MEMÒRIES DE LA REIAL ACADÈMIA MALLORQUINA D’ESTUDIS ... · Història: 1ª Època (1953-1955):...

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ISSN 1885-8600 Núm. 24 PALMA 2014 MEMÒRIES DE LA REIAL ACADÈMIA MALLORQUINA D’ESTUDIS GENEALÒGICS, HERÀLDICS I HISTÒRICS

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ISSN 1885-8600

Núm. 24 PALMA 2014

MEMÒRIES DE LA REIAL ACADÈMIA MALLORQUINA

D’ESTUDIS GENEALÒGICS,

HERÀLDICS I HISTÒRICS

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Núm. 24

Memòries de la Reial Acadèmia Mallorquina d'Estudis Genealògics, Heràldics i Històrics

Història: 1ª Època (1953-1955): Memorias de la Academia Mallorquina de Estudios Genealó-

gicos. ISSN 1137-6414. 2ª Època (1993-2001) Memòries de l’Acadèmia Mallorquina d'Estudis

Genealògics, Heràldics i Històrics ISSN 1137-6406.

ISSN 1885-8600

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MEMÒRIES DE LA REIAL ACADÈMIA MALLORQUINA

D'ESTUDIS GENEALÒGICS, HERÀLDICS I HISTÒRICS

ÍNDEX

Antonio Planas Rosselló

La provisión de 13 de diciembre de 1351 reguladora del Gran i 7

General Consell de Mallorca

Pedro de Montaner

Relaciones militares entre Mallorca y Monferrato durante el siglo 21

XVII

Magdalena de Quiroga y Conrado

In tempore tribulationis (Grabado mallorquín de Francesc Rosselló 33

1671)

Albert Cassanyes Roig/ Rafael Ramis Barceló

Los Grados en Teología Suarista en la Universidad Luliana 55

y Literaria de Mallorca (1694-1771)

Francisco José García Pérez

La represión antiluliana del obispo Díaz de la Guerra en Andratx 89

Felipe Rodríguez Morín

La salud pública a través de la prensa liberal mallorquina en los 107

tiempos de las Cortes de Cádiz

5

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Pablo Ramírez Jerez

Pedro Gómez de la Serna y Damián Isern: Dos baleares en la 127

Real Academia de Ciencias Morales y Políticas

Ángeles Longás Lacasa

La expulsión de los jesuitas (1767) y la Universidad de 145

Mallorca. Fuentes bibliográficas

Memòria de la Reial Acadèmia d’Estudis Històrics, 165

Genealògics i Heráldics

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LA SALUD PÚBLICA A TRAVÉS DE LA PRENSA LIBE-

RAL MALLORQUINA EN LOS TIEMPOS DE LAS CORTES

DE CÁDIZ

Felipe Rodríguez Morín

Instituto Feijoo de Estudios del Siglo XVIII

RESUMEN

Durante el período de vigencia de las libertades

sancionadas por la Constitución de 1812, la Auro-

ra Patriótica Mallorquina y otros periódicos

baleares de ideología liberal acogieron en sus

páginas diferentes opiniones sobre la sanidad

pública, que coinciden en dos ejes fundamentales:

el saneamiento de los posibles focos de enferme-

dades y las medidas de control de epidemias. En

esa pretensión, los articulistas, junto a sus propues-

tas de mejora, no escatimaron críticas ni varapalos

a las autoridades responsables del mal funciona-

miento de ese servicio.

PALABRAS CLAVE: prensa liberal, Aurora Patrióti-

ca Mallorquina, sanidad, higiene pública, epide-

mias.

ABSTRACT During the period when the liberties approved by

the Constitution of 1812, were current, the Aurora

Patriótica Mallorquina and another Balearic

liberal newspapers showed on their pages different

opinions about public health, all of them were

agreeing about two main ideas: the sanitation of

possible sources of diseases and the measures to

control the epidemics. In this aspiration, the col-

umnists, along with their proposals of improving,

will not stint on criticism or rebukes to the authori-

ties responsible for the malfunctioning of that

service.

KEYWORDS: Liberal press, Aurora Patriótica

Mallorquina, health, public health, epidemics.

I. La anhelada mejora de la salud pública

Una de las señas de identidad del Estado dibujado por el Congreso gaditano lo

constituye, en claro contraste con las prioridades del Antiguo Régimen, el deseo de

establecer las bases para procurar el bienestar de la ciudadanía1. En este propósito

Rebut el dia 23 de juliol de 2014. Acceptat el 30 de setembre de 2014. 1 Álvaro Cardona afirma al respecto: «Los dirigentes liberales españoles que accedieron a Cortes genera-

les y extraordinarias de Cádiz, donde lograron constituirse en mayoría política, emprendieron ten-

tativas de reforma en las que anidaban principios y conceptos que han sido considerados como los

fundamentos del Estado moderno español que se conformó a lo largo del siglo XIX» (CARDONA,

107ISSN 1885-8600 MRAMEGH, 24 (2014), 107-126

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desempeñará un rol primordial el tema de la sanidad; de ahí que, como anota, Farre-

rons: «la Constitución de 1812 reclama, por primera vez para el Estado y los organis-

mos públicos, la asunción y el control de la asistencia social y de la beneficencia2».

En su desarrollo legislativo, las Cortes promulgaron el decreto 269, de 23 de ju-

nio de 1813, con el rótulo de «Instrucción para el gobierno económico-político de las

provincias3». En esta norma, el artículo 1º del capítulo I se dedicaba a recoger, entre

otras obligaciones de los Ayuntamientos, las siguientes: limpieza y salubridad de las

calles, hospitales, cárceles y casas de caridad o beneficencia, velar por la calidad de

los alimentos, cuidar de la existencia de un cementerio en cada población, evitar la

presencia de aguas estancadas, y remover, en fin, todo aquello que en el pueblo o alre-

dedores pudiera alterar la salud pública (p. 105b).

En los artículos siguientes, se detenía dicha disposición del Congreso, en cuanto

al asunto que nos ocupa, en indicar a las corporaciones municipales su deber de in-

formar periódicamente al jefe político de la provincia, mediante escrito extendido por

un facultativo, de la clase de enfermedad sufrida por quienes hubieran fallecido. Tal

comunicación había de producirse de manera inmediata en los casos de epidemia, «á

fin de cortar los progresos del mal, y auxiliar al pueblo con los medicamentos y demás

socorros que pueda necesitar» (arts. 2 y 3, pp. 105b-106a). Contemplaba además el

decreto la formación anual por parte de los Ayuntamientos, allí donde pudiera hacerse,

de una junta de sanidad, compuesta por el primer alcalde, el párroco más antiguo, así

como por uno o más facultativos, uno o más regidores y uno o más vecinos, según el

número de habitantes (art. 4, p. 106a).

De modo análogo, y en el ámbito provincial, se ordenaba la constitución tam-

bién de otra junta de sanidad, compuesta por el jefe político, el intendente, el obispo, o

su vicario general, un miembro de la Diputación y el número de personal sanitario y

de vecinos que se estimara conveniente4 (art. 11, p. 116a).

Á., «Los debates sobre salud pública en España durante el Trienio liberal (1820-1823)», Asclepio,

LVII-2 (2005), pp. 173-202, p. 174). Puede consultarse, también, al efecto: RODRÍGUEZ MORÍN, F.,

«De la “felicidad ilustrada” a la “felicidad liberal”, o el relevo del individuo por el Estado, en la

literatura de García Malo», en DURÁN LÓPEZ, F. (Coord.), Hacia 1812 desde el siglo ilustrado.

Actas del V Congreso Internacional de la Sociedad Española del Siglo XVIII, Ediciones Trea,

2013, pp. 735-751. 2 FARRERONS NOGUERA, L., Historia del sistema sanitario español. (Debates parlamentarios, 1812-1986),

Díaz de Santos Ediciones, 2013, p. 4. De parecido sentir se muestra Salas Vives: «A Europa occi-

dental —i per descomptat en el cas d´Espanya—, les institucions públiques manifestaren un in-

terès i siinvolucraren en la sanitat publica d´una forma com mai no ho havien fet» (SALAS VIVES,

P., “Sanitat i Estat liberal”, Mayurqa, 25 (1999), pp. 197-215, p. 213). 3 Colección de los decretos y órdenes que han expedido las Cortes generales y extraordinarias desde 24

de febrero de 1813 hasta 14 de setiembre del mismo año, en que terminaron sus sesiones, IV,

Madrid, Imprenta Nacional, 1820. 4 Las Cortes recuerdan esa obligación de una doble junta de sanidad ante la actitud del Ayuntamiento de

Granada, que se negaba a formar una junta municipal aduciendo que ya radicaba en la ciudad la

Junta Superior de Sanidad. En la sesión del 29 de octubre de 1813, la oportuna comisión del Con-

greso propuso a este, que lo aprobó, el texto siguiente: «Que las Córtes se sirvan declarar que en

Granada, como en las demas capitales de provincia, deben formarse dos juntas de Sanidad, la mu-

nicipal de la ciudad, y la provincial, y que de consiguiente el ayuntamiento de Granada proceda á

formar la municipal». (Actas de las Cortes ordinarias del año 1813, Cádiz, Imprenta Nacional,

108MRAMEGH, 24 (2014), 107-126 ISSN 1885-8600

FELIPE RODRÍGUEZ MORÍN

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Lógicamente, y como ya ha quedado de manifiesto, para los supuestos de en-

fermedades contagiosas aumentaban en mucho las exigencias y las formalidades a

cumplimentar, especialmente para el jefe político provincial bajo cuya jurisdicción se

detectara el brote:

Dará frecuentemente aviso al Gobierno de lo que ocurra en este punto, de las precau-

ciones que se tomen, y de los socorros que se necesiten; y asimismo le instruirá de lo que

los facultativos de la Junta provincial de sanidad opinaren sobre la naturaleza del mal, y

su método curativo, de los efectos que se observen, y de la mortandad diaria que se note

(art. 22, p. 123b).

