Mapa De Poemas Para Un Espiritu Sin Rumbo

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Mapa de poemas para un espíritu sin rumbo Rodrigo Federico Eugui Ferrari Al lector: Fiel amigo mío, a ti te dedico esta obra, fruto de tres años de profunda tristeza y soledad espiritual. Espero que la misma te encamine a hallar las respuestas que tanto buscas. El autor.

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Es el título de un poemario que contiene más de 50 composiciones (la mayoría de las cuales están numeradas), y un muy conciso relato al final.

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Mapa de poemas para un espíritu

sin rumbo

Rodrigo Federico Eugui Ferrari

Al lector:

Fiel amigo mío, a ti te dedico esta obra, fruto de tres años de

profunda tristeza y soledad espiritual. Espero que la misma te

encamine a hallar las respuestas que tanto buscas.

El autor.

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Derechos de Autor Uruguay 2009

Inscripto en el libro 31 del Registro con el número 1336La reproducción de esta obra a través de medios ópticos, electrónicos, químicos, fotográficos o de fotocopias está permitida; al igual que la traducción de la

misma respetando su contenido.

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La Sombra

Sentado en un banco vacío,

en un parque desolado,

miro un atardecer entristecido

cuya imagen dibuja un puro lago.

Un extraño murmullo del viento

penetra en lo más profundo de mi alma,

confundiendo el pensamiento

y arrebatándome la calma.

Inquieto por aquella presencia misteriosa,

me dirijo a la orilla del lago,

y un suave perfume de rosa

deja a mi corazón algo mareado.

Bajando mi melancólica y cansada mirada

para ver mi rostro en el agua cristalina,

la silueta de una sombra reflejada

me puso la piel de gallina.

Tenía dos grandes ojos rojos

que me miraban fijamente,

haciendo que reviviera recuerdos dolorosos

y paralizaran mi mente.

Juntando valor y aliento,

volteé para atrás velozmente,

mas sólo escuché al solitario viento,

escapándose de mi vista el oscuro ente.

Dejando caer una lágrima en el camino,

salgo corriendo de ese tenebroso lugar,

y veo, en lo alto de un pino,

un cuervo a punto de volar.

Creyendo que todo era una pesadilla,

cierro los ojos y sueño estar en mi hogar,

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pero al despertar sólo veo oscuridad

y escucho las campanas de la capilla.

Guardando en un bolsillo mi reloj,

camino por una calle solitaria y fría,

y al ver una hamaca moverse estando vacía,

expulso un aire de gran temor.

Entonces, siento un respiro en el oído,

que deja a mi corazón paralizado,

y como un niño asustado,

salgo corriendo de ese sitio sombrío.

Escapando el reloj de mi bolsillo, lo dejé tirado en el suelo,

pues sabía que, si me detenía,

esa cosa me atraparía,

y perdería algo más valioso que un recuerdo de mi abuelo.

Una carcajada fantasmal

me arrebata un último latido,

mas pude dar un gran suspiro

pues ya estaba en el zaguán de mi hogar.

Saqué una llave y la coloqué en el cerrojo de la puerta

que, para mi sorpresa, ya estaba abierta.

Entré a mi casa muy rápidamente,

escapándome de la presencia del tenebroso ente.

El silencio y el frío de su interior

necesitaban ser aplacados por un confortable calor.

Fui a la vieja chimenea

y puse unos troncos de madera.

Las llamas de la fogata crecían con altura,

demostrando ligereza y gran bravura.

El fuego dibujaba en la pared iluminada

los espectros de las figuras de una mesa adornada.

Saqué de la biblioteca un libro de moral,

cuyas hojas amarillentas denotaban sabiduría ancestral,

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y me senté en un cómodo sillón

a buscar respuestas en su interior.

Perdido en la lectura

no percibo que algo entra por una ranura;

y al escuchar en la ventana un chasquido,

cierro el libro y voy al lugar de donde provino el ruido.

Al no ver absolutamente nada,

regreso a retomar la actividad iniciada;

mas, cuando lo hago,

encuentro al ejemplar completamente quemado.

Sus cenizas me indicaban una tijera afilada,

que de no ser por una oportuna campanada,

que me hizo recuperar la cordura,

seguramente, esa noche, habría cometido una locura.

Con tal de refrescar mi pálido rostro sudado,

caminé hacia el baño algo mareado.

Giré fuertemente la perilla

y lavé mi cara con el agua de la canilla.

El relajante sonido de la corriente fluvial

logró a mi mete tranquilizar.

Recuperando la paz, empecé a pensar con claridad,

atribuyendo a los hechos un sentido de casualidad.

Habiendo encontrado una solución racional,

olvidé el asunto y me fui a descansar.

Acostado en mi complacido lecho,

miro adormecido las figuras del techo.

Y cuando el sueño me estaba por llevar,

un golpe seco me hizo despertar.

Algo que merodeaba en el hall

abrió el piano y comenzó a tocar.

Unos crujidos en las tablas de madera

delataban que alguien subía por las escaleras.

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Las llamas de la chimenea, que desde lo alto se veían,

dibujaban la silueta de una persona que ascendía.

Escondido debajo del acolchado,

me hallaba temblando aterrado.

