Linares, Luisa Maria - La Vida Empieza a Medianoche

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La Vida Empieza a MedianocheLuisa Mara Linares

He aqu una de las novelas ms divertidamente complejas, vividas y vertiginosas de esta celebrada autora. Se sucede en ella mutaciones y sorpresas, complicaciones inesperadas, nuevos personajes que contribuyen al cmico embrollo o al apasionante enigma. En el espacio de varias horas, le ocurren a la protagonista, Silvia Heredia, las ms intensas y singulares aventuras de su vida. En esta novela aparece, en su forma ms atrayente, el moderno ritmo, el donaire y la fantasa que han cimentado el xito de Luisa Maria Linares.

Nueve de la NocheSilvia guard el cambio que le devolva el chofer del taxi y levantando su ligera maleta entr en el iluminado portal del rascacielos madrileo, avanzando sobre la blanda alfombra en direccin a los dos ascensores, llenos de gente. -Piso octavo -indic al botones. Mientras vea desfilar los rtulos que sealaban la altura, pens en la sorpresa que se llevara Marcela al verla entrar tan de improviso. No se haban visto desde haca un siglo. Diez meses exactamente, a raz del Congreso Internacional de Prensa, para el que haba sido enviada a Madrid por cuenta de la casa. A Silvia le encantaba ir a la capital, pero ltimamente estos viajes escasearon hasta el extremo de hacerla bostezar de tedio ante las blancas cuartillas de su mesa de redaccin. Nosotras y Ellos..., la revista femenina en la cual trabajaba se hunda poco a poco. No se le ofrecera ya ninguna agradable perspectiva y, por el contrario, perda la ocasin de encontrar la gran oportunidad. Era una optimista. Confiaba tanto en la suerte, que estaba segura de que si tiraba al mar un mendrugo de pan, la marea se lo devolvera convertido en pastel de crema. Como confirmacin a sus optimistas ideas, la marea de la vida haba puesto ahora en sus manos... poda llamarlo pastel de crema? No. Ms bien una gigantesca tarta de cumpleaos. Una tarta que iba a devorar con el insaciable apetito de su juventud vida de emociones. -Piso octavo, seorita... Oprimi el timbre y se mir de refiln en un gran espejo que cubra toda la pared del descansillo. Sonri al cerciorarse nuevamente de lo bien que le sentaba aquel abrigo. Lo haba estrenado para el viaje. Todo cuanto traa en la maleta era nuevecito. Vida nueva, ropa nueva, habase dicho a s misma. Y tambin eran nuevas las ilusiones, los proyectos y hasta el peinado que llevaba bajo el coquetn sombrerito deportivo. - Marcela, encanto...! -Silvia! Pero..., eres tu?... Chiquilla! Que estupenda sorpresa! La estrech con un trituran te abrazo que hizo rodar su sombrero. Luego, con las mismas muestras de entusiasmo, la empuj hacia el saloncito junto a la puerta de entrada. -Pasa, pasa y cuntame qu te trae por Madrid. Pero... qu veo..? Ese abrigo que llevas no es de Casa Marcela. Ah, pcara! Ya no me quieres por modista...? -Volvi a abrazarla -Ests guapsima... Ms guapa, si cabe, que el ao pasado... Cunto tiempo hace que no nos vemos...? Mil siglos. Bueno, dime algo... La sorpresa de verte me ha dejado muda. -Muda...? Si an no he podido meter baza... Rieron a do, contentas de estrechar nuevamente los lazos de aquella firme amistad comenzada en el colegio. Fsicamente eran distintas. Alta y morena Silvia, si morena poda llamrsele teniendo aquel blanqusimo cutis, y menuda y regordeta Marcela, con la piel salpicada de pecas rojizas, a tono con los cabellos que aureolaban su simptico rostro. -Vas a estar muchos das en Madrid...? Te enva tu periodicucho?

-No me enva nadie... Soy libre como el viento Mrame de arriba abajo con detenimiento, porque seguramente no volver a presentrsete ocasin de ver tan de cerca a una persona importante. Qu digo importante? Importantsima. -Me asustas, cario. Te has casado con algn prncipe extranjero...? Has firmado un contrato de cine? Silvia se despoj del abrigo y se dej caer riendo sobre un mullido divn. -Casarme! Yoooo...? No habamos quedado en que el matrimonio poda ser un complemento de la felicidad, pero nunca el nico objetivo...? O es que ha cambiado usted de opinin, seorita? A ver! Mreme a los ojos... Ha claudicado, pasndose al enemigo? -No..., te aseguro que no... Solo tengo un plan que..., pero no es nada serio toda va. -Mucho cuidado! No olvides nuestra divisa: Pedemos ser felices sin ellos. -Eso quiere decir que no te has casado de repente. Respiro. De ti espero siempre cualquier extravagancia. Y ahora dime: para qu has venido? Si no es un se mi, profesional... -Profesional? Pues s. Justamente he cambiado de profesin. Marcela abri la boca con asombro. -Ya no estas en a revista? -La revista no est ya conmigo. Se acabaron artculos sobre temas aburridos! Se acab el contestar cartas para el Consultorio sentimental...! Se acabo hojear el Espasa para documentarme sobre tema heterogneos como cra de gallinas, sistema para curar diviesos, mtodo Cou de autosugestin, el submarino a travs de la Historia...! Era excesivo, chiquilla. ltimamente, entre la directora y yo nos hacamos casi toda la revista. Y as salta ella. La ltima semana slo vendimos cien ejemplares... Veinticinco los compr yo misma en un arranque sentimental. Se levant y dio unos pasos de baile, sentndose sobre una mesa. -Estoy contenta, contenta de haberme liberado, de estar en Madrid... No poda aguantar ni un ms la vida provinciana. Y pensar que he enterrado all los mejores aos de mi juventud... -Cualquiera dira que eres una anciana... -Veinticuatro aitos... en confianza. Para el publico, diecinueve. -No representas ni diecisiete. -No exageres... No estoy del todo mal, pero tal poco soy un beb. -Ests mejor que nunca. Es una ventaja que conforme el tiempo va pasando, las mujeres parezcamos ms jvenes. El otro da, hojeando el lbum de fotos, encontr algunas de nuestros tiempos de colegialas. Parecamos ms viejas que ahora, te lo aseguro... -Lo creo. Por dentro me considero recin nacida. -Por fuera, casi lo eres. Rieron otra vez. -Pues t ests diablicamente guapa, Marcela.

-Djate de locuras y dime de una vez si es que vienes a Madrid a buscar trabajo! Podra proporcionrtelo. La Casa Marcela necesita una maniqu de tu talla, poco ms o menos. La que tenamos se casa. -No necesito trabajo... -Te ha tocado la lotera? -Casi, casi... Mi empleo es una bicoca. Veras..., te lo contar con detalle. Deja que me lave las manos dame una taza de caf. Estoy heladita. Te molesta que te pida hospitalidad por esta noche...? -Claro que no, cario... -Se detuvo de pronto golpendose la frente con la mano -.Pero... qu tonta. No te he dicho nada de mi viaje. -Tu viaje? -Si Qu lstima! T llegas y yo me voy... -Consult su reloj de pulsera -Si es tardsimo! Ven. Mientras hablamos cerrar mi maleta. Empuj a Silvia hacia la habitacin contigua, que haca las veces de dormitorio. -Tienes un piso precioso -admir, sorprendida. -Verdad que s..? Y en plena Gran Va. Lo alquil hace dos meses, a medias con una amiga. As nos sale ms barato. -De modo que te marchas? -Salgo en el expreso para Barcelona. Todo lo que hay en esas cajas -seal unas enormes cajas de cartn atadas para el viaje -son vestidos y abrigos. Durante ocho das presentar la coleccin en el Ritz. Siento no poder ensertelos. Son divinos. Hay sobre todo uno negro Pero qu le pasa a este demonio de maleta que no cierra? Haz el favor de sentarte encima", As Gracias. -Estoy abrumada. Yo que pensaba pasar la noche charlando de cama a cama. -Ya nos veremos a la vuelta, si te vas a instalar en Madrid, Y en qu consiste tu nueva ocupacin? Silvia se sent a los pies del lecho, mientras Marcela se vesta a toda prisa. -La aventura me ha salido al paso -explic estirando los brazos, entumecidos-. La Aventura, con mayscula. Ya te he dicho que no se trata del factor Hombre. Sigo pensando que es estpido hacer del hombre el nico eje de nuestra vida. Puede ser un complemento agradable, incluso maravilloso, pero unido a otras cosas interesantes: la profesin, por ejemplo. Se ech a rer-. Perdona esta costumbre de teorizar en los artculos me ha vuelto insoportable. A qu vena todo esto...? -Me ibas a hablar de tu empleo... -indic Mar cela asomando la cabeza, tras breve lucha, por el cuello de un jersey. -Ah, s...! Pues como te iba diciendo... -Se levant de un salto y cogi un libro de encima de la mesilla-. Caramba! Ests leyndolo...? Qu casualidad! Marcela lanz al tomo una ojeada indiferente. -No tengo tiempo de leer novelas. Lo compr ayer Eliana. -Eliana? -Mi compaera de piso. Es actriz. Un sol de chica.

-Cita en las cumbres -ley Silvia en voz alta-. Siento que no lo leas. Es lo mejor que se ha escrito desde hace muchos aos. Ha proporcionado a su autora, Mara Lintz, fama universal. -Me importa un bledo esa seora. Lo que deseo saber es... -Lo que deseas saber es algo referente a mi misterioso trabajo. Pues bien, te comunicar que ests hablando con la secretaria particular de la famossima escritora Mara Lintz. Mientras, poco despus, tomaba en la minscula cocina una taza de caf, Silvia explic detalladamente el cambio de rumbo de su vida. -Ha sido una cosa fantstica, Marcela. Sabes que yo soy optimista por naturaleza y que siempre esper que me sucediera algo que me sacase de la vulgaridad cotidiana. Pues bien, esto colma mis aspiraciones. Es el primer escaln para alcanzar la cima. Su interlocutora asinti con la boca llerta de pan y mantequilla. -Empez de la manera ms simple. Tras el xito de Cita en las cumbres, mi revista crey oportuno publicar una biografa de Mara Lintz. He de advertirte que esta seora es espaola, a pesar de su apellido extranjero. Fui encargada de escribir el artculo. Tuve que ponerme en comunicacin con la autora, que resida en Alemania. Me contest amablemente. Simpatizamos por carta. No ignoras que suelo resultar simptica... cuando quiero. Nuestra correspondencia empez a hacerse amistosa. Mara Lintz es un encanto. Sencilla y poco engreda. Me confes haber sido la primera sorprendida ante el exitazo de su libro. Figrate que ya lo han traducido a siete idiomas. Todo esto en pocos meses. -Abrevia la narracin. Voy a perder el tren. -En vista del triunfo, la seora Lintz piensa dedicarse de lleno a la literatura. Me indic que trasladara aqu su residencia. Necesitaba una secretaria inteligente, simptica, intelectual... En una palabra, a m... -Tu modestia es enternecedora... -El sueldo era absurdamente esplndido... y voila tout... Aqu baja el teln dando fin al primer acto. El segundo comenzar maana a las diez, en la llegada de mi seora. All estar la eficiente secretaria con su mejor sonrisa de bienvenida. -Magnfico, chiquilla... -Te das cuenta de la amplia perspectiva que se abre a mi ambicin? Vivir en luxe, conocer importantes. Me divertir, aprender... - y conseguirs una bonita comisin si logras que tu seora Lintz se vista en Casa Marcela... - la otra alegremente, levantndose de un brinco-. Lamento que la triste hora de las despedidas haya sonado. Pero mi tren sale dentro de veinte minutos Adis cario! -Te acompaar a la estacin. Luego buscar alojamiento. Por orden de mi jefaza escrib al Hotel Metropol para que nos reservasen habitaciones. Pero solo desde maana por la maana. -No quieres quedarte aqu? -No conozco a tu amiga Eliana. Temo molestarla -A Eliana? Si es un ngel! Pero adems tampoco est. Sali esta tarde de tourne con su compaa. Puedes quedarte de ama y seora del piso. Cuando te marches

maana, entregas la llave al portero. De acuedo? Ahora qudate tranquilita, toma un bao y acustate. Anda, aydame a sacar las cajas hasta el ascensor. Es una pena que no veas el modelo Sensacin. Algo de ensueo. Te estara que ni pintado. Si eres buena chica y me llevas clientes, te lo copiar a precio de ganga. Desde el ascensor, rodeada de brtulos, continu dando instrucciones a Silvia. -Cercirate maana de que quedan bien cerrados los grifos del agua y del gas... Hasta pronto, chiquita. Que entres con buen pie en tu nuevo empleo... -Adis... y gracias por tu hospitalidad. -No te dar miedo estar sola en casa? -Mis aventuras empezarn maana. Esta noche dormir como una marmota. Inconsciente de que acababa de lanzar un reto contra su propio destino, Silvia entr de nuevo en el piso en cuanto hubo desaparecido el ascensor.