De todo lo anteriormente expuesto se desprende la absoluta prioridad con la que

el legislador trataba el tema de la salubridad general, en plena sintonía ello con los

postulados sostenidos por los liberales, cuya voz pública más poderosa en Mallorca, la

Aurora Patriótica Mallorquina, formulaba así tal principio: «Ninguno de los bienes

que goza el honbre, le es mas precioso y estimable que el de la salud5». Y a pesar de

hallarse aún lejos de los modernos modelos organizativos de la sanidad del siglo XX6,

las Cortes de Cádiz propiciaron, ya en 1811, el restablecimiento del Tribunal del Pro-

tomedicato7, si bien con funciones netamente distintas a las del extinguido años atrás.

Acerca de él, Álvaro Cardona opina lo siguiente:

La creación de un organismo conformado por representantes de la pluralidad de las

profesiones de la salud, que les imprimiera un carácter técnico-científico a las decisiones

del sector y que tuviera jurisdicción en todo el país a fin de organizar sistemáticamente la

salud pública, era plenamente coherente con el pensamiento liberal que empezaba a abrir-

se paso8».

Es fácilmente entendible, sin embargo, que ese interés por la salud no había bro-

tado de una manera espontánea, sino que, antes al contrario, suponía el resultado de

haber avanzado en muchos de los presupuestos asentados durante la etapa de la Ilus-

tración en cuanto a prevención, saneamiento y progresos en distintos campos, a fin de

hacer frente a los peligros que para la integridad física de las personas entrañaba un

1813, p. 156). El 1 de noviembre se emitió el decreto en ese sentido para que fuese ejecutado por

la Regencia. 5 Aurora Patriótica de 11 de setiembre de 1812, nº 89, «Articulo comunicado», firmado por «La Razon»,

p. 370. Fue empedernida usanza en esta publicación anteponer siempre «n» ante «b» o «p». 6 «La sanidad a lo largo del XIX en España no es una organización técnica o administrativa sino una

actividad gubernativa correspondiente al ámbito de la policía de salubridad confiada a jefes políti-

cos y alcaldes, que toman medidas según el estado de necesidad de protección de un bien de pro-

piedad individual como es la salud» (VIÑES, J. J., La sanidad española en el siglo XIX a través de

la Junta Provincial de Sanidad de Navarra (1870-1902), Pamplona, Gobierno de Navarra, 2006,

p. 26). 7 Sobre esta institución puede consultarse: CAMPOS DÍEZ, M. S., El Real Tribunal del Protomedicato

castellano (siglos XIV-XIX), Cuenca, Universidad de Castilla-La Mancha, 1999, pp. 225 y ss. 8 CARDONA, Á., “Las ideas sobre salud pública de los dirigentes liberales españoles en las Cortes de Cádiz

(1810-1814)”, Revista Facultad Nacional de Salud Pública, 21-2 (2009), pp. 63-71, p. 67a.

109ISSN 1885-8600 MRAMEGH, 24 (2014), 107-126

La salud pública a través de la prensa liberal mallorquina en los tiempos de las Cortes de Cádiz

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alto número de enfermedades9. Y es que, como señala Alcaide González, «en España,

los presupuestos liberales de base ilustrada tuvieron un importantísimo papel en la

introducción de la doctrina higienista10

».

El ideal liberal de la fraternidad humana tenía todo un territorio por conquistar

en el ámbito de la sanidad. Y la Aurora Patriótica Mallorquina, órgano escrito de

dicha ideología en la capital balear, no tardó en demostrarlo, puesto que en su nº 7, de

21 de junio de 1812, cuando aún no llevaba una semana de existencia, por medio de

una nota al pie de la página 32, tras dar cuenta de la escenificación de diversas piezas

teatrales, efectúa la siguiente observación:

Se destina el producto de esta representacion, á beneficio del santo hospital. Los po-

bres que yacen alli postrados en el lecho del dolor, inploran la conpasion de este generoso

vecindario y en particular de aquellas almas sensibles, por quienes las tribulaciones y an-

gustias de la humanidad doliente, no pueden ser miradas con frialdad ó indiferencia. El

grande número de las victimas que hoy gimen en el hospital, y la cortedad de recursos pa-

ra su manutencion en el trance funesto, en que todo es para el honbre miseria y padecer,

exigen que no sean vanas sus voces en auxilio de sus necesidades11.

Por su parte, en lo que respecta a Isidoro de Antillón, uno de los liberales con

mayor predicamento en las Islas Baleares durante la época en que residió allí, y com-

pañero de fatigas de Miguel Domingo en las primeras semanas de andadura de la Au-

rora Patriótica, sabemos que no cesó nunca en sus desvelos en este campo de la salud

pública, manifestando un afán continuo por «dar al ramo de la sanidad toda la perfec-

9 Remitiéndose a la situación que se daba en tiempos de Carlos III, Brel Cachón anota: «Hay que contar

que las ciudades de la época presentaban grandes carencias en cuestiones de salubridad: la higiene

pública era casi inexistente y el hacinamiento y la suciedad urbanas planteaban graves problemas.

Esta peligrosa situación contrasta con los principios del pensamiento ilustrado y del higienismo,

que recalca la importancia del entorno ambiental en la presencia y desarrollo de las enfermedades.

El temor a las epidemias y la toma de medidas para atajarlas fue una de las preocupaciones más

constantes de la Corona, sobre todo en cuanto a la fiebre amarilla primero y al cólera después, en-

fermedades con gran incidencia en el siglo XIX» (BREL CACHÓN, M. P., “La construcción de ce-

menterios y la Salud Pública a lo largo del siglo XIX”, Studia Zamorensia, 5 (1999), pp. 155-195,

p. 159). 10 Y prosigue así: «Los primeros testimonios escritos acerca del tratamiento de las enfermedades de los

trabajadores mediante preceptos de carácter higienista en nuestro país, datan de mediados del si-

glo XVIII [...]. Sin embargo, será durante la compleja transición histórica entre los años finales de

la Ilustración y los primeros albores del movimiento romántico, cuando tendrá lugar, en nuestro

país, el desarrollo conceptual definitivo del higienismo como doctrina de base científica» (ALCAI-

DE GONZÁLEZ, R., “La introducción y el desarrollo del higienismo en España durante el siglo XIX.

Precursores, continuadores y marco legal de un proyecto científico y social”, Scripta Nova. Revis-

ta Electrónica de Geografía y Ciencias Sociales, nº 50 (1999), 71 páginas, pp. 3-4). 11 No será este el único testimonio que hallemos en tal sentido. Así, sin ir más lejos, la Aurora Patriótica

de 12 de setiembre de 1812, nº 90, en la sección «Avisos», hacía un llamamiento a los palmesanos

para que auxiliaran a los «pobrecitos soldados estropeados é inutiles, que se hallan en esta plaza»,

porque encontrándose en vísperas de la llegada del frío, la mayor parte de ellos carecían de ropas;

y se indicaba, a la vez, el local comercial del editor de dicho periódico, Miguel Domingo, como

centro de recogida del dinero para procurarles alivio en su tribulación: «El que quiera socorrer es-

ta indigencia, podrá hacerlo, con la limosna que fuere de su agrado en la libreria de Miguel Do-

mingo frente la carcel» (p. 376).

110MRAMEGH, 24 (2014), 107-126 ISSN 1885-8600

FELIPE RODRÍGUEZ MORÍN

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cion posible12

». En ese su empeño, propuso a las Cortes D. Isidoro el 21 de agosto de

1813 que, atendida «la urgencia de la materia se nombrase una comision especial que

presentase dentro de muy breve término un plan para organizar la junta Suprema de

Sanidad sobre bases constitucionales13

». El plan de Antillón fue aprobado y él mismo

designado, acto seguido, miembro de ese comité legislativo14

.