Y cuando el ruido cesó, levanté mi cabeza de la almohada,

y comencé a buscar al intruso con la mirada.

Entonces vi, bien enfrente de mi cama,

la sombra de un hombre que me observaba.

Con el cuerpo totalmente paralizado,

la reconocí por sus ojos ensangrentados.

“¡Aléjate de mí!”,

le grité al ser infeliz;

y luego de un rápido parpadeo

sentí un frío entre los dedos.

Lo que fuera que fuese se había ido,

librando al ambiente de ese aire tétrico y sombrío.

El silencio reinaba nuevamente

y el miedo se apagó finalmente.

Una fresca brisa entró por la ventana,

corriendo las cortinas y levantando la persiana.

Contemplando la Luna,

recordé una vieja canción de cuna.

Nunca más volví a ver a ese oscuro ser,

pero, por miedo de que vuelva a aparecer,

dejo todas las noches una vela encendida,

y rezo para que no atrape a otra alma desprevenida.

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I

En la rama de un árbol,

me encuentro sentado mirando el diluvio.

Las gotas se deslizan en mi pelo

y caen en mis ojos, ya humedecidos.

Un ave vuela entre las nubes grises,

y se pierde en esa tristeza humeante.

Los débiles rayos del sol

intentan acariciar mi rostro.

Y cuando miro mis dedos arrugados,

empiezan a llover plumas del cielo;

y una suave brisa me señala a lo lejos

un par de puertas abiertas.

II

Sentado en el tallo de una flor,

agarro un panadero que flotaba en el aire;

y como si fuese un niño,

me lanzo a volar en el cielo azul.

Los árboles me saludaban a lo lejos,

y un puro lago encandiló mis ojos.

El viento jugaba conmigo,

y una bandada de aves me cantó una vieja sonata.

Y cuando llegó el atardecer,

mis ojos dejaron caer una lágrima,

que arrancó el pétalo de una flor

y rompió con la armonía del bosque.

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III

En un banco vacío,

iluminado por la luz de un foco,

en el medio de una noche sombría,

me siento a recordar viejos y tristes versos.

Una caricia de hojas toca mis helados pies,

y una suave música de piano se escucha en el aire.

El fantasmal silbido del viento

me avisa que ya es hora de partir.

Antes de marcharme,

suelto un par de poemas escritos

y dejo que el cielo los guarde.

Ahora, caminaré por la senda del silencio.

IV

En lo alto de un balcón,

mirando un nostálgico atardecer

y tocando un mágico piano,

me encuentro consumido en el recuerdo.

Una bandada de aves,

dominada por la melodía de mi música,

flotaba en el cerúleo cielo,

donde el aire parecía estar purificado.

Y cuando la oscuridad ocultó mis manos,

mis ojos, ya mojados por el rocío,

perdieron la mirada en las sombras,

buscando, tal vez, el consuelo de algún amigo perdido.

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V

En un castillo de piedra,

entre medio de un bosque de palmeras,

en una isla de nubes,

vivía un ángel sin alas.

Dormido en el paraíso,

no percibió que una gaviota,

esa calma monótona emplumada,

dejó caer un anillo de recuerdos.

Al despertar de ese mágico sueño,

sintió como lo gris de la ceniza

formaba un nudo en su garganta.

Y su corazón dejó de latir…

VI

El viejo pupitre del estudiante

se encuentra adormecido en el aula.

Espera, callado en la melancolía,

a que las lágrimas mojen su madera.

Y en un rincón solitario,

un escritorio recuerda mágicas anécdotas

de cuando el maestro escribía sobre su espalda,

y de cuando guardaba el botín del niño.

Una maseta rajada

guarda las cenizas de una planta muerta.

Y ya no se escuchan las risas,

y ya no se ve el silencio.

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VII

En un mar de sombras

flotaba la mirada de un infante.

¡Toma mi mano, inocente niño,

y vuela conmigo hacia el horizonte!

Guiado por una suave brisa,

llegué a una ciudad fantasma.

Perdida en el recuerdo,

su suspiro recorría sus plazas vacías.

Esperé, sentado en un viejo roble,

a que un tren sin destino pasara.

Y cuando se bajó el telón,

me di cuenta que no estaba solo.

VIII

En un paraíso lejano,

las flores despiden perfume de amor,

las nubes forman capullos de azúcar,

y las campanas repican canciones de perdón.

Las personas no ven sus rostros,

pero escuchan su voz.

Observan las maravillas de este mundo

sentadas en un banco bajo el sol.

Si quieres entrar en esta fantasía,

empieza por abrir tu corazón.

Recuerda momentos de cuando eras ingenuo,

y volarás en un barco sin motor.

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IX

Auditorio de colores,

despierta mi ánimo adormecido.

Opacas burbujas de papel

vuelan por un mar sin agua.

En la cima de un gran pino

se encuentra un corazón emplumado.

¡Levántate, inocente criatura,

y deja que la pureza te abrigue!

Frío soplo de susurros,

calienta mi mente helada.

Las pasiones son gotas

que caen de una cascada.

X

Suspendida en el cielo,

una blanca tina despedía

pompas de jabón al aire

y perfume de rosas al suelo.

En la antena de un edificio

se posan las notas musicales,

y en las ramas de un olivo

revolotean las letras del alfabeto.

