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METAFISICA
DEL BILLAR
Martin Scorsese, El color del dinero
(The colour ofmoney, 1986). Con Paul Newman, Tom Cruise y Mary Elizabeth Mastrantonio.
De los movie brats que Lynda Miles y Michael Pye mencionaban en su ya clásico libro de 1979, ninguno parece ser ya lo que
era, para bien o para mal. Incluso el prestigioso Coppola ha abandonado sus delirios de grandeza (preciosos delirios, por otra parte) para comprometerse resignadamente en la realización de trabajos menos personales, de los que Peggy Sue se casó (Peggy Sue got married, 1986) es el último y definitivo ejemplo. Martín Scorsese, sin embargo, que se dio a conocer con una compulsiva y brillante epopeya callejera, Malas calles (Mean streets, 1973), y conoció las mieles del éxito -Palma de Oro en Cannes incluidacon la poderosa Taxi Driver (T�xi Driver, 1976), quizá una d� las cmco mejores películas americanas de los años setenta, aparece hoy en día como el más concienzudo e irreductible de todos ellos, sorprendentemente fiel a sí mismo. En efecto, su obsesivo universo personal, hecho de héroes , a_tormentados y más bien neurotJcos que se mueven en espacios muy peculiares, lo que se podría llamar una estilización hiperrealista del más degradado ambiente urbano, no sólo no le ha impedido aceptar los encargos que se le han presentado a partir del estrepitoso fracaso de la espléndida El rey de la comedia (King of Comedy, 1983) -una de esas películas que se valorarán en su justa medida dentro de unos diez años-, sino que le ha posibilitado el perfeccionamiento de una férrea puesta en escena capaz de convertir esos encargos en films enteramente personales.
Tanto After hours (1985) -me niego a mancillar estas páginas con su deleznable título español- como El color del dinero resultan ser dos películas totalmente scorsesianas: si la primera, una fantasía imaginativa y desquiciada que convierte en una pesadilla la que podría tomarse por una comedia de costumbres, se inscribe en la nómina
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del Scorsese más irónico y feroz, como el del final de Taxi Driver o el de El rey de la comedia, la segunda es una obra de asombrosa madurez de una serenidad que su autor sólb había alcanzado, hasta ahora, en algunos momentos de Toro salvaje (Raging Bull, 1980). No se trata, como muchos pretenden hacer ver de una continuación de El buscavidas (The hustler, 1961), la obra maestra de Robert Rossen. Scorsese como en todas sus demás pelícu'las no busca el realismo tout court,' la recreación de personajes y ambientes, sino su modulación, la conversión de un material presuntamente veraz en un film que, sin perder ni un ápice de carnalidad, alcanza insólitos niveles metafóricos. Como Toro salvaje, se trata de la historia de una redención: incluso se repite la hermosa comparación del ciego que recupera la vista allí sintetizada en una cita de S�n Juan, aquí aplicada casi literalmente al personaje de Eddie (Paul Newman). Pero esta vez la cosa es distinta. Ni Eddie es un neurótico (como el Travis de Taxi Driver, el Jake La Motta de Toro salvaje o el Rupert Pupkin de El rey de la comedia todos ellos interpretados por Robert De Niro) ni su salvación adquiere los tintes violentos y apocalípticos de otros films de Scorsese. Muy al contrario, su itinerario vital y moral -que le conduce desde el calculador cinismo del principio hasta la recuperación final de su antigua inocencia, reflejada en
Martín Scorsese.
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EDITORIAL ANAGRAMA
LITERATURA INGLESA
Panorama de narrativas
Julián Barnes EL LORO DE FLAUBERT
lan McEwan EL PLACER DEL VIAJERO
Clive Sinclair CORAZONES DE ORO
Evelyn W augh MERIENDA DE NEGROS
lvy Compton-Burnett PADRES E HIJOS
Bárbara Pym MUJERES EXCELENTES
Elizabeth Taylor ANGEL
Contraseñas
Martín Amis EL LIBRO DE RACHEL
Malcolm Bradbury INSTALADOS EN LA CRESTA DE LA OLA
Tom Sharpe VICIOS ANCESTRALES
Roald Dahl MI TIO OSWALD
Colin Mclnnes PRINCIPIANTES
su ya famoso «I'm beck!»- aparece inusitadamente reflexivo, como la consecución de una madurez ganada a pulso y no obstante, como le ocurría a La Motta, en un instante de revelación. Incluso cuando Eddie, jugando una importante partida, ve reflejado su rostro en una bola, cara a cara, y decide abandonar, renunciar al dinero en favor de su integridad, no se trata de una iluminación repentina, sino del resultado de varias etapas sucesivas (separación de Vincent, recuperación progresiva de su habilidad, etcétera). Igualmente, la violencia del boxeo deja paso aquí a los pausados movimientos del billar, en una ritualización del juego que evita toda espectacularidad (las partidas nunca se plantean como típicas escenas de quién-va-a-ganar) a través de una inteligente visión elíptica.
