Mamá, ya crecí

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¡Qué sorpresa! Yo no podía creer lo que estaba viendo. Él estaba ahí. ¡Que momentos los que habíamos compartido! Recordar la visita al parque de diversiones donde jugamos que un tiburón perseguía nuestro bote, cuando corríamos gritando porque un lobo feroz nos iba a devorar y cuando en la montaña rusa se salió de mi bolsillo el primer celular que me había regalado papá. * Mamá , ya crecí

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¡Qué sorpresa! Yo no podía creer lo que estaba viendo. Él estaba ahí. ¡Quemomentos los que habíamos compartido! Recordar la visita al parque dediversiones donde jugamos que un tiburón perseguía nuestro bote, cuandocorríamos gritando porque un lobo feroz nos iba a devorar y cuando en la montañarusa se salió de mi bolsillo el primer celular que me había regalado papá.

*Mamá, ya crecí

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¡Había pasado tanto tiempo! un año sin ver a mis abuelos, ¡Eso era una eternidad!, mi abuela olía a las ricas mantecadas que preparaba cuando nos visitaba y la dulzura de su rostro era como saborear esos ricos caramelos que envolvía pacientemente para nosotros. ¿Quieres saber como se preparan estas mantecadas? Haz clic sobre la mantecada que mi abuela tiene en sus

manos y conocerás su secreto…

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Mi abuelo, con sus arruguitas y canasinvisibles, sus ojos vivos, esa amplia ysonora sonrisa, quien me recordabaque se podía viajar a los mundos másinexplorados. ¡Claro! A menos que mimamá lo impidiera. Porque era mimamá, quien quería mi comodidad:ella lo hacía todo por mí.

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-!Abuelo Luis!- grité con gran fuerza y me abalancé a sus brazosesperando que iniciara con sus eternos retos. Yo los disfrutabaporque la mayoría de las veces eran mágicos.

-¡Sorpresa! ¿Qué hora es Santi?, mira mi reloj- dijo mi abuelo.

-¡Gané!, es la 1 y cuarto. Respondí para empezar a acumularretos ganados. Así era cuando mi abuelo nos visitaba. Yo teníaque estar alerta para poder cumplir con todos los retos. Pudehacerlo bien ya que en visitas anteriores el abuelo me llenaba deretos para aprender a leer el reloj. Pincha el reloj de mi abuelo ysabrás como lo he hecho.

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-¡Ja, ja, ja!- interrumpió mi abuelo con una gran carcajada que ensordeció a todos. Era unfrío sábado y aunque un gran sol empezaba a aparecer tuvimos que cerrar rápidamentela puerta de la casa para que nuestros huesos permanecieran calientitos. Así decía mimamá.

-Santi, hoy me voy con tu abuela a las 5 de la tarde, tienes tiempo para solucionarlo.Pero, y a tu abuela, ¿la vas a saludar? Inquirió mi abuelo.

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-Mira Santi, tus caramelos preferidos. ¿Cuánto has crecido?¿Cuánto estás midiendo? Demasiadas preguntas juntas: lasque hacia mi abuelo, mi abuela y las mías propias.

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No tardamos en cerrar la puerta cuando mi mamá apareció con peinilla en mano,pañuelitos húmedos, chaqueta, cepillo de dientes, zapatos... ¿Qué otras cosas traíaen una bolsa y para qué?

-Mamá, por favor, ya tengo 7 años. Ya puedo bañarme, peinarme, vestirme sólo yhasta ...-dije sin poder terminar porque mi mamá introdujo el cepillo en mi boca enel momento en que pretendía decir que podía servirme un cereal.

A ella le hubiera dado un patatús de solo pensar que bajaba el cereal con unbanquito que teníamos en la cocina y que yo no tenía ninguna dificultad para abrirla nevera y sacar la leche y servirla.

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-Calla, ven te cepillo los dientes mientras tu

hermana te pone la chaqueta y los zapatos. ¡Juana!

ven a ayudarme con tu hermano- gritó mi mamá.

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Mis abuelos venían de un lugar hermoso, lleno de plantas, de colores

vivos y habían dejado a Lucy, la ternerita que nos regaló nuestra

abuelita y que podíamos cuidar cuando íbamos a visitarlos.

Mi abuelita recibió, de mi mamá, los zapatos y la chaqueta y me las

entregó. Todos quedaron paralizados. Mi mamá había dicho…había

dado una orden a mi hermana. ¡Cómo contrariarla!

- ¡No mamá!, el no sabe hacerlo, es muy pequeño- Dijo mi madre.

