LCDE047 - A. Thorkent - Los Mercenarios de Las Estrellas

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A. THORKENTLOS MERCENARIOS DE LAS ESTRELLAS

ColeccinLA CONQUISTA DEL ESPACIO n 47 Publicacin semanal Aparece los VIERNES

EDITORIAL BRUGUERA, S. A.BARCELONA - BOGOTA - BUENOS AIRES - CARACAS - MEXICO

Depsito Legal B 19.862 - 1971 Impreso en Espaa - Printed in Spain

1.a edicin: julio, 1971

A. THORKENT - 1971 sobre la parte literaria JORGE NUEZ - 1971 sobre la cubierta

Concedidos derechos exclusivos a favor de EDITORIAL BRUGUERA, S. A. Mora la Nueva, 2. Barcelona (Espaa)

Impreso en los Talleres Grficos de Editorial Bruguera, S. A. Mora la Nueva, 2 - Barcelona- 1971

Todos los personajes y entidades privadas que aparecen en esta novela, as como las situaciones de la misma, son fruto exclusivamente de la imaginacin del autor, por lo que cualquier semejanza con personajes, entidades o hechos pasados o actuales, ser simple coincidencia

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CAPITULO PRIMERO

Matas Delmont nunca haba visto una ciudad tan extraa como aqulla, pese a conocer muchas en docenas de planetas. Pero Palmeras Largas, en Nelebet, posea las particularidades de todos los centros de Acercamiento que el Orden instalaba.Aqul era, sin embargo, el primer Centro de Acercamiento que Mat visitaba. Y no lecomplaca en absoluto.Haba llegado al planeta en un destartalado carguero apenas haca doce horas y ya empezaba a preguntarse si no estaba perdiendo all el tiempo. Pero para llegar a Nelebet era preciso pasar primero por Palmeras Largas, nombre por el que era conocido el Centro de Acercamiento.Al anochecer, la singular ciudad se suma en sombras, tmidamente desalojadas por las luces que salan de las casas prefabricadas, levantadas anrquicamente pese a los esfuerzos del Orden por querer dar al Centro un aspecto de ciudad ms decente y urbanizada.Mat haba entrado en el barrio de diversiones, atestado por navegadores, prfugos de muchos planetas, jugadores, prostitutas, embaucadores y toda clase de calaa que acuda a los Centros que se levantaban en los planetas olvidados recin abiertos, y que mientras no provocasen demasiado jaleo, el Orden los toleraba.Una pareja de policas del Orden pas junto a Mat. Vestan sus conocidos uniformesnegros y plateados. De la cintura llevaban colgadas las armas y dems artilugios que precisaban para reprimir disturbios. Sus rostros estticos miraban al frente, pero Mat intuy que le observaban por el rabillo del ojo cuando pasaron por su lado.Se dijo que no le gustara que algn da tuviera que enfrentarse con ellos. Conoca sobradamente los mtodos expeditivos que los miembros de la polica del Orden solan utilizar.Los hombres que cruzaban la calle callaban al paso de la pareja, aligeraban el paso y se introducan en la primera taberna que encontraban.Mat no dud en hacer otro tanto. Se alej de la patrulla y entr en una taberna. All no sola inmiscuirse el Orden mientras no se produjese un altercado. Entonces no tardaban ms que unos instantes en penetrar en la casa y anestesiar a todos sus ocupantes. Luego hacan las pesquisas.Pas por debajo del aparato de mltiples objetivos de televisin que el Orden instalabaen los lugares pblicos para observar lo que suceda en su interior cuando se le antojara. Lo peor era cegar los ojos electrnicos escrutadores. Entonces sonaba una seal de alar- ma y el infractor era castigado con la expulsin del planeta, lo que resultaba una dura pena para l, tal vez peor que un da de crcel o una fuerte multa.El interior de la taberna estaba repleto. Mat se acerc a la barra y pidi un conocido licor. Una camarera de elevada estatura le puso delante un vaso y le pidi un crdito por lo que en realidad no vala ms de una docena de milsimas. Pero Mat record que estaba en un Centro de Acercamiento y que en tales lugares los precios se disparaban con velocidad de escape.Mat bebi y corrigi su primera opinin. Aquello no vala ni una milsima de crdito;pero al parecer, no haba otra cosa mejor. Seguramente estaba destilado en la trastienda

con los residuos de combustible de nave estelar.El hombre que estaba al lado de Mat gru y dijo:Se ve que eres nuevo aqu. Ya te acostumbrars a esto y seal el vaso de Mat.Cmo adivinaste que llegu recientemente?An no hace un da que llegaste aqu sonri el hombre, de facciones semiocultas por una espesa barba negra. Te juego un crdito a que no llevas ms de ese tiempo en Palmeras Largas.Mat sonri.No. Perdera el crdito. Lo adivin por el gesto de asco que puse al beber?S. A m me pas lo mismo... hace cerca de dos aos. Delmont frunci el ceo.Tanto tiempo lleva en este planeta?Pero no pienso quedarme mucho ms. Tan pronto como gane para un pasaje o consiga meterme de friegaplatos en un carguero, zas! Que el infierno se trague Nelebet.Me dijeron que en los Centros se gana mucho dinero con facilidad.Quien le dijo tal cosa debi ser un enemigo suyo. Por qu viniste?Ya te lo he dicho. Por dinero.En otros Centros, tal vez. Pero no en Nelebet. Esto es un verdadero asco. No sabemos qu est esperando el Orden Imperial para permitir la apertura.Generalmente la espera no suele durar ms de un ao.Cuando llegu, muchos ya estaban aburridos de esperar gru el hombre, bebiendo el resto de su licor.Mat llam a la gigantesca camarera, que seguramente proceda de alguno de los planetas gigantes de Antares, y orden dos bebidas. El hombre agradeci con una sonrisa la invitacin de Mat.Me llamo Bruno. Gracias por el trago. La verdad es que slo tengo justo para pagarme un vaso.Llmame Mat. Matas Delmont. Slo te llamas Bruno?Es suficiente, no?Mat se encogi de hombros. Bebi un poco mientras echaba una mirada en derredor suyo, estudiando curiosamente la gente que llenaba el local. Al fondo, un grupo de navegadores rean escandalosamente con varias mujeres, algunas de raza apenas humanoide. En ciertos lugares los hombres, despus de mucho tiempo de estar en el espacio, se volvan poco exigentes.Me dijeron que al otro lado de la Valla usan cubertera de oro y que tal cosa no essigno de riqueza coment Mat distradamente, mientras observaba de reojo a su compaero de bebida.Bruno asinti.As es. Y lo ms gracioso es que los nativos parecen estar deseando que la Valla sea derribada.Los nativos estn desendolo?Naturalmente. No has escuchado los cantos de sirena? Mat neg con la cabeza.Como recordando algo, Bruno movi la cabeza y se limpi las barbas con el dorso de la

mano.Olvid que an no has pasado una noche cerca de la Valla. Ya los oirs. Algunas veces, empero, se acercan hasta el mismo puerto del espacio. Una vez alguien dispar contra ellos, pero los soldados del Orden lo tienen prohibido. A aquel tipo lo deportaron.Quieres decirme de qu hablas?De los pajarracos, amigo. Esos papagayos que revolotean sobre los recin llegados. Los llamados cantos de sirena. Sus palabras son sugestivas, pero sin significado. Aparecieron hace unos meses y nos animan a cruzar la Valla. Qu gracia! Quin es el loco que va a hacerles caso?Nadie lo ha hecho?Algunos. Tal vez bastantes. No se lleva un censo de la poblacin en Palmeras Largas. El Orden quiz sepa quines cruzaron la Valla con exactitud. Al principio no era muy difcil, pero ahora est reforzada.Es peligroso abandonar un Centro sin permiso del Orden. Bruno solt una risotada.Me haces hablar demasiado y ya acab la bebida.Mat dej sobre el mostrador una moneda de veinte crditos que hizo abrir a Bruno los ojos como platos. La camarera trajo a requerimiento de Mat una botella de autntico whisky y no regres con el cambio. Mat no esper ms y, con la botella en la mano, empuj a Bruno hasta una mesa, despus de coger dos vasos limpios de una pila.Se sentaron y Mat llen los recipientes de plstico. Bruno bebi glotonamente y entorn los ojos con cierto aire de felicidad.Me has hecho sentir ms joven, amigo. Haca siglos que no beba algo semejante. Dame otro vaso y hablar hasta que te canses de orme.Mat sonri, llen el vaso y pregunt:Dime todo lo que sepas de los nativos.Bruno detuvo el vaso que iba camino a sus labios y dijo:Mal voy a pagarte tu generosidad. S muy poco de ellos.Es igual. Suelta lo que sepas.El hombretn bebi ms tranquilo, al parecer.Se estn matando all afuera. Mal dejaron este planeta los tipos de la Primera Era. Quienes aqu se quedaron estaban enzarzados en una lucha estpida por algo que no s y qu an dura. Cuando se les agotaron las armas de fuego, recurrieron a la espada, el arco y la flecha. Y as siguen.Por eso el Orden no ha permitido la apertura del planeta a los colonos?Pudiera ser. Debe pensar el Orden que la lucha, en lugar de terminar, se incrementa con bandas de mercenarios. Y eso es precisamente lo que pretenden conseguir los dos bandos en lucha.Buscan mercenarios?S. Para eso envan al Centro sus cantos de sirena. Esos pajarracos son los nicos seres vivientes capaces de burlar la Valla.Mat entorn los ojos. Los hechos que Bruno le estaba contando l los conoca casi todos. Pero ignoraba lo referente a los pjaros habladores. Eran veinte crditos los empleados.

Ansiaba conocer a los pjaros habladores. Tal vez por su mediacin lograse cruzar la Valla sin necesidad de tener que recurrir a medios que no deseaba emplear y que siempre resultaban peligrosos.Qu se cuenta por ah respecto a esta situacin? pregunt Mat.Hay opiniones para todos los gustos. Es claro que an no has tenido tiempo de recorrer todo el Centro, Mat. Pero yo s s que la mayora de los que esperan pacientemente la Apertura son mercenarios, que llegaron a este planeta con sus fuerzas desarmadas y repartidas por el cuerpo y equipajes para no ser detectadas.A Mat le hubiera gustado saber si aquellos mercenarios haban llegado por iniciativa propia o alguien o alguna entidad los estaba enviando paulatinamente. Tal vez muchos, con profundos conocimientos de las costumbres que el Orden empleaba en los Mundos Olvidados, haban arribado a Nelebet movidos por sus propios impulsos. Pero las palabras de Bruno inducan a pensar que el nmero de hombres con aspecto de mercenarios era demasiado elevado para creer que todos haban actuado por su cuenta.En ciertos medios de la Tierra, en los que se movan bajo los estratos ms visibles, se estaba hablando desde haca demasiado tiempo de Nelebet. A los odos de Mat haban llegado ciertos rumores y entonces se decidi a investigar. Y l tuvo la suerte de hacer importantes investigaciones en viejos documentos.Si al principio la idea de marchar a un lugar tan lejano de la Tierra no le habaentusiasmado, luego comprendi que mereca la pena echar un vistazo. Ahora estaba seguro que no haba perdido el tiempo. Al otro lado de la Valla estaban ocurriendo cosas que estaban produciendo un inters inusitado en muchas gentes.Por qu no l tambin? Saba tanto como el que ms respecto a la historia antigua deNelebet.A veces, el Orden proceda de forma tan automtica que estropeaba las cosas de forma alarmante. Si se supona que con su intervencin se evitaban las situaciones dainas en los Mundos Olvidados, la experiencia estaba demostrando continuamente lo contrario. Pero eran demasiado los Mundos Olvidados y diferente cada una de sus situaciones. El fallo del Orden estribaba en que cada cual quera imponer su sistema, desarrollando por las computadoras que a veces eran precariamente suministradas de datos.Bruno estaba diciendo:Te estars preguntando, amigo, si soy de los que llegaron para luchar o trabajar sonriendo, aadi: La verdad es que lo he olvidado. Si cuando se produzca la apertura, cosa que tratar de evitar, an estoy aqu, no s si empuar una herramienta de trabajo. Mejor sera una pistola.El Orden no permitir una invasin de mercenarios en este planeta.A veces no he visto otra entidad ms estpida que el Orden Imperial. Son tan inflexibles con sus leyes, que se sienten incapaces de quebrantarlas, aunque se hunda un planeta. Quienes se hallen en el Centro, con permiso del Orden, obtienen un derecho de trnsito al planeta que no puede ser anulado. Miles de hombres procuran portarse bien para no ser repatriados.Mat esboz una sonrisa.Si deseas marcharte de aqu nada ms tienes que provocar un disturbio y el Orden te pagar el pasaje a otro planeta.

