Neurodesarrollo, subjetividad y cultura

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Maestría en educación y desarrollo humano CINDE-UNIMANIZALEZ UMZ 19 MADURACIÓN, INTELIGENCIA Y CULTURA. El avance de la investigación científica ha construido en esta era de la electrónica una visión nueva del tamaño de nuestra realidad: nuestras nuevas comprensiones abarcan el cosmos con escalas de medición para distancias y tiempos inconmensurables al mismo tiempo que nos adentramos en el sustrato más microscópico de la composición de la materia. Lo maravilloso de esta nueva comprensión es que yendo de un extremo al otro es nuestra propia realidad como humanidad y como personas la que se ve transformada en su comprensión. Así, al observar el tiempo cósmico con su eternidad y contingencia, junto con el reloj perfecto del microcosmos de la materia entendemos nuevamente la paradójica inmanencia-trascendencia de la vida humana. Esta nueva visión de la realidad, pasa por una transformación de las visiones sobre cómo está configuradas las dimensiones que nos hacen vivir en el mundo: nuestra corporeidad, nuestra personalidad y nuestra cultura. Estas tres dimensiones tradicionalmente contrapuestas, hoy se reconfiguran en visiones que cuando menos las yuxtaponen y en lo mejor las articulan como sistemas de múltiples retroalimentaciones. Como resultado del acercamiento al módulo de Neurodesarrollo de la MAESTRÍA CINDE-UNIMANIZALES, quisiera asumir como tesis de este ensayo la necesidad de reconstruir la noción de inteligencia desde las nuevas comprensiones sobre la relación maduración neurobiológica y cultura. El cerebro, el mecanismo. Las visiones sobre cómo evolucionamos como especie, ciertamente tiene en la especialización y crecimiento de las áreas del cerebro una respuesta casi “arqueológica”. Al igual que los geólogos taladran los desiertos para observar las capas de corteza terrestre acumuladas y leer en ellas la historia del planeta, los neurólogos y particularmente los neuropsicólogos nos muestran hoy en sus cortes transversales la evolución de capas cerebrales que permiten la constitución de lo humano. Las estructuras que rigen las funciones biológicas de supervivencia se esconden debajo de capas orientadas a las funciones cognitivas, motoras y emocionales. La corteza cerebral nos da la constitución de lo auténticamente humano, sobre todo por su relación con las estructuras básicas que compartimos con tantas especies. En este sentido cada vida particular de un ser humano parece representar recurrentemente ese mismo proceso evolutivo en su propio proceso de maduración. Esta nueva versión del recorrido de la vida permite la maduración intrauterino de una cantidad de conexiones neuronales programadas desde el nivel celular para responder a los estímulos del entorno y revelar su potencial. Inicialmente esta maduración se expresa como un conjunto de reflejos motrices y emocionales que garantizan la supervivencia del bebé: respiración, nutrición, dan paso a reflejos defensivos…

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¿Es el cerebro el lugar del sujeto cultural?

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Maestría en educación y desarrollo humano CINDE-UNIMANIZALEZ

UMZ 19

MADURACIÓN, INTELIGENCIA Y CULTURA. El avance de la investigación científica ha construido en esta era de la electrónica una

visión nueva del tamaño de nuestra realidad: nuestras nuevas comprensiones abarcan el cosmos con escalas de medición para distancias y tiempos inconmensurables al mismo tiempo que nos adentramos en el sustrato más microscópico de la composición de la materia. Lo maravilloso de esta nueva comprensión es que yendo de un extremo al otro es nuestra propia realidad como humanidad y como personas la que se ve transformada en su comprensión. Así, al observar el tiempo cósmico con su eternidad y contingencia, junto con el reloj perfecto del microcosmos de la materia entendemos nuevamente la paradójica inmanencia-trascendencia de la vida humana.

Esta nueva visión de la realidad, pasa por una transformación de las visiones sobre cómo

está configuradas las dimensiones que nos hacen vivir en el mundo: nuestra corporeidad, nuestra personalidad y nuestra cultura. Estas tres dimensiones tradicionalmente contrapuestas, hoy se reconfiguran en visiones que cuando menos las yuxtaponen y en lo mejor las articulan como sistemas de múltiples retroalimentaciones. Como resultado del acercamiento al módulo de Neurodesarrollo de la MAESTRÍA CINDE-UNIMANIZALES, quisiera asumir como tesis de este ensayo la necesidad de reconstruir la noción de inteligencia desde las nuevas comprensiones sobre la relación maduración neurobiológica y cultura.