No quiere eso decir, sin embargo, que El color del dinero sea una película menos física o más conformista que Malas calles o Taxi Driver. Pero, a pesar de transcurrir en ambientes que Scorsese conoce muy bien (bares, tugurios de mala muerte ... ), su vocación testimonial es ya menos acusada. Incluso Vincent (Tom Cruise), un personaje que podría recordar a muchos de los jóvenes airados e inexpertos de Malas calles, aparece concebido más como el contrapunto de Eddie, su otro yo al que debe enfrentarse para llegar a ser él mismo, que como carácter autónomo: primero lo corrompe, luego se enfrenta a él y cree vencerle ( cuando en realidad el otro ha utilizado sus mismas artimañas: atender más al dinero que podía ganar perdiendo que a la gloria que podía alcanzar ganando) y, finalmente, toma la firme resolución de no abandonar hasta que le venza de verdad: exactamente igual que ha hecho consigo mismo a lo largo de su vida. Del mismo modo, la depuración de la puesta en escena convierte todos los ambientes y situaciones en estilizada imagen exterior de la evolución de Eddie: si el principio, por ejemplo, en el restaurante, la continua ruptura del punto de vista de la cámara -y sus vertiginosos movimientos- delata una inestabilidad vital que la tranquila apariencia de Eddie se niega a ratificar, al final las ceremonias panorámicas sobre la sala de billar de Atlantic City, filmada con toda la intención como si se tratara de un altar mayor, resultan ser la traducción visual del
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inicio de su nueva vida, de su salvación.
Por todo ello, El color del dinero se presenta como la más controlada de las películas de Scorsese, la más seca y escética, renunciando a todo adorno (incluso la interpretación de Newman es sorprendentemente contenida) en favor de una austeridad casi abstracta. La película ratifica así algo que Toro salvaje ya anticipó sibilinamente: que, en el fondo, el ya no tan joven autor de Taxi Driver está cada vez más lejos de Nicholas Ray y más cerca de Bresson.
Carlos Losilla
UNA
COLECCION
CLASICA Y
EJEMPLAR
Colección «Biblioteca». Ed. Altafu
lla,
Barcelona,
1987.
siempre he sido un fan, un «grupi» de Josep Molí, editor de Altafulla, porque busca y consigue dos cosas esenciales en su
profesión: editar buenos libros y sacarlos a la luz con cuidado exquisito. Desde el logotipo de la editorial hasta los de sus diferentes colecciones, un gusto poco habitual por el detalle, por todo aquéllo que convierte al libro en un objeto polifónicamente bello y útil, preside todos los pasos del proceso, desde el diseño hasta el manipulado.
Ahora, una nueva colección ha venido a unirse a las varias ya altamente estimables, desde el punto de vista recuperador y divulgativo que preside la línea intelectual de Altafulla, al poco de haber lanzado una de textos clásicos científicos ( «N octulabium» ), dirigida por el director de Mundo científico, Jaume Josa, y en vísperas de sacar a la luz pública otras de textos clásicos de economía y filología catalanas.
Semejante labor editorial no parece verse recompensada con un equivalente interés por parte de los medios de difusión cultural, a veces ni siquiera en el ámbito más reducido de Cataluña (con excepción
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quizás de la también reciente colección «Altaír», de antropología y viajes), por lo que merece la pena destacar la enorme importancia de esta última colección, titulada con el neutro designativo de Biblioteca, y que pretende recuperar textos clásicos de varias disciplinas humanísticas, aprovechando las traducciones ya existentes en castellano (algunas archiclásicas del s. XVIII, y otras que corrieron nopoco a principios de este siglo), yubicadas en la tierra de nadie deldominio público (calificativo jurídico muy engañoso, que indica engeneral que ya nadie los lee).
El coordinador-director de la colección, Alberto Cardín, bibliómano de títulos, más que de los libros como fetiches, y por tanto muy entendido en piezas sueltas, ha reunido un grupo de especialistas de las diversas materias que en principio forman la colección (hay, al parecer, el proyecto de añadir otra serie más de psicología), y que son, por orden de lista: Rafael Carrasco, para la serie de Historia, José Doval, para la de Lengua y Literatura, Benigno Acaso, para la titulada Extravagantes (donde irán a parar, según parece, raros ensayistas literarios), Alberto Hidalgo Tuñón, con la Filosofía a su cargo, Juan Redón, con Arte y Arquitectura, la serie estrella de la colección, y el mismo Cardín al frente de una serie de Antropología.
