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LOS POETAS DE LOS LARES Reconocemos, para empezar, que este trabajo será tal vez arbitrario para la mayoría de los escasísimos conocedores e interesados en el desarrollo de la poesía nacional. Pero nuestro objetivo no el de hacer un inventario de poetas (inventarios a los cuales son tan adictos nuestros críticos y estudiosos armados cada uno con sus respectivos ficheros) sino de elegir entre muchos valiosos y distintos poetas a aquellos que sin ponerse de acuerdo entre sí han dado una línea característica a la poesía chilena nueva de los últimos años, la que podríamos calificar como de "poesía de los lares". Por esto, de antemano señalamos la omisión de varios nombres de indudable interés en cualquier ensayo sobre poesía nueva, pero situados en otros puntos del quehacer poético, y por lo tanto, alejados del sentido de este trabajo.(1) El regreso de Anteo Tras estas previas aclaraciones, hablamos de poetas jóvenes aún, pero que contaron con la madurez necesaria para afrontar la obra de nuestros poetas mayores –tan aplastante e incluso distorcionadora, especialmente la de Neruda entre las décadas del 30 y 50– y que incluso la han asimilado e incorporado a su obra. Poetas que han tenido una visión personal del mundo natural y cultural, que tomaron conciencia de las preguntas de la época, de la perplejidad en que nos situamos frente al mundo, y han dado sus propias respuestas, sin recurrir a otras artes que las de la palabra, sin transformar la poesía en seudo política, religión o filosofía. Y entre estos poetas destacamos principalmente a Efraín Barquero, Pablo Guíñez, Alberto Rubio, Rolando Cárdenas, Alfonso Calderón. Un primer hecho que estableceremos es el de que los "poetas de los lares" vuelven a integrarse al paisaje, a hacer la descripción del ambiente que los rodea. Se empiezan a recuperar los sentidos, que se iban perdiendo en estos últimos años, ahogados por la hojarasca de una poesía no nacida espontáneamente, por el contacto del hombre con el mundo, sino resultante de una experiencia meramente literaria, confeccionada sobre la medida de otra poesía. Esto es

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LOS POETAS DE LOS LARES

Reconocemos, para empezar, que este trabajo será tal vez arbitrario para la mayoría de los escasísimos conocedores e interesados en el desarrollo de la poesía nacional. Pero nuestro objetivo no el de hacer un inventario de poetas (inventarios a los cuales son tan adictos nuestros críticos y estudiosos armados cada uno con sus respectivos ficheros) sino de elegir entre muchos valiosos y distintos poetas a aquellos que sin ponerse de acuerdo entre sí han dado una línea característica a la poesía chilena nueva de los últimos años, la que podríamos calificar como de "poesía de los lares". Por esto, de antemano señalamos la omisión de varios nombres de indudable interés en cualquier ensayo sobre poesía nueva, pero situados en otros puntos del quehacer poético, y por lo tanto, alejados del sentido de este trabajo.(1)

El regreso de Anteo

Tras estas previas aclaraciones, hablamos de poetas jóvenes aún, pero que contaron con la madurez necesaria para afrontar la obra de nuestros poetas mayores –tan aplastante e incluso distorcionadora, especialmente la de Neruda entre las décadas del 30 y 50– y que incluso la han asimilado e incorporado a su obra. Poetas que han tenido una visión personal del mundo natural y cultural, que tomaron conciencia de las preguntas de la época, de la perplejidad en que nos situamos frente al mundo, y han dado sus propias respuestas, sin recurrir a otras artes que las de la palabra, sin transformar la poesía en seudo política, religión o filosofía. Y entre estos poetas destacamos principalmente a Efraín Barquero, Pablo Guíñez, Alberto Rubio, Rolando Cárdenas, Alfonso Calderón.

Un primer hecho que estableceremos es el de que los "poetas de los lares" vuelven a integrarse al paisaje, a hacer la descripción del ambiente que los rodea. Se empiezan a recuperar los sentidos, que se iban perdiendo en estos últimos años, ahogados por la hojarasca de una poesía no nacida espontáneamente, por el contacto del hombre con el mundo, sino resultante de una experiencia meramente literaria, confeccionada sobre la medida de otra poesía. Esto es importante en un país como el nuestro en donde el peso de la tierra es tan decisivo como lo fuera (y tal vez sigue siéndolo) "el peso de la noche", en donde el hombre antes de lanzarse a los reinos de las ideas debe primero dar cuenta del mundo que lo rodea, a trueque de convertirse en un desarrraigado. Mundo singular el nuestro, que hizo decir hace muchos años a Miguel Serrano que el chileno en el fondo de sí mismo suele negarse a creer que pueda existir algo más allá del límite de la cordillera y del océano. Los poetas nuevos han regresado a la tierra, sacan su fuerza de ella. Y este movimiento lárico ha tocado curiosamente a los poetas de generaciones pasadas, como Teófilo Cid (2) y Braulio Arenas (3) que fueran iniciadores del movimiento surrealista en Chile, creadores de paisajes mentales, que sin embargo tomaron a la larga conciencia de la tierra y la reflejan en sus últimas obras; así Teófilo Cid escribe su ambicioso (y formalmente frustrado) Camino de Ñielol, en donde declara que quiere ver "el brocal en donde brillan las raíces", y Braulio Arenas recorre el país y lo inventaría desde su valle natal del Elqui hasta las regiones magallánicas. Asimismo, podríamos alargar la lista con Luis Oyarzún y su Alrededor, Gonzalo Rojas en muchos poemas de Contra la muerte, Mario Ferrero en su Tatuaje marino, Nicanor Parra que recrea una escondida

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veta folklórica en La Cueca Larga. Particularmente notable es el caso de Carlos de Rokha, el cual luego de probar con deslumbrante destreza y pirotecnia verbal las innovaciones de la poesía de vanguardia, llega hacia el fin de sus días a realizar una poesía de profundo contenido terrestre y carga nostálgica.

¿Por qué esta vuelta? No basta para explicarla, creemos, el origen provinciano de la mayoría de los poetas, que atacados de la nostalgia, el mal poético por excelencia, vuelven a la infancia y a la provincia, sino algo más, un rechazo a veces inconsciente a las ciudades, estas megápolis que desalojan el mundo natural y van aislando al hombre del seno de su verdadero mundo. En la ciudad el yo está pulverizado y perdido como dice Gottfried Benn, que sueña –intelectual fatigado– a volver a ser "el antepasado de sus antepasados, una masa de musgo en un tibio pantano". Sin embargo, no se crea que los poetas que trataremos vuelven a escribir una poesía descriptiva y detallista y a realizar una mera enumeración naturalista que conduciría a una especie de criollismo poético, etapa quizás necesaria, pero superada tanto en nuestra poesía como en nuestra narrativa. Si el poeta toma formas populares (cueca o tonada), a su vez las enriquece, como suele hacerlo Alberto Rubio. Pero más, ya en 1956 señalamos (al publicar Para ángeles y gorriones) que es necesario acudir a un "realismo secreto", pues es sabido que el mundo exterior contiene pocas enseñanzas, a no ser que se las mire como un depósito de significados y símbolos ocultos. Es preciso interpretar y entrar profundamente en el significado de las costumbres y ritos nuestros, que se han ido transmitiendo de generación en generación, y en este sentido, es notable en muchos pasajes la obra de Barquero Enjambre (1957), y luego su El Regreso (1962), en donde en un solo aliento se detalla la muerte y entierro del padre, como cosecha y reparto de un fruto, como cena de los hijos. Asimismo, operan en este sentido (ligados a la vez a los ancestros de la Patagonia) muchos poemas de Rolando Cárdenas en El invierno de la provincia. El poeta no se siente solo, sino siempre rodeado de un mundo físico al cual pertenece y que le pertenece, y de antepasados que lo acompañan en su tránsito terrestre, así como se sabe que uno acompañará en venideros tránsitos a sus descendientes. Poesía genealógica, en el buen sentido de la palabra. Y los antepasados y los parientes aparecen en esta poesía naturalmente no en su condición de mero parentesco, sino elevados a la categoría de figuras míticas, transfigurados en ángeles guardianes.

Cultura y tradición

Al revés de lo que comúnmente se cree, pensamos que la poesía –al igual que la revolución– aspira al orden. Enfrentado al caos el poeta rehace el mundo, entrega luego un nuevo mundo cerrado al cual invita a habitar: el poema. Y tiene conciencia de que su poesía no es sólo un fruto espontáneo, sino cultivado con un conocimiento de su oficio y del orden cultural que le rodea. No en balde enunciaba Louis Aragon: "El principal enemigo del canto es la ignorancia".

A la improvisación, celebrada en demasía entre nosotros, a la diferencia incluso por la poesía de otras latitudes, al localismo cultural, sucede entre la mayoría de los poetas una actitud de responsabilidad y estudio de su Mester. Podremos ilustrar nuestro aserto con una reciente declaración de Galvarino Plaza frente a su colección de poemas: "Traducción libre sobre el origen y la lluvia"(4): "Cada día creo menos en la poesía fruto de la mera sensibilidad ciega, que se genera

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como los hongos o las lentejas. Es importante, en este orden, la conciencia de los valores que nos son propios: acervo cultural superpuesto a caracteres étnicos..."

Así sucede entonces que en la nueva poesía se halle correspondencia (más que influencia, sin temer en absoluto a este término) con voces desacostumbradas en el desarrollo de la poesía nacional, pues los poetas buscan desarrollar su propia voz a través de afinidades con creadores; así en estos últimos años es notorio el aporte no ya de las influencias de nuestros poetas como son Vicente Huidobro, Neruda o Pablo De Rokha, sino de las de Prévert, Rilke, Dylan Thomas, Mary Webb (cuya relación con la obra de Efraín Barquero aún no ha sido señalada) entre los de otras lenguas, y la de César Vallejo y López Velarde, entre los de nuestra lengua, además de la revalorización de poetas tan valiosos como Rosamel del Valle y Omar Cáceres, entre otros.

El poeta, hermano de las cosas: hacia una poesía de la comunicación.

Nueva particularidad de esta nueva poesía es la de que los poetas ya no se sitúan como centro del universo con el yo desorbitado y romántico al estilo de Huidobro ("hablo con una voz venida del principio de los siglo"), Neruda o Pablo de Rokha, sino que son observadores, cronistas, transeúntes, simples hermanos de los seres y las cosas. Los habitantes más lúcidos, tal vez, pero en todo caso, habitantes más de la tierra. Y quizás consecuencia de esta actitud es la de que el lenguaje poético no se diferencia fundamentalmente ya del de la vida cotidiana: no se buscan palabras brillantes y efectistas, se emplean frases y giros corrientes, sin desdeñar por esto las experiencias de renovación verbal en las cuales suele ser un maestro Alberto Rubio. No se desdeña el lugar común, pero el lugar común ya ennoblecido por el uso, como los guijarros transformados por los ríos en claros homenajes al paso del tiempo. La palabra salvada del prosaísmo es irreemplazable y no funciona, por supuesto, sólo en el sentido descriptivo. No se hacen imágenes por la imagen, sino que surgen del contexto del poema, que en cuanto a su estructura vuelve a moldes más tradicionales que los predominantes hasta los últimos años: los poemas están construidos desde un centro emotivo o verbal. Incluso Alberto Rubio esconde brillantes innovaciones tras la máscara de la rima y del ritmo. También a la estrofa regular se ciñen generalmente Pablo Guíñez y Alfonso Calderón. Barquero usa preferentemente el verso libre de gran aliento, incluso el versículo a la manera rilkeana de "Canción de vida y muerte del corneta Cristóbal Rilke", en su poema fúnebre a su padre, "El Regreso". Quien sabe si esta forma y este lenguaje puedan cumplir en alguna medida el milagro de acercar al poeta a los lectores, no digamos al gran público, aislado obviamente de la poesía no sólo por ciertas condiciones intrínsecas de ella, sino también por la presión de la publicidad que lo desvía hacia otras expresiones, y de las casa editoriales que la han abandonado en el desván de los malos negocios, en forma superficial, pues de paso recordaremos que ninguna novela chilena se ha acercado ni remotísimamente en tiraje a los Veinte poemas de amor, para no dar sino un ejemplo.

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Pues la poesía que tratamos es, sin desdeñar los aportes de la poesía de vanguardia –incluido el surrealismo– predominantemente una poesía de comunicación, en contraste con la poesía que durante varios años imperó en nuestro país, en la cual al amparo de grandes palabras que pretendían confundirse con el tono mayor, el acarreo de irrisorios monstruos verbales de cartón piedra, o discursos de cementerios dichos en la oscuridad, se ocultaba una descarada vacuidad que confundía al público. Si la poesía, por naturaleza, constituye una "sociedad secreta" (al decir de Miguel Arteche), no es menos cierto que su misión es la de –sin ceder en lenguaje y visión– incorporar a ella todo hombre que se le acerque.