La Antorcha, la segunda publicación periódica mallorquina de tendencia refor-

mista, en plena sintonía en esto como en otras tantas cosas con la Aurora, enunciaba

así la gran relevancia del tema:

La salud pública, la salud interna de los pueblos, los honestos placeres de los ciudada-

nos son los objetos á que la verdadera policía dedica sus tareas ¿puede haber otras mas

apreciables?15

Por lo que atañe al área esta de la sanidad colectiva, dos puntos van a centrar de

forma especial el interés del sector periodístico, casi siempre desde una óptica de pre-

vención: el saneamiento público y las epidemias16

; haciendo recaer el peso de esa

obligación en los cargos oficialmente competentes en la materia.

12 Según sus propias palabras pronunciadas en el Congreso en la sesión del 27 de julio de 1813, y recogi-

das por la Aurora Patriótica Mallorquina de 16 de setiembre de 1813, nº 96, p. 55. 13 Diario de las discusiones y actas de las Cortes, XXII, Cádiz, Imprenta de Diego García Campoy, 1813,

p. 163. 14 Como no podía ser menos, la Aurora Patriótica Mallorquina se hizo eco fidedigno del asunto en su nº

102, de 7 de octubre de 1813, p. 129. Otro señalado liberal, también con aficiones periodísticas,

Manuel López del Cepero, el célebre cura del sagrario, autor de A Sevilla libre, mostrará ante sus

compañeros diputados similar inquietud en la materia cuando efectúa la siguiente propuesta:

«Que se diga al Gobierno mande á todos los gefes políticos que, sin omitir diligencia alguna, dén

las disposiciones convenientes para que en todas las capitales, y, si es posible, en las cabezas de

partido, se mantenga viva la vacuna, baxo la inspeccion de las juntas de Sanidad, á cuya presencia

se administre en los Ayuntamientos ú otro edificio público, al menos una vez cada mes anuncian-

dolo en los pueblos con anticipacion» (Diario de Palma de 27 de diciembre de 1813, nº 111, p.

449). 15 La Antorcha, nº 8, «Que es la policía y quales son sus funciones?», sin firma, p. 85. 16 Desde el punto de vista de la Administración, Salas Vives observa una triple atención: «podemos esta-

blecer tres grandes ejes de preocupación por parte del Estado y de las autoridades locales. El pri-

mero de ellos y más importante, hace referencia al control marítimo de las epidemias, su segui-

miento y las actuaciones que al respecto adoptaron las autoridades municipales y la población en

general. En segundo lugar, existe una preocupación por la mejora de la higiene urbana [...]. Por

último, puede observarse una preocupación para mantener dentro de unos términos “no peligro-

sos” sanitariamente, las situaciones de miseria, especialmente en los momentos de especial peli-

gro de contagio para la población» (SALAS VIVES, P., “La política sanitaria en la primera mitad

del siglo XIX (Mallorca 1800-1850)”, Revista de Demografía Histórica, XX, II (2002), pp. 53-97,

p. 58).

111ISSN 1885-8600 MRAMEGH, 24 (2014), 107-126

La salud pública a través de la prensa liberal mallorquina en los tiempos de las Cortes de Cádiz

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II. Planificación y buen sentido en el desarrollo de la higiene pública

En el nº 8 de La Antorcha —probablemente impreso en la segunda quincena de

junio de 181317

—, se acoge un artículo sin firma titulado «Que es la policía y quales

son sus funciones?, en el cual, hablando de los municipios populosos, se hace hincapié

en el perjudicial influjo que para la vida de sus moradores entraña la mala praxis ur-

banística y el descontrol de determinados parámetros:

El desaseo de las calles, la colocacion inoportuna de hospitales, cárceles, quarteles, &c.

el descuido y abandono que puede haber en semejantes edificios, la mala disposicion de

las calles y otras muchas causas son capaces de producir inumerables [sic] enfermedades,

que tomando cuerpo lleguen á hacer estragos considerables en la sociedad llevando al se-

pulcro millares de victimas18 (pp. 85-86).

Tales manifestaciones se producen en una época en la que ciudades como Palma

de Mallorca habían conocido un aumento demográfico singular a causa del alud de

refugiados de la Península allí arribados, y cuando la antigua resignación religiosa de

los súbditos del rey había dado paso a una esperanza de conseguir de la Administra-

ción remedios a las necesidades de la ciudadanía, especialmente en los casos más gra-

ves:

La pèrdua de salut ja no és entesa com un càstig diví, ni un problema reduït a determi-

nats sectors socials, sinó que la secularització del pensament per una part i, sobretot,

l’evidència que suposà l’augment de la urbanització i la consegüent massificació de les

urbs va fer evident que el que estava en perill era el conjunt del cos social19.

Con la intención de contribuir en la búsqueda de soluciones, «El suspicaz», en

la Aurora Patriótica de 8 de agosto de 1813, nº 85, a través de un «Aviso al público y

al Ayuntamiento», exhorta al cabildo municipal de Palma de Mallorca a que atienda

diversos ramos de su gobernación que parecen descuidados20

:

17 Aunque ninguno de los ejemplares de esta publicación llevaba fecha, creemos que apareció a finales de

mayo de 1813, con una periodicidad, según Gómez Imaz, de dos números a la semana, martes y

viernes (GÓMEZ IMAZ, M., Los periódicos durante la Guerra de la Independencia (1808-1814),

Sevilla, Renacimiento, 2008, p. 52a), si bien Bover había indicado que «salía semanalmente»

(BOVER, J. M., Diccionario bibliográfico de las publicaciones periódicas de las Baleares, Palma,

V. Villalonga, 1862, p. 48). 18 Estas líneas pertenecen a un texto más largo, extraído enteramente del Diario Mercantil de Cádiz de 21

de mayo, según consigna el redactor de La Antorcha, que lo aprovecha para aplicarlo a la realidad

mallorquina. 19 SALAS VIVES, P., “Las obres públiques a Mallorca durant el segle XIX. Consideracions sobre l´acció de

l´administració pública a l´època contemporània”, Mayurqa, 28 (2002), pp. 53-74, p. 58. 20 Miguel Oliver confirmará años más tarde ese aire de desidia que parecía imperar en las decisiones de la

autoridad respecto de tales materias: «En los atrios y plazuelas de Santa Eulalia y San Francisco

el descuido llegaba a su colmo. Pasar por allí era repugnante y nocivo para la salud; pero estas,

razones no podían contrapesar “la venerable antigüedad de la costumbre”. En infinidad de casas

se carecía de retrete. Los gorrinos, las gallinas, y otros animales domésticos vivían en la calle»

(OLIVER, M. S., Mallorca durante la primera revolución (1808 a 1814), Palma, Imprenta de

Amengual y Muntaner, 1901, p. 452).

112MRAMEGH, 24 (2014), 107-126 ISSN 1885-8600

FELIPE RODRÍGUEZ MORÍN

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El aseo y el enpedrado de las calles, la vigilancia sobre muchos comestibles como son

el vino, el aceyte, el pescado que en muchas ocasiones y tiendas se venden pestilentes, ó

agrios y verdaderamente nocivos [...], los cementerios olvidados contra las órdenes del

gobierno, el pestilencial Prat para Palma, como para la Alcudia y otros pueblos la Albufe-

ra [...], &. &.&.21 (p. 316).

Además, y tal como se colige del final de esta cita, los reproches no se limitaban

al ámbito de la ciudad, sino que se extendían también hacia cualquier foco natural que

pudiera considerarse pernicioso para la población. En este concreto particular abunda

el Diario de Palma, en su nº 89, de 5 de diciembre de 181322

, que insertó un «Artículo

comunicado», suscrito por «Un ciudadano», en el cual se denunciaba la situación que

sufría la localidad de Felanitx, donde «las azequias descubiertas y poco corrientes, los

zafareches y pantanos exhalan en el estio unos vapores pestilentes que corrompen el

ayre». Estas malsanas condiciones de vida no solo resultaban nocivas para sus habi-

tantes, individualmente considerados, sino también para el conjunto de la sociedad,

asunto este de la mayor trascendencia para la mentalidad liberal; de ahí que, el referido

anónimo comunicante remate así su exposición: «de suerte que los habitantes de aquel

quarton se hallan por espacio de algunos meses sujetos á fiebres intermitentes que los

afligen, los consumen, y los reducen á una inaccion y languidez dolorosa, que sobre

hacerlos infelices, los inutilizan para el provecho común» (p. 364).

Capítulo aparte en esta problemática de la higiene pública, lo constituyó, y sin

lugar a dudas de modo muy significativo, la cuestión de los enterramientos, materia

que, a despecho de una mayoría iletrada y de una minoría interesada, movilizó a las

huestes renovadoras a promover la utilización de los cementerios en despoblado, y a

abandonar la práctica secular de sepultar en las iglesias.

