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    De la literatura de mujeres, hombres

    y homosexuales, y de las críticas inconformes y

    curiosas que los están leyendo

    E  pistemology of the Closet postula que muchos de los princi-pales nodos del pensamiento y el saber de la cultura occi-

    dental en el siglo XX estuvieron estructurados (y, de hecho,fracturados) por una crisis crónica, ahora endémica, de defi-nición homo-heterosexual, específicamente masculina, ini-ciada a fines del siglo XIX  (p. 1). Estas palabras iniciales dellibro trazan las líneas que definen su ambiciosa amplitud devisión: el vigor intelectual que permite a Sedgwick seguirlas grietas causadas por esta fractura no sólo en la obra degrandes escritores del periodo, sino en la música popular,

    en la legislación, en la vida cotidiana, en fin —podría llenarun párrafo con una fatigosa o divertida o interesante enu-meración—, quiero decir que las líneas que cité están escritasen serio y Sedgwick realmente se lanza a demostrar que elmalestar de definición sexual masculina se filtra por todaspartes de la cultura, como una mancha de humedad o unafiebre. Sin embargo, “malestar”, “mancha de humedad”, “fie- bre” podrían sugerir que todos los efectos de esta crisis sondañinos. Y, tal como Sedgwick demuestra una y otra vez, la

    crisis también ha generado una enorme creatividad.En un libro anterior, Between Men, Eve Sedgwick había

    analizado los triángulos amorosos en la literatura inglesa;triángulos compuestos por dos hombres y una mujer, desdelos sonetos de Shakespeare hasta finales del siglo XIX. El dis-positivo que describe había sido analizado por Gayle Rubinen un ensayo clásico, traducido como “El tráfico de mujeres:notas sobre la economía política del sexo”. Basándose en lasconclusiones de Levi Strauss, Rubin analiza el dominio mas-

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    culino a través de su mecanismo básico, el intercambio demujeres: los hombres se relacionan entre sí gracias a que pue-den intercambiar mujeres, que nunca son consideradas suje-

    tos, sino valores, depositarias o símbolos de algo más (esdecir, del poder o la posición social o los intereses de susparientes varones). Sedgwick añade un rasgo crucial: estemecanismo no sólo hace posibles las relaciones de parentes-co (y por ende la sociedad y la cultura del dominio masculi-no), sino que permite la circulación del deseo homosocialentre los hombres. Su análisis de los triángulos amorososmuestra cómo, en ellos, la mujer sirve para que a través deella pase lo realmente importante, es decir, la relación entrelos dos hombres, una relación cargada de deseo. Y es que elconcepto del deseo homosocial es central en su análisis. Im-plica que la gente del mismo sexo, agrupada bajo la marcadiacrítica más decisiva de la organización social, es gentecuyos saberes y necesidades económicas, institucionales,emocionales y psíquicas tienen tanto en común, que estánligados entre sí no sólo por todo lo anterior, sino tambiénpor una afinidad que no se distingue fácilmente del deseo

    sexual. La imposibilidad de trazar un límite claro que deter-mine dónde empieza lo sexual y dónde acaban los vínculoshomosociales (amistosos o de compañerismo o de solidari-dad o de simpatía o de costumbre) convierte la crisis de defi-nición sexual masculina en un dilema casi imposible deresolver. La cultura contemporánea coloca a los hombres anteuna contradicción irresoluble y les exige una claridad sinfisuras para enfrentarla.

