Izquierda Latinoamericana
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Beatriz Stolowicz
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La Izquierda Latinoamericanagobierno y proyecto de cambio
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Beatriz Stolowicz, sociloga mexicana con
amplia experiencia personal y profesional en
y so bre la iz quierda lati no americ ana, es
profesora-investigadora en el rea de AmricaLatina del Departamento de Poltica y Cultura
de la Universidad Autnoma Metropolitana -
Xochimilco. Stolowicz ha publicado diversos
artculos y libros sobre los impactos de las
polticas neoliberales, partidos polticos,
movimientos sociales, democracia y
gobernabilidad, incluyendo Gobiernos de
izquierda en Amrica Latina. El desafo delcambio (Mxico D.F., Plaza y Valds/UAM-X,
1999). Este documento es la versin preliminar
de un captulo del libro a ser editado en marzo
de 2004, The Left in the City, coordinado por
Daniel Chavez y Benjamin Goldfrank (Londres,
Latin America Bureau/TNI).
DiseoJan Abrahim Vos,Zlatan Peric, MEDIO
CoordinacionDaniel ChavezProject ManagerTransnational InstitutePaulus Potterstraat 201071 DA AmsterdamThe NetherlandsTel: -31-20-6626608Fax: [email protected]
Los contenidos de este folletopueden ser citados oreproducidos con total libertad,siempre que la fuente deinformacin sea mencionada. ElTNI y la FIM agradeceran recibiruna copia del texto en el queeste documento sea usado ocitado
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Amsterdam y MadridEnero 2004
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Una nueva realidad latinoamericana
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n Amrica Latina ingresamos en una coyuntura poltica nueva. En 1997, ms de 60 millo-
nes de latinoamericanos vivan en municipios gobernados por la izquierda. En 2003, son
ms de 200 millones, con dos gobiernos nacionales adems de Cuba: Venezuela desde
1999 y Brasil desde 2003.
La fuerza electoral ganada por la izquierda es un indicador relevante del momento poltico nuevo,pero no lo expresa ni lo explica suficientemente, y hasta podra conducir a conclusiones equivo-
cadas. Entre ellas, suponer que la fuerza electoral de la izquierda signifique por s misma un retro-
ceso absoluto de las fuerzas conservadoras en Amrica Latina. El entusiasmo y las esperanzas que
justificadamente motiva este signo de avance de las fuerzas democrticas no puede hacernos per-
der de vista la complejidad del proceso poltico en nuestro subcontinente.
En la nueva coyuntura, los avances electorales de la izquierda expresan una realidad social y pol-tica nueva, definida primordialmente por el ascenso de las luchas populares, por una creciente
recomposicin de la capacidad de resistencia al neoliberalismo. En ocasiones, llega a manifestar-
se en levantamientos populares que han podido frenar privatizaciones y otras polticas antipo-pulares, han hecho caer presidentes y en algunos casos han sido el antecedente inmediato de triun-
fos electorales. Sin embargo, este panorama amplio y diverso de luchas no siempre tienen una expre-
sin electoral correlativa, y tampoco estn necesariamente vinculados a los partidos de izquier-
da que participan en los procesos electorales.
En enero del 2000, un levantamiento popular en Ecuador destituye al presidente Jamil Mahuad.En abril de 2000, un levantamiento popular en Cochabamba (Bolivia), frena la privatizacin del
agua. En febrero de 2001 es la Marcha de la Dignidad convocada por el Ejrcito Zapatista de Libe-
racin Nacional en Mxico, que moviliza a millones. En diciembre de 2001, un levantamiento popu-
lar en Argentina hace caer al presidente Fernando de la Ra y a tres presidentes ms en 15 das, yse mantiene por ms de siete meses ocupando las calles. En abril de 2002 la resistencia del pue-
blo venezolano conjura un golpe de Estado, lo que vuelve a ocurrir entre diciembre del 2002 y febre-
ro de 2003 frente al paro patronal golpista. En mayo de 2002 inicia una movilizacin nacional en
Bolivia que se mantiene ininterrumpidamente hasta febrero de 2003, haciendo retroceder deci-
siones econmicas antipopulares del gobierno y demanda una Asamblea Nacional Constituyen-
te (estas movilizaciones dan la base electoral del casi triunfo de Evo Morales en ese ao). En junio
de 2002, un levantamiento popular en Arequipa (Per), frena la privatizacin elctrica; en ese mismo
mes, un levantamiento popular en Paraguay frena la privatizacin de telfonos, electricidad,
agua, alcantarillado, ferrocarriles e impide la aprobacin de una Ley Antiterrorista. En agosto de
2002 los campesinos ejidatarios de San Salvador Atenco (Mxico), impiden la construccin trans-nacional de un mega aeropuerto y obligan a dejar sin efecto la expropiacin de sus tierras. En agos-
to de 2002, mdicos y trabajadores del Seguro Social de El Salvador inician una huelga de siete
meses que frena la privatizacin de esos servicios. En Brasil, en septiembre de 2002 se hace un
plebiscito popular contra el Acuerdo de Libre Comercio de las Amricas (ALCA), en el que partici-
pan 10 millones, un mes antes de las elecciones presidenciales. En Colombia, en medio de la gue-rra intensificada por el Plan Colombia, se hace una huelga general el 16 de septiembre de 2002; y
en octubre de 2003, los colombianos derrotan un referndum impuesto por el presidente lvaro
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Uribe. En Vieques (Puerto Rico), tras aos de resistencia, logran en abril de 2003 que salga la Mari-
na de Estados Unidos de su isla. Y entre febrero y octubre de 2003, un levantamiento del pueblo
boliviano (la Guerra del gas), no slo fren su desnacionalizacin, sino que oblig al presidente
Gonzalo Snchez de Lozada a renunciar. Estos son slo algunos ejemplos notorios, pero hay
muchas luchas ms en todos los pases.
Hablar de la izquierda latinoamericana siempre conlleva riesgos de generalizaciones que hacenperder de vista las especificidades de cada actor poltico, las condiciones histricas de su consti-
tucin e identidades, las alteridades sociales y polticas que lo definen y las circunstancias con-
cretas en que acta. Cuando hablamos de partidos, a esos rasgos especficos hay que agregar dife-
rencias en sus definiciones ideolgicas, en el grado de organicidad y homogeneidad que poseen,
en el vnculo y arraigo que tienen entre los sectores sociales que buscan representar; o en el nivel
de elaboracin y desarrollo que tienen sus proyectos polticos.
Hoy en da, adems, el vasto campo de la izquierda latinoamericana ya no puede analizarse con
las habituales referencias a los partidos de mayor consolidacin o mayor tradicin. Si incluimos
en la izquierda a quienes luchan contra la explotacin, la marginacin y el saqueo de las riquezasnacionales por el gran capital transnacional, observamos que es ms amplio y diverso que aque-
llos partidos, aunque coincidan en trminos generales en los objetivos. Desde mediados de la dca-
da de los noventa han surgido nuevas organizaciones de izquierda que tienen importante incidencia
poltica. Algunas no participan en el sistema representativo, como el Ejrcito Zapatista de Libera-
cin Nacional de Mxico. Otras organizaciones de ms reciente formacin disputan los gobiernos
estaduales y nacionales a la derecha, pero nacen tambin de movimientos sociales especficos,desde los cuales amplan la representacin popular sin perder las identidades originarias. Es el caso
de Pachakutik, que se constituye en 1995 como el instrumento poltico de la Confederacin de Nacio-
nalidades Indgenas del Ecuador y que particip en el gobierno presidido por Lucio Gutirrez. El
Movimiento al Socialismo boliviano (1998), cuya raz es el movimiento indgena -campesino y mine-ro-, que llev al indgena aymar Evo Morales a disputar la presidencia en 2002. Es el caso del Blo-
que Social Alternativo, que en el 2000 eligi como gobernador del Departamento del Cauca en
Colombia al indgena guambio Floro Tunubal, y que naci en 1999 a partir de una alianza de orga-
nizaciones indgenas y campesinas con sindicatos, estudiantes, pobladores y partidos de izquier-
da, en el contexto de una huelga general regional de 26 das. Tambin el Movimiento V Repbli-
ca con que gan las elecciones Hugo Chvez en 1998 tiene su origen en una alianza heterognea
entre sectores militares y diversos grupos de izquierda unidos por el objetivo comn de enfrentar
al bipartidismo tradicional que gobern Venezuela desde 1958, a la que adhirieron amplias fran-
jas populares.