Nostalgia de la Edad de Oro

Frente al caos de la existencia social y ciudadana los poetas de los lares (sin ponerse de acuerdo entre ellos) pretenden afirmarse en un mundo bien hecho, sobre todo en el del mundo del orden inmemorial de las aldeas y de los campos, en donde siempre se produce la misma segura rotación de las siembras y cosechas, de sepultación y resurrección, tan similares a la gestación de los dioses (recordemos a Dyonisos) y de los poemas. Por omisión, se repudia entonces el mundo mecanizado y standarizado del presente, en donde el hombre medio sólo aspira a las pequeñas metas del confort como el auto, la televisión; en donde el habitante de nuestros países pierde su individualidad gracias al lavado mental de la propaganda y el deslumbramiento impuestos por el ejemplo y la propaganda de formas foráneas de vida (esas formas que causan millones de neurosis en nuestro "Gran Vecino del Norte"); en donde en burócrata "técnico en planeamiento" o locutor de radio, o político de maquinaciones en oscuros pasillos, ha desplazado de la conducción de los pueblos al héroe; en donde la ciencia al servicio de intereses económicos amenaza con llevarnos a una destrucción atómica al final. "Progresamos. ¿Por qué no retroceder?", como decía Rimbaud ya en 1873. O como indicaba proféticamente Rilke (5): "Para nuestros abuelos, una torre familiar, una morada, una fuente hasta su propia vestimenta, su manto, eran aún infinitamente, infinitamente más familiares; cada cosa era un arca en la cual hallaban lo humano y agregaban su ahorro de humano. He aquí que hacia nosotros se precipitan, llegadas de América, cosas vacías, indiferentes, apariencias de cosas, trampas de vida... Una morada en la acepción americana, una manzana americana, o una viña americana nada de común tienen con la morada, el fruto, el racimo en los cuales habían penetrado la esperanza y meditación de nuestros abuelos... Las cosas dotadas de vida, las cosas vividas, las cosas admitidas en nuestra confianza, están en su declinación y ya no pueden ser reemplazadas. Somos tal vez los últimos que conocieron tales cosas. Sobre nosotros descansa la responsabilidad de conservar no solamente su recuerdo (lo que sería poco y de no fiar), sino su valor humano y lárico". El poeta, entonces, como el artesano, deberá conservar las cosas reales, en vías de extinción, frente a esta invasión de las irreales que nos son impuestas en serie.

De ahí entonces que Efraín Barquero escriba un libro llamado "Los Oficios" en donde inventaría y canta los trabajos artesanales (así opera asimismo Rolando Cárdenas en "Personajes de mi ciudad"). Poesía social de contenido profundo y no de fácil consigna, en la que el poeta mismo toma el lugar del trabajador, al que canta con amor y conocimiento.

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De ahí también la nostalgia de los "poetas de los lares", su búsqueda del reencuentro con una edad de oro, que no se debe confundir sólo con la de la infancia, sino con la del paraíso perdido que alguna vez estuvo sobre la tierra (y en este sentido, la nueva poesía chilena actúa sobre el campo de un Dylan Thomas, de Serguei Esenin, Gerard de Nerval, Milosz y otros). Los poetas ya no se deleitan con la velocidad y el amor al futuro, incluso no les preocupa demasiado la posibilidad de los viajes espaciales, ni el progreso de la ciencia que, lo hemos visto, puede llevar finalmente al exterminio. En este sentido, es bien definida cierta parte de la poesía de Alfonso Calderón, que busca ensoñaciones y fantasmagorías del "país sin nombre" de la infancia, como refugio contra el presente.

Así, los poetas actuales persiguen una Edad de Oro de la cual se tiene un recuerdo colectivo inconsciente, buscan los verdaderos alimentos terrestres, restablecer "la antigua conexión con el dínamo de las estrellas".

El poeta, habitante del mundo

Sin embargo, esta apertura hacia otro plano de la realidad, no indica una falta de receptividad frente al mundo en que se vive, un cerrarse a sus experiencias. (Pues el mundo es "sagrado" como señala Gabriel Carvajal en su hermoso libro "Los nombres de nadie": "Sagrado el golpe del hombre que parte el cielo, raja la madera..."). Con optimismo vemos que existen poetas que no comparten la angustia y la extrañeza frente al mundo de la mayoría de nuestros contemporáneos, sino que se ubican en la tierra como en la casa paterna y al mundo incomunicado e incomunicable de los maníacos de las teorías, de los devoradores de "papel cansado", de los lumpen–poetas y de los lumpen–críticos, responden afirmando las más humildes realidades con las palabras más humildes, ganada a través de largas vigilias y experiencias, y piden, con un sentido casi religioso, ser escuchados por sus semejantes, pues la libertad interior que gana el poeta en la creación debe hacerlo trascender por ende su condición histórica de criatura alienada y hermanarlo en un solo haz con los poetas de cualquier época. Transformar la vida cotidiana del prójimo gracias a una poesía que muestre el rostro verdadero de la realidad: he ahí la tarea. Y no importa que sea incomprendida, escuchada entretanto sólo por unos pocos, porque a la negación siempre un poeta responde con el "sí universal". Y porque siempre está vigente la consolación de un viejo alquimista a uno de sus discípulos: "No importa cuán alejado estés y cuán solitario te sientas; si realizas tu trabajo a conciencia y verdaderamente, amigos desconocidos te buscarán y llegarán a ti"(6). Pues para estos "amigos desconocidos" es para quienes, en último término, escriben los poetas y para quienes (también en último término) han sido escritas estas líneas.

En Boletín de la Universidad de Chile, Santiago, N°56 (05.1965), pp. 48-62.

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CUANDO LOS MAGOS SE ADUEÑAN DEL PODER UNA NUEVA DIMENSION DE LA HISTORIA: EL NAZISMO DESDE EL PUNTO DE VISTA DEL REALISMO FANTÁSTICO

Se ha dicho que la historia es una página en blanco que los hombres están libres de llenar a su guisa. Contrariando las formas habituales con las que se ha llenado la página correspondiente al nazismo, Louis Pauwels y Jacques Bergier, los adalides del realismo fantástico, en una de las partes de su obra Le Matin des Magiciens conmueve la historia oficial con una nueva visión del nazismo, nacida de una actitud que consiste en interrogar de una manera fantástica y despojándose de cualquier prejuicio sobre los fenómenos históricos. El resultado de esta actitud –que estuvo acompañada por seis años de búsqueda y recopilación de documentos–es una fascinante e incitadora exploración por las zonas ocultas de donde surgió esta "extraña enfermedad" que fuera el nazismo.

Naturalmente no se puede aceptar de plano las interpretaciones de Pauwels y Bergier, pero tampoco podemos llegar a asomarnos a la ventana que abren para la historia hacia el mundo mágico, que a veces nos obstinamos en ignorar, amparados por un racionalismo estrecho.

A primera vista puede parecer repugnante o provocar un simple alzar de hombros el enunciar que en pleno siglo XX un país fuera gobernado por una sociedad místico–política, que preparaba expediciones para conquistar el Santo Graal; cuyos dirigentes pensaban vencer el hielo de las estepas rusas, haciendo sacrificios humanos; que aceptaban una teoría según la cual la tierra es hueca y otra que dice que toda la historia de la humanidad se explica por la lucha entre el fuego y el hielo; que creyeran poder aliarse con los Superiores Desconocidos, hombres venidos quizás más allá del tiempo y del espacio, con poderes semejantes a los de los dioses y que el hombre mismo estaría al borde de una formidable mutación que lo haría tener también estos poderes. Sin embargo, según Pauwels y Bergier, todo esto creído por Hitler y por el grupo nazista original del que formó parte, y que orientó de manera decisiva la historia contemporánea. Porque para nuestros autores el nazismo es el momento –quizás único en la historia– en el que el pensamiento mágico se apodera de las palancas del progreso material para ponerse a su servicio.

El nazismo tendría su génesis en las sociedades secretas iniciáticas que revelaron al Occidente el aspecto luciferiano del pensamiento oriental. Entre ella, los Rosa Cruces; la Golden Dawn, que dirigiera el poeta Yeats, y fundada por Samuel Mathers, el que pretendía estar en contacto con los "Superiores Desconocidos", que eran sus jefes; la sociedad del Vrill, el la Alemania prenazi, continuadora de la Golden Dawn, y finalmente el Grupo Thulé en el cual se hallaba Hitler, Hess y Karl Haushoffer, y del cual hablaremos con más detalle. "Nada en el universo puede resistir el ardor convergente de un número suficientemente grande de inteligencias agrupadas y organizadas", decía Teilhard de Chardin, La historia del Grupo Thulé narrada por Pauwels y Bergier parece confirmarlo. El grupo tomaba su nombre de una isla mítica que se suponía estuvo situada al norte del planeta, y que habría sido el centro mágico de una civilización desaparecida. Pero todos los secretos de esta civilización no estaban perdidos. Seres intermediarios entre los hombres y los seres del Más Allá, dispondrían para los iniciados de una reserva de fuerza que podría dar a Alemania el señorío del mundo, para anunciar la suprahumanidad y el hombre en mutación.

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Dietrich Eckardt, miembro del Grupo y uno de los siete fundadores del Partido Nacional Socialista, al cual Hitler, su discípulo, dedicara el Mein Kampf, declaraba al morir: "Seguid a Hitler. Danzará, pero seré yo quien le escriba la música. Le hemos dado los medios para comunicarse con Ellos". Hermann Rauschning en su libro Hitler me dijo, habla de que el Führer le confesaba: "El hombre nuevo vive entre nosotros. Él está aquí. Le voy a revelar un secreto: He visto al hombre nuevo. Es intrépido y cruel. Tengo miedo delante de él".

Hitler, según Pauwels y Bergier, habría sido una especie de médium en manos del Grupo Thulé, dirigido, según declaró Rudolf Hess durante su cautiverio, por Karl Haushoffer, creador de la Geopolítica, epro a la vez iniciado en los centros budistas secretos del Oriente.

Naturalmente, en el poder muestra una faz diferente a la del "socialismo mágico"; aparece sólo como un movimiento político y social. Sin embargo, sería preciso recordar que, según Hitler: "El que entienda el nacionalsocialismo sólo como un movimiento político, no entenderá gran cosa". Y luego habló, asimismo, de que la idea del nacionalsocialismo era secundaria y se había servido de ella sólo por razones de oportunidad. "Llegará el día en que ni siquiera exista Alemania –expresó en una ocasión–. Lo que habrá en el mundo será una cofradía de amos y señores, por una parte, y de sometidos y esclavos, por otra". Pues el fin de Hitler, según lo expresa el Dr. Aquiles Delmas no era la conquista del mundo, sino el de preparar la aparición de una humanidad de héroes. En este sentido, es esencial la idea de que en el hombre hay posibilidades ocultas y aún no desarrolladas. Esta idea conduce al desprecio de la humanidad corriente. El hombre común no sería sino una larva, y el dios cristiano, dios de la igualdad, un "pastor de larvas". De esta consideración no hay sino un paso para despreciar la cultura ordinaria. Algo más que una simple "boutade" es la frase de Goering: "Cuando oigo hablar de cultura, echo mano a mi pistola". Para los nazis existía una ciencia "nórdica y nacional–socialista" que se oponía a la judío–liberal. Quizá ante estos antecedentes, no es de extrañar que durante la época nazi tuvieran vigencia oficial dos excéntricas teorías opuestas a la ciencia ortodoxa: la de la tierra hueca y la del Wel o hielo eterno. Contra Einstein fue opuesto Hans Horbirger. La teoría de la relatividad, la psicología, eran máquinas de guerra lanzadas contra el espíritu heroico de Parsifal.

Hans Horbirger enunció una cosmogonía que estaba en desacuerdo con la astronomía y las matemáticas oficiales, pero que daba una explicación coherente del origen del universo de acuerdo con el espíritu de las leyes nórdicas. Por lo demás Horbirger, que se sentía un profeta que ha tenido la "revelación", no se preocupaba mayormente de las concepciones científicas coherentes. "Las matemáticas son una mentira sin valor"; "Creed en mí y no en las ecuaciones", eran algunas de sus frases a sus discípulos. Era un aficionado, cierto, pero, según sus seguidores, así como Hitler había vencido a los profesionales de la política, así Horbirger aplastaría a los profesionales de la ciencia. Su teoría halló innumerables adeptos en Alemania, e incluso contó con la adhesión de sabios como Lenard, uno de los descubridores de los Rayos X.

El universo, según Horbirger, nace de la lucha entre el fuego y el hielo, como en los antiguos cantos de los Edda. En el cielo había una masa ígnea a altas temperaturas que entró en colisión con un planeta gigante constituido por una acumulación de hielo cósmico. Después de un tiempo,

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el vapor de agua lo hizo estallar en muchos fragmentos. Uno de ellos derivó en nuestro planeta. Según la Wel, en el cielo hay masas de hielo atraídas por la tierra. La tierra ha tenido cuatro lunas. Tres de ellas han caído, se producen catástrofes y se marca el término de una época geológica.

