, definitivamente también tenía

un ataque de nervios cerca de Mason, pero de un tipo totalmente diferente. Con

Ty, seguía preguntándome ¿qué tan enfadado se pondría si una chica no le

besara de la manera correcta? ¿Cuánto tiempo después de que se volviese

serio pasaría hasta que prohibiese la noche de chicas? ¿Cuántas armas tenía?

Tal vez pensamientos de ese tipo no cruzaban mi mente cuando estaba

con Mason porque había un elemento de seguridad entre los dos. Él estaba

prohibido. Luego, estaba segura de experimentar cualquiera de los horrores

de una relación con él. Podíamos ser nosotros mismos sin reservas.

—¿Eres siempre tan tranquila? —preguntó Ty, pareciendo divertido por

la intensidad en la que le miraba.

Me sonrojé y agité la mano. —Me has pillado. Simplemente me quedo

aquí y luzco preciosa.

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Se rió y sus ojos brillaron hambrientamente. —Sí, lo haces.

Uf. Me aclaré la garganta e hice una mueca de dolor, deseando que él no

pensase que buscaba un cumplido. Necesitando un cambio de tema, abrí la

boca para preguntar si él también asistía a Waterford cuando Eva apareció en

frente nuestro. Gracias a Dios.

—¡Ty! Lo lograste. —Le abrazó y después chocó su mejilla con la de él en

un beso imaginario.

Mientras se retiraba, Ty la inspeccionó de la cabeza a los pies, aún

sujetando sus manos. —Eva. Estás tan hermosa como siempre. Nuevo aro en la

nariz, veo. Es sexy.

—Vaya, gracias. —Amablemente cortando su contacto con él, Eva

continuó sonriéndole con su sonrisa de anfitriona mientras enganchaba su

brazo con el mío—. ReeRee y yo nos los hemos hecho hoy. Ahora, si me

disculpas, necesito pedirte prestado a esta señorita.

Él asintió y sus ojos hervían de calor apenas reprimido mientras me

miraba. —Sólo si la traes de vuelta cuando hayas terminado con ella.

Eva se rió y nos apartó para llevarme a través de la multitud a la cocina.

Iba a darle las gracias por salvarme cuando murmuró—: No en tu vida, amigo.

—¡E! —susurré, mirando hacia atrás para asegurarme de que no lo había

oído—. ¿De qué iba eso?

—Oh, Reese, cariño. Debes de tener un serio fetichismo por los chicos

malos. Lo juro, eres la reina de las relaciones imposibles.

—No lo soy —murmuré de mal humor y liberé mi codo. Siempre

encontraba la forma de hacerme sentir insegura en el departamento de la

relación.

—Sólo…mantente alejada de Ty, ¿de acuerdo? Confía en mí.

No tenía planeado estar cerca de él, pero caí en la alerta del tono serio

de Eva y la aparté a un lado del pasillo. —¿Por qué? ¿Le sacó un cuchillo a su

última novia?

Rodó los ojos. —No.

—¿Es un gigoló? —No pude evitar preguntar.

—No, pero…

—Entonces ya tiene dos puntos brownie a su favor. —Por qué le

defendía, no tenía ni idea. Creo que simplemente quería discutir con Eva

porque me enojó. ¿Se cree que no tengo la cabeza sobre mis hombros cuando

se trata de chicos, simplemente porque había estado tan terriblemente

equivocada con Jeremy?

Demonios, ¿todos los que me conocían pensaban que era una completa

tonta?

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Giré a la cocina para rellenar el vaso y ponerme ligeramente borracha,

pero Eva me giró para enfrentarla. —Estuve saliendo con él tres meses el año

pasado —explicó con un suspiro.

Oh.

Arrugué la nariz. —Qué asco. —Salir con uno de los ex de Eva tenía que

ser tan malo como salir con uno de los ex novios de mi hermana—. ¿Por qué no

ha mencionado eso? Incluso le dije que somos familia.

—Bienvenida a Ty Lasher —dijo Eva—. No tiene un hueso moral en su

cuerpo. El hijo de puta me engañó, dos veces, en tres meses que estuvimos

juntos.

—Sí. Gracias por la advertencia. —No iba a volver a hablar con ese

idiota—. Pero, espera. Si ustedes dos tienen tan mal pasado, ¿por qué está en

una de tus fiestas? —¿Y por qué ella había sido tan cordial al saludarle?

—Porque todo aquel que es alguien viene a mis fiestas. Son la bomba,

nena.

—Desafortunadamente, tiene razón —dijo una voz, haciendo que

temblase mi columna vertebral, mientras alguien se paraba en el pasillo detrás

de mí—. Mercer sabe cómo dar un infierno de fiesta.

—Mason —dijo Eva entre dientes, sus ojos estrechándose—. Qué

sorpresa. Raramente te veo en estas. Y tampoco recuerdo haberte invitado.

Pensé que era una observación extraña. Eva probablemente no había

invitado a la mayoría de la gente de aquí.

—No —concordó Mason. Cuando me atreví a girarme, vi que su sonrisa

burlona era tan fuerte como la de mi prima—. Pero tu novio sí lo hizo.

Los labios de Eva se apretaron. —Voy a tener unas pocas palabras con

Alec sobre eso. Créeme.

—Está bien, espera. —Ajusté mi postura para poder verlos a ambos, a

Eva y a Mason. Levanté las manos y las sacudí—. No lo entiendo. Mason no se

aprovechó de ti cuando estabas borracha y no le quieres aquí. Sin embargo, Ty

te engañó dos veces y acabas de abrazarle en señal de bienvenida. No tiene

sentido.

Eva parpadeó como si no entendiera mi confusión. —ReeRee, Ty es el

hijo de un juez. Esta…persona no es nada más que tu santo prostituto.

—Un prostituto que te rechazó —se burló Mason—. ¿Te dolió tanto el

orgullo?

Ella lo miró. —Eres un engreído…

—Hijo de puta —termino él por ella, su voz agradable—. Sí, lo recuerdo.

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—No perteneces aquí. —Apretó las manos en puños, los malditos

vibrando con furia—. ¿Cómo te atreves a aparecer en mi fiesta? Eres un don

nadie de ninguna parte que…

—¡Oye! —Salté delante de él, enfrentándome a mi prima—. Retrocede.

Has invitado a todo el mundo y a sus perros a la fiesta. Deja de ser una esnob

engreída. Quiero que Mason se quede. Es divertido para hablar.

E. se me quedó mirando con dureza, como si buscara algo antes de mirar

por encima de mi hombro. Entrecerrando los ojos, me agarró del brazo.

Manteniendo una mirada de censura en él, me habló en voz baja al oído. —

Recuerda lo que te dije, ReeRee. No lo hagas. —Entonces se estrelló contra

nosotros, chocando con el hombro de Mason mientras se marchaba.

Me quedé detrás de ella, confundida como siempre con la ardiente

necesidad de disculparla.

—¿Qué no hagas qué? —preguntó Mason detrás de mí.

Me giré para mirarlo y se me cortó la respiración. Dios, era demasiado

tarde; había pasado por alto totalmente la advertencia de Eva y caído a lo

grande. En qué, no estaba segura. Pero Mason Lowe definitivamente tenía algo

que ver con mis emociones.

—Creo que está asustada de que siga sus pasos y trate de lanzarme a ti

como hizo ella.

—¿Eso crees? —Sus ojos recorrieron mi rostro—. Bueno, la verdad es

que tiendes a actuar como su pequeña seguidora.

Di un grito ahogado, horrorizada y dolida de que viese eso en mí. —No lo

creo.

Sus ojos brillaban con diversión antes de que tocase la punta de mi nariz.

—Nuevo aro para la nariz —dijo, señalando su punto.

Cubrí la barra de diamante con mi mano, escondiendo la evidencia. —De

acuerdo, pero no la sigo por el precipicio cada vez.

—No —concordó amistosamente—. Pero me alegro que lo hicieses esta

vez. Ese aro te hace ver increíblemente… caliente.

Sonó sorprendido.

Me sorprendió que lo pensase. Aclarándome la garganta, aparté la

mirada, sabiendo que debería contestar, pero simplemente no podía.

Mason dejó escapar un suspiro. —Sabía que estarías aquí esta noche.

Retrocediendo, me quedé boquiabierta. —¿Tú…tú estás aquí por mí?

Se movió, apartando la mirada brevemente, luciendo incomodo antes de

volverse y de repente me dio algo que ni siquiera sabía que sostenía. —Toma.

Quería devolverte esto.

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Me quede mirando a mi libro de Harry Potter en shock. Frunciendo el

ceño, lo cogí lentamente. Después de deslizarlo de su mano, levanté la mirada.

—¿Qué? ¿Es decir que lo terminaste? ¿Ya?

Asintió y se sonrojó. —Sarah...ella me seguía molestando para que se lo

leyese. Creo que me perdí un par de asignaciones de los deberes porque

teníamos que leerlo en cada momento libre que tenía. —Tomó una profunda

respiración, levantando los hombros—. Así que… ¿Cuál es el nombre del

segundo? ¿La Cámara Secreta, o algo así?

Farfullé y miré al libro en mis manos, aún aturdida de que en realidad lo

hubiese leído. Definitivamente resultaba ser una caja de sorpresas. —Es La

Cámara de los Secretos. —Le corregí mientras pasaba mi dedo por el lomo

de La Piedra Filosofal. Cuando le miré, lo hice sospechosamente—. ¿De

verdad, verdad ya lo has terminado?

—¡Sí! —Parecía nervioso y un poco avergonzado—. ¿Prefieres hacerme

preguntas sobre él, o quieres darme el siguiente libro ya?

Mi boca cayó abierta. —¿Quieres leer el siguiente? —Una sonrisa

apareció en mis labios—. Te gustó, ¿no?

Negó. —Sarah quiere saber qué pasa después.

—Pero tú también —me burlé y me incliné más cerca—. Admítelo. Te ha

gustado.

Me envió una mueca de advertencia. —Ni si quiera pienses en decir que

te dije eso.

—¡Ja! —alardeé, levantando las manos al aire, una llena de alcohol, la

otra llena de Harry Potter—. ¡Lo sabía! ¡Lo sabía! ¡Lo sabía! Te lo dije.

—Veo que eres uno de esos amables, y humildes tipos de ganadores —

dijo secamente, aunque sus labios temblaron con diversión.

—Esto es increíble —continué, ignorándole totalmente—. He creado un

fan de Harry Potter. Sabes, si esto sigue así, J.K va a tener que darme una parte

de sus beneficios. ¿No crees?

—Creo que te estás pasando, Randall.

Por un segundo, parpadeé, preguntándome por qué diablos me había

llamado Randall antes de que comprendiera. Oh, cierto. Mi nuevo apellido.

Reese Randall, Reese Randall. No lo olvides.

—Lo que sea. —Rodé los ojos mientras sonreía—. Esto sigue siendo

alucinante. Puedo ir a por el segundo libro si de verdad lo quieres.

Frunció el ceño. —¿Llevas tus libros de Harry Potter a tus fiestas

universitarias?

Levanté el volumen que me acababa de dar y lo sacudí en su cara. —

¿Qué? Tú también.

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Se rió. —Vaya, en serio tienes como objetivo ser la mejor reclutadora del

año.

—Lo sabes. —Sonreí y golpeé el hoyuelo en su barbilla juguetonamente

con el borde del libro—. Pero en serio, mi apartamento está justo encima del

garaje, que está como a veinte pasos desde esa puerta de atrás, así que…

puedo conseguirlo en dos minutos como mucho.

Mason miró a la puerta de atrás. Después hacia mí, sus ojos

entrecerrándose con sospecha. —¿Te quedas encima del garaje de los Mercer?

—Sí, y sé lo que estás pensando, pero confía en mí. El sitio está genial.

Honestamente es como un mini apartamento con una pequeña cocina,

habitación, baño y salón. Y la intimidad es… increíble. —Tuve que cantar la

palabra increíble—. Eva está muy celosa. No tenía ni idea de la joya que había

en su propiedad hasta que me mudé. Lo juro, probablemente me echaría y se

mudaría allí si no fuese porque su armario es el doble de grande que mi

habitación.

—Mm. —Parecía completamente confundido—. Vaya. Me di cuenta que

Eva y tú eran cercanas, pero no tenía ni idea de que sus padres te dejasen

mudarte.

—¡Oh! Lo siento, supongo que no te diste cuenta de que Eva es mi prima.

Su madre, tía Mads, es la hermana pequeña de mi madre.

Mason palideció. —Sí —escupió la palabra—. No sabía eso.

—Está bien, en serio. —Gruñí, repentinamente sobria—. ¿Hay algo mas

en esta cosa entre tú y E. de lo que me estás dejando saber?

—No —negó—. No, yo sólo… no. Nada en absoluto. Sólo me preocupaba

de que el problema entre ella y yo te molestase. Quiero decir, no vas a dejar de

hablarme ahora en lealtad a tu prima, ¿no?

Arqueé una ceja con sospecha. —Si no he parado hasta ahora por ella,

tampoco voy a parar ahora.

Sus hombros se relajaron. —De acuerdo, bien. Es sólo que… sé que ella

no me considera de tu… tipo. Sería una pena si saltases de ese acantilado con

ella.

Eva podría haberme persuadido de ir con sandalias. Podría haberme

hablado de embutir un diamante en mi nariz. Pero nadie podía convencerme de

no ser amiga de Mason Lowe, excepto quizás Mason Lowe.

Suspiré. —Puede que ame a mi prima en pedazos y lleve una moda loca

con ella, pero confía en mí, sé cómo ser mi propia persona. Si alguna vez me

vuelvo tan condescendiente como Eva Mercer, dispárame por favor, ¿de

acuerdo?

La expresión de Mason era un poco rígida, como si no me creyese. Pero

asintió. —Está bien.

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Sonreí. —Genial. Ahora que tenemos eso solucionado, espera aquí.

Estaré de vuelta en un santiamén con tu siguiente libro.

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Traducido por Helen1

Corregido por Gaz Holt

Tenía la intención de lanzarme a mi apartamento y volver a Mason con el

libro, pero cuando miré hacia atrás y lo vi siguiéndome por la puerta trasera y

en la cálida noche, tragué.

—O... podrías sólo, ya sabes, venir conmigo —corregí, bastante segura

de que no quería que viniera conmigo en absoluto.

Mason. A solas conmigo en mi apartamento. Los dos juntos con mi

respiración toda fuera de control y con la advertencia que Eva me hizo dando

vueltas en mi cerebro: No lo hagas, no lo hagas.

Soltó un bufido.

—Eh, no vas a dejarme allí solo con otras cincuenta Eva Mercer

acechando. Podrían abusar de mí antes que regresaras.

Puse los ojos en blanco.

—Oh, Dios mío. ¿Un poco dramático? —Pero, en realidad, no estaba tan

segura de que estuviera bromeando.

¿Acaso todas las chicas borrachas se le arrojaban?

Está bien, esa era una pregunta estúpida. Si en este momento yo

estuviera borracha y todas mis inhibiciones idas a la tierra del alcohol, estaría

arrojándome hacia él.

—Bueno, simplemente no esperes que salte ante ti como una especie de

escudo humano si algunas hembras retozonas vienen volando de las sombras

para emboscarte por un regalito.

Se rió entre dientes cuando empezamos a subir los escalones hacia mi

apartamento.

—Entonces me aseguraré de que te tires delante de mí en contra de tu

voluntad.

—Ja, muy gracioso, listillo. —Hice una pausa para buscar mis llaves en la

oscuridad.

Para ser perfectamente honesta, me sentía un poco contenta de tenerlo

conmigo. No había ni una luz nocturna afuera de la puerta de entrada de mi loft,

y estar de pie sola en la oscuridad durante una fiesta de Eva no sonaba

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atractivo. ¿Qué pasaba si un borracho tipo Jeremy tropezaba conmigo y trataba

de ponerse juguetón?

Mason estaba tranquilo, mientras yo buscaba a tientas y disfrutaba de la

sensación sólida y protectora de su presencia.

—Aquí vamos. —Encontrando la llave correcta, abrí la puerta y entré.

No había pensado en limpiar antes de salir para la fiesta. Mi casa no era

un desastre en sí, sino que lucía como su hubiera gente viviendo ahí. Mi libro

de literatura británica colgaba abierto sobre la mesa de café. Sí, seguía en la

clase de la Dra. Janison y aprobaba, uf. Una manta yacía arrugada sobre el sofá.

Había un puñado de platos apilados en el fregadero, y todavía tenía que tirar la

taza vacía de latte que había tomado esta mañana para el desayuno.

Mason parecía evaluar todo mientras caminaba lentamente alrededor de

la sala de estar y la cocina.

Asintiendo, murmuró—: Sí, tengo que decir que tenías razón. Esto es

bastante impresionante. Podría vivir aquí sin ningún problema. —Se acercó a la

mesa en frente de la ventana y enganchó una manzana de mi cesta de frutas.

Negué con la cabeza.

—Simplemente no puedes resistirte, ¿no es así?

Sus ojos brillaron con diversión mientras hundía los dientes en la pulpa

de la manzana.

—¿Qué? ¿Resistir tu fruto prohibido? Diablos, no. —Entonces me guiñó

un ojo mientras masticaba—. ¿Qué piensas acerca de las manzanas, entonces?

Solté un bufido y puse los ojos en blanco.

—Creo que tu juego de palabras es cursi y patético. —Y completamente

adorable.

Se rió y dio otro gran mordisco.

—Entonces, ¿dónde está ese libro?

—En mi habitación. —Abrazando el libro uno de la serie en mi pecho, lo

dejé comiendo y corrí a mi pequeño rincón para dormir. Encendiendo la luz,

tiré La Piedra Filosofal en mi cama sin hacer y me arrodillé frente a la mini

estantería colocada bajo mi ventana. Encontrando el libro número dos casi de

inmediato, lo saqué y me levanté. Girando para regresar rápidamente con

Mason, lo encontré en la puerta, sin dejar de masticar lentamente mientras me

miraba.

—¡Oh! —grité y patiné hasta detenerme—. Ahí estás.

El calor cubrió mi cuerpo como un sarpullido. De pronto sentí la

presencia de mi cama de tamaño completo a sólo un metro de distancia, como

si se tratara de un ser vivo, respirando aire caliente en mi nuca para

recordarme su existencia. Tomé mi pelo en la mano sólo para soltarlo de nuevo.

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Pero la sensación se mantuvo. Creo que por tanto tiempo como Mason estuviera

en mi habitación, sería hiperconsciente de cualquier superficie plana

disponible.

—Tú... quiero decir... —Tragué saliva y aspiré—. Puedes llevarte toda la

serie ahora, si quieres. Así no tendrás que esperar entre cada libro hasta que

puedas conseguir el siguiente.

—No me importa esperar. —Su mirada era directa y significativa—. De

hecho, me gusta la anticipación.

Guau. ¿Seguíamos hablando de libros?

No podía respirar, no podía pensar.

Como si fuera completamente ajeno a mi creciente excitación, Mason se

volvió hacia mi tocador y examinó todos mis efectos personales. Me sentía

expuesta, probablemente más expuesta que si hubiera estado de pie desnuda

delante de él. Sonrió suavemente mientras bajaba su manzana a medio comer y

recogía mi loción favorita.

Las rodillas se me volvieron gelatina cuando abrió la tapa y olió

profundamente, sólo pude observar mientras me miraba.

—Llevabas esta el viernes.

No había manera en el mundo en que mis cuerdas vocales pudieran

funcionar. Simplemente asentí.

Giró la etiqueta y leyó en voz alta.

—Sweet Pea. —Cuando su sonrisa se ensanchó, pensé que me iba a

desmayar de la sobredosis de hormonas—. Tan apropiado.

Poco a poco, extendí la mano y la saqué de la suya, porque observarlo

sostener mi loción me hacía cosas, traviesas, malvadas, maravillosas.

—Pensaba en conseguirle una botella a Sarah. ¿Crees que le gustaría

esta fragancia?

Mason frunció el ceño y sacudió la cabeza.

—No te atrevas. Este es tu aroma. Sería muy raro olerlo en mi hermana

menor.

Después de colocar el Sweet Pea de nuevo en la cómoda, alejé el pelo de

mi cara.

—Supongo que podría conseguirte melón, entonces. O vainilla cáli...

Agarró mi mano cuando la levanté a mi pelo otra vez.

—Si tener el pelo en la cara te molesta tanto, ¿por qué nunca lo recoges?

Sorprendida y complacida, me quedé boquiabierta hacia él.

—¿Sabes que nunca me recojo el pelo?

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Sus fosas nasales se ensancharon cuando se inclinó para oler el Sweet

Pea... de mi piel.

—Sé que siempre lo estás alejando de tus ojos.

Mi cuerpo se quedó en una especie de aturdimiento por la impresión.

Sensorialmente sobrecargada, me apresuré a pensar correctamente.

—No lo sé —dije con un ligero encogimiento de hombros—. ¿No... no

prefieren ustedes los chicos el cabello largo y suelto?

Mason cogió un mechón de mi cabello y lo deslizó a través de sus dedos.

—No puedo hablar por los demás chicos, pero, sí, supongo que sí, me

gusta largo y suelto. —Me miró con una expresión de decepción—. Así que...

¿Esto es para atraer a un hombre, entonces? ¿Alguno en particular?

Me sonrojé y escondí mi rostro.

—No, no necesariamente. Yo sólo... personalmente creo que estoy mejor

así.

Levantó otro mechón de pelo que había permanecido en el otro hombro.

Con las dos manos llenas a cada lado de mi cara, casi parecía como si estuviera

sosteniendo un par de riendas, a punto de frenarme.

—¿Significa esto que habrás atrapado tu chico cuando aparezcas en el

campus un día con el cabello en una cola de caballo?

Le lancé una mirada extraña.

—Bueno, entonces voy a tener que mantener su atención, así que...

probablemente no.

Mason reunió mi cabello detrás de mi cabeza como si se preparara para

ponerlo en una cola de caballo. Una vez que lo tuvo todo en una sola mano,

pasó un par de nudillos por el lado de mi mandíbula expuesta.

—No creo que alguna vez tengas que preocuparte por como tu cabello se

ve con el fin de atraer a un chico. Tienes muchos otros atributos seductores

para mantenerlos interesados.

Mis labios se separaron y mi cuerpo entero palpitaba.

—¿Mason? —dije lentamente, mi voz tímida—. ¿Qué estás haciendo?

—Algo que probablemente no debería. —Su voz sonaba ronca y tierna

mientras hundía su cara y presionaba su frente contra la mía.

Empecé a temblar. No sé si fue a causa de la anticipación, la absoluta

excitación, temor o miedo absoluto.

—Si... si no debes, entonces... no lo hagas.

Un gemido gutural, como un puma herido arrancó de su laringe.

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—Es más fácil decirlo que hacerlo. —Con los dedos deslizándose por mi

cabello, curvó su mano en mi nuca, instándome a levantar la cara,

probablemente para posicionarme para un beso. Luego susurró mi nombre.

Dios, la forma adolorida y ronca en que lo dijo fue como una caricia

sedosa a cada nervio erógeno de mi cuerpo.

—Creo que... Creo que sería mejor si te detienes. —Mi voz temblaba

tanto como mis miembros.

Pero incluso mientras hablaba, mis hormonas clamaban para que

continuara.

—Está bien —dijo, pero su aliento continuó latiendo contra mis labios y

su frente se mantuvo tatuada a la mía.

Creo que dos centímetros separaban nuestras bocas. Podría estornudar y

accidentalmente aplastar mis labios contra los suyos. Maldita sea, ¿por qué mi

nuevo aro de la nariz no me hacía estornudar?

Pero de ninguna manera iba a ser yo la que a propósito cruzara la línea

que parecía estar dibujada en esos dos centímetros. Cruzarla lo cambiaría todo.

Inclinó la cabeza, manteniendo nuestras frentes unidas y se movió a un lado,

pero mantuvo esos dos seguros centímetros entre nosotros.

Sabía que él quería cerrarlos tanto como yo. Pero la barrera invisible

debía haber sido más fuerte que nuestras ansias. Temíamos lo que traería el

cambio.

Su palma seguía en mi cuello y cuando su toque se deslizó sobre mi

cicatriz, frunció el ceño y se detuvo. Sus ojos me interrogaron antes de que me

diera la vuelta y recogiera el pelo para examinar el desagradable corte.

Sintiéndome desnuda mientras una ligera brisa pasaba por mi nuca, cerré los

ojos y apreté los dedos en torno al libro que sostenía.

—Ya ves, por eso es que nunca ato el pelo.

Sus dedos eran suaves al tocar el área entumecida.

—Esto parece profundo. ¿Qué pasó?

Me lamí los labios.

—Me cortaron.

—Ya lo veo. ¿Qué te cortó?

—Un cuchillo.

Por Dios. Ya le había dicho demasiado. Si preguntaba algo más, no

estaba segura de lo que diría. Mi mentira original era decirle a la gente que

había sido en un pequeño accidente de coche. ¿Qué se suponía que le iba a

decir ahora?

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Un impulso burbujeó dentro de mí. En realidad quería contarle a Mason

toda la historia. Todo. Pero cuantas menos personas conocieran la verdad,

mejor. Y no importaba lo mucho que él me afectara, racionalmente sabía que no

lo conocía lo suficiente como para confiarle un secreto así.

—Un cuchillo —repitió—. ¿Te cortó a propósito?

—Quizás. —Definitivamente. Y si no me hubiera girado para alejarme de

Jeremy lo más rápido que pude, esta cicatriz no habría estado en mi nuca.

Habría estado en el cuello, y probablemente hoy no estaría aquí.

Me estremecí, tratando de no recordar esa noche, tratando de no revivir

el miedo.

Como si sintiera el pánico que arañaba su camino hasta mi garganta,

Mason se inclinó hacia delante y presionó sus labios en la cicatriz.

Gemí y cerré los ojos, mordiéndome el labio para evitar que mi barbilla

temblara. Si empezaba a llorar ahora, eso sería todo. Perdería todo.

—Si no haces regalos —dije, preparándome para decir lo que tenía que

decir, para que esto no avanzara más allá—, ¿vas a cobrarme por eso?

—No. —Besó el lugar de nuevo y sus labios se detuvieron ahí. Le escuché

aspirar mientras olía mi pelo. Envió una onda de choque por mi espalda y

contrajo los músculos de mi vientre. Quería que esto durara. Quería que me

girara y me diera un beso de verdad.

—No ha sido boca a boca, así que... sin costo alguno.

Me volví hacia él, odiándome incluso antes de continuar.

—Así que si me besaras, por ejemplo, en los pechos, ¿sería gratis ya que

no es de boca a boca?

Su mirada se endureció.

—No, eso es parte del juego previo, está fuera de los límites.

—¿Y lo que has hecho no es juego previo? —Sabía que era cruel, pero

también sabía que la manera más rápida de conseguir que se retirara era

recordarle su profesión. Y tenía que retirarse, porque estaba bastante segura

de que yo no podía.

—Eso era un amigo reconfortando a una amiga. —Sus ojos brillaban con

ira mientras apretaba los dientes.

—Ya veo. —Con un asentimiento, le pregunté—: ¿Así que no estabas a

punto de besarme en la boca justo antes de que descubrieras mi cicatriz?

—Jesús —arremetió, deslizando las manos por su cabello y dando un

gran paso hacia atrás—. Sí, está bien. Casi te besé. Pero no lo hice. Error

evitado. No ha pasado nada. Estamos bien.

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—¿Lo estamos? —cargué. Me miró fijamente, con la boca ligeramente

abierta. Su expresión parecía herida.

—¿Qué estás diciendo, Reese?

Cerré los ojos y gemí.

—No lo sé. No importa. No podemos besarnos nunca o cualquier otra

cosa, porque te acuestas con mujeres por dinero. Fin de la historia.

Rugió, un sonido de frustración total.

—¿Por qué siempre tienes que recordarme eso? Créeme, no lo he

olvidado.

—No estoy recordándotelo a ti —espeté, parpadeando para mirar—.

Estoy recordándomelo a mí.

Dios, era una idiota. No puedo creer que me quedé allí y casi le confesé

que le quería como algo más que un amigo, y lo único que me retenía era su...

trabajo.

El entendimiento apareció en sus ojos. Brillaron con interés y alegría. Dio

un paso hacia mí.

Recelosa, di un salto hacia atrás.

—Sólo somos amigos, Mason.

Se detuvo en seco, con confusión arremolinada en su mirada. Luego

cerró los ojos.

—Así es. —Cuando los abrió, el deseo se había ido. Extendió la mano,

tiró del libro que me había olvidado que todavía sostenía en mis brazos y lo

agitó una vez—. Gracias por prestarme esto... amiga.

Echándome el pelo a un lado, ladeó la cabeza para poder inclinarse y

besar mi cicatriz por última vez con un breve pero cálido beso. Una vez que se

enderezó, no dijo nada y apenas me sostuvo la mirada antes de darse la vuelta

y salir de mi apartamento.

Esperé hasta que oí la puerta cerrarse antes de regresar a mi sala de

estar para cerrar con llave y poner el pestillo. Entonces me derrumbé en el sofá

y hundí la cara en mis manos.

¿En qué demonios me había metido?

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Traducido por Eni

Corregido por NnancyC

Tenía catorce años, apenas era una estudiante de primer año en la

escuela secundaria cuando Jeremy Walden se me acercó para invitarme a una

cita. Era un estudiante de tercer año, mucho más experimentado y avanzado

que yo. También era popular, guapo y venía de una familia adinerada. Estar

con él era emocionante y de seguro, mi parte vanidosa puede admitir que me

gustaba lo que hizo por imagen ser su novia.

Por un año más o menos, las cosas siguieron su curso, no perfectas, pero

bien. Debido a que él era un poco mayor y había sido quien me involucró en su

grupo de gente, naturalmente empezamos nuestra relación con él siendo el

más dominante, la figura controladora. Y eso no me molestó.

Por un tiempo.

Está bien, me molestaba. Pero al principio no hice nada al respecto.

Cuando comenzó su tercer año y su papá empezó a presionarlo más

acerca de escoger la universidad perfecta, su lado no tan maravilloso se definió

más. Siempre tuvo una vena cruel. Podía intimidar con lo mejor de ello. Pero

cuando la intimidación se volvió hacia mí, no me impresionó.

Los golpes ocasionales que me dio antes y las contusiones que me dejó

por agarrarme demasiado fuerte llegaron a ser no tan ocasionales. Era

vergonzoso pensar que podría ser una de esas mujeres maltratadas que

aguantaban esa clase de mierda. Me convencí de que esos pequeños actos de

violencia menor aquí y allá no eran nada del otro mundo. En realidad nunca me

lastimó.

Pero aun así me marcó.

Cuando maduré y desarrollé mi personalidad, comenzamos a discutir

más. No le gustaba que me valiera por mí misma, y a mí no me gustaba que me

maltratara y me dijera cada pequeña cosa que quería que hiciera. La parte más

triste fue que su violencia no hizo que nos separáramos la primera vez. Uno de

sus amigos me dijo que vio a Jeremy besándose con una de las putas

animadoras.

Por supuesto, lo confronté y después de decirle algo malicioso y

sarcástico ―sí, imagina eso― se dio la vuelta con su mano extendida. Me dio en

la mejilla y terminó quebrándome la mandíbula.

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Terminé con él mientras me llevaba al hospital.

Después de nuestra separación, mis amigos, que él alejó durante el

tiempo que salimos, fueron maravillosos y regresaron a mí, cuidando mi ego

herido para que volviera a estar sano.

Pero Jeremy regresó sollozando, literalmente. Cayó de rodillas delante

de mí, abrazando mis piernas y rogando que regresara con él. De alguna

manera, se las arregló para convencerme de que todo el asunto de mi

mandíbula rota había sido un completo accidente. No me golpeó tan fuerte a

propósito; sólo estuve de pie muy cerca cuando se dio la vuelta. Y también

insistió en que su amigo mintió sobre la otra chica.

Qué estupidez de mi parte, le creí.

Después de dos meses de estar separados, regresamos.

Por un tiempo, tuvo cuidado de no ser demasiado controlador y traté de

no hacer cosas por mi cuenta más de lo él que podía soportar. Pero… una

persona no puede evitar ser quien es. Necesitaba mi propio espacio; él

necesitaba supervisar cada pequeña cosa que hacía. Rompí con él otra vez

durante mi tercer año de secundaría.

Fui muy amistosa al respecto. De verdad. Le pedí que se sentara y

mantuve mi voz tranquila cuando le dije que éramos dos personas totalmente

diferentes y que simplemente no encajábamos juntos. Creo que la parte que no

le gustó fue cuando le dije ―lo más cuidadosamente posible― que necesitaba

buscar asesoramiento psicológico para ayudarle a lidiar con sus problemas de

manejo de ira.

Sí, me dio una golpiza tremenda. El peor daño lo tuve en mi brazo, el cual

se rompió con un crujido bonito y doloroso después de que me empujara por

un tramo de las escaleras.

Iba muy bien en su camino de convertirse en un golpeador de mujeres.

Al final, aprendí mi lección. Sabía muy bien que no podía permitirle que

se acercara a mí. Mis padres amenazaron con interponer una orden de

restricción en su contra, pero su padre, abogado, intervino diciendo que aún no

necesitábamos tomar ninguna medida legal. Nos aseguró que Jeremy se

mantendría alejado. Para él, su hijo era impecable y perfecto, y había sido mi

culpa que su hijo perfecto hubiera sentido la necesidad de actuar de esa

manera.

Debido a que todo era tan desconcertante para mí ―para mi familia y la

suya también―, nuestros padres trataron de mantener la situación discreta.

Siempre y cuando rompiera mi contacto con Jeremy, no me importaba. Sólo lo

quería fuera de mi vida.

Pero Jeremy no aceptó esa idea completamente. Después de estar

conmigo por dos años y medio, se había encariñado. Él pensaba que me

amaba. Por lo que, en su mente, luchaba por mí.

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Para mí, se convirtió en un ex novio acosador y loco psicópata que

irrumpía en mi habitación cuando no me encontraba en casa y me dejaba

cartas, poemas y regalos, desesperado por tenerme de vuelta.

Fue muy cuidadoso en permanecer alejado de mí físicamente. Pero me

hostigaba en cualquier otro nivel posible, merodeando constantemente fuera

de la escuela cada vez que salía de clases, encontrando las maneras de postear

cosas en mi página de Facebook, enviándome mensajes de texto, correos

electrónicos, dejándome videos asquerosos en mi celular de cómo se tenía que

dar placer a sí mismo ya que no me tenía.

Lo ignoré en su mayor parte, a veces le gritaba diciéndole que me dejara

en paz, pero nada funcionaba. No se detendría.

Con el tiempo, su control se rompió. Una noche cuando mis padres

salieron a cenar y quedé sola, se coló en mi casa para hacerme una visita. Trajo

una navaja, la cual en ese momento parecía más un machete plegable.

Después de inmovilizarme en la puerta de mi habitación, me dijo en

términos inequívocos que si no podía tenerme, iba a asegurarse de que nadie

más pudiera. Entonces presionó el filo en mi garganta.

Nunca estuve tan asustada como en ese momento, sabiendo que era

totalmente capaz de matarme y dándome cuenta que planeó hacerlo. Bloqueé

algunos de esos momentos en los recovecos más oscuros y fríos de mi mente.

No creo que alguna vez recordaré por completo todo lo que sucedió. Pero

recuerdo lo fría, pálida y sudorosa que estaba su cara cuando se acercó hasta

que nuestras frentes de tocaron.

―Nunca nadie va a amarte de la forma en que yo lo hago, Reese’s Pieces2.

Y si no me dejarás tenerte ahora, me aseguraré de que estemos juntos para toda

la eternidad.

No tuve idea si planeó una muerte/suicidio o qué. Pero no quise

averiguarlo. Tampoco tuve muy claro como lo hice, pero de alguna manera una

de mis manos forcejeó detrás de mí hasta que encontré el picaporte. Justo

cuando comenzó a presionar el cuchillo en mi carne, abrí la puerta y me alejé.

Me hizo un corte profundo en el lado posterior izquierdo. Y si no hubiera

llevado mi cabello recogido en una coleta, probablemente habría alcanzado mi

espléndida cabellera color castaño.

Que mi madre contrajera una intoxicación alimentaria en el restaurante

me salvó la vida. Mi papá se apresuró para llegar a casa temprano. Entraron

por la puerta de atrás y me encontraron gritando y precipitándome hacia ellos

con mi ex novio acosador psicópata a la carga detrás de mí, su cuchillo

ensangrentado levantado y listo para hundirse de nuevo.

2Dulces de mantequilla de maní.

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Y aquí fue donde tuve que hacer una pausa, tomar un respiro y

recordarme que estaba bien. Estaba bien. Todo eso había terminado.

¡Uf!

Bueno, prácticamente todo. El padre rico de Jeremy pagó la fianza y lo

sacó de la cárcel la misma noche que cometió su crimen, por lo que no pasó

bastante tiempo tras las rejas, así que cambié mi nombre y huí hacía el otro

lado del país. Pero mis padres confiaban que sería declarado culpable en el

juicio ―si su padre finalmente dejaba de encontrar maneras de retrasar el

caso― y entonces iría a prisión por mucho, mucho tiempo. Ni si siquiera

importaría si se enterara de mi nuevo nombre cuando testificara en su contra,

porque después de todo, estaría encerrado definitivamente.

Entonces, todo estaría bien. Podría volver a usar mi nombre de

nacimiento. Y todo habría terminado.

Si yo no tuviera una única ―seguro, la llamaremos única― personalidad,

el tiempo que pasé con Jeremy podría haberme dejado desequilibrada y un

desastre asustadizo. Todavía siento miedo en algunos momentos. Aún

experimento algo de esa docilidad sumisa que trató de meterme en el cerebro,

aunque rara vez, gracias a Dios. Me he vuelto un poco más crítica en torno a

personas nuevas.

Mis padres intentaron convencerme de ver a un terapeuta, pero creo que

manejé todo bien. Lidié con eso. Sobreviví y de hecho sentía como si estuviera

floreciendo aquí en Waterford. Todavía extrañaba Ellamore. Siempre sería mi

hogar.

Pero lo he estado haciendo bien. Y los almuerzos que compartía con

Mason en el campus todos los días eran una gran parte de eso. Tenía una

manera de hacerme sentir normal y entusiasmada, todo al mismo tiempo. Me

aceptó por lo que era y parecía gustarle mi personalidad única.

Me atrapó.

Por eso, a pesar de los tres años de infierno que viví bajo el pulgar de

Jeremy Walden, las dos semanas siguientes a la fiesta de Eva fueron los días

más miserables de mi vida.

Después de nuestro casi beso, Mason de repente desapareció del radar,

evitándome por completo. Ya no me buscaba en el almuerzo, a pesar de que

me aseguraba de sentarme siempre en nuestra mesa. En las noches que

cuidaba a Sarah, se iba antes de que me presentara en su casa y no regresaba

hasta que me iba.

Traté de no preguntar qué hacía cada noche que trabajaba hasta tarde, a

cual mujer le servía, lo mucho que ella le hacía tocarla o por qué seguía

viviendo ese estilo de vida estúpido y maldito. Pero me volvía loca pensar en

eso.

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Las cosas cambiaron entre nosotros. Nuestra amistad se hizo añicos. Y él

también lo sabía, de lo contrario, no se habría mantenido alejado.

Me tentaba demasiado entrar a su habitación y dejarle una carta en su

cama, sólo para decirle lo mucho que lo extrañaba y como todavía podía ser su

amiga; podíamos dejar atrás ese casi beso estúpido. Quería estudiar con él en

el almuerzo de nuevo, observarlo robar un pedazo de algo que comía, bromear

sobre cualquier cosa que estuviéramos discutiendo, y sólo… tener su

compañía.

Pero dejarle una nota se sentiría demasiado como el estilo de Jeremy. Así

que ni siquiera una vez abrí la puerta de su habitación, ni siquiera para echar

un vistazo.

Y a cambio, una parte de mi alma dolía diariamente. Una parte de mí se

sentía que faltaba. Necesitaba a Mason de vuelta en mi vida.

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Traducido por CrisCras & Anelynn*

Corregido por Niki

Supongo que tenía que suceder con el tiempo, pero aun así no estaba

preparada cuando lo hizo…

Trece días después de la fiesta de Eva del Día del Trabajo —también

conocida como la noche en que Mason Lowe casi me besó boca a boca y

posteriormente me abandonó— Sarah tuvo su primer ataque. Bueno, su primer

ataque cerca mío, de cualquier modo.

Sí, entré en pánico totalmente.

Un segundo ayudaba a mi pequeña amiga en la bañera, haciéndola reír

con los chistes más cursis de toc-toc del planeta. Al siguiente daba bandazos en

su silla de baño, todo su cuerpo convulsionando. Fue un milagro que cogiera su

resbaladizo y húmedo torso antes de que tuviera una seria caída de cara.

—¿Sarah? —grité—. Oh, Dios. ¿Qué pasa? ¿Qué pasa, cariño?

No podía responderme. Tenía que sujetarla con fuerza para que no se

sacudiera hasta escaparse de entre mis brazos. Me llevó un poco de esfuerzo

darme cuenta de lo que pasaba a través del pánico. Pero no me tranquilizó en

absoluto una vez que lo hice.

Un ataque.

Pero, oh, mierda. Un maldito ataque.

Mi mente se quedó en blanco. No podía recordar ni una sola cosa de lo

que me dijo Dawn acerca de las convulsiones, excepto que no había nada que

hacer para detenerlas. Oh, y que tenía que asegurarme de que no se hiriera a sí

misma en medio de una.

Ya que el baño parecía demasiado reducido y malditamente peligroso

de repente, medio la cargué, medio la arrastré hasta el pasillo.

Dejando su cuerpo contorsionado sobre la alfombra, me arrodillé a su

lado y acaricié su hombro una vez antes de precipitarme al baño para coger

todas las toallas que pude ver.

Después de cubrirla, di un paso hacia atrás y estallé en lágrimas.

Mordiéndome los nudillos para contener mis sollozos, me lancé hacia el

vestíbulo y entré en la cocina para revolver mi bolso en busca de mi teléfono.

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Arranqué la lista de contactos de emergencia de la nevera a la siguiente

respiración.

Me había alejado de ella durante sólo tres segundos, pero se sentía como

si hubiera pasado demasiado tiempo para cuando volví, cayendo de rodillas a

su lado.

Casi esperando ver espuma saliendo de su boca como si se hubiera

vuelto rabiosa, aparté mechones de pelo húmedo de su cara y agarré el

teléfono con mi mano libre.

Dawn no respondió su teléfono después de cuatro tonos —y juro que

esos fueron los cuatro jodidos tonos más largos de mi vida. Creo que tuve cerca

de tres mini ataques al corazón entre cada uno.

No pude soportar esperar por un quinto, así que colgué y busqué el

siguiente número en línea en la lista de contactos. El número de móvil de

Mason. Mis dedos temblaban tanto y mi cerebro estaba tan sobrecargado de

miedo, que sabía que tenían que estar golpeando los números incorrectos,

pero seguí dando golpes hasta que una llamada hizo eco en mi oído.

Me limpié un exceso de lágrimas de mis mejillas y escuché el silencio

haciendo eco después del primer tono. Podía contar cada latido de corazón

mientras golpeaba contra mi pecho. Dios, si él estaba con una clienta ahora

mismo, iba a matarlo.

Justo cuando empezó el segundo tono, respondió y juro que su voz nunca

había sonado tan maravillosa.

—Mason, te necesito; no sé qué hacer. —Apresuré las palabras, haciendo

una larga frase sin respiración y sin sentido—. Sarah está teniendo un ataque y

no sé qué hacer. No deja de temblar, y Dawn no responde su teléfono. Estoy tan

asustada. No sé qué hacer.

¿Había mencionado ya que no sabía qué hacer?

Mason no respondió de inmediato. Después de una pausa dolorosamente

larga, dijo—: ¿Reese?

¡Oh, Dios mío! No había tiempo para presentaciones.

—¡Sí! —grité de un modo frustrado, del tipo “ponte ya al día”—. ¿Quién

demonios crees que es? ¿Me escuchaste? Dije que tu hermana está teniendo un

ataque.

—Sí, está bien. Escuché. Creo. Sólo… primero de todo, cálmate.

¿Cálmate? ¿Cálmate? ¿Estaba loco? Este no era momento para calmarse.

—No puedes ayudarla si estás enloqueciendo.

Mierda. Su tono de voz firme y sereno sobrepasó poco a poco el pánico y

de algún modo encontró la única sección racional de mi cerebro. Dejé salir una

respiración tan calmada como pude.

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—¿La sacaste de su silla de ruedas? —preguntó—. ¿Está tumbada?

Asentí. —Sí. Estamos en el suelo del pasillo. Le daba un baño cuando…

—Bien —cortó, obviamente sin necesitar detalles—. Mantenla allí y

simplemente quédate con ella. Habla con ella. Déjale saber que no está sola.

Estaré en casa en un minuto.

—¿Llamo a una ambulancia?

—¿Se está poniendo azul o cambiando a cualquier color?

—No.

—Entonces todavía no. Esto es bastante típico, pero sabré más cuando

llegue.

—Está bien. Está bien. —Apreté el teléfono con gratitud—. Date prisa.

—Lo haré.

Colgó antes de que pudiera darle las gracias. Y de verdad, realmente,

quería darle las gracias por estar allí y responder mi llamada.

Pero… más tarde.

Lanzando mi teléfono a un lado, me arrastré hasta Sarah y sostuve su

mano, acariciando el dorso de sus nudillos, por donde su muñeca curvada y

retorcida parecía envolverse alrededor de mis dedos, pidiendo ayuda.

—Está bien, cariño —la arrullé—. Está bien. Reese está aquí. Y Mason

está viniendo. —Sorbiendo por la nariz, ni siquiera hice una mueca cuando

golpeé la zona tierna de alrededor del anillo de mi nariz cuando me pasé el

dorso de la mano para limpiarme el rostro.

Por alguna razón, recordé algo que oí una vez acerca de las personas

epilépticas y de cómo tienes que asegurarte que no se traguen la lengua

durante su ataque. Traté de mirar dentro de la boca de Sarah, pero su

mandíbula se hallaba afianzada con fuerza. No parecía estar ahogándose, así

que recé para que no se hubiera tragado nada que no se supusiera que tenía

que ser tragado. Un rastro de baba se filtraba por la esquina de sus labios

apretados. La limpié, suponiendo que a ninguna chica le gustaría ser atrapada

babeando, especialmente si los paramédicos que podrían necesitar venir a

salvarla eran sexys como el infierno.

Luego, una respiración más tarde, se quedó inmóvil y catatónica.

—¿Sarah?

No respondió. Sus ojos seguían abiertos pero miraban fijamente sin ver.

Mi miedo se elevó todo un nuevo nivel. Le busqué el pulso y cuando lo

encontré, empecé a llorar incluso más fuerte. El alivio era más de lo que podía

manejar.

—Oh, Dios. Oh, Dios. Oh, Dios. Por favor, tienes que estar bien, amiguita.

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No sabía si la inconsciencia era común después de un ataque, pero no

quería llamar a Mason otra vez; le quería concentrado en la carretera, así podía

conducir tan rápido como fuera posible para llegar aquí.

Ya que Sarah ya no daba bandazos, corrí al baño y recogí su pijama. Si

fuera yo, no querría que todo el mundo me viera en mi traje de nacimiento

mientras estaba fuera de combate.

Con ella húmeda e inconsciente, me llevó tres veces más de lo normal

vestirla. Mis torpes dedos, que no dejaban de temblar, no ayudaron. Y era

imposible ver claramente a través de todas las lágrimas que seguían cayendo y

difuminaban mi visión.

Acababa de tirar de su camiseta por encima de su cabeza cuando se

abrió la puerta principal.

—¿Reese?

Me limpié la nariz con una mano temblorosa y sorbí por la nariz. —

Estamos aquí.

Mason apareció en el pasillo.

—Acabo de ponerle su pijama —expliqué sin necesidad, mientras

estiraba la camiseta de Sarah sobre su torso—. Se desmayó. No sabía si eso era

normal.

Se arrodilló a nuestro lado y presionó dos dedos en su garganta.

—A veces. ¿Cuánto tiempo ha estado así?

—Umm. —Negué con la cabeza—. Unos pocos minutos. Tres. Cuatro. —

Le miré. Llevaba el uniforme de valet del Club de Campo—. Llegaste rápido.

Su mirada se alzó.

—Sonabas bastante afectada.

Todavía estaba bastante afectada. —¿Cuánto… cuánto tiempo estará así?

—No mucho más. Así que tienes que mantener la calma, ¿está bien? Si te

ve molesta, también va a molestarse. No necesitamos nada que provoque otro

episodio. —Su mirada era firme pero determinada—. ¿Crees que puedes hacer

eso?

No, en absoluto. Quería seguir llorando a moco tendido, curvarme en una

bola en posición fetal y llamar a mi mamá mientras bebía chocolate caliente y

acariciaba mi mantita de la infancia.

En cambió asentí y dejé de retorcerme las manos para limpiar toda la

humedad de mis mejillas. Si ayudaba a mi amiguita, haría lo que tuviera que

hacer.

Los ojos de Mason se suavizaron. Con voz baja y tranquilizadora, dijo—:

Bueno. Probablemente necesitará una bebida cuando se despierte.

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—Está bien. —Empecé a levantarme—. Le conseguiré algo de agua.

Pero agarró mi muñeca, delicadamente. Cuando me detuve para mirarle,

me sorprendí por la preocupación en su mirada —como si estuviera

preocupado por mí.

—Yo la traeré. —Después de instarme a sentarme de nuevo para volver

al lado de Sarah, se puso de pie y bajó a pasos largos hacia el vestíbulo.

Las pestañas de Sarah aletearon justo cuando él regresaba.

—Hola —murmuró Mason mientras se reunía con nosotras en el suelo—.

Bienvenida de vuelta, pequeña. Has tenido un pequeño desmayo, pero ahora

estás bien.

La ayudó a incorporarse y apoyó la espalda contra su pecho mientras

sostenía un vaso de agua ante su boca y lo inclinaba sólo lo suficiente para que

le diera un trago.

Relamiéndose los labios hidratados, Sarah miró a su alrededor, aturdida.

Cuando me vio, extendió la mano.

Tomó todo lo que tenía para no estallar en lágrimas otra vez. Tomando

sus dedos, me acerqué hasta que mi rodilla golpeó la de Mason.

—Supongo que mis chistes de toc-toc no eran tan divertidos, ¿no?

Sonrió y dijo—: Toc-toc. —En su preciosa voz gutural.

—¿Quién está ahí? —respondí, dándole un apretón a sus dedos.

—Boo —respondió.

Juntos, Mason y yo dijimos—: ¿Boo, quién?

Sarah pensó que esto era hilarante y empezó a desternillarse de risa. Se

encontraba tan ocupada riéndose que ni siquiera pudo terminar el chiste y

preguntarnos por qué llorábamos.

Cada músculo de mi cuerpo se tensó, asustada de que al reírse se

provocara otro ataque.

Pero Mason se rió con ella mientras la levantaba en brazos.

—Vamos a llevarte a la cama, pequeña. Estamos perdiendo algo del

valioso tiempo de la historia de Harry Potter.

—Bueno, no podemos permitir eso. —Los seguí a la habitación de Sarah

y aparté las mantas para que Mason la colocara sobre el colchón. Después de la

primera noche que le entregué el libro, no había leído nada más de la serie con

Sarah porque parecía una violación del tiempo especial de Mason y ella. Pero

esta noche, me senté en el lado opuesto de ella como él, mientras él abría

la Cámara de los Secretos y empezaba el capítulo siete.

Su ataque debió de dejarla agotada, porque se quedó dormida antes de

enterarse de que Draco era el nuevo buscador de Slytherin. Ni siquiera nos

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deseó buenas noches o nos demandó abrazos y besos como hacía

normalmente. Sus pestañas simplemente se cerraron con un aleteo y ya

respiraba pesadamente.

La profunda y arrulladora voz de Mason quedó en silencio cuando la

miró. Luego me miró a mí desde el otro lado de la cama. Mi barbilla tembló. Las

lágrimas llenaron mis ojos. Las ganas de arrojarme en sus brazos y llorar, hizo

que mis miembros se sintieran rígidos y doloridos.

Lentamente, cerró el libro. Después de dejarlo en la mesilla de noche,

besó la frente de Sarah y se deslizó fuera del colchón. Me entretuve un

momento más con ella, asegurándome de que las mantas estuvieran

aseguradas y apretadas antes de presionar mis labios contra su suave y dulce

mejilla.

—Buenas noches, amiguita. Te quiero. Mucho.

