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La ultra iridiscencia de los dioses del Perú es una canción de math rock. O más bien, una canción de techno huayno. O más bien, un poderoso ícaro shipibo de sanación. Se trata también de un libro de poemas que explora la sensación de la pérdida, de la ausencia o de la muerte de los seres queridos. A lo largo de las páginas, estas heridas se van sanando a través de ritos y celebraciones relacionadas al fantástico mundo del ayahuasca.La poesía de Vargas Prado demuestra que la esencia de las cosmovisiones originarias del Perú puede ser expresada a través del vértigo y la ambigüedad que caracteriza el fin de la era postmoderna para entregarle al mundo una opción de redención.

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Grupo editorial Dragostea La ultra iridiscencia de los dioses del Perú Jorge Alejandro Vargas Prado, 2015-2016 watakunapi Qillqa tupachiq: Ana Quispe Quispe Ch'uyanchaqkuna: Kevin Castro Qillqa hawan foto hurquq: Diego Rossell Siq'ikuna, qillqakuna tupachiq: Diego Rossell Pentagrama s'iqi ruwaq: Nico Marreros Awajun, matsiguenka, shipibo ima simikunaman t’ikraq: Liseth Atamain, Kareti Barrientos, Percy Muñoz Yui

Qusqu llaqtapi, qhapaq raymipi, 2015-2016 watakunapi

Piruw llaqtapi qillqasqa Piruw markana lurata

Noshekiakero anampiki Perú Peru yegi yonatkaluru

Peruienxon akana Otsiringaka Peruku

Perunum jiikbau Impreso en Perú

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A Giovanni Barletti. Y a todas las personas que se reúnen día a día, a partir de las 6:00 p.m., en la plaza Tupac Amaru del Cusco, para bailar.

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* Ishishcha: Ya no somos los capitanes de este gran barco de nubes. Ya no podemos desdoblar las alas. Ya no podemos teñir la espuma marina ni abrir el corazón sin sangrar. Lo hemos dejado, Ishishcha. Aunque tú seas ahora más grueso y más fuerte y más lindo. Aunque sea yo más lindo. El mundo se desborda, Ishishcha, Ishishcha, Ishishcha y ya no somos capaces de contener su fulgor. Porque nos han enseñado a apagar el color de nuestra piel. Porque nos quieren enseñar a ser tristes. Y por eso nos hemos vuelto un poco tristes, un poco más frágiles.

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Ishishcha, Ishishcha, Ishishcha quise escribir el poema más triste del mundo y dedicártelo, pero de mis manos, que son el nudo de tus nervios, no salen más que explosiones cósmicas o fuegos artificiales o planetas de agua o muchachos borrachos que leen el mar como si fuera un libro, como si nunca hubieran desaprendido a leer el mar. Y aunque quiera dedicarte el poema más triste del mundo, y aunque nos hayamos hecho un poco más frágiles, y aunque ya no seamos los capitanes de este gran barco de nubes, todavía deslumbramos a las palmeras. Ishishcha, ¿me quieres con tus brazos fuertes? ¿Me quieres con tu puño ajado como hace 3 años? ¿Me quieres como yo quiero a Máncora? Desdobla tu cuerpo en el bus. Llega a Piura radiante. Traduce mis palabras al inglés o a cualquier otra lengua ajena. Piérdete en los vericuetos de la universidad. Retrásate. Porque Máncora pervivirá a pesar del dinero. Porque Máncora pervivirá junto al mar aunque al mar no le gusten las paredes. Porque, escúchame, Máncora pervivirá y yo, en ella, voy a esperarte siempre. Luminoso jugador de fútbol.

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Luminoso combatiente. Luminoso árbol de algarrobo.

