Llantodemudo numero 2

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LLANTODEMUDO 02 – NUEVA ÉPOCA POESÍA-NARRATIVA-HISTORIETA Vamos con el número 2! Con laburos de: Yamila Greco, Ricardo Roche, Amanda Oxidada, Gustavo Borga Ramiro Sanchíz, Cezary Novek, Fernando Calvi, Diego Parés, Federico Reggiani y Lauri Fernández. 80 páginas de locura!!!

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llantodemudo

poesía

narrativa

historieta

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Ilustraciones de tapa e interior: Diego Simone.

Diseño edición: D.C.-llantodemudo.

Las obras publicadas en la revista pertenecen en su totalidad a sus autores.La editorial se hace responsable de lo que sea, mientras no haya que pagar unasado.

llantodemudoNueva época número 2Mayo 2013

Ediciones Llanto de Mudo 2013.Colón 355 – Local 61 – Galería Cinerama – Córdoba [email protected]

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llantodemudo

Yamila GrecoRicardo Roche

Amanda OxidadaGustavo BorgaRamiro SanchízCezary Novek

Fernando CalviDiego Parés

Federico Reggiani y Lauri Fernández

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Yamila Greco

V

la entrada es por el ombligo de toda muerte

donde el llanto masticala escara sacra por donde se asoman los huesos

a través de la carne

yo me perjudico el ojocuando la bestia resplandece el cierre

yo abro los labios y demuestro hambre

es la lujuria de Dios con su hábito de sombraarrastrando mi nacimiento contra las ventanas

VIII

ofrecer ahora la mueca histérica de mis muletashuir clavada en cruz por hambre y consuelo

de un diente aferrado

agita mi noche el alto baile de la sangreel choque de las mandíbulas

para hacer de ese gemido mi órgano más soberbio

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XIII

son las palabras las que nos multiplicanbusco saltar y perjudicar el vidrio con la patada

abrázalos salivaque se ahoguen en tu amabilidad

y no asumas la culpa

XVII

formó su sexo como tibia pero muertaen la vulva el lobo trepando mugre

Jesús prostituta alta urge asilo quieropero con sal y bajo los surcos

XVIII

preciso manos y tengo uñas que desenlazan en la tierra

atajo de un auxilio permitido por los huesosdonde la tortura es limitada por la asfixia

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XLV

el corazón un símbolo de madera y sin tallarlo cierto es que detrás hay un manto oscuro -dije-

y lloré piedras

LVI

olvida Dios mi cuerpo deforma mi corazónsu dolor injerto en la mueca descosida del destino

me observa caminar como nunca quisiera caminar

se convierte en tierra abismo e incluso yoÉl que es una palabra un cuchillo un símbolo atrofiado

trae Dios en su silencio el Sol que permite a su enemigo crecervestido y acariciado por los muertos que no volvieron

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Yamila GrecoPoeta argentina nacida en 1979. Colaboró en di-versas publicaciones literarias, como Punto enLínea” (publicación de la Dirección de Literaturade la Coordinación de Difusión Cultural de laUNAM), “Revista Hispanoamericana Arte yMundo”, “Resonancias”, “Vieja Lilith” y "Arte-sanías Literarias" (Nuevas Voces de La Poesía:Comentario y selección de la poeta argentina Sil-via Loustau). Parte de su poemario “Sobrevivires una Curvatura” fue publicado en la revista“Casa Litterae" (Visión sobre la nueva literaturainternacional del poeta español Antonio Gamo-neda del poeta Jacobo Rauskin). Realizó el pró-logo y la selección de autores para la muestra depoesía argentina organizada por la revista mexi-cana“Círculo de Poesía”. Sus poemas han sidotraducidos al catalán, al italiano, al portugués yal inglés.

Página personal: www.yamilagreco.com

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Ricardo Roche

FASCINEROSO

Ahí van esos bandidosdescorchando vinos de alta gamacomo siluetas bailarinas del siglo pasadollenos de historiasy estupidezy aunque esté listo para otra partida de cartasprefiero una canciónque me abrigue de estrellaso de soles de inviernosmientras en la telejuega el Inter un amistosoyo soy el sueñoy todas las pesadillas juntasde sus rengos corazones!el barrio huele a carpinteríasdonde se cortan y se lijanpestañas para estos alfiles de salónque bucean en resacasasí que por unos humildes tragos de caféme quedaré hasta recibir mi propinaentrada la madrugadael camino de nuestras vidasse desdoblafacinerosobicicleteando entre hongos gigantesme pierdo…

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DE LUNES A VIERNES

Voy en sueñosponiendo bombas en el vecindariovoy presoescuchando Big Starlas tormentas están por llegary el ridículo optimismoya se estrelló en el jardín de en frenteentre escombrosy malezas de todos los tiemposmiro a los animalesme encuentro entre elloslas revelacionescada vez son menosy mis enemigosya no poseen cuerposni forma algunauna sola menteun solo pantanoun solo rockme libero de mímeo sobre algunas tumbas de bebésasalto a una viejitallego a casarezomasturbo a una Barbiey te escupo desde mi ventanacon la mejor onda.

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ESTO NO ES (CIENCIA FICCIÓN)

Planos de ataques virtualesandroide bipolarla nieve hace cortocircuitoy todo ardecables fluorescentesmucamas en chispones agitándoseun cometa arácnidoeléctricoentre la desconocida pazde mundos renegadosperdidos en órbitas abombadasel apocalipsis cibernéticoempieza a llover sobre mísobre mi cama nodrizalos controles no funcionany el radar que detectaba amorha desaparecido en el agujero negrode mi corazónel silenciocuelga de las estrellasporque hay un almaque las abrazasin preocuparsepor el espacioni por el tiemponi por la forma.

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DEL CANSANCIO QUE AMANECE EN MÍ

Me gustan los brazos de mi mochilayo la vijunto a otras mochilasen canastos de basuradurante estos años hambrientoy ahora andarcomo un perrocon miedo a los petardostal vez sea un pequeñoy rápido reflejoa la caricia primeradel cansancio que amanece en míladrón de relojessin tiempoabro mis ojoslos pierdo en una luna de amarillomientras bajo mi abrazoduerme la generación bracketsquiero decirte algo…estás empezando a vivir los díasen los que perdés todoy que ya nunca te abandonarán.

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HOY ESTOY MUY CONTENTOCOMO PARA ESTE POEMA

Ya no importa la intensidadde esta felicidadni la de este inmenso vacíoblancocasi infinitolas arenas del veranoson las sábanas de mis sueñosun beso en la frenteuna sonrisa desencajaday corretear por la casame acuerdo de cada momentotodos de negrorecién llegados a ese pueblollamado Tierrabuscamos lo frescoy lo fresco pocas veces apareciórecurrimos a pastillasy en un tubo de ensayopusimos la magiala ciencialas drogaslos frutoslos coloresy así siemprenos llegó el amanecerdame un año máspara lo que seasíescuché esono sé si de mi bocao de algún parlante paranormalestoy a punto de activarmecaminoy sólo veo por las calles y veredaspájaros muertoslo voy a tomar como una buena señal.

