La Pandilla Cosquilla quiere salvar el...

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La Pandilla Cosquilla ...quiere salvar el mercado

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La Pandilla Cosquilla...quiere salvar el mercado

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Asociación Catalana de Ingeniería Sin Fronteras

Pelai, 52, 2º, 2ª 08001 Barcelona www.esf-cat.org [email protected]

Primera Edición: Abril 2008 Depósito Legal: B-24158-2008

Ilustraciones: Juanjo Jiménez Bellver [email protected]

Gracias Juanjo, sin ti nuestro proyecto no hubiera tomado forma.

Defendemos la Soberanía Alimentariay el consumo responsable

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Era un 12 de julio. En Sant Llucià de Vilamajor, un pueblecito del Valle de Hogue-ras, aquel verano era uno de los más calurosos. En una colina, cerca del río de agua fría que bajaba de la cima de la montaña, había una higuera donde el grupo solía reunirse para hacer de las suyas. Aquel día Luna y Habiba habían quedado para merendar.

– ¡Caramba, mi madre me ha vuelto a poner sandía! Llevo toda la semana comién-dola –renegó Luna– ¿No querrás un poco?

– Mmm... Si quieres nos partimos mi bocadillo y tu sandía –le propuso Habiba.

– La sandía te la puedes quedar, pero un mordisco al bocadillo sí que le daré. ¡Mira! ¡Es Laia! Y viene con alguien... ¿Quién será?

– Debe ser su primo, que viene de Petrópolis a pasar el verano –le explicó Habiba.

Por el camino se acercaba Laia, una chica de nueve años de cabello bien rubio, acompañada de un chico delgado y menudo: su primo Pol. Aquel verano, la madre de Pol y su compañero habían decidido que sería buena idea pasarlo en el pueblo de los abuelos, lejos de la gran ciudad. Así, además, también pasaría más tiempo con su prima. Estaban a punto de llegar a la higuera cuando Pol dio un grito:

– ¡Ecs, qué asco! ¡Se me ha cagado una paloma!

– No, bobo, no es una paloma –le explicó Laia entre carcajadas. Se llama urraca, y ya verás que están por todas partes.

Pol no había salido mucho de su ciudad y desconocía muchas cosas de la naturale-za y, por suerte, aquel verano estaba a punto de descubrirlas. Finalmente llegaron donde estaban Luna y Habiba.

– ¡Hola! –saludaron las dos al mismo tiempo.

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ra un 12 de juliol. A Sant Llucià de Vilamajor, un poblet de la Vall de Foguerons, aquell estiu era un dels més

calorosos. En un turonet, vora el riu d’aigua freda que baixava de dalt de la muntanya, hi havia una figuera on la colla acostumava a reunir-se per fer de les seves. Aquell dia la Lluna i la Habiba havien quedat per berenar.

―Òndia, la meva mare m’ha tornat a posar síndria! Ja porto tota la setmana menjant-ne ―va renegar la Lluna―. No en voldràs pas una mica?

―Mmm... Si vols ens partim el meu entrepà i la teva síndria ―li va proposar la Habiba.

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– ¡Hola! –contestó Laia– Mirad, éste es mi primo Pol. Tiene siete años y vive en Pe-trópolis. Ha venido a Sant Llucià a pasar el verano. Y, dirigiéndose a él, le comentó:

– Pol, éstas son Luna y Habiba, las amigas de las que te hablé.

– Hola –contestó Pol vergonzoso.

– ¿Por cierto, dónde está Pep? Pensaba que estaría con vosotras... –preguntó Laia.

– ¡Si hoy es jueves! Ya sabes que todos los jueves se va con sus padres a vender al mercado –exclamó Habiba.

– ¡Vaya! Yo que quería que Pol lo conociera...

Se sentaron en corro y Pol abrió una bolsa.

– He traído unos pastelitos de chocolate y latas de refresco de naranja para todos.

– ¡Muy bien! –dijeron todas, contentas por lo que les ofrecía Pol.

– ¡Eso sí que es mejor que la sandía! –añadió Luna dándose prisa en abrir el plásti-co de uno de los pastelitos.

Al acabar de merendar, las chicas se pusieron a jugar a hacer la “croqueta”, un juego que les encantaba. Consistía en hacer carreras rodando por el suelo. Pol lo miraba desde encima de una piedra, justo en la base de la higuera, dándose prisa en acabar su refresco y apuntarse al juego.

– ¡Ay, qué daño! –gritó.

– ¿Qué te ha pasado? –le preguntaron las chicas.

