Montonero-La Buena Historia

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Montoneros: La buena historia Plan de la obra Primera Parte: Acerca de nosotros Nosotros... Los compaeros del "Grupo Sabino"... Cosas increbles que pasan en Montreal... La artera senda de la angustia... Lecciones acerca de Pern sobre una cama de hospital... Porqu sos montonero? Muri por Pern... Mu-Mu, Meinvielle y la manzana del mal... Nosotros?: nosotros peronistas... La Tendencia Revolucionaria del Peronismo... Porque la suerte tambin existe... La noche del alunizaje... Segunda Parte: El Aramburazo y despus El Aramburazo... Aramburu y despus: qu despus!... Montoneros y Fuerzas Armadas Peronistas: diferencias y solidaridad... Las teoras conspirativas... Gillespie: errores varios e importantes en un ensayo honesto... El Flaco que obedeci al General... Tercera Parte: La iglesia montonera La Iglesia Montonera... La hereja del Negro Sabino Navarro: por el amor de una mujer... Sabino: cmo despojar a los valientes de su condicin humana... La carcel de Olmos y los guerrilleros peronistas... Inexperiencia, autoritarismo y despecho... La ideologa de las Fuerzas Armadas Revolucionarias... La Nueva Izquierda y los antecedentes polticos de FAR... FAR y Montoneros: dos modelos diferentes de construccin poltica... La vocacin de unidad: entre el deseo y las diferencias ... Cuarta Parte: La transmutacin de la Fe La transmutacin de la Fe... Entre la realidad y la omnipotencia: de la poltica a lo militar... 1

Y todo lo que vino fue peor... El asesinato de Rucci : causas y circunstancias... El asesinato de Rucci: otras voces... Menos pero mejores: cuadros "polticos" y cuadros militares"?... De los pibes alucinados a los errores de Pern... Si Firmenich se hubiera dedicado a tocar la flauta... Atentados y auto-atentados. la dialctica imprevisible... Diez das de gloria... Quinta parte: Hroes o muertos, pero...vencedores? Menos que muchos pero, mejores que quines?... Ezeiza: desgracias inevitables y tragedias inexorables... Las necesidades disciplinarias de una guerra en ciernes... Para decir adis... Nuestros hijos... Adonde vos vayas... Los que fuimos montoneros... Los indiferentes... La perversidad del Poder y los jvenes pervertidos... Porque son tambin las palabras de los que ya no pueden hablar... Anexos Una breve historia del Peronismo Combativo y los antecedentes polticos de Montoneros... Descripcin de las Organizaciones Armadas Peronistas (1969 - 1970)... Lo que muchos mintieron. Lo que varios callaron. Lo que pocos saben. La historia de la Lucha Armada, y la de Montoneros en particular, est plagada de contradicciones e incgnitas: Cules fueron los motivos ntimos que llevaron a muchos jvenes a enfrentar al Poder y jugarse la vida?Cules eran sus trayectorias? Fueron peronistas? Murieron y mataron. Cmo lo sintieron en su momento? Cmo lo viven hoy los sobrevivientes? Qu pensaban de Firmenich sus primeros compaeros? Cmo lleg a ser el jefe? Ms importante: fue el "jefe real" de Montoneros? Dos muertes -Sabino Navarro y Hobert-marcaron el destino montonero. Habra cambiado la historia si no hubieran muerto? O si a Firmenich, del '76 en adelante, no lo hubiera ganado la vocacin de ser flautista? Cul fue la causa de la ejecucin de Aramburu? Hubo un pacto con Ongana? Fue un arrebato adolescente? La consecuencia de un anlisis poltico para cambiar la Argentina? Porqu asesinaron a Rucci? Quines lo hicieron? Qu diferencias existan en la conduccin de Montoneros y cmo se saldaron? Cules fueron los "pactos secretos" entre Pern y Montoneros? Quin rompi los pactos? Pern mand a los montoneros al muere? O los protegi hasta el ltimo da de su vida? 2

Jos Amorn fue uno de los fundadores de Montoneros. "La buena historia", memoria y sentida autocrtica, sin vueltas se hace cargo de las anteriores preguntas. Ofrece una visin descarnada e impactante, despojada de sensiblera. A la manera de Rodolfo Walsh y Truman Capote, el libro se enriquece con relatos que hacen sentir al lector las vivencias de los protagonistas. Puede un ensayo poltico vestirse con el rigor de la historia y ser narrado con el dinamismo de una novela policial? Noticias del autor ([email protected] -4588-2956) Es mdico sanitarista y docente universitario. Public "Testimonios y parodias" (cuentos -INBA, Mex.), "Qu fue de aqullos hroes que escaparon para no morir?" (novela -El CID), "La ventana sin tiempo" (novela -Catlogos), "Sueo de invierno" (teatro -dos temporadas). Obtuvo cinco premios literarios y escribi para "El Porteo". Convivi y trabaj con comunidades indgenas del sur de Mxico, del Impenetrable Chaqueo y de Misiones as como en barrios marginales. Escribir este libro le llev dos meses de correcciones, dos aos de escritura y dos siglos de vida. Captulo 1 - Nosotros Jos Amorn nos introduce en la historia de Montoneros a partir de su propia historia, la del grupo de Jos Sabino Navarro Nosotros... De nosotros siete, el primero en morir fue el Negro Sabino Navarro: durante una semana se bati con la polica a lo largo de doscientos kilmetros, entre Ro IV y Calamuchita; muri desangrado en Aguas Negras, pero pas casi un mes antes de que encontraran su cuerpo, en agosto del '71. Treinta y tres aos despus de su muerte, de nosotros siete, solamente sobrevivo yo. Tal vez tambin Julia. Pocos meses despus de la noche del alunizaje, fines del '69?, principios del '70?, sobre una mesa escondida en la vieja Perla del Once, los ojos negros de Julia se sucedieron sobre los ojos del Negro, de Leandro, de Tato y, por ltimo, se clavaron en los mos: reflejaban desesperacin, locura, nuestra desesperacin y nuestra locura. Dijo: "siento que ustedes estn locos, que yo estoy loca, para m no va ms", dijo, se levant y se fue. Me qued la imagen de sus piernas, maravillosas, al alejarse de nosotros. Perd su rastro, nunca ms la vi. Cuando volv del exilio, mayo del '83, alguien asimil su descripcin a una compaera que lideraba la comisin interna de una fbrica textil en Avellaneda. Desaparecida en el '76. Como Tato e Ilana. Ilana, me contaron, puso un kiosco en un barrio de Merlo e intent pasar desapercibida. No lo logr, la marcaron por casualidad. A Tato lo venci la nostalgia por sus hijos: se lo llevaron de la casa una noche que fue a visitarlos. Leandro y la Renga (1) tambin murieron en el '76: Pepe 3

Ledesma y Ernesto Jauretche, en este orden, me describieron su muerte en algn momento de nuestro exilio en Mxico Distrito Federal. El ejrcito los embosc en una casita de Paso del Rey y ellos, a los balazos, cara le hicieron pagar su muerte. El Negro, Julia, Ilana, Tato, Leandro, la Renga1. Y yo, el Petiso, Jos Amorn: me torturaron, estuve preso, tengo la piel marcada por las cicatrices de cuatro balazos y al alma la tengo signada por la muerte de mis compaeros. No los recuerdo con tanta intensidad como los sueo. Y a veces los sueos se me confunden con los recuerdos. Recuerdo a Ilana y su atelier de pintora vocacional en cuyo caos la nochevieja del '68 tom el toro por las astas y me ense a hacer el amor. Sueo que Leandro arruga la cara en una sonrisa sin dientes, me guia un ojo y, ante una de mis tantas cagadas que yo presumo sin retorno dice "no te calientes Petiso, de ahora en ms control un poquito las liberaladas". Recuerdo el llanto de la Renga, medioda, diciembre del '75, una pizzera de Liniers, encuentro casual, cuando dije "ya no estoy en la orga": sin darse cuenta volc la botella de coca cola, se levant, tropez con la silla y se fue pero, al llegar a la puerta, volte: lnguida la mano, dolor en la mirada, me dijo adis. A Tato lo sueo en un abrazo, una especie de reencuentro entre dos amigos que no se ven desde hace aos, y l me lleva a su casa, un saln ubicado abajo de un edificio antiguo una de cuyas paredes es un ventanal que da a un lago gris: "aqu vivimos los muertos", dice Tato y, mientras limpia sus anteojos culo de botella, sonre la sonrisa bonachona de toda su vida y yo lo abrazo para decirle "no, no ves que ests vivo" pero, de repente, entre mis brazos se transforma en Amlcar Fidanza (2), mi entraable compaero de aventuras durante el exilio, tan maltratado por la vida, muerto en mala muerte hace un par de aos. Y me despierto, y la duermevela me deriva la memoria hacia Julia: no puedo recordar sus rasgos pero s que era bella, una belleza slida, felina, animal. Recuerdo sobre todo su olor, almizcleo, y mi deseo. Incontenible la tarde del dos de mayo del '69 cuando fuimos a verificar el frustrado estallido de una bomba voladora sobre la Regional San Justo de la Bonaerense y nos vimos obligados a actuar una pasin -existi en m, y an existe en mi memoria-para zafar de los policas que vigilaban el lugar donde habamos puesto la bomba: su olor me qued en la piel. Pero la vehemencia de mi actuacin deton una crtica feroz por parte del Negro. A quien a veces sueo, y siempre pienso. Entre el Negro y yo haba una intimidad contradictoria de la cual no participaba el resto del grupo. La sublime inteligencia del Negro -que posibilit la resurreccin de Montoneros cuando todo estaba perdido, cuando no quedbamos ms de diez o doce combatientes arrinconados por la represin-contrastaba con sus carencias tericas. De las cuales l, inteligencia mediante, era consciente. Pero jams confesaba. Excepto con Leandro o conmigo. En alguna reunin se mencionaba la revolucin francesa o la toma del Palacio de Invierno. El Negro imperturbable. Pero despus de la reunin me invitaba a un caf -l caf, yo ginebra-: "Petiso, contame de la revolucin francesa, del Palacio de Invierno". Ternura. Ternura y admiracin. Hoy, a mis cincuenta y ocho aos, aquel muchacho treinta aos menor, hace 4

estallar mi ternura y confirma mi admiracin. El Negro confiaba en mi discrecin, y en mi valenta, pero desconfiaba de mi compromiso. De nuestro grupo original, para 1969 yo era el nico que no haba abandonado la carrera universitaria. A trompicones, pero segua. E insista en seguir. Para el Negro era incomprensible: uno se reciba para ganar plata, de qu revolucin me habls, Petiso?. El 12 de octubre del '69 -lo recuerdo porque ese da cumpl 24 aos el Negro me puso entre la espada y la pared: "dejs la carrera o te vas del grupo". "Dame dos meses, dos", ped. Me faltaba rendir 17 materias. Para el 17 de diciembre haba rendido -anfetaminas mediante y con el fallido asalto a un destacamento policial incluido-16 materias. Pero al Negro le dije: "cartn lleno, me recib, carrera abandonada". Y el Negro dijo: "tenemos un compaero doctor". Sin conviccin alguna, por supuesto. A la noche, en nuestra contradictoria intimidad, ginebras mediante, ironiz: "y ahora qu, vas por la guita, doctor?". El mismo desestim con un gesto la pregunta pero agreg: "no te entiendo, no entiendo por qu ests aqu". Qu pregunta, qu pregunta esa del Negro. Qu difcil de responder. Especulaciones y vaguedades aparte, con el alma qu difcil de responder. Un liberal en sus costumbres, ajeno a cualquier tipo de conviccin cristiana o marxista, crtico respecto de Pern y el peronismo, indisciplinado, amante de las mujeres y el vino ese era yo. Entonces, qu haca ah?. Qu pregunta la del Negro. Por qu yo era montonero? Aunque el nombre todava no exista, ni siquiera en la imaginacin de los primeros que lo imaginaron. Entonces, qu haca ah? Porqu era guerrillero?. Porque quera la justicia, la igualdad. Porque quera la revolucin. Porque amaba el riesgo y la aventura, y si ellos tenan un sentido, una justificacin social, muchsimo mejor. Nunca haba reflexionado al respecto, era algo natural, el devenir obligado de mi propia historia. Nunca me haba hecho la pregunta. Ni haba cuestionado mi presencia "ah". Ni me imaginaba que alguna vez me lo cuestionara. Sin embargo, lleg un momento en que me lo cuestion. Por primera vez me lo cuestion diecisis meses despus de la charla con el Negro, con la garganta oprimida y a lo largo de un llanto entrecortado que dur una larga e insomne noche a mediados de febrero del '71. Paradojas de la vida: la maana posterior a esa noche atroz, el Negro me abraz. l, un tipo parco, para nada inclinado a las demostraciones de afecto, me estrech entre sus brazos y emocionada la voz, dijo: "Petiso, sos todo un montonero, de los mejores, da gusto militar con vos". Y yo me sent feliz. Y sent que no cuestionaba, no me cuestionaba, mi pertenencia a la Organizacin. Si algo me haba cuestionado, por unas horas me haba cuestionado, era el hecho de vernos obligados a matar. Pero as era la Revolucin. El camino que habamos elegido para cambiar la vida. As era la vida. O con gloria morir. NOTAS (1) Los nombres reales de cada uno de ellos y algunos detalles personales se detallan en el prximo tem. 5

