Miguel de Unamuno, de cuerpo de alma, presente · más inconfundible es en la !llanera de conlpren...

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U ·N 1 .V E RS1D D (De Les - ouvelles Littéraires, Parí ). L1evad cuerpo al materna! y adusto Páramo que se hern1ana con el ciclo. {( Moriré católico peniteote y liberal impenitente". M onÚllambert. Miguel de Unamuno, de cuerpo .)? de alma, presente MARICHALAR Por ANTONIO HA 1 uerto un agonista. Ha· lTIUerto en su tierra de Ca tilla, donde quiso vivir y descansar des- pués muerto, con esa firule creencia, tan es- . pañola, de lTIorir por no morir y -de resistir al tien1po. . Fouché. N apoleón confió denlasiado en ellos y los puso al tanto de todos sus secretos, sin pen- sar que p09ían traicionarle. Es también profundamente propio del corso su sentimi nto de la falnilia. Se preocupó por dar- les una posición a todos sus hermanos y herma- nas, sin g-uardarles resentinliento alguno cuando le habían dado en qué sentir. Pero en donde su naturaleza de corso se nlanifiesta de' lnodo aún más inconfundible es en la !llanera de conlpren- der a las nlujere y en el amor. Idea enteramente oriental, como tenía que s r en el nativo de una i la n que tan a menudo s recib,-l1 influencias ia. "Nada entenden10s el la nlujer, los pue- blos occid ntales, decía en Santa Elena a las condesas Bertrand y Montholon. Todo 10 henlos echado a perder por tratarlas denlasiado bien. .Los pu bIas orientales, pensando ¡nejor y lnás xactanlente, han declarado a la mujer propie- dad del hombre, pues, en ef cto, la naturaleza las hizo esclavas. Solo por nue5tra extravagancia las hemos de larado entre nosotros soberana". ¿ Ocultará la i la de Córcega el secreto de apoleón? Lo historiadores sabrán decidirlo. l\1as, de acuerdo con el autor de la obra que es- taInas comentando, yo diría que por encima de t das las influencias insulares, debe - ponerse aquella onfianza ll1Ística en su de tino, en su estrella, e nfianza que no le abandonó jamás, y qu , tal como ocurre en su concepción sobre el anl r, viene de más allá de Córcega, pues vie- ne del fond del A ia fatalista .. Que eo escribía ha e unos 'años, desterrado, este hOlnbre tan de su ti rra, y dealnbulando por . Parí.s. Los bulevares pudieron verle con su traje .negro, u chaleco cerrado, sus gafas de oro y i05 Evangelios bajo el brazo, y 10 haprían tOlnado, nlás de una vez, por un pastor protestante. y U namuno era católico. Lo era hasta en su complexión robusta. Si, 'como se dice entre no.')- Sus cOll1patriotas, por 10 delnás, le odial an también y la enviqia que en ellos suscitaban su triunfo n9 hacía: más que aumentar el odio que por él sentían. Cuando se recibió en Ajaccio la noticia de su abdicación, el prefecto de la ciudad hizo ilulninar el palacio del 'Ayuntamiento y or- denó que se arrojara al mar un busto de Napo- león. u de decirse que durante veinte años Na- poleón no hizo más que reneg-ar de su tierra na- tal y, sil'! embargo, la in-iagen· de ésta había de venir a acompañarle en el lecho de m lerte. En su testamento, Napoleón escribió: 'Si pros- cribe lni cadáver, como se ha proscrito mi perso- na, deseo que se me ntierre junto a nlis ante- pasado en la catedral 'de Ajaccio". De Córcega, de su raza corsa, Napoleón he- redaba la pasión política u orgullo, su grave- dad. (Talleyrand 10 llanlaba el indiverti le y Fouché el furioso); su firlneza n la adver i- dad, su orgullo ("aunque sólo tengamos un pe- dazo de pan negro, sepalnos permanecer n nuestro puesto") ; su fidelidad en la amistad (co- n10 lo prueba su te tanlento), su prontitud de espíritu, la vivacidad de los sentimientos, u pa- ·labra abundante y precipitada cu ndo 10 en1- bargaba alguna enl0ci' n, sus gestos rápidos, sus cóleras rep ntinas. .. Sólo que. Napoleón era un trabajador, en tanto que el nativo de Córcega, por 10 menos lnientra está en la isla, es' casi siempre indolente. N o era tampoco v ngativo: "El hOlnbre, verdaderatnente hombre, decía, no sabe odiar. Su arrebatos de n1al hUI or y de có- lera nunca duran ll1ás allá de un nliuuto. Por- qúe no se detiene en las per onas, sino que pien- sa solo en las cosa, en su gravedad y e 1 sus canse uencia". Y, sin lnbargo, toda la vida política de N apol ón e tuvo dirigida por una idea de vendetta) de venganza contra Inglaterra. Había alnado demasiado en la juventud a su patria chica para no odiar a los ingles s cuan- do pret ndi. ron·' apoderarse de Córc ga, y cuan- do enviaron desterrado a Landre, ande mu- rió, a Paoli, el héro nacional. M. Brice tiene razón al decirnos: "La obra de Napoleón con- sistió en. transformar el reyerta per onalísirna el viejo -antagonisll10 q le exi tía entr Francia e Inglaterra, y en consider rlo COll'10 uno de e os du los a mu rte que solalnente terlninan al morir uno de los adversarios". o puso N a- poleón tal nardecimiento en la lucha, sino por- que ra cor o. Fue 110 1 oleaje de la voluntad orgullo a de un hombre contra la terqu dad de . un pueblo tambi' n orgulloso. Y si al fin 1 de su vida e puso en manos de los ingles s, u'- por- que inlfiginó que ést s tendrían. de la hospitali- dad la misn1a noble y elevada idea que las gent . de su Córc ga. La cone pción de la anlistad que Napoleón traía de su isla le llevó a confiar en la· fidelidad del Zar Alejandro 1, con quien un día ntablara . amistad. Y apoleón creyó ingenuamente Que la amistad del eslavo sería tan sólida como la su- ya. propio- le ocurrió acerca de Talleyrad y 2