El accionar poltico de izquierda es mucho ms vasto que la disputa electoral. Pero sta tiene hoy
una gran vitalidad, pues nunca como ahora la izquierda tuvo mayores posibilidades de disputar-
le gobiernos a la derecha, dado el desprestigio que sta tiene por la amplitud del rechazo al neo-
liberalismo. Sin embargo, la probabilidad de convertir esos avances electorales en posibilidades
de cambio de la realidad latinoamericana actual no se reduce a tener numerosas representacio-nes parlamentarias o ganar gobiernos municipales y hasta nacionales. stos tambin dependen
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de la gestacin de una fuerza poltica suficiente, es decir, de una voluntad colectiva organizada
capaz de cambiar las relaciones de poder con las que el capitalismo neoliberal se reproduce en todos
los mbitos de la vida social.
Porque el neoliberalismo no es solamente un conjunto de polticas econmicas y sociales lleva-das a cabo por administraciones gubernamentales conservadoras. Es el poder avasallador del capi-
tal sobre el trabajo, que se impuso destruyendo la fuerza social y poltica relativa de los domina-dos, mediante la liquidacin violenta de su capacidad de resistencia a la explotacin y la domi-
nacin, la destruccin sistemtica de sus organizaciones y su dispersin como sujetos colectivos.
Las dictaduras fueron el inicio ms violento de esta modificacin del poder relativo entre domi-
nantes y dominados a favor de los primeros, pero fue bajo los regmenes representativos que ese
proceso se profundiz radicalmente. La dcada de los noventa, bajo democracias, es en la que se
lleva a cabo la mayor expropiacin del trabajo en la historia moderna de Amrica Latina, al inte-
rior de cada pas y desde los centros del poder capitalista mundial.
Tras las fras cifras de la estadstica est la impunidad de un capitalismo depredador de vidas y
pases, que no es fruto de un proceso espontneo o metafsico , sino el resultado concreto de estecambio en la correlacin de fuerzas sociales y polticas. Ese es el significado de que la pobreza alcan-
ce hoy, en promedio, a ms de un 60 por ciento de la poblacin latinoamericana, de la cual ms
de la mitad se encuentra en pobreza extrema. Pero la pobreza es la contracara del enriquecimiento
de las poderosas minoras capitalistas en cada pas: la concentracin del ingreso ha sido un pro-
ceso sostenido en las ltimas dos dcadas, llegando en 1999 (tambin en el promedio regional y
segn cifras oficiales), a que el 40 por ciento de la poblacin ms pobre tiene el 15 por ciento delingreso total, mientras que el 10 por ciento ms rico tiene cerca del 40 por ciento del ingreso total.
A ello hay que agregar lo que Amrica Latina transfiri a los centros capitalistas del primer
mundo: solamente por deuda externa, entre 1992 y 2001, salieron de Amrica Latina ms de 1.221
billones de dlares (1,22 billones en trminos latinoamericanos, como milln de millones); no obs-tante lo cual, la deuda externa se duplic en igual perodo (1972:378). Slo en 2001, por cada dlar
que recibi de los pases ricos para disminuir la pobreza, Amrica Latina les devolvi ms de 6
dlares. Esto lo pagan los pobres, porque los ricos no pagan impuestos.
Lo ms grave de este saqueo interno y externo ocurre a pesar de que en varios pases la izquierda
tiene importantes representaciones parlamentarias e incluso gobierna en capitales nacionales y
estaduales y en varios municipios ms. El hecho concreto es que, en la dcada en que gobierna la
izquierda, en esos pases empeora la situacin econmica y social de la mayora de sus poblacio-
nes, a pesar de los importantes y muy destacados esfuerzos de estos gobiernos de izquierda pormejorar la calidad de vida de la poblacin.
Este es un dato duro a considerar sobre la fuerza poltica que posee la izquierda, y la que necesi-
ta generar ms all de los votos que ha conquistado, para hacer retroceder la explotacin de las
mayoras populares a las que busca representar polticamente. No se trata slo de que hasta hace
muy poco tiempo la izquierda gobern en municipios con limitadas esferas de competencia eco-nmica. Es igualmente vlido para gobiernos nacionales, pues el capital domina tambin por fuera
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del gobierno: el ejemplo de Venezuela es suficientemente ilustrativo del clsico problema teri-
co sobre la diferencia que existe entre gobierno y Estado, por un lado, y entre Estado y poder, por
otro.
Esta lacerante realidad a transformar da la medida de los desafos y responsabilidades que tienehoy la izquierda latinoamericana. Esto no siempre est claro en los anlisis de la propia izquier-
da, que suelen ser autorreferidos. Habitualmente evala los logros en comparacin con su situa-cin previa. Todo logro por s mismo siempre es un hecho positivo que involucra enormes esfuer-
zos y sacrificios que deben valorarse. Pero si no se mide el desempeo propio en funcin de los
cambios necesarios, ello puede conducir a eludir las responsabilidades, o bien a obstaculizar la cons-
truccin de una estrategia de cambio, entendida como un proceso de gestacin de las herramientas
y condiciones polticas para poder seguir dando pasos hacia delante. A mediano y largo plazo, lo
primero puede producir frustracin entre quienes buscan en la izquierda un medio para cambiar
el orden social; y lo segundo puede conducir a fracasos, incluso de aquellas experiencias enor-memente ricas y prometedoras, pero que se agotan en su carencia de fuerza para llevarlas a cabo.
Estos riesgos estn siempre multiplicados por el hecho de que la izquierda no acta sola. Lo hacefrente a una derecha latinoamericana que ha demostrado una gran capacidad de iniciativa pol-
tica e ideolgica para encarar la crisis capitalista y las circunstancias de crisis de dominacin que
enfrenta con mayor o menor intensidad en todos los pases; que ha demostrado eficacia para hacer
funcional a sus objetivos las debilidades tericas y polticas de la izquierda, e incluso hasta sus
mismos logros. Y es que una clave de la poltica es entenderla como un proceso relacional, en el
que todos y cada uno de los actores sociales y polticos se configuran no slo por lo que aspiran aser, sino por lo que los otros los condicionan a ser o hacer; lo cual no tiene, obviamente, un senti-
do unidireccional.