(2) El polmico "Pepe" Fidanza perteneci a la Tacuara revolucionaria de Baxter. Acusado de participar en el asalto al Policlnico Bancario, estuvo dos o tres aos preso en la dcada del '60. Al salir de la crcel integr el grupo fundador de las Fuerzas Armadas Peronistas. Perge los trminos de "obscuros" e "iluminados" para definir, irona mediante, a los sectores en que se dividieron las FAP. El, por supuesto, era un "obscuro". Pero, por esas cosas de Fidanza que slo entenda Fidanza, se qued con los "iluminados". Poltico y periodista, poeta indito, tomador y mujeriego, gran seductor, valiente sin vueltas y paradigma del chanta, slo su generosidad competa con su ego. Muri en la extrema pobreza pero rodeado de amigos entraables. Captulo 2 - Los compaeros del "grupo Sabino"... El autor reconstruye la composicin de uno de los grupos fundadores de Montoneros, el que se haba organizado en torno de la figura de Jos Sabino Navarro. El Negro, Jos Sabino Navarro, delegado sindical metal mecnico y peronista de toda la vida, fue el jefe de Montoneros a partir de la muerte de Abal Medina y hasta julio de 1971 cuando, sancionado por la Conduccin Nacional, debi trasladarse a Crdoba y Firmenich ocup su lugar. El Negro, cuando se organiz nuestro grupo en enero de 1969, habitaba una casilla prefabricada en San Miguel y tena 26 o 27 aos. Era dirigente de la Juventud Obrera Catlica y posea un gran prestigio en el universo del Peronismo Combativo. Prestigio bien ganado por sus luchas sindicales pero, tal vez ms, debido a la feroz paliza que propin al secretario general de los mecnicos, Jos Rodrguez, por haber traicionado una huelga. Tena una pinta a toda prueba y yo lo vea idntico a Emiliano Zapata. Las no muy numerosas minas que haba en nuestro ambiente moran por l. Estaba casado y tena dos hijos, pero jams dej de usufructuar su pinta. Me consta. Ilana, Hilda Rosenberg, pocos meses menor o mayor que el Negro pintora, divorciada, dos hijos y mi pareja hasta mediados del '71-haba pasado por la izquierda tradicional pero sin establecer grandes compromisos hasta ingresar en nuestro grupo. Cursaba quinto ao en un colegio nocturno y me la present, en abril del '68, Gustavo Oliva: un flaco jodn -de a ratos poeta y de siempre tomador-que era su compaero en el colegio y mi compaero en el servicio militar. Tato, Gustavo Lafleur, un tipo risueo y serio quien despus se cas con su novia eterna, la ms que bancadora Helena Alapn, era maestro mayor de obras, segundo de Gustavo Rearte en la Juventud Revolucionaria Peronista e ntimo amigo de Envar El Kadri. A sus 23 aos, posea la mayor capacidad poltica y experiencia militante de nuestro grupo. Tambin tena un 2 considerable prestigio en el mundo del Peronismo Combativo. Cuando lo conoc, en 1968, daba clases de peronismo en el stano de un edificio que se caa a pedazos. Almagro o el Centro, no 6

recuerdo. S recuerdo que asist a una de sus clases gracias a un aviso publicado en "Che Compaero". Una publicacin semi-clandestina de la cual yo compraba varios ejemplares para distribuir entre mis compaeros del servicio militar. Una maana, durante la formacin de la compaa de Polica Aeronutica en la cual revistaba, el sargento enarbol un ejemplar de "Che Compaero" y ladr: "quin trajo esto aqu". Me cagu en las patas, pero di un paso al frente: muchos de los compaeros saban que era yo, y mi prestigio estaba en juego. "Fui yo, sargento ayudante", grit mientras intua el peor de los destinos. Sin embargo, el milico se limit a decir "no lo haga ms, reclutn", me entreg el peridico y me hizo volver a la fila. No me castigaron. Pero, cuando lleg el momento, no me dejaron jurar la bandera. Para ellos, el peor de los castigos. Para m, un premio: me evit horas de pie cargando con no s cuntos kilos del anacrnico muser de los desfiles. Por supuesto, continu la distribucin del peridico aunque con mayor prudencia-hasta que le el aviso, conoc a Tato y, esa misma noche, entre ginebras y caf, sumamos fuerzas, armamos nuestro primer "grupsculo poltico-militar" y decidimos comenzar la lucha armada. Leandro, quien despus fue conocido mediante los pseudnimos Pingulli y Diego, se llamaba Carlos Hobert, era empleado pblico, dirigente universitario en la Facultad de Historia y, a sus 22 aos, el ms sensato de nosotros: fue el jefe real de Montoneros desde 1971 hasta su muerte en 1976. Formalmente, Firmenich era el nmero uno de la Organizacin y Leandro el segundo. Pero lo cierto es que los cuadros medios (jefes de columna, de unidades de combate y responsables de los frentes de masas) nos referencibamos en Hobert. Quien ms de una vez, en momentos de decisiones trascendentales, jug la propia y le pas por encima a Firmenich. Todo lo cual constitua un acto de justicia elemental: Firmenich, en realidad, qued como nmero uno por casualidad. Aunque la casualidad, como casi siempre, tiene nombre. En este caso nombre y apellido: tragedia y estupidez. En agosto de 1970, Abal Medina estaba en primer lugar, el Negro Sabino segundo, Gustavo Ramus tercero y Hobert cuarto. El quinto era Firmenich. Dos o tres meses antes, cuando nuestro grupo se integr con el de Abal, estructuramos una jerarqua en la cual se alternaban, uno a uno, los compaeros de los dos grupos que conformaron Montoneros en Buenos Aires para la poca del Aramburazo. La tragedia: En septiembre de 1970, en Willam Morris, murieron Abal y Ramus. En consecuencia, el Negro pas al primer lugar. Y a Leandro le tocaba el segundo, en reemplazo de Ramus. La estupidez: en un exceso de buena leche o generosidad, para "respetar" el acuerdo inicial de la integracin, decidimos que Firmenich ocupara el lugar de Ramus ya que ambos procedan del mismo grupo. Y claro, cuando muri el Negro Sabino, pas a ser el nmero uno. Reinterpreto, en mis palabras, una frase de Jorge Dorio: "cmo habra cambiado la historia si ustedes no hubiesen sido tan estpidos". Yo, en 1968 -conscripto, estudiante de medicina y dirigente del proto peronismo universitario en La Plata-, tena la misma edad que Leandro pero, 3 con cierta frecuencia, pecaba de insensatez. De Julia no tengo 7

datos pero, adems de poseer una belleza felina que volva loco a cualquiera, entenda de poltica, entenda de sensatez y era la menor del grupo. De la Renga, Graciela Maliandi, tampoco tengo datos biogrficos aunque s que antes de morir se carg a un oficial del ejrcito. Se cas con Hobert y tuvieron dos hijos que fueron criados por una abuela en la ignorancia de sus orgenes. Hoy el pibe, Diego, es msico. Y la nena, Alejandra, bailarina de tango. Cosas de la vida o, para ser un poquito ms cursis, la vida es un pauelo: mi hijo menor -Diego tambin-y Alejandra Hobert, como bailarines de la compaa Tango-Danza, compartieron una gira por los Estados Unidos. Meses. Y nunca llegaron a enterarse de la relacin entre sus padres. El mundo es un pauelo obscuro y mal planchado. Mi madre, Dora Neri, quien en nuestros primeros tiempos y al volante de su Ford Falcon nos haca de posta sanitaria cuando nos tocaba realizar algn operativo armado, conoci a los seis compaeros. Pero slo recuerda en detalle a Hilda Rosenberg y a Hobert. De Hobert, a veces dice: "te cuidaba cuando estabas enfermo, era un ser humano excepcional". Entre mediados y fines de 1969, tambin se incorporaron como combatientes Tito Veitzman, el Pelado Ceballos y Carlos Falaschi, "Mauro", aunque en la intimidad yo le deca el "Boga". Tito era psiquiatra y provena de la Federacin Universitaria de la Revolucin Nacional. El Pelado Ceballos era dirigente del sindicato de la Fiat Caseros, encuadrado en la Corriente Clasista y Combativa aunque al igual que su secretario General -Palacios, desaparecido por la Triple A en 1975-haba pasado por la Juventud Obrera Catlica. Tito se suicid en 1971 y el Pelado muri en combate un par aos despus. Hasta hace poco supona que el "Boga" estaba desaparecido. Pero vive, es docente universitario y, a sus muy largos 70 aos, todava milita en la provincia de Neuqun. Tena 36 aos, hijo de obrero y obrero el mismo, inici su militancia en los tiempos de la Resistencia. Antes de recibirse de abogado, fue sindicalista del gremio de la alimentacin y luego de la rama docente (CONET) de la Unin del Personal Civil de la Nacin. Milit en el grupo de la Juventud Obrera Catlica que diriga el Negro Sabino a quien, adems, represent como abogado cuando el Negro fue despedido de Deutz. Estaba casado, tena tres hijos, casa, auto, y una humilde quinta sera mejor decir casita-de fin de semana: una vivienda precaria, un galpn y un terreno chico en el cual intentaban crecer cuatro rboles frutales. De ms est decir que tanto su auto como la casita de fin de semana estuvieron a nuestro servicio a partir del primer da en que se integr el "grupo Sabino". En verdad, desde el comienzo y hasta la ejecucin de Aramburu, cuando se vio obligado a pasar a la clandestinidad, fue nuestra principal infraestructura, algo as como nuestro "amparo" incondicional. No slo en lo material, tambin en lo afectivo. Adems, y l mismo hace hincapi en ello, no le haca "asco" a los fierros. Siempre y cuando fueran usados, en sus palabras, "con fundamento poltico y an constitucional, prudencia y sabidura". Vamos, de l se puede decir lo que digo de muy pocos: era un buen combatiente. 8