    Between Men termina en la época en que surgía una nue-

    va configuración cultural: la homosexualidad. Los sonetosde Shakespeare, por ejemplo, proceden de un momento enque el deseo del poeta era lo suficientemente fluido comopara hablar de la belleza de un muchacho, pero también dela fascinación perturbadora de la Dama Oscura. Tal fluidezse perdió gradualmente, mientras la homosexualidad se con-vertía en una identidad medicalizada, un fenómeno que cris-talizó más o menos en el momento de los juicios de OscarWilde. Mientras los hombres se veían obligados a definirse

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    como homos o heteros, una definición estrictamente imposi- ble, la eficacia de los triángulos amorosos mediados por mu- jeres disminuyó, pues ahora había hombres que no estaban

    interesados o no podían participar en ellos. Y la definiciónes crucial en tanto marca el límite (éste sí clarísimo y rígido)entre la salud y la patología, la normalidad y la abyección, lamasculinidad y la incapacidad para realizarla, es decir, elafeminamiento. Ésta es la crisis que Sedgwick explora en Epis-temology of the Closet; una crisis central porque, como señalaFoucault, la cultura occidental contemporánea ha colocadolo que llama sexualidad (por lo menos la sexualidad mascu-lina) en relación privilegiada con sus construcciones de iden-tidad, verdad y saber.

    La crisis se nutre de otras contradicciones irresolubles:por un lado, a veces “se piensa” que la definición afecta a unapequeña parte de la población (porque todos sabemos quehay gente que realmente es homosexual), pero al mismo tiem-po “se sabe” que tal definición afecta las vidas de todos a lolargo del continuo de las sexualidades (porque todos sabe-mos que la sexualidad varía en el curso de una vida y que aun

    los más estrictamente heterosexuales tienen por ahí algúndeseo o tendencia homosexual, tal como los más estricta-mente homosexuales abrigan impulsos heterosexuales).Además, “se considera” la homosexualidad como una zonaliminal y borrosa entre los sexos (las mujeres con alma dehombre, los hombres con corazón de mujer) y, simultánea-mente, “es evidente” que se trata de una especie de fuerzacentrífuga que atrae hacia dentro del mismo sexo (como losiconos homosexuales hipermasculinos). Pongo todas estas

    palabras entre comillas porque Sedgwick se esmera en criti-car ese impersonal sentido común, ese “todos sabemos” enel que florecen estas contradicciones, que, por otra parte, nointenta resolver. Tal como lo que “se sabe” y “se piensa” esfundamentalmente contradictorio, es también, en buenamedida, informulado, pues se trata de saberes y relacionesque existen en torno al clóset, donde el silencio es tanto omás significativo que las palabras. La ignorancia se convierteen algo tan poderoso como el saber. Y así la ignorancia ad-

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    Si dicotomías como la relativa al género (femenino/masculi-no) o la relativa a la raza (blanco/negro) tienen incalculablepoder de propagación en el área de los saberes y se infiltran

    a otros pares jerárquicos como bien/mal, superior/inferior,alma/cuerpo, espíritu/materia, activo/pasivo, humano/na-tural, etc., Sedgwick propone que la dicotomía homo/heteroes incluso más contagiosa y fractura los sistemas culturales enejes como nacional/extranjero; revolucionario/reaccionario;kitsch/arte; urbano/provinciano; natural/antinatural/artifi-cial; sinceridad/sentimentalidad; salud/patología; integridad/decadencia; abstracción/figuración; etc. Quizá no hay zonade la cultura donde no puedan seguirse las grietas de estafractura, ni donde este seguimiento no arroje resultados sor-prendentes, refrescantes, renovadores.

    Por ejemplo: ¿qué sucede al pensar en un canon litera-rio? Durante décadas se han repetido preguntas insolentesdel tipo: ¿ha existido alguna vez un Shakespeare femenino?¿Un Sócrates otomí? ¿Un Proust negro? En todas estas pre-guntas funciona maravillosamente el privilegio de la igno-rancia: como el crítico que las lanza se ufana de ignorar las

    condiciones en que vivían las mujeres o los otomíes o losnegros en las épocas discutidas, su arrogancia se esponja alcomprobar una vez más la inferioridad de los otros. Pero¿qué sucede si se lanzan estas preguntas desde el punto devista de Sedgwick?

    ¿Ha existido alguna vez un Shakespeare gay?¿Un Sócrates gay?¿Un Proust gay?Las posibilidades de desestabilizar el canon y la ortodo-

    xia cultural sólo pueden calificarse de maravillosas. Pero¿cómo afectaría esto a las mujeres o a los negros o a los in-dígenas o a otros subalternos? Ésa es otra historia.