Cuando las lunas se aproximan, se produce un período de gigantsimo, debido qa que cambia el efecto de la gravitación. El hombre aparece a fines del secundario, pero era un gigante muy distinto al hombre actual, pues, además, estaba dotado de poderes psíquicos extraordinarios. Nuestros ancestros directos son hombres aparecidos a fines del terciario, cuando había una luna alta. En los períodos sin luna aparecieron las razas inferiores. Los hombres fueron educados por sobrevivientes del secundario, y de las Atlántidas sumergidas luego de las catástrofes cósmicas. La idea de que los hombres fueron civilizándose paulatinamente, partiendo del bestialismo, es reciente. En verdad, la humanidad recibió una rica herencia de los Superiores Desconocidos.

La cosmogonía horbirgeriana alentó el racismo nazi, por lo cual se explica el entusiasmo que sintieron por ella Hitler y Rosenberg. Los seres inferiores aparecidos durante las épocas en que la tierra carecía de luna, imitan al hombre, pero no lo son. Está más lejos de él que los mismos animales. Como no forman parte de la humanidad y son ajenos al orden natural, el exterminarlos no sería un crimen. Los negros, los judíos, los gitanos, no son hombres en el sentido real del término. De allí que nuestra mentalidad halle inconcebibles los crímenes cometidos por los nazis, para los cuales el hombre no es uno solo. Pues según Horbirger, cada setecientos años el hombre toma conciencia de su destino cósmico, y de nuevo los portadores del fuego pueden distinguir entre el hombre–dios y el hombre–esclavo. La última ascensión del fuego sería la de los Caballeros Teutónicos. Luego, vendría la de la Orden Negra de los nazis. Tal era la SS, orden de iniciados que preparaban en sus campos de concentración y territorios conquistados de maqueta de un mundo futuro de señores, de conquistados y de esclavos. Los seres no humanos debían ser exterminados. Así se pueden explicar los experimentos espantosos de la Ahnnerber, institución dependiente de la SS, que tenía por fin "buscar la localización, el espíritu, los actos, la herencia de la raza indogermánica", y la cual permitió que se cometieran las atrocidades de los campos de concentración o el practicar la vivisección en seres humanos. Y en otro aspecto, la organización de expediciones al Tibet para localizar abejas arias, investigaciones sobre el simbolismo de las catedrales, sobre el origen de los rosacruces. En todas estas investigaciones irracionales, Alemania gastó más dinero que el que gastó EE.UU. en fabricar la bomba atómica.

Capacidad de investigación y dinero se gastó también en la expedición fracasada a la isla de Rügen, en 1942, dirigida por el mejor especialista en radar alemán, Hans Fischer, y destinada a comprobar la efectividad de la teoría de Bender de que la tierra es una esfera hueca y cóncava, en cuyo interior habitamos y en donde se encuentran, además, tres cuerpos, el sol, la luna y el universo fantasma, cuyos granos de luz en un universo de gas constituyen lo que astrónomos llaman estrellas. Fischer, que trabajó más tarde en EE.UU., declaró que los nazis lo hacían efectuar "trabajos de loco". Con estos trabajos de loco y con la expulsión de los sabios judíos como Einstein y Teller, retardaron la fabricación de su propia bomba atómica.

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La Segunda Guerra Mundial tendría un sentido distinto al que se le da corrientemente, enfocada por el haz de "luz prohibida" que usan los autores de Le Matin des Magiciens. Se trataría no de una lucha entre naciones o sistemas económico–políticos, sino una lucha maniqueísta entre el bien y el mal, entre el pensamiento humanista y el pensamiento mágico. Así se explicaría lo que parece inexplicable para el sentido común: que Hitler se negara a equipar mejor contra el frío a sus soldados durante la campaña a Rusia el 41, pese a los pronósticos metereológicos. "El frío es asunto mío", decía, pensando que, de acuerdo a las concepciones horbigerianas los "portadores del fuego" vencerían los hielos. Por ello, Stalingrado, señala Paulwels y Bergier, más que la derrota de un ejército o nación es la derrota de los magos, la derrota de una concepción del mundo, como dijo Goebbels. Pues el mundo del capitalismo y del socialismo tienen más parentesco del que a simple vista se podría creer. En ambos se asigna al hombre el mismo lugar en el cosmos; se cree en la igualdad, el progreso, la justicia, la razón y la realidad de las cosas. El ocaso del nazismo es descrito por nuestros autores con tonos de grandeza de poesía épica: "Ellos querían cambiar la vida y mezclarla a la muerte de una manera desconocida. Preparaban la venida del Superior Desconocido. Tenían una concepción mágica del mundo y del hombre... Odiaban la civilización occidental moderna, fuera burguesa u obrera; el humanismo soso de aquí, el materialismo limitado de allá. Debían vencer, pues eran portadores del fuego que sus enemigos, fueran capitalistas o marxistas, habían dejado, desde hacía mucho tiempo, morir entre ellos, dormidos en un destino llano y limitado. Serían los amos por un milenio, pues estaban al lado de los magos, los grandes sacerdotes, los demiurgos... Y he aquí que eran vencidos, aplastados, juzgados, humillados, por gentes ordinarias, masticadores de chewing gum o bebedores de vodka; gente del mundo es la superficie, positivistas, racionalistas, moralistas, hombres simplemente humanos. Millones de hombres de buena voluntad hacían fracasar la Voluntad de los caballeros de las tinieblas destellantes".

Así se cerraría un capítulo de la historia de la humanidad en el que los magos llegan al poder. Hablamos de poesía en un párrafo anterior. Porque quizá este libro, más que nada, es un libro de poesía, dándole a la palabra su sentido primitivo, de creación. Los libros, según definía André Breton, se dividen entre los que se leen en el viaje y los que hacen viajar. La Mañana de los Magos es el de los que hacen viajar por dominios imprevistos y desconocidos, no sólo de la historia, sino también de la ciencia y el arte. Para quienes amen los inesperado y antirrutinario, este libro, escrito por dos hombres que han unido la imaginación a la sabiduría y el vuelo poético, será una ventana abierta hacia un terreno en el cual la oposición entre ensueño y realidad puede dejar de existir, para dar lugar a una nueva realidad: la realidad fantástica.

En Boletín de la Universidad de Chile, Santiago, Nº39, (06.1963), pp. 65-68.

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VISIÓN DE LA FRONTERA.

El viajero que va hacia el sur, una vez traspasado el Biobío, entra en la frontera, zona situada entre el citado río y el Toltén bastión de las "águilas grises" como llamaba Gabriela Mistral a los araucanos por su gesta de tres siglos. Y otro de nuestros grandes poetas, oriundo de la región, Pablo Neruda, la llama de "pueblos de campanas recién compradas". Pues tal vez no todos sepan que la región que hoy día cuenta con mas de 700.000 habitantes y una metrópoli como Temuco, de más de 100.000 habitantes, era hasta muy avanzado el siglo pasado, casi una "tierra incógnita", donde entraban sólo algunos viajeros curiosos y los comerciantes que tenían tratos con los mapuches. Precisamente el primer ferrocarril llegaba desde San Rosendo a Angol sólo en 1876, siendo el contratista Juan Slater (como dato curioso recordaremos que junto a los peones chilenos trabajaron en las faenas 400 araucanos). El ferrocarril era arteria vital para el desarrollo económico, ya que las vías fluviales y marítimas se habían hecho insuficientes. Símbolo orgulloso de esa época de pioneros es el puente del Malleco que permitió el paso del ferrocarril al sur. Se alza a 100 metros de altura, y se dice que sus planos, realizados por el ingeniero chileno Víctor Aurelio Lastarria fueron base para el proyecto de Eiffel al construir su famosa torre. El puente se terminó después de cuatro años y medio de trabajo. Los obreros calificados ganaban $3 diarios (el promedio en el país era de $0,80). Fue inaugurado por el Presidente Balmaceda el 26 de octubre de 1890, el que llegó al frente de una comitiva de quinientas personas, a caballo, y con la franja tricolor al pecho.

Antes de la pacificación de la Araucanía, los mapuches vivían en la zona en número de unos 60 mil, en general en paz dedicados al comercio de ganado, de lanas, cueros y pieles, al cultivo de la papa, los árboles frutales, algunos cereales. Su empuje guerrero se había desviado hacia la Argentina, y encabezados por Calfucurá, el "Emperador de la pampa" (que era originario de Boroa, provincia de Cautín) llegaron incluso a amenazar Buenos Aires, dando batallas campales al ejército argentino.

La ocupación de la Araucanía era un problema latente para el Gobierno de Chile, aun cuando no había en relación a ella una política clara. Incluso hombres como Vicuña Mackenna declaraban que la conquista de la Araucanía era una quimera caprichosa y funesta. Pero prevaleció el criterio de Cornejo Saavedra, jefe militar de la Araucanía desde 1861, que preconizó el avance por la frontera por medio de la construcción de fuertes, la colonización y la negociación pacífica con los araucanos, buscando la compra de sus tierras, evitando los choques armados. "La ocupación, decía, nos costará sólo mucha música y mucho mosto". La efectividad de un sistema la demuestra el hecho de que fundo 23 pueblos, entre otros, Angol, Mulchén, Toltén, Lumaco, Collipulli.

Un hecho que aceleró la ocupación fue el pintoresco episodio de Orelio Antoine I, coronado como rey de la Araucanía, después de convencer a los caciques enemigos del gobierno chileno, el principal de ellos Quilapán, que los armaría y contaría con el apoyo de Francia. Lo cierto es que Orelio Antoine no era simplemente un loco o un aventurero, sino un agente del gobierno francés, por entonces empeñado en una política de expansión. Como Arauco no estaba de hecho incorporado a Chile, existía el real peligro de que fuera anexado por cualquier potencia. Los intentos de Orelio Antoine fueron deshechos en tres ocasiones, pero aún cuando de vuelta a

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Francia murió en la miseria ejerciendo de lamparero en la aldea de Tourtoirac y acogido a la hospitalidad de un carnicero, dejó de herencia nada menos que su reino de la Araucanía y la Patagonia. Así es como la dinastía ha continuado con Phillippe I, de Broglie, actual rey de los araucanos, residente en París y que de vez en cuando hace pedidos de reconocimiento a la NU, a la vez que –como sus antecesores– confiere títulos de nobleza.

La ocupación definitiva de la Araucanía terminó el 1º de enero de 1883, con la llegada de las tropas chilenas, al mando del coronel Gregorio Urrutia, verdadero artífice de la pacificación, a las ruinas de la antigua Villarrica, en donde se levantó una nueva población. Sin embargo, costó algo más que "mosto y música". Los araucanos hicieron fuerte resistencia armada especialmente entre 1868-1870 y en los levantamientos de 1881-82, provocados especialmente por los abusos de que eran víctimas. Esto lo reconocía Gregorio Urrutia el que siempre señaló que el mapuche encontraba ventajas en la civilización, y bien tratado se asimilaba prontamente a ella.

Una vez sometidos los araucanos, el Gobierno resolvió su radicación. Así fueron reducidos hasta 1905, 80.000 personas en unas 350.000 hectárea. No fue, sin duda, la política más acertada, pero por lo menos permitió resguardar el núcleo de la raza (hoy día existen 328.000 indígenas radicados en unas 500.000 hectáreas). Basta pensar que en Estados Unidos se trató al indio de acuerdo al lema "el indio bueno es el indio muerto", y que en Argentina el indígena fue prácticamente exterminado. Sin duda que aquí hubo (y aún sigue habiéndolos) despojos al mapuche de su tierra, y actos de explotación y abuso, pero no de responsabilidad del Gobierno, sino de funcionarios intermedios y de comerciantes y agricultores inescrupulosos.

Como núcleo humano la frontera surge de la fusión de varios pueblos: Los araucanos, luego los chilenos que llegaron a colonizarla casi en forma espontánea (así como colonizaron incluso el Neuquén argentino), y luego los colonos europeos, especialmente franceses, alemanes, suizos y españoles. Se estableció también una colonia italiana en capitán Pastene y una de boers en Gorbea.

