mujeres, maternidad y sociedad

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MUJERES, MATERNIDAD Y SOCIEDAD Ensayo basado en el libro “Pariremos con placer” de Casilda Rodrigáñez Bustos Pía Villarroel V. Post Título Gestación, Parto y Nacimiento Consciente, Universidad Santiago de chile

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ensayo basado en el libro pariremos con placer de casilda rodrigañez

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Mujeres, Maternidad y sociedad

Ensayo basado en el libro “Pariremos con placer” de Casilda Rodrigáñez Bustos

Pía Villarroel V.

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Tabla de contenidoIntroducción............................................................................................................... 2

Patriarcado y civilización............................................................................................3

El mito del hombre cazador.....................................................................................4

Hacia una maternidad auténtica................................................................................5

Palabras finales..........................................................................................................6

Bibliografía.................................................................................................................8

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Introducción

Es imposible no hablar de género sin mencionar el patriarcado. Una de las tantas definiciones de patriarcado es que se trata de un orden social genérico de poder, basado en un modo de dominación cuyo paradigma es el hombre (Bosch, Ferrer, & Alzamorra, 2006). Este orden asegura la supremaía de los hombres y lo masculino sobre la inferiorizacion previa de las mujeres y lo femenino. El patriarcado es un modelo de organización social y cultural y es actualmente el sistema dominante, que impera, oprime y acompaña con su sombra desde tiempos inmemoriales: sus primeros indicios se encuentran al finalizar el neolítico con la aparición de los estados arcaicos (Lerner, 1986) (Wagner, Carlos; Universidad de Salamanca, 1999).

Según algunas teorías – muy bien fundamentadas – antes de esta creación convencional de la dominación masculina, las comunidades se organizaban en torno a la “cultura matrística”; no había competencia entre los miembros de un grupo, en un clima social “plurisexual”, donde no sé sabía quiénes eran los progenitores de los “herederos “de la tribu (Lerner, 1986); en palabras de la propia Casilda Rodrigañez “El vínculo uterino entre un hombre y una mujer era algo fundamental para la reproducción de las generaciones en un sociedad con sistema de identidad grupal, horizontal y no jerarquizada, sin concepto de propiedad ni de linaje individual-vertical; es decir, con conciencia de reproducción grupal” (Rodrigañez, 2009). Por cierto, que todavía existen aldeas en rincones perdidos del mundo que continúan funcionando de este modo. Esta misma “incertidumbre- que hoy sin duda sería materia de “escándalo y aberración” pública - permitió que en esas sociedades primitivas, existiera un amplio espíritu de solidaridad y cooperación (Vives, 2014), ya que la tarea de criar a los hijos era un trabajo colectivo, en conjunto, de hombres, mujeres y tribu, sin distinción. Esto también se aplicaba a la repartición de las tareas colectivas, porque todos entendían instintivamente, que el trabajo colectivo era lo que garantizaba la supervivencia de la especie (Vives, 2014).

En ese tipo de sociedades tribales – para muchos “salvajes” - , siempre existió un respeto inmensamente mayor que en cualquier tipo de organización social “moderna y civilizada” hacia la mujer y lo femenino. A modo de ejemplo, existen registros de algunas tribus indígenas norteamericanas, donde se indica que las mujeres, en la fase de luna nueva, menstruaban. En ese período se dirigían a una carpa, a contactarse con los espíritus. Mientras tanto, los hombres y el resto de la comunidad, esperaban afuera a estas mujeres, a quienes consideraban, por su profunda conexión con la tierra, como portadoras de sabiduría, y después de este proceso, se tomaban las decisiones comunitarias (Quñones Avendaño, 2015). Este espíritu colaborativo, fue lo que permitió el nacimiento y la evolución de la humanidad.

¿Cómo fue que se cambió tanto el foco? Hasta acá sólo se ha presentado algunos elementos que demuestran que el patriarcado y la dominación masculina no son naturales, ni menos inherentes a

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la humanidad, es algo social y sobre todo culturalmente construido y la evidencia al respecto es contundente. El período de la «formación del patriarcado» no fue por generación espontánea sino que fue un proceso que se desarrolló a lo largo de casi 2.500 años, desde aproximadamente el 3100 al 600 a.C e incluso en las diversas sociedades del mismo antiguo Próximo Oriente se produjo a un ritmo y en una época distintos (Lerner, 1986).

El en libro pariremos con placer la autora (Casilda Rodrigañez) desarrolla la hipótesis de la relación de la espasticidad uterina y el estancamiento de la líbido femenina con el parto y nacimiento violento como mecanismo de dominación patriarcal.

