politica y violencia

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1 Violencia política Mario Domínguez Sánchez 1. Introducción En contraste con la uniformización del mundo se observan violencias de todo tipo: violencia urbana, violencia en países pobres cuyos conflictos parecen incomprensibles desde fuera, violencia de apariencia religiosa en los países de tradición musulmana; violencia integrista, nacionalista, racista; violencia del sistema mundial que acepta la creciente separación entre pobres y ricos; violencia judicial de las ejecuciones En Estados que parecen los principales garantes de la paz social; violencia en fin de guerras dispersas por el globo y vigiladas por la gran potencia mundial. Puede decirse que el sistema mundial tolera cierta “reserva de violencia” y que obtiene de ella ciertos beneficios, al igual que la economía tolera cierta “tasa de desempleo” susceptible de calmar los arrebatos reivindicativos. Y no obstante, a pesar de la aparente semejanza de estos tipos de violencias que citamos, ni tienen la misma significación, ni el mismo significado ni se mueven en las mismas escalas geopolíticas. Quizá la especificidad de la violencia política reside en que siempre aparece cuando las relaciones ya no son concebibles, ni negociables, y menos aún son instituibles o instituidas, o dicho de otro modo, cuando fracasan la simbolización y el espacio público donde sería posible debatir esta violencia no existe o continúa fragmentado, desequilibrado. 2. Hacia una improbable definición de la violencia política El criterio que seguiremos en este artículo será abordar el fenómeno de la violencia política de manera inclusiva, evitando los criterios moralizantes como referencia única pero sin perder de vista a los múltiples actores que convoca (tanto individuales como colectivos e incluso estatales), ni las implicaciones filosóficas, psicológicas y simbólicas que existen en la noción misma de violencia. En principio, plantear una reflexión sobre la violencia política tiene por lo menos una ventaja y un inconveniente. La ventaja es que implica una necesaria y sana mezcla de enfoques. Tema multidisciplinario por excelencia, la violencia obliga a traducir de hecho lo que siempre anhelan los científicos: entrecruzar los enfoques de los sociólogos, los politólogos, los historiadores, los filósofos, los psicólogos, e incluso los juristas. En cuanto al inconveniente, la existencia de, por supuesto, una multiplicidad de formas y una estricta desigualdad, y lo que está en juego aquí no es solamente la diferente intensidad de las prácticas, sino también sus finalidades y sus naturalezas. Además, existe la dificultad de medir la violencia de la que se habla. Aunque resulte extraño decirlo, la violencia política es muy relativa, y se percibe en una forma muy distinta según las épocas, los medios sociales, los universos culturales. Esto nos indica que la violencia debe ser nombrada para existir, que no existe en cuanto tal, sino que es el fruto a la vez de un contexto y de una lucha de poder. Incluso las violencias extremas, aunque son las que se experimentan con mayor dureza y de manera uniforme, proceden de esta lógica de nominación. Queremos decir con ello que la violencia no siempre puede objetivarse. Como todo fenómeno social, es el resultado de una lucha de definiciones entre actores que tienen intereses divergentes y recursos distintos: una lucha terrible, sobre todo porque el concepto es acusatorio y moralmente condenable en un mundo pacificado, en el cual el violento casi nunca tiene razón. Una prueba de esta dificultad se halla en que la concepción habitual de la violencia. Ésta se ha convertido en un significante vacío pues no posee un significado sobredeterminado sino que los enlaces entre significado y significante son totalmente contingentes. Por eso, el Estado democrático no suele ser “violento”, y prefiere invocar su “fuerza legítima”, mientras que a menudo califica como tales a sus opositores manifestantes. No todos tienen el poder de nombrar. De este modo la violencia visible está del lado del adversario, el recurso a la coacción o a la coerción del lado de los partidarios del orden. 1 Esta asimetría ha llevado a que la violencia política sea objeto de un juicio por lo común negativo. Sin embargo, la mayor parte de las entidades políticas modernas no se constituyeron por agregación voluntaria; gran número de avances democráticos o de conquista sociales se han conseguido gracias a la violencia de masas, los disturbios e incluso las insurrecciones y las guerras civiles. Entre su condena y su justificación, la labor de memoria y el deseo de olvidar, la violencia política ocupa un lugar excepcional en el imaginario de la gente. Así pues, aunque sea objeto de mecanismos de exhibición que pretenden estigmatizarla, es al mismo tiempo objeto de rechazos que tienden a 1 Zizek (2008) plantea lo mismo aunque con una terminología distinta. Así afirma que tras el señuelo de la violencia subjetiva, directamente visible, practicada por agentes identificables (y mas allá de esa violencia simbólica primordial) existe un trasfondo de una viol encia “objetiva” o sistémica (coerción), inherente al estado de las cosas “normal”, el nivel cero de lo que percibimos subjetivamen te como violencia subjetiva. Esa violencia objetiva adopta una nueva forma con el capitalismo y la circulación especulativa del capital. Es “real” en el p reciso sentido de determinar la estructura de los procesos materiales sociales, proporciona la clave de los procesos y las catástrofes de la vida real. Es ahí donde reside la violencia sistémica fundamental del capitalismo: ya no es atribuible a los individuos concretos sino que es puramen te “objetiva”, sistémica, anónima, es la lógica que determina lo que ocurre en la realidad social.

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    Violencia poltica

    Mario Domnguez Snchez

    1. Introduccin

    En contraste con la uniformizacin del mundo se observan violencias de todo tipo: violencia urbana, violencia en pases pobres cuyos conflictos parecen incomprensibles desde fuera, violencia de apariencia religiosa en los pases de tradicin musulmana; violencia integrista, nacionalista, racista; violencia del sistema mundial que acepta la creciente separacin entre pobres y ricos; violencia judicial de las ejecuciones En Estados que parecen los principales garantes de la paz social; violencia en fin de guerras dispersas por el globo y vigiladas por la gran potencia mundial. Puede decirse que el sistema mundial tolera cierta reserva de violencia y que obtiene de ella ciertos beneficios, al igual que la economa tolera cierta tasa de desempleo susceptible de calmar los arrebatos reivindicativos. Y no obstante, a pesar de la aparente semejanza de estos tipos de violencias que citamos, ni tienen la misma significacin, ni el mismo significado ni se mueven en las mismas escalas geopolticas. Quiz la especificidad de la violencia poltica reside en que siempre aparece cuando las relaciones ya no son concebibles, ni negociables, y menos an son instituibles o instituidas, o dicho de otro modo, cuando fracasan la simbolizacin y el espacio pblico donde sera posible debatir esta violencia no existe o contina fragmentado, desequilibrado.