De esta manera nacía una nueva zona, con nueva vitalidad y sangre. De los pueblos que crecían en torno a rústicos fuertes iban desarrollándose progresistas ciudades. En un principio el centro fue Angol, luego se desplazó hacia Imperial y Temuco. Gracias a la agricultura, la zona empezaba a ser conocida como "el granero de Chile". Un testigo de esa época, Luis Durand, "señalaba que la tierra daba más de lo que le pedían". El oro rubio afluía por todo el país y hasta se exportaba. La ganadería era próspera y la industria maderera no daba abasto. El esfuerzo o el talento triunfaban, superando las preocupaciones del fardo colonial de otras zonas del país. Los pioneros eran verdaderos adelantados, hombres de gesta. Surgieron personajes que pueden ser discutidos pero no olvidados: José Bunster industrial de gran aliento (tenía un ejército de 2.000 trabajadores) y Hernán Trizano, el "Buffalo Bill chileno" como ha sido llamado, que exterminó el bandolerismo. A casi ochenta años de su época de "Far West" la frontera se alza siempre con su carácter peculiar, de esencia agrícola, pero incorporándose al tráfago industrial paulatinamente: fábrica de aceite en Temuco, de azúcar de betarraga en Los Ángeles, de papel en Laja. Pero esto es aún insuficiente, los agricultores necesitan más crédito y la solución de viejos problemas de usurpaciones de tierra, el

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campesino pobre requiere mayor poder de compra, se debe afrontar el problema de la erosión, realizar la reforestación, detener la extinción de la fauna de la zona.

Para el viajero, nada mejor que la época del verano (en donde están ausentes las lluvias inspiradoras de tanta poesía, pero malas amigas del turista). Villarrica y Pucón son bellos balnearios lacustres, famosos en muchas latitudes por la pesca del salmón, Antumalal ha recibido hasta reyes de visita. Puerto Saavedra que restaña sus heridas de la catástrofe de 1960 ofrece sus playas y espera de nuevo su destino de Puerto, así como Tirúa, Queule, Mehuín. Los ríos donan sus riberas: el Cholchol, Imperial, Toltén, Allipén, Cautín, Vergara, Traiguén. En Lautaro se halla la Piscicultura, en Temuco el Museo Araucano. Hay pueblos hermosos y pintorescos, donde el tiempo parece haberse detenido, y que los chilenos debieran aprender a descubrir, así como se descubrieron, guiados por Azorín, los pequeños pueblos de España. Fuera del china, la hospitalidad proverbial del sureño, y las comidas y bebidas de la zona, el visitante puede conocer los últimos reductos de nuestra raza autóctona, ya en vías de transculturación.

Por último, es bueno recordar que la frontera no sólo ha aportado su riqueza a nuestra nacionalidad, su leyenda de tres siglos de gesta y ha sido ilustrada como pocas regiones del país por el empuje pionero, sino también agrega florones al desarrollo cultural. Ya en el siglo XVI la primera universidad chilena iba a ser fundada en Imperial. Ahora, el Centro Universitario de la Universidad de Chile en Temuco cuenta con cerca de 1.000 alumnos. La Universidad de la Frontera también realiza interesante labor. Y en literatura, especialmente en poesía, basta citar los nombren de autores de varias generaciones: Augusto Winter, Ignacio Verdugo Cavada, Pablo Neruda, Luis Durand, Juvencio Valle, Teófilo Cid, Francisco Santana, Altenor Guerrero, Jorge Jobet, Aldo Torres Púa, y otros muchos que forman la brillante pléyade de la frontera.

En En Viaje, Santiago, Nº389 (03.1966), pp. 5-7. También publicado en

VARIACIONES SOBRE LA NOCHE

"He sido un conocido de la noche. He salido a pasear bajo la lluvia y he vuelto bajo la lluvia. He ido más allá de la luz más lejana de la ciudad. He contemplado la callejuela más triste de la ciudad. He pasado junto al sereno que hacía su ronda..." Entre estos conocidos, de los cuales habla el gran poeta norteamericano Robert Frost (el predilecto de John Kennedy), sin duda los más fieles los poetas y escritores. La noche es la gran compañera de la mayoría de ellos, aún cuando por supuesto no faltan excepciones como las de Ramón Gómez de la Serna, el cual prefería madrugar para ver aparecer el alba antes de empezar a escribir, y nuestro Joaquín Edwards Bello que en una de sus crónicas se autodeclara "chiflado" porque le gusta estar durmiendo a las diez de la noche, y levantarse temprano para dar una vuelta descalzo por el pasto o regar un árbol. Pero basta decir "la noche" para verla junto a Francois Villon en el París de cellisca y rondantes aullidos de lobos, cuando el mal colegial y gran poeta salía con sus compañeros a robar las enseñas de las posadas, basta nombrarla para tener junto a nosotros al pálido Edgard Allan Poe yaciente en ella en una calle de Baltimore, después de amarla tanto como Dupin, su personaje (el precursor de Sherlock

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Holmes) que no soportaba la luz del día y vivía iluminado por bujías en una casa de persianas eternamente cerradas.

El romanticismo practicó el culto nocturnal, a partir del melancólico Young que conmovió a Europa con sus Noches. No hubo poeta romántico que no la cantara o exaltara como la faz verdadera de la vida. Y no es raro que, como reflejo, el siglo diecinueve llegara a estas playas portando también su cargamento nocturno. Pues la vida noctámbula comienza en Santiago casi al fin de la Colonia, hacia 1808, según cuenta José Zapiola en sus Recuerdos de Treinta Años. En ese tiempo se instalaron los primeros Trucos como se llamaban los cafés (uno estaba instalado en el Portal Fernández Concha), en donde desde mediodía a cualquiera hora de la noche se jugaba al naipe (o sea, al monte, la malicia, el mediator, la báciga, etc.). El billar se introdujo hacia 1820. Los espíritus más festivos pasaban el Mapocho para acudir a las casas de fonda y chinganas en donde campeaban música y baile. En 1884 se inauguró un establecimiento que estaba abierto toda la noche. Era el Hotel Central (Merced esquina de San Antonio) que tenía un restaurant en la parte baja. Cerrado éste por las autoridades el más popular fue el Café de la Bolsa, en donde, según cuenta Vicuña Cifuentes, se bebía preferentemente (y en copas de plaqué provistas de correspondientes bigoteras) un ponche llamado Tomayeri (abreviatura de Tom y Jerry). El estremecimiento finisecular alargaba las noches santiaguinas antes de despertarse a un nuevo siglo. Entonces surgió el primero de nuestros poetas malditos, el baudeleriano Pedro Antonio González ("quizás soy un mago maldito", decía de sí mismo), paseante solitario, bebedor solitario de los bodegones de la Chimba, en los cuales el tinto se transformaba para él en "ardiente Falerno", y las pobres y desarrapadas mujeres de la vida en hetairas ("Vírgen báqueica y tísica, bebe"). De él escribió Francisco Contreras: "Solía vérsele a veces por las calles, errando solitario apoyado en su bastón, descuidado el traje, el cigarrillo en los labios, un libro bajo el brazo como persiguiendo intangibles visiones del aire con la mirada siniestra de sus ojos divergentes". En la primera década de este siglo un grupo de poetas concurría al "Cola de Mono" situado en San Diego con Plaza Almagro. Otros a la llamada "Piojera", gran expendedora de la nacional chicha baya, situada en calle Zañartu. Y los más encopetados concurrían al restaurant de "Papá Gage" en calle Huérfanos, al "Coppola" de Agustinas con Miraflores, a la "Confitería Palet", de la calle Estado. Pero, simplemente, era corriente que los jóvenes poetas de ese entonces recorrieran las calles bajo la dudosa luz de los mecheros de gas, conversando y recitando hasta la llegada del alba.

Extraños fantasmas entregó la noche santiaguina la llamada Generación del Año 20. El más típico fue Alberto Valdivia, más conocido como "el cadáver", precoz y extraordinario poeta consumido por la morfina, que recorría los bares con su violín al brazo. Homero Arce en un reciente artículo sobre el poeta Rosamel del Valle recuerda los cenáculos de la que fue (tal vez) la más bohemia de las generaciones: "El Jote" donde había buenos platos por sólo cuarenta centavos, "El Hércules", "La Bahía", los bares alemanes con orquestas de ciego de San Pablo y Esmeralda, un poco más tarde el "Black and White". Y la "Ñata Inés" de calle Eyzaguirre en donde, según se cuenta, el adolescente Neruda, llegado de la noche oceánica poblada de ladridos y de coigüillas de Temuco, dejaba en prenda de pago su capa heredada del padre ferroviario. Coetáneamente, transnochaban

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también –pero sólo tomando café con leche– en "Los Inmortales" Manuel Rojas, González Vera, Silva Castro y otros no devotos al más popular entre los chilenos de los dioses olímpicos.

También se desplazaron hacia San Diego muchos de los integrantes de la Generación del 38. Uno de ellos, el más extraño y prometedor de todos (para hablar en lenguaje deportivo) Héctor Barreto, personaje lunar que vivía viajes imaginarios sin salir días enteros de su lecho, y que dejara antes de los diecinueve años cuentos de una imaginación inusitada en la narrativa chilena, fue muerto a la salida del Café Volga por un grupo de nazistas el año 1937. Pero de esa generación, el más notable de los "conocidos de la noche" fue sin duda Teófilo Cid, el poeta y escritor que de dandy del Ministerio de Relaciones, pasó a ser –según el decir de Gonzalo Rojas, su compañero en poesía– "el lobo estepario de las noches santiaguinas". Teófilo Cid, hombre de desusada cultura, llevado de una irresistible animadversión a un medio donde impera la mediocridad prefirió inmolarse en la noche, como un budista en las llamas, antes que aceptar los convencionalismos. "Hay estrellas en tu nombre / Cuando una lenta espera me domina / con su atroz desesperanza" le escribía a la noche. Consumido por ella murió en 1963, no sin pronosticar antes que más de alguien en sus funerales diría que "había muerto el último bohemia". Yo mismo –nos decía– he asistido al entierro de una infinidad de "últimos bohemios". Sin duda, los escritores (corriente universal de estos días) han tomado conciencia de ser trabajadores de un oficio, y se cuidan de cumplir horarios regulares y llevar una vida de orden. Sin embargo, habrá siempre un último bohemio, habrá siempre quien se acode a los mesones de los bares abiertos toda la noche, habrá siempre quien salga andar bajo la lluvia y vuelva bajo la lluvia y vaya más allá de la luz lejana de la ciudad, sabiendo que un reloj luminoso proclama que el tiempo no es verdadero ni falso.

En Viaje, Santiago, N°460 (03.1972) pp. 37-38)

SOBRE EL MUNDO DONDE VERDADERAMENTE HABITO O LA EXPERIENCIA POÉTICA

I

He oído decir alguna vez que poesía es lo que hace el poeta. La tarea es partir desde ese lugar y tratar de establecer qué es poesía para quien ejerce ese "monótono oficio o arte".

En un principio poesía eran para mí los extraños trozos de pareja tipografía medida y rimada que aparecían en los libros de lectura, esos versos que hay que aprender de memoria (y no de corazón como se dice en francés); de donde surgen el caballo blanco que nos va a llevar de aquí, las loas a los padres de la patria, los versos a la madre que el mejor alumno declama en el proscenio.

Para empezar entonces, la poesía es lo distinto al lenguaje convencional, por una parte, y por otra, "lo bello", lo idealizado como las cuatro estaciones en los cuadros donde se aprende idioma. Dos son las poesías escolares que aún recuerdo: una me atrajo por la anécdota: "La canción del pirata" de Espronceda ("La luna en el mar riela / y en la lona gime el viento), y la otra de García Lorca: "Naranjita de oro/ de oro y de sol", donde las palabras me sonaban como un encantamiento análogo al de las rondas entonadas por las vecinas al atardecer.

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No recuerdo haber intentado escribir poema alguno hasta los doce años de edad. La poesía me parecía algo perteneciente a otro mundo y prefería leer en prosa. Leía como si me hubiesen dado cuerda, así como relata Pasternak que veía leer a los moscovitas en los trenes de 1941 ajenos al cañoneo alemán venido de unos pocos kilómetros. Leía de todo, desde cuentos de hadas y El Peneca hasta Julio Verne, Knut Hamsun y Pannait Istrati por quien aún vuelan los cardos en el Baragán.

Desde los doce años escribía prosa y poemas, pero en Victoria, ciudad donde aún suelo vivir, fue donde escribí mi primer poema verdadero, a eso de los dieciséis años, o sea, el primero que vi, con incomparable sorpresa, como escrito por otro.

Sobre el pupitre del liceo nacieron buena parte de los poemas que iban a integrar mi primer libro Para ángeles y gorriones, aparecido en 1956. Mi mundo poético era el mismo donde también ahora suelo habitar, y que tal vez un día deba destruir para que se conserve: aquel atravesado por la locomotora 245, por las nubes que en noviembre hacen llover en pleno verano y son las sombras de los muertos que nos visitan, según decía una vieja tía; aquel poblado por espejos que no reflejan nuestra imagen sino la del desconocido que fuimos y viene desde otra época hasta nuestro encuentro, aquel donde tocan las campanas de la parroquia y donde aún se narran historias sobre la fundación del pueblo. Y también aparecían los poetas; el primero de todos Paul Verlaine, cuyos versos rimaban con las campanas y los pájaros y cuya poesía fue la primera que aprendí a ver viva sin necesitar otra cosa que el sonido, y luego Rubén Darío, López Velarde y Luis Carlos López, provincianos cursis y universales, y también los chilenos: Vicente Huidobro, cuya antología leía en la Pascua de 1949, y Omar Cáceres que me fue descubierto por Miguel Serrano en su Ni por mar ni por tierra ("La brújula del alma señala el sur"), y Pezoa Véliz y Alberto Rojas Giménez y Romeo Murga que hablaba por nosotros a las muchachas con las que no podíamos hablar. Sin embargo, aclaro que nunca hubo para mí distinción entre poetas chilenos y poetas extranjeros. Se es o no es poeta, y allí no caben nacionalidades. Más aún, creo que es un signo de madurez no preguntarse ya "qué es lo chileno". Las personas adultas no se preguntan quién son, sino cómo van a actuar. También las colectividades adultas, me parece.

