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  • nuestratierra 34EDITORES:DANIEL ALJANATIMARIO BENEDETTO-HORACIO DE MARSILlOASESOR GENERALDr. RODOLfO V. TLlCEASESOR EN CIENCIAS ANTROPOLGICAS:Prof. DANIEL VJDARTASESOR EN CIENCIAS BIOLGICAS:Dr. RODOLFO V. TLlCEASESOR EN CIeNCIAS ECONMICAS:Dr. JOS CLAUDIO WILLIMAN h.ASESOREN CIENCIAS GEOGRFICAS:Prof. GERMN WETTSTEINASESOR EN CIENCIAS SOCIALES Y pOLITICAS:Prof. MARIO SAMBARINO'SECRETARIO DE REDACCIN:JULIO ROSSIELLOSECRETARIO GRFICO:HORACIO AtitNDEI'ARTAMeNTO DE FOTOGRAFIA:AMILCAR M. PERSICIoII;TTI

    Distribuido~ general~ ALBE Soe;--Com., Cerrito 566, ese. 1, tel.8 56 92, Montevideo. Distribuidor para el interior, quioscos yventa eallelera: Dis.tribuidora Uruguaya- de Darios y Revistas,Ciudadela 1424, tel. 851 55, Montevidee.

    LAS .OPINIONES DE LOS AUTORES NO SON NECESARIAMENTE OMPARTIDAS POR LOS EDITORES, YLOS ASESORES.

    Copyright J 969 . Editor!1 "Nueslra Tierra". Soriano 875.ese. 6, Montevideo. 1 I preso en ~-uquay -Printed inUruguoy-. Hecho el depsito de ley. ~ Impreso enImpresoro REX S. A:'. calle Gabolo J 525. Monlevidee,itiembre de 1969. - Camisi6n del Papel: Edici6n ampa-rada en el :..t. 79 d~ h ley 11 3... 9.

  • LA CLASE DIRIGENTECarlos Real de Aza

    EL TEMA 3Clases, lites y poder 3PodlH\ econmico y poder poltico 5Permanencia y cambio de estructuras 6Las "lites funcionales" 6Tipos nacionales concretos 7Los factores coligantes 8Una estipulacin provisoria 9

    EL PASADO 11Lo sociedad espaola en Amrica 11Un mundo de- "hidalgos" 12Restas a una "oligarqula" 13Clases y esplritu 16El patriciado independiente 17Patriciado y poUtica: problemas y posibilidades 18Poder politico, poder econmico y extranlerb:acln 1~Apogeo de las "ciases conservadoras" 22Hacia el compromiso con las bases 23LO~ SECTORES 26

    La lite agropecuaria 26La litlll mercantil 29La lite industrial 32La lite de los medios de- difusin 34El personal politico 36La lite administrativa y tcnico 37La lite armada 39La lite profesional 41

    lites emergentes y "contralites" 43La lite religiosa 43La lite intelectual y la educativa 43La lite sindical 45

    HACIA UN SECTOR DIRIGENTE 46Lo hipqte-sis general 47Las fuel'%as unificadoras: educacin, estilo de vida "

    ideologa 47Predisposicin estructural y coyuntura 51Apogeo del "intruso politico" S3Hiptesis sobre el copamiento 54La fuel'%a externa 57

    8ibliografla 60

  • CARLOS REAL DE AZOA naci en Montevideo en 1916 Y concluy en 1946 sus estudios de abogaca,profesin que no ejerce en la actualidad. Desde 1937 es profesor de LiteraturCi en la enseanza mediay pertenece al plantel de docentes fundadores del Instituto de Profesores "Artigas". En 1967 conquisten pruebas de oposicin el curso de Ciencia Polti ca en el Sector Economa de la Facultad de CienciasEconmicas. Su labor intelectual se ha enderezado simultneamente pero sobre todo sucesivamente,hacia la crtica y la historia literariaS", la historia cultural, poitica y social y 10 teora poltica y social.Todas estas disciplinas, aunque no en forma exclusiva, centradas en el pasado y el presente del Uru-guay, Latinoamrica y sus respectivas problemticas. Adems de una reiterada contribucin a revistasy semanarios entre los que sobresale su colaboracin en "Marcha", ha publicado "El Patriciado Uru-guayo" (1961), "El impulso y su freno: tres dcadas de batllismo" (19641, "Legitimidad, apoyo ypoder poltico" (1969). Contienen estudios suyos los Cuadernos de Marcha nmeros 1 (1967), 5(1967) y 23 (1969): "El problema de 10 valoracin de Rod':, "Bernardo Berro: un puritano en latormenta" y .. Ejrcito y politica en el Uruguay", y los libros "Las democracias cristianas" (1968) y.. La sociologa subdesarrollante" (19691. Co-dirig i la serie "Captulo Oriental" (1967-1968) en laque redact siete entregas: "De los orgenes al 900", "Clasicistas y romnticos", "Pensamiento y lite-ratllra en,el siglo XIX", "Prosa del mirar y del vivir", "El Uruguay como reflexin" (1 y 11) y"Lasbiografas". Inici tambin la "Enciclopedia Urug uaya" con el estudio "Historia poltica" (Nq 1) ypublic igualm~nte en ella "Herrera: el nacionalis mo agrario" (N9 501. Ha desarrollado asimismouna persistente faena de antologista y prologuista, entre la que se destacan "Antologa del ensayouruguayo contemporneo" (1964, 2 vol.) y sus introducciones, en la "Biblioteca Artigas-Coleccinde Clsicos Uruguayos", a "Motivos de Proteo" y "El Mirador de Prspero" de Rod y a "Crti~a yarte" y "Letras uruguayas" de Gustavo Gallinal.

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  • CLASES, ELITES Y PODERVariada y llena de sobresaltos ha sido la his-

    toria de nuestro tema. Sucede que tal vez en ningu-na otra cuestin central del pensamiento social ypoltico la objetividad de la ciencia y los precon-ceptos de la ideologa lidien con tanto encono. Conninguna otra, tampoco, se eslabonan puntos tandecisivos como con sta. Pues es la misma natura-leza de las clases sociales, del Estado, del podereconmico, de la democracia, de la burocracia, deloo "regmenes" poltico-sociales y sus lmites y de

    , media docena ms de procesos de similar entidadlos que estn implicados en ella.

    Con todo, aunque trabajosamente, la voluntad.de ver lcidamente siempre termina por abrirsepaso en un mundo dominado por el prestigio delpensamiento cientfico. Pero tal victoria (y sta esuna de las varias paradojas de la cuestin) no.es

    EL TEMA

    aqu la seal de va libre en el trnsito hacia laverdad y el problema aun puede hacerse seriamentecomplicado.. Porque si la "clase" es una categoraconceptual y una realidad (como tantas otras so-ciales) "inferible" pero no "perceptible", la claseo sector "dirigente" o "gobernante", como se ver,no es todava, "toda" (yen ocasiones no se ori-

    l 1 "al" "d .Q':na enteramente en ella) 'la caseta' o mm-/:>. 1 d" b t"nante", m tampoco es el ote e go ernan es(polticos, estatales) perfecta y rpidamente iden-tificables. En esta zona, el problema del "objeto"toca con el problema de la "prueba".

    Sin espacio para dilucidar la razn del contac-to, invoquemos slo una conviccin universal. Essospechable que las decisiones polticas y socialesfundamentales se toman entre bastidores y entreunos pocoo, que llegan prcticamente "cocinadas"a los cuerpos e instituciones que han de responsa-bilizarse de ellas y organizar su ejecucin. Es sos-

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  • pechable que en esas decisiones pesan, a veces demodo incontrastable, personas que no estn inves-tidas de ninguna funcin oficial o que, si lo estn,actan fuera de sta. Es sospechable que hay "emi-nencias grises" y "chivos emisarios". Pero quinlo verifica documentadamente, al nivel de rigor quela ciencia exige? Pues, como es obvio, los influyen-tes no dan la cara ni el debate de aquellas decisio-nes queda estampado en ningn acta ni, salvoraramente, los protagonistas brindan testimoniosobre el punto.

    Supongamos salvados tales obstculos, que alfin y al cabo se sitan en el terreno del "mtodo",esto es, de los modos de procedimiento para alean:'zar la certeza. Debates ms decisivos esperan en elnivel especfico de la teora.

    Corno ya se apuntaba de pasada, se abre unaduda. Forma una "clase" el conjunto de los quedirigen una sociedad, de los que la gobiernanefectivamente? Todo depende, corno es fcil en-tenderlo, de la acepcin que le demos al trmino"clase", de la teora por la que optemos para expli-car los procesos de diferenciacin social que lasdeterminan, de la importancia que le concedamosa la "funcin" de direccin social, del grado dedependencia o independencia respecto a la indes-cartable clase "alta", o "superior", o "dominante"con que veamos al lote de los que dirigen y go-biernan. O es ms bien una "lite" (difundidovocablo francs), una "seleccin", a la que se ledespoje previamente del sentido encomistico quelleva el trlnino y con la que slo se verifique lospocos que "estn en la cosa", sin importar dema-siado de dnde vengan ni a 'os intereses de qucapa social respondan?

    lite o clase (al final de esta excursin preli-minar se estipular un fallo revocable), qu "fun-damento" posee su superioridad? Hasta nuestrotiempo (caso de Mannheirn y Ortega y Gasset)4

    existen quienes han sostenido que sta reside enque esos grupos asumen un valor tico-socialdecisivo y la legitimacin de las viejas aristocraciasno descansaba en otra cosa. Ms modernas (aun-que provienen del siglo XIX) son las doctrinasque basan la pnlTlaca en la aptitud para cumpliruna funcin, esto es, un tipo de actividad nece-saria a la subsistencia del conjunto. Desde los "in-dustriales" de Saint-Simon hasta hoy se mantieneeste punto de vista que no es inconciliable con elanterior -la "aptitud", la "eficiencia" son al caboun valor-:- y cuyas consecuencias poco ms adelantese vern. La ms difundida de las justificacionesde la preeminencia de un ncleo minoritario deci-sivo es la del poder. Son los modos de la "auto-ridad" y la "influencia", la facultad de determinarlas conductas y los pensamientos de la gran mayo-ra el verdadero asiento de una clase o lite direc-toras. de la, S.cx:j~cla.d? Fundado el poder, seran sutitularidad,yeldsIgnio y/o la consecuencia inevi-table de aqecentrl(}~j()$ que habilitaran al desem-peo de las funci(}nes..~ialesy polticas ms coti-zadas .. e. influyentes.,todoest en un circuitocerrado y cada vez ms corto. .. .

    Pero eLpOde.r, ~suvez, tiene bases y estas basesson . igua:lmente.rta~ria.polmica. Es la riquezamaterial, la prop.i~dlldde.loshienes necesarios a lasubsistencia .. de todos? O dicho de otra manera:es la relacin de supra y subordinacin resultantede la estn1c~Hraproductivamisma? Parece la con-viccin ms aceptable . y es, efectivamente, la msaceptada. Tambin parece que si se llega al podersocial por otros medios (y ello es muy posible) seaen fortalecimiento. econmico que aquellos accedi-dos a l busquen eStabilizar su situacin. Pero se hasealado muchas veces, a 10 largo de la disputa,que la superioridad fsica armada ha sido una vade acceso y que la irrupcin al mando poltico deun grupo humano cualitativamente distinto al que

  • Jean Jacques Rousseau (1712-1788 l. En el rosadomaana democrtico, vio como inexorable que losmenos gobernaran a los ms.

    desplaza (o su instalacin en un nuevo estado)representa otra forma P.e llega.!. Y como a su vezlos partidarios de la tesis anterior contesten desdequ punto de partida econmico es esto normal-mente posible, la cuestin no puede considerarse,como tantas, formalmente cerrada.