En Amrica Latina esta relacin contradictoria es profundamente asimtrica, considerando quela derecha sustenta su poder en el control sobre los procesos econmicos y sociales, sobre los medios
de socializacin valrica y cultural, adems de que conserva un enorme poder para disponer del
monopolio legal de la fuerza ms all, y a pesar, de los gobiernos. Pero -y este es un dato de la nueva
coyuntura-, el estallido de las contradicciones generadas por el propio capitalismo est erosionando
su influencia poltica y la eficacia de las grandes verdades neoliberales con las que ha justifica-
do su dominio. Pero esta nueva coyuntura de crisis social tambin impacta sobre la izquierda, por-
que en varios pases los tiempos sociales se han acelerado con mucha mayor velocidad que la de
maduracin de los actores polticos de izquierda, imponindole a stos nuevas exigencias y rit-
mos desde los sectores populares mismos. Por decirlo de manera ms coloquial, los desafos a laizquierda le vienen desde arriba y desde abajo. Y le acotan los tiempos y condiciones para enfren-
tar los problemas, an irresueltos, de las derrotas polticas que le impusieron las dictaduras y los
autoritarismos civiles, junto con los impactos ideolgicos de la crisis del socialismo llamado real,
insuficientemente procesados.
Lo peculiar de la coyuntura es que la crisis social y poltica tiene una tendencia ascendente conrelativa independencia de los actores polticos. Hay luchas sociales que no estn vinculadas a los
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partidos y veces son contradictorias con las decisiones partidarias. Varios de los partidos que orien-
tan su accionar principalmente a la disputa electoral, son rebasados por las luchas de masas. No
faltan los partidos que buscan contenerlas o intentan conducirlas en funcin de sus tiempos pro-
pios u objetivos electorales, lo que deriva en desencuentros y distanciamientos con los luchado-
res sociales. Sea como fuere, las luchas sociales crean escenarios polticos nuevos, ante los cualesla izquierda partidaria debe responder. Tiene el reto de contribuir a que la enorme deseabilidad
de cambio movilizada actualmente siga creciendo y que impida que la derecha pueda manipularla crisis poltica en su propio beneficio.
Las crisis sociales y polticas son momentos en los que se alteran o rompen los equilibrios de la
dominacin, y sta activa inmediatamente su resistencia para impedir un peligro efectivo, o para
prevenir un peligro posible, lo que supone un no retorno a la situacin inmediatamente anterior
al estallido de la crisis. En otras palabras, la resolucin de las crisis supone avances o retrocesos
para los dominados. Esa resolucin tiene un alto grado de incertidumbre porque depende de ml-tiples factores propios y de la relacin entre opuestos. Este es el contexto especfico latinoameri-
cano, que acelera tiempos, aumenta las demandas y expectativas de cambio, y exige definiciones
polticas; es ste el marco para discutir los problemas de la izquierda, de su proyecto y del papelque tienen sus gobiernos en l.
La fluidez del momento poltico actual en Amrica Latina no admite respuestas simples. Se puede
afirmar que la izquierda es hoy mucho ms fuerte que hace un lustro. Pero esa fuerza ganada es
insuficiente para los desafos que tiene que encarar, lo que podra significarle reversiones. Se puede
afirmar que sus experiencias de gobierno tienen en todas partes un inequvoco signo positivo, col-madas de logros y de creatividad, lo que las convierte en el aspecto ms rico de las prcticas pol-
ticas de varios partidos: vinculadas estrechamente con la poblacin y respondiendo a sus necesi-
dades, con una gran honestidad sometida permanentemente al escrutinio de la sociedad, obligadas
a dar resultados, con esfuerzos de gestacin de una ciudadana gobernante, etctera. Pero no siem-pre estas experiencias han contribuido (ni con el mismo grado) a generar fuerza poltica perma-
nente, y tambin corren el peligro de rutinizarse como esplndidas administraciones que podr-
an agotarse como proyecto alternativo.
Hay en nuestra regin experiencias de gobierno que por su permanencia en el tiempo, de ms de
una dcada en Uruguay y Brasil y de seis aos en Mxico y El Salvador, aportan elementos de refle-
xin consistentes para analizar la capacidad de gestin gubernamental de la izquierda. Los balan-
ces claramente positivos explican que crezca la confianza sobre esas capacidades y que se pien-
se que la izquierda est facultada para gobernar a nivel nacional. Pero los gobiernos, a cualquiernivel, no son slo acciones administrativas. Implican una concepcin sobre la sociedad en la que
actan y una direccionalidad en el ejercicio de las parcelas de poder que poseen. Ha habido an-
lisis sobre las gestiones gubernamentales y sobre sus aportes para reformar democrticamente
al Estado: una nueva relacin entre gobernantes y gobernados, gestando una ciudadana gober-
nante; un nuevo concepto de eficiencia asociado a la eficacia social de las polticas; un ejercicio
de transparencia que implica control real sobre la gestin, que rompe con la falaz transparenciaque pregona la derecha neoliberal limitada a ofrecer cifras que, con suerte, slo los ungidos (los
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famosos expertos) logran desentraar, etctera. Con toda esa riqueza, es significativo que estas
creaciones alternativas sean insuficientemente valoradas e inciden poco en los estudios profe-
sionales de administracin pblica que se desarrollan en las universidades, en las que la hegemona
conservadora sigue operando. En las siguientes y breves pginas no abordar esta temtica de mane-
ra particular, y propondr, en cambio, algunas reflexiones sobre algunos de los otros aspectos quehacen a la discusin de los gobiernos como parte del proceso poltico, en que se dirimen las fuer-
zas relativas entre dominantes y dominados.
Especificidades del contexto poltico en que acta la izquierda
Apesar de la heterogeneidad antes sealada entre las organizaciones de izquierda,
todos los partidos desarrollan su actividad poltica en un contexto altamente homo-
geneizado por la imposicin de un modelo conservador de democracia liberal, tras lastransiciones desde regmenes dictatoriales o autoritarismos civiles a regmenes repre-
sentativos. La mayora de los partidos participan por primera vez en el sistema representativo bajo
ese modelo poltico conservador. Esto les representa un problema adicional para definir un pro-yecto poltico independiente, capaz de constituir sujetos polticos autnomos a la vez de partici-
par en las instituciones representativas.
Debe considerarse que excepto en Chile, Uruguay y en menor medida en Costa Rica, la democra-
cia liberal ha sido excepcional como modalidad real de la poltica en la regin antes de la dcada
de los setenta. La poltica latinoamericana transit por regmenes autoritarios algunos de ellosde tipo corporativo- o con estructuras de poder oligrquico modernizado, en los que el discurso
liberal fue francamente conservador. Fueron especficamente esos contextos no democrtico-libe-
rales los que abonaron en amplios sectores de la izquierda la no consideracin de la democracia
burguesa como espacio de accin poltica, y la bsqueda de prcticas polticas por otros medios(desde antes, pero aun ms despus de la Revolucin Cubana), hasta acciones polticas margina-
les e incluso lgicas corporativas. Esa ausencia de liberalismo poltico en Amrica Latina es una
de las principales razones de que no madurara una teorizacin de izquierda sobre la democracia
poltica como un escenario especfico de la luchas de clases como medio de cambio-, que con-
frontara la visin dominante de la democracia como medio de conservacin, como instrumento
para administrar polticamente las relaciones de poder de modo de que no cambien. La acusacin
que habitualmente se le hace a la izquierda latinoamericana de ser instrumentalista en sus con-
cepciones sobre la democracia carece de fundamento histrico. No pudo serlo. Si algn error te-
rico puede atribursele, es que desarroll una concepcin economicista del Estado entendido slo
como reflejo, con escaso anlisis de la dominacin y las mediaciones. Estos mecanicismos tam-poco le permitieron ser instrumentalista de la democracia. La acusacin tiene otras intenciones,
que no discutir aqu.