Mi abuelo, Juana y Yo nos miramos sorprendidos, no queríamos

escuchar a mamá diciendo que cuando fuera más grande lo haría solo

y bla bla bla bla… todo lo que nos repetía siempre que Juana o yo

protestábamos por esto.

Oh sorpresa, mamá no dijo nada, miro a la abuela con ternura, me

miró a mi con angustia y a mi hermana algo enojada, quizas por que la

desobedeció.

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¡Abuelita, con tu dulzura lo lograbas todo! Ella entregó amis padres las mantecadas que disfrutaban con el tinto delas mañanas. Los tranquilizó diciéndoles que ellos iban aestar ahí acompañándonos, que podían salir a hacer susvueltas sin angustias.

-Déjame ver cómo lo haces- me dijo mi abuelita y abrió susojos tan grandes que parecía un telescopio. Asentía con sucabeza para decirme que yo estaba amarrando muy bienmis zapatos, aunque solo hacía nudos.

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-¿Cuántos niños hay en tu salón? – Preguntó mi

abuelo

-15- respondí rápidamente pensando que era un reto

más.

¿Cuántos pares de pies tienen entre todos? ¿Cuántos

zapatos llevan puestos entre todos?- dijo mi abuelo

para reducir la tensión que se estaba produciendo.

Mis padres se despidieron de mis abuelos y de

todas las recomendaciones a Juana: debía tender mi

recoger mi ropa, cepillar mis dientes, hacer mis

años. Yo solo tenía dos años menos que ella.

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Finalmente, mis padres salieron bien cubiertos: chaqueta, guantes, bufanda y hasta sombrilla. ¿Cómo lo sabían? las nubes negras, el sol, el frío y… empezó un fuerte aguacero. ¿Qué hora era? La risa de mi abuelo me indicaba que debía darle solución a su primer reto.

Mientras yo recordaba a mis compañeros ybuscaba la respuesta para PARES, mi abuelitame mostraba cómo hacer los lazos en loscordones. Los deshacía y yo lo volvía a hacer.

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Mientras practicaba con mis enredos,digo nudos, digo lazos, llegó mi hermanacon un cartel:

La verdad creo quemi abuelo se lo ayudóa hacer, pero preferíno decir NADA.

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¿Qué iba a pasar cuando llegara mi mamá y se enterarade esta protesta? Ahora, ¿quién iba a encargarse de miscosas? Si yo tenía que hacer lo mío ¿Cómo lo haría si nosabía cómo hacerlo? Más preguntas sin resolver.

-¡Hurra! Ya puedo amarrar mis cordones. Mira abuelitolo que me enseño mi Bue- Yo lo hacía con tantapropiedad que hubiera podido participar en un

campeonato y hubiera ganado.

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-¡Muéstrame tu cuarto, Santi!- dijo mi

abuelito.

Yo tenía mis juguetes por todos lados, los

vasos donde tomaba mi lechecita con

cereal, las telas para armar las carpas que

colgaban por todos lados y mis zapatos

formaban una gran montaña para que mis

soldados la escalaran.

Ya debe estar todo organizado- pensé. Mi

mamá le había dado esa orden a mi

hermana. Y, ¿si ella había cumplido lo que

escribió en el cartel?

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Mi abuelo empezó a mostrarme cómo hacer para quelos soldados dejaran la montaña escalada en el lugarque le correspondía. Armé las carpas de exploradorescon mi abuelo y luego de terminar la excursiónvolvieron a las tulas para un próximo viaje. Losjuguetes, mágicamente, retornaron a sus espacios,donde se acomodaron para compartir unos con otros.

Y… los vasos desocupados… aún permanecían en suslugares. ¡Qué ricas leches habían compartido conmigo!¿Qué hacer con ellos? descubrí la pregunta en lamirada de mi abuelo. Sin decir una sola palabra, en unabolsa deposité los vasos desechables y los llevé a lacocina.

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-¡Sorpresa! Ya llegamos. Es hora de almorzar. Mesorprendieron mis padres cuando ubicaba los vasos en labolsa que tenía mi mamá para seleccionar la basura.

Me siento orgulloso. Hoy compartí con mis abuelitos, jugué,comprendí a mi hermana, amarré mis zapatos, organicé micuarto… aprenderé a cepillarme los dientes y a tender micama y puedo decir:

Aunque no eran las cinco de la tarde, hora en que misabuelos partían, yo ya tenía todas las respuestas.

¡Gracias abuelos, yo ya crecí!