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COMIDA RÁPIDA

Si te llaman a enloquecerama tu chaleco de fuerzasiembra en cada testigouna luzque se queme a cada ratoy de el chispazo cualquieraeliminatus divinidadestus diosestus mayúsculasune el bien con el malinventa un nuevo idiomay que tu cuerpolo sea tododel trabajoa robar un bancoy moriry vivirpor encima de cualquier trabajoesta temporadadebe tenerlo todosonríe.

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DESNUTRICIÓN

“la tristezahace sus promesas

y las cumpleuna

por una”(Diego Cortés – Infierno envuelto en un pañuelo)

Nubes pixeladasdespués de tantas carasel incendio en mi cabezasé que va acabarluego de esta temporadatan hostilno es este el tiempopara hablar de nuestras perdicionesya la distanciase está ocupando de los derrumbesmientras el cuerposólo pidelo que le doylas alucinacioneslas caminatas sin sentidovoy a estar bienseguiré el camino del Barón Rojohasta ser derrumbado sin avisoy quizás en la caídaencuentre esa sonrisa purala respuesta a todoque hoy se camuflaen vinos que giranen puños sin fuerzano puedo decir másen esta esquinaestá todo mal.

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DISTORCIÓN NATURAL

Viajar y no viajardespertar y no despertarlimpiarse sin quererensuciarse a propósitover el olvidolejanoentre las estrellasy las jorobas de los cerrosimaginar a alguien ahícerca míoimaginar la felicidadhambrepoco hambretodos disfrazados de cirujashumos relucientesextrañar al perropreocupación de úterotranquilidad de úterocostillascaderasdoloridassin fuerzassin carala naturaleza tartamudeóme retuvo entre sus raícespara siemprealláacáfue sinceray cruel.

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Ricardo Roche, 1983 Córdoba Capital.“Poeta” cordobés con inclinación al prittyaoen caja y a los sanguches de milanesas bara-tos. Influenciado por la caballerosidad de Car-litos Bukowski, la elegancia del peinado deRobert Smith, el punk rrock, el dadaísmo es-catológico. Reclutado en barrio San Martín ac-tualmente pasa los días tirándole bulucasosdesde su ventana a los niños.Publicaciones:• La Caída es Invisible, poesía, Llanto deMudo, 2005.• A solas con todo el mundo 1, 2, 3 y 4, parti-cipación en poesía, Llanto de Mudo, 2005 –2007.• Autor de los fanzines John y El mejor colorde la noche, Llanto de Mudo, 2007 – 2009.

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Desde lo oculto

Las palabras a veces condenanLo innombrable nos come desde dentro,desde las profundidades del ser.Y nuestros ojos miran con tristezaintentando expresarlo que nuestra garganta no quiere soltar.Es la lucha constante entre lo oculto y lo que muestraslo que repites al hablar.El poema que nunca escribistey todo lo que aún no has dichose convierte en tu vestimentay te paseas con tus grises haraposmostrando, cuando crees necesario,tu áspera y gastada piel.

Amanda Oxidada

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Transición de los días

Tarde de tristes cancionesEl invierno se aferra a sus últimos díasy el viento atenta contra la primera esperanza de primavera.

Este estar consciente del suicidio de las horas,del paso de los días,del lento marchitar de las vidas...

Este enamoramiento de lo absoluto,de lo desconocido,de lo que se muestra inalcanzable...

Tarde de tristes cancionesen que lo bello parece tan ajeno y distantey sólo siento un vacío en el corazón.

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Alabanza

Es la fantasía quien se acuesta junto a míme abraza y me cuenta al oídolas historias que luego continúan en sueños.Y así, sin casi darme cuenta,me zambullo sin temor en esa irrealidad,y en ella encuentro todo anhelo,en donde toda ausencia se desvanecey los viejos y nuevos amores,que no son más que uno,me embargan el alma con cuchicheos incesantesde versos desconocidos;la angustia en el pecho no es más que una tristezaque ha partido junto con aquella que fui;y aquello que jamás tuvehoy aguarda con ansias mi llegada.

Oh, fantasía de querer,mi corazón rebozante de esperanzate suplica, no me entregues a la esperade aquel jardín que nunca pisarémás que en los sueñosque tu presencia evoca en mí.

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Amanecer

En un vano abrir de ojosdespierto entre sábanas sucias,que no huelen a sexo sino más bien a abandono,y los pensamientos que quedaron colgando de la noche anteriorme reciben fervorosamentebailan en mi menteintentan seducirme,saltan y rebotan y me llamanAmanda, Amanda...como invitándome a perdermeentre sueños despiertosy cuentos de hadas que no son ciertos.Y yo me resisto,no me entrego del todo,porque aún mantengo inútilmente una chispa de esperanza en mis ojos.Entonces me levanto,me calzo las pantuflasy sigo viviendo la vida que todavía no conseguí...

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Verano del '98

Guarda en tu memoria el recuerdo de este infortunio.Recuerda cada detalle de la vuelta humillante,de tu orgullo destrozado.Memoriza todas las cosas que dijiste,las que te dijeron.Nunca olvides cómo te traicionó la vida, cómo te hizo arrastrar una vez más por el barro,la manera en que te ilusionó, te llevó casi a la cimay te tiró de golpe al pozo miserable que es tu existencia...Pero en lo que más tienes que concentrartees en que volverá a hacerlo, y caerás como caes siempre,porque ella te enseñará las piernas, te guiñará un ojo,y la seguirás hasta que, creyéndote en el paraíso, te pateará los cojones y se llevará tu dinero,dejándote empalmado y dolorido, en un callejón sucio y apestoso de Mar del Plata.

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Consejos de un viejo embotellado

No te estanques, no te entregues a la amarga espera de lo descono-cido.Déjate llevar por los verdes del paisaje,olvídate del gris cemento y su frialdad, olvida la ciudad.Pero no te expongas demasiado al sol que puede quemarte.Anda con cuidado, con cautela,los malos ratos están por doquier,sentados a tu lado mientras te crees a salvo.

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Brindo en tu honor, Ausencia

Pierdo el tacto.Escucho las voces de esta ciudad muerta.Soy una nueva estatuaen un bancode una plaza desierta.

Mi mano entumecida,el viento corrompiéndome los huesos,mis pensamientos como garras...