Cuando la mayor parte de la izquierda latinoamericana experimenta la democracia representati-
va, hacia finales de los aos ochenta, lo que en realidad descubre es la democracia gobernable, larealizacin histrica ms conservadora de la democracia liberal. El modelo de democracia elitista
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y de equilibrios, como instrumento de administracin poltica del statu quo (Hayek, 1990), conci-
be a la democracia slo como mtodo de formacin de gobiernos y de reclutamiento de las lites
que decidirn por s y ante sa nombre de la sociedad. El modelo presupone que existe un con-
senso estructural bsico en la sociedad (Schumpeter). Y que no habiendo discrepancias en los asun-
tos econmicos, stos no necesitan formar parte del debate poltico entre las lites, quedando exclu-sivamente en la esfera del mercado. Las lites polticas se diferencian apenas por cuestiones de
forma, y el debate ser solamente sobre asuntos procedimentales. (Sartori, 1988). Sin embargo, elpropio Joseph Schumpeter adverta a mediados de la dcada de los cuarenta que este [...] mto-
do democrtico no funciona nunca del modo ms favorable cuando las naciones estn muy divi-
didas por los problemas fundamentales de estructura social.
No obstante, es el modelo que se impone en Amrica Latina. Sustrae a la economa del debate pol-
tico bajo el supuesto de que sas son decisiones incontrovertibles del mercado y, ms an, de la
globalizacin, que es presentada como una fuerza metafsica ajena a las relaciones de poder. Hayao no consenso estructural, la derecha liberal impone como consenso que nadie puede torcer el
destino impuesto por el mercado. As avanza la estrategia de la profeca autocumplida de la glo-
balizacin: no se pueden contrariar las leyes del mercado, se renuncia a tomar decisiones; ergo,los embates del capital trasnacional de origen franeo o criollo se multiplican sin poder frenar-
los. El equilibrio deviene de no alterar los contenidos de ese consenso. Cualquier demanda o con-
flicto que vaya en contra de las decisiones del capital atenta contra la democracia. La gobernabi-
lidad (governability), como bsqueda de la estabilidad poltica (lo que es equivalente a obedien-
cia), pasa a ocupar el lugar de la democracia. sta deja de ser un mecanismo institucional para
procesar conflictos, porque stos se consideran un bloqueo a la democracia. La democracia mismase hace gobernable.
En este modelo poltico, al sistema de partidos le corresponden dos funciones: 1) ser los vehculos
de seleccin de las lites (elecciones); 2) actuar como filtro para impedir que los intereses contra-rios a los objetivos capitalistas puedan convertirse en polticas estatales. Los partidos tienen como
funcin filtrar la representacin de intereses subalternos, pero tambin impedir que sus porta-
dores se organicen para expresarlos como demandas.
Esas son las reglas del juego a que debe someterse la izquierda para ser aceptada por el sistema
con el status de pares respetables. El sometimiento incluye chantajes y presiones, cooptaciones
mediante prebendas, y la interiorizacin de las concepciones liberales-conservadoras de la polti-
ca. Se le condiciona a aceptar (por conviccin o por subordinacin), que la poltica es un mercado
de competencia por consumidores (votantes) cuya captacin exige ofertas polticas indiferencia-das que, como cualquier otro producto a vender, debe privilegiar la imagen a su contenido. El mer-
cadeo (marketing) poltico adems, se convierte en Amrica Latina en un espectculo de la peor
ralea.
El modelo funcion durante una dcada, gozando de una prolongada tolerancia de parte de una
sociedad que, en aras de conservar las libertades pblicas, renunci a poner en peligro la demo-cracia con demandas igualitarias. Tambin funcion porque, simultneamente, en los marcos de
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la reestructuracin capitalista, se gest una sociedad con una debilitada capacidad de demandar
no obstante estar pletrica de necesidades. La eufemsticamente llamada flexibilizacin laboral,
que liquida toda proteccin legal a los trabajadores, los condujo a tener que aceptar la reduccin
salarial, la prdida de derechos, la precariedad contractual y dems formas de sobre-explotacin,
a cambio de conservar un empleo que el propio modelo econmico destruye. La dispersin orga-nizativa; el individualismo inducido desde la economa pero tambin mediante contrarreformas
educativas y culturales; la competencia de pobres contra pobres para acceder a los escassimosrecursos que el Estado entrega de manera focalizada, disgreg las capacidades de resistencia y
demandas.
Durante una dcada, el capital tuvo impunidad para avanzar en sus objetivos. Pero al mismo tiem-
po, el funcionamiento sin obstculos del modelo poltico termin por poner en crisis la credibili-
dad del sistema representativo: se generaliz el desprestigio de los polticos, los partidos y la
poltica; el rechazo al elitismo poltico y al prebendismo; as como la conviccin de que las insti-tuciones representativas, particularmente el parlamento, son intiles para modificar la realidad
econmica que afecta a la mayor parte de la poblacin.
A finales de la dcada de los noventa, la crisis del sistema representativo alcanza tambin a aque-
llos partidos de izquierda que se subordinan a esas reglas del juego para la gobernabilidad. Esto
ocurre con diferencias en los pases en funcin de los arraigos sociales que tienen, que obligan a
los partidos a una mayor independencia poltica. Pero ninguno pudo evitar contaminaciones con
las prcticas sistmicas, que invariablemente fueron objeto de crticas. Esta es una de las princi-
pales razones del alejamiento de sectores de izquierda respecto de los partidos, llegando inclusoa manifestarse como un rechazo genrico a la poltica. Es un fenmeno de dimensiones no des-
deables pues involucra a una izquierda no partidaria que tiene importante capacidad de convo-
catoria social.
Un indicador del rechazo a este modelo poltico es el abstencionismo electoral: aunque en la mitad
de los pases el voto es obligatorio, la abstencin supera el 50 por ciento en el promedio regional;
que a juzgar por el escenario de luchas, no es precisamente un signo de apata poltica. Hasta el
Banco Interamericano de Desarrollo (BID) reconoce que hacia finales de siglo un 65 por ciento de
los latinoamericanos estn descontentos con esta democracia (BID, 2000).
Prueba de que se trata fundamentalmente de un rechazo al modelo poltico de gobernabilidad,
es que cuando en Amrica Latina aparecen opciones polticas de cambio crebles, las esperanzas
se renuevan con la expectativa de que un gobierno de signo poltico opuesto modifique la reali-
dad econmico-social. Cada vez que la izquierda fue capaz de ofrecer esas alternativas crebles,creci electoralmente. Pero la adhesin a los candidatos presidenciales es mayor que la que cose-
chan sus partidos, especialmente los que son juzgados como electoralistas.
La crisis de representacin que afecta a los partidos de derecha, pero que acusan en diversos gra-
dos los de izquierda, hace que el sistema de partidos pierda eficacia como mecanismo de controlsocial y poltico, como instrumento de gobernabilidad. Y cuando el sistema representativo recu-
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pera credibilidad, lo hace por la izquierda. Por las dos razones, desde mediados de la dcada de
los noventa, los polticos e intelectuales ms lcidos de la derecha elaboran estrategias para trans-
ferir a otras instituciones estatales las funciones de control social y poltico, que el sistema de par-
tidos ya no ejerce eficazmente.