Cinco títulos han salido ya hasta la fecha, en cortísimo tiempo, alguno de los cuales ha agotado ya una edición, a pesar de lo añejo de su tema y de su edición (o, tal vez, por eso mismo), concretamente, los Cuatro libros de la arquitectura, de Andrea Palladio, en exquisita edición facsímil de la edición española de 1797. A lo que se añaden la
reproducción de la traducción de 1912 del clásico de la antropología que es Los orígenes de la civilización y la condición primitiva del hombre, de Lubbock (con magníficos grabados de época), la popularísima edición de Las 7 lámparas de la arquitectura, de Ruskin, aparecida en Prometeo a principios de siglo; el importantísimo Análisis de las sensaciones, de Mach, en la has-
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ta ahora inencontrable edición de Jorro; y el absolutamente impres- � cindible, para las miríadas de tea- ¡ treros que nos rodean, Arte escéni- � co en España, de Yxart, joya de la ci crítica teatral de finales del XIX, y .; buscado por no pocos bibliómanos. ¡¡¡
De inminente aparición se anuncian libros tan buscados, o tan esperados por quienes ya desisten de buscarlos en librerías de ocasión, La condición social de los moriscos, de Florencio Janer, el Diario íntimo de los Goncourt, El materialismo contemporáneo, de Paul Janet, la Antropología de Tylor (nada menos que en traducción del padre de los Machado) y un libro muy buscado por la inmensa ralea de los arquitectos y diseñadores que nos invade, el Arte del diseño, de Milizia, otro clásico del XVIII. Y así, en imparable sucesión de críticos suspirados, mientras no empiecen a animarse los imitadores, cosa siempre de esperar en este país de nuestras entretelas.
Príam Mesquida
NI ANGEL, NI NEOFITO
Manuel Vicent, Balada de Caín. Premio Nadal de Novela 1986. Ediciones J?estino, Barcelona, 1987.
N o hay más que ponerle lavista encima para advertir que este escntor es un sujeto perverso. Un tipo·malvado y brillante, con
algo de dandy luciferino en la jeta y el avío, que maneja como pocos ese bajo latín en el que ustedes y yo nos entendemos, convirtiendo cada folio en una fiesta objetiva! mientras se ríe del mundo y sus inmediaciones con unos ojos de aguamarina bajo un cráneo mondo y excelentemente amueblado.
Perpetra oraciones como navajazos del más bruñido acero -dicho de otro modo, gasta Manuel Vicent una sintaxis que te corta el resuello-, fatiga una prosa de alta precisión y convierte cada párrafo en un artefacto de relojería que estalla en el momento menos pensado, en forma de pifia irónica o arrebato barroco, dejando al lector con los menudillos al aire, con las vergüenzas muy creadas, sobre todo cuando el lector es, además, escritor, porque individuos de su calaña provocan toda la envidia del mundo en este gremio de marear.
Los tres angélicos, los buenos tipos -esos sujetos execrables- se conocen muy bien porque se la cogen (la pluma, la olivetti) con papel de fumar e incurren en una prosa almibarada y meliflua que produce desinterés o vómito, según talentos y talantes.
Manuel Vicent resulta ser todo lo contrario, y lo ha demostrado una vez más con esta Balada de Caín que acaba de infringimos. Un libro imposible en el que el célebre pecador sodomiza a su hermano, se lía con una mona, juega a los bolos con Yavhé, anida en prostíbulos, insufla maldad a un saxofón y se va de bureo por el desierto, el Mediterráneo o la octava Avenida de Nueva York, según le pete. Haciendo buena la máxima baconiana (ne jamais s'expliquer, ne jamais s'excuser) puesta como pórtico de un libro barthesiano, Le plaisir du texte.
Texto placentero éste de Manuel Vicent y, por tanto, subversivo, que no respeta unidades de acción ni de tiempo (si lo prefieren por lo claro, no respeta ni a dios), porque se trata de «una sola vida multiplicada por los sueños»). Y, natural-
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mente, un prodigio de escritura luminosa y olorosa, de esa que dicen mediterránea, que te conduce sumido en el vértigo sensorial hasta la última página con el belfo húmedo. No se lo pierdan.
Francisco Orejas
EL ETERNO DE LO EXOTICO
Lily Litvak, El sendero del tigre («Exotismo en la literatura española de finales del siglo XIX, 1880-1913»), Madrid, Taurus, 1986.
Pocos períodos tan controvertidos existen en el devenir histórico-cultural de Occidente como aquel que, con denominación
bastante imprecisa pero de gran poder sugeridor, conocemos bajo el nombre de «fin de siglo».
Epoca de profundos cambios en todos los órdenes, el final del siglo XIX simboliza, entre otras muchas cosas, una nueva actitud ante el hecho estético -resultado del rechazo de las corrientes precedentes pero también de la rebelión contra las formas de vida burguesas, consideradas caducas, vulgares y estériles- que se resuelve en una afirmación del elemento de arte y de los valores creativos del individuo.
No es, pues, arriesgado afirmar que esteticismo y rebeldía son las dos nociones fundamentales que articulan la plástica y literatura finiseculares. Muchas y muy diversas manifestaciones, que irían del postulado teórico -«El arte por el arte» de los parnasianos- a la más contundente expresión de fuerza vital -el dandysmo o la bohemia con su componente de moral al margen de lo establecido- ratifican la veracidad de lo dicho. Tales manifestaciones son, así consideradas, fenómenos representativos de una peculiar sensibilidad decidida a satisfacer unos anhelos de trascendencia espiritual que las circunstancias del momento (el peso de su realidad), parecen asfixiar y malograr.