En un campo de agua

saltan números de papel,

y en un mar de madera

resbalan lágrimas de acero.

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XI

En la oscuridad de la noche,

me encuentro al borde de un precipicio.

Miro angustiado aquel vacío

y pienso cerrar aquel viejo libro.

La Luna es testigo

de lo que vaya a hacer esta noche.

¡Oh, si pudiera oír una última vez

aquella suave música de piano!

La fría brisa sacude mis cabellos

y el reloj marca las doce.

Siento una caricia de ángel;

ya es hora de partir…

XII

En el medio de un triste lago,

a la luz de la luna,

me encuentro en un bote

pescando consuelos de amor.

Las grises y grandes nubes

me incitan a olvidar viejas penas.

Creo que he visto a un ángel

estirarme su mano desde el cielo.

Sintiendo el murmullo del viento,

me zambullo en las serenas aguas de aquel lago.

Nado hasta perderme en unos árboles,

donde sus raíces mezan la cuna que me han formado.

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XIII

Sentado en la aguja de un reloj,

vi volar libros emplumados;

escuché el canto de las estatuas

y sentí el beso de las hojas.

Un ángel que pasaba

se detuvo a hablar conmigo.

¡Cuan extraña era su alegría

que congeló mis dedos al tocarlo!

Escapando a un bostezo de sol,

mi amigo me palmeó la espalda

y abrió sus doradas alas.

En ese momento, me di cuenta que estaba solo.

XIV

Los recuerdos de un salón vacío

atormentan al joven estudiante.

Sentir que está escribiendo solo en un banco

me hace recorrer las aulas para encontrarlo.

Un murmullo descuidado

se pasea por las aulas del liceo.

Y un rayo de luz tenue

se posa en un viejo pupitre.

Encontrándose escritos los pizarrones,

me detuve a leer lo que decían.

¡Como hieren las palabras

cuando comprendes su significado!

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XV

Nidos de celeste bruma

tejen esas flechas con plumas.

Una suave brisa las acaricia

mientras cantan un alegre bullicio.

Caminando por el parque,

me secuestró la visión una bandada de colores.

Y un caleidoscopio de sonidos

quitaron las gafas de mis oídos.

Nunca más sentiré

esa pasión hacia lo conocido.

¡No permitas, solitario amigo,

que las dagas apuñalen tu mente!

XVI

Un ave se posó en una nube,

y cayeron sus blancas plumas en la plaza.

Ahora juegan con ellas los infantes,

ocultando al mendigo su pobreza.

Un mágico brote nace entre las piedras,

desprendiendo un perfume de jazmín.

¡Cuídenlo, y no dejen que la malicia humana

quiebre su débil y delgado tallo!

Una enredadera de mentiras

trepa por los oídos de los inocentes.

¡Corten esa planta, se los suplico,

que lastima a la delicada rosa!

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XVII

Golondrinas multicolores,

¿pueden decirme hacia dónde vuelan?

Quiero acompañarlas en su viaje

pero todavía no apronté el equipaje.

¿Y si vamos al Ártico,

sólo para curar promesas rotas?

A donde sea que vayan,

recuerden que aquí las estaré esperando.

¡No partan todavía

que necesito escuchar una última canción!

Ya se fueron las alegrías,

alejándose hacia el sol.

XVIII

Corren tiempos de ignorancia,

donde la reflexión ya casi no existe.

Las personas se ven atormentadas

por malos pensamientos e ideas raras.

Somos pocos los iluminados

que poseemos el don del entendimiento.

Mas, por extraño que parezca,

casi nadie nos comprende.

Nuestras palabras son dagas

para personas necias y con oídos sordos.

Pero la necedad es fruto de nuestra culpa,

aquella que cometemos por permitirnos ser necios.

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XIX

Sentado en una nube gris,

en medio de una noche serena,

escuchaba el suave perfume de un piano

que tocaba un ángel distraído.

Miré como la dama blanca,

envuelta en melancólica nostalgia,

bailaba la dulce melodía

al compás de un lucero apagado.

Y cuando la brisa meceó los árboles,

me acosté en un colchón de hojas.

¡Busca, soñador eterno,

la calma de un bosque lejano!

XX

Un fuerte olor a azufre

desprende el hombre que de negro viste.

¡Mirad su gran sonrisa

y apreciad nuestra desgracia!

Mas los niños le creen

y las madres le alaban.

¡Ingenuos son los cobardes

que no se atreven a enfrentarlo!

Y cuando caiga la noche,

el rocío caerá del cielo,

y los niños lamentarán haberle creído

y las madres haberlo alabado.

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XXI

Plumas de pájaros escuchan mis oídos.

Esa suave melodía divina,

rompe con el silencio de la oscuridad

y me trae nostalgia perdida.

¡Cuan fuerte es el vidrio

que su transparencia produce tristeza!

La suave almohada de sueños

amortiguará mi ligera caída.

Y si un niño me pregunta

cómo se puede pensar adecuadamente,

le contestaré al oído

“hijo sólo escucha el canto de las aves”.

XXII

Laberinto de dudas,

me pierdo en tu arrogancia.

La llave del árbol se encuentra

donde los niños ahora juegan.