Mason me esperaba en el pasillo. —¿Estás bien? —preguntó tan pronto

como cerré la puerta de Sarah detrás de mí y me giré para mirarle.

Resoplé y me limpié los ojos antes de abrazarme a mí misma. —No soy

yo la que acaba de tener un ataque.

Negó con la cabeza.

—No te preocupes por ella. Va a estar bien. —Tomando mi mano,

empezó a guiarme por el pasillo para bajar hasta la cocina—. Vamos. Vamos a

conseguirte una bebida.

Pero me resistí.

—Tengo que limpiar el baño. Creo que todavía hay agua en la bañera y

toallas por todas partes… —Gracias a Dios, ya habíamos labado el jabón del

pelo de Sarah antes de que su ataque empezara.

—Tampoco te preocupes por eso. Limpiaré el baño más tarde. Sólo…

ven y siéntate un segundo. Parece que necesitas descansar tus pies.

Un descanso sonaba tentador, preferiblemente uno en las Bahamas

mientras yo estaba tumbada en una toalla de playa, mirando una increíble

puesta de sol sobre el océano mientras un Mason sin camiseta me servía una

piña colada con una pequeña sombrilla y una brocheta de fruta.

Parpadeé hacia él para darme cuenta de que me había hecho entrar en la

cocina poco iluminada. En vez de un colorido atardecer, vi una pila de platos en

el fregadero. Definitivamente, Mason no estaba sin camiseta —grrr— y el vaso

que me trajo se hallaba lleno de monótona y aburrida agua helada.

Sintiéndome vieja de repente, miré el vaso sin tomarlo. No podría beber

ahora mismo ni aunque un hombre armado enmascarado sostuviera una pistola

contra mi sien y me dijera que tragara o muriera.

Mi mirada buscó a Mason con desesperación. Todavía me sentía

aterrorizada por el bienestar de Sarah.

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—¿Estás seguro de que va a estar bien?

Me miró antes de negar con la cabeza. Luego sus labios se inclinaron en

una suave sonrisa y la piel de alrededor de sus ojos se arrugó con diversión.

—Sabes, tus ojos se ven muy grandes y azules cuando has estado

llorando.

Mi boca se abrió de par en par.

—¿Cómo puedes pensar en ojos en un momento como este? Tu hermana

acaba…

—Shh. —Después de dejar el vaso de agua en la mesa, Mason tomó mi

mano y me jaló para ponerme de pie—. Ven aquí.

Me arrastró hacia él y me enterré en su pecho, agarrando su camiseta

con fuerza mientras cerraba mis manos en puños. Enterrando la cara en su

hombro y buscando consuelo, le abracé como si fuera cuestión de vida o

muerte. Mis ojos se aguaron un poco más cuando mi dolorida nariz se golpeó

contra su clavícula, pero no me importó. Esto era el cielo. Él me frotó la espalda

y presionó su mejilla contra mi sien, dándome exactamente lo que necesitaba.

—Va a estar bien —me aseguró por segunda vez—. Está bien.

—¿Cómo lo sabes? —Alcé la mirada y vi las manchas azules y amarillas

en sus irises plateados. Eran exquisitos, como el reflejo de la belleza interior

brillando a través de una magnífica vidriera.

Sus labios se torcieron.

—Bueno. Tengo una teoría. Si amas a alguien lo suficiente, puedes

hacerlo invencible. Si tus sentimientos por ellos son muy fuertes, funcionan

como un escudo mágico, protegiéndolos de todo daño y dolor.

Sorbí por la nariz.

—¿Como el escudo protector que la madre de Harry usó para salvar su

vida de Voldemort? Su amor le protegió.

Mason se rió y besó mi nariz.

—Sí. Exactamente así.

—Me gusta esa teoría. —Bajé la cabeza para descansar mi mejilla contra

su hombro—. Desearía que fuera verdad.

Labios acariciaron mi sien mientras Mason dejaba escapar un suspiro

estremecedor.

—Sí. Yo también. —Su voz era ronca por la emoción mientras sus brazos

de estrechaban alrededor de mí, formando una concha protectora como si

quisiera protegerme del daño y el dolor.

Cerré los ojos, absorbiendo el reconfortante calor que emanaba de él.

Nos quedamos de pie en la cocina de su madre, abrazados por siempre. Me fui

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sintiendo soñolienta y lánguida. Me sentía tan drenada que podría incluso

haberme dormido.

—Muchas gracias por venir a casa —dije arrastrando las palabras contra

su pecho, incluso más sedada por su olor embriagador. Emitía algún tipo de

almizcle limpio que me hizo respirar más profundamente, cayendo aún más en

un estado tranquilizador.

—¿Por qué no lo haría? —Acarició mi pelo, justo como solía hacer mi

madre para ponerme a dormir después de que había tenido una pesadilla

cuando era pequeña.

Dios, trataba de dejarme inconsciente, ¿no?

Oh, bueno. Eso estaba bien. Le dejaría totalmente.

—No lo sé —murmuré—. Me… me preocupaba que estuvieras ocupado.

Con una mujer.

Como si hubiera lanzado un cubo de agua helada sobre nosotros, mi

pregunta rompió el hechizo.

Mason se tensó y dejó caer su mano de mi pelo.

—No. —Su voz se volvió dura. Abrupta—. No salgo de trabajar del club

hasta después de las once. Seguía allí.

—Oh. —Alcé mi rostro, pero sus ojos me evitaron—. Bueno, gracias de

cualquier manera. No sé qué habría hecho si no me hubieras tranquilizado.

Dio un paso atrás. Y cada lugar que había estado presionando contra mí

—calentándome— se volvió frío y despojado por su repentina ausencia.

—Lo manejaste bien —dijo, aunque incluso sonaba frío—. Encontraste un

lugar seguro para ella y conseguiste ayuda. No hay mucho más que hacer

cuando está teniendo un episodio.

Estudié el lateral de su rostro. Ni siquiera podía mirarme desde que

saqué el tema de su trabajo.

Enferma y cansada de ser evitada de esta manera durante los pasados

trece días, casi los más miserables de mi vida, dije—: Te he echado de menos.

Sé lo patética que sonaba. Cualquier mujer que admitiera eso ante un

hombre que había estado evitándola, también podría arrancarse el corazón del

pecho y dárselo, suplicando: “Toma, por favor, pisotea esto y desgárralo en

trocitos diminutos por mí, ¿lo harás? Gracias”.

Pero no pude evitarlo. Las palabras simplemente salieron. Le había

echado de menos. Demasiado. No era saludable extrañar a alguien del modo

en que yo le extrañaba.

Me lanzó una rápida mirada, frunciendo las cejas como si mi cometario le

confundiera.

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—No he ido a ninguna parte. —Pero no me engañaba. Vi la culpabilidad

y la tristeza en sus ojos tormentosos antes de que se diera la vuelta.

—Sabes lo que quiero decir —murmuré, cruzando los brazos sobre mi

pecho porque me sentía demasiado expuesta—. Pensé que éramos amigos.

Se dio la vuelta.

—Lo somos. —Esta vez su confusión era genuina.

—¿Oh, de verdad? —Incliné la cadera y alcé una ceja—. Bueno, los

amigos no se evitan. Tú has estado evitándome. A propósito. Todavía me siento

exactamente en la misma mesa cada día para la comida. Y seguimos recibiendo

tareas de cálculo.

—Lo sé —interrumpió con un torturado gesto de dolor mientras dejaba

escapar un suspiro—. Lo sé. Yo simplemente… —Cerrando los ojos, inclinó la

cabeza y se apretó el puente de la nariz antes de alzar la mirada otra vez—. Nos

acercamos un poco demasiado esa noche. Todavía quiero ser tu amigo,

Reese. Seré tu amigo. Sólo… necesito algo de tiempo y espacio para controlar

mis… mis instintos de chico cachondo.

¿Él pensaba que nos habíamos acercado demasiado?

Mi curiosidad me mataba por saber exactamente de qué manera

pensaba que nos habíamos acercado. El comentario sobre los instintos de chico

cachondo —el cual me encantó, por cierto; iba a tener que robar esa frase

pronto— me hizo pensar que tal vez sólo pensaba en sexo. Pero la profundidad

de los sentimientos en su mirada me dijo que era más que eso. Hablaba de algo

mucho más profundo que una pequeña interacción física.

Me pregunta si el chico acababa de confesar que se había enamorado de

mí.

Mi corazón dio un vuelco de felicidad, casi atravesando mi caja torácica.

Necesitando burlarme de él, sólo un poco, di un paso hacia delante,

acercándome tanto a él que estoy segura de que podía sentir mi respiración en

su cara.

Se tambaleó hacia atrás hasta que su espalda chocó contra la pared. Y

cuando seguí acercándome, exhaló, todo su cuerpo en tensión. Finalmente me

detuve con sólo un centímetro de espacio entre nosotros. Ese familiar

centímetro siempre nos mantenía separados.

—Jesús —jadeó.

—Así que pensaste que nos acercamos demasiado, ¿eh?

Su mirada se posó en mi boca, y parecía completamente incapaz de

apartar la mirada. Con un asentimiento distraído, murmuró—: Sí.

—Ya veo. —Me obligué a mirar su barbilla, ya que parecía la cosa menos

probable para excitarme, incluso a pesar de que el hoyuelo que tenía era

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totalmente excitante—. ¿Y todavía no has tenido tiempo o espacio suficiente

para controlar esos molestos impulsos?

Tragó saliva. Me encontraba tan cerca que podía oír cómo el movimiento

bajaba por su garganta.

—No… lo suficiente... todavía. —Maldición, sonaba sexy cuando estaba

sin aliento.

Hice un sonido de comprensión.

—Caramba, siento escuchar eso. —Incluso aunque no lo sentía en

absoluto. Me encantaba saber que le excitaba. Di unos golpecitos en su

hoyuelo de forma juguetona—. Asegúrate de hacérmelo saber cuándo se hayan

ido. ¿Está bien? Estoy lista para recuperar a mi amigo.

Extendió la mano y agarró el borde de la mesa de la cocina como si

necesitara aferrarse a algo para no alcanzarme. Sacudiendo la cabeza, dejó

escapar un suspiro.

—Eres tan mala. Si no me gustaras tanto, te tomaría ahora mismo.

Dulce Bebé Jesús. Hablando acerca de convertir mis bragas en puré.

La euforia que surgió a través de mis venas era irreal. La primera vez que

vi a Mason Lowe, él había sido como esta mítica y totalmente inaccesible bestia

que probablemente ni siquiera era digna de mirar. Estar parada tan cerca de

él, de en realidad encenderlo, era tan irreal y asombroso que quería bailar,

gritar y reír con alegría.

—¿De verdad? —dije—. ¿Cómo?

El calor brilló en su expresión. —Probablemente duro y rápido contra

esta pared.

—Mmm. —Me mordí el labio, tratando de no reaccionar. Pero miré la

pared detrás de él, imaginándolo, vívidamente—. Eso suena…divertido. —Y

guau, de verdad lo parecía.

Pero él era mi amigo, y probablemente lo había torturado lo suficiente

por una noche. Me las arreglé para sonreírle amistosamente.

—Supongo que ya que somos amigos y no vas a tomarme, te daré ese

tiempo y espacio que necesitas.

Retrocedí un paso, y entonces unos más, retirándome hasta que el aire en

sus pulmones sisearon mientras dejaba caer sus hombros.

Sacudiendo la cabeza, murmuró—: Mala, mala, mala.

Mientras apoyaba su culo contra un lado de la encimera, viéndose

agotado, me encogí de hombros.

—¿De verdad me habrías dado un regalo justo ahora?

Levantó la vista, sus ojos revoloteando. —Sólo di la palabra.

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Maldito calor.

Mi sonrisa se amplió, amando el poder que empuñé. El hecho de que

podía hacer que el tenaz Mason Lowe rompiera una de sus sagradas reglas y le

diera a una chica un regalo. —Genial —admití. Alzando mi bolso de la mesa,

recordé que había dejado mi teléfono en el piso del vestíbulo—. Mi teléfono —

le dije antes de desaparecer por un segundo. Cuando regresé con él, se había

escabullido de la mesa y estaba sentado en una silla con los codos apoyados en

la superficie de la mesa y su rostro acunado en sus manos temblorosas.

Guardando mi teléfono, dije—: Supongo que te veré por ahí.

Cuando me colgué la correa de mi bolso sobre mi hombro, levantó su

mirada cansada. —¿En serio vas a salir de aquí después que te confesé mi alma,

tan fresca como un pepino, sin hacer lo mismo en absoluto?

—¿Qué? —Le envié una mirada en blanco. Entonces rodé los ojos y estiré

la mano para ondear su asombroso cabello—. Mason Lowe, si no sabes a estas

alturas lo atraída que estoy hacia ti, estás malditamente ciego.

Me miró fijamente un momento antes de murmurar—: Ahí está. ¿Era tan

difícil de admitir?

Le saqué la lengua y comencé a ir hacia la puerta. —Buenas noches,

Sexy.

—Buenas noches, Reese. —Escuché su respuesta mucho más suave

mientras me deslizaba dentro de la noche cálida.

Me quedé parada con mi espalda contra la puerta cerrada y mi mano

presionada contra mi corazón por un minuto completo. Mierda, había tomado

toda la fuerza de voluntad que poseía actuar indiferente e irme con mi cabeza

en alto. Todavía deseaba regresar adentro y conseguir ese regalo “duro y

rápido contra la pared”. Me encantaría tomar cualquier cosa que pudiera

conseguir de Mason, así podría pasar más tiempo con él.

Temblando hasta la médula, finalmente me tambaleé hasta mi auto.

Normalmente, estaba más alerta cuando me encontraba sola afuera en la noche.

Pero me sentía tan preocupada por Sarah y todavía completamente alucinada

por la admisión de Mason, que no vi a la mujer hasta que habló.

—¿Noche agradable, no es cierto?

Grité y dejé caer mi bolso.

Una mujer de mediana edad dio un paso desde las sombras del patio del

vecino y caminó a zancadas hacia mí, mientras los tacones de sus zapatos

resonaban contra la calle.

—Lo siento por eso, querida. No quería sorprenderte.

—Está bien. —Me agaché y me moví rápidamente por mi bolsa,

esperando que no se hubieran salido ninguna de las cosas, porque no había

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manera de encontrarlas en la oscuridad—. Es que usted… —solté una risa

nerviosa—… me dio un susto de muerte. No pasa nada.

También se rió, pero su risa era ronca y divertida, no en lo más mínimo

como la mía.

Levantó un cigarrillo a sus labios, el resplandor rojo de la colilla

brillando mientras inhalaba.

—Pareces un poco preocupada.

—Oh. —Maldije para mí misma. Si no ponía atención a que lo que me

rodeaba, podría caer en un montón de problemas. Necesitaba ser más

cuidadosa. Si Jeremy alguna vez me encontraba…

Bueno, no quería pensar en ese escenario.

—Sí —le dije a la mujer—. Así es. —O ella podría notar que preocupada

era un gran eufemismo. Lo que sea—. Ha sido una… noche salvaje.

—Mmm. —Tomó otra inhalación. No podía ver mucho de su aspecto a

través de la oscuridad, pero podía sentirla observándome como si tuviera una

visión nocturna y pudiera diseccionar cada detalle.

Así es exactamente como se sentía, de cualquier manera: una disección.

—¿Eres una amiga de Mason? —preguntó finalmente.

—¿Qué? —Nerviosa por su pregunta, sacudí la cabeza—. No. Es decir…

—Me sonrojé y sacudí la mano, sin estar segura de qué responder—. Supongo.

—Ya no sabía dónde estábamos—. Soy la niñera de Sarah —expliqué.

—Ah. —Su voz conocedora dijo la respuesta de todo—. La sustituta de

Ashley.

Ya que recordaba a Dawn hablar de Ashley como la niñera anterior de

las tardes de Sarah, asentí.

—Correcto. ¿Es usted la vecina de la señora Arnosta?

Cambiando mi peso de un pié a otro, me las arreglé para sonreírle

forzadamente, aunque estaba segura de que no podía verme en la oscuridad.

No quería quedarme parada aquí afuera toda la noche, hablando con ella, pero

ella no tenía prisa en dejarme ir.

—Soy Patricia Garrison —dijo—. La casera de Dawn y Mason.

—Oh. —Me irritó la manera en que totalmente dejó fuera de la ecuación

a Sarah. Quiero decir, en serio. ¿Por qué mencionar a Mason y olvidar a su

hermana?

¿Muy grosera?

—¿Eres una estudiante? —preguntó la señora Garrison, averiguando un

poco muy profundo para mi gusto. Asentí, sin querer molestar a la mujer que

era dueña de la casa de Dawn, Sarah y Mason.

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—Sí. Asisto a Waterford.

—Con Mason —agregó.

Vaya, ciertamente le gustaba traerlo a colación. Eso era un poco…

escalofriante.

—Umm… supongo —evadí—. Sin embargo, no tenemos ninguna clase

juntos.

—Ya veo.

No tenía idea de lo que vio. Toda la conversación iba mucho más allá del

alcance de mi entendimiento, así que me acerqué más al lado de la puerta del

conductor y encontré las llaves de mi auto.

—Bueno, fue un gusto conocerla. —La despedí con la mano y sonreí otra

vez.

—Igualmente, Reese. Ten una linda noche.

No me di cuenta hasta a mitad del camino a casa que me había llamado

Reese y nunca le dije mi nombre.

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Traducido por Vanessa Farrow

Corregido por Karool Shaw

Pasó otra semana. Las cosas entre Mason y yo aún se mantenían algo

distantes. Todavía se negaba a sentarse conmigo en el almuerzo, pero de cierta

forma seguíamos siendo amigos. Después de nuestra conversación en la noche

del ataque de Sara, nuestra relación se transformó en una de amigos que

coquetean.

El martes, lo vi cruzar el patio mientras comía una hamburguesa y papas

fritas —estoy segura que habría robado de ambas si hubiera estado lo

suficientemente cerca— y se iluminó todo dentro de mí. Me enderecé y lo

saludé con la mano. Cuando me devolvió el saludo, le di unas palmaditas al

asiento de al lado y un alentador pulgar arriba. Sonrió, pero negó con la cabeza

y siguió caminando.

Me dejé caer nuevamente en la tierra de la melancolía.

Un segundo después, mi teléfono sonó con un texto.

Todavía necesito un poco de espacio para calmarme.

Gimiendo, escribí en respuesta: Esos impulsos de chico molesto y

cachondo empiezan a enojarme. Ves, te dije que me robaría esa frase.

Bien podrían desaparecer más rápido si dejaras de ser tan... tú.

Eso fue suficiente. Estaba loca por este chico. Podría haberme dicho que

dejara de chuparme los labios, o revolverme el pelo, o usar ropa reveladora o,

simplemente, dejar de ser tan caliente. Pero fue tras mi personalidad. ¿Cómo

se supone que una chica resista eso?

Bastante contenta para no volverme juguetona, puse mi teléfono en modo

vídeo y presioné grabar cuando vi mi propia cara reflejada en la pantalla.

—¿Preferirías que yo sea Eva? —le pregunté al teléfono en voz alta.

Haciendo la mejor imitación que pude de mi prima, la parodié—: Buenos días,

Mason. Hoy te ves bien. ¿Qué dices si nos saltamos las clases y hacemos algo...

divertido? —Entonces jugué con el cuello de la blusa y dejé que la cámara me

vea deshacer un botón antes de que la enfocara en mi cara otra vez y le guiñara

un ojo.

Un minuto después de enviarle que sacara a ese chico malo, respondió

con: Necesito más escote, por favor.

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La parte del “por favor” me hizo tirar la cabeza hacia atrás y dejar

escapar la risa. Escribí: Pervertido. Y casi tan pronto como presioné enviar, un

texto llegó en respuesta.

Mira, tu risa es exactamente lo que me mantiene alejado, mujer. Sólo

quiero besar esos labios y atesorar ese sonido todo para mí.

Mi aliento se atascó en la garganta. De repente, la cantidad que me dijo

que cobraba a sus clientes parecía una miseria. Si hablaba así cuando se

encontraba en las citas, no es de extrañar por qué tenía un negocio tan

lucrativo. Maldita sea.

Mi garganta se sentía un poco constreñida y me era difícil respirar

porque me sentía llena de emoción. Me tomó un momento darme cuenta de que

admitió que me había visto reír.

Levanté el rostro y miré alrededor, sorprendida al saber que se

encontraba cerca.

¿Me estás acosando?

Estoy sentado en el banco junto a la estatua del águila. Pensé que me viste.

Cuando lo miré, levantó la mano. Poniendo los ojos, le escribí un

mensaje nuevo. Mason, eres un tonto, ven a sentarte a mi lado ya.

Desde donde me hallaba sentada, lo vi sacudir la cabeza. Todavía no.

Tengo que ir a clase de todos modos.

Mientras él recogía su bolsa y se ponía de pie, olfateé. Había almorzado

con él las suficientes veces para saber que no tenía clase por otra media hora.

Pero si quería seguir esquivándome...

Antes de que te vayas, sólo una cosa. Sé que me burlé MUCHO de tus

“impulsos”, pero me alegro de que me dijeras acerca de ellos, así te entiendo.

Gracias por eso.

Casi en la entrada del edificio principal se detuvo y sacó su teléfono del

bolsillo. Observé su espalda y la forma en que su cabeza oscura se inclinó para

leer lo que escribí. Cuando terminó, se volvió para mirarme.

Le devolví la mirada, esperando. Sin embargo se giró, alejándose y entró

a la universidad. Un siseo decepcionado de aire escapó de mis pulmones. Dios,

era tan patética, devastada por un jodido gigoló y luego coqueteando con él

despiadadamente.

Quiero decir, ¿cuánto más prohibido podría ser un chico? Podía decirme

a mí misma un millón de veces que sólo quería ser su amiga, pero eso sería una

mentira... un millón de veces.

Treinta segundos después, sonó mi teléfono y me asustó lo feliz que me

hizo.

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¿Ahora estamos poniéndonos serios?

Suspiré y jugueteé distraídamente con el aro en mi nariz, porque todavía

no me acostumbraba a que esté allí, y escribí en respuesta: Aparentemente.

Necesitaba superar a este chico y seguir adelante. Pero luego escribió:

En ese caso, gracias por seguir siendo mi amiga, aunque quiera saltar en tus

huesos.

Diversión y ternura crepitaron dentro de mí. Creo que una parte de mi

personalidad empezaba a contagiársele. Podía ser dulce, encantador, coqueto

y de cierta forma crudo, todo en el mismo aliento.

Un hombre conforme a mi corazón.

El sentimiento es mutuo, ya sabes, me sentí obligada a decirle. Las chicas

también tienen impulsos.

Él no tendría trabajo si ellas no los tuvieran.

Un segundo después, sonó mi teléfono. Probablemente no deberías

haberme dicho eso. Ahora tendré que alejarme por más tiempo.

Con el ceño fruncido, le respondí: Oye, puedo controlar MIS impulsos,

muchas gracias.

Contigo, no estoy tan seguro de que pueda controlar los míos. Se está

haciendo duro resistirse a ti.

No podía evitarlo, tenía que bromear: No digas duro. Acabas de enviar mi

mente directo a la tierra de chica sucia.

Ahora, ¿quién es el pervertido?

Aceptaré ese reconocimiento. ¿Quieres escuchar mi discurso de

agradecimiento?

No hay tiempo. De verdad tengo que irme. Coquetearé contigo más tarde.

Mata mensajes.

Sinceramente debe haber tenido que estar en un lugar, porque nunca

respondió. Nuestra conversación me dejó con una extraña mezcla de estados

de ánimo por el resto del día. Cada vez que me acordaba de algo que escribió,

sonreía y me sentía alegre. Algunas veces, hasta saqué mi teléfono para volver

a leer algunos de sus mensajes. “Sólo quiero besar esos labios y atesorar ese

sonido todo para mí” fue mi absoluto favorito.

Yo también quería atesorarlo todo para mí. No era justo que un grupo de

desconocidas que no lo conocían para nada, llegaran a estar con él de una

forma que yo nunca lo haría. Y... entonces me acordé de nuevo por qué sólo

podíamos coquetear mediante mensajes de textos y mis emociones se

desplomaron. Quería que esté sentado en el banco frente a mí en la mesa del

almuerzo y me robara un poco de mi comida.

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Quería recuperar a Mason.

***

El jueves por la tarde, hacía algo de tarea en el patio mientras esperaba

por mi turno para marcar tarjeta en la biblioteca. La Dra. Janison, quién aún me

reprobaría, me asignó a la clase de Cuentos de Canterbury de Chaucer... en

inglés intermedio.

Sí, lo sé. Inglés intermedio.

Intentaba descifrar el cuento de La mujer de Bath mientras me sentaba a

la luz del sol del mediodía, absorbiendo algunos rayos cálidos de la Florida,

cuando llegué a la línea “A pesar de que se defendió como pudo, le arrebató la

doncellez a viva fuerza.”

¿Eh? Bueno, prácticamente cada línea del poema épico me dejó con una

gran “¿Eh?” Y éste no era diferente. Levantando el diccionario polifacético que

compré la semana pasada, encontré la línea correspondiente.

Cuando me di cuenta de que la línea quería decir algo como: “Él tomó su

virginidad por la fuerza”, retrocedí, sorprendida. ¿Qué diablos nos hacía leer la

Dra. Janison? Un caballero heroico violando a una virgen no era mi idea de

literatura clásica.

Pero captó mi atención con un poco más de firmeza. Me encontraba

ocupada descifrando y leyendo acerca de cómo la reina Guinevere convenció a

su dulce esposo, Arthur, de dejarle el castigo del violador a ella —sí, tú

puedes, chica ; cuelga ese bastardo por las pelotas— cuando una conmoción en

el césped me llamó la atención.

Un grupo de chicos había estado jugando todo el tiempo que estuve

sentada en mi mesa, tratando de saltar de una estatua de bronce a la siguiente.

Pero hasta ahora nadie había tenido éxito haciéndolo desde el toro bufando con

un anillo en la nariz hasta el águila de gran tamaño desplegando sus alas.

Por los aplausos que se elevaron, me imaginé que tenían un nuevo

campeón.

Cuando levanté la vista, Mason, entre todos, se situaba en la cima de la

espalda del águila, con los brazos extendidos casi tan amplios como las alas

abanicándose debajo de él, gritando su triunfo.

Puse los ojos, pero tuve que sonreír. Como si sintiera mi mirada en él, se

volvió en dirección a nuestra mesa y me dio la señal de pulgar hacia arriba. Se

la devolví, felicitándolo y me lanzó un beso antes de que un grupo de chicos lo

tomara por las piernas y empezara a llevarlo por todas partes en una especie

de desfile alocado de la victoria.

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Al parecer, la parte masculina del mundo pensaba que no podía

equivocarse.

Riendo suavemente, comprobé la pantalla de mi celular para ver la hora.

Al darme cuenta de que tenía que ir a trabajar, cerré a Chaucer y guardé mi

tarea.

Después de marcar mi ingreso, hablé un minuto con el bibliotecario jefe

y sus dos ayudantes, que eran el único personal de tiempo completo en la

biblioteca. Luego comencé a leer los números pedidos.

Lo sé, era taaaaaan emocionante, pero hoy quería un poco de paz y

tranquilidad, así que no me importó la tarea aburrida. Me dirigí arriba a una

pequeña sección sobre las oficinas, donde se guardaban sólo libros de

referencia. Nadie nunca, nunca venía aquí, así que sabía que no sería

molestada.

Curiosamente, sin embargo, me encontraba a la mitad del primer estante

cuando oí pasos. Alguien se acomodó en uno de los tres muebles agrupados

por las escaleras y mi curiosidad pudo más que yo. Miré a través de los

estantes de libros, sólo para ver a Mason.

¿Mason?

La presión se construyó detrás de mi caja torácica. La anticipación y la

esperanza. ¿Sabía que estaba aquí? ¿Vino a verme? ¿Significaba esto que

seguíamos siendo amigos —amigos que de verdad hablaban cara a cara?

Luciendo como si no tuviera ni idea de que me hallaba cerca de él, se

estiró en un sofá verde aguacate. Después apoyando la cabeza en el brazo de

uno de los extremos, cruzó los tobillos y los colocó en el otro extremo. Abrió el

ejemplar de La Cámara de los Secretos que le presté y empezó a leer. Volteaba

una página cada minuto o así y parecía haber pasado tres cuartas partes,

haciéndome pensar que leía de verdad.

Había estado escaneando los estantes que se ubicaban de espaldas a él,

pero me dejé llevar por la tentación y me volví para leer los otros estantes

detrás de mí, así que todo lo que tendría que hacer para verlo era medio

girarme un centímetro para echar un vistazo por la cima de la fila de libros.

Entre todas mis lecturas y vistazos, me encontré con un caos total en los

números pedidos. Una estantería entera se encontraba desordenada. Saqué

todos los libros de la cornisa y los apilé en el suelo. Empezaba a volver a

ponerlos en el orden correcto cuando en voz baja y privada escuché—: ¡Hola,

Mason!

Agachada en el suelo, me asomé por una brecha abierta y vi a la Dra.

Janison de pie sobre él.

Mi corazón se hundió en mi estómago. Oh, mierda santa. ¿Había venido

aquí para encontrarse con una clienta?

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Mason se irguió y dejó el libro abierto en su regazo. Parecía sorprendido

de verla. Gracias a Dios. Eso me dio algo de esperanza de que él no hubiera

planeado este pequeño encuentro.

—No deberías hablar conmigo —murmuró, mirando significativamente

hacia las escaleras.

—No te preocupes —respondió la Dra. Janison, del mismo modo en voz

baja—. Nadie viene aquí. No nos sorprenderán juntos. —Acercándose, ella

observó su regazo—. ¿Qué estás leyendo?

Sin esperar respuesta, se aproximó, tomó el borde del libro y lo inclinó

hacia delante lo suficiente para ver la portada.

Una sonrisa divertida iluminó su rostro. —Lo apruebo —murmuró, en un

ronroneo ronco—. Tengo una preferencia por literatura inglesa.

Mason la miró cautelosamente. —No... No puedo programar una reunión

contigo para... hablar de las clases de nuevo —dijo en voz tan baja, que ella

tuvo que esforzarse para oírlo—. Deserté de aquellos cursos, y cambié mi

especialidad por completo.

Por un segundo, no estaba segura de si la Dra. Janison oyó bien, o si

había descifrado su código correctamente. Diablos, probablemente no descifré

su código correctamente.

Pero después de estudiarlo por más de cinco largos segundos, la

profesora esbozó una sonrisa lenta de complicidad. —¿Así que otra vez vas a

incrementar los precios?

Mi boca se abrió. ¿Qué?

A Mason pareció asombrarlo de similar manera. —¿Qué?

La Dra. Janison rió. —Recuerdo que hiciste algo así el año pasado.

Dejaste de hacer citas por unos pocos meses, les dijiste a todos que habías

terminado. Pero resulta que acabaste necesitando más... incentivos. —Se

acercó más—. No te preocupes. Pagaré lo que cobres.

Sólo podía ver un lado de su cara, pero la parte que vi se llenó de rabia

al rojo vivo. ¿O era humillación? —Esto no se trata de dinero. He terminado.

Ella aparentó confusión por un segundo antes de que su rostro se

aclarara. Asintió sabiamente y murmuró—: Ah, ¿así que es por la chica?

Me tapé la boca con las dos manos. ¿Chica? ¿Qué chica? ¿Tenía una

chica?

Oh, Dios mío. ¿Era yo la chica?

Tenía que ser. ¿Quién más podría ser la chica? Era la única chica que

públicamente había asociado con él y la única chica a la que la Dra. Janison

había visto sentada al lado suyo.

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—Eso está bien. Eres joven y curioso. No me importa si juegas a una

relación por un tiempo. Siempre y cuando regreses a donde perteneces cuando

hayas terminado. —Extendió la mano para tocarle el pelo, pero él desvió la

cabeza de sus dedos. Ella dejó caer la mano, pero no se veía disuadida en lo

más mínimo—. Sólo hazme saber cuándo hayas terminado con ella. Y

entonces... pagaré la tarifa que pidas. —Le guiñó un ojo—. Sé que eres bueno

en ello.

Sacó una tarjeta de visita de su bolsillo y lentamente se inclinó para

ponerla en la columna vertebral de las páginas abiertas como si fuera un

marcador.

Qué asco. Ahora iba a tener que rociar cada página con un desinfectante

para borrar sus piojos de puta después de que Mason me lo devolviera.

¿Cómo se atrevió a poner su tarjeta de visita en mi libro? Me puso

caliente, enojada, triste, afligida y un poco enferma de celos y repulsión.

Incluso aumentó mi enojo con Mason por llevar ese tipo de vida, donde

sucedían situaciones como ésta.

La profesora le tiró un beso y luego se volvió y salió.

Tan pronto como se fue, Mason lanzó una mirada culpable en mi

dirección.

El aliento se atascó en mi garganta. Oh, Dios. No podía respirar. Él sabía

que me encontraba aquí, lo que significaba que sólo yo podría ser la chica.

Había venido hasta aquí para estar cerca de mí. Le había dicho a una de

sus clientes que terminó con las citas. Había una chica involucrada. En mi

cabeza, se repetía una y una y otra vez: Santa mierda, ya no es un gigoló.

Una calidez atolondrada pasó a través de mí, pero luego mentalmente me

abofeteé la cara.

¿Qué diablos me pasaba? Acababa de ver a otra mujer solicitándolo para

sexo —que planeaba pagar cualquier precio— ¿Y me mareé de pensar que

podría querer comenzar una relación conmigo?

Debo haber perdido mi maldita cordura.

No creo que me viera observándolo. Seguía arrodillada en el suelo por el

estante de abajo, pero aparté mi cara de la brecha sólo para estar segura.

Cuando tuve que —sí, tuve que— mirar de nuevo, quitaba la tarjeta de

visita de la Dra. Janison de mi libro con la punta de los dedos pulgar e índice.

Manejándola con cuidado como si estuviera contaminada, la tiró en un cubo de

basura cercano.

Una enorme sonrisa se extendió ampliamente en mis labios.

A quién le importaba lo que la plaga enferma me había infectado por

querer estar con un gigoló —o, posiblemente, un ex gigoló. Acababa de

rechazar una clienta.

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¡Por mí!

Bueno, quizás por mí. Pero la parte del “quizás” hizo toda la diferencia.

Me sentía muy emocionada. Eufórica.

Volviendo a trabajar con un mucho mejor estado de ánimo, repasé los

libros desacomodados y los organicé con bastante más dinamismo. No lograba

dejar de sonreír. Podría incluso haber comenzado a tararear una melodía

alegre para mis adentros.

Me sentí jovial hasta que oí otra voz femenina decir el nombre de Mason.

Jesús Herbert Cristo, eran como las cucarachas saliendo de su encierro para

rodearlo.

Pero esta voz era demasiado familiar.

—Bueno, mira quién está pasando el rato en una biblioteca, en realidad

leyendo. ¿O es simplemente una fachada para conocer a alguna zorra caliente?

Levanté la mirada y miré a través de la brecha en los libros, a tiempo

para ver a Eva quitando mi libro de las manos de Mason. Suspiré, sé que el

sacrilegio de poner a Harry Potter en el suelo era simplemente obsceno.

Entonces, mi querida dulce prima fue y tomó su lugar, dejándose caer en su

regazo. Envolviendo los brazos alrededor de su cuello, añadió—: Acabo de ver

a la Dra. Janison aquí. ¿No es ella una de tus habituales?

Mi boca cayó abierta. ¿Qué demonios hacía?

—Eva, bájate de mí. —Agarrando sus muñecas que, aparentemente,

había súper pegado a su alrededor, él luchó por desenredar sus brazos.

Todavía subida en su regazo, ella simplemente sonrió. —Por lo tanto, ¿lo

hicieron aquí, o sólo programaban su próxima cita...? Personalmente, creo sería

caliente hacerlo en algún lugar público. Como una biblioteca. Salvo que

tendríamos que ser demasiado silenciosos.

Renunciando a tratar de desenredar los brazos de su cuello —porque no

tenía ninguna suerte en absoluto— Mason levantó las manos en señal de

rendición. —En serio, tienes que salir de encima de mí. Ahora.

—En serio —repitió ella, su sonrisa burlándose al quitar un brazo de

alrededor de él, únicamente para pasar su dedo nuevamente libre en el centro

de su pecho—, tienes que relajarte.

Sentí frío por todas partes, y por primera vez en mi vida, deseaba hacerle

un daño intenso en el cuerpo a mi prima, como quebrar ese dedo que seguía

usando para tocarlo.

—Entonces, ahora no estoy borracha —dijo con una sonrisa—. Ya no

tienes que ser un caballero. ¿Aún quieres rechazarme?

—Sí. —Soltó un bufido—. No me voy a acostar contigo, Mercer. Nunca.

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Su expresión juguetona se oscureció. Con ojos destellando indignación,

ella siseó—: ¿Por qué? ¿Porque no soy una de tus profesoras? ¿Por qué no te

puedo dar una A automática por cada orgasmo bien recibido?

Oh, sí, dijo eso completamente.

—En realidad, hay varias razones. Y ninguna de ellas tiene que ver con

eso. Primero, tienes novio, y es uno de mis buenos amigos. Por no mencionar

que, no quiero tener sexo contigo, además tu prima es…

Eva lo interrumpió antes de que pudiera oír lo que iba a decir sobre mí.

—No te atrevas a mencionar a Reese. Ha pasado por mucho y no necesita que

otro idiota perdedor la lastime. Por lo tanto mantente alejado. ¿Entiendes?

Mason parpadeó, pareciendo asustado. Entonces su rostro se

ensombreció por la furia. —¿Quién le ha hecho daño? ¿Cómo?

Eva no respondió. En cambio, sonrió. —Ella no es para jugar. Si quieres

jugar, tendrás que conformarte conmigo.

Puso los ojos. —Voy a pasar.

—Oh, estoy segura de que podría hacerte cambiar de opinión.

Alcanzó entre sus piernas, y él reaccionó al instante, poniéndose de pie y

arrojándola de su regazo al suelo en un oleaje furioso. —No vuelvas a tocarme.

No estaba segura de si quería defender a Mason o salvar a mi prima,

porque él parecía bastante molesto para lastimarla. Pero volé de mi escondite.

—¡Eva! —grité/susurré—. ¿Qué demonios estás haciendo? Eso es un

asalto sexual.

En vez de disculparse con absoluta vergüenza, se volvió indignada.

Levantándose del suelo en una rabieta, me frunció el ceño. —Lo que sea. Es un

prostituto, ReeRee. Él no es nada.

El pecho de Mason se hinchó al contener el aliento. Sus ojos lucían

vidriosos por la emoción, pero creo que había más dolor que ira en sus

profundidades.

—¡Es un ser humano! —espeté—. Tiene los mismos derechos que tú o yo

de no ser acosado cada vez que se da la vuelta. Y cómo te atreves a hacerle esto

a Alec. ¿En serio ibas a engañarlo?

Mi prima se limpió el polvo de su trasero con un resoplido. —Estás ciega

si no puedes ver que acabo de hacer esto por ti.

—¿Por mí? —Mi boca se abrió—. Entonces creo que estoy totalmente

ciega. ¿Cómo hiciste esto por mí?

—No es bueno para ti. Trataba de mantenerlo lejos de ti.

Suspiré. —Lo creas o no, E., no tienes que molestarte. Mason y yo somos

sólo amigos.

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Soltó un bufido. —Sí, claro. Sigue diciéndote eso, cariño. Tal vez algún

día nuestra abuela muerta, Dixon, lo creerá. —Dirigiéndole a Mason una mirada

abrasadora, dijo entre dientes—: Tú sabes mejor que yo que babeas por ella.

—Luego se marchó.

Ni él ni yo nos movimos hasta que desapareció. Por último, se volvió

hacia mí, la preocupación cubriendo sus ojos. —Lo siento.

Negué con la cabeza, haciendo una mueca. —¿Por qué? —Era yo la que

tenía que disculparme por mi pariente imbécil.

Levantó las manos, con una expresión de incredulidad. —Porque acabo

de tirar a tu prima al piso.

Si hubiera sido él, la habría pateado mientras se encontraba allí. —No

tienes que disculparte por eso. Me sorprende que no la quitaras de tu regazo

antes.

Todavía parecía como si quisiera seguir pidiendo perdón.

No pude evitarlo, me sentí mal por él. Acercándome, lo abracé con

fuerza. —Nunca tuve la intención de traer la ira de Eva sobre ti.

Se sacudió en mis brazos por la sorpresa. —No lo hiciste. Lo hice yo solo.

Retrocedí, horrorizada. —Sólo porque tuviste una noción equivocada

cuando tenías dieciocho años, pensando que tenías que hacer algo drástico e

innecesario para salvar a tu familia, no significa que te mereces ser tratado con

tal degradación constante por cada mujer que se cruce en tu camino.

Me golpeó lo mucho que incluso lo deshumanicé las primeras veces que

lo vi, volviéndome poética sobre sus miradas sorprendentes. No me había

preocupado en nada por su personalidad. Por él.

Quería pedirle perdón por no ser mejor que mi prima o mi profesora.

Pero la forma intensa con la que me miraba me dio una breve pausa.

Levantó la mano derecha y quitó un puñado de pelo de mi cara. —No

eres como cualquier persona que haya conocido. ¿De dónde vienes, Reese

Randall?

No merecía esa expresión de asombro que me daba. Quería decirle que

en realidad no era Reese Randall. Quería decirle todo. Pero este momento se

trataba de él, así que me apegué a la verdad que podía darle. —Ellamore, de

Illinois.

Su sonrisa era divertida y llena de adoración. Mi pecho se llenó con un

eco de esa similar emoción una fracción de segundo antes de empujarme en

sus brazos y abrazarme otra vez.

Metiendo la nariz en mi pelo, halló la cicatriz en mi nuca. Después de

presionar los labios contra la piel arrugada, susurró—: Gracias por ser mi

amiga. Pero Mercer tenía razón. Sé muy bien que estoy loco por ti. Nunca

deberías tener que lidiar con toda mi mierda.

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Un segundo más tarde, inhaló y se alejó antes de agacharse para recoger

el libro de Harry Potter. Una vez que reunió sus cosas, me miró—: Te veré por

ahí. —Lo que en lenguaje de Mason quería decir que iba a evitarme de nuevo.

Me quedé en ese mismo lugar por demasiado tiempo, luego de que

desapareció por las escaleras. Muchas cosas me dejaron nerviosa. El

comportamiento de Eva, lo que le dijo a él, la admisión de Mason a la Dra.

Janison de que no iba a aceptar a ningún cliente, y toda esa charla de la chica.

La situación me había superado. Pero no me importaba.

Estaba mal.

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Traducido por aa.tesares

Corregido por SammyD

Ese fin de semana comenzó agradablemente aburrido. Rechacé una

invitación de Eva para ir de club en club con ella y su tripulación, y no sólo

porque su escenita en la biblioteca aún me tuviera enojada, sino porque no

tenía ganas de salir de mi nido. Quería un poco de soledad pacífica.

Después de que E. me dijera que era una aguafiestas y me colgara, me

encogí de hombros, me acurruqué en mi sofá con algunas tareas y palomitas de

maíz, y comencé un maratón de mis películas favoritas.

Cuando sonó mi celular un poco antes de las once, empezaba a tener

sueño. Me imaginé que era Eva de nuevo, llamándome borracha, pidiéndome

que vistiera mi culo, fuera y me uniera a ella. Así que fui perezosa para alcanzar

el auricular.

Sin embargo, al ver Casa en el identificador de llamadas, de repente

quería gritar. Casi ataqué el teléfono, desesperada por oír la voz de mi mamá.

Lo sé. De hecho, extrañaba a mis padres. Y a mi molesta hermana mayor. A

nuestro gato, Doodles. Oh, y mi habitación.

Los extrañaba mucho, muchísimo.

Me sentía mucho más que nostálgica.

—Hola, mamá —contesté con frialdad, tratando de no sonar muy ansiosa

de escuchar su voz—. No te preocupes. Estoy bien. La escuela está bien. Y no,

Eva todavía no me ha llevado al lado oscuro. —Toqué mi aro en la nariz,

decidiendo no mencionarlo todavía. Tendría que medir su estado de ánimo en

primer lugar.

—Cariño. —La voz de mi madre me llegó al oído, y era como si estuviera

sentada en la mesa de la cocina de nuevo, bebiendo chocolate caliente con un

montón de malvaviscos mientras jugábamos a las cartas y hablábamos de

nuestro día—. No quiero alarmarte, pero...

El pelo en mi nuca se erizó de inmediato.

Pero, no, no, no. No estaba alarmada.

Estaba totalmente asustada.

—¿Qué? —exigí.

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Suspiró. No debe haber habido alguna manera para que ella amortiguara

el golpe, porque fue directa y dijo—: El padre de Jeremy encontró una manera

de conseguir que se abandonara el caso. No irá a juicio.

—Oh, Dios mío. —Mi visión vaciló. Si ya no hubiera estado acampada en

el sofá, me habría derrumbado al suelo—. Oh, Dios mío. —¿Significaba esto

que me iba a quedar atrapada como Reese Randall para el resto de mi vida,

siempre vigilando por encima del hombro, sin sentirme nunca segura o

establecida, siempre perseguida por un loco maníaco sediento de sangre?—.

¿Cuándo?

—El jueves, pero escucha... Esta no es una razón para preocuparse. No

quiero que...

—¿Jueves? —casi grité—. ¿Jueves? Pero... —Oh, Dios mío. ¿Por qué no

había llamado para decirme esto el jueves?—. Pero él fue acusado de intento

de asesinato. ¿Cómo pueden simplemente dejar ese tipo de caso?

—Cariño, su padre es un abogado muy bueno, y...

—Oh, Dios —gemí, sintiéndome mareada. Tenía que buscarme un chico

rico, malcriado e hijo de un abogado para tenerlo como un ex novio acosador

psicópata, ¿no es así?

Súper. Definitivamente sabía cómo elegirlos.

—... irrumpieron esta noche, pero...

—Espera, ¿qué? Lo siento, mamá. Me distraje. ¿Dónde irrumpieron esta

noche?

—En nuestra casa, pero...

Me erguí sobre mis pies. —¡QUÉ!

—Ahora, esto no significa necesariamente que fuera él.

—Por supuesto que era él. ¡Madre! —Despierta, mujer—. ¿Quién más

podría ser?

—Está bien, está bien. —La voz de mamá era un poco demasiado

tranquila y aplacada para mi gusto—. Tienes razón. Hay una buena posibilidad

de que fuera él. Sin embargo, no se llevaron nada. Sólo un par de papeles en la

oficina estaban… revueltos.

—Me está buscando —dije en voz baja, mirando alrededor de la

habitación como si lo pudiera encontrar al acecho en una de las esquinas. Se

encontraba libre y limpio de todas las acusaciones legales, por lo que ahora me

buscaba. Por venganza.

—No va a encontrarte —me aseguró—. No tenemos nada en la casa que

conecte a Reese Randall contigo. La única forma en que posiblemente podría

encontrarte ahora es por tu número de seguro social, y juro que tenemos todos

los documentos con la información encerrados en una caja de depósito de

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seguridad en el banco. Sólo para estar seguros, sin embargo, papá mañana te

va a cambiar tu número de celular. Vamos a llamar y hacerles saber a Shaw y

Mads cuál es el nuevo número. ¿De acuerdo?

Cuando no respondí lo suficientemente pronto —mi cerebro estaba

demasiado ocupado dando vueltas con pensamientos— mamá repitió mi

nombre. —¿Reese?

—Está bien —dije, sacudiendo la cabeza, no muy segura de lo que

aceptaba.

Pero pareció tranquilizarla. —Ves —había una sonrisa en su voz—, todo

está bien. No vamos a dejar que se acerque a ti. Ahora estás a salvo.

Un largo suspiro aliviado dejó mis pulmones. Había salido de casa para

mantenerme lo más segura posible. Pero ahora que el peligro irrumpía en las

casas para encontrarme, me sentí como si hubiera dejado el único lugar en el

que podría estar protegida.

Me encontraba a casi 1500 kilómetros de casa. Sola.

—Te amo, Teresa —murmuró mamá en mi oído.

Cuando cerré los ojos con fuerza, una sola lágrima se deslizó por mi

mejilla.

Todo el mundo siempre me había llamado Reese, desde que era un bebé

y a mi hermana mayor le había resultado imposible pronunciar Teresa. Pero se

sentía bien escuchar mi nombre de nacimiento en voz alta. Había pasado

demasiado tiempo, y empezaba a olvidar quién era yo realmente.

—Yo también te quiero, mamá.

Después de colgar, hice un recorrido exhaustivo de todo el piso,

encendiendo todas las luces y comprobando cada ventana y armario. Debajo

de la cama. Detrás de la cortina de la ducha. Luego volví a la sala de estar, ya

no soñolienta en lo más mínimo.

Mirando sin ver la pantalla de la televisión, salté ante cada crujido y

gemido que escuchaba hacer eco a través de mi pequeño apartamento. Tuve la

tentación de llamar a Eva y exigirle que volviera a casa para estar conmigo.

Pero probablemente estaba tan borracha, que traería su pandilla de fiesta con

ella. Desde luego, no quería que una horda de extraños merodeara por mi

desván.

Cuando alguien llamó a mi puerta, grité. La almohada que había estado

aferrando a mi pecho salió volando.

Salí del sofá y corrí lejos del golpe, en lugar de hacia éste. Agarrando mi

bolso, lancé los contenidos en la mesa y busqué entre mi polvera y mi cartera

antes de encontrar mi spray y arma de electrochoque.

—¿Quién es? —pregunté mientras me arrastraba hacia la puerta, ambas

manos llenas de armas de chica.

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—Es Mason.

¿Qué?

Sin creer en la ahogada voz masculina en lo más mínimo —porque ¿por

qué en el mundo vendría Mason a verme a las once de la noche del sábado?—

me asomé a través de las persianas cerradas y me quedé boquiabierta al ver a

Sexy de pie fuera de la puerta de mi apartamento.

¿Qué demonios?

Feliz de ver a alguien que no fuera Jeremy, y aún más encantada de que

“alguien” terminó siendo Mason, dejé caer el spray y el arma de electrochoque

a mis pies y me puse manos a la obra, abriendo las tres cerraduras que

mantenían mi puerta sellada contra los intrusos.

Para el momento en que la abrí, estaba dispuesta a arrojarme en sus

brazos y abrazarlo por estar aquí. Me sentía tan aliviada de no tener que sufrir

el resto de la noche sola.

—Mason —jadeé.

Cuando levantó la cara, vi al instante que algo andaba mal. Su mirada se

arremolinaba con tormento. —¿Podemos hablar? —rechinó—. Es que... tengo

que hablar... con alguien.

Apartando el pelo de mi cara, me encontré con un pedazo de palomitas

atrapado en las trenzas y lo quité. —Um... bien. Claro. Entra.

Empecé a abrir la puerta un poco más, pero eso pareció intimidarlo. Se

escabulló un paso atrás y levantó la mano. —Si este es un mal momento, puedo

irme.

Rodé los ojos. —Mason, en serio. ¡Entra ahora! —En realidad no me

gustaba la idea de dejar mi puerta abierta.

Pero el señor Gigoló se volvió tímido. Se quedó arraigado en el rellano

de la escalera, enviándome una mirada asustadiza.

Con un murmullo de frustración, lo agarré del brazo y lo metí en mi

apartamento. Mientras nos encerraba dentro, se paseaba por la sala. Me volví y

lo vi correr sus manos por el pelo y suspirar. En repetidas ocasiones. Estaba tan

distraído que ni siquiera se dio cuenta cuando recogí mi pistola eléctrica y el

spray del piso y discretamente los guardaba de nuevo.

Después de que se paseó por un minuto sin ni siquiera reconocerme, me

senté en el brazo del sillón y doblé las manos en mi regazo. —Así que... ¿qué

pasa?

Se tiró en el sofá, dejando caer la cabeza hacia atrás contra el respaldo.

Después de dejar escapar un gemido bajo, admitió—: Casi fui atrapado esta

noche.

Oh, mierda.

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Me deslicé fuera del apoyabrazos y me senté a su lado. Nuestras rodillas

casi se tocaban, así que me incliné hacia adelante y tomé mi bebida de la mesa

de café, usándolo como una mala imitación de una barrera.

Mis manos comenzaron a temblar. Para disimular los temblores, tomé un

trago, pero inmediatamente me di cuenta del gran error. La carbonación en mi

bebida me dio ganas de expulsar todos los contenidos de mi estómago.

Pero maldita sea, maldita sea, maldita sea. Había estado tan segura de

que le dijo a la Dra. Janison que no aceptaba más clientes. Pensé que iba a

dejar ese estilo de vida por la chica, por mí. Pensé que todo nuestro coqueteo

por mensajes de texto y casi beso significaba que nos acercábamos.