S, claro. Y pondrn en mi tarjeta una seal que me impedir volver a entrar en otro Centro cualquiera. No, amigo. Yo soy perro viejo en estas lides. Me gusta vivir en los Centros, pero no en ste. Sabr esperar y mir fijamente a Mat. Cuando se es preciso, soy paciente.Mat adivin que poco ms poda contarle aquel hombre de la poblada barba y selevant, diciendo:Quiero dar un paseo antes de irme a dormir. Me gustara encontrarme con uno de esos pjaros que llamis cantos de sirena. Te regalo el resto de la botella.Bruno se puso nervioso y tartamude al decir:Estoy sin una milsima, amigo. Si pudieras...Mat sac su monedero que tintine deliciosamente a los odos de Bruno. Le entreg una moneda de diez crditos. Luego, sin decir nada, le volvi la espalda y sali de la taberna.Anduvo durante unos minutos en lnea apropiada para encontrar un cartel luminoso que le avisaba de la proximidad de la Valla. Las edificaciones quedaron atrs y ahora ya no caminaba sobre un suelo plastificado para evitar el embarrado cuando llova, sino sobre su pasto alto y duro.Se detuvo cuando comprendi que dos metros ms adelante se alzaba la Valla. Lasmustias luces de las barracas que quedaban a su espalda reflejaban en la vibrante transparencia algunos destellos.No tuvo que esperar demasiado. Como acudiendo a una cita, una forma alada surgi del otro lado de la Valla, del bosque, y se pos sobre un rbol, mirando a Mat con sus ojos rojos. Dijo el pjaro mientras abra su largo pico:Suea, suea. Riquezas, oro. Cruza la Valla, cruza.Mat se acord de los loros de la Tierra. El pajarraco de Nelebet no posea tan vistoso plumaje, pero su voz sonaba clara. No quiso aproximarse a l ante el temor de espantarlo.Segn los conocimientos que posea de la Valla, era tericamente imposible que el pjaro la hubiese cruzado y continuara vivo. Sus ojos miraban el pasto. A poca distancia de sus pies descubri dos pajaritos de azul plumaje, muertos. El corazn se les debi paralizar al cruzar inconscientemente la Valla. Por qu motivo no le haba ocurrido otro tanto al loro?Este insista:Cruza, cruza. Los valientes tendrn oro, riquezas. Suea, suea.El terrestre arrug el ceo. Le propona el pajarraco que se suicidase? No estaba tan loco como para siquiera introducir un dedo en la vibrante pared energtica.Mat sinti, cuando casi lo tena encima, que alguien intentaba acercrsele por la espalda. Apenas tuvo tiempo, gracias a la rapidez de sus reflejos y acondicionamiento para tales situaciones, de lanzar como un rayo su mano derecha abierta y propinar un golpe contundente hacia el lugar que supona iba a encontrar el blanco apetecido.Se volvi al mismo tiempo que escuch un grito de dolor ronco. En el suelo, Bruno se revolcaba quejndose y con las manos oprimindose el cuello.Mat no se inmut. Esper a que el barbudo hombre se incorporase. Si haba pretendido slo robarle tal vez con aquello tuviese suficiente. Si insista se iba a encontrar con una desagradable sorpresa.

De entre las casuchas surgieron dos figuras vestidas de negro y plata, que sin prisas, pero con decisin, se acercaban a ellos. No exista ninguna prohibicin de estar cerca de la Valla, pero lo que los policas del Orden no toleraban, eran las rias. Mat mascull una maldicin. No le interesaba tener problemas con el Orden. No quera arriesgarse a ser expulsado de Nelebet.Serenamente, esper la aproximacin de los dos hombres. Bruno ya se incorporaba.

CAPITULO II

Mat apenas pudo contener una sonrisa al ver la expresin de miedo reflejada en el rostro de Bruno al descubrir ste que la pareja del Orden se acercaba. Uno de los policas se adelant. El otro quedse rezagado un tanto, a la expectativa y con la mano cerca de la culata de la pistola.Qu hacen aqu? pregunt el agente del Orden. Mat sonri antes de explicar:Nada, agente. Acabo de llegar a Palmeras Largas y quise ver de cerca la Valla y los cantos de sirena. Este buen amigo se brind a acompaarme. Me asegur que estos contornos no estaban bien alumbrados, pero fue l quien tropez con una piedra.Slo ocurri esto? inquiri el polica del Orden mirando alternativamente a Mat yBruno.Puedo asegurarle que s. Mi amigo Bruno y yo...Sus tarjetas de trnsito, por favor le demand.Mat mostr la suya y Bruno, nerviosamente, extrajo otra del bolsillo de su camisa. El polica las examin a la luz de una lmpara porttil y las devolvi. Seguramente al comprobar que el nombre del barbudo corresponda con el inscrito en la tarjeta le hizo pensar que Mat deca la verdad al asegurar que eran amigos.Pensamos que estaban peleando dijo el segundo polica.Pelearnos? Por qu? pregunt, an nervioso, Bruno.He dicho que slo lo pensamos la mirada del polica hacia el pjaro posado en el rbol. Sealndolo, previno: Ah tiene uno de los pocos tipismos de Palmeras Largas. Obsrvelo nada ms. Le recomiendo que no intente hacerle dao.No se preocupe. Siempre me gustaron las aves asegur Mat. Sin decir ms, los dos policas dieron media vuelta y se alejaron.Irnico, Mat esper la reaccin de Bruno. Este, despus de quitarse a manotazos el pasto adherido en sus ropas, mir torvamente a Mat. Estaba visiblemente desconcertado.No lo entiendo. Pudiste haber dicho que te agred para robarte. A ti nada te hubieran hecho.Pero me habran molestado demasiado. E incluso poda haber ocurrido que me expulsaran tambin. Quisiste pagarte un pasaje de lujo para abandonar el planeta, Bruno?S, eso quise. Tu bolsa llena de dinero me turb. Lo siento. Debo darte las gracias ahora?Puedes ahorrrtelas. No me servirn para nada. Pero...Qu?Dijiste que estabas cansado de Nelebet porque no ganabas dinero. Qu es preciso aqu para conseguir oro?Bruno seal la Valla.Est al otro lado. Tienen razn quienes dicen que los nativos comen con cucharas de oro. Incluso las armaduras de los guerreros estn repletas de oro. No las usan macizas porque el oro es blando, pero tienen suficiente para poderlas hacer.Entonces, si la riqueza est al otro lado, vayamos por ella.

Ests loco?No. Te propongo un trato. Estoy Seguro que sabrs respetarlo. Cada vez con mayor desconfianza, Bruno estudiaba a Mat.Qu clase de trato?Podemos unimos y cruzar la Valla. Juntos podemos hacer ms que separados. No desean mercenarios al otro lado? Ambos somos fuertes. Yo dispongo de dos pistolas y suficiente energa para hacerlas funcionar durante un ao.La mirada de Bruno fue entonces de asombro total.Las tienes encima? Mat ri.Desarmadas y ocultas entre mis ropas las piezas.Eres un mercenario profesional.Dejemos a un lado lo que yo pueda ser. Qu te parece? Te entrego una pistola, la posibilidad de ganar una fortuna. Nos ponemos a las rdenes de un jefe nativo y en poco tiempo podemos regresar al Centro repletos de oro. Ya conoces las leyes del Orden. Nada dicen a quienes regresan al Centro. Slo se oponen a que salgamos.Bruno movi la cabeza y se sent sobre una roca. Segua restregndose el lugar del cuello donde la mano plana de Mat le haba golpeado. Nunca en su vida haba sido tan castigado de forma tan simple.Ests loco. Cmo podemos salir de aqu? Bruno descubri los pajarillos muertos. Golpe con el pie al ms prximo. La cosa de plumaje azul salt inanimadamente.Quieres terminar como stos?Los loros cruzan la Valla. Nosotros podemos hacer otro tanto... si encontramos el medio del que se valen. Nos lo envan para que vayamos a ellos, no es cierto?Eso lo sabe todo el mundo rezong Bruno. Tom una lagartija que cruz ante l y la arroj contra la Valla. El reptil cruz el muro transparente, cayendo al otro lado. No se levant. Su total inmovilidad slo poda ser debida a la muerte.Muerto dijo Bruno. Eso nos pasar si nos atrevemos a cruzar.Otros lo hicieron dijo Mat. Otros estn al otro lado, cubrindose de oro. Los nativos reciben bien incluso a los que no llevan armas de fuego. Saben que los hombres de las estrellas son buenos guerreros, con espada o pistola. Nosotros llevaremos dos pistolas. Nos recibirn mejor que a otros que llegaron con las manos vacas.Bruno se acerc a Mat. Socarrn, dijo.Bien, seor listo. Averigua cmo hacerlo y te seguir. Lo juro. Pero antes debers cruzar la Valla y demostrarme desde el otro lado que sigues viviendo.Mat asinti. Una leve sonrisa flotaba en sus labios.De acuerdo dijo tendiendo la mano derecha que Bruno estrech con poco entusiasmo. Somos aliados. Ahora el resto depender de m.Suea, suea, suea. Valiente, cruza la Valla y tendrs oro, riquezas. Suea, suea parlote el loro nelebetiano. Hasta entonces haba permanecido en silencio.Los dos hombres miraron al pajarraco. Mat dijo complacido:Esta es la respuesta. Los nativos no son tontos al parecer. O tal vez el primer terrestre que logr pasar la Valla, burlando la vigilancia primitiva del Orden, les dijo cmo se poda cruzar. Amaestraron esos pjaros y los envan para transmitirnos un mensaje,