    PODER ECONOMICO y PODERPOLlTICO

    Un aspecto de ella, con todo, exige inaplaza-blemente una toma .de posicin: es la relacin en-tre el poder poltico y el poder econmico y lostitulares de uno y de otro. 'Los gestores formales delestado y su maquinaria son slo el "directorio" dela constelacin social burguesa? O, en especial trasel proceso de democratizacin poltica y social cum-plido a lo largo de los siglos XIX y XX, esos ges-tores formales y esa maquinaria disponen de unradio de iniciativa, de un margen de autonomainconciliables con una subordinacin total?

    Que el poder poltico estatal no planea majes-tuosamente -como el albatros- sobre los poderessociales, que no es nunca "neutral", es una verdadque slo algunos hipcritas controvierten. Que anuestra altura histrica no es posible --salvo pe-rodos breves de endurecimiento y violencia excep-cionales- gobernar exclusivamente para los inte-reses de una reducida minora, porque ello es con-tradictorio con la existencia misma de una socie-dad viable y mnimamente consensual; que algnprorrateo entre las demandas de arriba y de abajodebe realizarse, que algn equilibrio o compromisotcito tiene que lograrse es asercin menos acep-tada pero bastante slida. Con todo, la gran nove-dad y la variable decisiva est implicada en laascensin a la calidad de un protagonista ms, delpropio Estado. 0, digmoslo en concreto, de susgestores estables (burocracia) y de su personal

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  • Karl Marx ( 1818-1883). Una categora simple yfrontal: la clase dominante y un instrumento de ella,el Estado.

    electivo y tcnico. Difcil es que la expanslOn deuna red institucional corno la que el Estado repre-senta no segregue intereses especficos de sus inves-tidos y esta dificultad se acrecienta en un tipohistrico de Estado que tanto asume actividadeseconmico-productivas de base corno torna a sucargo el lote innumerable de "servicios" que cons-tituyen, en parte, el "cuadro" de la produccin y,en parte, una posicin tan considerable de la pro-duccin misma rrll10 los "servicios" son.

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    PERMANENCIA Y CAMBIO DEESTRUCTURAS

    Todo lo anterior no anilla la creencia de queall donde existe un nivel dominante en la estruc-tura social ste logra una influencia, incomparablecon la de los otros niveles, sobre la iniciativa y ladireccin de las grandes decisiones. Aceptado esto,bien pueden acogerse, en calidad de reservas, algu-nas insistencias de las corrientes sociolgicas y poli-ticolgicas conservadoras, entre las que sobresale elaporte sutil pero ltimamente frustrneo de Ray-mond Aron.

    Es verdad que algunas doctrinas que enfatizanla concentracin y aun el monopolio del poder,soslayan el. hecho de que normalmente no existepasividad en los medios dirigidos. Admisible tam-bin es la sospecha de que las mismas desmesuran .la unidad de intereses, la conciencia de ella y elgrado de concierto en la accin que normalmentelos medios dirigentes muestran. Igualmente admi-sible es la existencia, ya aludida, de la funcin

    .arbitral del Estado entre los intereses de los gruposeconmicamente dominantes y los de las mayorasms movilizadas. Y admisible, por ltimo, que ensociedades abiertas y complejas existan lo que seha dado en designar "lites funcionales". Pero stasreclaman prrafo aparte.

    LAS "ELITES FUNCIONALES"En sociedades abiertas y complejas, se dice,

    cada sector de actividad esencial, sea ste el empre-sario, el poltico, el educativo, el militar, el sindical,etc., promueve al tope de cada uno de ellos unaseleccin de dirigentes reclutada entre los ms ca-paces (las versiones y calificaciones de tal capacidadvaran). Pese al alto "status" que alcancen, lanaturaleza de su posicin y la de la sociedad enque la asumen comporta tanto una constante reno-

  • vacin de titulares como, pese a los lazos que entrecada tope puedan anudarse, la relativa independen-cia de cada sector. Las lites que interactan noson de signo homogneo: las hay "residuales","dominantes" y "emergentes", "formales" e "in-formales'~, etc.

    Como en otros puntos de nuestro tema, sobreel presente inciden a la vez la verificacin empricay el "velo ideolgico", la realidad y el deseo. Las"lites funcionales" o "categoras dirigentes" (comolas llama Aron) sustituyen idneamente la nece-sidad y la legitimidad de una clase, de un sectordirigente "real", director y unificador de todos losramos de actividad? O, por el contrario, pueden-variablemente- integrarse en l, permanecer asu margen o actuar de fuerzas de rplica a sudominio? Tal es, al menos, nuestro parecer.

    Gaetano Mosca (1858-1941): la "clase gobern.ante"o "poltico" ~omo realidad subyacente a todos losregmenes.

    Vilfredo Pareto (1848-1923): el sube-baja de las"lites".

    TIPOS NACIONALES CONCRETOSSi la formulacin terica es as de complicada

    y se abre sin cesar hacia dilemas mayores, elloexplica en buena parte que haya sido con anlisisempricos de estructuras minoritarias determinadasque se crey tocar, tierra, que se pens superar elnivel de las ideologas y de una estril escolstica.El modelo tradicional de la "oligarqua" tradicio-nal latinoamericana y su descomposicin haciamoldes elitistas ms nuevos han suscitado ya ex-

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  • menes variados, entre los que vale destacar ladesigual compilacin sobre sus "lites funcionales"dirigida por Lipset y Solari (Buenos Aires, 1967);el evasivo planteo argentino de Jos Luis de Imaz("Los que mandan", 1965) o el anlisis global deFran~ois Bourricaud sobre "Poder y sociedad enel Per contemporneo" (Buenos Aires, 1967).

    Al nivel de las configuraciones nacionales msplenamente desarrolladas y estables han sido, fuerade duda, Gran Bretaa y los Estados Unidos lamateria ms explorada. Hay una perspicaz litera-tura sobre esa red de entrelazamientos familiaresy formativos --en los que los tradicionales "publicschools" siguen siendo fuerza de primera lnea-,sobre ese sistema de facilitacin de las carreras,sobre ese repertorio de maneras y posturas ideol-gicas al cual la compilacin dirigida por HughThomas puso, al filo de 1960, el nombre exitosode "Establishment" ingls.

    En 1956, con su "lite del poder", C. WrightMills ofreci una imagen de la concentracin delmando en la sociedad norteamericana que, pese asus graves defectos de objeto y mtodo, suscit uneco universal. Desechando el modelo posible de una"clase dominante" de ricos gobernando el pas,MiUs propuso el de una sociedad conducida porun firme entrelazamiento de lderes de los tressectores decisivos que constituyen el "business", lasfuerzas armadas y el alto escalafn poltico (des-cart a los legisladores y la misma Presidencia).Mostrndolos atrincherados en esas verdaderas"ciudadelas corporativas" que representan los su-per-monopolios, el Pentgono y las grandes secre-taras del Ejecutivo, subray la creciente angosturadel estrato social en que ese liderazgo poltico, em-presarial o militar se recluta, verific las corrientesde pasaje masivo de unos sectores a otros (empre-sarial al poltico, militar al empresarial). Buscando"delimitar el rea" dentro de la cual son adop-

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    tadas las grandes decisiones nacionales, afirm suprctica identificacin con el mbito de intercam-bios personales de esa lite. Sobre un anlisis delfenmeno de la "sociedad de masas", mostr laimagen de una comunidad nacional modelada enforma cada vez ms homognea y total por enor-mes fuerzas impersonales cuya propiedad y direc-cin pertenece a aquel entrelazamiento de gruposy cuyos intereses naturalmente sirve, legitimndolosante la inmensa mayora pasiva.

    LOS FACTORES COLlGANTESDelinear un sector realmente dirigente, aun

    cuando no aparezca recortado con perfil ostensi-ble, conduce a la pretensin de mostrar "cmo"se llega a l, qu fuerzas lo instauran. En cuantose trata de un gI1,lpo social "real" adquieren eneste orden relevancia: -(1)- la comunidad deorigen social y aun, en ciertas situaciones, las deorigen racial, nacional y geogrfico. Pero en todoslos casos modernos dignos de tener en cuenta nin-gn tope social organizado puede bastarse conmiembros de idntica o similar proveniencia, 10que explica la relevancia fundamental de -(2)-los factores supervinientes de socializacin e identi-ficacin. La formacin educativa posee en casitodas las sociedades alta importancia pero tambinla tienen los contactos personales, los entrelaza-mientos matrimoniales, la semejanza del estilo devida, la imposicin de unas mismas perspectivasy una postura ideolgica comn. Del juego de'estas dos variables deriva otra -(3)- que es ladel grado de permanencia, del ndice de estabilidaddel grupo directivo. ste suele incrementarse atra-vs de la presencia continua de unos mismos lina-jes familiares o de determinados modos de recluta-miento. En situaciones de concentracin de poderes comn que en stos una cooptacin ms o me-

  • Max Weber (1864-1920): el poder poltico-socialy la dialctico entre "burocracia" y "carisma".

    nos arbitraria o el parentesco jueguen un papelms considerable que cualquiera de los criteriosimpersonales de eficiencia habituales en una "me-ritocracia" abierta.

    Las tres fuerzas precedentes no nos daran (esseguro) una funcin dirigente, activa. Para cerrar

    .el crculo es necesario agregar: - (4 ) la muypresumible existencia de "intereses" comunes fren-te- a los dems sectores sociales; -(5)- la con-cienc;ia, no siempre igualmente viva, igualmente

    lcida, de esa identidad de intereses; -(6)- laorganizacin de una "accin concertada". El con-cierto de una accin comn es, con mucho, elpunto ms interesante en cuestin, puesto que ellapuede expedirse ya a travs del "espritu de cuer-po" y la continuidad de esas grandes "ciudadelascorporativas" de que se hablaba, ya por la "mul-tifuncionalidad" o "multiplicidad de roles" ejer-cidos por ese lote dirigente que se desplaza de unaactividad social a otra (y, en especial, de los nego-cios a la poltica), ya por el intercambio continuode los papeles desempeados en aqullas.

    Esta red de relaciones interpersonales, valoresy comportamientos e intereses comunes capaz decoordinar la gestin de los siempre existentes sec-tores sociales importa, unvocamente, una concen-tracin de "poder". Y es -como ya se deca-en el ejercicio de plantear, orientar, controlar, vetar,llegar a las grandes decisiones, que ese "poder" seemplea y se acrece. Punto de prueba difcil peropunto tambin inexcusable, importa la piedra de to-que de la existencia de una cumbre poltica, econ-mica y social unificada, no ostensible sino ms biendiscreta y capaz de tener firmes las riendas de lacolectividad, detrs de los titulares pblicos delsistema estatal o de los personeros de las institu-ciones privadas.

    UNA ESTIPULACION PROVISORlAParece razonable despejar ciertos equvocos de

    vocabulario que hasta aqu no nos han preocupado,y fijar en adelante el sentido de ciertos trminos.

    Hablaremos de "clase dominante" en el sen-tido clsico de la expresin, aun advirtiendo quepara nosotros el concepto, sociolgicamente equvo-co, de "dominio" indica menos "poder incontras-table" que un poder "menos contrastado", ms

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  • difcilmente contrastable que el de las otras clasessociales.

    Entendiendo que el "sector dirigente" unifica-do de la sociedad no es, en el caso de existir, una"clase" plenamente tal, as lo designaremos.