– No lo sé... ¡He tirado la lata hacia atrás y me ha vuelto a caer encima! ¡Ha sido esta maldita higuera la que me la ha lanzado!

– ¡Hahaha! ¡Va, hombre, va! ¡Eso es imposible! –se rió Habiba– Debe haber sido el viento.

– ¡Que no! Os lo digo de verdad ¡Mirad! –y volvió a tirar la lata contra la higuera.

De repente, una rama se movió y golpeó la lata, que les fue a parar a los pies. ¡Qué cara pusieron cuando vieron que la higuera se movía!

– No os asustéis, niños –se oyó– No os quiero hacer daño. Pero tenéis que vigilar lo que tiráis en el suelo. Tu lata me ha dolido –se quejó la higuera.

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I, tot dirigint-se a ell, li va comentar:

―Pol, aquestes són la Lluna i la Habiba, les amigues de les que et vaig parlar.

―Hola ―va contestar en Pol tot vergonyós.

―Per cert, on és en Pep? Pensava que estaria amb vosaltres… ―va preguntar la Laia.

―Si avui és dijous! Ja saps que tots els dijous se’n va amb els seus pares a vendre al mercat ―va exclamar la Habiba.

―Vaja! Jo que volia que en Pol el conegués…

Van seure en rotllana i en Pol va obrir una bossa.

―He portat uns pastissets de xocolata i llaunes de refresc de taronja per tothom.

―Molt bé! ―van dir totes, contentes pel que els oferia en Pol.

―Això sí que és millor que la síndria! ―va afegir la Lluna tot afanyant-se a obrir el plàstic d’un dels pastissets.

En acabar de berenar, les noies es van posar a jugar a fer la “croqueta”, un joc que els encantava. Consistia a fer curses rodolant per terra. En Pol s’ho mirava des de sobre una pedra, just al

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– Lo siento mucho, no era mi intención, señora... eh... –dijo un poco asustado Pol.

– Soy una higuera, pequeñajo.

– ¡Vaya! ¿Hablas? ¿Te mueves? ¿No tendrás poderes mágicos? –preguntó Luna– Uy cuando se lo expliquemos a Pep...

Todos estaban muy entusiasmados y se pasaron un buen rato charlando con la hi-guera. ¡Qué montón de cosas les explicó! Era una higuera centenaria y sabía todo lo que había pasado en el pueblo desde hacía mucho tiempo.

– Cuando era pequeña me escondía bajo las hojas de las encinas, pero ahora que soy mayor soy yo quien acoge todo tipo de animales: hormigas, urracas, jilgueros e incluso alguna ardilla han pasado por mis ramas –les explicaba la higuera.

– ¿Y por qué nunca nos has dicho nada? –le preguntó Habiba– Nosotros siempre venimos aquí a merendar.

– Es que nunca me habíais molestado. Pero hoy este pequeñajo se ha pasado de la raya.

– Le tienes que perdonar, higuera. Es pequeño y viene de la ciudad, y allí tienen siempre papeleras muy cerca... Y como aquí no ha encontrado ninguna ha pensado que... –le intentó explicar Laia.

Con tanto barullo los chicos no se dieron cuenta de que por el camino se acercaba un chico muy apuesto. Era Pep, el mayor del grupo. Aquella tarde no le había ido muy bien y tenía cara de enfadado. Al llegar, dio un puntapié a una piedra, refunfu-ñando:

– ¡Mecachis! Si hubiéramos vendido un poco más...

– ¡Ey Pep! ¿Cómo va? ¿Qué haces por aquí tan temprano? –le preguntó Laia– Haces mala cara. ¿Ha pasado alguna cosa en el mercado?

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Tots estaven molt entusiasmats i es van passar una bona estona xerrant amb la figuera. Quin munt de coses els va explicar! Era una figuera centenària i sabia tot el que havia passat al poble des de feia molt de temps.

―Quan era petiteta m’amagava sota les fulles de les alzines, però ara que sóc gran sóc jo qui acull tot tipus d’animalons: formigues, garses, caderneres i fins i tot algun esquirol han passat per les meves branques ―els explicava la figuera.

―I per què mai no ens has dit res? ―li va preguntar la Habiba―. Nosaltres sempre venim aquí a berenar.

―És que mai m’havíeu molestat. Però avui aquest menut s’ha passat de la ratlla.