Acá no hay primavera,hoy se siente el invierno en el cuerpo,en las entrañas,en ese rincón oscuro y escondidoque ustedes suelen llamar..."alma".

Mini autobiografía: Habito la ciudad de Mar del Plata, ciudad en la que lo que so-bran son desencantos. Mi existencia es la representaciónexacta de la decadencia humana, del lento pasar de las horasen vano, una continua pérdida de tiempo y dignidad... ¿Quédecir al respecto entonces? Quizás que nunca hubo grandesaventuras en la historia de mi vida, sólo algunas anécdotaspoco graciosas, relaciones complicadas y poco duraderas,pocos méritos y reconocimientos… en fin, poco de todo. Unavida plagada de inexistencia y banalidad. Entonces… ¿Para qué escribo? Quizás por la influencia estú-pida de la esperanza de encontrar resguardo en las palabras,de encontrarme a mí misma en ellas, o quizás sea por ven-ganza... Sí, por el ferviente sabor de la venganza. ¿Para ven-garme de qué? De la vida. Amanda Oxidada por Amanda Oxidada.

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Árboles en la noche

En las afueras de Punta de Piedra hay un bar. Está bastante lejosde la última línea de casas y se levanta desde la llanura descuidadadiría ahora que no sin cierta ominosidad, un cubo, ante todo, deconcreto gris con ventanas pequeñas y un predio para estacionarautomóviles; de hecho, para simular un poco el efecto que me pro-vocó siempre contemplarlo, con las casitas de Punta de Piedra a lolejos y la llanura reducida a un paisaje del universo dentro de milesde millones de años, debería apelar a una imagen simple, tosca eimprobable: un edificio art nouveau en un planeta remoto y desha-bitado, por ejemplo.

Mi abuelo solía darse una vuelta por allí los viernes a la noche,pero no se me permitía acompañarlo. Así que un día de febrero de1990 mi amigo Marcos y yo tomamos nuestras bicicletas y partimoshacia el norte, hacia el bar. Eran más o menos las cinco de la tardecuando llegamos; lo encontramos cerrado y recuerdo que hacía unpoco de frío, el cielo estaba cubierto y se había levantado viento.Nos paramos ante la puerta, desilusionados. Estaba cubierta de ad-hesivos de mundiales de fútbol a los que no presté atención –Mar-cos, en cambio, los examinó con cara de asombro; eran tantos,además, que casi no dejaban ver hacia adentro. En cualquier caso,el interior del bar estaba a oscuras. No había mucho más que hacer.

De inmediato, entonces, entendimos que si seguíamos el caminode tierra que nos había llevado al bar terminaríamos en la ruta, yque si la cruzábamos (algo impensable hasta ese momento) podrí-amos explorar la gran región que en nuestro mapa de fantasía lla-mábamos las Marismas –porque siempre que la mirábamos desdela ventana del auto de mis abuelos o de los padres de Marcos, enalgún viaje a Castillos o al Chuy, nos parecía un panorama propiodel delta del Nilo. Después de encontrar el bar cerrado era imposi-ble no ceder ante la tentación de aquel paisaje más o menos imagi-nario, de juncos altísimos, atardeceres de pantano y árboles de

Ramiro Sanchíz

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troncos múltiples que más que árboles parecían los cuerpos desfi-gurados por el tiempo de grandes bestias antediluvianas. Iba a ser,entonces, la primera vez que entráramos en las Marismas, la pri-mera vez que pudiéramos ver aquel paisaje sin la mediación de unaventanilla: nosotros solos, en el otoño anticipado de aquella tardede febrero.

De inmediato pedaleamos hasta la ruta y más allá, donde nohabía caminos ni alambrados, y pronto nos encontramos ante unaespecie de bosquecillo; habría sido imposible dar vuelta atrás en esemomento (pese a que eran casi las seis y si demorábamos un pocomás en regresar a nuestras casas estaríamos en problemas), así quedejamos las bicicletas y nos adentramos a pie. Al rato llegamos auna laguna no muy grande, un estanque de agua verde e inmóvil.

Rodeándola, a modo de mediación entre ella y el monte, habíaun cinturón de arena que nos pareció fría y húmeda, llena de insec-tos y gusanos diminutos. Y vimos sobre la arena, a pocos metros dedónde estábamos, una cosa que debía ser el conjunto de los restosde un animal en avanzado estado de descomposición. Marcos abrióunos ojos como radiotelescopios y se acercó de inmediato. Yo arran-qué una rama del monte y lo seguí.

No era fácil darse cuenta de a qué animal pertenecían –habíanpertenecido– aquellas formas. Había, por ejemplo, partes compara-bles a las secciones de una columna vertebral, curva y con espinas,pero no podían verse indicios de patas, costillas o cráneo. Marcosdijo que debía tratarse de un carpincho muy grande y un poco de-forme, y que la falta de algunos de los huesos se debía a la acciónde comedores de carroña. Podía ser, pero yo seguía asombrado porlas formas de la criatura. Para empezar, ya más de cerca, la texturadel cuerpo no hacía pensar en la descomposición ni sentíamos tam-poco olor a muerto, olor a podrido; lo toqué con la rama y me pa-reció que aquella piel (o lo que fuese) era rígida y que tenía ladureza del cristal. Es un tronco, dije, a lo mejor estuvo muchotiempo en el agua y quedó con esta forma. Entonces tratamos demoverlo; Marcos había conseguido otra rama y, entre los dos, em-pujamos como para hacerla girar. No se movió siquiera un milíme-tro: aquello parecía pesar toneladas o estar clavado al planeta, comoun afloramiento de roca… cosa que podía ser, por supuesto, peronos resultaba imposible, de todas formas, no reconocer algo orgánicoallí, una textura, un patrón de organización que, de cerca, parecía

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remedar nervaduras, capilares o nervios. Marcos retrocedió unospasos y me llamó: había visto algo diferente desde su nueva pers-pectiva, y me lo señaló. Era una forma similar a un brazo, que ter-minaba en lo que parecía la pata de un ave o un dinosaurio. Eso, almenos, fue lo que vi yo, porque él decía haber dado con el cráneode la criatura. Traté de pararme exactamente en la misma posicióndesde la que él miraba la cosa, pero después de hacerlo seguí pen-sando que las formas eran las de una extremidad, con dedos y uñas.Giré en torno al cuerpo y busqué lo que originalmente había to-mado por una columna vertebral: no pude encontrarlo. Aquello pa-recía ahora un animal con simetría radial, del tipo que yo –por mislecturas de la vieja enciclopedia de historia natural de mi tío Hila-rio– entendía como una forma de vida esencialmente primitiva, ab-yecta, ajena por completo a los caminos que había tomado despuésla evolución sobre la Tierra.