    2. Hacia una improbable definicin de la violencia poltica

    El criterio que seguiremos en este artculo ser abordar el fenmeno de la violencia poltica de manera inclusiva, evitando los criterios moralizantes como referencia nica pero sin perder de vista a los mltiples actores que convoca (tanto individuales como colectivos e incluso estatales), ni las implicaciones filosficas, psicolgicas y simblicas que existen en la nocin misma de violencia. En principio, plantear una reflexin sobre la violencia poltica tiene por lo menos una ventaja y un inconveniente. La ventaja es que implica una necesaria y sana mezcla de enfoques. Tema multidisciplinario por excelencia, la violencia obliga a traducir de hecho lo que siempre anhelan los cientficos: entrecruzar los enfoques de los socilogos, los politlogos, los historiadores, los filsofos, los psiclogos, e incluso los juristas. En cuanto al inconveniente, la existencia de, por supuesto, una multiplicidad de formas y una estricta desigualdad, y lo que est en juego aqu no es solamente la diferente intensidad de las prcticas, sino tambin sus finalidades y sus naturalezas. Adems, existe la dificultad de medir la violencia de la que se habla. Aunque resulte extrao decirlo, la violencia poltica es muy relativa, y se percibe en una forma muy distinta segn las pocas, los medios sociales, los universos culturales. Esto nos indica que la violencia debe ser nombrada para existir, que no existe en cuanto tal, sino que es el fruto a la vez de un contexto y de una lucha de poder. Incluso las violencias extremas, aunque son las que se experimentan con mayor dureza y de manera uniforme, proceden de esta lgica de nominacin. Queremos decir con ello que la violencia no siempre puede objetivarse. Como todo fenmeno social, es el resultado de una lucha de definiciones entre actores que tienen intereses divergentes y recursos distintos: una lucha terrible, sobre todo porque el concepto es acusatorio y moralmente condenable en un mundo pacificado, en el cual el violento casi nunca tiene razn. Una prueba de esta dificultad se halla en que la concepcin habitual de la violencia. sta se ha convertido en un significante vaco pues no posee un significado sobredeterminado sino que los enlaces entre significado y significante son totalmente contingentes. Por eso, el Estado democrtico no suele ser violento, y prefiere invocar su fuerza legtima, mientras que a menudo califica como tales a sus opositores manifestantes. No todos tienen el poder de nombrar. De este modo la violencia visible est del lado del adversario, el recurso a la coaccin o a la coercin del lado de los partidarios del orden.1

    Esta asimetra ha llevado a que la violencia poltica sea objeto de un juicio por lo comn negativo. Sin embargo, la mayor parte de las entidades polticas modernas no se constituyeron por agregacin voluntaria; gran nmero de avances democrticos o de conquista sociales se han conseguido gracias a la violencia de masas, los disturbios e incluso las insurrecciones y las guerras civiles. Entre su condena y su justificacin, la labor de memoria y el deseo de olvidar, la violencia poltica ocupa un lugar excepcional en el imaginario de la gente. As pues, aunque sea objeto de mecanismos de exhibicin que pretenden estigmatizarla, es al mismo tiempo objeto de rechazos que tienden a

    1 Zizek (2008) plantea lo mismo aunque con una terminologa distinta. As afirma que tras el seuelo de la violencia subjetiva, directamente visible, practicada por agentes identificables (y mas all de esa violencia simblica primordial) existe un trasfondo de una violencia objetiva o sistmica (coercin), inherente al estado de las cosas normal, el nivel cero de lo que percibimos subjetivamente como violencia subjetiva. Esa violencia objetiva adopta una nueva forma con el capitalismo y la circulacin especulativa del capital. Es real en el preciso sentido de determinar la estructura de los procesos materiales sociales, proporciona la clave de los procesos y las catstrofes de la vida real. Es ah donde reside la violencia sistmica fundamental del capitalismo: ya no es atribuible a los individuos concretos sino que es puramente objetiva, sistmica, annima, es la lgica que determina lo que ocurre en la realidad social.

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    enmascararla.

    2.1. Violencia como objeto de la ciencia social

    Nuestra primera propuesta consiste entonces en aproximarnos a la violencia poltica en tanto que modo de reaccin social inserto en una formacin particular de lo social. Partimos pues de una aproximacin operativa de la violencia poltica para diferenciarla de otras formas de accin, especialmente aquellas con connotaciones sociales. Una definicin habitual de la violencia plantea que se trata de un acto de coercin dolorosamente experimentado, puesto que se trata del fenmeno de la utilizacin de la fuerza o la amenaza de su uso entre individuos, grupos o instituciones con el objeto de obtener algo de ese otro que, de otra forma, no estara dispuesto a concedernos. En palabras del historiador norteamericano Charles Tilly (1978, p. 176) violencia es toda interaccin social como resultado de la cual hay personas u objetos que resultan daados fsicamente de manera intencionada, o a los que se amenaza de manera creble con padecer dicho quebranto. Pero esta definicin es demasiado completa y al mismo tiempo incompleta. Es demasiado completa porque da la posibilidad de calificar como violencia a cualquier presin social que contrare la voluntad individual. Pero al mismo tiempo esta definicin parece incompleta porque slo registra la dimensin objetivista de la violencia. En efecto, la violencia no es slo un acto de coercin: tambin es una pulsin que puede tener como nica finalidad su expresin, para satisfacer la ira, el odio o un sentimiento negativo, que tratan de manifestarse. El objetivo no sera coaccionar, sino slo ensuciar, destruir o construirse mediante el acto violento. Adems, aunque la violencia implica la existencia de un verdugo y una vctima, no siempre es fcil distinguirlos. El que coacciona puede estar coaccionado a hacerlo, a menos que acepte su desaparicin, convirtindose as en un verdugo, vctima de su coaccin. Si bien el dolor y/o el miedo estn generalmente asociados a la violencia, no bastan para definirla. Hay otros elementos que complican la anterior -y de hecho cualquier- definicin.

    1) En primer lugar debemos recordar que en cada momento histrico el concepto de un hecho puede ser definido de una forma distinta a como lo fue en el pasado, sin que por ello supongamos uniformidades de pensamiento, ya que en un determinado tiempo pueden coexistir distintas concepciones. Este es el caso precisamente de la violencia poltica, pues no toda la sociedad reconoce las mismas cosas como violentas, lo que hace que incluso puedan llegar a justificarse de manera diversa y hasta opuesta. No se trata de violencias individuales, ni del problema filosfico de la violencia en las relaciones sociales, antiguas y modernas. Nuestra consideracin se refiere casi en exclusiva a las violencias polticas, a los conflictos colectivos en los que est presente el problema del poder y de la decisin poltica. De la dificultad de este tema complejo pueden ser paradigmticas las afirmaciones que se pueden recoger en algunos ensayos recientes que, sin duda con mejor voluntad que preparacin, aportan definiciones cerradas de estos fenmenos como si la explicacin de la violencia y de otras realidades insertas en los ms profundos recovecos del comportamiento humano y social fuera factible, sin ms, desde la observacin y el sentido comn.

    2) Parece obvio, que lo que distingue una forma de violencia de otra es el objeto mismo de la violencia. En nuestro caso, lo que hara de la violencia poltica un fenmeno singular es que su fin ltimo sea la modificacin, desarrollo, sostenimiento o reproduccin del ordenamiento social y, por tanto, de las relaciones y estructura de poder que definen una sociedad, y con ello del Estado. En definitiva, si algo caracteriza a toda accin de violencia poltica es que pretende influir en el ordenamiento social.