Nueve y Veinte de la NocheCuando me haya creado una posicin y sea una mujer independiente, tendr un hogar como ste, Es encantador Mientras recorra el lujoso departamento formulaba esta aspiracin, detenindose a admirar los bibelots, los elegantes muebles y la artstica disposicin de unas cortinas. Un hogar. Haba perdido el suyo siendo muy nia, enfrentndose demasiado pronto con las asperezas de la vida. A los diecisis aos comenz a trabajar de mecangrafa, luego de maniqu y ms tarde de extra cinematogrfica, consiguiendo slo un gran acopio de experiencia. El mundo tiene clasificados a sus habitantes en tres series: "Triunfadores", "Medianas" y "Fracasados" -se dijo en un arrebato filosfico -. En cul de esas tres series permitir que me encasillen? En la de las "Medianas"? No! Aborrezco la vulgaridad. Triunfar o fracasar, pero al menos habr intentado algo y con ingenuo optimismo, se lanz a la conquista del xito. Ignoraba exactamente en qu especialidad deseaba sobresalir. Pero esto era lo de menos. Triunfadora poda considerarse a cualquier mecangrafa que, empezando modestamente, consiguiese llegar a jefe de sus compaeros. Triunfador era el obrero que por sus mritos llegaba a capataz. Para clasificarse entre los Triunfadores no era necesario ser prncipe ni duque. Bastaba sobresalir de su propio ambiente. Ella sobresaldra. Estaba segura. El empleo de redactora en la revista femenina Nosotras y Ellos lleg en un momento en que su optimismo decreciera bastante, tras una larga poca de cesanta. Lo acept encantada aunque ello implicase abandonar Madrid y marchar a una capital del norte de Espaa. En cualquier parte se poda triunfar. Se sent ante su mesa de trabajo con afn renovador. Cambiara la revista de arriba abajo. Estaba anticuada. Necesitaba

una inyeccin de juventud y modernismo. Suprimira tales secciones y creara otras distintas... La directora le baj los humos, apagando sus entusiasmos. Con fra mirada le indic que su obligacin era escribir artculos y no meterse en nada ms. Ella era la directora. A los dos meses de estar en la pequea ciudad, Silvia aborreca cuanto le rodeaba. Al ao, padeci una aguda crisis de neurastenia. A los dos aos empez a decirse que, en medio de todo, no se viva tan mal all. Tena poco trabajo y, aunque el sueldo no le daba ni para comprarse un vestido, mejor era eso que nada. A los tres aos se encasill a s misma entre los Fracasados y estuvo a punto de aceptar la oferta de matrimonio de un compaero que ganaba poco ms que ella. Reaccion gracias a un inesperado ascenso a redactora-jefe, que le devolvi la confianza en s misma. Y a los pocos meses lleg su gran oportunidad con el asunto de Mara Lintz. Por fin estaba en Madrid. -Madrid querido... -murmur con la cabeza pegada al fro cristal del balcn-. Aqu me tienes dispuesta a saborear las agradables aventuras que me brindes. Ojala no me defraudes! Descubri en el saloncito un soberbio tocadiscos y escuch msica de baile por la entreabierta puerta del cuarto de bao mientras se duchaba. Se senta cansada. En seguida se acostara, aunque no estaba muy segura de que la excitacin le permitiera dormir. Deseaba y tema que llegase el momento de conocer a Mara Lintz. De la cordialidad del primer encuentro dependa su porvenir. Una cosa era simpatizar por carta y otra verse frente a frente. Figurbasela con el cabello ligeramente gris y una sonrisa bondadosa y dulce. No posea ninguna fotografa. Recordaba slo muy vagamente las que publicaron otros peridicos en los das en que no estaba todava particularmente interesada por la escritora. De todos modos, nada haba que temer. La persona que haba escrito Cita en las cumbres tena que ser espiritual y buena. Me gustar seguramente -pens mientras se frotaba con la toalla de bao-. Pero qu impresin le causar yo? Por la foto que envi no poda apreciarme. Era una instantnea. Y entonces estaba muy flaca a raz de la gripe. Adems, llevaba luto por la pobre ta. Ojala sea cariosa! Tengo deseos de querer a alguien... Se puso un pijama y una bata y volvi al dormitorio. Era una habitacin deliciosa, con las paredes decoradas en varios tonos de rosa viejo, muebles claros y alfombras de pieles. Junto a la cabecera del lecho, el telfono hablaba bien a las claras de la agitada existencia de mujer de negocios que llevaba Marcela. Poda considerrsela ya una Triunfadora. Era lo que ambas se propusieron. No malgastar su talento y su juventud en la angustiosa bsqueda de un posible marido que las mantuviera, como hacan casi todas sus amigas. Una vez que hubiesen logrado el xito, podran permitirse el lujo de elegir, en lugar de cargar con el primero que llegase. Marcela haba logrado triunfar. Silvia, todava no. Lo conseguira? Se sinti presa de un sbito desfallecimiento, y la soledad del piso desconocido se le hizo molesta. Contempl ensimismada el telfono... Or una voz amiga! Claro! Cmo no lo haba pensado antes...? Busc afanosamente en el listn y marc un nmero. -La redaccin de La Noche...? Est Gorito..., es decir, Gregorio Salas? Una corta espera, y en seguida una voz familiar:

- Hola! Quin llama? Sonri Silvia, evocando la imagen de su interlocutor. Un rostro redondo, unos ojos chiquitines y sagaces, una calva incipiente que constitua su tormento. Porque aquella calvicie no iba bien con sus juveniles treinta y cinco aos, llenos de optimismo. -El padrino consejero...? Oyse una exclamacin al otro lado del hilo. -Zambomba! Suea o delira mi mente...? Hablo acaso con Doa Virtudes...? -La misma que viste y calza. -Silvia! Chiquita ma! -Eres el mismo de siempre, llamndome chiquita tuya. -Claro que soy el mismo. Conservo idntica cara de idiota, idntica calva e idntico buen humor que cuando escribamos en Nosotras y Ellos. -Recuerdas nuestras apuestas sobre quin recibira ms cartas, si el consultorio sentimental de El Padrino Consejero o el consultorio domstico de Doa Virtudes...? -Ni una sola vez ganaste t. A la gente le interesan ms sus conflictos amorosos que los modernos sistemas de frer empanadillas. Qu te trae por Madrid? -Mi nuevo empleo. Dej la revista y voy a instalarme aqu. -Bravo! Entonces, nos veremos todos los das, a todas horas... Chiquilla! Sigues tan guapa como antes...? Callad, idiotas...! Esto no te lo digo a ti. Se lo digo a mis compaeros, que meten un ruido insoportable. Dnde vas a trabajar...? -Con la seora Lintz, la escritora. Soy su secretaria. -Mara Lintz! Bromeas? -Nada de eso. -Maana a medioda nos tiene citados en el Metropol, para una rueda de prensa. -All me vers, presumiendo junto a ella. Dedcame alguna frase en tu artculo: Nuestra querida compaera Silvia Heredia, secretaria particular de la gran escritora..., etctera... -Chiquitina ma! Has tenido una suerte inmensa... Me dejas estupefacto... Tened la bondad de no chillar tanto! Estoy hablando con mi novia... -Padrino... Es pecado decir mentiras. Suspir l. -Es una mentira tan bonita... Si no eres mi novia, deberas serlo. -Se estila ahora declararse por telfono...? -No puedo perder esta oportunidad. Hace un ao que no me declaraba. -Perdn. Slo cinco meses. Recuerda que tambin lo hiciste por carta. -Es verdad... Rieron. -Oye. Quiero verte esta noche. Por qu no vienes al teatro conmigo? Debo hacer la resea de un estreno.

Anda, di que si -Digo que no. Voy a meterme en la cama en seguidita. Estoy cansadsima del viaje. Nos veremos maana en el Metropol. -Est bien, Doa Virtudes... -Buenas noches, Gorito. -Bienvenida, guapsima! An sonrea Silvia mientras se embadurnaba el rostro de crema ante el espejo. Simptico Gorito! Le alegraba saber que poda contar con su leal amistad. -... la niebla dej paso a las estrellas... -canturre la voz del tenor de moda. Se haba olvidado de quitar el disco. Volvi al contiguo saloncito y escuch la meloda. Marc unos pasos de baile a la vez que continuaba extendindose la crema. -... vivamos esta noche, propicia a la aventura... Aventuras... Bienvenidas fuesen, siempre que introdujeran en su vida algn aliciente, alguna novedad, algo que se saliera de la vulgaridad cotidiana... En contestacin a su deseo surgi en aquel instante la burlona respuesta del destino, con la llegada de lo imprevisto. Confusamente oy el ruido de una llave en la cerradura y a travs del espejo vio, estupefacta, abrirse la puerta de la calle para dar paso a tres desconocidos: un viejo, un joven y un nio. Con la boca abierta y un pegote de crema en la punta de la nariz, Silvia se volvi en redondo, muda por la sorpresa. Las tres figuras avanzaron hacia ella, y, bruscamente, el chiquillo se separ de los otros, corriendo a colgarse de su cuello. -Mama, mamata! El estupor le impidi luchar contra sus intempestivos besos. Quiso decir algo y su garganta no emiti el menor sonido. Detrs del nio avanzaba el viejo, murmurando tiernamente: -Nena, nenita ma... Y, por ltimo, el tercer personaje se adelant a su vez, atrayndola hacia s. -Abuelo, aqu tienes a mi mujercita -dijo con voz sonora y alegre. Silvia cerr los ojos. Estaba segura de que soaba. Dentro de un segundo despertara, encontrndose en el lecho, o quizs en el tren. Apret los dientes tratando de despertarse. Abri los ojos otra vez. Continuaba en el pisito de Marcela. No soaba. Frente a ella seguan el Viejo, el Joven y el Nio sonrindole tiernamente. Hijita. No das un beso al abuelo...? Estaba deseando conocerte... Guillermo me ha hablado tanto de ti... Acrcate para que te vea. Mis pobres ojos casi no ven, pero adivino que eres bonita, muy bonita. Era el viejo ms arrugadito que viera en la vida. Su voz sonaba a campanilla cascada. No posea ni un solo diente, ni un solo pelo, y el menor soplo de viento hubiera podido derribarlo en tierra. Penosamente se acerc y Silvia estuvo a punto de gritar al ver

junto a su rostro la apergaminada carita del anciano. Tampoco pudo gritar. Se senta petrificada, y apenas percibi el beso que el viejo deposit en su frente. -Se te ha pasado ya el dolor de cabeza? -interrog, solcito, el hombre joven -.El abuelo ha sentido muchsimo que tu indisposicin te impidiera acompaarnos todo el da. La pesadilla continuaba. El chiquillo habase instalado en el sof, y se agitaba haciendo saltar los muelles. Era un chico de unos ocho aos, pecoso y poco favorecido por la Naturaleza. Pareca estar muy contento, y sus maliciosos ojillos brillaban de alegra. Llevaba unos zapatos muy sucios y un traje bastante usado que desentonaba con el elegante porte de los otros dos. Desvi los ojos del chiquillo, para fijarlos en el joven. Tendra unos treinta aos. Era muy alto y distinguido. Contrastaba, con el rostro moreno, el cabello, castao claro. Los ojos, oscuros y expresivos, se posaban en ella con angustiosa insistencia. Estaran locos los tres...? Tenan que estarlo, naturalmente. Empezando por el fesimo nio que la llamaba mam y siguiendo por el joven que la consideraba su mujercita. Asustada, se pas la mano por la frente, retirndola llena de crema. La conviccin de que deba tener una apariencia poco grata aument su malestar. Con gesto brusco se desasi del brazo del joven y retrocedi unos pasos. -Haga el favor de no tocarme o pedir socorro...! -Qu dices, nena? -Yo no soy su mujercita ni le conozco a usted! Sigui un minuto de silencio, interrumpido por una risotada del nio y por la vocecita aflautada del abuelo, que se dejaba caer en un silln. -Qu dice la nia, Guillermo? Le duele todava la cabeza? El aludido, cuyo rostro se colore ligeramente, respondi en voz muy fuerte: -Est mucho mejor. Dice que se alegra de verte, abuelo. Ests cmodo en ese silln? -Estoy muy bien, muy bien, hijito. El llamado Guillermo volvise a continuacin hacia el pequeo, que manipulaba en el aparato de radio, produciendo un ruido molestsimo. -Estte quieto, Guillermito! -S, pap. Y en seguida encarse con Silvia, en voz baja: -A qu se debe su absurda actitud? Esto no es lo convenido. -Lo... convenido? -No ir a volverse atrs... -Pero... Se interrumpi. Acababan de llamar a la puerta con un sonoro timbrazo. -Yo abrir -se adelant l-. Ser el criado del abuelo. Le envi a la confitera por unas cosas.