Ahora, al rememorar esa sensación de asco, viene también a mimemoria una suerte de asombro y terror que siempre han inspiradoen mí los árboles en la noche. A toda hora puedo, por supuesto, mi-rarlos sin mirar, o apreciar, a un nivel superficial de percepción, suscolores, la distribución de las ramas, las formas de las hojas, las pau-tas de la corteza en sus troncos o la presencia o ausencia de flores,piñas y frutos, pero si me esfuerzo en cierta dirección llego a un es-tado en el que un árbol –tan ajeno a cualquier patrón morfológicoreiterado a lo largo del reino animal– se revela como una criaturafuera de este mundo, un alienígena. Y accedo con gran facilidad aesa sensación por la noche, cuando los árboles parecen arrancadosde su hábitat natural, que es la luz, y permanecen en el espacio dela ciudad (un baldío, especialmente, o también alguna de las gran-des casonas del barrio del Prado, o incluso un parque o una cuadrade arboleda densa) como intrusos, como fantasmas o sombras deotra realidad. En esas ocasiones siento, ante la extraña y en aparien-cia caótica ramificación y proliferación de hojas que parece seguirlas fisuras y rugosidades del espacio, invisibles para los animales,que estoy ante una criatura esencialmente incomprensible, dotadade una forma de consciencia a la que jamás podré acceder. Su obviacualidad de máquinas solares, de artefactos de una tecnología pre-

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térita y olvidada, y a la vez su no menos obvia cualidad viviente seconfiguran en un todo más extraño que cualquier animal, en los quelos movimientos y las articulaciones, la vida móvil en busca del sus-tento, resultan mucho más familiares y comprensibles. Recuerdo,por ejemplo, detenerme a la vez extasiado y aterrado ante las gran-des formas (como helechos atrapados en el interior de un librogrande y pesado) de los árboles aplastados por varios reflectores deluz verde en un salón de fiestas, probablemente hacia 1993; y re-cuerdo también una noche en que me armé de valor y trepé a unagran higuera, en el fondo de la casa de un amigo, y traté de pensar,como si de lograrlo pudiera disipar para siempre el miedo, que mefundía con el árbol y sus ramas y su tronco se convertían en pro-longaciones de mi cuerpo.

Pero aquella criatura muerta frente a la laguna no era el troncode un árbol. Pronto fue evidente que su forma mutaba según desdedónde la contemplásemos y que incluso la visión que habíamos al-canzado desde un punto en particular variaba dramáticamente sipasábamos a otra perspectiva y después de un rato regresábamos ala posición original. Así, lo que al principio había parecido una co-lumna vertebral pronto fue uno de los ejes fosilizados de aquellaconcebible simetría radiada, pero luego también un apéndice, untentáculo, una suerte de arco ojival, como en una catedral gótica oel techo de un Volkwswagen escarabajo. No recuerdo, entonces, sifui yo o Marcos el que sugirió –recuerdo sí que ya estaba haciéndosede noche– que debía tratarse de un extraterrestre.

Lo más probable es que la idea del alienígena se nos ocurriesegracias al recuerdo de alguna película. Si bien en el cine los extrate-rrestres eran esencialmente antropomórficos –y no sólo en el sentidomás inmediato de la conformación de sus cuerpos–, estaba el ejem-plo de Alien, donde la criatura sin ojos se comportaba de una ma-nera que hacía difícil concluir si era inteligente, y también Solaris,que habíamos visto sin entender gran cosa –excepto que todo aquelocéano, como una ameba gigante, era un ser extraterrestre. Es ciertoque ahora no puedo fijar con precisión cuándo vi cualquiera de esaspelículas; de Alien sí sé que fue en el ciclo de terror que el canal 4de Montevideo emitía los viernes a partir de las 22 horas, pero el

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caso de Solaris es más dudoso, ya que mis primeros recuerdos sóli-dos de la película o del libro datan del 94 o el 95, cuando me uní algrupo de escritores de ciencia ficción liderado por Emilio Scarone–aunque a la vez siento que al comentarla en esas épocas yo afir-maba haberla visto antes. En cualquier caso, Marcos y yo sí habíamosvisto Cosmos, donde Carl Sagan sostenía, en uno de los episodios,que los extraterrestres, de existir, debían ser sumamente diferentesa las formas animales o vegetales que veíamos en la Tierra. Esa ideadebió ser la que nos llevó a concluir que aquello era un alien. ¿Dequé otra cosa podía tratarse? No era un cadáver: lo dejaba claro lafalta de señales de descomposición; tampoco un tronco; quizá eraalgo artificial, una escultura deliberadamente ominosa, por ejemplo,pero aceptando esa hipótesis se volvía muy difícil justificar los dra-máticos cambios de forma (o incluso de estructura) según el puntode vista.

Si tuviera que intentar explicarlo en este momento diría que, tra-tándose de una forma de vida alienígena, probablemente su estruc-tura fuese tan ajena a los conceptos y percepciones posibles para lamente humana (formada, además, por siglos y siglos de cultura)que, de alguna manera, no nos resultaba del todo visible, o que laúnica manera que teníamos de percibirla era cediendo el mando ala imaginación, que reconstruía profusa e instantáneamente aque-llas formas imposibles para evitarnos la contemplación del vacío,de lo que sería de otro modo un hueco imposible en la realidad.

En cualquier caso, sin llegar entonces a esa conclusión, Marcosy yo nos convencimos de que estábamos ante un extraterrestremuerto. Quizá su nave se había estrellado días atrás y la criaturalogró moverse hacia el monte y aquel estanque o laguna, para morirpor alguna influencia de las aguas, los microorganismos o quiénsabe qué detalle bioquímico. También pudo haber permanecido si-glos allí, bajo el agua, y en su lento proceso de secado o reducciónla laguna la había dejado finalmente descubierta sobre la arena. Paraque nosotros la encontrásemos.

Nuestra primera decisión fue no avisar a nadie; pensamos quecualquier intrusión iba irremediablemente a apartarnos de aquellacriatura; imaginábamos que llegarían de inmediato equipos cientí-ficos que cercarían la zona y nos volverían imposible acercarnos denuevo. El secreto, entonces, era fundamental: ante los padres de

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Marcos y mis abuelos debíamos actuar como si nada hubiese pa-sado, como si no hubiésemos hecho otra cosa que dar una largavuelta en bicicleta por los límites de Punta de Piedra.

No recuerdo ahora cuánto tiempo permanecimos ante la cosa,pero pronto oscureció y entendimos que debíamos regresar; la con-templación había tenido los efectos de una sesión de hipnosis, comosi nos hubiese desdibujado el mundo que nos rodeaba, los árboles,la laguna, el paisaje de aquella región al norte de Punta de Piedra,una suerte de blanqueado de nuestra percepción o anulación decualquier cosa que pudiese elaborar nuestra mente.