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** Awilitáy, Awilitáy, Awilitáy dónde quiera que estés, levanta los ojos al cielo que es de noche, está despejado y se ha fundido el fusible principal de estas ciudades. ¿Ves cómo han salpicado las estrellas y las han suspendido y las han hecho rotar sobre su eje? ¿Reconoces el polvo cósmico que se ha derramado violentamente sobre tu pecho? ¿Alcanzas a ver en cada partícula mis vergüenzas? ¿Eres ya capaz de entender el mensaje que digito sobre el cielo? Tu muerte ha sido una explosión masiva de nubes, una extensión feroz de mis costillas, la celebración de todas las partículas dulces, la germinación de todas las semillas más fuertes, la libertad de cada uno de tus átomos (y les llamo átomos porque no me enseñaron otra palabra para referirme al vínculo que tenemos con

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aquellas estrellas que ya no existen, pero que continuamos viendo desde aquí). Levanta tus ojos hacia el cielo aunque estés encerrada, aunque la hermosa cruz que cuelga sobre tu pecho te pese, aunque tengas un hambre atroz y los médicos te impidan comer, aunque el GPS de tu alma no ande bien, aunque no te puedas mover y tengas escaras en el cuerpo. Awilitáy, Awilitáy, Awilitáy, Awilitáy he caminado la ciudad más triste que puedas imaginar. He comido solo, apoyado a un muro de asbesto, de salitre, de argón sólido y he visto cómo un ovni triste golpeó la frente de la luna y le partió el cráneo. Tú puedes reparar el dolor de la luna y la tristeza del cielo. Puedes convertir tus costillas nebulosas en el altar del mundo. Puedes encender todas las velas y hacer que todos los deseos se cumplan. Puedes desatarme la lengua. No permitas que tu casa se horade, no permitas que tu casa se vaya a la deriva en este mar de sangre. Dame fuerzas para construir un hospital o mejor, devuélveme la capacidad de hablar con los pájaros para que ellos me enseñen a curar las heridas que más arden. Awilitáy, regresa. Formemos otra vez una familia. Destruye otra vez la vergüenza de mis intestinos.

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Y si no puedes volver, Awilitáy, Awilitáy, Awilitáy disfruta de la plenitud de tus átomos que se expanden entre la explosión masiva de nubes. Disfruta del movimiento helicoidal de tus átomos entre las costillas del mundo. Disfruta del baile de cada uno de tus átomos. Expándete. Expándete. Expándete. Expándete. Disfruta. Y si te queda tiempo, escucha mis plegarias, Awilitáy, Awilitáy. Ayúdame a soldar los cortes que nos han enseñado a infringir. Recuéstame cada noche. Abrígame. Duérmeme. Que todo lo demás lo intentaré hacer yo.

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*** Ishishcha, tú que ahora observas en el océano o en el cielo invertido y reconoces las piezas que me faltan, que se me cayeron, la comida que no vamos a compartir, escúchame: Voy a pintarme el rostro de negro que es la nueva luz. Voy a guardar una fibra de nube en tu sombrero. Voy a tener descubiertos los brazos que me enseñaste a hacer robustos, vistiendo ropa vieja y sucia con mi sudor. Así voy a salir a la calle sin miedo y con el sombrero en la cabeza. Voy a caminar como camina un alacrán, o mejor, como se desliza un algodón dulce por la superficie del mundo. Voy a jugar contando mis dedos.

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Voy a jugar extendiendo mis palmas, mostrándole a la tierra, a las montañas mis palmas. Voy a poner mis palmas sobre el suelo y a través de las raíces de los árboles, voy a tocarte. Así vamos a jugar, Ishishcha, Ishishcha, Ishishcha, Ishishcha. Mis palabras serán dos estrellas fugaces que rasgan este firmamento paralelamente, en sincronía. Voy a avanzar, siempre tocando el suelo y mis piernas, para que me halles en la arena o en las colillas despreciadas por los borrachos. Cuando me sienta de verdad cómodo, voy a lanzar el sombrero y tomaré un retazo tuyo. Voy a envolver mis manos, una y otra vez. Voy a entender la elasticidad de tus venas y el repliegue de tus tendones. Voy a amplificar el sonido de tus palabras. Y, entendiendo tu ausencia, voy a pretender congelar, retener, solidificar lo que ha nacido celeste y flexible. Voy a ser tonto o un poco malo. Voy a pretender construir otra vez la intensidad de tus latidos, Awilitáy, Awilitáy, Ishishcha, Ishishcha. Voy a envolverme con lo que creeré que es una cobija. Voy a plantar entre el asfalto un obelisco de cuero o de lana. Y me enredaré. Tropezaré, caminaré lento. Las ondulantes fibras de cielo atarán mis rodillas.