―L’has de perdonar, figuera. És petit i ve de la

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– Pues sí, hoy casi no ha venido nadie y cada vez es peor. Desde que abrieron aquel supermercado en las afueras del pueblo, la gente ha dejado de venir a comprar al mercado. Muchos puestos ya no funcionan, y mis padres dicen que nosotros tam-bién tendremos que cerrar...

– ¿Y por qué estás tan enfadado? Piensa que así tendrás más tiempo para venir a jugar con nosotros –le contestó Habiba.

– ¿Pero no lo entiendes? Si mis padres cierran el puesto ¿Dónde venderemos nues-tra fruta? La cosecha de este año ha sido muy buena, pero si nadie nos la compra no ganaremos dinero y, si las cosas continúan así, ¿de qué viviremos? ¿Y si nos te-nemos que ir del pueblo? –explicó Pep muy preocupado.

– ¡Qué mala suerte! –exclamó Luna– ¿Y por qué no le decís al supermercado que venda vuestros productos? Así no os tendríais que preocupar de nada.

– Se ve que no es tan f ácil. Los supermercados quieren comprar mucha fruta y verdura por poco dinero. Sólo las empresas que se dedican a plantar muchos campos y cultivar con grandes máquinas pueden bajar tanto el precio. En casa trabajan mi padre, mi ma-dre y yo que les ayudo. No podemos producir mucho ni vender tan barato, porque no nos llegaría para comer.

El grupo estaba preocupado. Si los padres de Pep no encontra-ban una solución pronto, quizás se tendrían que marchar y no volve-rían a ver a su amigo. A todo esto, la higuera les había estado escu-chando y, al verlos tan tristes, decidió echarles una mano.

– ¿Por qué no tratáis de buscar una solución entre todas? –bramó la higuera.

– ¡Ah! ¡Un árbol que habla! –se asustó Pep.

– No, tranquilo, es la higuera. Higuera él es Pep –les presentó Pol.

Se animaron con esta nueva propuesta, se sentaron todos en corro y estuvieron pensando un buen rato. Les surgían muchas ideas pero ninguna les convencía, hasta que Luna dijo:

– Podríamos hablar con los dueños del supermercado y explicarles que no puede ser que se lleven a toda la clientela, que una parte tiene que seguir yendo a com-prar al mercado. Si le explicamos el problema quizás nos puedan ayudar...

– ¡Sí, sí! ¡Muy buena idea! Quedamos mañana a las diez para ir a hablar con el pro-pietario –propuso Laia.

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continuen així, de què viurem? I si hem de marxar del poble? ―va explicar en Pep tot preocupat.

―Quina mala sort! ―va exclamar la Lluna―. I per què no dieu al supermercat que venguin els vostres productes? Així no us hauríeu de preocupar de res.

―Es veu que no és tan fàcil. Els supermercats el que volen és comprar molta fruita i verdura per pocs diners. Només les empreses que es dediquen a plantar molts camps i conrear amb grans màquines poden baixar tant el preu. A casa treballen el pare, la mare i jo que els ajudo. No podem produir molt ni vendre tan barat, perquè no ens arribaria per menjar.

La colla estava preocupada. Si els pares del Pep no trobaven una solució aviat, potser haurien de marxar i no tornarien a veure el seu amic. Amb tot això, la figuera havia estat escoltant-los i, en veure’ls tan tristos, va decidir donar-los un cop de mà.

―Per què no mireu de buscar una solució entre totes? ―va bramar la figuera.

―Ah! Un arbre que parla! ―es va espantar en Pep.

―No, tranquil, és la Figuera; Figuera ell és en Pep ―els va presentar en Pol.

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Al día siguiente se encontraron todos y se dirigieron hacia el supermercado. Era alucinante el montón de luces y letreros que anunciaban ofertas... ¡Anda que no había cosas para comprar!

– ¡Mirad qué manzanas tan brillantes! –exclamó Luna– ¡Parece que estén pintadas!

– ¡Sí, qué buena pinta! Me las comería todas con los ojos... –le respondió Habiba.

– Pues las que hacemos en casa quizás no son tan bonitas pero seguro que son mejores. Estas manzanas del supermercado las traen de países muy lejanos y las tienen que coger cuando todavía no están maduras. Así cuando llegan aquí todavía se pueden comer ¡Pero eso hace que no sepan a nada!... ¡Laia, vigila!

Pero ya era demasiado tarde. Laia tropezó y el montón de peras que había detrás suyo se esparció por el pasillo. En aquel mismo momento pasaba por allí un trabajador del supermercado que les riñó:

– ¡Ey, vigilad! Con la comida no se juega.