Transcript of Miguel de Unamuno, de cuerpo de alma, presente · más inconfundible es en la !llanera de conlpren...

U ·N 1 .V E R S 1 D D

(De Les - ouvelles Littéraires, Parí ).

L1evad mí cuerpo al ma terna! y adustoPáramo que se hern1ana con el ciclo.

{(Moriré católico peniteote yliberal impenitente".

M onÚllambert.

Miguel de Unamuno, de cuerpo

.)? de alma, presente

MARICHALARPor ANTONIO

HA 1 uerto un agonista. Ha· lTIUerto en su tierrade Ca tilla, donde quiso vivir y descansar des­pués d~e muerto, con esa firule creencia, tan es- .pañola, de lTIorir por no morir y -de resistir altien1po. .

Fouché. N apoleón confió denlasiado en ellos ylos puso al tanto de todos sus secretos, sin pen­sar que p09ían traicionarle.

Es también profundamente propio del corsosu sentimi nto de la falnilia. Se preocupó por dar­les una posición a todos sus hermanos y herma­nas, sin g-uardarles resentinliento alguno cuandole habían dado en qué sentir. Pero en donde sunaturaleza de corso se nlanifiesta de' lnodo aúnmás inconfundible es en la !llanera de conlpren­der a las nlujere y en el amor. Idea enteramenteoriental, como tenía que s r en el nativo de unai la n que tan a menudo s recib,-l1 influenciasdé ia. "Nada entenden10s el la nlujer, los pue­blos occid ntales, decía en Santa Elena a lascondesas Bertrand y Montholon. Todo 10 henlosechado a perder por tratarlas denlasiado bien.