En la divulgación de dicha iniciativa, jugó papel principal en Mallorca, como no

podía ser de otro modo, la Aurora Patriótica Mallorquina, que en su número 34, de 18

de julio de 1812, fundándose en argumentos científicos, abrió fuego por medio de su

editor Miguel Domingo, con un artículo titulado «Salud pública23

» (pp. 141-143). Se

constataba en él «quan perjudiciales son á la existencia de los vivos los miasmas que

eshalan los cuerpos muertos» (p. 141), precisamente cuando en aquellas fechas del

21 Por su parte, el Diario de Palma de 2 de agosto de 1813 (nº 330, p. 1463, «Aviso al público»), se hace

eco de la prohibición municipal, acordada unos días antes, de matar y vender ganado lanar, vacu-

no y cabrío, fuera de los lugares destinados para ello.. 22 Se hace menester precisar aquí, siquiera brevemente, que el 1 de noviembre de 1813 el Diario de Pal-

ma no solo cambió de impresor —que de Antonio Brusi pasó a serlo Melchor Guasp—, sino tam-

bién de redactor, cargo que fue desempeñado a partir de esa fecha por el jurista liberal y amigo de

Miguel Domingo, Joaquín Pérez de Arrieta Márquez, el mismo que igualmente había conducido

La Antorcha, por más que Bover (op. cit, p. 48), y tras él, Gómez Imaz (op. cit., p. 52b), anoten

para ese empleo el nombre de Francisco Díaz Morales, sin que ninguno de los dos mencione la

fuente de su información. De otra parte, se fundamenta la nuestra en diversos testimonios, sobre

todo en los que, vertidos con indisimulada animadversión, aparecieron en el Semanario Cristiano

a fines de 1813; pero en los que de ningún modo nos podemos detener aquí. 23 A pesar de que el expresado escrito salió sin firma, posteriores alusiones al mismo en torno al debate

que se suscitó al respecto permiten confirmar, prácticamente con absoluta seguridad, la autoría de

Miguel Domingo.

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agobiante calor del verano el olor a putrefacción en el interior de los templos se hacía

más insoportable, y cuando la fiebre amarilla acechaba desde las costas de Valencia y

Murcia. El posterior apoyo, también en esta empresa, de su amigo y correligionario

Isidoro de Antillón, secundándolo con otro texto sobre el mismo particular (que, aun-

que anónimo, nos parece a nosotros, como antes a sus antagonistas políticos, de su

más que probable paternidad), alumbrado que fue en la Aurora Patriótica de 15 de

setiembre de 1812, nº 93, terminó finalmente por desencadenar una auténtica catarata

de artículos en torno a la cuestión24

.

III. Métodos para combatir las epidemias

Las diferentes decisiones gubernativas relativas a la higiene pública, así como el

correspondiente parecer sobre ellas de la ciudadanía, adoptaban un cariz especial y

hasta dramático en los momentos terribles en los que el peligro de epidemia se cernía

sobre la población25

. Respecto de esta contingencia, primera de todas en la lista de

preocupaciones sanitarias mallorquinas de esos años, han de traerse aquí las palabras

de Miguel de los Santos Oliver, reseñando el singular espanto de los habitantes de esa

tierra, cuando hace mención a «la gran masa, dominada por el terror pánico de las

epidemias» (op. cit., p. 263), o al rememorar «el pánico indescriptible que ha causado

por regla general en Mallorca el anuncio de una epidemia, aun incierta y lejana, hasta

el extremo de ser el único asunto capaz de mover radical y poderosamente la opinión

pública en este país» (op. cit., pp. 263 y 251, respectivamente).

Y es que, lejos de constituir una amenaza hipotética o remota, la probabilidad

de sufrir el ataque de una enfermedad devastadora resultaba, por el contrario, desgra-

ciadamente alta. Así lo explica Salas Vives, al ejemplificar el problema con una de las

plagas más terribles de la historia:

Pel que fa a la pesta, cal considerar la seva presència o el pànic que representa encara

en el primer segle de 1´època contemporània, com un fet a ressaltar i per tant una amena-

24 En conexión con ello, ha de consignarse que, conforme anota Miguel Oliver (op. cit., p. 644), el cemen-

terio palmesano de Son Tritlo entró por fin en funcionamiento el 5 de enero de 1814, y a juzgar

por la «Anécdota» plasmada en el Diario de Mallorca parece resultar fecha más precisa que la

que recogía Llabrés apoyándose en Bover, que la situaba dos días después, esto es, en el sábado 7

de enero de 1814: «El día de Reyes al retirarse la gente de la procesion de Jesus habia junto à la

Misericordia un carro parado con un difunto dentro para llevarle al cementerio» (Diario de Ma-

llorca de 9 de enero de 1814, nº 8, p. 35). Vid. LLABRÉS Y BERNAL, J., Noticias y relaciones histó-

ricas de Mallorca. Siglo XIX, Palma, Sociedad Arqueológica Luliana, 1958, I (1801-1820), p.

433. 25 Advierte Viñes al propósito de cómo las medidas sanitarias no gozaban de un carácter estable, sino que

eran apresuradamente prohijadas ante el apremio de la necesidad, es decir, «cuando la mortalidad

epidémica es asoladora; cuando hay que sacar a los muertos de las ciudades y poblados, lo que

obliga a recuperar y reactivar la legislación sobre cementerios; se prohíbe en las iglesias “tocar a

muerto”, para que no se alarme la población y los funerales “de cuerpo presente”, realizándose los

enterramientos durante la noche; en tanto que en los periodos interepidémicos, el Gobierno, los

delegados gubernativos y los alcaldes se olvidan de la salubridad» (VIÑES, op. cit., p. 26).

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ça perfectament tangible en aquests moments, que fins i tot va condicionar la política sa-

nitària mallorquina;

y concluye el mismo Salas con una síntesis que esclarece todo lo argumentado:

«La pesta a Mallorca durant la primera meitat del XIX no era un fenomen històric,

sinó del present26

».

Tan así de cercano era que, a principios del otoño de 1813, se propagó una falsa

alarma, relativa a un brote de peste en la isla de Menorca, motivo por el cual el Go-

bierno decretó «treinta dias de quarentena á los barcos de su procedencia, y de veinte á

los de las demas Baleares en los puertos de la península», aunque en menos de dos

semanas fue rebajada tal cautela a 15 y 8 días, respectivamente27

.

No se olvida de mencionar tampoco tan temible enfermedad La Antorcha, pues

en su artículo titulado «Sanidad», publicado en el nº 3 —posiblemente a principios de

junio de 1813—, al paso que califica la época que a ellos les ha tocado vivir como de

«horrendas calamidades», alerta de la proximidad de una nueva amenaza:

La peste, que aletargada por algun tiempo, dexa los pueblos de la peninsula libres de

los estragos que ocasiona su presencia, comparece en el territorio de Malta, esparciendo

en derredor de sí el susto, el pavor y la desolacion (p. 35).

Todo lo cual conduce al autor de estas observaciones a aplaudir las providencias

tomadas por las autoridades para impedir cualquier contacto de los moradores de Ma-

llorca con el país infectado.

Por otro lado, la condición insular de las Baleares determinaba sus mecanismos

de defensa frente al trance del contagio, centrando los esfuerzos en dos puntos esen-

ciales: la vigilancia costera y la cuarentena para todas las embarcaciones entrantes. Por

eso, en la Aurora Patriótica de 29 de julio de 1813, nº 82, el firmante «X. D.», bajo el

rótulo «Salud pública», comienza con la siguiente reflexión acerca del tema: «quando

esta peligra, ¿que objeto mas digno puede proponerse el que ama á su patria, que el de

proponer al gobierno lo que crea útil?» (p. 227). El miedo al «contagio del continen-

te», a causa de la fiebre amarilla a la que antes nos referimos, le hace reflexionar sobre

la fórmula más idónea para controlar las embarcaciones que quieran atracar en Ma-

llorca y hacerles guardar la cuarentena, proponiendo que se dediquen unos cuantos

buques para llevar a cabo esta vigilancia desde el mar, como mejor y más racional

procedimiento que el que se venía adoptando, de organizar partidas de civiles para

otear desde una infinidad de emplazamientos las embarcaciones que pretendieran al-

canzar tierra firme.

Previamente, casi un año antes, ya la Aurora Patriótica Mallorquina, primero

en su nº 89, de 11 de setiembre de 1812, firmado por «La Razón», y luego tres días

26 SALAS VIVES, P., “Cordons sanitaris (Mallorca: 1787-1899)”, Gimbernat: revista catalana d´història de

la medicina i de la ciència, nº 37 (2002), pp. 55-82, p. 76. Indicio de este tipo de preocupaciones

lo pueden constituir también las 12 páginas (144-155) que dedica la Aurora Patriótica Mallorqui-

na, en su nº 103, de 10 de octubre de 1813, a reflejar la convocatoria de una sesión extraordinaria

de las Cortes con el fin de estudiar una futura mudanza, de Cádiz a la Isla de León, «si las enfer-

medades que se han manifestado llegan á tomar el carácter de contagiosas» (p. 144). 27 Vid. Diario de Palma de 29 de setiembre de 1813, nº 24, p. 96, y de 11 de octubre, nº 35, p. 144.