Ya hemos señalado la abundancia de ejemplos al respecto. Sin embargo, son contados los que al-
canzan el grado de exquisitez contenida en la moda exotista de finales de siglo, cuya auténtica significación ha sido ignorada de forma sistemática durante años por la crítica, la cual ha tendido a conceptuarla «como un simple escapismo, forjador de clichés y baratijas».
De esta confusión viene a sacarnos el, hasta ahora, último y magnífico libro de Lilly Litvak, El sendero del tigre, al que pertenecen las palabras transcritas. En él, con la seriedad y rigor que le son habituales, la profesora Litvak examina la cuestión del exotismo finisecular -sus causas, expresiones y efectos- en el ámbito de las artes y, sobre todo, de las letras españolas en los años comprendidos entre 1880 y 1913, sin que ello sea obstáculo para la inserción de alusiones referentes al panorama europeo que repercuten en un perfecto incardinamiento de la situación de nuestro país en el contexto internacional.
A nadie se le escapa que estamos ante un tema denso y, por su riqueza intrínseca, de tal complejidad que resulta casi imposible la elaboración de un estudio exhaustivo sobre el particular. Así lo ha entendido la autora y por ello ha operado, creemos que con acierto, de acuerdo con un criterio de selección especial en función de la importancia de los distintos países exóticos en lo que atañe a «su impacto en la sensibilidad finisecular española». De ahí que el trabajo se limite al análisis de cuatro áreas geográficas -la India, Japón, el oriente musulmán y los trópicos- espléndidamente descritas en sus particularidades como vehículos de respuestaa una serie de «inquietudes filosó-
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ficas, existenciales y estéticas», que conforman un singular espíritu de época cuyo perfil completa el examen del llamado «exotismo arqueológico», signo de identidad decadente que resucita la atracción por aquellas grandes civilizaciones que, esplendorosas un día, sufrieron una irreversible destrucción.
En síntesis, una obra de gran interés, bien documentada ( como demuestra la abundante bibliografía en ella manejada), digna de ser tenida en cuenta por lo que en el futuro puedan sentirse atraídos por el tema.
María del Carmen Alfonso García
INMENSIDAD
DEL VERSO:
INTENSIDAD
DEL HOMBRE
José García Nieto, Galiana. Madrid. Instituto Hispano-Arabe de Cultura. Colección de Poesía Ibn Zaydun, 1986.
La palabra poética es la que arranca del insobornable fondo de amor que tienen todos los hombres, aunque ese amor llegue a la super
ficie confusamente, turbiamente.» Esas palabras las pronunciaba el poeta asturiano José García Nieto, con ocasión de una mesa redonda sobre la poesía allá por los años setenta y las publicaba «La estafeta literaria» en su núm. 498 para ser del todo exactos. Del insobornable fondo del amor, y en larga andadura, la palabra poética de García Nieto llega hasta muy lejos, hasta allí donde el hombre ha visto todo y donde todo por él ha sido amado en la inmensidad del verbo que intensifica tristemente el pecho del poeta, porque el amor lo habita y rompe al labio su insoportable sensación de olvido.
Quien conozca la obra poética de García Nieto no dejará nunca de asombrarse de esa su transparencia con el lenguaje. Tal parece que en la constante del verso, el poeta se hace niño muchas veces dejando atrás la biografía del hombre en el todo intento de asilarse en la inocencia, a través de una sucesión de
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INSTITUTO H!SPA,".'0 � ARABE DE CULTURA
JOSE GARCIA NlllTO
6-ALIANA
"PALABRA" PREVIA DE jESUS RIOSALlDO
COLECCION DE POESIA IBN ZAYDUN JIP 8 MADRD>,1916
imágenes que le alientan y le alumbran: «El niño/aquel ... Mi corazón deshace el tiempo/aquel y el paloduz del amarillo/dulzor bajo la tierra removida». Tal parece que «cautivo y desarmado» ante su misma madurez, esencializa los cristales finísimos de la infancia para posar en ellos los cansancios; « ... el barro aquel, la tarde aquella, el niño aquel ... ».
Toledo es la ciudad, el río -Tajo- el testificador de una leyenda más que poner en el lienzo enamorado del poeta para plasmarse en ella un poco menos y trascenderse a ella un mucho más, no solo en la imaginación creadora sino en la historicidad propia. Galiana, princesa mora afincada en Toledo, es una contemplación bíblica casi de todas las Galianas que transcurren silentes en el pecho despierto del que ama. La princesa aquí, en su cautivez cantada, nos acerca a las cumbres de la exaltación amorosa más bellamente transitadas: «De tus hombros descienden tus dos brazos,/tus dos ríos de nieve deshaciéndose/que no podré beber del todo nunca». José García Nieto lleva en su discurso poético la máxima machadiana de la emoción de las cosas antes que un conceptualismo formal y fabulado. Desde «Víspera hacia ti» -su primer libro- hasta esta última entrega poética pasando por «Del campo y soledad»; «Tregua»; «La red»; «Geografía es amor»; «Memorias y compromisos» y «El arrabal» (por citar algunos de la treintena o más publicados hasta el momento) el poeta ha ido nutriéndose de soledades interiores, intensificándose en ellas para lle-
varias luego hacia el poema a manera del sólo que así comulga con la luz de la experiencia en la inocencia en punto -todavía- de todo lo vivido. Las cosas pasan, los deseos pasan, como pasa la vida de
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esa «otra» manera que García Nietocuestionará siempre con personalísimo verbo de extremada tristeza ,. -que no desesperanza-, de cuida- -�da cordura. A veces, sin demasiada � fe supongo. A veces, rozando con � los dedos la memoria de saberse "' más sólo ante el poema una palabra umenos. Pero con cuánta, cuantísima pasión de hombre todavía.