Así que, ¿cómo podrían casi haberlo atrapado? ¿La advertencia de Eva lo

volvió a llevar al lado oscuro?

Dios, era una idiota.

Y no iba a llorar por esto. No. Me negaba.

—¿Tú... quieres decir por la policía? —Finalmente encontré la fuerza

suficiente en mi laringe para preguntar.

—No. —Movió la cabeza hacia atrás y adelante, sin dejar de mirar al

techo—. Por un marido.

—Santa... —Se me cayó la bebida que sostenía, y fue un milagro que mi

regazo la atrapara en posición vertical. La agarré de nuevo en mis manos—.

Oh, Dios mío, ¿también te acuestas con mujeres casadas?

Tuve que taparme la boca como si quisiera empujar manualmente la bilis

en lo más profundo de mi estómago.

Me lanzó una mirada angustiada y empezó a sacudir la rodilla. —La

mayoría de las mujeres que me contratan están casadas.

Tragué saliva y casi me atraganté en la miseria, el dolor y la decepción

acumulándose en mi esófago. —Oh. —Estaba muy ocupada concentrándome en

no gritar para decir mucho más.

Sin embargo, mi falta de respuesta pareció irritarlo. —Jesús, ¿por qué

crees que se acercan a mí? La mayoría son amas de casas ricas y aburridas, que

gastan todo el dinero que sus maridos les dan en los hombres más jóvenes.

Se puso de pie y empezó a caminar de nuevo, tirando de un puñado de

su cabello hasta que las hebras se pusieron de punta en ángulos extraños. Lo

triste era que, tan molesto y disperso como estaba, aún se veía muy sexy. Y

todavía quería abrazarlo hasta que desaparezca su dolor.

Pateó la puerta al pasar junto a ella. Luego se congeló y se quedó

boquiabierto un momento, asegurándose de que no la había dañado antes de

hacer una mueca en mi dirección. —Lo siento.

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Me encogí de hombros y le hice señas para que continuara. Podía patear

todo lo que quisiera siempre y cuando no dejara una abolladura o agujero. —

Oye, al menos que no me pateaste a mí.

Ese comentario pareció escandalizarlo. —¿Por qué iba a patearte?

—No lo sé. —De repente incómoda, tomé un sorbo grande. Esta vez, la

cafeína se instaló en mi estómago en lugar de molestarlo. Todavía me miraba,

así que moví la mano en un gesto inútil—. A veces la gente siente la necesidad

de hacer daño a otras personas en una manera de mostrar su poder. Y

obviamente en este momento te estás sintiendo impotente sin el control de tu

propia vida, por lo que...

Estuvo a mi lado y se sentó junto a mí antes de que pudiera terminar mi

explicación. —Nunca te patearía, Reese. ¿Por qué se te ocurre...? —Negó con la

cabeza, y luego inclinó su rostro y cerró los ojos—. No debería haber venido.

—No. —Me acerqué y cogí su rodilla—. Está bien. En serio. Quiero decir,

si necesitas sacar algo de tu pecho, entonces... déjalo salir. No es como si

pudieras hablar sobre esto con cualquiera. Y somos amigos, así que...

Levantó la vista y me estudió, suplicando con la mirada algún tipo de

liberación.

Pero mientras me miraba, sus rasgos se derrumbaron. —¿Sabes que

nunca he tenido relaciones sexuales sólo por el placer de hacerlo, sólo para

tener un poco de diversión recreativa con una compañera de mi elección?

Siempre, siempre se me ha propuesto y pagado. Nunca he podido decidir

cuándo ni dónde, ni cómo, ni con quién. Nunca...

—Entonces ten sexo recreativo —dije, frunciendo el ceño, porque no

podía ver por qué esto era tan molesto. No para él de todos modos. La idea de

que tenga sexo recreativo —sin que yo estuviera involucrada— era

increíblemente molesto para mí. Claro. Pero no hablábamos de mí. Esto era

sobre él—. Nada te impide dar… regalos.

Mason se echó hacia atrás como si le hubiera abofeteado. —Eso no sería

justo para la chica. No sería justo para mí. No sería justo para nadie.

Oh.

Mm.

Así que era un gigoló con normas lindas. Maldita sea, otra cosa que tenía

que admirar en él. En realidad, más que admirar.

Con una ráfaga de claridad, me di cuenta que no era un prostituto en

absoluto. De hecho, si nunca hubiera caído en este estilo de vida, apuesto a que

sería del tipo que se compromete, el hombre de una sola mujer que nunca se

aleja o se queda en una relación menos de dos años.

Sería el novio perfecto.

Era un milagro que una chica no lo hubiera enganchado antes...

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—Espera. —Negué con la cabeza cuando otro pensamiento me golpeó—.

Incluso tu primera vez fue...

Hizo una mueca de disgusto. —Mi casera. Se ofreció a rebajar el alquiler

atrasado que les debíamos si... cedía. Amenazó con desalojo si no lo hacía. Ella

es la que me hizo citas para encontrarme con otras mujeres, y consiguió que me

contrataran en el Country Club.

Mis ojos se podrían haber salido de sus órbitas. —¿Te refieres a la señora

Garrison? Así que ella es cómo, ¿tu proxeneta?

Dejó escapar un bufido. —¿Proxeneta? Sí, supongo, por así decirlo. Ella...

Oye, ¿cómo sabes su nombre?

Me encogí de hombros. —Me lo dijo. La encontré fumando fuera cuando

me fui de tu casa una noche después de hacer de niñera.

—Maldita sea. —Y empezó a pasearse. En serio, el chico me iba a

marear—. Le dije que te dejara en paz.

—¿Sí? —Bueno, eso fue alarmante—. ¿Cuando has hecho eso? ¿Y por qué

discutías con la propietaria sobre mí?

—Debido a que te ha visto ir y venir y tú eres... —Echó una mano hacia

mí como si debiera ser capaz de terminar la frase.

No podía. Enderezándome, presioné la mano en mi pecho, ya ofendida.

—¿Soy qué?

—Eres hermosa... —murmuró, dándose la vuelta—. Así que,

naturalmente, piensa que tú y yo…

—Sí. —Asentí y agité la mano—. Entendí esa parte.

Mason se frotó la cara, gimiendo. —Dios, a veces odio esto. De vez en

cuando, sólo quiero dejarlo todo.

Mi corazón dio un vuelco. La esperanza surgió. —Entonces, deja de

hacerlo. Déjalo ahora mismo.

Apretó los dientes y me frunció el ceño. —¡No puedo!

Negué con la cabeza. —¿Por qué no?

—Es que... —Hizo una mueca—. No voy a hacer esto para siempre. Tengo

un plan. Tan pronto como me gradúe, voy a conseguir un gran trabajo.

Entonces voy a poner a mamá y a Sarah en una casa, una de su propiedad, no

otro alquiler. Y voy a encontrar mi propia casa. Voy a ser libre.

Asentí mientras escuchaba. Era triste escuchar cómo se sentía atrapado

en su vida actual y lo responsable que se sentía por su madre y su hermana. —

¿Por qué Dawn no puede comprar su propia casa ahora? ¿Y por qué no puedes

mudarte, si eso es lo que quieres?

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Pestañeó escandalizado. —¿Estás loca? No se puede confiar en mamá con

las finanzas. Antes de que entrara, se olvidó de pagar... casi todo. Es una gran

madre, no me malinterpretes. Daría mi vida por ella, pero la mujer no puede

presupuestar una mierda. A veces, se olvida de pagar la factura de la luz, y las

luces se iban mientras cenábamos o tomábamos una ducha. A veces...

—Espera. —Agité las manos para detenerlo—. Lo siento, pero creo que

simplemente no entiendo cómo terminar la universidad va a enseñarle a tu

madre a financiar y a cuidarse sin ti.

Me miró como si no pudiera comprender mi preocupación.

—Incluso si construyes un nido lo suficientemente grande para que ella y

Sarah se establezcan de por vida, todavía podría olvidar pagar los servicios

públicos después de que te vayas.

El brillo de Mason era de irritación. —¿Estás diciendo que nunca voy a

ser capaz de mudarme solo?

—No, digo que tienes que mirarlo desde un ángulo diferente. Parece que

Dawn necesita aprender un poco de organización. —Y dejar de apilar tanta

responsabilidad sobre los hombros de su hijo.

—Está empezando a entrar en razón —argumentó—. He trabajado con

ella durante los últimos dos años. Y cada par de meses, paga las cuentas sin mi

ayuda.

—Bueno, entonces ahí tienes. Tal vez ahora podría hacerlo todo por su

cuenta. Y así, puedes dejar de hacer algo tan drástico para salvar a tu familia.

Van a estar bien. No tienes que seguir violando la ley o tu propio código moral

y continuar haciendo algo que obviamente odias sólo para ganar más dinero.

—Tengo un plan —repitió, con la mandíbula obstinadamente dura,

diciéndome que nada iba a hacer que se desviara.

Puse los ojos y murmuré—: Sí. Un plan estúpido. —Mi voz podría haber

sido un poco petulante, pero no me importó. Su plan estúpido evitaba que

saltara sobre sus huesos en este mismo segundo. Me alejaba de estar con la

única persona que me vio y le gustaba lo que veía.

Como si entendiera que su terquedad me molestaba, se sentó a mi lado.

—Lo siento, Reese. No era mi intención volcar sobre ti todos mis problemas.

Yo... —Tragó. La mirada que me envió decía mucho en el departamento de las

disculpas, pero las palabras que dijo sonaron más como—: ¿Tienes algo para

beber?

Solté una fuerte carcajada. Sí, una bebida fuerte sonaba perfecto ahora

mismo.

—Claro. Espera. —Me empujé sobre mis pies y lo dejé en el sofá.

Necesitaba un poco de espacio de él de todos modos antes de que lo

abofeteara tontamente.

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En la cocina, abrí el armario superior y me estiré sobre mis dedos de los

pies para llegar a la única botella de alcohol que tenía en el lugar. Después de

llenar una copa de cristal con hielo, me serví un saludable trago y llevé los dos

vasos y la botella hasta el sofá.

—Ten.

El alivio cruzó su rostro. —Gracias. —Se tomó toda la bebida de un trago,

sólo para sentarse erguido y casi escupirlo mientras tosía y farfulló—: Dios. —

Hizo una mueca y raspó la superficie de la lengua contra la parte inferior de sus

dientes superiores, limpiando el sabor que quedaba—. ¿Qué era eso? ¿Tequila?

Atónita porque no conociera sus licores, me quedé boquiabierta. —No.

Era ginebra. —¿Cómo podía alguien no reconocer el sabor o el olor de la

ginebra?

—Asqueroso. Sabía a desinfectante.

Umm... Sí. Dah.

Soltó una risa repentina. —Me refería agua cuando pedí una bebida, ya

sabes.

—Ups. —Me encogí de hombros.

También se encogió de hombros.

—Oh, bueno. Esto también servirá. —Extendió la mano y tomó la botella

para servirse otro trago. Simplemente se estremeció con repugnancia con su

próximo trago—. Maldita sea, eso es desagradable. —Me lanzó una mirada con

la ceja arqueada—. No te hubiera tomado por una bebedora de ginebra.

—No lo soy. Estaba en el armario cuando me mudé. Debe ser de mis tíos.

Resopló, sirviéndose más. —Una buena manera de tentar a su sobrina

menor de edad y estudiante universitaria a permanecer sobria. —Silbando

entre dientes después del trago número tres, me miró a los ojos un poco

aguados.

Sonreí porque su reacción fue tan malditamente linda. —Déjame

adivinar. No eres un gran bebedor.

Mason negó con la cabeza antes de tomar una respiración profunda y

tonificante tomando su trago número cuatro. Un tinte verde tocó sus mejillas,

pero volvió a tragar saliva y tragó todo sólo para parpadear con los dientes

apretados.

—Bueno, novato. Si sigues tomándotelos a esa velocidad, vas a estar más

enfermo que un perro.

Me miró, considerándolo. —¿Pero voy a estar borracho?

—Oh, sí.

—Bien. —Tomó el número cinco y sin una mueca de dolor.

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Tenía que admitir que me impresionó un poco. El muchacho era un

aprendiz rápido. Eso o la bebida ya había entumecido sus papilas gustativas.

Dos tragos después, intercepté el trago número ocho, sacando la botella

de su mano antes de que pudiera verterla. —Confía en mí, cariño. Con eso

alcanza.

Parpadeó, tambaleándose un poco. —¿Estás segura? No me siento...

—Oh, lo sentirás, tan pronto como el alcohol golpee tu torrente

sanguíneo.

—Bueno.

Cuando asintió, confiando en mi palabra implícitamente, tuve que

preguntar—: Ahora, ¿recuérdame por qué nos emborramos? ¿Por casi ser

atrapado o porque dije que tu plan es estúpido?

—No es estúpido. —Frunció el ceño antes de añadir—: Y me estoy

emborrachando —se clavó un dedo en el esternón—, a causa de lo que pasó

hace rato. Tú te vas a quedar sobria para cuidar de mí.

—¿Sí? —Esto era nuevo para mí. Cuando levanté las cejas, haciéndole

saber que probablemente debería revisar esa última afirmación para que

sonara un poco más como una súplica y mucho menos exigente, él simplemente

me envió una sonrisa tonta dulce.

—Vamos, Reese. Por favor. Sólo quiero olvidar que esta tarde pasó.

Olvidar lo que soy, quién soy... quién...

Sus palabras se desvanecieron cuando su atención se desvió a la imagen

congelada en mi pantalla de televisión. —Oye, ¿qué película es esta? —

Detectando mi tazón de palomitas de maíz, lo tomó de la mesa de café, lo

colocó en su regazo y empezó a comer. Luego subió los pies sobre mi mesa de

café.

Sí, creo que el alcohol empezaba hacer efecto.

Suspirando, me dejé caer, derrotada, en el sofá junto a él. Al parecer,

esta noche veríamos películas, mientras yo cuidaba a su culo lindo y borracho.

Hombre, que me azoten.

Una parte de mí se dio cuenta de que tenía que ser la idiota más estúpida

por permitirle quedarse. Casi le daba la bienvenida a un corazón roto. Pero

otra parte de mí me dijo que lo hacía por la seguridad. Me asustó saber que

Jeremy me perseguía activamente. Incluso un borracho en la casa me hacía

sentir mejor.

Pero en secreto, me sentía en su mayoría encantada de que hubiera

venido a mí —y nadie más— para emborracharse y decir sus sentimientos

personales más privados. De hecho, me sentí honrada de cuidarlo.

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—Puede que te guste esta película —dije, aliviada por el cambio de

conversación—. Empezaba un maratón de Harry Potter cuando llamaste a mi

puerta.

Se animó. —¿En serio? ¿Harry Potter?

—Sip. Estoy a mitad de la primera, pero puedo empezarla de nuevo, si

quieres.

—Sí. Eso suena muy bien. Tampoco he visto las películas.

Tomando el control remoto, sacudí la cabeza. —Eso es una locura. No

puedo creer que no hayas visto las películas ni leído los libros. Eres como...

antiamericano, o algo así.

Me dio una mirada confusa. —¿Cómo puede ser antiamericano? Pensé

que estaban escritos por una autora británica.

Suspiré. Recordaría eso, ¿no? —Bueno, entonces, eres anti... terrícola.

Se rió y tiró una palomita en el aire en un intento de atraparlo con la

boca. Pero la perdió totalmente y la pieza de palomitas rebotó en su nariz. Así

que también me tuve que reír.

—¿Ya te sientes mareado?

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Traducido por Gaz Holt

Corregido por Momby Merlos

No llegué a la cama hasta casi las dos de la mañana. Después de robar un

par de tragos más de ginebra, Mason se desmayó a mitad de la segunda

película y ya que estaba muerta de cansancio, apagué todo. Le quité los

zapatos, puse sus pies en el sofá y encontré una manta extra para colocársela.

Entonces apagué las luces y tropecé hacia mi dormitorio.

No voy a mentir. Lo vi dormir durante unos diez minutos antes de

levantarme del sillón. Pero parecía tan tranquilo y adorable todo acomodado

con la cabeza sobre su hombro. Tentada a quitar un mechón oscuro de su pelo

que le caía sobre el ojo, finalmente me obligué a retroceder.

Limpié y me puse la ropa de dormir antes de arrastrarme debajo de las

sábanas, completamente agotada y sin embargo, muy consciente de su

presencia todavía en mi apartamento.

Alegre de que otra persona estuviera cerca después de saber sobre

Jeremy, fui capaz de quedarme dormida con bastante facilidad. El sueño me

había superado cuando me desperté bruscamente porque alguien levantó las

mantas y se metió en la cama conmigo.

Me senté inmediatamente. —¿Qué crees que estás haciendo?

Mi chillido indignado hizo que Mason se quejara. —El sofá es demasiado

pequeño. No puedo dormir ahí.

Me mordí el labio inferior mientras él se dejaba caer a mi lado y no se

movió. Apenas había suficiente luz en la habitación para ver su perfil. Y vaya

perfil tenía. Pero, en realidad, no podía dormir en mi cama conmigo.

¿Podía?

¡No! No, Reese, no. Echa su culo sexy de gigoló. ¡Ahora!

—¿Quieres que te lleve a casa? —le pregunté, mordiéndome el labio e

incapaz de hacer una cosa tan blasfema como echar a Mason Lowe de mi cama.

Pero él ya estaba medio desmayado de nuevo. —¿Mmm?

—Bueno, está bien —resoplé, y levanté la sábana—. Creo que dormiré en

el sofá, entonces.

Ya que tenía una habitación pequeña, había puesto la cama contra la

pared y mi lado daba a la pared. Así que tuve que trepar encima de él para

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escapar. O tal vez debería decir que traté de trepar por encima él. Su brazo me

agarró por la cintura y me ancló de nuevo a la cama para que aterrizara en mi

lado, de espaldas a él.

—No te vayas —dijo arrastrando las palabras.

Su voz estaba tan llena de súplica que caí inmóvil, indecisa.

Este era territorio peligroso.

Detrás de mí, Mason se acercó y me abrazó por detrás, haciendo

cucharita.

Oh, Dios mío, cucharear era tan romántico y tierno.

—Te sientes bien —gruñó con una voz ronca y sexy, llena de sueño.

Cuando él suspiró, eso fue todo. Kaput. Tiré la toalla oficialmente: no me

iba a ningún lado.

Dejé escapar un suspiro de renuncia y me relajé contra él. A cambio,

tarareó su gratitud.

—Eso sí, no digas que no te lo advertí. —Traté de mantenerlo platónico—

. Pero a veces tengo pesadillas y grito o gimo mientras me retuerzo. Podría

despertarte o accidentalmente ponerte el ojo negro.

Los músculos del brazo envuelto a mí alrededor se tensaron. —¿Tienes

terrores nocturnos? ¿Cómo pesadillas?

Cerré los ojos. —Sí.

Me acercó más protectoramente. —¿Por qué?

—Oh... esa es historia para otro día.

Acariciando mi cadera para tranquilizarme, me susurró—: No te

preocupes, Reese. Estaré aquí para mantenerte a salvo, sin importar qué

monstruo invada tus sueños.

Sus palabras eran tan dulces que mis ojos se empañaron.

Pasó sus dedos calientes por mi hombro como si quisiera consolarme,

sólo para hacer una pausa. —Mierda. ¿Estás desnuda?

—¿Qué? No. —Su toque de repente se sentía como una marca caliente en

mi piel desnuda—. Llevo una camiseta y pantalones cortos.

¡Los llevaba!

Pero él ya había descubierto esto por sí mismo cuando su pulgar

encontró el fino tirante y la palma de la otra mano cogió el dobladillo de mi

camiseta y la subió para rozar mi ombligo.

—¿Puedo encender la luz ?

Me puse rígida. —¿Por qué?

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—Así puedo verte. —Su pulgar trazó el tirante de mi camiseta

suavemente, deslizándolo por la parte de atrás de mi hombro—. Tengo tantas

ganas de verte.

—Mejor no —le dije, con la garganta apretada con el impulso de

murmurar: “A la mierda, ¡tómame ahora!”

Había pasado más de un año desde que había tenido relaciones sexuales.

Hasta este mismo momento, me había jurado que no me perdía nada. Jeremy,

mi primera y única fuente de experiencia en el tema, no había sido

precisamente famoso por su naturaleza dadora. No tenía muy buenos

recuerdos.

Pero Mason, con sólo rozar mi abdomen me tenía totalmente

reconsiderándolo.

Apoyó la cara en mi cabeza, inhalando profundamente. —Maldita sea,

Reese. Tengo un plan.

Su toque se volvió desesperado y caliente. Agarrando mi cadera, me

ajustó contra él. Cuando mi trasero acunó su erección a través de toda nuestra

ropa, cogí un puñado de almohadas por encima de mi cabeza y aspiré una

bocanada de aire.

No te frotes, Reese. Hagas lo que hagas, no te frotes.

No pude evitarlo, me arqueé y me froté contra él. Fuerte. Gimió y deslizó

su mano en la cintura de mis pantalones cortos, bajando —oh, tan bajo— en mi

abdomen, como para guiar mis movimientos.

Oh, Dios. Oh, Dios. ¿Iba a...?

Santo infierno. Su palma se deslizó entre mis piernas, presionando contra

mí a través de mi ropa interior. Mi respiración era rápida y poco profunda.

Jadeaba, tratando de controlarme, pero la sensación de hormigueo en mis

pechos y el dolor que acariciaba con sus dedos espantaban mi concentración.

—Mason —me atraganté.

—No podemos hacer esto —dijo, con la voz llena de necesidad mientras

usaba la tela de mi ropa interior para rozar un punto sensible y hacerme

gritar—. Tengo un plan. ¿No lo entiendes?

Cuando se inclinó para tomar la piel de mi hombro con los dientes y

empujar sus caderas contra mi culo, apreté los ojos y los cerré. —Sí, yo... lo

entiendo. Entiendo que no soy parte de tu plan.

Un sollozo ahogado brotó de él. Por un microsegundo, se agarró a mí tan

fuerte como si fuera a lanzar su estúpido plan y a follarme sin sentido. La forma

en que se aferró a mí me hizo sentir como una tabla de salvación para su alma

torturada. Y la presión de sus dedos hacía despegar a mis ojos como cohetes.

Estaba tan jodidamente cerca.

Luego dejó escapar un suspiro reprimido.

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—Te respeto —rechinó las palabras—. Te admiro y te adoro, y te

respeto, Reese Randall. No voy a hacerte esto.

Y así como así, su cuerpo se aflojó y su mano salió de la cintura de mis

pantalones cortos.

Contuve la respiración mientras su nariz se enterraba en mi pelo antes de

que sus labios encontraran mi cicatriz. La besó suavemente. —Buenas noches,

amiga —susurró antes de que se pusiera de espaldas a mí.

Cabreada por la forma en que había jugado con mis hormonas, dejé

escapar un fuerte jadeo.

¡Maldición!

Mason Lowe podría ser un caballero puro cuando se trataba de no tomar

ventaja cuando había alcohol involucrado, pero también era una tomadura de

pelo sucia y maldita. Latía, latía físicamente por la liberación.

Respiró profundamente detrás de mí, diciéndome que se había dormido.

Tuve la tentación de darle un codazo en la columna vertebral y levantar su culo

borracho, exigiéndole algún tipo de compensación por la tortura a la que

acababa de someterme.

Pero también lo admiraba, adoraba y respetaba. Y comprendía que él

sentía lo mismo. Además, me hubiera arrepentido a la mañana porque, vamos,

esta noche casi había sido atrapado por un marido. No era el tipo de chico con

el que una chica puede comenzar algo.

Con los ojos llorosos, con confusión, pena, depresión y un montón de

frustración sexual, enterré la mejilla húmeda en mi almohada y maldije cuando

mi anillo de la nariz se quedó atrapado en la tela. Juntando fuerte mis muslos

para aliviar un poco el dolor entre mis piernas, esperé a que llegara la mañana.

No traté de pasar por encima de él de nuevo para escapar, porque por

desgracia, a pesar de todo el dolor a través del que me ponía, no había ningún

otro lugar en el que quisiera estar, sino con él.

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Traducido por Michelle♡

Corregido por CrisCras

Me desperté a la mañana siguiente cómodamente envuelta en una bola

de calor humano y no mucho más. Ya que se había convertido en un hábito

asegurarme de que el aro de mi nariz no se había aflojado durante la noche,

acaricié mi fosa nasal para encontrar todo en orden, y luego dejé que mi mano

se asentara en el antebrazo de Mason que descansa sobre mi cadera. Su piel se

sentía tan agradable que di un pequeño suspiro de placer, arrastrando mis

dedos hacia arriba y hacia abajo por su brazo Entonces abrí los ojos y

parpadeé hacia la pared, a solamente unos dos centímetros de mi cara.

Cómodamente, el señor Lowe había acaparado gran parte de la cama en

la que casi me inmovilizó. Me tenía contra la plancha de yeso, y todas las

mantas estaban envueltas alrededor de él. Probablemente hubiera tenido frío si

no fuera por el hecho de que él se prestaba como mi manta personal. Una

manta personal calientita.

Sumergiéndome en la experiencia de despertar en la cama con él, yací

allí por más tiempo del que debería.

A pesar de todo, estar tumbada enredada con él se sentía increíble. Me

podría haber quedado aquí todo el día, pero mi vejiga no estaba tan

impresionada por su tierna calidez o su olor embriagador. La cosa egoísta

exigía atención. Pronto. Gimiendo cuando desenrollé su brazo de alrededor de

mi cintura, arrastré a mi compañero de cama envuelto en una manta y corrí al

baño.

Como ya estaba allí, seguí adelante y me di una ducha, luego me di

cuenta demasiado tarde de que me había olvidado de traer ropa fresca

conmigo para cambiarme. Cuando me escabullí por la puerta abierta, esperaba

que estuviera levantado y alerta. Pero seguía muerto para el mundo y

momificado entre mis sábanas. Salté por el suelo hasta mi armario y elegí un

traje súper rápido.

Mason ni siquiera se movió.

Cuando me asaltó un toque travieso de inspiración, no pude detenerme.

Vi el bulto boca abajo en la cama, la cima de su cabeza vuelta hacia mí,

mientras dejaba caer la toalla al suelo. Y el hijo de puta todavía no tenía ni idea

de qué tipo de espectáculo ponía ante él.

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Oh, bueno. Probablemente fue lo mejor que no se despertara —y ups—

me atrapara cambiándome. Solo éramos amigos.

Parecía como que podría echarse una siestecita durante otro milenio más

o menos, así que escribí una nota rápidamente —en caso de que algo terrible

sucediera y abriera los ojos mientras yo no estaba— y le dije que iba a salir

para conseguir algo de desayuno.

Cuando volví, su jeep seguía estacionado en el camino, pero mi

apartamento estaba tranquilo. Me arrastré hasta mi habitación, casi preocupada

de que hubiera resucitado y se hubiese ido de todos modos. El día había

mejorado considerablemente y el sol se había colado por las persianas

cerradas para rociar mi cama, poniendo de relieve una obra maestra.

Mason había rodado sobre su espalda en mi ausencia. Las sábanas se

habían desplazado hasta la parte inferior de su caja torácica. Y santo capuchino

y espresso moca de chocolate blanco, ¡estaba sin camiseta!

Sí, estuvo sin camiseta durante toda la noche mientras yo estaba tumbada

a su lado… y no había tenido ninguna pista.

Guau.

Sólo… guau.

Lo miré en toda su gloria —en mi cama, sin camisa. ¡Por Dios!—, y estaba

más allá de la tentación de sacar mi celular para tomar unas pocas (docena) de

fotos para guardarlas por siempre jamás.

Pero… él podría no apreciar eso.

Maldita sea, a veces ser amiga de un total bombón podía apestar.

No se podía hacer fotos de ellos casi desnudos mientras estaban

desmayados en tu cama sin su permiso, sin conseguir un caso grave de

culpabilidad.

Sin embargo, no me impidió mirar. Así que miré y miré.

Y miré.

Entonces, como un rayo de Harry Potter, se me ocurrió una idea. ¿Qué

pasa si no estaba sólo sin camiseta debajo de esa sábana? ¿Y si estaba

completamente desnudo?

¡Oh, esto tenía que saberlo!

Puesto que se encontraba muerto para el mundo y parecía tener un

sueño muy profundo, me lancé a una misión de recolección de hechos.

Curiosidad puramente académica, por supuesto.

Después de dejar los dos lattes que sostenía en mi tocador, agarré el

borde de las sábanas que le cubrían y las moví muy, muy lentamente por su

liso, estrecho y bronceado torso. Mi atención se lanzó entre la cara y el pecho,

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captando cada centímetro de los sexys pectorales esculpidos que iba

exponiendo.

Cuando llegué a los inicios de su tatuaje, me animé, olvidando el misterio

de los pantalones por un segundo.

Tal vez hoy podría leer lo que decía.

Tiré un poco más insistentemente de la sábana y descubrí al mismo

tiempo que él todavía llevaba su ropa interior, pero sin pantalones, y que su

tatuaje decía: Oblígame.

Di un grito ahogado.

Después de anoche, esa palabra tomaba mucho sentido. Pude verlo

sintiéndose atrapado y rebelde, viviendo una vida en la que las mujeres le

dijeron exactamente qué hacer para complacerlas y pensando que esta era su

única forma de mostrarles el dedo medio.

Quería liberarse y vivir su propia vida. Quería el control sobre sí mismo.

De repente comprendí por qué siempre me había sentido conectada a él.

Éramos almas similares a las que les habían hecho sentirse reprimidas.

Después de años de que Jeremy me dijera cómo llevar mi cabello, qué tipo de

ropa comprar, qué tipo de comida comer, yo había adoptado la misma actitud

rebelde de “oblígame”.

Lo triste era que Mason todavía vivía bajo su supresión, y él tenía la

intención liberarse; simplemente no lo haría. No dejaría de hacer lo que hacía

hasta que supiera sin lugar a dudas que su madre y su hermana iban a estar

bien. Pero, oh, Mason, pobrecito iluso. Ya te han obligado.

Su tatuaje también me recordó que me comportaba como cualquier otra

mujer, tratándolo como un objeto sexual por echarle un vistazo robado. Las

lágrimas escocían en mis ojos. Estaba a punto de cubrirlo de nuevo, de

devolverle su dignidad, pero en el último segundo extendí la mano y toqué la

tinta seca incrustada en su piel, pidiendo disculpas silenciosamente por mi

parte en esto.

Contuvo el aliento ante mi toque y rodó sobre su estómago hacia mí, en

donde hizo una mueca y enterró la cara en mi almohada.

No, ahora que lo mencionas, no tenía intención de lavar la funda de esa

almohada nunca más. Objeto sexual o no, todavía era Mason y me gustaría

saborear cada pequeño olor que dejó en mi cama.

Retirándome hacia la puerta, me sequé las mejillas y levanté las dos tazas

como si hubiera ido a la habitación en ese momento. —Arriba, Bello Durmiente.

—Por mi tono de voz alegre, uno jamás imaginaría que acababa de estar al

borde de ponerme a llorar a moco tendido.

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Un segundo más tarde, Mason sacó la cabeza de la almohada. —¿Qué

demonios? —Su voz era ronca y confusa mientras miraba alrededor hasta que

me vio. Con los ojos muy abiertos, se quedó sin aliento—. ¿Reese?

—Buenos días —chillé, y tomé un despreocupado sorbo de mi taza—. Fui

y compré algo para desayunar. Hay rosquillas en la sala. —Cuando me miró,

rodé los ojos—. Lo sé, lo sé, “Reese, eres tan increíble y maravillosa. Gracias

por pensar en mí. No tenías por qué.” Pero en realidad no hay problema. Lo

que sea por mi amigo. Así que... de nada3.

Parpadeó y se pasó la lengua por los labios, golpeándolos juntos un par

de veces, probablemente para humedecerse la boca seca. Al mirar lentamente

alrededor de la habitación, hizo una mueca cuando llegó a la ventana y la luz

del sol de la mañana lo cegó, apuesto que haciendo maravillas con su resaca.

—Esta es tu habitación.

Abrí la boca para soltar algo sarcástico y malicioso, pero parecía como si

estuviera sintiendo dolor, así que encontré piedad y tomé otro sorbo. —Síp.

Asintió y dirigió sus ojos inyectados en sangre en mi dirección. —¿Qué

estoy haciendo en tu cama?

Me encogí de hombros. —Dijiste que el sofá era demasiado pequeño.

Entrecerró los ojos como si estuviera tratando de recordarse diciendo tal

cosa. Centrándose en mí otra vez, su rostro palideció cuando me preguntó—:

Entonces, ¿nosotros hicimos…?

Esta vez no pude contenerme. Tenía que torturarlo un poco.

Oigan, no juzguen.

—¿En serio, Mason? —Di un grito ahogado de fingida indignación—.

¿Cómo pudiste olvidar la mágica noche que compartimos? —Apreté mi taza

contra mi corazón como si sintiera un dolor sincero —. Fue… hermoso.

Él ahogó un sonido de negación. —Oh, Dios. No lo hicimos.

—¡Oye! —Volteé hacia arriba mi dedo medio, lo que fue toda una hazaña,

ya que ambas manos se hallaban llenas—. Al menos podrías fingir que la idea

de dormir conmigo no te repugna por completo. Agh. Pensé que al menos te

interesaba un poco. Quiero decir, ¿qué pasa con tus estúpidos impulsos de

chico cachondo y ese regalo que dijiste que podía tener con sólo decir la

palabra?

—Yo… Dios, Resse. Lo siento. No quise decir eso. Es que… mierda. Esto

no era algo que me gustaría olvidar. —Tragó saliva y se pasó una mano por el

sexy pelo despeinado, luciendo un poco verde—. Umm… ¿al menos fue bueno

para ti?

3 En español en el original.

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Me eché a reír, ahogándome con el último sorbo que había tomado y

apenas evitando escupir a través del cuarto. —Guau, no recuerdas nada de

nada, ¿verdad?

Hizo una mueca y la devastación total ruborizó sus mejillas. —No, nada.

—Bueno, relájate, Casanova. No pasó nada.

En todo caso, pareció aún más decepcionado. —¿No pasó nada?

—Nop.

No parecía para nada convencido. —¿Estás diciendo que vine aquí, me

metí en la cama contigo y no me acerque a ti en absoluto? ¿Por qué me parece

imposible de creer?

Probablemente porque así era, así que, esta vez, tuve que mentir. Me

encogí de hombros. —Estabas derrumbado. Simplemente llegaste a tropezones

a mi habitación, te acurrucaste a mi lado y te desmayaste. ¡Oh! Y entonces

monopolizaste tres cuartas partes del colchón y todas las sábanas. Que es algo

en lo que necesitas trabajar de verdad, amigo, porque si piensas casarte algún

día, ninguna mujer va a aguantarlo.

Sus labios se curvaron con diversión. —Lo tendré en mente. —Me

estudió un segundo más, pareciendo como si tuviera que decir algo más. Pero

en cambio, tragó saliva y se levantó—. ¿Baño?

Señalé. —Ahí mismo.

—Gracias. —Estaba fuera de la cama y cruzando la habitación en un

instante, regalándome un vistazo borroso de él en nada más que calzoncillos

bóxer oscuros.

Oh, las dificultades de tener a un sexy pedazo de carne bronceado por

amigo cercano.

Aunque no me hubiera importado otro vistazo de él en ese cómodo y

ceñido calzoncillo de algodón, salí de mi habitación para darle un poco de

privacidad, ya que era un poco extraño escucharlo orinar a través de la puerta

del baño.

Dejando su latte en mi tocador, me retiré a la sala de estar para pasar el

rato enfrente de la televisión, hasta que vi su camisa y sus vaqueros arrugados

en una pila en la parte superior de la manta con la que le había cubierto la

noche anterior. Después de recogerlos del suelo y tras tomar una buena y

profunda bocanada de Mason, el olor todavía persistente en ellos, los llevé a mi

habitación. Acababa de tirarlos sobre mi cama cuando oí el inodoro, así que me

apresuré a volver a salir.

Esta vez cerré la puerta de mi habitación antes de volver al sofá.

Acababa de doblar la manta y colocarla sobre el respaldo del sofá cuando

llamaron a mi puerta. Por alguna razón me recordó la llamada telefónica de mi

madre de anoche.

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¿Y si era Jeremy? ¿Y si ya me había encontrado?

Mierda, ¿había recordado cerrar la puerta después de volver de ir a por

mi latte? Había estado tan preocupada y ansiosa por ver si Mason seguía aquí,

que me olvidé por completo de la amenaza añadida de peligro.

El pomo de la puerta giró, diciéndome que definitivamente no había

cerrado con llave.

Me asusté y eché un vistazo a mí alrededor, buscando frenéticamente un

arma.

Oh, Dios, si Jeremy encontraba a Mason aquí, lo mataría.

Al ver mi espresso, que lo había puesto en la mesa de café, lo tomé, lista

para lanzar la infusión hirviendo en la cara de mi psicópata ex novio acosador.

Pero Eva comenzó a farfullar en cuanto irrumpió en el interior.

—¡Reese! Tenemos que hablar. Ahora mismo.

Me quedé mirando boquiabierta a mi prima, alarmada por lo cerca que

había estado de quemarla.

¿Cómo pude haber olvidado cerrar la puerta?

Se fijó en mi expresión congelada y me envió una mirada divertida. —

¿Qué?

—Pensé que eras… se me olvidó…

Antes de que pudiera escupir una frase comprensible, la puerta de mi

habitación se abrió y Mason salió, todavía en el proceso de meterse la camisa

por la cabeza. —Te robé un poco de ibuprofeno —dijo cuando asomó la cabeza

por el cuello.

Cuando nos vio a Eva y a mí comiéndonoslo con los ojos, se detuvo en

seco. Su mirada se congeló en mi prima antes de que se volviera hacia mí con

una leve mueca de disculpa.

Me aclaré la garganta. —Umm... está bien. Estoy segura de que la resaca

está —lancé una rápida mirada hacia Eva, que estrechaba los ojos

amenazadoramente—, matándote.

Abrió la boca y parecía como si quisiera decir algo importante, pero lo

que salió fue—: ¿Sabes dónde están mis zapatos?

Negué con la cabeza y farfullé mientras me ponía en acción. —¿Tu-tus

zapatos? Umm… sí, te los quité después de que te desmayaste y los dejé a los

pies del sofá.

Dejando mi latte, me arrodillé sobre mis manos y rodillas para buscar

debajo de los muebles.

—Aquí están.

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Cuando me incorporé, Mason tenía una expresión particularmente tensa

en el rostro. Su sonrisa era tensa cuando los tomó de mi mano y se apresuró a

meter los pies dentro de ellos.

—Gracias. —Ignoró deliberadamente a Eva, y se centró en mí—. Te veré

a las dos, ¿no?

Arrugué la frente. —¿A las dos?

Sus ojos se ensancharon. —La fiesta de cumpleaños de Sarah es hoy. Vas

a venir, ¿verdad?

—¡Oh, sí! —Me golpeé la frente—. Me había olvidado por completo.

Pero, sí, voy a estar allí. Por supuesto.

Él se encogió. —Tienes un regalo para ella, ¿verdad? Ha estado

preguntándose toda la semana qué tipo de regalo tienes para ella. Y dijiste que

lo tendrías.

—Por supuesto que tengo algo. —Con una sonrisa diabólica, me puse

una mano en la cadera—. Y odio decírtelo, amigo, pero mi regalo es tan genial

que va machacar a tu regalito.

Por primera vez desde que se despertó esta mañana, me dedicó una

sonrisa sincera. — Ya lo veremos. —Su mirada se fijó en la taza dejada sobre la

mesa de café—. Dijiste que tenías uno de esos para mí, ¿no? Y mencionaste

comida.

Puse los ojos en blanco. No importaba cómo de rara o incómoda fuera la

situación, siempre podía contar con que Mason comiera. —Tu café está en mi

tocador, en mi dormitorio. Y las donas están sobre la mesa.

Su sonrisa creció y sus ojos se calentaron. —Eres la mejor.

Desapareciendo muy brevemente como para que Eva no dijera nada,

excepto: “Oh, no, no lo hiciste”, él regresó, bebiendo de buena gana de su

vaso para llevar. Después de apropiarse de una dona de la bolsita de la mesa,

estampó un breve beso en mi mejilla. —Gracias. Por todo.

Mientras mi mejilla hormigueaba en donde él había apretado sus labios,

Mason se volvió hacia la puerta, pero se detuvo cuando Eva cruzó los brazos

sobre su pecho y lo miró, negándose a apartarse de la salida.

Levantando una ceja, soltó un brusco—: Permiso.

—Oh, eso no va a suceder. No después de lo que le hiciste a mi prima

—Eva, déjalo en paz. No sabes de lo que hablas. —Cuando ella me cortó

con una mirada incrédula, murmuré—: No ocurrió nada. Se quedó dormido en

el sofá.

No había ninguna razón para mencionar que no se quedó allí.

—¿Sabes qué? —espetó E—. No importa si los dos permanecieron

despiertos toda la noche sentados en extremos opuestos de la sala leyendo la

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biblia juntos. Alec vio su Jeep estacionado fuera de tu apartamento cuando me

trajo a casa anoche. Sabes que va a decírselo a todos.

Suspiré. —En verdad no importa a quién se lo diga Alec. No voy a dejar

de ser amiga de Mason sólo porque algunas personas ignorantes y estúpidas

ahora piensen que soy una puta barata.

—Guau. —interrumpió Mason y se giró hacia Eva, luciendo asustado—.

¿La gente de verdad está diciendo eso de ella?

—Es mi amigo —arremetí—. Y anoche necesitaba un amigo. No es fácil

para él, ya sabes.

—Oh. No, tienes razón, ReeRee. No me puedo imaginar lo horrible que

debe de ser su vida. Es decir, las mujeres ricas y ostentosas acuden a él,

metiendo billetes de cien dólares en sus pantalones diariamente. Sí, eso

suena… horrible.

—No sabes nada, de acuerdo. Con las facturas médicas y puestos de

trabajo de mierda de su madre.

—Mira, ya he oído acerca de su vida en casa. Conozco toda la historia de

su triste y deprimente infancia. Pero también sé que un montón de gente lo

tiene difícil. Un montón de gente atraviesa casi tanta mierda —si no más— y no

están vendiendo su cuerpo por dinero.

—Sólo estás celosa —murmuré, dándome la vuelta.

—¿Celosa? —Se echó a reír con una carcajada sorprendida—. ¿De qué?

Balanceándome hacia atrás, señalé a Mason y grité—: Por el hecho de

que no quería tener nada que ver contigo, sólo para darse la vuelta y

convertirse en mi amigo.

—¿Amigo? —Eva soltó una risa áspera—. Él no quiere ser tu amigo.

—De hecho… —comenzó Mason, pero E. le cortó.

—Y la única razón por la que fui a él ese día en la biblioteca era porque

sabía que mirabas. Quería mostrarte lo poco que se podía confiar en él.

Dejé escapar un bufido muy poco femenino. —Lástima que tu gesto

considerado explotó en tu cara.

Como si hubiera perdido la esperanza de ganar cualquier discusión

contra mí, Eva se volvió hacia Mason. —Tú —se burló—, aléjate de Reese. Está

tan fuera de tu liga que no estás ni en condiciones de lamer sus zapatos. De

hecho, si te acercas a ella de nuevo, iré directamente a la estación de policía a

decirles lo que eres.

El rostro de Mason palideció. Sus ojos ya estaban inyectados en sangre,

pero parecieron ponerse más húmedos mientras me miraba impotente.

—¡Es suficiente! —Yendo hacia delante, le di un empujón a Eva en el

hombro, empujándola con demasiada fuerza para alejarla de la puerta.

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Entonces agarré el antebrazo de Mason—. No le hagas caso. No va a decirle

nada a la policía.

—No… —comenzó él, pero esta mañana no tenía suerte en conseguir

decir una palabra coherente.

Le hablé directamente mientras abría la puerta de mi apartamento. —Tú

y yo somos amigos, y vamos a seguir siendo amigos. —Excusándolo

silenciosamente, di un paso atrás para dejar que se fuera mientras le miraba a

los ojos y murmuraba—: Te veré a las dos.

Cuando me devolvió la mirada, tuve que contener el impulso de

abrazarlo. Se veía devastado.

Incapaz de evitarlo, me acerqué, me puse puntillas y le di un rápido beso

en la mejilla, ya que ahora parecíamos ser amigos de los que besan mejillas.

Volvió su rostro lo suficiente como para hacer que nuestro roce de piel se

alargara un segundo más de lo necesario, haciendo que el calor y el afecto

rugieran a través de mí.

Ninguno de los dos habló mientras retrocedí. Nos miramos el uno al otro

un momento, y luego asintió y salió del apartamento.

Después de cerrar la puerta detrás de él, me volví hacia Eva despacio,

dispuesta a hacer lo que fuera necesario para proteger a Mason. —Lo juro por

Dios, E., si haces algo para lastimarlo…

Eva rompió a llorar. —Oh, cállate. No voy a hacerle daño a tu precioso

gigoló. Jesús. —Enterrando la cara entre sus manos, se sentó en mi sofá y

empezó a mecerse hacia atrás y adelante—. Quiero decir, estoy preocupada

por ti y quería advertirte para que te alejaras de él. Pero dije tonterías. Es sólo

que no quiero que te pase nada, ReeRee. Todavía hay esperanza para ti.

Un poco confundida por las lágrimas, porque Eva no fue nunca una

llorica. Me acerqué lentamente, insegura de qué pensar de su arrebato de

carácter demasiado dramático.

Con dedos vacilantes, extendí la mano y le toqué el pelo. —¿Eva?

Levantó la vista. No creo que se hubiera lavado el maquillaje todavía,

porque enormes rastros negros de delineador de ojos se deslizaban por su

cara. —Lo eché a perder —sollozó—. Lo eché a perder a lo grande. Y no quiero

que te suceda lo mismo. Ten cuidado con él. Prométemelo.

Sentándome a su lado, la jalé a mis brazos. —¿Cómo lo echaste a perder?

¿De qué estás hablando?

Mierda, si confesaba que había tenido relaciones sexuales con Mason,

iba a perder la compostura.

—Yo estaba… —Hizo una pausa para sorber y limpiar sus lágrimas—.

Después de ver su Jeep aquí anoche, iba a hablar contigo y advertirte acerca

de él de todos modos esta mañana. Pero iba a esperar hasta después de que se

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fuera. Entonces… entonces me desperté y buscaba en mi botiquín una aspirina,

cuando vi mis tampones y me di cuenta… oh, Dios.

Hundió la cara en mi hombro y sollozó de nuevo. Acaricié su pelo para

apartarlo de su cara y pregunté suavemente—: ¿Te diste cuenta de qué?

—Tengo un retraso.

Mis dedos se congelaron entre sus cabellos dorados. —¿Qué? —Con la

misma rapidez, le pregunté—: ¿De quién? —Por favor, Dios, no de Mason—.

¿De Alec?

Se incorporó para mirarme. — Sí, ¡de Alec! No soy una puta tan grande.

Dios.

Gracias al Señor.

Me cubrí la boca. —Oh, Dios mío, Eva. ¿Estás segura? ¿Lo sabe la tía

Mads? ¿Estás…?

—¡Por supuesto que no estoy segura! Te lo dije, sólo vi mi caja de

tampones, me di cuenta de que tengo un retraso y me asusté. Vine corriendo

directamente a ti y me olvidé del gigoló hasta que salió pavoneándose de tu

habitación. Siento haberlo atacado de nuevo, ¿de acuerdo? Sé que todavía estás

enojada después de la última vez, y juré que iba a ignorarlo por completo de

aquí en adelante, así me perdonarías. Pero entonces lo vi y me pareció… más

fácil atacar que confesar.

—Está bien, está bien. —Levanté mis manos para detener sus

divagaciones—. Sólo… mantén la calma y piensa en Chris y Liam.

—Está bien —repitió Eva—. Está bien. —Jadeó un par de veces como si

ya estuviera preparada para entrar en trabajo de parto. Cuando una expresión

de conmoción iluminó su cara, se enderezó y me miró boquiabierta—. Oye, eso

funciona de forma efectiva.

Con una sonrisa, tiró mi pelo. —Lo sé, correcto.

Ninguna mujer heterosexual en el planeta podría entrar en pánico con

una imagen mental del combo de los hermanos Hemsworth.

Nos reímos juntas, y de pronto supe que todo estaría bien.

—Creo que lo primero que tenemos que hacer —dije cuando llegó el

momento de ponernos serias una vez más—, es averiguarlo de una manera u

otra. Por lo tanto, vamos a ir a la farmacia y a comprarte una prueba, mamita.

El rostro de Eva palideció y se cubrió el vientre con ambas manos. —Oh,

Dios. No me llames así. No estoy lista para eso.

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Traducido por Jasiel Odair & Snow Lawson

Corregido por Helen1

Bien, voy a ser tía. ¿O era prima segunda?

Oh, quién estaba preocupado de cómo funciona esa relación; Eva estaba

embarazada, de cualquier manera en que miraras. El mundo llegaba a su fin.

Pasé el resto de la mañana y la mayor parte de la tarde con ella,

calmando sus nervios crispados. Me las arreglé para hacerla reír un par de

veces, pero mayormente le entregué pañuelo tras pañuelo. Hablamos sobre su

futuro, sobre lo que ella quería hacer con su situación y cómo iba a decírselo a

sus padres y a Alec.

Creo que estaba más preocupada por decirle a Alec que a la tía Mads y

al tío Shaw.

—No es el adecuado, ReeRee. Puedo decirte en estos momentos que él y

yo no vamos a durar, Alec ni una vez me ha mirado de la forma en que Mason te

mira, y ustedes dos aparentemente son sólo amigos.

Enderecé los hombros. —¿Cómo me mira Mason?

Eva negó con la cabeza y suspiró con cansancio.

—Si no lo sabes, ciertamente no voy a decírtelo. Sigo pensando que

debes mantenerte alejada, tienes menos futuro con él del que tengo con Alec.

Jesús, pero Alec va a ponerse hecho una furia cuando escuche esto.

Estaba muy ocupada pensando en Mason para responder. Pero, ¿cómo

diablos me miraba?

—¡Mierda! —Salté de mi sofá, recordando la última vez que me había

mirado, antes de que le cerrara la puerta en sus narices—. La fiesta de Sarah. Lo

había olvidado totalmente. Comenzó hace cinco minutos. Lo siento, E. Tengo

que irme.

Corrí a mi habitación y agarré mi regalo. Eva luchaba por levantarse,

mirándose presa del pánico, así que volví a entrar en la sala de estar.

—Pero...

Levanté una mano. —Chris y Liam. Chris y Liam —le recordé—. Va a

estar bien. Regresaré en unas pocas horas y podremos continuar donde lo

dejamos. ¿Bien?

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Eva mordió su labio pero asintió. —No te olvides de mí.

—Nunca. —Me alegré de que nuestra relación estuviera un poco

restaurada desde la tarde que la atrapé flirteando con Mason en la librería. Le

di un abrazo impulsivo y rápido—. Te quiero, E. Todo estará bien, confía en mí.

—Luego salí por la puerta.

Demonios, ¿cómo pude olvidarme de Sarah? Tenía que ser la peor niñera

del mundo.

Cinco minutos después, estacioné mi coche descuidadamente delante de

la casa Arnosta. La adrenalina rugió a través de mis venas. Llegué a la fiesta de

cumpleaños rápidamente.

—Lamento tanto llegar tarde. —Sin aliento, pasé por la puerta principal

sin llamar—. Perdí la noción del tiempo mientras escribía un artículo para la

escuela. Lo sé… —Hice una pausa para sonreír y posar en un tipo de posición

vivaz, porque la tensión en el aire casi me ahogó tan pronto como entré—. Soy

una nerd total en eso.

Entonces me volví hacia las tres chicas jóvenes que no reconocí.

Revoloteaban en manada en el lado opuesto de la habitación de Sarah.

—Hola, soy Reese —dije, adelantándome para estrechar sus manos—.

Soy la niñera de Sarah por la noche.

Brittany, Leann y Sorcha se presentaron, dándome unas sonrisas

estiradas y lanzando miradas incomodas a Mason y Sarah, quienes estaban

apiñados en el sofá de dos plazas.

—Bueno, es un placer conocerlas chicas. Estoy segura de que vamos a

divertirnos. Sarah es siempre el alma de la fiesta. Lo que me recuerda, tengo

que darle a la cumpleañera un enorme abrazo, ya mismo.

Salté hacia Sarah y me incliné para envolverla en mis brazos antes de que

agitara su regalo delante de ella, dejándola escuchar los elementos traquetear

dentro.