.Los pu bIas orientales, pensando ¡nejor y lnásxactanlente, han declarado a la mujer propie­

dad del hombre, pues, en ef cto, la naturalezalas hizo esclavas. Solo por nue5tra extravagancialas hemos de larado entre nosotros soberana".

¿ Ocultará la i la de Córcega el secreto deapoleón? Lo historiadores sabrán decidirlo.

l\1as, de acuerdo con el autor de la obra que es­taInas comentando, yo diría que por encima det das las influencias insulares, debe - ponerseaquella onfianza ll1Ística en su de tino, en suestrella, e nfianza que no le abandonó jamás,y qu , tal como ocurre en su concepción sobreel anl r, viene de más allá de Córcega, pues vie­ne del fond del A ia fatalista ..

Que e o escribía ha e unos 'años, desterrado,este hOlnbre tan de su ti rra, y dealnbulando por

. Parí.s. Los bulevares pudieron verle con su traje.negro, u chaleco cerrado, sus gafas de oro y i05

Evangelios bajo el brazo, y 10 haprían tOlnado,nlás de una vez, por un pastor protestante.

y U namuno era católico. Lo era hasta en sucomplexión robusta. Si, 'como se dice entre no.')-

Sus cOll1patriotas, por 10 delnás, le odial antambién y la enviqia que en ellos suscitaban sutriunfo n9 hacía: más que aumentar el odio quepor él sentían. Cuando se recibió en Ajaccio lanoticia de su abdicación, el prefecto de la ciudadhizo ilulninar el palacio del 'Ayuntamiento y or­denó que se arrojara al mar un busto de Napo­león.

u de decirse que durante veinte años Na­poleón no hizo más que reneg-ar de su tierra na­tal y, sil'! embargo, la in-iagen· de ésta había devenir a acompañarle en el lecho de m lerte. Ensu testamento, Napoleón escribió: 'Si pros­cribe lni cadáver, como se ha proscrito mi perso­na, deseo que se me ntierre junto a nlis ante­pasado en la catedral 'de Ajaccio".

De Córcega, de su raza corsa, Napoleón he­redaba la pasión política u orgullo, su grave­dad. (Talleyrand 10 llanlaba el indiverti le yFouché el furioso); su firlneza n la adver i­dad, su orgullo ("aunque sólo tengamos un pe­dazo de pan negro, sepalnos permanecer nnuestro puesto") ; su fidelidad en la amistad (co­n10 lo prueba su te tanlento), su prontitud deespíritu, la vivacidad de los sentimientos, u pa-·labra abundante y precipitada cu ndo 10 en1­bargaba alguna enl0ci' n, sus gestos rápidos, suscóleras rep ntinas. .. Sólo que. Napoleón era untrabajador, en tanto que el nativo de Córcega,por 10 menos lnientra está en la isla, es' casisiempre indolente. N o era tampoco v ngativo:"El hOlnbre, verdaderatnente hombre, decía, nosabe odiar. Su arrebatos de n1al hUI or y de có­lera nunca duran ll1ás allá de un nliuuto. Por­qúe no se detiene en las per onas, sino que pien­sa solo en las cosa, en su gravedad y e 1 suscanse uencia". Y, sin lnbargo, toda la vidapolítica de N apol ón e tuvo dirigida por unaidea de vendetta) de venganza contra Inglaterra.Había alnado demasiado en la juventud a supatria chica para no odiar a los ingles s cuan­do pret ndi. ron·' apoderarse de Córc ga, y cuan­do enviaron desterrado a Landre, ande mu­rió, a Paoli, el héro nacional. M. Brice tienerazón al decirnos: "La obra de Napoleón con­sistió en. transformar el reyerta per onalísirnael viejo -antagonisll10 q le exi tía entr Franciae Inglaterra, y en consider rlo COll'10 uno dee os du los a mu rte que solalnente terlninanal morir uno de los adversarios". o puso N a­poleón tal nardecimiento en la lucha, sino por­que ra cor o. Fue 110 1 oleaje de la voluntadorgullo a de un hombre contra la terqu dad de .un pueblo tambi'n orgulloso. Y si al fin 1 de suvida e puso en manos de los ingles s, u'- por­que inlfiginó que ést s tendrían. de la hospitali­dad la misn1a noble y elevada idea que las gent .de su Córc ga.