Y, de hecho, ms de una vez el Negro Sabino lo subi a su Peugeot rojo para que, en el rol de custodia, lo 4 acompaara durante sus interminables viajes por el interior del pas. De su calidad como combatiente -la cual siempre relumbra cuando es necesario improvisar-da fe la "historia" que viene a continuacin. En esta "historia" el personaje del "Boga" corresponde a Falaschi y el de "Pepe" a Firmenich. Est basada en hechos reales -el asalto montonero a la Quinta Presidencial, verano del '71-apenas distorsionados por algn bache de la memoria y los obligados sesgos del "estilo" con el cual estn narrados. Captulo 3 - Cosas increbles que pasan en Montreal... Acaba de ver, en la pantalla de la tele el tipo acaba de ver "Montreal, 1971". Y se dispara. Bebi mucho, fum porro, el tipo se dispara: qu estaba haciendo el tipo en 1971?. En 1971, mediados del 71, una mina le vol la cabeza. Recuerda el tipo, la ve: aparece en la pantalla sentada frente a l mesa por medio en "La Perla del Once". El tipo la mira a los ojos, sin dejar de mirarla abre el sobre de azcar, se lo pone en la taza, le revuelve el caf y dice: "nunca vi ojos como los tuyos". Lo deca en serio: tres das antes estaba en la crcel y, cuando vea, slo vea ojos de mierda. Ojos duros, locos, desvados, contritos, huidizos, rencorosos, apagados. Ojos de mierda, mejor no mirar. Y antes, poco antes de la crcel, haba visto ojos muertos. Los ve el tipo en la pantalla, ahora los ve de nuevo: ojos muertos. Poco antes de la crcel, el tipo mat a otro tipo. Cuando se inclin sobre l para el tiro del final, el tipo ya sin verlo lo miraba, los ojos muertos. Era un cana, petiso, aindiado, fibroso, suspicaz, ladino, nervioso. El tipo no lo conoca, slo lo haba visto tres veces. No lo conoca, lo supona solamente de verlo mientras lo vigilaba. Horas lo vigil cuando el cana haca guardia en la esquina de la quinta presidencial: Malaver y Maip. Entraba y sala de la garita, manoseaba la metralleta, apuntaba al pedo, miraba con desconfianza a cualquiera que pasara cerca, relojeaba de costado, se daba vuelta de golpe. Recin ahora, frente a la pantalla, el tipo piensa: "como si esperase la muerte, como si la supiera agazapada". Recin ahora. Pero en el 71 slo pens "es un negro jodido". Y previ. El tipo previ que si el otro tipo, el cana, estaba de guardia cuando ellos asaltaran la quinta, las cosas iban a salir mal. Y lo plante: los compaeros consideraron que era razonable y decidieron asaltar la quinta durante la guardia de otro cana, uno jovencito, carucha de inocente, se pasaba la guardia papando moscas. Pero a la hora de la hora el inocentn no estaba, estaba el otro tipo, el indio, pleno de furia contenida, 2 como siempre. Entonces el tipo sinti la mano del miedo apretndole las tripas y propuso "suspendamos". Pero Pepe, el jefe, se neg: "est todo listo, contencin, sanidad, montarlo de nuevo es un quilombo, se hace", decidi Pepe. Y el tipo -bebi mucho, fum porro y est solo, viejo y solo-se ve en la pantalla: avanza a lo largo de la avenida Maip, faltan veinte o treinta metros para llegar a la esquina de la quinta presidencial, viste de cafetero, 9

una bolsa con cuatro termos de caf le cubre el pecho, pero no son termos, son bombas molotov. "Estaba pirado", piensa el tipo ahora, "un balazo, un tropezn y me converta en bonzo" piensa el tipo frente a la pantalla. Pero en la pantalla se lo ve sonriente. No se ve su mano derecha, la que empua una pistola amartillada y est oculta detrs del bolso con las molotov. Se lo ve a l, sonriente mientras cruza la calle Malaver y avanza sobre la garita, mientras se acerca al cana, sonriente el tipo. Le sonrea al otro tipo, al cana, mientras con la mano izquierda sacaba del bolso de cafetero un vasito de plstico y con los ojos le ofreca "quers un cafecito?". Pero el otro tipo, cuando apenas los separaban tres metros, achin los ojos, se puso rgido, cort cartucho, apoy el culatn de la metralleta en su cintura y lo apunt. "Soy bonzo", pens el tipo, con la mano izquierda agit el vasito de papel vaco y en voz alta, demasiado alta y aguda, dijo "quiere un cafecito" mientras deslizaba la mano derecha hacia abajo, detrs del bolso, para sacar la pistola y ganarle de mano al cana, disparar primero. Aunque saba que era imposible: el cana lo apuntaba al centro del cuerpo, a menos de tres metros, los ojos desconfiados y fijos no en los suyos sino en el bolso de cafetero como si esperase que asomara la pistola, como si supiera, como si la desconfianza lo dotara de precognicin, sexto sentido, sabidura secreta. La desconfianza, piensa ahora el tipo, me salv su desconfianza, piensa y ve en la pantalla como, de repente, el cana desva la mirada y la metralleta hacia el costado donde, sobre el asfalto reblandecido de la avenida Maip, a medio metro del cordn de la vereda y a medias oculto por la garita, un inslito rabino -Pepe disfrazado de rabino, barba postiza y sombrero de hongo-desenfunda una pistola y lo apunta. Y dispar. Recuerda el tipo que ambos dispararon, el cana y Pepe, al mismo tiempo. Pero de la pistola de Pepe no sali ninguna bala. Sali s la pistola disparada por el aire mientras Pepe se agarraba la mano herida por uno de los balazos de la metralleta y caa o se tiraba al piso detrs de la garita. Al mismo tiempo ambos dispararon. Y tambin l, el tipo, al mismo tiempo sac su pistola de atrs de la bolsa de cafetero, en un salto cubri el metro y medio que lo separaba del cana, lo aferr por el cuello con el brazo izquierdo, le hundi el can de la pistola en la espalda y le peg dos tiros. El cana, an aferrado por el cuello, se afloj, desmaado y tembloroso. Desarticulado como un ttere a quien el titiritero le suelta los hilos al finalizar la funcin, el cana de a poco se desliz hacia el piso y arrastr al tipo con l. Quedaron uno encima del otro: el tipo encima del cana, separados apenas por la bolsa con las molotov. El dedo ndice derecho del cana se haba pegado al disparador de la metralleta y las balas salan para cualquier lado, al azar. Con el puo izquierdo, el cana golpe al tipo en el hombro. Entonces el tipo se incorpor: uno de sus pies aplast contra el piso el brazo derecho del cana y despus se inclin sobre l .Mir su rostro: de la boca se escurra una baba rojiza y tena los ojos agrandados, desorbitados, ya no parecan indios, no parecan nada. "Son ojos muertos", 3 pens el tipo mientras se inclin un poco ms, llev el can de la pistola al entrecejo del cana, mir sus ojos muertos y justo en medio de ellos, dispar el tiro del final. El tipo despus dir, para 10

justificarse o entenderse, el tipo dir: "la sangre enturbiaba todo, herva la sangre, y adems estaba muerto: cuando lo decidimos yo saba, todos sabamos que ese tipo estaba muerto". Pero eso lo dir horas despus. En ese momento ya no pens ni dijo nada. Se limit a arrancar la metralleta de la mano del cana y colgrsela del hombro. Luego abri la cartuchera del otro, extrajo su pistola y se la puso en la cintura. Escuch a Pepe: "tir las molotov, rpido tiralas", grit Pepe y el tipo lo imagin correr hacia uno de los autos, el estacionado sobre Malaver. No perdi tiempo en mirar ni en responder: la comisara de Vicente Lpez estaba a cinco cuadras, en menos de tres minutos llegaran a Malaver y Maip. En la mano derecha mantena su pistola amartillada -"quedan once balas en el cargador" pens el tipo-y con la izquierda lanz una de las molotov por encima del muro que separaba la quinta de la calle. A su espalda sinti la llamarada que se levantaba en el interior de la quinta mientras extraa de la bolsa otra molotov y la arrojaba sobre la garita de la esquina. En ese instante escuch la sirena y a travs de las llamas y el humo negro que envolvan la garita percibi un camin blindado: por Malaver cruzaba Maip en direccin a la esquina de la Quinta. A su izquierda sinti el repiqueteo de una rfaga de ametralladora que provena del blindado. "Yo saba que terminaba bonzo" pens el tipo y descolg de su cuello el bolso de cafetero con las dos molotov que restaban. "Muerto pero no a lo bonzo", se dijo el tipo y arroj el bolso sobre el capot del camin. "Mueren quemados, en pleno febrero y a medioda mueren quemados", pens mientras la parte delantera del blindado quedaba envuelta en llamas. Fue lo ltimo que pens el tipo, al menos lo ltimo que ahora recuerda que pens. Ahora, frente a la pantalla ciega de la tele. Y se siente un poco mareado. Por el porro y la ginebra y la desmemoria. O la memoria. La memoria de un par de ojos muertos que desde la pantalla de la tele lo observan desorbitados. Un par de ojos muertos detrs de los cuales discurren imgenes de Montreal, en 1971. "Qu mierda pasaba en Montreal durante febrero del 71?. Qu carajo me importa lo que pasaba en Montreal", piensa el tipo y cierra sus ojos para no ver los del otro tipo, los del cana, los del cana muerto que l mat. Que lo vio -cierra los ojos con fuerza el tipo-, que lo vio, s, lo vio morir mientras lo mataba. "Pero no", grita, "estaba muerto", repite el tipo lo que djo frente a los compaeros poco antes del informativo vespertino. "Ese tipo estaba muerto", dijo mientras pugnaba por despojarse de las manchas de sangre estampadas sobre su ropa. Manchas imaginarias -ya se haba duchado y cambiado y hasta haba quemado la ropa ensangrentada en la parrilla del patio de la casa-. Manchas imaginarias, pero indelebles. Quera decir, decir a los compaeros "no me las puedo sacar, las manchas, no me las puedo sacar". Pero se mordi la lengua porque saba que era su imaginacin. Y tal vez lo hubiera dicho pero, en ese momento, el Boga ocupaba el micrfono por segunda o tercera vez para contar cmo haba subido el auto de contencin sobre la vereda de Maip para cruzarlo, sobre Malaver, frente al blindado mientras Tato lo ametrallaba a travs de la ventanilla trasera. El Boga sonri y le dijo al tipo: "Eso te dio tiempo para cruzar la 11