mo herramienta el espíritu y como oficio el tributo a la poesía, su novia amantísima, primera y última, y con la que ha cumplido ya sus bodas de plata en amor y fidelidad indescriptible. Pocos, muy pocos han acudido a estos esponsales con la palabra poética con ese sobrecogedor enamoramiento, con esa especie de éxtasis continuo.
Castilla, muchas veces presente en la obra de García Nieto retoma aquí por Toledo sus credenciales mesetarias como vibración lírica y estética en redoble de emociones hondas que traspasa incluso cortezas de evocaciones históricas. En «Galiana» la palabra garcianietista parte del paisaje, más historia, más -y sobre todo- existencia delhombre. Toledo es al poeta su niñez -Asturias, apenas si los prime-ros pasos y los «cantariquinos» dela madre- y un mucho de su propia evocación amorosa. Toledo, talcual la ciudad -madre donde seasila el hombre en su madurez paradarle el tesoro de su carcaj de olvido y de tristeza: « Y Galiana, y suruina, y su memoria .. ./Pero te buscoy tú no estás. Galiana./Nuncafuiste.Ni yo soy. Ni mi triunfo sirvió/de nada. «Es verdad la leyenda, y esmentira», dice el poeta y al decirloposa en la ciudad amada su equipa-je de regreso con disimulado gesto.Con ese su hacer finísimo y comedido que siempre le ha caracterizado, aún con el viento de cara tantasveces.
Por las manos -«que tienen aún memoria» del poeta ovetense, circula poesía como un fluir de pájaros. En la medida en que la poesía es conocimiento antes que comunicación, García Nieto ha llevado en sí mismo y frente a todo el do-ble compromiso intelectual y estético del entendimiento consciente con todas las criaturas en su espacio natural. Reverente con la estrofa y cuidadísimo en el «dolorido sentir», el poeta «garcilasista» que en su turno de palabra en la Real Academia usó de la poesía para cumplir con el rito del ingreso en tal docta institución, y dijo aquello de «Hoy he puesto mi mano, comootros días,lcomo otras noches, como otras madrugadas,/en el papel,/y mi mano temblaba» ha empleado co-
Por «Galiana» a José García Nieto se le ha concedido el Premio de Poesía «Ibn Zaydun» que convoca el Instituto Hispano-Arabe de Cultura en el año 1986. Pero otras entregas esperan su turno de salida muy pronto. Un ejemplo, «Carta a la madre» -conmovedora ofrenda del poeta a su madre, recientemente desaparecida- donde además -y más que nunca- de la palabra, el corazón escribe sus memorias, como nunca doloridas y ciertísimas. A ras de vida casi.
Marián Suárez Pérez
DELA MUSIQUE, AVANT TOUTE CHOSE
Jorge Ordaz, Prima donna. Barcelona, Anagrama, 1986.
He aquí un narrador de una rara estirpe. Desde la inicial Celebración de la impostura, pasando por Gabinete de ciencias astura
les (en colaboración con Juan Luis Martínez) hasta esta Prima donna,y cuanto a buen seguro vendrá, imperturbable, lo que Jorge Ordaz va mansa e implacablemente escribiendo pertenece a provincias de la
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literatura poco transitadas, qmza reservas de un tipo muy cualificado de escritor. Sorprende saber que sea geólogo, y más en concreto petrólogo, muy puesto al día y a la cabeza de su disciplina, porque, literariamente hablando, ama y practica lo que no se lleva, el pastiche, un regusto falsamente clásico, erudiciones sorprendentes, chispeantes, de alguna vejez. Cuando la norma fuera -como hasta hace poco- la tradición gala, él recorría la sajona; cuando el uso uniforme versaba sobre la implicación del autor en el acto narrativo, él mantenía una tercera persona distanciada, tanto que casi llegaba a ser más próxima al fin del giro; cuando primaba la híspide seriedad de la experimentación, él trabajaba desde la ironía.
Así ahora. No abunda precisamente la temática musical, y menos operística, en nuestra tradición. Pues ahí tenemos a Angélica Caffi, recorriendo casi todo el XIX y diversos países, que no serán sino escenarios que arropen una voz que hasta hiciera suspender la ingestión de un bocado exquisito a punto de llegar a la boca del gran Rossini, boquiabierto. Lo más frecuente en nuestra tradición, cuando se da el tema musical, es que vaya unido a lo fantástico -como en Bécquer- o en relación con un ambiente demi-mondain -Lloren<;: Villalonga- o como componente de la cultura rock -Haro lbars. Pero ya se ha dicho que son excepciones. Ni
siquiera en la época modernista, con aquel ansia de fusión de las artes, y con W agner como espejo en que mirarse, la música alcanza entre nosotros, y narrativamente hablando, un lugar relevante; al contrario, podría decirse que el modelo interpuesto entre realidad y narración, para un modernista, es siempre pictórico; demostración a contrario, una obra que, el hito modernista, pretende amoldarlo a gustos más cercanos: el Fortuny de Gimferrer.