Nuestra poesía siempre ha tendido a la universalidad, que fundamentalmente se obtiene por el lenguaje imperecedero de la imagen. "La muerte que está ante mí como el chubasco que se aleja" del arpista del Antiguo Egipto es también, "la muerte es grande y somos los suyos" de Rilke, y la misma nieve recuerda a las damas de antaño de Villon y es como la soledad en Rilke, y el tiempo es un río en Heráclito y Jorge Manrique.

Pero vuelvo a 1953... cuando como todo provinciano debí hacer el viaje bautismal de hollín de trenes de entonces a Santiago, atravesando la noche como en un vientre materno hasta asomarse a la lívida madrugada de boca amarga de la Estación Central. Por esos años el héroe poético de mi generación era Pablo Neruda, que perseguido por el Traidor se dejaba crecer barba y atravesaba a caballo la Cordillera y desde México lamentaba que los jóvenes leyeron Residencia en la tierra y llamaba a cantar con palabras sencillas al hombre sencillo y en nombre del realismo socialista convocaba a los poetas a construir el socialismo. Hijo de comunista, descendiente de agricultores

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medianos o pobres y de artesanos, yo sentimentalmente sabía que la poesía debía ser un instrumento de lucha y liberación y mis primeros amigos poetas fueron los que en ese entonces seguían el ejemplo de Neruda y luchaban por la Paz y escribían poesía social.

Pero yo era incapaz de escribirla, y eso me creaba un sentimiento de culpa que aún ahora suele perseguirse. Fácilmente podía ser entonces tratado de poeta decadente, pero a mí me parece que la poesía ser entonces tratado de poeta decadente, pero a mí me parece que la poesía no puede estar subordinada a ideología alguna, aun cuando el poeta como hombre y ciudadano (no quiero decir ciudadano elector, por supuesto) tiene derecho a elegir la lucha a la torre de marfil o de madera o cemento. Ninguna poesía ha calmado el hambre o remediado una injusticia social, pero su belleza puede ayudar a sobrevivir contra todas las miserias. Yo escribía lo que me dictaba mi verdadero yo, el que trato de alcanzar en esta lucha entre mí mismo y mi poesía, reflejada también en mi vida. Porque no importa ser buen o mal poeta, escribir buenos malos versos, sino transformarse en poeta, superar la avería de lo cotidiano, luchar contra el universo que se deshace, no aceptar los valores que no sean poéticos, seguir escuchando el ruiseñor de Keats, que da alegría para siempre. De qué le vale escribir versos a tanto personaje resentido y sin puerta de escape que vemos deambular por el mundo literario.

II

A su debido tiempo, me parece que todo poeta en esta sociedad se suele considerar un sobreviviente de una perdida edad, un ente arcaico. La poesía es una enferma grave, a la que se le toleran algunos caprichos en espera de su futura muerte, y también la Cenicienta (para editores) de los géneros literarios aun cuando la novela sea "la poesía de los tontos" según dice mi amigo el poeta Molina Ventura.

La burguesía ha tratado de matar a la poesía, para luego coleccionarla como objeto de lujo. Me parece un signo de estos tiempos ver cómo medio mundo reúne cosas que nunca se usarán: volantines que jamás se enredarán en un árbol, botellas que nunca recibirán vino, redes de pescadores que no sirven para atrapar un pez, llaves mohosas para ninguna puerta, "posters" con efigies de muertos que de algún modo se contribuyó a matar. El poeta es un ser marginal, pero de esta marginalidad y de este desplazamiento puede nacer su fuerza: la de transformar la poesía en experiencia vital, y acceder a otro mundo, más allá del mundo asqueante donde se vive. El poeta tiende a alcanzar su antigua "conexión con el dínamo de las estrellas", en su inconsciente está su recuerdo de la "edad de oro" a la cual acude con la inocencia de la poesía. Si soy extraño en este mundo no soy extraño en mi propio mundo, reflexiona el creador, y a la larga, en poesía, "lo que no es práctico resulta ser lo práctico" como escribía Gunnar Ekelof. Pienso en dos poetas chilenos ya fallecidos que pagaron con su vida su calidad de poetas: Teófilo Cid y Carlos de Rokha, ambos

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"amateurs de la lepra", en nuestro medio. Sí, la poesía considerada como la lepra en este mundo en donde está muriendo la imaginación, en donde la inspiración está relegada al desván de los muebles viejos. Astronautas antisépticos y en esterilizados vehículos llegarán a la luna a plantar sus pequeñas banderas, y a transmitir mensajes sin sentido, serán artistas de circo en la "caja de los idiotas" de la TV. Al contrario, pienso en los verdaderos conquistadores como Cristóbal Colón que parte sin mapas junto con un equipo de locos y presidiarios hasta que aparece el Nuevo Mundo que surge gracias a su visión; en Ponce de León muriendo en pos de la Fuente de la Juventud; Gonzalo Pizarro yendo hacia El Dorado; el Padre Meléndez en estrechas chalupas bogando por los canales hacia la Ciudad de los Césares. Qué puede ver el ciudadano del siglo XX en la Luna sino un pequeño satélite cuya probable utilidad será la de depósitos de perfeccionados proyectiles nucleares, allí donde las jóvenes irlandesas veían al rostro de su futuro amado, los puritanos de Boston a un duende maléfico, los nativos de Samoa una anciana hilando nubes, los niños de hace treinta años a la Sagrada Familia rumbo a Egipto. El poeta es el guardián del mito y de la imagen hasta que lleguen tiempos mejores.

III

Creo que todos mis libros forman un solo libro, publicado en forma fragmentaria, a excepción de Crónica del Forastero. Me parece que difícilmente uno tiene más de un poema que escribir en su vida. Hay varias tendencias en mis libros que van de Para ángeles y gorriones (1956) hasta Poemas del País de Nunca Jamás (1963); una descriptiva del paisaje visto como un signo que esconde otra realidad (como en los poemas "El Aromo" o "Molino de Madera"), otra como la historia de un personaje contada con un marco de referencia que es siempre la aldea (así en "Historia de Hijos Pródigos"), otra como el afrontar el problema del paso del tiempo, de la muerte que subyace en nosotros revelada como el fuego revela la tinta invisible por medio de la palabra (los poemas "Domingo a domingo" u "Otoño secreto"). En este sentido quiero hacer destacar que para mí la poesía es la lucha contra nuestro enemigo el tiempo, y un intento de integrarse a la muerte, de la cual tuve conciencia desde muy niño, a cuyo reino pertenezco desde muy niño, cuando sentía sus pasos subiendo la escalera que me llevaba a la torre de la casa donde me encerraba a leer. Sé que la mayoría de las personas que conozco y conocemos están muertas, que creo que la muerte no existe o existe sólo para los demás. Por eso en mis poemas está presente la infancia, porque –para mí– el tiempo más cercano a la muerte y en donde verdaderamente se entiende lo que significa. Por otra parte, yo no canto a una infancia boba, en donde está ausente el mal, a una infancia idealizada; yo sé muy bien que la infancia es in estado que debemos alcanzar, una recreación de los sentidos para recibir limpiamente la "admiración ante las maravillas del mundo". Nostalgia sí, pero del futuro, de lo que no nos ha pasado, pero que debiera pasarnos.

Siguiendo con mis libros, Los trenes de la noche es un solo poema escrito también de un solo golpe, en un viaje de Santiago a Lautaro, mirando por la ventanilla del tren nocturno, escribiendo unos versos en un cuaderno de croquis tras salir a respirar a la pisadera del carro, tras bajarme rápidamente en las estaciones de donde parten los ramales, a tomar un vaso de vino. El paso del tren representa el tiempo que las locomotoras van dividiendo en forma implacable en el pueblo natal que atraviesan por la mitad. Alguna vez correrá un último tren, pensaba yo, cuál será ese

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último tren, así como tantas veces pienso quién pronunciará por última vez mi nombre, quién leerá por última vez un poema mío.

Crónica del Forastero es un libro con menos revelación, menos visión lírica, un intento fallido tal vez de cambiar mi expresión habitual por el relato, a costa unas veces del relato, otras de la tensión lírica. Pero uno muchas veces no es responsable de lo que hace. Mi intento era el de revivir a través de un personaje lírico la historia o mejor dicho la intrahistoria de la Frontera, nuestro Far West, donde nace en el Siglo XVI la poesía chilena con Pedro de Oña y Ercilla; esa zona tan singular nacida de la fusión de tres razas; revivir a los (y mis) antepasados, proyectar una historia mítica en un presente que debe cambiarse. Yo debía transformarme en una especie de médium para que a través de mí llegara una historia, y una voz de la tierra que es la mía, y que se opone a la de esta civilización cuyo sentido rechazo y cuyo símbolo es la ciudad en donde vivo desterrado, sólo para ganarme la vida, sin integrarme a ella, en el repudio hacia ella. Es posible que esta "Crónica" sea un primer intento que alguna vez retomaré, un primer paso hacia un poema épico para el cual todavía no estoy preparado. Mi trabajo actual está orientado en otro sentido, que no creo del caso hablar ahora, para utilizar figuras manidas, la primavera trabaja mudamente las raíces del trigo que va a aparecer. Tal vez sí apunte a una contradicción de mí mismo, una contradicción dolorosa, porque yo no soy poeta de la aventura, sino del orden, aun cuando admire a los innovadores auténticos, por supuesto. Pero sí, quiero establecer que para mí lo importante en poesía no es el lado puramente estético, sino la poesía como creación del mito, y de un espacio y tiempo que trasciendan lo cotidiano, utilizando muchas veces lo cotidiano. La poesía es para mí una manera de ser y actuar, aun cuando tampoco puedo desarticularla del fenómeno que le es propio: el utilizar para su fin el lenguaje justo para este objeto. Mi instrumento contra el mundo es otra visión del mundo, que debo expresar a través de la palabra justa, tan difícil de hallar. Porque el poema no debe (como dice Archibald McLeish) "significar sino ser". Tal vez lo que importa no es dar en el blanco, sino lanzar la flecha. Y de nada vale escribir poemas si somos personajes antipoéticos, si la poesía no sirve para comenzar a transformarnos nosotros mismos, si vivimos sometidos a los valores convencionales. Ante el "no universal" del oscuro resentido, el poeta responde con su afirmación universal.

IV

Nunca he pensado escribir una poesía original, ni me tengo por un ser sin antepasados poéticos. Cada poeta tiene una línea que va siguiendo. Es la mía la de Francis Jammes, Milocz en alguna de sus etapas, René Guy Cadou —un poeta con cuya visión del mundo creo tener afinidad—, Antonio Machado, para citar a los poetas principales, y en las lenguas que puedo leer en versiones originales, lo que me parece fundamental. En prosa, la línea de Robert Louis Stevenson, Alain Fournier, Selma Lagerlof, cierto Knut Hamsum, Edgar Allan Poe (Arturo Gordon Pym). En Chile, alguna vez me adscribí a un cierto sentido de la poesía que yo mismo llamé "lárica" (ver Boletín de la Universidad de Chile, número 56, 1965, mi trabajo "Los poetas de los lares"), y en donde están, entre otros, Efraín Barquero y Rolando Cárdenas, para citar sólo a mis coetáneos. A través de la poesía de los lares yo sostenía una postulación por un "tiempo de arraigo", en contraposición a la moda imperante e impuesta por ese tiempo, por un grupo ya superado, el de la llamada

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Generación del 50, compuesto por algunos escritores más o menos talentosos, por lo menos en el sentido de la ubicación burocrática, el conseguir privilegios políticos, el iniciar empresas comerciales, representantes de una pequeña burguesía o burguesía venida a menos. Ellos postulaban el éxodo y el cosmopolitismo llevados por su desarraigo, su falta de sentido histórico, su egoísmo pequeño burgués. De allí ha nacido una literatura que tuvo su momento de auge por la propaganda y autopropaganda, pero que por frívola y falta de contacto con la tierra, por pertenecer al oscuro mundo de la desesperanza ha caducado en pocos años. La pretendida crisis de la novela chilena no es, tal vez, sino crisis de la inautenticidad, de renuncia a las raíces, incluso a las de nuestra tradición literaria, por pobre que sea. En cambio, la mayor parte de nuestros poetas se mantienen fieles a la tierra, o vuelven a ella, como es el caso desde Neruda y Pablo de Rokha a Teófilo Cid y Braulio Arenas, ex surrealistas; o como en los más destacados poetas de la última generación, la poesía es expresión de una auténtica lucha por esclarecerse a sí misma, o por poner en claro la vida que la rodea. Pero mejor que yo lo dice Rilke: "Para nuestros abuelos una torre familiar, una morada, una fuente, hasta su propia vestimenta, su manto, eran aún infinitamente más familiares; cada cosa era un arca en la cual hallaban lo humano y agregaban su ahorro de humano. He aquí que hacia nosotros se precipitan llegadas de EE.UU cosas vacías, indiferentes, apariencias de cosas, trampas de vida... Una morada en la acepción americana, una manzana americana, o una viña americana nada tienen de común con la morada, el fruto, el racimo en los cuales había penetrado la esperanza y la meditación de nuestros abuelos... La cosas dotadas de vida, las cosas vividas, las cosas admitidas en nuestra confianza, están en su declinación y ya no pueden ser reemplazadas. Somos tal vez los últimos que conocieron tales cosas. Sobre nosotros descansa la responsabilidad de conservar no solamente su recuerdo (lo que sería poco y de no fiar), sino su valor humano y lárico". Hasta aquí Rilke (1929). Y no se debe añadir nada más. Dentro del mismo Estados Unidos los movimientos de los beatniks y los hippies recuperan también este mundo del "lar".