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Y cuando entienda que es imposible cambiar el curso de un río con una patada, destejeré los nudos, dejaré de ahorcarme, le devolveré la condición flexible a los relámpagos. Liberaré mis manos e imitaré a las nubes con mis piernas. Y provocaré huracanes con el viento entre mis piernas. Y serás la bandera más hermosa que se haya confeccionado y que flameará sobre mi cabeza sanando al mundo, Awilitáy, Awilitáy, Awilitáy. Yo, el hombre de cara negra (color de la nueva luz), de brazos descubiertos y ropa sucia, depositaré mi sombrero en el suelo. Me arrodillaré. Y con sumo cariño extenderé la fibra de nube. Y la doblaré despacio. Y la doblaré como cuando se alimenta a un enfermo que apenas puede abrir la boca. Y la alzaré como a mi hijo recién nacido. La guardaré dentro del sombrero y yo, el hombre de cara negra, acercaré mi cabeza a la tierra. Me alzaré. Y volveré a andar despacio deslizándome sobre las auroras boreales que se ven desde Islandia.

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**** Muchos hombres y mujeres como hormigas caminan llevando sobre sus espaldas mesas de madera. Algunos hombres y mujeres prefieren llevar sus enseres envueltos en q'ipirinas que atardecen, como atardezco yo sobre esta silla, como atardece el templo a mis espaldas. Así mismo, Awilitáy, Awilitáy, Awilitáy, tú llevas mis pedazos en procesión sobre tus hombros. Así mismo, Ishishcha, Ishishcha, Ishishcha, yo levanto tu recuerdo como si fuera un cargamento de ladrillos o las piedras redondas del río Vilcanota. Un joven, un muchacho en medio de esta procesión desordenada y masiva, carga un enorme colchón sobre su cabeza. Él me mira. Y aunque yo no esté cerca puedo distinguir entre el bosque tupido de sus pestañas mi reflejo. Así entiendo

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que todos los hombres y mujeres que llevan mesas sobre sus espaldas están saliendo de mi boca. Una procesión increíble de personas se resbala por mi pecho, Ishishcha, Ishishcha, Awilitáy y se alejan de mí, Awilitáy, murmurando, masticando lana de colores magníficos, riendo. Entonces, siento un temblor. Y me asusto porque quizás ya son millones las personas que han salido de mi boca y hacen vibrar la tierra con sus pasos. Sin embargo, inmediatamente percibo mi error azul. Dos enormes q'iwñas surgen del pavimento destrozándolo. Se levantan rápido hasta las nubes. Las personas que salen de mi boca celebran viendo aquel espectáculo. Quiero escupir del terror que siento, pero la multitud ocupa mi boca y me atraganta. Junto mis palmas como un cuenco. Hago que de mis poros brote sangre, Awilitáy, Ishishcha, Ishishcha y separando con fuerza mis manos sobre mi cabeza, consigo provocar la lluvia. Las q'iwñas siguen creciendo espantosamente rápido. Engrosan sus troncos, desperdigan sus hojas y las láminas de su corteza como si fueran pica-pica brillante. Hay lluvia, hay dos árboles creciendo inconmensurables, hay millones de personas que salen

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de mi boca cargando mesas sobre sus espaldas y nada evita mi caída mi cráneo roto mis arrugas mis dedos que arden sin uñas el aeroplano fucsia traslúcido que se precipita humeante desde el medio de mis costillas. Awilitáy, Awilitáy, Awilitáy, caigo en esta ciudad donde ya no viven los perros de lana. Si tan sólo esta melodía pudiera construir senderos de hielo o buques supersónicos que produzcan con el rotar de sus hélices burbujas como flores donde el fitoplacton se regocije y reproduzca. Si tan sólo los trazos con los que se hilvana estos poemas pudieran tejer ropa o un arnés para sujetar los nervios destruidos de los enfermos. Si tan sólo pudiera despegar de esta hoja el auto eléctrico que escribo para ir a tu lado a escuchar los trinos del gorrión en las montañas, o sobre los árboles de ciruela que ya no están en la casa que ya no es mía. Para ir a tu lado, Awilitáy, Awilitáy, Ishishcha, hasta el mar caribe que es una tina perpetua de agua caliente. Enciendo una vela y deseo diluirme en el azul fosforescido en el celeste incandescente en el incendio turquesa del mar caribe.