    Por las mismas razones, nos negaremos a la tancomn facilidad de hablar de "clase poltica";"elenco" o "personal" o "sector dirigente poltico"son por el contrario calificativos aceptables y ca-paces de marcar no slo su singularidad sino,incluso, su relativa independencia respecto a otrosgrupos sociales.

    Pero como, adems de ello, la colectividad sub-siste mediante el cumplimiento de una serie defunciones y ese cumplimiento importa, en cada sec-tor, un grupo dirigente ms o menos funcional y"meritocrticamente" reclutado, llamaremos a stos"lites funcionales" o "categoras dirigentes", in-tegradas o dependientes unas del sector dirigenteglobal (wando existe), al margen otras, y extra-as totalmente al rea de aqul, unas terceras.A estas ltimas, por su postura controversialfrente al poder efectivo, por su proyecto de promo-ver el cambio cualitativo hacia un nuevo tipo desociedad, les cabe la designacin de "contra lites"y constituyen el ncleo dinmico de la factible"contrasociedad" que dentro de la antigua seinviscera.

    Como apuntaremos por qu razones no cabe,ni cupo hablar nunca en el pas de "oligarqua",por lo menos en sentido estricto, slo resta unagregado sobre el uso del concepto "lite del po-der". Consideramos fundadas las crticas dirigidasa Mills de que (en otras manos que en las suyas)tiende a encubrir, a velar ideolgicamente, la rea-lidad de la estructura de "clase" sobre la que des-cansa la constelacin del poder en las sociedadescapitalistas. Es de creer, en cambio, que procedesu aplicacin a las colectividades de economa

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    C. Wright Milis: la radiografa de un sistema de poder.

    socializada, en las que la funcin de direccinpoltica, econmica y cultural es independiente dela propiedad (aunque no siempre de algunos delos gajes que sta conlleva) y, sobre todo, notrasrnisible hereditariamente. Se trata de la estruc-tura social cuya originalidad trat de acuar elyugoslavo Milovan Djilas con su planteo msexagerado y (en ocasiones) caricatura! que ente-ramente descaminado, de una "nueva clase" en eltope. La expresin millsiana nos resulta muchoms adecuada para definirla y sobre todo msneutra y prudente. Como es obvio, su empleo nocabe en el Uruguay, por lo menos hasta el mo-mento en que redactamos estas pginas.

  • LA SOCIEDAD ESPAOLA ENAMERICA

    Es posible que nuestra historiografa no hayasubrayado de modo suficiente la originalidad ex-trema de nuestra estructura social fundadora. Quelas metrpoli trasplantaran su estratificacin declases a sus respectivas colonias constituy un fe-nmeno regular de la expansin europea. Que seposesionaran de zonas geogrficas relativamentevacas -esto es, con una poblacin indgena escasay difcilmente sojuzgable- lo fue mucho menos.Slo Australia y Nueva Zelandia, las comarcastempladas y fras de Amrica del Norte y la cuen-ca del Plata entran con holgura en este rubro.

    Pero la accin de poblamiento anglosajonatuvo precisamente en esas regiones sus ms pecu-liares caractersticas, puesto que no son fenmenosrrmy generalizables el de las sectas religiosas disi-

    EL PASADO

    dentes que se asentaron en la costa occidentalnorteamericana ni las colonias de presidiarios enque se nucle el esfuerzo colonizador en las gran-des islas de Oceana. Por encima de estas diferen-cias, la europeizacin llevaba impresa la marcaenrgica de la "modernidad" capitalista y de laracionalidad burguesa, el sello, en suma, de pro-cesos sociales que mostraran, por un extenso pe-rodo, su ingente poder creador.

    Singular se hace, en contraste con este cuadro,la implicancia social del asentamiento hispnicoen el Ro de la Plata. Una comunidad que vivasu etapa cristiano-misional y seorial se extrapolaqu sobre una comarca de poblacin nativa a lavez rala e insumisa. Pero pes tanto como lascondiciones demogrficas el que las naturales lapredestinaran, desde un principio, a una actividadeconmica, la ganadera, cuyas exigencias det:a-bajo humano eran ms bajas que las de cualqmer

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  • otra concebible. (Y sobre todo ms que las dela minera y la agricultura de plantacin, domi-nantes en casi todo el resto de Latinoamrica.)

    En tales condiciones sera ingenuo suponer queesa "extrapolacin" social de que se hablaba secumpli de modo global. Esto es: trasladando alcontinente nuevo todos los niveles de la estratifi-cacin peninsular sin cambios apreciables en susrelaciones recprocas. Psicolgicamente y social-mente imposible hubiera sido que la tarea pobla-cional se cumpliera en estas condiciones: ni paralos de abajo ni para los de arriba hubiera ofrecidola nueva tierra el aliciente necesario para vencerlos riesgos y las incgnitas de un traslado desapa-cible y peligroso.

    UN MUNDO DE "HIDALGOS"Hubo por ello que dotar a los primeros ncleos

    pobladores organizados (en la fundacin de Mon-tevideo se cumpli cabalmente tal exigencia) deun estatuto de privilegios y ventajas que los ins-tauraban -por lo menos simblica, "homeopti-camente"- en clase superior dominante.

    Empezaron, ya se deca, de modo contradicto-rio, siendo dominadores con muy poco elementoinferior al cual dominar. La pos.esin de la tierra,que por lo menos en los comienzos se les asegurcon relativa equidad a estos "hidalgos" de nuevacepa, es en s misma poco, sin gentes cuyo sudorla haga fructificar, obligacin universal que lasmenores exigencias de mano de obra de la gana-dera amortizan pero no cancelan.

    Tal fue la paradji12

    Sobre el carcter relativa y aun absolutamentemodesto de los grupos originarios espaoles obrasuficiente informacin biogrfica y genealgica;el hecho de que, una vez accedidos a la riqueza,los ms aventajados de ellos pudieran acreditarsus "cartas de hidalgua" y su limpio linaje de"cristianos viejos", poco altera la ndole trabajosade una "primera acumulacin", en cuya rapidezdebieron obrar tanto la actividad comercial co-mo el ejercicio de las capacidades posesivas en elrea temible del campo abierto y, tanto una yotro, como la habilidad para manejarse en loscomplicados canales de prebendas de la adminis-tracin colonial. Todo lo anterior concurri pro-bablemente a marcar por el xito carreras comola de Bruno Muoz, uno entre muchos, llegadoal pas como polizonte y, hacia el final de su vida,propietario de casi inabarcables dominios terri-toriales.

    Por otra parte -y es un nuevo factor de dife-renciacin- esa relativa mediocridad de la' con-dicin social de los fundadores admita las excep-ciones muy considerables de la alta burocraciacivil y militar espaola y los grandes empresarioscoloniales. Los Alzibar, los Viana, los Oribe, losGarca de Ziga, cuatro apellidos conspicuos,representan en distintos momentos un estrato socialal que sus funciones oficiales o sus vinculacionescon ellas permitieron una sustancial mejora deposiciones en la lucha de todos contra todos porlos instrumentos del poder econmico que se dibu-jaba en la sociedad naciente.

    Toda la historia posterior de los movimientosde la clase alta en el ncleo social asentado enla Banda Oriental resultar de la interaccin entreestas ventajas iniciales y el indescartable coeficien-te del dinamismo personal y familiar (se ha des-tacado ocasionalmente el ejemplo notorio de Mi-guel Ignacip de la Cuadra; ya lo hicimos con el

  • de B;Uno Muoz) que llevarn al tope a algunosv arrastraran aoirns personas y a otros linajes \ a

    ~n paulatino y a veces rpido descenso social.Pero como esta sociedad oriental no crecera bajouna campana neumtica, tal interaccim no seracomprensiva si se descartara el adensamiento de-mogrfico que provocaron tanto la inmigracin(ya espaola, ya originaria de otras zonas delPlata, relativamente pausada) como las cruzasraciales -de portugo-brasileos, indios, espaolesmarginados y negros- que resultaron en el tipodel "criollo", ubicado en diferentes niveles socia-les, y en el del "gauderio" y "gaucho", muchoms definidamente situado en el del "pobrero".

    De esta concurrencia de las tres corrientes:la de descenso social, la de inmigracin y la decruzas, salieron la dbil clase media urbana co-merciante y artesanal y una masa paisana bastantediferenciada internamente desde una capa peque-o-propietaria hasta la mvil plebe en que se re-clut el peonaje. Se ha mencibnado a los negroscomo ingredientes del juego de cruzas. Mayor en-tidad hay que asignarle al hecho de que la masade gente de color, producto del trfico esclavistaque tuvo en Montevideo uno de sus grandes cen-tros americanos, perfila una estructura social que,durante el coloniaje y por lo menos tres dcadasdel perodo independiente, no difiri drsticamen-te de otras latinoamericanas (la del Brasil, las delas Antillas). Marcada la semejanza, queda abier-ta a la discusin hasta dnde ella puede llegar,pues ni la entidad numrica. de la poblacin es-clava se acerc a la de los ejemplos mencionados,ni esa cuanta determin un trato (duro, caute-loso) igual ni, especialmente -esto es lo ms pole-mizable-, condicion con tanta fuerza los com-portamientos y la latitud de accin del sectortrabajador formalmente libre.

    RESTAS A UNA "OLlGARQUIA"Cortemos estas consideraciones. El perodo co-

    lonial oriental present, sobre una sociedad muymvil e indecisamente estratificada, una clase su-perior dominante cuyo poder estaba asentado so-bre la pltopiedad de la tien:a, la titularidad de losaltos caJ::gos pblicos y el ejercicio de la actividadcomercial e industrial (

  • originalidad e, incluso, a la ndole excepcional delas tres dcadas que le sucederan. Tentativamente,enumermoslas. .

    Un pas, para comenzar, por su situacingeogrfica y el tardo asentamiento de su estruc-tura administrativa y cultural, ideolgica y demo-grficamente abierto. Lo que quiere decir tambin,y ms en concreto, menos monolticamente hispa-no-criollo y menos ortodoxamente catlico quecualquier otro de Hispanoamrica. El Ro de laPlata y su virreinato fueron hijos de la Espaaborbnica e "ilustrada", una filiacin que los alejamucho ms que al resto del "reino de Indias" delas pautas de conducta y los valores de la Con-trarreforma. Y esta excepcionalidad se acentagrandemente en las tierras en que se desplegarael Uruguay si se la compara con las huellas cultu-rales ya impresas en lo que sera la Argentina. Elcotejo es revelador no slo con la zona centro-norte,firmen:ente tradicional (aun hasta hoy), sino in-cluso con Santa Fe y con Buenos Aires, muchoms prximas, por mltiples factores, a los trazosque nos caracterizaron.

    La ruptura revolucionaria que cubri veintetormentosos aos y que import en tantos paseslatinoamericanos la mera sustitucin de la claseadministrativa espaola por unas oligarquas so-ciales hispano-criollas frecuentemente peores, asu-mi en el Ro de la Plata aspectos de complejidadque no siempre posey en otras reas. Lucha defidelidades "nacionales", confrontacin de defini-dones ideolgicas, pugna de intereses concretos declase y de subclase, choque de reflejos estamen-tales, divergencia oe prospectos y estrategias pol-ticas que cambiaban al tenor de las tensiones mun-diales, quiebra de generaciones aparentementegratuita dentro de los mismos linajes, fidelidadesque se anudan entre los caudillos y sus squitos

    . y violentos enconos :regionales hirvieron en el cal-

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    dero bullente de esos "tiempos revueltos". Hirvie-ron ms de lo previsible y sin que entre las pola-ridades que se marcaban por lo comn en cadauno de esos niveles se dieran afinidades suficiente-mente firmes para ofrecer por mucho tiempo uncompuesto mnimamente estable e inteligible.

