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ARQUI TECTU RA La Vaguada ya no es nues tra D esde hacía tie mpo ve nía a rras- tra ndo la penosa sensación de que la revista debía oc upa rse del centro comercial ese -el de la Vaguada es nuest ra- del M-2. Pero la convi cción de qu e es imposible escribi r al go que merezca la pena so bre una cosa tan fea me echaba para atrás . La verdad es q ue el no haber estado nunca a llí , convertía la idea de que la cosa era fea en un preju icio. Aun que la verdad completa es que había moti vos para pensar así: la ma qu eta se conocía de Arco 83, y además estaba la opinión general. · Para ir a la Vaguada es preciso re un ir un as ca nti dad es equivale ntes de cu ri osi- dad y morbo y escoger un mal día para cual quier otra cosa. Y, sin embargo, el viaje merece la pen a; esto es lo q ue se ve: Al e ntrar dejas a tu espalda un viejo con ocido: la Caja Postal de Ah orros, con sus for mas nítid as y puras. El cent ro comercia l, por el co ntrario, te recibe con una construcción ciega, que se a bre só lo en sus e ntradas, recubiert a por una in- continencia de vigas, jardi neras, más tiles y rocas vo lcá ni cas que te descolo ca n: las ve l as al a ire tras los an uncio s lumin osos sugieren la presencia de algo así como un puerto depo rtivo que, natura lmente, no existe. N um erosos gr upos de adolescentes ociosos, de aba ndonad os gestos y movi- mi e ntos, di spuestos para un a aventura que se les promete y no se les da, se apostan ante sus puertas. Al c ru zarlas, recibes en el ros tro el impac to de un a ire extraño, fl otan en él una sica disco y un ol or a co midas mezcladas. Una .escalera mecánica te re- coge en el felpudo y, c ua ndo te q ui eres dar cuen ta , estás siendo trans po rtado por el aire a tra vés de un espa cio de dobles y triples a ltu ras. El in terior se p ropone como un laber into de con tinuos sube-y- baja. Es la id ea de la " promm enade ar- chitectural", de Le Corbusier, formal- me nte banalizada h as ta lo indecible y pu es ta a l servicio de la ve nta a las multi tudes. 20 Opinión Los camin os que se te ofrecen, abier- tos entre el ho rm in con pretend ido aire natural, te llevan a tra vés de un pai saje arti fi cioso que qu iere suge rir ideas como vacaciones, exo tismo, j u ve n- t ud o mode rnid ad. A ambos lados, tie ndas abiertas de par en par, de no mbres inte rnacional es y marcas de clase te ll aman con un sír va - se usted mismo. J unto a las ti en da s, se disponen nu - merosos locales en l os qu e se despac han comid as variadas, pe ' rr itos ca li e ntes, tor- titas con nata, cha mp is, helados de fresa, coca-col a, alta cocina francesa, pul po a la gallega, cañas, bocat as y burger-su- per-al go. L os locales y sus dependie ntes van decorad os según la imagen qu e se quiere sugerir, por lo que, a lo l argo de l recorrido, se suceden el oeste ameri cano con la ca rreta de la feria de Sevilla, Ni za con la tasca ma dri leña, y el cohete espa- cial con la ba rraca valen cia na. Este escenario, Pu erto Banús p ara po- bres de secan o, recuerdo de las Ferias del Ca mpo de los os 50, está su per po bla- do po r una variop int a multit ud qu e se cru za y se vuelve a c ru za r a ntes de deci- dirse, ya agota dos, a a ba n donar el sitio: Sitio a l que se someten atra ídos por las luces de colores, cuentas de vidrio con que se en gaña a los indígenas de la gran ciudad. Familias e nteras enfu ndadas en chándales y adidas (con la excepción de la abuela, aún de neg ro y pañoleta), pa n- dillas de q uin ceañeras sa ltarinas en or- gía de colores pas tel, patinadores con sica prop ia en l os oíd os y alarde en el polo de un Harvard qu e no conocerán nu nca, parejas marchosas de mediana edad con el núme ro 89 en. la cam iseta y el sho rt en la celulitis. A ellos, a los que sólo vinit;ron a ve r, pero acaban dej ándo se todo el dinero qu e traen, y a los q ue qu ieren comprar con el pantalón un in sta nte de ficción p layera, está dedicado este cent ro de la M-2. La m úsica disco, la arq uitectura di s- co al servicio del comercio d isco. Hortera so bre hortera. Es hortera la idea comercial a qu e tocio se somete. Es ho rt era - y esto es lo peor- la imagen qu e se propone y en la que se ed uca a l os inocentes indígenas de la periferia, que ac uden co mo po li llas a la luz. Es hortera la arquitectura. por- que es pretenciosa y bana l. Se ofrece pretenciosa y engañosame nt e como "lo más" en lo comercial y en lo arq uit ec tó- nico. Está presente tocio el repertor io mo- de rn o: barandill as de tubo, lucern arios, escaleras mecánicas que cru za n l os esp ~- cios, mu cho espejo, mu cho neón, cables, más ti les y lonas, y hor migó n "visto" . Tocio siempre banali za do h as ta el mareo. Como leí en una pintada ácrata refe ri da al Po mp i clou par isino: Igual que los ca- ramelos "J ", esto es sólo agua, sacarina y propaga nda. Nos han col ado un Pom- piclo u comercia l. P ro pon go , como fi nal del paseo, ha- .cerse un cine. Una película de ciencia fi cción. Al salir le asalta a uno la duela ¿es esto el futu ro ? El a ntí do to es un a hambu rguesa. Tras una última vuelta sales fuera, anochece, el airé fresco te espa bila a 1 tiem po q ue vuelves a ver el edificio de la Caja Pos tal: el d epós ito in fo rmá ti co de los ahorros descansa frío ba jo el sucio. Dos blancos pa lacetes metálicos miran al barrio y oc ultan el pa lpitar de la má- qu ina que por de trás se ma nifiesta. Es la oferta o rtodoxa de futu ro . La buena ar- quitectura moderna qu e no pudo en con- trar mejor pa ladín frente a los mercade- res de la forma. Sin em bargo, al aban do nar el sitio, te sigue la duda: ¿cuál será el fi nal de esta historia de buenos y malos?, ¿serán los primeros capaces de con ve ncer de tal mo - do 1 os ciud ada n os de su val or, como para q ue ac udan en su conservación cua ndo la fr ag il id ad intrínseca de la ar- qu itectura mode rn a así lo exija ?, ¿s erán los malos q uienes, segu ros en su máx ima de todo el mundo tiene un precio, cons i- ga n dep ravar al pueblo? La respuesta en el n úmero 500 de la revista Arquitectura. Ga briel Ruiz Cabrero