Fue sólo mucho después que imaginé ciudades enteras que selevantaban con esas formas y texturas, ese color negruzco sobre elque a veces se deslizaban reflejos verdosos o azulados, esa rugosi-dad intrincada e infinita, esos patrones de ramificación y prolifera-ción que nos obligaban a recorrerlos como se recorre un fractal, cadasegundo del acto de percepción también subdividido (y ramificado)en innumerables espacios de tiempo en los que no podíamos sinoperdernos.

A la vez, habíamos entendido que aquel había sido el momentomás importante de nuestras vidas, que la larga búsqueda de algonuevo en el mundo nunca podría llevar a nada diferente a lo que ha-bíamos encontrado ya que todo el resto, desde los templos de Ang-kor Vat hasta las iglesias subterráneas en Etiopía, desde el másavanzado caza de guerra o las estaciones orbitales que imaginába-mos para el futuro cercano, desde la computadora más poderosahasta el mayor acelerador de partículas, jamás podría ser algo real-mente diferente, libre de las pautas de lo humano, de lo que nos cons-tituía. Y la criatura era todo lo contrario. Las máquinas, las grandesobras de arte, las maravillas arquitectónicas, incluso las bellezas dela naturaleza, todo eso estaba adentro, estaba en nosotros, era partelo que nos hacía humanos, el mobiliario o las paredes de nuestramente; el extraterrestre, en cambio, era el verdadero afuera; por de-bajo de la danza de formas intrincadas y cambiantes había algo quenos ponía en contacto con lo incomprensible, algo que vaciaba odestruía nuestra mente y volvía a construirla, de a poco, de acuerdo

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a otros principios. Nos sentíamos como dos viajeros inmortales quehan recorrido miles de veces el mundo y las épocas y, cuando todoparecía perdido y nada lograba arrancarlos del hastío más terribley desolado, llegaban a encontrarse cara a cara con la maravilla, para,al contacto con ella, perder capas y capas de cansancio y de mundoy convertirse en dos niños de once años, más libres para fundirsecon lo nuevo, para asimilarlo, para hacerlo circular, ahora sí, haciael adentro, cambiándolo para siempre.

Entonces nos miramos, asombrados, como flotando todavía enel lento despertar de un sueño profundo, y, sin pensarlo, me arro-dillé en la arena y toqué a la criatura.

Cuando regresamos, después del inevitable regaño, cené con misabuelos mirando la televisión; no recuerdo nada más de esa nochey, si intento representarme sentado a la mesa, sólo puedo imaginarmi mirada perdida, mi expresión absorta mientras mis abuelos con-versan y comentan el programa al aire o los hechos del día; meacosté temprano y apenas pude leer unas pocas líneas del libro queme ocupaba en ese momento. Instantes después ya dormía y so-ñaba: estaba, ahora sí, recorriendo esa ciudad deslumbrante quepodía ser tanto el lugar que habitaban criaturas de la especie de laque habíamos encontrado como, en sí misma, un único ser viviente.En el sueño me preguntaba si estaba yo dentro de la criatura o siaquello que habíamos encontrado con Marcos era un fragmento deuna forma de vida alienígena o del vehículo que la había traído anuestro planeta. En mis recuerdos, además, el sueño ocupa toda lanoche y, a la vez, se limita a unos pocos minutos, durante los quecamino por esas extrañas avenidas pensando en la criatura. Cuandodesperté mi abuela sostenía un paño frío y húmedo sobre mi frente.No estaba en mi cama del garaje sino en la de mis abuelos, recostadoentre almohadones. Intenté hablar pero no pude sino susurrar loque sentí como un lamento vergonzoso. Mi abuela me pidió queguardara silencio; jamás la había visto tan preocupada, por lo que,supongo, aquella noche debí haber delirado por la fiebre. Al pocotiempo llegó un médico de la policlínica que había en el barrio viejo;habló con mis abuelos durante un largo rato pero no pude entender

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una sola palabra. Debí quedarme dormido una vez más, porque misiguiente recuerdo es volver a ver a mi abuela a un lado de la cama,esta vez bajo la luz del atardecer. En ese momento pude hablar unpoco más, y le pregunté qué me estaba pasando: Contestó que lopeor ya había quedado atrás pero que todavía tenía algo de fiebrey necesitaba descansar. Y me contó que había permanecido incons-ciente por casi cuatro días y que recién esa mañana había logradodespertar; me habían llevado a Castillos, donde fui examinado sinque los médicos lograsen llegar a mayores conclusiones que el pro-verbial virus. La recomendación, como era imaginable, fue bajar lafiebre y esperar.

No sé exactamente cuántos días pasé en la cama. A la que sentícomo la mañana siguiente al primer despertar recordé la laguna yla criatura, pero también me sentía seguro de haber estado allí va-rias veces, en distintos momentos del día, a veces con Marcos y aveces solo. Recordaba también haber acampado ante la cosa más deuna noche, lo cual era imposible, ya que no había manera de quemis abuelos me permitiesen algo así (ni yo querría hacerlo, al menosen circunstancias normales). Pero ahí estaba, sin embargo, en misrecuerdos; me veía sentado ante la laguna mirando tanto al aliencomo al cielo, no las estrellas sino el cielo, completamente negro, yera como si hubiera algo que indagar, un detalle que estaba per-diéndome y que debía buscar como si armase un rompecabezassobre una mesa muy grande y tuviese a mi lado un pequeño mo-delo a escala muy reducida de la imagen y la mirase insistentementepara detectar los patrones que se me escapaban en el caos de todasaquellas piezas.

También recordé que, en las últimas ocasiones en que la visita-mos, la criatura mostraba evidentes señales de deterioro. Los cam-bios de forma según la perspectiva no se daban de la misma maneraque en las primeras oportunidades y había estructuras que parecíanestancarse y durar hasta el día siguiente, a la vez que grandes por-ciones del cuerpo desaparecían con señales de haber sido arranca-das o mordidas por animales. Marcos dijo que si buscábamos en elmonte quizá encontraríamos los pedazos que faltaban, y a mí se meocurrió que aquello seguramente iba a tener consecuencias, comosi de alguna manera esa extrañeza de la cosa extraterrestre pudiesefundirse con los árboles y el paisaje, como una mancha de tinta quese extiende por los capilares del mapa y alcanza también a Punta

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de Piedra y de ahí a toda la costa y a Montevideo y quizá al restodel mundo.