En eso consiste el llamado neoinstitucionalismo, que ha sido engaosamente presentado por sus
promotores como el consenso postliberal superador del Consenso de Washington. Las llamadasreformas de segunda generacin tienen el propsito de intensificar el papel del Estado para com-
pletar las polticas neoliberales: ms privatizaciones, legislaciones laborales que norman laflexi-
bilizacin; entrega de territorios, de recursos energticos, biodiversidad y agua al capital trans-
nacional (en eso consisten el Plan Puebla Panam, el Plan Colombia, la Iniciativa Andina y otros
megaproyectos); control militar directo de Estados Unidos sobre nuestros territorios como garan-
ta de su dominio econmico a travs del ALCA; judiciarizacin y criminalizacin de las protestas
sociales; judiciarizacin de la poltica para impedir oposiciones parlamentarias a los Ejecutivos,etctera. Esto se lleva a cabo bajo el discurso del perfeccionamiento del Estado de derecho y de
la modernizacin institucional, exclusivamente orientadas a dar plena seguridad al capital en tiem-
pos borrascosos. Son polticas neo-coloniales, muchas de las cuales se imponen mediante trata-dos internacionales entre Estados formalmente soberanos, y que tras su normalizacin como dere-
cho pblico internacional se transforman automticamente en legislacin nacional y en conteni-
do de las polticas pblicas. Con el nuevo siglo estas acciones se han acelerado, a los ritmos que
reclama la crisis capitalista, particularmente la de Estados Unidos, y justamente cuando estn
aumentando las resistencias populares: de all la intensificacin de la represin en la nueva
coyuntura.
Laspolticas pblicas se convierten en eje de realizacin de estas estrategias. Recubiertas de una
aparente neutralidad tcnica, siguen siendo un canal de cooptacin de acadmicos y profesiona-
les. La crtica al neoliberalismo no ha llegado al terreno de las nuevas polticas pblicas: actual-mente la derecha define con muy poca oposicin la agenda de lo deseable, es decir, lo que esfinan-
ciabley por lo tanto posible en la accin gubernamental en Amrica Latina, incluida desde luego
la de izquierda. sta ha resultado permeable a ese discurso y a varias de esas polticas, en gene-
ral sin conocer sus implicaciones, e involuntariamente llega a legitimarlos.
Ocurre as que, tanto en el sistema representativo como en la gestin gubernamental, la izquier-
da no siempre logra superar los condicionamientos de la derecha, que tienen el propsito de coar-
tar su potencialidad alternativa y convertirla en una de las fuerzas polticas que administran lo
existente, explotando unapluralidad mediatizada para ganar legitimidad. Desde luego que la dia-lctica poltica no depende solamente de las intenciones de la derecha. Y si la carencia de anli-
sis ms crticos sobre estos temas es una caracterstica bastante comn a la izquierda partidaria
de la regin, tambin es cierto que en la prctica muchas veces logra compensarlo con acciones
que, en los hechos, van en direccin opuesta a esos objetivos conservadores. Pero no siempre. Los
riesgos de un pragmatismo acrtico estn presentes en los gobiernos municipales y son mayores
cuando se trata de gobiernos nacionales.
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Lo local en debate
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o local ha sido la gran novedad de la dcada de los noventa, sin ser precisamente un tema
nuevo. Tradicionalmente los gobiernos locales han sido un espacio de distribucin de cuo-
tas de poder entre los sectores dominantes: el pintoresco mbito del caudillismo y caci-
quismo latinoamericanos. Desde comienzos de la dcada de los ochenta fue uno de los ejesde las reformas neoliberales del Estado: la desconcentracin gubernamental permiti liberar al
Estado central de funciones sociales, reducir sus presupuestos y su personal. Bajo las nuevas demo-cracias, liber al sistema representativo y al Estado de tener que responder a demandas naciona-
les inaceptables. El mbito de lo local es el espacio preferencial de las nuevas formas de cliente-
lismo poltico, a travs de las polticas sociales focalizadas que llevan a cabo los gobiernos cen-
trales; un mecanismo de control social a muy bajo costo, que mantiene a los ms pobres disgre-
gados y en competencia entre s. Un eficaz mecanismo de gobernabilidad.
Y al mismo tiempo, lo local ha sido uno de los ejes de la justificacin ideolgica de la reestructu-racin capitalista neoliberal, al presentarlo como lo que conecta la sociedad de mercado con laglo-
balizacin, conexin que los centros de elaboracin ideolgica del capitalismo han denominado
como loglocal. En la construccin de este trmino se sintentizan varias de las conceptualizacio-nes neoliberales sobre la sociedad actual. Todas ellas se articulan a partir de la afirmacin ideo-
logizada de la irrelevancia del Estado nacional: mediante una operacin de inferencias arbitrarias,
se transforma el debilitamiento del componente nacional en la supuesta desaparicin del Esta-
do mismo (justificacin necesaria para derribar las barreras polticas a la circulacin del capital
transnacional). Paralelamente, la sociedad es convertida en el smil del mercado: individuos en com-
petencia, que buscan compensar la prdida de la comunidad nacional en pequeas comunidadesde pertenencia, de adscripcin voluntaria, que establecen entre s mltiples relaciones (cleavages)
que las van conectando de modo reticular. En cada una de esas pequeas comunidades los indi-
viduos toman decisiones (sobre asuntos parciales), constituyendo as una poliarqua (Dahl, 1993)
en la que el poder est distribuido, disperso. Esto es posible cuando se privatiza y dispersa el poderdel Estado en el mercado. Para la concepcin pluralista liberal, la sociedad es un espacio de inter-
cambio privado entre iguales en tanto propietarios (sin importar si unos lo son de capital y otros
de su fuerza de trabajo). Los individuos tienen poderes iguales que ejercen como ciudadanos (votan-
tes) para elegir a las lites que los gobernarn (lo pblico estatal), y que ejercen en pequeos espa-
cios gregarios sobre asuntos particulares, de organizaciones no gubernamentales (lo pblico no
estatal). Se hace desaparecer la configuracin clasista de la sociedad y el poder, desaparece la pol-
tica como instancia de decisin de alcance nacional para quedar arraigada en particularismos loca-
les, desaparecen los sujetos sociales colectivos. Lo glocal es asumido como una -nunca demos-
trada- desterritorializacin nacional del poder, con una simultnea reterritorializacin de los par-ticularismos en el espacio local.
Esta teorizacin est dirigida a justificar la disgregacin social promovida por el capitalismo neo-
liberal, funcional al modelo poltico para la gobernabilidad. Y se utiliza con intencin normativa,
como la democracia deseable: ajena a los antagonismos de clase; que no decide absolutamente
nada sobre el modelo nacional de desarrollo sino sobre efectos especficos del mismo; que redu-ce lo social a pequeos grupos de referencia.
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Muchos intelectuales y polticos de izquierda son receptivos a estos argumentos. En cierto modo,
son explicaciones que sirven para aceptar con resignacin los retrocesos sociales. Hay posturas
extremas que llegan a pensar lo local como la nueva forma histrica de lo social, que sustituye
definitivamente a los movimientos sociales de resistencia y lucha antisistmica, a cuya organiza-
cin se renuncia. Hay quienes se refugian en lo local para tomar distancia de un sistema repre-sentativo que desprecian. Otros, por el contrario, utilizan el espacio local como plataforma de lan-
zamiento para conseguir candidaturas. Y son muchos los que reifican lo microsocial -la sustanciade las ONG-, porque stas son el medio para conseguir ingresos financiados internacionalmente
(por el capital transnacional). Pero tambin en estos espacios locales van desarrollndose formas
de organizacin autogestiva popular para resistir al neoliberalismo y generar alternativas de sobre-
vivencia y solidaridad.