    Mayor fue la violencia material del perodoindependentista en otras zonas -caso de Venezue-la- que en la del Plata, pero tal vez en ningunalo ocurrido durante l y en las largas dcadas deanarqua que le siguieron tuvo un impacto tantremendo como el que posey en el Uruguaysobre la consolidacin de una clase dominante oun sector dirigente.

    El impacto mencionado se ejerci en variasdirecciones y es menester verlo en todas ellas. Suaspecto ms importante fueron probablemente losreiterados perodos en que el campo uruguayoy su estructura estanciera quedaron expuestos alos efectos del pasaje y estacionamiento de losejrcitos con su regular secuela de devastacin.Agrguese a tal situacin la "ndole civil" quea estos conflictos dirimidos (y a veces sloprolongados) por las armas, les prestaba el.entrecruzamiento de los intereses, la identidad de losperfiles ideolgicos, las afinidades humanas y so-ciales que yacan bajo los bandos beligerantes.Por obra de estos factoreB tal carcter persiste,entonces, aun en los perodos en que la estruc-tura estanciera qued librada al embate de gue-rras formalmente internacionales, tal como ocu-rri en los dos decenios que corrieron entre 1808y 1828, en los dos transcurridos entre 1832 y1852 y entre 1863 y 1870. Y como quien dice"guerra civil" menta tambin destruccin superfluay lesin deliberada al patrimonio de los enemigos,tal consecuencia tuvo probablemente ms peso quetodas las medidas punitivas regulares y que todas lasconfiscaciones exteriormente legales (que tambin

  • las hubo, y no solamente en la redistribucin agrariaartiguista y en las confiscaciones del gobierno deiCerrito). Como es obvio, ni rozar se puede aquuna precisin sobre la movilidad de los titulares dela propiedad de la tierra del pas durante el siglopasado. Pero una comparacin con los grandes la-tifundistas de la provincia de Buenos Aires duranteese lapso es extraordinariamente reveladora de has-ta qu punto este y otros factores renovaron denuestro lado del ro un elenco de grandes estan-cieros que muestra en cambio, en la otra orilla,firmsima persistencia familiar. Hoy puede decirseque casi sin excepciones (slo los ttulos de Lpezde Haro y Uriarte, que sepamos) nada han rete-nido los descendientes directos o indirectos de aqueiorgulloso y potente "Gremio de Hacendados" delos primeros aos del siglo XIX.

    Pero si la tierra era uno de los pilares de unesbozado sector dirigente, el trfico .comercial erael otro. A cierta altura del desenvolvimiento mon-tevideano, sus ricos empresarios lo vieron dotadode tales horizontes, de tan piafante vitalidad queno dudaron en hablar de l como de un "destinomanifiesto". Y en verdad que la condicin de laciudad (puerto de aguas profundas frente a unBuenos Aires anegado por el barro, patronato mer-cader despierto, ambicioso y' desaprensivo,con unvastsimo "hinterland" -toda la cuenca platensey sur brasileo-- de capacidad productiva y con-sumidora apenas tocada, giles flotillas que lle-garon a surcar todos los ocanos) pareca pronos-ticarlo. Pronstico errado. Puesto que slo eraposible en el mbito de un imperio hispnico sub-sistente, apto para enfrentar el desafo de los nuevos

    lS

  • dinamismos imperialistas mercantiles que la Re"olu-cin Industrial estaba alumbrando. Es por todo loalto -o por todo lo bajo- que el proyecto se que-br y acab en lo que sabemos. El Imperio, asediadoe irrecuperablemente retrasado respecto al ritmo his-trico competitivo, se rompi. Vinieron (abrevia-mos la cuenta) las naciones (Argentina, Paraguay,U ruguay), fruto de la atomizacin. Cada una consus intereses divergentes y con sus barreras adua-nales progresiva, invariablemente hostiles a la ex-pansin montevideana. Buenos Aires, a fuerza di.'oro y de empeo, se abri paso hasta las aguasprofundas y apret el torniquete a su enorme re-gin de respaldo. Dueo de la situacin, estuvo encondiciones de cerrarnos el paso hacia su litorale incluso ste, indeciso siempre, debi fomentar losintereses crecientes de Rosario. El casi medio siglode conflictos que va de 1805 a 1852 se tradujo enincesantes bloqueos: Montevideo pasaba sin tran-siciones de puerto lleno a puerto vaco. Su comer-cio debi someterse a los vaivenes de una polticainternacional cuyas decisiones mayores se tramita-ban muy lejos y, en tal contexto, el especuladordesplaza al empresario de largas vista'> y pautadosproyectos.

    Lo que qued de la'> iniciales perspectivas fuebastante para sustentar el poder de la clase co-mercial de una pequea nacin, de una "burguesaintermediaria" gestora de un .'emporio" del co-mercio importador europeo, exportadora de carnesalada, cuero y algunas lanas (ms tarde). :\sideral distancia, sin embargo, se situ todo res-pecto a los esplendorosos prospectos de 1800.

    Las dos precisiones anteriores podran cerrareste sinttico recuento de los motivos que hicieronde la clase dominante oriental'" de su sector diri-gente una estructura de poder menos firme delo que aparecieron primicialmente, lo que tambinequivale a decir, una sociedad ms mvil, m~

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    abierta, menos "oligrquica" que casi todas lasrestantes hispanoamericanas. Sera, con todo, peli-groso omitir dos series de fenmenos que podranoficiar eficazmente de parmetros, de demarcadorescomplementarios.

    CLASES Y ESPIRITUA uno hemos aludido y a otro propsito; co-

    rresponde reiterarlo ahora. El grado de poder, decapacidad de "supraordinacin" de una clase domi-nante es correlativo al grado de "subordinacin"v a la cuanta de los sectores dominados. Volvamos

    ~ mencionar lo ya sabido y a agregar algnmatiz: la falta de integracin de la escasa masaindgena a labores pacficas, su desaparicin pos-terior, la relativa entidad del contingente esclavoy su ulterior emancipacin, la movilidad, ariscaindependencia y alta productividad "per capita"del paisanaje peonal, el intenso dinamismo econ-mico del aporte inmigratorio posterior y aun lasactitudes ideolgicas poco propicias a la docilidadde buena parte d~ l (caso del italiano). Tras estaenumeracin dejemos algn cabo suelto (paravolver a retomarlo ms adelante) y postulemoscomo conclusin que todos estos niveles, global-mente dominables, fueron dominados y dirigidos,s, hasta un cierto grado. Pero no al grado enque lo fueron los que poblaban Chile, Per, Co-lombia, Mxico, Cuba o Brasil, para aludir alos casos ms claros.

    La otra serie de fenmenos apunta a esasrealidades mucho ms elusivas e inmateriales (aun-que sean registrabIes ) que son "cmportamientos"y "espritu". La Espaa conquistadora y coloni-zadora movi su accin al estmulo de valores ymeta'> en las que se entremezclaron lo "precapita-lista" y lo burgus, lo seorial y lo mercantil;corrieron juntos el gesto cristiano de desprecio por

  • Juan Mora Prez ( 1790-1845): la nueva fortunapost-revolucionaria.

    los bienes terrenales, la avarienta actitud acumu-lativa y el despreocupado dispendio nobiliario quesupone inagotables las fuentes econmicas del pri-vilegio. Hacia el fin del perodo hispnico el aba-nico puede cerrarse algo: subsistieron, sin embargo,los dos ltimos trminos de la tema y esto (esobvio para uno), durante largo tiempo. En loscaudillos mayores (hay una excepcin: Laval1eja),en muchos viejos estancieros, etc., sobrevivieron las

    conductas imprevisoras, los reflejos precapitalista~yseoriales.

    El espritu burgus, robustecido por la obra dela "Ilustracin" espaola, fue sin duda el dominan-te en las clases altas: el sector comerciante monte-videano, los vidos usureros y arrendatarios deimpuestos del perodo independiente, los nuevosncleos ingls, francs, cataln, la inmigracin vas-cuense de clase media que entr a saco en la pro-piedad estanciera de varios departamentos, danbuena cuenta de ello. De cualquier manera, cabela suposicin de que en la instancia decisiva deconsolidacin de su dominio y como potencial ca-pacidad de respuesta a las varias adversidades quela acuciaron, falt a la naciente clase alta uruguayaesa unidad, esa univocidad de motivaciones y con-ductas que pudo ser factor nada desdeable ensu lucha por niveles mximos de predominio.

    EL PATRICIADO INDEPENDIENTEDurante casi tres cuartos de siglo puede mar-

    carse la persistencia de una estructura de poderpoltico, econmico y social cuya responsabilidadasumi la constelacin humana que es habitualdesignar como "patriciado". Se trataba de un gru-po social bastante reducido y estrechamente uni-ficado. Concurran a hacerlo las impactantes ex-periencias comunes, los modeladores ideolgicos quea todos alcanzaban, los inextricables entrelazamien-tos parentales que en cualquier congregacin en-dogrupal el tiempo tiende a producir. Sectordirigente o lite real de "poder", en el sentido deque su autoridad social tena su asiento en lapropiedad o control de los bienes econmicos, enla ocupacin de los primeros "roles" de decisinestatal, en el prestigio cultural, fue tambin unsector dirigente o "lite funcional". En efecto,este elenco muy corto de personalidades tuvo que

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  • asumir todas las funciones -sumarias, pero inevi-tablemence diversas- que implementaban una co-lectividad diferenciada, nominalmente soberana,una sociedad con un Estado al tope. La "multi-funcionalidad" fue entonces, al conjuro de estanovedad y de esta cortedad numrica, imposicindel medio social sobre todo individuo de claseelevada medianamente apto. No es raro, por esto,que en tantas biografas del siglo pasado se regis-tren, simultnea o sucesivamente, actividades gana:deras y comerciales; militancias partidarias regula-res y revolucionarias; responsabilidades ministerialesy misiones diplomticas; accin poltica en elperio-dismo o en las legislaturas; empeos intelectuales enel libro, en la cte,dra, en los certmenes, en lasfugaces revista~ ...

    En buena parte descendiente de la clase do-minante colonial, unificado de nuevo tras veinteaos de escisiones por una especie de operacin de"borrn y cuenta nueva" en que se cancelaronrecprocamente culpas, mritos y filiaciones, enla que "godos" y "tupamaros", "patriotas" y "cis-platinos" emergieron (hubo alguna excepcin)limpios de polvo y paja, el patriciado reasent supoder. Lo hizo tanto sobre los menguados restosde los patrimonios ganaderos y comerciales comosobre la nueva riqueza (que no siempre parti decero) que en los "tiempos revueltos" algunos du-chos en los vericuetos de "la carrera de la revolu-cin" fueron capaces de agenciarse o incrementarsustancialmente. Este tipo de hombres con l'occhioaguzzo per baratare, como aquellos campesinosque bajaban a Florencia en el alba del capitalismoy que evoc Dante en su "Commedia" (Par.,XVI, 57), tuvo en Juan Mara Prez su dechadoms completo. A las dos capas mencionadas deben agregarse todava los muchos econmicamente pobres pero deorigen "decente", integrados con los ms potentes

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    a travs de la formacin educacional y de expe-riencias comunes. Se trata de un proceso de iden-tificacin que en una sociedad tradicional y redu-cida prima a las capacidades ms notorias yaun a los meros brillantes. Es tambin un fenmenoregular de adscripcin a s mismos que practicantodos los ncleos dominantes por cerrados que pa-rezcan y que se completa, por lo ordinario, a travsdel emparentamiento.