    3) Por ltimo, la violencia en perspectiva histrica se ve obligada siempre a un estudio comparativo en trminos del cross-national analysis. El anlisis histrico de la violencia social o poltica no puede extraer una base emprica convincente si no tiene una proyeccin comparativa empleando como trminos los Estados, regiones o zonas territoriales y polticas de caracterizacin clara, nica comparacin posible en materia de violencias colectivas e individuales.

    El problema central que dificulta los intentos de entender la violencia como un hecho poltico y por tanto susceptible de ser objeto de las ciencias sociales, como una manifestacin de lo humano en la que puede discernirse un desarrollo temporal inteligible, parece derivarse de la naturaleza de la violencia como un componente genrico de lo social, del que no hay una percepcin clara y no se deja analizar partiendo de la especificidad de los hechos sociales particulares. Para que una realidad tan genrica como la violencia aparezca como fenmeno poltico-histrico explicable ha de podrsela entender como hecho social bien discriminado. Tal concrecin exige partir del presupuesto de que la violencia es una forma de relacin social inserta en cualquier conformacin particular de las sociedades. No conocemos sociedades histricas sin presencia de relaciones a las que se puede aplicar el apelativo de violentas; lo que cabe cuestionar es el grado y frecuencia con que se presentan. Pero slo podemos hablar de fenmenos violentos cuando determinadas acciones individuales y sociales tiendan a una especificidad que pueda revelarnos, y nos permita atribuirles de manera inequvoca, una influencia sobre la reproduccin social.

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    Ahora bien, lo que hace caracterstica a la violencia frente a otras formas de accin poltica es, como se deduce de la definicin anteriormente hecha de violencia, la utilizacin de la fuerza, es decir la utilizacin de este medio para quebrantar la voluntad de quien origina o promueve una forma dada de orden social, de tal manera que se subvierten sus deseos e intenciones. Se tratara, pues, de conseguir que se haga algo que, de otra manera nunca sera hecho. La violencia poltica en sus distintas formas consiste siempre en ser un instrumento de poder coactivo que es utilizado para la perpetuacin, sostenimiento, modificacin o cambio del poder mismo, y es por tanto, un elemento de orden y cambio social. No es el nico, pero en la historia de la humanidad se rastrea su utilizacin recurrente como medio de sustentacin o modificacin del ordenamiento social que se construye en las relaciones sociales, relaciones que son siempre de poder.2 Siguiendo con esta argumentacin, podemos entonces afirmar que la violencia poltica es ante todo una forma de articular la relacin que existe entre gobernantes y gobernados, lo que hara de ella un fenmeno que se despliega de arriba a abajo y viceversa, es decir, se caracterizara por la verticalidad y por su naturaleza siempre colectiva. Frente a este tipo de violencia, la de naturaleza social, se distinguira por ser de carcter horizontal, porque en ella los actos de violentacin de voluntades no tienen por objeto el poder, dado que se produce entre actores que se encuentran al mismo nivel, lo cual hace que pueda ser tanto individual como colectiva. No obstante comprobaremos que esta distincin entre violencia poltica y social no es tan sencilla.

    Todo proceso de vertebracin o de reproduccin social conlleva violencia si por sta entendemos un proceso de resolucin no pautada de conflictos. Pues bien, todo proceso de ese tipo conserva vestigios o restos de violencia: cuanto ms primitiva es una sociedad, esa resolucin no pautada se produce de manera ms genrica. Ante ello, el Estado moderno regula tales pautas de forma que el uso de la violencia se le reserva de manera monopolista, y es ah, desde el momento en que existe tal regulacin explcita, cuando podemos caracterizar la violencia poltica como fenmeno especfico. Antes de tal separacin, la violencia poltica no aparece como un fenmeno verdaderamente identificable como acto, sino como un resorte cuidadosamente normalizado, con funciones rituales y simblicas, en favor o en contra del poder, de las relaciones sociales, etc. En su visin desontologizadora del poder, Michel Foucault cuestiona que ste se halle atrapado en la alternativa: violencia o ideologa, para acabar con la imagen de un poder manipulador, autoconsciente, represor, cuya arma es la prohibicin y su relacin con el saber la de producir ideologa falseadora. La nocin de normalizacin es mucho ms problemtica, posibilita el observar cmo antes de manipular ideolgicamente un saber, el poder es su lugar de formacin. 3

    Por lo visto hasta ahora, para que sea posible analizar la violencia poltica es preciso que podamos conceptualizarla a travs de la conciencia que las sociedades tienen de que constituye una funcin estructural, pero modificable y regulable. No es posible el criterio etic, sino que es preciso partir del emic:4 si una sociedad no es consciente de la violencia como hecho social, no puede haber historia poltica de ella, salvo que tal historia la inventemos nosotros mismos. As ocurre que la verdadera evolucin histrica de la violencia a travs de las formaciones sociales es la que se muestra en la tendencia a hacerse cada vez ms explcita, ms visible, a convertirse en un fenmeno especfico. Por otra parte, el proceso de visualizacin de la violencia equivale en cierta manera al de su criminalizacin: histricamente la categorizacin especfica de los fenmenos violentos va acompaada por lo general de su equiparacin al crimen, de su visualizacin en trminos de justicia.5

    2 Hay que subrayar que el que la violencia poltica haya sido y sea un instrumento habitual utilizado por grupos socialmente emergentes para el cambio social no significa: 1) que todo movimiento social recurra necesariamente a ella como medio para alcanzar sus objetivos, y 2) que no existan formas alternativas para inducir el cambio social (ni que decir tiene para el caso de la sustentacin del orden) al margen de la fuerza. Lo que se quiere sealar es que, aunque toda recurrencia a la violencia poltica es para mantener o modificar el ordenamiento social, no toda sustentacin o cambio social se produce a travs de ella. 3 Es clebre el anlisis de la economa de la violencia realizado por Michel Foucault (1977) en Vigilar y castigar. La relacin poder/saber no obedece nicamente a una oposicin interesada entre lo que se hace y lo que se dice. Todo poder posibilita y produce un tipo de saber, de la misma manera que todo saber establecido asegura un ejercicio de poder. La administracin de los cuerpos es normalizadora an cuando no sea violenta, esto es, el sometimiento del cuerpo puede no ser violento sin dejar de ser fsico. El saber en su relacin con el poder puede desarrollarse como saber de gestin, que acumula datos para la administracin de los individuos; saber de investigacin, que promueve campos de estudio: salud, tcnicas industriales, demografa...; saber de Inquisicin, presente en toda informacin obtenida por medio de interrogatorio. La unin de ambos saberes condensa el modelo de relacin poder/saber presente en nuestra sociedad desde el siglo XIX y que produce tcnicas nuevas de investigacin: ciencias polticas, psicologa, estadstica, sociologa 4 La perspectiva emic se refiere al punto de vista de quien realiza una pauta, prctica o creencia; por ello es una descripcin en trminos significativos (conscientes o inconscientes) para el agente que las realiza. Por su parte la perspectiva etic corresponde al punto de vista del observador a travs de una serie de categoras y herramientas metodolgicas, y por ello desprovisto de cualquier intento de descubrir el significado que los agentes involucrados le dan. 5 En su significacin ms convincente, no otra es la enseanza que sobre esta visualizacin de la violencia nos ofrece la conocida tesis de Norbert Elias (1973) que se expresa en su anlisis del proceso de civilizacin. Por civilizacin entiende el autor el paso desde formas de conflicto permanente sin pautas de resolucin al establecimiento de mecanismos explcitos de control social. El proceso de la civilizacin

