INDIGENISMO Y PETRÓLEO EN LA NARRATIVA DEL...

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REPÚBLICA BOLIVARIANA DE VENEZUELA UNIVERSIDAD DEL ZULIA FACULTAD DE HUMANIDADES Y EDUCACIÓN DIVISIÓN DE ESTUDIOS PARA GRADUADOS MAESTRÍA: LITERATURA VENEZOLANA INDIGENISMO Y PETRÓLEO EN LA NARRATIVA DEL ZULIA TRABAJO ESPECIAL DE GRADO PARA OPTAR AL TITULO DE MAGISTER SCIENTARUM EN LITERATURA VENEZOLANA Lic. Camilo Balza Donatti Tutor: Dr. Roberto Jiménez Maggiolo MARACAIBO, Septiembre 2009

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REPÚBLICA BOLIVARIANA DE VENEZUELA UNIVERSIDAD DEL ZULIA

FACULTAD DE HUMANIDADES Y EDUCACIÓN DIVISIÓN DE ESTUDIOS PARA GRADUADOS

MAESTRÍA: LITERATURA VENEZOLANA

INDIGENISMO Y PETRÓLEO EN LA NARRATIVA DEL ZULIA

TRABAJO ESPECIAL DE GRADO PARA OPTAR AL TITULO DE MAGISTER SCIENTARUM EN LITERATURA VENEZOLANA

Lic. Camilo Balza Donatti Tutor: Dr. Roberto Jiménez Maggiolo

MARACAIBO, Septiembre 2009

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REPÚBLICA BOLIVARIANA DE VENEZUELA UNIVERSIDAD DEL ZULIA

FACULTAD DE HUMANIDADES Y EDUCACIÓN DIVISIÓN DE ESTUDIOS PARA GRADUADOS

MAESTRÍA: LITERATURA VENEZOLANA

INDIGENISMO Y PETRÓLEO EN LA NARRATIVA DEL ZULIA

TRABAJO ESPECIAL DE GRADO PARA OPTAR AL TITULO DE MAGISTER SCIENTARUM EN LITERATURA VENEZOLANA

Lic. Camilo Balza Donatti Tutor: Dr. Roberto Jiménez Maggiolo

MARACAIBO, Septiembre 2009

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DEDICATORIA

A la memoria de mis padres.

A María Elisa Silveira, mi esposa

A mis hijos

A mis nietos.

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AGRADECIMIENTO

Agradezco al Dr. Roberto Jiménez Maggiolo, tutor, colega y amigo, su fraternidad y comprensión a lo largo de esta modesta tesis. Agradezco a los profesores de la Maestría en Literatura Venezolana: Fátima Celis, Alicia Montero, Miguel Ángel Campos, Manuel Suzzarini, Irida García de Molero, María Inés Mendoza, Cósimo Mandrillo y Godsuno Chela, su colaboración, corolario de la expresión humana y de la convicción pedagógica.

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RESUMEN Indigenismo y petróleo en la narrativa del Zulia. Camilo Balza Donatti. Facultad de Humanidades y Educación, División de Estudios para Graduados, Maestría en Literatura Venezolana. El presente trabajo es una aproximación al estudio del imaginario zuliano referido a las relaciones del indígena y del petróleo en su ámbito narrativo y su posible concreción en el escritor como una búsqueda que se ve emplazada por otras realidades que lo ausentan de esta visión primigenia de la cultura nacional. Hecho el arqueo de las fuentes documentales disponibles constatamos que los mundos posibles que se originan del acto creativo van paralelos al mundo histórico, es decir, son prácticamente inexistentes, lo que nos motiva a realizar una comparación de contigüidad entre el petróleo y el indigenismo a partir de los textos individuales de algunos autores que tocaron estos temas de manera tangencial, pero sin la rigurosidad que reclamaba dicho fenómeno, que por vía del ensayo encontró su más fiel representación. Palabras clave: Petróleo, indigenismo, imaginario, cultura, narración, sociedad.

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ABSTRACT

Indians and oil in the narrative of Zulia. Camilo Balza Donatti. Faculty of Humanities and Education. Division of Graduate Studies. M A. in Venezuelan Literature.

This paper is an approach to the study of the Zulian imaginary, refers to the connections of natives and petroleum in it´s narrative scope and it´s possibility to define in the writer is like a search but which is replaced by other realities that absent in from the original vision about the first national culture. Tonnage made available documentary sources note that is possible worlds that stem from the creative act are parallel to the historical world; that is to say, are practically non existent this motives us to make a comparison of contiguity between the petroleum and indianism from individual texts of some authors; who touched these topics in a tangential way; but without the rigor that claimed this phenomenon now; that way the essay that found his most faithful representation.

Key Words: Petroleum, Indigenous, Imaginary, Culture, Narration, Society.

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INDICE DE CONTENIDO Resumen . . . . . . . . . . . . Abstract . . . . . . . . . . . . Introducción . . . . . . . . . . . Capitulo I.- Magia y oralidad de un tiempo silencioso . . . . . . . Capitulo II.- El Zulia indígena en la textualidad de sus narradores. José Ramón Yépez . . . Capitulo III.- Irama. Sabanas de Garabuya, Indianismo, Sociología y Amor . . . . Capitulo IV.- Cuando el Parahuachón derrama sus aguas por las sabana de Irurpana . . . Capitulo V.- En las calles de Aciamanis se recogían estrellas y hubo lloviznas de gaviotas . . Capitulo VI.- Indigenismo. Textos breves. . . . . . . . . . Capitulo VII:- El Petróleo y la transformación social venezolana . . . . . . Capitulo VIII.- El Petróleo llega a la narrativa. Mancha de Aceite . . . . . . Capitulo IX.- Mene o el desprendimiento del paisaje . . . . . . . Capitulo X.- Guachimanes, aguafuertes para una biografía de la sombra . . . . Capitulo XI.- Oro negro en el agua, en la tierra, el rostro . . . . . . Conclusiones . . . . . . . . . . . Bibliografía Anexos

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INTRODUCCIÓN

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Puede resultar fácil idear temas y elegir alguno que nos resulte interesante,

agradable y útil. Si todo lo creado por el hombre es cultura, el escenario de

posibilidades es de una vastedad muy singular. Para la confección de este trabajo

hemos elegido dos vertientes consideradas prioritarias dentro del acontecer social y

cultural de nuestro país: el indigenismo y el petróleo, vistos desde la óptica de

aquellos narradores que, dentro del ámbito geográfico del Zulia, los han tomado

para realizar su obra de creación.

Y son, precisamente, dos temas fundamentales por muchas razones. Venimos

de la territorialidad indígena, que es un componente, quizás el de mayor relevancia,

de nuestra identidad. Somos una mezcla racial que asimiló un patrimonio

lingüístico que nos llegó desde Castilla para una nueva comprensión de hechos

futuros que serían el compendio de la historia que hasta hoy hemos vivido.

Tuvimos nuestros cronistas indígenas ¿No es, acaso, un clásico el Inca Garcilaso

de la Vega?

Cuando el conquistador visitó por primera vez estas tierras, muchas tribus

estaban diseminadas en su entorno geográfico. Unas en las orillas del lago, con sus

canoas y palafitos; otras, tierra adentro, sobre las arenas y a la sombra de las

regiones selváticas. Fueron siglos de permanencia, pero desgraciadamente no

tuvimos la potencialidad suficiente para cimentar las bases de una verdadera

civilización. Nuestros aborígenes fueron sedentarios, algunos, y los más, nómadas.

De allí que cuando fueron acosados buscaron regiones apartadas de la geografía, en

busca de una naturaleza que les ofreciera seguridad y subsistencia. Motilones y

yucpas habitan la zona montañosa y selvática del oeste zuliano, cerca de los límites

de la república de Colombia. Quién sabe cuántos siglos de permanencia han tenido

allí, y desde sus sombras luminosas han visto desfilar los procesos históricos de

nuestro país. Han formado parte de esos procesos, aunque sea negado y se los

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presente como los mártires de una eterna resistencia. Ellos han formado parte de la

sociedad venezolana, pertenecen a ella. ¿No somos, acaso, un pueblo de mestizos?

El dolor histórico de América no es solamente de los indígenas, sino de todos.

Consideramos que el elemento negro ha tenido en nuestro país mayor

resonancia que el indigenismo en el ámbito de la narrativa. Mientras hallamos

textos de la calidad de “El Mestizo José Vargas”, de Guillermo Meneses; “Pobre

Negro”, de Rómulo Gallegos; o “Nochebuena Negra”, de Juan Pablo Sojo, en la

narrativa sobre el indigenismo ha sido tímida. La inicia José Ramón Yépez, con

sus textos”Anaida” e “Iguaraya”, que marcan el punto de partida; Julio Calcaño,

autor de “El Rey de Tebas”; y Rosina Pérez, autora de “Guaicaipuro”. Sobre esta

última obra, el crítico Guillermo Yépez Boscán, nos dice:

“Guaicaipuro”, de Rosina Pérez, es un relato, es un relato histórico de la conquista, con muy pocas características novelescas. Sus páginas se agotan en la narración histórica de las luchas del gran cacique de Los Teques y Caracas. Adolece de descripciones y diálogos; podemos decir, sin exagerar, que no existen tales formas elocutivas en la obra de la desconocida autora. No puede considerarse a “Guaicaipuro” como creación indianista, dada la carencia de elementos característicos confortantes de la novela indianista romántica” (Yépez Boscán, 1965:30)

El juicio del mencionado autor le niega toda característica novelesca a

“Guaicaipuro”, por la manera de enfocar el contenido histórico de la misma, razón

por la cual “Anaida” e “Iguaraya” quedan solas en el camino de nuestra narrativa

indígena preliminar.

La novela indianista está en otras latitudes de América: Bolivia, Perú, Ecuador,

México, donde quizás el dolor del indio fue más hondo, impregnado de socavón y

de altiplano. Sería prolijo enumerar obras y autores, desde el surgimiento de esta

narrativa en las últimas décadas del siglo XIX, después de la especie de proclama

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hecha por Manuel González Prada en 1888, a raíz de los sucesos bélicos con Chile.

Hasta ese momento parece que muy pocos se habían dado cuenta del dolor del

indio peruano habitante de la sierra. Y es una mujer, precisamente, la que da inicio

a este ciclo: Clorinda Matto de Turner, cuzqueña, con su novela “Aves sin nido”,

(1889). Continúan otros autores: Enrique López Albújar, “Cuentos Andinos”,

(1920); Abraham Valdelomar, “Los Hijos del Sol”, (1921); César Vallejo,

“Tungsteno”, (1931); José María Arguedas, Awuar Fiesta (1941) finalmente llega

el gran novelista del indio, Ciro Alegría, con “Los Perros Hambrientos” (1938) y

“El Mundo es Ancho y Ajeno”, (1941). Otros autores que han enriquecido su

narrativa con el tema del indio son; Alcides Arguedas, de Bolivia, con “Raza de

Broce” (1919); en Ecuador, Jorge Icaza, con “Barro de la Sierra” (1933) y

“Huasipungo”, (1934); Jorge Chaves, “Plata y Bronce” (1925); en México,

Heriberto Frías, con “Tomochic”, (1905) y Mariano Azuela, con “Los de abajo”

(1916), novela de los desposeídos en la revolución mexicana. En todas estas obras,

el indio americano es el protagonista, con su dolor y su altivez. La obra de Yépez

es anterior a las que hemos mencionado (1862), y esto lo ubica como el precursor,

o quizás uno de ellos, de esta narrativa en América.

El tema del indio ha tenido una singularidad muy especial a través de todos los

ciclos literarios de América, desde el momento de su descubrimiento. Aída

Cometta Manzoni ha realizado estudios de reconocida importancia, y hecho un

análisis exhaustivo de textos y autores. “Desde el momento en que América nace a

la conciencia del viejo mundo, surge en la literatura un tema nuevo, cuya riqueza y

originalidad serán convenientemente aprovechadas por los escritores de entonces.

En efecto, el nuevo mundo descubierto por Colón, amplió de una manera notable el

campo de inspiración literaria, con un paisaje y un tipo humano hasta entonces

desconocido. Los primeros relatos de cronistas y conquistadores abordan ya el

tema y, casi toda la literatura que durante la colonia se escribe en el continente,

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acoge al indio y su medio físico como motivo literario de preferencia.” (Cometa

Manzoni, 1960:7).

Y es oportuno destacar que la importancia del indio como tema para el escritor

no se queda en este período, sino que va en ascenso, y cuando llega la época

romántica y la de movimientos sociales, se hace más ostensible, y el indio pasa a

ser protagonista de grandes textos narrativos del continente. Podríamos decir que

era un excedente humano, y como tal utilizado para los menesteres de toda

servidumbre; y que los hombres venidos de otras latitudes habían olvidado que él

era el único hombre de América, el dueño de su geografía total. Ese fue el primer

olvido, y se ha prolongado demasiado.

Muchos de los textos que hablan del universo indígena, provienen de los propios

grupos que subsisten, guardianes celosos de sus tradiciones. Investigadores y

copistas han llegado hasta ellos, y a través de la tecnología comunicacional, se ha

logrado el rescate y la difusión de textos que nos hablan de la tierra y del hombre,

con sus hábitos, tradiciones y costumbres. Poetas y escritores hay dentro de los

grupos que exhiben su obra de creación, cuyas vivencias, sombras y luminosidad,

son el cauce aluviónal del tiempo y de la raza.

Ese complejo mundo de nuestro pasado, circunscrito al Zulia, y enfocado desde

los ángulos de la narrativa moderna, constituye uno de los objetivos de este trabajo.

Cómo han visto y enfocado, autores como Rómulo Gallegos, Elías Sánchez Rubio,

Magello Quintero Valencia y otros, ese complejo mundo que forma parte de la

sociedad zuliana y de su acontecer histórico. Cada autor a su manera dentro de un

ámbito social y geográfico determinados.

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El segundo objetivo está centrado en el petróleo, protagonista de la inesperada y

quizás increíble de las transformaciones de nuestra sociedad. País deshabitado,

víctima de las endemias tropicales y azotado por las montoneras de los caudillos

regionales, se convirtió de repente en un desbarajuste, en un collage humano y

verbal. Podemos decir que pasó de una desintegración a otra, que al comienzo fue

considerada como una redención providencial, pero que al final resultó falsa, por la

carencia de gobernantes capaces y con plena conciencia del dolor de Patria,

Debemos dejar claro el hecho siguiente: Hemos elegido estos dos temas,

indigenismo y petróleo. Son pertenencia de esta región por razones sociales e

históricas, sin ignorar, lógicamente, que pertenecen igualmente a otras dentro de

nuestra totalidad geográfica. Nuestra búsqueda está en el ámbito de la narrativa

local, en los textos que hemos considerado de mayor trascendencia, en ambas

vertientes; pero cada río va por su cauce natural; no hay afluencias del uno hacia el

otro, corren paralelos. si no en el tiempo, sí en la modernidad Un río de cierta

mansedumbre; y otro, de una desbocada turbulencia.

Un fenómeno de tal naturaleza no podía pasar desapercibido por los hombres

dedicados a la escritura y partícipes muchas veces de la tragedia de los escenarios:

Gustavo Luís Carrera, en su estudio sobre la novela del petróleo hace un minucioso

análisis a nivel nacional de las obras centradas en esta temática, desde los

comienzos del pasado siglo XX. Obra de obligada consulta, a pesar del escaso

valor que le asigna a la narrativa nacional sobre el petróleo. Este autor dice:

“Este libro versa sobre una novela que no existe”. Y no hay en ello ninguna hipérbole. No se da en Venezuela una novelística del petróleo, como por ejemplo, esta presente en el ámbito hispanoamericano una novelística de la revolución mexicana, o siquiera con la condición irregular con que si hay una novela venezolana de la dictadura gomecista”.

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“No quiere esto decir sin embargo, que se va a tratar aquí de enjuiciar una por completo ausente novela del petróleo en Venezuela. Pero sí queda establecido, de entrada, que será más una labor de rastreo y determinación de trayectorias y significaciones, que un análisis claramente señalado en su ruta por variadas obras de reconocido y evidente valor histórico-literario. Así, en ese seguir la huella petrolera a veces se hará referencia a producciones carentes de real importancia en la historia de la novela venezolana, y a otras o las mismas de escasa o ninguna categoría literaria artística digna de consideración”.(Carrera, s/f: 27).

Carrera dice que la novela del petróleo no existe; y seguidamente sostiene que

no está del todo ausente. Al revisar la bibliografía nacional podemos darnos cuenta

de la existencia de muchos textos relacionados con el tema, y que él comenta y cita

cronológicamente en su interesante estudio. Se refiere, lógicamente, a que la obra

fundamental no se ha escrito y que sólo puede hacerse referencia a ciertos trabajos

carentes de relevancia en el contexto de la novela nacional.

Estamos en presencia de dos escenarios antagónicos. Uno se pierde en la

sombra del tiempo, o regresa, mejor, desde esa noche del tiempo a la modernidad; y

el segundo, aún narra su historia, redentora o trágica, con grandes signos

escriturales de color negro intenso. Autores nacidos o no en el Zulia, tomaron estos

temas, quizás en una forma exploratoria, y fueron incorporando el elemento

indígena en el contexto suigéneris de una literatura incipiente y local. El petróleo,

por otra parte, impactó las bases de una cultura tradicional y creó un nuevo

escenario expresivo, estético y social; estético, por el hecho de haber originado una

nueva temática en el campo de la literatura nacional: la narrativa del petróleo, con

las aparición de las primeras novelas: “Mancha de Aceite” (1935), de César Uribe

Piedrahita; y “Mene”, (1936), de Ramón Díaz Sánchez. En lo social se venía

gestando un movimiento que culmina con los sucesos estudiantiles de 1928, cuyas

consecuencias bien conoce la historia; se deja sentir la presión de los grupos

laborales que se hace realidad en 1936, con la memorable huelga petrolera de aquel

año y la aparición de la primera Ley del Trabajo. Se inicia un periodismo activo y

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de combate. El petróleo ha sido elemento de dinero y de política, falsa política; y

consideramos superior y más abundante que la narrativa, la textualidad ensayística

sobre su relevancia, complejidad y miseria Palabras dolorosas pero de una cruda

realidad son las de Rodolfo Quintero cuando dice:

“El hombre venezolano continúa sin ser él mismo, no ha logrado vivir en estado de síntesis creadora con otros seres y cosas; no piensa ni actúa por sí mismo. Se mantiene tenso, apasionado o pusilánime, temeroso de la autoridad, acobardado, timorato, conformista, hombre gregario. La cultura del petróleo lo hizo un hambriento del confort, lo corrompió, lo situó en un mundo donde se concibe la personalidad como un artefacto que no debe gastarse y para conseguirlo lo mejor es no usarlo, automatizando las emociones…” (Quintero, 1978:4).

Con suficiente importancia, o carentes de la relevancia necesaria, esas vertientes

existen en los textos narrativos del Zulia, y constituyen materia de obligado

estudio para su comprensión geopolítica, étnica y social.

Para la confección de este trabajo hemos utilizado un método crítico-

descriptivo, la intención del texto en los ámbitos temporal y espacial, su existencia,

como relevancia de un contexto que pertenece a lo histórico, a lo social, al

abolengo del lenguaje. La existencia de un texto, así sea en los límites de una

aparente marginalidad, incorpora a su autor a la comunidad que lo produjo y al

concierto total. Cada lenguaje tiene su simbología. Esta literatura escrita sobre el

indio y el petróleo, por autores zulianos o de otras dimensiones geográficas, es del

Zulia, de Venezuela y de la comunidad universal de la palabra.

Hemos dividido este modesto trabajo en once capítulos. El primero es un

imaginario venezolano y del Zulia; el indio, la transparencia de su mitología, la

errancia y permanencia de sus dioses, el indio y su antigua soledad como materias

del poema, el hombre de hoy llegado desde la noche indígena. Muchos poetas

venezolanos, y especialmente del Zulia, han tomado al indio como un ente esencial

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para darle vigencia en el tiempo a esa herencia jamás desintegrada de su quehacer y

de su espíritu.

En el segundo capítulo se da inicio a la textualidad indígena en el Zulia por

parte de los narradores, y ocupa sus espacios José Ramón Yépez, con el comentario

de sus obras “Anaida” e “Iguaraya”, que marcan el inicio de dicha temática en

nuestra literatura.

El capítulo tercero reseña la novela “Irama” (1921), de Elías Sánchez Rubio,

poeta del Zulia, inmerso durante sus años juveniles en ese mundo fantástico de la

Guajira de ayer. Texto de un hondo contenido romántico y sociológico, quizás visto

con cierta indiferencia por la crítica, no preocupada por el análisis de sus valores

esenciales para un estudio de la región y de sus gentes.

El capítulo cuarto corresponde a la novela “Sobre la misma Tierra” (1943), de

Rómulo Gallegos. Para algunos autores esta obra involucra al novelista en su

último paseíto por la periferia de nuestra geografía marginal; llegó, tomó algunas

medidas con una pequeña cinta métrica y se fue. Para nosotros esta novela tiene

valores fundamentales; después de Yépez y casi a ochenta años de distancia, es la

primera novela venezolana sobre el indio y sus grandes problemas sociales. Lejos

de Yépez en intención, estilo y época, cuando eran proverbiales los amores de

salvajes en los medios agrestes del nuevo continente. Gallegos va al indio, al

petróleo, al paisaje, a las aguas del Lago y de los ríos, a la ciudad, al hombre.

El capítulo quinto corresponde a la novela “Aciamanis” (1993), de Magello

Quintero Valencia, un imaginario sobre su tierra elaborado con el sabor y el color

de la sal. Sinamaica es una pausa en el camino, cerca de la laguna donde sueñan

los juntos y se guarda la memoria del indio. Quintero Valencia es un conocedor de

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los despojos y de la historia de su tierra y ha elaborado un breve compendio digno

de un análisis semiolingüistico.

El capítulo sexto, y último correspondiente al indigenismo, está dedicado a

textos breves, en primer lugar a la novela “Ziruma” (1976), de Guillermo Ferrer,

referida al indio wayúu, no en las Sabanas de la Guajira, sino en el entorno de la

ciudad de Maracaibo, cuando un grupo de miembros de esta etnia fue traído a vivir

en ella, en la década de 1940, con la finalidad de alejarlos de su habitat y

enseñarlos a vivir civilizadamente. Se comentan igualmente tres cuentos

mimeografiados: de Abraham Belloso, “Los ojos de Zulamy”; de Carlos Alberto

Jugo, “Irúa”; y de Pedro Luís Padrón “El indio Manuel”. Y finalmente el relato

“Pobres Palafitos”, de Flor María de Guillén.

El capítulo séptimo da inicio a la temática del petróleo, fenómeno que

transforma la sociedad venezolana. Es muy escasa la narrativa sobre el petróleo, y

ya hemos hecho énfasis de que ha sido el ensayo el encargado de analizar sus

consecuencias. Sin embargo, hay textos de cierto valor que nos impiden ubicarlo

como ausente definitivo de la narrativa nacional.

Y precisamente, el capítulo octavo reseña la primera novela sobre el petróleo:

“Mancha de Aceite (1935), de César Uribe Piedrahita, un médico de origen

colombiano que prestó servicios en los campos petroleros del Zulia en la década de

1920. Al tomar como base ciertas experiencias personales y acudiendo a fuentes

referenciales, crea un imaginario tipo novela flash, que publicada en la época

señalada, vino a ser conocida prácticamente en Venezuela, setenta y cinco años

después. Sin embargo, se la ha catalogado como la primera novela del petróleo,

por lo que correspondería a “Mene”, un segundo lugar.

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El capítulo noveno está dedicado a “Mene” (1936), la novela de Ramón Díaz

Sánchez dedicada al petróleo. El autor fue testigo presencial de muchos hechos de

la época, por su permanencia en la zona, su condición de periodista y su contacto

diario con todos los escenarios sociales. Es ésta una novela que se inicia con la

revisión de un paisaje primario que desaparece luego para dar paso a los espejos de

la tragedia humana.

El capítulo décimo se ha destinado al comentario de “Guachimanes” (1954), de

Gabriel Bracho Montiel, texto que hemos llamado “aguafuertes para una biografía

de la sombra.” El autor es nativo del Zulia, y consideramos que es el único zuliano

que ha llevado esta temática a la narrativa con la crudeza necesaria y el

conocimiento pleno de hechos y consecuencias.

Concluye nuestro trabajo con el capítulo once, dedicado a los cuentos en los que

algunos autores han tomado como tema esencial la problemática del petróleo y sus

consecuencias en los escenarios sociales y políticos del país. Cinco autores han

sido incluidos en el capítulo: Ramón Díaz Sánchez, con sus textos “Fuga de

Paisajes” “Cardonal”, (1941), incluidos en su libro de relatos “Caminos del

Amanecer” (1941); Adriano González León, con su cuento “En el Lago”, de su

libro de relatos “Las Hogueras mas altas” (1957); Valmore Rodríguez, con su

cuento “El Mayor”:; Arturo Croce, con su texto narrativo “Taladro” (1954) y

finalmente, Camilo Balza Donatti, con el cuento “En la Torre del Humo”, incluido

en su libro de relatos “Las Catedrales Azules” (1993). Cinco autores con estilos

diferentes pero que convergen en el estuario final, donde se diluye el paisaje y la

superficie del lago es la misma, oleaginosa, llena de tablas y de protestas de

algunos de los hombres que permanecen allí, por haber sembrado su hidalguía y

su amor a la tierra.

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CAPITULO I

MAGIA Y ORALIDAD

DE UN TIEMPO SILENCIOSO

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El grito y los silencios

Los únicos ruidos que pudo escuchar el hombre en esa época –del continente

indígena- fueron de origen terrenal: volcanes, terremotos, huracanes, maremotos y

demás fenómenos con que el planeta impresionaba al hombre. Este no conocía las

tecnologías del ruido y por eso tenía gran similitud con el silencio, que compartía

con el tiempo y con sus dioses. El grito era él mismo y lo escuchaba a través de la

magia y de las divinidades, ocultas todavía en los tepuyes que vigilan los

horizontes de la geografía continental. Al mencionar el ruido debemos aclarar que

nos referimos a los grandes ruidos, creados hoy por el hombre: aviones, tanques de

guerra, bombas atómicas, acorazados, dinamitas, etc. Nuestros aborígenes sí

conocían el ruido, lógicamente; el ruido del viento y de la música, el sonido del

caracol marino que le enseñó la resonancia cósmica.

Por eso sus comarcas fueron de encantamiento. De la levedad de las cumbres

solitarias donde habita la nieve, en los altiplanos donde los rumiantes compartían la

diáspora del viento, en los valles por donde cantaban los rumores del agua y la flor

silvestre exhibía su ebriedad de colores. Era la geografía de los astros, de las

noches con sus quenas dolientes, de las antaras llamando a guerra y de los días

luminosos. Los grandes imperios de Dios y del hombre, la soledad y la errancia de

Dios y del hombre.

Autóctono o venido de otras latitudes, el habitante prehispánico de América fue

modelado quizás por el paisaje. El indio de las punas era melancólico, y continúa

siéndolo, lo que se refleja en su poesía y en su música; los calchaquíes y diaguitas

eran del horizonte abierto de las pampas argentinas; los caribes fueron navegantes

indómitos por los mares abiertos y por los grandes ríos, mensajeros de los misterios

selváticos. Los indígenas venezolanos, nómadas o sedentarios, no tuvieron la

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visión social y política de otros grupos continentales, con la excepción de algunas

comunidades como la timoto-cuica en la zona andina. Tuvimos un universo

indígena sin relieves, aunque sí algunos grupos aguerridos para la defensa de sus

territorios durante los días de la conquista.

¿Cómo construir un imaginario indígena? Es muy vasta la dimensión de aguas

y bosques; por allí caminan todavía los dioses, ocultos en las rocas y en las densas

nubes de la noche. El sonido de las antaras llaman a guerra; y la quena deja oír su

llanto de sol y raza en el silencio de los altiplanos. Nosotros, indios, habitamos el

continente todavía. Yo sostenía en mis manos la imagen de los dioses. No tiene

fin la música del agua y la tocaba en mi caracol para poder oír la resonancia

cósmica.

El continente americano, y especialmente Venezuela, son imaginarios de magia

desbordada, atrapada en parte por la poesía de aquellos que han sabido encontrarla,

y que ven, en la simplicidad de la arcilla, la música de la mano alfarera; y en la

imagen del indio, el regreso de los dioses y la luminosidad de las noches indígenas..

El indio vive en la textualidad americana: en la poesía, en la música, en la

narrativa, en la voz y en la protesta de los densos grupos humanos.

En las sabanas orientales de Venezuela viven los cariñas, dueños de la palma

moriche que en su mitología sirvió para repoblar el mundo devastado por las aguas.

Amalivaca, el Dios Creador, eligió a una pareja para que llevase a cabo esta misión.

Por las aguas de los morichales transparentes que surcan las llanuras, va la voz del

hombre que se perdió en la noche pero que está allí, presente, todavía.

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Por el mar iban los guaiqueríes y caribes galopando sobre la cresta de las olas;

venían desde los grandes ríos y conocían el misterio de los bosques y de los

horizontes. Para ellos el mundo era azul y no tenía fronteras.

Por el Antabare, Parapapoy y más allá, van los kamaracotos y pemones, dueños

de una profunda música fluvial, que unida al mundo de sus cosmogonías, convierte

a esa gran selva donde habitan en territorio mágico.

Más al sur, por el estuario del Ventuari y más allá del brazo Casiquiare,

makiritares y piaroas, en la vigilia de sus espíritus y en la simbología del pijiguao,

del agua y de los árboles-

Por los desfiladeros fríos de la montaña, los mirripuyes escuchan todavía el

volar de las Cinco Aguilas Blancas de Don Tulio Febres Cordero. Los ciparicotos

cosechaban flores en el valle de Uadabacoa, cuando las mujeres estaban más bellas

y había luna menguante.

Y en el Lago de Maracaibo hay palafitos donde se recrean las estrellas dispersas

y los dioses vigilan las sombras y los caminos del agua. Venezuela es un

imaginario indígena y cada nombre los recuerda: Caracas, Teques, Piacoa,

Mariguitar, Curumutopo, Mapire, Guasey, Atarigua, Curarigua, Zazárida, Boraure,

Mitare, Alitain, Jarara y miles de palabras que identifican nuestra territorialidad

brillante y majestuosa.

Todo ese universo mágico, espiritual y geográfico lo han tomado los poetas

como símbolo para la supervivencia de la raza. Pío Tamayo escribió:

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Sangre en sangre dispersa,

almagre oscuro y fuerte,

estirpe jirajara,

Cacique Totonó:

baile de Piaches,

rezo de quenas.

Soy Indio Tocuyo

Yo.

(Homenaje y demanda del Indio)

Y Rafael Yepes Trujillo, al evocar su Lago, escribe:

Soi el Lago de los Mara, soi el Lago de las linfas

embrujadas, el cristal de las leyendas

donde el indio con sus trémulas curiaras

era un eco, no aprendido, de la vida gondolera,

de la vida gondolera que se agita

en los diáfanos canales de Venecia.