Hay algo de todo esto presente en las experiencias de gobierno local de izquierda, aunque sus pesos
especficos cambian segn sea la naturaleza de los proyectos. Hay diferencias entre los que asu-men lo local como sustitucin de sujetos sociales colectivos, o los que conciben lo local como com-
plemento a su reconstitucin, aportando a ese proceso los esfuerzos de reconstruccin parcial del
tejido social en algunos segmentos de la poblacin. Hay diferencias entre polticas sociales queson ms asistencialistas, y las que promueven la organizacin ms permanente del universo social
involucrado en esas polticas. Son diferentes los proyectos que se concentran en la provisin de
servicios urbanos bsicos, que los que combinan lo territorial con lo sectorial, porque son estas
ltimas problemticas las que permiten ganar perspectivas ms amplias sobre el orden social y
econmico cuestionado. Y tambin son importantes las diferencias en la concepciones sobre la
participacin democrtica a este nivel, en cuanto a la capacidad de decisin que se tenga y los mbi-tos que abarque: no es lo mismo decidir sobre opciones de obras puntuales, que decidir sobre los
proyectos econmicos y sociales amplios, su orientacin y su implementacin. La participacin tam-
bin es diferente si se limita a avalar la gestin gubernamental por medio de encuestas telefni-cas, que tener facultades hasta para remover funcionarios de gobierno. La experiencia ms rica la
aport el Presupuesto Participativo inaugurado en Porto Alegre, que se convirti en un paradig-
ma de la participacin democrtica directa en el mbito local para toda Amrica Latina. Pero muchas
veces se le piensa ms desde la lgica procedimental de la participacin que desde sus conteni-
dos como proyecto poltico.
Se trata de diferencias clave entre crear condiciones polticas nuevas o para limitarse a adminis-
trar con eficiencia y altruismo lo que existe. Lagood governance no ha sido privativa en todo tiem-
po y lugar de la izquierda. Hoy es casi una virtud exclusiva de sta frente al patrimonialismo esta-
tal de la derecha. Pero no es el nico rasgo que puede definir por s mismo a un proyecto alterna-tivo y, en esa prdida de contenidos, puede conducir a la rutinizacin y prdida de impulso parti-
cipativo en los gobiernos, como de hecho ocurre ya en algunos pases. El buen gobierno de la izquier-
da tambin es apreciado por los neoinstitucionalistas de derecha, porque aporta credibilidad gen-
rica a laspolticas pblicas; puede disminuir los grados de descontento y conflictividad, y contri-
buir a reforzar la gobernabilidad sistmica. Estas tambin son algunas de las claves de los distin-
tos niveles de tolerancia de la derecha a la cohabitacin poltica con gobiernos de izquierda, porsupuesto que nunca exenta de agresiones, bloqueos y descalificaciones para debilitarlos.
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Esa tolerancia desaparece cuando el territorio se convierte en espacio de coordinacin y desplie-
gue de la rebelda popular, de articulacin de las luchas de los pobladores con las de campesinos,
sindicatos, desempleados y estudiantes, como est ocurriendo en varios de nuestros pases, en fran-
ca resistencia a las polticas gubernamentales y a la expropiacin neocolonial de nuestras rique-zas naturales. El territorio como escenario de la contradiccin de clases -un proceso en ascenso
en Amrica Latina- es la crtica de izquierda ms contundente a las concepciones liberales con-servadoras, hegemnicas hasta hace unos pocos aos. Pero tambin interpela a varios de los par-
tidos que se subordinaron a ellas.
Si el territorio no es concebido como el espacio de confrontacin social con el poder del capital,
los gobiernos pueden llegar a considerarse ajenos a esas luchas, e incluso operar como simples
administradores del orden. Hay experiencias de ese tipo que amplan las brechas entre los movi-
mientos sociales y los que tendran que ser considerados como sus gobiernos.
Segn sea la concepcin de la sociedad de la que se parta, es el modo como los gobiernos pien-
san el problema de la representacin del inters general, de lo que se deriva el objetivo de gober-nar para todos. En principio, esto significa la provisin democrtica de servicios y derechos urba-
nos, sin exclusin de ningn tipo. Desde las concepciones liberales pluralistas, esto se traduce como
neutralidad social y equidistancia o equivalencia en las necesidades a atender, lo que conduce a
que sea la clase dominante la que imponga sus decisiones e intereses, mimetizada como la socie-
dad civil polirquica. Esto refuerza la concepcin impuesta con la reforma neoliberal del Estado,
que convierte el inters del capital en el inters general, y expulsa de la esfera pblica a los inte-reses populares.
Y en realidad, aun bajo los estrictos clculos electorales con que muchas veces se deciden polti-
cas gubernamentales, no puede dejar de asumirse que, no slo filosficamente, sino tambin cuan-titativamente, lo general es cada vez ms lo popular. Sin embargo, la obsesin por la gobernabi-
lidad (governability), traducida como privilegio del orden (que reclaman los poderosos para su tran-
quilidad), a veces deja en segundo plano las acciones contra la desigualdad social. De este modo
los gobernantes de izquierda pueden hacerse ms confiables ante empresarios y medios de
comunicacin, pero pueden terminar perdiendo fuerza poltica. La derecha siempre presenta como
anarqua y delincuencia todo lo que altere el statu quo y muchas veces logra poner a la izquierda
a la defensiva. Es cierto que no siempre las demandas populares se expresan con madurez polti-
ca. Que la desesperacin ante las carencias, sumada a la debilidad social y organizativa, frecuen-
temente conduce a formas de primitivismo poltico. Superarlo, y no controlarlo, es parte de los retos
que tiene la izquierda.
En ese sentido, no ha sido fcil para la izquierda gobernante encarar su relacin con los sindica-
tos. No slo con los que estn subordinados a la clase dominante y a sus partidos, que son utili-
zados como fuerza de choque contra los gobiernos de izquierda. Tambin le ha resultado difcil la
relacin con sindicatos independientes y cercanos a la izquierda. En esos conflictos muchas vecesle asiste la razn a los gobiernos que se enfrentan al deterioro de la tica laboral y a diversas for-
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mas de desclasamiento, nocivos hasta para las causas de los propios trabajadores. Los gobiernos
no pueden dejar de exigir resultados en el trabajo, pero no pueden dejar de reconocer que ello tam-
bin es efecto de la destruccin social y moral demoledora del capitalismo actual. Sin embargo,
no pueden sobredimensionarse estos problemas como los nicos causantes de las dificultades de
relacionamiento, atribuibles slo a los trabajadores. No solamente est en juego una relacin fun-cional, sino tambin el complejo y viejo problema de la autonoma social frente a cualquier gobier-
no, incluso los de izquierda. Cuando esas fuerzas autnomas no existen como acicate del proyec-to poltico, la lgica del administrador termina por agotarlo. El reto aumenta cuando se ganan
gobiernos nacionales.
Gobiernos y elecciones
Ms all de las diferencias de los proyectos, en todos los pases sus gobiernos le handado votos a la izquierda. En algunos casos, contrarrestando la crisis de represen-
tacin de los partidos mismos. Con diferentes grados, se observa una cierta dua-
lizacin de los partidos, entre un sector partidario que trabaja de cara a la pobla-cin y otro que participa en o est vinculado al elitismo poltico sistmico.