V

Lo he dicho entre líneas, pero ahora quiero hacerlo explícito: el personaje que escribe no soy necesariamente yo mismo, en un punto estoy como un ser consciente, en otro la creación que nace del choque mío contra mi doble, ese personaje que es quien yo quisiera ser tal vez. Por eso el poeta es quizás uno de los menos indicados para decir cómo crea. Cuando el poeta quiere encontrar algo se echa a dormir, me parece que lo dice León Felipe. Habitualmente el poema nace en mí como un vago ruido que debe organizarse alrededor de la palabra o la frase clave o una imagen visual que ese mismo ruido o ritmo mejor dicho, concita. No puedo concebir luego el poema en la memoria, sino que debo escribir la palabra o frase clave en un papel, y ver cómo se van organizando alrededor de ella las demás. Nunca corrijo, sino que escribo varias versiones, para elegir una, en la cual trabajo. A veces queda limpia de toda intervención posterior, otras veces empiezo a podar y corregir en exceso, quitando espontaneidad. Creo que algo de eso me ocurrió en la Crónica del Forastero. Pero en realidad, nunca sé en verdad lo que voy a decir hasta que no lo he dicho.

VI

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Releo este trabajo, como de costumbre me siento disconforme de él, pero hemos llegado a un fin y eso no carece de importancia.

Me molesta el tono impostado y dogmático que he solido adoptar, así como el de querer decir verdades últimas. De veras, muchas veces no sé si soy poeta o no, no sé si sobrevivirá de lo que he escrito por lo menos "algunas palabras verdaderas" como pedía Antonio Machado. Pero "nuestra duda es nuestra pasión y nuestra pasión es nuestra tarea". No soy humilde, al estilo de los que dicen, como decía la violeta, "a humilde a mí no me la gana nadie", pero tampoco seguro de si lo que escribo vale ante los demás y ante mí mismo. Tal vez alguna vez ya no escriba más poesía, tal vez siga en esta tarea que nadie sino yo mismo me he impuesto, no para vender nada, sino para salvar mi alma, en el sentido figurado y literal.

Bien, si difícilmente he podido comunicar algo pido disculpas afirmando como lo hace Humpty Dumpty en Alicia a través del espejo que las palabras no significan sino lo que nosotros queremos que signifiquen. De todos modos, para terminar diré que "el vino y la poesía con su oscuro silencio" dan respuesta a cuanta pregunta se le formule y que si mi amigo el poeta Nicanor Parra escribe "Total cero" en un "artefacto" de epitafio a Pablo de Rokha yo prefiero decir con Paul Eluard que "toda caricia, toda confianza sobrevivirá", y con René Char: "A cada derrumbe de las pruebas el poeta responde con una salva por el porvenir".

En Trilce, Valdivia, N°14, 1968-1969, pp. 13-17. También publicado en Aisthesis, Santiago, Nº 5, 1970, pp. 279-284; en Antología de la poesía chilena contemporánea, Alfonso Calderón (comp.), Universitaria, 1971, pp. 351-359 y en Muertes y Maravillas, Universitaria, 197

ESPEJISMOS Y REALIDADES DE LA POESÍA CHILENA ACTUAL

Como un fenómeno paralelo al de la minusvaloración de la novela chilena, –que según el sentir de la mayoría de los críticos parece estar en decadencia sin haber alcanzado edad de oro–, ha surgido la puesta en relieve de la excelencia de la poesía chilena contemporánea, en la vía de la comparación implícita las más de las veces.

La evaluación parte fundamentalmente de la repercusión internacional de prosa y poesía, en la que con toda claridad toma ventaja la segunda. Pero esta apreciación riesgosa tiende a distorsionar el papel que juegan poetas y poesía dentro de nuestro medio.

Se sabe que existen grandes poetas cuya obra influye en todo el ámbito de la lengua, como Neruda y Vicente Huidobro, y en menor escala la Mistral. Podemos agregar en este último tiempo a Nicanor Parra, cuya "antipoesía" pesa en muchos círculos de Latinoamérica, particularmente en la más nueva poesía cubana y argentina. Pero este hecho, y el constatar que existen por lo menos diez o doce poetas de primer orden en el país –lo que no es poco decir–, hace las veces de un biombo de autocomplacencia que oculta una crisis tan peligrosa en nuestra poesía –aun cuando

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en otro sentido– como la que experimenta nuestra novela: no tiene virtualmente lectores (salvo dos o tres excepciones), está incomunicada, no ya del grueso público, sino del público medio por la asfixia de las editoriales comerciales, y el poeta que quiera dedicarse exclusivamente a su labor creadora dentro de nuestra sociedad se verá desplazado y transformado en una especie de paria.

El poeta, ser marginal

Fuera de Pablo Neruda en sus últimos años (antes fue diplomático y parlamentario) y de Pablo de Rokha, que debía recorrer duramente todo el país vendiendo los libros que él mismo se editaba, ningún poeta chileno ha vivido o podría vivir exclusivamente de sus obras. Y esto es grave, un obstáculo a una labor creadora que necesita continuidad y dedicaci6n en grado que llamaríamos profesional, en contra de la opinión general o hasta de las boutades que se permiten los mismos poetas, como aquella de Jean Cocteau, que afirma que "poeta es un escritor que no escribe", y la de Saint-Pol Roux, que colocaba un letrero que decía "El poeta trabaja" cuando retirábase a dormir. Entre nosotros, poetas como Teófilo Cid y Carlos de Rokha, para citar casos recientes, pretendieron unir la poesía a la vida y fueron descalificados como "bohemios", pese a que Carlos dejó cerca de veinte libros inéditos y Teófilo Cid era un ejemplar hombre de letras, en constante actividad, y alcanzó a publicar media docena de obras. Su presencia en esta sociedad era una acusación y llegaba a ser "cuando no inoportuna, deprimente", como dijera el mismo Teófilo Cid a la muerte de Carlos de Rokha. Por esto, entre nosotros, los poetas por lo general suelen refugiarse en los resquicios que les dejan libres los desperfectos de las maquinarias burocráticas, según la expresión de Valery. Pero si las labores burocráticas son opacas o innecesarias producen serias frustraciones, y si el poeta decide hacerse "responsable" termina muchas veces por sepultarse bajo el polvo de los expedientes, o las "cuatrocientas horas de clases semanales", dejando de todos modos en segundo plano su obra creadora.

Por esto, creo que en nuestro medio no se ha dado el tiempo humano al poeta ciento por ciento, como lo fuera Aragon, Paul Eluard, Rilke; o Maiakovski y Essenin en el mundo socialista. Fenómeno por demás extensivo a todos los países latinoamericanos.

Problema de comunicación, problema editorial

Toda poesía es una forma de comunicación, de confraternidad. un acto de amor. Sólo los maníacos de la incomunicación y de la oscuridad pueden pretender lo contrario. Con razón ha dicho Gonzalo Rojas: "...si mi palabra no hubiese sido escuchada: ah, entonces no habría sido igual! En eso voy. Abriendo el mundo, como puedo, con mi palabra, que es sólo parte de la palabra de los poetas". Claro está que existe una poesía hermética, por profunda necesidad (accesible por el momento sólo a una minoría), como la de Humberto Díaz Casanueva, por ejemplo. Pero junto a estos calificados y necesarios poetas existen los seudopoetas que se amparan en la facilidad de expresar en renglones malamente cortados la dispersión mental, la a–lógica, o que vacían sus delicuescencias adolescentes, su trasnochado vanguardismo, los que elevan el lugar común y la parrafada de diario a la categoría del espíritu, o los que queriendo ser más Parra que Parra

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incurren en una antipoesía que suele no dar risa sino lástima. Todos ellos, y no son pocos, crean un confusionismo que perjudica notoriamente la difusión y el conocimiento de la poesía tal como es.

Peso a toda la gran fama de la poesía chilena, al lugar egregio que ocupa según todos dicen reconocer, la gran mayoría de los poetas se encuentra con el problema de no tener editor, no poder dan a conocer su mensaje. Los editores no son filántropos, por supuesto, y sostienen que la poesía no se vende, aún cuando muy poco hacen por difundirla. De vez en cuando les interesan las antologías que sí se venden, pero que para desgracia de los poetas no son la mayoría de las veces sino "Antojolías" o improvisaciones hechas por poetas o críticos de buena o mala voluntad (fuera de las antologías de Molina y Araya Selva Lírica, de la de Anguita y Teitelboim y, con todas sus distorsiones, la de Jorge Elliott, sería difícil contar otras criteriosas). El año pasado sólo un libro de un poeta de las últimas generaciones fue publicado por una editorial comercial: El Viento de los Reinos, de Efraín Barquero. La fuga de Sebastián, de Jaime Gómez Rogers, apareció gracias a haber obtenido el Premio Alerce de la Sociedad de Escritores, que está bajo la amenaza de ser suprimido. Incluso Gonzalo Rojas debió financiar gran parte de su Contra la muerte, que sin embargo apareció en Cuba, y la viuda de Rosamel del Valle, Therése Dulac, financió la edición póstuma de Adiós enigma tornasol. Así el poeta, sobre todo el poeta joven, debe publicar riesgosamente, por cuenta propia, y al fin, su libro sin contar con distribución está condenado a ser regalado a los amigos, a no ser que se le deje durmiendo en un desván. Situaciones todas deprimentes que contribuyen a la separación entre poeta y público. Y sólo un tonto pedante o un pedante tonto puede consolarse actualmente de la poca difusión de sus libros diciendo que a Baudelaire le ocurría lo mismo. Ya no es posible conformarse con considerar la poesía como un patrimonio de unos pocos y sabios iniciados. Si esto fuera así, ella sería un lujo, y no una necesidad, y el poeta, un ser antidiluviano a punto de extinguirse, cosas ambas fuera de toda realidad. Todo verdadero creador sabe –y lo ha experimentado– que la poesía es un lenguaje de confraternidad, un medio de cambiar la vida individual y colectiva, un sistema de correlación y conocimiento entre hombre y naturaleza.

Las revistas literarias y de poesía podrían ser un excelente medio de difusión, además de laboratorios en donde se van afinando las experiencias poéticas. Pero en nuestro medio son escasas y de existencia esporádica (en Argentina, por contraste, existen por lo menos una treintena). Aquí aparecen una o dos veces al año Trilce y Arúspice, órganos de los grupos homónimos, dirigidos por Omar Lara y Jaime Quezada respectivamente, excelentes ambas, y ambas financiadas por las universidades Austral y de Concepción.

Cada cierto tiempo los heroicos esfuerzos de Andrés Sabella y de Floridor Pérez hacen aparecer Hacia y Carta de Poesía, ambas en provincia. Portal y Litoral llevan una vida muy irregular. Orfeo, que en un momento cumplió una importante labor de divulgación y aparecía con regularidad, so fue transformando sólo en una empresa comercial que lanza un tomo anual, a precio inaccesible, pese a las generosas subvenciones obtenidas del Gobierno y embajadas. El último número es una ofensa a la memoria de la Mistral. De allí el unánime repudio hacia esa publicación de la casi totalidad de quienes fuimos sus fundadores y colaboradores.