………………………..

Por las almas encantadas de Tamare y de Maruma,

que dormidas en mi seno van rimando cantilenas,

llevo el mito legendario

d ser numen de poetas;

muchos tuve, i entre todos, al crisol de las edades,

modelé mi Musageta:

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era el bardo de las “Nieblas”, que tejía madrigales

delicados i intentes como perlas,

i que ungido por la hoz de su destino

me dio el canto de la vida con su nota postrimera.

(El Lago que habla)

José Ramón Ortega, un poeta marense, escribe:

Lago indio de ZAPARA,

de Bobures y Mojanes,

pescadores de caimanes,

de arpón, de anzuelo y curiara.

Lago del valiente Mara

y de su raza aborigen,

y de la CHINITA VIRGEN

que en la Tablita arribara

Lago de la tribu ignara

de Quiriquires y Toas…

de chinchorros y canoas

y de la chicha en tapara.

Lago azul de Yaurepara

i de su guaricha Irúa,

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cuando en su hermosa falúa

surcaron la linfa clara.

(Redondillas)

Y Camilo Balza Donatti ha escrito:

Los dioses habían construido sus moradas

sobre la densa lejanía de mis brazos.

Estaba sentado en medio de las aguas

y tocaba en un caracol de cielo y agua

la música infinita.

………….

Estaba solo entonces

subido en la montaña más alta de mi sangre,

acostado en los valles donde luceros del silencio

compartían la claridad y el desvelo,

navegaba por ríos nacidos de mis ojos

tributarios de la soledad que hoy se derrumba.

…………….

Oh tierra de mis dioses lejanos!

A los pies de la aurora yo sembraba el aroma

de las flores agrestes; los ríos cantaban

y corrían sobre las piedras de mi voz

y conducían la soledad y el canto

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hacia la aurora

donde la imagen de mi sombra era una cruz de olvido..

……………..

Habito un continente

donde muchos milenios caídos en la sombra

buscan el universo.

(Habito un Continente)

El indio americano tuvo su poesía, inspirada en su mundo metafísico y real. La

muerte, los dioses, las aguas, las flores, las piedras preciosas, la esencia de la vida y

todo aquello que lo rodeaba, configuraba el universo de su palabra y de sus actos.

Y esa poesía vive y nos habla de aquel otro universo que se quedó perdido entre

los fantasmas de la tierra y el cielo. especie de prehistoria inencontrable. Vinieron

después los otros poetas, cantores sobre los vestigios del hombre y de su raza Y lo

llamado realismo mágico o real maravilloso, permanece aquí sobre ríos y volcanes.

¿De dónde vino la magia de ese mundo? ¿Cuál fue el origen de los seres que lo

poblaron? Allí está el contexto de las cosmogonías. José Ángel Fernández prologa

el libro de Javier Iván Añandón Chincai, “Relatos de la selva resplandeciente”, y

dice:

“La misión de Sabashseba era enseñar a los primeros barí sus conocimientos, el don de la riqueza, sobre la caza, la pesca, cultivar la tierra, trabajar, mantenerse unidos, amar la tierra. Así Sabashseba al sentirse acompañado por la naturaleza, probo la tierra cosechando piñas, yucas, plátanos, frutas de diferentes gustos. Unos días después de un largo trabajo decidió recorrer lo cultivado, al estar rodeado de piñas amarillas y tomando una de ellas, la partió en pedazos iguales para saciar el hambre que tenia; al observar las partes vio de ellas parejas sonrientes meciendose en chinchorros”

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“Por segunda vez, escogió una de las piñas enormes, y para probarla la volvió a partir en pedazos iguales; inesperadamente observó cantidades de familias alegres y les dijo: “Ustedes hijos, creados de la piña amarilla se llamaran barí” Sabashseba al ver la sonrisa de sus criaturas les volvió a decir: “Seres queridos de esta bella tierra, renacerán, heredaran familias, se multiplicaran y regresaran al cielo para estar junto a sus hermanos”. (Fernández, 1998:6)

Este es el origen de los barí, antiguos motilones de la Sierra de Perijá y del

Catatumbo Nacieron de la piña como los tamanacos de la palma moriche; otros del

maíz y del barro. ¿Cuál es el origen de estas creencias? Podríamos decir que el

desconocimiento del hombre sobre su propia esencia.

“¡Tenían los mayas recibida una vetusta y venerada tradición respecto al origen

del mundo, la cual guardaban consignada en los libros del Chilan-Balam”.

“Resumido el complicado relato, la creación del mundo habría acaecido del

tenor siguiente: Entre dos grupos de dioses estalló una lucha, de la cual salió

triunfadora la partida integrada por nueve dioses llamada Bolontiku, la cual despojó

a la facción vencida de todos sus celestes atributos.

Los dioses vencedores prepararon todos los elementos cosmogónicos, los

reunieron y, mezclándolos convenientemente, formaron la corteza terrestre

Para sostener el cielo, ordenaron a cuatro dioses, que son los Bacab, colocarse

en los cuatro puntos cardinales: el Oriente, el Mediodía, el Norte y el Poniente.

Después de formada la Tierra y cubierta ya de vegetación exuberante, y habitada

por toda clase de animales, empezaron a poblarla bárbaros y rudos, y tan perversos

y viciosos, que los dioses los destruyeron anegando la Tierra con un diluvio”

(Izquierdo Gallo, 1955:158).

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Es curioso que en los relatos y leyendas de casi todos los pueblos de América

esté presente este diluvio, como lo está en la Biblia de los cristianos. ¿Originalidad

en los relatos? ¿Metieron allí su mano los religiosos que vinieron en los barcos

conquistadores? No olvidemos que fueron ellos los primeros intérpretes.

“Ante el fracaso de la primera creación, los dioses tratan de formar nuevos seres capaces de tributarles homenaje “fabricando de barro húmedo sus carnes. (Villacorta), “de tierra, de lodo hicieron la carne del hombre (Recinos) como en la antigua concepción hebraica. Pero en el acto notaron que las criaturas formadas no tenían consistencia, pues se deshacían al ponerse en contacto con el agua, eran informes, parecían “un montón de cieno, en el que se veía un pescuezo, una boca muy ancha con ojos que no miraban sino para un lado, y sin cabeza” (Villacorta).”Sólo cuello era la cara” (Recinos) Sentían hablar pero no sentían” (Villacorta).”Carecían de entendimiento” (Recinos). Entonces Ajtzak y Ajbit les dijeron: “Sólo existiréis hasta que vengan los nuevos seres. Lucharéis para procrear y multiplicaros (Villacorta). Después aniquilaron su obra, pensando en la manera de formar criaturas que supieran ver, comprender e invocar a sus criaturas”. (Girard, 1952:49)

Según las concepciones del Popol Vuh, o libro sagrado de los mayas-quichés, de

las tierras altas de Guatemala, hubo dos ciclos vitales; en el primero, el hombre

desaparece por inconsistencia; y en el segundo, va poco a poco adquiriendo su

vitalidad y desarrolla su afecto hacia las labores agrícolas y la veneración hacia sus

dioses.

“¡Al explorar Colón, en el año 1498, las costas del golfo de Paria, en el Oriente de Venezuela, reparó en la extraña veneración que los indígenas profesaban a un árbol, al cual ellos distinguían con la evocadora denominación de Árbol de la Vida.

No pudo por menos el Almirante de las carabelas, de inquirir la razón de estas cosas tan llamativas, a lo que satisficieron los naturales, refiriéndole la tradición que ellos tenían recibida de sus antepasados acerca de un diluvio, que en los tiempos antiguos, destruyó, por divino castigo, el linaje de los hombres. Nombraron los indios de Paria a Amalivaca, a quien todos los pueblos caribes conocen con el título de “Padre de los Hombres”, que es lo mismo que decir Dios

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o Creador. Y contaron que, cuando ya el diluvio empezaba a anegar toda la tierra y a destruir a todos los vivientes, Amalivaca apareciese a dos consortes que por sus virtudes excitaron su compasión, y los exhortó a buscarse refugio en la cima de la montaña de Tamacú, cerca de las orillas del Asirerú”.

Después que el diluvio hubo cesado y las aguas fueron retirándose de la sobrehaz de la tierra, volvió Amalivaca a ver y consolar a la feliz pareja, salvada de la universal catástrofe, les certificó que no iba a durar mucho su soledad, y les explicó el modo de repoblar ellos rápidamente el mundo universo. Dijoles que debían buscar el Árbol de la Vida y sus frutos arracimados debían tirarlos por encima de sus cabezas. Y de esa manera tan sencilla aquella pareja humana repobló el mundo, pues que los frutos, al caer en tierra se convertían unos en hombres y otros en mujeres, por obra y virtud del omnipotente Amalivaca”.

¡El Árbol de la Vida que nos recuerda al del Paraíso perdido, parece identificarse en la mente de los caribes con la palmera moriche”. (Izquierdo Gallo, 1955:202).

Aparece nuevamente el diluvio, y llama la atención el hecho de que los indios

de la península de Paria, le hayan contado a Cristóbal Colón con lujo de detalles

estos hechos maravillosos del dios Amalivaca. ¿En qué idioma pudieron

entenderse? Es algo que solamente pertenece al mundo mitológico del indio; así lo

han recogido los tradicionistas y religiosos en su labor de pedagogía cristiana.

“La fauna juega un importante papel en la mitología yukpa. La preponderancia en la tierra la tienen los animales en un Primer Momento Mítico y, así, el Supremo Creador, Amoretonché, ordena al pájaro carpintero, Sakúrare, que incube su obra definitiva, el pináculo de su creación: el hombre. Cuando el hombre cae en desgracia por haber desoído las normas de su Creador es convertido en animal, dando origen a la diversidad faunística. Sólo una mujer pura se salva, y en su unión con la Divinidad procrea una nueva generación humana que se amolda a una nueva situación en la cual los animales compartes el mundo”. (Lira Barboza, 1999:60).

“Del penacho de la garza arrancado entero, salió el primero y más valiente

porauca de todos las rancherías, que se llamó Alile y dio con el tiempo su nombre a

la tribu”. (Yépez, 1958:9).

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“Los toltecas fueron todavía en mayor medida objeto de la fantasía de los aztecas. Aparecen en varios relatos como un pueblo legendario que habita un país de fábula. El texto de Sahum habla de ellos como de los primeros de las cuatro edades prehistóricas, “Muchos detalles nos hacen pensar que los toltecas, junto con su soberano eran seres lunares; el dios de la luna se llamaba entre los aztecas “El del país del caracol marino”, y era igualmente dueño de todas las riquezas. Pero en su conjunto el reino mítico de Collán, del que se derivó el nombre de los toltecas, correspondía probablemente, según afirmamos arriba, a la descripción poética de un paraíso terrenal, tal como lo asevera K. Th, Preuss. De este reino provienen, según los aztecas, todos los seres medios de sustento y tesoros de la tierra; era el lugar

Donde el agua azul se extiende

y se elevan los blancos juncos, donde los blancos carrizos se despliegan y se encuentran los blancos sauces, donde se extiende la blanca arena y penden los multicolores copos de algodón, donde nadan los irisados nenúfares y se halla el mágico juego de la pelota”

(Walter Krickberg. 1961:202)

Es fácil comprender que en la reelaboración de todo el universo poético de los

pueblos aborígenes de América, está presente la mano del conquistador,

especialmente de los religiosos. ¿Conocían el nenúfar los poetas indígenas?

¿Tenían conciencia de la simbología del color blanco? Reiteradamente está usado

en el trozo poético anterior.

En el Zulia han quedado varios grupos étnicos de importancia: los yukpa, los

barí, los wayuu y los paraujanos o añú. No están unidos por tradiciones ni

costumbres ni por el universo lingüístico. Esto quiere decir que, a pesar de la

cercanía territorial, tienen derivaciones distintas.

Hemos mencionado el hecho de que investigadores actuales han penetrado estas

culturas, y rescatado la oralidad y llevado a la escritura para su conocimiento

pleno. Un valioso ejemplo lo constituye el trabajo del Profesor Raimundo Medina

entre los yukpas, al rescatar sus relatos y ofrecerlos en su lengua y en la nuestra y

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encontramos en algunos de ellos semejanzas remotas con los apólogos orientales en

cuanto a sus valores morales. Vamos a transcribir “Este mono tití:

Anteriormente, cuando el mono tití era yukpa, era egoísta. Anteriormente, todo el

tiempo hacía algo, cocinaba para él solamente. Todo lo que tenía era de él, de

nadie más- El hermano se acercó y le dijo: -Yo también quiero un poco de caraotas.

El yukpa que era egoísta le dijo: -Yo no tengo caraota, ya se terminaron; y el

hermano se fue disgustado. El hermano del yukpa egoísta dijo para sí: -la cara se le

pondrá blanca como la ceniza.

El yukpa egoísta había amontonado leña para hacer fuego; y luego sopló la leña.

Soplaba y soplaba, de pronto, la olla, que tenía agua caliente, se volteó y levantó las

cenizas que llenaron la cara del yukpa egoísta; él se quemó y dijo:¡ay, ay, ay!.

El hermano, que estaba en un árbol, se burló de él y le dijo: -esto te pasa por ser

egoísta.

Por esa razón el mono tití tiene la cara blanca. (Medina, s/f:24).

Alejados de las regiones planas y asentados hoy en la Sierra de Perijá, los

yukpas han sido objeto de innumerables y valiosos estudios sobre su organización

social y política. Se les confundió con los barí o motilones; y agrupados en varias

comunidades, mantienen una unidad de poder y normas ancestrales que unifican su

comportamiento y desarrollo. Hacemos especial recomendación del trabajo “Poder

político y organización social en comunidades yukpas”, de los profesores Orlando

José Chirinos y Rita Colmenares de Chirinos, quienes en sus conclusiones,

asientan:

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“Son comunidades fundadas en relaciones de afinidad y filiación, principio éste que rige la organización social de la comunidad. El parentesco es la base de su organización social y se ubican en la terminología de tipo Omaha, según la cual ego se refiere a los hijos y se refiere a los hijos de su hermana con el mismo término que aplica a sus propios hijos y se refiere a los hijos de su hermana con otro término. Esta condición prohíbe el matrimonio entre primos cruzados en tanto que son considerados familia primaria. A partir de esta nueva situación, las alianzas de cooperación entre las comunidades se ha fortalecido a través de las alianzas matrimoniales estableciendo una red de intereses económicos y políticos que fortalecen la estructura social en su conjunto.

La estructura política en el sistema sociocultural yukpa se manifiesta como mediación de los asuntos públicos de la comunidad, cuestión que no se diferencia de la justificación que encarna nuestro propio sistema sociocultural. Por otro lado, su organización en jefaturas, basadas en el parentesco, se caracteriza por poseer una estructura política permanente y permite un acceso igualitario a los recursos…” (Chirinos-Chirinos, 2000:29)

Como éstos podríamos mencionar muchos otros ejemplos relacionados con los

pueblos aborígenes de América, incluyendo, como es lógico, nuestro territorio. El

hombre, primitivo o no, ha sido dueño de los imaginarios más hermosos, vive dentro

de una simbología que no concluye, y él mismo es un símbolo. El hombre aborigen,

sembrado en su paisaje todavía, es una réplica del silencio y del grito a la vez.

El mundo quedó atrás.

El descubrimiento de América fue uno de los acontecimientos de mayor

trascendencia durante los días renacentistas, cuando la órbita del conocimiento

universal, y los hombres pertenecientes al mundo hasta entonces conocido, con sus

culturas clásicas y milenarias, no hallaron qué hacer con este nuevo mundo, clásico y

milenario también. Lo más fácil era destruirlo y escribir sobre sus ruinas algunas

octavas reales, de las que comenzaban a surgir sobre las aguas., Ellas eran como una

reminiscencia de la Patria de Colón y podrían servir para un epitafio de veneración

permanente.

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La pobre historia, inventada o no, es un testimonio de lo que pudo suceder, pero el

indio quedó, y desde el inicio fue una especie de paradigma para escritores y poetas.

Materia literaria para el ensayo, la poesía, la narrativa, la historiografía, que fueron

abundantes desde un comienzo, cuando nos llegaron las primeras estrofas de la

juglaresca y los letrados ensayaron acá el cultivo de las octavas reales. Se mezclaron

las aguas de dos ríos de ajenas pertenencias.

¿Qué fue, en realidad, el descubrimiento de estas tierras? Y decimos estas tierras

porque América para entonces no existía. Se habla de descubrimiento, encuentro de

dos mundos, choque de dos culturas, invasión. Hay resentimientos en muchas

denominaciones que distorsionan el sentido lógico y ecuánime de la historiografía.

Para la valoración de los hechos históricos, en cualquier etapa de la humanidad, el

hombre debe despojarse de odios, de intereses propios y de resentimientos. Se

descubre lo que no sabíamos que existía, y esto fue lo que aconteció con estas tierras

bautizadas después con el nombre de América.

“No fuimos “descubiertos”. Existíamos con vida propia y propia cultura, mucho antes del momento en que se nos sometió por la conquista.. Como seres humanos existíamos milenios atrás, dejando rastros evidentes de esa nuestra presencia quince mil años antes de iniciar su recorrido el año “0”….”no fuimos descubiertos. Existíamos, con poderosa presencia- Olmecas, zapotecas, mixtecas, fueron apenas un pequeño grupo de las culturas que en tierras nuestras alcanzaron indiscutible plenitud con siglos de antelación a los años en que para la historia arranca el inicio de la cultura de Occidente. El universo maya, entre ellas, ocupa elevado rango. Vasto universo formado por todo un enorme mosaico de centros culturales de idéntica raíz y desarrollo, que crea Copan, en Honduras, siembra en el corazón del Pewtén. AKiriguá y a Tikal en tierras de Guatemala, para esparcirse luego en Yucatán clavando en sitio a Chichen Itzá y Uxmal, a Piedras Negras, Palenque, Bonapak y a tantos y tantos otros centros poblados”. (Palacios, 1987:1).

En todos los escenarios del continente americano, sobre o bajo tierra, encontramos

testimonios de culturas que se sucedieron a través de los siglos. Un ejemplo clásico es

el de Chavín de Huantar, en los valles que Cupinisque, Casma, Napeña y

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Lambayeque, en el Perú. La más antigua de las culturas pre-incaicas, siglo IX a, de

C. y caracterizada por un felino, presente en joyas y cerámicas.

Quienes se han dedicado a la Arqueología, han tenido a su cargo sacar a flote,

desde el fondo de la tierra y del tiempo, todo el misterio y el contenido social,

esotérico, económico, mítico y religioso de nuestras culturas, destruidas por la mano

conquistadora. Los grandes monumentos, existentes aún, son el testimonio más

elocuente de ese alto grado de cultura que poseyeron nuestros antepasados.

La Soledad de las fronteras.

Culturas variadas y disímiles hubo en el territorio americano, debido tal vez al

determinismo geográfico ya mencionado. En lo que corresponde a las comunidades

indígenas venezolanas, debe hacerse un recorrido histórico a través de las diversas

etapas de transculturización. Rafael S. Straus K, en “La Venezuela Prehispánica”,

incluido en el texto “Historia Mínima de Venezuela”, nos dice:

“Las cuatro etapas de la Venezuela prehispánica: con el objeto de organizar el conocimiento sobre nuestro pasado cultural más remoto y sus momentos más significativos, la historia prehispánica de Venezuela ha sido dividida en cuatro etapas. Las fechas señaladas para cada una de ellas no son como divisiones cronológicas aproximadas, que más bien pretenden mostrar que los logros materiales en la Venezuela prehispánica, fueron el resultado de milenios de adaptación de sus habitantes al medio ambiente natural y social. Es por eso que se destacan los cambios ambientales y sociales significativos ocurridos a lo largo de las siguientes etapas: Paleo-Indio, 5.000 a.C.-1.000 a C; Neo-Indio, 1.000 a C- 1.500 d.C.; e Indo-Hispano, 1.500 d.C., hasta el presente” (Straus, K., 1992:17).

Hubo una noche indígena, y decimos noche porque muchos de sus vestigios

quedaron en la oscuridad. Podríamos decir que hubo una luminosidad indígenas con

sus grandes ciudades, dioses y templos, formas de gobierno, economía y cultura.

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¿Qué hubiera acontecido si el continente no hubiese sido tocado en su integridad

material y espiritual?; ¿Qué si hubiera continuado intacto hasta el día de hoy?. Sería

otra la visión poética y cósmica de América.

Son disímiles los criterios de los historiadores sobre la realidad indígena

venezolana, pues, muchos de ellos se quedan en los simples esquemas, sin ahondar en

lo realmente etnológico. Por otra parte, en nuestro territorio se hace difícil un estudio

científicamente concebido, debido a circunstancias diversas, entre ellas el hecho de

que consumada la conquista, los grupos aborígenes que sobrevivieron, buscaron su

hábitat y allí se estacionaron hasta el presente. Descubrir algunos de esos grupos o

visitarlos, era un acto de heroísmo que se salía de lo común. No hubo más

nomadismo ni mezclas ni posibilidades de un entorno social distinto y con miras a una

progresión positiva en el tiempo. Todo quedó allí en los cercos geográficos; los entes

oficiales muy poco tuvieron que ver con su destino y los historiadores, carentes de

una formación científica para la época, se quedaron en los apuntes, en los testimonios

referenciales.

En 1949, Miguel Acosta Saignes publicó su estudio “Esquema de las Áreas

Culturales de Venezuela”, donde, como expresa el autor, no se aspira a conclusiones

definitivas por la carencia de estudios suficientes sobre la materia. El suyo lo realizó

en base a las observaciones lingüísticas, folklóricas y etnográficas, especialmente.

Acosta Saignes dice;

“A nuestro juicio, deberían delimitarse para una cabal comprensión las áreas culturales de Venezuela, en cuatro momentos: en la época del Descubrimiento; a fines del siglo XVIII; en pleno desarrollo de la vida colonial; en los comienzos de la vida republicana, entre el 1830 y 1840, y en el tiempo actual.” “¡Cuatro grandes oleadas humanas parecen haber poblado sucesivamente el territorio venezolano: la primera, de la cual no quedan sino vestigios arqueológicos, estaría formada por gente de nivel sumamente bajo: recolectores, cazadores y pescadores,

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que se extenderían especialmente por los litorales y por las riberas de los grandes ríos de la selva y los llanos.. La segunda oleada, compuesta por recolectores, pescadores y cazadores también poseyó un alcance cultural un poco más alto y en ella aparecen incluidos recolectores especializados en el moriche y pescadores aposentados en palafitos en diversas regiones del país. De esta población existían numerosos representantes en el siglo XVI. La tercera etapa estuvo constituida por los Arahuacos, los cuales parecen haberse extendido por casi todo el territorio nacional, y quienes, en el momento de la conquista, ocupaban extensas regiones al Occidente de la actual Venezuela. Los últimos llegados fueron los caribes, quienes tenían en el momento de la conquista representantes en la costa oriental, en la porción sur oriental del país; en las región sur-oeste del lago de Maracaibo y en la Sierra de Perijá y de quienes había algunas inclusiones dentro de territorios habitados por pobladores de otra filiación lingüística”. (Acosta Saignes, 1949:4-6.)

No es objeto del presente trabajo un estudio global del universo indígena

venezolano, muy complejo y con muchísimas agrupaciones que aún existen, con

culturas y hábitat distintos. La finalidad de nuestro trabajo es tocar, si se quiere de

manera referencial, las agrupaciones indígenas que tienen supervivencia en territorio

del estado Zulia, que a lo largo de la narratología local han sido protagonistas de los

textos transmitidos a través de la oralidad, de la novela, del cuento o de la crónica.

Las investigaciones y estudios más recientes han revelado la existencia de universos

fantásticos en el seno de esas comunidades que conservan todavía sus dioses, sus

ritos y formas características del vivir. Los narradores han tomado al hombre y sus

visiones, a sus territorios mágicos, para afianzar los testimonios y proyectar en el

tiempo el mundo vivencial de estas comunidades que soportan el acoso del tiempo y

de los otros hombres.

No hay fronteras

Las agrupaciones indígenas que habitan la extensión del territorio nacional, están

solitarias en sus ámbitos geográficos, hablan su propio idioma, llevan la vida a su

manera y entierran a sus muertos con su llanto y sus ceremonias rituales. Los cariñas

del oriente, en las mesetas de Anzoátegui; los maquiritares desnudos, en el estuario

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del Ventuari; los yukpas y barí, en Perijá y La Motilonia; los wayuu, en los médanos

desiertos de la Guajira; los añú o paraujanos, en los palafitos de la laguna de

Sinamaica. No hay fronteras, se quedaron allí, en el silencio de la voz. La oralidad,

luego, llevó el tiempo y la voz hacia delante; los hombres desaparecían desde el

paisaje, pero continuaban vivos en su dios y en las palabras.

“Indudablemente, y sin temor a decir perogrullada, que la indagación de las

relaciones intrínsecas entre la concepción religiosa y la literatura oral de los pueblos

indígenas venezolanos, tiene que fundamentarse en un universo mítico. El mito

aparece como un puente movible entre la oralidad, lazo invisible y unificador, y la

religiosidad portadora de ignotos valores espirituales. Pocos teóricos aceptan que

para las culturas primitivas el mito representa la integración, la totalidad, el enlace

con el mundo y sus fuerzas cósmicas.. Lo que se acostumbra comúnmente, es el

análisis de los mitos en sí y por sí mismos, sin tomar en cuenta sus vinculaciones

externas o internas, producto de la equivocada interpretación de las modernas teorías

críticas sobre la obra literaria y del abuso en la aplicación de sus métodos de

desciframiento.” (Añez Medina, s/f:6)

Don Arístides Rojas (1826-1894), autor de una prolífica obra literaria y de

investigación, publicó en el siglo XIX sus “Estudios Indígenas” (Contribución a la

Historia Antigua de Venezuela) y es poco lo que comenta sobre el universo indígena

del Zulia. En el Capítulo “Literaturas Indígenas de Venezuela”, dice:

“Literatura Goajira. Respecto de los goajiros que viven aún en la península de ese nombre, al oeste del Lago de Maracaibo, el conocimiento y estudio de su idioma pertenece exclusivamente al cura de Río Hacha, el entendido joven Rafael Z. Zeledón Actualmente se imprime en París la siguiente obra sobre esta lengua: Gramática, catecismo y vocabulario de la lengua goajira por Rafael Zeledón, precedido de una instrucción por E. Uricoechea.”

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“En 1870 el Dr. Ernst publicó en el Zeitschrift fur Ethnologie von Bastiann anf Hartmann, de Berlín, el siguiente estudio: Ernst. Los indios goajiros. Estudio etnográfico, con una lámina que representa cráneos de estos indígenas; y un glosario de 325 palabras guajiras.”

“Toro-Ensayo gramatical sobre el idioma goajiro. Manuscrito. Nuestro ilustre compatriota y amigo Fermín Toro se había dedicado en los últimos años de su vida al estudio de esta lengua. Nos es satisfactorio citar el trabajo inédito que dejó sobre la lengua goajira el distinguido filólogo venezolano.”

“Las obras más antiguas que conocemos sobre la historia de la nación goajira se publicaron en el siglo pasado y son las siguientes:

Rosa (Nicolás de). Floresta de la Santa Iglesia catedral de la ciudad de Santa

Marta. Sevilla, 1756.

Julián (Antonio) La Perla de la América. Provincia de Santa Marta, reconocida, observada y expuesta en discursos históricos. Madrid, 1787.

“En estas dos obras se encuentran noticias muy remotas sobre los goajiros y naciones indígenas de Río Hacha y costas vecinas, sobre sus productos naturales, costumbres, guerra y civilización.

“En su Perla de Santa Marta, Julián informa que poseía un Diccionario de la lengua guajira y que regaló a un amigo suyo, miembro de la Academia de Suecia, que no podía ser otro sino D. Celestino Mutis. Y Plaza (Historia de la Nueva Granada) confirma este dicho, asegurando que el manuscrito existía en la Biblioteca de la Academia de Ciencias de Estocolmo” (Rojas, 1944:185).

Magia y simbología.

Un universo mágico emerge del fondo de la voz- En ese sonido gutural y en ese

temblor de la piel de bronce, hay una cosmicidad inencontrable. El hombre narra su

origen como si en realidad lo supiera; repite la biografía de sus dioses terrenales y

celestes con una seguridad y sabiduría maravillosas; poda el silencio de sus bosques y

guarda sus palabras en el fondo de las aguas donde duerme la estrella. Todos estos

pueblos conservan sus relatos sacralizantes, intocables, porque son la esencia de su

vida; con ellos comienza, pero no concluye, están más allá de la muerte. Hemos

querido, por ese contenido vivencial que cada uno encierra, incluir algunos textos

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recopilados por autores dedicados a la investigación; y otros realizados en base a ese

imaginario estupendo que podríamos llamar la noche y el resplandor mítico del indio.

“La oralidad va más allá de la realidad y de la interpretación superflua. Es como el

sedimento de una conciencia colectiva a la que remite implícitamente. Es recreación

del presente y remembranza del pasado, amalgamados en una sola expresión para

desentrañar y manifestar el significado total del contexto inmediato. Es el habla como

reflejo de símbolos múltiples: la lengua transformada en sustancia, distanciándose de

la forma, recuperando la pureza inicial.

Ella es el eco del principio de la existencia, es decir, crónica sagrada de los seres

humanos. Por eso, la oralidad aborigen, analizada desde cualquier punto de vista, no

es más que la historia resumida de sus pueblos persistiendo en la palabra. Es la vida

de unos hombres que sueñan constantemente con su origen milenario, su mito

inacabable y su verbo trashumante. Excepcional objetividad del signo lingüístico, que

nosotros, “civilizados”, hemos olvidado por completo” (Añez Medina, s/f:7)

“RELATOS”

EPE`YÜI

Era como una flor que acababa de brotar.

Había un ser llamado Epe`yüi que tenía la forma de un tigre grande y como todo

tigre podía comer carne humana, de una vaca, de cachicamo o lo que sea. El epe`yüi

podía cambiar de forma para hacerle maldades a la gente y asustarlas, ya que él podía

adoptar la forma que quisiera, de un monito o de un alijuna, para engañar a los wayúu.

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Un día tenía muchas ganas de comer carne salada y fue hacia el camino a buscar

una vaca gorda, pero lo que fue a buscar fue una wayúu jovencita. Eso era lo que él

quería comer y se fue a un lugar que se llama Mopu`müin, cerca de Puerto Estrella y

tomó la forma de un alijuna bonito, jovencito y gordito. El iba montado en una mula

que tenía la silla bien adornada; llegó a un rancho donde había una muchacha que

estaba cumpliendo el blanqueo. Era como una flor que acababa de brotar. El

muchacho se presentó diciendo que era el sobrino del papá de la muchacha.