    Es una historia necesariamente fragmentaria, muchas decuyas evidencias se han perdido más o menos deliberada-mente, de modo que lo más común es asumir su ausencia yproseguir la construcción de la misma saga cultural mascu-lina de la que se ocupa Eve Sedgwick. Pero hay un nombreque sí ha llegado hasta aquí, un nombre que tiene un poten-

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    cial desestablizador quizá tan importante como el canonrevisitado desde el punto de vista gay. Ese nombre es el deuna poetisa que los griegos consideraban tan central como

    Homero, pero cuya obra sólo sobrevive en fragmentos. Es apartir de esos fragmentos que otra erudita, Page DuBois, ini-cia no sólo una historia distinta, sino algo poco común: una buena crítica de Foucault. Lo hace en un libro titulado SapphoIs Burning.

    Page DuBois es una experta en letras clásicas a quien nole gustan los dos últimos tomos de la Historia de la sexualidadde Foucault, y a los que hace una pregunta al parecer inelu-dible y embarazosa: ¿cómo es posible que algo que se titula Historia de la sexualidad ignore un corpus de evidencia tan im-portante como la poesía de Safo? DuBois lamenta que la in-cursión de Foucault en la cultura clásica haya seguido elpunto de vista de sus estudiosos más conservadores, que pro-porcionan una visión parcial y limitada. En una palabra,Foucault se adhiere a las interpretaciones de la Grecia anti-gua que pretenden que la misoginia y el control de las muje-res dominaron por completo ese horizonte cultural, aun

    cuando en ese mundo existió y fue leída y admirada unapoetisa como Safo. Según esta versión de la tradición clásica(importante porque es resignificada y valorada como origende la cultura occidental), en ella han colaborado generacio-nes de hombres inteligentes, desde Platón hasta el propioFoucault, todos empeñados en refinar la construcción de suser y en desdeñar a las mujeres. Para esta historia, la vidaintelectual es un banquete al que asisten maestros brillantesy elocuentes, así como discípulos jóvenes y atractivos, todos

    ardientes de excitación ante la belleza (quiero decir ante la belleza de los maestros y de los discípulos, ante la bella pers-pectiva de que unos y otros se fecunden en el curso de laconversación y engendren bellas ideas). Pero Page DuBoissugiere la necesidad de otras preguntas, por ejemplo, porqué a ese banquete no se ha invitado a ninguna mujer. ¿Ha- bría alguna otra cena en alguna otra parte, una llena de invi-tadas igualmente interesantes y hermosas? ¿Una cena a laque asistirían mujeres como Safo, que vivió en la isla de Lesbos

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    antes de que Sócrates y sus discípulos organizaran su ban-quete?

    Page DuBois lee con una curiosidad infatigable, casi im-

    pertinente, y es capaz de criticar severamente a un pensador(a Foucault, digamos), sin dejar de apreciar al mismo tiemposus grandes contribuciones al pensamiento contemporáneo,por ejemplo, el reconocimiento de que las sexualidades y lassubjetividades cambian profundamente a través de la histo-ria. Esa conciencia de la falta de transparencia del pasado,de lo profundamente distintos que fueron los griegos arcai-cos, guía su lectura de Safo. En ella, DuBois no sólo hacegala de su conocimiento del mundo clásico, sino de la inteli-gencia con que ha leído a los autores posmodernos y postes-tructuralistas. Y por eso una de las preguntas que rigen sutrabajo es: ¿cómo leer hoy a una autora tan antigua?, y ¿paraqué?