    PATRICIADO Y POLlTICA:PROBLEMAS y POSIBILIDADES

    Pero el patriciado fund tambin su poder enel peso considerable que fue capaz de ejercer anivel de las grandes decisiones gubernativas y en elprctico monopolio de los cargos y provechos queimporta la creaci;n; de un Estado nuevo, pordestartalado y precario que sea. .

    Suele verse en la Constitucin de 1830 el pre-visor documento con el que el sector dirigenteletrado trat de asegurarse tal primaca frente alas clases inferiores, cuya participacin poltica re-tace de acuerdo con las concepciones censitariasde la poca y tambin frente a los militares,es decir: frente a los que haban llevado el pesode la accin fsica por la independencia, en losque el patriciado vio una fuerza disruptiva poten-cial, tanto por sus eventuales pretensiones cOIpora-tivas como por su capacidad de establecer alianzascon las capas ms desfavorecidas de la poblacin.

    Esas pretensiones se formalizaron y esas alianzasse contrajeron. En el vaco institucional y pobla-cional del pas, en su exposicin a las incursionesde las naciones vecinas y al incesante entrelaza-miento con sus conflictos (en una continuidad quelas mal dibujadas fronteras no haban cancelado),la clase dirigente patricia vivi casi medio siglocon el corazn en la boca. Cierto es que no plan-

  • tearon problemas la clase media incipiente ni unproletariado urbano que no exista. La amenazasocial que representa una presin. desde abajocoherente y continuada, capaz de unificar por ellala clase superior en formacin defensiva, tampocosopl fuera de los arrabales de la "ciudad-puerto".Esa amenaza, que existi, fue en cambio :anmica,espordica, inarticulada como es comn que sea entales condiciones. Pero si directamente fue se su me-do de actuacin, indirectamente la presin social seexpres a travs de los squitos de los caudillos (Ri-

    Dmaso Antonio Larraaga 11771-1848): la influen-cia del clero "ilustrado".

    vera, Lavalleja, Oribe, Flores, etc.). Aunque atravs de esos squitos, que constituan carta fun-damental de la lucha por la imposicin personal,nada similar a la frustrada. revolucin agrariaartiguista fue capaz de procesarse, de cualquiermanera su heterogeneidad, la diversidad. de nivelessociales que englobaban impuso por su propia exis-tencia formas de retribucin capaces de nutrir unacorriente continuada de apoyo. Ello llev a que elcaudillo actuara regularmente como instrumentode ciertas modalidades de compromiso social queindudablemente retacearon el poder de esa clasedirigente civil que en 1830 pens asegurarse el .pas para s.

    Caudillos hubo en los que la importancia deesta funcin fue mayor --caso de Rivera- ymayor todava la forma anrquica de cumplirla.Caudillos hubo -como lo fue Oribe- que sindesmedro de su condicin (en parte ocasional) detales, desplegaron un sentido del vigor de las for-mas y la regularidad de los procedirrlientos quelleg a convertirlos, como a aqul entre 1835 y1838, en autnticos conductores del seCtor patricioms responsable y esclarecido.

    Esa misma clase dirigente tuvo que formaren los squitos de los caudillos (era mejor tenerloscerca que sufrirlos de lejos) y de ah viene sudivisin irremediable. De ah vienen tambin losbandos polticos tradicionales con su carcter pococonfiable, y, si se recuerdan los ingredientes antesmencionados, su ndole pluriclasista y sus variadosaglutinantes, desde la atraccin "carismtiQil." hastael mvil prebendario y~l impulso de mera apro-piacin.

    La "clase" o "personal poltico", en suma, ad-quiri por estas vas una autonoma -relativa,como lo son a la postre todas-- que no siempre leh).zo servir dcilmente los intereses del sector msalto. La popularizacin de los partidos, no tan

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  • Oribe (1792-1857>: caudillo del patriciado y defen-sor de la nadonalidad.

    universal como suele afirmarse, pero alimentadasin duda por los fuertes rencores que la ferozlucha poltica suscit, abri el abanico de prove-chos hacia los sectores medios de letrados y mili-tares. Estos ltimos -deslindado el "caudillo", queera al mismo tiempo civil y militar--actuaron msbien como "grupo de presin" (casos de los pero.

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    dos 1851-53, 1860-63, 1872-76) que como fuerzaautnoma y protagonista. La excepcin ostensiblea esta regla se dio hacia 1875, en una situacinen la que se conjugaron el llamado "vaco depoder" y el estado de espritu que Marx analizsutilmente en "El XVIII Brumario de Luis Bona-parte", en que una clase superior cree convenientedescargarse de los riesgos del poder poltico directo.

    Todo lo precedente no significa -entindasebien- que el sector dirigente y dominante tradi-cional no conservara su poder poltico-social, de tipo"estructural" si cabe el trmino, capaz de enjugarlas temporarias prdidas de autoridad e influencia.Debe marcarse, s, que en el aspecto poltico deese poder debi actuar prcticamente sin Estado,en el sentido cabal del trmino, hasta casi finesde siglo.

    Si la falta de un instrumento idneo es unaresta drstica a toda pretensin de dominio, tam-bin lo son las divisiones, los clivajes internos. Semencion ya el que cre la formacin de los s-quitos de los caudillos y la pugna de intereses in-dividuales y de grupo que a travs de ellos se virti.Menos decisivas pueden parecer las tensiones ideo-lgicas (aun entendidas sobre una general homo-geneidad rultural) entre liberalismo y autoritaris-mo nacionalista, entre Ilustracin racionalista y,espaola y romanticismo de cuo francs; entreromanticismo espiritualista y positivismo cientifi-cista. Enorme trascendencia tuvieron -aunque seman;ruen menos- las divisiones simultneas o su-cesivas que provoc la participacin entre los va-riados pnoyectS (porteismo, brasileismo, confe-deradonsmo -cuando la divisin de Buenos Airesy el resto de la Argentina entre 1852 y 1862- oalltonomL

  • PODER POLlTICO, PODERECONOMICO y EXTRANJERIZACION

    Incierto, convulso el trmite poltico, se pro-dujo mientras tanto un creciente desfasamientoentre las constelaciones de poder que en l se refle-jaban y los titulares del poder econmico. Desdefines de la cuarta dcada -y aun hay antecedentestan notorios como la familia Jackson- la extran-jeriz(icin econmica del pas, el pase de la tierray la gestin comercial a manos de extranjeros con-tinu sin cortapisas. Ingleses y franceses, vascos yalemanes, catalanes e italianos, fueron titulares ybeneficiarios del proceso. Un proceso que alentaronla mentalidad precapitalista de parte de la viejaclase alta, la boga casi irrestricta de la ideologaeconmica liberal, la primaca de las burguesaseuropeas que protagonizaban el auge del capitalis.mo comercial y los altibajos de un sistema econ-mico precario y golpeado peridicamente por lasbrutales crisis mundiales y las depredaciones dela guerra civil. En el ltimo rubro, dcadas delucha que a nadie ahorraban hicieron verdad elestatuto privilegiado del extranjero que tena dere-cho a quedar al margen de ellas, que poda convocarel auxilio de sus legaciones, que poda presentar, ala primera oportunidad factible, las "cuentas delGran Capitn". Como dijo Sarmiento algo m,tarde, pero con vigencia para todo el siglo XIX:Qu negocio el ser ingls! (o por lo menos no serrioplatense) .

    Bastante fluido fue el entrelazamiento de esossectores ahora econmicamente dominantes y losrepresentantes tradicionales del poder social y cul-tural. Ms rpido fue sin duda el de las. colectivi-dades de origen anglo-germnico, habitualmentepartidas de un nivel ms alto, a sus espaldas elprestigio de pases identificados con los valores mo-dernos. Ms pausado result seguramente el misffiQ

    entrelazamiento cuando ste hubo de practicarsecon los ncleos exitosos de raz hispnica y espe-cialmente de raz italiana. .

    Hacia 1870 el Uruguay ya constitua una so-ciedad con una clase dominante regularmente es-table y asentada en la cumbre de una estratifi-cacin perceptible aunque mvil. Fome~tado o

    Julio Herrera y Cbes (18411912): la penumbra dela clase alta tradicional.

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  • espontneo, hay un consenso que admite la desi-gual distribucin del poder poltico, econmicoy ~ial. Tampoco desglosa la permanencia de esaformacin superior, de los intereses globales del"adelanto" y el "progreso". .

    La 'eStabilizacin y adensamiento de esa estruc-tura de poder hacia la octava dcada eS posible-mente lo susceptible' de mejor verificacin. Msdi..c;cutible parece en cambio la existencia, en esaclase superior, de una "fraccin hegemnica" firmey de un "monopolio del poder" por ella, comoalgunas veces se afirma respecto a la clase altaagropecuaria. Para que algo semejante hubiesesido posible, es de pensar que debieran habersedado condiciones muy diferentes a las de inma-durez caractersticas de nuestro subdesarrollo. Encambio, y aun con cierta cautela, tal vez sea ad-misible hablar de sectores hegemnicos aq:identa-les, del tipo que lo fueron el capitalismo usurarioy especulador durante las dos presidencias de Riveray toda la Guerra Grande (en Montevideo), losbanqueros en el perodo que corre" entre 1865 y1875, los estancieros tras l, el "alto comercio"montevideano bajo los mandos de Tajes, Julio He-rrera y abes, Borda y Cuestas. Singular s, fue,durante las ltimas etapas mencionadas, la inep-titud del personal poltico en llenar los cauces msmodestos de la "funcin exigida", ya que no fuecapaz de servir los intereses de esa clase superioreconmica cQn la que estaba estrechamente unifi-cada, ni lleg a sustentar metas especficas, nialcanz a abrirse seriamente (a otros modos alu-diremos) a los restantes niveles sociales. Y si algo deesto puede imputarse a la corriente principista,otras responsabilidades apuntan en direccin dis-tinta. Pero hay que reconocer s que la acentua-cin, aun pasajera, de la corriente "principista"(arrestos juveniles de dogmatismo, doctrinarismo yromanticismo a candente .temperatura) rompi su,22

    posible unidad en forma mucho ms radical delo que fueron capaces de hacerlo los ya muy des-vados, insatisfactorios rtulos partidarios.

    APOGEO DE LAS "CLASESCONSERVADORAS"

    Hacia fines del siglo XIX el Uruguay aparece:dominado y dirigido por una constelacin tambinclsica basada en la propiedad agraria extensivay en la gestin comercial, mientras al amparo detal estabilidad se afirma, un poco detrs, el poderbancario (que medio siglo ms tarde se erigirasobre ellas) y un sostn doctoral, letrado, curado desarampiones principistas -JOs Pedro Ramrez fuefigura cimera del lote- da firmeza y proceralrespetabilidad al conjunto.

    El viejo patriciado o sus restos sobrevivientesno vio con buenos ojos este resultado (al que sinembargo ninguna otra alternativa propuso) y ennostlgicos sueltos y discursos necrolgicos, en fra-ses como las que abundan en el anecdotario deHerrera y abes (deseos de "ver al alto comerciomontevideano en alpargatas"; sentirse "capataz deuna gran estancia cuyo directorio est en Lon-dres") se expres el desajuste. En verdad que selegitimaba. Por una parte, la formacin de poderya consolidada haba asumido su "rol" de "burgue-sa intermediaria" dentro del proceso de insercintotal del pas al circilito econmico del ImperioBritnico. Por otra, slo con Tajes, parcialmente,y con Cuestas, de modo pleno, esa burguesa en-contr en la gestin del instrumento estatal lascondiciones de seriedad, prudencia y eficacia queexiga. Lo que equivale a' decir que durante losmandos de Varela, Santos, Herrera y abes y Bordatuvo que tolerar no slo el crnico retroceso dela guerra civil sino tambin la permanente inopiafinanciera del Estado (que a la postre ella, entre

  • Dr. Jos P. Ramrez 11838-19131: el texto legalsantificador.