-Mira yo soy el sobrino de tu papá, no me consideres como un extraño. ¿Dónde

están tu papá y tu mamá?

-Ellos están en la faena del cultivo.

-¿Y ellos se van a demorar mucho?

-Sí, se van a demorar.

-Ando de prisa –dijo el Epe`yüi-. De todas maneras te voy a decir lo que quiero.

Hace mucho tiempo que yo te conocía y te he escogido, estoy enamorado de ti

y voy a cumplir con el pago, con la tradición.

El Epe`yüi trajo una bolsa grande llena de joyas, llena de prendas, pulseras,

collares, para pedir la mano de la muchacha que estaba con la boca abierta, sin

respiración. Ella decía: “Este hombre tan bonito tiene que ser rico, porque tiene todas

las joyas, que a ningún otro hombre se las he visto. Como decía mi papaíto, yo te

entrego a la mano de un hombre el día que alguien te traiga todas las joyas. Como sea

yo me voy con este hombre, lo que podemos hacer es que tú eches todas las joyas en

la bolsa de mamá, mételas allí que yo me voy contigo”

El Epe`yüi se llevó a la muchacha; eran como las diez de la mañana, y se la llevó

en las ancas de la mula; iba andando ligero hacia Mopu`müin, caminando y trotando.

Llegó la noche, eran como las ocho, como las nueve. La muchacha pensaba, dónde

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iban a parar, donde la va a complacer. Ella esperaba el momento más delicioso de su

vida.

Finalmente al otro día llegaron y él le dijo que esperara porque iba a participarle a

su madre que ya estaba con él. El Epe`yüi llegó donde su madre y los epe`yüi y les

dijo: “Bueno muchachos, buenas noticias, he traído una res gorda de carne tierna, así

que vayan amontonando leña, vayan cargando agua, que esta noche vamos a comer

sabroso”.

En ese momento llegó otro ser llamado Wanetunai; este era como un hombre, pero

tenía un solo brazo, una sola pierna, no se sabía cómo podía caminar así. El

Wanutunai se encontró con la muchacha y le dijo: “Pero bueno muchacha qué estás

haciendo aquí”.

-Un alijuna me a traído por aquí.

-¿Cómo va a ser un alijuna? Ese debe ser un epe`yüi, ese come gente. Yo te

voy a librar de ese epe`yüi.

Y así pasó: el wanetunei se llevó al la muchacha a su casa, le dio comida y la

mantenía; él salía todos los días a cazar conejos y otros animales.

-Tú te quedas aquí con la puerta cerrada, no se la vayas a abrir a nadie.

Mientras tanto el Epe`yüi llegó al punto donde había dejado su víctima, miró y

caminó, vio las huellas de la muchacha y las del Wanetunai.

-Ah, sí, ya entiendo… maldición.

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El Epe`yüi disgustado fue a la casa de Shama que era otro ser que tenía forma de

mujer con unos senos grandísimos y un pelo largísimo y que también le gustaba

comer carne humana. Estaba preocupado porque el Wanetunai lo aventajaba en

poder.

Shama fue a la casa de Wanetunai y roba la muchacha mientras Wanetunai andaba

de cacería. Shama mató a la muchacha y la iba destrozando como se destroza una

cabra; se fue sin avisarle al Epe`yüi.

El Wanetunai se dio cuenta de que la Shama había raptado a la muchacha y fue a

buscarla a su casa y encontró las carnes de ella. El con todo su poder, con toda su

inteligencia, obligó a Shama a rehacer a la muchacha, y la rehizo, recuperando su

estado normal, su belleza y juventud, y el Wanetunai la llevó de nuevo a su casa

regañándola.

El Wanetunai la regresó a la casa de sus padres y eso fue una llegada triunfal. El

Wanetunai la había hecho prometer que no le contaría nada a nadie de que él la había

ayudado, que le había hecho el bien. Pero ella contando lo que le había pasado

durante toda la noche, no se pudo aguantar y lo contó. Por esto ella murió.

Narración: Miguel Angel Jusayú Versión: Alexander Hernández, 2002:207)

CUANDO EL YUKPA SE ALIMENTA DE GUAIMARO

Antiguamente. Los primeros yukpas se alimentaban del fruto de guáimaro y de

caracol; sólo existía esta clase de alimento. Ellos no conocían cómo era el agua.

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Entonces llegó Osenma (el Ser Supremo) por un momento a la casa del yukpa, y

les dijo a los primeros yukpas: -“Limpien el patio! Y ellos limpiaron. Entonces, en el

acto nació todo tipo de alimento.

Y Osenma, en otra ocasión, llegó a la casa de otro yukpa y le dijo lo mismo.

Y él le hizo caso, y limpió el patio. Y ocurrió lo mismo, nacieron plantas la misma

noche en el patio.

Aún dentro de la casa nacieron plantas, por eso los primeros yukpas tropezaban

con las taparas. Y se preguntaron: “¿Qué es lo que estamos comiendo ahora?

Antes de irse, Osenma dijo: -Yo a una primera casa, pero no les gustó mi llegada, y

por eso es que me acerqué a ti.

Los primeros yukpas preguntaron: -¿A qué vino usted?

Osenma respondió –Llegué por esta razón, para darles alimentos. ¿Cómo es

posible que desprecien estas cosas? (Raimundo Medina, s/f:27)

LA HIJA DEL AGUA

Hace tiempo, una mujer ya casada y con hijos se enamoró del agua. Cuentan

nuestros antepasados que la mujer siempre iba a buscar agua en el caño, y allí conoció

al hombre agua, siempre iba la caño, todos los días, para estar con él y para hacer el

amor con él. Cada vez que los vecinos, amigos o cualquier mujer del pueblo iba en

busca de agua, ella se ofrecía a hacerlo.

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La situación se mantuvo así, hasta que un día, las mujeres del pueblo se

preguntaron: -¿Por qué esa mujer casi nos impide buscar el agua cada vez que

queremos ir a buscarla nosotras mismas… ella se ofrece a hacerlo? Las mujeres

tenían muchas dudas hasta que aquella quedó embarazada.

Un día, antes que la luz se hiciera visible, el hombre agua le habló, le dijo que

cuando tuviera la hija debía evitar que se orinara en el agua, ella debía orinar en la

tierra; si lo hacía en el agua, se inundaría la tierra, y también le dijo que cuando la

niña cumpliera un año no debía comer lo que comen los yukpas, ella debía comer

huevos de loro, loritos y, sobre todo, guacamayos.

El hombre agua le advirtió a la mujer que cuando creciera la niña, podría terminara

con todos los yukpas, comiéndoselos uno por uno. El hombre agua le dijo a la mujer

que cuando creciera la niña debía llevársela a un sitio muy lejano, fuera de la

comunidad. Así él podría buscarla y llevársela para siempre.

-Después de haber cumplido el tiempo de embarazo, la mujer dio a luz una niña

muy bonita y de piel blanca. Los yukpas se preguntaban de quién era esa hija tan

blanca, ellos decían que los yukpas no dan hijos blancos. Y como toda madre, ella

crió a su hija hasta que cumplió un año. La mujer recordó lo que había dicho el papá

de su hija, que no debía comer lo que los yukpas comían.

La mujer le dijo a su hermano mayor que llevara a la pequeña niña a comer loritos,

sobre todo guacamayos, y así ocurrió todos los días. La niña crecía más rápido que

los yukpas, hasta que un día ya se consideraba una niña crecida.

Ella jugaba con los niños de la comunidad, jugaba como todos los niños juegan

porque veía en ellos esa piel tan tierna como para comer.

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Hasta que las madres se preguntaron el porqué los niños desaparecían tan

repentinamente, si los niños jugaban con ella solamente.

Un día, las madres de los niños hicieron un plan; los hijos de ellas jugarían con la

joven, pero las madres estarían pendientes de lo que ocurriera.

Y así fue, los niños y la joven empezaron a jugar. Un rato después, la joven

llevó a uno de los niños para la parte de atrás de la casa, cuando la joven estaba a

punto de comerse al niño las mujeres le gritaron:-Así que eras tú la que se comía a los

niños!

La joven se fue corriendo y llorando hacia su mamá, quien recordó lo que el padre

había dicho de la niña.

La madre de la joven les confesó a los yukpas que la niña era hija del agua y que se

comería a cada uno de los humanos.

En ese momento los yukpas querían matar a la joven, pero la madre les dijo: “No,

no hagan eso!, que yo tengo un plan, el mismo que el padre de ella me dijo antes de

que la niña naciera. El plan consiste en que tengo que llevar a la joven muy lejos, pero

muy lejos, fuera de nosotros, donde el padre podrá inundar un poco la tierra y llevarse

a su hija para siempre.

Y así la madre la condujo lejos, donde el padre la llevó para siempre.(Raimundo

Medina, s/f.:31)

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CANTO AL HOMBRE DE LA LUNA

Esto decía un viejo, un antiguo: La luna es una mujer, siempre lo ha sido.

Ella era una mujer y un hombre estaba hachando, tumbando un abejito y la luna le

venía por detrás, en silencio, la luna venía por detrás a robárselo, él la vio, le dijo: -

Ah, una muchacha blanca y buena moza. Paró de cortar ya casia tumbado el abejito,

sintió sus pasos y la vio. Entonces la muchacha le preguntó:

-¿Qué estás haciendo aquí tan solo?

-Aquí me estoy tumbando un abejito, y ¿por qué preguntas?

-No nada, digo yo no más-dijo la luna- y se dijo: “A éste lo como yo”.

El hombre escuchó el murmullo y le dijo:

-¿Qué estás diciendo que no te entiendo?

-No nada, que eso lo como yo.

Allí se estuvieron tomando el jugo dulce del abejito y la muchacha lo miraba y lo

miraba, hasta que se atrevió a decirle:

-Yo podría darte muchas cosas si quisieras. Lo que me pidas te daré si vienes

conmigo. ¿Acaso vives lejos?

-No, yo vivo muy cerca de aquí

-Y si te doy lo que me pides ¿vendrías conmigo?

-Si ahora mismo me lo entregas sí, me iría contigo.

Pero él mentía, ella mentía, ambos querían robarse. Te necesito –dijo la luna-

porque estoy muy sola y es mucho el trabajo, mucho monte para cortar, trabajo no te

faltará. El hombre le pidió un tesoro y ella se lo dio. Entonces él salió corriendo y

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fue a su casa, mostró los obsequios y quiso más; fue cuando pidió su hacha y su

machete; se dijo: -“Si todo esto me ha dado, más atendré si trabajo”

Y dejó la ropa limpia y se fue con ropa vieja, su hacha y su machete, porque iba a

tumbar monte. Regresó el hombre donde la luna hecha mujer que lo esperaba. Ella

sonriendo le pidió que descansara.

-Acuéstate –le dijo-, descansa un rato.

Y el hombre quiso descansar y se acostó.

Le vino un enorme sueño, un sueño muy profundo y placentero, porque entonces la

mujer se hizo luna, le untó algo en la nariz y se lo fue llevando, llevando con su

hacha, su machete y su ropita vieja, y allí se ve, todas las lunas llenas como una

sombra, el hombre y su hacha habitando la luna.

Esto contaban los antiguos.

Compilación: José Quintero Weir. (Es un relato añú)

TU HARAS DE SOL

Sabaseba fue un hombre. Era antes el Ñatubai (jefe de los barí)

Sabaseba le dijo a un barí que estaba como enfermo. Tenía como sarna y la piel

como la de un sapo. Le dijo que haría de sol; para ello tenía que recoger todas las

plumas de los tucanes y hacerse una corona. Muchos barí se pusieron la corona. Pero

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sólo el sarnoso al ponerse la corona alumbró. Y Sabaseba le puso el oficio de ser el

sol, se llamó Ñandoú.

Sabaseba escogió a la muchacha más hermosa de entre los barí. Todos estaban

enamorados de ella. Sabaseba le dijo: “Tú vas a hacer de luna”. Pero ella no se

podía enamorar de los muchachos. Los muchachos no se casaron con la luna porque

estaba muy fría.

Sabaseba le dijo a Ñandoú (el sol): “Antes no teníamos cómo alumbrar y ahora sí,

esto es muy bueno”.

Ñandoú en la mañana se levanta, pone la corona de plumas sobre una mesa. Es

cuando está amaneciendo. Ñandoú cuando se prepara se pone la corona y comienza a

caminar, al mediodía como a la una, descansa y almuerza. Después continúa su viaje

hasta la noche.

Así cuentan los barí cómo hay sol y luna.

Narración: Daniel Aruri Abouquindou

(Comunidad de Karañakai)

Compilación: Alexander Hernández, 2002:215).

Finaliza este Capitulo I, con un texto poético de Roberto Jiménez Maggiolo,

significativo por varias razones. Estamos en los días de la modernidad y de las

grandes creaciones tecnológicas, y tenemos ante nuestra visión el puente “General

Rafael Urdaneta”, que une las dos márgenes del Lago Coquivacoa y comunica al

Zulia con el resto de la dimensión territorial nacional. El autor va hacia lo simbólico

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y alegórico y de esa estructura de concreto, que une tiempos y espacios actuales, se va

al pasado y extiende otro puente que va a unir al hombre primitivo de nuestra tierra

hasta nuestros días, modelando a través del concepto pedagógico, del amor, de la

tierra, de las aguas, del mundo planetario y de todo ese conjunto que ha hecho la

historia, el texto siguiente:

EL PUENTE DE LOS ANHELOS

I

G E N E S I S

Cuando los años tiñan de gris al presente, para hacerlo irreversible pasado, i el

continuo choque del céfiro i las verdes i espumosas olas hayan marcado en sus pies de

gigante las cicatrices de moho i de sal, será todavía más difícil imaginar su origen al

dulce influjo de la leyenda, del anhelo de muchas generaciones, porque también un

puente puede nacer del amor i el sacrificio, del corazón i anhelos, de inquebrantable fe

i el trabajo. I así dirá luego el padre al hijo:

-¿Este puente?.... ¡es largo i hermoso de contar!

-¿I quién ha de contárnoslo, padre?

Entonces responderé como Sócrates a Cebes:

-La Hélade es grande, i en ella encontrareis muchas personas mui

entendidas…Así, en nuestro Zulia extenso, desde Castilletes i Zapara, hasta el

resplandor imperecedero del Catatumbo, tendrá en muchos de sus hijos un narrador o

un poeta porque podrá contar, generación tras generación, sobre lo que ahora

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preguntas i lo cual voi a referirte o contarte en la leyenda. Quizá los historiadores i

los analíticos de la historia, los materialistas i los investigadores que reconstruyen el

pasado con documentos, monografías, piezas arqueológicas i que sé yo infinidad de

datos técnicos, colocándolos con precisión cronológica i enfocándolos o

escudriñándolos duramente con la crítica, puedan dar una versión distinta, llena de

números, implicaciones políticas i sabor a hierro i piedra. Esta, en cambio, no tiene

nada de eso. En lugar de ello su material indispensable fue el anhelo, amalgamado de

amor, de sudor i de trabajo i hasta por qué no también, de algunos o muchos dolores

que se perdieron en las verdes i plateadas aguas. Por eso, más que una leyenda a

veces parecerá un mito, pero ¿acaso el mito no es la inspiración de los dioses en las

mentes de los hombres? ¿acaso el mito no ha formado por milenios la pasión creadora

de la humanidad? Platón expuso desde los comienzos de los siglos las más bellas i

profundas enseñanzas en la forma celestial del mito; de mitos se nutrió el género

humano en la búsqueda afanosa de su Dios i de mito el egipcio, el babilonio, el

esquimal i el indio americano poblaron su entorno hasta llegar al cielo. Es mito i es

leyenda, lo que he de referirte. Fue una luna clara que se filtró en la nube i unió con

su luz de plata una costa i otra costa, una arena i otra arena, i las palmas del cocotero

Este con el cocotero Oeste en estrecho abrazo de trópico. I fue también el ardiente

sol que ama esta tierra i la montaña que de lejos, mui lejos, mira la montaña, el mito

del indio i el sueño del blanco, el pensamiento impensado de Ojeda i el irrealizable

proyecto del abuelo, el querer de una generación y la realización maravillosa de otra,

este puente que ahora pisas. Sí, este puente que ahora pisas, hijo, fue todo eso. Te

dirán indudablemente que este lago, fue el hijo de un mar interior que se marchó en el

Plioceno de la Era Terciaria hace millones de años, o cualquier otra teoría de la

Geología, te convenceré de cómo nació i comenzó a vivir, pues es más fácil, sin

embargo, pensarlo colocado allí por las Náyades, alimentadoras de las plantas i

sustentadoras del hombre i el ganado, que desearon recolectar el dulce flujo de los

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ríos i el eterno deshilacharse en gotas de la nube. De este modo i no de otro, pudo

nacer lago tan bello. Entonces, escucha.

II

L A L E Y E N D A

Hace ya tanto tiempo que, la leyenda del hombre no llega hasta allá o que los

dioses escondieron a la vista de los antepasados, los más tenues indicios que les

pudieran precisar cuándo existían, hacia el Norte de la América del Sur, el más bello i

apacible lago de aguas serenas i claras , tan claras que no eran azules sino del color de

la faz pálida y extraordinariamente hermosa de una india que tenía, la pureza de la

raza, todavía no confundida con la mezcla de nombres o designaciones que le han

dado los hombres; esas aguas eran entonces, de un amarillo dorado i claro porque se

fondo era de oro, i en su cielo, el brillante Ramiriquí o Zuhé, no dejaba interpone a las

nubes, las cuales corrían con sus brazos ardientes hacia el Sur, donde frecuentemente

desatan su furia impetuosa, inundan la tierra i se ven impedidas de avanzar por la

cadena de montañas de plata que limitan la región más allá del lugar donde Zulema,

la bella india, habitaba entre los suyos. Ramiriquí deseaba verle el rostro cada vez

que ella posaba sus pies desnudos a la orilla del lago, por lo cual ninguna nube podía

impedirle tal placer. Otros llamaban a Ramiriquí por Zuhé o Zuhá, pero de una u otra

forma era siempre el amante que sólo se retiraba en la noche, durante la cual, su

esposa Chía, la luna, también había admirado multitud de veces, más pálido aún a su

luz, el rostro adorable de Zulema.

Sin embargo no sentía aquellos celos que algunos suponen en las cosas finitas.

Chía conocía, desde el principio de los siglos, el efímero paso de los hombres i por

eso no ponía mucha atención a los desvaríos de su esposo, siempre ardiente e

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inclinado al amor. Aquel lago de Náyades, era oval como el hermoso rostro de ninfa

que reflejaba, cerrado hacia el norte donde dos puntas de tierra, casi se unían para

alejar el bravío mar de los Caribes, fieros i enemigos del género humano; i como el

famoso Atirama, mantienen confundida a Rinón i se entregan con frenesí a los

designios de Juriaquam. Se decía que Chía, también llamada Huitaca, había sido

expulsada de la tierra pues su extraña hermosura, cautivaba a los hombres, les impelía

a hacer lo contrario a la acción civilizadora de su esposo, al cual otros conocían por

Bochicha, quien conjuntamente con Chía –la luna—i Cuchavira (el Arco Iris) eran

descendientes del Dios Supremo Chiminigagua.

Zulema i los suyos eran una ramificación perteneciente a aquella poderosa i

civilizada raza de los Chibchas que, poblaban hacia el sur del lago i de los cuales

derivan Pemones, Araucos, Quiriquires o Guariquires, algunos de los cuales

cambiarán a la denominación de Motilones, radicados para aquellos lejanos tiempos

en regiones extendidas del sur-este, comenzando en las desembocaduras de los ríos

Catatumbo, Escalante i Chama. Seguía a aquel comienzo, los que habitaban Tunja y

Sogamoso i los más al sur en la sabana de Bogotá. Se dice que ojos de araucos fueron

los primeros en contemplar las aguas del Coquibacoa. Muchos eran inclinados

fuertemente –aún desterrada de este mundo- al culto de Chía, al culto poético de la

luna i las lagunas, entre las cuales aquella amada por Bochicha, era la más

extraordinaria i bella.

Hacia el noroeste del lago otros indios, mezcla de Araucos, tenían por Dios

Supremo a Mareigua, al no engendrado dueño de la creación, el cual se veía

constantemente precisado a evitar caer sus hijos terrenales en las garras de Yarujá,

porque se negaba, como el resto de los dioses, a adorarlo en los ídolos o tradiciones

idólatras.

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Entre ellos vivía Ibocara, indio bravío i fuerte, de templado espíritu, dedicado al

cuidado de la tierra i de la pesca i al amor i mejoramiento de su pueblo, pueblo para

entonces activo i combativo, sangre caribe lleno de fe en su destino diáfano, como la

atmósfera de sus inmensas sabanas, plenas de luz.

I una vez, mientras Zulema se miraba en las claras aguas del lago, en la distante

orilla, hacia el norte, Ibocara también se miraba; i las dulces ondas haciendo caso

omiso de la distancia, juntó las miradas i tras las miradas los corazones. La india

hermosa conoció al indio bravío. Las razas se acercaron i de los latidos sólo quedó

uno. El amor no podía dejar de morar en aquel paraíso i tras el amor vino el anhelo i

tras el anhelo otro anhelo que no de otro modo. Eros ha tejido y destejido la vida de

los hombres sin distingo de lugar o de época. Entonces el corazón bravío se reflejó en

las ondas, i aquel lago pasó a tener su forma i fue embellecido el corazón de América:

un corazón de oro para un amor de razas o de etnias puras i nobles.

La naturaleza contempló su amor, las montañas se asomaron al lago, los ríos lo

hicieron más dulce, las nubes corrieron más al Sur i la gaviota difundió el eco de sus

besos i sus promesas teñidas de eternidad. Era ya el ocaso como aquel de Juan

Ramón: “Ahí está el ocaso, todo empurpurado, herido por sus propios cristales, que

se hacen sangre por doquiera. A su resplandor, el pinar verde se agria, vagamente

enrojecido, y las hierbas y las florecillas, encendidas y transparentes, embalsaman

el instante sereno de una esencia mojada, penetrante y luminosa”.

Desde aquel entonces, la felicidad del suelo se tornó en tormenta del cielo, pues,

como se canta desde Homero en la soberbia Ilíada, desde Zeus hasta el más pequeño

de los dioses que habitan el Olimpo, se ven agitados i convulsionados por las mismas

agrias pasiones i repentinas cóleras de los hombres i, el Olimpo del Trópico, se

estremeció como la sombra de un grito de luz que se perdió en los ámbitos.

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Cuando una mañana Zuhé, ya no vio solamente un rostro sino dos; cuando los ojos

de la india clara ya no miraban fijos i extasiados el verdeoro de las aguas, las

exhuberancias detenidas en las profundidades del coloso, sino las profundidades de

grutas mágicas del alma en otros ojos, montó en tal cólera que fue capaz casi de

despertar de su sueño milenario las cinco altivas águilas blancas que duermen en los

picachos de los Andes, con cuyo plumaje, la ligera i blanda Caribay-la hija de Zuhé i

Chía- un día había querido adornar su coraza. Aquel amor, radiante como el amor de

Arite i la bella Irúa, cuya leyenda conocemos en otros tiempos, enardeció a Zuhé i

contentó a Chía. La tempestad del cielo con su negrura de monstruosas nubes

desgarradas, conmocionó la tierra; el huracán arremolinó i despedazó sordos i

retumbantes ruidos; todas las nubes, el viento se encrespó, las aguas antes apacibles,

con su furia de espumas, sumergió en su seno la débil canoa, compañera en su

búsqueda afanosa de sustento del indio bravo que se perdió con ella. Fue la cólera

del trópico. A plena luz, Zuhé se retiró i se dejó cubrir el rostro, de negras nubes que

mojaron la playa, los prados i las montañas, arrastrando los árboles i sembrando el

suelo de piedras i de espinas; de este modo el celo, la furia incontenible del amante,

destrozó parte del norte del lago de las Náyades, i con poderoso rayo que hendió

vibrante el corazón de América, precipitando al mar con sus aguas obscuras i saladas,

contaminándolo i arrastrando en su reflujo los miembros destrozados del indio i los

restos de su embarcación que quedaron esparcidos a la boca del lago, formando

tristes i desoladas islas. La vegetación i la fauna huyeron despavoridas, las montañas

se retiraron a lo lejos a contemplar i evadir la devastación i las profundidades

perdieron su amarillo oro, cubiertas de una capa de arena i lodo.

I Mareigua fue impotente para proteger a los suyos retirándose furtivo como el

Piache, dejando a Yajurá apoderarse del espíritu del indio, infundiéndole indolencia,

apatía i rencor. A la hermosa Zulema se la había roto el corazón i el rostro; las

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agitadas i revueltas aguas ya no fueron espejo de su tierna belleza i ni siquiera sus

lágrimas constantes i dulces pudieron fortalecer i vitalizar de nuevo la tierra de su

mundo. Caribay, silbando siempre hacia el Sur, acumula las nubes blancas, malvas,

grises i lilas i las lluvias lamen las montañas de plata i humedecen o inundan

constantemente la tierra de Zulema, donde Cuchavira aparece para recordarnos en sus

bellos colores, la belleza del alma de la amante que llora por los siglos de los siglos.

Allí, Chiminiguagua la reconforta i alienta al calor de su rayo, del esplendor o

resplandor que vemos siempre imperecedero en el Sur, mientras la india llora i anhela;

así tejiéndose anhelos de apretados terciopelos, deseando ver otra vez fuerte i bravío

al amado, deseando juntar las partes de aquel desgajado corazón, soñando en su lago

de oro i en la paz de su cielo claro, se consumió en rocío que nunca llega a las

desoladas i ardientes tierras guajiras, donde el indio apático, arrastra su existencia

entre cardos i lunas, donde la lluvia no fertiliza los prados, donde el sol furioso

enciende de dolores rojos la arena.

Agrega la leyenda que, Chía que también sufría sus penas i que, como en otros

tiempo9s llevaba la contraria a su esposo, se condolió de Zulema i cuando estuvo a

plena luz –la luna llena- en la fragante penumbra de la noche que también sabe poner

colores en las florecillas i paz en los atormentados corazones, le prometió a la india;

-Haré cuanto pueda en mi debilidad, Zuhé mismo se condolerá i amará de

nuevo esta tierra, aunque los dioses son tanto o más tercos que los hombres. Amartá

de nuevo, estoi seguro i estimulará a los mortales a reconstruir lo destruido, el amor

escapa más a la ira de los cielos,,,! Ese amor pondrá en todos los corazones el anhelo

que hoy late en el tuyo: el oro ennegrecido del subsuelo recompensará con creces; la

raza degenerada i triste volverá a ser fuerte i pondré entonces un rayo de amor i de

plata que unirá de nuevo la frente de tu rostro i el corazón del suelo. Las aguas se

harán entonces dulces, revividas y florecerán los prados i se multiplicará la fauna i los

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hombres bendecirán la tierra i trabajarán unidos…! Todo por tu anhelo i devoción! I

una mañana entonces, los cubrirá el Rocío!

I diciendo esto se perdió en la aurora.

III

LAS GENERACIONES

El tiempo acumula números en la faz de la tierra, cicatrices en el suelo e

intemperancia en las almas. El lago hendido luchaba contra el mar, abatiendo en su

lucha cuanto mal había en sus soleadas playas, dulcificando sus entrañas cuando el

llanto de Zulema, le desborda los ríos.

La proa del bajel cortó las aguas del Coquibacoa, atravesó su garganta de espuma i

arena, se recreó en su cielo i el orgulloso Ojeda u Hojeda lo bautizó de nuevo. Por

primera vez el conquistador surcaba las aguas del San Bartolomé, escindiendo aún

más en dos verdes i espumosos oleajes el corazón del lado o del suelo, espantaba el

eco de las gaviotas que pregonaban el amor i el esplendor del indio. SI la planta del

blanco se apoyó en la playa i el pendón de la conquista se clavó en la tierra.

Yajurá que transformó al nativo en hostil i bruto, dominó a sus anchas i las ahora

salobres orillas, también se ensangrentaron; ni el amor de Isabel, ni el valor de los

Zaparas, Aliles, Onotos, Auzuales, Quiriquires, Parautos, Eneales y Toas, ni la

palabra de Dios en la boca del fraile, reconciliaron las almas. A la lucha del cielo,

siguió la tormenta del suelo. Desde Tortuga a Jamaica se precipitó el pirata, i

pasaron los Jackson, Morgan, Grammont i Nau, para teñir de rojo i plata la playa i

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ensombrecer el ánimo del indio, del blanco, del mestizo i del mulato. La tierra tostada

olvidó el rocío, el cardo i las tunas se bebieron las últimas gotas, se secó el

Maracaybo, se secaron los ríos i los verdes prados se hicieron de color rojizo como el

atardecer guajiro. La costa sedienta vio de lejos la sedienta costa i la palma batió su

adiós de hojas verdes.

El blanco esclavizó al nativo, i apareció el Alfinger, el Gonzalo de Leyba, el Gil de

Nava i el alma de “San Cristóbal”, Pataz i el Gascón, arrasaron las raíces del indio i

las esparcieron por lejanas tierras. En lugar de ellos se sembró el rencor i los colores

que reverdecen en la pringamoza i las yerbas malas. Los puebluchos que nacían,

también se miraron de lejos; unos a un lado i a otro, lucharon heroicos por sobrevivir,

se mezcló la raza con la sangre i las aguas del lago, i se perdió la tradición i el valor.

Pero llegaron también los hombres buenos, i llegó Pacheco i Espira i Maldonado i

sembraron los pueblos, el trabajo i un poco de anhelo. La débil barca acercó las

orillas.

El tiempo continuó inexorable. La ranchería se transformó en aldea, el San

Bartolomé en nuestra Señora, la aldea en pueblo. Otros hombres, otras generaciones

lo fueron poblando; Zuhé los reconfortó en sus brazos, poniendo un cálido anhelo o

deseo en cada alma i por las noches Chía inspiró las mentes. Hasta que un día allá

hacia el oriente como la estrella de Belén, resplandeció la noche de trescientos años,

de vida sumisa de la etnia, hasta que la providencia viendo el vano empeño de los

hombres para alcanzar su verdadero destino,, dispuso bajo inevitable y feliz estrella,

enviar al titán que hiciese realidad los afanes.. I así, hacia el oriente del lago, surgió

centelleante el gigante de América con la gloria de la Libertad en su frente i el

indomable impulso del indio de antaño en su corazón. Cual un meteoro recorrió la

América i en aquel anchuroso abrazo de coloso, desde la desembocadura del Orinoco

hasta la cintura de la América del Sur, en su anhelo de juntar la tierra i los pueblos,

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quizá sintió el deseo de la india amante, para que nada separase a los hombres que

intentaron fundir un ideal común de patria grande, fuerte i soberana. De su corazón-

fuente de anhelos- fluyó la savia de la Libertad, de su mente, cabeza de milagros, la

visión del futuro i el amor a la humanidad. La epopeya siguió a la leyenda, los

corazones grandes se multiplicaron i el lago de Náyades le obsequió un hermano que

acompañó al gran Libertador de América, con la bravura de Ibocara i la devoción de

Zulema.

