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1 Sobre positivismo y estructuralismo en el Curso de Lingüística general de Ferdinand de Saussure: ¿contradicción o coherencia? Héctor H.G. Velásquez Pontificia Universidad Católica del Perú Es un hecho señalado por todos los historiadores de la Lingüística que la formación académica de Saussure y casi toda su experiencia anterior a los tres célebres cursos que dictó en la Universidad de Ginebra se enmarcaban, en lo fundamental, en las ideas de la visión positivista impulsada por los así llamados neogramáticos de fines del siglo XIX. Paradójicamente, por otro lado, casi todos los manuales de introducción a las ideas lingüísticas ubican su contribución como la columna capital del estructuralismo europeo, vertiente teórica que se desarrolló a partir de la tercera década del siglo XX. Como lo han mostrado muchos autores, particularmente, E. Coseriu, el positivismo y el estructuralismo son dos corrientes totalmente opuestas en sus principios y sus métodos. ¿De qué manera, pues, un positivista como Saussure pudo haber desarrollado una Lingüística general de tal naturaleza que, de ella, pudo desprenderse, poco tiempo después, un cuerpo de ideas tan radicalmente opuesto al positivismo como lo es la Lingüística estructural? ¿Cuáles fueron los elementos del pensamiento de Saussure que lo condujeron, finalmente, a una posición teórica tan alejada de su punto de partida? ¿Hasta qué punto existe contradicción y hasta qué punto existe coherencia en las ideas expuestas en el CLG? La presente ponencia busca dar una respuesta inicial a las tres interrogantes planteadas anteriormente sobre la base de una exploración en el CLG como fuente principal. En síntesis, se intenta mostrar que, si bien su marco teórico y, en tal virtud, las preguntas de base que se plantea a sí mismo a modo de plan de trabajo son claramente positivistas, Saussure no se limita a dicho marco al dar respuesta a tales cuestiones y, al proceder de este modo, se muestra plenamente consecuente en tanto es capaz de extraer los efectos necesarios de sus elecciones metodológicas, aun cuando, al hacerlo, termine por trascender —tal vez, sin percibirlo— su marco teórico inicial.

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Sobre positivismo y estructuralismo en el Curso de Lingüística general de Ferdinand de Saussure:

¿contradicción o coherencia?

Héctor H.G. Velásquez

Pontificia Universidad Católica del Perú

Es un hecho señalado por todos los historiadores de la Lingüística que la formación académica de

Saussure y casi toda su experiencia anterior a los tres célebres cursos que dictó en la Universidad de

Ginebra se enmarcaban, en lo fundamental, en las ideas de la visión positivista impulsada por los así llamados neogramáticos de fines del siglo XIX. Paradójicamente, por otro lado, casi todos los

manuales de introducción a las ideas lingüísticas ubican su contribución como la columna capital

del estructuralismo europeo, vertiente teórica que se desarrolló a partir de la tercera década del siglo

XX. Como lo han mostrado muchos autores, particularmente, E. Coseriu, el positivismo y el estructuralismo son dos corrientes totalmente opuestas en sus principios y sus métodos. ¿De qué

manera, pues, un positivista como Saussure pudo haber desarrollado una Lingüística general de tal

naturaleza que, de ella, pudo desprenderse, poco tiempo después, un cuerpo de ideas tan

radicalmente opuesto al positivismo como lo es la Lingüística estructural? ¿Cuáles fueron los elementos del pensamiento de Saussure que lo condujeron, finalmente, a una posición teórica tan

alejada de su punto de partida? ¿Hasta qué punto existe contradicción y hasta qué punto existe

coherencia en las ideas expuestas en el CLG?

La presente ponencia busca dar una respuesta inicial a las tres interrogantes planteadas

anteriormente sobre la base de una exploración en el CLG como fuente principal. En síntesis, se

intenta mostrar que, si bien su marco teórico y, en tal virtud, las preguntas de base que se plantea a sí mismo a modo de plan de trabajo son claramente positivistas, Saussure no se limita a dicho marco

al dar respuesta a tales cuestiones y, al proceder de este modo, se muestra plenamente consecuente

en tanto es capaz de extraer los efectos necesarios de sus elecciones metodológicas, aun cuando, al hacerlo, termine por trascender —tal vez, sin percibirlo— su marco teórico inicial.