Abri y dej paso a un hombre de mediana edad, cargado de paquetes. -Pase, Juan. Lo encontr todo? Pngalo en la cocina. Volvi de nuevo a la sala. El anciano, retrepado en el silln, cerraba los ojos con fatiga. Guillermito haba vuelto a emprenderla con la radio, cambiando ondas vertiginosamente. La muchacha segua inmvil junto al radiador, con la misma cara de asombro y de alarma. -Estoy cansado, hijito, muy cansado -habl el viejo, sin darse cuenta de que la mayora de sus palabras se perdan en el vaco por la algaraba de la msica -No deb haber venido. Ya no estoy para estos trotes. Los viajes son para los jvenes. Pero Juan se empe en que visitase a ese especialista extranjero, que slo estar unas horas en Madrid. Y todo para qu? Para que, a fin de cuentas, me haya dicho que no tengo remedio, naturalmente. Que me muero... de puro viejo. -Ri con aquel ruido de campanitas cascadas -.y no me importa, no creas. Sabiendo que t eres feliz, que has sentado al fin la cabeza y que tienes un hogar dichoso... Esto es lo que me ha decidido en realidad a dejar mi casern de Espinareda y venir a la capital. Quera veros, conocer a Aurorita y a mi bisnieto... -Volvi a cerrar los ojos -. Juan! Dnde est Juan? Es la hora de mis gotas. Estoy muy dbil. -Juan est preparando tu caf con leche. En cuanto cenemos te acompaar al hotel. Es una pena que no puedas quedarte aqu. Es un piso tan pequeo... -No, no. No quiero molestaros, ahora que estis recin instalados. Reserv habitacin en el hotel. Maana volver a casa, y ya no saldr ms de ella. Vosotros iris a verme, verdad, Aurora, hijita? El joven se volvi hacia Silvia. -Aurora, no oyes al abuelo? Reaccion ella. -Yo no me llamo Aurora. Esta broma empieza a ser muy desagradable. Sin contemplaciones, la agarr por un brazo, empujndola hacia el anciano. -Claro que iremos, abuelo -contest por ella-. Iremos muy a menudo. Ahora nos disculpars cinco minutos, verdad? Guillermito te har compaa. Pero dnde est ese chico...? Guillermo! El aludido en cuestin haba desaparecido y oasele hablar con Juan en la cocina. Invitada por una mirada del joven, Silvia sali de la sala precedindole en direccin al comedor. Una vez all, hablaron en voz baja y tensa. -Su comportamiento es indignante... -dijo, fuera de s -Se ha vuelto loca...? Silvia, que recobraba poco a poco su sangre fra, se indign tambin. -Ustedes son los que estn locos! Usted es quien debe explicarme...! Creo ser objeto de una pesadilla de la que usted es el principal protagonista. La mir, estupefacto. -Acaso no es usted amiga de la duea de este piso? -Claro que lo soy. No creo que eso tenga nada que ver... -Ana me dijo que se haban puesto ustedes de acuerdo. -Ana? Quin es Ana...?

-La duea de la casa. -La duea de la casa se llama Marcela. -No. -S. -Le digo que se llama Eliana. -Eliana! Ahora comprendo. Elana es la amiga de Marcela. -Quin es Marcela? -La amiga de Eliana. Estaban ambos demasiado enfadados para rerse de sus incoherencias. l se pas la mano por la frente. -Calma, calma...! Aclaremos esto. Dice usted que Marcela es... -Marcela y Eliana comparten este piso, del que nos- otros disponemos a nuestro antojo, por lo que veo. Yo soy amiga de Marcela. -Y yo, de Eliana. -Me alegro mucho. Eso no explica el que usted me llame mujercita y que me haga la madre de ese horroroso nio que..., perdn...!, olvidaba que se trata de su hijo. -No pude encontrar otro mejor. Me ha hecho pasar unas horas insoportables. He llegado a compenetrarme con Herodes. -Ah! Guillermito no es su hijo...? Lanz l tan formidable suspiro, que Silvia sonri a pesar suyo. -No, gracias a Dios! -Entonces...? -Lo he alquilado, igual que a usted. Silvia guard un silencio amenazador. Luego: -Perdone. Quiere repetir eso...? -El qu? -Lo de mi alquiler. Quiero convencerme de que es usted qn mal educado. Me est ofendiendo. Yo no he sido alquilada para... -para representar un papel de dignsima esposa y madre, papel que, por otra parte, se le ha pagado bastante bien. -A m? Decididamente, est loco. -Acaso Eliana se olvid de darle el dinero? -No conozco a Eliana ni la he visto en mi vida. Hubo una pausa tormentosa. El hombre pareca anonadado. -No es usted la artista, compaera de Eliana, que me iba a sacar de este atolladero? -No soy actriz ni he sabido representar nunca comedias de aficionados.

La exasperacin de l lleg al colmo. -Entonces..., quin demonios es usted, caramba? Explquemelo de una vez! Silvia se sinti .acometida por un cosquilleo de risa, rpidamente dominado. -Nada le explicar si me habla en ese tono. Me marcho ahora mismo de esta casa, para que usted represente su farsa... o lo que sea. Dio media vuelta, saliendo del comedor. Pero l la sigui hasta el dormitorio. -Perdone -intent disculparse -.Perdone mi violencia. Estoy desesperado. Comprendo que ha habido un error. Eliana me prometi que cuando llegsemos esta noche estara esperando una amiga suya que representara el papel de esposa. La propia Eliana lo habra interpretado de no tener que salir para la maldita tourne., Me entreg la llave del piso... y... comprende mi sor presa ante la actitud de usted...? La confusin era tan grande, que Silvia empez a ablandarse. Su indignacin decreci ante lo humorstico del asunto. Vuelta de espaldas, empez a quitarse la dichosa crema ante la luna del espejo que ocupaba todo un ngulo del dormitorio. -Repito que me disculpe y ahora, sera tan amable que me explicara...? -dijo l dirigindose a la imagen que vea reflejada en el cristal. Volvise Silvia, cruzndose de brazos con aspecto de diosa justiciera. -Soy una amiga de Marcela que ha llegado hace unas horas a Madrid. Ella me permiti que pasara la noche en su piso. Esto es todo. -Terrible! Terrible! -Pase como un len enjaulado. El amplio dormitorio pareca pequeo para cobijar a un hombre tan alto y de tan bruscos movimientos. Tropezaba con todos los muebles -Y la otra muchacha la amiga de Eliana...? -Cuando he llegado, slo estaba aqu Marcela, preparndose para marchar a Barcelona. -Ser posible que a Eliana se le olvidara? Tiene la cabeza a pjaros...! -Ignoro cuanto se refiere a Eliana, a usted, a su abuelito y a su hijo, seor... seor... -Esperaba que l dijera su apellido, pero, en vista de que no lo haca, volvi a enfadarse -, seor mo. Haga el favor de salir de la habitacin, para que yo me cambie de ropa y me marche. - Va a marcharse...? Y qu le digo yo al abuelo? -No me interesan sus asuntos familiares. Tenga la bondad de dejarme. Pero l no hizo caso. Continu paseando cada vez ms furioso, apretando los puos y lanzando exclamaciones ininteligibles. De nuevo sinti ella el cosquilleo de la risa. Intent dominarse, pero no pudo lograrlo. Su repentina carcajada detuvo en seco al paseante, cuya clera aument. -Le divierte ver a un hombre desesperado, eh? Qu clase de corazn tiene usted? -No le permito dudar de la calidad de mi corazn -respondi, risuea.- Si viera el efecto que hace dando vueltas y ms vueltas, corno esos perros que tratan de cogerse su propio rabo...! -Volvi a rer, sin importarle un ardite su mal humor. Luego luch por recobrar la serenidad -Perdone -dijo secndose unas lgrimas nerviosas -.Cuando me entra risa... es superior a mis fuerzas... En el colegio me vali muchos castigos y... Bueno,

me figuro que no le interesarn mis ancdotas escolares. Leo en sus ojos que no es usted humorista. -En cambio, usted debe serlo demasiado. -El humorismo es el arma defensiva de los que tenemos un exceso de sensibilidad. Caramba, qu bonito me ha salido el prrafo! Siento no poder incluirlo en algn artculo. -Ah! La seorita es escritora... -No lo diga con retintn. Se puede ser escritora y no tener bigote, ni llevar gafas y corbata. Soy periodista. O, mejor dicho, lo he sido. Por el momento trabajo de secretaria particular. -Muy particular. - Por qu? -No tiene aspecto de secretaria. -De qu tengo aspecto? -De...nia mal criada. -Muy galante. Empiezo a encontrarle simpatiqusimo. -Me toma el pelo sin tener en cuenta mi situacin. Rase! Rase cuanto guste! Todo esto me ocurre por... sentimental. -Sentimental? Qu sorpresa! -Naturalmente. En resumidas cuentas, qu me im- porta que el viejo se disguste o que se muera...? -El viejo? Se refiere a su abuelo? -No es mi abuelo. -Divertidsimo! Tiene usted un hijo que no es su hijo, una esposa que no es su esposa, un abuelo que no es su abuelo... Y el criado? Es un criado de verdad o una frgil princesita disfrazada...? l se dej caer en un silln y cruz sus largas piernas, golpendose una rodilla con el puo. -Mi abuelo no es mi abuelo..., aunque casi lo es. -Qu originalidad, tener un casi abuelo...! -Es abuelo de mi medio hermano, de Guillermo. -Guillermo? Tambin posee un nombre... que no es su nombre? - Me llamo Ricardo. Guillermo era mi hermano. -Era...? - Muri hace unos meses en un accidente. Silvia dej de sonrer. A pesar suyo empezaba a interesarle aquel embrollado lo. -No entiendo una palabra. -Sin embargo, es muy sencillo. El viejo cree que Guillermo soy yo. Y yo se lo dejo creer. Est medio ciego, medio sordo, con la vida pendiente de un hilo. Tiene noventa aos. Su cabeza no es tan lcida como antes. Ni Juan ni yo nos atrevimos a notificarle la muerte de su nieto. Lo quera con locura. Hace poco tiempo tuvo una crisis cardiaca. Fui a