¡Dejen que lo ángeles canten,

no interrumpan su melodía!

Sólo piensa en las nubes,

y dime si son sueños de plumas.

Y cuando el anciano llega al parque,

se sienta a alimentar a las aves.

¡Vuelen, duendes con alas,

y cuéntenme que se siente tocar el cielo!

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XXIII

Sentado en un banco,

me encuentro mirando el silencio.

Los árboles me hablan,

pero yo sueño con los ojos abiertos.

Sentir el aire fresco

es como acariciar un espejismo.

Veo el sol que ilumina

la sombra de una vieja estatua.

Me saludan las aves,

y me invitan a volar con ellas.

“¡Espérenme!”, les gritaba,

“…que pronto conseguiré mis alas”.

XXIV

Alas de cartón

y sueños de vapor,

es todo lo que necesito

para escribir con pasión.

Tristes días grises,

me arrancaron el amor,

que, sin saberlo,

se escapó de mi corazón.

Arpón de desilusiones,

creaste a un poeta.

¡Mátame ahora, bravo arquero,

usando tu gran ballesta!

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XXV

Tengo todo el tiempo del mundo,

pero sólo para amigos.

Si piensas que son para ti estos versos,

recuerda que mi tiempo es tuyo.

Escribiendo bajo la lluvia,

se encuentra ahora mi desolada alma.

Hace ya cinco años que he perdido

el don de sentir el frío nuevamente.

Y el viento me arroja cosas

que mi pelo recoge.

Desearía que mi alma recogiese

lo que los sentidos no pueden.

XXVI

Aparece el sol, y su calor también,

mas mi vida es fría.

Pienso que ni el sol podrá darme

lo que el tiempo no puedo.

¡Escuchad ese sonido,

ese hermoso campaneo de la iglesia!

Solo esa música es mi aliada

en mi lucha contra la soledad.

Y el frío aparece nuevamente,

y yo luchar ya no puedo.

Pero mi corazón sabe

que tú recordarás estos versos.

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XXVII

Rencor es lo que siento,

y escribiendo apago esa llama

que de mi corazón se ha apoderado.

¡Llama desgraciada, apágate ahora!

Cuando los capullos florecen,

la hermosura de la flor dura un día.

Lo mismo ocurre con las personas:

cuando despiertan de un sueño, atacan.

Mas los indefensos, los infelices,

no podemos contrarrestar esa ira,

que con cada decepción crece

hasta apoderarse de nuestro corazón.

XXVIII

¿Qué es la soledad?

Es la razón por la cual

la gente no sabe sentir,

aunque pretenda fingir.

No es más que la idea

de aquel que piensa estar acompañado.

No es más que la vida del hombre.

¡Dense cuenta que la mentira está presente!

Maldita sea la verdad,

aunque me cueste creerlo.

El hombre no está solo;

está acompañado, nada más.

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XXIX

Entonces, me desperté en un bosque.

No había árboles, sino hojas;

y de una fuente brotaba agua,

que parecía oro líquido de sólo verla.

Miré hacia arriba del manto verde,

y descubrí cúmulos de nieve.

Tan bellos eran, que reflejaban mi rostro.

¡Pureza divina, limpia mi alma!

No quería abandonar mi bosque,

pero, ¿qué podía hacer para quedarme?

Sentí una brisa de rosas marchitas,

y mis ojos vieron la luz del alba.

XXX

Cada vez que sueño despierto

lastimo a personas inocentes.

¿Qué puedo hacer

para vivir en mi mundo sin dolor?

Escribir es mi boleto al paraíso,

al cual yo anhelo llegar.

Y si un mar de lágrimas me lo impiden,

pues que corra sangre, que yo me voy a quedar.

Y cien días esperaré

a que me sea devuelta la pasión,

que sin ella no puedo escribir,

y al paraíso no podré ir.

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XXXI

Dulce autismo,

fiel amigo de la melancolía,

gracias a ti, efecto indigno de mi ser,

puedo transformar la tristeza en alegría.

¡Oh realidad, que cruda eres!

Sueño locura, y despierto triste.

¿Por qué eres así conmigo?

Te comprendo, porque yo soy así contigo.

Espero que en unos años

pueda volver a ser niño,

para así recordar tiempos

en los que me sentía comprendido.

XXXII

No me gustan las mentiras,

más aún unas tan dolidas.

“Confía en mí”- me dijo,

y luego revela lo escondido.

¿Será éste un fin ameno,

o el principio de un dolor profundo?

¡No oculten el llanto,

no se avergüencen de su orgullo!

Sientan lo que he sentido,

vivan lo que he vivido;

y comprenderán entonces

que la vida es un mar de olvidos.

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XXXIII

Llueven hojas del cielo

y caen en el medio de un campo.

¡Oh, si pudiera estar allí

vería el color de la nube!

Y cuando el niño corre en el agua,

me veo volar sonriente.

Mas cuando huelo el perfume del lirio,

siento el vacío del lago.

Aquel día de lluvia

supe contener mi tristeza.

Ahora soy un hombre desalmado,

pues la primavera se ha olvidado de mí.

XXXIV

Suave aroma a fresas

que se encuentra en el abismo,

déjame olerte una vez más

para así volver a renacer.