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A RQ UITECTU RA

La Vaguada ya no es nuestra

Desde hacía tiempo venía arras­trando la penosa sensación de q ue la revis ta debía ocuparse del

centro comercia l ese -el de la Vaguada es nuestra- del M-2. Pero la convicción de que es imposible escribir a lgo q ue merezca la pena sobre una cosa tan fea me echaba para a trás.

La verdad es q ue el no ha ber estado nunca allí, convertía la idea de q ue la cosa era fea en un prejuicio. Aunque la verdad co mpleta es q ue ha bía moti vos para pensar así: la maqueta se conocía de Arco 83, y además estaba la opinión genera l. ·

Para ir a la Vaguada es preciso reunir unas cantidades eq u ivalentes de cu riosi­dad y morbo y escoger un mal d ía pa ra cua lquier o tra cosa. Y, sin emba rgo, el viaje merece la pena; esto es lo q ue se ve: Al entrar dejas a tu espa lda un viejo con ocido: la Caja Posta l de Ahorros, con sus formas nítidas y puras. El cen tro comercial, por el contrario , te recibe con una cons trucción ciega, que se a bre só lo en sus entradas, recubierta por una in­continencia de vigas, jardineras, mástiles y rocas volcánicas q ue te descolocan : las ve las a l a ire tras los anuncios luminosos sugieren la presen cia de a lgo así como un p uerto deportivo q ue, na tura lmente, no existe.

N umerosos grupos de adolescen tes ociosos, de abandonados gestos y movi ­mientos, dispuestos para una aven tu ra que se les promete y no se les da, se apostan ante sus p uertas.

Al cruzarlas, recibes en el ros tro el impacto de un aire extraño, flo tan en él u na música d isco y un o lor a comidas mezcladas. Una .escalera mecánica te re­coge en el felp udo y, cuando te q uieres dar cuen ta, estás siendo tra nsportado por el a ire a través de un espacio de dobles y trip les a lturas. El in terio r se p ropone como un laberinto de con tinuos sube-y­baja. Es la idea de la "promm enade ar­chitectural", de Le Corbusier, forma l­mente ba na lizada hasta lo indecible y p ues ta a l serv icio de la venta a las multi tudes.