Donde sí va la música modernista, por descontado, es en la lírica -poesía o prosa-, por más que elmaestro dijera que, con frecuencia,«la música es de la idea, solamente». Sea de ello lo que fuere, aquíhay música a raudales, y de ésa dela que puede decirse la más humana, pues el cuerpo mismo es el instrumento. Quien quiera ver Europaa través del sobrehilván de sus másimportantes coliseos diecinovescos, ahí lo tiene. Quien quiera sa-
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1 "' ,:'!
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ti ---!.
ber del fundamental cambio acaecido tocante a la emisión de voz en la escena operística, allí tendrá una página sabrosa. Quien sea amigo del detalle -y el fantaseado-, la partitura oculta -y la muy conocida-, del matiz -y del chafarrinónallí lo leerá. Pero también late, inesperado, como a traición, súbito, por momentos, un verdadero temblor. A pesar de la distancia, la ironía, el alejamiento del narrador, la disposición al modo de tableaux vivants, sobre esa superficie aparentemente fría, como un rubor, surge la fiebre, el rubor de la ternura. El narrador sabe mucho más de lo que dice, le gusta la ópera mucho más de lo que confiesa. Distante, irónico, con gran aparato de decorados cambiantes, una ajustadísima voz de narrador, veladamente pudorosa la pasión, entre el cartón piedra y lo sublime, uno acaba dándose cuenta de que a este texto le sostiene la textura misma de lo que habla, la ópera. Era su sino. O, más atinadamente, la forza del destino. Apuesten por este escritor.
José Doval
Los Cuadernos de la Actualidad
LAS CARTAS
DE JUAN
LARREAA
GERARDO
DIEGO
Juan Larrea: Cartas a Gerardo Diego 1916-1980, Edición a cargo de Enrique Cordero de Ciria y Juan Manuel Díaz de Guereñu, San Sebastián: Cuadernos Universitarios (N.º 2), 1986.
Al amor de Larrea, Edición a cargo de J. M. Díaz de Guereñu, Valencia: Pre-Textos, 1985.
E1 Departamento de Literatura de la Universidad de Deusto (sede en San Sebastián) reúne, en el segundo número de su
colección Cuadernos Universitarios, toda la correspondencia de Juan Larrea a Gerardo Diego. Ni
qué decir tiene que estas doscientas trece cartas, que abarcan un período de casi cincuenta y cinco años, son de sumo interés, pues alumbran, por reflejo, muchos rincones hasta ahora oscuros de la poesía española anterior a 1925, en especial del creacionismo y el ultraísmo. Pero también del grupo del 27, al que Larrea se aproxima -aunque sin integrarse- de la mano de Diego, sobre todo de lospoetas que, tras haber publicadopoemarios ultraístas de relevancia(p. ej., Imagen, de Diego, y Hélices,de Guillermo de Torre) siguen enla brecha de las principales revistasliterarias de la generación (Carmen,La Gaceta Literaria, Litoral, etc.).Se trata, en suma, además de unapublicación que colma muchas delas lagunas que tanto han cooperado en la mistificación y en el olvido de Larrea, de quien el lector depoesía española tenía noticia casiexclusivamente a través de la edición barcelonesa Versión celeste(Barral Editores, 1970). Por lo quese refiere a los ensayos larreanossobre poesía contemporánea, JoséMiguel Ullán recogió en 1982 algunos de los más apasionados y cargados de visceral subjetivismo. Noen vano Ullán comienza el prólogoa su edición (Juan Larrea: Torres deDios: poetas, Madrid: Editora Nacional) con la aseveración siguiente: «Ese nómada del espíritu y de
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la letra que fue Juan Larrea vio, al igual que Pessoa, más paisajes que aquellos en que puso los ojos».
Dos botones de muestra de esta iluminadora correspondencia, sacados de la carta fechada en Vallecas el 5-VI-1919 (e.d., de la primera etapa, en la que abundan los comentarios sobre los poemas respectivos, que Larrea y Diego solían intercambiarse antes de publicarlos), para ilustrar, primero, la escasísima divulgación de las principales revistas vanguardistas Y, segundo, la minuciosidad de los comentarios y la insistencia de opiniones y juicios de valor sobre cada uno de los poemas que Diego le enviaba:
He pedido Perseo en varios kioskos de periódicos y en ninguno me han sabido dar razón de tal revista. No cejo, sin embargo y seguiré demandándolo hasta dar con él y enviártelo. Espero comprar Grecia y Cervantes que tampoco sé dónde se venden (pág. 89) [ ... ]Te devuelvo las tuyas. Ahí vauna por una mis impresiones.«Andando» angustiosa visiónnocturna con tendencia al sentimiento trágico que se advierteen varias de ellas. Excesivamente descriptiva y detallista y sucesiva. Me gusta. Lo mismo digode «Fracaso» a la que justifica yde un enorme carácter la imagenfinal. La laminada «Lámina» esalgo extraño que sorprende, demodernidad pictórica. «Estrella»
Juan Larrea.