para decirnos cmo hemos de arreglrnoslas para dejar el Centro.Bruno entorn los ojos. Cruz sus enormes brazos sobre el amplio pecho y adopt una postura paciente.Cules verbos emplea el loro con ms insistencia? pregunt Mat a su nuevocompaero.Despus de meditarlo un instante, Bruno respondi:Pensar y cruzar rectific: No, soar y cruzar.Eso es.Y bien?Soar es lo mismo que estar inconsciente. Slo las cosas inanimadas pueden cruzar la barrera. Las orgnicas perecen si lo hacen en estado consciente. Por lo tanto, si dormimos podemos pasar tranquilamente al otro lado.Bruno se rasc la poblada barba.Puede ser que tengas razn. Pero cmo lo haremos?Por eso necesito tu ayuda. No se puede cruzar la Valla sin colaboracin sac de un bolsillo un inyector y gradu la dosis. Se descubri el brazo izquierdo y se inocul una cantidad de lquido. Me dormir dentro de un instante. Entonces t me arrojas al otro lado de la Valla. Despertar antes de cinco minutos. Para entonces si te decides, puedes hacer lo mismo. Ya te explicar desde el otro lado lo que debes hacer.Una chispa de inteligencia cruz la mirada de Bruno. Mat casi le dijo con pena, como silamentara desilusionarle:No pienses que podrs quitarme el dinero cuando me haya dormido sac el monedero y lo arroj al otro lado de la Valla, a ms de veinte metros. Luego reuni las piezas de las dos pequeas pistolas, las envolvi en un pauelo y las envi junto con el dinero. Confo en ti, pero prefiero estar seguro de que no te largars.Mat parpade y cerr los ojos. Bruno apenas tuvo tiempo de cogerlo por los sobacos para evitar que cayera. El hombretn estuvo tentado en dejarlo all mismo y regresar a la ciudad, pero Mat pareca estar muy seguro de cuanto haba dicho. Adems, quien iba a correr el riesgo no era l. Quiz diera resultado. Deba pensar que al otro lado estaba la fortuna.Se aproxim a la Valla y arroj al otro lado a Mat. Bruno se mordi los labios. La Valla tena un espesor de medio metro y ante el temor de lastimar a Mat no lo impuls con demasiada energa, quedando un pie de ste dentro del campo fatdico. Si Mat despertaba y una parte de su cuerpo estaba en contacto con la Valla, morira irremediablemente.Bruno pens febrilmente y tom del suelo una gruesa rama. Con ella empuj la pierna de Mat hacia una zona de estimable seguridad. Entonces se volvi a sentar en la roca a esperar.Cruza, cruza. Suea, suea. Si eres valiente...Maldito pajarraco! gru Bruno. Le lanz una piedra y el loro despleg sus alas adentrndose en Palmeras Largas a buscar otros hombres recin llegados, que su instinto descubra para seguir recitndoles el mensaje.Viendo cmo se perda por encima de todos los tejados de las casas, Bruno mascull:Si has hecho que Mat se equivoque, te juro que voy a desplumar a todos los cantos

de sirena que encuentre, aunque el Orden me expulse...Se volvi al escuchar a Mat incorporarse. Poco despus le sonrea desde el otro lado de la Valla.Ests bien, muchacho? le pregunt Bruno con ansiedad.S, hombre, qu creas? Ahora te toca a ti. Toma.Mat le arroj el inyector y un rollo de fina, pero fuerte cuerda.Ya est graduado en lo justo para que slo duermas un instante. Te atas la cuerda alrededor de la cintura para que pueda traerte aqu. No te olvides de arrojarme el otro extremo.Mientras Bruno trabajaba, Mat recuper la bolsa con el dinero y el pauelo con las piezas de las dos pistolas, que procedi a armar a la luz de las estrellas y las luces mortecinas de la destartalada ciudad. Apenas se tom cinco minutos en la operacin, justo a tiempo para que Bruno quedase completamente dormido. Entonces tom la cuerda y tir de ella. El condenado pesaba cerca de cien kilos y cuando lo tuvo a su lado esper a que los efectos de la droga se desvanecieran.Bruno volvi en s cuando Mat terminaba de colocar las cargas de energa en las pistolas. El barbudo se restreg los ojos y se sent en el pasto. Vio delante de l a Mat, que le sonrea confiadamente y le tenda una de las dos pistolas.Te la has ganado, Bruno.Bruno mir con recelo a la Valla. No daba crdito al hecho de encontrarse al otro lado. Como impelido por un resorte, se puso en pie. An estaba un tanto asustado por lo que haba hecho.Ea, vamos. No queras estar al otro lado? Pues ya lo has conseguido. Y con una pistola le dijo Mat golpendole la espalda.El hombre tom la pistola como si se le fuese a quebrar entre sus grandes manos. Con suma delicadeza se la guard en un bolsillo. Luego se qued mirando a Mat respetuosamente. Desde aquel momento se quedaba acordado tcitamente quin iba a ser el que dictara las rdenes.Ahora a buscar un lugar donde pasar la noche. Al amanecer, localizaremos al dueo del loro.Empezaron a caminar. Frente a ellos estaba el bosque, denso y oscuro. Cuando consideraron que desde elCentro no podran verles, encendieron sus lmparas porttiles.Llevaban caminando cerca de una hora cuando descubrieron una choza construida con maderas, chapas de plstico muy viejo y techada por lminas de pizarra.Piensas pasar ah la noche? pregunt Bruno no muy contento al parecer con tal idea.Mat alz la mirada al cielo y por un instante pudo ver cmo cruzaba un satlite artificialdel Orden, con su potente luz roja, indicando a todo el mundo que Nelebet era un planeta cerrado.Siempre ser mejor que hacerlo a la intemperie respondi. Un nativo con deseos de matamos para robar es siempre mejor que una alimaa con el propsito de que le sirvamos de refrigerio nocturno.Se acercaron a la tosca cabaa y ante la puerta la golpearon fuertemente. Una luz se

acerc a una de las ventanas. Alguien les observaba desde el interior a travs de una abertura de la hoja de madera.An tardaron un buen rato en abrirles la puerta. Al otro lado, un hombre portando una lmpara de apestoso aceite en una mano y en la otra un grueso machete, les miraba lleno de miedo. Al fondo, un muchacho pareca estar asombrado ante la inesperada visita nocturna.Mat no dud en emplear el idioma, variante del terrestre, que se usaba en Nelebet.Os saludamos, honrado granjero. Somos hombres de las estrellas y deseamos pasar la noche en tu casa.Era estpido negar al nativo su procedencia. El pobre hombre y el muchacho deban ya haberlo comprendido antes de abrir la puerta. De haberse tratado de otro nativo quien llamara seguramente no le habran hecho caso. Pero ante un hombre de las estrellas, dos en este caso, poda ser mayor el riesgo de negarles la entrada. Deban saber que los hombres de las estrellas eran irritables con suma facilidad y generosos con quienes les brindaban hospitalidad.As, ahogando el miedo en medio del egosmo y ante la perspectiva de recibir algn presente que le hara ser envidiado por sus vecinos, el granjero se apart presuroso de la puerta, arrojando a un rincn su machete, tomado ms como smbolo de fuerza que como arma dispuesta a ser usada.Pasad y sentaos, nobles seores de las estrellas... murmur el granjero indicandouna mesa y varias sillas. Mi hijo traer vino y carne ahumada para vosotros.El vino de estas gentes es exquisito musit Bruno al odo de Mat, temiendo que ste no lo aceptase. No temas, que no nos envenenarn.Mat sonri. Dirigindose al granjero, dijo:Aceptamos complacidos el vino.Se sentaron y el muchacho corri a por el vino. Regres con una jarra de barro cocido y dos vasijas con asas, que llen de forma tan torpe a causa del miedo que derram una buena cantidad sobre la mesa.Queris comer, nobles seores? insisti el granjero, revoloteando alrededor de ellos. Adems de carne tengo pescado salado, frutas y pan fresco.Mat pens que el pan llevara cocido una semana y respondi que no muy cortsmente. Prob el vino.Es exquisito dijo. Ahora nos gustara que nos indicases dnde podemos descansar.Mi habitacin ser la vuestra. Mi hijo os acompaar a ella dijo el granjero, satisfecho en el fondo de que no le aceptasen la comida.Cuando nos despertemos nos gustara beber leche fresca dijo Mat. Supongo que no tendrs inconveniente en que tu hijo nos indique el camino para llegar al hombre que enva los pjaros al Centro.El granjero les asegur que l y su hijo estaban a su disposicin. Tom una lmpara y les mostr la habitacin. Por un momento Mat y Bruno pensaron que el pobre hombre se equivocaba y en lugar de ofrecerles su dormitorio, les indicaba el establo.Pero poco despus, agotados, dorman profundamente.

CAPITULO III

El hijo del granjero dijo llamarse Murdell y result ser un chico simptico cuando despus de un buen rato de caminar por el bosque termin por perder el resto del miedo que tena.Estos lugares eran peligrosos antes deca Murdell. Recuerdo que hace unos aos, antes que llegaran los hombres de las estrellas, las huestes de Dagmahal y Henteltet saqueaban continuamente las granjas, por estar situadas precisamente en terreno de nadie. Todos nos consideraban enemigos. Ahora, desde que se levant el Centro, procuran mantenerse retirados en muchas millas.Pero a pesar de todo se acercan a menudo, no? pregunt Mat.S; pero ya no matan y saquean. Los campesinos vienen aqu desde muchos sitios, pues saben que mientras las luces brillen en el Centro podrn vivir en paz.Llegaron hasta un nuevo arroyo y Murdell seal un pequeo puente de madera quese levantaba a unos veinte metros de ellos. Mientras se dirigan a l, Mat pregunt:La guerra entre Dagmahal y Henteltet dura ya muchos aos. Sabes cmo se inici? El muchacho se encogi de hombros.Tengo quince aos y siempre o decir que luchaban.Por qu luchan?Tampoco lo s. Existe un lugar, a unas doscientas millas de aqu, que los guerreros amarillos de Dagmahal y los azules de Henteltet vigilan continuamente, no permitindose los unos a los otros acercarse a l. Lo conocemos por la Gran Discordia. Es un valle cerrado, que nadie conoce porque entrar all significa morir a manos de unos u otros soldados.Despus de un buen rato de caminar en silencio por el bosque, Murdell se mostr embarazado a los ojos de Mat. Este adivin que el chico deseaba preguntarles algo, pero no se atreva.Le anim con una sonrisa de amistad a que le interrogara.Mi padre dice que los hombres de las estrellas salen del Centro para unirse a los guerreros de Dagmahal o Henteltet a cambio de oro. Ustedes desean hacer lo mismo?Pudiera ser. Todo depender de lo que nos ofrezcan. Dime, el hombre de los pjaros trabaja para Henteltet o Dagmahal?Murdell tard unos instantes en responder. Pareca no estar seguro si deba hablar o no al respecto.Mi padre dice que Horquell, el hombre de los pjaros, los amaestra porque recibe dinero de los Seores. Ninguno de stos sabe an que Horquell trabaja para el otro.Mat dibuj un gesto de comprensin.Vaya con Horquell. No esperaba encontrarme aqu un doble agente. Bruno, que no abri la boca hasta entonces, dijo:Quieres decir que ese tal Horquell est engaando a Dagmahal y Henteltet?Creo que s. El amaestra a los loros, cobra a los Seores y ambos creen que los hombres del Centro que se les unen lo hacen gracias a Horquell.Al fin llegaron a un calvero del bosque. En el centro haba una pequea cabaa. Adiferencia de la del padre de Murdell, sta estaba completamente construida con

materiales procedentes del Centro, lo que sorprendi enormemente a Mat.A la puerta de la casita haba un hombre sentado en una silla reclinada sobre la pared. Fumaba tranquilamente, viendo cmo se acercaban Mat y sus acompaantes.Sobre el tejado de la casita, una docena de jaulas con loros indicaba cul era el extraooficio del hombre que la habitaba.Cuando se acercaron a un par de metros de la choza, el hombre se quit la pipa de los labios, sonri afablemente y salud sin levantarse de la inclinada silla.Buenos das, amigos. Hola, Murdell. Cmo est el ladrn de tu padre?Est bien, Horquell.Horquell se llev la mano al bolsillo y arroj a Murdell una bolsa de tabaco, que el chico atrap en el aire.Dsela a tu padre dijo. Estos tipos no tienen aspecto de haberles regalado algo.Me equivoco?No respondi Mat. Quise darle unos crditos, pero el viejo no los acept. No quise insistir por temor a ofenderle.No sea iluso, amigo sonri Horquell. El padre de Murdell no acept las monedas porque an queda mucho tiempo para que las pueda gastar en las casas de librecambistas, cuando el Centro se abra a los nativos. Le hubiera gustado ms otra cosa, como una camisa o un sombrero con el que dar envidia a sus vecinos.Lamento no conocer las costumbres locales dijo Mat.No se preocupe Horquell hizo un significativo gesto a Murdell para que se marchara. El chico se despidi de Mat y Bruno y desapareci por el bosque. Volvindose a los terrestres, Horquell cambiando el risueo gesto de su rostro por otro ms grave, dijo: Espero que traigan armas. Ultimamente mis pjaros slo lograron convencer a hombres listos, pero no lo suficiente como para que hubiesen sido capaces de introducir armas en el Centro.Le diremos si traemos armas o no cuando nos diga cul de los dos seores nos pagar mejor. Usted cobrar de todas formas.Son listos ustedes, amigos. Aunque el chico les haya dicho que trabajo para los dos seores, lo cierto es que a Dagmahal slo le envo lo peor que logro sacar del Centro. Ustedes parecen buenos y les aconsejo que tomen el camino del Norte. En poco tiempo encontrarn soldados de Henteltet. Ahora deben marcharse pronto, si quieren unirse al bando que saldr vencedor.A qu viene esa prisa? inquiri Mat intuyendo algn peligro.No me pregunten. Los amarillos, los de Dagmahal, estn batiendo toda esta zona. No debern encontrarse con ellos si de veras deciden luchar al lado de los azules, los de Henteltet.Mat hizo un gesto de paciente espera y se sent frente a Horquell, sobre un grueso tronco, ante la mirada sorprendida de Bruno.Horquell, he viajado por muchos mundos de la Galaxia. Usted tal vez no sea terrestre, pero tampoco es de Nelebet. No le creer si me jura que sus antepasados no fueron terrestres. Ha debido llegar a este planeta poco antes que el Orden. O tal vez despus y consigui encontrar la forma de introducir gente del Centro.Horquell mordi su pipa, observando curioso a Mat.