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Positivismo en Lingüística Hacia el último cuarto del siglo XIX, la Lingüística histórico-comparativa se hallaba en un claro

punto de inflexión. Los estudios que se habían iniciado en la segunda década de dicho siglo con un

carácter claramente científico, habían arrojado ya, por entonces, asombrosos resultados en términos de la reconstrucción de lenguas hipotéticas y en la formulación de explicaciones coherentes y

racionales para buena parte del cambio lingüístico observado. Frondosos árboles genealógicos

explicaban el parentesco de lenguas muy diversas, alejadas entre sí temporal y espacialmente. Y,

quizá de manera más radical, la Lingüística como ciencia había ya abandonado la ingenua meta primigenia de buscar una única lengua original para toda la humanidad, esa lengua que explicaría

toda la variación interlingüística observada en el mundo —es decir, la llamada “lengua de Adán”—.

Precisamente, a partir de la plena coherencia entre objetivos y métodos, se había llegado a la conclusión de que no tenía demasiado sentido plantearse esa antigua búsqueda.

No obstante estos resultados alentadores, en el último cuarto de siglo, la Lingüística decimonónica

se vio conmovida por el surgimiento de una línea de pensamiento que exigía para la Lingüística —y para todas las Ciencias Humanas, en verdad— el mismo rigor metodológico que caracterizaba a las,

por entonces, prestigiosas Ciencias Naturales formalizadas, como la Física o la Química, por

ejemplo. Se trataba del positivismo. En efecto, hacia la década de 1870, un grupo de jóvenes lingüistas, los así llamados neogramáticos de

la Universidad de Leipzig, se mostraron disconformes con la Lingüística evolutiva de su tiempo en

tanto esta proponía “reglas” tan generales y laxas que siempre eran seguidas, inevitablemente, por una larga lista de excepciones, anomalías e irregularidades. Frente a esto, los neogramáticos

establecieron que las leyes de cambio fonético debían ser análogas a las de la Física en el sentido de

ser reglas rigurosas e integrales, es decir, que sus eventuales “excepciones” estuvieran, a su vez, regidas por reglas. En palabras del neogramático William Scherer (1875), “Los cambios fonéticos

que podemos observar en la historia lingüística documentada van de acuerdo con leyes fijas que no

sufren ninguna perturbación si no es en consonancia con otras leyes”1. Las leyes fonéticas

positivistas, en efecto, propusieron explicaciones nuevas para las antiguas irregularidades, que ahora ya no eran consideradas realmente como tales, sino solo como manifestaciones de reglas

complementarias a aquellas de las que, supuestamente, eran excepción. Así, con el paso de los años,

fue configurándose, progresivamente, una concepción mucho más sistemática de las lenguas, una concepción que las visualiza como entidades constituidas por conjuntos articulados de reglas de

cambio fónico.

Por otra parte, el positivismo, en su afán a un tiempo taxonomista e integrador en el campo general de la ciencia, buscó los vínculos entre Lingüística e Historia. Su visión de la Historia es sociológica;

en ella, el protagonista no es ya el individuo, sino la sociedad, el grupo o, en palabras del propio Saussure, la masa. Para un positivista de fines del siglo XIX e inicios del XX, las leyes de cambio

fonético son reglas estables, estrictas y rigurosas, pero son distintas de las leyes naturales en tanto su carácter es histórico y no natural. Y, en este contexto, el enfoque histórico es, necesariamente, un

enfoque social, no individual. Las leyes fonéticas son leyes históricas y son aplicadas por el grupo,

no por el individuo.