    Cómo leer lo único que se conserva de Safo, que sonfragmentos, a veces unos pocos versos salvados de casuali-dad porque alguien los copió en una pieza de cerámica yuno de los pedazos ha sido encontrado al azar, o porque al-

    guien escribió un tratado de versificación y le pareció queun pasaje de un poema de Safo serviría para ejemplificar unaregla métrica. Es imposible saber cómo eran sus poemas. Peroes importante no querer “reconstruirlos” y convertirlos enunas obras completas. La elocuencia y el encanto de los frag-mentos está, precisamente, en que jamás será posible cono-cerlos del todo. En ese sentido, Safo se parece a la Venus deMilo y su lectura será siempre provisional, incompleta, ten-tadora porque apunta a lo que no se sabe.

    Claro que es inevitable preguntarse por qué las obrasde otros poetas más antiguos, como Homero, han sido pre-servadas hasta el siglo XXI, mientras los poemas de Safo hansobrevivido en fragmentos y de milagro. Pero esto hace re-gresar a la otra pregunta: ¿para qué leer a Safo ahora? Preci-samente porque la historia posterior no fue escrita porseguidores ni admiradores de Safo, porque es un fragmentode un pasado anómalo, distinto de las grandes narrativas,un pasado que no pudo ser asimilado a ellas. Aunque la cul-

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    tura de los griegos ha sido reapropiada y reinterpretada comoel origen de la civilización occidental actual, se ignoran mu-chos aspectos del mundo griego, como se ignora a Safo. ¿Qué

    se pierde al perder un pasado como ése?Se pierde, por ejemplo, la parte de la historia que tiene

    que ver con esta poeta de Lesbos, esta poeta lesbiana. Perono es tan fácil asimilar los fragmentos de Safo a la idea deuna identidad exclusivamente lesbiana, similar a las actua-les, pues algunos fragmentos pueden aludir a su deseo porun muchacho. Lo único que parece evidente es que la sen-sualidad cantada por esta poetisa fue mucho más rica y libreque los afanes actuales de clasificarla. Safo permite recono-cer que las sexualidades, lejos de ser naturales, son uno delos aspectos culturales más susceptibles de cambiar.

    Tampoco sería fácil incluirla en una historia de las mu- jeres que procurara caracterizarlas como suaves, pacíficas,solidarias y dispuestas a la hermandad, porque uno de losrecursos literarios que Safo emplea con gran éxito es la trans-formación del lenguaje homérico, apto para describir la gue-rra, en un lenguaje metafórico creado para referirse al amor.

    El erotismo que puede leerse en los fragmentos revela undeseo agresivo. La conquista de una muchacha difícil se con-vierte en un combate similar a los de los héroes homéricos.Safo imagina que, con la ayuda de Afrodita, “la que ahorahuye pronto perseguirá, la que rechaza los regalos va a ofre-cerlos, la que ahora no ama será la amante, aun contra suvoluntad”. Su erotismo parece aquí una manera de dominary someter en el curso de una batalla donde alguien triunfará yalguien será vencida.

    Por eso es importante leer los fragmentos que sobrevi-ven de pasados tan distintos, aun cuando sea necesario ha-cerlo en traducciones al inglés, como las que DuBois discutepara señalar sus diferencias con el texto griego: porque enesas formas de vida casi olvidadas hay alternativas y espe-ranzas que pueden volverse actuales, y porque sólo al vol-ver a leerlos y a hacerlos importantes para las necesidades eintereses actuales, esos muertos pueden salvarse de desapa-recer. Como hubiera pensado Walter Benjamin, es impor-

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    tante salvar a los muertos, en este caso a Safo, para que laversión exclusivamente masculina y racional que procuróolvidar sus poemas no triunfe sobre ella.