Nunca me equivoco cuando decido que ciertas personas vayan a luchar al lado de los azules. Usted servir a Henteltet. Vyase, no pierda ms el tiempo.Admite que no es nativo, aunque se esfuerce en hablar con su mismo acento?Usted est tan seguro de sus palabras que me apena decirle que no. Si esto le satisface, le dir que s. Mrchese. Mi odo es fino y escucho el galope de caballos. Y s cundo son amarillos o azules.Y qu asegura que son esta vez? Amarillos?No. Son hombres de Henteltet; pero ahora no es el momento de distraerlos. Traen prisa y no podrn llevarlos ante su Seor.Mat, haz caso a este tipo dijo Bruno. Nosotros no conocemos lo suficiente este planeta. Vmonos ahora que podemos.Su amigo no es tan tonto como me pareci dijo Horquell. Hgale caso.Antes deber decimos por qu pueden ser peligrosos para nosotros nuestros futuros compaeros de guerra insisti Mat.Horquell pareci perder su pasividad. Escupi al suelo y dijo:Los azules huyen. Los persiguen los hombres de Dagmahal. No deben encontrarse en medio de una lucha, al menos ahora.Pens que los Seores rehusaban combatir por estos contornos cercanos al Centro.Ahora nadie har caso a ese tab. No se preocupen por m. No me harn dao. Cada bando cree que sirvo exclusivamente a su Seor y mis servicios son demasiado importantes.Est bien dijo Mat incorporndose. Nos iremos. Pero le prometo, Horquell, que a la primera ocasin que tengamos volveremos a charlar con usted.Pero no tuvieron tiempo de alejarse apenas unos metros de la pequea cabaa. Unos jinetes penetraron en el calvero. No parecan tener intencin de detenerse, pero antes que alcanzaran el otro extremo, un grupo de guerreros a caballo les cort el paso.Mat y Bruno se replegaron hacia la cabaa. Horquell se qued sentado en la silla, dispuesto a presenciar el espectculo desde su privilegiado lugar.El primer grupo de guerreros, identificables como azules por el color de sus ropas y armaduras incrustadas en oro, detuvieron sus cabalgaduras e intentaron retirarse hacia la derecha. Aunque los amarillos eran de igual nmero, la lucha no pareca entrar en sus ideas.Los hombres de Dagmahal, profiriendo gritos de combate, se lanzaron con sus largasespadas al ataque, dispuestos a sacrificarse para que algunos de sus compaeros pudieran huir.Pero nuevos grupos de jinetes surgieron de la espesura y ante los asombrados ojos de Mat y Bruno, se desarroll la lucha. Preventivamente, la mano de Mat se introdujo en el bolsillo y empu la pistola. De reojo vio que Bruno tambin se pona en guardia.Los azules fueron rodeados en un crculo que se iba estrechando a consecuencia del empuje de los amarillos. Mat descubri que un jinete llevaba a una persona sobre su caballo, atadas las manos a la espalda. Todos sus compaeros parecan querer protegerlos, como si el prisionero fuera de suma importancia.No necesit Mat ninguna explicacin de Horquell, suponiendo que ste pudiera drsela, para comprender que los amarillos intentaban rescatar al prisionero del poder de

los azules.Sorprendi Horquell mascullando imprecaciones. Ya no tuvo la menor duda de que el domador estaba de parte de Henteltet y estaba lamentando que sus hombres llevasen la peor parte en la escaramuza.Uno tras otro, los azules iban cayendo bajo las espadas de los guerreros de Dagmahal.Nada ms que cuatro defendan la integridad del jinete que portaba en su montura al prisionero.El jefe de la partida de los amarillos grit con fuerza para hacerse or en medio del fragor de la lucha, conminando al enemigo a rendirse. Era indudable que si los amarillos no haban acabado ya con ellos se deba a que teman herir al prisionero.Entonces el jinete salt del caballo con su prisionero. Lo tom por el cuello y se retir unos metros, arrastrndolo, de la lucha. Los caballos de los amarillos relincharon de dolor al obligarlos sus jinetes a retroceder para no lastimar al prisionero.El sicario de Henteltet sac una larga daga y la levant para que todos la vieran bien. La lucha ces. Los cuatro azules supervivientes rodearon al hombre que amenazaba la vida del prisionero.Al inmovilizarse la escena, Mat pudo darse cuenta que el prisionero, pese a vestir armadura y pertrechos idnticos a los hombres de Dagmahal, era una mujer. El gorro de piel que ocultaba su larga cabellera haba cado al suelo y una catarata rubia relampague al sol.Horquell resopl satisfecho como si le quitaran un gran peso de encima.Estaba temiendo que a ese estpido no se le iba a ocurrir algo semejante.Vyanse si no quieren que le corte el cuello de un tajo grit el guerrero azul agitando la daga que apuntaba al cuello de la muchacha.Los amarillos retrocedieron, pero no parecan estar decididos a permitirles escapar. Su jefe cerr los ojos, torturndose la mente en hallar una solucin.Quin es esa muchacha? pregunt Mat a Horquell. Los guerreros estaban a ms de cien metros de ellos, pero poda distinguir que la mujer era joven y no fea tal vez.Es Alda, la hija del Seor de los amarillos. Con ella en su poder, los azules ganarn al fin la guerra respondi Horquell. Ya ven cmo no me equivoqu al recomendarles el bando ganador.Mat volvi a prestar su atencin al calvero. El jefe de la partida de amarillos habaoptado por fin en retirarse. Sus hombres empezaban a envainar las espadas y un azul acercaba un caballo a quien amenazaba a Alda.La diestra de Mat surgi rpida del interior de su bolsillo y un seco latigazo rompi el silencio reinante en el calvero, slo perturbado por el relinchar de los nerviosos caballos. El delgadsimo haz de energa taladr el aire y parti en dos la daga que amenazaba a la muchacha.Estpido! le grit Horquell.Los amarillos no perdieron el tiempo. Aprovecharon la oportunidad brindada por' la intervencin inesperada de Mat. Desenvainaron rpidos quienes ya tenan ocultas sus armas y los restantes supervivientes azules fueron aniquilados en unos segundos, excepto uno que logr huir.Los guerreros de Dagmahal, pasados los primeros instantes de estupor, dirigieron sus

miradas a la cabaa. Deban saber lo que era un disparo efectuado por una pistola de energa y adivinaron quin les haba resuelto la difcil situacin. El jefe de la partida empez a caminar hacia los terrestres.Horquell mascull:Me equivoqu con usted, amigo. Nunca vi un tonto tan grande. El guerrero que ha huido contar a su Seor que un terrestre les impidi llevarles prisionera a la hija de su enemigo. Nunca podr usted unirse ya a los azules.Mat sonri, dirigindose tambin a Bruno para infundirle nimo. El barbudo nada dijo, pero tena arrugado el ceo, mostrando poca conformidad con lo hecho por Mat.Un padre agradecido siempre ser ms generoso que un altivo Seor a punto de ganar la guerra.La proximidad del capitn de los amarillos les hizo callar. Era alto, fuerte. Sus ropas gualdas relucan en los sitios donde el oro haba sido incrustado. An sostena en su derecha la espada ensangrentada, pero que portaba sin nimos de pelea.Mi Seor Dagmahal ser agradecido con ustedes cuando le diga que salvaron a su hija, seores de las estrellas. Dganme sus nombres, por favor.Soy Matas Delmont y mi compaero se llama Bruno.Soy el capitn Tarla. Encontrarles junto a Horquell me induce a pensar que acaban de cruzar la Valla y estn buscando Seor a quien servir.As es.Por qu nos ayudaron a nosotros precisamente?Pudieron ponerse de parte de los azules, cuando stos nos obligaban a retirarnos.No me gustan los que se sirven de las mujeres como escudo.El capitn Tarla no pudo poner un gesto mayor de asombro. Mat no pudo comprender los motivos.Algunos hombres de las estrellas que los pjaros de Horquell sacan del Centro sonencontrados por los azules y engaados para que se enrolen en sus filas. Les advierto que ustedes son libres para escoger el bando para quien luchar dijo Tarla.Pienso que ser difcil que Henteltet perdone esta intromisin nuestra ri Mat. No tengo ms remedio que solicitar asilo a su Seor capitn.Tarla sonri ampliamente.Me complace orle decir eso el capitn empez a mirar a derecha e izquierda, como si temiera algo. Debemos retirarnos de aqu. Otras partidas de azules pueden venir. Tenemos ms hombres cerca. Nos reuniremos con ellos. Ustedes debern venirse con nosotros.Los dos terrestres asintieron. Tarla hizo una seal a sus hombres y dos guerreros tomaron dos caballos de los guerreros azules muertos y los acercaron.Mat mont en su caballo con ms soltura que Bruno. Antes de alejarse de la casita deldomador de pjaros, dijo a ste, en puro idioma de la Tierra para evitar que los nativos le entendieran:Horquell, le repito que nos volveremos a encontrar notando el gesto de contrariedad del hombre, le tranquiliz: No se preocupe. No dir nada a Dagmahal de su doble juego... por el momento.Le aseguro que se arrepentir de su ligereza, Mat. No prosperar en Nelebet

respondi Horquell en terrestre.Mat se volvi y no descubri ningn gesto de estupor en el capitn Ed or hablar a Horquell en una lengua que no era la usada en el planeta. Saba Tarla que el hombre de los pjaros no haba nacido en Nelebet?Al trote se aproximaron al grupo. Mat ansiaba ver de cerca a la muchacha. Esperabaalgunas palabras de agradecimiento de ella. Pero el capitn no quera permanecer ms tiempo en el calvero y orden la partida. La hija de Dagmahal ni le dirigi una mirada curiosa. Pas por su lado altiva y bella, pese a sus vestiduras de guerrero, poco favorecedoras a sus encantos.