Así, pues, el ideal científico positivista le dio un nuevo impulso a la investigación de la evolución de

las lenguas y ello, en un marco teórico tal que, en consonancia con su recelo programático frente a

lo no concreto, a lo metafísico, a lo abstracto, privilegió, por una parte, los aspectos físicos, materiales y directamente observables, de los fenómenos de cambio lingüístico y, por otra, siguiendo

su concepción particular de la Historia, enfatizó el protagonismo del grupo humano frente al papel

menos relevante del individuo.

Positivismo en Saussure En el apéndice biográfico de la edición crítica del CLG preparada por Tulio de Mauro, se señala que

el joven Ferdinand de Saussure, una vez concluidos sus estudios básicos en un gimnasio de Ginebra,

asistió a la Universidad de Leipzig, precisamente la cuna del movimiento de los neogramáticos. Allí, hacia 1879, presentó su hoy famosa memoria sobre el sistema primitivo de las vocales en indoeuropeo (Mémoire sur le système primitif des voyelles dans les langues indoeuropéennes). Por cierto, es

de notar que ya en el título mismo de su memoria aparece la palabra «sistema», concepción que será

1 Citado por LYONS, J. Introducción en la Lingüística teórica, p. 28.

Intel
Nota adhesiva
LEYES FÍSICAS DE CAMBIO LINGÜÍSTICO A NIVEL COLECTIVO-HISTÓRICO
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fundamental para su posterior propuesta de objeto para la ciencia lingüística. Al parecer, en esta

etapa de su formación, Saussure consolidó su interés en la Lingüística histórica de su tiempo y, en

tal dirección, asumió, aunque no de manera acrítica, el marco teórico de la Lingüística positivista de los neogramáticos.

Siempre según sus biógrafos, después de Leipzig, las posteriores experiencias de Saussure, como

investigador de la Sociedad Lingüística de París y, más adelante, como profesor de la Universidad de Ginebra, lo ubicaron claramente en la dirección de la Lingüística histórica. En Ginebra, se

encargó de cursos de lengua y literatura alemanas; particularmente, se recuerda el que ofreció acerca de los Nibelungos. Enseñaba también gramática comparada, fonología del francés y versificación en

esta lengua. Cuenta Tulio de Mauro que “durante veintiún años, hasta su muerte, Saussure dicta un

curso completo de sánscrito”2, la antigua lengua cuyo “descubrimiento” por Occidente había llevado

a la aparición de la Lingüística científica hacía poco más de un siglo. Hacia 1907, precisamente hace

cien años, Saussure debió asumir la cátedra de Lingüística general, más por obligación, que por convicción, para reemplazar a un profesor que había anunciado su retiro el año anterior. El resto de

la historia es más conocido: Saussure dictó tres cursos de Lingüística general, entre 1907 y 1911, y

murió en 1913, solo dos años después del último curso. Quiso el destino que él mismo no escribiera directamente la obra que se le atribuye y que, a decir de muchos, constituye algo así como el evento fundador de la llamada Lingüística moderna: el Curso de Lingüística general. Como se sabe, este libro

es, más bien, el resultado de la labor de recopilación y contraste de apuntes de algunos de sus

discípulos.

Positivismo en el CLG En el CLG, el marco positivista es claramente perceptible en la distinción inicial que establece

Saussure entre materia y objeto de la Lingüística. Para él, la materia

está constituida por todas las manifestaciones del lenguaje humano, ya se trate de

pueblos salvajes o de naciones civilizadas, de épocas arcaicas, clásicas o de

decadencia, teniendo en cuenta, en cada período, no solamente el lenguaje correcto y el «bien hablar», sino todas las formas de expresión3.

El objeto, en cambio, es algo distinto. Si la materia es algo así como la fuente general de la cual

muchas ciencias pueden obtener conocimientos apropiados para sus particulares fines, el objeto de la Lingüística es un objeto científico bien definido para una ciencia en particular. El objeto de la

Lingüística no puede ser tan amplio y general como la materia; por el contrario, el objeto de la Lingüística debe ser algo claro, distinto y específico para una ciencia. Precisamente, la pregunta por

el objeto es la que expresa inicialmente el programa o plan de reflexión de Saussure para toda su

visión de Lingüística general: «¿Cuál es el objeto a la vez integral y concreto de la Lingüística?»4.