Esa noche me sentí bien. Habían dejado la ventana abierta y en-traba la brisa. Mi abuela dormía en la cama pequeña que yo usabamás de niño; me levanté y recorrí la casa. Había cosas de mis padres,ropa, bolsos, y en mi cama del garaje estaba mi madre, también dor-mida (de un modo apacible, me pareció, que daba a entender queyo estaba bien, que lo peor realmente había sido dejado atrás). Sobrela mesa del comedor encontré el reloj de mi padre: eran la una ymedia de la mañana del veinticuatro de febrero; creí entender quehabían sido semanas, no días, y que debí pasar inconsciente mástiempo del que suponía. ¿Cuándo habían llegado mis padres desdeMontevideo? ¿Y dónde estaban mi abuelo y mi padre? Sobre la he-ladera, en una cesta de frutas, había siempre una linterna; la toméy volví al garaje. Pasé su círculo de luz por las paredes; faltaban lascañas de pescar, los baldes, el mediomundo y el calderín. Segura-mente se habían ido a pescar, a la encandilada. Yo no solía acompa-ñar a mi abuelo en esas sesiones de pesca nocturna –me aburríamuchísimo y siempre tuve miedo de los árboles en la noche– peroesta vez fueron más fuertes las ganas de mover mi cuerpo en el airefresco y salado, bajar a la playa, buscar a papá y hacerle entenderque ya estaba bien, que ya estaba de vuelta, que me daban las fuer-zas para quedarme allí, pescando con él, con mi abuelo y con él. Lapuerta principal estaba cerrada con llave, pero la trasera, la de lacocina, no. Me puse unas bermudas, las ojotas y una remera y, concuidado de no hacer ruido, salí al fondo. Después de rodear la casay avanzar hacia la calle miré hacia atrás: los pinos parecían criaturasdormidas muy cerca unas de otras, como en el fondo de una ma-driguera. Era una noche luminosa, llena de estrellas. Caminé haciala playa sintiéndome todavía mejor y encontré la camioneta de miabuelo en la bajada, ella sola sobre la arena color de plata. Corríhacia la orilla, iluminando el camino con la linterna, y los vi; pri-mero los faroles a mantilla, luego a mi abuelo y a mi padre bastanteadentrados en el agua, con una red, y a Marcos y su padre en la ori-lla, sosteniendo las luces. Alcé el brazo con la linterna y grité susnombres. Se había levantado un poco de viento, por lo que mi vozno debió alcanzarlos. Avancé más, volví a gritar, y entonces sí, en-tonces sí me oyeron.

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Ramiro Sanchiz (Montevideo, 1978). Escritor ycrítico. Ha publicado las novelas y nouvelles01.Lineal (2008), Perséfone (2009), Vampiros por-teños, sombras solitarias (2010), Nadie recuerdaa Mlejnas (2011), La vista desde el puente (2011),Trashpunk (2012, edición digital) y Los Viajes(2012), además de los libros de relatos "Algunosde los otros" (2010), "Del otro lado" (2010), "Losotros libros" (2012) y "Algunos de los otrosRedux" (2012, edición digital). Cuentos suyosfueron publicados en revistas como Diaspar,Axxón, Galileo, Próxima, Otro Cielo, Letralia, IF,Narrativas y Galaxies, entre otras. Escribe regu-larmente crítica y reseñas para el periódico mon-tevideano La Diaria.

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Gustavo Borga

LOS NIÑOS MUERTOSQUIEREN CORTAR

En el Hospital de Niños, el médico cirujano Mario Pérez opera,aproximadamente, a cinco niños por día. Cualquiera lo puede vera la mañana temprano subir con paso firme las escaleras del hospi-tal. Se lo ve muy concentrado. Es un hombre que va hacia un obje-tivo y da la sensación de que nada ni nadie podrá detenerlo. Abrela puerta y entra. Se dirige rápidamente al ascensor que lo llevaráal piso más alto.

Para el común de la gente,ese momento es mágico, por que elascensor corre por fuera del hospital, y como sus paredes son de vi-drio, se tiene la sensación de que uno está volando. Pero eso a Mariono le importa.

Cuando llega a su destino y abre la puerta del ascensor, se en-cuentra con todos sus colaboradores. Son, entre médicos y enfer-meras, quince personas. Todos están vestidos de azúl. Mario lossaluda a uno por uno y se dirige a un cuarto del que sale vestido deblanco.

Sin perder un instante, se encamina a la sala de operación.

Mario Pérez es famoso en todo el mundo por su destreza con elbisturí. Todos los padres quieren que sus hijos sean operados porél. Miles de niños pasaron por sus manos.

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Sin embargo, este gran hombre, no es perfecto. Cada tanto caeen profundas depresiones. Esto ocurre cuando se le muere un niño.Llora desconsoladamente. Se siente culpable y se arrastra en estadolamentable hasta su casa. No atiende la puerta ni el teléfono. Per-manese todo el día tirado en la cama como un muerto.

Mientras tanto, niños que tienen que ser operados por Mario sonatendidos por otros cirujanos. Las estadísticas dicen que cuandoMario Pérez no opera, se incrementa sustancialmente la muerte deniños.

Afortunadamente estas crisis no son eternas y en algún mo-mento el cirujano saca fuerzas de algún lado y con paso vacilantese dirige de noche al hospital. No es el Mario que todos conocen.Es un ser parcialmente destruido.Una sombra.Un fantasma.

Sube las escaleras, abre la puerta y entra al ascensor. Cuandollega al piso cincuenta, va hacia una de las ventana y la abre. Luegose dirige al cuarto donde habitualmente se cambia de ropa y salecompletamente desnudo. Se interna en la sala de operaciones, seacuesta y espera. No tarda en aparecer el primer niño. Después otroy otro. Llegan lentamente. Todos entraron volando por la ventana.Son los niños muertos. Son los niños que Mario no pudo salvar. Lorodean. Vuelan sobre su cuerpo. Súbitamente, uno de ellos le aplicala anestesia y cuando el cirujano se duerme, empieza la operación.

No es una operación común y corriente. Es bastante extraña. Porejemplo, no hay quien dirija. No hay jefe. O lo que es peor, todosquieren serlo. Todos quieren operar. Todos los niños quieren cortar.En medio de la operación surgen disputas. Los niños se insultan, segolpean, se desafian a pelear con los bisturís.E n fin, un gran caos.Sin embargo, después de un largo rato de confusión, surge mágica-mente el corazón de Mario. Ahora todo es silencio. Podemos verloen lo alto, sostenido por las manos sangrantes de los niños. Del co-razón sale una luz. Al principio es una luz pobre, insignificante,como un hilito. Pero a medida que los minutos pasan, crece hastaenceguecer y se ilumina todo el piso cincuenta. De sus ventanassalen rayos de luz para todos los puntos cardinales. Luego la luz

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disminuye y finalmente se apaga. Los niños colocan el corazón den-tro de el cuerpo, lo cosen y se van volando por la ventana.

Después de unos meses de reposo,el cirujano podrá seguir ope-rando.