Este ensayo tiene por propósito ahondar la reflexión sobre la dominación de la sexualidad femenina como cimiento de la civilización, de la cultura y del patriarcado.

Patriarcado y civilización

Tanto los hombres como las mujeres de hoy viven en el otro extremo de lo que sería considerado un estado natural, ni siquiera califica como como sano. Es en la historia de la civilización donde se puede hallar la fórmula a través de la cual los seres humanos se han desunido de la naturaleza mediante la invención y el perfeccionamiento de la cultura. El feminismo sostiene que las interpretaciones culturales han magnificado el escaso número de diferencias reales que hay entre los sexos, y el valor dado a las diferencias sexuales es de por sí un producto cultural (Lerner, 1986). Los caracteres sexuales son una realidad biológica, pero el género es un producto del proceso histórico.

La naturalización de la dominación masculina se debe principalmente al prisma con el que se hace ciencia, que es masculino, ya que teniendo en cuenta que el concepto de “género” no es algo natural se sigue insistiendo en el destino maternal de la mujer; es el “género” quien le ha dado la posición social a las mujeres. No está en los cromosomas la predisposición genética para planchar o cocinar, como a su vez no viene incorporada en el ADN masculino, la torpeza para las tareas domésticas. Hombre y mujer si bien son distintos, son ante todo complementarios; y es necesario recordar en este punto, ya que si se logró evolucionar como especie, no fue gracias a la competencia, sino que a través de la colaboración y el trabajo de equipo. El género es un producto cultural, un invento de la convención social, al igual que los roles.

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El mito del hombre cazador

Para hablar de género desde una perspectiva histórica es importante situar concretamente en el contexto el siguiente punto: cómo, cuándo y por qué se originó la subordinación de las mujeres. Tradicional e históricamente el tratamiento cultural y científico que se le ha dado a esta cuestión va desde el orden divino (por supuesto siempre considerando un dios masculino) que por lo demás sigue centrando a la mujer en la capacidad reproductiva y ve a la maternidad como destino femenino; hasta la mayor de la fuerza física de los hombres que junto a otras características atribuidas les capacitarían para desempeñarse como cazadores y a su vez surtirían de más alimento a la tribu por lo que se les valoraría más que a las mujeres. Pues bien, esto que prácticamente se “da por sentado”, ha sido rebatido gracias a evidencia aportada desde la antropología de estudios sobre sociedades cazadoras y recolectoras (Lerner, 1986).

¿Qué han aportado a estos estudios?, evidencia suficiente para despedazar los supuestos del superior hombre cazador. En las sociedades cazadoras y recolectoras la caza de animales grandes es una actividad auxiliar, mientras que el aporte predominante de alimentos proviene de la recolección y la caza de animales menores, actividad hecha por mujeres (Lerner, 1986). En esta misma línea, también estudios emanados de la antropología feminista han señalado que esta dominación no es universal y han encontrado sociedades donde la asimetría sexual no tiene la evocación de subordinación, siendo las tareas colectivas, donde ambos sexos son complementarios, indispensables para la supervivencia.

Es innegable la influencia del marxismo en la teoría feminista, principalmente en lo que a proporcionar asuntos a cuestionar se refiere. Uno de los trabajos de referencia básicos, es “El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado” de Friedrich Engels, un “librazo” escrito por primera vez entre mayo y marzo de 1884, pero que sigue tremendamente vigente.

En este trabajo, Engels describe una “histórica derrota del sexo femenino” a partir del surgimiento de la propiedad privada. La gran contribución de este autor es que a diferencia de varios pensadores e investigadores contemporáneos y otros no tanto, es que él sitúa el inicio de la “dominación masculina” en el periodo de nacimiento de los estados arcaicos (Engels, 1972) , es decir, le da historicidad. Además aporta varios elementos conducentes a establecer la relación entre la aparición de la propiedad privada, el matrimonio monógamo y la prostitución, y al mismo tiempo entrega al conocimiento y las bases de la teoría de género algo, a juicio de quien escribe, trascendental, para poder desnudar al patriarcado en su análisis: Engels señala el vínculo entre el dominio económico y político de los hombres y su control sobre la sexualidad femenina (Engels, 1972).