calle y zambullirte de cabeza en tu auto: las piernas te quedaron afuera y arrancaron mientras vos pataleabas como loco", dijo el Boga. Y el tipo 4 abre los ojos, sin mirar la pantalla de la tele abre los ojos, esboza una sonrisa y recuerda las palabras del Boga. No porque las recuerde de antes, del verano del '71, sino porque el Boga se las repiti hace poco: en la cocina de una casa de Flores, lavados mates por medio, cuando se reencontraron treinta y tres aos despus. Est viejito el Boga, ya tiene ms de setenta, pero sigue igual: la misma placidez, los mismos gestos, lentos y amables, la misma parsimonia y cierta lejana en la mirada, como si sobrevolara las circunstancias, ms all de todas las broncas, reflexiona el tipo y recuerda que el Boga habl de Pepe, ya sin bronca, sin la bronca con la que hablaba de Pepe hace ms de treinta aos, pero con algo de desprecio: "qu diferentes eran ustedes, fierreros pero diferentes; vos eras buen tipo, esa tardecita, la de la Quinta, me di cuenta de que vos eras un buen tipo", dijo el Boga, en la cocina de Flores, antes de despedirse. Y ambos recordaron el noticiero vespertino. El noticiero que comenz cuando el Boga finalizaba su relato: por tercera vez nunca supo cmo hizo atravezar el auto entre un poste telefnico y la pared para sobrepasar al blindado y cruzarlo por adelante. El noticiero cuyo comienzo impidi que el tipo insistiera con aquello que lo obsesionaba: "compaeros, no me puedo sacar las manchas". El noticiero del Siete, o del Nueve, el tipo no recuerda. Pero treinta y tres aos ms tarde vuelve a sus ojos una pantalla de tele que muestra la foto del otro tipo, del cana, achinados los ojos y suspicaces, la mirada viva, en el ceo la furia. La foto del otro tipo, del muerto, que se difumin -en la pantalla del Siete o del Nueve, no importa-para mostrar a una seora que vesta un batn rado. Una seora obscura y crispada. Una seora que abra la boca para hablar e imperaba el silencio: "se qued -pens el tipo, los ojos clavados en la pantalla del Siete o del Nueve-en el gesto: la desesperacin no la deja hablar, ni siquiera la deja llorar". La seora, en la pantalla rodeada por varios pibes compungidos, borrosos, no saben bien todava qu pas, todava no se dan cuenta que mataron al padre, que un guerrillero fusil al padre frente a la garita de guardia en la esquina de la quinta presidencial. "Ya estarn alrededor de los cuarenta, deben ser cuarentones esos pibes: sern canas? cartoneros? habrn zafado? tendrn alguna idea sobre el motivo de porqu fusilaron al padre? alentarn vengaza acerca del tipo que lo fusil?", reflexiona ahora el tipo que lo fusil. A sangre fra lo fusil, con una pistola ametralladora checoslovaca o israel, de ltima generacin, supersofisticada, dijo el noticiero vespertino de la tele desde una pantalla que mostraba al detalle el escenario de la miseria que ese guerrillero, el fusilador, el tipo, se haba juramentado a erradicar. O morir en el intento. Pero muri el otro, el miserable, el sujeto de la miseria. Y al tipo se le cerr la garganta, imposible hablar. Hasta que al rato, al rato de haber finalizado el noticiero, Pepe se acerc al tipo para que le cambiara el vendaje: uno de los disparos del cana le haba atravesado la mano. Y dijo: "tranquilo che, no te lo tomes as, es la revolucin, caemos nosotros, caen ellos y siempre hay una primera vez: as es la vida, che", dijo Pepe. Y el tipo pas la 12

mano sobre su regazo, sobre los pantalones, acarici las manchas de sangre y dijo: "no Pepe, as es la muerte". Y se puso a llorar: sollozos roncos, entrecortados, contenidos, llor el tipo esa noche bajo la implacable mirada de unos ojos muertos. Llor. Hasta que logr dormirse y, consuelo de la vida, amaneci febrero, despert verano, sigui la vida y con ella, el da a da, los locos das de la revolucin. En uno de esos locos das, 5 poco ms o menos tres meses despus, el tipo cay en cana: lo sorprendieron sin armas cuando estaba a punto de subir en un auto robado. Lo llevaron a la comisara de Vicente Lpez y lo torturaron en el destacamento de Villa Martelli. Era insoportable. El tipo a cada instante, con cada toque de picana, con cada descarga de electricidad senta que no aguantaba ms: quera hablar, quera confesar todo lo que haba hecho, y lo que no haba hecho, lo que no haba hecho tambin quera confesar. Pero cada vez que el tipo estaba a punto de abrir la boca aparecan los ojos muertos, los del otro tipo, los del cana que haba matado en la esquina de la quinta presidencial. Y el tipo saba, porque le haban contado, porque lo intua, que cuando uno empieza a hablar no para, cuenta todo. Y si contaba del cana muerto, el muerto era l. El tipo mantuvo los ojos muertos frente a sus ojos, y no habl. El miedo a la muerte era ms fuerte que el dolor. El tipo no habl. Durante tres das no habl y a la cana no le qued otra alternativa que comunicarlo con el juez quien le dict prisin preventiva por el presunto robo de un auto y lo mand a la crcel. All, el tipo estuvo un tiempo, poco ms de un mes. Un tiempo. El suficiente para ver ojos, ojos de mierda: duros, locos, desvados, contritos, huidizos, rencorosos, apagados. Ojos de mierda, mejor no mirar. Y no mir. Hasta esa tarde, tres das despus de salir de la carcel cuando enfrentado a esos ojos, los ms bellos que haba visto en su vida, no pudo evitar mirarlos y mantener la mirada: se le vol la cabeza, se enamor sin remedio y ahora, viejo y solo, del pico de la botella bebe un trago largo de ginebra y, sobre las imgenes de Montreal , 1971, dibuja la mirada ms maravillosa del mundo y no logra explicarse cmo se le fue. Cmo la perdi. Bebi mucho, fum porro y tanto como para despojarse de sus prdidas, en la soledad de su cuarto, frente a la pantalla de la tele, exclama "qu mierda pasaba en Montreal durante el 71". Cierra los ojos y se dice "Montreal, 1971, un lugar como cualquiera y un tiempo como todos", se dice el tipo. Un lugar y un tiempo en el cual, con seguridad, algn tipo mat a otro tipo y llor por haberlo hecho pero despus se enamor de una mina, hizo el amor, camin por las estrellas, la mina lo dej pero vinieron otras, maravillosas todas, en la textura de su piel conoci la urdimbre del cielo, el sentido de la vida. Y aunque la muerte nunca dej de estar agazapada en algn rincn obscuro de su alma, el tipo de Montreal pens poco en ella, la mantuvo a raya, se dice el tipo. Y se repite, frente a la tele, que Montreal es una ciudad como tantas en la cual durante el '71 un tipo mat a otro y lo vio morir mientras lo mataba, en fin, cosas increbles pasan en todos lados y a cada rato, tambin en Montreal. Cosas increbles, como esta que le pasa ahora, como que ms de treinta aos despus -bebi mucho, fum porro, el tipo-la pantalla de la tele muestre el rostro del otro 13

tipo, el cana, signado de cicatrices, las cicatrices de la miseria, las cicatrices del dolor, las cicatrices de su vida que ya no es, que se le fue hace treinta y tres aos a travs de sus ojos muertos. Y se da cuenta que dentro de pocos aos o das, maana tal vez, sus ojos se van a ver igual que los del otro tipo: otros los van a ver, no l. Se da cuenta, el tipo, de que ya no podr ser marinero ni polizn, que ya no podr dar la vuelta al mundo ni caminar por las estrellas ni vestir su piel con la urdimbre del cielo. Porque est viejo y solo y ya no puede ser otra cosa que lo que ahora es: un tipo que mira la tele acompaado por un tipo muerto, un tipo que no est a su lado sino adentro suyo, y a veces sale. El tipo muerto sale, lo mira y el otro 6 tipo llora y se pregunta sino ser que estn los dos muertos y llora: un poco por el cana que no deja de mirarlo desde ese lugar increble llamado Montreal y mucho por l. Se dice, el tipo se dice "estoy borracho" y arroja la botella de ginebra contra la pantalla de la tele que estalla en mil pedazos. "Estoy borracho" se repite el tipo, cierra los ojos y manda al otro tipo a cagar. Manda la muerte a cagar. Captulo 4 - La artera senda de la angustia... No slo el Negro, en su momento, me pregunt "qu haca ah", por qu era montonero. Fue tambin la primera pregunta que me hizo Cayetano De Lella a fines de 1972: "Por qu sos montonero?". Haca un mes yo haba recibido cuatro balazos durante un operativo que, en realidad, fue una encerrona, y una estupidez. Una barrabasada poltica, un sin sentido tan cargado de sentidos que con mucho esfuerzo -la experiencia llega tarde y cuesta mucho-recin pude entender aos despus. Tenamos que tomar la guardia de la fbrica Santa Rosa, ubicada en La Matanza, a las seis de la maana, hora en que ingresaban los obreros del primer turno. Su objetivo aparente, aparte de expropiar las armas del personal de guardia como era de rigor en todos los operativos en los cuales hubiera gente armada, consista en propagandizar el primer regreso de Pern... quince das antes de que regresara. En trminos polticos, careca de sentido: qu falta haca propagandizar el regreso de Pern? Para que el pueblo supiera que promovamos el regreso de Pern?. Ridculo. Desde el da en que ejecutamos a Aramburu, el pueblo saba que el regreso de Pern a la Argentina y al Poder, era el principal e irrenunciable objetivo de Montoneros. Ello estaba avalado por centenares de operativos realizados a lo largo de casi tres aos. Y firmado con sangre. Con nuestra sangre. El tema como mucho daba para realizar un acto relmpago protagonizado por la Jotap en el cual se distribuyeran unos cuantos panfletos que convocaran a los obreros para recibir a Pern en Ezeiza e incluyeran la obligada consigna "FAR y Montoneros son nuestros compaeros". Y, si el caso era obtener armas, existan objetivos ms redituables que asaltar la garita de guardia de una fbrica. Sobre todo si se trataba de un 2 operativo en el cual iban a participar ms de veinte compaeros. Ello sin contar con la posibilidad de un tiroteo: una bala perdida, un obrero herido, 14

y el costo poltico del operativo se nos volva en contra. Tales fueron los argumentos que esgrim para oponerme a la realizacin del operativo. Del cual, por ser el combatiente ms antiguo y responsable de la unidad de combate ms experimentada y numerosa -la unidad Norte-, a priori me corresponda ser el jefe. Y el operativo jams se hubiera realizado si no fuera porque de l participaran aspirantes a combatientes de las tres zonas, o unidades de combate, que integraban nuestra columna1, la Norte-Oeste del Gran Buenos Aires. La unidad Noroeste estaba a cargo de un cuadro proveniente de la Resistencia, el Nono Lisazo, "Nono" porque tena alrededor de cuarenta aos. El Negro Sebastin -quien provena de Santa Fe y muri en la toma del cuartel de Formosa-diriga la unidad Oeste. Muerto Capuano Martnez, nuestro jefe de Columna que nunca fue, compartan conmigo la planificacin y la decisin de realizar el operativo el Nono y Sebastin. A quienes mis argumentos no hicieron mella. Y no hicieron mella porque, en realidad, los objetivos del operativo no eran, exclusivamente, los declarados. Exista una controversia poltica que se arrastraba desde que Montoneros haba tomado la decisin de participar en el proceso electoral: "Cmpora al Gobierno, Pern al Poder". Decisin que no era compartida por la totalidad de la Organizacin. De hecho, en los diferentes niveles de conduccin, ramos pocos los compaeros que promovamos con entusiasmo nuestra participacin en las elecciones, lo cual implicaba desplazar nuestra prioridad de las acciones polticomilitares, a las acciones polticas. Muchos tenan dudas y unos pocos estaban en contra. El Negro Sebastin acept la decisin y la consigna slo de la boca para afuera. Oportunismo puro. Tengo la impresin de que Sebastin, en trminos polticos, era un tipo elemental, y sin los fierros se senta nadie. En todo caso, sostuvo que haba muchos aspirantes a combatientes que deban ser promovidos a combatientes, y para ello deban participar en un operativo que los pusiera a prueba y les diera al menos una mnima experiencia. El Nono, por su parte, si bien coincida con nuestra participacin en la lucha electoral, tena la certeza de que a Pern no lo iban a dejar siquiera tomar el avin. La lucha armada continuara, ya sea a travs de la estrategia de guerra popular prolongada o por la va insurreccional y su obligada continuidad: la guerra civil. Por lo tanto, tambin para el Nono, formar nuevos combatientes era indispensable. La controversia fue feroz. Y la zanj el Nono: "qu pasa, Petiso, arrugaste?; hay compaeros que piensan que desde hace un tiempo vens arrugando... quers darles la razn?", dijo el Nono. "Quin, quin piensa que yo arrugo? vos penss que yo arrugo, Nono? Vos, vos que operaste conmigo ms de diez veces, que me viste ir al frente y salir el ltimo, que me viste cagarme a balazos hasta el ltimo cartucho, vos, vos penss que yo arrugo?", pregunt, a los gritos, furioso, de mala manera. "Yo, yo ahora no s qu pensar... hace unos das no quisiste hacer un auto, te rajaste", dijo el Nono, mir al piso y yo baj el tono. "No, Nono, no quise hacer un auto con vos, vos y yo solos, a las diez de la noche y a media cuadra de la avenida Maip, sin contencin, sin que nadie supiera, y slo porque se te ocurri, sobre la marcha se te ocurri: las cosas no se hacen as, Nono", expliqu, calmo, 15