Ya no encuentro paz en este mundo,

y tampoco la encontraré en otro.

¡Si pudiera ver la alegría,

seguro oiría la tristeza!

No permitas que el canario escape,

pues nunca lo volverás a ver.

Deja correr el fuego del manantial,

y sentirás el ardor en tu mano.

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XXXV

Mar abierto de pasiones olvidadas,

lava mi corazón con tu calma,

activa mi mente con tu bravura

y lastima mi alma con tu ternura.

Suave lluvia de lágrimas,

mojen al lirio que da lástima.

¡Yo soy el manantial de donde brotan

arroyos de deseos y ríos de esperanzas rotas!

Cielo tranquilo y apacible,

permite que yo sea admisible;

déjame volar por encima de los mares

como si fuese un soñador o un amante.

XXXVI

Cascada de colores

en la que flotan peces sin amores,

moja mi frente con tus pasiones

y olvida viejos rencores.

Perfume que escuchan mis oídos,

como si fuera un silencio sombrío,

déjame hablar de amoríos

que han hecho de mí un hombre impío.

Suave pluma de piedra

que conviertes el aire en tierra,

cambia el color de la rosa negra

y agrégale en su interior una perla.

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XXXVII

En este siglo, lo injusto es justo,

la tristeza de uno es alegría para otro.

¡Que hermoso que es este siglo,

todos estamos rebosantes de alegría y cariño!

La maldad me acecha constantemente,

y las sombras me amparan;

mas aún el frío es mi compañía,

y la falsedad siempre está presente.

No busques un apretón de manos,

pues puede aparecer un puñal

que se hunde en tu pecho

y te deja sin sentimientos.

XXXVIII

Lágrimas de piedra

llora el iluso enamorado.

¡Deja de llorar, te lo pido,

que la razón no contesta al corazón!

Cuan deseoso es el árbol

que espera dar frutos.

Mas los granizos le acechan

e hieren su dura corteza.

Lamento no poder ayudar

al árbol que hoy sufre.

¡Odio ser preso

de la jaula de mi destino!

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XXXIX

Suave cabello de ángel

que miras por la ventana

a un hombre convertido en niño,

¡cúbreme y llévame lejos de aquí!

Caminando por el desierto,

busco un manantial de promesas,

que una muchacha me ha dicho,

cura los deseos de tristeza.

Y cuando veo el sol naciente,

siento un apretón en mi mano.

“No me sueltes nunca”, me dice,

“…y ven conmigo al cielo.”

XL

No confíes en una persona,

por más buena que ésta parezca,

después vienen los olvidos,

acompañados por dolor y tristeza.

Jamás seas soberbio contigo mismo,

pues la soberbia trae desgracia

que no se cura con amor,

sino con lágrimas.

No pienses en lo impensable,

no evoques la confianza;

y sobre todo,

nunca tengas lástima.

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XLI

Las hojas verdes prevalecen

ante las marchitas;

mas las segundas son esclavas

de un amor extinto.

Las hojas verdes son jóvenes,

llenas de savia que las recorre,

y llenas de ideas que las envenenan,

ya sea por dentro o por fuera.

Cuando se siembra la duda

la mente trabaja y el cuerpo de debilita,

pues el único alimento que recibe

es el fruto de la amargura.

XLII

Los pájaros vuelan bajo,

y las nubes grises se tornan.

¡¿Cómo puedo ver la luz del sol

si tengo los ojos cerrados?!

Cuando recibo un beso en la frente,

una cachetada golpea mi mejilla.

¡¿Por qué soy esclavo de mis sueños

y amo de mis pesadillas?!

Al sentir un susurro en el oído,

mi cuerpo revive y mi corazón activa mi mente;

pero la alegría cesa cuando abro los ojos

y me pongo a observar el mundo en el cual vivo.

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XLIII

Cuando veo volar a los pájaros,

siento que mi alma lo hace también.

Cuando escucho su canto,

el sol ilumina el lago de la pasión.

¡Lo que daría por tener alas

para así volar yo también!

Llegar a las nubes y tocarlas,

sentirme feliz por una vez.

Compañero soñador, hermano poeta,

te pregunto algo que a mí me cuesta entender:

¿podemos ser felices si somos

prisioneros de nuestro arte?

XLIV

Me han lanzado una flecha

que hiere a mi corazón

y congela mi cerebro,

pero perfecciona mi intuición.

Dejé pasar libremente a mi paloma;

ignorándola, ni siquiera me

detuve a mirarla,

mas ella sembró en mí deseo y amor.

¡Cuan estúpido fui!

Permití que el orgullo me consumiese,

y así logré perder mi salvación.

Nunca dejes que lo mismo te suceda a ti.

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XLV

Las duras espinas de la enredadera

aprisionan a la mariposa en su jaula.

¡Dejen que vuelen los colores

y respiren el sonido del silencio!

Claman por amor los lujuriosos,

por felicidad los avaros.

Yo pido pasión en mi vida,

pues las cenizas consumen la llama que poseo.

¡Lo que daría por ver el deseo

y degustar con placer un amanecer!

Pero recuerdo que vivo en un vórtice,

donde la tristeza no encuentra fin.

XLVI

A mitad de un sendero caluroso

un viento gélido rozó el cuello del infante,

y una brisa de culpa mojó sus dedos,

los cuales se negaban a ser humedecidos.