Nótense los dos adjetivos señalados en esta pregunta programática. Saussure busca, en primer lugar, un objeto integral, no tanto en el sentido de „íntegro‟ cuanto en el de „integrador‟, es decir, busca un

objeto capaz de darle unidad y sentido a los muchos estudios que, de manera fragmentaria y

dispersa, trataban, por entonces, sobre diversos asuntos parciales relacionados con el lenguaje. Sin

ese objeto integrador, el estudio del lenguaje se aparece, a los ojos de Saussure, «como un montón confuso de cosas heterogéneas y sin trabazón»5, precisamente, la pesadilla de un positivista. En segundo término, Saussure reclama para la Lingüística un objeto concreto. Es evidente que, en esta

precisión, se intenta marcar una distancia con cualquier objeto no observable, “metafísico” o

“abstracto”, aquellos, justamente, que eran tenidos por el positivismo como falsos objetos u objetos pseudocientíficos. La precisión es reiterada más adelante, cuando, ya presentada la diferencia entre

lengua y habla, Saussure, como adelantándose a sus críticos, aclara que «La lengua, no menos que el

habla, es un objeto de naturaleza concreta [...]. Los signos lingüísticos, no por ser esencialmente psíquicos, son abstracciones”6. En definitiva, el programa de Saussure toma como punto de partida

la búsqueda de un objeto integral y concreto para la Lingüística. Es este un marco claramente

positivista, en el que solo de un objeto bien definido, integral y concreto es posible hacer

proposiciones dignas de ser calificadas como científicas. Este es el Saussure que, desde el

2 SAUSSURE, F. de. Curso de Lingüística general. p. 354.

3 Ídem., p. 71.

4 Ídem, p. 73.

5 Ibidem.

6 Ibidem.

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positivismo, exige para su propia disciplina el mismo rigor metodológico que observa en otras

ciencias, presumiblemente, las naturales formalizadas, y en esa dirección, propone un objeto único, integral y concreto: la lengua.

La lengua como noción-bisagra entre dos visiones opuestas del fenómeno lingüístico La lengua es, en efecto, para Saussure, ese objeto tan vehementemente buscado, ese objeto concreto

que es capaz de ser tomado como una totalidad en sí y que, al mismo tiempo, puede servir como un

principio de clasificación para todas las demás manifestaciones del lenguaje. La lengua de Saussure se presenta como un sistema de signos de naturaleza exclusivamente psíquica, el cual se halla

completo únicamente en la masa y nunca en un solo individuo. La lengua de Saussure es calificada,

en diversas partes del CLG, como psíquica y social, lo que equivale a decir que, de los variadísimos aspectos de los que está constituido el lenguaje humano, se resaltan esos dos para constituir el verdadero objeto de la Lingüística. Resulta clara la influencia del marco positivista en esta respuesta,

también programática, a la pregunta inicial por el objeto. Lo psíquico es visto como algo concreto,

algo que tiene asiento en un órgano tangible, a saber, el cerebro humano. Lo social es la expresión de la historicidad actual de la lengua en el sentido positivista de lo histórico: solo el grupo es el

protagonista y el individuo es un mero ente pasivo, que se limita a registrar la lengua en su cerebro y

a emplearla, luego, para sus propios fines particulares, pero con la salvedad de que este uso individual, llamado habla, queda situado ya fuera del objeto de estudio de la Lingüística.