La cone pción de la anlistad que Napoleóntraía de su isla le llevó a confiar en la· fidelidaddel Zar Alejandro 1, con quien un día ntablara

.amistad. Y apoleón creyó ingenuamente Quela amistad del eslavo sería tan sólida como la su­ya. I~o propio- le ocurrió acerca de Talleyrad y

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·~ ......otros, "no estar muy católico" equivale a no sen­tirse bien, a Unamuno le salía a la cara su catoli­cidad de hombre vivido en el yermo austero. Te­nía espaldas de pelotari, piel atezada de marino,ojo de águila y nariz de tajamar. Era áspero,enjuto y sanguíneo.

También sufrió destierro en Africa, confinadodentro de una isla, lilnitada e infinita porque eraun.. desierto, y se sintió tan a gusto en aquella in­mensidad isleña, que cuando llegó el momento desu liberación, le faltó la gana de partir. La tierrale retenía. El mar, en cambio, le era repelente.Recuerdo que una vez paseaba con él por losacantilados de la costa cántabra. Anochecía y laNaturaleza toda era una confabulación de belle­za ·plena. Unamuno, embozado siempre en símismo como Saturno en su anillo, discurría en­teramente indiferente al espectáculo. N o obs­tante, el contorno era tan intenso que le presio­nó deteniéndole súbitamente. Estaba frente almar, y exclamó: .-j Qué hermoso es esto!Pero, al decirlo, había dado ya la vuelta y en­

carándose con la tierra, lanzaba la mirada, ju­bilosamente. hacia las montañas del interior, yallí la fue apacentando. en las verdes colinas delos confines que empezó a designarme, cada unapor su IJombre y por la acción que durante lasúltimas guerras ciyiles la habían hecho notoria.

. Nació Unamuna en Bilbao y se formó al ecodel cañoneo durante el sitio. Su primera nove­la, Paz en la Guerra, está preñada de obsesionestolstoyanas que no le abandonarán jamás. Ha­bía nacido, digo, en un puerto, en una villa que'tiene el título de "invicta" y donde llamarse "vi­llano" era para Unamuno motivo de orgullo: enaquella fiera Vizcaya cuyos Señores traen unasarmas nietzscheanas donde lobos devoran corde­ros. Allí nutrió su hambre de rebeldía, al cobijoinquieto de las frondas de un roble secular, carga­do de fueros y privilegios. Pero Unamuno erademasiado independiente para poder ser separa­tista. Lo era de la persona y. de la colectividad

, toda, ,dé la nación, pero aborrecía los vanos re­traimientos provincianos que, en su aparente re­beldía, no son acaso más' que manifestaciones de­sesperadas de timidez.

-"On mourra seul" decía Pascal, y Unamu­no, pascaliano acérrimo, sintió su soledad siemprecomo una solvencia y como un deber de mante­ñerse sin apoyo en un taburete espiritual. Sehablaba mucho de su egolatría sin reconocer que,en efecto, ese egocentrismo ele Unamuno era unsíntoma de probidad intelectual de quien se sien­te, en todo caso, forzado a responder con res­puesta propia y caliente.

Anduvo siempre descabalado, sobre todo enpolítica. Un espíritu así es capaz de coincidir ode discrepar, pero jamás aelhiere a nada. TeníaUnamuno el desasimiento de los místicos. Y, co­mo místico español, andaba a ras de tierra. EnCastilla la levitación es apenas' perceptible. Se

'comulga con el pan moreno de la hogaza tierna.Los pucheros de Santa Teresa, el manzano deSan Juan de la Cruz son de una realidad coti-

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UN IVERSIDAD

diana, terrena, y el pan nuestro de cada día es eltestimonio concreto del Padre Nuestro que estáen los Cielos.