El cerebro, el mecanismo. Las visiones sobre cómo evolucionamos como especie, ciertamente tiene en la

especialización y crecimiento de las áreas del cerebro una respuesta casi “arqueológica”. Al igual que los geólogos taladran los desiertos para observar las capas de corteza terrestre acumuladas y leer en ellas la historia del planeta, los neurólogos y particularmente los neuropsicólogos nos muestran hoy en sus cortes transversales la evolución de capas cerebrales que permiten la constitución de lo humano. Las estructuras que rigen las funciones biológicas de supervivencia se esconden debajo de capas orientadas a las funciones cognitivas, motoras y emocionales. La corteza cerebral nos da la constitución de lo auténticamente humano, sobre todo por su relación con las estructuras básicas que compartimos con tantas especies.

En este sentido cada vida particular de un ser humano parece representar recurrentemente

ese mismo proceso evolutivo en su propio proceso de maduración. Esta nueva versión del recorrido de la vida permite la maduración intrauterino de una cantidad de conexiones neuronales programadas desde el nivel celular para responder a los estímulos del entorno y revelar su potencial. Inicialmente esta maduración se expresa como un conjunto de reflejos motrices y emocionales que garantizan la supervivencia del bebé: respiración, nutrición, dan paso a reflejos defensivos…

Pero este estado da paso a nuevas capacidades en la medida en que el entorno estimula las capacidades sensoriales de los diferentes sentidos. El cerebro activa su programación para desplegar los mecanismo que le permiten reconocer el mundo de manera sensorial inicialmente, luego de manera simbólica y siempre de manera emocional. Este proceso de construcción de una representación del mundo en que vive, dota al niño de las claves básicas para desempeñarse en su mundo. Es un proceso marcado por la relación con otros seres humanos: madre, padre, pares, otros adultos… El contacto con las formas más avanzadas de la producción simbólica propicia las formas más complejas de las conexiones sinápticas y la red neuronal permiten fenómenos esencialmente humano como el de la conciencia.

Sin embargo, lo más importante que se debería entender en torno a este proceso de

maduración es su dependencia relativa de la relación con el entorno. En otras palabras, este mecanismo no madura ontogenéticamente, sino que lo hace reactiva y relacionalmente. Depende de condiciones biológicas mínimas como son la nutrición y la salud, pero sobre todo de otras propias de la interacción humana como el afecto o la educación. Desde esta perspectiva asegurar a cada una de las personas las condiciones necesarias para su adecuada maduración se convierte en una forma de garantizar su derecho a la vida, tanto como al pleno desarrollo de la personalidad, pues desde lo neurobiológico sólo se terminará la configuración potencial de cada persona en la medida en que el entorno la posibilite, la demande. Un ambiente protector, estimulante, acogedor, educativo y proyectante, se convierte en la realidad mínima que garantiza derechos fundamentales de cada ser humano.

El cerebro, la persona. La organización cerebral fue representada durante algunos años como centros

especializados de procesamiento que hacían del cerebro una fabrica de producción en línea donde la información viajaba de forma sincronizada de un centro a otro. Sin embargo la visión que tenemos hoy de este funcionamiento es más la de la simultaneidad. Esta representación del mecanismo cerebral ha hecho del modelo computacional una analogía más válida que la de la linealidad. Cognición, emocionalidad y comunicación emergen como mecanismos sincréticos que evidencian desde el mismo nivel neurobiológico la naturaleza dimensional de la vida humana. Pero esta dimensionalidad no representa un patrón estable que se repite en cada ser individual, muy por el contrario son la base sobre la cual se generan sistemas autónomos altamente diferenciados y diferenciables; cada uno de esos sistemas es una persona.