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***** Aunque una muralla asesina se levante, Ishishcha aunque las velas que se encienden en este lado del mundo no se conviertan en fogatas mágicas aunque San Cristóbal padezca cargando los pecados del cristiano hipócrita es hermoso observar el momento justo cuando se activa una paqcha, cuando se enciende un farol de alumbrado público, cuando se inicia un partido de fulbito, cuando el sol toca el mar en el horizonte. En esta plaza (donde es posible escuchar el eco de las voces de las frutas que juegan como niñas) hay una fuente de agua que parece un diente de león descomunal. En esta plaza (donde las muchachas y muchachos fuertes le escurren al suelo —con su zapateo, con sus saltos, con su baile— una luz líquida que cambia de color) se viene celebrando, Ishishcha, Ishishcha,

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Ishishcha, Ishishcha, un espectáculo parecido a un bosque de banderas gigantes y traslúcidas que flamean con alegría en mástiles de 3399 metros de alto. El mar de Máncora se ha encendido de cabeza sobre las montañas del Cusco. Los peces ágiles e inquietos que juguetean en la orilla del mar de Máncora se han vuelto flores masculinas o policías jóvenes o futbolistas de 18 años con las pestañas largas y los muslos gruesos. Cómo quisiera que este desfile de flores masculinas limpie sus frentes o el conflicto de sus pechos, Ishishcha, Ishishcha, Ishishcha, Ishishcha, Ishishcha. Los policías jóvenes y sexys caminan en pareja por la plaza. Algunos hablan interminablemente a través de sus celulares. Otros discuten con sus novias sexys y felinas. Los bailarines y futbolistas se cambian de ropa pese al frío, pese a las miradas enardecidas que disimulan los viandantes. El Picol se ilumina mostrando el tajo de su cuerpo. Sobre el Pachatusan (que sostiene el mundo como una canción que habla sobre un muchacho llamado Ollantay) se reúnen las nubes para conversar. Y el poderoso Ausangate sonríe. Con la ropa interior de esos muchachos y muchachas, sanos y bellos, se construye un templo. La bandera del Perú flamea gigante y traslúcida. Un arco-iris se construye, listón a listón, sobre esta plaza:

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imitando la luminosidad del diente de león gigante imitando el resplandor de la luz líquida que los bailarines andinos, como yo, le escurren al suelo imitando, una vez más, la belleza: del desfile de las banderas traslúcidas sobre mástiles de 3399 metros del desfile de flores masculinas del desfile del canto de los gorriones y chiwaqus del desfile de los árboles del desfile de las nubes que el arco-iris observa encima suyo imitando la luz de neón de mis costillas cuando les recuerdo Awilitáy, Awilitáy, Awilitáy, Awilitáy, Ishishcha, Ishishcha, Ishishcha. Un árbol de intimpa crece rodeado del eco de la voz de las frutas. El diente de león descomunal sonríe. Y los niños y niñas sonreímos. Y los futbolistas sonreímos. Y los campesinos sonreímos. Y los policías de muslos gruesos sonreímos Y las mujeres resueltas y algo felinas sonreímos Y los perros de lana sonreímos. Sólo los mineros de Quincemil y Mazuko no se alegran, porque la luz líquida a ellos los marea y les aflige.

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Escúchenme: Espero que algo pequeñito en ustedes se encienda contagiado por nuestras sonrisas distantes y furiosas. Garúa un poco desde el mar de Máncora sobre nuestras montañas y un caballero le enseña a su bebe a soplar al cielo.