    Jtras sufra) y el desprejuicio ms extremo enel manejo de! patrimonio pblico. El "orismo" fuela ms contundente arma de rplica que encontra la mano para oponer a tantos desvaros quesiempre tendan a traducirse en el e~papelamientomonetario. Pero la puja tena otras implicaciones,estaba lejos de ser puramente tcnica. Pues el"papelismo" e, incluso, los hbitos dispendiosos ye! tren deficitario de la mquina estatal que lo pro-movan eran en parte formas empricas de abrirsobre ciertos sectores --empleados civiles, militares,pasivos, squitos polticos de ndole modesta-'- elabanico de ventajas que todo Estado se halla enposicin de dispensar. Aunque no parezca dictadapor ninguna voluntad filantrpica, puesto que msbien representaba arbitrios para lograr apoyos enla lucha por e! poder entre hombres y camarillas,esa apertura colig en su contra las "clases conser-.vadoras" (Vanger observa que se autodesignabanorgullosamente as). Unas clases que, sin embargo,hacia 1900, pudieron considerarse razonablementeseguras.

    HACIA EL COMPROMISO CON LASBASES

    No sabemos que se haya observado hasta qugrado de paradoja e! primer mandatario elegidoen 1903 satisfaca las pautas de seriedad, de res-ponSabilidad que las "clases conservadoras" se Sen-tan en condicin de imponer. Porque, pese a ese"placet", Batlle habra de llevar hasta un nivel dehondura y coherencia desconocido los esbozos (msque nada inmediatistas) de un ensanchamiento dela participacin econmica, social y poltica re-gistrados en el cuarto de siglo precedente.

    Hombre del "cuestismo", aunque no de sucamarilla, la eleccin de Batlle y Ordez no mar-c inicialmente una discontinuidad abrupta conel inmediato pasado. Fue en los dos ltimos a.os

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  • Battle (1856-1929): artfice del Uruguay del com-promiso.

    de su presidencia y sobre todo tras de su reeleccinque se revel su capacidad innovadora. Al co-mienzo nada alter sustancialmente la estructuraestablecida de poder, salvo que en su centro ofi-ciaba una voluntad con metas distintas a las espe-radas y un designio lcido de fortalecer por losmedios a su alcance (que eran muchos) aquelloselementos que crey ms idneos para incentivarlos cambios que se propona.

    No naci "ex nihilo" ese cmulo de lo que seha dado en llamar en forma bsicamente justa,pero propicia a la exageracin, el "Uruguay bat-llista". Vena del siglo XIX el desarrollo industrialmodesto pero sustancio que el pas ira conocien-do. No es una originalidad nacional el ascenso delas clases medias sino un proceso comn a todaLatinoamrica y aun 10 acrecientan a veces, comoen nuestro caso, un rgimen econmico de explo-tacin extensiva y su casi invariable correlato que

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    es la macrocefalia urbana. No careca tampoco oeantecedentes el proceso de ampliacin de los ser-vicios del Estado, que la propia falencia y escn-dalos de la empresa privada haba obligado, unpoco a regaadientes, a asumir.

    Cierto es, en cambio, que a travs de esaacentuacin de trazos a que se haca mencin,'elUruguay se convirti~ tpicamente en algo prximual dechado de lo que lgunas clasificaciones de>,,-: :-.:gmenes poltico-sociales llaman un "sistemad: conciliacin" o "compromiso". Concurrieron dmodelarlo los altos ndices de participacin polticaque rplpamente se alcanzaron y que, a travs dela estrecha pugna de los dos partidos, torn muyconscientes a ambos de la repercusin electoral decualquier decisn realmente estratgica. Pero tam-bin se hizo pe"ccptible la multiplicacin de habi-lidades y cHpacidades promc-vidas por la poltica deintensificacin ecucacional y la densificacin decUltura que de ello result. La brecha entre e!segmento empresario-industrial y e! clsico con-glomerado agrario-comercial-bancario lleg a la an-chura que suele presentar en determinados perodosy aun sta fue incrementada por la poltica guber-nativa. El crecimiento de! Estado tendi inevita-blemente a promover un ancho estrato burocrticode clase media que identific sus intereses con lapermanencia del proceso y sirvi con general ade-cuacin la funcin de arbitraje y compromiso enla que el sector poltico-partidario dirigente, porencima (o tal vez por debajo) de colores histricos,se fue formando.

    En este perfil de poder que result, a grandeslneas, el de todo nuestro siglo XX, no es difciladv.ertir tanto un nivel relativamente elevado deespecializacin de los sectores directivos como esatendencia al entrelazamiento cuya estabilizacinrepresenta, comnmente, la va de promocin deun autntico grupo dirigente social unificado. Se-

  • gn los perodos y segn las estructuras polticasse han registrado fases especficas de tal "inter-locking". Muy notorio ha sido el promovido entredeterminados ncleos capitalistas - empresarios yel elenco poltico. A travs (aunque no exclusiva-mente) del Partido Nacional y del riverismo fuesiempre notorio el que se anud entre el sectorestanciero y los cuadros parlamentarios (un fen-

    'meno que las condiciones socio-electorales delinterior del pas facilitaron y facilitan mucho).Tambin registraron mltiples entrecruzamientosel grupo de gestores industriales y los cuadros eje-cutivos y administrativos ms altos del Estado cuan-'do advino la situacin en que la prosperidad o laruina en el sector productivo secundario dependide una variada gama de decisiones gubernativasen materia cambiaria, comercial y fiscal., Otrosmodos de entrelazamiento se haban registrado,o se siguieron registrando, pero stos fueron

    Herrera (1873-1959): la puja en una participacinampliada.

    Juan Jos Amzaga (1883-1956). La poca de unaalianza: negocios y economa dirigida.

    menos decisivos. En cierta etapa creciente delpas se pudo apuntar un pasaje regular de lalite intelectual a la direccin poltica cuandoarrib la que es posible categorizar como unatercera generacin de los niveles populares enque encontr su respaldo el bat11ismo. Dur poco.Ms estable fue, en cambio, el desplazamiento delelenco burocrtico-estatal a la direccin poltica,ya que implica un tipo de paso que la transforma-cin de la administracin en red de arrastre deadhesin partidaria ira haciendo crecientementeregular. Los capitales electorales formados en lagestin de todos los entes autnomos (y no slo enlos jubilatorios) habilitaron una transferencia queno puede dejar de considerarse un ascenso, sibicn no incorpor a los cuadros de direccin po-ltil 'a unos modos de accin ni una "mentalidadde status" sustancialmente distinta.

    Con todos los matices y los agregados quepuedan aportarse, tal es el panorama de la con-centracin del poder dirigente en el Uruguay hastacasi nuestros das.

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  • LOS SECTORES

    LA ELITE AGROPECUARIASobre ella nos hemos extendido en repetido;;

    pasajes de nuestro retroopecto histrico y su con-sideracin debe forzosamente abreviarse.

    Mencin primersima merece su poder eco-nmico. Si a este poder econmico -en cuanto esmensurable en trminos de participacin en la ri-queza total de la colectividad- nos atenemos, losestablecimientos superiores a las 2.500 hectreas-1.232, segn clculos de Tras sobre el censode 1956; 1.212 en 1966, segn estimacin re-ciente de Quijano; 1.300, de acuerdo con elInstituto de Economa- representan el 1,53 %del nmero de fundos, mientras que su exten-sin asciende al 35,20 % de la tierra utilizada(5:245.349 hs.). A pesos de hoy, es difcilque el capital fijo y mOvlble de esos estableci-mientos sea inferior a los 600 millones de d-lares, lo que elevara su ganancia global a unos

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    40 millones de dlares anuales si los porcentajesde rentabilidad calculados por el precitado Insti-tuto en "El proceso econmico del Uruguay" '-:-del7 % al 6 %- son los justos.

    Difcilmente discutible -a la inversa de algu-nos de estos clculos- es que en ese cupo de unmillar y cuarto de establecimientos se sita la"clase alta ganadero-agrcola". Tiene en cambioalgo de irreal la unidad "establecimiento" comosinnimo de unidad propietaria individual o fami-liar, puesto que inciden, en una cuenta socio-eco-nmica realista y no meramente catastral o fiscal,la 'concentracin de predios en na sola mano, elfenmeno de las "sociedades annimas del campo",la desconcentracin deliberada a fines impositivoso meramente tcnicos, y' aun muchos ejemplos dedesdoblamiento entre arrendadores y arrendatarios.

    En cualquiera de' los casos posibles hay quesubrayar la gran concentracin de propiedad en el

  • tope de la pirmide: Tras calculaba, sobre dato.>de 1956, 38 predios con 965.000 hs.; el Institutoestima 300 de ms de 5.000 hs., asignndoles unaganancia lquida de 15 millones de dlares anuales.De esta crema emergen, como nombres y cifraslegendarias, aun fijadas a diferente fecha, estima-ciones como la de 139.000 hectreas del grupoMartinicorena en 1962, la de 120.000 del grupl'Gallinal, la del logro de 100.000 de J. Touron quela defensa oficiosa de un diputado se encarg de.divulgar (declaraciones del Dr. Botinelli en "ElPas" de 14 de junio de 1961).

    Como resulta comn en los sectores econmicosde ms poder, a propsito de la lite agropecuariaes posible hablar a la vez de su estabilidad global(comprese "ut supra" las cifras de predios mayo-res de 2.500 y 5.000 hs. entre 1956 y 1966) Y desu relativa movilidad individual y familiar. Sobreesta caracterstica se requeriran, como es natural,complejas investigaciones; como no se han hecho,slo cabe realizar alguna inferencia. Una lista me-dianamente amplia de las fortunas' agropecuariasms publicitadas o notorias permite verificar el in-greso directo en este sector de grandes patrimonios-los del grupo Mahilos y del grupo Salvo han sidolos ms ostensibles- amasados originalmente enadivid!1des diversas y en especial industriales. Peroeste fenmeno slo refleja el entrelazamiento natu-ral, casi incoercible entre todos los ncleos de lariqueza e importa menos que el posible ascensodesde niveles medios o bajos hacia la cima. No setrata, pues, slo del hacendado de regular patri-monio excepcionalmente hbil, sobrio y/o exitoso,sino de procesos (que por lo menos hasta no hacemuchas dcadas fueron relativamente frecuentes)en que se trep al nivel superior y desde ocupa-ciones humildes (escassimos; slo se ha divulgadouno) o se hizo desde otras, ajenas a la actividad.agropecuaria directa (comercio al por menor en

    las capitales del interior, remate de ganados, trans-porte, empleos precedentes en las secciones banca-rias de crdito rural, etc.).

    El ingreso de la inversin extranjera en estesector econmico, que tuvo ya sus precedentes casilegendarios en "Los Cerros de San Juan" y en"Nueva MeWen", agrega no slo nuevos factoresde movilidad sino que, en verdad, superlativizaun fenmeno de mayor hondura. Es el de la inte-gracin de la agropecuaria entera a los mecanis-mos de cierto tipo de capitalismo especulador que,sin mayor apego ni tradicin terrgena, adquiere ose deshace de y liquida establecimientos, oficia dearrendador o de' arrendatario, alterna o sustituyemodalidades de explotacin, todo al comps deestrictos y actualsimos clculos de rentabilidad. Lasgrandes ganancias que hizo posibles durante el pe-rodo batlleberrista la poltica de sostn a los pre-cios agrcolas (en cuanto asegur un superbenefi-cio al gran capital y a la gran extensin) representaprobablemente la etapa decisiva de esta transfor-macin de comportamientos y valores.