En esos grandes hombres fructificó el anhelo de Zuhé o Ramiquirí, amó toda la

tierra i encendió el fuego de la libertad i el heroísmo que, como reguero de chispas,

fuego sagrado, recorrió los suelos i los aires; la luna –Chía- inspiró a sus hombres;

surgió el letrado, el profesional, el soldado i el poeta, i naturalmente la partría,

después del sacrificio guerrero que unificó la raza, la etnia, el mestizaje, para ser

grande i l0ibre, pero quedóle siempre el corazón hendido. I sus playas vieron el

último intento, la última retirada del Conquistador; tiempo ha, lo vieron llegar i

engendrar un nombre que bautizó la cumbre, ahora también les tocó verlo partir.

Otras generaciones comenzaron a soñar, a soñar y anhelar. Soñaron nuestros

antepasados, nuestros abuelos, proyectaron con fantasía los otros, anhelaron o

pretendieron nuestros padres i realizaron los hombres de hoy.

Los oídos de los tiranos, aquellos que “mortificaron i enmohecieron el lienzo

tricolor de nuestra patria, que apagaron el faro de la sabiduría de nuestra universidad

de antaño, que llenaron las arcas con el oro negro que afluyó del suelo i olvidaron

siempre las playas del Coquibacoa”, no escucharon los anhelos que pacientemente fue

tejiendo este pueblo, como lirios apretados de esperanza. I la promesa de Chía en la

leyenda, se fue haciendo realidad; un día había retornado el valor i la libertad; el oro

negro desde el fondo subió en cada espiga de acero que fueron elevando en su pecho

verde-plata . Zuhé la convirtió en la frase de uno de sus grandes hijos, en “tierra del

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sol amada”; la Ulma inexistente de Alfínger se transformó en Ciudad Rodrigo, Nueva

Zamora i por fin, en la Sultana del Lago, Maracaibo.

Brilló el héroe i el poeta, y los Baralt, Yépez, Vásquez, Rubio, Udón i Lossada,

cantaron a las ondas maravillosas del San Bartolomé. I la lira rota de Ismael, al final

de la Epopeya, tiene de nuevo una cuerda de plata que ha de seguir vibrando por los

siglos. Pues Chía, fiel a su promesa, filtró en la nube un rayo prodigioso de luz que

unió las costas, la arena con arena, la palma este con la palma Oeste.

-He aquí, hijo El Puente de los Anhelos!

Los hombres de hoy te han dado esta hermosa realidad. En cada base de este

puente, para muchos sólo habrá un monumento de hormigón de la ingeniería

moderna, una proeza de la ciencia i el dinero; para otros –i quedémonos entre ellos-

sólo será un montón de anhelos amalgamados en el tiemp0o i la tradición, con sal, con

algas, amores puros i el sol de nuestro lago. Servirá para seguir haciendo realidad, la

leyenda o mito que te he referido.

IV

REALIDAD I FUTURO

Este puente de ocho kilómetros que recorremos, es más que un puente. Es

reconstrucción de un corazón destrozado allá en lo insondable de los siglos. Este

puente es amor del indio, el sueño del blanco y la realización de una nueva raza que

forjaron los libertadores. El amor que es viento de mar que pasa el prado, sobre las

montañas i besa las estrellas, el sueño del hombre que amanece en la playa i se alza en

un montón de arena. La realización de los hombres que creen en la libertad i en el

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amor, de los hombres que creen en los ideales grandiosos del Libertador de América,

en la hermandad del género humano i en el prodigioso impulso de la civilización,

porque éste no es un puente del lago, es un puente de Venezuela, de América i del

Mundo. Por sus espaldas soleadas correrán los hombres de todas las naciones e

ideologías, llevando progreso i buena voluntad de una orilla a otra orilla, porque

desde el Orinoco hasta Tierra del Fuego, no habrá una sola hendidura en el Litoral de

América, i una costa besará a la otra, i una palmera extenderá su mano a la otra para,

en un firme apretón, simbolizar la unidad inquebrantable de los países

hispanoamericanos.

Las relaciones de los hombres se estrecharán; la montaña se acercará a la montaña

i de sus faldas bajará el verdor que cubrirá los campos; el verso galopará en su dorso

de concreto, saludando en sus odas al viejo Ferry cansado i triste, i la cuna del titán

estará a un paso de la cuna del brillante. Yajurá se alejará abatido del alma del indio

indolente i acabado, para retornar Mareigua a infundirle nuevo ánimo; el progreso

acumulará las aguas del río Limón i el Palmar para fertilizar la tierra; el cardo i la tuna

se le enroscará la trepadora hermosa o se les dejará libres i la piedra ardiente recibirá

una sombra i sobre ella el indio volverá a meditar, a pensar i a levantar la frente; la

máquina le abrirá el surco i crecerá la semilla, el árbol, la flor. La fauna se

multiplicará y correrá por sus inmensos campos; la choza insalubre se cambiará en

confortable abrigo; el niño barrigón y anémico, no comerá lagartijo i suciedades, i la

salud se extenderá como si el soplo constante de Caribay cambiara la dirección. La

bravura de Ibocara retornará a su pecho; el amor de Zulema enjugará sus lágrimas i

alejará sus penas i, como antaño, la raza o la etnia fuerte levantará la península,

cambiará el color de su suelo i renacerán los anhelos. El mar, de plutónicos ímpetus

respetará el dulzor i la serenidad del lago; las islas de su barra se levantarán firmes i

fuertes, como los miembros bronceados del amante náufrago i las generaciones se

recrearán en la belleza de sus playas i en el hálito divino de su naturaleza.

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Las feraces i hermosas tierras de Perijá i de Colón, estarán entonces en una

Venezuela más unida. El oro negro continuará brotando i sus negros brazos de asfalto

penetrarán más allá del Tokuko, Aricuaizá i Sierra Azul; la carretera Machiques-La

Fría-Encontrados completará la integración total de la región a los estados vecinos, i

sobre tierra firme circundaremos nuestro lado como lo hizo a pie el indio; la hermana

Colombia será más nuestra hermana, más acerca del corazón del lago. El norte de

Santander, Táchira, Mérida, Trujillo, Lara i Falcón, serán un todo homogéneo que

favorezca la economía en todos los aspectos de la producción. Indudablemente este

tránsito no será color de rosas: deberán los hombres mostrar siempre un arduo e

inquebrantable empeño. La miseria, el rancho, la enfermedad no entregan fácilmente

sus dominios; habrá que combatir más todavía, pero el hombre no descansará. A esa

cuerda de plata se agregará la otra i por qué no, también cerrará su lago, dulcificará

sus aguas, purificará su cielo i el supremo Chiminigagua desde el inmenso Sur,

volverá a asomar una princesa india con su tez pálida i pura, clarificará las ondas del

Coquibacoa.

Zuhé feliz, permitirá a la nube rosa besar el suelo, con sin igual frecuencia i la

savia abundante vigorizará los árboles i brotará en colores i los hijos del mañana

recogerán esa hermosa tradición en todas las supremas manifestaciones del arte;

quizá, entonces, al contemplar el viejo puente, al asomarse al arcano verdeoro de las

aguas, puedan distinguir sus bases clavadas en un fondo amarillo de oro i en cada una

la multitud de anhelos que llenarán las estrofas i los versos del poeta. I una mañana

límpida, cuando todo huela a rosas quemadas i al levantarse el ardoroso rayo, vayan

corriendo las penumbras rezagadas i filtrando sus aguijones de calor i de vida, a tra

vés del canto de los pájaros, de las flores de los platanales i el bostezo de las barcas

en el lago, bajo un cielo como el que contemplara Ojeda, nuestros nietos se extasiarán

al contemplar sobre todo la naturaleza de esta tierra grande i amada, una fina i

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brillante capa de Rocío, del amor de Zulema por Ibocara que unió por siempre El

Puente de los Anhelos.

ROBERTO JIMENEZ MAGGIOLO Julio de 1962.

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CAPITULO II

EL ZULIA INDIGENA

EN LA TEXTUALIDAD DE SUS NARRADORES

José Ramón Yépez

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La Primera Biografía del Silencio. Al abordar los temas de la literatura americana. Luís Alberto Sánchez dice: “Un

mundo nuevo sugiere temas nuevos. Era la hora de mirar y contar. Florece el género

de la crónica y al par, se insinúan algunos poemas broncos. Mitad épicos, mitad

fabulosos. ” (Sánchez, 1940: 49)

“Es la hora de mirar y contar”. De allí que en las crónicas de los viajeros

ilustrados por tierras de las Indias Occidentales, están los gérmenes de la novela

americana. El hombre ha sido siempre un apasionado por todo aquello que mira por

primera vez, y la tierra americana fue pródiga en hallazgos para recrear la vista y

enervar el espíritu de la creación. Pero no es éste el lugar ni el momento para hacer

un recuento del surgimiento de la novela en América ni en Venezuela. Busquemos

los caminos nativos, donde, a pesar de la marcada ausencia del quehacer novelístico,

sí hay alguna obra realizada, por lo que ni el hombre ni la tierra con sus personajes y

múltiples motivos, han pasado desapercibidos para los narradores en el Zulia. Ha

sucedido, sí, que la mayoría se ha quedado en el cuento, en la narrativa corta; sin

embargo, hay un aporte al que no se le puede negar su valor y trascendencia. Sería

mucho pedir que en el siglo XIX, cuando a nivel nacional la novela comienza a

manifestarse tímidamente y sin orientación determinada, en el Zulia hubiera

novelistas equilibrando los primeros pasos. Sin embargo, el de José Ramón Yépez es

un caso aleccionador y único dentro del movimiento romántico nacional, y a pesar de

la timidez de sus relatos, su obra no debe ser abandonada u olvidada, sino tenerla

presente como punto de referencia con características muy especiales.

Desde la segunda mitad del siglo XIX aparecen las primeras manifestaciones

narrativas en el Zulia. Con anterioridad a Yépez, ciertas leyendas habían servido de

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base para conservar muchos rasgos tradicionales de la sociedad de entonces. Primero

fue una literatura oral que pasaba de una generación a otra y que posteriormente fue

recogida por escritores tradicionistas. Podemos mencionar los casos de “El Árbol del

Buen Pastor”, de Rafael María Baralt; “El Sacrificio a la Virtud” (Leyenda del siglo

nono), de Cástor Silva; o ”El Cristo del Pescador”, de José Antonio Chávez. Muchas

tradiciones conservaba el común, y era esa la literatura de aquel pueblo que veía

transcurrir su vida dentro de una geografía maravillosa, pero aislada, y un acontecer

rutinario y lento. Pero allí estaba el germen de una literatura que surgiría después

plena de paisaje, de amor, de sacrificio, de protesta y esperanzas, dentro de una

dimensión temporal e histórica que llega a nuestros días.

A Berthy Ríos le preocupaba el hecho de que el Zulia no fuera campo propicio

para el cultivo de la novela. Sin embargo, si hojeamos la prensa del siglo XIX

encontraremos manifestaciones del género. En el diario “El Fonógrafo”, por ejemplo,

fue publicada por entregas la novela “El Capitán Chico”, atribuida a Manuel Dagnino.

Novelistas de otras regiones venezolanas han contribuido a que los temas zulianos, de

importancia social indiscutible, hayan sido incorporados al cauce de la cultura

nacional a través de la novela: Rómulo Gallegos, Ramón Díaz Sánchez, José Rafael

Pocaterra, Alejandro García Maldonado, entre otros.

Antes de aparecer “Zárate”, de Eduardo Blanco, y “Peonía”, de Manuel Vicente

Romero García, que para algunos autores marcan el comienzo de la novela nacional,

José Ramón Yépez, en circunstancias muy especiales, es el creador de la novela

indianista en Venezuela. Y decimos en circunstancias muy especiales, porque al

escribir “Anaida” e “Iguaraya”, Yépez no sabía en qué terreno estaba parado. Había

sido el poeta de las nieblas y de las ondas marinas frente a un paisaje natural pleno de

encantamientos, pero no había caminado por los laberintos de la narrativa, dentro de

ese mismo paisaje natural enriquecido por la savia del elemento humano autóctono.

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“Existe incertidumbre en él, tiene conciencia de que realiza un ensayo apresurado de

un género totalmente nuevo en Venezuela, sus compañeros de oficio y de generación

no han bordeado, ni lejanamente, las orillas del laberinto inexpugnable de la narración

novelesca” (Yépes Boscán, 1965:40).

No pretendemos, por la naturaleza del presente trabajo, realizar un análisis crítico

de las novelas escritas en el Zulia o sobre el Zulia. La misión fundamental, luego de

resaltar sus valores esenciales, es su existencia y ubicación dentro del contexto de la

novela nacional, dentro de los dos cauces, eje fundamental de esta modesta

investigación, que son: el indigenismo y el petróleo en la obra de los narradores

zulianos.

Hemos visto que “Anaida” e “Iguaraya”, cronológicamente, son los primeros

ensayos narrativos sobre temas indianos, lo cual es satisfactorio para la región. Los

paisajes, geográfico y humano, están vírgenes, y Yépez, con su lirismo sutil, se

adentra y tala los paisajes. El poeta amaba a su tierra y lo preocupaban los problemas

sociales dentro de los cuales transcurría la vida de los indios, golpeados durante una

lucha destructiva durante tantos años.

¿Qué hay en estas dos breves obras de Yépez? Consideramos que mucho, pues el

autor está ubicado dentro del movimiento romántico de la época; Atala es un texto de

obligada lectura, y en ambos escenarios se trata de amores de seres llamados salvajes

en los escenarios geográficos de la atierra indígena. De magia, mito, tradición,

paisaje, presencia subjetiva del hombre, están allí como un legado que, sujeto o no a

la realidad, constituye un cauce que nos lleva hacia atrás, que corre a la inversa, hacia

algo que existió y existe aún sobre las arenas de la Guajira y riberas del Lago:

zaparas, aliles, cocinas, paraujanos, wayuu, fragmentos de una raza que permanece

allí con su mismo cielo y con sus dioses.

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Veamos algunos párrafos muy breves tomados de “Anaida. “Así cantaba la tribu

de los zaparas, cuyos padres, según el mito de esta tierra, fueron dos caimanes”

(Yépez, 1958:15).

“Luego, el atalaya de la penda de flores amarillas bajó a las volandas para contar a

los piaches que el sol se había metido por dos veces bajo una nube color de sangre.

Los adivinos dijeron que el sol estaría mudo por dos auroras. (Yépez, 1958:22)

“Ella misma colgó en el bosque sobre una rama tembladora de caña fístula, el

cadáver de su hermanito, y cuando llegó el día de sacudir sus restos blanqueados por

la lluvia y el sol y guardarlos en la canasta de los sepulcros, ella fue quien se apresuró

a colocarlos haciéndole las últimas plegarias” (Yépez, 1958:25).

“Lo porvenir, Itota, oculto está en el cielo; el hijo del desierto mientras procede

como tú me cuentas, no tiene por qué llorar” (Yépez, 1958:26)

“El Moján empapó luego su diestra en la sangre de la víctima, y llevándola a la

altura de la nariz, musitó algunas palabras que la turba de ancianos debió oír, porque

contestaron a una inclinación de cabezas: “es verdad, es verdad” (Yépez, 1958:29).

“…está bien, pero te advierto, Anaida, que la esposa de un guerrero no debe ser la

porquiza que vive quejándose, sino la paloma que arrulla amorosa en la estación de

las flores y calla y sufre solitaria a la venida del invierno”. (Yépez, 1958:34).

“Los cazadores de Urama toman una pica abierta por ellos derecha a la estrella del

viento de la mañana y que arranca desde los juncos del lago” (Yépez. 1958. 34).

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“Oyeme, india, Guaitara te prohíbe salir de la choza hasta el sonido del caracol del

alba”. (Yépez, 1958:35).

“Yo he visto en las orillas del Orinoco, a lo largo de los fangales y anegadizos que

forman sus crecientes periódicas, la tribu de los Guartaúnos, de piel amarilla y cuyos

padres, al decir de los ancianos, fueron dos monos” (Yépez, 1958:36).

Guillermo Yépez Boscán, en el trabajo mencionado: “La novela indianista en

Venezuela”, premiada por la Universidad del Zulia, realiza el análisis quizás más

exhaustivo logrado hasta ahora sobre “Anaida” e “Iguaraya” y despeja las dudas sobre

las fechas de publicación de ambas obras:

“En total se han llevado a cabo cinco ediciones de “Anaida” y cuatro de “Iguaraya”. A partir de 1882 inclusive las encontramos juntas, como expresión de un mismo tema o estilo. Las ediciones son las siguientes:

1 “Anaida”. En un periódico de Maracaibo. Fecha no precisada. 2 “Anaida”. “La Revista”. Caracas, 1872. 3 “Iguaraya”. “La Revista. Caracas, 1872.

Posteriormente “Anaida” e “Iguaraya” (Novelas y estudios literarios de José Ramón Yépez. (Imprenta Americana, Maracaibo, 1882).

“Anaida” e “Iguaraya”. “Selección de Poemas y Leyendas de José Ramón Yépez. (Publicaciones de la Universidad del Zulia. Maracaibo, 1948).

“Anaida” e “Iguaraya” (Biblioteca Popular Venezolana. Ediciones del Ministerio de Educación. Caracas, 1958”. (Yépes Boscán, 1965:38).

Hoy estas dos pequeñas obras se han ubicado dentro del contexto de la narrativa

nacional, con las reservas del caso en lo que se refiere a su condición esencial de

novelas. Para algunos críticos son realmente novelas; para otros, leyendas, con sus

características de épica aldeana. Pero la leyenda, como manifestación de la épica

menor, nace y vive en los cauces de la oralidad para ir después a los textos que la

preserven de algún posible olvido. Ese no es el caso de las obras de Yépez, que son

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originales y, no el producto de la invención popular. Para otros, dichas obras son

poemas en prosa.

“Desde el inicio de la novela surgen los mundos o espacios significativos”, dice

Juan Darío Parra refiriéndose a ”Anaida”, en su estudio sobre los orígenes de la

novela venezolana. Y asienta más adelante: “En Anaida no encontramos elementos

realistas; es romántica por sus cuatro costados y si encasillar fuese el propósito del

crítico o del investigador, diríamos que Yépez es el padre de la novela romántica

venezolana”. (Parra, 1973:139).

Pedro Díaz Seijas, investigador y crítico acucioso y veraz, en su estudio sobre la

novela venezolana, nos dice: “Hurgando en los estratos íntimos de la raza, José

Ramón Yépez concibe sus novelas indianas “Iguaraya” y “Anaida”. Con mucha

emoción poética en las descripciones, dentro de un clima romántico moderado, Yépez

logra sin embargo, episodios interesantes en sus novelas. El duelo entre Aruao y

Turupén, descrito en su novela “Anaida”, aunque es fiel reflejo de la novela

romántica, ilumina toda la descripción con el rasgo valiente y heroico de la raza”.

(Díaz Seijas, 53:145).

Y Yépez Boscán asienta en definitiva, que “Anaida” es la representación de un

mundo inmerso en una especie de caos inicial. Narración novelesca de unas

costumbres, usos, sentimientos, hombres, etc., de pueblos con mucho más de barbarie

que de cultura y civilización” (Yépez Boscán, 1965:56).

Berthy Ríos cuando habla de la novela en el Zulia y se refiere a Yépez, nos dice:

“En “Anaida e “Iguaraya”, sus dos ensayos de novela indígena, Yépez se muestra gran conocedor de nuestras razas primitivas, de sus costumbres, sus tradiciones, sus leyes y hasta sus idiomas. Sólo que erró la perspectiva histórica”

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“Yépez para escribirlas, convivió entre nuestras tribus como Víctor Hugo vivió entre los pescadores franceses para escribir Los Trabajadores del Mar”

Y de allí ese dominio de la pintura de los personajes, de sus reacciones, del cuadro atural que los rodea, y la belleza poética que flota en cada una de sus escenas. El argumento es falso. Pero plausible la intención .

Cuando Yépez, buceando en la autoctonía de nuestra tierra, trataba de darle forma a una literatura realmente nacional, o al menos, americana, la novelística venezolana empezaba a dar sus primeros pasos bajo la égida del romanticismo europeo”. (Ríos, 1962:114).

Al hablar de la formación de las nacionalidades americanas, Luís Alberto Sánchez,

bajo el predominio de la corriente romántica, habla de Yépez en los términos

siguientes: “José Ramón Yépez, (1822-1881) marino y revolucionario, compuso

versos delicados y baladas evocadoras como su “Santa Rosa de Lima”. Dentro de la

naturaleza y de lo nativo, produjo poemas sobre timas indígenas como “Los Hijos de

Parayauta” y “Anaida” 1862, “Un hombre malo” (1879). (Sánchez, 1940:326).

Aunque el autor peruano no estaba bien informado para la época sobre la obra de

Yépez, el hecho de aparecer en su estudio, como en otros de autores americanos, nos

revela la trascendencia continental de la obra del autor zuliano. Para Sánchez,

“Anaida” e “Iguaraya”, como él lo escribe, llamándolas poema, constituían un solo

texto. Luego cita a “Anaida”, por separado, como novela, con la fecha en que fue

escrita 1860, no publicada. Da la impresión que Sánchez no había leído dichos textos

y basaba sus comentarios en referencias bibliográficas.

Jesús Semprum, el crítico sagaz que salió de las filas de “Ariel”, al comentar la

obra y personalidad de José Ramón Yépez, dice: “En nuestra historia literaria

representa Yépez un feliz empeño de contacto con la naturaleza circundante, ese ideal

que aún no ve camino de realizarse. Es hombre de su época, de su medio, y para

comprenderlo en su integridad importa conocer la sociedad en que vivía”.

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“En contacto con los vestigios de esa raza, Yépez, enamorado de la tradición, le

consagró buena parte de su labor literaria. “Anaida” e “Iguaraya”, son ensayos de

mérito como novela y estudios de costumbres indígenas”. (Semprúm, 81:100)”.

En su estudio sobre la novelística venezolana, Mauraice Belrose menciona apenas

la obra de Yépez. Sin embargo –dice-:

“A partir de la publicación de “Vanitas Vanitatum” empieza a soplar un viento nuevo sobre la novela venezolana, la cual se encamina progresivamente hacia el criollismo. Un número bastante importante de obras jalona el itinerario que nos lleva a “Peonía”, “Vanitas Vanitatum”, “Querer es Poder” (1876), por José Ramón Henríquez; “Los dos avaros”, (1879), por José María Manrique; “Zárate”, 1882, “Anaida” e “Iguaraya” ((1882), “Débora”, (1884), “Guaicaipuro” (1885) por Rosina Pérez, Finalmente “Julián”, (1888).

Cada una de esas obras merecería un análisis detallado que no se puede hacer aquí. Digamos, sin embargo, que con excepción de “Débora” y “Julián”, son novelas de ambiente venezolano, y que en todas ellas se nota un esfuerza de realismo, una voluntad de reaccionar contra la inverosimilitud, a la extravagancia que caracterizan a la novela romántica en Venezuela. Tres de ellas: “Anaida”, “Iguaraya”, “Guaicaipuro” pueden considerarse novelas indianistas” (Belrose, 1979:16).”

Oscar Sambrano Urdaneta, una de las voces más autorizadas dentro del campo de

la crítica nacional, prologa la edición de “Anaida” e “Iguaraya” hecha por el

Ministerio de Educación en su colección Biblioteca Popular Venezolana. El ensayista

y crítico al referirse a las dos obras narrativas de Yépez, dice:

“Hacia 1860, Yépez escribió dos pequeñas narraciones en prosa, de tema indígena, tituladas “Anaida” e “Iguaraya”, las cuales no fueron recogidas en libro hasta 1882. ¿Qué significan esas obritas para los comienzos de la novelística venezolana, y qué representan dentro de las labores literarias de Yépez?

Desde 1837, con la publicación de “La Viuda de Corinto”, de Eduardo Blanco, en 1882 se registra en nuestra historia una serie de intentos narrativos, los cuales forman los más lejanos antecedentes, propiamente dichos, de la novela venezolana. En todas ellas se advierte una franca imitación de los grandes maestros europeos entonces de

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moda: Chateabriand, Hugo, Saint-Pierre, Madame de Stael, Dumas padre, Scout, Zola”.

Yépez no es la excepción, pero su caso presenta matices que son interesantes. Mientras Toro, por ejemplo, situaba en Londres la acción de su novela Los Mártires, Yépez intentaba extraer que a juicio de la época constituía lo más característico del mundo americano: sus habitantes indígenas con su organización social, sus exóticas lenguas y el novedoso paisaje en donde aquellos amaban, luchaban y morían. Tanto Yépez como Gorrochotegui escribieron basándose en la propia experiencia, ganada en sus contactos con tribus muy poco influidas por el blanco. De aquí se desprende un valor casi documental que es necesario no perder de vista, entre otras razones porque explica la bien fundada autoridad con que Yépez incursionaba por tales temas. (Sambrano Urdaneta, 1958:17).

Como ha podido observarse, la obra narrativa de Yépez ha sido profusamente

estudiada por escritores venezolanos y extranjeros. Menéndez y Pelayo, Concha

Meléndez, Gonzalo Picón Febres, Jesús Enrique Lossada y otros, han seguido las

huellas del narrador, que en días ya lejanos, inmerso en el paisaje de sus lares nativos,

entre aborígenes, bohíos y aguas musicales, contribuyó a incrementar la incipiente

novela nacional. Y ese aporte quizá compense la marcada ausencia posterior del

cultivo de la novela en el escenario de la literatura del Zulia. Hoy el panorama ha

cambiado, otros novelistas, nuevos temas; lo que se escribe sobre el indio queda

reducido más que todo al rescate de su oralidad y de sus valores esenciales.

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CAPITULO III

IRAMA SABANAS DE GARABUYA, INDIANISMO,

SOCIOLOGIA Y AMOR.

Elías Sánchez Rubio

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Elías Sánchez Rubio es un poeta zuliano que espera aún la palabra de un crítico

que estudie y analice su obra. Nacido en Maracaibo, el 23 de agosto de 1881, formó

parte del primer grupo literario del siglo XX aparecido en 1901, Ariel, primer mensaje

modernista en estas regiones, donde la poesía era producto de la tradición y del

paisaje. Fue poeta maldito, periodista, narrador, cronista, y casi todos los órganos de

prensa del Zulia durante las tres primeras décadas del pasado siglo, acogieron sus

colaboraciones. Murió en su ciudad natal el 2 de septiembre de 1927, y 31 años

después, al crearse un liceo bautizado con su nombre, continuaba siendo un ilustre

olvidado. Dejó muchos cuentos en diarios y revistas, pero su obra narrativa de mayor

relieve fue Irama, producto de su larga permanencia en la Guajira y del conocimiento

pleno de su vida y costumbres.

¿Qué es Irama? El autor nos lo dice en el subtítulo de la obra: Costumbres y

paisajes guajiros. No es, pues, una novela como se la ha venido catalogando, ya que

supuestamente carece de los elementos fundamentales de ésta, aunque hay cierta

unidad central a lo largo de sus treinta y un capítulos, a veces desarticulados y con

ausencia casi total de diálogo con predominio de la narración y de los trozos

descriptivos

Pero si vamos al fondo del asunto, así hay algo de novela, y mucho. Hay un

escenario, un ambiente magnífico que ofrece recursos extraordinarios. Igualmente

existen dos protagonistas fundamentales y muchos de orden secundario; hay una

trama y un desenlace doloroso. La realidad se confunde con la fantasía. Algo de

Atala y de María hay sobre los médanos inhóspitos de la Guajira de Elías Sánchez

Rubio. Aquel párrafo del capítulo veintiocho, donde desnuda el drama de la muerte

agónica de Irama, y dice:. “…alocado, atónito, con el cerebro vacío de todo

pensamiento que no fuese el de la tremenda visión, huí de aquel lugar siniestro. Y la

aurora me sorprendió todavía a caballo! (Sánchez Rubio, 1979:130). Este caballo nos

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recuerda el de Efraín. Después las visita a la tumba de la amada muerta y el

desasosiego y la nostalgia ante la realidad de un amor imposible, después de haber

vivido años de juventud compartiendo aquel afecto puro y lleno de infantilidades

inolvidables y hermosas, como en todas las historias de amor, que concluyen en una

muerte natural dolorosa o en el suicidio.

Resulta paradójico que un autor declarado en franca rebeldía contra el

romanticismo, y que comienza a beber en las fuentes áticas para seguir después las

huellas de Darío y sus prosélitos, escribiera una obra dentro de esta tónica. ¿Cuándo

escribió Sánchez Rubio a Irama? En el pórtico de la obra, en una especie de

advertencia a los lectores titulada “Por si alguien leyere”, dice entre otras cosas:

“Conocidos oportunamente los lunares, fácil era hacerlos desaparecer, o atenuarlos,

por lo menos, pero, no he querido modificar en lo más mínimo lo que hace ya luengos

años, bajo el imperio de una sincera emoción, salió espontáneamente de la pluma”

(Sánchez Rubio, 1979:55)

Más adelante, en las mismas palabras de introducción, dice: “No habiendo sido

escrito con miras de publicidad, si este humilde volumen fuere algún día a las

prensas….” Para proseguir: “Puede que se observe alguna diferencia entre lo aquí

narrado y la vida actual de la Guajira, pero es preciso no olvidar que estos recuerdos

datan de veinte años atrás”. (Sánchez Rubio, 1979:55). Nos preguntamos ahora:

¿Cuándo escribió Sánchez Rubio esta introducción a guisa de advertencia? Primero

dice que si el volumen llegara algún día a las prensas y luego dice que han pasado

veinte años… la vida actual de la Guajira. Se intuye, lógicamente, que este prefacio

fue escrito veinte años después.

En el capítulo segundo, Epifanía, dice también: “Desde entonces, ese claro

nombre, Irama, fue por largos años mi talismán y mi bandera, hasta la época luctuosa

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en que llegó a convertirse en una remembranza melancólica, venero de mis alegrías y

osario de mis juveniles ilusiones” (Sánchez Rubio, 1979:62).

En el capítulo “A orillas del mar”, dice: “Con cuanta desolada tristeza comparo, el

presente, mi cuerpo adiposo y enfermizo y mi espíritu mustio y árido, arrastrando la

vida vanamente al lado de un estuche des Pravas y de un block de cuartillas, con aquel

adolescente ágil y cenceño, que llevaba todo un mundo de energías en el pecho, i que

no coronaba una empresa difícil, sino para acometer otra placentera, a lomo de

veloces pegasos, por la pampa sin limites, y bajo un cielo azul, perennemente

diáfano” (Sánchez Rubio, 1979:18).

También encontramos en la página setenta y cinco de la edición original, una

llamada, cuya primera parte dice así: “Esto pasaba hace cuatro lustros, época en que

fueron tomados estos apuntes” (Sánchez Rubio, 1921:75). Se refiere al comercio de

indios.