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****** Voy a soldar 10 leds a lo largo de mi frente para volver a pararme sobre el pilar más alto del Cusco, donde sólo caben mis dos pies. Así volveré a gritar sus nombres. Quizás con la corona luminosa de los 10 leds enganchados sobre mi piel pueda verme un poco más hermoso y mis palabras puedan oírse más armónicas. O quizás las estrellas puedan mostrarme la palma herida de sus manos. Cómo me convenzo de que no hay un ser humano ruidoso e hiriente construyendo un castillo mecatrónico o una feroz fábrica abierta las 24 horas entre mis costillas. Cómo me convenzo de que no hay un humano egoísta armando horcas, prendiendo hogueras, bebiendo ácido muriático, pateando cráneos de elefantes con zapatos de hierro, incendiando las fiestas, provocando

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rasmillones en los codos ancianos, despellejando tus escaras, Awilitáy, Awilitáy, Awilitáy, Awilitáy. Guardo machetes debajo de la lengua, sobre mi cabeza han crecido colmillos como granos de maíz y he vuelto a recordar las piedras que se amontonan en mi cuerpo. Dónde se levanta el dique. En qué momento se detiene el maestro de ceremonias.

—cómo grito otra vez sus nombres— Nadie lo ha visto claramente, pero el hombre cruel que

ha construido un castillo mecatrónico entre mis costilla ha escapado y con su formidable potencia

me ha hecho prisionero. Atado con flexibles tallos de rosa, ha hecho que yo

camine sobre mis rodillas y me ha suspendido encima de las escaleras eléctricas

que dirigen al patio de comidas del mall. He permanecido así tres días.

Los tallos se engrosaron con mi sangre. Me convertí en el santo de un altar.

O en una paqcha mágica. Gocé el primer día ante la mirada atónita de los

comensales. Aunque mi sangre galopara sobre mi cuerpo me

encontraban hermoso. Volví a tener 14 años y me hacías una cruz antes de

enviarme al colegio.

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Volví a tener 19 años y me contaste del desfile de banderas que clamaban justicia y de tu llanto en medio

de ese bosque móvil. Volví a tener 21 años y te reconocí en el quechua que

se habla en Curahuasi. Mientras dormía, arranqué una lámina de mi piel e hice

un cóndor de origami donde escribí todos sus nombres, uno por uno.

Y, tú, Awilitáy le diste leche. El cóndor partió asustando al hombre cruel que

construyó una feroz fábrica abierta las 24 horas del día en medio de mi pecho.

Cuando las luces del mall volvieron a prenderse y las personas me sacaban fotos con sus celulares, Awilitáy, Ishishcha, Awilitáy, Ishishcha, Ishishcha, Ishishcha, un matemático ruso corrió entre los escaparates haciendo caer maniquíes, rompiendo vitrinas y con una espada de fuego parecida a las que guardo debajo de la lengua cortó los flexibles tallos de rosa que me encadenaban

y desapareció. Cuando caí sobre el charco de mi sangre, se proyectó

una escena sobre el primer piso del mall: Una jirafa con su largo cuello encendido, me llevaba sobre su lomo mientras cabalgaba por la avenida la

Cultura. Y un río caudaloso de flores manaba desde mi pecho.

Entonces, la feroz fábrica de mi pecho se inundó. El castillo mecatrónico dejó de funcionar, pero pude

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percibir que debajo de mi esternón sus descomunales infraestructuras se alzaban todavía.

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******* (Permítanme compartirles algo antes de intentar leer el

cielo: he entendido

la sensación triste que acompaña

a las revelaciones. Es triste

porque el cuerpo presiente al revelársele algo

la horrorosa trampa en la que hemos caído

los modernos. Es triste

porque el cuerpo presiente al revelársele algo

el dolor de haber olvidado nuestro parentesco con las estrellas

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y nuestro amor por los microbios.) Una mujer sana empuja su carretilla de emoliente. Allí, las botellas con airampo, jugo de limón, linaza, boldo, alfalfa y goma blanca colisionan armónicas reproduciendo el sonido de la esquina diminuta de una estrella. Hay niños saludables sin zapatos vendiendo esferitas leds que se encienden lento, que se encienden imitando el color de los bordados de mi chaqueta de Tinta. Los árboles que se cuadran casi en posición de firmes (y no es un firmes total porque están riendo) han crecido y sus ramas ya no acarician mi cabeza cuando paso guardando luto cerca de las clínicas y hospitales que se erigen modernos. El hombre verde que camina dentro del semáforo anuncia el baile de los árboles, luego se detiene y guarda un minuto de silencio por las tumbas de ustedes dentro de mi columna vertebral. Mi padre Ausangate o mi poderoso y bello padre San Cristóbal, abre sus ojos y desde donde está puede ver las pantallas luminosas gigantes. El fulgor del mall que es más grande que el hospital Regional donde la gente suelda sus huesos rotos. Ve las banderas. Cuenta los 9, 10, 13 pisos. Todo desde allí no es más que un enjambre violento y enloquecido de luces.