Ese dualismo opera con influencias recprocas desiguales. En general, los aspectos ms positivos
de las experiencias de gobierno tienen una escasa incidencia en la conceptualizacin y prcticas
de los partidos; son poco discutidas como aportes a los proyectos polticos. Es posible que en algo
influya el hecho de que son los propios equipos de gobierno los que buscan eliminar interferen-cias partidarias en aras de eficiencia decisional. En cambio, los gobiernos son influidos por las prc-
ticas partidarias ms cuestionadas, como el electoralismo, porque la existencia misma de los pro-
yectos de gobierno depende de su continuidad, y eso requiere de seguir ganando elecciones. Tam-
bin el tradicionalismo poltico que exhiben algunos partidos llega a expresarse en las decisionesgubernamentales en materia de alianzas sociales, en la determinacin de polticas en funcin de
los tiempos electorales, o en el manejo de las relaciones de los funcionarios de gobierno con los
otros actores del sistema poltico.
Conforme crece la potencialidad electoral de la izquierda en los nuevos contextos sociales, aumen-
tan los riesgos de tradicionalismo poltico de aquellos partidos que convierten en objetivo casi nico
el ganar elecciones. Un rasgo de ese tradicionalismo poltico es, por ejemplo, la conceptualizacin
liberal del territorio como geografa electoral. En eso consiste la ciudadanizacin de varios par-
tidos, que abandonan sus estructuras organizativas sectoriales y adosan la organizacin del par-
tido a las circunscripciones electorales, activndolas slo para perodos comiciales, internos o nacio-nales. Partidos as estructurados contribuyen poco a los proyectos locales de gobierno.
El impacto del electoralismo se da en todos los partidos, al menos en los tiempos de eleccciones;
de que sean efectos duraderos depende de un sinnmero de circunstancias, entre ellas la inser-
cin de los partidos en las organizaciones sociales que les marcan sus propios tiempos y exigen-cias. Lo cierto es que en los tiempos electorales ganan fuerza en los partidos las posturas ms prag-
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mticas e identificadas con las lgicas del mercadeo (marketing) poltico. Eventualmente cues-
tionadas en otros contextos polticos, cuando crece el caudal de votos, esas posturas electoralis-
tas tambin aparecen en lo inmediato como las triunfadoras.
Que se ganen elecciones no significa siempre que crezca abrumadoramente el caudal de votos,tambin pueden ganarse con altos ndices de abstencionismo. Las momentneas recuperaciones
de credibilidad del sistema representativo no compensan la dispersin social, la inorganicidad quean tiene el descontento social y tampoco eliminan completamente el desencanto ante una dca-
da de perversiones polticas. El hecho es que faltan votos. Bajo la premisa de que los fines justifi-
can los medios, los votos faltantes se buscan mediante alianzas cupulares con el centro y la dere-
cha. Claro que la derecha hace estas alianzas oportunistas con la izquierda slo cuando sta exhi-
be una importante fuerza real o potencial. Lo cierto es que esas acciones cupulares suelen dar resul-
tados en votos. Pero la decisin de sumar votos cautivos de la derecha o del centro por arriba, en
lugar de conquistar polticamente a las franjas del electorado popular que se aleja de los partidosde derecha (un proceso ms prolongado), introduce nuevas contradicciones para la izquierda. No
son entregas de votos gratuitas por parte de la derecha, implicando condicionamientos futuros
para los gobiernos de izquierda, que en algn momento terminan pagando esos costos.
En el corto plazo, decisiones polticas de este tipo parecen inocuas cuando ofrecen triunfos elec-
torales. Desde luego que los triunfos son deseables y necesarios incluso con los riesgos mencio-
nados, pues siempre representarn un cambio en las relaciones de poder y la posibilidad de aten-
der algunas de las agudas necesidades econmicas. Por limitadas que sean las reformas que se
lleven a cabo, contarn con apoyo popular y son valiosas por s mismas. Pero los impulsos refor-madores estarn condicionados por los compromisos con fuerzas no-progresistas, ms all de los
votos conquistados. Lo que hace la diferencia en estos escenarios previsibles, es si los partidos tie-
nen fuerza social y poltica, si los sectores populares pueden defender sus conquistas. El ejemplo
venezolano lo confirma: fueron capaces de conjurar dos intentos de golpes de Estado. La nuevaexperiencia de Brasil constituye un verdadero laboratorio poltico respecto a mucho de lo que aqu
se seala: una izquierda fuerte que gana con alianzas con la derecha y centro-derecha, en un pas
con un importante movimiento popular urbano y rural. En Ecuador, el triunfo de Lucio Gutirrez
en la primera vuelta se dio en alianza con Pachakutik, obteniendo un 20.43 por ciento del total de
votos; el de la segunda vuelta de noviembre de 2002 (54.79 por ciento) se alcanz con el apoyo de
otros partidos de izquierda de menor fuerza electoral y con compromisos polticos con la derecha
y centro-derecha. A pocas semanas de asumir en enero de 2003, estos compromisos alejaron al
gobierno de Gutirrez de sus alianzas populares anteriores; sus aliados condicionaron una posi-
ble ruptura con el gobierno a que ste cambiara sus rumbos econmicos y sociales y su polticainternacional de franca subordinacin a Estados Unidos, lo cual no se produjo y conduzco final-
mente al alejamiento de movimientos sociales y partidos de izquierda.
Las positivas gestiones gubernamentales aportan votos. Pero, del mismo modo, si la adhesin a
las administraciones de izquierda no se traduce en procesos de organizacin y consciencia crecientes
de los gobernados, por un lado, y de adhesin al proyecto del partido, por otro, tampoco buenasgestiones garantizan un electorado cautivo, como tambin se observa en la experiencia brasile-
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Ganar gobiernos no resuelve mgicamente, ni en un acto, los graves problemas estructurales -siem-
pre se afirma, y con razn. El gradualismo poltico se impone por necesidad, pero no como ideo-
loga. La ideologa gradualista es el camino ms corto a las derrotas. Porque es la suposicin sta
s mgica- de que pueden generarse cambios sin tocar al poder. Hasta la ms caballerosa cohabi-
tacin poltica se acaba apenas se afectan, y hasta levemente, los privilegios capitalistas.
El gradualismo es profundamente radical cuando se trabaja para construir las condiciones polti-cas que permitan dar pasos hacia delante, cada vez ms firmes. Y esas condiciones las dan pue-
blos organizados y en lucha. Los conflictos con el poder son inherentes a ese andar sin prisa y sin
pausa, como deca el poeta. La gobernabilidad (governability) es la afirmacin del statu quo, no
puede ser opcin para la izquierda. Tampoco puede medir los avances slo por los espacios de poder
que ella misma conquista.
Los desafos son enormes, porque hoy el capital tiene el poder ms concentrado y potente de suhistoria y no est precisamente en una retirada voluntaria. Las contradicciones que genera y enfren-
ta son graves, pero no son automticamente derrotas polticas, que no pueda todava manipular.
De ah la importancia de analizar las insuficiencias y errores de la izquierda, que cuentan ms cuan-to ms se avanza. No es una paradoja, sino la dialctica misma de la poltica emancipadora. Supe-
rar esos retrasos es una desafiante tarea colectiva contra la autocomplacencia pero tambin ajena
a toda autoflagelacin. El optimismo no es infundado en una Amrica Latina cuyas mayoras cla-
man por cambios, y con una izquierda que si tiene que pensar en problemas, es porque est andan-
do precisamente ese camino.