Suelo duro, alto aire, noche cerrada. Y el al­ma en agonía, cuesta arriba. La tierra que retie­ne gravemente. El cielo que hace desprendidos.Pero nada de alas, de sombras ni de velos, queal español todo eso se le antoja elenco, más quede espiritualidad, de espiritismo.

Años antes que a_Pirandello, a Unamuno levisitaron sus personajes nonnatos reclamándoleexistencia, o como aquel de su novela Niebla,quejándose de que la vida sea demasiado corta.En cambio, un hijo de Unamuno decía, cuandoniño y viendo que le reprendían: -"Si yo sé es­to, no. nazco"-. Unamuno andaba azacanado enestos trabajos de. dar vida a un Otro, tenaz ydescontentadizo. Así, solía distinguir: "De unoque no quiere ser, difícilmente se saca una cria­tura poética de novela, pero de uno que quiereno ser, sí, porque el que quiere no ser no es unsuicida" .

Pese a esta familiaridad, tan española, cOn lanada y el hecho de haber sido lector de la pri­mera hora de Kierkegaard, cuando hace muchosaños apenas hablaba nadie de él, Unamuno nologró t1unca hacer pie en el abismo que llevabaconsigo. Ni gustó de la delectación morosa quela angustia suele proporcionar, ni halló asidero enel vacío para su metafísica.

Fué un ocioso que no descansó jamás. Y antela cercania vertiginosa de las simas, sintió el go­zo de encabritarse, pero no un terror efectivo.Era de aquella tierra donde de un laboreo a otro,descansa, a veces varios años el barbecho holgón.y con la pluma en la mano y la muerte entre cejay ceja, Unamuno recaía a menudo en una coplaque gustaba citar: "Cada vez que considero queme tengo que morir -doy media vuelta en lacama- y no me harto de dormir".

Quiere .decirse que la inquietud de Unam"uno,siendo una desazón real, fue siempre un tormen­to relativo. Y en sus conversaciones, en esas con­versaciones de las que luego hacía sus escritos,y en las que ponía mucho de razonador profeso­ral y algo de aldeano razonable, Unamuno repe­tía complacido: "todo es relativo, hasta la rela­tividad".

Su obra toda tiene mucho de discursiva y defungible. La hace permanente el cuajo de unaprosa de raigambre viva. Fué escritor. Lo fuemás que filósofo y más que místico. Sufrió, co­mo poeta inmaturo que era, la acción del verboy, en último término, habría que designarlo comoun admirable retórico. Sus provoCaciones derhelor no pierden nunca el hilo del pensamientoverbal. Unamuno se nutre de raíces y siente elempuje de una savia secular enjuta. Fue torio;menos cartesiano. Estaba unido a la antigua me­tafísica aristotélica del verbo gramatical que enel siglo XVII hubo, a regañadientes, de ceder si­tia al verbo espiritual y a la razón.

Unaml1no pugnaba continuamente por llegar aser. "nada menos que todo un hombre". No erahombre ele letras, ciertamente. Mas, si, ante to-'

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do y sobre todo, escritor. Su ansia de inmorta­lidad no se satisfacía con ser -y serlo entera­mente- un hombre nada más. La muerte ha da­do al fin, cuenta y razón suprema de él: "Cuandotú vienes airada -canta Manrique- todo lo pa­sas de claro,' con tu flecha ... "