Creemos, pues, que Sánchez Rubio escribió su obra veinte años después de haber

recogido su material tanto emocional como ambiental; de haber vivido un romance

con alguna guaricha de Garabuya, con senos marmóreos, mejillas de dato silvestre y

profundidad de noche ritual en la mirada, que se le quedara para siempre prendida en

el alma. Tal vez su propio acontecer, su vida atormentada y llena de nostalgia, lo hizo

retrotraerse a aquel clima poético pleno de sugerente evocación.

Diríamos que “Irama” es un ensayo de novela eminentemente sociológica. Quizás

el autor pensó escribir alguna obra de sociología indígena, fundamentado en el amplio

conocimiento que tenía de la región, y no queriendo estructurar un texto didáctico-

científico y teniendo allá, en lo más profundo del recuerdo, la imagen nítida de la

moza india, quiso volver a vivir la aventura y prefirió buscar la forma novelada, que

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le permitiera contar con mayor lujo de detalles, los episodios y costumbres de la vida

local, y que el resultado de aquel desenlace trágico, era precisamente, consecuencia de

una de esas viejas costumbres hechas ley en la Guajira, donde son las madres y sus

respectivos hermanos, quienes deciden el futuro de la prole femenina una vez

concluido el blanqueo.

Después del breve pórtico a manera de advertencia para los lectores, la obra se

inicia con una evocación del paisaje rural de Sinamaica, la Garabuya indiana del

poeta, con el “atractivo de lo hermético” y su “Fe sencilla y honda”; sus caminos

desnudos y la diafanidad de sus paisajes dormidos o despiertos bajo la clara luna y

bajo el tibio sol, herido por el viento, que oloroso a salitre despeina la palmera y

prosigue su marcha ancestral como el rito.

El poeta amaba entrañablemente el medio geográfico de la Guajira, y en sus

andanzas se compenetró de su realidad espiritual, social y económica. Bien que lo

manifiesta en el primer capítulo: “Mi corazón te ama, con amor agradecido y

melancólico, i tu memoria- clara i fresca como el agua de tu cisterna- es en mi mente

inseparable de los mejores recuerdos de mi adolescencia ilusionada, ansiosa de

emociones y aventuras”. (Sánchez Rubio, 1979:59).

Sinamaica es, pues, el proemio. Allí el protagonista contempla por primera vez la

silueta hermosa de la guaricha que lo deslumbra. Después viene la aventura sobre la

tierra ancha.

Irama es un relato autobiográfico, un conjunto de capítulos plenos a veces, de una

encantadora fantasía de heroicidad juvenil y felicidad inolvidable, al comienzo; y

transidos de melancolía y frustración en su epílogo.

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En la obra hay acción y ésta cumple su itinerario y su función específica.

Mantiene la armonía a pesar de ciertas interpolaciones que, aunque no son ajenas a la

temática, sí se apartan un poco del hilo medular de algunos capítulos.

Hay pocos y muchos personajes a la vez, la mayoría indeterminados. El autor es el

protagonista central. A su lado, Irama, la moza india, cuya fisonomía y retrato por

parte de su deslumbrado y perseverante amador, nos hace recordar el culto melibeico.

Junto a ellos, la figura venerable y bondadosa del tío Criso, en hondo contraste con la

de Tiayú, introvertida y mezquina, siempre como en la práctica silenciosa de

exorcismos rituales y malignos. La presencia fugaz de la bella Naima, hermana de

Irama; David, el consecuente amigo, y los dos rivales: la figura despreciable del indio

Guaruno, especie de antihéroe, y Apamaro, parecido a una parodia del protagonista,

mozo apuesto en sus primeros tiempos sobre el piafar de su cabalgadura indómita y

diestro en el disparo certero; y melancólico al final, víctima de su capricho, de su

orgullo y más que todo de la absurda práctica de sacrificar los sentimientos as cambio

de chivos y carneros.

El autor, a pesar de no dominar la técnica de la novela, ya que fue poeta ante todo,

traza estos personajes con rasgos inolvidables a veces. El protagonista es una especie

de arco geométrico; surge optimista, dispuesto a los más arduos sacrificios, mantiene

su estabilidad a lo largo del espacio intermedio, hasta que al fin declina, como una

curva económica, y cae. Dice al iniciar la obra: “Juventud, alegría, risa fresca, ideales

de amor, de bien i de fortuna, todo quedó enterrado allá muy lejos, al pie de la

grandiosa Serranía, en una huesa humilde, que por no tener lápida ni cruz, muestra

grabado, en el tronco del árbol que la cubre, i a punta de puñal, este solo, armonioso,

amable y breve nombre: IRAMA”. (Sánchez Rubio, 1979:133).

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La moza india nada tenía que envidiarle a Melibea. Como Fiammeta, Beatriz o

Laura, parece estar dentro de la escala de valores de la Edad Media que aflora en el

Renacimiento, cuando la mujer es el ángel de los stil novisti. En la fisonomía la

describe con rasgos singulares y precisos.

“Olvidado de cuanto me rodeaba, permanecí absorto, contemplando aquella frente

noble, aquellas mejillas, que eran dos rosas morenas, aquella boca, carnosa y roja

como un fruto en sazón, aquellos inmensos ojos, en ese instante bajos, sobre los

cuales aleteaban picarescamente las dos negras cortinas de sus pestañas, largas y

sedeñas: aquel cuerpo, que era como un ánfora maravillosa de voluptuosidad y

gallardía” (Sánchez Rubio, 1979:60). Idealismo y realidad a la vez.

Psicológicamente los personajes están bien trazados. La muchacha se compenetra

de tal modo con el protagonista, que le comprende el más mínimo gesto. Su alegría

juvenil, abierta, se transforma en un espantoso hermetismo; rechaza al esposo, se

entrega a la melancolía y lentamente se extingue como una pequeña llama. Todas las

circunstancias anímicas que se presentan derivan de un denominador común que es el

conjunto de usos y costumbres que el tiempo ha convertido en ley, donde a la moza

núbil siempre se le ha arrebatado el derecho de amar.

Los aspectos folklóricos, los hábitos de la vida cotidiana, el comercio, la cría, el

gobierno, todo está contenido en esta obra. Si Sánchez Rubio hubiera dedicado

mayor tiempo a la narrativa y echado mano de los recursos del realismo mágico,

utilizado por otros de sus contemporáneos; si se hubiera preocupado por dominar a

cabalidad la técnica de la novela, quizás tuviera puesto de preferencia en el ámbito de

la narrativa nacional, Irama es una prueba fehaciente de sus magníficos recursos, de

sus cualidades de excelente narrador.

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La primera edición de Irama fue impresa en la Tipografía “El Sol”, de Maracaibo,

en 1921, auspiciada por el Ejecutivo del Estado, a cargo entonces del doctor José de

Jesús Gabaldón “como una de las ofrendas del poder Ejecutivo del Estado en el

primer centenario de la incorporación del Zulia a la independencia nacional. En 1937,

la Editorial “Elite”, de Caracas, lanzó una segunda edición en su colección “La

Novela de Ahora”. La última edición es de 1979, auspiciada por el Comité Pro-

Homenaje a Elías Sánchez Rubio en el cincuentenario de su muerte, con un estudio

preliminar, muy bien documentado, de Luís Guillermo Hernández.

Aunque esta obra esté inserta dentro del espíritu neo-romántico, no tiene desde

luego, la trascendencia de la narrativa de Yépez, cuya intención y técnica son otras.

La obra de Yépez constituye el punto de partida del género, razón por la cual la crítica

ha sido más pródiga con ella. La crítica nacional se ha ocupado más de otras novelas

inferiores a Irama, pues, han sido pocos los autores que le han dedicado su atención.

Quizás esta actitud constituye parte del olvido de Sánchez Rubio, desde la hora de su

muerte hasta cincuenta años después.

Maurice Belrose menciona apenas la novela de Sánchez Rubio en los términos

siguientes: “En 1930 sale a la luz Irama. De Elías Sánchez Rubio, novela indígena de

carácter documental, en la que se estudian las costumbres de los indios guajiros.

(Belrosa, 1979:126). Es lamentable que este autor, en una obra dedicada al estudio de

la sociedad venezolana en su novela, no haya ahondado un poco en los escenarios

sociales de esta tierra. La fecha que menciona está errada, en cuanto a su aparición, y

tenemos la segundad de que Belrose no conoce esta novela.

Raúl Agudo Freites menciona también la novela de Sánchez Rubio, cuando se

refiere al prolongado olvido del poeta y escritor indiano, y lo hace en estos términos:

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“En 1921 publica Irama, relato testimonial de su convivencia con la raza “de aciago destino que vivió y muere a orillas del Coquivacoa”. ¿Novela? ¿Relato? ¿Memorias? Son recuerdos de veinte años atrás “cuando se cultivaron locuras y candideces relatadas con la desnuda veracidad de un diario íntimo”. Irama es la guaricha aborigen a quien sacrificaron las leyes de la tribu junto con su amor cuyo tono recuerda a Chateaubriand. El relato se interrumpe con invocaciones e interpolaciones. La adjetivación es romántica y excesiva. Pero por encima de la anécdota, presenta un lucido cuadro de la estructura social y las costumbres indígenas en la península que el autor prefiere denominar con el nombre aborigen de Garabuya. Allí se fijan los rituales religiosos, el derecho matriarcal y sus normas, el rescate de la sangre, el matrimonio total, las transacciones en dinero por los agravios recibidos o inferidos. Y las costumbres. Las plañideras fiestas de la muerte, las hermosas danzas guajiras donde las mujeres son como “mariposas color de sangre bajo el cáliz de una campánula”. (Agudo Freites, 1977:1)

Acertado el juicio de Agudo Freites, y viene a corroborar lo que hemos sostenido

sobre Irama, su hondo contenido social y romántico, no escapa dentro de su

textualidad ningún detalle de la vida y costumbres de este núcleo indígena que ha

soportado con gallardía el paso de los siglos y que hoy se incorpora a las corrientes de

la modernidad, pero conservando siempre los códigos de su tradición originaria.

Consideramos que Irama es un valioso aporte a la narrativa local, dos décadas de

concluida la segunda mitad del siglo XIX, cuando en el Zulia, a pesar de las

circunstancias políticas, se escribía literatura y se editaban buenas revistas. Si esta

narración no llena a cabalidad los requerimientos técnicos de la novela, es un

testimonio para cimentar un estudio de sociología regional de mayor amplitud. En

muchos textos de literatura venezolana se menciona Irama, pero no debemos olvidar

que Sánchez Rubio, desde la hora de su muerte, el 2 de septiembre de 1927, fue

cubierto por la nebulosa de un prolongado e injustificado olvido.

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CAPITULO IV

CUANDO EL PARAHUACHON DERRAMA SUS AGUAS POR LAS SABANAS DE IRURPANA

Rómulo Gallegos

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Al iniciar la revisión, o mejor el enfoque de la novela de Rómulo Gallegos “Sobre

la misma tierra”, hemos considerado oportuno incluir un fragmento del análisis que

hace de esta novela el escritor Jesús David Medina. Se titula dicho trabajo: “Literatura

Regional, un problema conceptual”. Transcribimos un fragmento que consideramos

interesante para quienes estudien o analicen esta novela del Maestro. No opinamos

sobre dicho juicio, pues, dejamos a los lectores que lo hagan. El autor mencionado

dice: “Por otra parte, dudo mucho que aquellos autores realistas hayan generado algún vínculo con la región que describían en sus textos. El paseo que hizo Gallegos por algunos estados del país es elocuente. En esta parte de la disertación se hace oportuno introducir la segunda visión sobre literatura regional propuesta por José Antonio Castro (1986:57), la cual consiste en afirmar que la identidad nacional se sustenta en la obra de las regiones o estados.

Basándonos en este planteamiento, la actitud de Gallegos estaría justificada, ya

que aparecería como el prototipo de la literatura nacional, por su trabajo de penitente en varios puntos del país. Sin embargo, cuando leo Sobre la misma Tierra, obra que toca directamente el espacio donde he vivido siempre, no me siento involucrado, no siento la referencia de lo mío. Existen una serie de nombres, sitios, costumbres y hasta referencia a personajes reales, pero el sabor a lo ajeno no deja de perturbarme. La lejanía que siento con Gallegos es la misma que siento con José Ramón Yépez

La distancia que Yépez establecía entre él y el objeto de su narración, es la misma

que hay entre Gallegos y los personajes y situaciones de cualquiera de sus novelas. (Medina, 2002:69).

Consideramos oportuno, incluir aquí, brevemente, el juicio de Domingo Miliani,

quien dice: “El momento actual es de profunda revisión y no de negación a priori de

los contextos y esquemas del regionalismo narrativo hispanoamericano” (Miliani,

1973:38)

Quienes permanezcan a distancia del alma venezolana, difícilmente pueden

percibir el mensaje de Gallegos. Desde que tuvo lugar el llamado boom de la novela

hispanoamericana, para muchos, lo que se había escrito perdió el valor que pudo

haber tenido; y allí está el error de quienes pretenden erigirse en árbitros sin el

conocimiento pleno de lo que juzgan. Es pecar por exceso y hacerle daño a la

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literatura y a muchos lectores expuestos al virus de la falsedad. A Gallegos no se le

puede juzgar con tres palabras. Su obra tiene valores nacionales y universales,

históricos y de una gran profundidad humana. Para su época, Venezuela estaba

sumergida en un tremedal sombrío, y los esquemas fundamentales de su sociología

fueron la temática de los contextos narrativos galleguianos. La literatura de contenido

social no se inventa ni es obra de ficción “Macondo está en Guayana, en Canaima;

allí lo encontró García Márquez”, oí decir una vez al poeta y crítico José Francisco

Ortiz.

Insertamos nuevamente la visión de Domingo Miliani sobre la obra de Gallegos:

“¡En el caso venezolano, Gallegos representa la síntesis de posiciones. Si se admite como cierto el análisis histórico-cultural propuesto por Pedro Emilio Coll para sortear el dilema entre “Decadentismo y americanismo” lo más significativo de Gallegos en el desarrollo histórico de nuestra narrativa es, justamente, la intuición de convertir en arte universal –como lo ha visto la mayoría de sus críticos- lo que en manos de sus predecesores había sido tanteo, apunte, esbozo. Y esto se logra plenamente en los dos aspectos estructurales de contenido –ciclo geográfico, abarcador de un país- y del lenguaje- posibilidad trascendente de formas dialectales, en múltiples estratos; incorporación del folklore; tipificación de las regiones por las particularidades de su habla-, No podía pedirse del todo a Gallegos, la realización insólita del desarrollo técnico, en las estructuras de planos, porque su incorporación a los contextos hispanoamericanos empieza a ser materia de experimentación a partir de 1940. Exigir, además, un tratamiento técnico al gusto de los lectores de hoy, sería incurrir, por otra vía. en el mismo vicio crítico normativo del “deber ser” social en la literatura, al reclamar soluciones esperanzadas, happy end revolucionarios en todas las novelas, como pasó hasta hace muy poco.” (Miliani, 1973:42)

Este es un juicio acertado, pues su autor fue uno de los más autorizados en el

conocimiento y prédica de la literatura nacional. Contrasta, desde luego, con el

siguiente:

“En Sobre la misma tierra se lleva a cabo la última campaña de catastro que el

maestro hace de la periferia venezolana” (Antonio M. Isea, 2008:51). Para este autor,

Gallegos fue simplemente un pobre topógrafo de aldea, que con una cintica métrica

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midió algunas áreas del territorio nacional, fuera de la ciudad letrada, en los

suburbios, y anotó los adefesios más significativos que pudo encontrar allí. Todos

son lugares comunes, donde la chusma rezaba y ahora delinque.

En 1946, Antonio Arráiz, al referirse a la erudición en la literatura venezolana,

dice:

“Pero a pesar de todo, mucho se ha hecho desde la época en que Oviedo y Baños describía, con una prosa conventual y académica, llena de citas latinas, paisajes y costumbres venezolanas, y desde lo alto de su formación española miraba con desdén a los indios, a quienes calificaba de “bárbaras naciones”, hasta Rómulo Gallegos, cuyas novelas, en el fondo y en la forma, ya son típicamente venezolanas, de suerte que, al tenerlas en su mano, el lector se siente arrojado a un mundo nuevo y vigoroso, muy distinto al que le tenía acostumbrado la literatura europea, y se da cuenta de que escenas como las que en ellas ocurren no podrían suceder en otra parte, ni la manera de escribirlas se daría en otro sitio que en Venezuela” (Arráiz, 46: 21)

Para este autor, nuestra cultura dejaba ya su adolescencia para alcanzar cierta

madurez que le aseguraba un paso firme, después de tantas influencias foráneas que le

impedían encontrar el verdadero cauce de lo nacional, Había que despojarse de otras

voces y paisajes para llegar a la esencia de lo venezolano. Y Gallegos lo logró, junto

a otros escritores como Enrique Bernardo Núñez.

Hemos sido lectores de Rómulo Gallegos desde muy corta edad y no sé si por

haber nacido en tierra llana e incursionado después por el mundo selvático de la

Guayana, por el mundo mítico de Barlovento y convivido después durante tantos años

con esta gente hecha de lejanía de la Guajira, que nos hemos sentido siempre

identificados con la novelística de Gallegos. En Doña Bárbara y Cantaclaro la llanura

palpita con sus espejismos y el hombre enfrenta la dualidad de su destino; en el

capítulo del incendio en Canaima, consideramos que la narrativa hispanoamericana

alcanza su más alta expresión. No sé si ese realismo o ese subjetivismo mágico de la

naturaleza, nos acerca.

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Sobre la misma Tierra no es la novela que abarca toda la dimensión social del

Zulia; es una geografía demasiado amplia en su intimidad y en su desbordamiento

Con ella, el Maestro extiende hasta el occidente del país el ciclo geográfico que se

propuso realizar en su narrativa. Ya no es el Llano con sus espejismos ni la selva con

su misterio antiguo de los acantilados ni el pueblo ausente de cualquier sitio de la

geografía nacional, sino los espejismos, los médanos inhóspitos de la Guajira, “que

florecía por septiembre, cuando el Parahuachón comenzaba a derramar las aguas por

los desparramaderos de Irurpana” (Gallegos, 1964:17) Tierra doliente, con las

espadas de sus cardones pensativos y el hombre de rostro taciturno, broncíneo, con

temblor de raza, pleno de conformidad ante su destino que emerge de la misma noche

de su mitología ancestral.

Debemos confesar nuestra condición de profanos en eso de interpretaciones y

críticas literarias, pero en esta novela sí encontramos la magia de un universo perdido

en el tiempo; la fortaleza de una raza, o los vestigios de una raza, que ha visto desfilar

por el tiempo la égida de sus dioses, su canción doliente bajo las noches íngrimas, el

golpe de tambor que agiliza el paso y remoza el espíritu; las arenas encendidas de los

médanos por donde sus pasos no han encontrado el rumbo; sus filigranas de agua de

mar sobre la playa por donde anduvo quizás ayer en la canoa intrépida sobre las

crestas de las olas; el canto solitario del pájaro errabundo por cielos inconclusos y su

picotear en la pulpa roja del dato, cuando los cardones sienten la primavera. Sí, en las

páginas de esta novela hallamos ese mundo, que no es, lógicamente, el de la ciudad en

toda su plenitud, más `para aquella época en que fue concebida y realizada.

Esta novela se ubica frente a la historia y la sociología venezolanas y cumple su

periplo dentro de una escala temporal y geográfica, encarnando generalmente en

símbolos los protagonistas de su acontecer, que no se queda en lo simplemente local.

En ella, a pesar de criticársele no haber calado en la profundidad y dimensiones de

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una temática regional, el novelista sí nos ofrece, no sólo ese mundo tormentoso y

meditativo a la vez del indígena, sino otras facetas de la vida zuliana, como el

quehacer urbano de las ciudades pequeñas para entonces, el impacto del petróleo en la

transformación de los escenarios fundamentales del país; los giros imprevistos de la

cultura nacional.

Es la novela de Gallegos centrada en los problemas sociales del indígena que

habita la Guajira, especialmente la pequeña faja de territorio venezolano.

El escenario y los espejos de esta novela quedaron atrás, aunque todavía hay algo

de vigencia; pertenecen a los primeros años de la década de los cuarenta, cuando

Tierra Negra era una ranchería, y Maracaibo, un pueblo grande que llegaba hasta el

cementerio “El Cuadrado”, con sus dos barrios característicos: El Empedrado y El

Saladillo, este último con sus payadores nocturnos. Un puerto para las piraguas que

venían del sur, y para algunos vapores que transportaban pasajeros a Curazao, La

Guaira y otros puertos menores. Juan Vicente Gómez había muerto cinco o seis años

atrás, la geografía era todavía melancólica y del Castillo de San Carlos, frente a La

Barra, salía aún el grito airado de quienes iban a ser fusilados. Hay que ubicar la

novela en su época; su protagonismo es indígena y mestizo; y el petróleo, que ha

escindido ya las bases de una cultura tradicional, es rozado tangencialmente; la obra

nos ofrece una comunidad de contenidos.

El aporte que da el Zulia en esta obra es la temática; la convergencia de ese río

plural de aconteceres. Sociología, folclor, geografía, geopolítica, historia, religión,

mitología, tradicionismo, todo desfila por las páginas de esta novela, con la pincelada

lírica donde impera el paisaje. “Por las tardes a Salina Rica, cuando la marea

hinchaba los caños por entre los manglares, esmaltes de azul profundo y verde tierno

bajo el sol brillante y quemante”. (Gallegos, 1964:11). “Por septiembre, cuando el

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Parahuachón comenzaba a derramar las aguas del invierno guajireño por los

desparramaderos de Irurpana” (Gallegos, 1964:17).

Allí están el paisaje, el hombre, la yuxtaposición de los contrastes. Demetrio

Montiel es el símbolo de un hombre que ha existido siempre en esta tierra. Pescador

y amigo de los cantos de fondileras en sus años mozos, por los Puertos de Altagracia,

Capitán Chico y Salina Rica y repentista en las fiestas de El Saladillo. Luego el

tarambana, contrabandista y piragüero, arquetipo de la época; Cantaralia Barroso es el

símbolo del mestizaje que parece reconfortar a la raza con distinta tonalidad en la piel

y en el carácter. Palmira y Dorila Barroso son el símbolo de la Guajira tradicional, en

descenso como los ríos flácidos, en fuga.”Guajira yéndose –murmuraba Palmira a

Dorila-. para Tierra Negra en Maracaibo, para Colombia también. Guajira de nosotros

acabándose” (Gallegos, 1964:28). Remota Montiel es el símbolo de la mujer guajira

que irá al rescate de los valores de su raza, la Licenciada, egresada de la Universidad,

quien dirige hoy la escuela en los medanales de su tierra, bajo el mismo sol y en el

mismo paisaje, pero con otra fisonomía espiritual y cósmica.

Hay un rico material temático, cuyas partes se ligan en espacios y tiempos

determinados, en una motivación equilibrada:

a) Compositiva Los personajes se mueven dentro de entornos visuales cuya

economía o extensión sorprenden gratamente al lector. Hay armonía en la

dinámica narrativa. Demetrio Montiel, el héroe de la fábula, inicia y concluye

la novela dentro de un protagonismo activo y necesario. Es un personaje.

redondo

b) Realista. Motivación realista, tanto para el lector ingenuo como para el

experimentado. Nombres supuestos, desde luego, pero que identifican a

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personajes reales que habitan y actúan en los escenarios: médanos, Maracaibo,

el Lago, el Escalante.

c) Artística. “Como ya he dicho, la introducción de los motivos es el resultado de

un compromiso entre la ilusión realista y las exigencias de la construcción

literaria.” (Tomasevsku, 1996:51) Bien sabía el novelista la controversia

permanente entre lo viejo y lo nuevo en la motivación artística, y de allí el

predominio de lo real en su construcción narrativa. El golpe de un tambor, el

canto de un pájaro, son elementos intrínsecos dentro del extrañamiento

respectivo. Gallegos jugaba a la imagen, caminaba con la metáfora que da vida

a la textualidad.

El tiempo ha pasado y la tierra está allí como un bastión de desolado abismo, con

su piel cobriza y su paso andariego que va y viene por rutas inconclusas en espera de

una posible redención. Guajira venezolana.

Consideramos que todo el paisaje zuliano está presente en esta novela. El rural y

el urbano, con sus afinidades y contrastes. Los protagonistas y el paisaje

intercambian sus pertenencias; la voz aislada se prolonga y el aire se concentra en los

espejismos de una realidad que en parte arrastra su vigencia. Veamos algunos

ejemplos:

“Aquella noche todo El Saladillo celebró con júbilo el fausto acontecimiento de

otro poeta bueno para cantos de pique y el día siguiente entró la escandalosa noticia

en la austera casa de la calle derecha” (Gallegos, 1964:10)

“Desde El Tablazo hasta Palmarito, más allá de Sidiosquiere, no hubo rumor de cardumen que su oído no percibiese y distinguiera bajo las aguas del lago, sereno o animado de murmullos” (Gallegos, 1964:13)

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“Un trozo de luna, curvo y todavía sin brillo, descendía hacia el poniente caliginoso; a intervalos soplaba sobre el médano el respiro caliente de la tierra y entonces se escuchaba en el fondo del silencio nocturno el lejano bramido del mar” (Gallegos, 1964:42)

“La superficie del lago sin brisa era una lámina de plomo bruñida, en la cual se reflejaban las luces rojas de un hidroavión fondeado en el aeropuerto cercano…” (Gallegos, 1964:148)

“Allá sabré Irurpana, los suntuosos cúmulos de nubes entre los cuales se ponía el sol”. Referíase a los troncos de árboles arrastrados por la corriente del Catatumbo, hacia ciega desembocadura navegaban, varados en los bajíos donde se acumula el fango acarreado por el afluente y por entre los cuales había que internarse con prudencia. Y como tenía ese compadre, campesino ribereño entre La Rita y Cabimas, llamado Roseliano Figueras, dueño de una plantación de cocos que cubría buen trecho de aquella costa, y puesto que los simples y crédulos han sido creados para que los astutos hagan su juego con ellos, un día fondeó allí su piragua con los rebuscos de maduros y guineos de Encontrados que le habían dejado a bordo, por zocatos y podridos, los compradores exigentes del fruto en el mercado de Maracaibo”. (Gallegos, 1964:80)

“Locomotoras, camiones, tractores, grúas. Toneladas de hierro y acero ajenos que

hacen retemblar la tierra venezolana y músculo venezolano contraído en recia actividad por palabras inglesas, entre bocanadas de humo de tabaco de Virginia, cachimba en la boca”. (Gallegos, 1964:85)

No es nuestro propósito ahondar o no en la crítica de la obra de algún autor. Es otro escenario. Estamos dentro del territorio indígena y del petrolero, y la novela de Gallegos referida a estos temas se llama “Sobre la misma tierra”. ¿Fuera de época? ¿Dentro del contexto del regionalismo? Toda obra literaria pertenece a un autor, a una época, a un género, a un estilo, a un estamento de lectores.

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CAPITULO V

EN LAS CALLES DE ACIAMANIS SE RECOGIAN ESTRELLAS Y HUBO LLOVIZNAS DE GAVIOTAS

Magello Warner Quintero Valencia

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Un hermoso imaginario ha recreado Magello Quintero Valencia en torno de las

dimensiones solares de su tierra. Viene desde el fondo de la raza que ha pisado la

sal desde los siglos y contemplado su imagen en los espejos del Gran Eneal.

Poco después de 1579, cuando Epaminondas Palópidas se murió por primera vez y el

“indio Yeguantepari llegó al pueblo rodeado de carretas, dando pasos de pereza acostumbrado a no bañarse nunca, guiñando los ojos como viendo espantos, arrastrando una pata y con parche en el ojo izquierdo, dibujó en el espacio la topografía fantasmal de Aciamanis”. (Quintero Valencia, 1993:21).

El gran Muro de la sal es la memoria del pueblo de Aciamanis.

La palabra es una brecha en el tiempo, y el hombre avanza, el paraujano hecho

de sal, que mira sus ojos en el pozo salitroso y contempla el vuelo de gansos y

gaviotas por las orillas del mar, cerca de la cabellera de los cocoteros despeinados,

como los veía Francisco José Loaiza cuando iba a Remaiquicoche a visitar a su tío

Raimundo Loaiza.

“Las noches azuladas se alzaban sobre Aciamanis. En los médanos, Gisela

Marín recordaba el mundo primitivo donde trabajaba su padre. Era el capitán de

las barquillas que surcan el río. El venía de allá, de lejos, de una memoria de sal

pura. Las casas , las cocinas, las iglesias, todo era construido a base de sal; hoy, a

siglos de distancias, los indios siempre descendían a su ciudad, tenían vigorosas

piernas, siempre las cargaban desnudas, doradas de sal, tostadas por el sol

inclemente cayendo a chorros sobre las salinas de Aciamanis”. (Quintero Valencia,

1993:19).

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Aciamanis es la novela para el aprendizaje de una ficcionalidad irreverente,

amarga y política a la vez. El paisaje, mediante la reiteración, se torna en una

cosmovisión de aguas blancas y de viento azucarado y sonoro.

Hay una realidad antigua: la tierra como escenario de perdidas visiones, como

camino del agua y de los pasos humanos y de la bestia que hace de lo cotidiano su

conformidad y costumbre. Esta realidad es permanente, cambia de rostro como los

espejos abandonados, pero es suya y su temporalidad persiste.

Al lado de esa realidad está el universo mágico de la ficción, el hechizo del

universo mítico que emerge de la temporalidad y el mundo creativo y lúdico del

autor, narradores diegéticos a lo largo de cismas, regresos, resurrecciones y

diálogos de persistencia onírica. Magello Quintero Valencia comió sal desde niño

y desenterró el Cristo que abandonó la iglesia para buscar refugio en el Gran

Muro. La tradición de los saleros, el amor de Gisela Marín sobre los médanos, las

noches largas con plomo de Evodio Ruiseñor y anchurosas nubes de sal, los

muertos que regresaban y volvían a morir.

Aciamanis (Sinamaica) es un jirón de agua y sal en la cosmogonía de los

paraujanos, azules de agua y sal. Los personajes de esta novela son fantasmas que

alguna vez vivieron y habían regresado, o regresan esporádicamente para continuar

participando en la historia de lo cotidiano que viene a ser episodios de un despojo

en el tiempo. El relato viene desde lejos, desde una opacidad temporal inmersa en

la palabra, en el morir, en el nacer, en el vivir, que pulveriza de sal el viento que

pasa por Aciamanis con un pregón de magia.

Apoyado en un conocimiento histórico y social de su pueblo, Quintero Valencia

acumula en su narrativa todo un itinerario temporal dentro de espacios sucesivos.