—Creo que vas a amarlo. —Lo puse entre el montón de regalos en la

mesa de café.

Sarah parecía absolutamente miserable, juraba que las lágrimas se

reunieron en sus ojos y me impactó la ira que exudaba Mason. Él no paraba de

mirar fijamente a las compañeras de clases de Sarah.

Me froté las manos. —Entonces… ¿Dónde está Dawn?

Mason dirigió su ceño fruncido a mí. A través de la mandíbula apretada,

dijo entre dientes: —Está en la cocina, ordenando la comida.

—Genial. —Ignorando su desagradable mal humor, forcé una enorme

sonrisa—. Me muero de hambre, vamos a ayudarla. —Tomando su brazo con el

mío, lo arrastré a sus pies y di unas palmaditas en el hombro a Sarah cuando

pasé—. Estaremos de vuelta pronto, amiguita.

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Tan pronto como tuve a Mason en el pasillo, le susurré—: ¿Qué demonios

me he perdido?

—Brillante idea de invitar a sus compañeras de clase —murmuró—. Han

estado ignorándola todo el tiempo y ni siquiera estarán en el mismo lado de la

habitación que ella.

Puse los ojos en blanco. —Bueno, ¿qué esperabas si te cerniste sobre ella

como un cabreado perro guardián? Lo juro, echabas espuma por la boca

mientras mirabas a esas pobres niñas. Me sorprende que todavía no hayan

salido corriendo y gritando de la casa.

—Pobres niñas, mi culo. Invitamos a todas las mocosas de su clase y sólo

se presentaron tres, las que abiertamente confesaron que estaban aquí porque

sus padres las obligaron a venir. Sara está abatida.

Nuestra conversación se detuvo abruptamente cuando entramos a la

cocina para encontrar a Dawn corriendo frenéticamente, tomando un helado

del congelador y colocándolo en un recipiente sin ponche.

—Oye, Dawn —saludé—, te ves un poco agobiada. ¿Por qué no vas con

el resto de los invitados? Mason y yo podemos ocuparnos de esto.

—Oh, Reese, eres una santa. Gracias. —Dawn me dio una exhausta pero

aliviada sonrisa, algo que su hijo todavía tenía que hacer—. He estado luchando

durante toda la mañana para tener lista esta fiesta, será bueno para mis pies

descansar por un rato.

Cuando ella dejó la cocina, Mason murmuró—: Gracias por ofrecerme

como voluntario.

—¿Qué? —le pregunté, sorprendida por su amargura… hacia mí. Quiero

decir, hola, yo acababa de entrar por la maldita puerta—. ¿Qué he hecho?

—¿Dónde estabas?

—Te lo dije, estaba en casa, escribiendo un trabajo. —Sí, sí, eso era una

total mentira. Había terminado ese artículo anoche antes de que mi madre

llamara. Pero no podía decirle sobre Eva. Todavía ni siquiera le había dicho a

Alec o a sus padres.

Encontrando el ponche en una jarra en la nevera, lo tomé para verterlo

en el cuenco mientras lo agitaba.

—En realidad es un tema interesante para mi clase de literatura

británica. Tuvimos que leer Chaucer en inglés medieval, lo que apestó a trasero

de mono, y luego traducirlo al inglés actual. Pero déjame decirte que los

Cuentos de Canterbury no son sólo dulces cuentos de hadas inocentes. Quiero

decir, todavía estoy enojada porque el violador terminó en un felices para

siempre, pero…

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—No me interesa tu artículo, está bien. —Mason levantó las manos al

aire—. Mi hermana está a punto de llorar. Quería que este fuera el mejor

cumpleaños de su vida… pero ella lo odia.

Mi boca cayó abierta. —Oh, mi Dios. ¿Es tu momento del mes o qué? Dije

que lo sentía. Honestamente perdí la noción del tiempo. Y será la mejor fiesta

de cumpleaños de todos los tiempos. Lo juro. Sólo tenemos que superar la

primera etapa de incomodidad y todo estará bien. Confía en mí.

Pasando sus manos a través de su cabello, Mason me observó comenzar

a cortar el pastel. Ya que no tenía ningún diseño genial, o incluso un lema

increíble como “Feliz Cumpleaños, Sara”, asumí que era seguro cortarlo.

—Lo siento —cedió, inmediatamente, agarrando la parte posterior de la

silla de la cocina e inclinándose hacia adelante para dejar escapar una

bocanada de aire—. Es que… después de ese asunto con Eva esta mañana, no

estaba seguro de si ibas a venir. Entonces te atrasaste, y creí…

—Oye. —Me detuve después de hundir mi cuchillo en una dura capa de

glaseado. Manteniendo mi voz suave, dejé el cuchillo a un lado y alcancé su

mano, obligándolo a mirarme—. No te preocupes por Eva, ¿de acuerdo?

Hablamos. No irá a la policía. Te lo juro, no tienes que preocuparte por ella.

Sus ojos seguían ligeramente inyectados en sangre de su noche de

ginebra. Me penetraban significativamente mientras apretaba mis dedos.

—Esa no era la parte que me preocupaba.

Fruncí el ceño, tratando de recordar qué otra parte sucedió y me di

cuenta de que debió referirse donde Eva le dijo que no era lo suficientemente

bueno para mí.

Liberé su mano para golpear su hombro. —Oh, como sea. Sabes que no

puedes deshacerte de mí tan fácil. Voy a ser esa amiga molesta que nunca te

deja tranquilo.

Sus hombros se relajaron cuando me observó volver a cortar el pastel.

Pero sus ojos permanecieron atormentados.

—¿Lo prometes?

Sonreí y le di un guiño. —Lo juro por mi vida.

Resopló ante mi broma, pero permaneció la tensión en sus hombros. Por

un microsegundo, de cualquier modo. Luego hizo un gesto avergonzado.

—Eso no es todo, mamá invitó a nuestra casera a la fiesta. Y dijo que sí.

—Oh, eso es genial —comencé, recogiendo el primer pedazo rebanado

para deslizarlo en un plato. Luego lo entendí. Lo miré—. Espera, es la misma

casera que fue tu primera…

Me detuve mientras me fulminaba con una mirada amenazante.

—De acuerdo —terminé lentamente—. Bueno… esto será divertido.

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No podía esperar para conocer a la casera asalta cunas, que lo desfloró.

Sí, claro.

Mason giró para recorrer la cocina, de la misma forma que anoche había

recorrido mi sala de estar. Incluso pasó sus manos a través de su cabello,

haciéndolo todo sexy y despeinado. No quería que la asalta cunas lo viera

luciendo sexy y despeinado.

—Odio cuando viene por aquí —despotricó en voz baja—. Siempre se

las arregla para encontrar una forma de acorralarme en algún lugar y hablar. Se

me eriza la piel.

Agarrándole el brazo cuando pasaba, detuve mi tarea de cortar en

rebanadas para acomodar su cabello en su lugar. Todavía estaba demasiado

sexy para mi comodidad, pero sus mechones ya no tenían ese estilo de “acabo

de salir de la cama”. De pie pasivamente delante de mí, me permitió acariciarlo

mientras sus ojos recorrían mi rostro.

—¿Quieres que te proteja de la mala anciana asalta cunas? —pregunté

con simpatía.

Dejó caer su cabeza y se inclinó hacia mí como si quisiera descansar su

rostro en mi hombro.

—Sí.

—Hecho. —Sonreí y lamí el glaseado del cuchillo de mantequilla.

Levantó la mirada y sus labios se curvaron con diversión. —Tienes un

poco de algo. —Dando un paso más cerca, extendió el brazo y con suavidad

frotó su pulgar lentamente, oh, mi Dios, tan agonizantemente, deliciosamente

lento, sobre la esquina de mi labio. Cuando retiró la mano, había una pizca de

glaseado rosado en su dedo.

Sintiéndome un poco sin aliento y aturdida, moví rápidamente mi lengua

hacia el lugar donde todavía podía sentir un eco de su toque. Estaba tentada a

levantar un dedo lleno de más glaseado directo de encima del pastel e

intencionalmente esparcirla sobre toda mi boca de ese modo me tocaría de esa

forma de nuevo. Pero era una buena chica. Inhalando una respiración

temblorosa, lo observé llevar el pulgar a su boca y lamer el glaseado.

Querido Dios.

Mi sujetador repentinamente se sentía hormigueante alrededor de mis

demasiado-sensibles partes femeninas, y mis bragas ya no eran tan cómodas.

Nunca me había encendido tanto, como totalmente excitada, por simplemente

mirar a un chico, como si, una lamida más de glaseado me tendría gritando una

gran liberación.

Pero Mason Lowe liberaba algunas feromonas poderosas. Mi cuerpo las

absorbía y rogaba por más.

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Como si supiera que provocaba que todas mis hormonas lloriquearan y

se retorcieran, sus ojos se encendieron y se balanceó hacia mí. Treinta

centímetros de espacio entre nosotros se convirtieron en quince. Luego en

siete.

Peligro. Peligro. Will Robinson, gritó mi corazón, golpeando contra mi

caja torácica como si estuviera palpitando en la puerta hacia mi cabeza para

llamar mi atención y devolverme la razón.

Conteniendo el aliento, me volteé y agarré la lata de frutos secos

variados para abrir la tapa.

—Sabes, podría haber estado guardando ese glaseado para después.

Se rió con voz tensa. —Pero me conoces. Si tienes comida, estoy

obligado a robarla.

—Cierto. —Le arranqué el sello de frescura a los frutos secos antes de

ofrecerle algunos.

—Ves, tú sí me conoces. —Con una sonrisa sensual, cogió un puñado.

Sus dedos permanecieron en el frasco, así que fruncí el ceño.

—No las tomes todas. Los invitados podrían querer algunas

Su sonrisa cayó. —Esas invitadas mejor que comiencen a tratar a mi

hermana adecuadamente, o pueden besar mi trasero.

No es justo. Si alguien iba a conseguir el honor de tocar su perfecto y

apretado trasero, debería ser yo, no un montón de estiradas adolescentes que

molestaban a su hermana. En serio.

—No te preocupes —le dije con un guiño—. Tengo un plan para las

pequeñas niñas. Todas estarán comiendo de la palma de Sarah antes del final

del día.

Mason sacudió la cabeza. —Sonríes un poquito malévolamente en este

momento. No sé si estar impresionado o atemorizado.

—Impresionado —respondí mientras trazaba mis dedos con gracia sobre

la áspera barba incipiente de su mejilla—. Siempre impresionado.

Sonrió y se acercó, pareciendo drogado por mi toque. —Usualmente lo

estoy.

Su reacción me hizo cosas traviesas. Cosas que me encantaban pero en

las que no podía pensar en este momento. Lo importante era que había

calmado exitosamente todos sus nervios crispados. Demonios, ¿era buena o

qué?

Pero con Mason tranquilo, era hora de salvar a mi amiguita.

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Traducido por Madeleyn

Corregido por Alaska Young

—Traemos la comida. —Me alegré cuando entré en la sala de estar frente

a Mason con los brazos cargados de platos llenos de pastel, helado y frutos

secos. Sirviéndole a Sara primero, coloqué el suyo en el mueble del televisor

junto a la silla y con una mano le puse el tenedor de plástico en la suya—.

Come, cielo. Me aseguré de que tuvieras más glaseado en tu… —Di un grito

ahogado—. Oh, Dios mío, no cantamos feliz cumpleaños ni te dejamos soplar

las velas.

—A Sarah no le gustan mucho las velas —respondió Mason dándole un

plato a su madre y luego otro a Leann—. Por lo general, nos saltamos esa parte.

—Oh. Bueno, todavía podemos cantarle, ¿verdad? —Ya que Dawn lucía

tan relajada en su sillón reclinable y sus pies golpeaban haciendo una canción,

empecé a cantar cuando les pasé los últimos aperitivos a Sorcha y a Brittany.

Afortunadamente, Mason, su mamá y las tres invitadas cantaron conmigo.

Después, comencé a aplaudir y todos me imitaron.

—Ahora volvemos con las bebidas —dije.

Mason tropezó cuando lo agarré del brazo y lo arrastré junto a mí.

—¿Ves? —le dije una vez que llegamos al pasillo—. Eso no fue tan malo.

Se rió. —Probablemente porque no le diste la oportunidad a nadie de

hablar.

No aprecié su chiste, así que le piqué las costillas con mi dedo índice. —

Sólo mírame, amigo. Estás a punto de contemplar el milagro que es Reese.

—Está bien. —Soltó otra carcajada—. Confiaré en ti. Pero mamá no tiene

que sentarse con las niñas y alejarse de Sarah.

—Probablemente intenta que se sientan más cómodas. —Al entrar a la

cocina, le entregué cuatro vasos de ponche ya servido.

Frunciendo el ceño mientras hacía malabares con los vasos en los brazos,

murmuró—: Bueno, esto no ayuda a que Sarah se sienta más cómoda.

—Oye. —Podría decirle a Mason que se calme e imagine a Chris y Liam.

Pero lamentablemente, no creo que colaboren con él. Puede que en ocasiones

los chicos no sean tan divertidos—. Tengo un plan.

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Al instante, recordé cuando él dijo esa misma frase anoche, justo antes

de que sus dedos… Me estremecí y sacudí la cabeza, negándome a pensar en

ese instante. No es el momento correcto.

Después de chequear que todo el mundo tenía lo que necesitaban,

Mason y yo nos servimos un poco de todo y nos unimos al grupo, sentándonos

juntos en el único mueble que quedaba disponible en la sala de estar, que era

el sofá de dos plazas. Parecía una broma, tener que sentarme junto a él como si

fuéramos una pareja.

Cuando las tres invitadas casi terminaban su pastel, le dije a Sarah—:

¿Por qué no abres tus regalos en lo que todos comemos?

—Esa es una buena idea. —Dawn se levantó del reposapiés para recoger

uno de los presentes que se hallaba en la mesa de café y se lo pasó a su hija.

—Bien pensado —murmuró mordazmente Mason después de inclinarse a

mi oído, haciéndome cosquillas en la piel sensible del cuello con su cálido

aliento—. Apresurar la tortura para que terminemos con esto lo antes posible.

Me gustó mucho que se me acercara tanto. Hasta me gustó el olor a nuez

tostada en su aliento. Necesitando espacio antes de perder el control y

avergonzarme frente a él, le di un codazo y susurré—: Compórtate.

Resopló, pero regresó a su lado del sofá, llevándose bruscamente un

bocado de pastel a la boca.

Sarah se zambulló con alegría en el momento de desenvolver regalos.

Sus compañeras de clase deambulaban cerca al tiempo que abría el primero.

Parecía tan emocionada que casi se cayó de la silla de ruedas cuando vio la

nueva y brillante pulsera de parte de Mason.

—Gracias. Gracias, Mason, gracias —dijo muchas veces, con una gran

sonrisa permanente.

Tomó unos minutos que Dawn le colocara la pulsera alrededor de la

muñeca, sin embargo Brittany, Leann y Sorcha se asombraron cuando se

escabulleron en dirección de Sarah para examinar la elegante pieza de joyería.

—Es muy bonita —murmuró Sorcha, con la envidia brillando en su

mirada—. Siempre he querido una pulsera con dijes.

Le sonreí a Mason y le di unas palmaditas en la rodilla, haciéndole saber

que hizo un buen trabajo al comprar el brazalete. Me miró y se ruborizó casi

con timidez.

Me sentí honrada de que Sarah quisiera abrir mi regalo al final. En

realidad le compré dos y los envolví en cajas separadas y luego las volví sólo

uno. Sarah parecía encantada de tener que desenvolver más, una vez que

terminó con la primera capa.

—¿Le compraste dos obsequios? —me siseó Mason al oído en tono

acusador.

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Con una sonrisa triunfal, sacudí mi cabello. —Por supuesto.

Entrecerró los ojos. —Aduladora.

—Supéralo. —Le golpeé la rodilla con la mía y le guiñé un ojo.

Dawn probablemente pensó que yo era el diablo cuando ayudó a Sarah a

abrir el primero. —Es... oh, Dios. —Me lanzó una mirada rápida y murmuró—:

Un estuche de maquillaje.

Pude ver en su cara, que de ninguna manera dejaría que Sarah lo usara

fuera de casa, pero quizá de todos modos podría dejarnos jugar cuando la

cuidara, que si fuera por mí, sería en unos treinta segundos.

La nota musical para su brazalete era para recordarle a Sarah la primera

noche que bailamos juntas, y al parecerle le gustó más a Dawn. Pero por los

ojos de Sarah, creo que se quedó con el maquillaje. Su rostro brillaba de

felicidad y agradecimiento cuando me miró.

Su madre le ayudó a guardar todo y volví mi atención al chico tumbado a

mi lado. —¿Hacemos un buen equipo o qué?

Levanté la mano en un puño para golpear la suya. Dándole una reluciente

sonrisa, accedió. Casi chocábamos nuestros nudillos cuando se abrió la puerta

principal.

—¡Increíble! Escuché que hoy había una fiesta de cumpleaños.

Una enorme caja, envuelta en papel de Mickey Mouse, llenó la entrada

antes de revelar a la señora Garrison.

Mi sonrisa alegre tuvo una muerte trágica.

Esta era la primera vez que la veía a la luz del día. Esperaba algo

totalmente diferente, tal vez cuero, piel arrugada, demasiado maquillaje

aplicado llamativamente y faja apretada con estampado de leopardo. Pero esta

mujer tenía estilo. Era distinguida. Sus pantalones capri y blusa eran elegantes,

conservadores y apropiados para su edad. Y, Dios mío, tenía un bolso marca

Burberry colgando del hombro, el mismo por el que había estado babeando en

internet como por siempre.

Ahora sí que la odiaba.

La pierna que Mason tenía pegada a la mía se puso tensa. Quería tomarle

la mano y darle un apretón de apoyo, pero me sorprendí un poco demasiado

por el extraño que entró detrás de la señora Garrison.

Acercándome, le susurré—: ¿Quién es?

—No tengo idea. —Mason sacudió ligeramente la cabeza, con la mirada

confundida puesta en el hombre.

Pero la señora Garrison apagó rápidamente nuestra curiosidad. Después

de acomodar la caja en el piso frente a Sarah, lo presentó. —Quiero que

conozcan a mi prometido, Ted. Ted, ella es Dawn...

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Cuando se lo presentó a la mamá de Mason, lo miré rápidamente.

Me juré que no le haría daño si él parecía estar celoso de cualquier forma

por el nuevo hombre de la casera. Pero por Dios, no se veía celoso…

Para nada. Lo cierto es que sólo parecía muy sorprendido al observar

boquiabierto al prometido de la señora Garrison. Cuando se volvió hacia mí, le

vi alivio y emoción en los ojos. —Gracias a Dios —articuló las palabras incluso

con una sonrisa iluminándole el rostro.

Le apreté la pierna y sonreí. —Supongo que no necesitarás mis servicios

de protección.

—Y ella es Reese —aclamó la señora Garrison, interrumpiendo nuestro

momento—. No tenía idea de que hoy estarías aquí. Hola, de nuevo.

—Hola, señora Garrison —dije sonriéndole brillantemente.

Maldita sea, era una buena actriz, aunque en realidad, no era tan difícil

fingir la felicidad de verla cuando me sentía emocionada de que ya no volvería

a jugar con Mason.

Tenía un novio. ¡Genial!

Luego de la reacción de Sarah ante los regalos de Mason y míos, abrir el

de la señora Garrison fue decepcionante. Pero gentilmente le dio las gracias

cuando Dawn le sacó un enorme oso de peluche de la caja para que lo viera.

La señora Garrison miró a Dawn y arrugó la cara. —¿Qué dijo?

Estrechando los ojos, me incliné hacia delante. —Dijo que gracias.

La casera me envió una mirada rápida y glacial, y podía jurar que en ese

breve vistazo, quiso sacarme los ojos. Pero después sus labios se fruncieron en

una apretada y graciosa sonrisa. —Oh.

No se molestó en mirar a Sarah de nuevo. Dándome la espalda, cruzó su

brazo con el de Ted y se puso a conversar con Dawn.

Sarah arrojó el oso a un lado y miró con añoranza su maquillaje, así que

tomé esto como mi señal. Saltando del sofá, me acerqué a la silla de ruedas.

—Entonces, Brittany, Leann y Sorcha —las llamé—. ¿Quieren ayudarme a

maquillar a Sarah? Creo que tengo la combinación perfecta de color para ella.

El maquillaje y las niñas de trece años de edad siempre se llevaron bien,

por lo que sus tres compañeras de clase aceptaron y me rodearon. Con su

ayuda y la de Sarah, la maquillé lo justo. Incluso sus amigas miraban

asombradas el resultado.

—Guau. Eres tan bonita —arrulló Leann, sonando sorprendida por la

belleza de Sarah.

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Feliz por el cumplido, Sarah quiso que maquillara a sus tres compañeras.

Cuando nadie se opuso, embellecí el rostro de las tres adolescentes. Sobretodo

supervisé lo que ocurría y oí lo que dijeron se le vería mejor a quien.

Justo cuando terminé de aplicar delineador en Sorcha, levanté el espejo

para que se observara. Sonrió, complacida, y me dio las gracias. Entonces vio

algo en el suelo junto a mí y gritó—: ¡Ah! ¡Una araña!

Para no quedarme atrás, en presencia de una criatura de ocho patas, tuve

que gritar más fuerte.

—¿Dónde? ¿Dónde? —Cuando la vi, salté al sofá para escapar y mi grito

aumentó—. Oh, Dios mío, es enorme. ¡Mason!

Hice un espectáculo junto a las compañeras de Sarah que gritaron y

saltaron al sofá conmigo para alejarse de la araña.

—¡Que alguien salve a Sarah! —grité, tan petrificada como para salvar a

alguien que no fuera yo.

Gracias a Dios, Sorcha jaló la silla de Sarah poniéndola a salvo junto a

nosotras, la araña nos lanzó una mirada de soslayo, era obvio que nos quería

como cena.

—¿Qué demonios? —Mason se separó de la casera, que en algún

momento robó el espacio vacío en el sofá y se sentó a su lado. Rayos, supongo

que olvidé mis funciones como protectora. Atravesó la habitación para

rescatarnos—. ¿Qué pasa?

Las cuatro en el sofá apuntamos, y Sarah trató de hacerlo con sus brazos

hiperactivamente.

—Oh. —Mason se enderezó, mirando con alivio a la bestia—. Es sólo una

araña lobo.

¿Sólo una araña lobo? Mi boca se abrió. ¿Hablaba en serio?

—No te preguntaba de qué tipo es —grité—. ¡Mátala!

Se echó a reír. Sí, el hijo de puta se rió como si la araña asesina fuera una

especie de broma. No tenía ni idea del peligro que corría su vida por reírse de

mí. Honestamente, ¿alguna vez alguien se asustó tanto como para gritar y

cometer un asesinato al mismo tiempo porque alguien pensó que su miedo era

gracioso? Bueno, yo saltaba del trampolín más alto y nadaba en todo un tanque

de ese tipo de locura.

Una risa más, y el señor Lowe podría ir eligiendo las flores que quería en

su tumba.

—Es inofensiva —aseguró—. Por Dios, Reese. Pensé que serías más

valiente que esto.

—No cuando se trata de grandes y peludos monstruos de ocho patas. Esa

cosa es más grande que yo.

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Rodó los ojos. —No lo es.

Ahora negaba con la cabeza y se reía entre dientes por mi fobia. Me

encontraba a nada de abalanzarme sobre él para saber cuál era el chiste en mi

miedo cuando se movió la araña.

Grité y casi tumbé a Brittany cuando me alejé lo más que pude del

borde. —¡Oh, Dios mío! Se mueve. Mátala, mátala, mátala.

Definitivamente sabía cómo dirigir una conmoción porque las chicas

junto a Sarah empezaron a gritarle a Mason que exterminara la araña.

Él me lanzo una mirada irritada que decía: Mira lo que empezaste.

No me importaba. La araña todavía vivía y eso no era bueno.

—¿Con qué se supone que voy a matarla? —preguntó, mirándonos con

exasperación.

Con mi histeria creciendo en proporciones titánicas, grité—: Con tu

maldito pie, idiota. Tienes como uno gigante para matar a esa cosa.

—No es tan grande. —Frunció el ceño, claramente ofendido.

—No me interesa, sólo aplasta a esa cosa antes de que se escape.

Y de esa manera comenzó el coro de voces que fue subiendo de volumen

con rapidez. —Aplástala, aplástala, aplástala.

Mason se echó a reír. Sacudió la cabeza resignado y aplastó a la bestia.

—¿Pudiste? ¿La mataste? —Agarré el brazo de Leann, probablemente

cortándole la circulación cuando contuve la respiración.

Mason levantó el pie y me mostró la gran mancha negra en la alfombra.

—Asunto resuelto —informó con orgullo.

Grité de alegría. —Oh, Dios mío, gracias. —En serio no planeé lanzarme

contra él, pero en un segundo me paré del sofá, demasiado aliviada como para

pensar correctamente, y al siguiente me lancé en el aire, abrazando a mi mejor

amigo gigoló.

Apenas me atrapó, dejó escapar un gruñido de sorpresa al dejarlo sin

aliento. Nos tropezamos hacia atrás unos cuantos pasos antes de encontrar el

equilibrio y sujetó un brazo alrededor de mi cintura estrechándome contra él.

Agradecida, lo abracé con fuerza y enterré mi rostro en aquel pequeño rincón

cómodo en la base de su cuello.

Él era sólido, real y caliente, y además olía increíble. Tan pronto como lo

abracé, me di cuenta de la cantidad de problemas en las que yo sola me metí.

Me gustó estar presionada en su contra. Demasiado. No quería soltarlo. Pero

nos hallábamos parados en una habitación llena de gente, una de las cuales era

su madre y la otra una señora que le pagó para que tuvieran sexo.

Incómodo.

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Me aclaré la garganta y me aparté lo suficiente como para sonreírle,

pensando rápido para mantener la situación divertida en lugar de totalmente

incómoda. —Mason Lowe —suspiré en voz soñadora, dramatizando a propósito

mis palabras mientras revoloteaba mis pestañas como una actriz de segunda—,

eres mi héroe.

Rodó los ojos y soltó una carcajada. Colocando una mano en mi frente,

me alejó. —Y tú una tonta.

Me encogí de hombros y por suerte no tuve que responder, porque todas

las chicas que chillaron conmigo en el sofá, saltaron detrás de mí para también

poder abrazar su cintura y alabarlo por salvarlas de la bestia.

Después de que aceptó sus cumplidos, se volvió hacia Sarah y se inclinó

para abrazarla. —Tú también… eres... mi... héroe —le dijo con su voz vacilante.

Parecía que él comenzaría a llorar. Ahuecando su mejilla, le sonrió y

murmuró—: Para ti. Siempre.

Maldita sea. Ahora yo quería llorar.

Pero de verdad, ¿tenía que ser tan absolutamente dulce cuando se

trataba de su hermana?

Sin quererlo, sentí que esto era más que un mero enamoramiento. Ya me

encontraba a mitad del camino de enamorarme de este hombre.

***

Después de todo el drama de la araña, Sarah quería bailar. Todo fue su

idea, lo juro.

Con el permiso de Dawn, puse en mi teléfono al dúo LMFAO y reproduje

la canción “Sexy and I KnowIt” por los pequeños altavoces. Las chicas amaron

cómo le daba vueltas a la silla de ruedas de Sarah y la hacía girar por el piso de

la cocina. Todas querían tener algún turno para hacerlo.

Mason nos siguió a la cocina y se paró justo en el marco de la puerta para

mirar. Aunque cruzó los brazos sobre el pecho de la misma manera en que los

tenía antes de que yo llegara a la fiesta de cumpleaños, ahora al menos parecía

relajado, como si se divirtiera.

Cuando atrapé su mirada, le arrugué la nariz. Él me devolvió una sonrisa

y rodó los ojos.

Deslizándome lejos, golpeé mi cadera con la de Sorcha, ella con Brittany,

a Leann y luego ella giró a Sarah.

—Mason —llamó Sarah—, tu turno. —Movió la mano.

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No le negaba nada a su hermana pequeña, nada, por lo que se alejó de la

pared y caminó en nuestra dirección. Cuando comenzaron a “bailar” me aparté

de la escena para que no se concurriera demasiado. Apoyé la espalda contra el

marco de la puerta que Mason utilizó cuando sentí una presencia a mi lado.

Volteé para ver a la señora Garrison sin su prometido.

Vaya, ¿él y Dawn seguían hablando de plantas en la sala? Una vez que

ella y Ted comenzaron a hablar, cayeron en una acalorada discusión sobre las

plantas perennes.

—Hola de nuevo —le dije, tratando de lucir alegre cuando sólo quería

escapar de la mujer que convirtió a Mason en un prostituto. Bueno, está bien, no

me importaría primero cortarle el cabello, robarle el bolso y luego escapar,

pero... ustedes entienden, ¿no?

—Hola, Reese —murmuró con un asentimiento real hacia mí antes de

volver su atención a Mason.

Me estremecí de asco cuando le vi un brillo depredador en la expresión,

como si pensara que era su dueña.

Una fisura de miedo me atravesó la columna vertebral. Cuando presentó

a Ted, me convencí tanto de que se alejaría de Mason. Pero por la forma en la

que lo miraba ahora, sabía que no era así.

—Lindo... el aro en tu nariz —dijo, con los ojos todavía en él.

Me aclaré la garganta y le seguí el juego. —Gracias. Mi prima me

convenció de que me lo hiciera. —Totalmente molesta de que no quitara sus

ojos de Mason, añadí—: Sabe, tiene la nariz perfecta para hacerse uno también.

Finalmente, me miró de reojo y se rió. —Oh, cariño. Soy demasiado vieja

para conseguir algo así.

Creo que trataba de reducirme y hacer que me sintiera inmadura, pero...

no caí en sus tácticas de intimidación tan fácilmente. Además, me encantaba y

abracé a mi inmadurez.

Incliné la cabeza y le di una sonrisa inocente. —¿En serio? —Sonando

intrigada, jugué con una hebra de mi cabello que era mucho más joven y sano

que el suyo, el cual es muy esponjoso, viejo y lleno de puntas abiertas. Bueno,

bien. No le noté nada de esponjoso o puntas abiertas, pero totalmente se lo

merecía—. No parece del tipo a la que una cosa tan pequeña como la edad le

moleste.

Lancé una mirada a Mason, haciendo obvio mi comentario. Cuando me

giré hacia ella, se quedó inmóvil y su rostro palideció. Un músculo de su

mandíbula tembló y sus ojos se estrecharon, endureciendo la mirada.

Ooh, a la perra no le gustaba que supiera su pequeño secreto.

Un punto para Reese, la aspirante. Oh, sí.

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—Hmm. —Se dio la vuelta, regresando por el pasillo a la sala principal,

donde se encontraban el resto de los adultos más grandes.

Acabando el baile y besando la mejilla de Sarah, Mason caminó hacia mí.

—No sé lo que le dijiste para asustarla —me dijo—, pero creo que te amo

por eso. —Sus ojos brillaron como un estaño caliente cuando me sonrió. Luego

se fue para bailar con Leann.

Me quedé detrás de él, demasiado afectada para responder. Sabía que

bromeaba. Pero esas palabras viniendo de él sonaban tan malditamente

increíbles. Que me provocaron un hormigueo que me comenzó desde las

puntas de los dedos del pie hasta la cabeza.

Aún sonreía como una idiota enamorada cuando sus pantalones sonaron.

Soltó a Leann para sacarse el celular del bolsillo. Cuando leyó el nombre

en la pantalla, me lanzó una mirada incómoda. Antes de alejarse rápidamente,

murmuró—: Discúlpenme —y corrió al baño para responder.

Ácido se arremolinó en mis venas. Sólo podía haber una razón por la que

no le gustaría que cualquiera escuchara su conversación.

Hablaba con una cliente.

Traté de que no me importara, pero honestamente, no pude.

Lo que le dijo a la Dra. Janison en la biblioteca el jueves seguro fue una

mentira, porque no dejó de programar clientes en absoluto. Preparaba una

reunión con una justo ahora. Y eso que anoche casi fue atrapado por un marido.

Una angustia agobiante llenó mi pecho. Mi garganta se secó y mis ojos se

humedecieron.

Por qué seguía haciéndome esto a mí misma, dejando que la esperanza

creciera como maleza a mí alrededor y asfixiara todo mi sentido común, no lo

sabía. Nunca podría ser nada más que una amiga para Mason Lowe.

Como ya empezaba a oscurecer, y me había asustado con la llamada de

mi madre la noche anterior, lo tomé como mi señal de salida. Quería estar en

casa antes que cayera el sol, con todas mis puertas y ventanas cerradas y mi

arma de electrochoque en las dos manos.

Por otro lado, Eva todavía podía estarme esperando. Me necesitaba.

Mason, obviamente, no.

No esperé a que él terminara la llamada. Abracé y besé a Sarah como

despedida, les hice una seña amistosa de despedida a sus amigas y me deslicé

por la puerta trasera, corriendo a mi coche antes de que alguien pudiera

pararme.

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Traducido por florbarbero

Corregido por Vanessa VR

Odiaba los deberes. Siempre lo había hecho.

Antes de que hubiera comenzado el jardín de infantes, mi hermana

mayor, Becca, me había dicho que mi maestro me daría deberes si pensaba

que yo era tonta. Y, por supuesto, al final de mi primer día de escuela, mi

maestra, la señorita Zeigler, había juntado sus manos alegremente.

—Como tarea, quiero que todos ustedes vayan a casa y practiquen la

escritura de la letra A.

Rápidamente había mordido mi labio inferior y empezado a llorar,

pensando que era el epítome de un estúpido.

Con el transcurrir de los años, superé lentamente mi aprehensión por las

tareas y no volví agritar por otra asignación en clase. Sin embargo, las ganas de

llorar como lo hizo mi vieja yo del jardín de infantes burbujeó a la superficie el

siguiente martes por la mañana, cuando mi profesor de virología general

alegremente repartió ocho páginas de preguntas de investigación y luego

anunció que revisaríamos las respuestas cuando nos viéramos la próxima clase.

Eso me daba cuarenta y ocho horas para buscar y encontrar cincuenta

respuestas que no eran de ninguna manera fáciles o sencillas.

Esa noche, tenía dos libros de texto abiertos y tres folletos repartidos

sobre la mesa delante de mí. A mí alrededor, la biblioteca de la universidad se

mantenía bastante tranquila, sin embargo, cada roce de una silla, movimiento

de papeles, o la tos de alguien que pasaba, me distraía.

Un chico se encontraba sentado a mi lado, frotando tranquilamente la

punta de su zapato hacia arriba y abajo por mi espinilla, empeorando las cosas.

Quería decirle a Bradley que se largara, pero formaba parte de mi grupo de

estudio de los martes por la noche, aunque no estaba muy segura de por qué él

era miembro. No parecía muy interesado en todo el concepto de hacer la tarea.

Me imaginé que debía haberse unido con la esperanza de conseguir las

preguntas resueltas.

Hasta el momento, yo estaba en plan de “Estoy tratando de ignorarte”.

Pero, por desgracia, no captaba la indirecta.

Frente a nosotros, Ethan Riker se cernía sobre su propio libro de texto

mientras miraba a través sus lentes de marco grueso y calculaba lo que parecía

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ser un problema particularmente difícil. Fruncí el ceño mientras miraba y me di

cuenta que tenía tres preguntas terminadas.

¡Aghhh! Eso no era aceptable.

Apretando los dientes con irritación competitiva, me centré una vez más

en mi hoja de trabajo y de repente deseé que Mason se especializara en

virología. Él nunca intentó jugar a los piecitos conmigo cuando estudiamos

juntos —aunque con él, habría sido bien recibido— y siempre trabajaba más

rápido que él.

Pero no, Mason trabajaba para especializarse en ingeniería eléctrica. El

aguafiestas.

Además, todavía lo evitaba. Más o menos. Bueno, no del todo. Pero no lo

había visto desde la noche del domingo en la fiesta de Sarah porque

nuevamente se mantenía distante de mí.

Casi salté de mi silla cuando sentí un asqueroso dedo del pie sobre mi

pantorrilla. ¡Qué asco! Si Bradley frotaba su desagradable pie con hongos

sobre mí, él estaba tan muerto.

Cuando moví mi silla para alejarme un par de centímetros, no entendió la

indirecta.

—Oye, ¿Reese? —susurró.

No me atrevía a darle más incentivo para acosarme, así que ni siquiera

levanté la vista cuando murmuré—: ¿Hmm? —En el máximo tono distraído que

pude fingir.

—¿Podrías ayudarme a encontrar cuál es el animal al que afecta la

enfermedad de los priones, el prurigo lumbar?

Casi gemí. Eso era parte de la primera pregunta en la hoja. Buen Dios

Todo poderoso. Bradley tenía que darse prisa si quería terminar esta noche. Y

realmente necesitaba sacar sus sucios pies de mí antes de que le diera una

patada.

En serio.

Pareciendo tener misericordia de mí, Ethan miró hacia arriba. —Es a las

ovejas. Lo dice el libro de texto aquí, en la página trece.

—Oh —murmuró Bradley sin entusiasmo—. Gracias. —Envió una mirada

no tan agradecida a Ethan. Mientras anotaba la respuesta, miré a través de la

mesa. Quería enviar a Ethan una sonrisa discreta de “Gracias por conseguir que

él dejara mi pierna”, pero ya tenía la nariz enterrada de nuevo en la hoja de

trabajo.

Y, maldita sea, ahora tenía cuatro preguntas terminadas. Bradley levantó

el rostro, se volvió hacia mí y abrió la boca como si fuera a pedir ayuda con la

segunda pregunta. Mis dientes se apretaron. Al borde de perder

completamente la calma, le envié una mirada maligna de “no te atrevas”.

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Antes de que Bradley pudiera hablar —o incluso intentarlo, y me hiciera

explotar y decirle que mantenga sus dedos lejos de mí, una voz se escuchó por

el intercomunicador—: La biblioteca cerrará en veinte minutos.

Ah... salvada por el cierre de la biblioteca.

Al lado de Ethan, Debby cerró de golpe su libro. —Gracias a Dios. Me

largo de aquí. No puedo responder otra pregunta sobre la estúpida tarea esta

noche.

Chase, que estaba sentado entre Debby y Bradley, siguió su ejemplo. —

¿A quién diablos le importan las clasificaciones de los virus de todos modos?

Bradley miró con los ojos muy abiertos mientras Debby y Chase

comenzaban a empacar sus cosas. Era demasiado obvio que no quería

quedarse los últimos veinte minutos. Y como yo no había caído bajo el hechizo

de sus esfuerzos repulsivos con los masajes en mis piernas, sin duda quería huir

con los demás.

—Bueno, debo prepararme para el trabajo —dijo.

Como los tres desertaron simultáneamente, levanté la mirada hacia

Ethan, que me miraba expectante.

—¿También vas a irte? —pregunté.

Negó con la cabeza. —Nop. No puedo. Esta es la única noche en que

tengo tiempo para estudiar. Debo conseguir terminar esta cosa.

Dejé escapar un suspiro de alivio. —Bueno. —Genial. Ethan era el único

miembro del grupo con el que me gustaba estudiar... aunque hacía el trabajo

más rápido que yo—. Es también la única noche que tengo libre.

Me estudió con una leve sonrisa antes de sacudir la cabeza y mirar a su

tarea. —Uh... ¿Has encontrado la respuesta de la número ocho? Tuve que

saltarla porque no pude encontrar nada.

Me hizo gracia que necesitara mi ayuda, y comprobé mi trabajo. —Oh,

eso estaba en la hoja de trabajo que el profesor Chin repartió en la clase del

jueves pasado.

Ethan murmuró algo por lo bajo, irritado. Apoyando el brazo sobre la

mesa, enterró la cara en el hueco de su codo con un gemido derrotado. —Sabía

que tenía que ir a clase esa mañana, pero estaba tan cansado después de

trabajar hasta tarde que ni siquiera pude reunir energía para apagar la alarma

del reloj.

Agarré mi copia de la hoja y se la pasé por encima de la mesa. —Puedes

usar la mía.

Hubo una pausa antes de que él levantara la cara, me enviara una mirada

perpleja y luego deslizara lentamente la hoja de mi mano. —Gracias. —Un

segundo después, preguntó—: ¿Te importa si hago una copia de esto?

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—¿Hmm? —Miré hacia arriba y guau, él parecía tan estudioso y...

delicioso, sentado allí, mirándome.

Ethan tenía el pelo castaño claro con reflejos rubios naturales. No debe

ser un gran defensor de ir a su barbero, porque su barba generalmente se veía

bastante peluda. Y las gafas lo hacían ver sexy, como un joven profesor.

Parpadeé, sorprendida. Guau. Ethan no era mal parecido. Qué extraño.

Reconocía cuando un chico era atractivo al segundo de conocerlo. Pero desde

que Mason Lowe entró en mi esfera, mi medidor de chicos calientes, no

funcionaba más. Era como si no existiera otro hombre.

—Umm... —Usa tu cerebro, Reese—. Eh... sí —dije entre dientes,

frunciendo la frente como si permitiera que él rompiera mi concentración en la

tarea. Escondí mi cara y fingí leer un pasaje de uno de los dos enormes

volúmenes frente de mí.

—¿Sí, te molesta? —preguntó—. ¿O sí, puedo hacer una copia?

—¿Eh? —Levanté la vista e hice un ligero movimiento con la cabeza—.

¿Por qué me molestaría que hicieras una copia?

Tardíamente, noté el brillo divertido en sus ojos, una fracción de

segundo antes de que comenzara a sonreír. El magnetismo de su sonrisa no

alcanzó los niveles —fuera de serie— de la de Mason, pero era bastante linda.

—Tienes notas personales en los márgenes —dijo—. A algunas personas

les molesta.

Lo miré un momento más antes de decir—: No me molesta.

Su sonrisa se calentó, mejorando la forma en que se veía un par de

puntos en la escala de Richter. —Bueno...gracias.

Lo vi alejarse, considerando las posibilidades ahí, y por sorprendente

que parezca, no apestaban completamente.

—Hmm. —Era bueno saberlo. Puede que todavía haya vida para mí

después de haber sido completamente arruinada por un ex novio psicótico

acosador y luego de haberme enganchado completamente con un gigoló no-

retirado.

Cuando Ethan regresó, puso mi hoja de trabajo al lado de mis libros. —

Aquí está el original.

—Gracias. ¿Ya viste la número diecinueve?

—Dame un segundo. —Se dejó caer en su silla y consultó su hoja de

trabajo—. Sí, recuerdo haber leído acerca de eso. —Transformándose del

modo “compañero sexy” y volviendo al modo “insulso socio de estudio”, hojeó

uno de sus numerosos libros de texto—. Aquí. —Citando un pasaje en voz alta,

dijo—: Las enfermedades humanas que se cree son causada por priones son...

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Mientras hablaba, moví mi silla para sentarme a su lado. Balbuceó

mientras leía echándome un vistazo. Luego sonrió, con sus mejillas sonrojadas,

y siguió hasta que citó todo el párrafo.

—Ahí está —murmuré—. Gracias.

—No hay problema. —Se aclaró la garganta y se centró en su asignación.

—Ah oye, ¿qué tipo de clasificación de Baltimore pusiste para el

Parvoviridae?

—Lo coloqué en el grupo dos.

Analicé su respuesta y seguí mirando la pregunta antes de arrugar la

nariz. —¿Pero no es Parvoviridae un virus de doble cadena?

Mirando la pregunta, Ethan la leyó de nuevo. —Oh, infiernos —

murmuró. Comenzó a borrar lo que había escrito—. Buena atrapada.

Sonreí, sintiéndome un poco petulante por haber corregido al brillante

Ethan Riker.

—Está bien. —Acomodé mi pelo en mi manera, “sí, soy impresionante”—

.¿Lo pusiste en el grupo uno, entonces?

—Sí —murmuró—. Tendría que ir ahí, ¿no te parece? Es un virus ADN y

no es de transcripción inversa, así que...

—Es del grupo uno —anuncié.

—¿Puedo tener su atención, por favor? —anunció una voz desde los

altavoces de la biblioteca—. La biblioteca cerrará dentro de cinco minutos.

Gimiendo decepcionado, Ethan miró su tarea. —No voy a terminar esta

tarea antes de que cierren.

Tragué saliva. —Yo tampoco. —Oh, que decepción.

Tenía que terminar la tarea esta noche o no podría hacerlo. —Oye,

¿hasta qué hora está abierto el centro de estudiantes?

Ethan miró su reloj. —Cerró hace una hora.

Rodé los ojos. —Espectacular.

El estómago de Ethan gruñó como si estuviera de acuerdo, lo que me

recordó que no había comido bien.

Como no quería pensar en la comida porque los estantes de mi cocinase

veían bastante sombríos, bostecé y me estiré, con la esperanza de mantener la

repentina sensación de hambre a raya.

—¿Ya comiste? —preguntó Ethan, planteando la cuestión de todos

modos.

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Podría haberlo estrangulado. Gracias, amigo. Ve y recuérdame que sólo

me queda una última caja de arroz y macarrones con queso. Tendría que durar

hasta la próxima mesada de mis padres o pago de alguno de mis trabajos.

Negué con la cabeza.

—Bueno, me muero de hambre. —Cerró su libro—. Si no te importan dos

compañeros de cuarto que probablemente estarán jugando Invasión Zombie

con un sonido tan alto como los altavoces permitan, digo que vayamos a mi

dormitorio, donde podemos extender esta mierda y no nos echaran al cerrar.

De esa manera, podemos pedir una pizza o algo así. Yo invito. Tengo que

comer antes de desmayarme.

Lo vi con recelo, preguntándome si había algún tipo de motivo oculto

detrás de su invitación. Pero cuando me miró, no se veía como un loco maníaco

por sexo que quisiera atraer a la primera chica confiada a su guarida. Parecía

un chico universitario cansado y hambriento que sólo quería terminar su tarea e

ir a dormir.

Al darme cuenta de que se trataba de Ethan —no Jeremy— con quién

hablaba, negué con la cabeza libre de preocupaciones. —Podría comer. Pero

vamos a ir a mi apartamento. No tengo compañeros de piso zombie-adictos que

se metan con nosotros.

Parecía sorprendido por la invitación, pero apresurándose torpemente

aceptó. Cuando su rostro se enrojeció, finalmente algo me impactó, guau, creo

que el chico podría tener un mini enamoramiento conmigo.

Se giró repentinamente incómodo. —Uh, ¿quieres que te siga a casa,

entonces?

—Eso sería genial.

Tengo que admitir que tenía un motivo oculto. No quería ir al dormitorio

de Ethan ahora, cuando la luz se acababa, y tener que irme más tarde, cuando

ya fuera de noche y me diera miedo salir. Además me gustaba la idea de tener

a alguien más por ahí cuando llegara a casa. Eva había estado mucho en mi

casa últimamente, malcriándome. Ella podría estar lidiando con sus propios

problemas —todavía no le había dicho a sus padres sobre el bebé porque Alec

se alejó totalmente cuando se lo contó—, pero su sola presencia había ayudado

a mantener a raya mi terror a Jeremy.

Cuando Ethan me siguió a casa y entró a mi apartamento, estaba

inusualmente tranquila. —Es un lugar estupendo. —Fue más o menos todo lo

que dijo después de que me siguió dentro.

—Funciona para mí. —Tiré mi mochila sobre la mesa de café y busqué mi

celular—. ¿Hay algún lugar específico de pizza en el que desees ordenar?

Negó con la cabeza mientras caminaba con curiosidad alrededor de la

sala. —Cualquier lugar está bien. Tomaré de pepperoni.

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Marqué a mi repartidor favorito y realicé nuestro pedido. Para el

momento en que colgué, él había caminado hacia la nevera y miraba a la única

foto fijada con un imán.

—¿Quién es?

Sonreí con cariño a la instantánea de Sarah sentada en su silla de ruedas,

levantando un pulgar hacia arriba para la cámara.

—Esa es la pequeña niña que cuido. Su nombre es Sarah, y es taaaan

preciosa.

Ethan asintió. —¿Qué está mal con ella?

Fruncí el ceño y quise estallar: “No hay nada malo en ella. Es perfecta en

todos los sentidos”, pero sabía lo que quería decir.

—Tiene parálisis cerebral. En cierto modo me asusté un poco cuando la

vi por primera vez —le confesé—. Pero una vez que pasas cinco minutos con su

compañía, no ves la silla de ruedas en absoluto. Es... ella es un rayo de luz de

sol.

—Suena como que es especial.

—Lo es. ¡Oh! Tal vez conozcas a su hermano. También va a Waterford.

¿Mason Lowe? —No sé por qué tuve que decir su nombre en voz alta.

Simplemente salió de mí.

Ethan espetó con alerta.—¿Mason Lowe? Sí, sé quien es Mason. ¿Es su

hermano?

Asentí. —Sip. Él también te puede decir lo maravillosa que es Sarah.

—Yo... yo los he visto a ti y a Mason juntos por el campus un par de

veces.

Me encogí de hombros, tratando de no reaccionar ante la mirada curiosa.

—Claro. Nos hicimos amigos debido a ella.

—Amigos —repitió y poniéndose colorado, desvió la mirada—. Pensé

que... lo siento. Siempre asumí que ustedes dos eran... pareja.

Negué con la cabeza, aunque mi cuello se sentía débil y mis mejillas

repentinamente calientes.

—No, no, sólo somos amigos...

Lamentablemente.

—Bueno, eso es un alivio. Yo había oído hablar... quiero decir. —Se

mordió el labio inferior—. He oído algunos rumores bastante locos de él.

¿No lo había hecho todo el mundo? Quería gritar, llorar y tirar cosas en

nombre de Mason. Y también en mi nombre.

Pero me obligué a mostrarme indiferente. Con una sonrisa y rodando los

ojos, dije—: Déjame adivinar. Ya has oído que es un gigoló que trabaja en el

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Country Club como pantalla para organizar todas las reuniones con sus clientes

femeninas ricas y viejas.

Ethan se puso rojo remolacha.—Uh, sí. Algo por el estilo. Así que... —

Levantó las cejas por encima de sus gafas—. ¿No es cierto, entonces?

—Umm... —Hice una cara extraña—. ¿No estaría, como, en la cárcel ahora

si estuviera practicando la prostitución tan abiertamente?

Encogiéndose de hombros, dijo—: Supongo. Pero eso no me importa.

Sólo estoy aliviado de que no está saliendo contigo.

—¿Por qué? —pregunté, inmediatamente alarmada—. ¿Qué más has oído

hablar de él?

—Nada. Es que... —Tomó un largo suspiro—. Siempre he querido

preguntarte si quieres salir.

Mi boca se abrió. —¿En serio? —Guau, el tímido Ethan Riker podría no

ser tan tímido después de todo.

Asintió tímidamente y miró hacia otro lado. —Entonces, ¿qué dices? —

presionó—. ¿Este viernes? ¿Quieres, no sé, hacer algo conmigo?

Empecé a sacudir la cabeza y rechazarlo. Pero entonces me detuve y

recordé lo lastimada que me sentí el domingo, cuando Mason tuvo esa llamada

telefónica y se metió en el baño para hablar en privado con su clienta. Recordé

el daño que me hizo escucharlo hablar sobre la forma en que casi había sido

capturado por un marido. Me acordé de todas las razones por las que nunca

podríamos estar juntos.

Mason sin duda, no actuaba como un monje sólo porque quería estar

conmigo. ¿Por qué debería yo actuar como una monja sólo porque él era la

única persona con quién quería estar?

No tenía ninguna razón para serle fiel. Ciertamente, no éramos novios.

Nunca podríamos ser una pareja. Sólo éramos amigos.

Y tenía que seguir adelante con mi vida. Si lograba superar lo que había

pasado con Jeremy sólo para atascarme con Mason, iba a terminar de nuevo en

el punto de partida.

En ninguna parte.

Pero todavía estaba insegura. —Se supone que debo cuidar a Sarah

todos los viernes —dije con una mueca de dolor.

Cuando los hombros de Ethan cayeron y una apariencia aplastada cruzó

su rostro, me sentí mal. No quería hacerlo, pero me apresuré a añadir—: ¿Qué

tal el sábado?

Al instante se iluminó. —El sábado sería genial. ¿Te recojo a las siete?

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Traducido por Jeyly Carstairs

Corregido por Marie.Ang

Mi estómago estuvo revuelto por el resto de la semana. Creo que estaba

lleno de un muy acido remordimiento. Y tal vez algo de culpa también, aunque

eso tenía menos sentido. No estaba ligada con nadie; no debería haber sentido

ningún remordimiento en decirle a Ethan que saldría con él. Pero lo hacía.