CAPITULO IV

Horas despus se les uni un numeroso grupo de guerreros, que lanzaron gritos de victoria al ver que el capitn Tarla llevaba a la hija de Dagmahal.Mat conoca varias costumbres de Nelebet, pero lo que descubri en el recin incorporado pelotn le explic la mirada de extraeza anterior de Tarla, cuando l se refiri a Alda otorgndole los privilegios de una frgil dama.La mitad de los jinetes del pelotn eran mujeres, que cabalgaban y llevaban sus armas con igual destreza y desparpajo que el ms curtido de los guerreros varones.Bruno cruz ma mirada con Mat, disimulando una irnica sonrisa, dijo:El caballero galante sali en defensa de la frgil damita.Y solt una estentrea carcajada que atrajo la atencin de los jinetes prximos a l. Mat gru algo entre dientes y decidi no responder.Al anochecer, despus de una breve parada para tomar una frugal comida, llegaron a lacapital de la regin dominada por Dagmahal.Mat pudo hacerse una idea de la ciudad gracias a la luz de las lunas gemelas de Nelebet. No esperaba encontrarse con otra cosa distinta a lo que sus ojos estaban viendo. Aquello fue dos o tres siglos atrs una populosa urbe, de pequeos pero bellos edificios, tpica de las colonias de la Primera Era. El paso del tiempo, junto con el aislamiento forzoso, provoc un retroceso en todos los aspectos caractersticos de la comunidad. El urbanismo cedi a la conveniencia y desde haca muchos lustros los edificios comenzaban a caerse de viejos. Las construcciones que se fueron aadiendo en los suburbios denotaban una rusticidad en su elaboracin deprimente.Pronto percibi Mat el olor caracterstico de un ncleo urbano, donde el alcantarillado haca mucho tiempo que haba dejado de existir. La suciedad reinaba, al menos, en los arrabales. Los descendientes de los primeros colonos de Nelebet parecan haberse despreocupado desde haca mucho tiempo por embellecer la ciudad. Seguramente la larga guerra que sostenan con la otra mitad de los descendientes de los sbditos de la Primera Era resultaba ser la causa por lo que se haban olvidado de procurarse un mnimo de comodidades.Llegaba la noche y la gente que se cruzaron en el camino descubri la presencia deAlda, a quien empezaron a saludar con jbilo. La muchacha apenas si se dign levantar la mano para responder.Formaban un gran estrpito los caballos al pisar el pavimento adoquinado. Mat se dijo que aquello no corresponda a los tiempos de la Primera Era, en la que las calles se cubran con un compuesto de caucho sinttico. Algn antiguo gobernante debi tener una inspiracin para ordenar aquel trabajo. Sus sucesores no debieron sentirse tentados en seguir la labor, pues pronto entraron en otras calles en las que el caucho haba desaparecido casi totalmente a causa del uso y falta de reparacin y la tierra polvorienta era levantada por las pisadas de los caballos.Me pregunto para qu les sirve a esta gente poseer tanto oro gru Bruno.Viven como salvajes.Mat respondi:He visto peores Mundos Olvidados que ste, Bruno. Recuerdo uno en el que a sus

habitantes poco les faltaba para practicar la antropofagia.Bruno trag saliva.Me alegro que al menos en ste no hayan descendido tanto de nivel.Irrumpieron en una gran plazoleta. Docenas de antorchas la iluminaban. Muchas personas empezaron a congregarse ante la entrada de un edificio de aspecto majestuoso. Mat se dijo que posiblemente siglos atrs en l haba vivido el regidor del planeta. Ahora deba ocuparlo el Seor Dagmahal.Unas grandes puertas se abrieron cuando la tropa lleg frente al edificio, penetrando en un tnel que les llev hasta un gran patio.Acudieron criados corriendo a hacerse cargo de los caballos. Mat vio a Alda descender gilmente y dirigiese hacia una puerta a vivo paso. El capitn Tarla acudi al lado de Mat, diciendo:He enviado a un guerrero para que comunique al Seor que gracias a usted pudimos salvar a su hija. No tardar en quererle ver.Mat tir las bridas de su caballo a un criado y camin junto a Tarla.Hay muchos hombres de las estrellas aqu? El rostro de Tarla se ensombreci al responder:Pocos. No comprendemos cmo casi todos los que cruzan la Valla toman el caminode los territorios de Henteltet. Pero el Seor se sentir contento cuando vea que ustedes dos traen armas de las estrellas. Estoy seguro que todos los que nuestros enemigos reclutan no las tienen.Mat escuch que Bruno emita una maldicin entre dientes. Deba seguir pensando que debieron hacer caso al consejo del hombre de los pjaros para que se unieran a los azules.Entraron en el edificio. Los corredores estaban alumbrados con teas impregnadas en grasa. Un guerrero les alcanz para decir al capitn que el Seor deseaba ver inmediatamente a los hombres de las estrellas.Apresuraremos el paso. Al Seor no le gusta esperar.Anduvieron por varias salas y corredores. Mat empez a darse cuenta de lo grande que era el edificio. Aquello, en lugar de haber sido la residencia del Regidor, debi servir de centro administrativo del planeta, o, al menos, de una vasta regin de ste.Cruzaron delante de una guardia fuertemente armada apostada ante la entrada de una sala. En ella haba una larga mesa de plstico, rodeada de sillas, ninguna de ellas igual a otra. En el extremo de la mesa, un hombre les observaba. Detrs de ste, dos corpulentos individuos con lujosa armadura parecan formar su guardia personal. Permanecan silenciosos e inmviles.Acercaos dijo el hombre sentado tras la mesa. Luca mi grueso bigote, cosa poco comn entre los nativos de Nelebet, segn haba podido Mat observar hasta entonces.Avanzaron hasta el lugar donde estaba el Seor Dagmahal, que pareca escrutarlescomo si pensara comprarlos o no. Tarla se qued un poco rezagado, saludando con una leve inclinacin de cabeza.Parece ser que gracias a vosotros result ms fcil para Tarla y sus guerreros rescatar a Alda de los perros azules.Slo dispar una vez, Dagmahal dijo Mat. Mi disparo fue certero y part en dos la daga.

Quiero ver la pistola. Me hablan tanto de ellas... Guardo algunas antiguas, pero ninguna funciona. Ya nadie es capaz de hacer que disparen. Las hered de mi padre y ste lo hizo de mi abuelo.Mat sac la pistola del bolsillo y no dud en entregarla a Dagmahal, que la recibi conuna conturbadora sonrisa.La amartill y como gastando una broma pesada apunt con ella a los terrestres. Bruno dio un respingo, pero Mat permaneci imperturbable.No temes que te mate y me quede con ella, hombre de las estrellas? Dagmahal sonrea torvamente. Yo no temo a los hombres como t. S que los que viven en el Centro son iguales a nosotros. La nica diferencia estriba en que poseen modernos medios para matar, para luchar.Mat respondi a las palabras del Seor de los amarillos con una sonrisa burlona y diciendo:Esa pistola slo podra servirte como adorno, Dagmahal.Todos me llaman Seor rechin el nelebetiano.Si te he ofendido, por qu no usas la pistola contra m?A la luz de las antorchas, Mat se regocij al notar la palidez en el rostro de Bruno y el enrojecimiento del de Dagmahal. El Seor crisp la mano alrededor de la pistola y su ndice apret el disparador.Nada ocurri. Sorprendido, Dagmahal volvi a accionar el disparador varias veces. Furioso, se revolvi contra el capitn Tarla, diciendo:Imbcil. Me dijiste que este hombre dispar su arma arroj sobre la mesa la pistola y dijo: Es tan inservible como las mohosas que hered de mi padre.Mat tom el arma tranquilamente, la empu y apunt durante unos segundos contra una de las sillas. El estallido se produjo y el trazo de luz convergi sobre la silla, quemndola en medio de un chisporroteo deslumbrador.Los dos hombres apostados detrs del Seor lograron salir de su estupor y ya sacaban sus espadas cuando Dagmahal les contuvo con un enrgico ademn. Dirigi a Mat una mirada furiosa, interrogadora al mismo tiempo.Por qu antes no funcion? Yo s hacerlo.En esta clase de pistola existe un seguro que slo mi compaero y yo conocemos. No me vas a creer tan estpido como para entregarte la pistola. Ya ves que tus intenciones no han resultado ser muy buenas para m.El silencio que se hizo en la sala result pesado. Al cabo de un indeterminado lapso de tiempo, el Seor solt una sonora carcajada.Me alegro que exista ese seguro. Ahora lamentara haberte matado. Estoy seguro que me servirs. Adems, no te estaba apuntando. Slo hubiera chamuscado el muro.La tensin haba quedado disuelta. Dagmahal seal sillas para ellos. Una vezacomodados, y a una seal del Seor, dos criados penetraron silenciosamente, dejando sobre la mesa vasos y vino. Despus de tomar unos sorbos, Dagmahal dijo:Hasta ahora slo estpidos guerreros de las estrellas han llegado a m. Henteltet tiene la suerte de llevarse, al parecer, los mejores. Ninguno ha venido a m con armas. Y esto no es conveniente. Estoy temiendo un ataque total de los azules.Cuntos mercenarios de las estrellas calculas que tiene el enemigo? pregunt

Mat.Alrededor de la veintena. Casi todos con armas como la tuya. Son suficientes para poner en un aprieto a mis guerreros. Me temo que no podr seguir impidiendo por mucho tiempo que los azules se adueen de la Gran Discordia.Mi amigo y yo estamos de acuerdo en ayudarte, Dagmahal, pero precisamos ultimarun importante detalle.Cul es?La paga.Ya. Oro? Tendris todo el que queris.S que para ti dar oro a cambio de que expongamos nuestras vidas es un magnfico negocio; no queremos oro, sino diamantes rojos.La irona del semblante de Dagmahal desapareci.Qu sabes de los diamantes rojos? Hasta ahora ningn terrestre me ha insinuado conocer su existencia.No lo sabrn quienes han venido hasta t. Mi compaero y yo estaremos un ao a tu servicio. Despus de ste, nos entregars cien diamantes rojos... a cada uno.Sern treinta a repartir entre los dos. No tengo ms. Pero el oro abunda en Nelebet. Me gustara ms pagarte as.El oro es demasiado pesado. Los diamantes me los comprarn a buen precio en laTierra y apenas abultan. Adems...Exiges otra condicin?Yo obedecer tus rdenes siempre que stas sean sensatas; pero los dems mercenarios terrestres que tienes bajo tu mando me obedecern a m.Me coges de buen humor, Mat Delmont farfull Dagmahal. Concedido. Pero tendrs que prometerme que a nadie dirs que te voy a pagar con diamantes rojos. Tendra problemas si los dems mercenarios me exigieran el mismo pago que t.No temas ri Mat. No me interesa quedarme sin cobrar. Dagmahal alz su copa, diciendo:Brindemos porque nuestra alianza nos permita que yo te pueda pagar. Recuerda que si Henteltet triunfa no vers un diamante.Estoy seguro de ello. Ahora quisiera retirarme a descansar. Ver a tus mercenarios de las estrellas maana.El Seor llam a uno de los criados y le dijo que condujera a los hombres de la Tierra al ala este, explicando a ellos:Son buenas habitaciones. A los dems mercenarios los tengo alojados en otras inferiores.Agradecidos por la distincin dijo Mat.El y Bruno siguieron al criado que les mostraba el camino. Despus de cruzar varios corredores y ascender por unas escaleras hasta el piso inmediato, el criado se detuvo ante una puerta, que abri con una llave, pasando l primero para encender las velas que descansaban sobre pesados candelabros de hierro.La habitacin tena dos camas. Una de ellas era de aluminio, de los tiempos de la Primera Era, pintada y reparada varias veces. La otra corresponda a muchos lustros despus, de madera y muy sencilla. El criado pregunt si deseaban algo. Bruno pidi una