Cuando las paredes de un sueño se desmoronan,

las ilusiones se transforman en pesadillas

que quebrantan el alma

y secan el manantial de la esperanza.

¡Ven a mí estrella de algodón,

ilumina mi vida como si fueras una vela!

Escucho las risas de las flores,

y siento que ellas me piden que las acompañe.

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XLVII

Cuando la ciudad está vacía,

el infante puede jugar tranquilo.

Los árboles cuidan de él

y las aves anidan en su pecho.

Cuando el mar se encuentra calmo,

la gaviota puede cazar al pez.

Pero cuando los tambores son golpeados,

las olas arrebatan el fruto más deseado.

El suero de la melancolía

purifica a la lluvia invernal.

Y cuando una piedra llora,

los ángeles ríen.

XLVIII

El blanco tul del carbón

revela el odio en el amor.

Si la arena fuese tierra,

el fruto de lo inimaginable sería vida.

Y el cisne voló toda la noche,

y la chicharra cantó todo el día

Desearía vivir en un árbol,

en el cual brotasen las hojas de la soledad.

Veo el horizonte en el agua

y escucho el caudal en el cielo.

Mi mente refleja el vicio

de vivir estando muerto.

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XLIX

Cuando siento el sonido

de los árboles en el galpón,

me siento triste,

no sé por que razón.

Ese murmullo de ángeles

me da la sensación

de una tranquilidad profunda

que comienza en el alma y culmina en el corazón.

¡Oh, si pudiera cambiar la brisa por el campo,

el encierro por la libertad,

sentiría la brisa celestial

y no el deseo de sentirla!

L

No existen los molinos

que harina puedan producir,

pues las aspas están construidas

con retazos de tela de la peor calidad.

La soledad es el hombre

que ha aprendido a pensar,

que la vida da frutos

si en nadie ha de confiar.

No pensemos en lo imposible,

pues la vida lo es;

estate atento al rocío

que el campo ha de presentar.

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Lágrima de mármol

Cierto recuerdo de un lloroso ocaso

trajo consuelo a mi acïaga alma,

cuando una yerta figura de dama

toca la cruz que me mantiene aspado.

Fiel compañera del silencio arcano,

guarda un heroico serafín con arpa;

sufre el abrazo de una alada planta,

vive la calma de un Edén opaco.

Musa con nimbo de laurel y aneldo,

vítrea mirada de inocente pobra,

corre veneno por su pecho enhiesto.

Tiesa agüarda al Redentor sin sombra,

tiesa agüarda su retorno incierto

mientras el tiempo sus cabellos corta.

Soneto a Juana de América

Bajo el amparo de un olivo apreso,

dama de roble y cenobial bismuto

pinta poesía a un eremita acuto,

léxico ovante al corazón y al seso.

Musa que ergue al creador avieso,

posa una urpila en su hombro enjuto,

lustra la brisa entre su pelo hirsuto,

numen que guare al sentimiento leso.

Céfiro afable convertido en estro

corta la etusa que envenena a Eros,

templa el tormento de un amor siniestro.

Sola contempla una amación de omeros,

mustios luceros de poeta diestro,

flébil ceniza de exquisitos tueros.

Page 33: Mapa De Poemas Para Un Espiritu Sin Rumbo

Eubolia erótica

Llueve, y el viento susurró su nombre.

Piel que siente ese murmullo fiel,

suave caricia que salvó mi rey,

flébil recuerdo sepultado en sobres.

Ruge el etéreo que lanza a mi tez

gotas que besan la lesión de arpones.

Lloran las ranas una endecha noble,

música blanca que secó mi erguén.

Torres de vida fantasean mansas

bodas de nubes en el mar dorado

¡ponto golpeado por vïejas anclas!

Luto de plumas guardarán las armas

cuando enmudezcan a los cisnes santos.

Llueve, y el viento se llevó las cartas.

Rusia

Madre teñida de trabajo y sangre

surca tus prados un salvaje arado,

hecho con manos de sudor honrado,

hecho con cuerdas del batón de un ángel.

Bailan infantes de diversas etnias

mientras sïembran tus fecundos campos.

Muestra un cosaco su tizona al astro,

tiemblan los arcos que disparan flechas.

Vierte una dama su esperanza al Volga,

fiel emisario de promesas rotas.

Flores que caen de una rama floja

abren las puertas del palacio áulico.

Pinta la historia el singular mosaico,

taiga que esconde una tonada ignota.

Page 34: Mapa De Poemas Para Un Espiritu Sin Rumbo

“Nunca más mi amor, nunca más”

En esos días en que la melancolía abre viejas heridas causadas por el

travieso Cupido, confundiendo al corazón y abatiendo al espíritu, mi

mente busca una escapatoria a esa extraña tristeza, aparentemente

sin sentido, revolviendo en el viejo baúl de los recuerdos. En ese

momento en que la imagen de esa bella y pura dama, dueña absoluta

de mi corazón, se apropia de mis pensamientos, obligándome a

revivir ese intenso dolor pasional de haberla perdido; una historia

resurge de lo más profundo de mi memoria, levantándome el ánimo

e iluminándome el alma con esperanza.