Nunca debería haber dicho que sí. No estaba de humor para citas; bien,

no de humor para salir con cualquier persona, excepto una. Y esa persona no

era Ethan Riker.

Pero esa persona estaba completamente prohibida y debía seguir

adelante. Quiero decir, si su visita del sábado por la noche donde me habló de

sus aventuras con mujeres casadas y detalles de su estúpido plan —el que

totalmente no me involucraba— no me había convencido de que estaba

prohibido, pues la noche del miércoles ciertamente lo hizo.

Llegué a mis deberes de niñera para descubrir que ya se había ido al

trabajo —normal— pero un sobre lleno de dinero fue pegado a la nevera con

un imán. Mi nombre y las palabras $ niñera yacían garabateadas en el frente en

su fuerte letra. De alguna manera, sabía exactamente cuánto me debía Dawn.

Y entonces, me golpeó. Como si en realidad me golpeara un: “Reese,

despierta y huele los lattes”.

Su sentido de responsabilidad hacia su familia lo era todo para él. Todo.

No le importaba si sus obligaciones lo hacían hacer cosas que causaban que se

sintiera atrapado o sucio hasta que odiaba a una parte de sí mismo. No iba a

dejar de cuidar de Dawn y Sarah de la única forma que sabía. Había vendido su

alma para asegurar que cada cuenta que su madre se olvidaba de pagar fuera

atendida, incluso la factura de la jodida niñera.

Una parte de mí lo odiaba por eso, ya que era yo quien fue engañada por

su inquebrantable compromiso altruista. Pero, otra parte de mí lo admiraba y

respetaba por su amor y sacrificio por su madre y hermana. Lo hacía porque se

preocupaba mucho por ellas, y adoraba la forma en que amaba a las personas

más cercanas a él. Hacía doloroso ser un miembro de ese círculo exclusivo.

Casi ignoré el dinero. Su origen se me hizo enfermizo. Además, él lo

necesitaba para cosas importantes, indudablemente no algunas de las cosas

triviales para las que yo solía utilizarlo, como esos lindos aretes que había

pedido en línea que coincidían totalmente con mi aro en la nariz. Y no me

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importaba si nadie me pagaba un centavo más por pasar el tiempo con Sarah.

Pero lo tomé de todos modos, porque sabía que iba a hacer que Mason se

sintiera incluso más barato y más sucio si no lo hacía.

Lo donaría a alguna obra de caridad, o tal vez al fondo del bebé que

tenía el mal presentimiento que Eva iba a necesitar.

Y me dije que sólo seriamos amigos con Mason de aquí en adelante. No

más textos coquetos, no más pensamiento prohibidos —vale, eso era imposible

de hacer, pero por lo menos lo intentaría— y por desgracia, no más almuerzos

juntos. No me necesitaba intentando tentarlo que se alejara de sus objetivos de

mantener a su familia.

Me apegué a este plan hasta que Mason apareció en mi mesa durante mi

hora de almuerzo el viernes y dejó caer su bolsa en el banco frente a mí.

—Hola. —Hizo una pausa para tomar una respiración profunda antes de

añadir—: Sweet Pea —con una gran sonrisa conocedora.

Maldita sea. Mis planes de mantenerme alejada y respetar sus decisiones

fracasaron por completo.

Pero no pude evitarlo. Empezaba a tener retraimiento. Después de llegar

a verlo mucho este pasado fin de semana —literal y figurativamente, guiño,

guiño—, nada de Mason en cinco días sólo se sentía… mal. Además, había

venido a mí. Así que, incluso mientras me decía que debía ahuyentarlo, mi

pulso se aceleró con alegría cuando se sentó.

Fingiendo un ataque al corazón, golpeé mi mano sobre mi pecho y jadeé.

—¿Qué es esto? ¿Estás sentándote conmigo… en público? ¿Los impulsos de

chico cachondo se han disminuido? ¿He perdido mi atractivo seductor por

completo? Di que no es así.

Se rió y rodó los ojos. —No. No han disminuido. Simplemente he llegado

a la conclusión de que vamos a tener que aceptar que los impulsos

probablemente serán una faceta permanente de nuestra relación de aquí en

adelante. Y si dices que puedes controlar los tuyos, entonces voy a tratar de

controlar los míos.

Arrugué la nariz. —Qué generoso de tu parte.

Una risa plena y gutural retumbo en su pecho. —Eso y que no puedo

verte arrugando la nariz al otro lado del patio. No tienes idea de lo mucho que

he echado de menos eso.

Su lado lindo y juguetón llegó a mí como ninguna otra cosa. Necesitando

controlar mis propios impulsos, suspiré y volví a mi tarea que había estado

tratando de hacer antes de que hubiera aparecido. —Sí, sí. Apuesto a que

simplemente te estás quedando atrás en cálculo y necesitas mi ayuda.

Sin negarlo, se encogió de hombros. —Ya que lo mencionas… —Sacó el

libro de cálculo de su bolso mensajero y lo abrió en la página donde su tarea

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estaba a medio terminar. Mientras buscaba un lápiz, preguntó—: ¿Con qué me

alimentarás hoy?

Su sonrisa era tan fresca y viva, que provocó que una pieza de vida

volviera dentro de mí, algo que se había marchitado en los últimos días sin una

dosis de él.

Todavía no podía creer que Mason estuviera aquí, al otro lado de la mesa

frente a mí, siendo mi amigo de nuevo. Sin decir un comentario sarcástico,

deslicé lo que quedaba de mi mini bolsa de papas fritas sobre la mesa para él,

ya que había terminado todo lo que me iba a comer, y probablemente le

hubiera ofrecido uno de mis más preciados lattes en este momento porque

estaba tan emocionada de que estuviera aquí.

Asintió en señal de aprobación y enganchó mi bolsa de papas. —Nachos

con queso. Bien. —Mientras sacaba un puñado, me miró—. ¿Terminando el

trabajo de inglés?

Levanté las cejas. —Oh, así que hoy te interesas por mi trabajo de inglés ,

¿eh?

Sus hombros se hundieron. —Reese. Vamos. Siento haberte dicho eso en

la fiesta. No estaba de ánimo. —Se puso la mano sobre el corazón y me envió un

puchero de disculpa sincera—. Me intereso por todo lo que haces.

Me quejé para cubrir el gemido por las emociones derritiéndome. —

Vale, ya es suficiente. Las sandeces por aquí se están haciendo demasiado

profundas para caminar a través de ellas.

—¿Qué? —Tuvo el descaro de parecer ofendido—. Lo digo en serio.

Rodé los ojos. —Lo que sea. Así que, déjame adivinar. Tu casera todavía

piensa que tú y yo estamos montados en el tren de hacer bebés juntos, ¿no?

Con un suspiro, se sacudió el polvo del nacho con queso de los dedos. —

Más o menos.

—Caray. —Suspiré como si me avergonzara de la señora Garrison por su

opinión prejuiciosa—. ¿Por qué es tan difícil para la gente pensar que sólo

somos amigos?

Mason me estudió un momento, su expresión penetrante e indistinguible,

antes de encogerse de hombros sin responder. Me di cuenta de que no quería

hablar del tema.

—Me insultó cuando te acorraló en el cumpleaños de Sarah, ¿no?

—Síp. —Esta vez, su táctica de distracción fue abrir su bolso y sacar mi

copia de El prisionero de Azkaban, que había dejado con Sarah hace una

semana.

Chasqueando los dedos, grité—: ¡Lo sabía! Típico, mezquino y celoso

movimiento. ¿Qué dijo? Dijo que tengo un gran trasero, ¿verdad?

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Rodando los ojos, Mason amortiguó su respuesta con la boca llena. —No

dijo que tienes un gran trasero. Confía en mí, tu trasero es… perfecto.

Tragué saliva. Luego, volví a tragar saliva. No sé por qué sus elogios me

tomaban totalmente por sorpresa. Me daba un montón de ellos. Sin embargo,

nunca estaba preparada para el impacto que provocaban sus halagadoras

palabras.

No del todo segura de cómo responder, agité mi mano y seguí hablando

de la señora Garrison, porque me sentí mezquina y celosa. —Entonces, ¿qué

fue lo que dijo de mí?

—Nada que valga la pena repetir. —No me miró a los ojos mientras

inclinaba el fondo de la bolsa de papas hasta asegurarse de que había sacado

hasta la última miga—. No te preocupes por eso.

Mi boca se abrió. —Oh, ahora tienes que decirme.

¿Qué diablos había dicho esa malvada asalta cunas? Sabía que no era

perfecta por cualquier tramo de la imaginación. Pero, no podía pensar en

ninguna de las partes de mi cuerpo que fuera tan anormal para que Mason no

pudiera revelar su insulto.

Me envió una mirada de advertencia, pidiéndome que lo dejara pasar.

Así que, no iba a suceder.

—Vamos —presioné—, sólo dime. Seré tu mejor amiga. —Revoloteé mis

pestañas.

Rodó los ojos. —Ya eres mi mejor amiga.

¿Lo era? Me enderecé, alarmada, halagada y extremadamente

emocionada. Guau… otro elogio desprevenido. Florecí con deleite. —Bueno…

gracias. Pero, como mi nuevo mejor amigo, ahora estás obligado a decirme lo

que dijo.

—Reese —se quejó.

Mi alarma aumentó. —Oh, dios mío. ¿Fue tan malo?

—Ni siquiera era cierto. Así que… sólo dejémoslo. Por favor.

Oh, demonios, no. —Si no fuera cierto, entonces, ¿por qué no puedes

decir…

—Está bien. Dijo que eres una buscadora de atención. ¿De acuerdo? Dijo

que le robabas el protagonismo a Sarah en su propio cumpleaños, lo que no…

—Oh, dios mío. ¿Lo hice? —Puse la mano sobre mi pecho, donde había

comenzado un dolor agudo.

No podía creerlo de esa bruja. Había roto totalmente el código número

uno de la chica celosa. Cuando insultas a la otra mujer, vas tras su aspecto… no

su personalidad. Dios, que asqueroso golpe bajo.

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Sin embargo, sus tácticas sucias definitivamente habían hecho el trabajo.

Me sentía muy mal.

Bien jugado, mugrienta casera proxeneta, bien jugado.

Pero simplemente había actuado de esa manera en la fiesta para ayudar a

aliviar la incomodidad. Quería demostrarle a las otras chicas como de dulce,

adorable y divertida era Sarah. Había estado tratando de colocar la atención en

ella, no robársela.

—¡No! —interrumpió Mason enfáticamente—. Te lo dije, no era cierto.

—Pero…

—Escúchame. —Inclinado parcialmente sobre la mesa para mirarme

directamente a los ojos—. Antes de que aparecieras el domingo, mi hermana

era absolutamente miserable. La mañana siguiente, dijo que fue el mejor

cumpleaños que había tenido. Y eso fue gracias a ti, ¿entiendes? Tú hiciste que

las otras chicas interactuaran con ella. Y ahora, aquella alta, Sorcha, incluso va a

volver el sábado por la tarde para pasar el día con Sarah.

—¿En serio? —Me alegré, emocionada por saber eso—. Eso es genial.

¡Oh! Me agradaba Sorcha. —Y ahora, totalmente la amaba.

Mason sacudió la cabeza y me dio una leve sonrisa. —Eres la persona

menos egoísta que conozco.

Arrugué la nariz. —Bueno… puedo ser un poco egoísta.

De acuerdo, muy egoísta. Cielos. ¿Criticona mucho más?

No parecía muy convencido. —No lo veo así. Ese día en la biblioteca…

con la Dra. Janison y Eva.

Haciendo una mueca, recordé.

—Cada mujer me trata de esa manera, Reese. No soy una persona para

ellas. Sólo soy… un buen rato o algo vil que hay que evitar a toda costa. Y

entonces, llegaste y tú… me abrazaste. Eres la primera persona que me ve, a

Mason, no el sexo en venta. Y ese tipo de compasión no es un signo de una

persona egoísta, en absoluto.

—Yo… —Mis pestañas se batían como las alas de un colibrí, alejando

cualquier posible lágrima—. Bueno, gracias. Pero tú eres una persona, y…

Levantó un dedo para callarme. —No estamos hablando de mí. Hablamos

de ti. Y tú eres… eres… —Hizo una pausa para sacudir la cabeza.

—¿Yo soy…? —insté, no muy segura de si quería saber a dónde iba, pero

mi curiosidad estaba demasiado intrigada para no presionar por más.

—Eres rara… y sin embargo, convencional. Inocente pero, mundana.

Reservada pero, extrovertida. Sincera pero, precavida. Moderna pero también,

práctica. E infantil mientras todavía logras ser madura. Es como… eres una

perfecta contradicción.

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Tragué saliva, boquiabierta y sin poder decir una sola palabra. Para

conseguir ese tipo de explicación, había tenido que pensar en ello. Saber que

Mason pensó tanto en mí me dejó completamente sin aliento.

Se me quedó mirando un momento como si quisiera decir algo más, algo

probablemente lo suficientemente significativo para tirarme en mi trasero, pero

se aclaró la garganta y bajó la vista. Al ver el libro en su mano, lo pasó sobre la

mesa hacia mí. —En fin… toma. Creo que puedo decir oficialmente que soy

adicto a Harry Potter. Sarah y yo no podíamos esperar para pedir prestado El

Cáliz de Fuego. Compramos nuestra propia copia y lo empezamos ayer.

Me aclaré la garganta, tratando de ponerme al día con el giro de ciento

ochenta grados que acababa de tomar nuestra conversación. —Guau. —

Enjugué mis mejillas para asegurarme de que estaban secas— que era así,

gracias, dios— antes de recuperar El Prisionero de Azkaban—. Tú y Sarah se

están yendo rápido con la serie. Estoy impresionada.

—Esa escena en que retrocede en el tiempo fue genial. No podía dejar

de leerla.

Sonriendo, apreté la tapa dura contra mi pecho. —Siempre fue una de

mis favoritas, también. Especialmente cuando salvaron a Buckbeak.

—Terminé leyéndolo dos veces. Una vez cuando lo leí por adelantado, y

luego de nuevo cuando Sarah quería que lo leyera para ella. —Sus ojos se

calentaron mientras sonreía—. Lo que me recuerda…

Medio se puso de pie para poder deslizar la mano en el bolsillo

delantero de sus vaqueros y sacar algo. Doblando los dedos alrededor de lo

que había recuperado, sonrió con picardía suficiente para hacerme sospechar

mientras se volvía a sentar.

Me incliné ligeramente. —¿Qué tienes ahí?

Sus labios se extendieron más ampliamente. —Algo para ti. Lo tenía

encargado. Este chico que conozco toma una clase de elaboración avanzada de

metal y lo armó.

Totalmente no esperando eso, me enderecé. —¿Qué hiciste?

Extendió la mano y la abrió. —Sé que es bastante tosco, pero pensé que

podría encajar en tu pulsera.

Un pequeño dije de plata parpadeó hacia mí en la luz del sol. Mi boca

cayó abierta. Su amigo había hecho a mano de alguna manera el logo de Harry

Potter, haciendo las iníciales H.P. con el rayo en la P y todo. Para mí, no se veía

tosco en absoluto. Se veía perfecto.

—Oh, dios mío. —Lo tomé de sus dedos con gentil reverencia—. Esto es

increíble, Mason.

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—Casi arruinó la sorpresa el domingo cuando llamó durante la fiesta de

cumpleaños de Sarah para decirme que estaba hecho. Había esperado que

terminara antes de esa fecha.

Levanté la mirada, sorprendida al enterarme que la llamada había sido

sobre una sorpresa para mí… no para programar una cita con una cliente. Y

aquí, ese había sido uno de los mayores factores decisivos que tenía para

decirle a Ethan que…

Negué, sin querer pensar en eso ahora. Mason había ordenado un regalo

que fue hecho especialmente para mí.

—También tenía uno hecho para Sarah. El tuyo fue en realidad el

prototipo. Así que, pienso que puede contener algunos errores más.

—¿Qué errores? —Sacudí la cabeza mientras usaba el pequeño gancho

que había sido hecho para unirlo a mi pulsera—. Es perfecto. —Levanté mi

muñeca para poder ver todos los dijes colgando. La HP era de lejos mi favorito.

Alcé la vista con una gran sonrisa tonta y mi corazón lleno de afecto—. Gracias.

Abrió la boca para responder cuando alguien se sentó en la banca junto a

mí. No esperaba a Eva hoy, pero cuando me giré, pensé que sería ella.

La cara de Ethan me pilló totalmente desprevenida. Sonrió. —Hola.

Balbuceé—: Umm. Hola… Ethan. —Un rubor me golpeó tan fuerte que

podía sentir que se extendió desde las raíces de mi cabello hacia mi cuello—.

Yo…Yo no estoy acostumbrada a verte un viernes.

Se rió entre dientes. —Lo sé. Pero te vi por aquí y pensé en saludar. —

Luego miró al otro lado de la mesa—. Hola, Mason. —Dando un gesto amistoso,

parecía nada más que agradable y cortés.

Y sin embargo, Mason reaccionó como si le hubiera sacado el dedo. —

Riker —espetó con voz tensa, retirándose un poco en su asiento para enviar una

mirada suspicaz con los ojos entrecerrados de ida y vuelta entre nosotros.

—¡Oh! ¿Ya se conocen? —solté abruptamente, queriendo mantener las

cosas lo más aptas como Mason obviamente no quería que fueran—. Magnífico.

Eso me salva de hacer las presentaciones, porque obviamente… me olvidé de

hacer las presentaciones. —Resoplé a mi broma floja, revelando mi

nerviosismo.

Ethan sonrió como un caballero, pero Mason me miró como si hubiera

perdido la cabeza. Mi sonrisa sufrió una rápida y dolorosa muerte.

—Verás, estoy muy emocionado por mañana en la noche —continuó

Ethan—, y se me olvidó preguntar: ¿Hay algún lugar en especial al que quieras

ir?

—Umm… —Me mordí el labio, tratando desesperadamente de ignorar la

forma en que Mason giró la cabeza para mirarme boquiabierto. El color

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filtrándose de mi cara, y tratando de aferrarme a un pensamiento razonable.

Pero, ¿por qué de repente me sentía… horrible?

—No —grazné—. No puedo pensar en nada. Sólo… donde quieras está

bien. Todavía no estoy muy familiarizada con Waterford.

—Fabuloso. —La sonrisa de Ethan era lenta y satisfecha—.Tengo un par

de lugares en mente. —Miró su reloj de pulsera y dejó escapar un suspiro

impaciente—. Tengo que ir a clase. Nos vemos mañana.

Se puso de pie tan rápido como se había sentado. Luego, se inclinó hacia

mí y me estampó un beso en la mejilla antes incluso de que me diera cuenta de

que lo había planeado.

—¡Vaya! —espeté y me aparté, a pesar de que ya se había retirado.

Hizo una pausa para entrecerrarme los ojos inquisitivamente. Me sonrojé

y abrí la boca para disculparme. Pero, las olas de ira que llegaban a través de

la mesa de parte de Mason me hicieron parar. Con una sonrisa tensa, dije—:

Nos vemos mañana.

Asintió, lanzó una mirada a Mason y se fue.

Miré fijamente tras él, mordiendo mi labio y demasiado asustada para

respirar. Tal vez, si no mencionaba nada, Mason no me preguntaría. Pero

cuando me arriesgué a mirar en su dirección, lo supe de inmediato, lo

preguntaría. A lo grande.

—¿Vas a salir con él? ¿Mañana?

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Traducido por hermanaoscura

Corregido por MelMarkham

Oh, Dios. Oh, Dios. ¿Qué debería decir?

Mi mente estaba en blanco, así que tuve que decir la verdad. —Umm…

¿sí?

La respuesta salió como una pregunta y yo quería golpearme. ¿Por qué

era tan mansa, de repente?

Probablemente porque el cuerpo de Mason parecía extrañamente

quieto. Quiero decir, no es que por lo general fuese inquieto, pero nada en él

parecía moverse, ni siquiera sus duros ojos grises que lucían aburridos

mirándome como si lo hubiese traicionado.

Extrañamente, me sentí como si lo hubiese traicionado. Su mandíbula se

tensó al bajar la mirada sin ver su libro de cálculo abierto.

—¿Por qué no me lo dijiste?

—Yo… —Vacilé—. Bueno, para empezar, no te había visto desde el

domingo. Luego… me olvidé por completo hasta que se presentó hace un

momento, y… —Me encogí de hombros—. Para entonces, ya lo sabías.

—¿Cuándo? —exigió Mason.

Fruncí el ceño. —¿Cuándo qué?

—¿Cuándo te invitó a salir?

—Oh. Um... la noche del martes. ¿Por qué?

Los ojos de Mason se estrecharon. —Pensé que tenías grupo de estudio

los martes por la noche.

Me sorprendió que en realidad se acordase de mi horario. —Lo tengo,

quiero decir, lo tuve. Está en mi grupo de estudio. —Cuando Mason se

estremeció como si le doliera físicamente saber que tenía algo en común con

Ethan pero no con él, me apresuré, esperando que mi explicación de alguna

manera lo tranquilizase—. Cuando la biblioteca cerró, no habíamos terminado

nuestro trabajo, así que volvimos a mi apartamento y trabajamos.

—¿Hizo qué? —tronó Mason, mirando como si quisiese saltar de su banco

y perseguir a Ethan para arrancarle un par de dientes… con sus nudillos.

—Oye, ¿qué te pasa? —exigí.

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—Oh, no lo sé —dijo con sorna—. Tal vez es este impulso irresistible que

tengo de romperle la cara a Ethan Riker.

Mi boca se abrió. —¿Perdón?

—Ya me has oído —maldijo de nuevo.

—Mason —susurré, mirando alrededor para ver si alguien nos miraba—.

¿Qué demonios? No es como si hubiese tenido que hacer de niñera de Sarah

esa noche.

—No se trata de Sarah. Y lo sabes.

Claro que lo sabía. Pero pensaba que seguíamos en la negación,

coqueteando y manteniendo toda la mentira de sólo amigos. No tenía ni idea

que de repente quería sacarlo a relucir.

Tragué saliva e intenté controlar mis nervios, tenía el mal presentimiento

de que esta conversación me iba a destrozar.

—Dijiste que sólo éramos amigos. —Mi voz salió ronca mientras

estudiaba sus facciones tensas—. Eso creo.

—Lo somos. —Apartó la mirada y cerró los ojos—. Maldita sea, lo somos,

pero la única razón para que sólo seamos amigos es porque no hay ninguna

posibilidad de que pudiéramos ser algo más.

—¿Quieres…? —Mis pulmones se contrajeron. Me asusté y entendí como

debía sentirse Sarah todo el tiempo sin tener control de sus músculos, ni

siquiera de los respiratorios. No podía respirar y eso me asustó—. ¿De

verdad… quieres más? —susurré con voz temblorosa.

Las emociones que emanaban de su rostro lo demacraban, un aspecto

lamentable que había visto la noche en la que lo atrapé en una toalla de baño.

—¿No lo quieres tú? —me susurró. Luego soltó una risa áspera y desvío la

mirada—. ¿O es sólo atracción sexual para ti?

Mi pecho dolía. Todavía no podía tomar una buena bocanada de aire. —

Sabes que no es así.

—¿Entonces por qué estás tan confundida acerca de que pierda el

control?

—No lo sé. —Hice una mueca—. ¿Porque es más fácil hacerse el tonto? —

Y porque dejó muy claro que elegía su trabajo sobre mí. Tenía todo el derecho

de salir con quien yo quisiera… si me sentía de esa manera o no.

—Bueno, no lo eres. No te hagas la tonta. —Cuando metió el libro de

cálculo en su mochila y comenzó a recoger sus cosas, entré en pánico.

—¿Mason? ¿Qué haces? ¿A dónde vas?

—Me voy. ¿Qué te parece que estoy haciendo?

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Y tan rápido como entré en pánico, este se disolvió en una cabreada

indignación. Golpeando mi mano sobre la hoja de cálculo a medio terminar que

se hallaba sobre la mesa, la saqué de su alcance cuando la fue a recoger.

Cuando me miró le fruncí el ceño. —¿Así que si no puedes tenerme, entonces

no se me permite salir con nadie más? Dios mío, Mason. ¿Te das cuenta de lo

idiota que suenas en este momento?

—Sí, maldita sea.

La admisión llegó tan libremente de sus labios que parpadeé,

sorprendida de oírlo confirmándolo.

Con su pecho agitado, me dio una mirada torturada, demacrando su

rostro de nuevo. —Me doy cuenta perfectamente de como suena. Y estoy

tratando de parar, Reese. —Su voz se quebró—. Estoy tratando. Jesús, ¿por qué

crees que me estoy yendo? Si me quedo, sólo diré algo peor.

Creo que su agonía superó la mía. Mis ojos se llenaron de lágrimas.

Cuando las aparté, se ahogó en un sonido de miseria.

—Cristo, no llores.

Probablemente debería haberle advertido que una vez que comenzaba a

llorar, no pararía hasta que todas saliesen.

—¿Qué quieres que haga? —lloré—. ¿Quieres que lo llame? ¿Qué le diga

que no?

No tenía idea qué pasó con mi poder femenino. Un tipo que no podía

tener actuaba como un idiota porque iba a pasar un poco de tiempo con otro

hombre. Debería estar maldiciéndolo, subiéndome por las paredes por su

actitud de imbécil. Pero estaba sentada, llorando y suplicando saber qué podía

hacer para hacerlo feliz.

Hombre, estaba agotada.

Su rostro se contrajo y se volvió un rojo furioso, como si fuese a empezar

a llorar junto a mí. Pero entonces sus rasgos se borraron y sacudió la cabeza

salvajemente.

—No. No lo canceles. Quiero que seas feliz. Siento haberme comportado

como una reina del drama, ¿vale? Quiero que te diviertas con... quien sea.

Simplemente diviértete y sé feliz. Sigue siendo tú.

Más lágrimas llenaron mis ojos. Maldiciendo entre dientes,

prácticamente saltó sobre la mesa para quitarme su tarea de la mano.

Arrugándola en su puño, la metió en el bolso.

—Tengo que irme —murmuró, deslizando la palma de sus manos a través

de sus ojos antes de irse corriendo como si los perros del infierno lo

persiguieran.

Mientras lo observaba alejarse a zancadas, me di cuenta de lo mucho que

le había hecho daño al aceptar ir a una cita con Ethan. Esa no había sido mi

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intención en absoluto. Sólo quería salvarme de ser lastimada. Quería obligar a

Reese Randall a seguir adelante con su vida. Pero verlo sentir dolor me

desgarró por dentro.

Estaba enamorada de él.

Querido dios.

Me enamoré de un gigoló.

Era una locura, era plenamente consciente de ello. Pero era Mason. Mi

asesino de arañas. El que se comía los restos de mi comida. Mi compañero fan

de Harry Potter. Era mi alma gemela. Era fácil ver más allá de que era un gigoló

cuando me encontraba con él.

Y así de fácil, decidí levantarme y luchar por él.

A pesar de que en realidad no corrió, se movió rápido cuando se marchó.

Persiguiéndolo, entré en el edificio principal, sólo para no localizarlo en

ninguna parte del atrio principal de techo de cristal. Miré a la izquierda, hacia

un pasillo, sin suerte. Cuando miré hacia otro lado, vi su espalda y me fui

pisándole los talones.

—¡Mason!

Me escuchó y se detuvo pero no se giró.

—No puedo creer que te alejes de mí de esa manera —empecé a decir

tan pronto estuve a tres metros de distancia—. Todavía no hemos terminado de

hablar.

Se dio la vuelta, tomándome por sorpresa. Di un grito ahogado cuando

me agarró del brazo, su agarre caliente y firme, pero no doloroso. Girándome

hacia un portal cercano, me acorraló en un aula vacía y cerró la puerta para

fijarme contra él. El aliento salió corriendo de mis pulmones mientras su cuerpo

se presionaba contra el mío. Se sentía... oh, Dios mío... muy bien. Cálido,

protector, musculoso, masculino. Mis entrañas lloraban por la belleza de esto.

Con un gemido torturado, golpeó ligeramente su frente a la puerta y

nuestras mejillas se rozaron. Luego inclinó la cara y apoyó la barbilla en la

parte superior de mi hombro.

—¿Estuvo en tu apartamento toda la noche? ¿Durmió en tu sofá? ¿Te tocó?

¿Te besó? —Otro sonido escapó de su boca. Una especie de sollozo y

maldición. Apoyado en un lado de mi cuello, movió los dedos ligeramente

hasta que encontró mi cicatriz—. ¿Le contaste el secreto que hay detrás de ésta?

—No, Mason, para. —Me mataba oír su miseria, cuando acuné su mejilla,

apartó su frente de la puerta para mirarme.

Todo su cuerpo se estremeció, y sabía que era por arrepentimiento. —

Dios, Reese, estoy tratando de estar bien con esto. Estoy tratando de no

estallar. Y sé que estoy fallando. Pero, maldita sea…

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Su pulgar trazó la curva de mi pómulo hasta que limpió un poco de

humedad de mi reciente fiesta de sollozos.

Una mirada de asombro total y tristeza cruzó su rostro.

Luego sacudió la cabeza y apretó los dientes.

—Esto es una mierda. Él puede invitarte a salir, llevarte a cenar y tratar

de robarte un beso de buenas noches. Puede llegar tan lejos como tú lo

permitas. Y ni siquiera puedo competir. —Sonrió, aunque sus ojos seguían

llenos de agonía—. Creo que me enamoré de ti en el momento en que te

escuché reír en el patio del campus. Cuando te miré, lo supe. Eras algo distinto,

algo increíble. Sabía desde la primera vez que te vi que nada volvería a ser

igual. Tú fuiste… un cambio total en el juego. Incluso cuando me di cuenta de

que te sentabas con Eva y podrías ser como ella, no me importó. Quería saber

todo sobre ti.

Negué con la cabeza, demasiado sorprendida para pensar con claridad.

—Y yo que pensaba que me odiabas desde esa primera vez.

Negó con la cabeza. —Nunca te he odiado. Sólo me asustaste mucho, así

que intenté mantenerte lejos. Me asustaba llegar a conocerte porque lo quería

tanto. Pensé que seguramente no podrías ser tan buena como te había

imaginado en mi cabeza. Salvo que cada vez que me daba la vuelta, estabas allí

y terminaste siendo mejor de lo que podría imaginar. —Su sonrisa

desapareció—. Cuanto más te conocía, más sabía que debía apartarme. Sólo

puedo herirte. Pero nunca podía estar mucho tiempo lejos de ti.

Como si ya no pudiera permanecer lejos, se acercó más, su aliento

acariciando mis labios. Cuando sus ojos se cerraron, sabía que iba a besarme.

Lo quería más que a mi próxima comida, pero tenía que estar segura de una

cosa primero.

—¿Todavía eres un gigoló?

Se quedó helado, luego tomó aire y se echó hacia atrás mirarme,

rogándome que no fuese allí. —Siempre seré un gigoló, Reese.

Mi pecho colapsó. —No —negué—. No, no lo creo, puedes parar, puedes

hacerlo.

—¿Todavía no lo entiendes? —Se alejó un poco más hasta que ya no nos

tocábamos—. No importa si lo dejo o no. Este estigma, esta maldición, nunca

desaparecerá. Dentro de ochenta años, la gente leerá mi obituario y dirá:

¿Mason Lowe? ¿No era el gigoló? Dios. —Apretó los ojos y se agarró el pelo en

el puño—. Incluso rima. Probablemente harán un poema y me convertiré en el

prostituto inmortal.

Comenzó a alejarse pero le agarré del brazo. —Mason, no me importa tu

reputación, no me gusta tu pasado pero tampoco me preocupo por él. Todo lo

que me importa es el ahora. Así que, ahora mismo… ¿sigues teniendo

relaciones sexuales con otras mujeres?

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Dejó caer la mano de su cabeza y me observó. Tenía el más extraño

pensamiento que se debatía sobre si debía mentir o no. Entonces hizo una

mueca y apartó la mirada.

—Bueno, creo que sí te importa mi reputación. Ethan Riker es un blanco

prístino y accediste a ir a una cita con él, ¿o no?

Eso no era justo. Apreté los dientes. —Mason.

Cuando intenté tocarlo, levantó el brazo como intentando protegerse de

mí. —No. Está bien. De acuerdo, no soy el tipo de chico que se lleva a casa para

presentarlo a tus padres. Lo entiendo.

—No, no lo entiendes. —Gruñendo mis frustraciones, le enseñé los

dientes—. Sólo cállate por un segundo.

Dejé escapar un suspiro hostigado y me masajeé las sienes doloridas.

Discutíamos dos puntos totalmente diferentes y eso me confundía. Quería

decirle que estaría orgullosa de presentárselo a mi mamá y papá, pero primero

quería saber si era de verdad libre de un cierto estilo de vida.

Después de arquearle las cejas, advirtiéndole en silencio que no se

saliese del tema otra vez, tomé aire y empecé.

—En la biblioteca ese día —dije tratando con un tacto distinto—, le dijiste

a la Dr. Janison que no programabas más clientas.

Su rostro palideció, haciendo que sus ojos brillasen como plata pulida.

—Jesús, ¿tienes orejas de elefante? No se suponía que escucharas eso.

—Bueno, lo hice. Y eso me hizo pensar… pensé que... te retirabas. Pero

luego… viniste a mi apartamento y dijiste que un marido casi te atrapa y

entonces no estaba segura de nada.

Mason cerró los ojos e inclinó la cabeza. —Mentí sobre el marido. No

he… no he tenido una clienta desde…

—¿Desde cuándo?

Negó. —No importa.

—Sí, sí importa. —Cuando me miró penetrantemente, gruñí al idiota

obstinado—. Entonces ¿por qué me mentiste sobre lo del marido? ¿Qué pasó en

realidad?

Hizo una mueca. —Nada. Rechacé a una mujer persistente que quería mis

servicios y se volvió desagradable, eso es todo. Ella me llamó… —Arrugó su

cara en una mueca—. Me llamó por algunos nombres. Nada que no hubiese

escuchado, pero me dejó pensado y quería… quería… sólo necesitaba verte.

Necesitaba estar cerca de alguien que no pensaba eso de mí.

Cuando me miró, lágrimas llenaban mis ojos. —Oh, Mason —susurré—.

¿Por qué no me dijiste la verdad?

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Dio otro paso atrás, poniendo más espacio entre ambos. —Porque si te

hubiese dicho la verdad y hubieses sabido que había parado de venderme por

dinero, tenía miedo de que me dejaras hacer las cosas que me moría por

hacerte.

Apoyé la mano en mis sienes doloridas.

—Bien, vamos a ver si lo entiendo. Dejaste tus… practicas porque me

querías y luego te diste la vuelta y me mentiste al respecto, haciéndome pensar

que todavía lo hacías con el fin de mantenerme alejada.

Tragó saliva. —Tal vez.

¡Maldita sea! ¿Me va a dar una respuesta directa?

Lo miré con un ceño fruncido. —Eso no tiene sentido. Si paraste podrías

haberme tenido, entonces, ¿por qué me mentiste para alejarme?

—No paré para poder tenerte. Sé que nunca podré tenerte.

Fruncí el ceño. —¿Qué? ¿Por qué nunca podrás tenerme?

—Porque no —farfulló, mirándome con incredulidad como si nunca

hubiese pensado que le haría una pregunta tan ridícula.

—Acabamos de pasar por esto. Nunca podría merecerte. Eres demasiado

buena para mí. Estás fuera de mi alcance. Eres… Reese Randall.

—Te equivocas. No lo soy. —En realidad no era Reese Randall, y

ciertamente no estaba fuera de su alcance—. Todo lo que tienes que hacer es

estirar tu mano, Mason. —Presionando mi palma contra mi pecho, susurré—:

Estoy justo aquí.

Negó con la cabeza. —No puedo, estoy corrompido.

—No. —Para evitar mi condena, me alejé de la puerta, yendo hacia él.

Con los brazos extendidos para abrazarlo y calmar su alma herida.

Pero esquivó mi intento de abrazarlo y se lanzó al escape. Abriendo la

puerta se detuvo y se volvió lo suficiente para dirigirse a mí, pero sin mirarme.

—Pensé que al menos podríamos ser amigos. Pero no podemos. No me sentaré

más a tu lado en el almuerzo. No haré nada más contigo. Espero que disfrutes

de tu cita.

Cuando salió del aula vacía, dejó la puerta abierta.

Su partida me aniquiló. Y déjenme decirles, la miseria y la angustia no

me sentaban bien.

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Traducido por Annabelle

Corregido por CarolHerondale

El resto del día pasó como una ráfaga. Luego de mi discusión —o lo que

fuera— con Mason, conduje a casa y no fui a mis clases de la tarde. Eva

tampoco. Ella y Alex habían terminado, y cuando vio mi auto detenerse en la

entrada, llegó a mi apartamento a llorar sobre mi hombro.

Creo que consolarla era lo único que evitaba que yo misma me lanzara a

sollozar. Se sentía como si hubiese perdido a Mason para siempre.

Dios, quizá si lo había perdido.

Cuando E. se acurrucó en mi sofá para tomar una siesta, llamé a Ethan y

cancelé nuestros planes, ya que sabía que eso sólo fracasaría incluso antes de

que comenzara.

No pareció muy sorprendido, aunque sí tuvo la gracia de sonar

decepcionado. —Lowe no se tomó muy bien la noticia, ¿cierto?

No se me ocurría una razón por la cual mentir, así que sacudí la cabeza.

—No, no lo hizo.

Luego de un momento de silencio, Ethan dijo—: Sabes, no tienes que

rechazarme sólo porque él… —Debió haberse dado cuenta que estaba a punto

de decir algo que me ofendería demasiado, ya que se detuvo abruptamente,

con sus palabras desvaneciéndose en una risa triste—. Correcto. Buena suerte

con él, entonces.

Buena suerte. Sí, necesitaba más que suerte para recuperar a Mason.

Necesitaba un jodido milagro. O quizá un bastón de metal para golpearlo y

hacerlo recapacitar. O quizá necesitaba hacerme recapacitar a mí misma,

porque demonios, no sabía cuál de los dos estaba siendo más estúpido en este

momento.

Lo único bueno de todo esto, era que tenía el corazón demasiado roto por

Mason, como para preocuparme por mi paranoia con Jeremy. Aún cerraba con

llave todas mis puertas y revisaba que en mi bolso estuvieran mi mazo y arma

de electrochoque, pero al menos mi miedo se había asentado de nuevo al nivel

en el que estaba antes de la fatídica llamada de mamá.

Joder, ¿la llamada apenas fue el sábado pasado? Habían sucedido

demasiadas cosas en los últimos seis días. Muchas personas habían sido

lastimadas.

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Para evitar el dolor, decidí seguir adelante y llevar a cabo mi rutina

normal, con la esperanza de que la regularidad de mis acciones, me

estableciera en algún estado maravilloso de inconsciencia.

A mi hora de niñera, llegué a la casa de los Dawn, abriendo la puerta

delantera y entrando sin tocar. La televisión sonaba con las noticias de la tarde

en un volumen bajo.

Pensé en gritar algún saludo, pero decidí caminar sigilosa y sorprender a

Sarah. Le gustaba la atención de las personas cuando saltaban frente a ella,

gritando—: ¡Bu!

Tenía el presentimiento de que mi amiguita era del tipo que le

encantarían películas de sangre, apuñaladas y terror, pero todavía no estaba

lista para pensar en eso, principalmente porque definitivamente no eran mi tipo

de películas. Denme una comedia romántica en cualquier momento. O Harry

Potter, eso era lo más oscuro que toleraba.

Mientras caminaba por el estrecho pasillo hacia la cocina, llegué hasta la

habitación de Sarah e inmediatamente noté que al otro lado del pasillo, la

puerta del cuarto de Mason, se encontraba abierta.

Él nunca dejaba su puerta abierta. Y además, se escuchaban voces

viniendo desde adentro.

Me detuve. No se encontraba en casa, ¿cierto? Maldición. No había

prestado suficiente atención cuando me estacioné para ver si su Jeep se

encontraba en la entrada o no. No estaba muy segura de poder enfrentarlo en

este momento sin quebrarme en llanto.

Pero tenía curiosidad de ver cómo lucía su habitación. Me acerqué,

pisando despacio para que el chirrido a la mitad del pasillo, no alertara a nadie

de mi presencia.

Dentro, las luces se encontraban apagadas, pero supe que él —o

alguien— se encontraba allí, cuando escuché el chirrido de la cama.

La conversación cesó, para luego comenzar otra vez. La voz sonaba

vagamente familiar, incluso para lo muy bajo que se escuchaba. Examiné las

paredes azul oscuro, antes de ver completamente hacia adentro, sorprendida

de que no fuese del tipo desordenado. No tenía muchas fotografías en la pared,

tampoco el piso desordenado y lleno de cosas. No lo llamaría completamente

vacío, pero definitivamente no era un acumulador de basura.

Luego vi su cama, cubierta por un edredón, plisado pulcramente, puesto

sobre el colchón. Mason se encontraba sentado en el borde, con los pies

apoyados al piso mientras enfocaba toda su atención en el celular que sostenía

sobre sus piernas. Veía un video donde una imagen borrosa se movía

alrededor de la pequeña pantalla.

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—…que yo sea Eva. —Las cornetas del teléfono chirriaron con mi voz—.

Buenos días, Mason. Hoy te ves bien. ¿Qué dices si nos saltamos las clases y

hacemos algo… divertido?

Mi boca se abrió de golpe al ver una sonrisa desplegarse por su rostro.

Frotó su dedo sobre la pantalla del celular, tocando a la versión en video de mí.

Oh, Dios mío. ¿Todavía no había borrado ese estúpido e impulsivo

video?

Oh, Dios mío, al doble. ¿Lo miraba otra vez?

Puse la mano sobre mi boca, ya que mi sonrisa se hacía cada vez más

grande, consumiéndome. Mis ojos se llenaron de lágrimas.

Me amaba.

Si esto no demostraba que me amaba, nada lo hacía.

Mason Lowe me amaba.

Sintiendo mi presencia, levantó la cabeza. Cuando me vio, sus ojos se

abrieron de par en par. Lanzó su teléfono sobre la cama y se levantó. —¡Reese!

¿Qué estás haciendo aquí?

Se encontraba vestido para ir al trabajo, sus mocasines marrones

adornaban sus pies y su camisa azul claro, metida dentro de sus pantalones

plisados. Tuve que retirar la mirada, ya que verlo sólo me hacía sentir dolor y

angustia depresiva.

—Es viernes —dije sin vida y sacudí la cabeza, confundida—. Siempre

cuido a Sarah los viernes.

—Pero… —Bajó la mirada hasta su reloj—. Mierda. Llegaré tarde.

Lo miré correr en la habitación para tomar su teléfono y billetera.

Cuando se giró hacia la puerta, para encontrarme allí bloqueando su paso y sin

moverme, se detuvo, luciendo atrapado y con pánico.

—Creí que te gustaría saber que cancelé mi cita.

Tomó mi codo, con la mirada llena de calor. —¿Qué? Te lo dije, no tenías

que hacer eso. ¿Por qué cancelaste? ¿Te hizo algo? ¿Te encuentras bien?

—Estoy bien. Sólo… no puedo salir con él.

—Tú… —Mason se acercó a mí aún más, justo en mi espacio personal,

con su aroma limpio y dulce invadiendo mis sentidos—. ¿Por qué?

Giré mi rostro a un lado y sacudí mi codo de su agarre. —¿Ahora quién

es el tonto?

—Jesús. —Se giró, jalando su cabello—. Sabía que no debí haberte dicho

nada. Lo juro por Dios, lo lamento. Actué como un idiota celoso, y te mereces

una cita y ser feliz y… y vivir tu vida como quieras vivirla.

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Su amor por mí salía de cada uno de sus poros. Podía darme cuenta de

que lo mataba decir esto, pero honestamente pensaba que lo mejor era

dejarme ir.

En ese momento, lo supe. Haría lo que sea para tenerlo conmigo. —

Bueno, gracias, Mason —dije, regalándole una brillante sonrisa—. Estoy muy

contenta de tener tu aprobación sobre vivir mi vida como quiera, ya que planeo

hacer justo eso.

Intenté alejarme, pero tomó mi brazo, luciendo demasiado sospechoso.

—¿Por qué tengo el presentimiento de que hay un motivo oculto detrás

de esa declaración?

—No lo sé —dije—. Tal vez eres paranoico. —Cuando abrió la boca,

aclaré mi garganta y deslicé mi mano por mi estómago, creo que al ver a Eva

hacer eso cincuenta veces al día, se me pegó—. ¿Dónde está Sarah?

—Justo… aquí.

Mi amiguita me salvó de soportar más preguntas al rodar su silla hacia la

puerta de la habitación de Mason.

Sin mirar a su hermano, corrí hacia ella y pasé el resto de mi tiempo con

ella antes de que él se fuera al trabajo. No pudo interrogarme más de allí.

Aunque lucía molesto al salir por la puerta. Su mirada me siguió con la

promesa de venganza. No estaba muy segura de qué fue lo que hizo que sus

pantaletas se encendieran. No lo había amenazado, puesto en peligro ni

intimidado de ninguna forma. Me había apartado, así como él parecía querer

que lo hiciera. Incluso cancelé mi cita por él. Y aun así, lucía más atormentado

que nunca.

Ah, Mason Lowe sería una nuez difícil de roer.

Luego de que se fuera, continuó mi tarde con Sarah. Se fue a la cama

media hora luego de lo usual, lo cual estuvo bien, ya que esta noche me gustó

que se quedara despierta conmigo; necesitaba su compañía. Con ella dormida,

salí de su habitación, con los hombros caídos.

Me encontraba sola, en todo lo que podía pensar era en Mason. ¿Qué si

nunca pensaba que era lo suficientemente bueno para mí? Demonios, ¿por qué

pensaba que no era lo suficientemente bueno? Yo no era nada especial. ¿Acaso

era completamente ajeno a mis hábitos extraños, mis quejas y comentarios

impulsivos? Un hombre que podía ver más allá de todo eso y aun así disfrutar lo

que veía en mí, merecía… Bueno, lo merecía todo.

Me arrastré hacia la cocina para buscar un vaso de agua fría, sin esperar

ver a nadie sentado en la mesa. Así que cuando lo vi, salté y choqué contra el

arco de la entrada. Al principio, pensé que era Jeremy. Había sido tan estúpida

y descuidada durante estos días; finalmente me había encontrado.

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Pero luego me enfoqué en su rostro y guau, no se parecía en nada al

acosador psicópata de mi ex novio.

Puse la mano sobre mi corazón y me apoyé contra la pared, más que

aliviada. —Oh, Dios mío. Mason. ¿Qué estás haciendo en casa tan temprano?

Levantó la mirada desde la silla en la que se encontraba acurrucado y me

lanzó una mirada de pura derrota. —El destino me odia.

—¿Cómo?

Una risa amarga resonó de su pecho. —Me enviaron a casa temprano y

estoy suspendido por una semana.

Oh, mierda. ¿El Country Club se había enterado de su pasado? Me

deslicé de la pared. —¿Qué sucedió?

Resopló y rodó los ojos. —Estaba jodidamente distraído y fui de retro

hacia un auto estacionado mientras intentaba estacionar otro. Abollé ambos

autos. —Dejó caer su frente contra el mantel y dejó salir un suspiro—. Creo que

la única razón por la que mi jefe no me despidió, fue porque normalmente soy

un buen empleado.

Sabiendo que yo debía ser la razón detrás de su suspensión, tragué una

bocanada de culpa y estiré la mano para frotar su espalda, deteniéndome a

último momento. Doblando los brazos sobre mi cintura, murmuré—: Lo lamento

tanto.

—¿Por qué? —Cuando levantó la mirada, me miró confundido.

Ondeé la mano. —Ya sabes, por causarte una distracción.

—No lo hiciste. Yo… —Empujó su silla hacia atrás y se levantó, con la

mirada llena de preocupación—. Mi suspensión no tuvo nada que ver contigo.

—Se acercó a mí y mi corazón latió a lo largo de todo mi cuerpo—. Todo fue mi

culpa. Tú… no tienes la culpa de nada. Eres la parte buena en todo esto. —Dos

pasos después, se encontraba justo frente a mí de una forma agradable,

abrumadora, que me impedía respirar de la emoción. Pero era tan, sí,

abrumadora, que me moví hacia atrás, sólo para encontrarme atrapada entre su

cuerpo y la pared, esa misma pared contra la que quería tomarme duro y

rápido.

—Eres el cálido sol que brilla cuando todo lo demás se encuentra oscuro

—continuó, levantando los brazos para apoyarlos a ambos lados de mi rostro—.

Una sonrisa y abrazo en medio de la desaprobación. Tú eres… —Haciendo una

mueca, presionó su frente contra la mía—. Lo eres todo.

Una lágrima solitaria corrió por mi mejilla. Mi sonrisa tembló ante el

esfuerzo. —También te amo.

Mason ahogó un sonido y luego sacudió la cabeza. —Tú… No. No

deberías.

Toqué su mejilla. —Pero lo hago.

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Cerrando los ojos, murmuró algo entre dientes, justo antes de sellar

nuestras bocas. Al tocarse nuestros labios, ambos hicimos un sonido. Se separó

lo suficiente para mirarme. Y luego volvió por más.

Fue todo lo que siempre había soñado y mucho más. Mientras sus labios

se movían insistentes, envolví los brazos a su alrededor y elevé mi rostro en

busca de más. Atrapando mi cintura, nos fusionó mientras su lengua acariciaba

el paladar de mi boca, antes de enredarse con la mía.

Mis piernas volaron alrededor de su cintura, y tomando mi trasero, me

elevó aún más.

Nos inclinamos hacia un lado, moviendo una hilera de llaves que

guindaban de la puerta, hasta que un par cayeron al suelo. Tropezándonos

contra los gabinetes, me apoyó sobre el mesón y profundizó nuestros besos con

largos y abrumadores movimientos que me dejaban suplicando por más. Su

cuerpo chocó todavía más contra el mío cuando sostuvo mi rostro. Luego llevó

su mano desde mi cuello hasta mi espalda.

Incluso por encima de mi ropa, él sabía cómo hacerme reaccionar al

masajear mis pechos. Solté un quejido sorpresivo lleno de necesidad y lancé mi

cabeza hacia atrás, golpeándola contra los gabinetes detrás de mí.

—Mierda —jadeó, separando sus labios de los míos. Frotando mi cabeza

por mí, murmuró—: No podemos hacer esto.

Pero aun así enterró su cara contra mi hombro al jadear. Me aferré a él

sin vergüenza, apoyando mi propio cuello contra el suyo. Frotando su espalda,

susurré—: Si esta va a ser la única oportunidad que tendré de tocarte, ¿podrías

esperar al menos un minuto más, antes de recuperar tus sentidos?

Suspiró. —De acuerdo.

Demonios, mis poderes de persuasión me sorprendían.

Levanté mi rostro hacia Mason, él hizo lo mismo y el beso continuó de

nuevo. Me encantaba sentir su barbilla bajo mis dedos. Me encantaba que sus

manos se deslizaran por la parte posterior de mi camisa y acariciara mi

columna. Me encantaba todo.

—Está bien, deberíamos parar ya. —Volvió a intentarlo sin resultado,

aunque esta vez sus labios se aferraron a los míos, y sus dedos se fascinaron

con cada montaña de mis vertebras—. Reese, deberíamos parar. Necesito

detenerme antes de que sea demasiado tarde.

—¿Por qué? —Seguí un camino en su cuello con mis labios.

Gruñó y tomó mi cintura, enviando choques exhilarantes a lo largo de

mis terminaciones nerviosas. Luego su boca estuvo sobre mi garganta y me jaló

sobre el borde del mesón para unir aún más nuestros cuerpos.

Cuando el calor de su erección chocó contra mí entre sus vaqueros y mis

pantalones cortos, ambos tomamos aire súbitamente.

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—Maldición. —Se apartó de mí, eliminando cualquier tipo de contacto

antes de alejarse, poniendo unos cuantos metros de espacio entre los dos.

No tenía nada de fuerza en mi cuerpo, así que me arrastré por la pared

hasta deslizarme del mesón. Todavía podía sentirlo en todas partes. Mason

frotó una mano sobre su rostro, antes de apoyar sus antebrazos contra la otra

pared e inclinar su rostro.

—¿Te das cuenta de lo que me estás haciendo, Reese? —Su voz sonaba

rota mientras golpeaba su frente contra la pared—. Obligándome a escoger de

esta manera…

¿Disculpa? Levanté las manos, más que insultada. —No te he obligado a

escoger nada. ¿Alguna vez me has escuchado pedirte que tomes cualquier tipo

de decisión? Entiendo completamente por qué haces esto. Pero no tienes que

escoger.

Mason cerró los ojos y resopló molesto. —Excepto que ya lo he hecho.