1 La discusin de esas experiencias est en el libro que coordin hace cinco aos (Stolowicz, 1998). El libro fue elaborado por un colecti-vo de investigadores latinoamericanos en l que participaron tambin: Hugo Zemelman (Chile), Jos Eduardo Utzig (Brasil), lvaro Por-tillo (Uruguay), Margarita Lpez Maya (Venezuela), Nidia Daz (El Salvador), Telsforo Nava y Emilio Pradilla (Mxico), y Armando FernndezSoriano (Cuba).2 Instituciones como la Comisin Econmica para Amrica Latina y el Caribe (Cepal) de la ONU, establecen que hay un 43 por ciento dehogares pobres. Cuando se hacen las correciones de hogares a personas, la cifra asciende por lo menos a 60 por ciento. En Mxico, losestudios sobre pobreza de Julio Boltvinik, investigador de El Colegio de Mxico, transforma el 40 por ciento oficial medido en hogares, a74 por ciento medido en personas (Boltvinik 2001a).3 Para el Banco Mundial, son pobres los que viven con dos dlares o menos al da, y extremadamente pobres los que lo hacen con uno omenos. Desde luego que estos parmetros de medic in suponen condiciones infrahumanas, a los que hay que sumar en condiciones depobres a muchos millones ms (World Bank, 1990 y 2001).4 Datos a partir de Cepal (2003), que deben ser corregidos tras las crisis econmicas que estallaron en 2001 y 2002 en Argentina y Uru-guay.5 En 1992 la regin deba 478.000 millones de dlares. Despus del pago de una larga cantidad como amorti zacin e intereses, la deudacreci hasta 817.200 millones en 2001. En t otal, Amrica Latina ya ha transferido cuatro veces los recursos originalmente rec ibidos, lo quees equivalente al total de recursos necesarios para cubrir las necesidades bsicas de la poblacin de la regin durante 17,5 aos, segnclculos recientes (World Bank, 2003; Fernndez-Vega, 2003: 24).6 En Mxico, por ejemplo, en 2001, los ms ricos (decil X) dejaron de pagar impuestos por un equivalente a 60 mil millones de dlares.La bolsa de valores no paga impuestos. Pero los bancos privados recibieron 100.000 millones de dlares por la estatizacin de sus deu-das (Boltvinik, 2001b:38).7 El proyecto poltico Bolivariano en Venezuela se lleva a cabo en ruptura con ese modelo de democracia.8 Analizo con ms detalle los problemas de la democracia gobernable en un ensayo anterior (Stolowicz, 2001).9 Slo en Uruguay, en 1992, pudo frenarse una privatizacin por los canales polticos insti tucionales, mediante un referndum.10 En muchas de las crticas hay una asimilacin genrica de la poltica sistmica a toda forma de poltica (Stolowicz, 2002).11 Desarrollo con mayor detalle las estrategias, discursos y polti cas neoinstitucionalistas en Amri ca Latina en uno de mis trabajos ante-riores (Stolowicz, 2003).12 La formalizacin, adems, no permite observar las implicaciones que ti ene en la relacin entre democracia directa y democracia repre-sentativa locales, que involucra la accin partidaria. O se extrapolan los procedimientos sin considerar su aplicabilidad segn sea el tama-o de los municipios y ciudades.13 Esto ocurre en Mxico. El PRD est muy cuestionado, pero el Jefe de Gobierno del Distrito Federal, Andrs Manuel Lpez Obrador, cose-cha un 80 por ciento de aprobacin en encuestas, en mayo de 2003. Cunto de esto se convertir en votos al PRD en las elecciones par-lamentarias de julio de 2003, o quede en abstencin, dar la medida de la profundidad de la crisis de representacin del partido.14 En Brasil, en la primera vuelta de las elecciones de octubre de 2002, Luiz Inacio Lula da Silva obtuvo el 46.44 por ciento de los votosnacionales. El PT obtuvo 18.38 por ciento de los votos nacionales para Diputados y el 18.52 de los votos nacionales para senadores. En RioGrande do Sul, el PT perdi el gobierno del estado, que lo gan el PMDB. En la primera vuelta, Tarso Genro obtuvo el 37.25 por ciento delos votos, siendo el candidato a gobernador con me nor porcentaje de votos en todo el pas. En la segunda obtuvo el 47.33 por ciento.
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Referencias
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El Transnational Institute (TNI)es una red descentralizada deinvestigadores, acadmicos yactivistas sociales de pases delSur, Europa y Estados Unidos. Susede mundial se encuentra enAmsterdam y su objetivo es pro-
mover la cooperacin interna-cional para el anlisis de, y bs-queda de soluciones a, proble-mas tales como el militarismo ylos conflictos blicos, la pobrezay la marginalizacin social y pol-tica, y la degradacin ambiental.
El New Politics Project (ProyectoNueva Poltica) del TNI tienecomo objetivo el estmulo delpensamiento poltico innovadory progresista sobre temas talescomo la democracia y la gober-
nabilidad participativa, las iden-tidades y roles de movimientossociales, organizaciones comu-nitarias y partidos polticos denuevo tipo. El projecto promue-ve el desarrollo de alternativastericas y prcticas a las visionestradicionales de la poltica pro-movidas por los partidos tradi-cionales y las agencias ortodo-xas de desarrollo. En este sen-tido, el TNI apoya la produccinde conocimiento crtico desdela primera lnea de accin pol-tica y facilita la traduccin, publi-cacin e intercambio de expe-riencias e ideas entre investiga-dores y activistas del Norte y delSur.
La Fundacin de InvestigacionesMarxistas tiene como objetivola realizacin de toda clase deactividades e iniciativas, en elmbito de la cultura, las artes,las ciencias y la cooperacininternacional. Su inspiracin fun-damental es el marxismo comocorriente terica y poltica peroprocura el debate y el intercam-bio con todas las dems corrien-tes crticas de pensamiento. LaFIM forma parte de la red euro-
pea Transform!
La fuerza electoral ganada por la izquierda es un indicador rele-
vante del momento poltico nuevo, pero no lo expresa ni lo
explica suficientemente, y hasta podra conducir a conclusio-
nes equivocadas. Entre ellas, suponer que la fuerza electoral
de la izquierda signifique por s misma un retroceso absoluto
de las fuerzas conservadoras en Amrica Latina. El entusias-mo y las esperanzas que justificadamente motiva este signo
de avance de las fuerzas democrticas no puede hacernos per-der de vista la complejidad del proceso poltico en la regin.
En la nueva coyuntura, los avances electorales de la izquierda
expresan una realidad social y poltica nueva, definida pri-
mordialmente por el ascenso de las luchas populares, por una
creciente recomposicin de la capacidad de resistencia al neo-
liberalismo. En ocasiones, llega a manifestarse en levanta-mientos populares que han podido frenar privatizaciones y
otras polticas antipopulares, han hecho caer presidentes y en
algunos casos han sido el antecedente inmediato de triunfoselectorales. Sin embargo, este panorama amplio y diverso de
luchas no siempre tienen una expresin electoral correlativa,
y tampoco estn necesariamente vinculados a los partidos de
izquierda que participan en los procesos electorales.
El accionar poltico de izquierda es mucho ms vasto que la dis-puta electoral. Pero sta tiene hoy una gran vitalidad, pues
nunca como ahora la izquierda tuvo mayores posibilidades de
disputarle gobiernos a la derecha, dado el desprestigio que sta
tiene por la amplitud del rechazo al neoliberalismo. Sin embar-go, la probabilidad de convertir esos avances electorales en
posibilidades de cambio de la realidad latinoamericana actual
no se reduce a tener numerosas representaciones parlamen-
tarias o ganar gobiernos municipales y hasta nacionales. stos
tambin dependen de la gestacin de una fuerza poltica sufi-
ciente, es decir, de una voluntad colectiva organizada capaz de
cambiar las relaciones de poder con las que el capitalismo neo-
liberal se reproduce en todos los mbitos de la vida social.