    Tanto a esta altura de su desarrollo como desdemuchas dcadas atrs, la lite agropecuaria hasido la ms regularmente organizada y articuladadel pas, y aun la ms percutiva y coherente en lapresentacin de sus reclamos. Fuerte en sus centrosinstitucionales desde la Asociacin Rural (1871) Yla Federacin Rural (1916), dividiendo entre am-bas, desde la aparicin de esta ltima, la gestintcnica y la accin poltico-gremial, la clase altarural se ha beneficiado comnmente con la invo-cacin de las demandas de los extensos estratos quebajo ella pugnan, a veces difcilmente, por mantenersu "status" y aun sobrevivir. Toda pugna sobreprecios unifica al sector, aunque toda victoria enella lo aventaje muy desigualmente. Merece tambinapuntarse el alto grado de "comunicacin interna"que la lite rural posee, desmesurado en especial si

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  • 25 de agosto en el Prado: los animales importan ms que los hombres.

    se le compara con el que caracteriza a los nivelesms bajos. En este punto la multiplicacin de fe-rias, exposiciones, ventas en estancias y el incre-mento de los medios de desplazamiento (el avines entre ellos comn) no ha hecho ms que acen-tuar el desnivel.

    Las caractersticas anteriores contribuyen tam-bin a explicar la alta "visibilidad" de la liteagropecuaria. Propietaria de los medios de pro-duccin de las nicas riquezas bsicamente expor-tables, cuestionadas como monopolizadoras de unbien crecientemente raro con efectos verosmiles debloqueo sobre el desarrollo de las estructuras nacio-nales, son atacadas, variable pero coherentemente,por la baja productividad que su gestin empre-sarial alcanza. Y tambin por la magnitud de laganancia "per capita" cuando sta se mide deacuerdo con el monto de los subidos capitales quelos integrantes del nivel ms alto poseen. Desde1958 el "campo" ha demostrado que no respondc

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    a los estmulos cambiarios ni a alicientes ni cas-tigos fiscales con un incremento sustancial de laproduccin media; pese a ello el adensamiento yla tecnificacin de la explotacin agropecuaria hairrompido en la ltima dcada a la categora d~una meta nacional suprema, a la condicin desalida visible del estancamiento y el retroceso.

    Entre estas coordenadas se mueve el poder pol-tico-social del alto sector rural. Como la experien-cia reiterada del pas lo verifica, controlando unrubro comercializable de la ndole de la lana, laretraccin de las corrientes de venta suele signi-ficar, con la presin sobre un poder pblico dbilo complaciente, la devaluacin monetaria inevita-ble. Y si con esa forma estratgica de poder quees la capacidad de "veto" quiere medrsele, recur-dese la suspensin indefinida que desde 1963 sufrela ley que deroga la posibilidad de las sociedadesannimas rurales.

  • En una sociedad del tipo de la nuestra, quiendice poder econmico dice prestigio. Las mues-tras de agosto en el Prado son, desde hace msde medio siglo, uno de los grandes eventos nacio-nales. Y a ello hay que sumar todava el otroprestigio que rodea, en todas las sociedades de pro-piedad privada, la propiedad de la tierra enparticular. Ninguna otra modalidad de dominiollega en este orden a comparrsele.

    LA ELITE MERCANTILVieja es la tradicin comercial de Montevideo

    y la funcin del pas circundante como zona de suinfluencia. Menos dilatada es la historia de susbancos, vinculada en su origen a la plena insercindel Uruguay en la rbita capitalista mundial. Lainteresante figura del Barn de Mau llena todauna poca de inseguro crecimiento y, tras ella, lade Reus, hacia 1890, dara el sello a la gran aven-tura especulativa que el pas tard tanto tiempoen olvidar. De todo ese perodo slo sobrevivirauna empresa, el Banco Comercial (1857), cuya"prudencia" (que lo salv de las, tormentas), cuyaindiferencia a todos los infortunios colectivos, cuyaomisin de todo gesto de apoyo a los poderes delEstado en los ms urgentes apremios comunes, loconvertira en el ms completo dechado de lo queun banco, en las estrictas e implacables tica ylgica del capitalismo, debe ser.

    Con los bancos nacidos hacia el filo del 90 ylos que tras ellos se fundaron hacia el 900 y conel Comercial como decano, el sector bancario fueincrementando pausadamente su poder. Con todo,puede decirse que hasta la quinta dcada del XXese poder estuvo vigorosamente contenido por elcrecimiento paralelo de un sistema bancario esta-tal, dotado, desde un cuarto de siglo antes, defuertes tradiciones institucionales, provisto de un

    alto sentido de servicio pblico, armado de mono-polios eficaces y resguardado, al menos por mstiempo que otros entes pblicos, de la erosin en-vilecedora de la poltica menuda.

    Hay que saltar muchas escalas intermediaspara llegar al presente y baste decir aqu que elcrepsculo del aparato bancario oficial fue la con-dicin para que a superpotencia bancario-comer-cial se erigiera en "sector hegemnico" dentro del

    Bolsa de Comercio: el iuego de los "valores" y unsolo valor.

    '29

  • sistema de nuestra econorpa. Ms dudoso es -laopcin tiene que estar bastante teida por la ideo-loga- si el deterioro de los entes bancarios estata-les por la ineptitud, por la corrupcin directiva y lamediocridad gerencial, por la mediatizacin a lasurgencias monetarias y fiscales del Estado, respon-di o no a un "plan". Es decir: si obedeci a unprograma alentado desde esferas gubernativas einstrumentado por los grandes intereses econmicosprivados, o result, por el contrario, el corolariono querido de un derrumbe general. Ms prudenteparece la segunda suposicin aunque, especialmen-te en los ltimos tiempos, no sea fcil de refutarla primera.

    De cualquier forma que sea, las consecuenciashan sido unvocas. Desde la difusin del uso delredescuento como recurso de regulacin monetaria,su excepcional potencialidad de ganancia multipli-c, en laS ltimas dos dcadas, el nmero de esta-blecimientos bancarios. Los Nros. 20 y 26 de estacoleccin han subrayado los arbitrios que; tras l,el sistema bancario utiliz desaprensivamente. Elcontrol del 80 % de las exportaciones, de la mone-da, de la industria, la entrada a fondo en losnegocios de. la propiedad y. la locacin inmueble(obstculo formidable a la formacin de la fami-lia uruguaya), las abismales diferencias en las tasasde inters entre las del dinero recibido y el pres-tado en trminos de usura, el juego contra lamoneda nacional y la cruda provocacin de lassucesivas devaluaciones que el pas ha sufrido, laocultacin contable de enormes ganancias, con finesde evasin fiscal o de recorte del beneficio accio-nario, la responsabilidad mayor en la fuga de capi-tales hacia el exterior (292 millones de dlaresentre 1962 y 19(7), la utilizacin de las "socieda-des financieras" como medio de dispersin empre-sarial y de elusin de algunas restricciones legales,todo este lote, repitamos, es harto bien conocido

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    por la opinin ilustrada del pas y los escndalosde 1965 y aoo posteriores lo han subrayado confeliz e inesperado nfasis:' La reflexin histrica seinclina a registrar un sugestivo paralelo entre lasformas clsicas de la piratera, que tanta influenciatuvieron en la "acumulacin primitiva" que habi-lit el ascenso capitalista, y este repertorio de moda-lidades que pareceran marcar su crepscglo.

    Tambin han tomado estado pblico los dosprocesos, slidamente interrelacionados, de extran-jerizacin (en 1963 un 9 % del capital era forne;en 1968 llegaba al 45 %) y de concentracinde la banca, acelerados tanto por la crisis ban-caria del 65 y la prdida de confianza en lagestin nacional como por las propias necesidadesde expansin de los gigantes bancarios norteame-ricanos y europeos., Agreguemos a estos factores,frecuentemente subrayados, que dentro de una es-tricta lgica de las estructuras econmicas, resultaperfectamente coherente que el "sector hegem-nico" dentro de ellas asuma (aun en las reassubdesarrolladas) las caractersticas formales "msavanzadas" del modo de produccin dominante.

    Enrgicamente liderado por la Asociacin deBancos, hay variados indicadores de esta condi-cin hegemnica de que hablamos. La calladahibernacin de la norma derogatoria de las finan-cieras (ley 13.330; artculo 504 de la Rendicinde Cuentas de 1966) representa slo una muestrade su eficacia en cancelar los pocos preceptos real-mente incmodos que la autoridad pblica tiene,en oportunidades de alarma social" que adoptar.Se ha calculado que entre 1939 y 1959 la bancaoficial cedi a la privada el control de 2/3 de losdepsitos y las colocaciones. Pero esta cesin deterreno pudiera haber estado neutralizada por unaaccin de supraordinacin y control por parte delsistema bancario ~tatal. La ley de 1935 sobreintegracin del Consejo Honorario del Departa-

  • Directorio del Banco Comercial en 1925. La continuidad de un espritu: la desconfianza hecha virtud.

    mento de Emisin (de la que saldra en 19J)6 elBanco Central) parta del supuesto de una dife-renciacin de los intereses agropecuarios y comer-ciales y los intereses de los banqueros; parta tam-bin de una presunta vivencia de cierto "sentidodel Estado" en los integrantes de derecho de lamayora de ese Consejo. Cuando esas diferenciasse minimizaron a travs del activo entrelazamientointersectorial, cuando ese sentido del Estado quedslo en la cscara de las frases, la banca privadase encontr controlndose a s misma, esto esdecir: autorregulndose. Y parece que la crea-cin del Banco Central, cado, tras breve lapso,en manos de los "hombres de negocios", o de susagentes, no alter sustancialmente la situacin.

    Si se analizan los apellidos del segmento directorbancario y su alto coeficiente de continuidad fami-liar, se hace evidente que l configur antes que

    otros un centro de intercambio de "roles" y funcio-nes con los restantes sectores econmicos. Al princi-pio esta unin es ostensible con el grupo alto estan-ciero, aunque no hayan faltado linajes de actividadespecficamente bancaria. La industria irrumpiradespus, como lo marc en cierto momento algnbanco, aportando algunas de sus figuras ms exi-tosas. En tiempos ms cercanos, sin embargo, ycontribuyendo a ello la ndole compleja y aun ries-gosa de muchas de sus actividades, el lote banqueroha incorporado a sus filas hombres formados desdeniveles algo ms inferiores. Se trata, como es habi-tual, de una seleccin de los ms competentes (olos menos escrupulosos, que en este ramo de servi-cios quiere decir, "grosso modo", 10 mismo).

    Menor parece hoy el poder, aunque tambinposee interesantes peculiaridades, del tradici()nalsector del alto comercio. Altamente beneficiado

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  • por las sucesivas devaluaciones a travs del mante-nimiento de stocks y del remarcado de precios, lareforma cambiaria de 1958 alter, empero, la si-tuacin de semimonopolio que implic para l laimportancia de los "antecedentes" en el rgimende "cuotas" y sus derechos eventualmente enaje-nables.