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Sinamaica nació por iniciativa de españoles peninsulares y su factor económico

inicial fue la sal, además de la agricultura y de la cría. Luego, por motivos de

seguridad, se convirtió en guarnición militar y desde entonces han disparado los

fusiles de Evodio Ruiseñor. La semiótica de la comunicación ha permanecido

intacta, como tenía que ser; aquellos fusiles de la primera guarnición no eran

iguales a los de hoy, por carencia de tecnología, pero el destino y la intención han

sido los mismos. “La patrulla, al mando del Capitán Edmundo Flores, se detuvo

frente al rancho. Con el cañón de la pistola golpeó varias veces la cabeza de la

india color de aceituna. Ella, asustada abrió los ojos, se levantó y pasó a ser alma

de la otra vida. Un sudor frió corría por la espalda del capitán, se acercó más al

racho, deshuesó a los indios y prendió fuego a todo Remaicacohi” (Quintero

Valencia, 1993:49)

“Ayer le volaron la cabeza a tiros de metralleta a una india paraujana que

navegaba en una chalana a las orillas del río –insistió el errante espíritu que en

forma de cuervo se había posado sobre la cruz del medio de las tres cruces en las

cabeceras del río” (Quintero Valencia, 1993:79)

El relato avanza a través de una serie de procesos de cosmicidad actuante y

local, sin perder la visión de universalidad por lo esencial de lo humano, y siempre

sobre un paisaje blanco que es la simbología del tiempo bajo los resplandores de la

sal.

Junto a las situaciones apocalípticas, que avanza desde lo fantasmal hacia lo

racional, hay un universo poético disperso que sabe también de personajes que se

han ido y regresan para formar parte de lo cotidiano y volver a marcharse. Es la

trasmigración de las almas.

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“Un letrero pintado por el viento y amanecido de luz de estrellas le recordaban

que Santos Infantes Muñoz andaba de andariego entre el oleaje del mar y el ulular

del viento en las montañas. (Quintero Valencia, 1993:51).

“Anda, anda a la Paraujanía, es un presagio de Santos Infantes Muñoz –musitó

Epaminondas Palópidas cabalgando en las alas del viento-“ (Quintero Valencia,

1993:101).

Dicen que apenas hacen cien años en Aciamanis, un camión del aseo urbano

recogían las estrellas que dormían en la arena solitaria”. (Quintero Valencia,

1993:21).

Este breve texto narrativo de Magello Quintero Valencia es rico en contenidos

de singularidades muy variadas y por lo tanto merecedoras de un análisis integral,

destacando, desde luego, los contenidos semiolingüisticos. Nos interesa el

elemento mágico, la piel del indio, el esquema frontal de lo humano, su geografía

blanca, reducida hoy a un poco de sal, a unos médanos inhóspitos sembrados de

cocoteros flácidos y a una laguna donde el mismo indio de ayer (paraujano, añú) se

mira en sus espejos. Aciamanis está un poco más allá, por la carretera que se aleja

en el viento. Santos Infantes Muñoz y Evodio Ruiseñor, se buscan. Y Aciamanis

sigue allí.

Y es fácil precisar a lo largo de la novela, por un lado, los motivos estáticos,

descripciones poéticas de la naturaleza, situaciones, personajes; y los motivos

dinámicos, representados por las expresiones conductuales de los personajes. Hay

en esta obra una dinámica persistente que subsume a veces el paisaje como en una

ola de jirones cromáticos. La mayor parte de los motivos son ligados, es una sola

jornada narrativa y no hay lugar para motivos libres. La motivación es

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compositiva, el relato se inicia con el cielo color violeta de Aciamanis y un “viento

que aullaba como lobo hambriento, y concluye con la misma fisonomía fantasmal

de Aciamanis. Es precisamente lo que “Chejov, cuando afirmaba que, si al

comienzo del relato se dice que hay un clavo introducido en una pared, el héroe, al

final del relato, deberá colgarse precisamente de ese clavo” (Tomasevsku,

1996:49).

¿Cómo se inicia esta narración? La inicia un personaje llamado Francisco José

Loaiza, quien arrastra en su protagonismo una pluralidad de personajes, los

miembros de una etnia, un trabajo, una misión social, la vigilancia para impedir

despojos de vidas y de bienes. La ficcionalidad se desliza a lo largo de un

realismo utópico marcado por la ilusión, con personajes que fueron pero que

retornan a sus escenarios vivientes. Es el origen de un pueblo, la evolución lenta y

convulsionada a la vez y su quietud en el espacio y en el tiempo, allí donde el agua

está detenida y la sal exhibe todavía los dioramas de sus espejismos.

Con pleno conocimiento de causa, Quintero Valencia va al mito en su novela,

siguiendo aquellas palabras de Octavio Paz, citado por Carlos Fuentes; “poemas y

mitos coinciden en trasmutar el tiempo en una categoría temporal especial, un

pasado siempre futuro y siempre dispuesto a ser presente, a presentarse” (Calos

Fuentes, 1996:125). Y dentro de un universo único, donde los cronotopos se

cumplen como en una serie de secuencias icónicas, podemos afirmar que esta

narrativa pertenece a una textualidad polifónica por la pluralidad de conciencias.

Hemos dicho que no es éste el lugar para un análisis general de la obra, sino

que ciñéndonos al titulo del trabajo, interesa el elemento indígena, y podemos

encontrar:

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a) Una etnia asentada sobre aguas pensativas y tierras áridas. Una etnia en vía

de extinción.

b) Palafitos donde transcurre la existencia.

c) Canoa y pesca como elemento de subsistencia.

d) La sal que aún dibuja espejismos en la lejanía de los charcos.

e) La enea para el comercio y la vivienda,

f) Los mitos para rememorar los ancestros y reconstruir las memorias.

Aciamanis es una novela de fantasmas sobre los itinerarios de una historia que se

repite una y otra vez. El paisaje está allí estático.

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CAPITULO VI

INDIGENISMO. TEXTOS BREVES.

GUILLERMO FERRER

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Ziruma. GUILLERMO FERRER En los comienzos de la década de los años cuarenta, Maracaibo era una ciudad

pequeña, con sus pocos barrios y muchas tradiciones. En la Guajira habitaban los

personajes de Rómulo Gallegos, pero la tierra declinaba y muchos se venían para

“Tierra Negra”, en las afueras de la ciudad., o se iban para Colombia. Había quedado

muy estrecho el recinto guajiro que nos dejaron nuestros hermanos colombianos con

la amenaza de las armas, pasados algunos días de haber salido de 36 años de dictadura

bestial y el país sólo ofrecía un panorama sombrío Fue el escenario en decadencia

que encontró Rómulo Gallegos para la confección de Sobre la misma tierra.

La Guajira estaba allí, con su golfo, arenas y rebaños y la fisonomía del wayuu

como vaciada en bronce oscuro. Gobernaba en el Zulia el doctor Héctor Cuenca,

hombre público, poeta y escritor de obra densa y sutil, gobernante probo y progresista.

Surgió la idea de construir una barriada al norte de la ciudad de Maracaibo, con la

finalidad de traer indígenas de la Guajira para adaptarlos a la vida civilizada. La idea,

quizás, tuvo un fondo humanitario, al querer rescatar un grupo humano que vivía en

lamentables condiciones, para adaptarlo a una vida mejor. Pero lamentablemente no

fue así.

El hombre es como el árbol y debe ser trasplantado muy chico; además, las

familias allí ubicadas no estaban preparadas para los menesteres de la ciudad, ajeno

todo a su idiosincrasia. Y aconteció lo que tenía que suceder: mujeres y niños se

convirtieron en mendigos; los hombres no hallaron al comienzo una labor adaptable a

sus escasas habilidades. El barrio quedó allí, poblado densamente después por otros

indígenas y ciudadanos de nacionalidad colombiana. Decir Ziruma es ondear la

zulianidad, festejar el 12 de octubre, día lejano en que fuimos descubiertos.

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Precisamente, es ésta la temática tomada por Guillermo Ferrer para la confección

de su novela “Ziruma”. El testimonio de unos personajes que representan una

comunidad racial y una escala de contrastes urbanos. Los indígenas Gabriel y

Carmen no surgieron de la ficción, sino de una realidad lamentable. Gabriel, el indio

bebedor, amigo de mirar las estrellas, jugador de gallos, homicida y prófugo de la

justicia. La suma de un entorno social que se quedó allí, en uno de los callejones de la

ciudad. Los personajes se repiten en el itinerario histórico.

“Ziruma era la cuna de la indigencia e indiferencia oficiales. Al norte de la ciudad,

en una explanada, donde los vientos alisios solían batir las latas de zinc de los techos

contra los horcones, tenía un rostro de tristeza y abandono. Cuando fue inaugurado,

allá por el 45, se pensó que sería la puerta de entrada para incorporar al guajiro a la

vida civilizada. Fue un grave error. El guajiro fue presentado en sociedad. Se

inauguró un desfile, con afeites y mantas, flechas y cimbalos, tambores y aguardiente,

vistosas mantas y aire de libélula en la “chicha”. Allí quedó todo, Se repartieron

cuadras y casas. Se instaló el alumbrado. Algunas familias indígenas en su nuevo

hogar sin papeles de propiedad, sin algunos servicios públicos, sin instrucción y sin

trabajo. Habían sido extirpados de su medio natural: el pastoreo y la agricultura, y

llevados a un ámbito distinto, donde se necesitaba preparación intelectual y técnica

para subsistir. Así nació la mendicidad guajira, la diaria caravana de mujeres y niños

guajiros pidiendo limosna por la ciudad altiva. Lentamente aquella bonita

urbanización levantada por la arquitectura moderna, fue degenerando hasta el polvo,

hasta el hueco, hasta la mugre, hasta la promiscuidad, y hasta la prostitución”- (Ferrer,

1976:10).

Tal es el escenario donde se desarrolla el imaginario del narrador. Una pequeña

fábula que limita con la ciudad sin desprenderse de ella, en una de sus márgenes y

cerca de una oscuridad brumosa. Personajes planos que se deslizan sigilosamente por

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un solo caudal. El indio Gabriel es víctima de una temeridad pasiva y genética por el

alcohol; Carmen, su mujer, una sombra viviente. El novelista los identifica juntos

desde niños en su paraujanía; pero llevados a otro territorio vivencial se les fue

muriendo la piel bajo el dolor de otro silencio.

Una multiplicidad de elementos compendian este breve y complejo universo

social: el barrio, dentro de una marginalidad originaria; afluencia humana con su

folklore y sus costumbres: Chicha, tambor, arco, flecha, bija, manta, tequiara, enea,

chirrinche. Y ese mundo se hizo más complejo, penetró en la ciudad y se aposentó en

sus silencios. De allí que un autor diga: “La mayoría de los íconos culturales de

Maracaibo y de la región zuliana se remiten invariablemente al régimen cultural del

mundo wayúu”. (Isea, 2008:53).

Hay muchos otros textos breves que enfocan la temática indígena, entre ellos:

Pobres Palafitos, de Flor María de Guillén; El Indio Manuel, de Pedro Luís Padrón:

Los ojos de Zulamy, de Abraham Belloso; Irúa, de Carlos Alberto Jugo, relatos que

enfocan el tema 0desde diversos ángulos, especialmente desde un punto de vista

amoroso y otorgándole a la mujer supremacía en su raza.

LOS A”LAÚLAA Y COMPADRES WAYUU. Nemesio Montiel Fernández.

Crónica con visos de narración didáctica e histórica, es el texto de Nemesio Montiel

Fernández. El personaje central es el Torito Fernández, arquetipo del padre de familia

que representa el linaje y en cuyo entorno gira toda una casta que está relacionada,

desde luego, con las demás que integran la gran familia wayuu, dispersa por el

territorio de la Guajira venezolana y colombiana.

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El autor narra hechos y describe paisajes y escenarios, y en largas conversaciones

aparece, como en secuencias fílmicas, todo el mundo sociológico de esa comunidad.

Cosas del ser humano y del tiempo; de los grupos que cambian por efectos de la

movilidad y de los avances de la civilización, pero que conservan patrones sagrados,

invariables en el tiempo. Vienen del linaje, de la juricidad, de lo consuetudinario.

Primer rasgo fundamental: el habitat. La geografía les pertenece, tienen a su cargo la

defensa, y es allí donde deben desarrollar sus actividades, formar familia y ver pasar

la vida.

“El Toolo dijo: Hay gente necesitada que quiere otros mundos que les

puedan ofrecer mejores condiciones de vida. Pero, no es así, ya conocemos los casos

de Maracaibo, donde muchos comenzaron a pedir limosna en las calles. Aquí pueden

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estar mejor si pescan, siembran, crían animales y trabajan con las familias que tienen

buenos rebaños. Mi familia Uliana siempre los ayuda” (Montiel Fernández: 2006, 21)

La Guajira de hoy no es la misma de sesenta ñaños atrás; los rebaños han

desaparecido; las familias han emigrado hacia otras regiones; las actividades

primarias han sido substituidas por el comercio entre Colombia y Venezuela. El

comportamiento es otro.

Un segundo rasgo eminente en la vida wayúu es el papel de la mujer. La influencia

de su palabra y el manejo de la prole. “Mujer para ser leal, familiar, materna

compañera marital, madre y amiga. Matrona para el futuro, comprometida a legar su

aprendizaje a nuevas generaciones” (Montiel Fernández: 2006,2). En compañía de

sus hermanos conduce el destino de la prole femenina y su palabra y decisiones son

respetadas.

Un tercer escenario de esta narración es el histórico. Los altos representantes de las

castas wayúu hacían acto de presencia en todos aquellos actos donde era necesaria su

presencia. Es así como vemos al Toolo Fernández en Miraflores en 1948, en

compañía de otros nativos, entrevistándose con el Presidente Rómulo Gallegos; y en

1953, con otra comitiva, con el Coronel Marcos Pérez Jiménez, quien correspondió a

su visita en posterior recorrido por la Guajira. Desde antes, o desde entonces, vienen

los ofrecimientos para esta tierra, pero no se han cumplido jamás Los mismos asnos

transitan por los caminos polvorientos de los cardonales.

Punto álgido y de gran repercusión dentro del entorno social wayúu, ha sido el de

muertes y ofensas de una casta a otra. Estos hechos han desatado guerra entre los

grupos. Existe, desde luego, el abogado o palabrero, cuyas recomendaciones, una vez

aceptadas, deben respetarse; pero no siempre sucede así, y el desacato produce peores

consecuencias. “Le tocó hablar al Torito y dijo: Buen ejemplo del cual podemos sacar

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varias conclusiones, Primero, mandaron a matar a un cabeza de familia sin pensar en

las consecuencias, sin antes pedir una explicación para llegar a un arreglo por la

ofensa. Segundo, no se respetó el arreglo de un palabrero con anuencia de las

autoridades de Riohacha, y es evidente el desacato a toda la familia Epinayuu. Me

han dicho que ese caso sigue ardiendo” (Montiel Fernández: 2006, 25). Problemático

el precio de la sangre en la Guajira; muchas familias deben desprenderse de todas sus

pertenencias para satisfacer los reclamos de la parte ofendida, previa la mediación

del palabrero. Ahora, se da el caso, de que si un trasgresor va a la cárcel, la familia

ofendida da muerte a cualquier miembro de la suya. “Y, si él cumple la condena,

igualito lo buscan al salir para matarlo”. (Montiel Fernández: 2006, 26) No hemos

precisado casos semejantes en el seno de otras comunidades indígenas del país, y sería

provechoso someterlos a un análisis jurídico, dentro de la modernidad del Derecho,

ya que no sólo suelen aplicarse dentro de castas, sino también sobre familias alijunas.

Estos hechos deben desaparecer en aras de los derechos del hombre a la vida. Las

sociedades y el Derecho evolucionan constantemente; la movilidad es inevitable, y el

hombre de hoy no es el de ayer y vive inmerso dentro de una tecnología que lo

conducirá a otro destino.

La persona que representa el linaje siente pesar cuando suceden casos indebidos,, y

son ellos, precisamente, quienes deben intervenir para solucionarlos. En una de esas

ocasiones, el Toolo Fernández dijo: “Tengo pena y sentimiento. Los hombres que

estamos hechos para tener altas responsabilidades, nos sentimos mal cuando nos toca

abordar situaciones como ésta que estamos tratando. Nuestro papel debe ser

mantener el respeto, la unidad y motivar al trabajo para bien de todos, Nos pesa tener

que estar mediando por problemas que no deberían pasar”. (Montiel Fernández: 2006:

60)

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En esta pequeña obra, desarrollada en forma conversacional, Montiel Fernández nos

presenta un texto global de la sociología de la Guajira. Además de los aspectos ya

mencionados, se refiere al tránsito en las unidades colectivas y al trato y decomisos

por parte de la Guardia Nacional; los negocios, lícitos o no; la importación de armas

desde Araba y Curazao; las actividades de la pesca y de la cría y el orgullo de tener un

buen caballo; las festividades, música, folclor, la magia de los sueños, la muerte y los

dioses- Podríamos decir que es un capítulo de esa larga historia de la Guajira durante

más de quinientos años del descubrimiento. Es la prosa fidedigna de un miembro de

la casta Uliana.

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CAPITULO VII

EL PETROLEO Y LA TRANSFORMACION SOCIAL VENEZOLANA

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Durante los primeros treinta y cinco años del siglo XX, Venezuela estuvo sometida

a dos férreas y bestiales dictaduras, conducidas por dos tachirenses de abolengos

proletarios y oscuros; Cipriano Castro y Juan Vicente Gómez. Los había parido la

casualidad y la anarquía de un país que, después de setenta y ocho años de vida

republicana, no hallaba qué hacer con su historia, convertida en una montonera.

Dijimos en una oportunidad que el siglo XX había llegado a Venezuela por ruta

escabrosa y montado en los sesenta caballos de los soldados de Cipriano Castro. Allí

comenzó una nueva etapa de la historia, de la nuestra, que es la historia de un pobre

país.

“El triunfo de la revolución restauradora de Cipriano Castro en 1902 hizo posible

la consolidación de un régimen fuerte que de inmediato se apresuró a liquidar los

focos de subversión y a establecer un clima de relativa paz. Los sucesos posteriores

al triunfo y la instalación del Gobierno del General Cipriano Castro determinaron un

cambio político de muchas repercusiones, pues se trató simplemente de la sustitución

de un caudillo trocado en dictador, por otro que sin ser caudillo, pero con una singular

disposición para hacerse con el Poder, llegó a consolidarse de tal manera en él, que

gobernó con mano de hierro a Venezuela durante 27 años consecutivo. (De Chene,

s/f:14).

La historia petrolera venezolana camina hacia sus doscientos años, pues, el 15 de

septiembre de 1854 el gobierno venezolano otorgó la primera concesión petrolera a

D.B. Hellyer, de nacionalidad norteamericana. En 1866, la Asamblea Legislativa del

Estado Sucre otorga otra concesión a Manuel Olavarría. El petróleo había aparecido,

y se comenzó a explotar por primera vez en “La Alquitrana”, vía que conduce desde

San Cristóbal a Rubio. Se constituye la “Petrólia del Táchira”. Era el inicio de una

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actividad que modificaría los esquemas tradicionales de la sociedad venezolana y

mayor pobreza. ¿Por qué? La Sociología Política nos daría una respuesta.

Desde su aparición, además de sus elementos disolventes de nuestra cultura, el

petróleo ha sido temática esencial de una copiosa literatura, hiperbólica o veraz, pero

abundante en la narrativa, en el poema, en el ensayo, en el periodismo. Fue

igualmente notorio su impacto en la economía, en la transformación del hombre como

ente social y humano, en el trapecismo de la política donde muchos fakires han

comido candela.

No sabríamos calificar el texto que vamos a reproducir, pero tiene más de ochenta

años de vida. Manuel Alfredo Rodríguez, historiador guayanés, publicó un trabajo

muy interesante sobre la revista “Oriflama”, fundada y redactada por los jóvenes que

pertenecieron a la generación del 28. En el No 19 de 1927, se reproducen párrafos de

un artículo titulado “Nuestro Espíritu Público”, tomado el periódico “Para Todos”, de

Maracaibo, sin más identificación hemerográfica. En dicho artículo se vincula la

penetración imperialista con la decadencia del civismo zuliano y venezolano. La

primera parte de dicho texto, dice: “Todo está anonadado, el oro negro ha llevado tal

perversión a nuestro espíritu que no hay quien levante la voz para vituperar lo

execrable ni para ensalzar lo plausible”.

“El espíritu público no se muestra en ninguna forma; para nada existe la idea de la

asociación; el Maracaibo de enantes, aquel pueblo altivo y luchador que se hizo

notable entre los demás pueblos de la República, ya se acabó”.

“Hoy no se lucha por ningún noble ideal, hoy no se va a la pública palestra en

defensa de ningún fuero, la desvergüenza es ya una característica que se abona con el

dólar”. (Manuel Alfredo Rodríguez, 1985:189).

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Texto doloroso pero cierto. Fue escrito en Maracaibo en 1927, cuando estaba en

actividad el grupo “Seremos” y se trabajaba en la sombra a fin de preparar los festejos

del año 35. Todo el siglo XX se desliza al compás de la diáspora petrolera, la riqueza

se diluye y corrompe a gobernantes y a gobernados. Hubo negligencia y mezquindad

para sembrar el petróleo y quedó en el aire la voz del Maestro Arturo Uslar Pietri.

“La aparición hacia principios de este siglo de actividades de explotación petrolera

industrial en territorio venezolano y su posterior desarrollo vertiginoso obedeció

desde un principio a una lógica externa a la sociedad venezolana del momento; tuvo

lugar como resultado de los crecientes requerimientos de hidrocarburos de las

economías de los países industrializados , requerimientos que, ante la insuficiencia de

los recursos existentes en sus propios yacimientos, impulsaron a las grandes

compañías petroleras norteamericanas y europeas a lanzarse por el mundo en pos de

nuevos hallazgos petroleros en países atrasados”.(Juan Carlos Navarro, 1982:3).

Y ya en Venezuela el Mene era conocido desde la época de los indígenas y de los

conquistadores que lo utilizaban para calafatear sus naves. Los indios parautes

moraban en las cercanías de la gran laguna de Mene Grande. Y llegó la exploración

por parte de los grandes consorcios y fue como un grito a lo largo y ancho del

territorio nacional. Se había pasado automáticamente de una a otra Venezuela.

“Cinco años antes del comienzo de la producción del primer pozo petrolero

(Zumaque No. 1 en el Estado Zulia) Ramón Ayala A. ofrece en su novela Lilia

(Caracas, 1909) tal vez la primera mención en obras del género de la riqueza petrolera

de Venezuela”. (Carrera, s/f:31). No corresponde a la temática del presente trabajo

una visión plena del petróleo en la narrativa nacional. Sólo como una referencia

mencionamos las primeras obras que abordan el tema, debidamente analizadas por el

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mencionado autor, Gustavo Luís Carrera, en su obra La Novela del Petróleo en

Venezuela. Otras obras: Elvia, de Daniel Rojas, en 1912; Tierra del Sol Amada, de

José Rafael Pocaterra, en 1918; La Bella y la Fiera, de Rufino Blanco Bombona, en

1931; Odisea de Tierra Firma, de Mariano Picón Salas, en 1931; El Señor Rasvel, de

Miguel Toro Ramírez, en 1934. Luego vienen Mancha de Aceite, de Cesar Uribe

Piedrahita, 1935; y Mene, de Ramón Díaz Sánchez, un año después. A partir de esa

fecha, el tema del petróleo continúa enriqueciendo la bibliografía nacional.

El petróleo –primero mene- fue de los indios parautes de la costa oriental del Lago,

quienes poseían la laguna de asfalto llamada “Mene Grande”, allí, donde años después

apareció “El Zumaque”. Los conquistadores y bucaneros calafateaban sus

embarcaciones con el mene de los indios. La historia prolonga sus secuencias, y un

día el petróleo convertido en una realidad beneficiosa o indeseable, cambió la

fisonomía espiritual del hombre y el rostro de la tierra donde había germinado la

espiga.

“En la cuenca del Lago de Maracaibo hay petróleo, fue la frase que, como reguero

de pólvora surgió por los “staffs” de las grandes empresas explotadoras de Europa y

Norte América… y muchos ojos azules se dieron a buscar a Venezuela en el mapa”

(Barboza de la Torre, 1975:11). Y vinieron las grandes empresas, se formaron los

grandes grupos humanos, la tierra quedó sola y la conducta del hombre venezolano

dio una voltereta para la creación de algunos paradigmas indeseables.

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CAPITULO VIII

EL PETROLEO LLEGA A LA NARRATIVA

MANCHA DE ACEITE.

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Para hacer un comentario de esta novela, se hace necesario un esquema previo de

varias circunstancias. Gustavo Luís Carrera la denomina novela apátrida y la

considera como “la primera novela del petróleo”.

“En cambio “Mancha de Aceite” es la primera realización, es ya el surgimiento de la novela del petróleo en un verdadero sentido efectivo. A partir de ella sólo será cuestión de referirse a obras debidamente fundadas en el tópico petrolero o vinculadas a él de manera considerable. La etapa precursora quedó atrás de 1930” (Carrera, s/f:51).

¿En qué fecha permaneció Uribe Piedrahita en Venezuela? ¿Cuándo se marchó?

¿En qué fecha fue escrita la novela? Las dos últimas preguntas son de difícil

respuesta, aunque sí se prevé una aproximación.

Uribe Piedrahita fue un científico y hombre de acción de relevantes méritos. No

dejó huellas en nuestro país; solamente esta novela prácticamente desconocida

durante 75 años después de su publicación. Su permanencia en el Zulia tuvo lugar

entre los años 1923-1927. En 1920 se gradúa de médico por la Universidad de

Antioquia. En 1921 ingresa a la Universidad de Harward para cursar estudios de

postgrado. Regresa a su país en 1923 y contrae matrimonio en Medellín. Después de

contraer matrimonio se traslada a la zona de explotación petrolífera norteamericana en

el Golfo de Maracaibo, y presta servicios comno Medico y jefe de investigación de un

laboratorio clínico.

De manera, pues, que la permanencia de Uribe Piedrahita en el Zulia tuvo lugar a

partir de 1923. En 1928 está en Egipto, en un Congreso de Parasitología y Medicina

Tropical, en representación de la Universidad de Harvard y de Colombia, después de

permanecer en la universidad y visitar varias capitales europeas y del Oriente. Los

recuerdos para escribir la novela no fueron tan lejanos, pues, fue publicada en 1935,

año en que Mene, de Ramón Díaz Sánchez, obtuvo un premio auspiciado por el

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Ateneo de Caracas. Desgraciadamente los originales no pudieron ser divulgados por

razones políticas, hasta 1936.

“Mancha de Aceite” no es una novela vivida en su totalidad por su autor, aunque

en algunos párrafos hay visos de autobiografía evocando otros escenarios.

Cronológicamente está ubicada a partir de 1913-1914, fecha en que su autor no había

venido a Venezuela, lo que demuestra que no se trata de recuerdos solamente, sino de

referencias históricas. La era del petróleo ya había comenzado.

Podemos leer en la novela: “por de pronto hemos conseguido que la Mun permita

que usted acompañe parte de una expedición que estudiará la región occidental vecina

a Colombia. La otra parte de la comisión deberá visitar el Catatumbo” (Uribe

Piedrahita, 2006:57).

En un texto que poseemos, sin título, fecha ni autor, que tiene como fuente el

Ministerio de Minas e Hidrocarburos, podemos leer: “Entre los principales frentes que

se establecieron figuran los abiertos por los técnicos de la “Colon Development

Company” en 1913, los cuales se internaron en la profundidad de la selvática zona del

sur del Lago de Maracaibo, numerosamente poblada por los agresivos indios

motilones. Mientras que la atención de los geólogos se centralizaba en la localización

de anticlinales, en los hombres aumentaba el desafío por alcanzar la culminación de

aquella recia jornada industrial”.

Después de reñida lucha contra la naturaleza virgen y rodeada de hostiles

circunstancias, a principios de 1914, se lograron localizar los primeros indicios de los

anticlinales Tarra y Oro, situados a unos 250 kilómetros al sur de la ciudad de

Maracaibo. Tras de vencer las penosas dificultades, la perforación se empezó el 8 de

septiembre de 1914, en Río de Oro, la cual fue cerrada en 1915; los esfuerzos se

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centralizaron en la perforación de las estructuras Tarra, completándose el 27 de agosto

de 1915, el pozo Toldo No. 1, con una producción inicial de 800 barriles.

En la novela, en el capítulo “Motilones”, podemos leer: “Gustavo volvió a

saborear la vida semisalvaje del campamento. Recordó sus andanzas a lo largo de los

grandes ríos amazónicos, las expediciones por trochas, caños y lagunas. Pero en

aquellos viajes lo acompañaba una libertad sin límites. Viajó entonces espoleado por

una sed inextinguible de aventura y de acción. Ahora, en las márgenes del Tarra,

vivía atormentado por la sospecha, listo siempre a interpretar los movimientos y

conversaciones de sus compañeros, como manifestaciones de perfidia y de traición”

(Uribe Piedrahita, 2006:65). El autor de la novela no estuvo para esa fecha en las

zonas mencionadas, Tarra y Río de Oro, o mejor, región de Motilonia, pues, no había

llegado al país.

Podemos igualmente leer en el mencionado texto, el párrafo siguiente: “Para el

correr de los años 1914-15, también se explotaban las zonas occidentales de

Maracaibo. Así se establecieron operaciones en El Totumo, donde se perforaron dos

pozos “La Luna” y “Yoruba”, en Perijá. Extendiéndose seguidamente por las

regiones de los ríos Cachirí, Guasare, Limón, Palmar y las Minas de Inciarte, en las

estribaciones de los Montes de Oca, frontera con Colombia”.

“La Venezuela Oil Concessions”, del grupo Shell, mediante perforación del pozo

las “Flores” No.1 (Hoy La Paz No. 1) permitió el nacimiento del campo de La Paz en

diciembre de 1922”. A unos 25 kilómetros al sudoeste de Maracaibo, y para fines de

e1924, se perforó el pozo que dio origen al Campo de La Concepción” (Informe)-. En

la novela, página 61, se menciona el pozo “La Flor”. Es el mismo Flores No. 1.

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EL PAISAJE

En toda obra narrativa espacio y tiempo dominan todos los escenarios posibles:

personajes, trama, desenlace, y tejen una estructura única cuando hay unidad de

contenidos. En Mancha de Aceite el tema es unitario: el petróleo, y el discurso

narrativo avanza en línea recta hasta el final, con algunas interpolaciones que

convergen hacia el cauce único.

“El paisaje es el lenguaje plástico y musical de la Naturaleza. Su existencia

artística no tiene vivencia lógica ni metafísica; depende absolutamente del poder

creador del poeta del músico, del pintor y del artista en general. Ningún instrumento

de arte, como el verso, es tan apropiado para crearlo, pues contiene los elementos de

su propia esencia y virtud; palabra, música y color. La imagen, la metáfora y el

sueño, la realidad, el ideal y la intuición, todas las potencias creadoras del hombre

confluyen jubilosamente a construir el mundo poético del paisaje” (Cuenca, 1954:5)

En “Mancha de Aceite no hubo la intención de poetizar, debido quizás a lo áspero

de la temática, a una condición humana que, aunque dentro de una transición reciente,

se debate bajo los signos de una condición social aberrante. El paisaje aquí no puede

ser objeto de cromatismos ni de voces lúdicas, sino un eco desnudo, desposeído de su

encanto natural.