Un pensador francés, Blande!, fue quien pri­mero atacó a la intelectualidad para, después, ne­gar la supuesta antítesis que generalmente se ha­ce entre acción y pensamiento. También Unamu­no pudo enrolarse entre aquellos para quienes -yen quienes- el pensamiento es más bien una ac­ción pensante. La impetuosidad atrabiliaria leconduce; se ve embarcado, y para cuando preten­de reflexionar, ya es tarde; por eso buscará en e!propio instrumento de! lenguaje, una justificaciónque realice su espíritu y lo deteánine. Era bata­llador. No trataba de persuadir nunca. Al con­trario: creía que convencer era el único modoefectivo de vencer; esto es cierto. Mas pretendíaimponer su verdad por la evidencia y no en fuer­za de argumentos lógicos. Llegaba por sorpresa.Se le decía paradójico, y esto era debido a sutáctica de volver y envolver, hasta el triunfo, ala idea. Al asalto prefiere siempre el cerco: dán­dole vueltas a las cosas descubre la quiebra por

. donde meterse. La escala suele ser verba1. Pocoimporta. No hemos de detenernos ahora en elu­cidar dónde termina e! pensamiento y dónde em­pieza el lenguaje; en todo caso -poético- el ri­gor del idioma condiciona y decide la última ex­presión del pensamiento, por justo y premeditadoque sea. Y, en Unamuno, agrava esta situaciónel ímpetu de su estilo. Cuando defiende, porejemplo, la civilización occidental o el iberismo,pone una vehemencia propia, en rigor, de extre­mo occidente.

La forma prev~lece; en este turbulento, el ver­dadero torcedor cede a los modos en ejercicio.En el orden espiritual, v. 1;., 'Unamuno tuvo másreli~iosidad que religión. No sé si le. importabamucho la salvación del alrria. N o temía el dolordel castigo. Se aprestaba a eX1)iar, a sufrir. N un­ca buscó el regalo. Pero le aZúraba, en extremo,la posibilidad de la burla. Recuerdo el espanto conque me señalaba, en una carta, aquellos dísticosdel Salterio en los que se dice que el Señor hacemofa del hombre y le escarnece.

Unamuno vivió en Salamanca, en la llamada"casa de las muertes". Allí ha muerto. Siempretuvo casa fría y vivir austero. La sola compa­ñía de sus libros-unos pocos-de un hogar-suTeresa-y el rumiado impaciente de sus ideas.Unas veces escribe y hace versos; otras toma lahoja de papel y hace una pajarita con sus do­bleces. Ahora, hablando con un amigo, se ha que­dado yerto. Cuando le acudieron, tenía medio pieconsumido en el brasero.

Fue un espíritu hostil; un criterio áspero, delos que no dejan de ser esclavos de su propiay deliberada independencia. Recuerdo una narra­ción de Max Berhoon en la que aparecía un per­sonaje que tenía profundamente marcada en lamano la raya del libre arbitrio. Tal era Unamu­no. Un hombre así no puede no ser libre. De-

penderá, en todo momento, del ineludible deberde adoptar una actitud que le sea propia.

No dejaba de verse jamás. E ignoraba, deintento, a los otros. El más denso de todos suspoemas, su Cristo de Velázquez, permite suponerque cuando Unamuno pensaba en Dios, lo hacíaconcretándolo en irl)ágenes tangibles y sospechan­do la presencia de un tácito lector, al divinoarrobo.

En uno de sus últimos libros propone Unamu­no el caso de un santo sin fe. Y nos preguntasi, en rigor, pudo serlo. Para Claudel el santo esel hombre a quien Dios no deja en paz. Pese a susinquietudes, Unamuno hallaba en la religión undescanso: el verbo que le enderezase a una in­mortalidad poética. Obedeció a la real gana: aesa gana que tanto le preocupaba a Keyserlingy que un tradtictor de Unamuno, Cassou, definecomo una "ansia insatisfecha de hacer algo: pro­ducir o morder". No hay que olvidar acas'o quepoeta significa "hacedor" justamente y que unespañol -Santayana- ha buscado el conocimien­to en lo que llama la "fe animal". U namuno, endefinitiva, tuvo fe; pero le faltó esperanza. Eraun "desperado" que hubiera hecho suyo, acaso,el verso de Jimena:

Ma plus douce esperance est de perdre l'espoir.