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después, en el nº 92, de 14 de setiembre, muy probablemente de la misma pluma, sig-

nado ahora por «La verdad», aparecieron sendos artículos en denuncia del sistema

empleado para prevenir la propagación del mal. Así, en el primero de ellos, más que

del insuficiente aislamiento que, a juicio del comentarista, observaban los buques que

atracaban en Mallorca, centraba su censura en la transgresión de un precepto suma-

mente estimado en la sensibilidad liberal, puesto que la normativa vigente hacía dis-

tinciones en función de la condición del barco, si mercante: 12 días (reducidos luego a

6), si de guerra: 4: «Dos puntos abrazo; la violacion de los derechos de igualdad, y el

riesgo de que se introduzca en esta isla la epidemia, de la que estamos tan amenaza-

dos» (p. 371).

Por su parte, en el segundo de dichos escritos, tras plasmar un panorama deso-

lador en el que la virulencia de la fiebre amarilla se ensañaba con la provincia de Mur-

cia, viéndose con ello «todo el continente español y sus inmediaciones espuestos á

sufrir los horrores de una epidemia», tronaba el autor contra las disposiciones caóticas

y chapuceras con las que se estaba gestionando la crisis, ayunas por entero así de sen-

satez, como de las más elementales normas de la lógica, pues

Quando se necesitaba mas aumentar el rigor para precaverse de ser envueltos en la de-

solacion; vemos en esta isla disminuirse la vigilancia y cerrar la vista á la serie de males

que nos amenazan (p. 382).

Se reprochaba además, aparte del exiguo período de cuarentena, y del poco res-

paldo de las autoridades a los agentes comisionados para la vigilancia, la pésima orga-

nización con la que se ejecutaba aquella, ya que se hallaban mezcladas todas las per-

sonas sujetas a esa medida, resultando que los que llevaban más días recluidos habían

de convivir con los que acababan de llegar. Y continuaba el articulista tan contundente

reprobación para con los responsables de aquel desaguisado acogiéndose al patrocinio

de la ciencia, disparando, al paso, una acerada reprensión:

Es muy estraño que estén escluidos de las juntas de sanidad, los que por su estudio y

profesion son los unicos que pueden arreglar esta materia. A vosotros apelo, medicos, que

profesais una ciencia cuyo obgeto es la salud [...]. A vosotros toca clamar contra los abu-

sos cometidos en la administracion de la salud publica, para cuyo logro debe todo honbre

manifestar sus conocimientos (p. 384).

Curiosamente, como extremo no menos importante que la consulta e interven-

ción de los especialistas en el tratamiento de las enfermedades, proclamaba aquel anó-

nimo cronista la trascendencia de periodistas y literatos en estas materias, quienes, en

su función de desvelar torpezas, ineptitudes o componendas, y coadyuvando a formar

un estado de opinión orientado al interés general, debían erigirse, según él, en una

suerte de guardianes del buen juicio y en un instrumento eficaz para canalizar los afa-

nes y preocupaciones de los ciudadanos:

Escritores, vosotros que os habeis propuesto el bien de la nacion, ningun obgeto se os

presenta tan inportante como este: contribuid por vuestra parte á disipar las densas nieblas

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que ofuscan la razon, para lograr la reforma del establecimiento mas util que tiene la so-

ciedad (p. 384).

Como se ve, la Aurora Patriótica se mostraba bastante más exigente en esto de

la salud pública que los encargados oficialmente de protegerla, en una actitud pronta a

reclamar medidas más drásticas a la Administración, especialmente en los momentos

críticos («Ningun rigor es escesivo quando se trata de hacer observar puntualmente las

precauciones [...] para evitar la introduccion de una epidemia»)28

. De ahí que, cuando

en su nº 11, de 5 de noviembre, bajo el epígrafe «Sanidad», en el que se hace eco de la

muerte, con síntomas de fiebre amarilla, de dos personas en Alicante, parezcan ridícu-

las en el periódico las prevenciones asumidas por la Junta Superior de Sanidad de

Mallorca, la cual había destinado a dos médicos para que tomaran el pulso a cuantos

provenían de aquel puerto, sin tan ni siquiera molestarse en aumentar los días de cua-

rentena. Negligencia contra la que el editorialista clama escandalizado: «¡Muertos de

fiebre amarilla en Alicante, y quatro dias de observacion solamente á los buques pro-

cedentes de aquel puerto!!» (p. 135). Y aunque el artículo se guardaba de manifestar

explícitamente que tras los motivos para cumplir tan nimia fase de observación se

escondían intereses monetaristas, puesto que, como es sabido, un barco parado no

genera beneficios, bien que puede maliciarse tal conclusión agazapada bajo las si-

guientes palabras:

En esta materia nunca es superflua la escrupulosidad mas rigurosa. Los perjuicios que

puedan resultar al comercio por esta medida, son de ningun valor, si se les conpara con los

horribles estragos, que ocasiona esta funesta enfermedad29 (p. 136).

Y una vez más, el espíritu liberal, heredero del ilustrado, se encomendará a la

hora de buscar soluciones —como parece dictar la lógica y el sentido común—, no al

imperativo de la costumbre, sino al veredicto de los poseedores del conocimiento

científico, a los auténticos entendidos en el tema:

Convendria que se consultase á los medicos y personas inteligentes, y que bien medi-

tado su dictámen se tomasen todas las providencias que se juzgase á proposito para liber-

tarnos de una desgracia, de que hasta ahora hemos podido escaparnos por un milagro del

cielo (p. 135).

Por otra parte, este interés por cuestiones pertenecientes al ámbito sanitario sus-

citó, asimismo, varias denuncias en la prensa liberal palmesana acerca de diferentes

28 «Nota de la Aurora», en la Aurora Patriótica Mallorquina de 16 de setiembre de 1812, nº 94, p. 392. 29 Al revés que la Aurora Patriótica, el Diario de Palma sí que dará cabida a quejas derivadas del rigor en

las inspecciones; ese fue el caso de la «Reconvencion á los dependientes del correo», firmada por

«J. Comerciante», y alumbrada en el nº 39, de 15 de octubre de 1813, en la cual se recriminaba la

tardanza en la entrega de la correspondencia traída por barco: «Se observa que en la sanidad se

detienen demasiado tiempo en las operaciones de purificacion» (p. 159), así como también el po-

co cuidado que ponían en ello los empleados, pues, según el dicente, rociaban las cartas con tanta

agua que en ocasiones se hacía luego difícil su lectura.

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irregularidades observadas por sus anónimos comunicantes30

. En la Aurora Patriótica

de 8 de noviembre de 1812, nº 12 de la segunda época, «El sensible», envuelto en la

mayor indignación, manifiesta públicamente que «el primer dia del mes corriente se

dejó sin curacion á los enfermos de cirugía del hospital nacional y militar de esta pla-

za» (p. 147), con el agravante, según indica, de que ya había ocurrido algo semejante

en el mes de setiembre. Y justo una semana después, en su nº 14, de 15 de noviembre,

un nuevo «Artículo comunicado», rubricado ahora por «El Indulgente», aprovechó un

texto que alcanzó las cuatro páginas (173-176) para relatar una larga lista de fallos, de

índole diversa, ocurridos en el hospital militar31

, solicitando a la vez un castigo para

los responsables, entre los que destacaba, en primer lugar y directamente, al asentista,

quien «debia estar en un presidio con calceta y cinturon» (p. 176); pero apuntaba tam-

bién acto seguido, como acreedores de la reprensión, a sus jefes, esto es, al inspector y

a los miembros de la Junta Superior Provincial, «porque no lo remediaron ya en el

principio, ó á las primeras faltas, y no se hubieran cometido las demas» (p. 176).

IV. La cuestión de la sanidad en la prensa liberal: entre el

ascendiente social y el descrédito

Con el talante reformador de las Cortes de Cádiz, los derechos constitucionales

o la libertad de imprenta como brillantes enseñas de los nuevos tiempos que corrían,

se predispusieron los ánimos de muchos, tal y como hemos visto, a osar sacar a públi-

co conocimiento los defectos del sistema en sus más variadas vertientes, entre ellas la

del sanitario, que es la que nos ocupa.

Esa tendencia, lejos de enfadar al «Magistrado celoso del cumplimiento de su

obligacion», habría de enorgullecerlo, pues no dejaba de ser la información que por tal

vía se aportaba valiosa para el ejercicio de todo buen gobernante:

Á quien las insinuaciones, advertencias, ó consejos que con el decoro correspondiente

se le dirijan, no pueden dejar de adular sus oídos, y de alhagar un ánimo embebido en la

deliciosa idea de merecer el aprecio y gratitud de sus compatriotas por el fomento que to-

do lo bueno deba á sus cuidados paternales32.