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Quisiera saber, Ishishcha, Awilitáy, Awilitáy, Awilitáy, Awilitáy, cómo se ve esta ciudad desde el hemisferio neón de sus planetas.

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******** Tengo una descomunal nostalgia de Saturno porque lo he visto a través de un telescopio. Cuando alzo la mirada al cielo y lo distingo (a veces, tristemente, con una aplicación de mi smartphone), Saturno se convierte: -En una insignia -En el ladrido de un perro -En el bajo amplificado de un concierto de música chicha que hace menear mi corazón -En los acordes de Thoda sa pagla que Aishwarya Rai, la mujer más bella del mundo, baila siendo joven y sonriendo cordilleras. -En las notas elásticas de una guitarra azul, elásticas y finas como la telaraña, como las líneas imaginarias con que los griegos han dibujado sus constelaciones, como, una vez más, los rayos láser.

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Saturno me conmueve y lo repito: SIENTO UNA NOSTALGIA

INCONMENSURABLE COMO SI RECONOCIERA QUE SOY SATURNO

QUE HE PASEADO POR SATURNO QUE HE TOMADO UNA PIEDRA EN

SATURNO Y LA HE LANZADO

¿HAN VISTO USTEDES A SATURNO POR TELESCOPIO?

¿DE VERDAD NO HAN VISTO A SATURNO A TRAVÉS DE UN TELESCOPIO? Codificar el resplandor de Saturno a través de un lente magnificado

es equivalente a disfrutar los granos atómicos de la harina de habas

mezclados con azúcar, es equivalente a ser rescatado por ti

cuando salga corriendo de tu casa hacia el puente para arrojar desde ahí mi cabeza a los autos, es equivalente a comprar caramelos de limón

con los centavos que me concedes, es equivalente a jugar a ser un tren sobre la cama,

es equivalente a las primeras palabras que me enseñas en quechua,

es equivalente a una serenata sorpresa por mi cumpleaños

cuando comparto el hambre del mudo,

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es equivalente a tu bendición antes de ir al colegio

es equivalente a buscar con desesperación una carretilla de

emolientes para acurrucar la cabeza sobre el hombro de la vendedora

Ishishcha, Ishishcha, Ishishcha, Awilitáy, Awilitáy, Awilitáy.

He visto a Saturno directo a los ojos.

Y recuerdo la liberación de tus átomos expandiéndose

alegre y violentamente entre las nubes atardecidas.

El muro que soy, el muro del centro histórico del Cusco que soy

se resquebraja a pesar de que las lluvias han cesado. Awilitáy, Awilitáy, Awilitáy, Awilitáy.

Sin embargo, con la potencia del vapor 100 gramos de chocolate me han sido entregados para

roer. Y Rusia huele a ropa tibia que recién se ha planchado. Rusia ha sabido extender sus películas como un chicle.

Rusia ha sabido emocionarse y mandarme chalecos inflables por whatsapp.

A veces pienso que Rusia ha construido al matemático ruso

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con los pedazos de las uñas de ustedes con los cabellos de ustedes sobre el pavimento

con sus botones y con la mezcla de los mates que componen el emoliente.

Ishishcha, Awilitáy, Ishishcha, Awilitáy Ishishcha, Awilitáy, Awilitáy,

mamá, San Cristóbal Ausangate Ausangate Ausangate

(Tú, Ausangate, junto a la Cruz del Sur me han escuchado tocar el violín.

Luego de sus gestos, entendí que la sinfonía y el huayno

son urgentes sólo para el enjambre enfurecido de luces).