Unamuno vivió y murió dentro de la más aca­bada edificación española: Salamanca. Ciudad la­brada como en una sola piedra. Allí fundó su obray rigió su conducta. En la ciudad abarrotada depalacios que lo están, a su vez, de bibliotecas, detemplos cuya lobreguez resplandece al destello deretablos barrocos, tan vivo el oro que parece de­sembarcado ahora de galeones portentosos; ciudadpintada de vítores que el sol, ~año tras año, cau­teriza, oreada de olor de las paneras, y del vientomecido de los chopos.

Allí escribió Unamuno sus novelas, su teatro,sus versos y sus ensayos sobre todo. Como loshombres del Impresionismo, Una111uno ha pasadola vida ensayando. Toda su obra es un recio en­sayo, una firme improvisación premeditada, qll.ese deja llevar, muchas veces por el valor verbalo etimológico ele las palabras. Y, en alguna oca­sión, de una mera analogía externa como en lairresponsabilidad onírica. Estremece pensar enla conciencia sonambúlica de tanta belleza. otengo a mano ningún libro suyo. Quizá los heperdido todos'y también su recuerdo. Ahora td- .da su obra: Abel Sánche:::, D01ia Tula, En tor­no al Casticismo, La vida de Don Quijote y San­cho, etc., etc., se me funden en uno solo: Una­muna.

Así, suelto y libre. Pero he de preguntannesi Una111uno fue de veras, un hombre libre o sifue sólo un hombre independiente. Y he de traer·a colación la personalidad de un recuerdo. Haceaños un escritor francés se asombraba en la Re­vue Européenne de la integridad, que a su vertenía la crítica española y para subrayar donosa­mente su. aserto indicaba los domicilios de algu­nos de los críticos: la crítica se hacía en efectodesde la Lealtad (Canedo) la Libertad (Andrc-

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s

Es preciso obrar como hombre

de pensamiento 'B pensar co­

mo hombre de acción

SOY ya lo bastante VleJO para haberme encon­trado, cuando ya no era joven, al lado de nues­tro querido y ad¡'nirado Xavier Léon, cuandofundó el Congreso de Filosofia. Ello fue tam­bién, durante una exposición internacion~1 uni­versal, el año de 1900. Algunas gentes mostrá­ronse sorprendidas entonces de que se hubiesetenido la icIea de presentar entre las herramientasmáquinas y otros productos materiales de la ci~vilización, una exhibición de! pensamiento mun­dial bajo sus formas más elevadas y abstractas.En realidad, Xavier Léon hubo de presentirentonces lo que las épocas siguientes han venidoa comprobar, a saber: que nuestras invencíonesy descubrimientos más maravillosos se volveráncontra nosotros si no sabemos dominarlos; queel solo engrandecimiento del cuerpo de la hu­manidad no hará sino incapacitar a ésta paradirigirse y aun para sostenerse en pie, si no unea aquel engrandecimiento, una demasía de ener­gia moral. Los problemas políticos y económi­cos, sociales e internacionales que se presentanhoy en día. no hacen sino traducir, cada uno asu manera, esa desproporción que ha llegado aser monstruosa entre el cuerpo y el alma delgénero humano, pues el alma, llegado el momen- .to, no ha sabido ensancharse a su vez y va deaquí para allá dentro de un cuerpo que ha re­sultado ser demasiado grande para ella. Cierta­mente nuestra filosofía no puede bastarse a sísola en la tarea de restablecer el equilibrio per­dido: requiérese una voluntad en plenitud de to­das sus fuerzas; requiérese también la experi­mentación individual y :cdlectiva, única capazde revelar las imprevisibles consecuencias decualquiera clecisión, y de hacer viable así la tra­yectoria de lo posible a lo imposible. Pero fe­lizmente esta voluntad, fuerte y buena, exist~