– Lo siento, ha sido sin querer... –respondió Laia, avergonzada– ¿Por cierto, dónde pode-mos encontrar al dueño del “súper”?

– ¿Al dueño? Hehehe... ¿Queréis decir al ge-rente, verdad? Este supermercado está por todo el mundo y aquí al amo no lo he-mos visto nunca –dijo burlón– ¿Por qué lo buscáis?

– Resulta que tenemos un problema y creemos que nos puede ayudar –le contestó Laia muy seria.

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Es van animar amb aquesta nova proposta, van seure tots en rotllana i van estar pensant una bona estona. Moltes idees els sorgien però cap els convencia, fins que la Lluna va dir:

―Podríem parlar amb els amos del supermercat i explicar-los que no pot ser que s’endugui tota la clientela, que una part ha de seguir anant a comprar al mercat. Si li expliquem el problema potser ens pot ajudar...

―Sí, sí! Molt bona idea! Quedem demà a les deu del matí per anar a parlar amb el propietari ―va proposar la Laia.

L’endemà es van trobar tots i van encaminar-se cap al supermercat. Era al·lucinant el munt de llums

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i rètols que anunciaven ofertes... Que n’hi havia de coses per comprar!

―Mireu quines pomes tan brillants! ―va exclamar la Lluna―. Sembla que estiguin pintades!

―Sí, quina bona pinta! Me les menjaria totes amb els ulls... ―li va respondre la Habiba.

―Doncs les que fem a casa potser no són tan maques però segur que són més bones. Aquestes pomes del supermercat les porten de països molt llunyans i les han de collir quan encara no són madures. Així quan arriben aquí encara es poden menjar, però això fa que no tinguin gust de res!... Laia, vigila!

Però ja era massa tard. La Laia va ensopegar, i el munt de peres que hi havia darrere seu es va escampar per tot el passadís. En aquell mateix moment passava per allà un treballador del supermercat que els va renyar:

―Ei, vigileu! Amb el menjar no s’hi juga.

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Entonces el chico habló por su radio y les dijo:

– Bien, si realmente le queréis ver tendréis que entrar por aquella puerta –les expli-có señalando detrás de las cajas– y seguir el pasillo hasta el final, donde encontra-réis su despacho a mano derecha.

Una vez delante de la puerta del despacho dudaban si entrar o no. Pero Pep, bien firme y asintiendo con la cabeza, finalmente golpeó con los nudillos la puerta:

– Adelante –dijo una voz ronca.

Con un cierto temor, el grupo fue entrando. Se pusieron uno al lado del otro, for-mando una fila. Enfrente suyo había un hombre bigotudo y de cejas anchas. No parecía mala persona y Pep se decidió a hablar:

– Hola señor gerente. Tenemos un pequeño problema y creemos que usted nos puede ayudar.

– A ver ¿De qué se trata? –les respondió.

– Pues mire, nuestro amigo Pep –empezó a hablar Luna– tiene un puesto en el mercado con la fruta y la verduras que sus padres cultivan. Desde que ha abierto el supermercado la gente ya no compra en el mercado y seguramente tendrán que cerrar el puesto. ¿No podrían compartir la clientela?

– Ya, chicos, pero yo no obligo a nadie a venir aquí. ¿Qué queréis que os diga si la gente prefiere los productos que yo ofrezco? –dijo el hombre.

– ¿Pero no ve que los comercios del pueblo se están quedando sin trabajo? –le re-plicaron.

– Mirad, yo aquí en el supermercado también doy trabajo a mucha gente, como al chico con quien os habéis encontrado. Además, esto es una empresa y lo que que-remos es ganar dinero. El mundo funciona así ¿sabéis? Me sabe mal, pero os ten-dréis que espabilar solas –dijo el gerente mosqueado porque le culpaban de lo que pasaba en el pueblo.

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―A veure, de què es tracta? ―els va respondre.

―Doncs miri, el nostre amic Pep ―va començar la Lluna― té una parada al mercat de fruita i verdures que els seus pares cultiven. Des de què ha obert el supermercat la gent ja no compra al mercat, i segurament hauran de tancar la parada. No podrien compartir la clientela?

―Ja, noiets, però jo no obligo ningú a venir aquí. Què voleu que us digui si la gent prefereix els productes que jo ofereixo? ―va dir l’home.

―Però que no veu que els comerços del poble s’estan quedant sense feina? ― li van replicar.

―Mireu, jo aquí al supermercat també dono feina a molta gent, com el noi amb qui us heu trobat. A

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Se fueron cabizbajos hacia la higuera. Volvían a estar como al principio.