    Perder a Safo habría sido perder una alternativa al pro-yecto de austeridad, control, dominio y renunciación quetanto discutían los invitados al banquete platónico y que lue-go Foucault recogería en su trabajo sobre las “tecnologíasdel yo”. Safo (al menos, a través de los fragmentos leídospor DuBois) no se esmera en convertirse en nada, ni repri-mir y trabajar su ego. En cambio disfruta el placer, los perfu-mes, las flores, la alegría de encontrarse con las mujeres queama, y siente profundamente la pena de estar lejos de ellas,la felicidad de reencontrarlas en jardines consagrados aAfrodita, iluminados por la luna. Aunque su obra podría leer-se también como un antecedente del trabajo filosófico, puespractica los principios de la abstracción, Safo se distinguepor hacer una elección muy distinta de la que harían otrosfilósofos. Dice en un fragmento: “Algunos dicen que unatropa de jinetes, otros de infantería, y otros de barcos, es lamás hermosa visión sobre la oscura tierra: pero yo digo, es

    lo que amas”.Esa visión más bella que ninguna otra cosa sobre la os-cura tierra es una mujer, Anaktoria, que ha llegado a la ac-tualidad con la graciosa manera de andar y el rostro radiantey expresivo que le dio Safo. Una mujer es más hermosa quela guerra, y lo dice una mujer, una mujer conquistadora.

    Safo es también capaz de convertir a una mujer en laprotagonista de su propia historia, lo cual jamás sucedió enlos poemas homéricos. En otro de sus fragmentos, Helena

    de Troya actúa movida por su propia voluntad, en vez deser una víctima del destino, como afirmaba la tradición. Losfragmentos muestran una manera distinta de entender alas mujeres, una visión que les reconoce autonomía, volun-tad, deseo, movilidad. Y sus sentimientos y sus pasiones, envez de existir en el silencio, cuentan con una voz poéticaque las expresa, una voz que construye esa subjetividadque empieza a distinguirse de las vivencias comunitarias,una recién inventada subjetividad de mujer. Por eso Safo es

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    tan anómala, tan difícil de asimilar para las historias conoci-das y por eso imaginar cómo habrá sido, cómo es posibleleerla, cómo salvarla, es una oportunidad para hacerlo de

    una manera diferente.Esta potencia de la lectura crítica ha sido señalada como

    crucial para cualquier proyecto que pretenda transformar lasprácticas culturales. Hace poco, en un artículo de LilianaWeinberg, titulado “1983”, leí una aguda frase de ÁngelRama: “si la crítica no crea obras, sí construye una literatu-ra”. Me parece que un libro como Escrituras en contraste. Fe-menino/masculino en la literatura mexicana del siglo XX  deberíaleerse a la luz de esta frase: ¿qué literatura están construyen-do sus autoras, las integrantes del taller Diana Morán? ¿Cómoestán interviniendo en la construcción de una literatura mexi-cana estas estudiosas de la literatura, que se han reunidodurante veinte años con el propósito de hacer crítica litera-ria feminista?

    Claro que esta pregunta implicaría otra más: ¿cuál lite-ratura mexicana? Porque normalmente la literatura mexica-na incluye a una venerable lista de autores a los que se lee

    con mayor o menor pasión. Por supuesto, se admira a JuanRulfo, se lee con gusto a Juan José Arreola, se oyen mejores opeores opiniones sobre Carlos Fuentes, pero en general hayun acuerdo en que ellos y Sergio Pitol y José Emilio Pachecoy Salvador Elizondo han escrito las obras importantes de laliteratura mexicana en el siglo XX. Esta unanimidad se rom-pe cuando surgen nombres como Amparo Dávila, o, más aún,Carmen Rosenzweig. ¿Quién ha leído a Carmen Rosensweig?¿Quién ha leído la obra completa de Amparo Dávila? ¿Quién

    piensa en María Luisa Puga o en Angelina Muñiz como si-nónimos de literatura mexicana, de la misma manera en quetantos piensan en Juan Rulfo?

