Océanos de sangre · Libro Segundo. · Rumores de Taberna

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Continuación Océanos de sangre.

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AdvertenciaEsta historia contiene escenas de violencia y sexo explicito, y lenguaje adulto que puede ser ofensivo para algunas personas. No se recomienda para menores de edad.

2014, Ocanos de sangre.

2014, Nut

2014, Portada: Neith

Beta reader: Hermione Drake

Esta historia es ficcin. Personajes, ambientacin y hechos narrados, son el fruto de la imaginacin de la autora. Cualquier semejanza con la realidad o personas reales, es pura coincidencia.

Todos los derechos reservados. No est permitida la reproduccin parcial o total de esta obra sin el correspondiente permiso de la autora, con la que se puede contactar en este correo [email protected]

o en su blog: http://medianocheeneljardin.blogspot.com.es/

Ocanos de sangre

Nut

Libro Segundo.

Rumores de taberna.La mujer sentada a la sucia y desportillada mesa luce su cobriza cabellera recogida en dos trenzas que le caen sobre la espalda. Sus ojos azules e inteligentes estn puestos en el hombre que se sienta ante ella, al otro lado de la mesa. El individuo, de rostro atezado y facciones marcadas y severas, habla en voz baja, ocultando la boca tras sus manos enlazadas, en una falsa actitud distendida. Ambos visten bajo sus capas de viaje gambesones, pantalones de lana y botas de montar. Su presencia en la destartalada taberna portuaria pasa prcticamente desapercibida entre la cantidad de sedientos clientes que en esos momentos ocupa el local. Hace poco han atracado dos navos adavaquios en el embarcadero ms prximo y ambas tripulaciones, ansiosas por tomarse la primera cerveza tras la larga travesa, han entrado directamente a la taberna, sin importar la mugre de sus suelos y paredes, el precio de las bebidas o la calidad de las mismas. El tabernero y su empleado, un mozalbete con la cara picada de viruela, no dan abasto en servir cervezas y botellas de vino. Los marineros hablan a grandes voces, hacen entrechocar sus jarras, discuten, cantan canciones obscenas y golpean con los puos el rudimentario mostrador para que les sirvan ms bebida. Tal algaraba no parece molestar a la mujer ni al hombre, que estn enfrascados en su conversacin.

No me gusta lo que me cuentas masculla la mujer. Agarra la jarra que tiene ante ella y bebe un par de buenos tragos. Apesta a maniobra orquestada por esa morralla selabia.

Si se confirma la informacin...

Habr guerra termina, rumiando las palabras. Maldita sea!

Cules son sus rdenes, seora?

Mis rdenes? repite irnica. Por m te mandaba ahora mismo a descabezar a esos perros traidores y clavar sus nobles testas en las almenas de la capital. Con un suspiro gira el cuerpo y recuesta la espalda contra la pared, sosteniendo la jarra con una mano. Pero nuestro rey Lefert es muy quisquilloso con eso de ejecutar gente sin un juicio previo.

Entonces?

La mujer observa pensativa el bullicioso local. Hay un grupo numeroso de marineros alrededor de una mesa al otro lado de la taberna. No puede ver quin est sentado en ella, pero sea quien sea parece suscitar un inusitado inters en los hombres que tiene a su alrededor.

Entonces habr que esperar responde, sin perder de vista el nutrido corrillo de curiosos al que poco a poco se le van sumando nuevos oyentes. Pondr a Su Majestad en antecedentes y tratar de convencerle de que tome cartas en el asunto, por mucho noble de alta cuna que est involucrado en esta asquerosa historia. Entorna los prpados y bebe despacio. No podemos consentir que esos selabios continen infiltrando su veneno dentro del Consejo.

Se termina la cerveza y con un movimiento enrgico se pone en pie.

Necesito algo con ms cuerpo que esto protesta. Voy a por ron.

Atraviesa decidida el local y se hace un lugar en el mostrador con un par de recios empujones. Mientras espera a que el tabernero le sirva, se percata de que el volumen de voces ha bajado considerablemente. Mira hacia la mesa del fondo, cada vez hay ms gente congregada a su alrededor, escuchando con atencin lo que sea que estn contando. Cuando el tabernero le pregunta qu quiere, ella apunta con la cabeza hacia la mesa.

Qu se cuece ah?

El hombre tuerce la boca en un feo rictus.

Unos patraeros que dicen haberse cruzado en el camino del Demonio Blanco.

La mujer alza una de sus estilizadas cejas rojas y su expresin se vuelve expectante.