– ¿Qué son estas caras? ¿No habéis tenido suerte? –les preguntó la higuera al ver-los tan decepcionados.

– No. No nos ha querido ayudar –le respondió Laia, resignada a no poder hacer nada.

– ¡Un momento! No puede ser que a la primera os deis por vencidas –exclamó la higuera– Pensad ¿Qué le puede gustar a la gente?

– No lo sé, nosotros no somos mayores, no sabemos lo que les gusta a los adultos –respondió Pol.

– ¡A mí me gustan los coches de carreras! –exclamó Pep.

– Pero eso no nos sirve de nada –le contestó Luna.

– Pues a mí me gustan los adhesivos.

– Y a mí la piscina... – ¡Que no, que no! ¡Tenemos que pensar alguna cosa que podamos hacer! –volvió a decir Luna medio enfadada.

– Pues a mí me gusta la mermelada que hace la abuela ¡Mmmm! ¡Está buenísima! Sobre todo la de ciruelas –dijo Pol.

– ¡Claro! ¡Mermelada! ¡Ya lo tenemos! –gritaba Luna.

El resto del grupo se miraba sin entender nada.

– ¿Qué es lo que tenemos? –preguntó Laia.

– ¿No lo ves? Si hacemos una buena mermelada la gente nos la querrá comprar y volverá al puesto del mercado –le explicó.

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―Que no, que no! que hem de pensar alguna cosa que puguem fer! ―va tornar a dir mig enfadada la Lluna.

―Doncs a mi m’agrada la melmelada que fa l’àvia. Mmmm! Està boníssima! Sobretot la de prunes ―va dir en Pol.

―És clar! Melmelada! Ja ho tenim! ―cridava la Lluna.

La resta de la colla es mirava sense entendre res.

―Què és el que tenim? ―va preguntar la Laia.

―Que no ho veus? Si fem una bona melmelada la gent ens la voldrà comprar i tornarà a la parada del mercat ―li va explicar.

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– ¡Eso! –continuó Pep– Si la empezamos a vender delante del supermercado y a la gente le gusta...

– ¡Seguro que les gustará! –interrumpió Pol....

– …querrán continuar comprando ¡Y eso sólo será posible en el puesto del merca-do! –concluyó Pep.

Dicho y hecho. Se dirigieron hacia casa de Laia para que su abuela les explicara cómo hacer mermelada. Se pasaron toda la tarde trabajando: fueron a buscar la fruta, la pelaron, la cocinaron... Hasta que, finalmente, consiguieron la mermela-da. Cuando Pol la probó, dijo que era tan buena como la de su abuela, incluso más y todo. ¡Qué éxito! Todo el grupo estaba muy contento.

Al día siguiente pusieron una pequeña mesa con los tarros de mermelada. Habían hecho cincuenta y tres. Los empezaron a vender a las nueve de la mañana.

– A partir de la semana que viene las tendremos en el puesto del mercado –iba di-ciendo Laia a la gente que se acercaba.

– Allí la fruta es mejor que la del supermercado, porque no añadimos productos químicos y la cogemos cuando está bien madura –añadía Pep.

– ¡Mermelada buenísima! –iba gritando Pol.

¡Qué gran mañana! ¡A la hora de comer ya no les quedaba ningún tarro! Aquella misma tarde fueron a merendar a la higuera. Pol abrió una bolsa.

– He traído merienda para todo el mundo –dijo sacando el pan con la mermelada hecha por ellos.

– ¡Qué bien! Esto es todavía mejor que los pastelitos –dijo Laia.

– Y además no lo hemos comprado en el supermercado –añadió riéndose Habiba.

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Quin gran matí! A l’hora de dinar ja no els quedava cap pot!

Aquella mateixa tarda van anar a berenar a la figuera. En Pol va obrir una bossa.

―He portat berenar per tothom ―va dir tot traient el pa amb la melmelada feta per ells.

―Que bé! Això és encara millor que els pastissets ―va dir la Laia.

―I a més no l’hem comprat al supermercat ―va afegir rient la Habiba.

―Moltes felicitats! ―va dir la figuera, que fins aleshores havia restat en silenci―. Tinc la sensació que gràcies a la melmelada, a la gent del poble i a vosaltres la parada del mercat tirarà endavant!

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– ¡Muchas felicidades! –dijo la higuera que hasta entonces había permanecido en silencio–Tengo la sensación de que gracias a la mermelada, a la gente del pueblo y a vosotros ¡el puesto del mercado tirará adelante!