He rechazado cada oferta que me han hecho últimamente porque la única

persona que quiero eres tú.

Escucharlo admitirlo abiertamente, encendió mis esperanzas como la

casa Griswold en Navidad. —¿D-desde cuándo?

La emoción nadaba en su mirada al sacudir la cabeza y mirarme. —

Desde la noche en que casi nos besamos en tu departamento durante la fiesta

de Eva.

Tragué, abrumada por la felicidad.

Entonces era oficial. Ya no era un gigoló. Había renunciado. Por mí.

Me separé de la pared, pero bramó—: Puede que no dure. —Como si

diciendo eso lanzara algún tipo de campo magnético que me mantendría lejos.

Aunque raramente, funcionó. Me detuve. —¿A qué te refieres?

Un pesar adornó su rostro. —Hace un año intenté salirme. Las rechacé a

todas por cuatro meses seguidos. Pero no cambió la forma en la que las

personas me trataban. Entonces las deudas comenzaron a acumularse. No tanto

como antes. Pero me preocupaba, me hizo temer que nuestras vidas volviesen a

caer en picada. Luego un día, llegó una cliente y me ofreció el doble de dinero

para evitar que la rechazara. Así que… accedí. Y todas las demás comenzaron a

pagar lo mismo. Antes de darme cuenta, ya me encontraba dentro otra vez. —

Me miró y sacudió la cabeza—. Quisiera decir que nunca volveré a lo mismo,

pero ya lo hice antes.

Sacudí la cabeza, quizá negando toda la situación, o quizá simplemente

me encontraba así de segura de que no volvería.

Mason me miró, luciendo agotado y alterado al mover su rodilla. —Nunca

debí haberte dicho cómo me sentía. Cuando supe que él iba a llevarte a salir,

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debí simplemente apretar mis dientes y mantener la boca cerrada. Al menos

todavía seríamos amigos.

Encogí los hombros ligeramente. —Pero entonces nunca nos hubiésemos

besado.

Su mirada se elevó y sonrió de verdad. —Sí. —Excepto que ahora sonaba

más deprimido que nunca.

Me alejé de la pared y fui hasta él, abriendo los brazos y abrazándolo.

Exhaló y me envolvió con fuerza, escondiendo su rostro en mi cabello. —Eres la

persona más increíble que he conocido. Me encantan tus agallas, tus

pensamientos locos sobre la vida, tu alma noble.

—Y yo te amo, punto —dije.

Debió haber sabido que no iba a tolerar ningún tipo de rechazo de su

parte, ya que ni siquiera intentó alejarse cuando deslicé mi boca sobre la suya.

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Traducido por gabihhbelieber

Corregido por Cotesyta✿

Todo transgredió de abrazo a beso de forma fluida, no podía decir donde

terminaba uno y empezaba el otro. Mason hundió las manos en mi pelo y

sostuvo mi cabeza firme mientras sus labios adoraban mi boca. Después moví

mi cara lo suficiente para alinear mejor nuestros labios y gimió dejando salir un

sonido necesitado. Su boca no era exigente pero rogaba, y no podía soportar

dejarlo rogar. Así que abrí los labios, y profundizamos el momento.

No podía dejar de besarlo. Nuestras bocas se dieron a la danza íntima de

llegar a conocerse, aprendiendo cada grieta oculta y rincón sensible. Un

abrazo húmedo fundido en el otro, hasta que ambos tuvimos que tomar aire. Y

aun así, nos abrazamos, nuestras mejillas se presionaron firmemente mientras

nuestras manos se deslizaron sobre la ropa hasta que encontraron su camino

debajo de ellas.

Su pecho era liso y cálido, tan tenso bajo mis dedos. Necesitaba conocer

cada músculo y peca que tenía. Capturando la parte inferior de su camisa, la

tiré hacia arriba. Levantó los brazos para ayudarme, y un segundo después,

estaba sin camisa.

Tomé una respiración, sólo mirándolo. —Eres tan... hermoso.

Extendió la mano y me jaló hacia él. —No tanto como tú.

Mis dedos se convirtieron en adictos al tocarlo. Se sentía tan bien.

Mason presionó su boca en mis párpados cerrados, mis mejillas, mi

frente y mi barbilla. Cuando empezó por mi cuello, deslicé las manos alrededor

de la base de su columna. Presionando mis palmas planas contra su carne

caliente, las bajé, sumergiéndose detrás del cinturón de sus pantalones.

Contuvo el aliento y agarró mi cara con una palma. Su otra mano se desplazó hasta el interior de mi camisa a mi sostén y debajo de la copa.

Arqueándome contra él, yo…

Un sonido en su bolsillo delantero me sobresaltó. Saqué los dedos de sus

pantalones y retrocedió.

La mandíbula de Mason se tensó. Cerró los ojos y maldijo en voz baja.

Lentamente sacó la mano de mi camisa. Su mirada parpadeó hasta ver mi rostro

mientras se aseguraba que el dorso de sus dedos se arrastrara por mi abdomen

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antes de que me dejaran. Sólo entonces dio un tirón al teléfono de su bolsillo.

Cuando volvió a mirar a la pantalla, su cara palideció.

Entonces supe que todo había terminado. Cualquiera que sea la farsa de

una relación que acabábamos de empezar había sido destrozada. Porque él

tenía una cliente en la línea.

Dándome la espalda, Mason apretó el teléfono a su oreja. No contestó,

pero la persona que llamó debe haber sabido que él estaba en la línea porque

oí una silenciosa voz femenina diciendo algo. Un segundo más tarde, él se giró

hacia la ventana más cercana y corrió las cortinas, casi tirándolas de la pared

por su prisa.

—Lo que sea —susurró y colgó antes de arrojar el teléfono sobre el

mostrador como si estuviera contaminado—. Maldita sea. —Pateó la pared y se

pasó la mano por su pelo.

No dije nada. No quería escuchar la verdad en voz alta, a pesar de que ya

sabía.

—Tuvimos un espía —dijo, su voz baja y apenas controlada con una ira

que me sorprendió.

Cuando miró hacia las cortinas cerradas de la ventana, me di cuenta.

Oh, Dios.

Puse la mano sobre mi boca. —¿La señora Garrison?

Asintió. —Al parecer, no le gustó vernos besándonos.

Quitando los dedos de mis labios, los apreté en un puño. —Entonces tal

vez no debió haber visto.

Mason se inclinó y agarró su camisa. —Me tengo que ir. Tengo una

citación real de la perra malvada. —Cuando tiró de la tela por encima de su

cabeza, haciendo que su sexy cabello despeinado se viera aún más atractivo,

me encogí.

Era difícil creer que acababa de tener mis manos en ese cabello. Y ahora

él iba a dejar que otra mujer ponga sus manos en ella.

Sacudiendo la cabeza, me negué a que este momento ocurriera. —No

tienes que ir allí, ¿verdad?

—Tengo que hacerlo, Reese. Es propietaria de esta casa. Es dueña de mi

madre, Sarah, y yo. Tengo que ver lo que quiere.

Bueno, no era difícil de adivinar. La asalta cunas proxeneta lo deseaba.

—Puede ser propietaria de esta casa, pero no de ti o tu familia. No tienes

que ir más.

—Sólo voy a ver lo que quiere. Eso es todo. —Cuando me miró, su

expresión se volvió vulnerable e insegura—. ¿Estarás aquí cuando vuelva?

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Mi boca se abrió. —¿Estás drogado? Diablos, no, ¡no voy a estar aquí! Ya

sabes lo que quiere, Mason. Quiere que te desnudes en su cama. Si hubiera

querido algo más, te lo hubiese dicho por teléfono, o mejor aún, no habría

interrumpido nuestro beso.

Desde la mirada obstinada en su rostro, sabía que no lo había

convencido para quedarse. —Sólo estaré fuera unos minutos. Ni siquiera voy a

entrar a su casa.

Me aparté. —Está bien. Lo que sea. Ve allí. A la mierda con ella. No me

importa. Me voy de aquí.

Agarré mi bolso de la mesa y me dirigí hacia la puerta de atrás.

—Reese. —Se abalanzó detrás de mí y envolvió los brazos alrededor de

mí desde atrás. Su pecho era tan cálido y tan Mason, que casi me derretí en el

acto—. No te vayas así. Por favor, no te vayas así. Te prometo que no me voy a

acostar con ella. No me importa lo que trate de hacer para convencerme. Sólo

quiero decirle que me deje en paz.

Sacudiendo la cabeza, me reí dejando escapar un sonido de

incredulidad. —Y también podrías haberle dicho por el teléfono que te deje en

paz.

Sus brazos se apretaron a mí alrededor. —Reese. Por favor.

Cerré los ojos y saqué hasta la última gota de fuerza de voluntad que

tenía dentro de mí. —Puede que no me hayas cobrado una tarifa, pero besarte

es un precio demasiado alto para mí. No me apunté a esto. Ahora deja que me

vaya.

Sollozó, dejando escapar un sonido ahogado contra mi espalda, pero

aflojó los brazos. Me retorcí, liberándome del resto de su retención y tropecé

hacia la puerta, saliendo de la casa.

No miré hacia atrás ni una sola vez. Lo sé, incluso me sorprendió mi

fuerza de voluntad. Cuando llegué detrás del volante de mi coche y encendí el

motor, no miré hacia su casa. Simplemente puse lo puse en marcha y me alejé

de la acera.

Hice una cuadra y media por la calle antes de que mis manos

comenzaran a temblar. Apretando los dientes, frené y me dije todo nombre

malo en los libros. Entonces apagué el motor y abrí la puerta para tambalearme

hacia la cálida noche. Corrí todo el camino de regreso a su casa, con mi pecho

agitado, incapaz de permanecer lejos.

Oye, nunca afirmé ser una persona sabia y racional.

Sí, está bien, esto probablemente encabeza mi lista impulsiva. Regresar

allí era la cereza en la guinda de mi estúpido pastel.

Fui una estúpida, estúpida, estúpida. ¡Lo sé!

Pero tenía que ver si de verdad iba a ir con ella. Sólo tenía que ver.

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Manteniéndome cerca de las sombras, entré a su patio trasero. Casi

vomité cuando vi la puerta de atrás abierta.

Una figura con forma de Mason corrió hacia la puerta que separaba su

patio del de ella.

No lo podía creer. Iba a ir. Después de todo lo que acababa de

confesarme...

—¿Puedes hacer esta pequeña charla rápida? —espetó Mason—. Mi

hermana está sola en casa.

Me acerqué de puntillas a la puerta, y me mantuve fuera de vista.

—Bueno, parece que ya estás listo para irte —arrulló la voz malvada de

Patricia Garrison—. Así que no te preocupes. Dudo que nos lleve mucho

tiempo.

—No va a suceder. —La voz de Mason era dura e implacable—. ¿Y te

importaría nunca espiarme otra vez? Tu vibra grosera y asquerosa acaba de

superar todos los limites.

—Pensé que dijiste que la pequeña niñera era tu amiga.

—Y pensé que dije que no era asunto tuyo. Esa parte sigue siendo cierta.

—No hay razón para ser insolente, Mason.

—Jesús, ¿por qué te importa si tengo una novia o no? ¿Qué importa si

tengo relaciones sexuales con todas las mujeres en Florida? Eres quién me

envió a otras mujeres en primer lugar.

—Pero, querido, el sexo no es el problema. Todo hubiera estado

perfectamente bien si sólo la hubieras follado y seguido adelante. El problema

es que te enamores de ella. Porque una vez que te enamoras, tendrás que ser

monógamo o alguna mierda. Te conozco, lo harás. Y a juzgar por la forma en

que la miras, ya lo estás. Pero no puedo permitirlo. No puedo permitir que

alguna tontita animadora cause caos en mis actividades extracurriculares.

Todavía no he terminado contigo.

—Bueno, yo asumí que sí. Trajiste a tu novio a la fiesta de Sarah y lo

exhibiste delante de mi madre como si se burlaran de ella por no tener su

propio hombre. No me necesitas más.

—Mason, Mason, Mason, pobre niño iluso. No podrías estar más lejos de

la verdad. Ted es un hombre querido y dulce. Rico, encantador, guapo. De

hecho, me encantará estar casada con él.

—Entonces no deberías engañarlo.

—Pero, cariño, no voy a ser capaz de evitarlo. No es como quiero en el

dormitorio. No es como te he entrenado. Te necesito más de lo que crees.

—Bueno, eso está muy mal, porque nunca voy a tocarte de nuevo. No

hemos estado atrasados en el alquiler en más de un año.

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—Bueno... teniendo en cuenta cómo está la inflación y la economía, me

temo que voy a tener que aumentar el alquiler.

—No me importa. Vamos a pagarlo. Sea lo que sea. Y si se pone muy

ridículo, tendremos que mudarnos. No tienes ningún poder sobre mí.

Desde las sombras, apreté la mano y la sacudí en el aire, alentándolo en

silencio. ¡Vamos, Lowe! Sigue así.

—¿Ah sí? —La señora Garrison dio una risita divertida—. ¿Y qué si llamo

a un oficial de policía que conozco para hablarle de un escándalo de

prostitución ilegal en el club de campo?

La risa de Mason era baja y dura. —Adelante, Patricia. No me importa en

absoluto. De todos modos ya dejé de aceptar a las clientes. Nadie va a

arrestarme por una especulación y he terminado, nadie puede atraparme en el

acto.

—Vaya, crees que lo tienes todo resuelto, ¿no?

—Por una vez, sí. Ahora, ¿cuándo vas a meterte en la cabeza que todo ha

terminado? Nunca voy a tener sexo contigo otra vez. No hay nada que puedas

decir o hacer para que vuelva a entrar a tu casa.

—Lamento escuchar eso. En serio. Porque estaba a punto de decirte que

sé del pequeño secreto de tu novia.

¿Qué dijo?

Mi piel se volvió fría mientras me acercaba más a la puerta, mirando a

través de las grietas para ver la espalda rígida de Mason cuando se enfrentó a

la puerta entreabierta, bloqueándola involuntariamente de mi vista.

Sonaba sospechoso y receloso cuando preguntó—: ¿De qué demonios

estás hablando?

—Nada, en realidad. Quiero decir, estoy segura de que te dijo todo

sobre Teresa Margaret Nolan, ¿no?

—Oh, Dios mío. —Golpeé las manos sobre mi boca para amortiguar mi

conmoción.

Ella lo sabía.

¿Cómo, en el nombre de Dios lo supo?

—¿Quién? —preguntó Mason, sonando desorientado.

Cerré los ojos y sacudí la cabeza. Esto no podía suceder. Él no iba a

descubrir la verdad debido a ella.

—Oh, Mason. —La señora Garrison chasqueó la lengua, sonando

perversamente encantada—. ¿No te dijo su nombre verdadero? Me preocupa.

Pareciera que no hay suficiente confianza y honestidad en tu dulce monógama

relación, si la chica ni siquiera te dijo que legalmente cambió su nombre por el

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de Reese Alison Randall hace sólo unos pocos meses. Quiero decir, no es que la

culpe. Si mi ex novio tratara de matarme y prometer que terminaría el trabajo la

próxima vez que me vea, bueno, también huiría al otro lado del país y

cambiaria mi nombre.

—No —dijo Mason, su voz temblando de incertidumbre.

Las lágrimas llenaron mis pestañas. Las limpié desesperadamente y mi

corazón se rompió porque él descubriera la verdad de esta manera. Yo debía

decirle.

—¿Crees que me lo estoy inventando? —Rió—. Él la cortó. Con un

cuchillo. Su vida estaba en peligro, estuvo en el hospital por más de una

semana. Estoy segura que has visto la cicatriz. Creo que está en algún lugar en

su cuello.

El silencio de Mason me mató. Un segundo después, dijo con voz ronca—

: ¡Oh, Dios! ¿Qué pasó?

La señora Garrison hizo un sonido simpático. —Déjame decirte que tu

chica tiene muy buen gusto en chicos. Era desagradable. Un asunto asqueroso

efectivamente. Supongo que eran novios en el instituto, y todo estaba bien con

eso hasta que comenzó a ser un poco demasiado controlador para su gusto. La

primera vez que trató de romper con él, en su segundo año, le dislocó la

mandíbula. La segunda vez, durante su último año, le rompió el brazo después

de empujarla por las escaleras.

Más lágrimas corrieron por mis mejillas. Pero, ¿qué en el nombre de

Dios hizo esta mujer para saber tanto de mí? ¿De dónde había sacado esa

información?

—Fue entonces cuando ella finalmente decidió que era suficiente. Pero

aun así él se negó a aceptar un no como respuesta. La acechó y la acosó durante

meses después de que lo dejó hasta que irrumpió en la casa de sus padres para

matarla. Y casi lo consigue.

—Jesús —dijo Mason con voz áspera.

—La señorita Teresa perdió su graduación de la escuela porque estaba

en el hospital. Y su novio travieso salió en libertad bajo fianza casi de

inmediato. Así que se fue de la ciudad con un nuevo nombre. Y desde que se

abandonó el caso en su contra, el señor Jeremy Walden ha estado

completamente perdonado. Empezó a buscarla. La casa de sus padres fue

allanada la semana pasada. Te voy a dar tres oportunidades de quién lo hizo.

La voz de Mason dudó cuando preguntó—: ¿Encontró algo?

La dueña susurró—: Es difícil de decir, aunque te diré que ese chico va a

hacer cualquier cosa para recuperar a Reese.

Escuchar el nombre de Jeremy siempre me hacía asquear. Agarré mi

estómago y cerré los ojos, obligándome a respirar por la boca hasta que se

calmaron las náuseas.

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—Sólo piensa, Mason. Si estuvo a punto de matarla cuando estaba

enamorado de ella y quería reavivar su relación, piensa en lo que va a hacer

esta vez, ahora que quiere venganza. ¿No sería horrible si alguien filtrara

accidentalmente su paradero? —Me tambaleé y me hubiera caído si no me

agarrara del pestillo de la puerta.

—No lo harías —advirtió Mason.

—Por supuesto que no, cariño. —El tono insultado de la señora Garrison

sonaba falso.

Clavé las uñas en el mango de metal, queriendo estirar la mano y dañarla

físicamente.

—Nunca haría nada que te moleste. No cuando vas a darme lo que

quiero. —Su tono cambió de engatusadora a severa en un instante—. ¿Cierto?

—¡No! —grité, caminando por su patio trasero.

—¿Reese? —Mason se dio la vuelta y agarró mi codo. Acercándome,

envolvió los brazos alrededor de mí—. Cristo. ¿Qué haces aquí?

Me aferré a él, mientras mis lágrimas empapaban su camisa. —Tú mismo

lo dijiste. Mi curiosidad no tiene filtro. Tenía que saber si irías con ella.

—Maldita sea —murmuró mientras sus manos se volvieron suaves y me

mantuvieron contra él, acariciando mi pelo—. ¿Cuánto has oído?

—Todo. Y no puedes acostarte con ella. Le dijiste que no. Eso debería ser

suficiente. Te está chantajeando. Lo que está haciendo es... es demente. Es una

violación hacia ti de la forma más personal, privada y vil. Me niego a quedarme

aquí y dejarte hacer esto, sobre todo por mi culpa.

Él no contestó, simplemente me mantuvo cerca mientras yo temblaba y

sollozaba en su contra. Cuando tomó mi cara y se alejó lo suficiente para

mirarme a los ojos, un mal presentimiento se deslizó por mi columna vertebral.

Se veía... resignado. —¿Es cierto?

Otra lágrima se deslizó por mi mejilla. Debería haberle dicho que lo

inventó todo. Pero no podía mentirle. Nunca más.

—Sí. —Sentí como más lágrimas cayeron—. Lo siento. Lo siento mucho.

Debería habértelo dicho antes, pero…

—Shh. Está bien. Todo está bien. —Me besó en la frente. Luego sus

dedos persiguieron una lágrima que bajaba por mi mandíbula antes de rozar

mi nuca para poder tocar mi cicatriz. Un sollozo salió de su garganta—. Te juro,

Reese. Nunca dejaré que él te encuentre. No te volverá a hacer daño.

Luego dejó caer la mano y dio un paso atrás. La tristeza y el dolor en sus

ojos me dijeron adiós. Para siempre.

—Mason. —Lo alcancé.

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Se apartó y se dirigió hacia la puerta trasera de la señora Garrison. Ella

apoyó su cuerpo a medio vestir contra el marco de la puerta, y cuando él pasó a

su lado, le chocó el hombre, haciéndole perder el equilibrio, antes de

desaparecer en el interior.

—Justo a tiempo, Teresa —ronroneó la señora Garrison mientras se

enderezaba—. Me encanta cuando está irritado... todo salvaje e indomable, y

extra agresivo. Hay algo tan sensual con ese chico cuando su pasión se ha

desatado. —Se estremeció y dejó escapar un suspiro de ensueño—. Gracias. —

Entonces también se dio la vuelta y cerró la puerta.

Me quedé allí, mirando fijamente su casa y temblando de pies a cabeza.

Vibrando con indignación, quería explotar. Quería gritar. Quería correr

dentro y arrastrarlo lejos de esa mala, mala mujer.

Pero él había tomado su decisión.

La había elegido a ella.

Y lo había hecho por mí.

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Traducido por Francisca Abdo

Corregido por Daniela Agrafojo

Debería haberme ido. Debería haber ido a casa, hacerme un ovillo en mi

cama y llorar el resto de la noche.

Pero no pude.

Me escabullí hacia la casa de Mason y, sintiéndome entumecida hasta la

médula, entré por la puerta de atrás. Colapsando en una silla en la mesa de la

cocina, empecé mi fiesta de sollozos, temblando incontrolablemente mientras

me aferraba a mis brazos como si mi vida dependiera de ello.

Lo juro, un pedazo de mi alma se salió de mi pecho, porque lloré tan

fuerte que me dolía físicamente en el centro del esternón, haciendo imposible

respirar adecuadamente.

Mis ojos se hallaban hinchados, mi nariz escurría como un colador e

hiperventilaba hasta el punto de marearme, cuando la puerta trasera se abrió y

Mason entró cansadamente.

No tenía idea de cuánto tiempo había pasado. No parecía tanto. Por otra

parte, se sentía como una eternidad.

Levanté mi rostro. Cuando me vio, se detuvo a un lado de la puerta. La

expresión en su mirada era frívola, como si quisiera correr.

Me levanté de mi silla, todavía abrazándome. —¿Has… has terminado?

Culpa y devastación rezumaban de él. —¿Reese? ¿Qué… qué estás

haciendo aquí?

—S-Sarah. —Mi voz era vacía, mis miembros se sentían pesados y mi

mente estaba borrosa—. Sarah se encontraba sola en casa.

Pero ambos sabíamos que no era por eso que había venido aquí.

Sacudió la cabeza como si quisiera negar mi presencia. —Pero tu auto no

está afuera.

—Lo estacioné a unas cuadras y caminé. ¿De verdad lo hiciste?

—Cristo. —Se cubrió la cara con las manos y un gemido ronco de agonía

salió de él.

Tropecé hacia adelante, necesitando sostenerlo, necesitando que él me

sostuviera.

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Evitó mis ojos, negándose a mirarme. —No lo hagas. No estoy limpio.

Oh, Dios. Lo hizo. Seguí caminando hacia él.

Levantó las manos y siseó—: ¡Detente! Jesús, Reese. Esta es la razón por

la qué deberíamos ser sólo amigos. Esta es la razón… ¡Maldita sea! —Tocó mi

cara y me miró, desde mis llorosos ojos hinchados hasta mi nariz roja. Luego

puso su palma contra mi pecho agitado como si pudiera calmar mi respiración

irregular con su toque—. Mira lo que te hice. Esto es exactamente lo que quería

evitar. Nunca quise herirte. Daría cualquier cosa por evitarte esto.

Agarré dos puñados de su camisa y los apreté. —Entonces déjame

ayudarte.

Sacudió la cabeza. —¿Cómo? —Sonaba roto y desanimado.

Compartíamos un dolor mutuo. Y la única manera que podía pensar para

ayudarme era ayudarlo y darle lo que más necesitaba. Tomando una

respiración profunda, me limpié las mejillas mojadas.

—¿Quieres estar limpio?

Me miró, sus ojos abrumados pero llenos de esperanza. —Sí.

—Entonces te limpiaré.

Cuando alcancé su mano, me dejó entrelazar nuestros dedos. Lo guié al

baño y me siguió sin resistirse.

Se detuvo después de entrar y sólo se quedó parado ahí, mirando hacia

la nada, casi pareciendo en coma. Cerré la puerta detrás de nosotros y

enganché la papelera de alambre que Dawn había puesto junto a la cómoda

debajo del pomo, manteniéndola cerrada.

—Que buena idea —dijo Mason detrás de mí, su voz aturdida—. ¿Por qué

nunca pensé en hacer eso?

Me giré hacia él para enviarle una sonrisa suave. —Porque me necesitas

cerca para mostrarte el camino correcto.

Se estremeció. —Debí haberte escuchado. No debería haber ido allí. No

debería…

—Shh. —Tomé el dobladillo de su camisa y la jalé hacia arriba—. No

más arrepentimientos. Lo hecho, hecho está y no vamos a pensar en eso de

nuevo.

Levantó los brazos para ayudarme a sacar su camisa, pero preguntó—:

¿Qué estás haciendo?

—Te voy a dar un baño. Te dije que iba a limpiarte y…

Las palabras se ahogaron en mi garganta cuando vi el chupetón rojo

brillante en la parte superior de su pecho.

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Viendo mi reacción, frunció el ceño. —¿Qué? —Cuando miró hacia abajo

y vio la marca, puso su mano sobre ella, cubriéndola.

Su rostro tuvo un espasmo y abrió la boca. Vi la disculpa en su expresión.

Luego llegó el miedo y la repulsión.

Creo que ganó la repulsión. Se apartó de mí, cayó sobre sus rodillas y

golpeó el asiento del inodoro. Mientras vomitaba, me di vuelta y cubrí mi boca.

Más lágrimas cayeron. Con manos temblorosas, tomé el vaso del lavamanos y

lo llené con agua.

Cuando terminó, me encontraba sentada en el suelo a su lado, lista y

esperando con un vaso de agua y un cepillo de dientes lleno de pasta.

—Gracias. —Primero tomó el agua, la movió dentro de su boca y

escupió. Después de unas cuantas rondas de eso, empezó a frotar sus dientes

con fuerza. Y mientras tanto, mantenía el brazo sobre su pecho, escondiendo la

marca que ella le había dejado.

—Voy a calentar el agua —ofrecí, empujando mis pies y sintiéndome

robótica mientras trabajaba.

—¿En verdad vas a estar aquí mientras me baño? —No sonaba como si

quisiera que me fuera, sólo parecía perplejo ante la idea.

—Dije que iba a limpiarte. —La verdad era, que no creía que pudiera

estar lejos de él en ese momento.

Abriendo la puerta de la ducha, abrí el grifo, sin importarme las gotas

que caían por mis brazos y comenzaban a empapar mi camisa. Sostuve mis

nudillos bajo el chorro hasta que tuvo la temperatura correcta para Mason.

Detrás de mí, se levantó y dejó el vaso y el cepillo de dientes. Cuando

sus pantalones tocaron el suelo, salté.

El mes pasado, habría echado un vistazo. Diablos, antes de hoy, habría

mirado. Pero ahora no quería hacerlo y no porque sintiera repulsión por el

hecho de que había tenido su pene dentro de otra mujer sólo unos minutos

atrás.

Simplemente no podía violar su privacidad. Había sido violado lo

suficiente por una noche.

Cuando miré hacia atrás, mi mirada aterrizó en su rostro. —Supongo que

puedo dejar que hagas esta parte solo.

Sus ojos parecían más plateados con la luz fluorescente del cuarto. Se

centraron en mí, buscando mi cara. Con un asentimiento silencioso, caminó más

allá de mí y se encerró dentro de la ducha. El vidrio era opaco, por lo que sólo

podía ver un borrón de él a través de la puerta.

Saliendo brevemente para saquear su habitación y encontrar ropa limpia

para que usara, tiré su uniforme del Country Club en la ropa sucia y volví al

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baño vaporoso, donde la puerta se hallaba parcialmente abierta. Coloqué de

nuevo la papelera y cerré la tapa del inodoro para sentarme y esperar.

Juro que se enjabonó todo tres veces. Pero eso me parecía bien. Lo que

sea que tuviera que hacer para sentirse limpio de nuevo, estaba bien.

Cuando cerró el grifo, yo me encontraba ahí con una toalla.

Parecía sorprendido cuando abrió la puerta y me vio. Con otro silencioso

y humilde agradecimiento, tomó la tela y se secó antes de envolverla alrededor

de su cintura.

Me senté de nuevo en el inodoro y llevé las rodillas a mi pecho,

rodeándolas con los brazos.

—Me siento como si yo fuera la que hizo eso con ella, como si derribara

la parte más básica de mí y dejara el resto abusado y maltratado. Me siento

inútil y barata, y… y usada.

Asintió una vez y deslizó su bóxer por debajo de la toalla. —Sí, eso cubre

más o menos lo que te hace.

No pude evitarlo, empecé a llorar otra vez. Lágrimas brotaron de mis

ojos y corrieron por ms mejillas antes de darme cuenta.

—¿Y estás de acuerdo con eso?

Cubriéndose la cara con la mano, susurró—: Reese —un sonido

ahogado—, lo sien…

—No te atrevas a disculparte —sollocé—. Yo te hice esto. Es mi culpa que

pasaras por eso esta noche.

Sus pestañas se abrieron. —No. Dio, no. No lo hiciste. No fue tu culpa.

Dejando caer su toalla, se arrodilló delante de mí. Contra mi voluntad,

miré su pecho sólo para ver que había reemplazado el chupetón por una gran

roncha roja donde había tratado de borrarlo.

—Lo siento. —Se abalanzó hacia su camisa.

Una vez que se la puso, agarré dos puñados de tela y me incliné hacia él.

Me alejó de la cómoda y me rodeó con los brazos, sosteniéndome sobre

su regazo en el suelo del baño.

—Está bien —seguía murmurando—. Te lo juro, Reese. No fue tan malo.

Ni siquiera terminé. Tan pronto como ella terminó, yo…

—No quiero detalles —grité, horrorizada.

Pero odié a la señora Garrison. No sólo lo había manipulado para que

hiciera lo que quisiera, se metió con su cabeza, jugó con su cuerpo y le impidió

la única gratificación que podría haber conseguido de esta noche.

Lo sé, ese era un pensamiento terrible. Pero me sentía terrible.

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—Lo siento. —Su rostro se puso pálido. Cuando trató de alejarse, lloré

más fuerte y enrollé los dedos en su suave camisa de algodón para abrazarlo

con más fuerza. Respirando pesadamente, me aferré a él, incapaz de dejar de

chillar.

—Va a estar bien. —Besó mi cabello y acarició los mechones enredados

y húmedos.

Solté una risa incrédula. —¿Bien? Estoy tan lejos de estar bien ahora

mismo. Ni siquiera recuerdo cómo se siente estar bien.

Presionó el rostro contra mi cuello. —No puedo decirte cuan arrepentido

estoy. No puedo… no puedo… ¿Por qué demonios te quedaste? No deberías

haberte quedado para ver esto.

—No lo sé. No pude irme. —Lo abracé más apretadamente—. No me

hagas irme.

—Nunca. —Trazó sus nudillos por mi mejilla—. Dime qué hacer. Lo haré.

Lo juro. Sólo dime cómo mejorar esto.

—Ya está hecho. —Descansé en él, derrotada y sin fuerzas. Lo único que

quedaba por hacer era ajustarme y aceptar. Dado que no hacerlo no parecía

ser una opción sin perderlo por completo, cerré los ojos y me apreté contra él.

Me había quedado para mantenerlo tranquilo, pero, aquí estábamos, y él

era el único evitando que me cayera a pedazos. La ironía no pasó

desapercibida para mí.

Metió la cara en mi cabello y sollozó. —Pensé que te amaba lo suficiente

como para que mis sentimientos te protegieran —confesó, su voz entrecortada

y ronca—. Pensé que podría evitarte el dolor. Maldita sea, estaba tan seguro de

que podría escupir en su cara y terminarlo para bien. Fui tan estúpido y

arrogante. Y saliste herida por eso.

—No. —Pasé la mano por su brazo—. Me protegiste. Le impediste

ponerse en contacto con Jeremy. Me salvaste.

Sollozó de nuevo y besó mi cabello. —Vamos. —Abrazándome fuerte, se

levantó y me llevó desde el baño a su dormitorio. Me dejó en el centro del

colchón y sacó la sábana y la manta de debajo de mí antes de llevarlas a mi

pecho.

Después de un rápido beso en mi frente, se acurrucó a mi lado.

Nos miramos el uno al otro en el colchón sin tocarnos. Él no había

encendido la lámpara, pero podía ver su cara claramente gracias a la luz

brillando desde el pasillo.

—No siempre fue tan malo —murmuró—. Cuando recién empecé, era

algo genial. Quiero decir, hermosas, ricas y elegantes mujeres me prestaban

atención, metiendo billetes de cien dólares en mi ropa. Tenía que tenderme

tres o cuatro veces a la semana. Me dio una confianza que nunca tuve. Pero se

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volvió viejo muy rápido y cuando me di cuenta de que esas mujeres no me

respetaban, de que ni siquiera era una persona para ellas, era demasiado

tarde. Tenía esta reputación, era su muñeca y me sentía atrapado.

Extendiendo la mano con una sonrisa suave, metió un mechón de mi

cabello detrás de mi oreja.

—Sin embargo, no lo puedo lamentar. Si no hubiera aceptado su oferta

esa tarde, no habría empezado mi clientela en el club campestre. Nunca habría

hecho suficiente dinero para sentir que podía estudiar. Y nunca te hubiera

conocido.

Sollocé y limpié mi cara. —No creo que yo lo valga.

Rió suavemente, su expresión indulgente. —Créeme. Lo vales mucho. —

Con un beso en mi nariz, suspiró—. Muy bien, te derramé mi alma. Tu turno.

No sabía que decir. Mi alma se sentía vacía de historias.

Los dedos de Mason trazaron suavemente la cicatriz en mi nuca.

—¿Me dirás acerca de esto?

Con un estremecimiento, cerré los ojos. —Ella lo cubrió casi todo. No hay

mucho más que decir.

—Quiero escucharlo de todas maneras. Quiero escucharlo de ti.

Así que le dije, y después me acercó a él. —Haré lo que sea para

mantenerlo alejado de ti.

—Lo sé. —Es lo que más temía.

Apoyé la mejilla en su pecho, agradecida de estar con él y doblemente

agradecida de que no me hubiera llamado estúpida por dejar que Jeremy me

maltratara por tanto tiempo. Me quedé dormida en sus brazos.

Dawn nos despertó cuando llegó a casa, jadeando ruidosamente al

momento en que vio a la niñera en la cama con su hijo.

Mason y yo nos erguimos mientras nos despertábamos.

—Mamá —dijo él, llevando una mano sobre su corazón, sólo para dejarla

caer de nuevo sobre las almohadas y cerrar los ojos—. Jesús, me diste un

ataque al corazón.

—Lo siento mucho —dijo entre dientes, lanzando rayos láser en mi

dirección—. No esperaba encontrarte en la cama… con Reese.

La frente de Mason se arrugó con incredulidad. —¿Todavía me chequeas

en la noche?

—¡Sí! Soy tu madre, ¿cierto? Ahora, ¿vas a explicar lo que haces en la

cama con la niñera o no?

—Oh. —Se sentó y me miró—. Cielos, mamá, no pasó nada. Mira.

Todavía tenemos la ropa puesta.

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Dawn levantó una ceja, obviamente sin estar impresionada. Me acerqué

un poco más a Mason. Él encontró mi mano bajo la sábana y la apretó.

—Sarah… tuvo un ataque —explicó—, y Reese enloqueció. Trató de

llamarte primero, pero no sé, quizás marcó el número equivocado. De

cualquier manera, no podía hablar contigo, por lo que me llamó a mí. Después

de ponerla a dormir, Reese como que se desmoronó y empezó a llorar. No

sabía qué hacer para ayudarla. Por lo que la hice tenderse y decirme las cosas.

Luego nos quedamos dormidos y volviste, y ahí es dónde estamos ahora.

Su madre lo miró por un momento antes de mirarme. —¿Sarah tuvo un

ataque? ¿Está bien?

—Está bien —aseguró Mason—. Parecía lucida y alerta cuando terminó.

Leímos juntos algo de Harry Potter antes de que se fuera a la cama.

Dawn asintió y se frotó la frente. —Bien. Gracias por estar aquí, Reese. —

Me vio y frunció el ceño con preocupación—. Pobrecita, todavía te ves

conmocionada. Tus ojos están rojos e hinchados.

Miré hacia abajo, sin saber cómo mentir tan bien como Mason lo hacía. Él

pasó un brazo alrededor de mi hombro y me apretó contra su costado.

—Voy a llevarla a casa. Su amiga llamó y pidió prestado el auto, por lo

que necesita que alguien la lleve.

Sorprendida por su rapidez de pensamiento, levanté mi rostro. Mi

cerebro se sentía frito y sobrecocido. Pero él era tan convincente que casi me

encontré creyéndole. Incluso convenció a su madre de que abandonara su

habitación antes de salir de la cama, para que no supiera que sólo había estado

usando bóxer bajo las sábanas.

—No puedo creer que le hayas mentido —dije entre dientes, tan pronto

como se fue.

Me frunció el ceño, diciéndome que mantuviera la voz baja. —No mentí.

Sarah tuvo un ataque y después te calmé. Sólo que no esta noche.

Resoplé y rodé los ojos, pero terminé sonriendo. Él también sonrió y me

cogió la mano, besando mis nudillos.

Por ese breve momento, todo parecía casi normal.

Dawn sacaba una jarra de té helado del refrigerador cuando pasamos

por la cocina hacia la puerta trasera. Impresionada por su comportamiento de

cada día como si nada fuera de lo común hubiera sucedido anoche, quería

odiarla por hacer que Mason se sintiera como si tuviera que sacrificarse

durante los dos últimos años. Pero me detuve. Si buscaba fallas en todo el

mundo, las encontraría el cien por ciento de las veces y siempre estaría

decepcionada. No quería estar decepcionada de esta mujer. Ella había criado a

dos de mis personas favoritas en la tierra. Era su madre.

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En lugar de mirarla, me acerqué y le di un abrazo impulsivo. —Sólo

quería que supieras que tienes hijos fantásticos.

Pareció sorprendida al principio, pero luego se relajó y me abrazó.

—Los tengo, ¿cierto? Y sé que también son muy aficionados por ti.

Cuando nos separamos, Mason se encontraba ahí para tomar mi mano.

—Volveré en la mañana —le dijo a Dawn antes de llevarme sorprendida

por la puerta trasera.

—¡Mason! ¡Oh, Dios mío! No puedo creer que le dijeras eso.

—¿Qué? —Cuando me miró, parecía confundido—. Pensé que no querías

que le mintiera.

Así que, supongo que planeaba quedarse toda la noche conmigo. Mi

corazón se sacudió con alivio porque yo tampoco quería estar lejos de él.

—Pero ahora va a pensar que tendremos sexo toda la noche.

Se encogió de hombros. —Bueno... un hombre puede soñar, ¿cierto?

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Traducido por Juli

Corregido por Meliizza

Una vez que llegamos a mi apartamento, Mason me tomó la mano

mientras me llevaba hacia mi puerta.

Después de acariciar mi pelo de la manera más amorosa, me encontraba

de pie justo en la entrada mientras él revisaba todo el desván, asegurándose de

que ningún ex novio acosador psicópata merodeaba por ahí. Atesoré la dulzura

de sus acciones.

Cuando regresó a mí y me volvió a tomar la mano para llevarme a mi

habitación, lo seguí en un regocijo vertiginoso.

Nos desnudamos por sí solos, uno frente al otro, hasta quedarnos con la

ropa interior. Sus ojos se calentaron cuando saqué mi camiseta seca sobre mi

cabeza y mis pechos empujaron contra las copas de mi sujetador. Sabía que se

encontraba excitado, ya que reveló un bulto impresionante en su bóxer cuando

deslizó sus pantalones por las piernas. Pero en vez de alcanzarme, se dio la

vuelta y deslizó hacia abajo las sábanas de mi cama.

—Después de ti. —Su mirada se hallaba llena de cuidado y devoción—.

Te prometo que esta noche me abstendré de acaparar el colchón y las mantas.

Hice una pausa antes de meterme, tan aliviada como decepcionada de

que no intentara nada conmigo. Nos merecíamos un poco de conexión física.

Necesitaba estar cerca y compartir mi cuerpo con él en la manera más íntima y

emocional posible.

Pero más tarde. Esta noche no.

El sexo no era lo que más necesitaba de mí en este momento. Y tampoco

era lo que yo más necesitaba de él. Por el momento, a los dos nos vendría bien

un poco de consuelo emocional.

Así que en lugar del sexo, lo que siguió fue lo más dulce y sin embargo,

las horas más platónicas de mi vida. Mason logró convertir la depresión

absoluta que había comenzado a sentir en el patio trasero de su vecina a una

felicidad sin reservas.

Me envolvió en sus brazos y se acurrucó conmigo, hablando de cosas

triviales como Harry Potter, y lattes, y la universidad, y las arañas, y nuestro

futuro. Dibujábamos en las manos del otro con los dedos y adivinábamos qué

imágenes habíamos hecho. Tratamos de tener una guerra de pulgares bajo las

sábanas... con nuestros dedos. Luego permanecimos acostados en un silencio

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tranquilo, tomados de la mano y escuchando nuestras respiraciones lentas hasta

que ambos caímos en un olvido sin sueños.

Tuve un descanso encantador e ininterrumpido. Cuando me desperté, no

sentía como si hubiera pasado toda la noche llorando sin cesar hasta que mis

ojos casi se habían cerrados por la hinchazón. Me sentía revitalizada y cálida

mientras me acurrucaba con mi alma gemela, que cumplió su promesa y no

monopolizó el colchón ni las sábanas.

Rodando hacia él, lo vi durmiendo junto a mí. Era como presenciar un

milagro. Era hermoso. Por dentro y por fuera.

Como si sintiera mi mirada, se movió, tomando una respiración profunda

antes de girar la cabeza hacia mí y agitar sus gruesas pestañas hasta abrirlas.

Una sonrisa cansada apareció en su rostro, y la verdad es que ni siquiera puedo

describir lo increíble que se sentía al ser la destinataria de la misma.

—Hola, Sweet Pea —dijo con voz ronca.

Si antes no hubiese estado encendida, ciertamente ahora sí. Su voz

matutina ponía en vergüenza a su voz normal, todo sexy y recién despierto,

agregándole la cantidad perfecta de ronquera a la misma.

—Hola, Sexy —respondí, mis dedos con ganas de alcanzarlo y sólo...

acariciarlo. Cediendo a la tentación, le pregunté—: ¿Puedo tocarte?

Sus pestañas se cerraron, apoyándose en la parte superior de sus

mejillas curtidas y esculpidas, mientras su sonrisa se hacía más amplia. —No

tienes que preguntarlo.

Extendí la mano de inmediato, pero me detuve a centímetros de tocarlo.

Debe de haber percibido mi duda porque volvió a abrir los ojos. —¿Qué pasa?

Tragué saliva, completamente abrumada. —No sé por dónde empezar.

La mirada de Mason se calentó. Envolvió sus dedos fuertes y cálidos

alrededor de mi muñeca y jaló la palma hacia adelante, llevándome a dónde

quería que mi mano lo siguiera. Cuando la puso en el centro del pecho, justo

sobre su corazón y presionó mi piel sobre la suya como si imprimara mi alma a

la suya. Parpadeé para contener las lágrimas de alegrías.

—Comienza aquí. Nunca nadie me ha tocado aquí.

Froté un círculo en el pecho sobre su corazón. Latió fuerte y firme bajo

mis dedos, así que me incliné y puse mis labios en el lugar precioso, sellando

el momento con un beso.

Recordando a un cierto chupetón de anoche, miré otra vez sin pensar,

sólo para descubrir que todos los rastros de la señora Garrison desaparecieron

por completo. Su pecho sin marca brillaba, esculpido y magnífico como un

borrón y cuenta nueva. Y todo mío para tocarlo como deseaba.

Sin poder dejar de sonreír, levanté la mirada y me mordí el labio antes

de dar el paso. —Palabra —dije.

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Sus atractivas cejas bajaron con confusión. —¿Qué?

Me reí entre dientes. —Pensé que me dijiste que cuando estuviera lista

sólo diga la palabra. Así que... palabra. ¿O debería decir “la palabra”?

Mason aspiró una bocanada de aire, de repente viéndose desconcertado.

—Reese…

Comenzó a incorporarse, pero le di un empujoncito para que volviera a

su lugar. Ya que mi mano todavía cubría su corazón, no tomó mucho esfuerzo

aplicar un poco de presión y derribarlo de nuevo sobre el colchón.

—Está bien, Mason —le aseguré—. Te amo, y quiero mostrarte cuánto.

Quiero que tengas esa diversión recreativa que nunca has tenido. Quiero

complacerte y mimarte como nadie lo ha hecho. —O nunca lo hará—. Y quiero

borrar todas tus reglas y restricciones hasta que te sientas libre de hacer lo que

quieras conmigo.

Sus ojos se oscurecieron con sentimiento. Levantando la mano, tomó mi

cara suavemente. —Dios, no te merezco.

—Y sin embargo, me tienes de todos modos. —Sonreí y seguí tocándolo,

explorando para la satisfacción de mi corazón, comenzando en su rostro con la

áspera mandíbula sin afeitar y abriéndome camino.

—Por lo tanto, está a punto de dar su primer regalo, Sr. Lowe, el increíble

gigoló. —Burlándome, deslicé la punta de la nariz por el lado de su cuello—.

¿Le gustaría hacer una pausa y decir algo para conmemorar la ocasión?

Su expresión brillaba con el calor mientras yacía pasivamente debajo de

mí, observando todos mis movimientos. —Oh, pero este no va a ser mi primer

regalo.

—¿Qué? —Mi estómago cayó a los pies—. Pero me dijiste…

—Shh —me interrumpió poniendo un dedo sobre mis labios antes de que

pudiera sentarme en posición vertical. Me dio un beso tranquilizador en la

frente, luego en la mejilla. Luego mi mandíbula... Mmm. Mi cuello—. No va a

ser un regalo. Tengo la intención de hacerte pagar. Mucho.

—Oh, voy a pagar, ¿no? —Retrocedí tanto para permitirle verme arquear

las cejas. Pero la presión de sus labios contra mi clavícula hizo que todo mi

cuerpo se estremeciera con el hambre. Sintiendo que en realidad podría

gustarme a dónde se dirigía esto, me lamí los labios—. Voy a recibir el

descuento de novia, ¿verdad?

Mason se limitó a mover la cabeza, la diversión reflejada en su sonrisa. —

Nop. Me vas a deber más de lo que nadie nunca me ha debido.

—¿En serio? Hmm. ¿Cuánto me vas a cobrar?

Copiando mi mala costumbre, arrugó la nariz. —Sólo tu cuerpo. Tu

corazón. Y toda tu alma.

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Dejé escapar un suspiro de felicidad y pasé los dedos por su pelo. —

Pero ya te los he dado.

Su sonrisa fue lenta y devastadora. —Bueno, entonces es una primera

vez. Una mujer que pre-paga.

Me reí. —En ese caso, nene, recuéstate. No he terminado de investigar

mi compra.

Me dio una amplia sonrisa. —¿Necesitas revisar mis dientes?

Levanté una ceja. —No es el lugar que tenía en mente.

—¿Mi axila? —Cuando levantó su brazo, incliné la cabeza hacia atrás y

solté una carcajada.

—Pon tu brazo abajo, idiota. —Lo hice por él, escondiendo sus axilas

peludas—. Tal vez yo hablaba de tu tatuaje.

Tracé mis dedos sobre la palabra “Oblígame”, anonadada de que

estuviera tocándolo de verdad, que me dejara estar cerca. La piel de gallina

brotó en su abdomen mientras corría mi dedo por cada letra.

Su sonrisa se desvaneció cuando miró su tinta. —Me sentía enojado y

desafiante después de la primera vez que dejé de aceptar clientes.

—Ya me lo imaginaba. —Me incliné hacia delante y besé la palabra. Los

músculos de su estómago se tensaron bajo mis labios y su mano acariciando mi

pelo me dijo que le gustaba mucho la atención.

Después de obsesionarme con su ombligo, bajé por su cuerpo, pasando

directamente a sus pies.

Se sentó, apoyando su peso sobre los codos para poder verme. Una

mueca divertida iluminó sus ojos. —Oye, te olvidaste de un lugar.

Lo callé. —No te preocupes. Voy a llegar a tus oídos, lo juro.

Negó con la cabeza. —No me refería a eso.

Echando un vistazo a la protuberancia en su ropa interior y viendo una

marca húmeda extenderse sobre la tela, quedé en blanco por un momento,

superada por la necesidad de subirme a su regazo y montarlo en ese mismo

segundo. Ya casi podía sentirlo deslizarse dentro de mí.

Pero no quería hacer nada que le hiciera recordar algo... desagradable.

Indecisa, me encontré con su mirada. —Yo... pensé que tal vez tu... Me

preocupaba que un par de clientes excesivamente entusiastas podrían haberte

tocado más de lo que querías, así que no quise... molestar. —Quiero decir, si yo

le hubiese estado pagando mucho dinero por ello, también exigiría un poco de

tiempo de juego con esa parte específica del cuerpo—. No quería…

Echó la cabeza hacia atrás y soltó una carcajada. —Reese. Jesús, eres

demasiado linda. No me importan ellas. Sólo sé que quiero que tú me toques.

Quiero tus manos sobre mí. Justo aquí.

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Cuando deslizó sus dedos sobre el lugar exacto que discutíamos, me

quedé sin aliento, olvidándome de todo sobre quién había estado antes que yo.

Pero santos gigolós tatuados, ver a Mason tocarse era jodidamente sexy.

—Dios mío, Sr. Lowe —susurré, tratando de controlar mi pulso acelerado,

por mantenerme muy, muy quieta—. Creo que eso fue lo más sexy que he visto

en mi vida.

—Entonces todavía no has visto nada. —Con un guiño, envolvió los

dedos alrededor de sí mismo a través de la tela de su ropa interior. Mientras

bombeaba lentamente, mi mandíbula latía por la forma en que mi boca se hacía

agua—. Te deseo tanto en este momento, Reese, que sólo pensar en deslizarme

dentro de ti me... —Cerró los ojos y todo su cuerpo se estremeció mientras

gemía.

Creo que podría haber tenido un mini-orgasmo. En serio. Un terremoto

de conciencia me iluminó tan fuerte y rápido, que me quedé sin aliento por la

sorpresa.

—Bueno, no podemos permitir eso. —Antes de que se diera cuenta de lo

que estaba a punto de hacer, agarré su ropa interior y la deslicé por sus

piernas, desplazándole la mano de su polla, lo que fue una maldita lástima. Pero

lo que se liberó, desnudo y expuesto, me dejó completamente atónita—. Santa

María, madre de Dios. Esta es sin duda la más grande que he visto en mi vida.

Los ojos de Mason se estrecharon mientras sus mejillas se sonrojaban por

el cumplido. —¿Cuántas has visto?

—¿Incluyéndote a ti? Dos. —Ignorando la pregunta sospechosa en su

mirada, volví mi atención a su pene. Acercándome con vacilación, arrullé—:

Hola, muchachote. No muerdes, ¿verdad?

Mason se rió y gimió al mismo tiempo. —Maldita sea, Reese. Tu sentido

del humor me va a volver loco antes de que acabe el día.

—¿Qué? —le pregunté inocentemente y sinceramente confundida.

—Sólo tócala de una vez —suplicó con los dientes apretados.

Por Dios, está bien. No tenía por qué ser un impaciente y malhumorado al

respecto. Extendí la mano y acaricié con dos dedos, como si saludara

tímidamente a un animal vivo y rabioso.

El sudor se resbalaba de la frente de Mason. Se veía torturado, pero

parecía amar cada segundo de su sufrimiento. —Eres muy graciosa. Sabes que

eso no es lo que quise decir con tocarlo. No es un maldito perro.

—Um, no. Yo diría que esto es más el tamaño de un toro.

Soltó una risa ahogada. Por mucho que quería que yo espabilara, aun así

se divertía. Me encantaba. Nunca había tenido diversión mientras que otro tipo

que no debería ser nombrado había estado desnudo delante de mí. Me gustaba

divertirme con Mason.

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—Ahora, ¿por qué estoy haciendo todo esto de tocar? —Fingiendo un

puchero, me senté en cuclillas y golpeé mis manos en mis caderas—. Todavía

no has inspeccionado ni una pulgada de mí. ¿No te gusta lo que ves?