30 Como por ejemplo la reclamación de «Un amante de la humanidad»: «Se suplica al señor gefe politico,

se sirva prohibir so pena el despacho de medicamentos que con harto perjuicio de la humanidad,

están despachando los frayles encargados de las boticas de las varias órdenes de esta ciudad de

Palma, y los drogistas de la misma, que venden medicamentos preparados» («Otro [artículo co-

municado]», Diario de Palma, de 23 de noviembre de 1813, nº 78, p. 315). 31 El propio carácter de las tachas observadas permite suponer a su delator como alguien cercano a ese

entorno hospitalario: «¿quien tiene la culpa de que una quina podrida que se propinaba á media-

dos ó poco antes del año pasado á los enfermos del mismo hospital, encontrada y denunciada por

el cirujano mayor, no se quemase?» (p. 174). Siete días después de esta exposición de «El Indul-

gente», sacó la Aurora Patriótica, en fecha 22 de noviembre de 1812, nº 16, un nuevo escrito, re-

frendado por un inescrutable «T», en el que se viene a ratificar todo lo expuesto por aquel. 32 La Antorcha, nº 8, «Que es la policía y quales son sus funciones?, sin firma, p. 94.

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Además, frecuentemente la intención de dar a la prensa sus observaciones pro-

venía de la confianza que sus respectivos autores tenían en la efectividad que aquellas

pudieran producir:

Sirvase vd. insertar en su periódico estas tristes quejas, que me ha dictado el deseo de

que se asiste en lo sucesivo á los militares enfermos con la puntualidad que corresponde33.

Y no bastante, el articulista se permite en ocasiones sugerir la sanción para

quienes infringieran o descuidaran sus deberes oficiales, individuos estos que debían

ser, cuando menos, sustituidos de inmediato por otros más competentes:

Es muy conveniente que se publiquen las faltas que han cometido las personas que

acaban en un enpleo público, á fin de que procuren los electores nonbrar otros sugetos que

sean incapaces de cometerlas34.

Este nexo entre el ciudadano de a pie y los poderes de la nación a través del

cauce de las publicaciones periódicas, merced al cual podía aquel albergar la esperan-

za de influir de alguna forma en la vida pública, resultaba cosa novedosa en España,

frente a la secular actitud anterior de, por lo poco, ignorar y, en lo más probable, casti-

gar las críticas que, directamente y sin tapujos, se efectuasen a la autoridad por parte

de los súbditos del reino.

Una muy gráfica prueba de hasta qué punto llegaba la convicción en la eficacia

de los derechos de las personas amparados por la Constitución de 1812, en conjunción

con la rigurosa disciplina que se observaba en algunos puntos tocantes a la materia de

la salud pública, lo hallamos en la pública denuncia que, firmada por Mariano Conra-

do el 17 de octubre, apareció en el nº 113 de la Aurora Patriótica, de 14 de noviembre

de 1813. Tras referir en ella el exponente que había sido objeto de detención ilegal,

porque como regidor de semana de sanidad no había acudido a su puesto determinado

día, concluía solicitando, ni más ni menos, lo siguiente:

Que la regencia, suspendiendo inmediatamente de sus funciones al capitan general

marques de Coupigny35, á los individuos de la junta superior que han intervenido en estos

atropellamientos, y al alcalde mayor D. Ignacio Pablo Sandino, les mande formar causa, á

fin de que resultando ciertos los atentados que dejo espuestos, se les castigue severamente

como infractores de la constitucion (p. 285).

Pero lo más llamativo del caso fue que, visto lo acontecido después, aquella pe-

tición no habría podido ser calificada en modo alguno de descabellada. Miguel Oliver,

que conoce el episodio, nos cuenta su final:

En vista del atropello, el señor Conrado recurrió a las Cortes en queja. En la sesión del

8 de octubre de 1813, la comisión de justicia presentó su dictamen y aprobado este, se or-

33 «El sensible», Aurora Patriótica de 8 de noviembre de 1812, cit., p. 147. 34 «Artículo comunicado», suscrito por «T», Aurora Patriótica de 22 de noviembre de 1812, cit., p. 194. 35 A la sazón jefe de la Junta Superior de Sanidad.

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denó la formación de causa al general marqués de Coupigny, declarándole el gobierno

suspendido de empleo y sueldo. La orden llegó el día 8 de noviembre y Coupigny tuvo

que hacer entrega del mando al teniente general Don Antonio de Gregorio (op. cit., p.

643).

Conscientes, por supuesto, de este poder que tenían en sus manos, los editores y

demás responsables, en general, de los periódicos no dudarán en exhibirlo como un

recurso más a la hora de conseguir la utilidad social que se pretende. En este sentido, y

aunque por la causa que fuera no se cumplió, Miguel Domingo desde su Aurora lanzó

la siguiente advertencia, en alusión al cementerio de Palma, cuyas obras habían sido

paralizadas: «La Aurora por su parte, y vd. por la suya, procurarán dar movimiento á

esta obra36

». Asimismo, Pérez de Arrieta difunde desde La Antorcha, tras el epígrafe

«Sanidad», que se halla ojo avizor sobre quien quebrante las precauciones tomadas a

causa de la peste de Malta:

La Antorcha denunciará á la faz del público quantas faltas se cometan en el particular,

y llegue á oidos de su Redactor, que estimará sobremanera las noticias que los hombres

amantes de su patria, y de la humanidad se sirvan comunicarle sobre tan importante asun-

to (nº 3, p. 36).

Y a semejanza de la Aurora Patriótica y de La Antorcha, otra cabecera de la

prensa liberal mallorquina, el Diario Político y Mercantil de Palma, por medio de su

editor —que muy probablemente fue la misma persona en cuyo taller se imprimía,

esto es, Miguel Domingo—, ante determinadas contravenciones normativas en materia

de enterramientos, se encargará de dejar muy clara constancia de la potente arma que

manejaba la prensa:

Las facultades del editor no se extienden á contener á los infractores en los límites de

la mas rigurosa obediencia, pero protesta que seguirà haciendo con frecuencia recuerdos

de esta especie hasta que lleguen á oidos de los que tienen en su mano hacerse respetar37.

Por eso, con razón podrá jactarse la Aurora cuando da a entender su decisivo in-

flujo en la aceptación de bastantes de las medidas tomadas por las autoridades sanita-

rias:

No tratamos ahora de criticar ni de elogiar las providencias que ha dictado esta junta de

sanidad para preservarnos del contagio, de las quales muchas se acordaron despues de pu-

blicados los artículos de la Aurora38.

36 «El editor de la Aurora», «Al inparcial del diario de Palma de 26 de setienbre el editor de la Aurora»,

en Aurora Patriótica Mallorquina de 28 de setiembre de 1812, nº 106, p. 440. La razón de no re-

incidir en el asuntó quizá estribó en el reinicio de los trabajos en el camposanto, ya que este se

acabó inaugurando, como más atrás queda dicho, en enero de 1814. 37 «Nueva reclamacion sobre entierros» (sin firma), en el Diario Político y Mercantil de Palma, nº 104, de

15 de abril de 1814, p. 3. 38 «Contestacion á la memoria oficial [...]», sin firma, aunque probablemente de Miguel Domingo, en

Aurora Patriótica Mallorquina de 11 de octubre de 1812, nº 4-2ª época, p. 38. Aunque no se

muestra del mismo pensamiento, sin embargo, el «Otro Forastero», cuando en el Diario de Palma

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Otro servicio más podían prestar los papeles periódicos a la causa de la salud

pública, y era este el que convino la Junta Superior de Sanidad de las Baleares, presi-

dida en octubre de 1813 por el liberal Guillermo Ignacio de Montis, con el fin de pre-

miar a la Junta Municipal de Manacor, en la persona de su alcalde; pues consistía en

imprimir en los periódicos una felicitación de la expresada Junta Superior por el celo

exhibido por aquel en lo concerniente al saneamiento de su localidad: «para que sirva

á Vmd. de satisfaccion y de estímulo á los alcaldes de otros pueblos, que no duda la

Junta sigan el exemplo de Vmd.39

».

De otra parte, cuanto hemos comentado de la prensa, va referido, naturalmente,

a la que, imbuida de las ideas de renovación, apostaba por una larga serie de cambios

en la vida pública española. Pero a la otra, a la portadora de planteamientos reacciona-

rios, nada de todo eso le resultaba familiar; sino que, al contrario, reacia a cualquier

tipo de innovaciones, abogaba por dejar como herencia aproximadamente la misma

clase de sociedad que había recibido: «exîge la prudencia que no se introduzcan nove-

dades sin motivos tan evidentes como urgentes40

». Por tal razón, censurando la preten-

sión de los liberales de dejar de sepultar en las iglesias, aducirán lo siguiente: «es muy

exâgerado el perjuicio, que recibe la salud pública de la piadosa y antigua costumbre

[...] de enterrarse los cadáveres en el recinto del templo41

». Y por si fuera poco, y por

entender que tales propósitos del bando reformador escondían un asalto a las creencias

religiosas, solicitaban, de paso, que fueran sometidos a corrección aquellos tan inso-

lentes periodistas:

Yo estraño como permiten las autoridades eclesiasticas, y como se deja impunemente

libre la carrera á escritos tan malignos, y que no se desfoguen mas los ministros del evan-

gelio en la catedra del Espíritu Santo (ibídem, p. 138).