buena jarra con vino, alegando que de madrugada se despertaba con mucha sed.El criado se retir y Bruno prob las dos camas, preguntando a Mat cul prefera l.Me es igual respondi Mat, sentndose en una silla y procediendo a quitarse las botas. No haba terminado con la primera cuando alguien llam enrgicamente en la puerta.Al abrirla se encontr con la mayor sorpresa de su vida, agradable empero. Alda estaba en el corredor. Se haba quitado los pertrechos de guerra y vesta un femenino traje escotado y abierto por los lados. Sus largas y bien formadas piernas se dejaron ver prdigamente cuando con resolucin entr en la habitacin. Bruno se levant de un salto de la cama al verla.Buenas noches, princesa Alda dijo Mat parodiando una versallesca reverencia.La muchacha se volvi presta. Su rostro serio fue una clara respuesta para Mat de que no le haba agradado la broma.No soy princesa. Soy la hija del Seor Dagmahal, a quien obedecis dijo secamente.Lo sabemos, seorita. Me estaba preguntando si se haba dado cuenta que existo.Por qu dice eso?Mat se encogi de hombros.Por el camino no me dirigi ni una sola mirada.Esperaba mis palabras de agradecimiento?Tal vez. Creo que mi intervencin fue decisiva.No se agradece lo que hace un mercenario. Se le paga.An no he pasado la factura a su padre. Lo que me pague de ahora en adelante tendr que ganrmelo.Insina que cuando me salv an no estaba a su servicio?Exactamente. Acabamos de llegar a un acuerdo. El Destino ha hecho que me una a l. Estuve a punto de ofrecer mis servicios a Henteltet cuando la partida que la llevaba prisionera pas por la cabaa del hombre de los pjaros. Obr de forma instintiva. Quise salvarla, sin saber que era la hija del jefe de los amarillos.La muchacha pareca sinceramente sorprendida.Eso cambia las cosas. Tarla no me cont nada por el camino. Supuse que ya luchaban al lado de mi padre. Tengo que hablar con l.Mat empez a dibujar una divertida sonrisa.Pero an no me ha explicado cul es el motivo de su presencia en esta habitacin.Estaba en la cocina cuando el criado lleg por vino. Me dijo que los guerreros de las estrellas estaban aqu. Pese a que los mercenarios son poco dignos de mi admiracin, algo me ha impulsado a venir a darte las gracias.Una reaccin que dice mucho y bien de ti.Mat estaba dispuesto a responder con el tuteo a quien de esta forma se dirigiera a l. Al parecer careca de importancia en Nelebet el tratamiento.Pareces distinto a los mercenarios.Es otro cumplido?An no lo s. El tiempo dir si te diferencias de los dems porque eres menor o no. Ahora debo marcharme. Estoy agotada. Los hombres de Henteltet me capturaron esta maana cuando estaba de caza. Alguien debi avisarles dnde estaba yo.

An no me has dado las gracias.Alda se diriga a la salida y se detuvo. Se volvi para mirar a Mat visiblemente intrigada.No es suficiente la intencin? Tengo que pronunciar las rituales palabras?La verdad es que no me refera al agradecimiento verbal mir a Bruno, que se excus por su presencia haciendo un ademn de impotencia. Sonri Mat y dijo a Alda: Lo siento, preciosa, pero las circunstancias no son propicias para otra cosa que no sea expresarnos oralmente.Como corroborando la insinuacin de Mat, lleg el criado con la jarra de vino. Alda volvi la espalda y se march altiva, seguida por la mirada burlona de Mat.

CAPITULO V

Me parece, Mat, que t sabes ms de este planeta de lo que pretendes demostrar dijo Bruno mientras se dirigan al dormitorio que utilizaban los mercenarios de Dagmahal.Por qu lo dices?Nunca escuch decir que haba diamantes rojos aqu.Se haban detenido delante de una ventana. A travs de ella vean la recin despertada ciudad. Era la hora del mercado y las calles estaban repletas de gentes vociferantes, de carretas tiradas por mulos y mendigos.Debes confiar en m, Bruno. S, es cierto que conozco bastantes cosas de este planeta. S lo que hago. Crees que me he puesto al lado de Dagmahal porque s? De habernos marchado con Henteltet slo seramos los recin llegados, los novatos, a quienes se les pagara con las sobras. Aqu somos los jefes de los mercenarios y ganaremos una fortuna en diamantes rojos, que nos los quitarn de las manos cuando regresemos con ellos a la Tierra.Pero nos hemos puesto de parte del bando que lleva las de perder.Eso da ms inters a la aventura.Prefiero poco, pero seguro. Enfrente tendremos muchos mercenarios, casi todos armados. Qu podremos hacer nosotros dos contra ellos?Ya te lo dir ms adelante, cuando sepa si realmente es o no quien supongo el que est al mando de la partida de mercenarios de Henteltet.Esto no me gusta nada, Mat Bruno movi la cabeza.Puedes irte cuando quieras. Ofrece tus servicios a Henteltet. Puedes quedarte con la pistola. Sin ella poco valdras ante los azules.Los labios enmarcados por la poblada barba de Bruno se distendieron para dibujar una amplia sonrisa.Me gustan ms los diamantes rojos que el pesado oro. Mat le dio un golpe en la espalda y dijo:As me gusta. Saba que diras eso.Entraron en el dormitorio de los mercenarios, llegando justo cuando stos se levantaban. Algunos se estaban aseando en barreos. Mat se present y dijo que l iba a ser el jefe. Esta noticia dej indiferentes a casi todos menos a tres, que empezaron a poner objeciones con cierta debilidad. Se callaron cuando se percataron de que el nuevo jefe y su lugarteniente llevaban armas.Mat convers ligeramente con cada uno. Quera hacerse una idea de lo que vala aquella tropa. Sali decepcionado del dormitorio, diciendo a Bruno en el pasillo:Estos tipos no valen una milsima. Poco partido podr sacar Dagmahal a esta bandade vagabundos. Ninguno de ellos tiene agallas para empuar una espada y vestir armadura.El mal humor haba hecho presa en Mat. Salieron al patio. Varios criados trabajaban en l, asendolo de los excrementos dejados la noche anterior por los caballos.Est claro el juego de Horquell, Bruno. El est de parte de Henteltet y engaa a Dagmahal, hacindole creer que amaestra los loros para traerle gente aguerrida de Palmeras Largas. Pero slo ha enviado a los inservibles, que paga Dagmahal con oro. Los

valientes, los diestros, estn con Henteltet.El muy sinvergenza... empez a maldecir Bruno. Debemos volver a su cabaa y darle una leccin.Horquell ya no estar all. Saba que nosotros nos daramos cuenta de todo yalertaramos a Dagmahal. A estas horas estar seguro al lado de Henteltet. Se acab el negocio de los pjaros parlantes.Quieres decir que ya no habr ms loros en el Centro?Me temo que no. Y esto puede traer consecuencias imprevistas por parte del Orden. La Valla puede derrumbarse en cualquier instante y el statu quo del planeta, desaparecer. La hora de los mercenarios en Nelebet puede llegar a su fin.Qu hacemos ahora?Siempre me han atrado los mercados. Iremos a echarle un vistazo al de la ciudad. Llegaron hasta el cuerpo de guardia. All encontraron a Tarla conversando con unoficial. El capitn les salud. Adivin sus intenciones de salir del edificio y les aconsej:No es que sea en absoluto peligroso, pero los hombres de las estrellas atraen demasiado la atencin del populacho. Sern identificados por las ropas que llevan. Debo proporcionarles otras menos llamativas.A Mat le pareci bien la sugerencia y pocos minutos despus cruzaban la puertacubiertos por gruesas y largas capas pardas. Tarla incluso les haba entregado unas monedas, diciendo que el Seor le haba ordenado la noche anterior que no les faltase nada.Recorrieron las calles del casco antiguo de la ciudad. Algunos siglos antes aquello debi constituir el centro administrativo de la regin minera del planeta. Por donde antes corrieron veloces vehculos con minerales, ahora lo hacan cansinos mulos tirando de chi- rriantes carros. Pero pese al transcurso del tiempo, an eran identificables muchas huellas dejadas por la Primera Era.El mercado no estaba a mucha distancia. A empujones se abrieron paso entre la abigarrada multitud. Las voces de los vendedores se mezclaba en aturdidora sinfona con el ruido producido por los herreros y subastadores de esclavos azules.Mat pens que la esclavitud sera una de las primeras cosas que el Orden suprimira cuando hiciera su entrada en el planeta. Se pregunt a qu se deba la demora, por qu no se decida el Orden a iniciar su labor en Nelebet,Cierto que haba mucho oro en el planeta, pero no el suficiente como alterar su precioen la Galaxia. La nica explicacin era que tambin el Orden conoca la existencia de los diamantes rojos, lo que s exiga una actuacin ms cuidada.Pero Mat dudaba que el Orden conociera la existencia de ricos yacimientos de diamantes rojos. Las explotaciones en Nelebet se comenzaron cuando finalizaba la Primera Era y entonces las comunicaciones con la Tierra ya eran deficientes.Las dos compaas que explotaban las minas de oro solicitaron a la Tierra al mismo tiempo el permiso de explotacin diamantfera. Pero nunca lleg la contestacin otorgndose licencia a una u otra. A partir de entonces comenz la lucha que duraba siglos, por lo que los nativos la llamaban la Gran Discordia. El tiempo haba borrado de las mentes los verdaderos motivos de la guerra. Los diamantes dejaron de extraerse y slo existan en el planeta los pocos que se consiguieron antes de que estallara el conflicto. Lo

que empez como una disputa comercial degener con el transcurrir de los aos en una verdadera guerra armada.Mat tuvo la suerte de encontrar unos registros olvidados, los mensajes originales de una de las dos compaas denunciando la veta y solicitando el permiso de explotacin. Entonces supo que en Nelebet le esperaba la fortuna, la riqueza para toda su vida. Pero alguien debi encontrar el mensaje de la segunda compaa y tuvo sus mismos pensamientos. Y ese alguien tal vez era quien haba llevado los mercenarios a Henteltet.Se preguntaba quin poda ser el hombre y que ahora pona sus interesados servicios bajo las rdenes del Seor Azul.Se detuvieron un rato para ver la venta de algunos esclavos capturados a los azules. Uno de ellos era una muchacha joven que reflejaba en su rostro la amargura de su condicin, de las vejaciones sufridas desde que fue apresada. Mat oblig a Bruno a alejarse de all asqueado.Anduvieron un rato en silencio y Mat dijo:Nos estn siguiendo. No vuelvas la cara.Quin es?Posiblemente Dagmahal no se fa de nosotros totalmente y ha puesto alguien tras nuestros pasos para asegurarse que no intentaremos pasamos al enemigo.El muy desconfiado!Ven. Vamos a darle un susto.Mat empuj a Bruno hacia una callejuela. Corrieron un poco y se refugiaron dentro de un oscuro portal. All esperaron en silencio con las pistolas empuadas. Escucharon pasos. Cuando una figura envuelta en ropas grises cruz por delante de ellos, salieron y Bruno le hinc el can de su arma en los riones. Mat dijo:Entra ah. Despacio. Queremos ver tu cara.El desconocido la llevaba casi oculta por una capucha de burdo telaje. Con pocos miramientos, Bruno le empuj al interior del portal y le quit la capucha de un manotazo. No se sorprendieron demasiado cuando descubrieron que se trataba del hombre de los pjaros.Quera hablaros dijo Horquell.Slo para eso nos seguas? pregunt Mat. Bruno dibuj una divertida sonrisa, diciendo:Precisamente no hace mucho estaba diciendo a Mat que debamos hacerte una visita de cumplido. Nos has ahorrado el viaje.Mat le hizo un ademn a su compaero para que callara.Esperaba una ocasin para abordaros dijo Horquell. Mucha gente de esta ciudad me conoce como el hombre de los pjaros y no deseo ser identificado.Me imagino que habrs dejado tus pjaros en libertad, no?S. Por vuestra causa ya no podr enviarlos ms al Centro. Supongo que Dagmahal ya sabe que los terrestres que cruzan la Valla son enviados en su mayor parte con Henteltet,no es as?An no sabe nada de tu doble juego, pero te aseguro que no tardar en saberlo.Lo supona suspir Horquell. Y es imposible operar con los pjaros lejos dePalmeras Largas. No saben encontrar el camino. Pero todo esto an puede arreglarse.