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    La criminalizacin de la violencia es, ante todo, un proceso histrico lento que permite hablar de un perodo protopenal. A medida que se perfecciona el mecanismo de la Justicia, el acto violento como obra de un sujeto personal o colectivo aparece ms ntido. As, la violencia se distingue de otras acciones o se convierte en un componente distinguible de algunas, pasa sensiblemente a ser un actor de poder o un acto contra el poder. La lucha por controlar ese poder se convierte en estructural. Y en ningn caso estas realidades son ms explcitas que en las sociedades capitalistas contemporneas, en cuyo seno la violencia deviene una realidad poltica y, en consecuencia, historiable como categora definida de fenmenos. Dicho de otra forma, no tiene sentido la propuesta de hacer una historia de la violencia poltica genrica, porque es imposible determinar con claridad qu debe incluirse y qu excluirse de una reconstruccin histrica de ese tipo. Todo anlisis poltico de o sobre la violencia tiene que organizar su desarrollo en torno a alguna de las manifestaciones distinguibles de ella. Adems, la violencia poltica tiene verdaderamente un sentido inteligible, cuando nos referimos a la accin colectiva. As lo ha entendido una parte notable de la Sociologa Histrica -la amplia herencia dejada por Barrington Moore, sobre todo, retomada por Charles Tilly- y de la historia de los movimientos sociales (Mommsen y Hirschfel, 1982; Tilly, 1975).

    2.2. Criterios de diferenciacin

    Hay tres grandes criterios de diferenciacin o tres perspectivas de anlisis que pueden constituirse en la base para el estudio de los hechos de violencia poltica.

    1) En primer lugar, hay que considerar el corte esencial que introduce el desarrollo del modo de produccin capitalista en la presencia de la violencia social y poltica. Esta primera distincin entre las violencias antiguas o primitivas es una relacin redundante, esto es, insertada en la propia dinmica de las estructuras sociales; y las violencias nuevas o modernas como acto.

    2) En segundo lugar, la violencia que se manifiesta en el campo de la poltica tiene que entenderse como una forma particular de ella que es la trascripcin o la manifestacin ms aguda del conflicto central de toda sociedad, el conflicto entre gobernantes y gobernados. Este tipo de conflicto absorbe otros globales como el de clases en cuanto ste se resuelve o intenta resolver en el terreno de la poltica. De un gnero distinto es el tipo de fenmenos que podramos caracterizar de violencia social, de carcter horizontal, aquella que aparece en los procesos conflictivos con o sin presencia de fuerza explcita y arbitraria, donde no se implican directamente problemas de poder, sino desajustes en el plano del orden social. La constituyen todos aquellos tipos de conflictos sin resolucin pautada cuyos polos no muestran ese desequilibrio esencial entre ellos que se da en las violencias polticas. Incluye pues todas las formas de violencia criminalizables, las formas penales, pero tambin formas simblicas y coerciones de diverso gnero.

    3) Una tercera distincin centrada en el anlisis temporal de los procesos de conflicto-violencia como eje de la historia de los movimientos y cambios sociales, del estudio de las formas e instrumentaciones en la violencia. Sin embargo sigue siendo comn la confusin de los tratadistas entre el proceso social que lleva a la violencia, o la violencia como expresin, y la institucionalizacin de sta para la imposicin de una de las partes en conflicto. Formas e instrumentaciones de la violencia son cuestiones analizables de forma separada, tanto en la violencia poltica, como en la social. Puede en tal sentido sealarse una consecuencia debida a la confusin que los analistas introducen al equipararlas. Se trata de la frecuente asimilacin de las revoluciones, o de movimientos reivindicativos de menor cuanta, a meros fenmenos violentos. Para la mayor parte de los autores conservadores, una revolucin consiste en cualquier especie de movimiento subversivo que consigue el poder y a veces sin an conseguirlo. Cualquier tipo de insurgencia armada se asimila al terrorismo y cualquier tipo de protesta social se califica de insurgencia. Desde una perspectiva distinta, tiene escaso sentido considerar como violencia poltica la que aparece bajo esas formas susceptibles de imputacin de criminalidad a individuos particulares. Slo tiene relevancia la violencia de las acciones colectivas, o al menos de aquellos fenmenos violentos que llegan a un nivel de participacin interpersonal, a un nivel propiamente social.

    As que hablaremos ms bien de las violencias polticas, en plural, tratando de establecer una serie de tipologas que permitirn introducir la delicada cuestin de las violencias simblicas, as como su conexin con las violencias sociales. Propondremos a continuacin una clasificacin de los discursos sobre la violencia poltica en los grandes relatos de la vida social; tras ello trazaremos algunas de las tipologas ms relevantes y procuraremos responder a las causas a travs de la estructura de oportunidades y las expectativas racionales que caracterizan su aparicin. Last

    coincide con el progreso del dominio de la afectividad, del control de la agresividad y la violencia. Algo semejante se puede deducir si seguimos planteamientos etolgicos muy elaborados, como los de H. Laborit (1970, pp. 64 ss.), en los que se propone una visin de la violencia donde sta resultara de la convergencia de lo biolgico y lo cultural y donde lo que resulta realmente relevante es lo cultural.

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    but not least consideramos que ni el cambio estructural ni las racionalizaciones bastan para explicar los fenmenos violentos, y por ello analizaremos una dimensin fundamental en el desarrollo de esta cuestin: la relacin entre poder y violencia.

    3. La violencia en los relatos de la vida social

    La violencia poltica est en el ncleo de los grandes relatos de la vida en comn. Tres miradas filosficas le ofrecen siempre un lugar central. Para los pensadores del contrato social, liberales o conservadores, el rechazo a la violencia es, en primer lugar, aquello que da lugar al vivir juntos. El temor al desorden o las virtudes del comercio deben suplantar a la naturaleza hostil en la que se mueve el ser humano. De modo que la violencia est en el origen del pacto social que busca estabilizar y pacificar las relaciones sociales, volviendo imposible toda expresin blica. A la inversa, la violencia puede volverse constructiva, una variable positiva de liberacin de uno mismo, del pueblo o de los pueblos: es la violencia liberadora. Por ltimo, desde una perspectiva polticamente ms neutra, ni condenada ni alabada, la violencia es considerada como propia de la especie. La tesis del psicoanlisis considera que la violencia es constitutiva del hecho humano, es un elemento y una condicin.