En otras ocasiones, el anhelo de los renovadores por evitar los estragos de las

epidemias era menospreciado por el bando de los rancios mediante el irónico consejo

de que mudasen la finalidad de sus esfuerzos, de lo físico a lo anímico, y de que en

de 8 de julio de 1813 (nº 307, p. 1363, «Noticias particulares de Palma»), tratando del orden

público y de la seguridad personal, desenvaina la siguiente protesta: «pero parece que se ha hecho

modo ó sistema el despreciar todo artículo de los periódicos y de consiguiente el despreciar la ley

de libertad de imprenta, pues expresa que sirve de freno á los que gobiernan; y notamos que ni de

freno ni de espuela ni de nada sirven los avisos y quexas». 39 Diario de Palma de 27 de octubre de 1813, nº 51, p. 208. 40 «Artículo comunicado», sin firma, en Semanario Cristiano-Político de Mallorca de 22 de octubre de

1812, nº 13, p. 147. 41 Rubricado por «El enemigo del Aurorismo, (no por artifrasis [sic])», con el título de «Antitesis á la

Aurora núm. 93», en Semanario Cristiano de 15 de octubre de 1812, nº 12, p. 137. A la semana

siguiente, el ya anteriormente citado artículo comunicado del Semanario Cristiano de 22 de octu-

bre (en confutación del estampado en la Aurora Patriótica el 15 de setiembre de 1812, al que

igualmente en su momento nos referimos) volverá a la carga con este tipo de asertos: «Primera-

mente dice: que enterrar los cadaveres en el recinto del templo perjudica á la salud publica. Esta

proposicion indefinida, como suena, es falsa» (p. 148); arguyendo, al objeto, el que gozaban de

una excelente salud los frailes adscritos a Santo Domingo y San Francisco, las iglesias mallorqui-

nas donde más enterramientos se llevaban a cabo.

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lugar de concentrar su objetivo en combatir las enfermedades corporales lo fijasen en

la erradicación de las espirituales, que tan señaladamente, en su criterio, inoculaba por

ejemplo la Aurora Patriótica Mallorquina. De esta forma despachaba el asunto un

anónimo simpatizante del Semanario Cristiano:

Pero ya que le ha dado la gana de declamar contra pestes y contagios42, podria haberlo

hecho, y con mas acierto, comunicando un articulo semejante á la Aurora sobre el conta-

gio pestilencial que este maligno meteoro pretende introducir en esta Isla, por lo relativo á

religion y moral [...]. Bien haya y bendito sea el que trabaja para la conservacion de la sa-

lud y vida corporal de los naturales y habitantes de esta Isla. Pero ¿no habria hecho mejor

y habria acertado mas el autor si hubiese declamadado contra el albañal Aurora, que exâla

los miasmas mas pestilentes que jamas hayan inficionado la atmosfera de este pais?43.

Tampoco el tono humorístico le resultaba ajeno a dicho hebdomadario para glo-

sar los desvelos de sus enemigos ideológicos por la salud pública, aparejando el voca-

bulario sanitario a las ideas de nuevo cuño que tan a disgusto padecían:

V. [el Procurador General] se ha constituido Médico de la epidemia, que se padece en

Cádiz; los vómitos prietos son continuados; el contacto de los contagiados (y mas en las

casas de reúnion) hace mil estragos en los predispuestos, y muchos robustos se van debili-

tando: V. lo toca y nosotros lo vemos; así que, es necesario que grite V. á la Junta de Sa-

nidad, que se juzga segura, porque usa del elixir de la Phylausia, que en [sic] un charlatan

transpirenaico á caro precio les ha vendido, como un Pharmaco de inmortalidad; siendo en

realidad un veneno dulce que al fin causa la gota serena, y no les precabe de los efectos de

esta peste desoladora44.

La desaprobación, sin embargo, no siempre procedía de los periódicos retrógra-

dos. Viejos resabios del poder le originaron también diversos contratiempos a la pren-

sa liberal, y más concretamente a la Aurora Patriótica Mallorquina, por haber puesto

ante la picota pública algunas actuaciones de la autoridad que consideró desacertadas.

Un ejemplo evidente de lo que decimos lo constituyó el duro informe extendido por el

fiscal de la Audiencia de Palma, Francisco Ramón de la Peña, en nombre de la Junta

Superior de Sanidad de Palma, a cuenta de los anteriormente examinados artículos de

la Aurora Patriótica de 11 y 14 de setiembre de 1812, firmados, respectivamente, por

la «La Razón» y «La verdad», junto con otro, bastante más breve, aparecido el día 12

(perteneciente a R., C. y C.). Las causas alegadas eran, entre otras, las siguientes:

42 Alude a «La verdad», autor del escrito insertado en la Aurora el 14 de setiembre de 1812, ya previa-

mente comentado. 43 “Señor editor del Semanario”, sin firma, en Semanario Cristiano, 24 de setiembre de 1812, nº 9, p. 109. 44 Y. G. R., «Al Procurador General de la nacion y del rey», en Semanario Cristiano de 29 de abril de

1813, nº 41, pp. 194-195. La vena burlona es claramente detectable también en el ya mentado

artículo del Semanario Cristiano, 5 de octubre de 1812, nº 12, «Antitesis á la Aurora núm. 93»,

donde el autor, buscando un efecto jocoso, se apodera de mucha parte del léxico y del estilo con

que fue vertido el artículo que, sobre el mismo tema de los enterramientos en cementerios, había

sacado la Aurora el 15 de setiembre de ese año.

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Ofenden al interés general, trata á la Junta de infractora de la Constitucion política, y

de apática en la vigilancia que imperiosamente exîge el resguardo de la salud pública45.

Se defendió la Aurora de este ataque el 11 de octubre, destinando 9 páginas de

su nº 4 (2ª época), a un largo escrito, en el que, aunque sin mención de su autor, pudie-

ra presumirse la intervención de su editor, Miguel Domingo46

. Aparte de invocar la

libertad de imprenta, en la que se funda el derecho de todo ciudadano a criticar las

medidas tomadas por sus dirigentes, replicaba aquí el articulista al Sr. de la Peña con

la contundencia que le otorgaban los hechos, explicándole que muchas de las precau-

ciones dictadas por los responsables políticos lo fueron gracias a las denuncias publi-

cadas en dicho papel, cuyo tenor literal (p. 38) ya plasmamos previamente en este

trabajo.

El Semanario Cristiano de 15 de octubre de 1812, nº 12, sin firma, tras el rótulo

«Impreso», oliendo la sangre, se hizo eco, cómo no, del reseñado Manifiesto, al que

ensalzaba precisamente por combatir a la Aurora: «Estabamos aguardando con mucha

impaciencia que esta Junta Superior de sanidad se vindicase de las injurias aurorianas»

(p. 145). Y añadía unas cuantas líneas más adelante:

Estas pocas pinceladas [...] denunciarán á la faz del Supremo Gobierno y de la España

toda, que la Aurora es una publica detractora, un escrito sedicioso, y subversivo de nues-

tras leyes fundamentales (p. 146).

En su nº 8, de 25 de octubre de 1812, la Aurora da un paso más en su enfrenta-

miento, y tras el rótulo «Segunda súplica al Sr. fiscal de esta audiencia», reta a este a

que lleve a cabo aquella su amenaza, de que «escitará la autoridad conveniente, para

que contenga los progresos licenciosos é inmorales de la Aurora» (p. 90). Y por si

tales contestaciones pudieran parecer tibias, el mismo periódico, en su nº 9, de 29 de

octubre, acogió un «Artículo comunicado», suscrito por «Un enpleado de sanidad», en

defensa de los trabajadores de su gremio. Se declaraba allí el agradecimiento que el

pueblo mallorquín había demostrado hacia esos colegas suyos, por haber sido, merced

a su celo infatigable, superadas con éxito las cuatro epidemias anteriores, y a las cua-

les, en su opinión, el mentado fiscal había infamado. De ahí su propósito de deman-

darlo ante el tribunal competente (p. 107).

Ponemos, por último, colofón a esta polémica47

con la respuesta que «El Mastín

Seráfico», esto es, el P. Strauch, dio en el Semanario Cristiano de 24 de diciembre de

1812, nº 22, al «Señor el empleado de sanidad» (el mismo al que antes aludimos), en

la que despuntaba, una vez más, aquel lado humorístico que a menudo solían emplear

45 Manifiesto, que la Junta Superior de Sanidad de Palma Presenta al Público para su instruccion y

conocimiento, Mallorca, Melchor Guasp, 1812, p. 8. 46 «Contestacion á la memoria oficial, que ha presentado á la junta superior de sanidad de estas islas su

vocal el señor fiscal de esta audiencia don Francisco Ramón de la Peña». 47 Aunque todavía continuará esta controversia periodística en el Semanario Cristiano de 7 de enero de

1813, nº 24, donde tras el epígrafe «El autor del elogio Al Señor Empleado de la Sanidad», y con

la rúbrica ahora de «El Autor del Elogio», comparecerá aquel mismo individuo que, en el Sema-

nario de 15 de octubre, había aplaudido la reprensión del fiscal Peña a la Aurora.