Cmo?Os llevar con Henteltet. El olvidar que vosotros evitasteis que Alda fuera llevada a su territorio para obligar a su padre que abandonara la vigilancia de la Gran Discordia. Estamos a punto de dar el golpe definitivo a los amarillos. Has visto a los mercenarios de Dagmahal?Mat asinti con la cabeza.No valen nada dijo Horquell. Huirn cuando oigan los primeros disparos de pistola o escuchen el silbar de las flechas. Dagmahal perder la lucha antes que el Orden entre en el planeta.Y qu ocurrir entonces?Es preciso que para cuando suceda tal cosa cada cual posea lo que le interese. ElOrden suele respetar las propiedades de los nativos.O de los extranjeros que se hayan aposentado de grado o por la fuerza, no? Horquell mir a Mat desconfiadamente.Sabes mucho, Mat Delmont. Me gustara conocer todo lo que sabes.Lo mismo digo respecto a ti.No puedo perder ms tiempo. Qu decides? Con Henteltet puedes regresar a laTierra repleto de oro.Podra aplastarme tanto peso sonri Mat. Prefiero llevar las riquezas en un bolsita... en diamantes rojos.Mat saba que la reaccin de Horquell iba a ser de completa sorpresa. No se equivoc. Horquell abri la boca desmesuradamente al tiempo que sus ojos miraban, incrdulos, a Mat.As que ests al tanto del secreto musit.Tu dijiste que saba bastante.Pero no supuse que fuese tanto.Ya est bien de tanta charla intervino Bruno. Debemos entregarlo a Dagmahal. Le gustar saber que lo ha estado engaando como a un imbcil.No es tico repuso Mat. Horquell vino a hablar con nosotros. Es una especie de tregua. Vete, Horquell.Horquell volvi a colocarse la capucha. Sus ojos chispeaban cuando deca mientras se alejaba:Volveremos a encontramos; ms pronto de lo que supones.El hombre de los pjaros desapareci rpidamente entre la multitud al salir de la callejuela. Los dos compaeros volvieron lentamente al mercado, buscando el camino de regreso al palacete.Has obrado mal dejndole marchar recrimin Bruno a Mat.Slo podamos llevarlo vivo ante Dagmahal. Horquell, al verse perdido, hubiera hablado ms de la cuenta. Tanto, que incluso nosotros nos encontraramos en una posicin difcil.Retomaron a la mansin de Dagmahal. El oficial de guardia les anunci que el Seor les aguardaba con impaciencia. Un criado les condujo presuroso hasta la misma sala donde la noche anterior les recibiera el Seor de los amarillos.Qu tal os ha ido la visita a la ciudad? Os gust? pregunt Dagmahal mientras

daba cuenta de un copioso almuerzo. A su lado se sentaba Alda, vestida nuevamente con sus ropas de combate sobre las cuales deba ponerse la armadura dorada. Dirigi a Mat una ligera mirada, regresando en seguida su atencin a la comida.Poco respondi Mat. Nunca vi nada tan sucio.Sentaos. Os servirn de comer dijo Dagmahal, disgustado en el fondo por la sinceridad de Mat. Pero te advierto que la ciudad de los azules es ms pequea y sucia que la ma.Mat ocup una silla frente a Alda y respondi:Es lgico. Aqu estuvo afincada la primera compaa minera. La segunda en llegar al planeta, los antepasados de los azules apenas tuvieron tiempo de levantar sus campamentos provisionales cuando la Tierra perdi el contacto con el planeta. La respuesta a las peticiones de explotacin nunca llegaron.Dagmahal dej de comer y mir extraado a Mat.Qu ests diciendo? No entiendo nada.Mat haba realizado una jugada para intentar averiguar hasta qu punto Dagmahal conoca la historia de Nelebet. La extraeza del Seor pareca ser autntica. Su desconocimiento tal vez pudiera ser total. Y lo ms probable es que ocurriese otro tanto con Henteltet. Por lo tanto, los nicos en estar en posicin de la verdad eran los mercenarios que luchaban con los azules... y l.Nada. Es que estaba pensando en mi mundo.Algn da tendrs que hablarme de l. Mi padre me contaba muchos relatos extraos, odos a mi abuelo, y referente a los tiempos en que grandes navios salan y entraban continuamente de este planeta. Los que quedaron apenas son hoy un montn de chatarra mohosa. Mi padre me dijo que no llegaron a funcionar o fueron estropeados en los primeros das de la guerra.Se rumoreaba que cuando el Orden derribe la Valla que rodea su Centro de Acercamiento, los tiempos de prosperidad volvern a Nelebet; se acabar el hambre, las guerras y los azules recibirn su castigo.Mat trat de disimular una sonrisa irnica. Dagmahal haba interpretado a su conveniencia las palabras que los servidores del Orden haban expandido por el planeta a su llegada. De lo que s estaba seguro que desaparecera era la oligarqua reinante. Cada cual conservara sus propiedades, siempre que fuesen justas. Dagmahal no sera castigado, pero no seguira gobernando a los amarillos sin su consentimiento, como Hen- teltet tampoco dispondra de la vida y muerte de sus vasallos.Qu dijeron los del Orden que haran el da que la Valla desaparezca? preguntMat.Hace muchos aos llegaron las primeras naves. Entonces enviaron emisarios a parlamentar con Henteltet y conmigo. Nos dijeron que pronto regresaran y que Nelebet podra comerciar con todos los mundos, que somos un planeta rico gracias a nuestro oro, y que seguramente tenemos otras riquezas tan buenas como el oro o mejores sin saberlo.Pero no por eso dejasteis de guerrear y mataros, eh?El Orden nos asegur que no se inmiscuira en nuestros asuntos internos hasta que no abrieran el planeta a la Galaxia gru Dagmahal y aadi con firmeza: Pero no

podemos permitir que los azules se aprovechen de las circunstancias para aduearse de la Gran Discordia. Si para cuando el Orden baje la Valla ellos estn all, nadie ser luego capaz de echarlos.El inters de Mat creci considerablemente.Cuntame qu es la Gran Discordia.Es un cochino pedazo de tierra situado en una regin que ninguno de los dos bandos dominamos plenamente. Est entre la ciudad de los azules y la nuestra. Desde hace muchos aos luchamos por ser los dueos absolutos de ese territorio. Nos vigilamos continuamente. Cuando descubrimos que el otro quiere penetrar all, entonces combatimos. Hasta hoy siempre han quedado los combates en tablas. As, desde tiempos lejanos.Por qu esa lucha? Existe algn motivo importante que la justifique? Qu beneficios se pueden obtener siendo dueo de la Gran Discordia?No puedo contestar a tus preguntas porque desconozco las respuestas. Slo s quemi padre me hizo jurar que mientras yo viviera no permitira que los azules se apropiaran del valle. Mi padre hizo la misma promesa al suyo cuando ste le entreg el mando del pueblo amarillo. Si l pudo cumplir con su promesa, yo debo hacer otro tanto.Un criado puso delante de Mat un enorme plato con viandas. Se vean apetitosas. Alprobarlas se confirm tal creencia.Has intentado, Dagmahal, llegar a un acuerdo con Henteltet para repartiros la GranDiscordia? pregunt Mat.El tenedor de oro cay sobre la mesa de las manos de Dagmahal. Su mirada de asombro era grande.Ests loco? La posesin de la Gran Discordia no puede dividirse. Si yo hiciera llegar aHenteltet tal propuesta se reira de m durante un ao.Comprendo. Perdona mi ignorancia se disculp Mat fingiendo humildad. Al mismo tiempo descubri que Alda lo miraba con marcada desconfianza o incredulidad.La muchacha no pareca creer en la sinceridad de sus palabras. No deba ser tan tonta como su padre, pens Mat. Tena que andarse con cuidado con ella en lo sucesivo.Sin embargo, tambin debers disculpar mi desconfianza aadi Mat con cierta impertinencia, desafiando la mirada animosa de Alda. Quisiera asegurarme que llegado el da cobrar lo estipulado.Dagmahal ces de beber en la copa de oro que le acababa de llenar un criado.Lentamente, pregunt:Qu quieres decir?Deseo ver los diamantes rojos.Dudas que los tenga?As es.Mat termin de pronunciar la escueta respuesta y estuvo preparado a cualquier clase de reaccin violenta por parte de Dagmahal, Bruno, nervioso dej de comer, preguntndose cundo su compaero dejara de ponerle en dificultades. Pero Dagmahal estall en una estentrea risa. Se llev las manos al cinto y sac de all una bolsa de cuero, que abrindola arroj sobre la mesa dos docenas de llameantes diamantes rojos.Desde anoche estaba seguro que no pasara de hoy que me pediras verlos, terrestre.

Por esta vez he sido ms listo que t luego, volvindose torvo, agreg: Pero son todos los que poseo. Mi familia los tuvo desde el comienzo de la guerra contra los azules. Yo no les doy el valor que t les das. Me gustara creer que tienen tanta importancia en la Tierra.Mat contuvo sus deseos de tomarlos y verlos de cerca. No convena demostrar aDagmahal que la presencia de los diamantes rojos lo turbaba. All haba cerca de dos millones de crditos. Queriendo aparentar tranquilidad, e incluso indiferencia, dijo:Me complace tu intuicin, Dagmahal. Con esta cantidad de diamantes mi compaero y yo nos consideraremos bien pagados.Dagmahal recogi los diamantes y los guard en la bolsita.Respecto a los mercenarios que tienes a tus rdenes lamento decirte que puedes licenciarlos desde este mismo instante dijo Mat. Era una cuestin que deba resolver cuanto antes, pues estaba seguro que aquella partida de vagabundos no le servira sino de estorbo a la hora de la lucha.Pretendes que se unan a Henteltet?Tu enemigo no los querr ni gratis. Conozco a mis compaeros de las estrellas y s quines tienen agallas y quines no. Son basura, ratas que huirn antes de entrar en combate. Hazme caso.Tu comportamiento, terrestre, es inaudito. Te permites darme rdenes...Las furiosas palabras de Dagmahal fueron interrumpidas por la inesperada entrada en el saln de un guerrero. Llegaba sucio y jadeante. Detrs de l entraron Tarla y algunos oficiales ms.El guerrero se acerc hasta Dagmahal y despus de una corta reverencia, dijo:Los azules estn atacando la guarnicin de la Gran Discordia desde esta madrugada, seor. Mercenarios de las estrellas luchan al lado de Henteltet en elevado nmero.Tarla aadi:Es cierto, Seor. Otras patrullas han regresado a la ciudad con la noticia de que tropas azules se aproximaban esta madrugada a marchas forzadas a la Gran Discordia.El Seor golpe con ira la mesa, haciendo rodar copas y cayendo platos al suelo. Grit:Que se renan todos los guerreros, que slo quede una pequea guarnicin en la ciudad. Vamos todos volvindose a Mat, pregunt ceudo: Sigues pensando que es una estupidez llevar a mis mercenarios de las estrellas?Mat asinti en silencio.Est bien admiti Dagmahal. Tal vez me arrepienta; pero hay algo en ti que me obliga a confiar. Pero te juro que tu compaero y t deberis luchar por los que se quedarn aqu.El Seor de los amarillos se alej presuroso a sus habitaciones en busca de sus pertrechos de guerra. En el patio empezaron a sonar sobre las losas las herraduras de los caballos y entrechocar de las armas y corazas. Alda dijo a Mat al pasar por su lado:Estar vigilndote, terrestre; no me fo de ti.Mat respondi con una sonrisa y la vio alejarse altiva.