muy bien vista, pero, a mi parecer, no tan bien sentida. «Guardia de honor» muy nueva, me gusta mucho. lPor qué en ésta como en otras explicas tanto? La explicación derrama generalmente el sentimiento. «Lied» evocadora e imprecisa como de antemano lo dice su título. Muy bonita. «Invitación» bien pero no acaba de convencerme. «Palomar» tiene ritmo de balada y entra en tu antiguo estilo siendo moderna al mismo tiempo. «Tiesto» concebido primorosamente. En éste sentaría muy bien la rima perfecta. «Pesadilla» algo trágico y extraño que impresiona y conmueve. «Fiesta» sobriamente descrita, de atinadas imágenes. «Regata» muy propia y vistosa. Perfecta la sensación. Me figuro que «Los 7 sostenidos» será una séptima parte, si no no lo comprendo, y aún así no acaba de llenarme. «Ría» muy bien, detalles primorosos, admirablemente vistos y expresados. «Quirurgia» de las que más me gusta, exactísima y nueva. «Ten cuidado aviador» ligera, superficial, me gusta. «De tejas arriba» disuena en el conjunto. Es la única francamente nove� centista. Por eso no la puedo juzgar bien. Sin embargo me agrada. «Bilbao-Santander» y «Madrid-Bilbao» de lo más ultraísta mirando a Grecia. Me gusta más que casi la totalidad de lo que he leído de esta revista. Y en conjunto me parecen un poco desgreñadas, sucesivamente descriptivas y por ello superficiales y saco la impresión de que no estás aún bien encajado. Desde luego me gustan mucho más algunas cosas que me leíste en Bilbao. «Azar» me gusta también más. Esto, como suelo decir, es la dinamita, tiempo tendrás luego de tomar posiciones (págs. 89-90).
La edición integra asímismo tres apéndices de gran interés: I. Treinta y cuatro poemas inéditos de Juan Larrea, citados en las cartas o en las notas; II. Nueve poemas inéditos de Gerardo Diego, recordados o comentados en las cartas de Larrea, y tres poemas de Diego vertidos al francés por Larrea y Diego; III. Dos cartas de Vicente Huidobro a Diego y un poema inédito de Salle XIV. Ambas cartas están fechadas en París, el 28-IV-1920 y el 29-1-1922. La primera es
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Gerardo Diego.
de especial interés, ya que Huidobro diserta ampliamente sobre el movimiento creacionista. Además explica incluso cómo nace el nombre del movimiento. Las cartas, el poema inédito de Huidobro (cuya única copia existente conserva Diego, como regalo del chileno), la documentación fotográfica y otros materiales han sido facilitados a los editores por Gerardo Diego.
El otro volumen editado por Díaz de Guereñu recoge las ponencias de las Jornadas Internacionales Juan Larrea, celebradas en San Sebastián, en julio de 1984, cuando se cumplía el cuarto aniversario de la muerte del poeta. Las dieciocho colaboraciones que integran el libro se deben a personas de diversas procedencias, metodologías y edades. Con ello queda señalada la heterogeneidad de los trabajos, que en este caso lleva incluso a resultados positivos, pues cada uno a su manera subraya y analiza los aspectos de la obra larreana que más le interesan, con lo que la disparidad metodológica enfoca y alumbra puntos y trayectos similares desde perspectivas diferentes. De los trabajos reunidos merecen mención especial, a mi juicio (y considerando el escaso espacio a disposición), y siguiendo el orden en el que aparecen, los estudios de Robert E. Gurney, Juan Cano Ballesta, Carlos Aurteneche, Díaz de Guereñu, Agustín Sánchez Vida!, David Bary, José Angel Ascunce, José Paulina Ayuso. Estudian, respectivamente, la influencia de la poesía francesa en Larrea, el poema «Cosmopolitano» (aparecido en Cervantes, en 1919 con el que . Cano muestra la ruptura de la tra-
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dición antiurbana de la poesía española), el poema «Luna de alas en el corazón de !a justicia» (mediante el que Aurteneche aísla e interpreta aspectos esenciales de la poética larreana), el «poeta» en Larrea (Guereñu adelanta en su ensayo algunos resultados de su próximo libro sobre el poeta bilbaíno, en especial la dimensión del videnteprofeta y transmisor del «sentido profundo de la historia»), el texto de «Ilegible hijo de flauta» (el guión cinematográfico de Larrea y Buñuel, que Sánchez Vida! coloca y relaciona de manera magistral), las artes plásticas y Larrea, el humanismo utópico de Larrea y el símbolo y el lenguaje en Larrea. De especial interés son además las tres cartas de Larrea a Diego, de 1916, los comentarios de éste a las cartas, tres poemas inéditos Jarreanos de 1916 y la versión francesa del poema «Longchamps» (1922), que figura en español, con muchas variantes, en Versión celeste (págs. 315-316).