20 Opinión

Los caminos que se te ofrecen, abier­tos en tre el hormigón con pretendido aire na tu ra l, te llevan a través de un p a isaje artificioso q ue qu iere sugerir ideas como vacacio nes, exotismo, j uven­tud o modernidad .

A ambos lados, tiendas abiertas de par en pa r, de nombres in ternacionales y marcas de clase te llama n con un sírva­se us ted m ismo.

J unto a las tiendas, se d isponen nu­merosos loca les en los que se despacha n com idas variadas, pe'rritos ca lientes, tor­titas con nata, cha mpis, helados de fresa, coca-cola, a lta cocina francesa, pul po a la ga llega, cañas, boca tas y burger-su­per-a lgo. Los locales y sus depend ientes van decorados según la imagen que se q u iere sugerir, por lo que, a lo largo del recorrido, se suceden el oeste america no con la carreta de la feria de Sevilla, Niza con la tasca madri leña , y el cohete espa­cia l con la barraca va lenciana.

Este escenario, Puerto Banús para po­bres de secano, recuerdo de las Ferias del Campo de los a ños 50, está superpobla ­do por u na var iop inta multitud que se cruza y se vuelve a cruzar a ntes de deci­dirse, ya agotados, a a ba ndonar el si tio: Sitio a l que se someten a tra ídos por las luces de colo res, cuentas de vidrio con que se engañ a a los indígenas de la gran ciudad. Fa mil ias enteras enfundadas en chándales y adidas (con la excepción de la a buela, aú n de negro y pañ ole ta), pan­dillas de q uincea ñeras saltarinas en or­g ía de colo res pastel, pa tinadores con música propia en los o ídos y a larde en el p olo de un H arvard que no conocerán nunca, parejas ma rchosas de med ia na edad con el número 89 en. la cam iseta y el short en la celu litis.

A ellos, a los q ue sólo vinit;ron a ver, pero acaban dejándose todo el d inero que traen , y a los q ue qu ieren com prar con el pa n ta lón un instante de ficción p layera, está dedicado este centro de la M-2.

La m úsica d isco, la arquitectu ra dis­co al servicio del comercio d isco.

Hortera sobre ho rtera.

Es hortera la idea comercia l a que tocio se somete. Es hortera - y esto es lo peor- la imagen que se propone y en la que se ed uca a los inocentes indígenas de la periferia, que acuden como po li llas a la luz. Es hortera la a rq u itectura . por­que es pretenciosa y bana l. Se ofrece pretenciosa y en gañosamente como "lo más" en lo comercia l y en lo a rq uitec tó­nico. Está presen te tocio el repertorio mo­derno: barandillas de tubo, lucernarios, esca leras mecánicas q ue cruzan los esp~­cios, mucho espejo, mucho neón , cables, más ti les y lonas, y hormigón "visto" . Tocio siempre ba na lizado hasta el mareo . Como leí en una pin tada ácrata referida a l Pompiclou parisino: Igua l q ue los ca­ramelos "J ", esto es sólo agua, sacarina y propaganda. Nos ha n colado un Pom­piclou comercial.

Propongo, como final del paseo, ha ­.cerse un cine . Una película de ciencia ficción. Al sa lir le asa lta a uno la duela ¿es esto el fu tu ro? El a ntídoto es una ha mburguesa.

Tras una última vue lta sa les fuera , anochece, el airé fresco te espabila a 1 tiempo q ue vuelves a ver el edific io de la Caja Posta l: el depósito in formá tico de los a horros descansa frío bajo el sucio . Dos bla ncos pa lacetes metá licos miran al ba rrio y ocultan el pa lp itar de la má­quina que por detrás se manifiesta. Es la oferta ortodoxa de fut uro. La buena a r­quitectura moderna que no p udo encon­trar mejor paladí n fren te a los mercade­res de la fo rma.

Sin embargo, a l a bandona r el sit io, te sig ue la duda: ¿cuá l será el fi na l de esta his to r ia de buenos y malos?, ¿será n los primeros capaces de convencer de ta l mo­do a· 1os ciudadanos de su va lor, como pa ra q ue acuda n en su conservación cuando la frag il idad int r ínseca de la ar­q uitectu ra moderna así lo ex ija ?, ¿será n los ma los q uienes, seguros en su máxima de todo el mundo tiene un precio, consi­gan depravar a l p ueblo? La respues ta en el número 500 de la revista Arq ui tectura.

Gabriel Ruiz Cabrero