No obstante trabajos posteriores apuntan en la línea de que la apropiación por parte de los hombres de la capacidad sexual y reproductiva de las mujeres ocurrió antes de la formación de la

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propiedad privada y de la sociedad de clases. Su uso como mercancía está, de hecho, en la base de la propiedad privada. (Lerner, 1986)

El control sobre la sexualidad femenina es inherente a la historia de la civilización, no obstante son los mecanismos con los que esta se ejerce, los que han sufrido transformaciones conforme cambian los tiempos así tenemos desde el uso indiscriminado de la fuerza y violencia, hasta la sobrerregulación cultural, política y social (Focault, 1977)

Casilda Rodrigañez señala que tanto el parto como la lactancia son pilares del sistema sexual femenino (Rodrigañez, 2009), tomando en cuenta lo expuesto hasta ahora, resulta evidente que el patriarcado regule y controle estrictamente estos momentos, sólo que los mecanismos varían según el contexto en que estos se desenvuelvan.

Diversos factores, culturales, científicos, históricos y culturales confluyeron en que junto con el nacimiento de las grandes urbes y la revolución industrial, se trasladara el nacimiento del hogar al hospital y se estableciera, bajo el paradigma industrial, como modelo de atención lo que conocemos como medicalización y el objetivo último de este modelo es ejercer el control. Uno de los aspectos más críticos en el cambio de modelo es precisamente el poder concentrado en el campo médico obtenido desde y para control de este proceso.

Un parto y nacimiento gozoso, libertario y placentero remece los cimientos patriarcales, el hecho de que las mujeres saben y pueden parir y que cada vez sean más las mujeres que se dan cuenta de esto, es tan revolucionario que habitualmente se le da el tratamiento de tabú.

Hacia una maternidad auténtica

El modelo de madre tradicional exaltado por la cultura y la propaganda es el de la figura materna prolífica, sacrificada y heroica, situada en un altar.

En palabras de Marta Lamas “El mito de la madre es el mito de la omnipotencia materna. Surgida del amor incondicional, de la abnegación absoluta y del sacrificio” (Lamas, 1995)

El mito de la “madrecita santa” encubre la maternidad real, si se desmintiera encontraríamos madres agotadas, solas y sobrepasadas. Este mito se auto sostiene y reproduce a si mismo mediante múltiples vías entre las cuales vale la pena mencionar, el hecho del destino maternal que la cultura impone a las mujeres, la transmisión de este destino cultural de madre a hija sumado a la transmisión de la “servidumbre”, el parto doloroso y violento (pues marcan la vivencia como sufrida) y la figura omnipotente de la madre.

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El mito de la “madrecita santa” instala una mentalidad victimista y sacrificada (Lamas, 1995); no obstante, en términos sociales y culturales, “este es el destino natural de las mujeres” por lo que el trabajo de crianza no es visibilizado ni menos sostenido. Este mito es lo que actualmente sostiene la dominación patriarcal, es lo que conduce el proyecto biopolítico; por lo que una maternidad sexual, gozosa y libertaria es nada más ni menos que remecer los cimientos de este dogma.

Casilda Rodrigañez señala precisamente sobre la orfandad que nos ha traído la figura de la “madrecita santa”, puesto que no es la verdadera madre, la “madrecita santa” se sostiene desde la carencia, no desde la complacencia, no desde la libido, no desde la sexualidad. La verdadera y auténtica maternidad pulsa desde el útero, forma parte de nuestra sexualidad y es placentera, gozosa y libertaria.

La humanidad depende de recuperar la verdadera maternidad y hacerlo es posible: teniendo partos respetados y en lo posible natural, haciendo del parto una experiencia placentera y trascendental, reconociendo el propio deseo y permitir que sea el deseo lo que guie tanto en la gestación como en la crianza, es muy distinto una maternidad deseada de aquella que ocurre por mandato social al igual con la crianza. Por último para reconquistar la auténtica maternidad es hablar de ella y de la crianza, pero no en lo oficial del discurso, si no en grupo de iguales, socializarla hacerla visible.

Palabras finales

Los humanos no se sienten cómodos ni felices como viven actualmente, pues simplemente la humanidad no es así, no pertenece a este modo de vida y la memoria corpórea y el alma colectiva así lo recuerda Es necesario hacer funcionar toda una maquinaria sociocultural para adaptarse y claramente se adapta a lo nuevo a lo ajeno, porque a lo que es propio no se necesita adaptarse

Uno de los tantos aspectos claves que mantiene el orden social que sostiene al patriarcado, es que este se organiza desde la carencia, es por eso que continuamente se quiebra la relación del binomio y se reprime la libido materna. Esta organización desde la carencia al ser llevado al modelo de atención del parto es clave para que la medicalización no tan sólo ocurra y se reproduzca, si no que además también encuentre colaboradores entre las mismas mujeres y madres (no se puede dominar sin la colaboración del sometido).El amor de la madre a la cría es irrefrenable pero si le digo a la madre que aquello que más ama puede morir, es suficiente para doblegar su voluntad.