La novela se inicia con una visión del Lago desde un lugar no identificado, pero

referido a algún tramo de costa de ese territorio donde ha comenzado la actividad

petrolera. Un lago que es a la vez lago y laguna, con semejanza de vejiga que desagua

en el mar. Al comienzo se habla de un ferrocarril que escinde el paisaje, el ferrocarril

de Motatán, cuando el transporte se hace en bestia y existen corrales y caballerizas a

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donde eran llevadas las víctimas de los accidentes. Se menciona a San Fernando y a

la aldea Veredas, que no sabemos a qué sitios reales corresponden.

El paisaje geográfico, baldío y exuberante para la época, desaparece, se interioriza

en el hombre o se borra para dar paso al paisaje humano. Se habla de “palmares

harapientos junto al agua pletórica de ondas y cargada de música (Uribe Piedrahita,

2006:43). No hay un escenario propicio ni siquiera dentro del campo de las

actividades industriales. ¿Dónde estaba ubicada la casa de Mc Gunn? “De nuevo el

lago combo y acerado se abrió ante los ojos de Gustavo que lo miraba desde el muelle

parado en negros zancos sobre el lado del fondo. Una visita al puentecillo oriental del

lago era, para el médico extranjero, un inmenso placer” (Uribe Piedrahita. 2006:43).

Los demás nombres se desplazan por el continente de las exploraciones: Onia,

Catatumbo, Río de Oro, Motilonia, el río Tarra, el río Lora, Perijá. No se nombran los

sitios específicos de la Costa Oriental. En el informe emanado del Ministerio de

Minas e Hidrocarburos, que hemos mencionado, podemos leer: “ Antes que

aconteciera el descubrimiento del Campo de La Rosa, ésta era una comarca limitada

por una extensión de tierra bloqueada por elevadas matas de coco, de donde partían

ordenadas filas de árboles frutales. Aparecen los hatos “El Pedregalito”, de Martín

Cárdenas; “Curazao”, de Juan Delórzano y “Hato Nuevo”, de José Trinidad Perozo”.

“Al cobrar Mene Grande aspecto de campo productor con el Zumaque No. 1,

apenas Cabimas en el período 1914-1915, producía insatisfactoriamente con el pozo

Mene de Ambrosio, al norte de Cabimas”.

Como puede observarse, para 1914 Mene Grande tenía ya aspecto de campo

petrolero ¿No había casas y continuaban los galpones? Uribe Piedrahita no ubica

ninguno de estos sitios, y había, lógicamente, un paisaje exuberante y verde. El

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paisaje de la novela es pobre, lleno de escollos y malos olores. Apenas una que otra

pincelada y algunos “suspiros azules como la sombra”.

NIVELES NARRATIVOS.

Puede decirse que Mancha de Aceite es una novela flash o de reportaje. No hay

una conexidad narrativa aparente, fue hecha a retazos, como dice el autor. Se rompen

los tiempos y espacios en una forma difícil de encauzar nuevamente. Personajes sin

mayor trascendencia. Todo logrado a través de tres niveles narrativos: uno icónico,

con las viñetas que ilustran el texto; otro, en la correspondencia del amigo Alberto,

quien lo tiene informado sobre los acontecimientos; y otro, en tercera persona, que es

el mismo autor con el nombre de Gustavo Echegorri.

La obra no llena las expectativas de ser la novela completa del petróleo, puesto que

es un segmento referido a los comienzos de esta actividad, no ha ocurrido el

fenómeno económico en la transformación de la sociedad y de los pueblos; impera el

gobierno dictatorial de Juan Vicente Gómez y no ha ocurrido la gran huelga de 1936,

a raíz de la muerte del dictador, que sienta un precedente en los anales del

sindicalismo en Venezuela.

Hay una superposición de los niveles reales en la textualidad de este relato que

progresivamente abarca escenarios diversos, donde a veces el yo y el colectivo se

confunden, donde pueden alternarse descripción y tragedia, mito y realidad.

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ESTRATO SOCIOLOGICO.-

Desde el inicio de la explotación del petróleo, la sociedad venezolana fue

transformándose. Éramos un país agrario y las familias comenzaron a desplazarse

hacia los centros petroleros o a las barrios marginales de las principales ciudades para

conformar los cinturones de miseria y trastrocar los patrones de conducta y las bases

de nuestra cultura.. El hombre, al ingresar a una dimensión social desconocida, se

transforma y hace que el paisaje natural se transforme igualmente- Este aspecto es

quizás el más resaltante en “Mancha de Aceite”, puesto que el venezolano,

acostumbrado a pasar una vida holgada, aunque dentro de la mayor pobreza, tuvo que

hacer frente a una serie de situaciones para él desconocidas y dolorosas.

ESTRATO ÓNTICO-PSICOLÓGICO.-

Toda imagen hay que interpretarla simbólicamente, tal vez al margen de cualquier

realidad y lo primero que debemos hacer al iniciar el análisis de cualquier texto, es el

delimitar sus planos o contextos que fusionados integran la organicidad de toda obra..

En “Mancha de Aceite” ya mencionamos un plano sociológico, tal vez el de mayores

contenidos; otro, que podríamos llamar óntico-psicológico; otro, lingüístico; y otro,

axiológico En esta novela encontramos estos planos, difíciles de deslindar por

imbricaciones textuales o incoherencia temporal, están allí. ¿Cuál es el

comportamiento de estos personajes? El autor es el protagonista, lo que le asigna el

carácter autobiográfico. Gustavo Echegorri, un médico llegado desde la Universidad

de Harward a los pantanos del sur del Lago de Maracaibo. Es un ciclotímico,

nostálgico, revolucionario. De las tres cosas hay en su personalidad, aunque los

místeres decían que padecía también de un complejo de inferioridad porque estaba al

lado de los trabajadores, descamisados y humildes. Medios hombres, chusma,

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infelices. “Gustavo miraba el agua familiar, recordando los ríos y los mares

multicolores que había cabalgado en piraguas o vapores, en pos de sueños intangibles

(Uribe Piedrahita, 2006:37). El soñador se inicia con el texto, “el estado de ánimo

que me gobierna”, de Tieck, o el cielo celeste del Marqués de Santillana.

“Sí, es cierto. En esta tierra no hay sino ustedes… –respondió Gustavo de mal

humor y se quedó mirando la llanura escueta y yerma de “Sabana de Mendoza”

(Uribe Piedrahita, 2006:39) No olvidemos que según Freud, todo escritor es una

categoría especial de neurótico ¿Qué pasó con su actitud contemplativa? Podría ser

una actitud unívoca, de futuro, no sólo de este territorio venezolano que comenzaba a

ser pisoteado nuevamente, un destino continental, el hombre americano ante el perfil

de aquella nueva sombra.

PLANO AXIOLÓGICO.-

“Mancha de Aceite” es una novela donde los valores se enfrentan y golpean. En

toda obra, a través de implicaciones ideológicas, se produce la confluencia de valores.

No se trata en ésta de una moral intangible, idealizada. Se trata más bien de las

experiencias humanas, personales, y podemos pensar entonces estar más próximos al

plano filosófico. Cada escritor condiciona el mundo a su manera, de acuerdo con lo

que ve, toca o siente, y así tiene que aceptarlo el lector, sea o no de su agrado.

Mancha de Aceite es, por una parte, producto de las experiencias personales de su

protagonista, de sus valores en defensa de la identidad del territorio y de su dignidad,

a pesar de no ser venezolano, pero que está integrado a una geografía total. No es un

imaginario sino una realidad histórica, confesoria y doliente, pero que

desgraciadamente la ha padecido nuestra sociedad durante más de un siglo.

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Llama la atención en la novela, el hecho de que siendo el Zulia eminentemente

católico y devoto ferviente de la Virgen de la Chiquinquirá, se la mencione solamente

dos veces y en momentos y situaciones inadecuados y en boca del jefe civil cuando

pone a funcionar la ruleta para extraerle los centavos a los trabajadores.

PERSONAJES.-

En la novela hay una degradación del elemento humano criollo. Hombres

bastardos, medio-hombres, muy simpáticos pero no sirven para nada. Especie de

caricatura ficcional. Bailan con un redoble de tambores selváticos. ¿Por qué? Eran

negros, acaso, todos los trabajadores petroleros? Hubo y hay diversidad humana,

hombres de la costa, de la cordillera, de la llanura; carecían, sí, de la técnica necesaria,

pero ya la aprenderían en el ejercicio del trabajo. Pero los petroleros insisten:

“Siempre lo he dicho, Doc, que aquí nada sirve” (Uribe Piedrahita, 2006:41). No todo

pudo haber sido improperios y descalificaciones.

En la novela hay personajes de todos los niveles, como en las grandes obras de

teatro. Políticos deshonestos, rábulas, gringos inescrupulosos, jugadores, prostitutas,

bebedores. Todo cabe en la viña del Señor, pero en la novela no se habla de casas ni

de un poblado en particular. Sólo se mencionan la aldea de Veredas y San Fernando,

sin ubicuidad determinada.

El personaje central de la novela es Gustavo Echegorri, nombre con el cual se

identifica el autor, lo que le da al texto una autenticidad autobiográfica. Es un

personaje redondo, según la clasificación que de protagonistas hace Morgan

Foorsters, quien dice que “la prueba de un personaje redondo está en su capacidad de

sorprender de una manera convincente”-(Foorster, 1996:38). Gustavo Echegorri es un

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personaje que sorprende, y desde el inicio del texto narrativo va zigzagueante como

la rama de un relámpago, pero unitario y firme hasta la hora final; sortea los tropiezos

con habilidad y se hace único.

Echegorry es un médico llegado desde Hardward a los pantanos del sur del Lago

de Maracaibo. ¿Es un ciclotímico, nostálgico, revolucionario? De las tres cosas hay

en su personalidad. Es el protestatario. “El escritor está en desacuerdo con el mundo

y trata de adaptar sus aspiraciones frustradas a una realidad que le ignora y el camino

que siguen tales fantasías es la obra de arte, producto de una dialéctica sin fin;

aceptación y negación, creación y destrucción, reflejo y desfiguración de lo real”.

(Serrano Poncela, 1969:41)

El otro personaje masculino en la novela es Mr. McGunn, holandés, gringo o

canadiense, diestro en el manejo de las artimañas, y quien pone en práctica la política

petrolera a su manera, de acuerdo con las componendas y el despotismo que lo

caracteriza ante el elemento humano nacional. Autor del fuego que mordía las nubes

con sus dientes rojos. “Nosotros damos en civilización y en riqueza más de lo que

estos grasientos se merecen. ¿No se ha fijado en el bajo «Standard» de vida de esa

gente? Pero naturalmente, no debemos pensar en la redención de esta gente. Ni nos

importa. Si nos vamos vuelven a la barbarie”. (Uribe Piedrahita, 2006:69) Sostenía

McGunn que los capitales extranjeros tenían que velar por el orden legal de esta

tierra.

El primer personaje femenino es la señora McGunn, personaje plano, sin relieves

hasta el final de la obra, cuando se identifica con el protagonista y respeta sus ideales.

Se inicia como una figura decorativa, niña ingenua hastiada por los vicios del marido

y que hace preguntas de suprema inocencia. ¿Es cierto que usted fue pirata? Aún no

he encontrado el trópico. Y sobre el paludismo: ¿Y eso nos da a nosotros los

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americanos también, doctor = Aquí no hay más que petróleo usted ha olvidado?

Estoy muy contenta porque usted aceptó la propuesta de mi esposo. ¿Prefiere estar

solo? No me quiere llevar si yo no me quiero ir y aún estoy enferma. Es la mujer

ingenua, desadaptada, víctima de la soledad.

CONCLUSIONES.-

a) Mancha de Aceite se inicia con una visión del Lago desde un lugar no

identificado, perro referido a cualquier sitio de la costa. Un lago que es a la

vez lago y laguna, con semejanza de vejiga que desagua en el mar. Al

comienzo se habla del Ferrocarril de Motatán, cuando el transporte

generalmente se hace en bestia y existen corrales y caballerizas a donde llevan

víctimas de los accidentes. Se menciona a San Fernando y a la aldea Veredas,

difíciles de identificar. Da la impresión de que el paisaje, baldío y exuberante,

desaparece, se interioriza en el hombre o no está. Se habla de “palmares

harapientos”. No hay un escenario preciso ni siquiera dentro del campo de las

actividades. ¿Dónde estaba ubicada la casa de McGunn?. “De nuevo el lago

combo y acerado se abrió ante los ojos de Gustavo que lo miraba desde el

muelle parado en negros zancos sobre el lado del fondo”….”Una visita al

puertecito oriental del lago era para el médico extranjero un inmenso placer

(Uribe Piedrahita, 2006:43). Los demás nombres se desplazan por el

continente de las exploraciones: Onia, Catatumbo, Río de Oro, Motilonia, el

Tarra, el río Lora, Perijá. No se mencionan los sitios específicos de la Costa

Oriental. En el informe mencionado podemos leer: “Antes que aconteciera el

descubrimiento del campo de La Rosa, ésta era una comarca limitada por una

extensión de tierra bloqueada por elevadas matas de coco, de donde partían

elevadas filas de árboles frutales. Aparecían los hatos “El Pedregalito”, de

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Martín Cárdenas; “Curazao”, de Juan Delórzano; y “Hato Nuevo”, de José

Trinidad Perozo.

“Al cobrar Mene Grande aspecto de campo productor con el Zumaque No.1,

Cabimas, apenas en el período 1914-1915, producía insatisfactoriamente con el pozo

Mene, de Ambrosio, al Norte de Cabimas”.

Como puede observarse, para 1914 tenía ya aspecto de campo petrolero.

¿Continuaban los galpones? Uribe Piedrahita no ubica ninguno de estos sitios, y

había, lógicamente, un paisaje exuberante. El paisaje en la novela es pobre, carente

de interés literario, lleno de escollos y malos olores. Una que otra metáfora o imagen,

por allí, algunos “suspiros azules como la sombra”.

b) Hay una degradación del elemento humano. Hombres bastardos, medio-

hombres, muy simpáticos pero no sirven para nada- Es una especie de

caricatura ficcional. La máquina depredadora rompe el paisaje y tierra y

hombre ofrecen una fisonomía igual.

c) Mancha de Aceite es una novela flasch o de reportaje. No hay una conexidad

narrativa, fue hecha a retazos, como lo dice el autor, en base a unos viejos

recuerdos. Diríamos mejor, que basado en referencias. El personaje que

trasciende es Gustavo Echegorri. Todo logrado en tres niveles narrativos.

Uno icónico, representado en las viñetas que ilustran el texto; otro, en la

correspondencia del amigo Alberti; y otro, en tercera persona,, que es su

autor. Se ha sostenido que es la primera novela del petróleo en orden crono

lógico; sí, pero aparecida en Colombia, en 1935, no tuvo trascendencia dentro

del público lector venezolano, sino setenta años después. Para la fecha de la

permanencia de Uribe Piedrahita en Venezuela, la actividad petrolera

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comenzaba, no ha ocurrido el gran fenómeno económico ni la transformación

de la sociedad venezolana. No ha muerto Juan Vicente Gómez, no había

ocurrido la primera gran huelga de 1936- Queda mucho material al margen,

pues, sólo se habla de exploraciones y de los primeros pozos que dieron inicio

a esta actividad.

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CAPITULO IX

MENE O EL DESPRENDIMIENTO DEL PAISAJE

Ramón Díaz Sánchez

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En el nombre aborigen estaba la transfiguración del tiempo. Lo tomó el novelista

y “Mene” viene a ser la primera novela venezolana sobre el petróleo, escrita por un

autor venezolano. Contemporánea de “Mancha de Aceite”, de César Uribe Piedrahita,

cuando ésta es editada en Colombia, en 1935, aquélla obtiene un premio otorgado por

el Ateneo de Caracas, pero por razones políticas su publicación debió aplazarse hasta

el año siguiente.

Su autor, Don Ramón Díaz Sánchez (Puerto Cabello 1903 - Caracas, 1968), es uno

de los narradores y ensayistas más ilustres del siglo XX venezolano. Cuando tuvo

lugar el surgimiento del grupo “Seremos”, hacia 1924, Díaz Sánchez residía en

Cabimas, donde se desempeñaba como Juez Municipal. Cabimas era para entonces

un villorrio, el que aparece en el plano geográfico del capítulo inicial de la novela. El

futuro hombre de letras, considerado hasta ahora periodista, conocía sus escenarios de

ficción sobre las más crudas realidades. Hombres que se transforman, un paisaje que

da saltos, se desviste y reaparece con un nuevo ropaje de rostros, actos y palabras; un

Lago, que de alberca de zafiro se hizo tina de aceite, como dijo el poeta Ismael

Urdaneta.

EL PAISAJE

André Gide habla de “el espejo en la novela”, del psicologismo en la retroactividad

del personaje sobre sí mismo. En “Mene” hay un gran espejo fraccionado que nos

revela una polifonía cósmica.

En “Mene” el paisaje inicial es elemental, blanco, único, la simple geografía

estática que comienza a moverse lentamente para convertirse después en una especie

de negación del paisaje. “Sobre la onda rizada balanceábase La Linda, y desde su

planeta azul se tendía una escala de risas hasta la orilla del barro oleaginoso.

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Contraste agudo de casacas negras y fajas amarillas entre el verde impaciente de la

decoración”. (Díaz Sánchez, 1983. 17). El resto era lo que existía del pueblo: una

sola casa de tejas, otras casas dispersas, una pequeña iglesia abandonada durante un

año, cocoteros y matorrales también dispersos, que caracterizaban la fisonomía de una

tierra que ignoraba todavía su destino. Paisaje baldío, duro, reseco, trasladado luego a

los espejos indeseables.

En “Mene” el paisaje es cambiante, toma el color de la fragmentación narrativa:

blanco, rojo, negro, azul. Un color primario que es el de la aldea incipiente, con el

agua cercana y su vegetación fragmentada por los caminos. Un color rojo, el de la

sangre que se mezclo con el aceite y el de las llamaradas que iluminaron los cielos

nocturnos; un color negro, el de la piel de los insulares del Caribe, el de la lista negra

y de los acantilados lacustres de Lagunillas donde flotó el cadáver de Enguerrand

Narcisos Philibert; y finalmente, un color azul que parecía regresar a sus orígenes para

que el hombre buscara otro escenario. Es un paisaje para un nuevo realismo mágico.

Cuando Humberto Cuenca se refiere a la evolución del paisaje en la literatura

nacional, nos dice:

“Por último, para apresurar este esquema, llegamos a las generaciones de post-guerra en las cuales se abandona para siempre el paisaje como elemento decorativo, se le cultiva como ser viviente, que siente y palpita, que piensa y sueña, a tono con la humanidad sensitiva del hombre. Ya no sólo el hombre y el animal pintorescos son paisaje, sino también el tipo, aquel que lleva pegado al espíritu el color, acento y música de la tierra. El hombre de los valles, de la costa, de la llanura, de la selva o de la montaña, es tan paisaje como la luna marina, la palmera tropical o el candor andino” (Cuenca, 1954:131)

“Mene” viene a ser una suma, una convergencia de paisajes, que desgraciadamente

al final se diluye. Materia del cuento del mismo Díaz Sánchez, Fuga de Paisajes. El

de Cuenca es el paisaje de Mene.

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PERSONAJES.

No hay en “Mene” personajes de relieve sino una especie de colectivo. El

personaje fundamental es el petróleo. La mayoría de ellos pasa como en una cinta

cinematográfica y desaparece. Si acaso Enguerrand Narcisos Philibert, como

representación de una raza y de un destino; Narciso Reinoso y Casildo, sobrevivientes

del relato; y finalmente, dos personajes clásicos en nuestra sociedad: Joseíto Ubert y

Carolino Kuairo, arquetipos desde la explotación petrolera.

La novela se inicia con ribetes de criollismo, como tenía que ser para llegar al

fenómeno de la violencia y de la transformación. Se transforma lo que tiene una

fisonomía estática, y la tenían para entonces Cabimas, Lagunillas y todos los sectores

vecinos: y estáticos eran los personajes que conformaban allí el entorno social,

político y económico. Desde que llega el padre Nectario comienza la aparición de

personajes: Rudesindo, el bachiller Nava, Chinca, Primitivo, Casiano, Carolino

Kuairo, Joseíto Ubert, Marta, Ursula Castro, Manuelito, Yayiuto, Narciso, Josué,

Casildo y todos los habitantes de la pequeña aldea donde se festejaban .las fiestas

patronales

De los representantes de las compañías petroleras tampoco se destaca personaje

alguno. Su símbolo es el águila y único el sentido de su percepción. Al final de la

obra, tres personajes muy significativos: Casildo, Narciso y José, tres sobrevivientes

de la soledad y del desastre. Llegada la hora de la crisis tenían que buscar los nuevos

escenarios.

“Recogió su sombrero y su garrote y salió nuevamente al camino- Echó a andar hacia el mismo horizonte que le había traído y José desde el tranquero se quedó mirando su silueta menguante, envuelta en un resplandor dorado. Súbito, sin mirar hacia atrás, el muchacho echó a correr en su seguimiento: Espéreme! Espéreme! (Díaz Sánchez, 1983:145).

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TEMAS FUNDAMENTALES.

Lo fundamental en esta novela es la pluralidad de su temática. Las bolitas de gas

con las que Joseíto Ubert fastidiaba a Marta, engendraron rábulas y desalmados,

dentro y fuera de la política, para el enriquecimiento ilícito y el surgimiento de las

más deplorables circunstancias. Joseíto Ubert heredó a una muerta que no era suya, y

desde entonces, a lo largo y ancho del territorio nacional, quién sabe cuántos

herederos hubo de muertos imaginarios, Es el primer elemento temático: la

degradación del hombre venezolano, honesto y decoroso siempre.. El pescador, el

conuquero, el hombre, en fin, de las más variadas profesiones, se transforma en

jugador, bebedor, amigo de los lenocinios bajos y clientes de los prestamistas que

hacen de la usura un negocio de grandes proporciones. Ese cambio del hombre

venezolano, soñando quizás con expectativas inalcanzables, es uno de los elementos

temáticos de mayor trascendencia.

“Hablaban dos obreros indolentemente recostados al mostrador de “El Hijo de la

Noche”, bar y dancing en la calle principal. La espuma derramada de los vasos corría

como un río empapando las mangas de sus camisas. Caía al suelo y formaba charcos

rielantes” (Díaz Sánchez, 1983:69)

Otro rasgo temático es las transformación física, la voltereta del paisaje natural.

Toda una tierra extendida a lo largo de las aguas lacustres, con la vegetación tímida y

palmeras al viento, convertida ahora en un escenario de violencia y tierras removidas

y siembra de hierros verticales; y la pobreza de muchos al lado de las alambradas

prohibidas.. Calles, calles que se nutren de los contingentes humanos que llegan, las

bocinas ensordecedoras de los automóviles, las grandes máquinas derribando el

paisaje.,

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“Vibraban las sirenas, repercutían los martillos de aire comprimido, zumbaban los

motores de los balancines. Cada taladro tiene un balancín que succiona el negro óleo

de la tierra”. (Díaz Sánchez, 1983:69).

Otra temática es la desigualdad social. Un pequeño mundo donde hay espacios

prohibidos, nuevos ricos en agraz y los marginados que habitan las orillas de los

acantilados de Lagunillas, donde cayó la humanidad de Enguerrand Narcisos

Philibert. Esa disparidad social crea problemas complejos que antes no conocía la

sociedad venezolana dispersa.

Donde antes se cometía un crimen ocasionalmente y por motivos muy especiales,

el homicidio y la agresión se hicieron proverbiales; los miembros de una sociedad

donde jamás se conoció el robo, este se hizo proverbial. En Venezuela el suicidio era

una cosa muy rara, pero ahora forma parte de la desintegración social. Los hombres

de la lista negra, los marginados que no encuentran escapatoria. Todos estos son los

temas fundamentales de “Mene”. No había muerto Juan Vicente Gómez cuando se

escribió la novela, por lo tanto no se vislumbra un panorama donde se enfoquen

posibles perspectivas futuras. El petróleo había servido para afianzar su régimen y

aumentar su riqueza y la de sus servidores incondicionales.

“Una puñalada, ¿por qué?

-Porque lo puso en la lista negra.

-Bien hecho, ha debido darle dos. A lo mejor se salva, porque esos

carrizos tienen vida de gato.

-Lo malo fue que el negro se dejó coger. Ahora larga el forro. No

quisiera hallarme en su lugar ni por mil pesos”. (Díaz Sánchez. 1983:69).

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Es la Venezuela agraria y lenta, que cambia la mansedumbre por la violencia: la

honestidad por el engaño; la pulcritud por el vicio y el crimen. Pocos hombres se

salvaron de esta vorágine; y al final, al ver que el escenario no tenía cabida para ellos,

buscaron otro entorno para comenzar nuevamente, cuando ya los horizontes o los

espejismos estaban clausurados.

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CAPITULO X

GUACHIMANES, AGUAFUERTES PARA UNA BIOGRAFIA DE LA SOMBRA.

Gabriel Bracho Montiel

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“Aguafuertes para ilustrar la novela del petróleo”, es el subtítulo que da Gabriel

Bracho Montiel a su colección de relatos “Guachimanes”. Nacido en el Zulia,

periodista, humorista, político y ojo avisor, Bracho Montiel fue testigo de todos los

acontecimientos narrados en sus textos que, lejos de la ficción, encierran la más cruda

realidad de aquella Venezuela petrolera en la época de Juan Vicente Gómez. Una

Venezuela entregada al capital extranjero, b ajo el cuidado y la vigilancia de lo más

despreciable de la autoridad criolla.

Esta obra del periodista venezolano, como casi todos los textos, especialmente

narrativos, que se han escrito en nuestro país sobre el petróleo, llama a reflexión,

como también a la posibilidad de confeccionar un texto de sociología, muy bien

estructurado, sobre la verdadera realidad de los hechos relacionados con el petróleo,

sobre la llamada cultura del petróleo y los verdaderos autores de hechos y personajes.

Cuando se habla de la explotación petrolera se califica a los extranjeros que la

hicieron con los adjetivos más aberrantes. ¿Tuvieron ellos la culpa? ¿Por qué no lo

hicimos nosotros? Ellos llegaron a nuestro territorio debidamente autorizados; era

éste otro escenario para el mercado mundial; gentes acostumbradas a otro habitat,

lejos de los pantanos de nuestras zonas vírgenes de exploración, y por eso

construyeron sus casas confortables en sus campamentos. Quizás no todos

pertenecían a esa masa que repudiaba al negro y a la gente considerada inferior, por

complejos racistas, genéticos y sociales. Enseñaron la técnica al personal venezolano

llegado desde las zonas marítimas o campesinas con los brazos cruzados sin saber

nada de lo que podían hacer. La realidad histórica y social no se construye con odios

ni falsos espejismos ni con epítetos denigrantes. Sería muy edificante revisar los

paisajes interiores y colocar nuestras plantas sobre el terreno de la realidad. Le

recomiendo esa labor a los buenos sociólogos, imparciales y desapasionados.

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Los venezolanos, de manera vergonzante, pusimos el petróleo en manos de los

consorcios extranjeros; después los atacamos y endilgamos los peores calificativos.

Salvador de la Plaza, uno de los hombres versados en esta materia y autor de

interesantes estudios, nos dice, por ejemplo:

“El primer gran trust que operó en Venezuela fue el anglo-holandés Royal Dutch (Shell), el que bajo el nombre de “Caribbean Petroleum Company” y haciéndose pasar por compañía norteamericana, obtuvo por interpuesta persona del Dr, Max Valladares –del Escritorio Bance-Blanco-Machado Hernández- una concesión de exploración sobre 12 de los 20 Estados de la República y un Territorio. El otorgamiento tuvo lugar en enero de 1912. Hoy todavía las familias de esos abogados figuran en la lista de los millonarios criollos, tan espléndida fue la comisión que recibieron de la Shell. De acuerdo con el título, al término de 10 años la Shell debía escoger las áreas en las cuales explotaría petróleo. En febrero de 1914, en Mene Grande, localidad que formaba parte de esa concesión, fue perforado el primer pozo productor comercial, no siendo exportado el petróleo extraído sino hasta 1917, por inconvenientes técnicos originados por la Primera Guerra Mundial. La Shell se apoderó también de las extensas concesiones Vigas, Aranguren y Jiménez Arráiz, las que respectivamente habían sido otorgadas por Cipriano Castro a esos señores, en enero, febrero y julio de 1907” (Salvador de la Plaza, s/f:13).

La historia es larga y controversial, pero el espíritu de entrega y apropiaciones

indebidas, no concluye. En 1975 tuvo lugar según una cacareada nacionalización

petrolera, y surgieron Maravén, Lagovén y otras empresas cortadas quizás a la misma

medida. Maravén, que supuestamente reemplazaba a la Shell, de acuerdo con el

contenido del Registro Mercantil correspondiente, de poderoso consorcio, pasó a ser

una empresa miserable con un capital de seis millones (Bs. 6.000.000) de bolívares, o

sea , 100 acciones a sesenta mil bolívares cada una. Los propietarios de esas acciones

eran: la Compañía Shell, con sede en Ontario, Canadá, con 99 acciones; y Daniel

Bendahan, abogado venezolano, con (1) una acción. Eso fue Maravén, queridos

paisanos y técnicos que la manejaron, producto de la Nacionalización Petrolera de

1975, bajo la égida de un gobernante de origen neogranadino que tuvimos. Nadie

culpa a los venezolanos de semejante rapiña, sino a los desalmados explotadores

extranjeros que nos invadieron por segunda vez.

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Estos son algunos de los problemas del petróleo; otros, muchos otros, están

contenidos en las páginas de esos aguafuertes de Gabriel Bracho Montiel en

Guachimanes, donde el patetismo del primer cuadro no se origina bajo la dictadura de

Gómez, sino en plena democracia. Muchas veces en las democracias, los muertos no

tienen nombre, por eso la víctima en esta primera narración se llama simplemente,

uno menos. Y ese muerto no surgió de un combate callejero o de un enfrentamiento

con las autoridades, lo mataron, simplemente, los que calgan mauserl” y fue en las

puertas del sindicato petrolero. Tal vez un hombre nuevo, con ideas revolucionarias

que no debía vivir para complicar la situación. Un hombre que dejó muy joven a su

compañera, hecha con su misma madera.

