Isaac Asimov - Insertar La Pieza a en El Agujero B

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Insertar la pieza A en el espacio B Isaac Asimov Dave Woodbury y John Hansen, grotescos en sus trajes espaciales, verificaban con ansiedad que la gran caja flotaba lentamente, alejándose de la nave espacial mercante y acercándose a la cámara de aire. Con casi un año de permanencia en la Estación Espacial A5, estaban comprensiblemente cansados de las unidades de filtración que resonaban secamente, de los tubos hidropónicos que goteaban, de los generadores de aire que constantemente zumbaban y ocasionalmente se detenían. —Nada funciona correctamente —dijo Woodbury—, porque todo ha sido montado a mano por nosotros mismos. —Siguiendo instrucciones —añadió Hansen— escritas por un idiota. Indudablemente había motivos para quejarse. Lo más costoso de una nave espacial era la cámara de carga, pues todos los avíos tenían que ser enviados través del espacio desmontados y empacados. Todo tenía que ser montado en la estación con las manos desnudas, con herramientas inadecuadas y confusas, y con ambiguas instrucciones escritas como única guía. Woodbury se había esmerado en escribir algunas quejas a las que Hansen añadió los adjetivos apropiados, y formales peticiones que auxiliaran la situación habían sido cursadas a la Tierra. Y la Tierra había respondido. Se diseñó un robot especial, con un cerebro 1

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Insertar la pieza A en el espacio B

Isaac Asimov

Dave Woodbury y John Hansen, grotescos en sus trajes espaciales, verificaban con

ansiedad que la gran caja flotaba lentamente, alejándose de la nave espacial

mercante y acercándose a la cámara de aire. Con casi un año de permanencia en la

Estación Espacial A5, estaban comprensiblemente cansados de las unidades de

filtración que resonaban secamente, de los tubos hidropónicos que goteaban, de los

generadores de aire que constantemente zumbaban y ocasionalmente se detenían.

—Nada funciona correctamente —dijo Woodbury—, porque todo ha sido

montado a mano por nosotros mismos.

—Siguiendo instrucciones —añadió Hansen— escritas por un idiota.

Indudablemente había motivos para quejarse. Lo más costoso de una nave

espacial era la cámara de carga, pues todos los avíos tenían que ser enviados través

del espacio desmontados y empacados. Todo tenía que ser montado en la estación

con las manos desnudas, con herramientas inadecuadas y confusas, y con ambiguas

instrucciones escritas como única guía.

Woodbury se había esmerado en escribir algunas quejas a las que Hansen

añadió los adjetivos apropiados, y formales peticiones que auxiliaran la situación

habían sido cursadas a la Tierra.

Y la Tierra había respondido. Se diseñó un robot especial, con un cerebro

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positrónico que había empollado el conocimiento necesario para ensamblar

apropiadamente cualquier máquina que estuviera desmontada. El robot estaba en la

jaula que ahora se descargaba, y Woodbury se estremeció mientras la cámara de

aire se cerraba tras el objeto.

—Primero —dijo—, esto rehabilita a la Junta para la Alimentación y, segundo,

reensamblará nuestra tostadora para que vayamos olvidando el sabor de la carne

quemada.

Entraron en la estación y atacaron la jaula con suaves toques de

desmoleculizador, de manera que ningún precioso átomo metálico de su especial

robot solventador de jeroglíficos fuera dañado. Finalmente, la jaula fue abierta.

Dentro no había sino quinientas piezas separadas y una lista escrita con

confusas y ambiguas instrucciones para ensamblarlas.

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