    3.1. El rechazo de la violencia

    Los grandes relatos del rechazo de la violencia en beneficio del comercio, de la tradicin o del contrato social, coinciden en la idea de que la sociedad se funda ante todo en un rechazo intelectual y prctico a una violencia naturalmente destructora, que es un obstculo para el progreso y la concordia. Para Thomas Hobbes (1651) el Estado se constituye, en primer lugar, sobre las cenizas de la violencia natural, de modo que el vnculo poltico se basa ante todo en el rechazo voluntario a la guerra. Esta permanece siempre en el estado de naturaleza en el cual el hombre es el lobo del hombre. Tres razones explican este clima de anarqua propio del estado de naturaleza: el deseo de una infinita acumulacin de poder, un deseo que slo cesa con la muerte; el derecho natural sobre todo lo que funde la realidad de una sociedad sin polica ni cdigo de propiedad; la igualdad entre los hombres, que vuelve precaria cualquier dominacin de uno solo, e inevitablemente alienta el fortalecimiento de cada uno para preservar su seguridad. La rivalidad, la desconfianza y la bsqueda de lucro y gloria son las tres causas de esta violencia natural que nada puede canalizar, salvo el poder pblico. Este Leviatn el Estado se basa as en la voluntad de hacerle violencia a la violencia. Otros tericos del contrato social como Locke o Rousseau se oponen a Hobbes en su enfoque pesimista del estado de naturaleza y en sus conclusiones autoritarias en cuanto al poder del Leviatn, pero son plenamente conscientes de la necesidad de trabajar por la marginalizacin de la violencia, interesando a los hombres en las virtudes de la repblica (Rousseau) o prometindoles la defensa de sus intereses privados (Locke). No es preciso insistir mucho: en todos los pensadores del contrato social hay siempre un momento hobbesiano que fundamenta la poltica contra la violencia.

    La violencia tambin es repudiada, no ya por el Estado, sino por la lgica del inters del mercado. Montesquieu, al igual que Adam Smith (1776), consideraba el intercambio comercial una va para superar la violencia. Este es tambin el punto de vista de Joseph Schumpeter (1942), quien establece una relacin de causalidad entre capitalismo y pacificacin de las costumbres, postulando que la sociedad mercantil no slo rechaza en su racionalidad el costo intil de la guerra, sino que logr hacer surgir una mentalidad postheroica que aleja los actos blicos de antao. Para Kant (1795) la violencia se opone a la razn democrtica, segn la cual nadie puede tener inters en apoyar un combate que le ocasionara costos, y que, incluso permite transformar la sumisin al otro en sumisin al derecho. El fundamento de las ideas tradicionalistas que expresaba Edmund Burke (2001) repudiaba tambin la violencia por sus excesos que amenazan el orden tradicional de las cosas, basado en el respeto por la trascendencia y la sumisin a la historia.

    3.2. La violencia liberadora

    Desde el culto del terror virtuoso impuesto por Robespierre hasta los intentos de conceptualizar la descolonizacin, pasando por la apologa de la guerra como modo de valorizacin de s mismo, la violencia ha encontrado en muchos pensadores innegables cualidades. El izquierdismo radical de los aos 1960-70 ensalzaba la violencia, que tena, a su juicio, virtudes catrticas o polticas insuperables. Al reforzar la moral del grupo que la practica, la violencia permite una cohesin de clase, al tiempo que pone en evidencia los verdaderos conflictos entre las clases que existen en el seno de la sociedad. Esta revelacin se produce dentro de la clase proletaria, que toma conciencia, en la accin, de su fuerza y su unidad, pero tambin en el adversario burgus, que se ve obligado a mostrar su verdadero rostro, el de una dictadura policial camuflada bajo una fachada de democracia. Para algunos autores marxistas, la violencia, no espontnea sino preparada, es un medio a veces necesario para que advenga el nuevo mundo liberado de la opresin capitalista, y lograr la toma del poder de Estado (que es siempre el objetivo). E incluso la violencia

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    aparece como una necesidad psicolgica. As lo teorizan Frantz Fanon o su prologista Jean-Paul Sartre, que queran mostrarle la va de liberacin al colonizado o al obrero. El autor de The Wretched of the Earth (1961) sostiene que la violencia es la herramienta de liberacin del colonizado, que se convierte en un hombre por el hecho mismo de matar. Slavoj Zizek (2007) se acerca en ocasiones a esta clase de concepcin al hacer suya la mxima de Saint-Just: Lo que produce el bien general es siempre terrible. El terror es interpretado como un humanismo, verdadera expresin de la voz del pueblo.

    Esta funcin catrtica de la violencia tambin est presente en el otro extremo del tablero poltico, en el pensamiento fascista o en el de Georges Sorel (1990), que en una poca se acerc a l. Para el autor de Reflexiones sobre la violencia, la revolucin social no es un programa sino una prctica que debe realizar el espontanesmo obrero. Slo los enfrentamientos cotidianos, los choques con la patronal, pueden forjar una nueva era. Sorel influy sobre el joven Mussolini, que aprendi de l el culto a la violencia y a las pasiones, contra el reinado de la razn y el compromiso democrtico. Tambin en este caso, el fascismo es ms que un episodio histrico: es una ideologa de rechazo a las ideas, de exaltacin de la violencia y la guerra que subliman los actos humanos y revelan el poder de los pueblos contra la mediocridad cobarde de las elites caducas.

    3.3. La violencia inevitable

    Para el pensamiento psicoanaltico la violencia es lo propio del ser humano, porque constituye la respuesta a la confrontacin entre el principio de deseo y el principio de realidad. Freud habla de una pulsin de muerte que predomina en todas las personas e incita a la autodestruccin. Para evitarla, la violencia ya no se dirige hacia uno mismo, sino hacia el exterior, esencialmente al servicio de la funcin sexual. Para Laborit o Lorenz, el instinto de agresin animal se encuentra en el ser humano, no tanto en lo que concierne a la agresividad predatoria (el ataque) o defensiva (cuando la huida es imposible), sino en relacin a la agresividad competitiva (la defensa de un territorio, por ejemplo) (Laborit, 1983). La violencia sera una realidad endgena al comportamiento humano, que marca as su pertenencia al mundo animal.6

    4. Tipologas de la violencia

    Ms all de las diversas formas de expresin de la violencia poltica y de su intensidad, deben sealarse dos grandes oposiciones: la que divide la violencia simblica de la fsica; y la que divide la violencia poltica y la social. En realidad observaremos que su distincin es frgil y que de hecho tales tipologas constituyen dimensiones observables en la violencia poltica.

    4.1. Violencia simblica y violencia fsica

    Nadie supo reflexionar mejor que Michel Foucault sobre la aparicin -histricamente situada, segn l, a fines del siglo XVIII- de mecanismos violentos que dependen de exigencias humanistas de la poca y autorizan una represin ms severa pero menos cruel. La expresin del poder se transforma: del castigo visible y cruel se pasa al establecimiento de los mecanismos de vigilancia y control de los cuerpos y las almas puestos en prctica por las prisiones modernas y por todas las instituciones que inventan un saber cientfico al servicio del Estado: hospitales, manicomios, asilos, escuelas, etc. El castigo pas de ser un arte de sensaciones insoportables a una economa de derechos suspendidos (Foucault, 1975). Otros tericos prolongan parcialmente la reflexin de Foucault, poniendo el acento en la progresin de violencias ms simblicas que fsicas en el mundo moderno, que obligan a relativizar la tesis de una pacificacin de nuestra sociedad. El politlogo noruego Johan Galtung (2004) distingue entre la paz negativa (la ausencia de guerra) y la paz positiva (el fin de la violencia estructural), y propone entonces una definicin extensiva de la violencia que va ms all de la violencia directa del golpe y la agresin. Para l, la violencia estructural corresponde a la accin sistemtica de una estructura social o de una institucin que impide a las personas satisfacer sus necesidades elementales. La violencia estructural de la frustracin de las expectativas individuales y colectivas es un fenmeno invisible, que favorece, sobre todo cuando est culturalmente legitimada, las manifestaciones de violencias directas, particularmente visibles.