El escritor, o mejor, el periodista, llega a la zona del petróleo como un forastero;

viene a indagar sobre todas las cosas raras que suceden allí para que sea

confeccionada la futura novela del petróleo, y por desgracia, la primera escena que

presencia es la de un obrero muerto con los ojos abiertos. Desea saber muchas cosas,

pues ha nacido una nueva sociedad, una cultura llamada del petróleo, un

cosmopolitismo insólito, lleno de ruido, de bocinas eléctricas, de una ligereza

insospechada. Y por ese deseo pregunta y su interlocutor responde de manera concisa

y tajante; le habla de un chorro de candela que tenía muchos usos; del jefe civil, quien

tenía grandes influencias en la escogencia de los trabajadores que iban a ser

“enganchados”; los señores que portaban sus armas y aplicaban aquel dicho que se

hizo muy popular y que se usa todavía: dispare primero y averigüe después.

El narrador entra en la segunda estancia de su laberinto, pleno de imágenes

olfativas: “También a la margen del lago manchado por flotantes zonas tornasoles de

aceite, y después de haberse tejido entre cabrias sembradas agua-adentro, encuentra la

lancha gasolinera, el muelle estrecho y largo de algún pueblo o campamento

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petrolero. Huele a brea, a gasolina, a mene, a humo. Huele al perfume barato de las

prostitutas.

En las alcabalas de la época se repite en voz alta el nombre de los viajeros; los

taladros nacen en las calles porque allí comienzan las concesiones. Este segundo

escenario es de una complejidad asombrosa; ningún detalle escapa a los ojos del

narrador; todo está contenido en “los tres vértices de un triángulo fatal”. Rd ls dums

total del campamento o del pueblo petrolero, que va desde el movimiento rítmico y

somnoliento del balancín hasta la muerte del obrero que se desprende desde lo alto de

la cabria, pasando por el rancho del obrero donde la pobra mujer espera con hambre;

por el botiquín y la mesa de juego, donde se queda el salario; por el calabozo de la

Jefatura, donde el “coronel” jefe civil cobra multas; donde los prestamistas, en

nombre de la usura, se quedan con la otra parte del salario; donde el coriano exclama

“Si los gringos se van, se acaba este pueblo pa siempre!” (Bracho Montiel, 1954:23).

El capítulo responde plenamente a su título: Paisaje negro y bermejo.

En el contexto de este capítulo no encontramos nada positivo en la vida de un

pueblo petrolero; todo es tragedia, vulgaridad, acoso, ruina, pérdida de la condición

humana. ¿Por qué ese cuadro trágico y totalizante? ¿Quiénes fueron los verdaderos

protagonistas y víctimas de semejante situación? Consideramos que los gringos no

eran dueños de los botiquines ni del tráfico de mujeres, como tampoco eran

prestamistas.

¿Cómo era un campo petrolero en épocas pasadas? Veamos lo que nos dice Jesús

Prieto Soto sobre Cabimas:

“Con la aparición de la industria petrolera se sintió violento impacto. Cabimas cambiaba su limitado paisaje por el desesperante espectáculo de ver gente viviendo debajo de los árboles y del arder de leña en cualquier sitio para darle calor suficiente

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a la olla del sancocho de pescado, si eran margariteños; de chivo, de ser corianos. Cabimas de improviso cambió su bucólico ambiente por una amalgama desordenada de masa humana, dándole fisonomía de tienda de gitanos” (Prieto Soto, 1959, 33)

“La industria petrolera se inició en Venezuela principalmente en zonas agrestes,

escasamente pobladas y sin vías de comunicación. En estas circunstancias, las

empresas se vieron obligadas a construir campamentos para alojar a los numerosos

obreros, operarios y técnicos empleados en labores de exploración y producción”

“Al consolidarse la industria, gracias al descubrimiento de yacimientos con

posibilidades comerciales, esos campamentos se hicieron permanentes, ampliándose

algunos y construyéndose otros nuevos.”

“Debido a la escasez de recursos locales, lo alejado de centros poblados y el difícil

acceso a los sitios de trabajo, los campamentos se construyeron siempre muy cercanos

a los centros de producción. En la elección del sitio privaron consideraciones de

orden económico y práctico acordes con las necesidades del momento, sin ninguna

planificación regional. Por ello muchas veces su ubicación no fue la más conveniente

para el desarrollo de poblaciones estables.” (Pacheco Santana y Rodríguez Villasmil,

1968:29),

Así nacieron los escenarios de Bracho Montiel, ese paisaje de tonalidades bermejas

que nos presenta en el segundo escenario de sus aguafuertes.

El capítulo III, Tochito, encierra la tesis del gendarme necesario, sustentada por

eminentes pensadores del régimen. Tochito fue el arquetipo de los encarcelados, el

hombre criollo, amistoso y violento ante las injusticias. Palabra “inconveniente” que

dijera, lo conducía al calabozo de la Jefatura municipal, donde el coronel le

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conmutaba la pena por la multa que recibía del prestamista para que Tochito la

pagara.

Encontramos en el texto una dualidad simbólica: la amistad del obrero con el

gringo catirito de la Compañía, finalmente destituido y expulsado por sus ideas

exóticas. “Bueno, Tochito, la Compañía no te ha botao, porque Charles, el musiuito,

te defendió y dijo que vos estabais bebiendo con él, que fue cosa de palos

¿comprende? Pero tenéis que paga la multa de cincuenta bolos pa salí. ¿Te mando

llamar a Carrillo Varela? El está ahí mismito. ¿Comprende?

_Como no, coroner! (Bracho Montiel, 1954:33).

Era lo prohibido. No podía mirarse con buenos ojos la amistad de un gringo con

un pobre y humilde trabajador venezolano. Los demás extranjeros no lo miraban

bien; las bases reglamentarias y fundamentales de la Compañía no podían permitirlo;

y finalmente, era algo que despertaba sospecha, traición, libros ocultos. Cada quien

sostiene sus ideales, y Charles, el musiuito, había leído libros “exóticos”.

Pasamos del capítulo IV de la obra, que habla de la metamorfosis del doctor Trino

Paz, después de iniciar su amistad con Don España, el hombre de la funeraria, para

llegar al texto siguiente, dedicado al Maestro Ceferino, padre de Marulalia. Un

capítulo sugerente, poético y humano. El recuerdo de la tierra vieja, un grito de

silencios agrestes. Bracho Montiel dibuja el paisaje, el croquis espiritual y físico del

pueblecito, perdido en la lejanía, pero cercano a las costas musicales del lago de

Maracaibo; la felicidad del hombre que no sabía de gobiernos ni de dólares; el cerco

final, las nuevas márgenes humanas y el laberinto social. Y el Maestro Ceferino, un

personaje redondo, mantiene su hidalguía y cuenta los años.

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“Trinos de la madrugada y avisos crecientes del clarín del gallo, anunciaban la

noticia fidedigna del regreso del sol, único rubio que pasaba el día en el pueblo,

inversionista de oro sobre el campo, alentador de energías, que alegraba pájaros y

músculos, para ponerse melancólico a las cinco de la tarde y morirse de romanticismo

a las seis, allá donde el cielo se convierte en lago, dejando rosas rojas sobre el agua y

en el azul un extraño amarillo, color de venado” (Bracho Montiel, 1954:50)

Los capítulos siguientes de este libro conservan la unidad temática: el petróleo y

sus dolorosas realidades. ¿Inventos, acaso, de los enemigos de los explotadores?

Todo acontecía bajo la dictadura de Juan Vicente Gómez, cuando cualquier coronel o

general, hecho a palo y pedrada, imponía su voluntad y llevaba a la práctica las más

denigrantes ejecutorias. Son cuadros patéticos, como el del Turco Elías. Tochito es

pasado a la lista negra, pero pasa a ser el símbolo del protestatario, del trabajador

criollo que va después a defender sus derechos desde el recinto de los sindicatos y con

los textos legales en las manos. Al iniciar su libro, Bracho Montiel dice que esos

capítulos sueltos fueron escritos en los calabozos de la cárcel “El Obispo”, en

Caracas, y que pensaba convertirlos en una novela. Son, en realidad, una novela,

dolorosa y útil, plena de una verdad histórica que el pueblo nuevo debe conocer:

cuando hombres, formados en los claustros universitarios y considerados intelectuales

de abolengo, fueron los primeros en vender la Patria a través de negociaciones oscuras

y nefastas. El ensayo y la sociología venezolanos deberían tener a su cargo el estudio

minucioso de estos delitos, mal llamados negociaciones petroleras. César Uribe

Piedrahita, Ramón Díaz Sánchez y Gabriel Bracho Montiel fueron los primeros en

presentar sus denuncias ante la opinión de los lectores. Falta la novela totalizadora de

la sociología del petróleo y sobre las miserias del petróleo.

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CAPITULO XI

ORO NEGRO EN EL AGUA, EN EL PAISAJE, EN EL ROSTRO

Narradores breves completan la odisea.

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Si nos propusiéramos a hacer una disección del historial del cuento venezolano,

podríamos darnos cuenta de que invade todos los temas. Desde el surgimiento del

género, ha habido narradores a lo largo y ancho del territorio nacional. Cada sitio,

cada paisaje, cada protagonista, ha dado las herramientas necesarias, y así hemos

podido exhibir una valiosa antología del cuento venezolano.

El petróleo llegó tarde a la narrativa y han sido pocos quienes lo han tomado como

temática esencial. Da la impresión de que el paisaje se diluye, la esencia del ser

desaparece y la superficie de la oleada humana permanece estática. Ni siquiera la

novela ha penetrado en su entorno de miserias y descalabro social, El cuento,

simbólica o tangencialmente roza algunas facetas de su acontecer, se queda en

unidades lúdicas, y en veces, con visos de alegoría, quisiera arropar la totalidad de los

escenarios y contrastes.

No deja de ser curioso y llamar poderosamente la atención, el hecho de que

revisados trescientos cuentistas zulianos, muy pocos mencionan el tema del petróleo.

El género viene cultivándose en el Zulia desde la segunda mitad del siglo XIX. Seis

narraciones comentadas en este trabajo pertenecen a autores oriundos de otras

regiones del país. El fenómeno es el mismo a nivel nacional; igual la trasgresión de

los patrones culturales; pero son el oriente y el Zulia, las zonas más afectadas por el

impacto petrolero, debido a la mayor concentración humana y al empuje de la

actividad de explotación. El Zulia vio transformada su geografía apresuradamente;

donde antes era rumor de agua y paisaje agreste, nacieron las cabrias, los

campamentos y pueblos, convertidos hoy en ciudades de notoria prosperidad. Los

escritores del Zulia, antes y después, como que no se dieron cuenta del fenómeno o lo

consideraron peligroso.

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Cinco autores dentro de un mismo paisaje.

Pueblo minero, pueblo petrolero, siempre es el mismo aunque se ubique en

diversas latitudes. Fueron construidos para la melancolía y la tragedia. El hombre se

va, harto de humo y llamaradas, y todo queda igual, la misma fuga de un paisaje

errátil, impreciso, estático.

Ramón Díaz Sánchez.- Nativo de Puerto Cabello. (1903-1968) Díaz Sánchez vio

nacer y crecer la luminosidad y la sombra de los paisajes petroleros del Zulia.

Anduvo por las primeras y polvorientas calles de una Cabimas incipiente; revisó los

paisajes que iban hacia el sur y los guardó en sus archivos. Años después le tocaría

hacer comparaciones, fijar antagonismos y coincidencias. Fue un testigo ocular de

esa transformación de las comunidades de la costa oriental del Lago de Maracaibo. El

periodista se convierte en narrador, y su legado, es un testimonio para la historia

social venezolana.

En su libro de relatos “Caminos del Amanecer” (1941), Díaz Sánchez nos ofrece

dos cuentos, cuya temática es el petróleo y sus fantasmas: “Fuga de Paisajes” y

“Cardonal”. En el primero se da el caso de que es el único cuento que hemos

encontrado, donde el indio es directamente víctima del acontecer petrolero. Destaca

en este cuento la emotividad del tema: el traslado de una pequeña familia wayúu,

desde los médanos de la Guajira hasta la sombra de un rancho por los aledaños del

pueblo petrolero que nacía. El nuevo paisaje coincide en parte con el originario, por

su mansedumbre agreste y su marginalidad. El indio parece no haber sido afecto a

este tipo de actividad. Esta narración se ha mantenido en el tiempo, pues no ha

pasado su actualidad a pesar del acontecer histórico. Los problemas del amor son de

la humanidad y del tiempo.

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Los personajes son pocos, pero fundamentales todos, especialmente la moza

aborigen, Ángela Rosa, ella encarna la emotividad en el curso de la narración y, de

seguro, que al juzgarla, cada lector la ubicará en su lugar exacto. Se da el contraste,

de que toda moza india, por lo menos para la época, era sumisa a los mandatos de sus

mayores, y ellos le habían insinuado que Roque, de su misma condición, deseaba

casarse con ella. La respuesta fue la fuga intempestiva. Allí se ramifica la fábula.

¿Amor de Ángela Rosa hacia el extranjero? ¿Apetencias por la vida holgada?

Pisoteado el honor del padre, un niño blanco, un niño negro y el descenso espiritual

de Ángela Rosa.

La muchacha encarna un personaje redondo y de fábula, y crea, como en la obra

dramática, la intriga, para llegar finalmente a un desenlace trágico, pero quizás

reparador. Desde el momento de su fuga nacen los conflictos. En su padre, cuando

oye decir: “Así es fácil ser caporal” (Díaz Sánchez, 1941:139); en su madre, que se

siente marginada; y en Roque, decepcionado y en silencio, como todos. La guajirita

se convierte en gran dama, juega pocker, bebe güisqui y tiene camarero.

Ángela misma, estirada en su cama, se mostraba al principio absorta. Pero para

ella la ecuación era más simple: si lo había dado a luz así, era sin duda porque lo

merecía. En nueve meses tuvo tiempo suficiente para volverse blanca. Para

blanquear por dentro. Y todo lo mira ahora blanco al lado de su hombre. Esta

sensación de blancura sin igual, refrendada por el muelle regalo de su nueva vida, la

vuelve displicente. Todo la aburre, hasta la presencia de su madre con su irreparable

ingenuidad. Ante ella se siente siempre como sobre ascuas. Jamás podría olvidar

aquella tontería del radio:

-Ángela ¿quién habla dentro de esa caja?

Por esto la había relegado a la cocina.

-Ángela, ¿no te molestan esos zapatos tan altotes?

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-Oh, no, mamá, están okey.

-Ángela ¿puedo volver mañana?

Era la pregunta que más la molestaba. Por no poder decirle la verdad:

-Yes, mamá” (Díaz Sánchez, 1941:140).

Consideramos este cuento como único, dentro de la narrativa venezolana, y en

especial en la del Zulia. Es una fábula maravillosa, pero golpea a una raza, hiere

condiciones humanas de comprobada rectitud y fustiga los escenarios de una sociedad

deshabitada.

“Cardonal”. El paisaje es el mismo: la soledad entre cardones y la errancia de la

voz bajo el temblor solar; los mismos caminos, con sus charcos en la época de lluvias

y polvo menudo en la sequía. Por allí llegaron los hombres, venían del mar lejano,

donde dejaron en lo alto de la noche las luces de San Telmo y las ensenadas de la

Restinga; venían de los médanos corianos y de la Sierra de San Luís. Pasos hacia la

incertidumbre, y llegaron, quizás cuando los cardones tenían puntos rojos en la

primavera.

Los cardones vivían a la intemperie sobre la tierra yerma; los hombres llegaron y

emprendieron la tala de su voz. “Y de pronto Chencho lanzó un grito:

-Aguaitá, Genara! Cardones!

Allí se quedaron. En un claro, a orillas de la laguneta negra, donde había un

cardonal tupido que les recordaba su tierra. Estaba cercano al monte y apenas llegaba

hasta el lugar el eco de los ruidos del petróleo. Chencho cortó ramas y fabricó su

rancho. Fue el primero” (Díaz Sánchez, 1941:74) Así nacieron los ranchos y

barriadas de las zonas marginales del petróleo. Allí quedó sembrada la errancia del

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hombre, su porfía con la tierra, su antiguo porvenir. Ahora, la luz de los mechurrios

iluminaba el rostro de sus noches íngrimas.

Sabido es que el determinismo geográfico moldea el carácter del hombre. Y

“Cardonal” es un texto narrativo, donde los primeros protagonistas son los

provenientes del estado Falcón, quizás por la poca distancia. Luego llegaron familias

de otros sectores del país, especialmente margariteños y nativos de las costas de Paria.

Al llegar a la misma tierra, precisamente a El Cardonal, surgieron, lógicamente, las

discrepancias. Dicharachero uno; introvertido, el otro.

“Estos hombres detestables llegaron al lugar de un modo inopinado. Escogieron la extensión anegadiza que lindaba con la salineta, mirando hacia la carretera. Trajeron camiones de arena roja y cegaron una gran parte donde fundaron sus casitas de madera. Desde entonces había perdido el caserío su monótona quietud. Se pobló de risas, de palabras chocantes que, dichas en el mismo idioma de la sierra y de la duna, eran sin embargo casi extranjeras, tanto por el endiablado son de su dialecto como por su insospechable modo de llamara cuñao a todo el mundo y de mentar a cada paso a una tal Virgen del Valle” (Díaz Sánchez, 1941:70).

Este cuento aglutina esa diáspora vivencial del hombre desarraigado, que después

de haber pasado los linderos del petróleo, es arrastrado por su turbulencia y conducido

a los escenarios degradantes, muchas veces hasta la muerte. Otros seres humanos,

que sufren las consecuencias, se desplazan hacia si mismos. De allí la voz de Petra,

al final de la narración:

-“Toítos son iguales.

Y El Cardonal volvió a la normalidad, siguió viviendo. Sin cardones. (Díaz

Sánchez, 1941:81).

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Adriano González León.- (Valera, 1931-2008). Consideramos que “En el Lago”, de

Adriano González León es un ejercicio narrativo bien logrado sobre un tema trajinado

desde años. Se ha señalado el hecho de que, publicado este cuento, el género entre

nosotros cambió de rumbo. Es, solamente, un cuento bien logrado dentro del

numeroso y valioso repertorio narrativo venezolano; pero nada de cambiar rumbos ni

darle visos de cosa nunca vista.

El cuento se viene cultivando en Venezuela desde la segunda mitad del siglo XIX,

bajo el influjo del naturalismo y el realismo europeo; pero es a partir de la década de

1920, cuando surge el cuento moderno, bajo una égida fantástica, con el libro “La

Tienda de Muñecos”, de Julio Garmendia, en 1927. Vienen luego los nombres de

Arturo Uslar Pietri, quien usa por primera vez las palabras “realismo mágico”, y

Guillermo Meneses, junto con los grupos de “Válvula” y “Elite”. El género queda

consolidado. “Es una época de resistencia hostil y de suspicacias políticas, ha de

irrumpir en línea continuada, y apenas con dos años de diferencia el mensaje

venezolanista de estas importantes promociones.”

“Ellas inician, y con marcado retraso en relación con otros países americanos”, lo

que según el notable crítico y ensayista Picón Salas “pudiera llamarse la batalla

vanguardista”. (Cortés, 1945: 43). Por otra parte, Domingo Miliani asienta: “Bajo el

influjo de Faulkner –asimilado entre los primeros por Antonio Márquez Salas-

surgían las tesis de yuxtaposición y alternancia de las acciones en planos, Una

conciencia del trascender, de lo universal subyacente en los contextos de lo nacional,

era la nueva preocupación de los poetas y narradores. En el cuento, como se ha visto,

la renovación venía operándose desde la década del 30, con Uslar Pietri, Julio

Garmendia y Meneses, continuada por itinerarios muy originales con Antonio

Márquez Salas, Gustavo Díaz Solís, Oswaldo Trejo, Oscar Guaramato, Héctor Malavé

Mata.” (Miliani, 1973:18). Para 1957, época de aparición de “Las Hogueras más

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Altas”, el cuento venezolano está plenamente consolidado. Es lógico que nada se

estanca, menos la literatura y pueden surgir nuevos hallazgos en la búsqueda

permanente del hombre por los vericuetos del lenguaje.

Escenario nocturno, simbología del petróleo y réplica del tiempo que transcurre.

Agua oscura del lago y pájaros nocturnos en la isla rocosa, quizás otra réplica de un

buque náufrago dentro de los aconteceres del imaginario, por donde andan peces y

cadáveres. Dos pescadores en medio de la noche y sobre el agua oleaginosa, que no

buscan cadáveres sino peces. “Antes-pensó el hombre tendido- la sirena fue así. Un

sonido largo y ahuecado. Es lo único que recuerda. O mejor, lo primero que empieza

a recordar. Algo más cercano que las rumas podridas del café, o la del árbol y las

llamas. Esto lo sintió próximo” ( González León, 1957:22)

Los personajes de este cuento carecen de nombres, aunque pudieran llamarse muy

bien Argos, Ulises y Vulcano, pero no los necesitan porque están plenamente

identificados. Los dos primeros son tradicionales y aún existen; el otro, el de la tabla,

se ha hecho tradicional también y todavía está sobre la tabla recordando a Teresa, los

desfiladeros de la montaña con sus matas de café, las directrices del padre, las mujeres

que bailan y la bocina que suena aguda y pertinaz. Es la erosión del petróleo, la

condición humana en descenso. Es el mismo personaje,, ubicado aparentemente

dentro de otro escenario, que en realidad es el mismo: un madero sobre la superficie,

agua oscura, aceite, conchas de coco, basura, el fantasma de un buque que naufragó

en la época de los bucaneros, todo sobre una corbata para usarla en domingo.

Valmore Rodríguez.- (San Félix, Falcón 1900 - Chile, 1955) - Periodista combativo

durante sus años mozos, dirigente sindical en los campos petroleros del Zulia, y

posteriormente un político de alto prestigio, Ministro y Presidente del Congreso

Nacional. Poeta adscrito al grupo “Seremos” y narrador, autor de un cuento breve

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pero muy significativo titulado “El Mayor”. El amor a la tierra, la defensa de lo

propio y la respuesta categórica al ultraje, constituyen la temática esencial de este

cuento. Ante la fuga de la hija, el anciano queda impasible, con un sollozo en la

garganta y curando sus redes. En el cuarto, duerme su mujer, Mina, anciana y

enferma. Viven de la pesca y la tierra y los cocoteros allí sembrados, son de su

pertenencia. Pero un día llegó la cuadrilla y se le comunicó que por allí pasaría una

tubería para la conducción del petróleo. Y la rebeldía ineficaz se hizo presente. Una

faceta singular en este cuento, es la fe del zuliano en la Virgen de la Chiquinquirá.

Ella conduce piraguas y chubascos y el alma de los hombres. El paisaje es el mismo:

el Lago, las tablas sobre la superficie oleaginosa, el rostro del hombre mirando hacia

el pasado.

Arturo Croce.- (La Grita, 1907- Caracas, 2002) - Escritor de larga vida, honestidad

intelectual y de copiosa obra, especialmente en el campo narrativo. Pluralidad

temática, poeta de valores esenciales con sabor de tierra y paisajes venezolanos.

Hemos tomado su cuento “Taladro”, del universo narrativo del petróleo.

Dentro de una pluralidad de seres y relámpagos, cuatro personajes moldean los

contenidos de este cuento, uno de los mejores dentro de la temática del petróleo: José

Antonio, Juan Pablo, Elba Rosa y el musiú Robert. Cuatro espacios de ardida

humanidad en un solo tiempo. Los identifican los espacios geográficos. José Antonio

viene de los páramos y lo identifican su color blanco y su hablar de frontera, lo mismo

que a su hija, Elba Rosa. Juan Pablo es de los médanos de Coro, testarudo, recio y

visionario como los cujíes allá sembrados. El musiú Robert no necesita más

identificación. Es la convergencia de los límites geográficos y de la diáspora humana.

En esta narración el sitio del petróleo es uno solo: el campamento. Un paisaje de

aguas y relámpagos, el Lago y una memoria temporal que nos conduce como a los

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inicios de la explotación petrolera. La gente ha comenzado a llegar; gestos, piel y

voces identifican la presencia. Luego el trabajo, el sudor y los golpes conducen hacia

una unidad de conciencia.

Juan Pablo es aquí el personaje redondo. Coriano, poco hablador, firme en su

querencia, seguro de alcanzar la tecnología porque el petróleo ha sido nuestro y

nosotros debemos explotarlo.- Es el hombre que deja oír su voz inconveniente y por

allí rondan el americano y el capataz que representa a la jefatura civil y a la compañía.

Sabe que Elba Rosa lo quiere y que ella ha preferido al musiú por el dinero, pero el

dinero es de nosotros. La induce al delito ¿Venganza? ¿Deshumanización? ¿Afecto?

Todos estos elementos convergen sin ser canalizados y son el sentido de la

contaminación del petróleo, que ha servido en gran parte para dislocar los parámetros

conductuales de nuestra sociedad. En la hora de su muerte no olvidó la tecnología

para el futuro y recomendó a la mujer que no dejase de instruir al niño. Visión de

Patria.

“En la torre del humo”. En el libro de textos narrativos “Las Catedrales Azules”,

de Camilo Balza Donatti (Mapire, Anzoátegui, 1927), se incluye este cuento, cuyo

protagonista es, precisamente, un trabajador petrolero. No vino de la sierra de Falcón

ni de las costas de los margariteños, sino de la sabana, del escenario de Juan el

Veguero, donde dejó el conuco y las cruces sembradas más allá de los árboles. La

voz del petróleo llegó a todas partes y el hombre intuyó que algo nuevo iba a suceder.

El petróleo fue un virus que aniquiló la mente y la voluntad de los venezolanos, y

Encarnación Palomo, otro héroe anónimo del Lago de Maracaibo, no fue la

excepción. Recibió la noticia y el llamado del compadre, quien le comunicaba que

por las calles de los campamentos corría el dinero, lo mismo que los chorros de

petróleo y de la lluvia; y después de cavilar durante muchos días y convertir la

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imagen de su mujer en una sombra, abandonó el paisaje donde las cruces guardaban

el silencio. Y llegó por el mismo camino de los otros, y como ellos, perdió su

identidad. Como el agua tímida de los ríos crecientes, fue avanzando lentamente

hacia los altos muros de la noche, y las luces ebrias y los vicios fueron minando su

personalidad de hombre honesto y sobrio allá en su campo, en sus caminos de arenas

cálidas.

Portero en un depósito de materiales al aire libre. Abre la puerta, cierra la puerta,

abre…cierra, y así hasta la última hora de su jornada. Aquello era un aburrimiento y

comenzó a ser victima de alucinaciones, de ebriedades oníricas. Contemplaba con

perplejidad los comportamientos de la dueña de la pensión donde vivía; le

atemorizaban las noticias de las páginas rojas de los periódicos, asistió a su propio

entierro y regresó a la pensión protestando la soledad de los cementerios.

Ya no fue la portería sino el agua. Encarnación Palomo fue enviado a tripular una

gabarra en las aguas del Lago. El nunca había sido marino y le tenía pavor al oleaje.

Escuchaba el viento golpear sobre el hierro de las cabrías; por las noches, alguna

lámpara solía iluminar las aguas con sus manchas de aceite que bordaban la superficie

airosa. El tiempo y el agua fueron desgastando su piel; noches íngrimas en la

oscuridad; vientos huracanados en la cresta de las cabrias crujientes. El hombre

campesino desdoblado en fantasma. Al final, la profecía se cumplió:

“Cualquier día caerás desde lo alto de una torre y te romperás la crisma, Encarnación Palomo, lo mismo que un coco. Después flotarás sobre las aguas como una pluma de gaviota, te llevarán a una enorme sala donde te aplicarán el último bautismo de formol y te dejarán nuevamente en la casa de tu antiguo silencio construido para ti solamente. La tierra seguirá igual; ella no le duele a nadie porque todavía creen que es simplemente un pedazo de geografía donde el hombre tiene el coraje de continuar con la imbecilidad de su existencia.

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Así lo soñó Encarnación Palomo la última noche de sus abismos lentos, cuando la lancha iba y venía con su ruido impertinente y vago, cuando los aceros crujían como grímpolas bajo la furia del vendaval de octubre. Y así fue por los siglos de los siglos…amén”. (Balza Donatti, 1993:99).

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CONCLUSIONES

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El indigenismo ha sido un tema de creación literaria desde los días de la conquista

El hombre que llegó de otras latitudes descubrió un nuevo protagonista en el ente

humano americano. En Venezuela, y especialmente en el Zulia, que es la entidad

geográfica que nos interesa, el tema ha sido hasta cierto punto marginado por los

narradores. No existe acá, como tampoco en el resto de Venezuela, una novela del

indio, como en Bolivia, México o Perú. Narraciones breves enfocan el tema, y los

relatos han salido del seno de las propias agrupaciones, como obra de sus creadores.

Sin embargo, los textos existentes han dado continuidad a la temática, y el indio, el

hombre de América, ha continuado heroicamente su protagonismo. Puede exhibir el

Zulia, con orgullo, que uno de sus escritores durante el siglo XIX, José Ramón

Yépez, haya sido el creador en Venezuela, de la novela indianista, con sus textos

“Anaida” e “Iguaraya”, cuando este género daba sus primeros pasos dentro del

acontecer literario nacional. Tenemos la convicción de que el universo indígena es

un imaginario fantástico para obras de creación en el futuro, para estudios científicos

y socio-políticos- Ha permanecido mucho tiempo en el silencio.

El petróleo, que representa uno de los fenómenos más impactantes en la sociedad

venezolana, tampoco ha calado en el escenario de la narrativa nacional. Desde los

comienzos del siglo XX, cuando se llega a la certidumbre de la existencia en el

territorio nacional, de grandes yacimientos petrolíferos, surgen novelas tímidas que

mencionan el tema, reflexiones encaminadas ante todo a la crítica de los ilícitos que

ya comenzaban a suceder, como herencia biológica y social.

Tampoco puede hablarse de una novela del petróleo en Venezuela; Gustavo Luís

Carrera la considera inexistente. Los textos publicados enfocan los problemas

aisladamente, generalmente los de más notoriedad; pero no existe la obra de conjunto,

totalizante; y esto es un vacío, especialmente en el Zulia, donde la respuesta del

petróleo ha sido categórica a los problemas de su sociedad.. Dos autores zulianos:

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Gabriel Bracho Montiel y Guillermo Ferrer, enfocan el tema con sus funestas

consecuencias: sociales, políticas, laborales. Los otros autores, como ya hemos dicho,

no son nativos del Zulia, pero la obra por ellos escrita, sí pertenece a su espectro

narrativo. Ambos temas, indigenismo y petróleo, conforman dos vertientes para una

minuciosa investigación, para una revisión científicamente realizada y una actitud de

creación encaminada al logro de una obra narrativa que trascienda, por su concepción

temporal, por su modernidad y lenguaje.

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A N E X O S

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Francisco Fajardo, símbolo del mestizaje.

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De las entrañas de la tierra sale el oro negro para cambiar el rumbo

de la sociedad venezolana.

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Viento y acero sobre las aguas del Lago,

cantado por los poetas de la Maracaibo de ayer.

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De aquí hacia el mar. . . y no hay regreso.

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