respetuoso, el Nono mereca mi respeto por su valenta a toda prueba y por sus quince aos de trayectoria: el Nono pona caos cuando yo an no haba terminado la primaria. "Necesitbamos un auto, Petiso, para la maana siguiente necesitbamos el auto, a primera hora, vos sabas", dijo el Nono y me mir a los ojos, desde arriba me mir, el Nono era alto. "Nono, se planifica, y si no se puede planificar, si no se pueden prever los riesgos, se suspende: es lo nico que nos mantiene con vida", dije. Pero las palabras del Nono me haban tocado, haban hecho pulsar una cuerda en mi interior, una cuerda metlica y delgada que pulsaba con la agudeza disonante de un violn desafinado: qu artera es la angustia. La quinta presidencial, la tortura, el calamitoso asalto al cuartel de Zrate, la muerte de Sabino, Burgos, Escribano, la de Capuano Martnez apenas das atrs, las muertes, todas las muertes, y una hijita de tres meses a quien quera ver crecer. Cunta razn tena el Boga Falaschi: las armas, s, pero con prudencia y sabidura. Extra al Boga: ahora estaba en Chile, sus insalvables controversias con el Pepe Firmenich lo fletaron para Chile; es decir, lo fletaron Leandro y Tato: el Pepe lo quera fusilar. Un tenso silencio se estableci entre Sebastin, el Nono y yo. En silencio nos pasbamos el mate, evitbamos cruzar las miradas. "Sentir miedo es cobarda? Ser prudente es arrugar?", pregunt sin mirar a ninguno de los dos. "Ustedes nunca sintieron miedo?", desplac la mirada sobre ambos. Y la fij sobre los ojos del Nono: "adems de vos, quin dice que arrugo?". El Nono esboz una sonrisa, "Petiso, Petiso" musit, y mir a Sebastin. "Primero, yo no tengo miedo. Segundo: si vos arrugs, yo no s, yo no afirmo nada, no te conozco lo suficiente; pero una persona que te conoce bien est muy preocupada: dice que cambiaste, que ests raro, nervioso, qu s yo", dijo Sebastin. Aparentaba estar concentrado en el mate pero me miraba de soslayo. No dijo ni compaero ni compaera, una persona dijo, una persona que me conoca bien. Y yo no tuve la ms mnima duda de que era una mujer, una mujer que militaba en el Oeste y l, Sebastin, haba entrenado: Ana, la mujer que tena los ojos ms maravillosos del mundo, mi mujer. Qu joda: Sebastin haba ganado una discusin que pretenda ser poltica, estratgica y tctica con slo diez palabras que hacan a mi vida personal. "Primero, Sebas, si vos no tens miedo, sos un peligro de un metro ochenta, y segundo: esa persona preocupada por m... tens pensado que participe del operativo?", pregunt a Sebastin: no haca falta especificar quin era la persona, sabamos los dos. "S, por supuesto, Ana es de primera: sabe usar la metra y manejar, conviene en la contencin", respondi Sebastin. "Se hace, entonces: bravo, Petiso, yo saba que no nos ibas a fallar", al Nono una amplia sonrisa le abri la cara y me extendi la mano. "La puta que te pari, Nono, me mets en cada quilombo", rechac su mano, me incorpor y lo abrac con fuerza. Es el ltimo abrazo que recuerdo del Nono: lo agarraron en el '76, le arrancaron la piel a tiritas, pero muri sin decir una 4 palabra. Supongo que lo habr abrazado en 16

otras oportunidades -lo quera mucho, y me salv la vida, dos veces me salv la vida-, pero aquella es la ltima vez que recuerdo haberlo abrazado. Mientras nos abrazbamos le dije al odo: "lo hacemos pero sigo pensando que es una mierda, me da mala espina". Luego, en algn momento durante la discusin acerca de los detalles del operativo, pregunt: "tienen pensado que participe Emilio?". Emilio militaba en una de las ubeerres2. No recuerdo si era una de las que manejaba el Nono o de las de Sebastin. No tena mucha injerencia en el trabajo poltico de los frentes de superficie. Alto, gordo, rubio, sanguneo, se auto defina como un fierrero vocacional. Y as se lo aceptaba porque era de los pocos que saban mucho de armas. En aquel tiempo cada vez que le entregabas una pistola a un aspirante, te hacas la seal de la cruz y le pedas a dios que no se pegara un tiro a s mismo. Dios no nos haca mucho caso. Las heridas en las nalgas o en las manos no eran excepcionales: calzaban la pistola en la parte posterior de la cintura, amartillada y sin seguro, o cortaban cartucho y luego sostenan la pistola por el can mientras apretaban el disparador para bajar el gatillo a medio punto: pum, pum. Esto cuando un compaero no le pegaba un tiro a otro. En 1970, Gustavo Ramus durante una prctica con armas supuestamente descargadas, le peg un balazo en el estmago a un compaero de las Fuerzas Armadas Peronistas. Uno o dos aos despus, justo en el momento en que inicibamos un operativo, a un compaero se le escap un disparo que fractur el fmur de Cristina Liprandi3 quien se haba fugado, en medio de un tiroteo infernal, de la crcel de mujeres. Indenme. No fueron los nicos casos, pero son los que recuerdo por una cuestin ntima, personal, de esas que uno se anima a contar porque alcanz la edad en la cual sobrevuela la vida y sabe que no hay historias ms valiosas que aquellas referidas al amor. Cristina durante ms de un mes estuvo enyesada de la cintura para abajo y yo la cuid durante das y das en los cuales nos hablamos todo. Inevitable que me enamorase un poquito. Tal vez un poquito nos enamoramos los dos. En el "hospital" de las Fuerzas Armadas Peronistas conoc a Adriana Martnez y a Marcela Durrieu, barbijos nos cubran los rostros, pero sus ojos, sus voces, el dibujo de sus cuerpos, me suman en un sueo de las mil y una noches. Precisamente, la voz de Marcela Durrieu hace poco tiempo, coment: "a los milicos les hubiera bastado con darnos unos cuantos fierros y dejarnos solos". Lo cierto es que muchos compaeros, la mayor parte tal vez, no saban siquiera cambiar una lamparita. Exagero. Pero, como en un chiste de gallegos, para cambiar una lamparita se necesitaban tres compaeros: uno verbalizaba la justificacin poltica y otro daba las instrucciones prcticas mientras el tercero se quejaba de que la lamparita no se dejaba enroscar. 5 No era ste el caso de Emilio. Ni John Wayne lo superaba en destreza con los fierros: haba sido polica. Un ao. El tiempo del servicio militar. Y qu tipo con una mnima sensibilidad revolucionaria opta en forma voluntaria por hacer el servicio militar? Antes de ser sorteado qu revolucionario opta por ser un servidor de la polica? No pequemos de maniqueismo. Pero tampoco pequemos de boludos. Dejemos un lugar, 17

aunque sea pequeo, para la suspicacia, para la sospecha. Y yo, cuando supe que Emilio haba sido polica, sospech un poco. Cuando supe que no se las ingeniaba bien con el trabajo poltico, sospech un poco ms. Y le prest atencin. En la medida que poda: no estaba en mis ubeerres, y lo vea en contadas ocasiones. En una oportunidad, mes y pico antes del operativo Santa Rosa, tenamos que participar de una reunin en una casa que l no conoca ni deba conocer. Emilio estaba sentado al lado del chofer en el auto que nos conduca a la casa. Tabicado: la cabeza inclinada hacia abajo y los ojos cerrados hasta llegar. Yo conoca la casa, estaba sentado detrs de Emilio y, sospechitas mediante, no dejaba de observarlo. En cierto momento vi que levantaba la cabeza y miraba. Lo hubiera dejado mirar hasta que llegramos. Pero, por un lado pens que era un riesgo para la gente de la casa, simples colaboradores que nos prestaban el lugar. Y, por otro, me resista a pensar que era un infiltrado. De hecho, el operativo de La Calera4 termin en un desastre porque un boludo mir, reconoci la casa, no dijo nada y, un par de sopapos despus de ser detenido, emul a Pavarotti. As que le di un coscorrn -no cualquier coscorrn: uno asimilable a un culatazo-y le dije: "baj la cabeza, boludo, bajala y cerr los ojos". La baj, claro. Y yo me qued sin pruebas. Pero las sospechas acerca de Emilio se me hicieron carne. Entonces, en la reunin con Sebastin y el Nono, pregunt "tienen pensado que participe Emilio?". "Por supuesto, despus de Ana y el Bocn5, encabeza la lista de candidatos a combatientes, es un cuadro de primera, duro, disciplinado, sabe de fierros", respondi Sebastin. No s qu ser para vos un cuadro, pens. Pero slo dije: "es importante que ningn compaero sepa cul es el objetivo hasta por lo menos una o dos horas antes del operativo". El Nono estuvo de acuerdo: despus de que yo acept, el Nono estaba de acuerdo con todo lo que planteaba. Para l lo importante era tomar Santa Rosa. En aquel momento infer sus motivaciones. Pero ya no las recuerdo. Haba algo relacionado con su larga militancia, con el gremio metalrgico y con esa fbrica en particular. Un cuadro proveniente de la Resistencia, vctima indirecta de los fusilamientos en Jos Len Surez, formado en los criterios del Peronismo Revolucionario, perseguido por un vandorismo que fue particularmente cruel en la zona norte, amigo de Blajakis y Salazar, no poda menos que estar atragantado con el gremio metalrgico. Tomar Santa Rosa, una de las fbricas ms grandes de la industria metalrgica, para el Nono era una reivindicacin mayor. Si yo no estaba de acuerdo, lo habra hecho igual, con su grupo, en solitario, pero lo habra hecho. "Me parece bien", dijo. Pero Sebastin aclar que l ya lo haba hablado con su gente, aunque sin especificar que se trataba de Santa Rosa. Una fbrica en la Matanza, metalrgica adems, pero sin definir hora, da y lugar. Algo es algo, me dije, y pens en la inquebrantable discrecin de esa mujer quien, aunque no me haba comentado una palabra, para m posea, an posea, los ojos ms maravillosos del mundo. "Del Norte, como aspirante slo va a participar Estela, dirige una ubeerre en San Miguel: geogrficamente pertenece a tu zona Nono, pero se 18