Espinareda a visitarle. Al abrir los ojos me tom por Guillermo, creyendo que haba regresado de Amrica. -Su hermano viva en Amrica? Ricardo vacil, sin saber qu contestar. -Pues..., ejem..., exactamente no. Sentira que formase mala opinin de mi hermano. Era algo alocado... No, no viva en Amrica, pero el abuelo lo crea as. Fue a raz de un desdichado asunto que el abuelo tuvo que tapar a fuerza de dinero, cuando l dijo que se iba a Amrica para regenerarse. -Pero... no se fue...? -No se fue. Se dedic a pasarlo bien por Europa gastando la suma que le haban dado para emprender una nueva vida. Sin embargo, por mediacin de un amigo, escriba a su abuelo desde Amrica. Me resulta doloroso contarle esto. Yo quera a mi hermano, aunque nos veamos muy de tarde en tarde. Silvia no supo qu contestar. -Para sacar ms dinero, dijo que se casaba. Era un buen truco. Figrese: los gastos de instalacin, los nios, las enfermedades de los nios. Una bicoca. As pasaron siete aos, y as hubiera pasado toda su vida si no se hubiese estrellado con el coche. -Naturalmente, lo de la boda no era cierto. -Afortunadamente, no. -Empiezo a darme cuenta de su situacin. -A raz del accidente, regres a Espaa. He pasado mucho tiempo en Italia, con motivo de mi profesin. Soy msico. El abuelo no nos vea a ninguno desde haca aos, y nos confundi. Nos parecamos extraordinariamente a pesar de que slo ramos hermanos de madre. -Por esto se convirti usted en Guillermo. -Slo para l, claro est. Era muy fcil. Bastaba con escribirle y visitarlo de cuando en cuando. Pero surgi la complicacin al mejorar de sus achaques y recobrar parte de su lucidez. -Se acord de la familia, no? Aurora y los numerosos nios de Guillermo. Cuntos nios eran...? -Muchos. Por fortuna, mi hermano los haba ido matando uno a uno, para el socorrido sablazo de los entierros. Slo le quedaba el mayorcito. -Adivino el resto de la historia. Tuvo usted que alquilar una familia. -Juan me telefone ayer alarmado, avisndome de que el abuelo vendra por unas horas a consultar a un mdico y a visitarnos. Se lo cont a Eliana, que fue quien me sugiri esta farsa, seguramente por su costumbre de interpretar comedias. En proyecto pareca todo muy sencillo. El abuelo se marchar maana y no es fcil que vuelva. El mdico me ha dado esta tarde poca esperanza. Sus das estn contados. -Pobre viejo... Y... quiere mucho a ese abuelo que no es su abuelo? Ricardo dio tan profundo suspiro que pareci absorber todo el aire de la habitacin. -Le debo eterna gratitud -dijo tras una pausa-. Cuando muri nuestra madre, el abuelo recogi a Guillermo, que era su nieto, y me recogi a m, que estaba solo en el mundo y que no era nada suyo: Coste mi educacin, me dio una carrera y gracias a su

ayuda he salido adelante. Ahora tengo ocasin de devolverle algo. Pero la fatalidad me persigue. -S, es lamentable. Comprender que yo no tengo ninguna culpa. -No. Me hago cargo de su asombro al enfrentarse con una familia cada del cielo. -Sobre todo ese terrible nio. De dnde lo ha sacado? Ricardo sonri por vez primera. -Es el hijo de mi portero. No he encontrado otro mejor. Es muy listo, asiduo lector de novelas policacas. Lo ha hecho bien, verdad? -Me ha dado dos besos tan feroces que an estoy tambalendome. Poda haberlo elegido ms guapo. -S, no puedo enorgullecerme de mi vstago. -Se levant y reanud sus paseos -Qu conflicto! Y pensar que todo iba saliendo como una seda...! An no sabe lo peor. -Todava hay ms lo...? - Mucho ms. No s si le he dicho mi nombre. Si no lo he hecho, disclpeme. Me llamo Ricardo Aliaga. -Ricardo Aliaga? El clebre compositor? Sonri l. Las luces hacan parecer su cabello tan pronto castao como dorado. -Clebre, an no. Le agradezco el adjetivo. Slo he compuesto melodas modernas que han tenido mucha aceptacin. -Le han hecho muy popular. -Quiz s, pero soy ambicioso. Eso no me basta. He puesto mi ilusin en otra empresa de ms importancia. Con ella espero consagrarme ante el pblico. Se trata de una opereta. -Quiere usted hacer una opereta? -La he hecho ya -concluy Ricardo; detenindose frente a ella -.Y precisamente se estrena esta noche en el teatro Oden. A las diez y media debo estar all para dirigir la orquesta. Silvia abroch el ltimo botn de su elegante vestido negro. Era un bonito vestido, sencillo de lneas pero con cierta gracia en el corte, que moldeaba su esbelta figura y haca resaltar la inmaculada blancura de su tez. Habalo clasificado como el trajecito ideal para la secretaria de Mara Lintz. Si lo animaba ponindole a ambos lados del escote unos clips de oro y rubes, resultaba adecuado para tomar el t o acudir a reuniones elegantes. Suprimindole los clips y ponindose, en cambio, un pauelo de colores al cuello, quedaba muy maanero, apropiado para sus almuerzos en el hotel. Por si esto fuese poco, se poda combinar de otra forma. Aadindole una chaquetita de azabache, le servira para los estrenos teatrales o fiestas que no fuesen de mucha gala y no exigiesen la falda larga. Por todo lo cual, Silvia lo llamaba, humorsticamente, mi vestido de transformista. De todos modos, jams supuso que lo estrenara en una ocasin como aqulla. En la contigua habitacin esperaban le los tres desconocidos que la titulaban madre, esposa y nieta. Era de lo ms divertido.

No recordaba exactamente si fue Ricardo Aliaga quien le rog que continuase la farsa, o si fue ella misma la que se brind espontneamente a proseguirla, reencarnando a la supuesta esposa del atolondrado Guillermo. Menudo loco el tal muchacho...! Pero no se deba hablar mal de los muertos... En cambio, qu generosa actitud la de Ricardo. Fue quizs esto lo que enterneci el sensible corazn de Silvia, aquel corazoncito cuya bondad Ricardo pusiera en duda. Le divierte ver a un hombre desesperado? Qu clase de corazn tiene usted...?.- Ri Silvia recordndolo. ! Decirme a m eso! A m, que toda la vida he posedo este dichoso corazn de mantequilla -se dijo mientras precipitadamente conclua de arreglarse -.Yo soy de las que lloran en el cine y en el teatro, de las que lloran en misa con el sermn del cura, de las que lloran de emocin presenciando los desfiles militares... Llevo veinticuatro aos tratando intilmente de corregirme y de disimularlo bajo mi apariencia frvola... Se pint los labios y se empolv la nariz. Quera estar guapa, por el innato deseo femenino de agradar. Abrillant con el cepillo su negro y liso cabello, cuyas puntas se rizaban. Un toque de lpiz en las cejas, otro toque de perfume... Y a escena! Al abrir la puerta y salir del dormitorio sinti la emocin de la actriz que ve alzarse el teln la noche de su debut. No deseaba aventuras...? Pues all tena la ms original que pudiera ambicionar. Slo por unas horas y apenas descenda del tren. En la salita dormitaba el abuelo, hundido en el mismo silln. Silvia la atraves de puntillas y entr en el comedor, atrada por el ruido de cristales y vajilla. Lanz 1 !OH admirativo. La mesa presentaba un bello gol de vista, cubierta con un fino mantel de encaje blanco sobre el que destacaba un centro de plata lleno de perfumadas rosas. El propio Ricardo disponalo todo, ay dado por Juan. Al ver a la muchacha, Ricardo fue qui lanz esta vez una exclamacin de sorpresa. -Oh! -dijo tambin. Le haba parecido bonita en el primer momento, pesar de la crema que cubra su cara, pero nunca sospech que lo fuera hasta aquel extremo. Descubri en aquel instante sus maravillosos ojos, de un color indefinible -castaos, dorados, verdes...? -, orlados de 1argusimas pestaas libres de rimmel. Descubri tambien sus labios, llenos y bien dibujados, siempre dispuestos a risa. Y la esbeltez del talle, flexible y armonioso. Su aspecto era en extremo distinguido. Mentalmente le dio el adjetivo mximo que conceda a las mujeres: DEFINITIVA! -Observo que es usted un buen amito de su casa -dijo Silvia a media voz. -Verdad que s...? Quiere un coctel? Los he preparado yo. Le dar nimos. Acept la copa. -Por nuestro feliz hogar -brind risueamente. -Por m desconocida esposa. Bebieron. -Ya est todo listo, Juan? -Todo. Creo que debemos empezar a servir en seguida. El seor debe retirarse temprano. Era un hombre de cincuenta y tantos aos, prototipo del antiguo sirviente intachable y fiel. Tambin estaba triste y nervioso. Triste porque el mdico no le haba dado esperanzas de poder prolongar la vida de su querido amo. Y nervioso ante el temor

de que, por cualquier error, la farsa pudiera ser descubierta. Deseaba fervientemente encontrarse de nuevo en Espinareda reanudando la montona vida hogarea. -Bueno!!! Pero es que en esta casa no se come nunca...? Tengo hambre, caray...! La voz estruendosa de Guillermito sobresalt a todos y sac al abuelo de su somnolencia. -Calla, nio, no seas mal educado...! -le recrimin Juan -.En seguida comeremos. -Me darn de todas esas cosas tan ricas que hay en la cocina? -Si eres bueno, s. -Huy, qu suerte, mi madre! -Chissst! -Anda, lvate las manos en el cuarto de bao y arrglate un poco esos pelos -intervino Silvia, divertida -.Vamos a sentamos a la mesa ahora mismo. La muchacha fue a ofrecer el brazo al abuelo para acompaarlo a su sitio. Ricardo la miraba hacer, sintiendo un vivsimo agradecimiento. Encantadora criatura...! Insista en el adjetivo: DEFINITIVA. -Bonitas flores, nena -dijo el abuelo -.Tienes que venir a Espinareda y vers las que tengo ahora en el invernadero. Antes me ocupaba yo mismo de ellas,- pero ahora se encarga Juan. Guillermo, hijo, por qu no dejas que Aurora y el nio vengan maana conmigo? -Imposible, abuelo. -Imposible, por qu? -Pues por... -Por el colegio de Guillermito -intervino Silvia-. Es muy aplicado. No puede perder clase. Se est preparando para el ingreso en el instituto. -Pero ocho das siquiera... -Iremos en las prximas vacaciones. Ahora no puedo dejar mis asuntos, abuelo, y no quiero separarme de mi mujercita. -Eso me gusta. Me hace feliz el que os queris. T le has hecho sentar la cabeza, hija. Hubo un tiempo en que tem que..., pero por fortuna ya pas. Ahora eres un padre de familia y un marido modelo... y tu mujer un encanto, y Guillermito... -Guillermito es un ngel. En contradiccin con las ltimas palabras, oyeron se los estridentes gritos del ngel. -Socorro!! Que me ahogo!! Ay mi ta...! Los tres comensales se miraron asustados. Ricardo y Silvia corrieron hacia el cuarto de bao. El cuadro que se ofreci a sus ojos los llen de consternacin.

Guillermo, curiosendolo todo, haba manipulado en los grifos de la ducha, ponindose hecho una sopa. Echaba agua hasta por los odos. Su cara de espanto mova a risa. -Qu ocurre? -pregunt el abuelo desde el comedor. -Nada de importancia. El nio se ha mojado un poco -Cambiadlo de ropa inmediatamente, no vaya a constiparse. Qu diablillo! Cambiadlo de ropa. Era fcil de decir, pero imposible de realizar. -Pedazo de estpido! -se indign Ricardo, hablndole en voz baja -Qu has hecho para ponerte en semejante estado? -Ha so sin querer. -Sin querer! Eres un idiota. Eso es lo que eres. Guillermito empez a llorar a lgrima viva. -Quiero irme a mi casa!! Me voy con mi madre... -Irte? No lo suees! El chico berre ms fuerte. -Me voy, me voy y me voy...!! -Como chilles, te ahogo... -Calma, por favor -terci Silvia -.Yo me ocupar de Guillermito. -Me llamo Antn. No quiero llamarme Guillermito nunca ms. -Bueno, Antn, no chilles tanto. El abuelo se va a asustar si te oye. -Ese to no es mi abuelo, ni usted es mi madre, ni usted es mi padre...! POS anda...! Ya no juego ms a este juego. Me largo a casa. Silvia contuvo con un gesto las iracundas palabras que Ricardo tena a flor de labio. Lo empuj hacia la puerta y lo ech al pasillo, quedndose sola con el nio. -Djeme a m las cuestiones diplomticas -sugiri burlonamente. Luego se encar con Antn, arrodillndose a su lado -.Oye, encanto, no te pongas tan enfadado. Tenemos que divertirnos mucho. -Comenz a quitarle la empapada ropa -.No es posible que te vayas sin probar todas esas cosas tan ricas. Antn dej de llorar y dio un sorbetn agresivo. -Ya he comido antes un pastel sin que me viera el criao. -Ah!, s...? Y estaba bueno? -Pa chuparse los codos. -No sera de crema, verdad? -No. Era un merengue. -Qu lstima! Los de crema son mejores. A m me encanta la crema. -A m me chifla. -Pues no pierdas la ocasin, tonto. Come todos los que quieras. Antn hizo un rpido clculo, pesando el pro y el contra. -Cuntos? Quince...? -Te harn dao.