Y viven para contarlo?

Por eso digo que son patraeros. Ms cerveza, seora?

Una botella de ron y dos vasos. Y procura que el ron no est aguado.

El hombre ni se molesta en desmentir esa posibilidad. Cuando tiene lo que ha pedido, la mujer se acerca al grupo de curiosos. Se abre camino entre ellos con dificultad, nadie parece dispuesto a perder su puesto, pero algn que otro se siente caballeroso y la deja llegar hasta el centro de atencin, una mesa pequea en la que hay sentados dos hombres que parecen realmente abrumados por el inters que despiertan. El ms joven de ellos, que aparenta unos treinta aos y luce una barba rubicunda y desgreada, habla mirando a su alrededor con recelo.

Por eso nos hemos exiliado aqu, en Nenan Talia. No quisimos regresar a Iterania, el dueo de nuestra naviera nos hubiera entregado a los selabios para librarse l de represalias.

As que fue el Demonio Blanco dice uno de los oyentes.

No le contradice. Se pasa la mano por los cortos y rubios cabellos y se los alborota. No escuchis? A nosotros nos atac ese otro barco de su flota, el que tiene el mascarn que parece un hombre amortajado.

El Fantasma apunta alguien.

Ese. El que es capitaneado por un hombre joven tan sanguinario como el Demonio Blanco. Un tal Seske.

Dicen que cuelga a los Oren y a los Mayanta por los pies de la vela mayor hasta que se mueren y despus deja que se pudran asegura un tipo tratando de hacerse un hueco a codazos.

Cllate! le exige otro. Djale hablar. Por qu os dej libres? No dicen que a los que no matan los venden como esclavos?

El capitn del Fantasma no quera dejarnos libres. Un joven intercedi por nosotros. Dijo no s qu de una promesa del Capitn Ireeyi, que Seske estaba obligado por esa promesa a dejarnos ir. Por los Dioses! Si incluso se bati con ese loco para conseguir liberarnos.

Pero, por qu? insiste el que le ha preguntado.

Yo qu s! El tipo mira a su compaero, un hombre cincuentn y enjuto, que permanece mudo y cabizbajo, agarrado con ambas manos a su jarra de cerveza, buscando en ella un apoyo que no consigue. Cuando nos liberaron dijo que hiciramos saber que el Capitn Ireeyi no quiere la muerte de los que no son selabios, que todo aquel que se rinda ser puesto en libertad.

Mentira! Mentira! estalla un hombretn, tratando de hacerse ver apoyndose en los hombros de los que tiene delante. Todos sabemos lo que quiere ese demonio, matar, matar y matar. No hace distinciones.

S las hace! interviene otro. A los selabios los mata, al resto los vende en Beronia.

Esto apesta a engao asegura una voz.

S! exclama alguien. Ese demonio quiere tender una trampa a quien se crea las paparruchas de estos.

Yo solo s que estamos vivos! profiere el de la barba rubicunda. Y que el joven que nos salv lo nico que nos pidi fue que divulgramos que los que rindan sus naves al Demonio Blanco no sufrirn dao y sern libres. Lo que hagis con esa informacin no es nuestro problema.

Un vocero iracundo se eleva hacia el techo; los hombres hablan todos a la vez para dar su opinin o desmentir la de otros. El sonoro golpe de la botella de ron al posarla sobre la mesa hace enmudecer al excitado grupo. La mujer apoya ambas manos en la madera y se inclina sobre el tipo de la barba, con un mohn coqueto en los labios.

Ese joven. Su boca se agranda en una sonrisa ancha y cmplice. Seras capaz de describrmelo?

El hombre bizquea y se distrae con el atractivo rostro que ha aparecido de la nada ante l.

Describirlo? Pues... balbucea. No s. Alto, moreno, delgado...

Sus ojos? inquiere, animada. De qu color eran sus ojos?

Como esmeraldas.

Todas las cabezas se giran hacia el otro hombre sentado a la mesa. Ha alzado el rostro y sus hmedas pupilas miran directamente a la mujer.

Verdes como esmeraldas, casi transparentes. Jams he visto unos ojos as.

La mujer esgrime una mueca de triunfo y su perfecta dentadura asoma entre los rosados labios.

Y me salv la vida aade el hombre, abriendo mucho los parpados. l me salv la vida.

Tabernero! Una ronda a mi cuenta para los parroquianos! grita la mujer. Las buenas noticias hay que celebrarlas proclama, pero nadie la oye, los vtores de los parroquianos ahogan sus palabras.