extiende para Escobar y Tigre, as que... Nono, vos la conocs Nono: de fierros, poco; en poltica un balazo", dije. Y, sobre un mapa precario bosquejado por el Nono, seal una mancha en medio de la calle: entre la garita de guardia y una parada de colectivo. La mancha era un colectivo. Idea del Nono: robar un colectivo a las cuatro y media de la maana, subir a los compaeros en lugares preestablecidos, descender en una parada de colectivos situada justo frente a la garita de guardia, reducir a dos policas de consigna ubicados all como vigilancia externa de la fbrica y, con los dos policas al frente, ingresar a la fbrica y sorprender a los cinco o seis guardias que estaban en la garita. "Al fondo y a la izquierda del colectivo tiene que estar el Paragua, con una metra, cubriendo la ventanilla trasera y las ltimas de la izquierda", dije. El Paragua era un veterano. Veterano entre nosotros. Pero antes de incorporarse a la Orga haba sido uno de los pocos sobrevivientes de la guerrilla paraguaya del Partido Radical Autntico. Mediano de estatura, obscuro, muy flaco, la ropa le ondeaba. Tena la virtud de pasar desapercibido, jams perda la calma y era un mentiroso fenomenal. La Orga -caprichosa como siempre-, a mediados del '72 orden que todo el mundo trabajara, hasta los clandestinos: con el Paragua nos inventamos una empresa de pintura en la cual l era el profesional, el "pintor": no slo a los potenciales clientes les venda que era pintor, me lo venda tambin a m. Hasta que nos lleg el primer contrato: pintar un departamento, antiguo pero chico, en Palermo. El dueo era un tano, viejo y buenazo, que nos pag la mitad del presupuesto por adelantado no tanto por el bajo precio que pasamos como por la seguridad con que el Paragua detall los diversos aspectos del trabajo que bamos a realizar. Adems de pintar tenamos que restaurar las molduras de yeso que adornaban la parte superior de las paredes y reemplazar los azulejos del bao. El da que empezamos el trabajo, luego de comprar los materiales y proteger el piso con peridicos, el Paragua, quien para el caso era el jefe, me dijo: "Vos, Petiso, encargate de los azulejos". "Yo que me encargue de qu?", pregunt asombrado. "De los azulejos, chamigo", respondi, autoritario, el Paragua: "No sos azulejista vos chamigo? no era que te ense mi paisano, chamigo?". En los sesenta, otro paraguayo, Fernndez, quien diriga nuestra agrupacin peronista en la Facultad de Medicina de La Plata, se ganaba la vida como azulejista y, como yo necesitaba dinero, intent ensearme el oficio. Pero ante mi torpeza, aunque compart una parte de sus ganancias en un par de trabajos, l decidi que me dedicara a cebar mate. Tambin tuvo que ensearme a cebar mate, pero eso aprend. "Paragua, te lo cont como ancdota, pero nunca te dije que saba poner azulejos", respond. "No sabs entonces; yo tampoco, pero no te hags problema: lo solucionamos rpido y baratito", dijo, trajo un compresor y en un rato pint los azulejos del bao: quedaron de un verde sucio, grumoso, pareca un vmito desparramado, desparramado con minuciosa desprolijidad. Al tercer da lleg el Tano y el Paragua lo baraj en la puerta: "tengo una 19

sorpresa, patrn: vamos a terminar antes y le va a salir ms baratito". El Tano no lleg a ver el bao: entr a la sala y qued petrificado. Las molduras de yeso haban desaparecido, la superficie de las paredes pareca un mar picado y no haba dos que tuvieran el mismo color. "M, ustede sono pintore?", pregunt tembloroso, plido, al borde de un colapso. Yo pens que, si en ese instante no mora de un infarto, sala a los piques para llamar a un polica. As que decid contarle la "verdad". ramos estudiantes de medicina, necesitbamos plata para pagarnos los estudios y suponamos que eso de la pintura se nos iba a dar bien. "Le devolvemos el adelanto, y disculpe", propuse. "Qu adelanto ni adelanto, me destrucheron el departamento", gimote el Tano y se sent en el piso con la cabeza entre las manos. "Qudense con la plata, y va, va; m, hacnme un favore: estudieno mucho perque si de medicina sabeno como de pintura, pvera humanit, pvera". Agarramos nuestros bolsos, silbando bajito hicimos mutis por el foro y durante dos cuadras tuve que aguantar las recriminaciones del Paragua: "porqu no me dejaste hablar, Petiso, al Tano se yo lo convenca y terminbamos el trabajo, chamigo". El Paragua, el Paragua... qu ser de su vida? habr sobrevivido? Sospecho que s. Como pintor era un desastre pero como guerrillero tena muchos recursos, ms que cualquier otro combatiente de nuestra columna. Por ello lo quera en el operativo, un operativo en el cual tendramos que reducir a, por lo menos, ocho personas armadas, tal vez ms. Un operativo de envergadura, peligroso, del que participaramos slo tres combatientes: el Nono, el Paragua y yo. El resto eran aspirantes. Compaeros que tenan un entrenamiento casi virtual y jams se haban probado en una situacin de autntico peligro. Cuando sonaban los balazos o se daba una situacin imprevista durante la planificacin, la reaccin de los compaeros primerizos era imprevisible. Podan quedarse paralizados o correr a ciegas o actuar con un herosmo desmedido, nefasto para ellos mismos y para los dems. Por eso lo quera al Paragua al fondo y a la izquierda del colectivo: desde all poda cubrir, a una altura de dos metros a partir del piso, la garita de guardia y la calle atrs del colectivo. El Nono conducira el colectivo -era el nico con experiencia en manejar cualquier tipo de vehculo de transporte-lo cual le permita controlar la parte delantera de la calle. Y yo bajara por la puerta delantera derecha seguido por el Bocn Arias, tal como lo haran dos pasajeros comunes, para sorprender y desarmar a los dos policas de guardia en la parada. El Nono ubic el mvil de contencin, a cargo de Ana, una cuadra delante del colectivo, unos veinte o treinta metros despus de la primera esquina. Le dije que ubicara otro mvil una cuadra atrs del colectivo, equipado con una Itaka, por si apareca un patrullero. Al Nono le pareci una exageracin, ya estaba el Paragua con su UZI, pero yo insist: el maldito operativo me daba mala espina y cualquier precaucin me pareca poca. "Ese auto tiene que estar a cargo de Emilio", plante Sebastin. Y, ante mi expresin interrogativa, agreg: "es el nico que sabe controlar una Itaka". Sebastin y el Nono saban que Emilio no me caa bien, pero no tenan idea acerca de mis sospechas, nunca las 20

haba comentado: acusar a un compaero de ser un posible infiltrado era algo muy grave, y mis sospechas no 8 tenan otro asidero que mi "olfato". El equipo de sanidad estara ubicado en una furgoneta a unas treinta cuadras del operativo, entre las estaciones de Ramos Meja y Morn. Al finalizar el operativo -a ms tardar a las 6:45 de la maana-, el Nono y yo nos encontraramos con Sebastin en la estacin de Morn. Veinte minutos antes del operativo, en un auto legal y acompaado por el Bocn Arias, yo hara una pasada frente a la fbrica y por sus alrededores: si vea algo raro, cualquier cosa que no concordara con lo que tenamos previsto, yo levantara el operativo. A las seis menos veinte de la maana del 30 de octubre, el Bocn y yo a bordo de una Renoleta que estaba a mi nombre, pasamos frente a la fbrica. Las luces de la garita no estaban encendidas. Los dos policas que deberan hacer guardia en la parada del colectivo brillaban por su ausencia. Despus del portn de la fbrica, los dos faroles que iluminaban la calle hasta la esquina, estaban apagados. Antes de llegar a la esquina, sobre la acera de la izquierda haba dos autos estacionados y, sobre la derecha, primero una camioneta y despus, casi sobre la esquina, un Fiat 1.500. La camioneta estaba estacionada de contramano. Por lo dems, no se vea un alma y el silencio era casi total. Raro, muy raro. Haba pasado por el lugar, a la misma hora, en dos oportunidades. En ambas estaban los policas en la parada, haba luz en la garita y en la calle, y no se vean autos estacionados, ninguno. A la altura del Fiat fren la Renoleta, me baj y fing revisar los neumticos. Mientras lo haca, mir a travs de las ventanillas del Fiat: sobre su asiento trasero se vea un bulto, una manta debajo de la cual las formas delataban la existencia de cajas rectangulares de diverso tamao, o herramientas tal vez... armas largas? Sub a la Renoleta, emprend la marcha y pregunt: "qu te parece, Bocn? ves algo distinto? hay algo que te llame la atencin?". El Bocn guard silencio. Entonces lo mir y percib que estaba tenso, duro como una tabla. "Ests nervioso, Bocn?". "No, no, bueno s, un poco", respondi. "No te preocupes, todos estamos nerviosos antes de un operativo, qu digo, estamos cagados, recagados hasta las patas, pero cuando la opereta empieza se nos pasa, como por arte de magia, sin que te des cuenta se te pasa", dije para tranquilizarlo un poco, pero era cierto, siempre era as. "Y Bocn? cmo lo ves? qu te parece?", insist. "Nada, todo parece tranquilo no?", dijo. "No te parece demasiado tranquilo, diferente?", pregunt. "No s, Petiso, no estuve antes, ni saba el lugar exacto del operativo", reconoci el Bocn. Y yo decid levantar el operativo, a las puteadas, me iban a cuestionar por cobarda: puta madre, no era el Bocn quin tena que estar ah, el Nono tena que estar, el Nono tena que apreciar la situacin con sus propios ojos. Adems, era lo que corresponda: las evaluaciones previas las hacan el primero y el segundo, y decidan entre los dos. Pero el Nono era el nico que saba manejar un colectivo, y no poda dejarlo sin chofer con los compaeros arriba. Tampoco corresponda que el Nono hiciera de chofer. Slo en forma excepcional el segundo actuaba de chofer. Bueno, esta era la excepcin, mierda. 21

A unas diez cuadras de la fbrica nos encontramos con el Nono. El colectivo estaba en marcha y l me esperaba abajo, en la puerta. Cont lo que haba visto, "me huele a trampa", dije y propuse: "levantemos por hoy, lo volvemos a estudiar unos das y, si todo est bien, lo hacemos". "Petiso, todo lo que viste puede ser pero un Fiat con armas?... eso es tu imaginacin, dejate de 9 joder, ests viendo fantasmas", dijo el Nono. Ambos, sin mirarnos, guardamos silencio, un minuto, ms. Despus el Nono me apoy la mano en el hombro, apret fuerte y dijo: "lo siento, en el alma lo siento, pero con Sebas previmos que vos levantaras el operativo en el ltimo minuto y decidimos que si lo hacas yo te reemplace". Su tono me dejaba espacio como para que yo cambiara de parecer, como para que dijera "estaba obscuro, podra ser mi imaginacin, arriba, vamos, adelante que se hace tarde". Pero me limit a subir en el colectivo y encar a los compaeros: "hay cambios: el Nono pasa a ser el jefe del operativo, le sigue el Paragua y despus yo; si hay tiros antes de entrar en la fbrica, los compaeros ubicados a la izquierda, de Estela para el fondo, concentren el fuego sobre el portn de la fbrica; los que estn a la izquierda adelante, concentren el fuego sobre dos autos que van a ver estacionados cerca de la esquina; y los compaeros de la derecha disparen sobre una camioneta y un Fiat que van a ver estacionados adelante, cerca de la esquina; ojo ustedes al tirar que la contencin est tambin adelante, en la otra cuadra pero en la misma direccin... digo, si el Nono est de acuerdo". "De acuerdo; revisen las armas, compaeros: empuadas y en medio punto", grit el Nono: sentado frente al volante, puso primera, aceler y avanzamos hacia nuestro destino. Trgico. Pero no tanto por terrible como por inexorable. Me ubiqu entre el Nono y la puerta delantera. A travs del parabrisas, en el cielo se insinuaba el amanecer. Dentro del colectivo imperaba el silencio. Al punto de que poda escuchar la respiracin agitada del Bocn: parado a mi espalda, su cuerpo me rozaba cuando el colectivo daba algn barquinazo. Delante nuestro, a ciento y pico de metros, el auto a cargo de Ana mantena con rigor la distancia estipulada. "Paragua viene la contencin trasera?", grit sin sacar la vista del frente. "Viene, chamigo, viene, pero lejos", respondi el Paragua y su tono me dio a entender "demasiado lejos". Ya estbamos en la calle de la fbrica: a travs del parabrisas la esquina de la fbrica se encontraba en sombras y las luces de la garita seguan apagadas. En la parada del colectivo, apoyada sobre una pared se vea la figura de un polica. Unos treinta metros antes de llegar a l, el Nono disminuy la velocidad. "Preparado, Petiso?", pregunt el Nono y mientras frenaba frente a la parada agreg "te dije, fantasmas, fan... mierda!". Sobre el mierda del Nono alcanc a ver, de refiln alcanc a ver mientras bajaba del colectivo, una serie de sombras que salan de las esquinas y tomaban posicin detrs de los autos estacionados. Y al polica situado frente a m -a l lo vi, clarsimo, en l concentr mi atencin-que extraa su pistola de la cartuchera. "Quieto, no lo hagas", grit, salt hacia adelante y extend la mano izquierda para apartar su pistola. Pero el polica retrocedi, extendi su brazo derecho con la pistola empuada, 22