en gran número de gentes, y por cuanto a la ex­perimentación, bien vemos que se practica antenuestros ojos en la forma de regímenes políti­cos y de organizaciones sociales que hoy sólonos impresionan por sus antagonismos, pero quemás tarde hallaremos que han colaborado todasen una sola, única y grande experiencia. Ven­ga pues la filosofía a dar a todos una concien­cia plena de su movimiento, para facilitar losanálisis y sugerir fas diversas ·síntesis, y unanueva era podrá abrirse en la historia de la hu­manidad. Por lo que a mi respecta, veo que lasmáquinas han comenzado por agravar la des-

nio) y la Independencia (yo mismo). Pero cuan­do el pasado invierno me envió Maritain su Car­ta' sobre la Independencia le contesté otra -queno llegué a ellviarle- carta que era desde, y bajo,la independencia. Ahora, empiezo a sospechar quese descubre la libertad, cuando se pierde la inde­pendencia.

Unamul10 quería libertarse de "esta <;árcel",de "estos hierros", como los llamaba Santa Tere­sa, en que el alma está metida. Ahora lo habrálogrado. Antes hubiera sido vano. Las estrellasestán clavadas, ahí en el firmamento, a fuerza deser interdependientes. Y, aquí, en la tierra sucedesiempre lo que nos decía Reverdy: se cree libreaquel que no ha medido todavía el alcance de suscadenas.

. En su lucha desesperada, pidiendo inmortali­dad, Unamuna se asía también a sus hierros. Que­ría vida perdurable, obra imperecedera. Hace po­co, cayó en mis manos una página suya, escritamuy a principio de siglo, que terminaba con e;;teclamor: "i Que no acabe este ensayo, que no aca­be ninguna de mis obras, que mi vida no acaoeDios mío !". No recuerdo si decía "termine" O"acabe" o "concluya", porque le cito de memo­ria, pero sé que Unamuno temió a la obra aca­bada, porque es obra finita, labor conclusa la queha llegado a ser obra maestra. La obra es ac­ción y no acaba en un escritQr, tan vivo y tanen pie como Unamuno. Termina, sí, al fin, laluclia, la agonía.

Con haber dedicado un libar íntegro -su obramás acabada~ al Sentimiento trágico de la vida,Unamuno dejó poi, definir lo que era, para él,la verdadera tragedia: el sentimiento de la adver­sidad que rigió toda su existencia. Cada cosa lepresentaba una cara de luz y otra de sombra, yUnamuno pugnaba por darle la vuelta.

"No vemos más que un solo lado de las cosas",decía Víctor Hugo, a quien por cierto, cada vezse iba pareciendo más Unamuno. Hay que darlesla vuelta una vez y otra en el transcurso inmó­vil de lo que llamaba él: la eternidad presente.Le preocupó lo nuestro, y fue la adversidad sudesignio, su sino. Cristiano, injerto de griego,Unamuno fue hechura de infortunio: adversariode cada cosa, todo le ha sido adverso. Y en laGracia -esa décima musa, según Claudel- bus­caba, sin querer, un destino capaz de ser opuestoal otro destino.

El mundo ha dado en llamar espíritu de con­tradicción a esa necesidad virulenta de sentirsediametralmente interesado en las cosas, y no po­der abandonarlas ni conformarse a ellas. Así seengendra eso que caracterizaba a Unamuno, y queOrtega, a los veinte años, calificaba ya, en él, de"vicio intelectualista". Así se enquista cierto pru­rito filosófico, empecinado siempre en darle vuel­ta a las cosas. El hombre está al acecho, y uncierto día, en que la vida lo sorprende propicio,se echa sobre él, lo empuña y le da la vuelta deuna vez para siempre.

Unamuno está al otro lado. Goce su alma deDios, ahora que su persona es ya invulnerable ala adversidad y a los adversarios.

(De Revista Cubana. La Habana).

Por .HENRI BERGSON