    En ese sentido, Escrituras en contraste es un libro que cons-truye una literatura mexicana más equitativa. Ya no es lahistoria de esos hombres valerosos que desafiaron las condi-ciones hostiles que reinaban en el país para legar algunaspáginas preciosas. Ahora se puede leer que el divorcio deElena Garro y Octavio Paz afectó la recepción crítica de Los

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    recuerdos del porvenir, o que Amparo Dávila quería estudiarletras pero ni siquiera pudo terminar la preparatoria y encambio se convirtió en secretaria de Alfonso Reyes. Hay una

    cuidadosa investigación que permite saber, en cada caso, quétipo de educación pudieron proporcionarse los escritores ylas escritoras, quiénes disfrutaron de becas, contactos litera-rios, premios y publicaciones oportunas, y quiénes, en cam- bio, escribieron a contrapelo de la actividad burocrática odel peso de las obligaciones familiares y sólo gracias a laoportunidad de unas ocasionales “clases de estilo”. Surgeaquí un maravilloso libro posible, apuntado en las páginasde Escrituras en contraste pero un poco distinto: un estudiocomparativo de las vidas de escritores y escritoras en el Méxi-co del siglo pasado, que describiera los mecanismos que hi-cieron funcionar lo que Lucía Melgar llama “el predominiodel discurso masculino” (p. 48) en el campo literario de me-diados de siglo.

    Aunque estas diferencias en la situación de escritoras yescritoras se apuntan en los artículos de Escrituras en contras-te, no son el principal foco de interés para las autoras. La

    mayoría de los trabajos se dedica más bien a establecercomparaciones entre las obras, ya porque coinciden en lostemas o en sus abordajes a la escritura literaria. Así se cono-cen las circunstancias por las que tanto Julieta Campos comoSalvador Elizondo recibieron la influencia del nouveau romanfrancés y las transformaron en una manera de escribir enespañol y en México, en el curso de carreras privilegiadas,pues ambos gozaron de excelente educación y se relaciona-ron con las élites literarias. Es en este contexto en el que Julieta

    Campos pudo expresar su desconcierto ante la hipótesis dela escritura femenina. Dice Julieta Campos:

    Descubrí, por ejemplo, que las mujeres tenemos otra manera deestar en el mundo  que, por supuesto, ha de reflejarse en laescritura. La hipótesis quedó en suspenso, porque no supeexplicar, ni siquiera, cómo se manifestaba esa otra manera comosingularidad, en mi propia modalidad de juntar las palabras(p. 234).

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    Aquí podría ser interesante ir más allá de las fronterasmexicanas y establecer una comparación con otra escritorade parecidas circunstancias de privilegio y edad, aunque per-

    teneciente al contexto argentino. Claro que esto sería rom-per las reglas del juego que hace posible Escrituras en contraste, ysólo lo anoto como una posibilidad. Pienso en Luisa Valen-zuela, quien ha hecho de la búsqueda de esa otra manera unimportante eje de su práctica literaria.

    Pero Escrituras en contraste se interesa ante todo en hallarlas semejanzas y puntos de contacto entre la producción lite-raria de hombres y mujeres. Gloria Prado, por ejemplo, en-cuentra un predominio de los ámbitos privados en la obra deAline Petterson, a quien compara con Carlos Fuentes, un es-critor más volcado a los temas, personajes y ambientes de laesfera pública. Esto podría dar pie a una reflexión apoyada enla teoría de género, pues, como se sabe, y a riesgo de generali-zar, ésta identifica uno de los ejes de la construcción de lamasculinidad en el acceso a la esfera pública y en cambio ca-racteriza lo femenino como una condición de marginaciónrelacionada con el confinamiento al ámbito privado. En vez

    de seguir esta posibilidad, Gloria Prado encuentra que niPetterson ni Fuentes pueden reducirse del todo a este esque-ma, y concluye que “la diagonal entre lo femenino y lo mas-culino cobra así sentido, no como dicotomía maniquea sinocomo oxímoron” (p. 192). El peligro que se corre con esteoxímoron es la disolución, el abandono del rigor teórico parafavorecer comparaciones superficiales, que en vez de ilumi-nar la literatura criticada oscurecen el objeto de estudio. Nosiempre es claro, a través de Escrituras en contraste, si tiene

    algún sentido comparar la escritura de hombres y mujeres, ocuáles serían los ejes teóricos que permitirían esta compara-ción, o si, en opinión de las autoras, es mejor abandonar por elmomento la crítica literaria con perspectiva de género.