apunt a la altura de mi cabeza, y dispar. Yo tambin dispar, varias veces y, mientras caa o me echaba al piso, vi al cuerpo del polica salir impulsado hacia atrs, rebotar contra la pared y caer a un costado. A partir de ese momento, ya no pude ver las cosas como yo mismo. No pude ni puedo: las veo como imgenes ms o menos cortadas de una pelcula, como si yo no fuera yo sino otro tipo, parecido, igualito a m en realidad, al que todos llaman Petiso y... ...piensa, extendido boca abajo sobre la vereda mientras trata de apuntar con su pistola a un polica al cual no logra ver pero lo sabe tirado a pocos metros, 10 el Petiso piensa que le dieron en la cabeza y est ciego. Atina a frotarse los ojos con la mano izquierda y, gracias diosito, ve. Sangre, sangre se me meti en los ojos, piensa mientras ve al polica, tirado de espaldas apenas a un par de metros delante suyo, levantar un brazo vacilante y disparar en su direccin, una vez, dos veces. El Petiso apunta al bulto y dispara, dos veces consecutivas. El cuerpo del polica se sacude y su brazo cae al piso. Pero no suelta la pistola. Y de inmediato vuelve a levantarla, oscila la pistola, trata de apuntar. Entonces el Petiso centra la mira en la frente del polica, oprime la cola del disparador, y la cabeza del polica cae sobre la vereda, su cuerpo se relaja, se aplasta, de su mano abierta se desliza la pistola. El Petiso se arrastra hasta el cuerpo cado para tomar su pistola. Son tres o cuatro segundos apenas, vitales para subir al colectivo y rajar: es una trampa, hay que rajar, piensa el Petiso, pero los hbitos pueden ms, que esto no haya sido para nada, por lo menos una pistola. Con la mano izquierda empua la pistola del polica y, cuando voltea para dirigirse al colectivo, slo ve su parte trasera, alejndose, cada vez a mayor velocidad: parado sobre el primer escaln de la puerta delantera, el Bocn lo mira, desorbitados los ojos, la boca abierta, duro como una tabla. "La contencin, me levanta la contencin", piensa el Petiso al tiempo que intenta protegerse con el cuerpo del polica muerto: las balas que provienen desde la camioneta y la puerta de la fbrica pican a su alrededor. Varias dan en el cuerpo del polica. En algn momento, fugaz, percibe de refiln el rostro del polica y se da cuenta de que es imberbe. Es un mocoso, lo pusieron de cebo por mocoso, cruza por su cabeza el pensamiento y, puta madre!, a toda velocidad pasa el auto de contencin frente a sus ojos, puta madre!, estoy solo, perdido. Y no piensa, sabe y siente, siente que fugarse para atrs es constituirse en un blanco mvil. No le queda otra que fugar hacia adelante, hacia el corazn del enemigo: no lo van a esperar y, en todo caso, morir matando. Se pone de pie y, mientras dispara las dos pistolas, corre hacia la camioneta detrs de cuya puerta abierta hay un polica de civil que tira a travs de la ventanilla. Mientras corre algo golpea su pecho y pierde la pistola que empuaba en la mano izquierda: la siente rebotar contra sus piernas. Despus sabr que un balazo se incrust en el Seiko de acero de su mueca cruzada sobre el pecho, a la altura del corazn, un hematoma dej constancia: nunca sabr porqu, casualidad, destino, quin sabe. Despus. Ahora patea la puerta de la camioneta: el polica que estaba refugiado detrs de ella es impulsado hacia el interior y cae atravesado sobre el asiento, entre el volante y el respaldo. Es un polica gordo, 23

grandote, cuyas piernas quedan fuera y la puerta del vehculo rebota contra ellas. El Petiso rodea la puerta, apunta al pecho del polica, al instante percibe que su pistola est descargada y la arroja contra la cabeza del tipo. Quien absorbe el golpe y, de abajo hacia arriba, enfoca el can de su arma sobre la figura del Petiso. No piensa el Petiso. Transpira adrenalina. Es un cuerpo apenas, en mxima tensin: slo acta por reflejos. Es un reflejo su mano izquierda cuando aferra la garganta del polica. Y otro reflejo, la derecha cuando intenta agarrar el can del arma que lo apunta. No puede, pero con la palma lo desva cuando el arma dispara. Y un reflejo su cabeza cuando estrella la frente contra la nariz del polica mientras, con la mano derecha, trata de apropiarse de su arma. Pero a la altura de su mano slo hay un vaco, un hormigueo que se extiende a lo largo del brazo. Me dio, alcanza a pensar cuando siente que alguien lo agarra por el cuello de su campera y oye a otro alguien gritar "tirale, tirale", y otro "no puedo, si lo atravieso le doy a...". Nunca recordar el Petiso como llamaron al tipo que estaba debajo suyo, el gordo a quin l todava aferraba del cuello. Y siente que, desde atrs, lo sacan de la camioneta, y con l sacan al polica que lo haba herido -al cual ahora abraza con fuerza, es su nica oportunidad-quien no cesa de bufar -desesperada la voz, afnica, entrecortada-, no cesa de bufar a sus compaeros: "no tiren, no tiren, me dan a m, no tiren". Es una confusin total: dos tipos se arraciman sobre el Petiso y el otro polica: tratan de separarlos. Uno de ellos intenta poner una pistola en la cabeza del Petiso, pero el Petiso la esquiva, mueve la cabeza para todos lados, se agacha y suena un disparo. "Me diste, boludo", dice alguien, no el gordo, otro, el que estaba a su espalda e intentaba volarle la cabeza. Es un instante de silencio e inmovilidad. Que el Petiso aprovecha para soltar al gordo -quien se desparrama en el piso, su respiracin es un ronquido entrecortado-y echarse encima del tercer cana, an atnito despus de su disparo. Empua la pistola con el brazo flexionado, el can apunta hacia arriba y el Petiso, con la mano izquierda, trata de quitrsela. Pero es un tipo duro y, en el forcejeo, la pistola cae al suelo. "Te tengo", exclama el cana y agarra al Petiso por los hombros. Es un tipo alto y sus brazos parecen de acero. Pero el Petiso -en este caso su estatura es una ventaja-se agacha e impulsa hacia atrs: el polica se queda con su campera en las manos mientras el Petiso cae de culo sobre la vereda y le hace una zancadilla al cana quien cae de costado. Quin sabe cmo, ambos se han desplazado hacia el medio de la calle, a la altura del lugar donde haba quedado el cuerpo del canita muerto. El Petiso, cuya ltima esperanza radica en hacerse de la pistola que dej caer el cana durante el forcejeo, no logra verla. S ve, como sombras que surjen de una niebla gris, varios hombres armados que, desde la esquina, avanzan hacia ellos. Que me maten, por la tortura no paso ms, que me maten de una vez, piensa el Petiso mientras se incorpora dispuesto a correr, a correr en sentido contrario y dar la espalda a los hombres armados. Blanco mvil. Pero el cana, quien se incorpor al mismo tiempo que l, con unas manos del tamao de palas y una fuerza imposible de imaginar agarra sus brazos 24

y, ms que decir escupe sobre su rostro; agarra sus brazos, saliva su rostro y dice: "rendite, ests muerto, rendite". Rendite dice en el momento en el cual el Petiso, sobre el medio de la calle y detrs de los hombres armados que atraviesan la niebla, ve avanzar una sombra negra. "Rndanse, rndanse ustedes, estn rodeados", grita el Petiso apenas un par de segundos antes que, desde alguna de las ventanillas del lado izquierdo del colectivo, el Paragua dispare su metralleta sobre los hombres de la niebla, los obscuros hombres armados que avanzan a travs de su niebla. La niebla del Petiso. La niebla que ocupa la mente del Petiso mientras el Nono lo sostiene y pregunta: "ests bien, Petiso? Pregunto boludeces, ests como el orto", dice el Nono mientras el aire reverbera con las sirenas policiales. Est mareado el Petiso, muy mareado. Siente el pie izquierdo inutilizado, a duras penas lo puede apoyar. Como en sueos escucha: "se par el colectivo, no arranca". Como en sueos percibe la figura del Bocn: plantado en medio de la calle apunta de frente y con rictus asesino, a un coche que pasa por casualidad. El coche frena a medio metro del Bocn y el Petiso, como en sueos, piensa: pas la prueba, pas el Bocn. Como en sueos, suea que el Bocn lo carga al hombro y lo sube en el asiento delantero del auto. A su costado, frente al volante, est el Nono. Parte del sueo, piensa y dice: "la campera, Nono, perd la campera". "Y eso qu carajo importa", dice el Nono y aprieta el acelerador a fondo. "Las llaves, Nono, de la Renoleta, en el forro de la campera, las prend con un alfiler de 12 gancho". "Y eso qu importa, Petiso?: buscamos un cerrajero, hacemos un puente, qu importa, lo que importa es que vos te pongas bien, a la mierda con la Renoleta", dice el Nono, condescendiente, abuelito consuelo, en otra cosa, concentrado en apretar el acelerador para poner distancia de las sirenas que ensordecen. Si ensordecen, no estn muy lejos. "Las llaves, Nono, las llaves estn numeradas, y en un llavero estn", dice el Petiso, pastosa la voz, le cuesta hablar, se marea, cada palabra lo marea, quiere vomitar. "Estn numeradas, y en un llavero, y las perdiste: est bien, tranquilo, en dos minutos llegamos a la posta sanitaria, y en unos das te dejan tan hincha pelotas como siempre de acuerdo? el Petiso de siempre si?", dice el Nono, y no contina porque desde el asiento de atrs el Bocn advierte que la cana se acerca, no un patrullero, ahora son dos, uno de civil. "Dales Paragua", dice el Nono. Y el Paragua estampa el culatn de la metra contra la luneta trasera y dispara un par de rfagas cortas. "A, ahora que lo sigan a a", dice el Paragua. "Nono, dame bola, el llavero, el llavero es de la concesionaria, hace un mes la compr la Renoleta, me identifican, en dos horas me identifican, que Ana levante la casa, hay medio milln de dlares bajo el sof entends, Nono?, el llavero, Ana, la casa entends?", dice el Petiso, alcanza a decir antes de sumirse en la inconsciencia que lo persigue desde el primer balazo, el del canita imberbe, en la cabeza, imberbe, un mocoso, de cebo, de cebo lo pusieron, qu hijos de puta, piensa el Petiso, lo mandaron al muere, y yo lo mat, piensa pero ya no puede articular las palabras, farfulla. "Quiero un arma", dice luego de farfullar, en voz alta, autoritario, 25