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********* De mi frente brota un prisma. Mis costillas se abren y una vez más mis vísceras fosforecen. No brota la canción de mis dedos. Mis dientes de amatista le sonríen a este anillo que se va cerrando, a este arco-iris doble que sostiene a la ciudad del Cusco. Mis dientes de amatista soportan la belleza del arco-iris y no se caen. Y la canción que avanza en patrones geométricos y que tiene los colores iridiscentes de los dioses del Perú sólo ha logrado construir una ventana sobre mi cráneo. Los gorriones han visto a través de mi cabeza, han visto que se ha abierto sobre mi cráneo una ventana y la canción ha surgido envolviendo al mar sereno de líquido amniótico que a su vez envuelve al universo gaseoso donde gravitan con tranquilidad los dioses del Perú.

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"Analfabetos son ustedes que no pueden leer el cielo. Ustedes, los dolorosamente analfabetos que tienen el

timón", me dice la canción de los pajaritos con los que conversaba siendo niño cuando atardecía.

Me siento en la ladera de mi barrio y observo las formas caprichosas de los árboles en las montañas frente a mí. Atardece y nuevamente sonrío. El ciclo está por cerrarse y los árboles crecerán rotundos.

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Y aunque sea la canción del gorrión americano una interpretación de mi infancia, un recuerdo de la

interpretación de mi infancia, yo he hablado con los gorriones americanos cuando atardecía. Yo he hablado en amarakaeri con los pájaros en tu casa, Awilitáy. Y cuando estuve a punto de entender que los pájaros trinan en distintos idiomas aunque tengan el mismo penacho elegante sobre su frente, cuando estuve a

punto de entender que la tarde amarilla entre la que revoloteábamos haciendo rebotar el balón no era ciencia sino el mismo dios o los mismos dioses

concentrados en algodón dulce de piña, cuando estaba a punto de entender que mis costillas eran hermosas:

crecí.

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********** El cielo es cadmio, cobalto, acero, bronce y azulino. Y en las garras de piedra de mi mano, ahora que soy un puma, se multiplican motivos geométricos. Se repiten patrones romboides de colores encendidos. Despídanse de las últimas lluvias geométricas de abril despídanse de Venus que se toma de la mano con la luna despídanse de los camiones peludos como osos del ártico despídanse de mí:

Awilitáy, Ishishcha, Ishishcha, Ishishcha, Awilitáy, Awilitáy, Awilitáy,

Awilitáy, Awilitáy, Awilitáy, Awilitáy, Ishishcha, Ishishcha, Ishishcha

Ishishcha que quizás sea la última vez que pronuncio o escribo la

ruma de sus nombres con esta tristeza electrificada.

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Dentro de los rombos están los colores divinos que son los colores del Perú

que son los colores de la estridencia que son los colores de un concierto flúor de huayno

que son los colores de cada una de las lenguas amazónicas

que son los colores de los ojos y la piel del mismo dios multiplicado y diverso

Los dioses lloran al fondo de nuestra nuca que es su casa, que es la dimensión gaseosa donde gravitan

tranquilamente, que es el plano siguiente al mar quieto de líquido amniótico.

Las raíces me toman de las piernas, un séquito de mujeres vestidas de blanco me invita a cerrar los ojos, pequeños duendes me hacen bromas, viajo recostado sobre una canoa que se desliza por un río de burbujas

musicales. La ruma ardiente de sus nombres, sus naipes del tarot

español, el libro iridiscente de sus ausencias se entrecruza con las láminas tensas y traslúcidas de mi

pellejo. Unas hormigas muestran sus patas hermosas sobre las

teclas de un sintetizador. El espectáculo formidable de un insecto moviéndose

sobre tu espalda, la piscina de cristales cósmicos de los ojos del insecto, los árboles bifrontes, el aura celeste

de las piedras, el espejo que surge de las manos anudadas de Venus y la luna.

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El castillo que nos contiene. La casa que nuevamente construyo con columnas del humo del tabaco que abriga a los que han muerto de

frío. El dormitorio que construyo nuevamente con hojas de coca que alimentan a los que han muerto de hambre como tú, como tú, como tú y como todos los otros

abuelos míos desde hace 500 años. Me despido con los glúteos más fuertes.