—Me encanta todo lo que veo. —Sus ojos lucían vidriosos por la

inestabilidad mientras frenéticamente agarraba las sábanas debajo de él. Me

preocupaba que pudiera haberle empujado un poco demasiado lejos. Una

pequeña broma sucia estaba bien, pero impulsar al hombre a un homicidio

hormonal no.

Su frente brillaba como si tuviera fiebre. —Pero si te toco en este

momento, eso es todo. No voy a ser capaz de detenerme. Quería asegurarme

de que acabaras con tu tiempo de juego antes de que yo empezara.

—Vaya. —Le di unas palmaditas a su vientre, a apenas tres centímetros

de la cabeza de su rebosante pene—. Pensando primero en mí. Eso es tan

dulce. Gracias.

—Sí, soy un maldito santo. Ahora, ¿quieres por favor, tocar mi polla antes

de que la maldita cosa explote?

—Oh, está bien. —Dejé escapar un suspiro de resignación, como si

ceder a sus demandas fuera una molestia. Entonces me incliné y toqué su polla

—con mi lengua— trazándola desde la base hasta la punta con una caricia

húmeda y caliente.

Gritó mi nombre y nos arrojó a un par de centímetros fuera de la cama.

—¿Qué he hecho mal esta vez? —exigí, volviéndome a sentar para

perforarlo con una mirada mordaz.

Jadeando, me miró con una apariencia salvaje. —N... nada. Eso fue... eso

fue... perfecto.

La expresión aturdida en su rostro me hizo detenerme. —¿Nunca antes te

han chupado ahí?

—No —dijo con voz tensa.

—¿En serio? —Arqueé una ceja—. ¿Qué pasa con las mujeres de

Waterford?

Negó con la cabeza, sin dejar de verse completamente abrumado. —La

felación es más acerca de mi placer, y ninguna de ellas se preocupaba por mi

placer así que... ¡Oh!... Dios.

Su espalda se inclinó fuera de la cama otra vez cuando lo tomé dentro de

mi boca tanto como podía. Envolviendo los dedos alrededor del resto de la

base, chupé con fuerza, teniendo cuidado de no morderlo. Entonces dejé que

mi lengua vagara, investigando cada bulto y vena. Luego lo llevé hasta el fondo

de mi garganta.

—Reese. —Su voz sonaba alta y ahogada—. Oh, Dios mío. Oh... —Creo

que en realidad escuché a sus ojos rodar atrás de la cabeza—... Mierda.

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Sí, le di una malditamente buena mamada, si me permites decirlo.

Sabía que se encontraba justo en el borde, cuando soltó los dos puñados

de sábanas que había envuelto en sus dedos y se incorporó. —No puedo

esperar más. Necesito... Necesito tocarte. Ahora.

Me recostó sobre mi espalda, y estuvo encima de mí tan rápido que me

dejó sin aliento.

El beso que siguió fue tan caliente, que desvaneció mis bragas.

Literalmente. Bueno, está bien, creo que las arrancó. Pero de cualquier manera,

después de terminar de besarnos, me encontraba completamente desnuda, él

tenía un condón, y las cosas se pusieron verdaderamente calientes en este

apartamento. Todo mi cuerpo vibraba con el calor y la humedad, ardiendo de

necesidad.

Mason agarró mi cadera y colocó mi pierna alrededor de su cintura.

Seguí su ejemplo y lo envolví con la otra, enganchando los pies juntos en la

base de su espalda.

Subiendo la palma de la mano por mis muslos, tomó mi culo y me levantó

lo suficiente como para alinear nuestros cuerpos. Mi centro latía con

anticipación, endureciendo mis pezones y tensando los nervios en mis muslos.

Cuando sumergió un dedo para encontrarme mojada, los dos gemimos.

Metió otro dedo. Me acarició hasta que me arqueé y jadeaba debajo de él. Su

boca le hizo cosas pecaminosas a mis pechos. Quería que no se detenga nunca.

Después de que sacó sus dedos, los reemplazó con algo mucho más

grande que empujó en mi entrada y mi visión se nubló. Oh, Dios. Estábamos

haciendo esto. Y lo hacíamos ahora mismo. Mantuve tenso mi cuerpo por la

ansiedad cuando su punta presionó un poco más profundo.

La única otra persona con la que tuve relaciones sexuales fue con Jeremy,

y había sido tan controlador y dominante, que no estaba completamente segura

de cuál era el procedimiento normal. ¿Qué pasa si Mason quería que esté más o

menos involucrada, o...?

Como si sintiera mi inseguridad repentina, Mason levantó la mirada, con

el rostro enrojecido. —¿Reese? ¿Estás segura?

Eso fue todo. Su preocupación por mí derrumbó todos mis temores sobre

el procedimiento adecuado. Necesitaba a este hombre ahora, en todas las

formas posibles.

Asentí como si fuera uno de esos muñequitos cabezones. —Sí. Sí. Por

favor.

Puso su frente contra la mía y se empujó hacia adelante, empalándome

plenamente.

Oh.

Dios.

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Tomé una respiración profunda, sorprendida ya que no esperaba tanto y

tan pronto. Oh, Dios. Era mucho, mucho. No vaciló ni una vez. Mi cuerpo no

podía ajustarse, así que le di un manotazo en la espalda con un pánico

incontrolable. —¡Detente! Espera, espera, espera.

De inmediato cayó inmóvil y movió los hombros hacia atrás para

mirarme a los ojos. —¿Qué pasa? ¿Te hice daño? ¿Estás bien? Pensé que habías

dicho…

Comenzó a salir, pero cerré mis piernas alrededor de él con más fuerza

para detener cualquier movimiento que intentara hacer.

Lo callé, necesitando el silencio para poder aclarar mi mente. —Estoy

bien. Estoy bien. —Mi mente estaba hecha un lío. Me sentía tan estirada y

plena. Parecía estar en todas partes. Mis pensamientos eran un caos disperso y

desorganizado.

Era demasiado abrumador.

—Sólo... necesito un momento. No me esperaba que fuera tan... Eres tan

grande. Más grande que... —Miré su cara preocupada y frenética por encima

de mí, y una vez más, eso fue todo lo que necesité. Me sentí más hambrienta—.

Mmm.

Mi cuerpo caliente, se ajustó y lo aceptó. En realidad disfrutaba la forma

en que encajábamos perfectamente. De hecho, anhelaba más y quería volver a

sentir ese delicioso estiramiento interior, quería sentirlo rozarse contra el

manojo de nervios dentro de mí, y quería hacerlo malditamente ahora.

Me arqueé debajo de él, ardiendo por más. —Muévete, muévete,

muévete —jadeé.

Mason lucía indeciso y un poco asustado. —Pero acabas de decirme que

me detenga.

Agarré dos puñados de su pelo grueso y ondulado y los apreté con

fuerza. —Bueno, ahora necesito que te muevas. Oh, Dios. Por favor, date prisa.

Me siento tan... Estoy tan... Jesús, ¿qué estás haciendo?

Manteniendo la mirada sospechosa en mí, mientras sus mejillas se

enrojecían cada vez más y sus pupilas se dilataron, salió sólo para

inmediatamente impulsarse dentro. Y ¡oh mis estrellas! La forma en que

encajábamos fue igual de perfecto y alucinante como la primera vez. Me

arqueé debajo de él, gimiendo mi éxtasis con un quejido bajo. —Más.

Mason puso una mano sobre la almohada a la altura de mi cara,

mirándome mientras bombeaba constantemente mi cuerpo. —Me confundes

como nadie, Teresa Nolan, Reese Randall, o quién diablos seas. —Su voz era

cruda y sin aliento—. Pero aun así no puedo tener suficiente de ti.

Me hacía sentir tan feliz que conociera todos mis nombres y cada parte

de mí. No había secretos entre nosotros. Sólo él y yo, y esto.

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Se sumergió con más fuerza dentro de mí, moviéndonos sólo lo suficiente

para deslizarse más profundo. Luego reacomodó mis piernas, diciéndome que

eso lo haría sentir más grande dentro de mí y santa mierda, era verdad.

Entonces flexionó su pene impecablemente, llegando a un punto que casi me

hizo cruzar mis ojos. Maldita sea, seguro que sabía lo que hacía.

Moví la cabeza de un lado al lado, luchando contra la opresión en mis

entrañas tanto como las acogía.

—Te sientes tan bien, tan bien —canté entre mis dientes castañeteando—

. Tan bien.

¿Por qué me castañeteaban los dientes? ¿Por qué diablos me temblaba

todo el cuerpo? Parecía como si mientras más firmes se pusieran mis músculos

a su alrededor, más se hincharan mis órganos en mi abdomen bajo. Y cuanto

más se expandían, temblaba con más fuerza.

—Cristo —espetó Mason. Apretó los dientes y su cuello se tensó—. No

digas cosas así cuando ya estoy en el borde. Tú también te sientes tan bien,

Reese. Tan... malditamente... bien. Pero no quiero que termine todavía.

Yo tampoco. Pero cuánto más rápido se movía, mejor se sentía. Y cuanto

mejor se sentía, más pronto se iba a terminar.

—Oh, al diablo. —Llevé mis dedos hacia su trasero firme y me moví con

él, instándole a acelerar el ritmo—. Podemos tener sexo largo e

interminablemente lento más tarde.

Gruñó de nuevo, aunque esto era más como un gemido. —¿Me lo

prometes?

Asentí. —Sí. Sí. En este momento, sólo ilumíname. Por favor.

—Estoy en ello. —Sus caderas golpeaban contra las mías. Y... maldición.

Era la primera vez que realmente saboreaba la delicia carnal de este

acto. Aprecié cada sensación malvada vibrando en mi cuerpo. Abrazando sus

caderas firmemente entre mis muslos cuando entró y salió en varias ocasiones,

tiré la cabeza hacia atrás y me arqueé con él.

Y, sin embargo, a pesar de lo caliente y sudoroso y primario que era

esto, sentí una conexión que se trataba de algo mucho más profundo que lo

físico. La corriente eléctrica que nos había atado juntos en el primer momento

en que lo vi en el campus de la universidad se encendió dentro de mí.

La mirada de Mason era impresionada y sorprendida mientras nos

miraba venirnos juntos. Pero también debe de haber percibido el vínculo,

porque levantó la vista y encontró mi mirada. Con una especie de sonrisa

aturdida, hundió sus dedos en mi pelo y me sostuvo la cara como si estuviera

preparándose para lanzarse de la cima.

—Me encanta esto —dijo—. Te amo. Eres tan hermosa.

Le agarré firmemente. —Yo también te amo.

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Y eso fue todo. Por un segundo, pareció derrotado. Luego aplastó su

boca en la mía, se enterró a sí mismo profundamente, y me envió en espiral

sobre el acantilado. Todo mi sistema se sentía como un pararrayos,

absorbiendo el impacto de nuestra unión. Mason gimió y me siguió en el

olvido. Hasta ese momento, no me di cuenta de que nunca había tenido un

orgasmo autentico, porque lo que le pasó a mi cuerpo poseyó todos los nervios

dentro de mí y me impactó desde adentro hacia afuera. Una intensidad que me

daba un poco de miedo. Grité y lo sostuve con fuerza, excavando medias lunas

en su espalda con mis uñas.

—Oh, Dios. Oh, Dios. Oh, Dios.

—Jesús, Reese. —Se arqueó y nos estrellamos mientras su polla

palpitaba.

Clavé los talones en la base de su espalda hasta que pasaron el

terremoto, tornado, huracán y el tsunami de sensaciones. Y aun así, sentí que

me temblaba hasta la médula. —Oh... Dios... mío… —le dije una vez más, con

mi voz débil y agotada.

Desplomado en gran medida sobre mí —lo que me encantaba— Mason

se rió en mi mejilla y me besó en la mandíbula, luego en mi garganta, mi

clavícula. —Gracias —dijo—. Siempre me he preguntado cómo se siente al

hacer el amor.

Volví la cara hacia un lado y vi a su corazón reflejado a través de los

vitrales de sus hermosos ojos grises. Al darme cuenta de que también era la

primera vez que había hecho el amor, mis pestañas se humedecieron un poco.

Acunando la mejilla donde la barba recién crecida cosquilleaba mi palma,

murmuré—: Es un millón de veces mejor que el sexo asqueroso con las viejas

sin sentimientos involucrados, ¿verdad?

Rozó mi oído con la nariz. —Cincuenta millones de veces mejor.

No es que tuviera que vencerlo, pero tenía que replicar. —Un billón de

veces.

—Un infinito —respondió.

Envolviendo los brazos y piernas alrededor de él, enterré la cara en su

cuello. —Un infinito por dos.

Con eso, prácticamente sólo me desmayé debajo de él, cayendo en un

estupor profundo y pacífico.

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Traducido por Ayrim

Corregido por Itxi

Nos despertamos algo más tarde por mi teléfono anunciando un texto

entrante. Mason giró un brazo y lo cogió de la mesita de noche.

Era de Eva.

Su jeep está en el camino de entrada otra vez. Espero que ese gigoló te trate

mejor que bien.

Este ex gigoló está tratándome mejor que bien, le respondí y le di el

teléfono de vuelta para que lo volviera a poner en la mesilla de noche.

—¿Que fue eso? —preguntó con voz sexy adormilada.

—Nada. —Me acurruqué en su lado cálido y pasé mis uñas suavemente

sobre su pecho—. Sólo presumía un poco ante Eva.

Mi teléfono sonó de nuevo. Empecé a inclinarme sobre él para

recuperarlo, pero Mason atrapó mi cintura, deteniéndome. —No te atrevas a

dejar de tocarme así. Yo lo cogeré.

Suspirando con satisfacción, le acaricié un poco más bajo. Gimió con

aprobación mientras abría mi mensaje. —Dijo que eres una perra con suerte.

Sonreí, acariciando algo pequeño que, bajo mis dedos, creció en algo

grande. —Bueno, sí. Sí, lo soy.

Maldijo y enganchó un brazo alrededor de mi cintura tirándome encima

de él. Esta vez me senté a horcajadas sobre su regazo e hice un poco de

ejercicio cardiovascular. Mason era lo suficientemente amable para mostrarme

cómo funcionaba la posición de vaquera hacia atrás. Bendita sea su alma.

Después de la segunda ronda, tomamos otra siesta. Cuando nos

despertamos de nuevo, la comida se convirtió en algo un poco más importante.

Sabía que no tenía mucho en mis armarios, pero fuimos a investigar la cocina de

todos modos.

Tan pronto como le mandé quedarse sentado en la mesa, me escabullí

para recoger toda la comida de desayuno que tenía.

Desde su asiento, tomó un trago del zumo de naranja que le había

conseguido y suspiró, refrescado, mientras su mirada seguía cada movimiento

que hacía. —Por fin sé por qué a un chico le gusta tanto cuando su chica no lleva

nada más que su camiseta puesta.

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—¿Por qué? —le pregunté y me contoneé en su camiseta para que el

dobladillo se subiera más arriba de mi muslo—. ¿Fácil acceso?

—Bueno, eso también. —Con sus ojos brillando con interés sensual, me

observó abriendo la nevera y sacando un par de botes—. Pero creo que es más

bien como marcando su territorio. Él sabe lo mucho que ella es suya cuando usa sus cosas.

Hice una pausa y levanté una no-impresionada ceja. —¿Marcar su

territorio? —Dios, realmente él era un hombre, ¿no?—. Así que... ¿Soy como un

neumático de coche al que sientes la necesidad de orinar?

Su sonrisa se hizo lobuna. —Hacer pis en ti no es exactamente lo que

tenía en mente.

Arrugué nariz y saqué la lengua.

Se rió y dobló su dedo, haciéndome señas para que me acercara.

Incapaz de negárselo, me acerqué. —Entonces, aquí están tus opciones

para el desayuno. —Puse un frasco de mermelada de fresa en la mesa, al lado

de la barra de pan y la caja de cereales que ya había sacado.

No miró a la comida. Su mirada vagó sobre la piel desnuda en mis muslos,

donde terminaba su camiseta. —Sé exactamente lo que quiero para el

desayuno.

Solté un bufido. —Dios mío. Deja que un hombre sacuda tu mundo dos

veces y se convierte en un cachondo pervertido.

—Oye, era un cachondo pervertido antes. —Deslizando sus manos para

coger mis caderas, me balanceó en su regazo donde aterricé sobre su erección

presionando contra su bóxer—. Y no tienes ni idea lo difícil que fue para mí

ocultar todos los pensamientos calientes y pervertidos que tenía cada vez que

te encontrabas cerca.

Lamiendo mis labios, incliné la cabeza hacia atrás, dejando que mi pelo

cayera por mi espalda, mientras me movía contra su erección. —Oh, confía en

mí. Me hago una buena idea de lo difícil que fue.

Se rió y me besó en la garganta. Con un suspiro, pasé mis manos a través

de su pelo y me dejé llevar lánguidamente bajo las caricias de su experta boca.

Se abrió camino hacia abajo hasta que se encontró con el cuello de mi camiseta.

Con un murmullo irritado, la cogió y la sacó por encima de mi cabeza,

arrojándola a un lado.

—Oh, amiga —reprendió al ver mi sostén—. Esta cosa se tiene que ir. —

Con tres movimientos diestros, desabrochó mi sujetador y también lo arrojó al

otro lado de la habitación. Su mirada se iluminó con aprobación—. Ahora, esto

me gusta más.

Me eché a reír. —Eres tan… Maldita sea.

Su boca se aferró a un pezón y me olvidé de lo que iba a decir.

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Mason Lowe era un amante increíble. Me tocó con tanta reverencia, las

puntas de sus dedos eran ligeras y curiosas cuando circulaban por mi columna

vertebral; mientras que su boca era atrevida y astuta, su lengua era generosa y

firme, piel fruncida con una precisión mortal.

Sin previo aviso, me agarró de la cintura con las dos manos y me levantó

de su regazo para ponerme en el borde de la mesa. Se puso de pie mientras me

apremiaba para que me tumbara. Luego se inclinó sobre mí para darle un poco

de atención a mi otro pecho.

Cerrando los ojos ya que estaba siendo muy salvaje, loco y asombroso,

extendí las manos y agarré el borde de la mesa para apoyarme.

Manteniendo las piernas en el borde, Mason se colocó entre mis muslos y

se frotó contra mí mientras comenzó a besar su camino de regreso a la garganta.

—Sabes tan bien —dijo contra mi carne—. Te sientes increíble. Hueles

fenomenal.

Suspiré. Su toque hizo polvo mis impresionantes habilidades de

comunicación, por lo que toda la respuesta que logré darle fue—: T-tú también.

Sonriendo, levantó su cara para presionar un tierno beso en la punta de

mi nariz. Luego me miró a los ojos. —Me encanta estar contigo, Reese. —Bajó la

vista a mi cuerpo en mayor parte desnudo y dejó escapar un suspiro—. Me

encanta hacer esto contigo. Te amo... te amo, y punto.

Tragué saliva, ahogada por la emoción, no del todo acostumbrada a oírle

decir eso.

Quitándole el oscuro cabello de su frente y de sus ojos, le fruncí el ceño

suavemente. —Lo dices como si fuera la última oportunidad que tienes para

hablar conmigo, como si tuvieras miedo de que desapareciera en cualquier

momento.

Su sonrisa tembló. —¿No es así?

—No. —Negué con la cabeza—. No voy a ninguna parte. Esto es real,

Mason. Yo soy real, tú eres real, y esto está sucediendo de verdad.

Inclinándose, me abrazó y hundió el rostro en mi cuello. —Se siente como

un sueño del que me voy a despertar en cualquier momento y te habrás ido. No

quiero despertar de esto.

—No lo harás. Te lo prometo. —No sabía qué más podía decir para

tranquilizarlo, así que simplemente le acaricié el pelo y lo dejé descansar sobre

mí. Cuando enrollé las piernas alrededor de su cintura y enganché los pies en

la base de su espina dorsal, él tarareó en señal de aprobación.

Inesperadamente, dijo—: Oye, pensé que no comías fruta para el

desayuno. —Se levantó lo suficiente como para agarrar mi mermelada de fresa y

mirarme con cejas arqueadas de “¿te importaría explicarme?”

—Pero eso es mermelada —argumenté—. Cualquier cosa llena de azúcar

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no cuenta.

Mason desenroscó la tapa. —¿Es eso cierto? —Metió el dedo meñique

completamente en la mermelada y se lo metió en la boca. Cerró los ojos y

suspiró profundamente—. Sí, esto es bastante dulce. Pero creo que el sabor

seria incluso más dulce... sobre ti.

A medida que sus pestañas se abrieron lentamente, la intención en su

mirada hizo que mi cuerpo quemara con todo tipo de hormonas anormales, ya

que no podía ser normal que una chica se pusiera a mil por un simple

comentario.

—No. —Completamente horrorizada por lo que sugería, mi boca se abrió mientras él metía la mano de nuevo en el tarro de mermelada.

—Esto puede ser un poco pegajoso. —Su sonrisa parecía perversamente

satisfecha.

—Mason —le advertí con una voz de ni se te ocurra, a pesar de que mi

cuerpo se calentaba en todos los lugares correctos, y los profundos músculos en

mi vientre se contrajeron y se prepararon para otro orgasmo estremecedor.

Untó uno de mis pezones y me quedé sin aliento ante el frío. Pero casi de

inmediato, se inclinó y calentó la zona con un golpe de su lengua. Mi espalda se

arqueó fuera de la mesa, y me tuve que agarrar el borde con ambas manos.

—Increíble —gimió mientras lamía el último trozo fresa en mí—. Pero sé

dónde esto tendría un sabor aún mejor.

Cuando me quitó las bragas, casi me caí de la mesa. —Mason, Oh, Dios

mío. No puedes.

¿Podría?

Mierda. Pudo.

Me cogió la cadera tan pronto como me senté. —Shh —murmuró contra

mi boca sólo antes de que me diera un largo y tierno beso. Sus labios tenían el

poder para matar las células del cerebro, eso hizo que no se me ocurriera

resistirme después de todo.

Me relajé en mi espalda cuando me apremió para acostarme de nuevo.

Entonces abrí los muslos cuando los empujó para separarlos.

Se enderezó con indiferencia y se me quedó mirando toda extendida y

como si fuera su festín personal.

Sin embargo, no tenía ninguna prisa para comenzar su comida. Con una

lenta y sensual sonrisa, me observó mientras cogía su vaso de zumo. Me tensé,

pensando que lo derramaría sobre mí y también lo lamería. Pero sólo tomó un

largo trago, con la garganta trabajando mientras tragaba.

Sus ojos nunca dejaron los míos cuando finalmente bajó el vaso, suspiró, y

lamió una gota de naranja de su labio inferior.

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—Dios mío —jadeé, incapaz de apartar la mirada.

Su mirada se fue de mis ojos para posarla por encima de mi cuerpo, el

cual esperaba completamente expuesto. Me examinó como si estuviera

mentalmente planeando todo lo que me iba a hacer. Yo ya estaba a mitad

camino hacia la tierra del éxtasis, cuando cogió el frasco de mermelada de

nuevo.

Cuando se arrodilló entre mis piernas y me recubrió con húmeda fresa

azucarada, me arqueé y me retorcí, golpeando mi cabeza. Luego me acerqué

con fuerza contra su boca cuando me lamió una gota de mermelada

descontrolada.

No se detuvo allí. Oh, no.

Sacando otro dedo completo, comenzó todo de nuevo, haciéndome

retroceder. Esta vez, sacó su boca y los dedos sólo antes de que pudiera

correrme.

Sustituyendo su lengua con algo tan delicioso, empujó dentro de mí. Mi

espalda se inclinó sobre la mesa mientras mis muslos lo abrazaron con fuerza.

Enderezando toda su estatura, enganchó los brazos debajo de mis rodillas y me

miró.

—Jesús —gimió, sus ojos desenfocándose—, eres tan...

—¿Bonita? —lancé la suposición sin aliento—. ¿Increíble? ¿Divertida? —

No pude llegar a una cuarta sugerencia porque en su lugar acabé gritando un

orgasmo.

—Sí —susurró Mason. Los músculos de su estómago se tensaron mientras

empujaba una vez más y se estremeció dentro de mí—. Sí.

***

Mirando hacia el techo en un aturdido, pegajoso y satisfecho caos, me

preguntaba si una de las clientas de Mason le había enseñado cómo podía ser

tan increíble la mermelada de fresa.

Me dije que no importaba dónde había aprendido un truco tan genial. Se

sentía tan bien y no debería molestarme. Pero lo hizo. Mi corazón se sentía

carbonizado y en carne viva.

¿A cuántas mujeres había dado este tratamiento? ¿Cuánto dinero había

obtenido de ello? ¿Fue especial lo que hicimos nosotros?

Odiaba cuánto me corroía esto. Lo que había sido antes de conocerme

no era significativo a lo que construíamos aquí y ahora. Pero me sentía tan

increíblemente celosa de todas las demás mujeres que alguna vez le habían

tocado o querían tocarlo.

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O mirarlo.

Se colocó en la mesa junto a mí, manchas de color rosa en la comisura de

su boca mientras sonreía con orgullo. Me sentía agradecida de que mis tíos no

fueran derrochadores, tenían que comprar lo mejor de todo, por lo que no

causamos que la robusta mesa se desplomara bajo nuestro peso. Nos mantenía

de forma segura, y Mason se veía tan feliz y contento que tenía ganas de llorar.

¿Por qué tengo que tener tales pensamientos tristes cuando él parecía tan

contento y satisfecho?

—Siempre he querido hacer algo así —dijo, sonando como un niño

pequeño al que finalmente le habían permitido conducir un coche.

Un alivio instantáneo me consumió. Oh, gracias a Dios. No había

compartido esta intimidad con otra mujer.

Me di la vuelta hacia él y lancé los brazos alrededor de su cuello. Se

acurrucó junto a mí con un sonido de aprobación y me devolvió el abrazo.

Después de besarle suavemente en la boca, le dije—: ¿Sabes?, tenemos

que hacer el desayuno juntos más a menudo.

Sus ojos brillaban. —Sabes, estoy totalmente de acuerdo.

***

Al día siguiente, hicimos juntos el desayuno. Mason se quedó todo el

sábado. Sí, le hizo saber a su madre que no iba a estar en casa.

Ya que había sido suspendido de su trabajo y no se le permitía acercarse

al Country Club durante una semana, se quedó en mi apartamento, y fuimos

inseparables por el resto de la relajada tarde. Tomando prestado mi libro de cálculo, hizo su tarea de matemáticas mientras yo trabajaba en virología. Y

déjame decirte, nuestras sesiones de estudio desnudos son una pasada. Me

senté en uno de los extremos del sofá y él se sentó en el otro mientras

pateábamos al aire y los dejamos descansar en los estómagos del otro... hasta

que esta vez, mi talón se deslizó un poquito. Se deslizó por encima de sus

genitales y los presionó un poco más fuerte de lo que debía. Cuándo sentí un

poco de hinchazón debajo de mi empeine, bueno... los dedos de mis pies se

sintieron obligados a investigar más a fondo. Después de eso, no estudiamos

mucho. Sin embargo, aprendimos la mayoría de los lugares sensibles de cada

uno.

Pero como todas las lunas de miel llegan a su fin, la nuestra también lo

hizo. El domingo por la mañana, Mason me despertó con un masaje de cuerpo

completo. Después de masajear cada centímetro de mi cuerpo hasta que fui un

montón de gelatina, se puso de un modo pervertido. Y tengo que admitir que,

me gustaron mucho sus modos pervertidos.

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Besándome mientras me iba a la deriva en una bruma de semi-

consciencia y felicidad post-coital, dijo—: Vamos a hacer un trato. Si me

prometes que no te moverás de aquí y permanecerás tal y como estás hasta que

vuelva, voy a salir corriendo y conseguir unos lattes.

Gemí de placer. —Hecho.

Salió de la cama, pareciendo demasiado excitado para mi gusto. Una vez

que se puso la ropa —lo sé, le silbé y abucheé, ropas malas— él sonrió y se

inclinó para darme un beso de despedida.

Estoy bastante segura de que él quería que fuera un beso rápido de

despedida, pero... no pude evitarlo. Hundí los dedos en su pelo —porque ahora

podía tocarle, ¡aah!— y abrí la boca, mis dientes mordiendo su labio inferior.

Gimiendo, Mason se arrastró de vuelta a la cama y me inmovilizó bajo la

manta por lo que tomó el relevo.

Sus ojos brillaron mientras se detuvo de besarme para sonreír. —Así que

quieres provocarme, ¿eh?

Tardamos veinte minutos haciéndonos bromas hasta que finalmente salió

de la cama otra vez. —No te muevas —advirtió una última vez antes de

desaparecer de mi habitación.

Pasos, el tintineo de las llaves y el cierre de la puerta marcaron su salida.

Suspiré, sintiéndome un poco perdida sin su cercanía.

Fue triste, de verdad. No tenía idea de que una chica pudiera llegar a ser

tan adicta, completamente, y tan rápidamente. Con Jeremy…

Oh, ¿por qué sigo comparando? No había comparación. Siempre había

estado un poco recelosa de Jeremy, en el fondo, como si mi alma reconociera

que no era bueno. Pero de cualquier manera, o Mason había engañado

completamente a mi alma, o era mi hombre. Definitivamente, voté por la opción

número dos.

Sintiéndome excitada y agradablemente dolorida en todos los lugares

correctos, me estiré lánguidamente bajo las sábanas cuando un pitido vino de la

mesita de noche.

Fruncí el ceño, porque mi móvil no tenía ese tipo de tono aburrido. Con

una rápida mirada a la izquierda, descubrí que Mason se había dejado el móvil.

Preocupada de que pudiera ser Dawn intentando comunicarse con él,

comprobé quien era.

Cuando vi que la persona que llamaba era la casera, se me heló la sangre.

Me sentí culpable por abrirlo y leer su mensaje privado. Pero, nah, no estaba

totalmente arrepentida de hacerlo.

Tengo el número de Jeremy Walden registrado en mi teléfono. Necesito que

vengas a las diez esta noche para impedir que le dé a enviar.

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Con un suspiro, se me cayó el teléfono de Mason.

¡Esa puta!

Debería haber sabido que había seguido intentando utilizarme como

cebo para chantajearlo hasta que se acostara con ella. Quiero decir, ¿por qué

nadie en el mundo sospechaba de su maldad, esa casera asalta cunas?

Caliente rabia ardía dentro de mí. ¿Cómo se atreve? ¿Cómo se atreve a

herirle con eso?

Conocía a Mason. Y cada visita que pasó en su habitación le hizo daño.

Desnudó una parte de él y lo transformó en alguien que despreciaba.

Bueno, esa mierda se acabó. Nadie hará daño a mi hombre y se saldrá

con la suya. Mason no era el juguete de ninguna mujer. No por más tiempo.

Tampoco era el único que podía sacrificarse para proteger a la gente que

quería.

Entonces, es más o menos cuando perdí por completo la cabeza. Se me

ocurrió un plan y no podía deshacerme de él. Sería arriesgado, poniendo en

peligro mi propia seguridad. Sería algo ilegal, pero diablos, siempre había

querido saber que se sentía al quebrantar la ley.

Posiblemente el plan me podría estallar en la cara, pero para liberar a

Mason de esa mujer para siempre, tenía que intentarlo. Y no tuve ni un ápice de

arrepentimiento de la manera en que lo hice en mi mente.

Poniendo en movimiento el primer paso de la Operación Salvar a Mason, envié una respuesta y escribí: Voy a estar allí.

Después de que “Mason” enviara la respuesta, borré los mensajes de ella

y mi respuesta de su teléfono.

***

En el momento que Mason regresó con las dos manos llenas de lattes, me

había vestido y trasladado a la habitación de en frente, haciendo caso omiso de

su petición de quedarme donde estaba. Después de ese texto, no había sido

capaz de relajarme o de permanecer desnuda ni un segundo más.

Sabía que algo andaba mal en cuanto me vio. Su rostro parecía lleno de

inquietud. —¿Qué ha pasado?

No quería mentirle, pero de cualquier manera, no podía decirle la verdad,

o habría parado mis planes antes de que los empezara.

Decidí a ir con la táctica que él había usado en Dawn.

—Una de tus clientas te envió un mensaje de texto. Lo leí. Entonces lo

borré.

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Lo ves, la verdad total.

Se me quedó mirando un momento antes de venir hacia mí. —Bien. Me

alegro que lo hayas borrado. —Sentándose a mi lado, puso los lattes en la mesa

de café antes de girarse y coger mis manos—. Pero no me gusta la expresión de

tu cara, Reese. Háblame.

Negué con la cabeza, sin saber qué decir. Estaba todavía muy inquieta

por el mensaje y por los planes que había hecho. Demasiado inquieta por todo.

Lamiendo mis labios, lo intenté. —¿C-on qué frecuencia te mandan

mensajes como esos?

Hizo una mueca y bajó la mirada hacia nuestros dedos entrelazados. —Va

a costar un tiempo para que se divulguen las palabras “he terminado”.

Asentí. —¿Y cuánto tiempo necesitas después para convencer a todas tus

clientas de que esta vez vas en serio?

No sé de donde vinieron estas palabras, o por qué usé un tono tan mordaz

al pronunciarlas. No quería pelear con Mason. Sólo quería abrazarle y decirle

que me encantaría protegerle siempre.

Pero la idea de que recibiera mensajes de texto en su móvil durante días

y semanas, quizá meses, de mujeres con ganas de sexo, me molestaba. Así que

las palabras seguían arrojándose de mi boca.

—¿Hasta cuándo van a seguir deslizándote sus tarjetas de visita y decirte

que las llames tan pronto como las cosas entre tú y yo se pongan un poco difícil?

Quiero decir, ¿hasta qué punto voy a tener que vigilar lo que digo? Porque la

primera vez que te moleste, podrías retroceder…

—Ya basta —exigió bruscamente y me dio un tirón para darme un fuerte

abrazo—. No voy a engañarte, Reese. Nunca voy a hacer eso. He probado el otro

lado. Hace dos años. No me gustó. No voy a volver. Sólo te quiero a ti. —Un

temblor le agitó e hizo eco en mí—. No rompas conmigo ya. Sólo ha pasado un

día. No es suficiente, ni de lejos es suficiente. Por favor, no te des por vencida

con nosotros.

—No lo hago. —Estallando en lágrimas, sollocé—: Lo siento. No sé por

qué sigo diciendo estas cosas. —Mierda, ¿por qué me sentía tan emocional? No

estaba ni siquiera cerca de mi momento emotivo del mes. Pero me metí en su

regazo y me acurruqué cerca—. Sólo te quiero a ti también, Mason. No quiero

romper contigo. No quiero perderte en absoluto.

—Shh. —Me abrazó y me besó en el pelo, meciéndome suavemente hacia

atrás y adelante.

—No me vas a perder. Está bien.

Se balanceó conmigo, dejándome llorar. Cuando terminé, me limpió la

humedad de mis mejillas y me besó en la nariz, marcando el piercing de

diamante con sus labios.

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—Sé que tiene que ser malditamente casi imposible para cualquier mujer

lidiar con un novio que tiene una historia como la mía —admitió—,

especialmente siendo que es una historia muy reciente para mí. Y no es justo

pedirte que lo hagas. Pero necesito que lo hagas. Si alguien puede superar lo

que fui, esa eres tú. Eres tan fuerte. Eres tan increíble. Tú lo eres... todo.

Ves, ¿era de extrañar que estuviera tan obsesionada con este chico?

Levanté la cara de su cuello y me encontré con su mirada preocupada. —

Lo superaré —le aseguré con la máxima confianza.

No me importaba lo difícil que sería, sólo sabía que iba a superar sus

antecedentes.

Porque la alternativa —perderle para siempre— sería insoportable.

Asintió y me besó, pero no noté nada de pasión. Este beso era

desesperado e interesado; necesitaba la seguridad de que no iba a dejarlo.

Devolviéndole el beso, puse mi corazón en él, y eso pareció calmarlo.

Nos abrazamos en el sofá durante mucho tiempo, pero el resto del día,

sentí una distancia entre nosotros. Sabía que era la tensión de mi parte —

preocupación sobre lo que ocurriría por la noche— y sospechaba que a él le

preocupaba perderme a la más mínima.

En un intento de aliviar un poco la incomodidad, le sugerí que

terminemos nuestra maratón de películas de Harry Potter. Vimos tres vídeos

antes de que se acercara la noche. Fue entonces cuando me estiré, fingí un

bostezo y lo eché —cortésmente, por supuesto— diciéndole que necesitaba ir a

casa en algún momento antes de que Dawn me etiquetara como Hijo Corruptor

del Año.

Hablando en serio, necesitaba que se fuera para que pudiera prepararme

para la segunda fase de la Operación Salvar a Mason.

Parecía un perrito pateado mientras lo acompañé hasta la puerta, pero no

me rogó para quedarse. Menudo hombre, supongo que no quería parecer

machacado o cualquier cosa de ese tipo. Puse un poco de empuje extra en mi

beso de despedida, intentando convencerlo de lo mucho que lo amaba.

Pero toda la angustia detrás de la mirada que me envió antes de bajar por

las escaleras y se acercarse a su jeep, me había golpeado en el pecho y me

dieron ganas de confesarle todo. Miraba desde la puerta abierta de mi ático

mientras montaba en el coche y desaparecía por la calle.

Luego dejé escapar un suspiro, me puse mis bragas de chica grande, y

me puse a trabajar.

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Traducido por Jasiel Odair

Corregido por Alessa Masllentyle

Me vestí de negro. Al recordar que había dejado mi coche aparcado todo

el fin de semana en la calle de la casa de Mason, caminé a mi destino y llegué

sin un minuto que perder.

Pensé que la puerta que separa el patio trasero de Mason con el de la

señora Garrison estaría abierta para permitirle la entrada a su cita de diez en

punto. Y tenía razón. Mi corazón latía con fuerza mientras me acerqué a su

césped bien cortado y a su puerta trasera, que también se había dejado abierta

para él.

Medio asustada en mi mente, y sin embargo emocionada porque era el

momento —me volvía loca hacer esto—, me tranquilicé cuando la puerta

trasera se cerró detrás mío, esperando que no me hubiese oído entrar.

Música sonaba desde algún lugar en el segundo piso. Hice una pausa,

escuchando la melodía de jazz amortiguado que apenas podía oír por encima

de mi propia respiración. No podía creer que estaba dentro de la guarida del

diablo. El aire era cálido y pegajoso, y me hizo sentir un poco sofocada en mi

ropa oscura.

Con mi mente en marcha, miré a mí alrededor, sin estar segura en dónde

empezar mi búsqueda.

Vamos, Reese, piensa. Si fueras el ordenador de una asalta cunas cachonda

de mediana edad a la que le gusta chantajear a su vecino para tener relaciones

sexuales con ella, ¿en dónde te esconderías todo el día?

Mi primera conjetura sería el dormitorio —obviamente— pero ella

probablemente estaba allí justo ahora, preparándose. Para Mason.

Me atraganté con el pensamiento.

Él no estaría en cualquier posición cerca de esto de nuevo.

Motivada por la idea, di un paso adelante y miré con cautela a través del

umbral de la parte trasera del cuarto de lavado y en una cocina débilmente

iluminada. Casi me desmayé cuando vi un portátil colocado en su bar.

De ninguna manera. No podía tener tanta suerte.

Oh, bien. No era nadie para mirarle los dientes a un caballo regalado.

Me lancé a la cocina y senté mi trasero en un taburete frente a su Dell.

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Después de tronar mis nudillos y rodar mis hombros como si fuera a

estallar mi cuello, contuve mi respiración y alcé la tapa.

No sonó ninguna alarma. Ninguna barra de metal destelló a mí

alrededor. No se abrió ninguna trampa escondida en el suelo y me dejó caer en

su calabozo. Me encontraba en la computadora de la bruja. Y la bruja idiota ni

siquiera había puesto una contraseña. Punto para mí.

Miré sin ver la pantalla un buen minuto, escuchando y prácticamente a la

espera de los pasos de cierta señora Garrison que llegaría y me asesinaría.

Pero el primer piso de la casa permaneció en silencio.

Finalmente, exhalando un suspiro me centré en el paso tres de la

Operación Salvar a Mason.

Al hacer clic en el ícono de correo electrónico, rodé los ojos cuando me

envió directamente a su bandeja de entrada. Jesús, ¿la mujer no protegía nada

con contraseña? Se podría pensar que era un poco más paranoica desde que

ella misma era tan sombría.

Me encogí de hombros otra vez. Su pérdida. Mi ganancia.

Redactando una nueva carta, en el “Para” tecleé el correo de Jeremy:

[email protected].

En la línea de asunto, escribí: ¿En busca de Teresa Nolan?

Y en el cuerpo del mensaje, escribí mi nuevo nombre y dirección postal.

Ingresaba la ciudad y el estado cuando escuché el sonido de tacones en las

escaleras.

Mis venas se sacudieron con una oleada de adrenalina.

Pero, en serio. Esto era muy impresionante. No podría haber

programado mejor su llegada si le hubiera mandado un itinerario.

Introduzca a una casera guarra, a la izquierda del escenario.

Terminaba hasta el código postal cuando ella entró en la cocina, llevando

una copa de vino vacía y usando una sensual camisola verde y negro.

La cual Mason nunca volvería a verla usando.

Se detuvo en seco cuando me vio, sus tacones haciéndola tropezar. Fue

cómico, así que sonreí abiertamente cuando saludé con la mano de la manera

más amable posible.

—Hola, lindo camisón. Victoria´s Secret, ¿me equivoco?

Entonces me reí mientras deliberadamente presioné el botón enviar

justo enfrente de ella.

—¿Qué demonios estás haciendo? —Irrumpió hacia delante tirando su

portátil de mis manos y girándolo para ver lo que había hecho.

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—Oh, sólo pensé en venir a hacerle saber que Mason no será capaz de

venir esta noche. —Encogiéndome de hombros y rodando los ojos con culpa,

confesé—: Intercepté el texto que le envió esta mañana. —Arrugando la nariz,

le envié una disculpa encogiéndome—. Lo siento, pero él nunca lo vio.

—Qué… —La señora Garrison estaba muy ocupada mirando fijamente su

pantalla y demasiado confundida para escucharme—. ¿Qué hiciste en mi

computadora?

—Le envié un correo a Jeremy. Diciéndole dónde me encontraba y el

nuevo nombre. Quiero decir, ¿no era esa la amenaza si Mason no seguía

sirviéndole? —Esta vez clavé una expresión de sorpresa como una

profesional—. Dios mío, no bromeaba, ¿verdad?

La señora Garrison hizo clic en su historial de envío y su boca cayó

abierta mientras leía el mensaje que acababa de enviar.—¿Qué… qué…? —

Sacudió la cabeza, sin saber qué decir.

—Está bien, tengo que saber —dije de una manera conversacional

cuando su cara se puso roja con la confusión y la ira—. ¿Son esos zapatos

genuinos de Christian Louboutin o una imitación barata? Porque siempre he

querido ser dueña de un autentico tacón Louboutin. Y estaría verde de envidia

si hubiera sabido que usted es dueña de un par. ¿Son muy cómodos? No es que

la comodidad importe, cuando los pies están envueltos en un par de…

—¿Estás completamente loca? ¿Por qué… por qué le dirías dónde estás?

Deberías estar asustada a muerte de este psicópata.

—Oh, créame, lo estoy. Pero, ¿loca? —Solté un bufido y agité una mano

indiferente—. Qué término tan subjetivo. Quiero decir, lo que una persona

podría considerar totalmente normal… como, no sé… obligar a su joven y

reacio vecino a tener sexo con ella en varias ocasiones… otra persona podría

pensar que es totalmente repugnante. Así que, desde su punto de vista, sí,

probablemente es muy loco ahora mismo sacrificar mi propia seguridad por

salvar al hombre que amo de ser chantajeado por una vieja enferma, vengativa

y solterona.

La mandíbula de la señora Garrison se tensó. —Eres tan molesta como

loca.

Pretendí pensar sobre eso por un momento. —Mmm, quizás. Mis padres

siguen tratando de enviarme a un terapeuta. Por la parte loca, no la molesta. Y

creo que puedo ver de dónde viene. Quiero decir, ser clavada en una pared

con un cuchillo en la garganta por alguien que pensé que me amaba, hizo un lio

en mi cabeza por un tiempo. Pero, ¿sabe qué? Estoy contenta de haberle

enviado el correo… ups. —Me tapé la boca y reí—. Quiero decir, me alegro

que usted le enviara el correo electrónico y le dijera dónde estoy. Estaba

seriamente cansada de siempre tener miedo, de estar siempre mirando por

encima del hombro y esperarlo escondido en cada sombra. —Dejé escapar un

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suspiro renovado—. Me alegro de que esto esté casi terminado. Y oiga, si él me

mata en este momento, usted tendría algo de culpa por decirle dónde vivía.

Vibrando con furia, la señora Garrison siseó—: Fuera de mi casa.

Estreché los ojos. —Con mucho gusto. —Sacudiendo mi cabello, me

deslicé fuera de su taburete del bar—. Oh, pero una cosa más. —Levanté la

mano y le di una bofetada tan fuerte como pude, desgarrando su cara a un lado

con la fuerza de mi golpe—. Nunca vuelva a tocar a Mason. O le juro por Dios,

seré todavía más psicópata.

Se enderezó y se limpió la cara justo debajo de la nariz con una mano

temblorosa. Cuando quedó con sangre en sus dedos, me quedé boquiabierta.

Santas palmas temblorosas, Batman; le había sacado sangre.

Genial.

—Espero que Walden te mate lentamente —gruñó, sus ojos color

avellana brillando intensamente con odio.

Sonreí amablemente. —Si lo hace, me aseguraré de volver como un

espíritu ruidoso sólo para cazarla brutalmente. —Tomando distancia, salí de su

casa.

La señora Garrison me había decepcionado un poco. Dejarme ir sin

luchar. Mmm. Gallina. Había estado un poco excitada por darle una patada en

ese culo de puma.

Oh, bueno, así era la vida. C’est la vie4. Tal vez podría golpear a la

próxima mujer que intente hacerle daño a mi hombre.

Volví a casa sintiéndome verdaderamente poderosa por primera vez en

mucho tiempo. Todas esas mujeres le habían quitado un pedazo de control a

Mason y lo habían hecho sentir barato y usado. Jeremy me había quitado lo

mismo.

Luchar y tomar el control de nuevo se sentía bien. Se sentía genial. Me

sentí como si de alguna manera tuviera que celebrar.

Pues tenía suerte, un familiar Jeep estaba estacionado en mi lugar cuando

me metí en la calzada de los Mercer. Cuando vi el sexy propietario de dicho

Jeep sentado en el escalón más alto frente a mi apartamento, esperándome,

sonreí.

Colocando mi auto detrás del suyo, apagué el motor y salté desde el

asiento del conductor, llena de sonrisas.

—¡Mason! —grité, mientras corría los quince pasos—. ¿Qué haces aquí?

—Me arrastré a su regazo y envolví los brazos alrededor de él—. Oh, Dios mío.

No tienes idea de lo feliz que estoy de verte.

4C’est la vie: Así es la vida en francés.

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Lo besé antes de que pudiera responder, tomando el control de su boca,

de la misma manera que acababa de tomar el control de la señora Garrison. Les

mostré quién era la jefa. Oh, sí, lo hice.

A Mason no parecía importarle mientras me besaba, empujando su

lengua de buena gana y entrelazándose con la mía. Entonces, agarrándome por

el culo, me alzó.

Ves, te dije que tenía algunos músculos impresionantes.

Sin romper el beso, nos dirigió hacia mi puerta. —No podía mantenerme

lejos. —Se las arregló para explicar sin aliento entre besos—. No podía dejar

las cosas como estaban. Jesús, ¿dónde demonios has estado?

—Te explicaré luego.

—Mm. —Parecía estar bien con eso y cerró la puerta detrás de nosotros

tan pronto como logramos entrar.

Nos atacamos el uno al otro. Justo allí contra la puerta de mi apartamento.

Creo que necesitaba liberar algo de la adrenalina que todavía zumbaba

en mi sistema después de mi primera y única temporada de allanamiento de

morada tanto como él necesitaba la seguridad de que yo no seguía asustada

por el mensaje que había leído antes.

—Guau —dije, tan pronto como mi lengua me permitió decir palabras

inteligibles de nuevo—. No tenía idea de que romper la ley podría volver a una

chica tan locamente cachonda.

Fui cayendo por la superficie de la puerta hasta que me senté en la

alfombra de bienvenida, gratamente aturdida por lo increíble que resultó la

noche.

Mason se dejó caer a mi lado. —¿Quiero saber lo quieres decir con eso?

Sonreí. Y le conté todo.

Su boca se abrió. —¿Hiciste qué? Pero, tú… ella… ¿cómo pudiste enviarle

tu nueva identidad? ¿Estás loca?

Sonaba un poco demasiado parecido a su casera, así que fruncí el ceño.

Entonces, recordé que había enviado ese correo electrónico, ¿no?

—Oh, eso me recuerda. Sería mejor revisar la bandeja de entrada de esa

nueva cuenta que creé esta mañana.

Me arrastré hasta mi bolso que se me había caído al lado de la alfombra

de bienvenida y hurgué en el interior hasta que encontré mi celular.

—La he creado bajo el nombre de Jeremy Walden. Necesito comprobar

si tengo algún mensaje entrante. —Cuando hice clic en mi bandeja de entrada,

le guiñé un ojo a Mason—. Y para que sepas, sí hay un mensaje.

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Di vuelta a la pantalla para mostrarle el correo electrónico de Patricia

Garrison.

Abrió la boca antes de darme una mirada atónita. —La engañaste.

Tiré de mi pelo y me pavoneé. —Sip. Ahora, ¿cómo respondería Jeremy

a esta carta? —Tocando mi barbilla, lo contemplé—. Si fueras un ex novio

acosador psicópata, ¿qué le dirías?

Mason se unió a ser parte del proceso de planificación. —¿Gracias? —

sugirió.

—Perfecto. —Le besé la mejilla y me distraje un poco, necesitando besar

su nariz y luego su boca. Antes de que perdiera totalmente mi objetivo, me

aparté, me mordí el labio y empecé a escribir.

Gracias. Te debo una.

—Listo. —Pulsé enviar y miré hacia arriba—. Eso es algo que él diría.

Voy a eliminar la cuenta más tarde, para asegurarme que no responde.

Mason parecía asustado. —Esto fue peligroso, Reese. No puedo creer

que te arriesgaras tanto sólo para librarme de ella.

—Oye. —Tomando su rostro en mis manos, admití—: Me arriesgaría una

y mil veces para ayudarte en cualquier cosa que pueda.

Presionó su frente contra la mía. —Todavía no te merezco.

—Pero estoy aquí —bromeé, inclinando mi rostro para poder aletear las

pestañas en su mejilla como un beso mariposa—. ¿Qué es lo que harás ahora

conmigo?

Acercándome más, selló mi cuerpo contra el suyo y apartó el pelo de mi

cara. —Supongo que tendré que amarte con cada aliento que tengo.

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Traducido por Mel Markham

Corregido por Eli Mirced

Mason no apareció en mi puerta con mucha planificación. Olvidó

totalmente traer ropa limpia, o los útiles escolares, de otra forma podríamos

habernos bañado juntos —algo así como apretujarnos en mi pequeño baño el

sábado y el domingo para divertimos con el jabón— y fuimos a clases juntos el

lunes en la mañana.

Pero, tenía la sensación que había sólo una cosa en su mente cuando vino

anoche.

Típico de hombres.

Salió de la cama y me dejó con un largo beso, diciéndome que se

sentaría conmigo en el almuerzo. Luego se fue.

Me apresuré con mi rutina mañanera, esperando verlo antes de nuestra

primera clase. Pero no. Me escabullí en literatura británica, deprimida

porque lo extrañaba. Ni siquiera me di cuenta de que Eva no se encontraba en

su típico asiento a mi lado hasta la mitad de la hora.

¡Ay! Espero que su ruptura con Alec no la golpeara con demasiada

fuerza. Tenía suficiente en su vida tal como estaba. También esperaba que

todavía no les hubiera dicho a sus padres sobre el bebé. Quería estar con ella,

sosteniendo su mano cuando lo hiciera, y no es que haya estado exactamente

disponible todo el fin de semana para sostener su mano.

Dios, debo ser la peor amiga que existe. Le envié un mensaje de texto

durante mi hora libre, pero no respondió.

Me encogí, esperando que sólo sean nauseas matutinas lo que evitaba

que viniera y no la ira por el hecho de que la dejé plantada los pasados dos

días.