CAPITULO VI

La tarde finalizaba cuando los guerreros quedaron reunidos. El ejrcito parti poco despus, sembrando el desconcierto entre la poblacin, an ignorante del ataque enemigo.En cabeza cabalgaban Matas y Bruno, cerca de Dagmahal, Alda y el capitn Tarla. Los mercenarios terrestres recibieron la noticia de que ellos no partiran con la columna de socorro con visible satisfaccin. Dagmahal prometi ocuparse de ellos al volver, pero Mat le dijo que no mereca la pena castigarles. Deba dejarlos regresar al Centro. All sufriran las burlas de los habitantes cuando los vieran retomar sin un gramo de oro.Necesitaremos toda la noche para llegar a la Gran Discordia dijo Dagmahal cuandoMat le pregunt por la distancia en que se encontraba el valle.A Mat no le haba sorprendido, ya que ms de un tercio de los guerreros amarillos estuviera compuesto por mujeres. Le haban contado que entre los azules ocurra lo mismo. La escasez de habitantes en Nelebet pareca haber obligado a las mujeres a tomar las armas al igual que los hombres.A medida que se alejaban de los terrenos cercanos a la ciudad, las granjas fuerondesapareciendo. Tarla dijo a Mat que las que antes existieron en aquellos contornos estaban emigrando a las zonas que rodeaban el Centro. Ambos ejrcitos rehusaban combatir por all. Explic que los secuestradores de Alda eligieron aquel camino para regresar a la ciudadela de Henteltet porque debieron pensar que por all los amarillos no se atreveran a perseguirlos.La columna dej de ir al galope. Los caballos empezaban a dar muestras de cansancio yMat dudaba que pudieran llegar a la Gran Discordia sin darles antes un largo descanso.Apenas faltaban dos horas para que surgieran los primeros rayos solares que haran palidecer el resplandor de las dobles lunas cuando se detuvieron ante un ro de escaso caudal. El satlite artificial del Orden con su luz roja segua surcando el cielo cada dos horas.A una orden de Dagmahal, desmontaron, llevando los caballos por las bridas a lo largo de un estrecho sendero.Adnde demonios vamos? pregunt Bruno.Mat se encogi de hombros. Pero la respuesta surgi pronto ante ellos. Llegaron hasta un gran cercado. Detrs escucharon relinchar cientos de caballos. Docenas de hombres estaban terminando de ensillarlos.Alda entreg su corcel a un guerrero, advirtindole que le eligiera un buen sustituto. Mat se aproxim a la muchacha. Era la primera ocasin que tena para valorar la inteligencia de Dagmahal.Me estaba preguntando si tu padre iba a ser tan estpido como para creer que esos caballos cansados podan resistir un rato ms. Yo por mi parte, me encuentro hecho polvo declar a la muchacha.Ella se volvi para mirarle con indiferencia.No se crea que es el nico listo, terrestre.No me lo creo. Si lo soy a veces es porque los que me rodean son demasiado tontos

sonri Mat con impertinencia.Alda se haba quitado el carcaj e inspeccionaba las flechas. Mat tom el enorme arco e intent tensarlo. Encontr ciertas dificultades. Irnica, la muchacha se lo arrebat y lo tens con aparente facilidad.Bien, ya me humill dijo Mat. Pero, podra hacer disparar esto? e hizo unademn de entregarle la pistola.La muchacha neg con la cabeza.No. Tendr puesto el seguro.Lo saba? sonri Mat aceptando deportivamente la derrota.Me lo cont mi padre. No le ser tan fcil engaarme a m, terrestre.La ltima vez nos tuteamos. Llmame Mat, por favor. De veras crees que te engaara?Es posible. Ya es bastante que hayas embaucado a mi padre.Por qu supones que lo estoy engaando?No es lgica tu actitud. Sabes que estamos perdiendo la guerra, que los mejores mercenarios de las estrellas se han alistado con Henteltet y, sin embargo, te unes a nosotros, a una causa tericamente perdida.Un guerrero trajo a Alda un caballo de bella estampa que la muchacha aprob con unmovimiento de cabeza. Mont en l y tom las bridas, pero Mat le impidi que se alejara.Cuando te vi luchar en el bando de los amarillos no saba que eras la hija del jefe, pero por ti no dud en ponerme a vuestro lado.Por primera vez desde que la conoca, Mat vio sonrer a Alda. Lo hizo de forma espontnea, graciosa y atractiva. Le gust cmo sonrea. Pens que deba estar encantadora riendo.Gracias por el cumplido. De veras que me gustara equivocarme, terrestre.En qu?Que no nos traicionars.Bruno se acerc trayendo caballos para ellos. Mat mont el suyo y de nuevo se puso al lado de Alda. Iba a decirle que poda estar segura de su fidelidad cuando Dagmahal se acerc. Le segua Tarla y otros oficiales.Hemos decidido dividir las fuerzas dijo Dagmahal. T, terrestre, con cien jinetes, atravesars el ro e irs directamente a nuestras fortificaciones en la entrada del valle de la Gran Discordia. Te unirs a la guarnicin que la defiende. Yo ir con el resto a intentar sorprender al enemigo. Vosotros no atacaris hasta que no escuchis que lo hacemos nosotros. Tarla ir contigo para aconsejarte. Espero que tus armas provoquen cierta confusin entre el enemigo. Tal vez no sepan que contamos con vosotros.Mat estuvo a punto de responder que Henteltet conoca que l y Bruno luchaban junto a Dagmahal, pero se contuvo para evitar tener que contar todo lo referente a Horquell, quien al mismo tiempo que las tropas azules se dirigan a atacar la Gran Discordia, in- tentaba convencerles para que desertasen. Pidi algunas aclaraciones sobre el terreno. Quera conocer cul era la topografa de la Gran Discordia.Tarla te lo explicar por el camino dijo Dagmahal. Viendo cmo su pequeo ejrcito estaba listo para reanudar la marcha, dijo: Partiremos ya. Pronto amanecer. Antes de tres horas estaremos en nuestro destino. Debemos encontrarnos all antes que

el enemigo reanude el ataque contra nuestra guarnicin.Yo ir con el terrestre dijo Alda.Dagmahal frunci el ceo. Pareca que iba a preguntar a su hija los motivos que tena. Call al ver el gesto decidido en ella y recordar que el da antes Alda haba puesto en duda la fidelidad de los dos nuevos mercenarios.De acuerdo asinti el Seor de los amarillos haciendo retroceder su caballo para ponerse al frente de su columna que tomara la direccin Sur, ro abajo.Mat pregunt irnico a Alda:Quieres vigilarme constantemente?S respondi ella.Mat se alz de hombros y pregunt a Tarla con la mirada si poda partir. El capitn asinti y empez a dar rdenes a los guerreros. Mat vio con disgusto que su tropa estaba integrada casi principalmente por mujeres.Cruzaron el ro sin dificultades cuando por levante empez a apuntar la estrella deNelebet sus primeros rayos.La Gran Discordia est en un pequeo valle, casi un crter explic Tarla cuando Mat le pidi que le contase todo lo que pudiera de aquel lugar. Slo posee una entrada. Cada lado est defendido por tropas amarillas y azules, respectivamente. Por lo general nos limitamos a vigilarnos, pero cuando surge un roce, acuden refuerzos y se libra una pequea batalla, que siempre termina en tablas. Constantemente nos asestamos golpes de mano, emboscadas y otras cosas similares. Quien logre desalojar al contrario del otro lado de la entrada del valle ser dueo absoluto de la Gran Discordia.Los mensajeros contaron que nuestros guerreros fueron sorprendidos con disparosde armas de las estrellas. Luego, una vez pasado el factor sorpresa, los arqueros azules siguieron hostigndonos, de tal forma que no pueden ni asomar la nariz fuera de las empanzadas. El plan de Dagmahal es sorprender al enemigo hacindolo creer que nos limitamos a engrosar el nmero de los defensores, como siempre se ha hecho. Si consigue con sus hombres llegar hasta su retaguardia y lanzarse contra ellos antes que los mercenarios de Henteltet usen las armas de energa, es posible que logremos una sorprendente victoria. E inesperada, por supuesto.El capitn call. Sus ojos brillaron entusiasmados ante la idea de vencer definitivamente al enemigo.Dime, Tarla dijo Mat. Qu importancia tiene la Gran Discordia para que os haya obligado a luchar durante tantos aos? Merece la pena ese trozo de terreno que os matis teniendo todo un planeta para repartiros?Tarla parpade. Dijo con visible turbacin.No lo s, terrestre. Ni siquiera el seor Dagmahal conoce los motivos de esta guerra. Slo s que no debemos consentir que los azules se adueen del valle.Se te paga por luchar, no por hacer preguntas intervino secamente Alda.No puedo creer que luchis sin motivos. Aunque tu padre quiera hacernos creer que se trata de una cuestin de honor, debe existir algo ms consistente, ms material en todo esto dijo Mat, devolviendo a la muchacha la mirada insolente. Dagmahal lo sabe, al igual que Henteltet. Y apostara lo que sea a que t tambin ests al corriente del secreto que encierra el valle, Alda.

La muchacha tir de las bridas de su caballo y lo apart del lado de Mat, alejndose unos metros. El terrestre comprendi que Alda no quera por el momento iniciar una conversacin que le convena muy poco.No volvieron a hablar hasta transcurridas dos horas largas. El paisaje haba cambiado.El terreno se elevaba ante ellos suavemente. Tarla haba destacado observadores y cuando stos volvieron anunciando que el camino estaba libre de enemigos, dijo a Mat:Ya hemos llegado, terrestre. Detrs de esas rocas estn nuestras posiciones. Avanzaron procurando que los caballos hicieran el menor ruido posible, escuchando almismo tiempo con atencin.No se oye nada. No parecen estar luchando ahora dijo Tarla.Esto no me gusta nada, Tarla dijo Mat incorporndose sobre su silla de montar y pretendiendo mirar a travs de las rocas.El gesto de Tarla era de preocupacin, pero pretenda infundir en sus palabras una sensacin de tranquilidad.Es demasiado temprano para que los amarillos ataquen. Vamos, los nuestros deben estar impacientes por vemos llegar.Enva ms patrullas delante de nosotros aconsej Mat.Tarla seal a un grupo de guerreros para que se adelantaran. El resto de las fuerzas avanzaron lentamente. Los destacados llegaron a las alturas y desde all hicieron seales con sus espadas, indicando que todo estaba tranquilo.Hicieron trotar a los caballos y pronto se reunieron con el destacamento. Desde aquel lugar Mat pudo ver las empalizadas sobre las cuales algunos guerreros, vistiendo las capas amarillas, les saludaban con sus escudos y lanzas.Estaban en la cima de una elevacin del terreno. A su derecha se vea el valle, an cubierto por la bruma de la madrugada, pero perfectamente visible su inaccesibilidad por aquel sitio.Mat llam a Bruno, indicndole un punto del valle que la niebla permita observar en aquel preciso instante. Los ojos de Bruno se abrieron cuanto pudieron, asombrados. Luego mir a su amigo, diciendo:T esperabas encontrar esto, no?Antes de que Mat pudiera responder, Alda se acerc a ellos.Qu llama vuestra atencin, terrestres?Las ruinas de las instalaciones mineras, preciosa. Ella lo mir desafiante.Estabas seguro de encontrarlas en la Gran Discordia? Mat asinti.Desde luego, Las dos compaas mineras existentes en este planeta, antes de finalizar la Primera Era, se disputaron jurdicamente la explotacin de este valle, el nico sitio del planeta donde hay diamantes rojos. Como la Tierra no pudo fallar el pleito, las compaas optaron por resolver sus diferencias por las armas. Al escasear stas, ya porque el trfico interestelar se interrumpi o porque apenas posean, fundieron espadas, lanzas y flechas. Y as siguieron hasta hoy. Los empleados y mineros se transformaron en guerreros y con el paso del tiempo, nicamente los directores, trocado