Cierta vez, estando en un bar, ubicado, en ese entonces, en la zona

céntrica de mi departamento, bebiendo un café y tratando de

finalizar una obra, se presenta ante mí un hombre, ya mayor, que,

sinceramente, parecía el más feliz del mundo.

“Buenos días, m’hijo. ¿Escribiendo?”-me pregunta con una gran

sonrisa en el rostro, y con un tono que, quien lo escuchase, creería

que me conocía de toda la vida.

“Si, eso intento”-le respondo molesto y sin siquiera mirarlo, como

quien trata a un animal y no a un ser humano.

El hombre, en vez de enojarse y reprender mi actitud (que sería lo

que me merecía por haberlo tratado así), parece comprender mi

desequilibrado estado anímico, consecuencia de una reciente pérdida

amorosa, y comienza a hablarme con paciencia y sabiduría (virtudes

atribuidas a la vejez), tratando de animarme.

Sus profundas palabras captaron de inmediato mi atención, logrando

que soltara el lápiz y cerrara el cuaderno, con el único objetivo de

escucharlo, como un niño que oye atentamente a su abuelo narrar

historias fantásticas, donde existen héroes y dragones.

La conversación se extendió por más de dos horas. Hablamos, entre

otras cosas, de experiencias vividas, amores imposibles y desgracias

ajenas. Pero algo que realmente conmovió mi espíritu, y se grabó

para siempre en mi memoria, fue cuando me contó la historia de

Valentín y Esperanza, dos enamorados empedernidos que desafiaron

al destino, cuya voluntad era separarlos.

Según mi amigo, en este mismo lugar, en los vaivenes de la década

del setenta, una pareja de jóvenes, llamados Valentín y Esperanza (él

Page 35: Mapa De Poemas Para Un Espiritu Sin Rumbo

uruguayo y ella argentina), pensaba sellar para siempre el mutuo

amor que los une.

Él, sacando de uno de sus dos bolsillos un par de alianzas (y

teniendo en el otro un poema inconcluso), se las enseña a ella, quien

con dulces lágrimas y una gran sonrisa, parece contestarle de

antemano “Acepto”.Y entre medio de tanta alegría y felicidad,

irrumpe, inesperadamente, un agente de la gendarmería, como una

piedra que cae violentamente en el agua, rompiendo toda armonía

existente.

Con pasos largos, cuyos golpes con el piso al caminar retumban en

las paredes de ese viejo bar, se dirige hacia Esperanza. Cuando llega,

lee de una lista el nombre completo de ella, y le pregunta si es

correcto. Mirando a Valentín a los ojos, y agarrándole la mano,

asiente con la cabeza. El gendarme avisa a la Central el dato, y le

comunica que deberá acompañarlo. Valentín, con el espíritu rebelde

y el corazón decidido, se niega a soltarla. Entonces, de un violento

empujón que lo voltea al piso, el agente logra separarlos y, muy

rápidamente, lleva a Esperanza hacia fuera, donde una camioneta los

esperaba. Ya estando en su interior, el vehículo arranca y se pierde

en la distancia.

(Nota: en una parte del relato, mi amigo me comenta que ella era

hija de un importante líder revolucionario, y que planeaban

utilizarla como chivo expiatorio para dar con su padre)

Inmediatamente que se recupera de la caída, Valentín corre hacia la

calle en busca de ella, pero ya era demasiado tarde. Profundamente

angustiado, y con el alma abatida, se sienta en el escalón de una casa

a llorar. Una señora, conmovida al verlo y siendo cómplice de las

circunstancias, se le acerca y, en tono maternal, le dice al oído el

lugar al que la llevaban. Secándose las lágrimas y con la frente en

alto, marchó decidido al sitio indicado, con el único propósito de

liberar a su amor cautivo.

Al llegar a esa fría y gris prisión (que en realidad era un cuartel),

entra y pregunta a un guardia disponible quién está al mando de la

misma. El oficial apunta hacia una oficina al final de un pasillo, y le

dice que golpeé la puerta antes de ingresar. Nuestro joven

enamorado camina por ese estrecho sendero, como un hombre

inocente que se dirige a un juicio, sabiendo que recibirá una condena

por algo que no ha cometido. Al llegar, se detiene y, juntando coraje

Page 36: Mapa De Poemas Para Un Espiritu Sin Rumbo

y valentía, toca la consistente puerta de madera. El eco del “toc-toc”

parecía el lamento de un fantasma.

“¡Adelante!”-se escucha una voz que provenía del interior de la

oficina.

Valentín entra a la misma, y lo atiende el mismísimo director del

cuartel.

“Buenas tardes, soy el Comandante a cargo de este centro. Me

acaban de informar que me andaba buscando. ¿Cuál es el

problema?”

“Mi novia acaba de ser arrestada, sin motivo aparente, y necesito

verla para saber cómo se encuentra. Por favor, comprenda que sin

ella yo no puedo vivir. Es como el aire para mí. Se lo suplico,

libérela. De ser preciso, yo asumiré cualquier cargo que se le

adjudica, con tal de que ella no sufra un minuto más de su vida.”