Pensé en Mason toda la clase de cálculo. Finalmente terminamos nuestra

asignación de matemática el sábado, pero no estaba segura de que fuera capaz

de concentrarse mucho en sus ecuaciones. Esperaba que el estar conmigo no lo

hiciera reprobar.

Sí, esta mañana empezaba a preocuparme por todo. Pero algo raro me

tenía al límite. Una sensación en el aire, un presentimiento extraño de que la

vida iba demasiado bien. No estaba segura de lo que era. Sólo quería que de

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verdad saliera así podría volver a la euforia en la que estuve viviendo por las

últimas cuarenta y ocho horas.

Cuando salí de clases, automáticamente busqué a Mason. A veces, nos

cruzábamos yendo y viniendo porque tenía clases en este salón justo después

que yo. Hoy, realmente esperaba encontrarlo —guiño.

Pero un rostro familiar sentado en un banco no muy lejos de la puerta me

detuvo en seco. Un grupo de estudiantes pasaron por allí, tapándome la vista,

haciéndome entrar en pánico, porque estaba segura de que la visión se habría

ido cuando siguieran caminando. Me dije que hoy la paranoia me estaba

superando. Pero después que los estudiantes se movieron, seguía sentado ahí,

esperando.

Por mí.

Mis rodillas se doblaron y me tuve que agarrar a la pared para

sostenerme. Me congelé, insegura de qué hacer.

Podía gritar y correr. Podía acercarme a él con audacia. Podía intentar

huir silenciosamente, escondiéndome detrás de grupos de personas.

Pero me quedé de pie, mirando a mi ex novio acosador psicópata

mientras me miraba de reojo con una de sus infames sonrisas de regodeo.

—Te encontré —gesticuló las palabras tan claramente que pude leer lo

que dijo.

Me alejé de él, planeando huir a grandes zancadas, incluso aunque sabía

que no me llevaría muy lejos. Pero entonces, pasó lo peor posible.

Apareció Mason, con la bolsa de mensajero colgada al hombro mientras

se acercaba a su siguiente clase. Sonrió cuando me vio, una sonrisa cálida y

privada que contenía todos los secretos de nuestro fin de semana de pasión.

Oh, Dios. Lo amaba tanto. No podía dejar que Jeremy se le acerque.

Jeremy lo mataría si supiera cuán importante es Mason para mí.

Pero nada iba a detener que se acerquen.

Cuando Jeremy se puso de pie, reaccioné antes de que mi cerebro

pudiera procesar completamente lo que planeaba. Me apresuré hacia Mason.

—Profesor McGonagall —jadeé—. Gracias a Dios, me encontré con usted.

Sí, sé que usé a un personaje de Harry Potter, y además una mujer. Pero

no fue como si tuviera un montón de tiempo para inventar una estrategia

infalible. Trabajaba con lo justo. Y lo hacía muy bien si me lo preguntas.

Además, Jeremy nunca se interesó en mi locura por Harry Potter. No

sabría la diferencia. Ese Muggle ignorante.

Apurándome en abrir mi mochila, dije—: Sé que esto era para el viernes

pasado, pero terminé mi trabajo y apreciaría si reconsidera aceptarlo tarde.

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Mientras sacaba mi trabajo calificado de Wife of Bath de mi mochila —el

cual recibió una A; ¡oh, sí!— me atreví a levantar la mirada hacia la cara de

Mason.

Mordiendo el interior de mi labio, recé para que me siguiera el juego.

Parpadeó una vez más, bien, dos veces. Luego dijo—: Le dije que no más

entregas tarde, señorita Randall.

Dios, lo amo. Se incorporó a mi actuación perfectamente. De nuevo, por

el brillo divertido en sus ojos, probablemente pensó que era algún tipo de

juego previo perverso de colegiala traviesa.

—Pero trabajé en él todo el fin de semana. —El pequeño tirón en mi voz,

porque estaba con los nervios de punta por ver a Jeremy, sonó típico. Mm.

Quizás debería abandonar completamente virología y tomar actuación.

Mason levantó una no impresionada ceja. —¿Todo el fin de semana, mm?

—La mueca en sus labios me dijo que sabía lo contrario—. ¿En un trabajo en el

que se suponía que tenía que trabajar durante todo el semestre?

Dios, ¿tenía que representarlo tan bien?

Casi le fruncí el ceño. Pero todavía me sentía demasiado asustada por mi

ex psicópata acosador, merodeando a tan sólo tres metros de distancia,

escuchando cada palabra que decíamos.

—Por favor —chillé, el miedo filtrándose de mí, hasta que su expresión

finalmente chispeó con preocupación—. ¿Podría darle una mirada?

Asintió, con un suspiro resignado. —Bueno, está bien. Pero esta es la

última vez le doy concesiones.

Cuando intentó tomar el trabajo, lo jalé hacia atrás. —Espere. Yo…

necesito ponerle mi nombre.

Mis manos temblaban tanto que, cuando rebusqué torpemente en mi

mochila, una lágrima cayó por mi mejilla.

Mason me tuvo piedad. —Toma —dijo, sosteniendo su propia lapicera,

arrugando las cejas como si estuviera descubriendo que esto no era un juego.

—Gracias. —La tomé y levanté mi rodilla para garabatear “Jer está aquí”,

justo al lado de donde se encontraba mi nombre ya escrito en la hoja.

Se lo tendí y apenas miró lo que escribí.

—Ya veo. —Sus ojos parpadearon hacia mí—. Sabes, quizás deberíamos

ir a mi oficina y discutir esto en más detalle. Tengo una idea de cómo puedes

hacer puntos extra.

—No. —Sacudí la cabeza. Necesitaba hacer que se alejara de mí —y por

lo tanto lo más lejos de Jeremy— tanto como pueda antes de que Jeremy se dé

cuenta quién es Mason en realidad. Di un paso atrás—. No, necesito llegar a mi

próxima clase.

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Mason —maldito sea por preocuparse demasiado— no iba a dejarme ir a

ningún lado sola. —Reese. —Agarró mi brazo—. ¿Dónde? —preguntó en voz

tan baja que sólo yo pude oírlo. Ni siquiera movió los labios mientras hablaba.

Antes de que pudiera responder —no era como si fuera a decirle dónde

se encontraba Jeremy— un familiar y súper espeluznante brazo, se deslizó

alrededor de mi cintura.

La potente loción para después de afeitar de Jeremy me provocó náuseas

mientras tensaba su agarre.

—Ahí está mi Reese’s Pieces —murmuró en mi oído, acercándome más—

. Te he estado buscando por todos lados, cariño.

Todo mi cuerpo se tensó contra el suyo y sólo podía imaginar cuán pálida

se puso mi cara mientras miraba boquiabierta a Mason.

Decidí en ese momento, que nunca antes lo vi verdaderamente enojado.

Su mandíbula se contrajo, antes de que volviera su atención hacia Jeremy y

miró mordazmente el brazo del otro hombre envuelto a mí alrededor.

Jeremy levantó la barbilla en señal de saludo. —Entonces, eres uno de

los profesores de Reese, ¿eh? Luces algo joven para ser profesor.

—Eso es porque no lo soy —respondió Mason, su voz dura y tensa.

Cuando tiró el bolso de su hombro y la arrojó al suelo junto a sus pies, ambos,

Jeremy y yo, bajamos la mirada confundidos.

Ninguno vio el puño que salió de la nada.

Pero, en serio, que Mason golpeara a Jeremy en la mandíbula fue

completamente sorprendente. Se movió tan rápido que no tuve ninguna

advertencia hasta que el golpe en la carne y el crujido de los cartílagos de la

nariz me hicieron gritar. El agarré de Jeremy se liberó, y colapsó hacia atrás,

aterrizando sobre su trasero en medio del pasillo.

—Lo golpeaste —dije en total conmoción, parpadeando hacia Jeremy en

el suelo antes de mirar a Mason con la misma mirada atónita—. No puedo creer

que acabes de golpearlo.

Eso no estuvo en mis planes para nada. Pero me gustó el nuevo giro de

los acontecimientos. Mucho.

—Intentó matarte —discutió Mason, como si pensara que mi conmoción

fuera de desaprobación—. Diablos, sí, lo golpeé.

Me quedé boquiabierta un largo rato antes de sacudir la cabeza. —Pero,

eso fue tan… genial.

La sonrisa orgullosa de Mason fue instantánea. Sus ojos brillaron con

calor y dio un paso hacia mí, como si quisiera celebrar besándome.

Pero, por supuesto, simplemente golpear a los chicos malos no los

mantenían en el suelo.

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Un segundo, mi asombroso, asesina-arañas, golpea-acosadores, ex

gigoló y alma gemela, caminaba hacia mí, luciendo como si quisiera tomarme

contra la pared del pasillo de la escuela. Al siguiente, notó algo en el suelo. Su

cara se contrajo en terror y me empujó —sí, me empujó— a un lado y se lanzó

encima de Jeremy.

Me tropecé contra la pared, desconcertada. Cuando me estabilicé lo

suficiente para enfocarme en los dos chicos rodando en el suelo en un lío de

brazos y piernas, estaba tan sorprendida de verlos luchando que no vi por lo

que luchaban hasta que alguien gritó—: ¡Un arma!

El caos reinó. Las chicas gritaban. Las personas se dispersaron. Y una

estampida se produjo. Fui empujada contra la pared, mientras una horda de

estudiantes pasó corriendo delante de mí. Llorando el nombre de Mason

temiendo por su vida, luché contra el flujo de gente huyendo para llegar hasta

él.

Dios, fui tan estúpida. Debería haber sabido que Jeremy estaría armado y

sería peligroso. Y desde que su cuchillo no funcionó la última vez que vino tras

de mí, esta vez sacó las grandes armas —literalmente. Bien, honestamente, era

más un arma pequeña por la que peleaban él y Mason. Pero estoy segura de

que de todas formas tiene la capacidad de matar a una persona tanto como un

arma grande.

Tan pronto como un camino se liberó para empujarme lejos de la pared,

me apresuré hacia los hombres en el suelo luchando, gruñendo y maldiciendo.

Nadie más saltó para ayudar a Mason, así que decidí hacerlo, incluso aunque mi

corazón latía con fuerza en mi pecho.

Pero ellos se movían tanto, luchando constantemente para ser mejor que

el otro, que no tenía idea de cómo ayudar sin meterme en el medio.

A punto de tener un ataque de histeria, grité el nombre de Mason.

Gran error.

Mi voz histérica alejó su atención del psicópata debajo de él, y me miró...

justo cuando se disparó el arma.

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Traducido por Vanessa Farrow

Corregido por Aimetz

Me paseaba por el pasillo del hospital, lista para escurrirme de mi propia

piel. Odiaba esperar.

¿Por qué está tomando tanto tiempo?

¿Coser los agujeros de bala realmente toma tanto maldito tiempo? ¿O es

que la lesión había sido peor de lo que la gente me decía?

Me froté los brazos, muy nerviosa y llena de temor reprimido, queriendo

quitarme la sensación aterradora y malvada con mis garras desnudas.

—Señorita Nolan, eh, Randall, eh…

Me volví hacia el oficial de policía que se acercaba. —Sólo Reese —le

aseguré con una sonrisa tensa—. ¿Ya interrogó a Jeremy? ¿Sabe cómo me

encontró?

Hice esta misma pregunta antes, cuando él había tomado mi declaración

inicial, pero en ese momento, todavía nadie había hablado con Jeremy.

El oficial, Mikrut, creo que ese era su nombre, asintió. —El señor

Walden confesó que la rastreó por las facturas de teléfono que encontró en la

casa de sus padres cuando irrumpió en ella recientemente. Le tomó unos días

conseguir un amigo especialista en computadoras para rastrear la línea extra a

usted en Florida, y luego le tomó un par de días conducir hasta aquí. De los

recibos de las gasolineras que encontramos en su coche, creo que ha estado en

Waterford durante al menos setenta y dos horas.

Me estremecí. Eso significaba que ya se encontraba aquí cuando la

señora Garrison chantajeó a Mason. Y estuvo aquí cuando Mason y yo habíamos

conectado.

Sacudiendo la cabeza, enterré la cara en mis manos. —Así que, no

importó que me mudara al otro lado del país, que cambiara mí…

Una mano reconfortante aterrizó en mi hombro. —No tendrá que

preocuparse por él. No por mucho tiempo.

Con un bufido, levanté la cara y le envié una mueca de incredulidad. —

Sí, hasta que su papi también consiga que este juicio se venga abajo.

El oficial negó con la cabeza. —No después de todo lo que hizo hoy.

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Solté un suspiro. —¿Así que eso me da qué...?

—Vamos a ver. Dos cargos de intento de asesinato. Disparar un arma en

una escuela pública. Allanamiento de morada. Resistencia a la autoridad. Yo

diría que... ¿veinte o treinta años? —El policía se encogió de hombros.

Me gustó esa suposición. —Gracias a Dios.

Sonrió. —¿Los médicos todavía no han salido con alguna noticia? Tengo

que pregunta…

—No. —Sacudí la cabeza violentamente, sin querer pensar acerca de por

qué podría estar tomándole tanto tiempo al médico o enfermera, o cualquier

persona, en volver con alguna noticia—. Todavía no.

—No te preocupes tanto —me dijo con una sonrisa suave—. He visto a

gente salir adelante con heridas mucho peores que ésta. Estoy seguro de que

todo irá bien.

—Gracias. —Asentí, pero no me sentía convencida.

El oficial se alejó para hablar con una enfermera. Esperaba que

consiguiera más información que la que había estado recibiendo. Sintiéndome

agotada, me dejé caer en el banco más cercano del tranquilo pasillo del

hospital, afuera de la sala de espera sofocante y apoyé la cabeza contra la

pared.

Cuando cerré los ojos, alguien se sentó a mi lado. —Conseguí tu

espresso moca de chocolate blanco.

Las lágrimas llenaron mis pestañas y mi garganta quemaba. Negué con la

cabeza. —No creo que pueda tomar nada en este momento. Pero gracias.

Extendí la mano a ciegas y al instante encontré una mano cálida.

—Ven aquí —murmuró Mason y me atrajo a su regazo.

Me acurruqué en posición fetal y descansé la mejilla en su hombro.

Mientras empapaba su camisa de lágrimas, él besaba mi cabello.

—Eva estará bien. Lo sé.

Me tapé la boca. —Todavía no puedo creer que le disparara. Le disparó a

mi prima.

—Lo sé. Pero ella es pariente tuyo, es fuerte. Saldrá adelante.

Me aferré a él con fuerza. Todo era demasiado para procesar.

Después de que Jeremy disparó dos veces al techo de la Universidad

Comunitaria del Condado de Waterford, Mason logró darle un codazo en la

cara y quitarle el arma momentos antes de que un enjambre de policías

apareciera. Gracias a Eva.

Al parecer, Jeremy había irrumpido en mi apartamento esta mañana

después de que ya salí para clases. Eva, al atrasarse, lo interceptó. Le disparó a

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ella —lo sé, lo sé, todavía no puedo creer que haya dicho eso—, y luego dejó su

cuerpo sangrante tendido en el suelo fuera del garaje de cuatro espacios de los

Mercer, así él podría buscarme en la escuela.

Según el Oficial Mikrut, Eva estuvo lo suficientemente lúcida como para

sacar su celular del bolso, llamar a emergencias y advertirles que Jeremy

probablemente estaría en la universidad buscándome justo antes de perder la

conciencia. Es por eso que ya estaban en la escuela cuando el primer tiro

errante fue disparado fuera de mi clase de cálculo.

—¿Pudiste localizar a sus padres? —preguntó Mason, besando mi

cabello.

—Sí. Están en camino. —Tía Mads y tío Shaw anoche habían partido a una

de las conferencias de trabajo del tío Shaw—. Acababan de bajar del avión en

Phoenix cuando los contacté.

—¿Y qué pasa con Alec? Si de verdad está embarazada de él, ¿no crees

que querría saber acerca de esto?

Me tensé, un poco molesta de que él no estuviera muy seguro de que el

bebé fuera de Alec como afirmó Eva. Pero, yo sabía que él no era precisamente

un fan de Eva.

—Es su bebé —le susurré—, y no. Rompió con ella después de enterarse

de eso. No voy a llamar a ese idiota a menos que E. me lo pida.

—Está bien, está bien —me aseguró Mason con voz apaciguadora—. Lo

siento. Es que…

—Está bien. —Me acurruqué más cerca de él y apoyé la cabeza en su

hombro. Esperaba que E. no me odiara por haberle dicho impulsivamente su

secreto a Mason, pero en ese momento enloquecí, preocupada por su vida y la

de su hijo. Él me había asegurado que guardaría silencio hasta que ella quisiera

que la noticia se hiciera pública. Pero no estaba tan segura de si habría alguna

noticia después de hoy. Aunque Eva sobreviviera, ¿cuáles eran las

posibilidades de que su bebé también lo hiciera?—. Sólo espero que los dos

estén bien.

—Lo estarán. El policía dijo que recibió un disparo en el hombro. Eso

está lejos del feto.

—Pero…

—Shh. —Me acarició la espalda con la mano.

Cerré los ojos, absorbiendo su apoyo incondicional. No sabía cuánto

tiempo nos abrazamos así, conmigo envuelta en su regazo y nuestros rostros

muy juntos.

Cuando oí pasos acercándose, levanté la cabeza para ver a una doctora

aproximándose. —Oh, gracias a Dios.

Pero el hombre debajo de mí se tensó. —Mierda.

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Lo observé, alarmada. —¿Qué pasa?

Justo cuando hablé, la doctora echó un vistazo a la sala de espera más

cercana. —¿Familia Mercer?

—Aquí. —Salté del regazo de Mason, olvidando su comportamiento

extraño, hasta que extendió la mano y agarró mis dedos como si quisiera

jalarme de nuevo hacia él.

La doctora se volvió hacia nosotros y vaciló en su paso cuando lo vio. —

¿M…Mason?

Sus dedos se apretaron alrededor de los míos mientras la mirada de la

mujer saltaba interrogante de él a mí y de nuevo a él.

Y de repente, entendí.

Me volví hacia él y le pegué en el brazo. —Tienes que estar bromeando.

¿Una doctora? ¿Una maldita doctora?

Parecía como si fuera a ser golpeado con un látigo mientras se

intimidaba de nuevo, con el rostro pálido y petrificado. —Yo... lo siento.

La doctora retrocedió bruscamente, como si fuera a salir corriendo.

—¡Oiga! —La observé con una mirada asesina—. ¿No va a decirnos cómo

está Eva?

Hizo una pausa y se aclaró la garganta, sonrojándose ligeramente. —Por

supuesto. Lo siento... —Nerviosamente se quitó el cabello rubio platino del

rostro, haciendo que las mangas de su bata blanca se inclinaran lo suficiente

para revelar el reloj Michael Kors atado a su muñeca.

Maldita sea, ¿por qué todas las ex clientes de Mason tenían que tener tan

buen gusto en la moda?

—La señorita Mercer está estable —dijo—. Sus signos vitales son fuertes

y está despierta y lúcida.

—¿Y el bebé? —espeté.

La doctora Zorra asintió. —Todavía le late el corazón.

Me desplomé contra Mason, y me acercó, besándome la frente.

Su ex clienta nos observaba con curiosidad antes de recuperar la

seriedad. —Puede verla en un par de minutos. Una vez que la tengan en una

habitación privada, haré que venga una enfermera y la lleve con ella.

—Gracias —dijo Mason, ya que parecía obvio que yo no iba a hablar con

ella de nuevo.

Asintió y nos dio una sonrisa tensa. —Por lo menos ahora sé por qué mi

llamada nunca fue devuelta. —Fijando su mirada en mí, agregó—: Lindo aro de

nariz.

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Me volví para observar con el ceño fruncido a Mason mientras ella se

apresuró a irse. —¿Por qué todas tus ex clientas comentan mi aro en la nariz? —

Incluso la Dra. Janison había dicho algo después de clases un día en que salía

de una conferencia de literatura británica.

Mason sonrió ligeramente mientras me dio un golpecito en la nariz. —

Porque les recuerda lo jóvenes que ya no son.

Fruncí el ceño, desconcertada. Eso no tenía sentido. —Las personas más

jóvenes no tienen el monopolio de los aros en la nariz. He visto un montón en

las mujeres —y los hombres—, de todas las edades.

—Ahh, pero se ve caliente en ti. —Hizo una pausa para asentir después

de que la doctora se fue—. Eso las hace lucir avaras y viejas.

Aunque sus palabras me tranquilizaron un poco, todavía quería estar

enojada. Le pegué en el brazo de nuevo. —Y pensé que dijiste que todas tus

clientas eran amas de casa ricas y aburridas. Doctoras exitosas, profesoras

universitarias y caseras no encajan exactamente en esa categoría.

Mason se sonrojó y miró a su alrededor como si hubiera gritado la

acusación. —Dije que la mayoría lo eran —murmuró en voz baja—. No todas.

Al darme cuenta de que éste no era el lugar para hacer una escena, me

quedé malhumorada y silenciosa.

Pensé en el pasado oscuro de Mason y cuántas mujeres cachondas

enloquecidas había en Waterford jadeando tras él y pensando que les

pertenecía. Entonces pensé en Eva y su bebé, Jeremy y su pena de prisión,

Alec y su inminente paternidad. En realidad, no creo que hubiera un

pensamiento que no girara en mi cabeza ocupada y confusa.

Mason se quedó callado a mi lado, sosteniendo mi mano y pasando el

pulgar sobre mis nudillos. Permaneció conmigo constante. A pesar de lo que

acababa de suceder, me calmó la seguridad de su amor, y para el momento en

que llegó la enfermera para guiarnos hacia Eva, yo estaba bien, respirando con

facilidad y lista para ver a mi prima.

Eva estaba despierta y sentada en la cama, consciente y haciendo

bromas desde el momento en que entramos a la habitación.

Después de ver a mi acompañante, puso su mano sobre su corazón. —Ah.

¿Ya un regalo de “que te mejores pronto”? ReeRee, no debiste hacerlo. ¿Va a

desnudarse y hacer bailar un poco para nosotros, o qué?

La mano de Mason apretó la mía, pero sólo me acerqué más a él. —Lo

siento, E. pero Mason se retiró de todo eso.

—¿Sí? —Sus ojos azules se estrecharon sobre él con sospecha—. Bueno,

mejor que se mantenga de esa manera si va a seguir saliendo contigo. No

conseguí un balazo por ti de un idiota sólo para que otro te rompa el corazón.

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—Es una lástima que el primer idiota no le disparara a tu personalidad

risueña para sacarla de ti —murmuró Mason.

—Está bien, está bien. —Levanté las manos, jugando de árbitro—. No

más insultos. Cualquier otro día, podría ser capaz de manejar que dos personas

que amo se odien completamente... pero hoy no. ¿De acuerdo? ¿Tregua?

Mason se estremeció y tuvo la decencia de parecer arrepentido. —

Tregua —gruñó, alejando la mirada.

Eva, por otro lado, levantó las cejas. —¿Acabas de decir la palabra con

a... refiriéndote al gigoló?

—Sí. —Mason le envió una mirada desafiante y dura—. Y para tu

información, seré mejor para ella que el último idiota. Preferiría morir antes que

herir a Reese.

Eva lo miró durante un largo momento, examinándolo, antes de que

suspirara y se relajara contra la almohada. —Si mientes, pondré un agujero de

bala en ti, amigo. Y confía en mí, no es divertido. —Hizo una mueca de dolor,

atrayéndome repentinamente por lo pálida que estaba—. Lo juro por Dios, este

analgésico que me dieron no funciona en absoluto —gritó las dos últimas

palabras hacia la puerta como si quisiera que todos en el hospital oyeran lo mal

que se sentía.

Entré en pánico. —¿Quieres que busque una enfermera? Estoy segura

de que te pueden dar algo más….

—No. —E. puso la mano protectora sobre su estómago—. Entre menos

drogas me den, será mejor para el bebé. —Entonces miró a Mason con los ojos

muy abiertos y estrechó su mirada amenazadoramente—. No oíste eso.

El buen hombre se encogió de hombros. —Oír, ¿qué?

La mención de su bebé me hizo pensar en su padre imbécil. —No llamé a

Alec. No sabía que querías hacer al respecto.

—No lo hagas. —Tomó mi mano—. No lo quiero aquí. —Sus dedos fríos

se envolvieron alrededor de los míos—. Sólo te quiero a ti... y supongo que tu

novio gigoló también puede quedarse, si se comporta.

Le sonreí y rodé los ojos. Iba a ser inútil decirle que dejara de llamarlo

así, ¿no?

—Lo digo en serio, Reese. Sé que puedo ser una completa perra, y... y

bastante egocéntrica.

Mason resopló; las dos lo ignoramos.

—Y probablemente deberías odiarme por la forma en que me acerqué a

tu novio, a pesar de que lo hice para mostrarte que sería un bastardo infiel.

Pero sigues siendo la mejor amiga que he tenido. —Las lágrimas brotaron de

sus ojos—. Gracias por estar aquí para mí. Te amo.

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Guau, las experiencias cercanas a la muerte sacan lo mejor de mi prima.

Con eso, me convertí en la regadera número dos. —Yo también te amo,

E. Siempre. —Nos abrazamos y chillamos una encima de la otra. Mason salió de

la habitación, pretendiendo usar el baño.

Cuando regresó, Eva y yo nos habíamos calmado un poco, pero todavía

seguíamos limpiándonos los ojos húmedos con los pañuelos de papel y luego

riéndonos de la otra.

Mason y yo estuvimos con ella hasta que llegaron la tía Mads y el tío

Shaw. Cuando Eva me dio una mirada, haciéndome saber que iba a lanzar la

bomba del bebé y quería hacerlo sola, tomé el brazo de Mason y lo saqué de la

habitación.

Al salir del hospital, de la mano, él estaba silencioso. Contemplativo.

Pero ver a Eva y, de hecho llegar a hablar con ella me dio un cierto alivio, y

estaba lista para hablar.

Golpeé mi hombre en el suyo. Cuando me miró, levanté una mano en una

señal universal de “¿Qué es lo que pasa?”

—Lo siento —dijo de nuevo, soltando mi mano para envolver su brazo

alrededor de mi hombro y jalarme con fuerza hacia él.

Puse los dedos sobre su corazón, tratando de calmarlo. —¿Por qué?

Desvió la mirada. —No tenía ni idea que la Dra. Masterson era la que se

encargaba de Eva.

—Mason —lo interrumpí cuando abrió la boca para decir algo más. Lucía

tan harto y arrepentido que me incliné y lo besé en la barbilla—. Tengo que

confesar algo.

Hizo una pausa y frunció el ceño con expresión confundida. —Está bien.

Lo llevé a un banco cerca de un pequeño árbol ornamental frente al

hospital y ambos nos sentamos. Tomando sus manos, lo miré a los ojos. —

Cuando derribaste a Jeremy y se disparó el arma, mi corazón se detuvo. Te lo

juro, literalmente se detuvo en mi pecho. Pensé... pensé que te había disparado

y estaba dispuesta a morir junto a ti.

Haciendo una pausa para limpiar mi cara seca, solté una respiración

profunda y sacudí la cabeza. —Luego disparó de nuevo, y estaba segura de que

habías muerto.

Mason no dijo nada, sino que simplemente me apretó las manos.

Le envié una sonrisa llorosa. —No te imaginas el alivio que sentí de verte

rodar lejos de él y tomar el control de su arma. No podía creer que estuvieras

realmente vivo, que fuera tan afortunada. Incluso después de que me enteré de

lo de Eva y me paseaba por los pasillos del hospital, preguntándome si lo iba a

lograr o no, todavía me sentía... con suerte. Simplemente estoy tan contenta de

que no fueras tú.

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Con ojos brillantes de amor, exhaló un sonido tranquilizado y me acercó

para darme un abrazo fuerte.

—¿Entiendes lo que digo? —le pregunté sobre su cuello—. No importa

cuántas mujeres te hayan pagado por sexo. No te voy a dejar por ellas. Creo

que jamás podría dejarte por ningún motivo.

Me besó, sabiendo a alivio y devoción. Sus labios me dijeron que él

tampoco creía que podría dejarme nunca.

—Pero seguir encontrándome con tus viejas —y quiero decir, como,

cinco años menor que Dios—, viejas clientes está empezando a ser molesto.

Podríamos tener que alejarnos del Condado de Waterford, donde nadie sabe lo

mucho que solías cobrar.

Mason levantó las cejas ante mi sugerencia. —¿Exactamente a dónde

tienes en mente?

—Bueno —me mordí el labio—, he estado extrañando Ellamore. Mucho.

Tienen un gran programa de medicina en su universidad, y estoy segura de

que su departamento de ingeniería también es muy bueno. Además, no importó

lo lejos que hui, aun así Jeremy me encontró. Así que no voy a huir más. Quiero

ir a casa.

Hizo una mueca. —¿Pero Illinois? ¿Qué pasa con Sarah y mi mamá?

Sólo tuve que pensarlo durante medio segundo. Crujiendo mis dedos,

sonreí. —Lo entiendo. Podríamos llevarlas con nosotros. Mi mamá administra

un hotel. Siempre está buscando empleados buenos y confiables. Podría

conseguirle a Dawn un trabajo sin problema.

Mason sacudió la cabeza, con los ojos radiantes con un brillo reverente.

—Tienes una solución para todo, ¿no es así?

Cuando se trataba de mantenernos juntos, sin duda encontraría una

solución. Agité mis pestañas hacia él. —Entonces, ¿qué me dices? Si podemos

convencer a tu mamá, ¿quieres considerar inscribirte en Ellamore en la

primavera?

Su boca me interrumpió. —Sí. —Sus labios se presionaron contra mi

cuello después—. Sí. Si te hace feliz y nos mantiene juntos, mi respuesta

siempre será sí.

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Traducido por Mel Markham

Corregido por Melii

Cuatro meses después

Inhalando el olor agrio de pintura húmeda, llené mi rodillo con otro lote

de lo que la ferretería había llamado turquesa estupendo y lo apliqué a la

pared, sólo para dar un paso atrás y admirar mi obra.

—Diablos, soy asombrosa.

Detrás de mí, Sarah se rió desde su silla de ruedas. —Shh. —Poniendo un

dedo en mis labios, me giré para guiñarle un ojo—. No me oíste decir eso.

Se rió de nuevo, sus ojos grises brillando con malicia que definitivamente

heredó de su hermano. —Eres asombrosa.

—Bien, eso puedes oírlo. —Moví el rodillo en su dirección, amenazando

a pintarla, y su risa se convirtió en gritos de placer.

Una vez que se calmó, apoyé una mano en mi cadera y estudié la

desnuda pared a medio pintar. —Sabes, cuando esto se seque, creo que el

color que elegiste será increíble.

Sarah aplaudió y parloteó sobre su entusiasmo, estando de acuerdo

conmigo.

Después de mudarse de la casa de la señora Garrison, Mason encontró

un lugar que de hecho podía pagar y cerca de la nueva escuela de Sarah.

Sí, dije nueva escuela.

En Ellamore, Illinois.

¿Puedes creerlo? Lo convencí a él y a toda su familia de mudarse a casa

conmigo. Ahora Dawn y Sarah tienen su propio búngalo cómodo de dos

habitaciones y Mason y yo rentamos un lugar cerca de la universidad.

No estoy muy segura como es que fue capaz de convencer a su mamá de

levantar sus raíces y mudarse al otro lado del país para vivir cerca de nosotros,

pero aceptó el trato casi demasiado fácil.

Creo que había estado tan ansiosa de dejar Waterford como Mason.

Ambos tenían un pasado del que querían escapar. Y ahora ambos parecían

mucho más tranquilos y relajados. Sabiendo que su antigua casera nunca le

podía tocar de nuevo, Mason había florecido en las últimas semanas. Y amé

cada centímetro del nuevo hombre en que se convirtió.

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Era el espectacular, cariñoso y fiel novio totalmente caliente.

Como si hubiera oído mis pensamientos alabándolo, asomó la cabeza en

la nueva habitación de Sarah. —Santo… Dios. Ese es un color brillante. —Sus

ojos se ampliaron con horror.

—Lo sé. —Le sonreí mientras le mostré la pared como un profesional

imitador Vanna White—. A Sarah le encanta.

Cuando miró a su hermana, ella aplaudió y chilló, así que Mason

simplemente se aclaró la garganta, permaneció respetuosamente en silencio

sobre su opinión, y recogió un rodillo para ayudarme a terminar las paredes.

¿Ves? Espectacular.

En algún punto, Dawn llegó y se llevó a Sarah, diciendo que iban a

almorzar, pero Mason y yo estábamos demasiado ocupado trabajando que

apenas las despedimos.

Estábamos muy ocupados —hasta que su mamá y su hermana se fueron,

eso es. Luego las cosas se pusieron un poco… Bueno, digamos que nos

ocupamos de una forma totalmente diferente.

Seguíamos en la etapa de besos tiernos, acaramelados y empalagosos,

ya ves. Y desde que Eva apareció en nuestra puerta hace dos semanas después

de que sus padres la repudiaran, nuestro nido de amor fue alterado por mi

problemática prima embarazada, que ocupó nuestro dormitorio extra. Ya no

podíamos simplemente hacerlo en cualquier lugar.

Era absolutamente molesto.

Entonces, estos días, nos atacábamos en el momento que estuviéramos

solos.

Mason acababa de acostarme en la cama de Sarah —shh, no te atrevas a

decir nada— e intentaba frenéticamente desabrochar el botón de mis vaqueros

cuando sonó mi celular.

—Maldición. —Salió de encima mío para yacer de espaldas y cubrirse la

cara con el brazo—. Si es Eva, voy a matarla. Juro que esa mujer aguafiestas me

cansó, intentando evitar que vuelva a tener sexo. Pasó una eternidad desde la

última vez que estuve dentro de ti.

Rodé los ojos. —Oh, por Dios. Fue hace tres días.

—Exactamente —gruñó como si sintiera dolor.

Comprobando el identificador en la pantalla, piqué las costillas de

Mason. —Te equivocaste. No es E. —Respondiendo a la llamada, dije—: Hola,

mamá. No, no he cambiado de idea.

Mis dos padres querían que vuelva a ser Teresa Nolan. Pero pasaron

muchas cosas en los últimos meses, realmente ya no me sentía como Teresa

Nolan. Ahora era Reese Randal.

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Pero supongo que esta vez no llamaba por eso.

—Reese. —El tono serio en la voz de mi mamá me hizo contener el

aliento.

Salté poniéndome derecha, al instante en alerta. —¿Qué pasó ahora?

—Mason rodó sobre su lado hacia mí. Antes de que pudiera girarme hacia él

por apoyo, tomó mi mano, ayudándome a enfrentar lo peor.

—Jeremy… —comenzó mamá.

Mi garganta cayó a mi estómago. —Abandonaron su juicio de nuevo —

dije con voz ronca, mi piel convirtiéndose en hielo—. ¿No es cierto? ¿Está libre?

—No —dijo mamá—. No, para nada. Está muerto, cariño. Se metió en una

pelea en la cárcel y lo apuñalaron. Hace dos días. Creo que el periódico lo

llamó… asesinato con arma casera ¿o algo así?

Me cubrí la boca con una mano y encontré los ojos de Mason.

—¿Qué pasó? —moduló.

Sacudí la cabeza y me giré, todavía insegura de cómo reaccionar.

Definitivamente nunca le deseé este tipo de daño a mi ex psicópata acosador.

Pero técnicamente terminé con él al comienzo del primer año. No hubo

sentimientos prolongados de afecto en absoluto.

Sólo hubo… oh, Dios.

Alivio.

Mamá habló unos minutos más, pero en cierta forma le resté importancia,

agradeciéndole por llamar y decirme, pero diciendo que me tenía que ir.

Cuando colgué, le conté a Mason las noticias.

Estuvo más que nada en silencio, estudiándome intensamente. —¿Estás

bien?

Asentí, viendo más por encima que a él. —Sí, yo… —Finalmente enfoqué

su cara—. Estoy libre.

Su sonrisa fue lenta y aprobatoria mientras me tomaba las manos y le

daba un apretón a los dedos. —Ambos somos libres.

—Libres al fin —canté, sonriendo, alegre—. Ohh, eso me recuerda… —

Me detuve con una ceja arqueada e incliné la cabeza—. De hecho, no tengo

idea como eso me hizo recordar, pero lo hizo, por alguna extraña razón. ¿No es

extraño como una cosa puede recordarte…?

—¡Reese! —me cortó Mason, su voz exasperada y su sonrisa divertida

diciéndome cuánto divagaba.

—¡Cierto! —Me reencaminé—. Te escribí un poema.

Frunció el ceño. —¿Me escribiste un poema? ¿A mí? ¿En serio?

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Balanceé la cabeza con entusiasmo. Después de rebuscar en mi bolsillo,

saqué la hoja de papel doblada muchas veces, que arranqué de una de mis

carpetas.

Su garganta se movió mientras tragó. —Guau. Eso… eso es muy dulce.

—Gracias. —Intenté empujar mi cabello sobre el hombro antes de darme

cuenta que lo tenía atado. Dios, amaba poder usar el pelo recogido de nuevo.

Mason movió la mano. —Vamos a oírlo. —Sonaba entusiasmado.

Asentí, aclarando mi garganta y enderezando los dobleces de la hoja así

podía leer en voz alta lo que escribí.

Allá en el quinto infierno de Waterford,

A las chicas les gusta pagar por su espada varonil.

Adiós, Sr. Mason Lowe.

¡Oh, qué gigoló!

Qué mal que se retiró a Ellamore.

Mason me miró, sorprendido sin palabras. Luego sacudió la cabeza y

sonrió. —¿Espada varonil?

—¿Qué? —Me encogí de hombros—. Nunca dije ser buena poeta. Intenta

buscar algo que rime con Waterford.

—Mmm. Bueno, muchas gracias. Es simplemente romántico. Me hizo

llorar. De verdad.

Fruncí el ceño, temerosa de que se le contagiara demasiado mi

sarcasmo. Empujándole el brazo, fingí un mohín. —Oye, dijiste que querías un

poema gracioso. Y los poemas graciosos no son románticos. Lo busqué. Son

ingeniosos, chistosos, sin sentido y un poco sucios. —Sacudí el papel arrugado

en su cara—. Así que esto es lo que tienes, chico.

—Nunca dije que quería que escriban un poema gracioso sobre mí. Dije

que probablemente lo sería.

Me reí. —Bueno, ahora lo hay. ¿No te sientes... inmortal?

Sacudió la cabeza y me jaló en sus brazos. —Eres tan rara. Pero no creo

que pueda amarte más de lo que lo hago ahora. Gracias por mi poema sucio.

Eres increíble, y soy el tipo más afortunado de la tierra.

¿Ves, le costaba mucho decir eso?

Me ruboricé, complacida por su alabanza. —Bueno, de nada.

Nos besamos y la vida era perfecta.

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—Y también te amo —me sentí inclinada a agregar.

—Sabes —murmuró pensativamente, presionando la frente contra la mía

mientras jugueteaba con el cuello de mi parcialmente desabotonada camisa.

Cuando accidentalmente desabrochó el siguiente botón, mi manga se deslizó

por mi hombro. Sus dedos rozaron mi piel desnuda—. Cuanto más retirado y

libre, me siento últimamente, más quiero estar atado de nuevo.

Fruncí el ceño hasta que el significado detrás de sus palabras se asentó.

¿Se refería…?

No se refería a… lazos matrimoniales. ¿No?

Lo miré con suspicacia, pero sólo me guiñó un ojo.

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Traducido por Michelle♡

Corregido por Juli

La noche de brujas puede ser la temporada para un buen susto, pero

nada me ha asustado más que el primer momento en que vi a Reese. En serio,

me refiero a petrificarme.

Era mi primer día en la universidad. Estaba muy animado porque por fin

pude asistir a algún tipo de educación superior después de guardar una parte

de mi dinero duramente ganado. Me puse mi bolso de mensajero como una

pieza de armadura y marché a la guerra, también conocido como el campus

principal. Sentí como si hubiera estado fuera de la escena social hace unos

años, lo cual es cierto, lo estuve.

Sin embargo, después del giro que había tomado mi vida, era una

incógnita cómo me iban a tratar mis compañeros. Y gracias a Dios, la suerte

comenzó a mi favor. Un grupo de chicos con los que fui a la escuela secundaria

—todos más jóvenes que yo— merodeaban por lo que todo el mundo llama el

jardín de la estatua.

Cuando me saludaron amablemente, me dirigí hacia ellos y encontré una

estatua libre sobre la que apoyarme mientras trataba de entrar en la discusión

que tenían sobre qué pegatina era la más increíble. Desde que era dueño de un

Jeep, apoyaba a la maravilla de todas las pegatinas para Jeep cuando lo

escuché.

Su risa.

No se parecía a ninguna risa que había escuchado antes, era ruidosa y

animada y sin embargo, agradable con una capa de mujer intrigante. Estaba

acostumbrado a esas chicas que se cubrían la boca cuando dejaban escapar

una risita avergonzada o esas risas roncas de “haz lo que quieras para ser mi

secreto” de todas las asalta cunas en las que no quería pensar. Lo más cercano

que se podría comparar a esa risa eran los gritos de placer de mi hermana

cuando le hacía cosquillas, salvo que esto no era un grito. Era una risa

completa.

Levanté la cara y miré por encima, teniendo que ver quién haría un

sonido tan alegre y abierto. Y fue entonces cuando sucedió. El temor se

apoderó de mí.

No sé si se reía en mi dirección, o si ya había estado centrada en mí pero

cuando miré otra vez, nuestras miradas se encontraron —y no hubo toda esa

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rutina de ver y saludar— uniéndonos entre sí hasta que éramos solo ella y yo en

el universo.

Ese sonido musical que parecía venir directamente de su alma,

repentinamente murió y de inmediato lo extrañé, no lo suficiente como para

mirar hacia otro lado, porque ahora todo el atractivo visual la mantenía sellada

en mi vista. Ella era impresionante, tal vez no la más hermosa que había visto,

pero sin duda la más cautivadora. Era delgada, mientras que yo prefería más

las curvas, pero la forma en que el sol iluminaba su largo cabello oscuro y

ponía un brillo en ella era impresionante.

Su energía me atrajo más. Vibrante y colorida, lo que era sin duda

diferente de cualquier otra chica por estas partes. Quería que mi nueva misión

en la vida fuera hacerla reír, esa increíble risa al menos una vez cada día.

Un sentimiento de esperanza renovado y excitado brotó dentro de mí. Tal

vez ella era diferente. Tal vez podría ser —diablos, ¿qué pensaba?

Aparté la mirada, diciéndome que no debería ir allí cuando finalmente vi

a la amiga que se encontraba sentada al lado en el banquillo. Y como clavar una

aguja en un globo, toda la esperanza vertiginosa explotó en mi pecho

desinflado. Eva Mercer no era mi persona menos favorita en la tierra, pero

estaba entre los diez, posiblemente, los cinco primeros. La niña Mercer

malcriada y rica iba de caliente a frío constantemente, un minuto tratando de

entrar en mis pantalones y al siguiente tratándome como una bolsa de pus que

se convertía en una enfermedad. Sólo podía imaginar qué clase de horrores le

decía a la morena de mí, el peor de ellos, sin duda, era cierto.

Mis ojos se estrecharon cuando la ira y la frustración me llenaron. Maldita

Eva. A su lado se hallaba sentada una chica que me hizo pensar que tal vez las

mujeres no eran la pesadilla de mi existencia, después de todo, y ella

probablemente lo arruinaba en este mismo segundo, aunque sinceramente, si

la morena era amiga de Eva, entonces debe ser como ella, y en ese caso... no

importa. Paso.

No es como si hubiese podido no-pasar, incluso si hubiera terminado

siendo increíble. Pero ahora tampoco me iba a permitir pensar que cualquier

cosa podría suceder entre nosotros en mis fantasías.

El grupo a mí alrededor empezó a desintegrarse, sorprendiéndome.

Preocupado por cuánto tiempo había estado mirando a la chica, eché un vistazo

alrededor para asegurarme de que nadie me daba ninguna mirada extraña.

Entonces me dirigí hacia el edificio principal, con la tentación de tomar el

camino más largo para encontrar una entrada en el otro lado porque sabía —lo

sabía— estaría tentado de echarle otro vistazo a la muchacha cuando la pasara.

Al final, quería volverla a mirar, así que seguí con mi camino. Estaba en

medio de un debate interno conmigo mismo, tratando de decidir cuándo sería

el mejor momento para mirar despreocupadamente, cuando la voz de Eva

gritó—: ¡Buenos días, Mason!

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Tomó todo lo que tenía para parecer totalmente inafectado cuando

levanté mi cara. Seguí sin mirar a la chica. Creo que tenía demasiado miedo,

aunque no sabía por qué. Simplemente no pude hacerlo. Así que incliné la

cabeza hacia Eva en el saludo más mediocre que pude.

—Hoy te ves bien —me dijo, sacudiendo su cabello rubio mientras

posaba—. ¿Qué dices si nos saltamos las clases esta mañana y en su lugar

hacemos algo… divertido?

Solté un bufido y sacudí la cabeza. Así que hoy estaba con el coqueteo y

las miradas insinuantes. Supuse. La última vez que habló conmigo, me llamó un

hijo de puta, y probablemente me habría abofeteado si hubiera podido. Era

una mujer a la que nunca me iba a acercar de nuevo.

Pero después sucedió lo más increíble.

La morena junto a ella jadeó. —¡E.! —gruñó en voz reprimenda,

diciéndome un par de cosas.

Uno: No era una seguidora ciega de Eva, tenía sus propias opiniones,

gracias a Dios.

Dos: Sin embargo, no debe haber oído los rumores sucios sobre mí, o

simplemente no los cree.

Y tres: No era como Mercer. En absoluto. Tenía por lo menos algo de

decencia y bondad.

Esta nueva visión me hizo mirar por encima antes de que pudiera

detenerme. Ella se encontró con mi mirada, encogiéndose como pidiendo

disculpas por Eva.

Y una vez más, nuestro contacto visual se mantuvo. Un intenso zumbido

de deseo corrió por mi piel, empapando cada poro y luego surgiendo por

todos mis órganos internos. De cerca, tenía mucho mejor aspecto. Parecía que

había un poco más de carne, y la manera fluida en la que se movía era como

poesía. Luego estaba su cara. Jesucristo, labios suaves y besables, grandes ojos

azules y una expresión de inocencia mezclada con curiosidad y entusiasmo.

Me asustó como nunca. E inmediatamente se me paró. Horrorizado por

mi reacción física y emocional, me obligué a apartar mi mirada y tomé

velocidad, corriendo a la escuela. Me detuve en el baño para zambullirme en

un urinario y me tranquilicé.

Por el momento en el que entré a mi primera clase, mi cuerpo se había

calmado, pero el resto de mí seguía agitado y completamente asustado. Me

tomó toda esa primera clase para convencerme de que era un idiota.

Después de mirarla una vez y escuchar su risa, le había aplicado una

personalidad completamente ficticia a una chica de la que no sabía nada.

Probablemente lo hice porque había tanto que odiaba de mi vida y últimamente

había elegido fantasear mucho para superarlo. Mi mente era capaz de salir e ir

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a algún lugar agradable mientras mi cuerpo estaba ocupado, haciendo otras

cosas.

Sin embargo no tengo idea de por qué mi mente se había ido a muchos

lugares con esa chica. Dudé que hubiera algo tan terriblemente especial en

ella. Tal vez estaba tan desesperado por algún tipo de liberación que me aferré

a lo primero remotamente diferente, pensando que podía salvarme.

Pero lo único que iba a salvarme era seguir haciendo lo que ya hacía

hasta que gane suficiente dinero para establecer a mi familia en una vida mejor.

Así que volví a centrarme en mi vida real.

Afortunadamente, mi segundo curso del día fue capaz de sacarme un

poco más de atención. Y para el momento en que salí y busqué mi tercero,

estaba seguro de que ya superé toda la mierda de soñar despierto durante el

resto de la mañana. Hasta que entré en el próximo salón de clases y mi sueño se

abalanzó sobre mí. Literalmente.

No prestaba atención a dónde iba, ocupado buscando el lugar perfecto

para sentarme y tratar de borrar de mi cabeza los rumores que acababa de oír

en la sala.

—¿No es ese Mason Lowe? Oh, Dios mío. Sabes lo que es, ¿no?

Apreté los dientes, preguntándome cuántas veces iba a escuchar esa

línea este año. Y fue entonces cuando sucedió. El impacto me dejó sin aliento y

me trajo a la realidad, sólo para encontrar a una chica tirada en el suelo delante

de mí en el pasillo entre los escritorios. Su pelo largo y sedoso inmediatamente

me dijo quién era. Desde que nuestro choque le había hecho derramar su bolso

al suelo, comenzó a agarrar las cosas al mismo tiempo que empezó a pedir

disculpas.

—Oh, Dios mío. Lo siento. No te vi. Lo siento tan… —Levantó la vista, y

las palabras murieron en su lengua.

No escapó de mi atención el hecho de que se encontraba arrodillada

justo en frente de mí. Hice un puño con mi mano para no estirar la mano hacia

ella y apreté los dientes para no respirar. Entonces le ordené a otra parte de mi

anatomía que no reaccionara en absoluto. Pero, Jesús, lo hizo de todos modos

porque, hola, se encontraba de rodillas frente a mí. Si se hubiera inclinado

hacia adelante en ese segundo y bajado el cierre, no la habría detenido.

Maldita aula llena con otros estudiantes y todo.

Diablos, probablemente hubiera enredado mis dedos en su pelo y la

hubiese ayudado.

Cada músculo de mi cuerpo se burlaba tanto de mí que me sorprendió

no haber entrado en combustión en este lugar. Un repiqueteo comenzó en mis

oídos, y sé que comenzó a farfullarme algo a toda velocidad, pero no oí una

palabra de lo que dijo. Tomó todo lo que tenía para mantenerme absolutamente

inmóvil. Pero entonces se tambaleó todavía más cerca para alcanzar algunos

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artículos derramados y si hubiese mirado, sé que habría visto cuán amigable

eran mis sentimientos hacia ella.

Salté hacia atrás para evitar agarrarla y atraerla hacia mí, y me miró, con

los ojos espantados y heridos. Un dolor agudo me apuñaló en el pecho, porque

sabía que había causado esa mirada miserable.

Me preguntó si estaba bien, y quise decirle que estaba tan lejos de

estarlo que ni siquiera era divertido. Pero murmuré algo sobre estar bien, no

estoy seguro de qué es exactamente lo que dije, salvo que no pareció

tranquilizarla. Las habilidades conversacionales no eran precisamente mi punto

fuerte en este momento. Su presencia me sacaba de control. Nunca nadie me

había alarmado de la forma en que ella lo hizo. Me agaché y cogí el último de

sus libros en el suelo y se lo entregué, acelerando este encuentro incómodo y

deteniendo la tortura de desear algo y saber que nunca podría tenerlo.

Entonces me senté en una silla para dejarla pasar. Cuando lo hizo, ese dulce

olor floral se desplazó, y tuve que agarrar el borde de mi escritorio para no

volverme loco.

Mi nueva misión en la vida se convirtió en: Mantenerme alejado de esa

chica a toda costa. Me asustaba demasiado.

Pero todos saben lo bien que funcionó el plan.

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Primer año en la universidad. Atleta estrella. La

constante atención del sexo opuesto.

En este campus, soy adorado. Mientras que a mil

kilómetros de distancia, en mi ciudad natal, sigo

siendo la basura del parque de caravanas, el hijo

de la zorra de la ciudad, y el hermano mayor de

tres niños que cuentan con que mantenga mi

mierda en orden, para así poder llevarlos lejos de

la misma vida de mierda en la que crecí.

Estos dos lados opuestos de mí mismo nunca se

mezclan hasta que una persona vislumbra al

verdadero yo. Nunca esperé conectar con alguien

así o querer más allá de una noche. Esto podría ser

algo real.

El problema es que la Dra. Kavanagh es mi profesora de literatura.

Si empiezo algo con una maestra y nos descubren, bien podría despedirme de

todo mi futuro, el de mi familia, y en especial el de la Dra. Kavanagh. Excepto

que a veces vale la pena arriesgar todo por el amor. O por lo menos, más vale

que lo sea porque no puedo resistir tanto.

-N. G.-

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Linda se crió en una granja lechera en el Medio Oeste

como la más joven de ocho hijos. Ahora vive en

Kansas con su esposo, su hija y sus nueve relojes de

cucú. Su vida ha sido bendecida con una gran

cantidad de personas de las que aprender y amar.

Escribir siempre ha sido una gran parte de su mundo,

y está tan feliz de compartir por fin algunas de sus

historias con otros amantes de los romances. Por

favor visita su sitio web: http://www.lindakage.com/

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Traducido, Corregido y

Diseñado por:

http://www.librosdelcielo.net