Sin embargo, y a pesar del propio Saussure, la noción de lengua, tal como se la presenta en el CLG,

trae consigo ya un primer atisbo de lo que podríamos llamar una nueva concepción acerca del fenómeno lingüístico, a saber, la visión estructural. En efecto, digno es de notar el hecho de que la

lengua, entendida como el resultado de privilegiar dos aspectos de entre los muchos que componen

el fenómeno general del lenguaje humano (el psíquico y el social), es —y no puede ser otra cosa que— una entidad abstracta. Si por la palabra abstraer entendemos „Separar por medio de una

operación intelectual las cualidades de un objeto para considerarlas aisladamente o para considerar

el mismo objeto en su pura esencia o noción‟, que es la definición que propone la última edición del

DRAE para dicho término, entonces, resulta claro que la lengua de Saussure es una abstracción. No hay, en esto, una especial novedad, en tanto que muchos han sido lectores críticos del CLG que lo

han señalado antes. En todo caso, lo que resulta relevante aquí es el hecho de que, al pretender dar

una respuesta clara y categórica a una pregunta positivista, Saussure da un paso en una dirección

distinta, hacia la propuesta de un objeto de estudio abstracto que, precisamente por ello, resulta muy distinto de los objetos de las Ciencias Naturales a los cuales pretendía acercarse en rigor y en

método. Puede notarse en el CLG que la intuición de Saussure, al parecer, lo llevó a vislumbrar la

naturaleza de un objeto que no está dado en la naturaleza por sí y ante sí, con independencia del sujeto cognoscente, sino que parece ser el resultado de la imposición de los requisitos del propio

sujeto que conoce; así, inmediatamente después de su pregunta programática por el objeto, se lee en

el CLG:

Otras ciencias operan con objetos dados de antemano y que se pueden considerar

en seguida desde diferentes puntos de vista. No es así en la Lingüística. [...] Lejos

de preceder el objeto al punto de vista, se diría que es el punto de vista el que crea el objeto7.

Resulta fácil reconocer en la cita anterior la agudeza de quien, anticipándose a su tiempo, rompe,

casi sin querer, el molde positivista para instalarse, más bien, en una visión más relacional y cognitivista, menos material y más intelectual de los objetos de las Ciencias Humanas. De ahí que la

noción de lengua pueda ser vista, en cierto sentido, como una propuesta que, de un lado, mira hacia

el marco positivista al cual pretende responder y, del otro, abre la puerta a otra manera de entender el fenómeno lingüístico.

El signo lingüístico y la noción de valor Si en su proyecto de instituir la lengua como verdadero objeto de estudio de la Lingüística Saussure

ya se aleja en parte del marco positivista que le sirve de trampolín, al entrar más a fondo a la definición y caracterización de la unidad básica del sistema, a saber, el signo lingüístico, se insertará

ya de lleno en la visión novedosa, aquella que se aparta explícitamente del materialismo naturalista

del positivismo.

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En efecto, para Saussure, el signo lingüístico es una unidad exclusivamente psíquica constituida por

dos partes mutuamente complementarias: el significado o concepto y el significante o imagen acústica. En diversas partes del CLG, se reitera la diferencia entre esta última —la imagen

acústica— y el sonido físico, y se enfatiza la mayor trascendencia de aquella frente a este. Por su

parte, el concepto, entendido como la contraparte de la imagen acústica, debe distinguirse también

de la masa amorfa del pensamiento. En su totalidad, el signo y el sistema por ellos constituido quedan caracterizados, así, como una forma, a diferencia de su opuesto, la sustancia, que solo es el

soporte material, como sonido o como pensamiento no analizado, objeto que resulta secundario en

términos de su importancia metodológica.

Resulta evidente que, en esta presentación de la unidad básica del sistema que constituye la lengua,

Saussure nuevamente toma distancia de los presupuestos positivistas más ortodoxos. El signo

lingüístico es también, en este sentido, una entidad abstracta por definición, en tanto que es el resultado de dejar de lado otros aspectos del fenómeno del lenguaje humano, esto es, el sonido y el

pensamiento, a los cuales se los considera accesorios y accidentales.