Me despido más viejo. Me despido porque he visto sus rostros sobre

estampitas religiosas. He vomitado la antigua casa del terror.

He vomitado la fábrica de plástico, el edificio de asbesto que construyeron al haz y al envés de mi

esternón. He vomitado dinosaurios putrefactos.

He vomitado todos los pecados del mundo y más heridas azules

que volaron de mi boca como grandes mariposas nocturnas.

He vomitado caparazones y cuchillos y piedras de bordes filosos

y tempestades y zapatos de metal y el cadmio, cobalto, acero, bronce y azulino

del cielo. He vomitado el haz y el envés de mi esternón

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y la cáscara de mi cuerpo. Y ya no fui más la imperiosa procesión de sus

nombres, porque no sólo me acompañan las hormigas y un perro peruano pintado con los colores de los dioses, sino que supe reconocerlos en las estrellas.

Me despido porque debo construir mi casa en el valle profundo de mi pecho

donde ustedes serán los árboles más altos y sonrientes del mundo

donde no hará falta nada y nadie morirá de hambre o frío.

Me despido con los ojos luminosos, del mismo modo como ustedes se despiden y celebran las últimas lluvias

de abril. Soy un puma coronado con un chullo por pequeños

duendes. Buscándolos a ustedes han despertado en mí los

dioses. Despídanse de mí celebrando la proyección del prisma

sobre mi frente. Despídanse de mí perdonando mi esporádica torpeza

de tractor. Despídanse de mí abriendo el ojo de su propia frente.

Despídanse de mí pensando en el quieto mar de líquido amniótico

y en la dimensión gaseosa donde retozan los dioses. Despídanse de mí pensando en el equilibrio y en la

explosión de nubes

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que levanta nuestra nueva morada en las estrellas.

Debo construir mi nueva casa

Debo construir mi nueva casa

Debo construir mi nueva casa

QUE ASÍ SEA.

Mayo 2014

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Jorge Alejandro Vargas Prado (Cusco-Perú, 1987)

Estudió Literatura y Lingüística en la Universidad Nacional de San Agustín de Arequipa. Fue editor desde los 17 años junto al Grupo Editorial Dragostea. Ha publicado Cuentos (Grupo editorial Dragostea, 2006), Para detener el tiempo (Grupo editorial Dragostea, 2008), Kunan Pop (Cascahuesos, 2010) y T’ikray (Grupo editorial Dragostea, 2013). Como traductor y antologador destacan Vello húmedo-Recopilación de literatura erótica masculina (Grupo editorial Dragostea, 2007), Otoño y otros poemas de la rumana Ana Blandiana (Grupo editorial Dragostea, 2008) y Qosqo qhechwasimipi akllasqa rimaykuna (junto a Luis Nieto Degregori y César Itier, Centro Guaman Poma de Ayala, 2012). Su trabajo ha sido reconocido con publicaciones en revistas virtuales y de papel en el Perú y en el extranjero, así como con premios en las categorías de poesía, cuento y videopoesía. Entre las antologías más importantes en las que fue incluido se encuentran Cholos: trece poetas perunos nacidos entre el 70 y el 90 (selección y presentación de Willy Gómez Migliaro, Catafixia editorial, 2014) y Selección peruana 2000-2015 (selección de Ricardo Sumalavia, Estruendomudo, 2015). Actualmente se dedica al fortalecimiento y difusión de los idiomas andinos y amazónicos del Perú y a la música con la banda Chintatá y su proyecto de arte sonoro en solitario Ishishcha.

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La ultra iridiscencia de los dioses del Perú es una canción de math rock. O más bien, una canción de techno huayno. O más bien, un poderoso ícaro shipibo de sanación.

Se trata también de un libro de poemas que explora la sensación de la pérdida, de la ausencia o de la muerte de los seres queridos. A lo largo de las páginas, estas heridas se van sanando a través de ritos y celebraciones relacionadas al fantástico mundo del ayahuasca.

La poesía de Vargas Prado demuestra que la esencia de las cosmovisiones originarias del Perú puede ser expresada a través del vértigo y la ambigüedad que caracteriza el fin de la era postmoderna para entregarle al mundo una opción de redención.