En una entrevista televisiva de hace algunos años se le preguntaba al Dr. Rodolfo Llinás: -

Si pudiera hacerse un trasplante cerebral, ¿de quién quisiera tener el cerebro?- Tal como lo contesto el Dr. Llinás, es una pregunta imposible. Yo soy mi cerebro. En el sistema complejo de entramados de redes de conexiones sinápticas radica la esencia de lo que constituye la persona. No se reduce a esa realidad, pero es inmanente a ella.

Si se observa esta condición inmanente de la persona en su propia constitución cerebral y

se tiene en la cuenta como funciona la maduración de este entramado, es necesario pues preguntarse por la dinámica propia de constitución personal. En este sentido emerge la

concepción amplia de la inteligencia como la respuesta más cercana para entender la personalidad como proceso constitutivo que se regenera y se recrea constantemente.

Aún en las visiones más clásicas la inteligencia se la ha concebido como una capacidad de

respuesta diferencial entre las personas. La vía que el conductismo y el cognitivismo escogió para evidenciar esta forma diferencial, fue la medición y la comparación de su manifestación más común dentro de los sistemas escolares de moderno-industrial: el razonamiento verbal, matemático, mecánico y abstracto.

Sin embargo la emergencia de nuevos modelos de inteligencia revelan la multiplicidad de

contextos en los que esta capacidad humana actúa de acuerdo con los sistemas simbólicos en que es capaz de codificar la humanidad: las palabras, los números, la música, los gestos, las imágenes. Ulteriormente, con la emergencia de los modelos que reconocen en lo emocional un contexto propio en el que actúa la capacidad de inteligencia entendemos que la interacción humana es también un campo de construcción, interacción y diferenciación: de construcción de identidad.

Esta idea que se configura con estas comprensiones relaciona la característica de

plasticidad y resilencia cerebral con su capacidad de solucionar problemas usando sistemas simbólicas, para afirmar que estas dinámicas generan un residuo de conexiones y redes neuronales que configura el cerebro de manera particular en cada persona. En este sentido la inteligencia no sería un mero mecanismo adaptativo que nos permite “comprender el mundo”, sino el mecanismo propio de nuestro cerebro para elaborar nuestra forma de ser en el mundo, nuestra característica identitaria y por lo tanto nuestro ser personal.

El cerebro, la cultura. La relación entre maduración, inteligencia y personalidad que se propone en estos

argumentos, no estaría completa sin reconocer la forma como la cultura se vincula en el sistema. Las visiones post-estructuralistas de la cultura reconocen específicamente que es la interacción sujeto-grupo social la que genera y dinamiza la cultura.

En este sentido lo cultural se revela como una forma de significación colectiva que es

capaz de dar sentido a la vida individual, tanto como nutrirse de la forma como cada individualidad aporta a la construcción colectiva. Dicho de otra manera, la cultura parece basarse en una meta-sinapsis entre los cerebros de las personas.

Esta visión es un contrapuesta a las visiones que representaban la cultura en elementos

externos a la subjetividad: las obras de arte o los libros, las instituciones religiosas, políticas o las leyes, etc… Para estas comprensiones lo cultural es el producto y no la dinámica que lo produce. Sin embargo el reconocimiento de lo cultural como dinámica revela que esta no vive sino en los cerebros de la personas que participan y generan simultáneamente su capacidad significante. Esta forma de inteligencia colectiva, genera una vocación común de la humanidad a construir un futuro colectivo sin el cual las identidades individuales pierden sentido. Lo afectivo, lo ético, lo “espiritual” como experiencia permiten evidenciar este fenómeno en que las personas se reconocen plenificadas en la medida en que participan de visiones colectivas de la vida.

BIBLIOGRAFÍA GRANADA, Patricia 2012. Modulo de Neuro Desarrollo. Publicación de circulación

restringida para la Maestría en Educación y Desarrollo Humano. Sabaneta, Colombia. LÉVY, Pierre. (1956) Inteligencia Colectiva: por una antropología del ciberespacio.

traducción del francés por Felino Martínez Álvarez (2004). Washington, DC. GONÇALVES, Teresa N. R. (2011) El sujeto neuronal: aportaciones para una pedagogía

de la posibilidad. UIED/FCT/Universidad de Nova de Lisboa. [email protected] . En: XII Congreso Internacional de teoría de la educación. Universidad de Barcelona