    Estas conclusiones y tomas de posición son rasgos muyinteresantes de dicha crítica y de la literatura que está cons-truyendo, pues parecen constituir un gesto de rechazo a lasposiciones esencialistas, que tiene antecedentes, por lo pron-to, en reflexiones como la que acabo de citar de Julieta Cam-

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    pos. Entonces Escrituras en contraste es un ejercicio dirigido acontrariar la ideología mexicana del género, que profesa eldeseo de que hombres masculinos y mujeres femeninas vi-

    van siempre felices en el equilibrio de una jerarquía hetero-sexual claramente establecida. Que escritoras y críticasmexicanas hayan preferido esta opción podría tratar de ex-plicarse en relación con el predominio de esta ideologíasexista en la cultura mexicana contemporánea, tal como laopción de alguien como Luisa Valenzuela responde a las cir-cunstancias de otro contexto.

    Por supuesto, una opción crítica como la que se dibujaen Escrituras en contraste  implica también un riesgo: si seargumenta que las mujeres pueden escribir como los hom- bres se corre el peligro de subestimar dos fracturas de de-sigualdad o de diferencia que suelen ser cruciales para lapráctica literaria: por un lado, el privilegio masculino en elcampo literario. Quizá puede argüirse que esto ha disminui-do desde mediados del siglo pasado hasta ahora, aunque unaafirmación semejante requeriría una argumentación muy só-lida y cuidadosa; en todo caso, habría que analizar muy seria-

    mente las variaciones del contexto a lo largo del medio siglocubierto por Escrituras en contraste, pues evidentemente lascircunstancias en las que escribieron Elena Garro o AmparoDávila no son las de María Luisa Puga, ni tampoco las deSusana Pagano, aunque no esté muy claro que pueda hablar-se de progreso y a veces parece que se trata más bien dereacomodos, o incluso de un avance de las posiciones mascu-linistas más intolerantes. Y, en segundo lugar, hay que teneren cuenta una pregunta planteada por todas las escritoras

    que han abordado estos temas desde que famosamente lohizo Virginia Woolf: ¿acaso el idioma español es un materialneutral, igualmente dócil y promisorio para un escritor ypara una escritora? ¿Acaso la tradición recibe con la mismaporosidad y fecundidad a unos y a otras? ¿Hasta qué puntola consideración de estas preguntas depende de la voluntadde cada quien y de su proyecto literario?

    Todas estas son reflexiones que se van anotando en losmárgenes de Escrituras en contraste, mientras se descubren

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    nuevas formas de recordar, organizar, leer o escribir la lite-ratura mexicana de las últimas décadas. La propuesta es es-tablecer relaciones entre escritores y escritoras que a veces

    han compartido instantes decisivos de sus trayectorias y hancoincidido en su práctica literaria, pero también convocar aotros que se ignoran entre sí, aunque de alguna manera co-inciden en sus maneras de hacer literatura o bien compartenpreocupaciones respecto al país o al exilio o al momento cul-tural en el que trabajan. De esta manera, se obtiene el pano-rama de una literatura hecha por mujeres y por hombresque leen, escriben, publican, compiten, opinan. Si aún no tra- bajan en condiciones de perfecta equidad (y quizá es unapena no explorar, precisamente, la riqueza proporcionadapor diferencias y proyectos disímiles), sí es necesario ale-grarse porque, al menos, están siendo leídos y criticados entérminos de igualdad.

    Adriana González Mateos

    Sedgwick, Eve Kosofsky: Epistemology of the Closet, University of 

    California Press, Berkeley, Los Ángeles, 1990.

    DuBois, Page: Sappho is Burning,  University of Chicago Press,

    Chicago, 1997.

    Castro, Maricruz, Laura Cázares y Gloria Prado (eds.): Escrituras en

    contraste. Femenino/masculino en la literatura mexicana del siglo

    XX , Aldus/Universidad Autónoma Metropolitana, México,

    2004.