-Qui Si no me da los quince, me voy. -Quince pasteles! Reventars. -y si reviento, qu...? A usted lo mismo le va a dar. Silvia se domin; ansiaba darle dos cachetes como jams deseara nada en el mundo. Estoicamente sigui sonriendo. -Bien. Tendrs los quince pasteles, pero promteme que seguirs jugando al juego de Guillermito hasta que se vaya el abuelo. -Bueno, jugar. -En la mesa procura hablar lo menos posible, sabes? As podrs comer ms. -Claro! -lanz una risotada y se limpi la nariz con el dorso de la mano -Qu ropa me va a poner ahora, mam? -Cualquiera sabe...! Mira, mientras sta se seca en la cocina, te pondr una bata. Concluye de desnudarte. Voy por ella. Pero... qu tienes en el pecho? Antn mostr ,orgullosamente un burdo tatuaje pintarrajeado. -Soy el jefe de las guilas Negras! -Debes de ser muy valiente para que te hayan nombrado jefe. - Y tanto!! Como que nadie pega tan fuerte como yo. Tengo asustatos a ts los chicos del barrio. -Lo creo, cario. -Ts estn bajo mis rdenes. -Eres un hombre importante. En seguida traigo la bata. Arropado en ella, que le arrastraba como un manto de corte, hizo su triunfal entrada en el comedor y ocup un sitio frente al abuelo. Juan empez a servir inmediatamente. -y dime, Aurora. Te adaptas a tu nueva vida? Has sentido dejar Amrica? -pregunt el anciano. -En todos los sitios se puede ser feliz estando junto al marido. Dirigi a Ricardo una tierna mirada que derriti materialmente al interesado. Demonio de chiquilla! Se estaba divirtiendo a su costa, no caba duda. -Y t, Guillermito...? Lo pasas mejor aqu que en Amrica? Ricardo presinti una catstrofe. -Guillermito lo pasa ahora muy bien -respondi adelantndose al aludido. Pero ste tom la palabra, con la boca llena de ensaladilla rusa. -Qui...! Yo lo pasaba muchsimo mejor en las Amricas. - Ah!, si? Porqu? -Hombre, pues porque all me diverta yendo con los indios a cazar cabelleras...! He matado mil rostros plidos y yo soy el Gran Jeque guila Negra. Quieres ver lo que tengo en el pecho?

-Come, Guillermito. No bromees. Toma un poco ms de jamn. -S, mam. Y dame tambin de eso blanducho. -Gelatina? -S, pero que no se deshaga. Me gusta meter el dedo. El abuelo beba a sorbitos su caf con leche, humedeciendo de cuando en cuando unos bizcochos. Juan vigilaba solcito sus menores movimientos, adelantndose a sus deseos. La araa de cristal, con todas las bujas encendidas, iluminaba la mesa alrededor de la cual sentbanse tan distintos comensales. El decrpito anciano, con su reluciente y sonrosada cabeza; el atractivo joven de cabello rubio-cobrizo, la muchacha de tez nacarada y ojos inquietantes y el dscolo nio que mantena en vilo a sus fingidos paps. Es la tercera cena que hago esta noche -pens Silvia -.La primera, en el vagn restaurante; la segunda, en la cocina de Marcela, y ahora esta otra, en tan extraa compaa. Cmo acabar todo? Podr Ricardo deshacerse del abuelo a tiempo, antes de que se alce el teln para el estreno de su opereta...? El pobre chico no puede, disimular sus nervios. Lo mir de reojo. Aqul era Ricardo Aliaga, el popular compositor... Al comps de sus melodas se bailaba en todos los salones. Era un guapo chico, no caba duda. Extraordinariamente guapo. Silvia, ferviente admiradora de la belleza en todas sus facetas, lo reconoci as. Consideraba estpido el refrn El hombre y el oso, cuanto ms feo, ms hermoso No estaba conforme. Ella era de las que concluan reformndolo: ... cuanto ms feo, ms horroroso. Por qu tena que presumir de fea la mitad de la especie humana, cuando era un verdadero placer enfrentarse con tipos como el que tena delante...? Belleza masculina, hecha de msculos y de piel tostada por el sol. Ningn amaneramiento, el cuello bien afeitado, sin rizos afeminados. Desenvoltura y fuerza en los ademanes. Ignorancia de su propio atractivo. As era Ricardo Aliaga. Record que una vez, falta de tema para un artculo, estuvo a punto de escribirle para entrevistarle. Incluso tena preparado el encabezamiento: Charla con Ricardo Aliaga, el "as" de la msica ligera. No lleg a hacerlo porque a ltima hora la directora opin que sera ms interesante entrevistar a la presidenta de la Liga de Mujeres Solteras. Qu hora sera? Ms de las diez, seguramente. El tren de Marcela habra salido ya. Qu ajena estara que su piso serva de escenario para una farsa cmica...! Por qu cmica...? Bien mirado, tena sus ribetes trgicos. La muerte ignorada del verdadero Guillermo, la vejez conmovedora del abuelito, el afn de un agradecido muchacho en evitar un dolor a su bienhechor... -Juan, mis gotas. Ya se te olvidaban...?-inquiri el anciano. -Aqu las tengo preparadas, seor. -Je, je! No podemos movernos de casa sin llevar todo un botiqun. Este dichoso corazn! Menos mal que ya os dar poca guerra. -No diga eso, abuelo -se conmovi Silvia, acariciando su arrugada mano. -Bah, bah, bah! No te apures, hijita. Despus de haberos visto felices, ya nada me queda que hacer en este mundo. He vivido mucho, y la vida cansa tambin. Me ir tranquilo sabiendo que Guillermo ha elegido una buena compaera. Todo este favorable cambio de mi nieto es obra tuya, Aurora, y te bendigo por ello.

Silvia vacil, un poco turbada. -Guillermo siempre ha tenido buen fondo -dijo al fin por romper el silencio. -De eso estoy seguro. No desmiente mi raza. Todos en nuestra juventud hemos sido algo locos, pero sin graves consecuencias. Y ahora que pienso: qu ha sido de tu hermano Ricardo? El msico. Sigui una pausa violenta. -Ricardo...? Sigue en Italia. Por lo que s, est perfectamente. -Suele escribirme para Ao Nuevo, y jams deja de hacerlo. Hace tiempo que no le veo. Es un buen chico -coment el abuelo. -Inmejorable -asinti el propio Ricardo, con una sonrisa burlona dirigida a Silvia. -Pues yo lo encuentro algo pedante -intervino sta, con malicia -.Claro que slo le conozco por carta. -Pedante...? Quiz se haya vuelto pedante ahora, por eso de que compone msica. Sigue con la misma mana, Guillermo? -Creo que s, abuelo. Gana bastante dinero. -Bah...! Paparruchas. No concibo la msica moderna. Es un chinchn que me ataca los nervios. Pero seamos justos con Ricardo. Lo nico que le reprocho... es el ser ms listo, ms obediente y ms formal que t, hijo mo. Esto no poda perdonrselo cuando erais pequeos. Mi amor propio de abuelo sufra, aunque siempre trat de disimularlo. -l te quiere mucho... -dijo Ricardo, apurado. -y yo a l. Parece que os estoy viendo cuando tenais quince aos. Os parecais tanto, que la gente os confunda. Pero t eras muy alegre y bromista, y Ricardo, en cambio, muy formal. Tomaba la vida demasiado en serio. Pona tal vehemencia en sus afectos y en sus rencores, que me asustaba. -Muy interesante -coment Silvia mirando al joven -.Me gustara tratarle algo ms. -A l tambin le gustara, estoy completamente seguro -corrobor el interesado, con entusiasmo-. Congeniarais muchsimo. -Quiz no. Me asusta la excesiva vehemencia -se burl ella. -Sigue soltero? -terci el abuelo -.He odo decir que tena un gran xito con las mujeres. Ricardo tosi. -Bah! No hay que creer todo lo que se dice. Son habladuras. -Habladuras? Me has dicho repetidas veces que todas se vuelven locas por l. -Silvia se sinti acometida por un violento ataque de risa. La turbacin de Ricardo aument hasta el extremo de que su morena cara adquiri un tinte rojizo. Con desasosiego se pas un dedo por el borde del cuello duro. -Lo habr dicho de broma. -Nada de bromas. Me acuerdo perfectamente de aquella artista francesa que casi se suicid por su causa y de la millonaria cubana que no consigui cazarlo aunque lo segua a todos lados y de tantas otras. T mismo me has contado todos los detalles. Tu hermano es un conquistador empedernido. Ricardo se atragant con el vino. Silvia lanz una irreprimible carcajada. .

-Caramba con Ricardito...! Qu hombre tan peligroso! , Pcara muchacha! Cmo se estaba riendo. Y por qu le habra contado Guillermo a su abuelo todas aquellas historias chinas de sus presuntas conquistas? Ricardo no lo comprenda. Mejor dicho, s, porque aquello era muy propio de Guillermo. Colocarle a otro sus hazaas, para de este modo poder referirlas. Lo creera a pie juntillas aquella muchacha...? Senta cierto desasosiego. l no haba sido nunca un santo en cuestin de faldas, pero tampoco un tenorio. -Mam, slo llevo ocho pasteles, y me prometiste quince -chill Antn destempladamente. -Quince pasteles? -se asl1st el viejo -.Es un disparate. -He dicho que quince!! -Obedece al abuelo, nio! -le reprendi Silvia. Y en voz baja aadi -: Luego te los comers en la cocina. -Conoc a un nio que se muri de indigestin por comer quince pasteles -insisti el anciano. -Eso son cuentos! Y si me muero, peor para m. Mi padre me dice que soy carne de horca... -Comprendi que haba metido la pata y se tap la boca mirando a todos con ojos asustados. -Carne de horca...? Eso dice tu padre...? -Se lo digo en broma, abuelo. Este nio es imbcil. Intent pegarle un puntapi en la espinilla, con tan mala fortuna que golpe a Silvia. sta contuvo un !ay! de dolor, y Ricardo lleg al colmo de su confusin. -Pues es una broma de mal gusto, Guillermo. Me parece que estis malcriando a este chico. Deberais enviarlo a un colegio interno. -Tienes muchsima razn -admiti ella, acaricindose la lastimada espinilla. Fue a aadir algo ms, pero qued en suspenso escuchando un leve ruido que le produjo gran sobresalto. Tambin Ricardo lo oy, y ambos se miraron en silencio. Era el ruido de una llave introducida en la cerradura. Pocos segundos despus haca irrupcin en el comedor un nuevo personaje.

Diez de la NocheCaramba, caramba, caramba... !Buenas noches a todos. Habis hecho muy bien en sentaros a la mesa sin esperarme. La culpa de mi retraso la ha tenido la dichosa modista. Hola, maridito mo! -Bes al anonadado Ricardo en la frente -Hola, hijito! -Otro beso a Antn -.Hola, abuelo. -Otro beso al abuelo -. Las ganas que tena de conocerte...! Guillermo siempre me hablaba de ti... Que si el abuelo me escribe esto, que si" el abuelo me escribe lo otro... Empezaba a tener celos del abuelo...