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COMO UNA GRANADA

Una mujer me regaló un reloj.-¿Es sumergible?- le pregunté.-Si,- dijo- hasta mil metros. Después estallará como una granada.-No comprendo.-El reloj- dijo-tiene un explosivo adentro. Si descendés más de

mil metros, por la presión del agua explotará.Al otro día me sumergi en el mar.Descendí mil metros. Desde donde estaba, veía claramente el

fondo. Me disponía a subir cuando apareció, desnuda, la mujer queme regalo el reloj. Se encontraba a cinco metros debajo mío. Suspies, cada tanto, tocaban el fondo. Le hice señas para que subiera.Como respuesta abrió sus brazos. Me ofrecía su cuerpo pero no semovía del lugar. Quería que yo bajara hasta ella. Señalé el reloj.Traté de explicarle por señas que podíamos volar en pedazos. Siguiócon sus brazos abiertos. Me quité el reloj. La pequeña maquinabuscó la superficie.

Descendí. Nos abrazamos. Su cuerpo y el mío estallaron almismo tiempo, como una granada.

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LA QUE MIRABA COMO UNA IDIOTA

Eran las dos de la tarde y estábamos sobre el techo de la casa.-Se desprendió un cable- dijo mi padre señalando hacia arriba.Yo esforcé mi vista al máximo, y vi, en lo más alto de la antena,

un cable negro, suelto…-Hay que subir -dijo mi padre- No queda otra.Luego agregó:-Hijo,traeme la pinza y el destornillador del galponcito.Estaba por bajar cuando me detuvo:-Decile a tu madre que cuando vea las primeras imágenes,grite.-¿Que grite?-Claro, así la escuchamos desde arriba.Fui al galponcito y busqué las herramientas. Luego le dije a mi

madre (que miraba como una idiota un televisor sin imágenes) quecuando viera las primeras imágenes,gritara.

-¿Que grite?- preguntó mi madre.-Claro, así te escuchamos desde arriba.Subí al techo y le di las herramientas a mi padre. Se las puso en

el bolsillo de atrás de pantalón y comenzó a trepar. A medida quesubía se hacía más pequeño. Cuando llegó arriba parecía un niño.

Lo que ocurrió después solo Dios lo sabe. Una cosa es cierta. Mimadre (antes que el que el cuerpo de mi padre salpicara mis piesde sangre) gritó.

Gustavo Borga nació el 7 de diciembre de 1960,en Villa Nueva, provincia de Córdoba. Tiene tres libros publicados: patitos degollados(edición de autor,2002), hermoso niño rubio (Xiónediciones, 2006) y para vos NO (ediciones llanto-demudo2010). Es ferroviario. Vive en su ciudadnatal.

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¿Qué es esto que se levanta delante de mí? Figura de negro que me señala con el dedo

Doy la vuelta rápido, y comienzo a correrMe entero que soy el elegido ¡Oh nooo!

Black Sabbath- Geezer Butler, 1969-

El tipo de remera verde vino caminando despacito. Un día pre-cioso de julio. Veranillo de San Juan, era. Vestía bermudas y un mo-rral de cuero.

Siguió el arroyo hasta encontrarse con unas piedras que difi-cultaron la marcha. Más adelante, un árbol caído le obligó rodearpara el lado del alambrado. Más adelante, se abría una pendientehasta donde se podía ver desde ahí. Hizo un alto y, cuando se sentóen la gramilla el pelo largo rozaba el suelo.

Del morral sacó tabaco y papel. Armó un cigarrillo aderezadocon hierba de su propia huerta, lo prendió y se descalzó para sentirla tierra. Se entretuvo un rato paseando la vista por la corteza delos algarrobos. La noche anterior acampó a unos kilómetros de lazona. La luz que se colaba entre las hojas le trajo una confortablesensación de tiempo detenido.

Terminó el cigarrillo, se calzó las sandalias y siguió caminandotras abrirse paso por entre los yuyos hasta encontrar un senderoque corta el bosque en diagonal. Caminó un rato largo.

El sol empezó a bajar. El follaje perdió definición y las siluetasde las ramas de los árboles se recortaron contra el fondo naranjamoribundo del cielo. Entrecerró los ojos y el bosque se convirtió enuna multitud de manos superpuestas que suplican una piedad quenunca les será concedida.

Ya no gritan

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Pensó en la hora y en que tendría que volver antes de que laoscuridad le impidiese encontrar el lugar en el que había armadola carpa. Algo le hizo detener la marcha.

Se acarició la barba varias veces. Llegaba hasta el esternóncuando estaba mojada. Armó un cigarrillo -sin aderezos- y supo queno tendría que estar ahí.

De su laguna mental emergió una certeza: no había ruido.Nunca hubo. Como un campo sin pájaros. Ni chicharras. Nada.

Caminó un poquito más.Lejos, adelante, el senderito se volvía más ancho. Campo

abierto, tal vez. Más lejos, una mancha que parecía una casa. No seveía bien.

Fue en el momento en que todo se ve blanco y negro, medioborroso -un trecho más adelante- cuando el pie se enganchó con laraíz gruesa y flexible que asomaba de la tierra como un ojal que es-tuviera esperándolo desde siempre. El pie se dobló en ángulo agudoy cayó de cara al piso, perdiendo el morral.

Delante de él, un par de suelas de zapatos. Alzó la vista y teníaadelante un hombre sentado de espalda contra un tronco. No se leveía bien la cara. Enfocó la vista y la piel se le contrajo, poniéndolelos pelos de punta. Todo liso. No había cara.

Se irguió de un salto. Gimió sin mirarse el pie. Dio un respingocuando vio al otro hombre sentado contra una montañita de casco-tes, a su izquierda. Tampoco había cara en él ni en ninguno de losmuñecos que colgaban de los árboles.

Tamaño natural, vestidos de forma diferente. Algunos en elpiso, acostados o sentados. La mayoría colgando por el cuello desdelas ramas de los árboles. Un par de ellos de pie, apoyados contraalgún arbusto.

El aire no se movía. El único ruido era el de sus pies contra elpasto, corriendo hacia adelante.

Más adelante había más muñecos.Y, más adelante, dos sujetos al costado del camino. Vestían de

negro.-Hola. Dijeron por turno.-Hola… Yo….-Es propiedad privada para allá-. No había emoción en la voz.-Perdón, caminaba… Se… puso oscuro…

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-Podés venir a casa-. Señaló hacia atrás. Una mancha oscuraentre el follaje gris. Una lucecita lejana.

-A tomar algo, no pasarás sed - dijo el otro.-Ni aburrimiento.-Está bien, eh… tengo que…-En serio, vení. Sin emoción en la voz, pero cada vez más cerca.-No, gracias, yo…-Está todo bien, vení a casa-. Ambas voces cerca, monocordes.-Dale, vení.