    6 Este tipo de formulacin naturalista no es nuevo. La psicosociologa de Gustave Le Bon (The Psychology of Revolution, 1913) sealaba a las masas populares como "un peligroso poder irresistible", impulsado por la violencia inherente a todo colectivo. La violencia revolucionaria sobre todo cuando es ejercida por el pueblo slo sera la nueva expresin de los instintos de siempre. En la misma poca, Cesare Lombroso (El hombre delincuente, 1876) se hizo conocer presentando la idea de una relacin entre la fisonoma de los individuos y sus reflejos violentos. Existiran rasgos hereditarios crimingenos observables y que con mucha frecuencia coincidan con los rasgos de la pobreza. Para otro autor como Ren Girard (1980) la violencia se convierte en fundadora del orden social: se impone como una necesidad para las sociedades, sean cuales fueren, pero hay que sustituir la inevitable violencia de todos contra todos por la violencia de todos contra uno solo, haciendo que un chivo expiatorio sea el polo de estabilidad de la sociedad.

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    El concepto de violencia simblica adquiri su carcter analtico con Pierre Bourdieu (1990), que lo convirti en uno de los ejes de su pensamiento sociolgico. A su juicio, la violencia simblica funciona gracias a un doble mecanismo de reconocimiento y desconocimiento. La dominacin de algunos slo es posible salvo los casos de recurso a la fuerza fsica porque los dominados reconocen como legtimo el orden social dominante, al mismo tiempo que desconocen su carcter arbitrario de orden alienante. Para Bourdieu, ese mecanismo de servidumbre voluntaria que nos recuerda a La Botie es temible, porque la violencia, invisible para aquellos sobre quienes es ejercida (y a veces, incluso invisible para aquellos en cuyo nombre se ejerce), aparece completamente interiorizada en el habitus de cada uno (sistema de disposiciones individuales provenientes de la socializacin de clase). Bourdieu sostiene que el Estado, las instituciones y las prcticas del orden dominante (la escuela, la universidad, los medios de comunicacin, el lenguaje poltico) son lugares o expresiones de una violencia simblica que tiende a ocultar, bajo un aspecto de naturalidad, relaciones de dominacin invisibles, pero de efectos sociales temibles. El trabajo del socilogo, segn Bourdieu, debe contribuir a revelar ante los ojos de los dominados, y tambin de los dominadores, la realidad disimulada de esos mecanismos de violencia. La nocin de violencia simblica constituye as una fuerte crtica del orden social. Por otra parte, su xito se debe en parte a su radicalidad en cuanto postura de investigacin, al ofrecer en el seno de todos los campos sociales pruebas de la dominacin sufrida por aquellos que tenan inters en la impugnacin de las jerarquas.

    Pero esta nocin polticamente til no siempre parece convincente. En primer lugar, hay un problema de lgica interna en el modelo. Si bien la violencia simblica se apoya en el desconocimiento de un sufrimiento padecido, parece difcil postular la posibilidad de revertirlo mientras los actores vctimas no tengan conciencia de la violencia que padecen. Por qu reaccionaran los actores violentados ante una violencia que no sienten? Esto significara pretender que slo el socilogo es capaz de impulsar una toma de conciencia de los dominados, en cuyo caso algunos podran pensar que, ms que revelador de las violencias invisibles, el intelectual es ante todo un organizador de presuntas violencias que slo l percibe. Adems, al definir al Estado a travs de su monopolio de la violencia simblica legtima, Bourdieu tiende a confundir legalidad y legitimidad, olvidando que, por lo menos en democracia, el Estado define qu es legal y la sociedad define qu es legtimo. La crtica ms fuerte que se le puede hacer a esta concepcin sigue siendo la desconexin entre violencia y sufrimiento, as como la falta de reflexin sobre la relacin que existe entre violencia simblica y violencia fsica.

    Philippe Braud (2004) distingue dos tipos de violencias simblicas y subraya sus efectos inmediatamente dolorosos. El primero corresponde a la depreciacin identitaria, es decir, el ataque a una identidad personal o grupal fuertemente investida. As es como las manifestaciones de heterofobia (desprecio por una identidad sexual o racial), las manifestaciones de superioridad (discurso colonial) o la negacin del sufrimiento (que se encuentra en los argumentos negacionistas) constituyen violencias cuya dimensin simblica es hiriente. El segundo proviene de la desestabilizacin de los puntos de referencia que resulta del ataque deliberado a las creencias, normas y valores que le dan un sentido al mundo de los individuos. La ofensa a la historia o a la memoria del grupo, la confrontacin de referencias antagnicas (el materialismo de Occidente en tierra musulmana) o el desajuste de las referencias que desmienten creencias fuertemente establecidas (en el ideal comunista, por ejemplo) son violencias simblicas que sin duda se encuentran en el origen de conflictos absolutamente fsicos.

    La violencia fsica, por el contrario, parece mucho ms fcil de definir. Est directamente ligada al ejercicio de una agresin, y se funda sobre el hecho de experimentar un dolor. Pero aunque su definicin es sencilla, la pluralidad de sus modos de expresin hace que el concepto sea difcil de abordar. Distinguiremos en este sentido tres maneras de concebir este tipo de violencia.

    1) La primera equivale a considerar la violencia como contingente al orden social ordinario (Eckstein, 2002), una manifestacin que se vuelve necesaria por una disfuncin de la sociedad. Se podr hablar as de una violencia pasional que sirve para expresar un furor colectivo o individual, una frustracin y una clera pasajeras. Estas formas de violencia son las ms visibles y las ms terribles, por ser, en apariencia, absolutamente irracionales, discontinuas en su ejercicio y tan repentinas como extremas. La forma arquetpica de esta violencia pulsional es, por supuesto, la violencia gratuita, sin ms fundamento que el simple placer del acto. Esta violencia es muy importante, sobre todo porque responde a una frustracin objetiva, y puede contar con mecanismos de justificacin cultural.

    2) La segunda manera de definir la violencia, en cambio, la considera como inherente a la accin y al sistema poltico, una forma de expresin colectiva como otras, que responde a una lgica de clculo, de estrategia, y no slo a un influjo pasional. Por violencia instrumental (Braud, 1992) entendemos esta violencia proporcional al objetivo que se quiere alcanzar, siempre atenta a la eficacia y al rendimiento. Es, por supuesto, la violencia de Estado, la del mantenimiento del orden, por ejemplo, cuyo supuesto objetivo consiste no en aniquilar a un enemigo, sino en hacer

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    retornar a la buena senda a un ciudadano momentneamente extraviado, por utilizar el lxico policial. Es tambin la violencia empleada por ciertos grupos contestatarios (sindicatos, movimientos sociales), que muestran una radicalidad a menudo fingida para hacerse or por el poder, pero sin arriesgarse nunca a una violencia ciega que pondra en tela de juicio su reputacin.