Lanz una carcajada y dirigi una mirada risuea a los comensales. Pero la presencia de Silvia pareci desconcertarla. La risa muri en sus labios, y su rostro expres estpido asombro. Era una mujer de unos treinta aos, rabiosamente pintada y rabiosamente teida de rubio. Llevaba un abrigo claro, adornado con gran profusin de pieles, y un sombrerito modernnista con una pluma muy alta. Su menor movimiento era precedido de una intensa oleada de esencia de violetas. Rein dramtico silencio durante unos minutos. La imaginacin de Ricardo busc vanamente una airosa salida para tan enredada situacin. Comprenda que la recin llegada era la amiga de Eliana, que traa bien aprendido su papel. Mir a Silvia en busca de inspiracin. Silvia, a su vez, mir al abuelo, en cuya frente dejaran leve seal los labios de la intrusa, en tanto que aqul miraba tan pronto a unos y a otros con gesto de incomprensin. Desde la puerta, el criado trataba intilmente de indicar por seas a la segunda esposa que se callara y no dijese una palabra ms, lo cual acab de aturdirla del todo.Antn aprovech la distraccin de los mayores para meter el dedo en el aspic de gelatina. -Quin... quin es esta seorita, Guillermo? -interrog el abuelo, mareado por la fragancia de violetas. -Pues es... es... -Ricardo se retorci las manos con angustia y volvi a mirar a Silvia. Anda, querida, presntasela t. -Yo...? -Se atragant con un sorbo de vino. El auxilio vino de donde menos esperaban. -Pongo otro cubierto para la hermana de la seora? -pregunt Juan, subrayando el parentesco. -S, s, claro, naturalmente. Abuelo, te presento a mi cuadita. Vive aqu con nosotros. Lanz a Juan una mirada de agradecimiento. El fiel servidor se sec el sudor con el pauelo. -Es mi hermana -puntualiz Silvia -, mi hermana Clara. -Dijo el primer nombre que le vino a la imaginacin -.Estaba deseando conocerte, abuelo. Sintate, hermanita. Ests muy cansada? Trabajas demasiado. Clara se dej caer en la silla con la boca abierta, tratando de comprender. Sus redondos ojos de mueca pasaron con rapidez de uno a otro, absortos e interrogantes. Juan le indic por seas que se quitase el abrigo y el sombrero. Apret ella los labios, malhumorada. -Quiere dejar de hablarme por seas? O es que es mudo, caramba? -le increp, molesta. Juan se turb. -No quiere quitarse el abrigo, seorita? -le dijo dulcemente con mirada asesina. -Tu cuada? -coment el abuelo, sorprendido-. Pues no se haba muerto de peritonitis...? Clara lanz un chillido asustado. -No diga eso, caray! Lagarto, lagarto... Morirme yo!

-Me escribiste que se haba muerto... Hace cosa de tres aos. Recuerdo que tuve que enviarte diez mil pesetas para el sanatorio y los gastos de entierro... La carta en que nos describas sus ltimos momentos nos hizo llorar a Juan y a m. No digo bien, Juan...? -S, seor. Pero sin duda se trataba de la hermana pequea. sta debe de ser la hermana mayor. Subray el mayor procurando molestar a aquella idiota. -S, eso es -terci Silvia -.Clarita es la mayor de todas. Ha sido nuestra madrecita. Ella nos sac adelante con su trabajo cuando quedamos hurfanas. Es una chica ejemplar. -Un ngel de bondad -corrobor Ricardo. -Todo eso le honra muchsimo... Y en qu trabaja usted, hija ma...? La pregunta la pill desprevenida. -Yo. ..? En el coro -aclar impulsivamente. Y en el acto comprendi su desliz. Por razones que ignoraba, al llegar tarde, la plaza de esposa estaba ya cubierta. Tendra que devolver el dinero recibido? La duda la ensombreca. -En el coro...! Qu coro...? -Clara tiene muy bonita voz; es vocalista del orfen de... la Junta de Damas Austeras. La mentira le sali a Silvia de un tirn, y se qued muy asustada despus de soltarla. Pero por suerte cay bien. -Y eso le da mucho trabajo? Clara puso los ojos en blanco. -Figrese! Todo el da haciendo gorgoritos. Esta tarde tuvimos una fiesta -aclar dirigindose a Ricardo para que comprendiera lo sucedido -, y nos hicieron repetir tres veces el nmero de Los peladitos de la Chihuahua. Por eso he llegado retrasada. -Pobrecita! -se lament vivamente Ricardo con cmica seriedad -.Esos dichosos peladitos te tienen fastidiada. -No lo sabes bien. Y con unas agujetas! Dichoso nmero! -Bueno, mam, me figuro que sa no se comer ahora mis pasteles -se inquiet Antn al ver que Juan ofreca la bandeja a la recin llegada. -No, encantito -le tranquiliz Silvia saliendo al paso de la nueva tormenta -.Ya sabes que a ta Clara no le gustan nada los pasteles. Clara, que se las prometa muy felices con la bandeja, lanz una agresiva sonrisa al sobrinito y una triste mirada de despedida hacia el apetitoso brazo de gitano. -Tuvo usted mucha suerte encontrando un empleo al llegar a Espaa. En qu consiste esa... Junta de Damas Austeras? -Oh! Hacen de todo..., cantan..., bailan... -A beneficio de los nios pobres' -puntualiz Ricardo. -Siento que mi mal odo no me permita apreciar el timbre de su voz... Me hubiera gustado orle cantar eso de... eso que ha dicho antes...

-Los pela di tos de la Chihuahua...? -Lanz una risotada incontenible -.Si tiene mucho empeo, lo bailar --se ofreci, deseosa de agradar y de ganarse el dinero recibido. -Que baile, que baile!! -chill Antn. La corista no se hizo rogar. Amablemente se levant, ponindose en el centro del comedor. -Un peladito de la Chihuahua Y una ranchera de Potos Se reunieron en Zacatecas Y huyeron juntos a Chintuqu... Al concluir la ltima frase, comenz un frentico baile, rpidamente interrumpido por Ricardo. -Basta, basta; no te canses ms. -Que siga, que siga, que es muy bonito! -aplaudi Antn. -No, no. La ta Clara est fatigadsima. Y adems es muy tarde para el abuelo, verdad, Juan? -S, seorito Guillermo. El seor debera estar ya descansando. Es preciso que volvamos al hotel. El viejo se levant enfurruado. -Siempre me ests fastidiando... Parece que soy un nio chiquitn... Ahora que me estaba divirtiendo... Je,.je! Otro da cantar usted toda la cancin, hijita. Tiene que ir a Espinareda cuando vayan estos chicos. He tenido una gran satisfaccin en conocerla. Que siga tan trabajadora -Le acarici la mejilla bondadosamente-. Me permite que le entregue un donativo para esa Junta de Damas Austeras? -Pues claro que s -se entusiasm la corista, con los ojos brillantes. -Juan, dale quinientas pesetas a la seorita... Es Juan quien lleva mi cartera. Yo estoy tan atontado que todo lo pierdo. De mala gana sac Juan un billete, mientras Ricardo ayudaba al anciano a ponerse el abrigo. -Tenga, seorita Clara. -Esto slo son cien, amigo. Ha dicho quinientas beatas. La caridad es la caridad. Con cara de mrtir le dio Juan lo ofrecido. -Te acompaar hasta el hotel-se ofreci Ricardo, solcito, tras una ojeada a su reloj de pulsera. Faltaban veinte minutos para que se alzase el teln y comenzara el estreno de su opereta La vida empieza a medianoche. -T no vienes, Aurora? -pregunt el viejo. Vacil ella un segundo. -Bien, ir. Debo cerciorarme de que se va usted a la camita. -Le gui un ojo -No permito que se marche de parranda. El viejo ri la broma con su risa cascada. Tras besar a Antn, se dirigi al ascensor.

-Qudate con el nio, Clarita -indic Ricardo a su cuada -.En seguida volvemos. En voz baja se dirigi a Silvia: -Siento que se moleste en venir. Quiere que la disculpe con el abuelo diciendo que tiene que acostar a Guillermito...? -No. Pobre anciano. Cumplir mi cometido hasta el final. -Es usted la persona ms encantadora que... -Basta, por favor. Los cumplidos djelos para cuando haya concluido la comedia. Por fortuna, no tiene ms que un solo acto. De lo contrario, el fracaso hubiera sido inevitable. Mis aptitudes dramticas no daban ms de s. -El xito se debe por entero a la primera actriz. Rieron. Los dos ignoraban que la comedia no haba hecho ms que empezar.

Diez y Veinte de la NocheLuces verdes, rojas, blancas. Otra vez verdes, luego rojas, en seguida blancas, y as infinitamente, hasta marear al transente que contemplase la iluminada fachada del hotel Metropl/, ante cuya puerta paseaba el galoneado portero. Bajo el arco de cambiantes luces se detuvieron Silvia y Ricardo, despus de dejar instalado al abuelo en sus habitaciones, al cuidado de Juan. El aire fresco de la noche relaj sus nervios, puestos a prueba. Suspiraron al unsono y luego se echaron a rer. -Por fin...! La pesadilla haba concluido. Las despedidas se desarrollaron sin ningn contratiempo, y el anciano contaba con su promesa de una visita en las prximas fiestas de Navidad. Para entonces ya tendra tiempo Ricardo de inventar un pretexto, suponiendo que la quebrantada salud del abuelo se mantuviera inclume. Ricardo se haca pocas ilusiones. Pareca una llamita a punto de apagarse. Luces verdes..., rojas..., blancas... Silvia mir hacia la marquesina sobre la que se iluminaba el rtulo del Metropol. Sonri de la coincidencia. Aquel lujoso hotel sera su morada desde el da siguiente. Por fortuna, cuando Mara Lintz y su secretaria se instalasen all, el abuelo estara ya lejos. Saldra en su coche muy de maana. Por lo tanto, no haba peligro de inoportunos encuentros. Ricardo capt la sonrisa y la interpret a su manera. -Contenta de que todo haya acabado? -S. Y, por fortuna, con xito. Quiere creer que me ha conmovido despedirme del abuelo?

-Claro que quiero creerlo. Nunca volver a poner en duda la calidad de su corazoncito. Es usted la ms adorable criatura que..., bueno, no s qu decirle. Estoy completamente desconcertado. -Por qu? -Cmo podr agradecerle cuanto ha hecho por m? Ri ella suavemente. -No sea presuntuoso. -Eh...? -Lo hice por el abuelo. Me enternecen los ancianos. Los adoro. -Quin tuviera una hermosa barba blanca...! En fin, sea como sea, gracias. Me ha sacado de un atolladero, y quisiera que hubiese algn medio humano de demostrarle mi gratitud. Pero no lo hay; no cometer la torpeza de enviarle en pago un ramo de orqudeas o una caja de bombones. Lo nico que puedo hacer es ofrecerle mi incondicional amistad. Silvia ri alegremente. -La aprecio en lo que vale. Pero no se mortifique ms. Dejemos a un lado las difciles demostraciones de agradecimiento y ahora, adis. Le tendi la mano. -Cmo adis? No quiere que la lleve a casa en el coche? -No es necesario. Est bastante cerca, y un paseto me despejar la cabeza. Por otra parte, tiene usted los minutos contados. Supongo que debe vestirse de etiqueta antes de dirigirse al teatro, no...? -Revoluciona todas mis anteriores opiniones respecto a las mujeres. Jams conoc otra tan comprensiva. De todos modos, no suee con que la deje marchar sola. Suba al coche. -Ignora que yo soy la testarudez personificada. No pierda ms tiempo. Adis. Diremos, como en 1 Pagliacci: La commedia finita... -Ser capaz de alejarse sin decirme siquiera cul es su verdadero nombre...? -Para qu...? Me agrada esto de desaparecer de su vida igual de repentinamente que me introduje en ella. -Pero es que... es que yo no puedo permitir... Volvi a rer Silvia. La blanca luz de la marquesina brill en sus dientes. -Qu es lo que no puede permitir? -Antes dijo que aceptaba mi amistad, y ahora intenta marcharse sin dejarme la esperanza de verla de nuevo. Mir su implorante rostro y estuvo a punto de ceder. Pero le vino a la imaginacin la frase del abuelo: Todas las mujeres se vuelven locas por Ricardo... No. No quera que la tomase por una de tantas. Le haba hecho un gran favor, y l se crea obligado a ser amable. -Es mejor as. Por tercera vez, adis, seor Aliaga. Le deseo un gran xito. Le estrech l la mano con tanta fuerza que hizo crujir sus huesos.