El comandante, mirándolo como si se tratase del peor de los

criminales, le responde molesto:

“Tu chica fue enviada a un centro de reclusión, ubicado en su pueblo

natal, en la provincia de Santa Fe, por disposición del gobierno

argentino. Nosotros sólo actuamos como intermediarios, cumpliendo

con las órdenes mandadas por nuestros superiores. Si quieres

quejarte, hazlo con alguien que realmente le interese el asunto. No

me hagas perder más tiempo, y aléjate de mi vista.”

Valentín, mirándolo a los ojos, le contesta firme y decidido:

“No me voy hasta que no me diga el número del pabellón en el cual

se encuentra. Tengo el derecho de…”

“¡Usted no tiene ningún derecho! Ahora lárguese si no quiere que lo

arreste por desacato a la autoridad.”-le grita enojado el regente.

Prestando atención a la orden, y con el corazón esperanzado, el

muchacho sale corriendo en busca de su amada.

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Rompiendo de un martillazo la alcancía, y con el espíritu repleto de

fe, invierte los ahorros de toda su vida en un pasaje, mágico mapa

que lo llevará hacia ella.

Partió de noche, a la luz de la luna, y luego de tres horas de viaje

arriba al lugar natal de su prometida. Cansado y somnoliento,

emprende la difícil tarea de encontrarla en alguno de los centros de

reclusión existentes en ese sitio. Alentado por el amor, y haciéndole

frente a la fatiga que, permanentemente, amenazaba con derribarlo,

la busca de prisión en prisión, de cuartel en cuartel, hasta llegar al

último de todos ellos. Era un lugar tan gris y custodiado, que parecía

convertir los sueños en pesadillas de solo verlo. Valentín, con un

gran esfuerzo, se dirige a hablar con el portero de la misma. Con los

ojos a punto de cerrárseles, como el sol en el atardecer, intenta mirar

en el interior de la oscura cabina, y pregunta por ella.

“Lo que usted quiere saber es información confidencial.

Lamentablemente, no se la puedo brindar. Le pido que se retire

inmediatamente de esta zona para evitar posibles inconvenientes.

Que tenga usted un buen día.”-le responde una voz espectral

proveniente de su interior.

Ignorando el aviso, y con el fuerte presentimiento de que su amor

estaba cautivo en ese sitio, realiza un último intento.

Ocultándose de la vista de los oficiales, se ubica detrás de la valla de

alambre que rodea a la prisión, frente a la ventana de una celda de la

misma. Con la escasa fuerza que le queda, alza la voz lo más que

puede, y comienza a leer aquel poema inconcluso que tenía guardado

en el otro bolsillo, que decía más o menos así:

“Cuando las olas amenazan derribar mi bote,

tú eres como una suave brisa que calma la tempestad.

Eres una flor con pétalos de pluma,

y tu hermosura vuela por el cerúleo cielo.

Y como si fuese una señal divina,

fuiste a caer en mi bolsillo.

¡Bendita seas amada mía,

por iluminarme el alma con tu perfume!

Sueño conque, algún día,

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fuésemos al río juntos y mirásemos el atardecer.”

Inspirado por la ilusión de que lo estuviese escuchando, decide

finalizar la obra, con dos versos que provenían de lo más profundo

de su corazón:

“Y cuando caiga la noche, a la luz de la luna,

caminaremos de la mano hacia el horizonte.”

Al terminar, espera ansioso una señal de ella. Mira aquella ventana

enrejada por un largo tiempo, con la esperanza de que asome su

triste rostro angelical, y que le diga, simplemente, “te amo”. Pero

nada de eso sucedió. Al darse cuenta que nunca aparecería, se aleja

de esa jaula de amores, caminando por una calle de tosca.

Sinceramente, me es imposible transmitir con palabras el sufrimiento

de ese joven; pero, por lo que sé, en el mismo momento en que se

marchaba, cayeron del cielo lágrimas de ángeles. En medio de la

lluvia, caminaba, solo y cabizbajo, hacia un lugar sin rumbo.

Desilusionado completamente, y consumido por la amargura,

escucha una voz que lo llama a lo lejos, diciéndole “¡Acepto, te

acepto mi amor!”. ¿Podría ser? Da la vuelta para verificar, y la ve,

golpeada y semidesnuda, esperándolo con los ojos abiertos y con una

gran sonrisa que, como escribió alguna vez Dante, parecía decirle al

ánimo “suspira”. Siempre que me imagino esta escena, dejo que se

cuele por el aire de la misma, la música de la canción “Le piano sur

la vague”, del talentosísimo Paul Mauriat, con la intención, quizás,

de “levantarme el espíritu”.

Venciendo al cansancio, Valentín corre a reencontrarse con ella, y la

alegría de ambos se transforma en un fuerte abrazo en medio del

diluvio. Las gotas de agua que caían de los cabellos de los

enamorados, mojando sus rostros, se mezclaban con las lágrimas,

purificándoles el alma. Nunca olvidaré que, cuando le pregunté a mi

amigo qué pasó después, él, simplemente, baja la cabeza y no me

contesta, como si el recuerdo se hubiera apoderado de su

pensamiento. Comprendí su silencio. Al rato, me mira a los ojos,

como si fuese su hijo, y me dice que se acerca a ella y, con los ojos

cerrados, le susurra al oído “Nunca más mi amor, nunca más”.