    3) Por ltimo, la tercera manera de leer la violencia se relaciona con su dimensin identitaria. La violencia ya no se piensa slo como una expresin de ira o una modalidad no convencional de expresin poltica, sino que es ante todo un medio para afirmar la identidad colectiva de quienes la practican, o, a la inversa, una manera de negar la identidad de los que la sufren. Abundan los ejemplos de una utilizacin hiertica de la violencia, al servicio de las ambiciones de ostentacin de los beligerantes. La violencia hace la tribu, construye, ya sea en las bandas de jvenes delincuentes, en los paramilitares irlandeses o corsos, o en los policas antidisturbios en actividad, una identidad viril y combatiente, destinada a soldar el grupo, a reforzar su homogeneidad, a hacer surgir lo que pone en escena: una banda, un pueblo, un Estado. Eric Desmons (2005) destaca la funcin de encarnacin de la insurreccin en la barricada: segn Blanqui, el pueblo ejerce un acto fulminante de soberana, al usar la violencia para hacer existir a la nacin. A la inversa, la violencia tambin puede servir para negarles a las vctimas la identidad que ellas reclaman o merecen. Se trata, por supuesto, de la violencia de los campos de concentracin, que no slo ambicionaba matar a los judos de Europa, sino tambin demostrar su condicin de subhombres, tratando de despojarlos de su humanidad. En ambos casos, puede verse la dimensin performativa de la violencia identitaria.

    4.2. Violencia poltica y violencia social

    Indicbamos antes que definir una violencia como poltica o social parece relativamente sencillo. Por ejemplo, la violencia de gnero o la agresin en un medio escolar entre compaeros de clase, y en general los conflictos sin resolucin pautada que no muestran un desequilibrio a resolver en el terreno poltico no parecen entrar en la categora de las violencias polticas. En cambio, los atentados de Hamas, aunque su significado no siempre sea claro, pertenecen directamente a esta ltima categora. Lo que diferencia a las violencias polticas de las violencias sociales es al mismo tiempo el objeto de las violencias, el estatus de los actores que la practican, su discurso de justificacin y sus efectos. No obstante lo anterior, muchos elementos hacen que la diferencia sea poco clara: incluso hay quienes hablan de una verdadera porosidad de las fronteras (Sommier, 1999, p. 33). Lo que fragiliza la oposicin entre las violencias es, en primer lugar, el sesgo moral. Calificar el propio acto como poltico, es darle una justificacin en general noble, una explicacin siempre aceptable. La violencia trata de hacerse or incluso cuando las motivaciones profundas difieren de las intenciones enunciadas. En forma inversa, denunciar la criminalidad del otro, su deseo exclusivo de enriquecimiento, su sadismo gratuito, es negar toda dimensin poltica para atribuirle al acto slo un vil inters. Decir qu acto violento es poltico y qu acto no lo es influye sobre los procesos de legitimacin de una prctica moralmente condenable. Los casos de los disturbios suburbanos son un ejemplo de esto. Para algunos autores, los disturbios representan una accin poltica que se inscribe en una tradicin de rebelda frente al poder y manifiestan una voluntad colectiva de hacerse or por un Estado distante (Mucchielli, 2006). Para otros, los blancos de la violencia (vehculos, escuelas, negocios) muestran la ambicin depredadora de los violentos, muy alejados de cualquier pretensin poltica. Como puede verse, detrs del anlisis se disimulan inevitablemente lecturas ms o menos orientadas, que tienen importantes efectos performativos. En cambio, la violencia poltica, por el hecho de actuar en el campo poltico, ejercida por actores con pretensiones y efectos polticos, puede revelarse de hecho bastante alejada de esta categora.7 Sin embargo, el descubrimiento de las lgicas de la violencia ha revelado que detrs de los aspectos polticos se escondan a veces motivaciones estrictamente materiales y financieras que estaban en las antpodas de lo que anunciaban los discursos ideolgicos (Crettiez, 1999). De modo que en la definicin de la violencia poltica, todo depende de los criterios adoptados. Al tener en cuenta la ideologa y los objetivos de la violencia, se plantea una ecuacin ms tangible que al considerar los posibles efectos en el campo poltico. As, una violencia domstica que despertara el inters de los medios de comunicacin y llevara a elaborar un proyecto de ley sobre la violencia contra las mujeres podra entonces calificarse de poltica.

    EI historiador norteamericano Charles Tilly tambin mostr la fragilidad de esta distincin. Las violencias colectivas

    7 Por ejemplo, hay quienes han interpretado algunos motines urbanos en las grandes ciudades como violencias colricas, causadas por una frustracin econmica y poltica de individuos excluidos, cuyos cdigos culturales valorizan la agresividad y adoptan distancia de las barreras morales que descalifican el uso de la violencia, fomentando as prcticas gregarias brutales. Sin embargo, no es seguro que las violencias urbanas slo sean eso. Da la sensacin el tema de la violencia como accin poltica sigue siendo una cuestin tab para cualquier mente bien pensante en casi todo el espectro poltico. Frente a una violencia estructural y estructurante de lo real, legtimamente monopolizada y por ello invisibilizada de modo que tan slo reaparece en momentos espectaculares asociada al aparato represor policial, militar y jurdico; la actuacin poltica de las revueltas se nos hace ver como una violencia heterognea, artesanal, dispersa, catica, errtica y premoderna, asociada a todas las formas concebibles y hasta inconcebibles de alteridad.

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    analizadas por l en Europa en un largo perodo (del siglo XVI al siglo XX), son al mismo tiempo sociales y polticas. La primitive collective violence, desde el bandolerismo hasta las luchas corporativas o los enfrentamientos religiosos, que se apoya sobre una base comunitaria y aprovecha momentos comunes de socializacin (fiestas religiosas, desfiles, etc.), aparece a menudo como un intento de interpelacin del poder. Lo mismo ocurre con la reactionary collective violence, que surge por lo general como un rechazo a la sumisin (Hobsbawm, Wilson), a los impuestos estatales o a los precios, considerados prohibitivos, de los alimentos. Por ltimo, la modern collective violence, ms autnoma y de base asociativa, responde en forma directa al calificativo de poltica, ya que se apoya en el activismo sindical, con el objetivo de obtener o defender los derechos dispensados por las autoridades (Tilly, 1979). En todos los casos el recurso a la violencia y su forma dependen de la relacin con el Estado (o con la autoridad legtima), que puede transformar las violencias sociales en repertorios de accin polticos.