– ¡Gracias para ayudarnos, higuera! –dijo Luna.

– ¡Sí, muchas gracias! –añadieron todos.

Pol estaba muy contento por cómo se presentaba el verano. Dio un buen mordisco a su rebanada de pan con mermelada. ¡Era tan bueno! Decidió que cuando volviera a Petrópolis también haría mermelada. “¿Por qué lo compramos todo en el super-mercado?” se preguntó. Pensaba en cómo podía ser que señores con mucho dinero y sin remordimientos abrieran grandes supermercados mientras que gente como los padres de Pep se quedaban sin poder seguir trabajando y viviendo del campo. Confiaba en que, explicándoselo a todo el mundo que conocía, pronto serían unos cuantos los que se darían cuenta de esta injusticia. Entonces, juntos, podrían tratar de cambiar las cosas, porque... otro mundo es posible.

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Taller para pequeños y mayores... hoy iremos a la cocina para hacer mermelada

Receta de la abuela para hacer mermelada casera de ciruelas o de cualquier otra fruta. Recordad que para hacer la receta tenéis que pedir ayuda a los mayores –para ha-cer más f ácil el trabajo– y disfrutad todos juntos de este rato.

1. Ingredientes

1 kg de ciruelas o de la fruta que queráis.

½ kg de azúcar.

El jugo de 1 limón

2. Utensilios

Una olla grande.

Una cuchara de madera.

Tarros de cristal

3. La receta

Para empezar pelaremos y cortaremos la fruta en trozos pequeños. Acto seguido la ponemos al fuego y añadimos el azúcar y el zumo de limón. La dejamos hervir a fuego lento entre 45 y 90 minutos, según el tipo de fruta y el espesor deseado (para la ciruela más vale dejarla 45 minutos). Es importante ir removiendo la mermelada, sobre todo hacia el final, porque si no se pega al fondo.

Una vez paramos la cocción se tiene que dejar enfriar. Cuando ya esté fría, pone-mos la mermelada en tarros de cristal procurando que no quede aire dentro del frasco.

Y, por último, ponemos los tarros al baño maría (hirviendo) durante unos 5 minu-tos para garantizar la buena conservación de la mermelada hasta que se abra el tarro.

¡¡Y a lamerse los dedos!!

ecepta de l’àvia per a fer melmelada casolana de prunes o de qualsevol altre fruita:

Cal recordar que per a fer la recepta heu de demanar ajuda als grans, per a fer més fàcil la feina i gaudir tots plegats d’aquesta estona.

1. Ingredients:

• 1 kg de prunes o la fruita que desitgeu • ½ kg de sucre • el suc d’1 llimona

2. Estris • Una olla gran • Una cullera de fusta • Pots de vidre

3. La recepta: • Per començar pelarem i tallarem la fruita en trossos

petits. • Tot seguit ho posem al foc i hi afegim el sucre i el suc

de llimona. • Ho deixem bullir a foc lent entre 45 i 90 minuts segons el

tipus de fruita i l’espessor desitjada (per la pruna més val deixar-la 45 minutets)

• És important anar remenant la melmelada, sobretot cap al final, perquè sinó s’enganxa al fons.

• Un cop parem la cocció s’ha de deixar refredar. • Un cop fred posarem la melmelada en pots de vidre

procurant que no quedi aire dins del pot. • I finalment posarem els pots al bany Maria (bullint)

durant uns 5 minuts per garantir la bona conservació de la melmelada fins que s’enceti el pot.

• I a llepar-se’n els dits!!

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La familia de Pep tiene un puesto de fruta y verdura en el mercado local. Pero acaba de abrir un supermercado en el pueblo, y mucha de la gente que antes iba a comprar al mercado ya no va. Luna, Habiba, Pep y Laia, junto con su primito Pol, quie-ren poner remedio. Si no hacen nada, Pep se tendrá que marchar del pueblo porque sus padres irán a buscar tra-bajo fuera.

Este cuento ha sido escrito y editado con el fin de sensibilizar a pequeños y gran-des de las consecuencias del modelo supermercadista, las grandes cadenas de distribución alimenticia. Con un ejemplo sencillo, se presenta una realidad próxi-ma de nuestro campesinado y se esbozan algunas soluciones desde el enfoque de la soberanía alimentaria.

Si deseáis más información y una recopi-lación de actividades relacionadas con la lectura, escribidnos a: [email protected]

Con el apoyo de:

Ajuntament de La Roca del Vallès