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Crítica y críticos

La crítica suele ser la bête noire de los poetas, sobrellevando toda clase de acusaciones. En eso soy un tanto escéptico. El crítico suele cumplir un efectivo papel de intermediario entre poeta y público, aun cuando sea atacando al poeta. Por lo demás, el público avisado no hace demasiado caso a la opinión del crítico, que, por lo demás, no tiene por que ser un vidente. Entre nosotros la crítica oficial casi siempre ha condenado la poesía buena, desde los tiempos en que Omer Emeth, el jesuita mercurial de entonces descalificaba a Vicente Huidobro. Se sabe, además, que la mayoría de los críticos, pese a los esfuerzos por aparecer objetivos, están condicionados por compromisos extraliterarios.

Faltan sí los estudiosos de poesía que no sean meros acarreadores de datos o se limiten a tratar a los poetas ya archiconsagrados, sino que con audacia traten valores como Rosamel del Valle, Omar Cáceres, Díaz Casanueva, Gustavo Ossorio, Braulio Arenas, en cuya trascendencia aún no se ha profundizado.

Poesía y estado

En numerosas ocasiones nos ha tocado oír o leer cómo sociedades de escritores o instituciones piensan en la ayuda estatal para solucionar los problemas editoriales y de divulgación. En esto confieso también mi escepticismo. De una u otra manera en esta sociedad el poeta es un rebelde, entregado a una actividad antiburguesa, puesto que es antiutilitaria, y precisamente su

aislamiento de la masa viene de los tiempos del ascenso de la burguesía al poder político. Conviene al orden establecido que el mensaje de la poesía, con su carga de liberación de lenguaje, de imaginación, permanezca restringido a círculos limitados. En el mundo socialista la situación es distinta, aun cuando la protección estatal tiene sus peligros, pues muchas veces ha resultado (como lo afirmaba Benjamín Péret) que para los políticos la poesía debe ser el equivalente de la publicidad, así como los católicos el equivalente laico de la oración. En este sentido, me parece que Cuba está dando un buen ejemplo, al eludir todo esquematismo, al dar aliento a todo tipo de experiencia poética. Allí, por el momento, y ojalá que para siempre, se están "abriendo cien flores, compitiendo cien escuelas".

El aislacionismo y el "ombliguismo"

Ser poeta en nuestro país es un acto heroico, que trae también sus peligros. La poesía verdadera ha llegado a ser –quiérase o no, el privilegio de unos pocos, y los pocos que además son poetas, tienden a su vez a aislarse, a formar sociedades, grupos y grupúsculos, con el consiguiente peligro de la autocomplacencia que trae el aislarse del flujo de la vida, hacer poesía sobre poesía, transformarse en una especie de secta de intercambio filatélico o numismático, con la diferencia que aquí se trata de versos, proclives al mutuo elogio, la mutua propaganda, la exclusión meramente epidérmica de quienes no pertenecen al grupo. Es necesaria una apertura que airee un poco nuestro encerrado ambiente. Asimismo es un peligro el que hemos alguna vez llamado "ombliguismo", el creer –como muchas veces lo hemos oído sostener– que la poesía chilena no

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sólo es la mejor de Latinoamérica, sino del mundo entero. Dudoso parece que exista "poesía chilena", pienso más bien que hay poetas chilenos, ya que ninguna poesía es nacional, sino fruto de interrelaciones. Me atrevo a afirmar que la mayor parte de los poetas en esto país no sólo desconocen que en Brasil o Nicaragua o México existen movimientos poéticos tan importantes como el chileno, sino que aun ignoran la propia tradición poética chilena.

Final

Estos apuntes que apuntan a una crisis de la poesía chilena no son, sin embargo, pesimistas en cuanto a la mantenida calidad de nuestra poesía. Para referirme sólo a mi generación, aquella de quienes entregan sus primeros libros entre 1950 y 1960 y que ya han sobrepasado los treinta años de su edad, pienso que algún día, con la debida perspectiva, se verá la trascendencia que cobró al liberarse del peso avasallador de los "Grandes" de nuestra poesía, tornarse a la vez más universal y más arraigada en la tierra, y ser capaz ya de influir en las generaciones inmediatamente posteriores. Es motivo de optimismo sentir la presencia de poetas como Efraín Barquero, Miguel Arteche, Alberto Rubio (que quedará con su sola Greda Vasija) y la de otros que aún no pronuncian su última palabra, como Rolando Cárdenas, Armando Uribe, Pablo Guíñez, Sergio Hernández, Alfonso Calderón u Oscar Hahn, cuyo inusitado dominio del verbo le ha conferido últimamente una especial jerarquía.

Al terminar estas un tanto improvisadas notas sobre el estado actual de nuestras poesía, debo indicar que las críticas que suelo hacer también se deben tomar como una autocrítica, como corresponde a todo trabajador de la poesía. Pero el signo final bajo el cual veo nuestro desarrollo poético no es, pese a todo –lo reitero–, el del pesimismo. Por algo ha escrito René Char que "a cada derrumbe de las pruebas el poeta responde con una salva de realidad".

En Plan, Santiago, Nº27 (31.07.1968), p. 23.

POR UN TIEMPO DE ARRAIGO

Hemos venido siguiendo con interés una reciente polémica planteada en ésta y otras publicaciones por los escritores Luis Enrique Délano y Jaime Valdivieso, en torno al problema de la frustración de los escritores debido a la presión de un ambiente desfavorable y la necesidad del exilio, en otros términos, sobre el arraigo o desarraigo. En el número 3 de la Revista Portal, Enrique Lafourcade insiste en el tema en un artículo suyo sobre La Generación del 50, escrito poco antes de despedirse del país para ir a residir a los Estados Unidos. Curiosamente, en el fondo su planteamiento coincide con el de Valdivieso, pese a las conocidas divergencias ideológicas de ambos. "Quebramos todos los vidrios, dice Lafourcade. Luego, el éxodo". Según él, este éxodo se debe a que aquí un intelectual no goza de ningún rango especial, no se puede ganar la vida, no puede desarrollar su talento. Como ilustración entrega una larga lista de "desterrados" que en el extranjero se dedican a ocupaciones tan espirituales y edificantes como la publicidad, la diplomacia, el buscar casamiento con damas francesas dueñas de castillo, o inaugurar piscinas de viudas de generales mexicanos. Naturalmente, en nuestro país estas actividades no cuenta con demasiado campo. Y a escritores como Carlos Sepúlveda Leyton, Baldomero Lillo, Nicomedes

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Guzmán, que nunca se expatriaron y lucharon bravamente contra toda clase de postergaciones, no hay para qué tomarlos en cuenta. Tal estado le espíritu es previsible y justificable en Lafourcade, talentoso escritor, por cierto, y buen representante del pequeño burgués ubicuo y cosmopolita, pero resulta alarmante cuando se extiende a un no reducido número de escritores de izquierda. Hemos visto como algunos declaran que este país es una selva, un desierto, que no hay tradición cultural, que vivimos en el paraíso de la frustración. Se desdeña nuestra historia (casi siempre ignorándola totalmente) y nuestra literatura.

La actitud de niños mimados, es bien propia de muchos intelectuales. Piensan que por el hecho de serlo, son seres superiores, y casi en forma inconsciente desean todas las oportunidades y pleitesías posibles. Lo curioso es que las esperan del régimen dominante, sin mostrar la menor confianza por las clases trabajadoras, pese a ingresar muchas veces en sus organizaciones. Frente a ellos, recuerdo a tantos poetas amigos como aquellos que son maestros primarios rurales, que afrontan heroicamente, sin queja alguna, toda suerte de persecuciones y postergaciones, prosiguiendo siempre sus tareas de hombres y de escritores. O en los muchachos como los del Grupo Arúspice y Vanguardia de Concepción; o Trilce, de Valdivia, que en ciudades más bien inhóspitas para los creadores luchan contra el medio transformándolo paulatinamente con sus esforzadas actividades.

Sí, la actitud cínica o desesperanzada no es total. Caracteriza sólo a la mayor parte de los escritores de la generación del 50, representantes de una pequeña burguesía citadina, o de una burguesía venida a menos. Contra ellos, si no teóricamente, en forma vital, se levantan escritores como Edesio Alvarado, que ha confirmado tan abrumadoramente su talento con su obra enraizada en el profundo sur. Y luego, Marta Jara, Nicolás Ferraro, Luis Vulliamy, José Miguel Varas, entre otros. Ellos y poetas como Efraín Barquero, Pablo Guíñez, Rolando Cárdenas, Sergio Hernández, Floridor Pérez, son todos indagadores del espíritu del hombre y del paisaje nuestro, como lo fueron los hombres –de todas las banderas– de la generación del 38.

No tratamos de postular principios de nacionalismos estériles. Menos aún de pedir el encierro. Es necesario viajar, escuchar otras voces, recorrer otros ámbitos, así como superar la nefasta incomunicación cultural que nos impide el acceso a tantos libros, films u obras teatrales.

Un creador debe estar siempre alerta frente al diálogo con los creadores de otras latitudes. Pero los que eligen el éxodo no serán sino zombies, no estarán ni aquí ni en ninguna parte, serán los hombres desarraigados. El autodestierro indica falta de confianza en sí mismo, y es a la vez un peligroso estado de yaconismo intelectual. Si un escritor se considera revolucionario (y siempre todo verdadero escritor ha estado en pugna contra los órdenes sociales injustos), elegirá la lucha contra su medio ambiente, tratará de superarse y superarlo por todos los medios. El lujo de desarraigo se lo pueden dar sólo los pueblos antiguos, ya seguros de sí mismos. El cosmopolitismo es un lujo que puede darse sólo cuando se ha logrado, como ha señalado Juan Rivano, llegar al tiempo del arraigo verdadero: "los tiempos en que haya suelo firme bajo nuestros pies y podamos hablar de una cultura y de un espíritu nuestro, sin que importen sus dimensiones".

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En El Siglo, Santiago (13.11.1966), p. 15

LA TERRIBLE INFANCIA

La primera mirada hacia la infancia hace surgir en el espejo encantado de la memoria el reino de la edad de oro, el paraíso perdido en donde llegan las voces que siempre deben escuchar aquellos que no tienen patria en el tiempo. El niño se vuelve prototipo de una condición inocente y primitiva que si se recuperara bastaría para ordenar el mundo en un diverso sentido del que la antropófaga lucha por la existencia le señala: recordemos el final del fellinesco "8 1/2", en donde el protagonista, de nuevo niño, vestido de blanco, al compás de una melancólica y festiva tocata, va dirigiendo a una feliz ronda a los otrora angustiados personajes.

Pero una segunda mirada descubre una imagen que suele permanecer escondida (porque el hombre necesita sueños y mitos para sobrellevar su vida cotidiana): que la infancia no es sólo el dominio de la pureza, sino que también allí los ángeles de las tinieblas extienden sus alas. Se ha dicho que la maldad está incluso en el átomo. Y uno de los testimonios que iluminan más claramente esta zona secreta infantil es un libro que termino de releer en una nueva edición española: Un ciclón en Jamaica, de Richard Hughes, especie de cuento de hadas, de terror, narrado por este extraño autor que en este mundo de la prisa demora veinte años en escribir una novela. Una novela en la que unos niños del siglo pasado, enviados en un velero de Jamaica a Inglaterra, sienten más pensa por la suerte de un gato favorito que por la separación de sus padres, y que –raptados por unos piratas– pasan a transformarse en dueños del barco, hasta que al fin una niña del grupo comete un crimen por el cual ahorcan a los inocentes lobos de mar. Porque los adultos no comprenden a los niños, están separados de ellos por murallas de vidrio. El código de los mayores resulta incomprensible para los infantes. Ellos se someten a su propio código, secreto y despiadado, creado por sus coetáneos provistos de fuerza o de astucia, al que deben someterse los débiles y los tímidos. Todos hemos conocido en el colegio a esas víctimas condenadas a quedar solas en la sala de clase o a arrinconarse medrosas en un ángulo del patio durante los recreos: no sólo los tímidos, los humildes, los débiles, sino los lisiados, los poseedores de cualquier defecto físico.

Es por eso que siempre hemos considerado con escepticismo los esfuerzos de los pedagogos que luchan por proscribir los elementos de violencia o terror en los cuentos para niños, reemplazándolos por cuentos blancos que no son tan apetecidos, porque –claro está– no tocan los más oscuros sentimientos de los niños, los más profundos también. Difícil será, asimismo, que toda campaña pacifista imaginable pueda suprimir el amor infantil por la fanfarria, los uniformes, las armas.

Sí, es preciso dudar ante la tentación de reconstruir o regresar al placentero reino de la infancia. También hay en él zonas negras, pantanos en donde no nos gustaría sumergirnos. De ellos hay buenos descriptores literarios. No está sólo, por cierto, Richard Hughes con su Ciclón en Jamaica. Para terminar este artículo con la seriedad que se le exige en nuestro acucioso medio a un investigador de la ya mentada "zona negra de la infancia"), entrego una breve bibliografía del

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tema: El Señor de las Moscas, de Golding, con los correctos escolares ingleses que en una isla desierta vuelven al salvajismo (reverso del idilio de Dos años de vacaciones, de Julio Verne); Ray Bradbury con sus niños que crean leones que devoran en la TV a sus padres o se alían con los invasores de otros mundos; Vargas Llosa y el mundo concentracionario de La Ciudad y los Perros, naturalmente Jean Cocteau y Saki, y para finalizar, Leonora Carrington, la hechicera cuyos prohibidos sueños de Conejos Blancos nos entregara Braulio Arenas en una de sus casi secretas ediciones de hace algunos años.