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La madre patriarcal dentro de todo hace lo que cree mejor, ella adiestra hijos para obedecer y consumir, es decir para el mundo patriarcal. La madre patriarcal es la “madrecita santa”.

Como un telar: la urdimbre es la diada madre-hijo y su extensión al ginecogrupo y la actividad del colectivo de hombres es la trama. Urdimbre y trama dan ese tejido social y fuerte armónico y bello. Actualmente estamos sin urdimbre y por ende la trama no tiene a qué anclarse, no puede construir su diseño, no tiene propósito. El patriarcado nos afecta tantos a mujeres como a hombres

Por eso es necesario, cada cierto tiempo (más aún en esta sociedad cada vez más competitiva y emocionalmente inestable), volver la vista atrás, recordar los orígenes como humanos. Y con cierta nostalgia, recordar que se es una especie bastante limitada en términos de sobrevivencia: no se tienen garras, ni pelaje, ni colmillos enormes; por eso la especie humana es sexual, amorosas y repletas de líbido. Posee una estructura cerebral que permite pensar, amar y formar lazos de apego; tiene un cuerpo que invita a contactarse y conectarse con otros. El modelo impuesto por el patriarcado, con su ideal de familia formado por padre- madre-hijo (os), encerrados en su espacio común, sin mayores “interferencias”, es una convención social que traiciona lo que permitió sobrevivir como especie: el clan como forma de vida, como factor de apoyo y la creación de lazos de cooperación, que permitieron al hombre y a la mujer aprender y comprender al mundo en el que estaban insertos y sobrellevar de mejor manera las dificultades de la cotidianeidad.

Hoy en día, mujeres y hombres hacen referencia a lo difícil que les resulta llevar la crianza de los hijos adelante. Si pensamos en cómo estamos llevando esta tarea, reflexionamos por unos momentos en nuestras propias expectativas (tatuadas en la consciencia por la cultura), en los estereotipos y exigencias sociales que caben sobre las espaldas y se aterriza por un instante sobre las necesidades reales de los hijo(as), es posible percatarse que son caminos absolutamente distintos; mientras los adultos insisten en forzar la “independencia” de los hijos(as) que nacen extremadamente inmaduros y por ende absolutamente dependientes; los niños(as) por su parte, reclaman lo que necesitan de verdad: cuerpo de su madre y la contención y sostén de su padre.

Permanentemente se está negado el cuerpo, el propio y el de los hijos(as), se va contra de todo lo fisiológico, sólo por criar según las expectativas patriarcales, generando un inmenso vacío afectivo y cimentando la violencia.

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BibliografíaBosch, E., Ferrer, V., & Alzamorra, A. (2006). El laberinto patriarcal, reflexiones

teórico prácticas sobre la vilencia contra las mujeres. Barcelona: Anthropos Editorial.

Engels, F. (1972). El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado. Santiago, Chile: Quimantú. Recuperado el 01 de septiembre de 2015, de , 1972. Disponible en Memoria Chilena, Bibliotehttp://www.memoriachilena.cl/602/w3-article-9325.html

Focault, M. (1977). La historia de la sexualidad 1: La Voluntad de SAber. (U. Guiñazú, Trad.) Madrid: Siglo XXI editores.

Lamas, M. (1995). Madrecita Santa. En E. Florescano, Mitos Mexicanos. Mexico: Aguilar.

Lerner, G. (1986). La creación del patriarcado. (M. Tusell, Trad.) Barcelona: Editorial Crítica.

Quñones Avendaño, M. R. (21 de julio de 2015). Cultura matristica y tradición nativa americana. (P. K. Villarroel Vergara, Entrevistador)

Rodrigañez, C. (2009). Pariremos con placer: apuntes sobre la recuperación del útero espástico y la energía sexual femenina. Madrid: Cauac/Crimentales.

Vives, H. M. (2014). La democracia: una añoranza de la cultura matrística o solidaria de la humanidad. IM-pertinente, 95-106.

Wagner, Carlos; Universidad de Salamanca. (1999). Historia del Cercano Oriente. Salamanca: Ediciones Universidad de Salamanca.

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