-Por qu no viene a mi estreno? Estoy seguro de que me traera suerte. -Se lo agradezco, pero no me es posible. Acabo de llegar de viaje. Debo dormir. Maana me espera un da de grandes emociones. Sinti l una punzada de curiosidad. -Qu clase de emociones...? Perdn... Ya s que no tengo derecho a preguntar... Bien... A pesar de todo, no le digo adis, sino hasta la vista. Nos encontraremos muy pronto, se lo aseguro. -Quin sabe...! La vida es una continua sorpresa! El contacto de sus manos, que an seguan unidas, producindoles un agradable choque interior. Inconscientemente se sonrieron, mirndose a los ojos. -Buenas noches, desconocida esposa. Que Dios la bendiga por el bien que ha hecho. -Buenas noches, esposo. Que las musas le coronen de laurel. Se alej con rapidez, perdindose entre la gente. Antes de doblar la esquina, Silvia volvise a mirarle, y lo encontr en el mismo sitio, con la mano apoyada en el pestillo de la portezuela y los ojos fijos en el punto por donde ella haba desaparecido. Al perderle de vista, afloj el paso y suspir con cierta melancola. La commedia e finita, repiti para s. Acababa de vivir unos momentos muy originales, haba conocido a un hombre extraordinario..., pero ya todo haba" terminado. Tena que olvidar rpidamente a Ricardo Aliaga, a su abuelo y toda la absurda escena matrimonial. Las aventuras romnticas no salan muy a menudo al paso. La prosa de la vida se impona. Era mucho ms prctico pensar en su prximo encuentro con Mara Lintz. Sinti un poco de fro y se envolvi mejor en el abrigo. Qu animada estaba la Gran Va con los brillantes anuncios de cines y cafs...! Qu delicioso vivir siempre en la capital, poder recorrer los museos, admirar todos los espectculos, recrear la vista en los magnficos escaparates de las tiendas."Ciertamente, no tena motivo para sentirse melanclica. Tarare en voz baja una cancin y trat de borrar de su pensamiento la imagen de Ricardo Aliaga, como quien pasara una esponja por un encerado.Sin embargo, al entrar de nuevo en el confortable departamento, dicha imagen volvi a salirle al paso, ms precisa e insistente que nunca.

Once Menos Cuarto de la NocheFlotaba en el saloncito un intenso aroma de cigarrillos rubios, los exquisitos cigarrillos de Aliaga que Silvia haba compartido. En el iluminado comedor, todo continuaba exactamente como lo dejaron. La taza de caf del abuelo, el plato apenas usado de Ricardo, las copas medio llenas de dorado jerez... Silvia se inclin para aspirar el perfume de las rosas. Rosas rojas, su flor predilecta... -Ya est de vuelta...? No la he odo entrar.

Se sobresalt con la voz de ta Clarita. Haba olvidado completamente su existencia. -Ah! Es usted... No he llamado. Tengo una llave... Ya hemos dejado al abuelo en el hotel. -Y Aliaga...? -Se march precipitadamente hacia el teatro. -S, estrena esta noche en el Oden. Silvia volvi al saloncito, seguida por la otra. -Bueno, quiere explicarme lo sucedido...? Me figuro que por haber llegado tarde va usted ahora a reclamarme las pesetas. -Las pesetas...? Oh, no! No se preocupe. He actuado desinteresadamente. -Es usted su amiga:..? Le agradezco mucho que no me pida el dinero... N o sabe cunto lo necesito. Se dej caer en un silln y cruz las piernas exhibindolas generosamente. -Trabajo en la compaa del Variedades. No puede figurarse mi sofocn al ver que se me estaba haciendo tarde. Su modo de hablar y su aspecto resultaban un poco vulgares. No era aqulla una esposa apropiada para Ricardo, ni siquiera en ficcin. -Comprendo que mi entrada fue bastante inoportuna -continu la artista -.Por suerte, aquel viejo criado tuvo una idea feliz. y me he ganado otro billete. A propsito: mi nombre es Dorita. Se parece bastante a Clarita, pero no es igual- ri -.Ese pobre abuelo es una calamidad. Me daba lstima engaarle. Por qu lo har Aliaga? Por la herencia...? Por la herencia... Silvia la mir con desagrado. Bostez y se puso de pie. -Lamento dejarla sola, pero me voy a acostar. Debo madrugar maana. -Oiga, oiga...! No se vaya... Qu hacemos con Lucifer? -Lucifer? -Claro, el endemoniado chiquillo ese. -Antn...! Es verdad. Lo haba olvidado. Dnde est? Dorita se encogi de hombros. -En la cocina. Ha estropeado la radio y ahora la ha emprendido con la nevera. N o me hace el menor caso. Silvia se dirigi a la cocina. Sentado sobre la mesa y con un pastel en cada mano, el revoltoso Antn la mir descaradamente. -Que pasa? -No pasa nada. Suelta los pasteles y no me mires con esa cara. -Qu le ocurre a mi cara? No tengo otra. -Es una verdadera lstima. Dios mo, has manchado toda mi bata...! Eres un demonio...!

-Mejor pa m -desafi Antn con un estruendoso sorbetn de su especialidad. -Me parece que voy a darte un cachete... -Si me pegas, te morder una pierna y te har cisco las medias... Silvia y Dorita se miraron consternadas. -Debera usted llevarlo a su casa -indic Silvia -. Es el hijo del portero de Aliaga. -Y dnde vive Aliaga? -No lo s. -Yo, tampoco. En dnde vives, Antn? -No lo dir. No quiero marcharme mientras no me lo mande don Ricardo. -Don Ricardo no vendr en toda la noche... -Bueno, pues me quedar aqu. Todava hay muchos pasteles. Silvia se sinti exasperada. -Me desentiendo de este asunto. Si quiere ganarse su sueldo, qudese al cuidado de este angelito. Buenas noches. Esperaba que la otra protestase, pero se resign. -Est bien, djemelo. No tengo funcin de noche, porque hay un concierto de gala en el teatro. Si Lucifer se pone demasiado intratable, lo meter en la nevera. -y gurdeme lo que quede de mi bata... Entr en el dormitorio y cerr con llave. Record la tumultuosa escena que tuvo lugar all, entre las bonitas paredes palo de rosa. El silln que haba ocupado el compositor permaneca arrinconado, tal y como lo dej al levantarse iracundo para dar uno de sus frenticos paseos Se sent en l, quitndose los zapatos. La perspectiva del blando y cmodo lecho aumentaba su deseo de reposo. Record su modesto dormitorio en la pensin que haba ocupado en el Norte. Careca de la ms elemental comodidad. Y pensar que fue su hogar durante varios aos...! Seguramente su habitacin del Metrapol reunira todo el confort apetecido. Y a propsito del Metrapol: quiz fuera conveniente cerciorarse de que las habitaciones estaban reservadas, siguiendo las instrucciones de Mara Lintz. Telefoneara. As lo hizo, y sac una voz impersonal al decir por vez primera: -Metrapal...? Soy la secretaria de la seora Lintz... S. ..Confo en que habrn reservado las habitaciones, segn indiqu por carta. -S, s, naturalmente... Es usted su secretaria...? Justamente se acaba de recibir un telegrama de la seora Lintz. Quiere que lo lea? -Lalo, por favor -le apremi. -Llegar en el coche. Preparen habitaciones esta noche. Maria Lintz. - Dios mio! - se espanto Silvia-. Entonces..., ha llegado ya...? -No, seorita. Pero la esperamos de un instante a otro. Todo est a punto. -Perfectamente -se despidi con un hilo de voz-. Ir en seguida.

Qued inmvil, como atontada por la sorpresa, sintiendo un breve desfallecimiento nervioso. Las manos se le quedaron heladas. Era preciso reaccionar, marcharse... Sac fuerzas de flaqueza, dicindose que slo era una pequea alteracin de los acontecimientos. Decididamente, aquella noche todo ocurra de distinto modo a como estaba previsto. Volvi a calzarse, lanzando una triste mirada al lecho. Recogi sus cosas precipitadamente y cerr la maleta. En la cocina encontr a Antn, dormido de bruces sobre la mesa. Dorita saboreaba con entusiasmo los restos del brazo de gitano. Abri sus grandes y pintados ojos al ver a Silvia con la maleta. -Se marcha...? -No tengo otro remedio. Acaban de avisarme por telfono -Pero... es que va a dejarme sola con esta fiera? -Qu voy a hacer...? Procure que no se despierte. En todo caso, telefonee a Aliaga al Oden. l le dar instrucciones. Buenas noches. Sin aguardar al ascensor, baj de dos en dos la alfombrada escalera. Otra vez se encontr en el portal, dispuesta a recorrer a la inversa el camino recin hecho. Para abreviar tom un taxi. -Hotel Metropol... Peda a Dios que los acontecimientos no se enredaran ms y tropezase en el vestbulo con el abuelo. Qu explicacin podra darle si estaba delante la seora Lintz? No... No era lgico que esto ocurriera. El abuelo estara ya durmiendo, y cuando partiese al da siguiente, ni la seora Lintz ni ella se habran despertado, a buen seguro. -Qu nochecita! -murmur para s. Pero... por dnde la llevaba aquel taxi? Por necesidades de la circulacin haban tomado una calle adyacente, bastante cntrica e iluminada. -Atrajo su atencin un luminoso rtulo que anunciaba: TEATRO ODEN. El corazn le dio un brinco. Era all donde se estrenaba la opereta de Ricardo...! Vio el ttulo en letras enormes: LA VIDA EMPIEZA A MEDIANOCHE. Msica de Ricardo Aliaga. Letra de... -El nombre de un escritor conocido. Multitud de gente se estacionaba ante el vestbulo y descenda de los autos, que dificultaban el trfico. Vislumbr un conglomerado de almidonadas pecheras blancas, vistosos trajes de noche y rutilantes joyas. Absurdamente emocionada, pens que Ricardo estara ya ante el atril. Ira vestido de frac seguramente, y su brillante cabello rubio adquirira cambiantes reflejos a la luz de las candilejas. Le dese un extraordinario xito. Pero ya estaban junto al hotel. Se detuvo el taxi ante la marquesina. Luces rojas, verdes, blancas... El galoneado portero cogi su maleta. -Lleg ya la seora Lintz? -; interrog ansiosamente en el comptoir. -No, seorita. Es usted su secretaria?

-La misma. -Quiere subir conmigo? Espero que todo estar a gusto de la seora. Precedida del obsequioso director y seguida por un botones portador del equipaje, Silvia subi al piso segundo, pensando risueamente en que el ttulo de la opereta de Ricardo podra aplicrsele a cuanto le estaba pasando: La vida empieza a medianoche... Claro que an no era medianoche. Consult su reloj... Las once. -Habr concluido la obertura -se dijo. -La obertura...? -intervino el director -.No, seorita. No acabar la msica hasta la madrugada. Hay baile de gala en el hotel. Silvia mir asombrada al director. Haba pensado en alta voz, y l interpret la frase a su manera. Trat de no rerse. Efectivamente, se oa msica de baile. -stas son las habitaciones -indic abriendo una puerta -.Dormitorio, saln, bao y ropero. El saloncito comunica con el dormitorio de usted... Qu le parece...? -Perfectamente. Estoy segura de que le agradarn. Tendr la bondad de telefonearme desde el vestbulo en cuanto llegue el coche de la seora...? Deseo bajar a recibirla. Muchas gracias. Desapareci el director, desapareci el botones, y Silvia se instal al fin en las habitaciones ms elegantes que tuviera en su vida.

Once de la NocheMara Lintz, o Mara Gonzlez, que era en realidad su verdadero nombre, se empolv el rostro y se contempl ante el espejo, considerando que aquel abrigo color beige la haca terriblemente gorda. Estaba, desde luego, un poquitn rellenita, pero no hasta el extremo que haca suponer el dichoso abrigo mastodonte. El modista se empe en forrarlo de piel de visn, y Mara no saba resistir las sugerencias de los modistas. El resultado era catastrfico. De todos modos, me parece que he engordado -pens, malhumorada -.Tendr que volver a mi rgimen de espinacas.