En Las Últimas Noticias, Santiago (13.11.1965), p.4.

ESTACIÓN SUMERGIDA *

Yo no estoy soñando, lo recuerdo, olvidé cómo se soñaba; quizás esto sea un mar, bien puede ser la tierra, encima el cielo deshaciendo su cabellera. Esto no es un mar sin olas, es una lámina descolorida, un día muerto por dagas invernales, un día fusilado por lluvias. De pronto lo rompen manotazos de campanas, tictaqueos de sombras, y se cierra como una cuchillada de trenes oxidados devorando las cerezas maduras del sol.

Propicio tiempo para levantar cruces de barro en el pecho de mapuches asesinados, para los caballos crepusculares que se extravían en las acequias. Ya lo sé, debo escaparme de los ahogados que flotan en los pozos, voy a beber grandes tragos de poemas silvestres veo desde el umbral al atardecer mordiendo plazas, aferrándose gelatinosamente a los tejados rotos, hasta caer junto a muchachas desfloradas en graneros solitarios a las antiguas bodegas de la noche.

Pálidamente las horas se reúnen a jugar a las cartas en torno a la mesa de los días, desconozco el tren que me dejó entre ellas, viéndolas alimentarse de cantos estrangulados, persiguiendo a mis amigos, arrastrándolos en el río del tedio. Yo no sueño, todo cuanto veo es cierto, ellos pasan del brazo de mujeres desdentadas, riendo largamente. Una ola invade mi habitación, recuerdo a mi vecina cantando hasta que el cielo le llenaba las manos de azul, yo no besé esas manos, yo tenía al viento cordillerano arañándome, y la muerte oculta tras viejas y profundas fotografías. Aferrado a un puente de madera, inclinado sobre las venas turbias de la noche pasan botellas vacías, libros oxidados de relecturas,

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el barrio de las prostitutas pobres donde cierro los labios por no decir mi nombre. No es nada esto, sólo que a veces siento temor de saber quién soy verdaderamente.

Me gustaría despertar con los labios húmedos como después de los largos besos de las sabias primas, como si estuviese tomando café servido por mis hermanas. Pero si abro los ojos también estaré sumergido, pues la lluvia hace girar su pausado gramófono, mientras hay un nevar de alas deshechas por los días, velorios humedecidos de vino, y esta mano helada en mi garganta, helada como parroquias y confesionarios que no se desprende, si la pudiese deshacer un brillar de días felices.

Ahora lo sé, he estado siempre despierto, mirando silenciosamente la estación sumergida donde los huesos de las nubes hilachean los árboles.

Alguien me debe esperar -quizás algunos muertos- pues voy hacia las chimeneas rústicas, los aserraderos vacíos, las grandes, prestigiosas casas de madera sureña venidas abajo como flores destrozadas por los duros dientes del olvido, y busco el sol en los huertos cuyos párpados lo esconden.

Todo me espera en la estación sumergida, nuevamente, en la empapada de malezas, la crecida de sueños angustiados y torvos, mientras el tiempo detenido cierra sus pesados portones y confusamente respira en el mar del invierno.

De En el mudo corazón del bosque, 1997.

DÍAS DE OCIO EN LA CIUDAD QUE FUE

Nadie me entiende sino el Gato Pedro Le daré una botas para que llegue a la Ciudad que Fue Y deje de dormir frente a la chimenea que en el Molino encienden en pleno verano En el Sur Profundo tendrá que cazar ratones Y vivir con colores propios Mientras yo voy al cementerio Del brazo de la hija del capitán del Puerto Donde hace cuarenta años que no pasa ninguna nave El tontito del pueblo me pregunta si yo soy poeta Y yo le recito "Asteroides" de Pedro Antonio González Todos creen que yo lo escribí Y firmo autógrafos para los hijos de los parroquianos

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Ya no hay barcos Ya no hay trenes Los diarios de la Capital llegan al día siguiente de su aparición Le regalé al Cura Párroco "La Mente Drogada. Cómo Librarse de las Dependencias" De los doctores Hudgson y Miller Mientras un niño echa anilina a la pila del agua bendita Que Nuestro Señor me libre del trabajo Sólo quiero que se abran para mí las puertas de marfil del ocio Y yo quiero que esto no sea un poema Sino una página en blanco.

HOY SOY UN MIEMBRO DEL CLUB DE LOS CORAZONES SOLITARIOS

Hoy soy un miembro del Club de los Corazones solitarios. En la clínica espero, aburrido, el desayuno, Mientras mi compañero de mesa mira el muro recién blanqueado y comenta, riendo, una película de gangsters.

Nunca te envié ni siquiera una postal, y no sé por qué me acuerdo de ti. Debes estarle dando desayuno a tus hijos ¿Cuántos son? ¿Se parece alguno a mí? Debes haberte casado con un profesor primario o un jefe de Correos.

Vas a la huerta y hablas con tu madre sobre tu padre y tus amigos muertos que hoy deben estar en el cielo jugando brisca rematada, tras dejar como herencia casas a medio morir saltando.

Yo, antes de ir al Liceo, te hablaría bien del peor alumno del curso y del partido de fútbol que ayer ganó el "Aguilas del Barrio Norte" Yo no sabía que iba a viajar bajo tantos cielos agonizantes, y que en ningún país hallaría a alguien que compartiera el silencio.

Yo no sabía que iba a cumplir cincuenta años sin nadie y por eso te veo mientras espero el desayuno. Sonreías en el puente cuando te decía que no moriríamos en Nápoles y que en el Sena te obligaría a subir a un bateau-mouche.

Tú vuelves a hacer hablar a la cocina a leña y tus días pasan como si no pasaran: Son el tropel de bueyes que tu hermano lleva a la Feria y yo sigo escribiendo versos tontos que debería echar al fuego.

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Hoy soy un miembro del Club de los Corazones Solitarios.CONVERSACIÓN "BEAT" CON ALLEN GINSBERG

Para encontrarnos con Allen Ginsberg recurrimos al azar, que parece seguir siendo el mejor medio para reunirse con un poeta. Así fue como al pasar un mediodía frente al Hotel Panamericano entramos a preguntar por el líder de la "beat generation". Mientras nos comunican que debe partir de un momento a otro a Concepción, lo vemos aparecer y nos acercamos a saludarlo. Su aspecto varía entre el de predicador religioso, comerciante ambulante y guerrillero cubano: frondosa barba, melena, desaliñado atuendo y un equipaje consistente en un gran bolso de buhonero y una caja de cartón.

Conversamos en castellano, que Ginsberg habla en forma bastante fluida. Nos explica que lo aprendió durante sus viajes por el Caribe, cuando era marinero mercante, y en su estadía por varios meses en México (Chiapas y Yucatán). Al poco rato, para ilustrar mejor sus palabras, abre la caja de cartón que nos había intrigado, y nos muestra una serie de libros de nuevos poetas y prosistas norteamericanos, y algunas revistas y folletos que nos regala, como un predicador que viene a dejar su Evangelio al sur del Trópico de Capricornio. Es característica, nos parece, en Ginsberg, una actitud de avidez y curiosidad que se exterioriza en un afán de conocer cosas nuevas (apenas llegó a Santiago partió al Zoológico, en donde se hizo amigo del oso hormiguero, y luego visitó el café "Bosco", en donde trabó amistad inmediata con algunos poetas), o de hacer proyectos como el de estar varios meses en Chile, y luego atravesar a pie la Cordillera. Podríamos llamarlo, sin temor al mosdismo, un "angurriento", calificativo criollo que quizás le sería grato, pues durante la charla se autocalificó de "roto choro".

Nos sorprende la destreza con que Ginsberg amarra nuevamente su equipaje. Nos explica que esto se debe a que durante un tiempo fue dependiente de almacén. Actualmente ha vivido gracias a sus ingresos que le proporciona su libro Howl (8 ediciones y más de 40.000 ejemplares vendidos desde 1956. Recordemos que además en Chile hay una edición de este poema traducido por Fernando Alegría). Además, ha grabado en disco sus poemas, y hace clases de composición en un colegio de San francisco.

Así ha llegado al éxito terreno este poeta, a los 33 años, después de vivir y escribir en el infierno –como dice William Carlos Williams en el prólogo de Howl– y recorrer una vía crusis en el cual quedaron su madre Naomi, muerta en un Hospital de alienados, y su amigo Carl Solomon, encerrado actualmente en un Hospital de alienados. Su libro –conviene recordarlo– fue perseguido por la policía en nombre de la moral, lo que lo hace emparentarse con Baudelaire y Henry Miller.

De su conversación, asaz fragmentaria, recordamos algunas afirmaciones:

Mi maestro es el gran poeta William Carlos Williams. Él renovó la poesía norteamericana, rompiendo con la retórica tradicional, al escribir versos medidos de acuerdo a la respiración y no al acento. Completó la revolución iniciada por Whitman, pues Williams ecribe en versos cortos, al contrario de los versos de gran aliento de Whitman.

Admiro profundamente a Jack Kerouac (nuevo Buda de la prosa americana). Su último libro de poemas México Blues es maravilloso. También admiro al prosista William Seward Borrouhs, autor

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de Naked Lunch, y a los poetas Gregory Corso (autor de Gasoline, John Wieners, autor de Hotel Wentley Poems), y al poeta católico Phillip Lamatia. (Al referirse a este último, Ginsberg nos dice que no es un católico muy ortodoxo, pus su mayor deseo es ser papa. Por su parte, Ginsberg nos dice que a él no le gustaría ser nadie, ni siquiera Ginsberg).

Mi amigo Carl Solomon permanece aún en el manicomio. Está empeñado en demostrar que es mucho mejor estar enfermo que sano. Lleva cuatro años en esta broma.

Casi nunca me interesan las novelas. Leo principalmente prosa lírica, escrita de una manera espontánea, y poemas. Tampoco me interesa en género de la "science–fiction".

Detesto la política cuando veo que las grandes naciones no hace más que armarse. El verdadero camino de la salvación es el de transformar el alma de los individuos.

Me gustaba Fidel Castro, pero me parece mal que haya prohibido fumar marihuana.

Sobre el tema de los narcóticos, Ginsberg demuestra sentir extraordinario interés. Averigua cuáles se pueden encontrar en Chile. Le recomendamos el chamico ("datura estramonio") que V. P. Rosales señala en su Historia como estupefaciente usado por los mapuches durante sus ceremonias mágicas.

Ginsberg demuestra especial interés por indicarnos que él y los miembros del Grupo de san Francisco, además de otros muchos jóvenes poetas de EE.UU. están empeñados en escribir en forma "espontánea", sin limitaciones retóricas. Así el último poema largo de Ginsberg "Kaddish" dedicado a la memoria de su madre, fue escrito en una sola noche; John Wieners escribió sus poemas del Hotel Wently como una especie de diario de vida. Le indicamos a Ginsberg que hay cierta similitud con la escritura automática preconizada por el surrealismo, pero él la niega. De todos modos, es evidente cierta semejanza. Hay similares procedimientos de ataque a la literatura y al modo de vida oficial, y es así como mientras los surrealistas editaban "la revista más escandalosa del mundo", Big Tagle, revista de la cual es uno de los directores Allen Ginsberg fue confiscada por escandalosa de acuerdo a una orden judicial. Por otra parte, hay mucha admiración por Antonin Artaud –Michel Mc Clure ha publicado un libro de poemas en su honor recientemente–, y por Jacques Prévert, especialmente en su primera época.

Una modalidad original de estos poetas es la de unir la poesía a la música de jazz. Kerouac y Ferlinghetti la iniciaron, grabando poemas con singular éxito.

Es interesante el interés existente en el grupo de Ginsberg por lo latinoamericano. En el último número de la revista Yugens se publica un poema de César Vallejo, con una nota en la cual se dice que es el mayor de los poetas de Sudamérica. Se anuncia para este año la publicación de los Antipoemas de Nicanor Parra, por City Light –la misma editorial que publicó Aullido (Howl). Cuando triunfó la revolución cubana, varios poetas, Kerouac entre ellos, publicaron un homenaje colectivo a Fidel castro. Mientras conversábamos, llegó Lawrence Ferlinghetti, quien nos entregó un poema dedicado a pedir la renuncia de Eisenhower.

Anunciar que va a partir el bus que llevará a Los Cerrillos a los poetas. Ginsberg se despide, anunciándonos que volverá a Santiago por algún tiempo. Se echa su bolso al hombro, y parte a difundir al sur de Chile el evangelio de la "beat generation".

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