Sin embargo, aun siendo fundamental, la relación interna entre significante y significado no basta

para dar cuenta cabal de la idea saussureana del signo. Empleando una imagen tomada prestada de

la Economía, para Saussure, todo signo se encuentra inmerso en lo que él considera un sistema de

valores. Una moneda de un franco, dice Saussure, puede cambiarse por algo distinto de sí mismo, por ejemplo, un kilo de pan, o por algo semejante a ella, en tanto perteneciente al mismo sistema,

por ejemplo, dos monedas de medio franco. Al igual que la moneda, todo signo puede relacionarse

con algo distinto de sí mismo, por ejemplo, una idea o un sonido, pero también es posible relacionarlo con otros signos con los que coexiste al interior del sistema. La noción de valor se

deriva, pues, del hecho de que los signos lingüísticos no aparecen aislados en el sistema, sino que

siempre son término de relaciones mutuas de oposición y solidaridad con otros signos. Así, el valor

de un signo puede modificarse sin que varíe su significación, es decir, sin que varíe la relación interna de su significado con su significante, por el solo hecho de que cambien las relaciones que guarda con otros signos. Para citar un ejemplo clásico tomado del CLG, la palabra española carnero

no es equivalente —es decir, no tiene el mismo valor— de la palabra inglesa sheep, pues, en inglés,

para hablar de una porción de carnero ya preparada y lista para ser comida se usa el término mutton

y no sheep. La idea de valor, cree Saussure, puede aplicarse de manera separada en significante y

significado. Al respecto, la conclusión a la que llega al final de su reflexión resulta ya casi totalmente

impensable para la perspectiva positivista más ortodoxa:

Todo lo precedente viene a decir que en la lengua no hay más que diferencias. Todavía

más: una diferencia supone, en general, términos positivos entre los cuales se establece; pero en la lengua sólo hay diferencias sin términos positivos8.

Obsérvese que, según lo que se acaba de afirmar, no hay significados ni significantes per se, dados de

antemano y con entidad propia, independiente del sujeto, sino que, más bien, los significantes y los significados son entidades relacionales, es decir, su identidad se deriva exclusivamente de las

relaciones diferenciales de las que participa en el marco de un sistema lingüístico. Por si quedara

alguna duda de su punto de vista al respecto, añade el CLG:

Ya se considere el significante, ya el significado, la lengua no comporta ideas ni

sonidos preexistentes al sistema lingüístico, sino solamente diferencias conceptuales

y diferencias fónicas resultantes de ese sistema. Lo que de idea o de materia fónica

hay en un signo importa menos que lo que hay a su alrededor en los otros signos9.

Este es, precisamente, el punto de partida de la concepción estructural del lenguaje: la idea de que

una lengua, como sistema funcional, está constituida solamente por diferencias relevantes o, si se quiere, la idea de que la dimensión física o sustancial del lenguaje importa mucho menos que su

dimensión inmaterial abstracta. Este es, precisamente, el punto en el que la Lingüística general de

Saussure se aleja más del positivismo y se acerca más a la idea estructuralista del fenómeno

lingüístico.

8 Ídem, p. 193 (subrayados en el original).

9 Ibidem.

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El estructuralismo en Saussure: a modo de balance final A pesar de lo que se acaba de señalar, es claro que no sería justo decir que Saussure es ya un

estructuralista stricto sensu. Será necesario esperar aún algunos años para que un grupo de lingüistas eslavos, agrupados bajo el rótulo común de Círculo de Praga, inaugure una visión estructuralista

explícita del lenguaje, la que, con los años, se revelaría enormemente fructífera. Pero parece claro

también que los estructuralistas europeos han encontrado en el CLG las raíces necesarias para

configurar un nuevo programa de investigación, fundamentado, a su vez, sobre nuevas bases teóricas. El estrecho marco positivista original pudo ser superado y, en su lugar, fue entronizado el

paradigma estructural, con sus principios de funcionalidad, oposición, sistematicidad y

neutralización10. La respuesta de Saussure a su propio plan de trabajo, de corte netamente positivista, lo llevó a proponer una nueva visión, esta vez, de signo estructuralista. No hay, pues,

contradicción alguna en el CLG de Saussure en lo que se refiere a estas dos grandes visiones del

lenguaje; si acaso, es posible percibir una cierta tensión que suele ser, por otro lado, el preludio de

toda gran creación en el terreno de la ciencia.

Pando, 31 de mayo de 2007

hv.

10

COSERIU, E. Lecciones de Lingüística general, p. 162-169.