    LA ELITE INDUSTRIALHay acuerdo casi universal de que en todas

    las sociedades de crecimiento retrasado ha sido elproceso industrializador el factor desencadenantede un ascenso a ms altos niveles de desarrQllo eintegracin sociales. Y si esto es as tambin loes que, salvo en los contados casos en que la ges-tin de este proceso fue asumida originariamentepor el Estado, la formacin de un ncleo empre-sario promotor ha sido condicin imprescindiblede su existencia.

    Las primeras manifestaciones de la industria-lizacin se dieron en el pa& ,~n forma ms tempra-na de lo que algunos esquemas suponen. Ya sedeca que la misma naturaleza de la produccinexportable reclam, desde los primeros tiempos,la actividad del saladero; y aun podra agregarseque determinadas manufacturas -velas, carros,etc.- fueron reclamadas por el medio y las difi-cultades de abastecimiento.

    De cualquier manera es lgico tomar comopunto de partida de un empresariado industrialdefinido el cuarto tercio del siglo pasado y lgicotambin marcar la importancia de las primerasleye.s proteccionistas (1875-1888). Como ha ocurri-do por lo regular, fueron las actividades industria-les "livianas", dirigidas al :consumo y de "protec-cin necesaria", las que primero -y por largu-simo lapso- tuvieron viabilidad. Con la habitualcarencia de estudios sobre el tema, puede afirmarse

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    que no es claro el origen social y economlCO delprimer empresariado jndustrial. Aventuremos, attulo de hiptesis, que pudo provenir en algunoscasos de la artesana de taller y en otros de unainmigracin pequeo-industrial europea con tradi-ciones artesanales. Esto en los comienzos, tal vezcomo trazo dominante. Pero la accin empresariade familias como los Salvo permite inferir quebastante tempranamente (1897 en su caso) se mar-c un plano de pasaje entre el comercio y la in-dustria. El proceso se agudiz en pocas posteriores,en especial durante las dos guerras mundiales con subrusco incremento de la actividad industrial a im-pulsos de la sustitucin de importaciones. Es lgicoque quienes poseen un establecimiento mercantilque se ve privado un da de sus fuentes de sumi-nistro traten de agencirselos por s mismos.

    Todo esto, repetimos, es hiptesis. Pero hip-tesis que cabra verificar o desechar con las histo-rias personales y familiares de los protagonistasms notorios de esa etapa del proceso. Lo que casipor s permite una nmina preliminar de esos pro-tagonistas es establecer la ndole no-tradicional yaun .casi siempre neo-burguesa de ese sector socialy la acentuada preeminencia de determinados ori-genes nacionales, que aqu fueron seguramente elitaliano y el cataln (ms algunos franceses, ale-manes, etc.). Casi obvio es decir que para esa capaempresaria el xito de sus propsitos se tradujoen un enrgico impulso social ascendente y --elfenmeno es general en Amrica pero ms intensoen la colectividad mvil y abierta que fue la uru-guaya- en el entrelazamiento con los ncleos mstradicionales de la propiedad estanciera y comer-cial. Menos segura es la inclusin de ese empre-sariado en algunos de los diversos tipos que algunossocilogos especializados en el punto -caso deHenrique Cardoso ~han declarado para el patro-

  • la emergencia del poder industrial.

    nato industrial. Puede suponerse que, dentro delos modestsmos parmetros tcnicos y econmicosen que se movieron, tendieron a acercarse al tipode "industrial puro" y aun al del "empresario puri-tano", definido como "aquel al cual su orientacinlo lleva a un incremento de la racionalidad a nivelpuramente interno de la empresa".

    Hacia 1930, al estmulo de la persistente accinpromotora que el batllismo cumpli, el Uruguayhaba accedido a determinada altura de actividadindustrial que, tal como se exhibi en la exposicindel Centenario de la Constitucin, pareca satisfac-toria. La muestra bien puede verse .hQY como elcierre de una poca. Y como el prlogo, a su vez,de una segunda etapa en la que, en estrecha corre-lacin con profundos cambios estructurales de lasociedad uruguaya, un nuevo empresariado indus-

    trial en nuevos ramos -neumticos, procesado delanas, frigorficos de asiento formalmente nacional,metalurgia, carroceras, etc.- crecera al impulsodel proceso ya referido de sustitucin de importa-ciones. Como no hace mucho se ha alegado conbrillo, tanto las secuelas de la crisis econmica de1929 como el conflicto mundial (1939-1945) re-presentaron un perodo intenso de debilidad co-yuntural del capitalismo, que tuvo la consecuenciade dotar a los procesos industrializadores de lospases dependientes de un margen de autonomadel que hasta entonces haban carecido.

    En tal contexto surgi m!iarn~n.tcun.nuewestilodgestiii- patronal: las tipologas ya referi-das lo designan como el del-"empresario especula-dor" y del "empresario desarrollista pero especula-dar", sin un muy claro deslinde (a nuestro pare- .

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  • cer) entre ambos. Con la visible preeminenciade la primera de estas dos modalidades, la liteindustrial uruguaya pudo lograr Un peso consi-derable dentro de la estructura econmica nacio-nal de las dos ltimas dcadas. Contrajo en estelapso esa alianza (que Bourricaud seala paratoda Latinoamrica) con sectores agrarios msregresivoo que ella misma y que son, justamente,los que constrien una expansin del mercadoque sera la nica va idnea para asegurar sudesarrollo ms firme. Otros anlisis han ~ubrayado el contraste entre su alto grado de capa-cidad acumulativa y su permanente dependen-cia del. exterior en materia de maquinarias, sumi-nistros y tcnicas. Cuando, tras 1945, la aludidadebilidad coyuntural del capitalismo fue enjugada,se intensific el proceso de extranjerizacin delempresariado industrial que hasta hoy ha prose-guido sin pausas. Ya sea a travs de establecimien-tos filiales, ya por la asociacin "a inversin en em-presas nacionales con dificultades tcnicas o finan-cieras, ya vinculando al negocio de importacinuna etapa industrial de armado y terminado, debesealarse la preeminencia o la entidad de la inter-vencin y gestin capitalista extranjera en ramastan diversas como la metalurgia (en especial meta-les livianos), los productos qumicos y farmacuti-cos, los textiles (tanto de lana y algodn como defibras nuevas), la electrnica y la electricidad, lacartonera, la cermica, las pinturas, las bebidassin alcohol, la cerveza, el aceite, el azcar, lamolienda y muchas otras.

    Batido desde un flanco por la intromisiva par-ticipacin fornea, el empresariado industrial uru-guayo ha sido incluso incapaz de articular la res-puesta de una ideologa industrializadora cabal-mente profesada o de ser, por lo menos, fiel a losesbozos que de ella se haban intentado. Puntomenor sera que la involucin econmica. uruguaya

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    no hubiera permitido alumbrar lo que las tipo-logas empresariales ya utilizadas dsignan como el"hombre de empresa moderno" o el "capitalistamoderno".

    LA ELITE DE LOS MEDIOS DEDIFUSION

    Cuando constitua el nico medio de comuni~cacin masiva, la prensa fue en el Uruguay, hastano hace muchas dcadas, ms que nada un instru-

    SADREP: tambin el aire tiene amos.

  • Prensa y T. V.: la industria de la trivializacin enmasa al servicio del sistema de dominio'.

    mento de lucha partidaria e ideolgica. Lo quequiere decir tambin: slo muy raramente un, "ne-gocio", una actividad encarada con los criterios deproduccin capitalista y evaluada de acuerdo conpautas determinadas de rendimiento. El fenmenoes general a toda e! rea de Occidente y ningunaoriginalidad presenta el proceso en e! pas.

    Ninguna originalidad tampoco asumi, dig-moslo lealmente, el curso de los hechos que han lle-vado a una condicin diferente a la prensa peridicay a los medios laterales (radio y televisin) que elproceso tcnico alumbr. Un factor especfico, sinembargo, est representado por el hecho de que,tomando pie en algunas disposiciones de gobiernosde la dcada del 30 destinadas a moderar la opo-sicin periodstica, los poderosos intereses centra-dos en la Asociacin de Diarios de! Uruguay fue- .ron capaces de asegurarse por ms de dos dcadasla multimillonaria regala que representaron tiposcambiarias especiales (y cada vez ms diferentesal general) para la importacin de sus insumos.Fuerte grupo de presin, puesto que acta sobre lasopiniones ms desinformadas, que son las mayori-tarias, no tuvo ms que invOCar, con e! nfasisdebido, la presunta funcin cultural y formativaque alguna vez (pero en el pasado) haba cum-plido y los solemnes fueros de una "libertad deexpresin por la prensa" cuyo ejercicio efectivo s-lo est al alcance de un puado de intereses yfamilias.

    Hasta que e! privilegio no se hizo demasiado. escandaloso y ms corto el pao en que haba querecortarlo, poco trabajo tuvieron en sostener lafuerza de estos argumentos.

    Escasa es, en trminos generales, la sustantivi~dad de la lite de los medios de difusin y acen-tuados sus vnculos de dependencia con la poltica(en especial la de la prensa) y la bancaria, agra-ria e industrial (las de la radio y TV sobre todo).

    Pero su privilegiada situacin de intermediariacon e! exterior, la posesin de los canales de noto-riedad y de prestigio es capaz de conferirle pode-res que, aun sin regalas cambiarias o impositivas,est perfectamente en condiciones de cobrarse (encargos diplomticos, en bancas legislativas y enotras numerosas, variadas formas).

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  • EL PERSONAL POLlTICONo han d~jado de insistir estas relle.xiones sobre

    la correlacin entre un Estado instrumentador deequilibrios sociales ms o menos :estables basadosen el compromiso y la emergencia de un personalpoltico experimentado en l Puo para esta emer-gencia algunas condiciones debieron darse y lasms importantes fueron la extensin de la partici-pacin poltica hasta un nivel de relativa "verdadelectoral" y el fortalecimiento de unas clases mediasurbanas y rurales en las que buena parte de esepersonal se reclut.

    El acentuado amorfismo organizativo de los par-tidos mayoritarios y la creciente canjeabilidad desus posiciones y sus ideas han acentuado entre estepersonal un slido espritu de cuerpo, que a alturaparlamentaria se expide sin cesar en reconocimien-tos "supra partidarios" de numerosas figuras; des-de hace algunas dcadas --con todo un repertoriode franquicias electorales al alcance de la mano-se hicieron posibles mltiples modos de aventu-rerismo poltico rnenudo que han llenado bancascon investidos que a nada ni a nadie responden.Inversamente, esa misma carencia de estructurasdefinidas ha canc~ado casi por completo el aportede la capacidad ostensible, de esa capacidad a laque, por todo lo alto, convoca la eleccin de unjefe acatado. Por si faltaran ejemplos, digamos queciertas selecciones hechas por Herrera o por LuisBatlle no seran posibles hoy; adase, todava, queel tipo del "intruso poltico" al que poco ms aba-jo se har referencia diverge grandemente del casoanotado.

    Como ocurre en casi todas partes, el prestigiosocial del pe~nal poltico ha sido por lo regularpobre y la baja cotizacin se acentu aun durantelas ltimas dcadas. Ms tal vez que su notoriainefectividad en enfrentar los sntomas indisimula-

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    dos de la crisis nacional, los numerosos privile-gios que el personal poltico se asegur largamentefueron sobre esto el factor de mayor impacto. Lashistorias de las jubilaciones favorecidas por elartculo 383 de una rendicin de cuentas cualquie-ra del trfico de autos baratos, de las desapren-si~as fijaciones de sueldos y del logro, mucho msdiscreto, de beneficios complementarios, et~., etc.,son harto conocidas para que no resulte OCIOSO surecuento. Mayor inters posee la reflexin sobre elvalor sintomtico de ese proceso. Pues puede