José Manuel López de Abiada
PARA CREER
LA IMAGEN
Lorenzo Vilches, Teoría de la imagen periodística. Barcelona, Ed. Paidós, 1987.
Se produce con la imagen fotográfica (y muy especialmente con la fotografía periodística) una cu
. riosa paradoja. Lo incuestionable de que debe existir una conexión material con un referente, su obligada «motivación», parece dejar fuera de toda duda que fotografía = información. Frente al periodismo escrito, sujeto a una fuerte deontología, como demuestra el continuo paso de sus profesionales por los tribunales de justicia, la fotografía se sitúa fuera de toda razón moral. Sin embargo, la fotografía es convencional (Eco ha acuñado con acierto la expresión de «convencionalidad motivada»): en principio, sólo se representa a sí misma a través de las convenciones de su medio.
Porque para que un acontecimiento sea visible (y publicable) es obligado detenerlo, interrumpirlo, congelarlo en su desarrollo, emular, en suma, la secuencia de los hechos. Así, la foto de prensa no informa del «cuándo» de los acontecimientos, sino, más bien, del instante en que estos fueron detenidos: «una foto es la muerte de los acontecimientos». La fotografía encierra de este modo la capacidad de aislarse de todo referente, de crear un espacio hiperreal (en palabras de Baudrillard) o de convertirse, sencillamente, en referente de sí misma (véase El País). Y se convierte, de este modo, en óptimo instrumento de simbolización y espectacularización, sin más rodeos, de poder. Su condición de objeto semiótico la instaura como arma apta para la mentira (ávida de mentir), no debe olvidarse, pero, y principalmente, como un producto útil para adquirir conocimientos, bien de forma directa, bien a través de la elaboración artística: «el lector ve y recibe, pero además quiere saber». Y puede saber.
La idea central que articula todo el desarrollo del nuevo libro de Lorenzo Vilches es que la interacción periódico-lector se manifiesta en dos vertientes inseparables: por un lado, el contenido del mensaje interpela al área de conocimientos del lector; en segundo lugar, la forma expresiva en que se articula y presenta el mensaje lo hace a ciertas aptitudes (competencias) del mismo. El dominio de estas convenciones ( convenciones en la toma, en los procesos químicos de revelado, en la sintaxis y ordenación del periódico) es condición irrenunciable para la óptima descodificación de los mensajes. De lo contrario, estas mismas convenciones que permiten, en virtud del acuerdo tácito que instauran, un puente entre informadores e informados se habrán convertido en la oportunidad de medio entre manipuladores y manipulados.
Nuestras palabras suenan, es cierto, más catastrofistas que en la propia obra. El libro de Lorenzo Vilches no es espectacular, ni gratuito, intenta tan sólo subrayar un hecho claro y clave: un correcto acceso a la verdadera información sólo podrá llegar de la mano de un perfecto dominio de los lenguajes con que se nos ofrece ( «el lector no puede controlar la manipulación de la información por parte del pe-
Los Cuadernos de la Actualidad
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riódico, pero sí puede al menos llegar a comprender los mecanismos de manipulación utilizados por él».) De aquí parte el exhaustivo análisis de los procedimientos retóricos de los que la prensa se aprovecha y que centra la primera parte del libro.
Su interés, por tanto, excede al mero investigador de estos temas y las propuestas en él contenidas serán provechosas para fotógrafos, psicólogos (los aspectos técnicos de la elaboración fotográfica, así como las condiciones y leyes de la percepción visual son convenientemente abordados) y, sin duda, para periodistas en general. Por otro lado, la exigencia de un aprendizaje de los procedimientos puestos en funcionamiento motivan una extensa reflexión («Pedagogía de la imagen periodística») que no puede dejar de ser útil a los profesionales de la educación. El libro, en suma, nos concierne a todos porque todos, con mayor o menor afición, somos consumidores de prensa. La obra concluye con una sección sobre la investigación en la fotografía, tal vez la más interesante, pese a su brevedad, y que da sentido a toda la exposición teórica precedente al ofrecer las pistas para su aplicación. Y dos títulos con sabor polémico: «El País y la censura fotográfica» y «La imagen de la OTAN en la prensa española», lejos, no obstante, de ser fáciles enfrentamientos y sí muestras muy acertadas para un mejor leer.
Las virtudes de esta obra, como puede apreciarse, son muchas; y podríamos añadir aún más: la claridad conceptual que favorecerá el acceso, deseado y deseable, de un lector sin más atributos, o la abundante y correcta ejemplificación de lo expuesto con material fotográfico. Señalaremos un solo defecto: buena parte de la bibliografía a la que se nos remite no se especifica posteriormente en la sección de referencias. De cualquier forma, Lorenzo Vilches se convierte con este libro (y tras su anterior La lectura de la imagen, Paidós, 1983) en referencia obligada para cualquier investigación sobre la imagen, a la vez que nos da las claves para hacer realidad el viejo ideal de pureza: «ver para creer».
Guillermo Lorenzo González