Con una ltima mirada al espejo, se abroch el abrigo y se encasquet el fieltro castao, cogiendo el pequeo maletn de piel verde del que nunca se separaba. Desde la puerta ech una ojeada, cerciorndose de que no olvidaba nada en el minsculo tocador del restaurante pueblerino, y baj a reunirse con Aquel Hombre. An segua denominndolo as, por la fuerza de la costumbre, pero ya saba cmo se llamaba: Alvaro Robles. Desde que dos meses antes lo haba encontrado en una cervecera berlinesa y not sus extraos ojos fijos en ella, bautizndole mentalmente como Aquel Hombre. Eran unos desconcertantes ojos los suyos: negros, hundidos, brillantes. Le habran llamado la atencin aunque los hubiese visto slo una vez. Y mucho ms cuando, a raz de su ltimo viaje por Francia, lo haba encontrado en La Boule, en Pars, en Niza, en Saint- Tropez..., siempre mirndola del mismo modo apasionado y hospedndose invariablemente en su hotel. En otras circunstancias, se hubiera preocupado por aquella persecucin, sin imaginar siquiera que Aquel Hombre pudiese admirarla. Saba que su escasa belleza de mujer madura no poda enloquecer a galanes de veintitantos aos. Pero eso era antes. Despus del renombre universal conseguido con su primera novela, la vida era muy distinta para Mara Gonzlez. Haba vuelto a nacer. Hasta los ms indiferentes e inasequibles personajes rindindole pleitesa en el mundo entero. La agasajaban, la admiraban, se desvivan materialmente por ella. Viva en una especie de maravillosa borrachera y todo por publicar un libro... Nunca crey que el libro fuese tan extraordinario. Pero lo era. La humanidad lo haba reconocido as. Y Mara Gonzlez pas a ser la genial Mara Lintz. El contraste era demasiado violento. Llevaba seis meses viviendo una fantstica pelcula. Pensaba publicar otro libro, y despus otro... Acumulara riqueza y poder. Al sentirse objeto del apasionado inters de Aquel Hombre comprendi que se trataba de un asunto sentimental. No le extra que fuese mucho ms joven que ella, arrogante y guapo. Ninguna de tales cualidades era excesiva para un aspirante al corazn de la genial Mara Lintz. Cierto que ella no era ya una nia. Pasaba de los cuarenta y estaba un poquitn ajamonada. Pero eso se corregira con la dieta. Por fortuna, no tena patas de gallo y las incipientes canas se disimulaban maravillosa- mente con aquel tono dorado que los mejores peluqueros impriman a sus cabellos. Al fin y al cabo, ninguna mujer haba conseguido ser famosa en su primera juventud. Las grandes figuras femeninas de la Historia pasaban de los treinta. Y en lo tocante a artistas famosas, ninguna era tampoco una adolescente. Al encontrarse por quinta o sexta vez con Aquel Hombre empez a interesarse seriamente. A la sptima perdi el sueo durante una semana, adquiriendo un temblor nervioso que la obligaba a decirlo todo al revs. Y eso que ella no era una novata en el amor. Sus dos matrimonios consecutivos as lo probaban. A los veinte aos se haba casado en Espaa, su patria, creyndose sinceramente enamorada. Trabajaba de camarera en un restaurante -ahora que estaba en el pinculo de la fama la fastidiaba que le recordasen su origen humilde -, y all conoci a Julio Rivas. Tuvieron unas romnticas relaciones y al fin se casaron. Julio era bueno, pero Mara comprendi en seguida que no sera feliz con l. Viudo, tena un hijo de cinco O seis aos que aborreci a Mara desde el primer instante. Naturalmente, tambin Mara lo aborreci a l. Tras algunas tormentosas escenas que a Mara le desagradaba evocar, consigui que el chico saliera de casa, envindolo a una aldea de Galicia con sus abuelos maternos. Despus empezaron las dificultades de orden material, por falta de dinero. Julio no ganaba bastante, y ella lleg a odiar tambin el modesto pisito humilde

y fro, las srdidas comidas y el rasguear de la pluma de su marido. Julio era periodista. Pero periodista sin xito, a pesar de su buena voluntad y de su capacidad para el trabajo. Continuamente escriba, y continuamente fracasaba. Un da, Julio Rivas tuvo la buena ocurrencia de morirse. Le llor lo estrictamente indispensable, recogi sus brtulos y abandon Madrid, dirigindose a San Sebastin, donde su antiguo patrn, el dueo del restaurante, acababa de abrir un hotel de primer orden. En San Sebastin conoci, algo ms tarde, a Heribert Lintz, un alemn viajante de comercio que se enamor de ella y la hizo su esposa, llevndosela a Munich, donde tena su residencia. All transcurrieron veinte aos de la vida de Mara Gonzlez, en un ambiente burgus. Pero el comerciante de Munich tuvo, a su vez, la humorada de fallecer. En esta ocasin, la viuda llor bastante ms. Entre otras cosas, Heribert Lintz dejle un modesto capitalito que la pona a salvo de cualquier contingencia. Le hizo unas esplndidas honras fnebres y se visti de riguroso luto durante dos aos, permaneciendo retirada en su casa, dedicada a dolorosa meditacin. Fue entonces, en la soledad de esta segunda viudez, cuando se le ocurri publicar un libro. Puso en l gran entusiasmo y decidi editarlo por su cuenta. Sufrag todos los gastos, y una editorial espaola se encarg de lanzar Cita en las cumbres a la avidez del pblico. Como su nombre de Mara Gonzlez resultaba excesivamente vulgar, lo alter utilizando el apellido de su segundo esposo: Mara Lintz. Y el xito surgi espontneo, gigantesco, asombroso. En la actualidad, en Hollywood rodaban una pelcula so- bre aquel argumento, y los editores disputbanse su nueva produccin. Ahora se diriga a Madrid para fijar su residencia. Pero lo que nunca hubiera podido imaginarse es que realizara el viaje en auto y acompaada de Aquel Hombre. Y, sin embargo, todo sucedi con tanta sencillez... La escena tuvo lugar en el vestbulo del hotel barcelons, cuando el encargado del comptoir vino a decirle que era materialmente imposible conseguir una cama para el expreso. -Que no hay cama? - indignndose ella-. Es indispensable, absolutamente indispensable, que yo est en Madrid maana por la maana. Tengo citadas en el hotel a ms de cuarenta personas. Cuarenta personas importantsimas... -Lo siento, seora, pero -Es preciso que me procuren una cama. Pagar lo que sea. -No le agradara a la seora tomar el avin? Es un viaje comodsimo... -Me horrorizan los aviones Repito que Entonces surgi Aquel Hombre de las profundidades de un silln. Mara tuvo un sobresalto, aunque ya lo haba visto haca un instante en el comedor y haban cambiado muchsimas miradas entre plato y plato. Su romntico perseguidor se aproxim lentamente. -Perdn, seora -dijo inclinndose. Eran las primeras palabras que le oa, y se dio cuenta de que tambin era espaol. La nacionalidad de Aquel Hombre estando intrigada todo el tiempo -.No he podido dejar de or sus palabras sobre el trastorno que le causara demorar su viaje a Madrid. Creo que podra serle til.

Pero, ante todo, permtame que me presente: Alvaro Robles, ingeniero. Completamente turbada, hizo una cortes inclinacin de cabeza y 1e dirigi una sonrisa temblorosa. -Mis negocios me obligan tambin a estar en Madrid maana temprano. Pienso hacer el viaje en mi coche, que pongo a su disposicin. Puede confiar en mi mecnico, que es muy hbil. Quiz me tomo demasiada libertad al proponrselo, pero crame que lo hago con el ferviente deseo de servirla. La mirada entre apasionada y respetuosa hizo desbocar su corazn. Durante un minuto no supo qu contestar. -Disclpeme. Me ha dejado tan sorprendida... Le agradezco su... su oferta, pero no s si debo... -Comprendo sus escrpulos, seora Lintz. Soy para usted un desconocido... En cambio, usted no es una des- conocida para m. Habanse alejado poco a poco del comptoir, y continuaron hablando en medio del amplio vestbulo. La luz de la enorme araa caa de lleno sobre la morena y reluciente cabellera del ingeniero, que haca destacar su delgado y plido rostro. No tendr siquiera los treinta aos -pens Mara para s -.Y es ingeniero... Hubiera jurado que sera poeta... Qu hombre! Su mirada me atonta y me hace perder el control. No soy una desconocida para usted? -le pregunt entornando los ojos. -Mara Lintz no es desconocida para nadie... y para m, todava menos. Sabe que he ledo su libro ms de diez veces...? Podra citarle prrafos de memoria. -De veras...? Eso me halaga. -Haga la prueba. Pregnteme cmo empieza cualquier captulo. -Le aseguro que no tengo intencin de examinarle. Le doy mi aprobado, o, mejor dicho, mi sobresaliente. - Ver: captulo quinto, pgina cuarenta y seis-insisti l, con testarudez de colegial aplicado -: ... Marta abri la puerta y abandon la casa. La luz del alba pintaba de carmes y oro las crestas de las montaas... Ech a andar con rapidez, sin volver la cabeza atrs, deseando poner la mayor distancia posible entre ella y el edificio de piedra gris, en el que viviera tan dolorosos momentos... -Tiene una memoria prodigiosa... -Captulo tercero, pgina veintisiete -continu Robles -: ... el alma es un misterio; Dios nos ha dado la tristeza para que conozcamos la alegra, y el odio para que apreciemos el amor... -Portentoso...! -Captulo primero, pgina diez: ... "Te juro, Marta, que nunca quise a ninguna otra mujer." "Calla; no puedo creer en juramentos. Tu arrepentimiento es tardo. Djame seguir el camino que tu crueldad metrazo ... -Conoce mi libro mucho mejor que yo, se lo aseguro. ..Confo en que no me lo recitar de cabo a rabo. -Despus de esto, comprender que yo me tome la libertad de considerar amiga ma a la exquisita autora de tal obra... S... Mi mejor amiga.

-Es usted extraordinariamente amable -protest, sintiendo fro y calor a la vez. -Soy su ms apasionado lector. Sigui un silencio embarazoso, que Mara rompi al fin: -Es su profesin..., ejem..., la que le obliga a viajar por el extranjero...? Recuerdo haberle visto alguna vez..., en Niza. Creo que fue en Niza. -Fue en Niza, en Berln, en Pars, en La Boule y en Saint- Tropez -confes Robles con ardor. -De veras nos hemos visto en tantos sitios...? No recuerdo... -minti con coquetera. -No tiene nada de particular que usted no haya reparado en m. -Sonri mirndole a los ojos -.Pon- gamos que fue mi profesin la que me oblig a recorrer todas esas ciudades. -Es muy agradable viajar, verdad? -Y, a propsito de viajes... Se dignar aceptar mi oferta? Son las tres de la tarde. Pensaba salir dentro de media hora, para aprovechar la luz. Esta misma noche podemos estar en Madrid. -Se lo agradezco muchsimo, pero temo que sera incorrecto -Incorrecto...? Por favor, seora, si lleva las cosas al extremo, soy capaz de quedarme aqu y de rogarle que vaya sola en el coche. -De ningn modo... No podra permitirlo... Le ruego que no insista. Sin embargo, Robles insisti. Y, una hora despus, Mara Lintz, el ingeniero y el chofer rodaban por la gris carretera en direccin a la capital. El da era esplndido, y Mara senta unos locos deseos de cantar, de dar brincos o de hacer cualquier excentricidad. Robles guardaba una actitud correctsima, atento a su comodidad y a sus menores deseos. Era todo un caballero. La escritora notaba que estaba enamorndose como una tortolilla. Desde Reus telegrafi al Metropol advirtiendo el adelanto de su llegada. Antes de llegar a Zaragoza eran ya grandes amigos. En Casetas, l recit otros dos captulos de Cita en las cumbres. En Calatayud decidieron llamarse simplemente Mara y lvaro. En Alhama de Aragn se refirieron parte de sus vidas, y ella sac la impresin de que Robles deba de ser, como su aspecto indicaba, un millonario del gran mundo. El coche era una verdadera maravilla. Llevaban una velocidad satisfactoria y no haban tenido ni un solo contratiempo. Al fin, en Sigenza se detuvieron para tomar una taza de caf. Mara aprovech para retocar su malparada toilette. Deseaba estar ms atractiva que nunca. -Le he hecho esperar mucho, lvaro? Pregunt. l la aguardaba fumando en el estrecho recinto del restaurante. -No, querida amiga! Pero me han parecido largos los minutos que he estado sin verla. Djeme que lleve su necessaire. -No, gracias -rechaz la escritora ama