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las gentes más conservadoras para con el empeño que en la salud pública ponían sus

adversarios políticos, y que tal vez ellos consideraban excesivo:

¿La Locura es contagiosa?

Hago esta ultima pregunta porque se que hay locos en el Hospital; y si la locura es

contagiosa, sera preciso que Vd. Sr. el Empleado tome providencias paraque [sic] no se

nos pegue el contagio, los embie á Mahon á hacer su quarentena, no sea que nos volvamos

todos locos48 (p. 264).

Posiblemente lo que, en el fondo, sucedía era que las gentes de talante signifi-

cadamente más tradicional se hallaban saturadas con las múltiples novedades que en

aquellos precisos y sorprendentes años les había tocado vivir o, en su opinión, pade-

cer. Y no es de extrañar su temor a que, tantas y tan formidables sacudidas, con el

epicentro situado en las Cortes de Cádiz, terminaran por arrumbar el mundo de siem-

pre: su mundo, aquel en el que sentían seguros, y en el que por lo general gozaban de

determinados privilegios y de un reconocido estatus. De ahí su inveterado rechazo

hacia todo lo que sonara a innovación o alteración de lo existente, y de ahí su cruzada

para poner freno a toda aquella avalancha de «modernidades» que ponía en solfa lo

antiguo49

. Y si, de una parte los reformistas, refiriéndose a ellos, protestaban de que

«esta multitud astuta de raposos políticos ha declarado guerra á todas las ideas libera-

les50

», pues ninguna de sus ideas los convencía, los reaccionarios, por la suya, corres-

pondían pinchando allí donde más les dolía a los otros, señalándolos como agentes del

extranjero invasor:

Léjos, repito, de nosotros semejantes piojos napoleónicos, que en todas partes quieren

picar. Alerta, compañeros, buenos españoles [...].Tratemos de conocerlos; y conocidos

que sean, pongámoslos en parage donde no nos puedan dañar sus lenguas ni sus plumas51.

48 Quizá la expresión encierre un juego de palabras, pues si bien es cierto que en el lazareto de Mahón

tenían que guardar la cuarentena los buques que arribaban a las islas, no lo es menos que justa-

mente en aquellas fechas se hallaba destinado en dicha localidad menorquina Isidoro de Antillón,

el más conspicuo enemigo ideológico de los absolutistas en las Baleares. 49 Luis Barbastro anota, al respecto, la siguiente hipótesis: «Creemos que fue precisamente el paquete de

reformas aprobadas por los diputados de Cádiz, lo que alentó aún más el movimiento reacciona-

rio» (BARBASTRO GIL, L., Revolución liberal y reacción (1808-1833). Protagonismo ideológico

del clero en la sociedad valenciana, Alicante, Caja de Ahorros Provincial de Alicante, 1987, p.

63). 50 «Los liberales de las provincias á los liberales de Cádiz», sin firma, en Aurora Patriótica de 24 de

enero de 1813, nº 34, p. 77. 51 «Artículo comunicado», firmado por «El buen clérigo», en Semanario Cristiano de 26 de agosto de

1813, nº 58, p. 399. Tal denuesto proferido a las fuerzas renovadoras no fue tampoco de los más

extremos; oigamos otro más subido de tono, posiblemente obra del sacerdote Antonio Togores,

uno de los redactores del Semanario Cristiano: «el despotismo y arbitrariedad de unos seres ma-

lignos, de unos hijos espureos, de unos inmundos Apostoles del infernal monstruo, de los agentes

del infame Napoleon, de los Vandalos de la España, de los conspiradores contra el trono y el altar,

de los Jacobinos, Fracmazones [sic], Jansenistas, de ... de los liberales todos» (Relación sucinta,

pero verídica, de las extraordinarias demonstraciones de alegría [...] por el feliz y deseado regre-

so de su amantísimo soberano el Sr. D. Fernando VII […]. Compuesta por un amante de la Reli-

gión y del Rey, Palma, Felipe Guasp, 1814, p. 12).

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Por todo ello, muchos de los más conservadores huían con espanto ante cual-

quier proposición de los liberales, por más puesta en razón que estuviese, o por más

beneficiosa que para el conjunto social resultase:

Embrutecimiento, ¡Eh! Ya os conocemos filósofos liberales; sí: ya os conocemos: ojalá

quisieran tambien conocer Vds. que á los mallorquines verdaderos patriotas nos va bien y

muy bien con este tal embrutecimiento; y que si no queremos, ni permitiremos jamás que

unas manos sucias vengan á limpiarnos52.

V. Conclusiones

La libertad de imprenta reconocida por las Cortes gaditanas en 1810 permitió,

durante aquellos escasos años en que se mantuvo en vigor, que muchos periódicos, al

revés de lo que había sido costumbre en la historia de España, se atrevieran a denun-

ciar públicamente todo aquello que consideraban desarreglado y perjudicial para el

conjunto de la sociedad, con la consiguiente exigencia de que se pusieran los oportu-

nos remedios.

Por otra parte, la nueva línea política de signo liberal demandaba del Estado una

serie de obligaciones que favoreciera la prosperidad de los ciudadanos. Por eso se

podía señalar como obligación de los funcionarios públicos el que «deben [...] promo-

ver la felicidad de los pueblos53

». Además, esa idea de procurar el bienestar del indivi-

duo, considerada por algunos como un derecho constitucional54

, alcanzaba uno de los

puntos más álgidos cuando se circunscribía al tema de la salubridad pública, pues po-

cos problemas son capaces de revestir tanta trascendencia como el tocante a la preser-

vación de la vida.

Para los reformadores las soluciones a los problemas derivados de la salud no

debían limitarse, como se hacía en tiempos pasados, a rezar, llorar resignados, o a

endosarle a la población unas ordenanzas que rara vez se cumplían, sino que tenían

que fundamentarse primordialmente, junto con el correcto funcionamiento de las insti-

tuciones médicas, en una prevención eficaz por parte de la Administración55

. Y era

52 Semanario Cristiano de 19 de agosto de 1813, nº 57, p. 387, nota 33, quizás de la pluma de Strauch. Ni

un paso más atrás concederán en su lucha los serviles, antes bien, la situación les pintaba propicia

para tirar a dar con toda suerte de tópicos: «la degradació de la Pàtria, el Rei i la Religió;

l`afrancesament: el caos, en fi, de la fe, la moral i els costums» (ROURA I AULINAS, L., L´Antic

Règim a Mallorca. Abast de la commoció dels anys 1808-1814, Mallorca: Govern Balear, 1985,

p. 290). 53 Aurora Patriótica de 28 de marzo de 1813, nº 52, p. 322. 54 Así se desprende de las siguientes palabras, transcritas en el Diario Político y Mercantil de Palma (8 de

abril de 1814, nº 97, p. 4, nota al pie), con las que se exhorta a la ciudadanía: «¿Pueblos? ¿Quereis

ser felices? Pues escoged para los empleos municipales hombres enérgicos, y que amen sobre to-

do la pública prosperidad sin respetos ni contemplaciones. De lo contrario no os quexeis de vues-

tra suerte, y echaos á vosotros mismos la culpa, si no sabeis aprovecharos de la ocasion de ser fe-

lices que la Constitucion pone en vuestras manos». 55 Este tipo de providencia tampoco resultaba algo inédito, pues se venía ya predicando por los médicos

desde los tiempos de la Ilustración; así lo exponen Granjel y Carreras: «La experiencia había con-

firmado la impotencia de la medicina para curar las enfermedades colectivas (endémicas y epidé-

micas), pero se tenía una confianza absoluta en sus posibilidades de prevenirlas» (GRANJEL, M., y

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prioritario llevar a cabo esta mediante el saneamiento y reordenamiento de los lugares

susceptibles de erigirse en foco de enfermedades, y sobre todo, de un modo especial

en el caso balear, que es el que nos ocupa, protegiendo a sus habitantes de las epide-

mias.

En tal empeño la prensa afín a esa ideología, se afanó con la determinación y

firmeza que es menester «quando se trata de promover la felicidad pública56

», y sus

críticas parece que sirvieron de punto de partida para que las autoridades corrigiesen

muchas de aquellas deficiencias aireadas por los renovadores en materia de sanidad.

Por contra, los periódicos reaccionarios se abstuvieron de comentar cosa alguna que

pudiera suponer mudanza en las viejas costumbres, y en las ocasiones en que trajeron

el tema a colación fue para desaprobar las propuestas liberales o para chancearse de

ellas.

CARRERAS PANCHÓN, A., “Extremadura y el debate sobre la creación de cementerios: un problema

de salud pública en la Ilustración”, en Norba. Revista de Historia, 17 (2004), pp. 69-91, p. 74). 56 Aurora Patriótica de 22 de noviembre de 1812, nº 16, p. 194, en el ya citado «Artículo comunicado»,

signado por «T», hablando del tipo de cambios que hacían falta para mejorar el hospital militar.

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