es el jefe qu joder. Pero cuando el Nono saca su pistola y la deja sobre el regazo del Petiso, el Petiso la acaricia con ligereza, esboza una sonrisa, deja caer la cabeza sobre el pecho y pierde el conocimiento. NOTAS 1 En octubre de 1972 existan tres columnas en la Regional Buenos Aires: las columnas Sur y Norte-Oeste del Conurbano y la columna Capital. Cada columna, a su vez, estaba integrada por un mnimo de dos y un mximo de cuatro unidades de combate. Capuano Martnez fue designado jefe de la Columna Norte-Oeste, pero la polica acab con su vida antes de que se hiciera cargo. En realidad nadie lleg a hacerse cargo de la columna: a fines del '72 Descamisados y Montoneros de fusionaron en una sola Organizacin y la Columna Norte-Oeste se dividi en dos: la Oeste, a cargo de Sebastin y el gordo Fernando Saavedra (proveniente de Descamisados) y la Columna Norte. 2 "Ubeerre" significaba Unidad Bsica Revolucionaria, constitua el nivel intermedio entre las Unidades de Combate y los frentes de masas. Estaban a cargo de un combatiente y las integraban aspirantes a combatientes, compaeros que se encargaban del trabajo poltico en una determinada zona y reciban un precario entrenamiento militar. A medida que la Organizacin se desarrollaba, los aspirantes pasaban a ser combatientes (integrar una unidad de combate) y manejar su propia ubeerre. 3 Cristina Liprandi de Vlez: una de las fundadoras de Montoneros en Crdoba, fue detenida despus de la Calera y logr fugarse con otras compaeras de la crcel del Buen Pastor durante un operativo organizado por las Fuerzas Armadas Peronistas en el cual colaboraron FAR y Montoneros. Particip del sector "movimientista" de la Organizacin y, en 1974, la dej para militar en Lealtad. Me han dicho que ahora vive en la Patagonia. 4 La toma del pueblo de La Calera fue el segundo operativo de carcter pblico de Montoneros, en 1970, un mes despus de la ejecucin de Aramburu. 5 "El Bocn", Carlos Arias, capitn de la marina mercante, perteneci al sector "movimientista" de Montoneros y, en 1974, pas a Lealtad. Ese ao fue detenido y, luego de pasar unos meses en la crcel, fue puesto en libertad pero qued "fichado". A mediados del '76 facilit mi fuga de la Argentina pero l opt por quedarse. En 1977, cuando regres de un viaje de ultramar, fue detenido y desapareci. Durante la tortura, permaneci en silencio. Captulo 5 - Lecciones acerca de Pern sobre una cama de hospital... El viejo Aristbulo Barrionuevo era mdico, sanitarista y traumatlogo. Como sanitarista fue uno de los alfiles de Ramn Carrillo y mi primer maestro en los menesteres de la Salud Pblica. Pero 26

yo lo conoc como traumatlogo: en diciembre del '72 me oper la mueca destrozada por uno de los balazos policiales que recib en el operativo de Santa Rosa. En rigurosa clandestinidad, por supuesto. Para hacerlo me registr con otro nombre en un sanatorio, Del Valle, ubicado sobre la avenida Crdoba. En la operacin lo ayud Gianni Villani, mdico radilogo aunque, para el caso, ofici de anestesista. La mujer de Aristbulo, psicloga, se improvis como ayudante de ciruga e instrumentista. Los tres tenan alrededor de sesenta aos, algo ms tal vez, y no era la primera vez que lo hacan. De hecho, eran veteranos de la Resistencia y Gianni, por su parte, haba sido voluntario en la guerra del petrleo entre Bolivia y Paraguay. Del lado paraguayo, no hace falta aclarar. La experiencia guerrera de Gianni, adems, me salv el brazo cuando se gangren despus de la operacin: exhum unos polvos rojos que haba descubierto en el transcurso de la guerra del petrleo, los volc en abundancia sobre la herida, la vend y dijo: "en siete das veremos qu pas, pero en el Paraguay yo con estos curaba infecciones peores que la tuya": a los siete das la herida estaba curada, se vea horrible pero curada. No obstante lo cual qued con una deformacin en la mueca derecha que an el da de hoy provoca, en quienes no conocen mi historia, la siguiente pregunta: "qu te pas en la mueca, tuviste un accidente?". Estuve internado en el sanatorio durante dos o tres das, y ellos se turnaban para cuidarme. Como yo necesitaba estar lcido frente a la eventualidad de verme obligado a usar la pistola que ocultaba bajo la almohada, pese al dolor casi insoportable haba estipulado que no me doparan. Tal vez para hacerme ms soportable la situacin, y tambin porque los "viejos" de la Resistencia admiraban a los jvenes montoneros, Gianni y Aristbulo pasaban sus "turnos" relatndome ancdotas acerca de la guerra, el primer peronismo y la Resistencia. Hoy ya no recuerdo la mayora de ellas. Pero algunas me quedaron grabadas. Por ejemplo, para el viejo Barrionuevo haba dos Pern: el de la dcada del '40 que luchaba por obtener y consolidar el poder, y el de los '50, tan poderoso que se senta Dios: como tal, se rodeaba de ngeles -esto es: pcaros, boludos y chupamedias-y no se dignaba a ver la realidad. A este Pern ensoberbecido -l, Barrionuevo, tanto o ms peronista que cualquierahaca responsable de la derrota del '55. "Fjese, Amorn, hasta el da de hoy y despus de todas las que pas, el General se sigue comparando con Dios: si Dios bajara a la tierra...", mal imitaba la voz de Pern el viejo Barrionuevo: "Hasta que la historia no le dio un sopapo, y el sopapo fue tan fuerte que recin se despert en la caonera paraguaya, no quiso escucharnos, y entonces ya era tarde". La opinin de Aristbulo me hizo reflexionar sobre el origen de la archiconocida frase con la que Pern, en aqul tiempo, aleccionaba a la juventud: "la experiencia cuesta mucho y llega tarde". Ahora pienso que debi pergearla en la caonera. Pero Aristbulo, sin desmedro de sus opiniones acerca del General, no eluda su responsabilidad como cuadro poltico y dirigente peronista. Unos 27

cuantos dirigentes, por lo menos en el nivel intermedio, se daban cuenta de lo mal que vena la mano a partir del '53, de cmo el peronismo se aislaba de los sectores polticos y sociales con los cuales se poda llegar a acuerdos de convivencia democrtica, de cmo, da a da, el peronismo avanzaba hacia su propia tragedia. Pero, por diferencias personales o polticas, y tambin por comodidad o por cobarda, no hacan nada para organizarse y llevarle a Pern un planteo slido acerca de la realidad. Slo algunos lo hacan, en solitario: eran escuchados con atencin, despedidos con una amplia sonrisa por parte del General y, en el mejor de los casos, olvidados apenas cruzaban la puerta de la Casa Rosada. En esos dos o tres das que estuve internado en el Sanatorio del Valle, Aristbulo me ense ms acerca del peronismo que todo lo que haba aprendido en mis diez aos previos de militancia. Sin embargo, la historia que ms recuerdo de las contadas por Aristbulo, sucedi antes del '45, durante la segunda guerra mundial, cuando Pern era Secretario o Ministro de Guerra. Aristbulo era oficial de reserva del ejrcito y su familia, originaria del Sur, estaba emparentada o era muy amiga de la familia de Pern, razn por la cual se conocan y el General por entonces, Coronel-tena confianza en Aristbulo y lo trataba como un to o un padrino. Un da, del '43 o del '44, Pern le pidi que se presentara en la Secretara de Trabajo. All lo recibi un teniente coronel -no recuerdo su nombrequien le plante que el Coronel lo necesitaba para realizar una delicada misin, una misin que exiga de su parte el ms absoluto de los secretos. Se trataba de organizar la adquisicin de productos qumicos necesarios para la elaboracin de medicamentos -entre ellos fsforo proveniente del Brasil-, con la tapadera de montar un laboratorio en Argentina. Una vez reunidos y embalados los productos en el ficticio laboratorio, deba trasladar los mismos a un pequeo puerto situado en el sur de la provincia de Buenos Aires. All seran cargados, de noche y con mucha discrecin, en barquitos pesqueros. Una vez en alta mar, la carga sera trasladada a un barco o un submarino alemn. Aristbulo no conoca el detalle porque su misin finalizaba al zarpar los barquitos. Para colaborar con Aristbulo se haba seleccionado un grupo de suboficiales de la mayor confianza. Una vez ultimados los detalles del operativo, el teniente coronel dijo: "doctor Barrionuevo, espere aqu un rato que hay una persona que lo quiere saludar". Al rato se abri la puerta del despacho y apareci Pern: lo abraz, sin entrar en los detalles del operativo pregunt si para Aristbulo estaba todo claro y, cuando ste afirm, le dijo que todava faltaba algo, lo ms importante. "Cuando yo salga va a entrar una persona que se va a quedar a solas con vos. A esa persona la tens que tener informada da a da de como marcha todo. Y apenas finalice tu misin, lo llams por telfono y le responds todo lo que te pregunte", dijo Pern y se fue. Pocos minutos despus ingres al despacho un hombre de mediana edad, alto, rubio, elegante. Se saludaron, intercambiaron alguna trivialidad y Aristbulo not que el hombre hablaba el castellano con un fuerte acento ingls. Y, el nmero telefnico que le proporcion para comunicarse con l, corresponda a la 28

embajada de Gran Bretaa. "Para Pern, Inglaterra era una aliada: se complementaba con la Argentina en algunos aspectos y, adems, era un imperio en decadencia. Inglaterra no era un peligro para Pern, al contrario. El peligro era Norteamrica, y Alemania le importaba tres carajos", dijo Aristbulo y me dio la mayor leccin acerca del pensamiento peronista. Y sus paradojas, incomprensibles para quien no haya vivido el peronismo desde adentro. Pero de mis paradojas, con Aristbulo, nunca hablamos. Me cuid como un padre. En ese momento: mal herido y buscado por la polica en todo el pas. Me cuid en el '74 cuando, luego de irme de la Organizacin, estuve acosado por derecha y por izquierda. Y, por fin, contribuy a salvar mi vida cuando la polica federal dio conmigo en abril del '76. Pero jams se le ocurri preguntarme por qu era montonero. Esa pregunta, as, textual, me la hicieron pocos das despus de que Aristbulo me diera de alta. Captulo 6 - Por qu sos montonero? Despus del operativo fallido en la fbrica Santa Rosa, la conduccin de Montoneros, degrada al Petiso y lo conmina a realizar una "terapia" con un psiclogo de la "orga". La iglesia montonera se manifiesta en su explendor. Cuando Cayetano De Lella me pregunt por qu sos montonero?, haca un par de meses que todos los policas del pas portaban una foto ma en la mano y yo vea policas por todos lados: vamos, estaba muerto de miedo. Paranoia, fue el diagnstico institucional. Esto es, la conduccin montonera decidi que yo me haba vuelto paranoico. Probablemente si yo no hubiera sido un socio fundador de la Organizacin, jefe de la unidad de combate de zona norte, primer suplente y potencial miembro de la conduccin nacional, el diagnstico habra sido ms peyorativo. Y, por supuesto, ms cercano a la realidad. Pero no fue as y, en lugar de darme vacaciones hasta que se me pasara la diarrea, me mandaron a psicoanalizar con Cayetano De Lella. Quien, luego de los preliminares de rigor, me pregunt por qu me hice guerrillero. No esperaba la pregunta, y ni siquiera cuando me la hizo el Negro medit una respuesta. Era porque era y estaba porque estaba. Dnde poda estar un tipo con dos dedos de frente y un poco ms de dignidad que cobarda en aquellos tiempos? Para m, ser montonero era lo normal, lo natural. Era una pregunta que no me haca. Por lo tanto, no ameritaba respuesta. Pero el consultorio de Cayetano era otro contexto y, de ltima, el tratamiento, demolido como me senta, un acto de militancia: l preguntaba, yo responda. As que, luego de varios "estes", de golpe, espontneo, sin pensarlo, me sali: "porque no soportaba a mi padre". No soportaba -dije frente a Cayetano a fines del 72 e imbuido tal vez por cierta regresin que con frecuencia acompaa a la irracionalidad del 29

miedo-su solemnidad, su autoritarismo, su mundo limitado al mbito acadmico en el cual se desenvolva, su acatamiento a las convenciones sociales, su rechazo a lo diferente. No soportaba vivir en el mundo que l representaba y, para no vivir en ese mundo, tena que cambiarlo. Era un mundo de tteres que se movan, espasmdicos, de acuerdo a los caprichos de un titiritero cruel y omnisciente. 2 Senta que la generacin de mi padre era una generacin de tteres, ms o menos conscientes de que lo eran. De hecho, mi padre, nacionalista y forjista en su juventud, me inculc los criterios de honestidad y de justicia, y en su vida personal fue y es un hombre honesto. Pero, en lo poltico y lo social, al igual que la mayor parte de los hombres y mujeres bien intencionados de su generaci