Cuando lo acariciaron decidió correr. Y sus pasos encontraronraíces duras y flexibles asomando de la tierra como bucles enmara-ñados que se enredaron en sus tobillos.

No sé cuánto hace de esto.Una conversación, un estado anímico o un hábito que se repite.

Una reunión, tal vez. Puede ser una mala canción que persiste en laconciencia. El infierno puede ser cualquier lugar de donde no tepodés ir.

Y cada vez que los miro me acuerdo una y otra vez de ese mo-mento, como una película que empieza cada vez que termina.

No siento el frío. No hay ruido ni olores. Desde acá apenas sepuede ver la ventana de la casa, borrosa. Hace mucho que se olvi-daron de mí.

El viento cada tanto me mueve y entonces puedo ver otrascosas. O pensar en otras cosas.

Pero casi nunca hay viento.Cezary Novek

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Cezary Novek.(La Paz, Entre Ríos, 1982) Comunicador Social,docente e ilustrador. Coeditor de la revista ElVaso Ruso (2006-2007)Publicó los siguientes libros: El Vaso Ruso. Verdad,compromiso y batahola (2010), Ropa Sucia (2011) yLetra Muerta, una novela en la Argentina postapoca-líptica (2012)Ilustró el libro para niños El problema de Bonita(2008), de Matías Lapezzata y el poemario La sogaen los pies (2012), de Angie Ferrero.Desde 2011 coordina el taller de escritura creativapara adolescentes Dígalo con tinta. En 2012 editanuna recopilación de la producción del taller bajoel título de Especiero. A partir de 2013, dicta eltaller Lecturas Privadas, redacciones públicas.Colabora en algunas publicaciones independien-tes como Piso 13 Revista Digital, Redacción 351, Ca-bezas de Tormenta Fanzine o la Revista Rockumental(publicación del concurso de bandas en dondetambién participa como jurado)

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diana dínamo

Guión y dibujos:

Fernando Calvi

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Fernando Calvi, Córdoba1973. Ha publicadoilustraciones e historietas en revistas y diarios,Genios, Billiken, Zigzag (Página 12), Clarín, LaNación, Rolling Stone, Ñ revista de cultura, Bar-celona y Mongolia, entre otras. Ha ilustrado másde treinta libros para jóvenes y niños. Su trabajose ha publicado en España, Italia, Francia, USA,y Noruega. Su libro Bosquenegro fue destacadoALIJA, a la mejor historieta infantil. Dictó clínicassobre técnica de guión de historietas en la uni-versidad de Córdoba y talleres de historietaspara niños y adultos, en la Feria del libro de Bue-nos Aires. Desde el 2007 publica regularmente enla revista FIERRO sus series Altavista y El Ma-quinista del General. En la actualidad dirige untaller de historieta en su estudio, en el barrio deSan Telmo y publica las series ¡México lindo! enla revista FIERRO y Punto Rojo en Tótem comics.http://artoffernandocalvi.blogspot.com/

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título

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se viene,se viene,

se viene elcolaless!

Guión y dibujos:

Diego Parés

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Diego Parés, argentino, 1970. Comenzó a publi-car en 1984 en la revista CantaRock. Se recibió demaestro de plástica en la Escuela de BellasArtes Rogelio Yrurtia en 1987. Entre 1987 y 2006publicó en las revistas Humor, Sex-Humor,Humi, La Urraca, Billiken, Gente, Recreio de Bra-sil y otras. Y para los diarios La Nación, Clarín yPágina 12. Así mismo trabajó en publicidad comofree-lance para diversas agencias. En 1991 co-di-rigió el fanzine Maldita Garcha. En 1993 publicóel libro Buscando a Charly, con material recopi-latorio de la revista Humor. En 1995 co-editó larevista de historietas ¡Suélteme!Publicó una veintena de libros para niños. En2002 Publicó el libro Literatura Latinoamericanapara principiantes junto a la escritora FlorenciaAbatte. En 2007 presentó el primer libro de El sr.y la sra. Rispo y lo expuso en el Centro CulturalRecoleta. En 2008 los libros Monsterville para pú-blico infantil y La esperanza fue lo último que seperdió, para adultos, con el material dela revista Barcelona. Colabora con la productoraFarsa Producciones en diversas actividades,actorales y plásticas. En 2011 editó “Las correríasdel Sr. y la Sra. Rispo”, por llantodemudo edicio-nes.Actualmente publica su cuadro “Humor Petiso”en el diario La Nación y colabora en las revistasBarcelona, Genios y Fierro.

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historiade la guerra

capítulo 2

Guión:

Federico ReggianiDibujos:

Lauri Fernández

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Federico Reggiani es pequeño, peludo, suave;tan blando por fuera, que se diría todo de algo-dón, que no lleva huesos. Sólo los espejos de aza-bache de sus ojos son duros cual dos escarabajosde cristal negro. Escribe más o menos lo que seespera de él porque no puede salirse de sí mismo;lo más visible de esa actividad son sus guionesde historietas. Ha publicado o publica La Muecade Dios, Vitamina Potencia y Tristeza con AngelMosquito, Dos Estaciones con Rodrigo Terra-nova, Patria, con Kwaichang Kraneo, Autobió-grafo con Fran López, Mi amor, hoy tengo fútbol,con Max Aguirre, Don Quijote de La Mancha conSergio Coronel y Don Miguel de Cervantes.Desde los inicios forma parte de Historietas Rea-les. Desconfía de la desesperación tanto como delentusiasmo.

Lauri Fernández:Historietista, dibujante, grabadora. Ha participado en numerosos poryectos, entrelos que figuran las revistas "Pelotazo" y "Clìtoris".Dibujó las historietas "Ani" (Ed. Llanto de Mudo,2011) con guión de Roberto von Sprecher; "Vien-tre" (Dragoncomics / Llanto de Mudo, 2012) conRoy Leguisamo y Nacha Vollenweider; "Meca-nismos" y otras ilustraciones (para el libro 0El"Mendozazo, herramientas de rebeldìa", Ediunc,2012). Actualmente dibuja "Regulaciòn o0,75. Ladàdiva" , con guión de Roy Leguisamo para elblog marcheuncuadrito.wordpress. Blog "dibuji-tosdelau.blogspot.com

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Ilustraciones de tapa,contratapa e interior

Diego Simone

Diego Simone, historietista e Ilustrador, intentadividir sus tiempos entre proyectos personales ysu trabajo freelance. Participó en publicacionesindependientes como La Murcielaga y La Baba,y realizado trabajos para Image Comics, DarkHorse, Canal Encuentro, Rolling Stone y DisneyXD, entre otros. Vive en La Plata.

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