    Para Michel Wieviorka (2004, p. 57) las violencias polticas se clasifican segn su relacin con la cosa pblica y por ello mismo estn en permanente intercambio con las violencias sociales. Las significaciones que instalaban ayer a la violencia en un nivel poltico (...), hoy se separan de l, por abajo, privatizndose, tomando alguna distancia de la esfera pblica es la violencia infrapoltica, y por arriba, confirindole a la accin dimensiones religiosas que subordinan lo poltico a un principio superior, lo sagrado es la violencia metapoltica. La evolucin de la violencia poltica abogara por un espectro ms amplio, no slo en el centro de lo poltico, sino tambin en sus mrgenes como lo demuestran los guerrilleros marxistas convertidos en prsperos narcotraficantes, o en la cumbre, a la manera del terrorismo de Al Qaeda, que con la radicalidad de su mensaje y sus actos se opone a una lgica de concesiones polticas. Los cambios producidos en la violencia vuelven hoy ardua la cuestin de su anclaje poltico o social.

    5. La estructura de oportunidades y las expectativas racionales

    Uno no nace violento, sino que se hace. La insercin en el acto (fsico o simblico) violento, ms que una eleccin, es ante todo el resultado de un contexto en el que predominan, segn los analistas, diversas racionalizaciones, condiciones y estmulos. Se hablar entonces de una estructura de oportunidades8 favorable al desencadenamiento de la violencia, condicin indispensable aunque no suficiente para su estallido. Entre estas condiciones se pueden sealar principalmente las siguientes. 1) La primera es poltica, y consiste en poner el acento sobre el dficit de reconocimiento o de acceso al poder para ciertos grupos que utilizan la violencia con el fin de acceder a un Estado distante o a un reconocimiento demasiado limitado. 2) Desde una perspectiva ms marxista, la violencia se considera ante todo como la respuesta a una situacin de alienacin econmica que engendra, con mucha frecuencia, frustracin y clera. 3) Por ltimo, la presencia de los determinantes socioculturales que alientan la violencia, proponindole modelos de justificacin, o juzgndola natural en el espacio pblico, como ocurre en muchos pases atravesados por largos conflictos, los cuales han devenido estructurantes de las relaciones intercomunitarias.

    No obstante lo anterior, las razones de la violencia rara vez pueden entenderse con una explicacin monocausal sean cuales fueren las tipologas. Las condiciones estructurales son importantes, pero el paso a la violencia tambin es el resultado de una decisin que, aunque no proceda de la pura conciencia individual, responde a expectativas racionales y por tanto est inserta en amplios criterios colectivos. Tales decisiones pueden ser de tres rdenes: la bsqueda de lucro, que pretende que la violencia paga; la bsqueda del placer que el acto brutal y a menudo ilcito puede procurar; la reafirmacin de la autoestima inducida por el acto de violencia, que en ocasiones puede parecer un acto de orgullo. En cualquier caso hay que contemplar estas oportunidades y expectativas como esferas interconectadas y cuya separacin obedece tan slo a un despliegue analtico. Un buen ejemplo de cmo deben articularse de manera integrada se produce en el estudio de esas especficas formas de violencias urbanas y de contestacin que veremos en el siguiente epgrafe.

    5.1. La marginalidad poltica

    Esta clave de lectura de la violencia poltica colectiva, que establece una relacin entre la radicalidad de los medios de accin y la situacin de los grupos en el espacio poltico, surgi en Estados Unidos en un contexto particular. Histricamente los aos 1960 los de la guerra de Vietnam, los movimientos de protesta estudiantiles y el movimiento negro de los derechos civiles constituyen un punto de inflexin en el anlisis de los fenmenos de violencia. Los socilogos observaron con sorpresa que grupos sociales relativamente privilegiados (burguesa negra de las grandes ciudades, estudiantes de universidades de alto nivel) se manifiestan con virulencia contra un poder

    8 La estructura de las oportunidades hace referencia al conjunto de las condiciones estructurales o coyunturales que estimulan y hacen posible el paso al acto violento (Tarrow, 1998).

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    poltico que parece sordo a las quejas. Lo mismo suceda en Europa, donde las manifestaciones estudiantiles, pero tambin las feministas o regionalistas, no convocaban a los excluidos de la sociedad, los marginados del sistema, sino a grupos relativamente favorecidos, que protestaban con violencia para conseguir un reconocimiento o un acceso a los centros de decisiones polticas. La ruptura est relacionada con el estatus privilegiado de los grupos contestatarios, rompiendo as con el enfoque ms clsico que vinculaba la violencia colectiva con la miseria social. Ms an, la protesta rompe con lo que exista antes por la radicalidad de los medios empleados y con los objetos de protesta no tan estrictamente materialistas y, a partir de ese momento se ven desplazados por otros de tipo identitario, ideolgico o simblico (reconocimiento poltico, afirmacin de derechos culturales, defensa de nuevos valores).

    La comprobacin de este hecho suscita dos ideas. 1) La primera es revertir la actitud clsica y muy moral que consista en ver en la violencia de los marginales una actitud degradada de la accin del vnculo social. Por el contrario, ahora las violencias que se ejercen parecen mostrar imperfecciones del sistema y llaman a una reflexin no ya sobre los contestatarios, sino sobre el proceder del rgimen establecido, que no es impugnado por s mismo (en una perspectiva revolucionaria), sino por su incapacidad para escuchar, para integrar a los que exigen ser odos. a violencia ya no es un problema engendrado exclusivamente por la miseria: casi se convierte en una solucin al permitir desenmascarar las imperfecciones del sistema poltico que la engendra. 2) La segunda idea se refiere a la relacin establecida entre violencia y acceso al sistema poltico. Lo que determina el nivel de violencia es la capacidad de acceder al sistema poltico para hacerse or. Pero la violencia tambin est en funcin de la disposicin de los actores a ejercerla. El estudio de los movimientos de protesta debe focalizarse entonces al mismo tiempo en la distancia respecto a los centros de poder (que orienta la forma y la intensidad de la accin colectiva) y en la estructura interna de los grupos que protestan (homogeneidad estructural, tradicin de violencia, vnculo con profesionales de la violencia, etc.). De este modo, la violencia se piensa tanto como consecuencia de la distancia con respecto al poder, como de la capacidad organizativa para ponerla en prctica y perpetuarla, e incluye al tipo de poder al que se enfrentan los violentos.

    La tesis de una lgica de Estado (Birnbaum, 1981) sugiere que cuanto ms fuerte y centralizado es un Estado, cuanto ms diferenciado est de la sociedad civil, menos necesaria es la escucha de sta y por tanto ms grande la violencia desplegada para llamar la atencin e influir sobre las polticas pblicas. A la inversa, un Estado dbil cuya eficacia para gobernar depende de la colaboracin con los actores sociales, escuchara ms a estos ltimos y no suscitara protestas demasiado violentas. Esta perspectiva analtica dio origen a un modo de investigacin bastante irregular denominado paradigma de la movilizacin de recursos (Neveu, 2002), que se interesa precisamente por los conflictos suscitados en torno a la capacidad organizativa de la protesta y su acceso al poder poltico. Partiendo del principio de que los conflictos se activan por el reconocimiento poltico o la obtencin del poder, esta teora postula una utilizacin extremadamente racional de la violencia, convertida en un simple recurso de accin poltica en el mismo sentido que el dinero, la fama, el acceso a los medios de comunicacin e incluso la vinculacin con las elites. Es decir, se trata de un medio entre otros de acceso al poder, y se decide su utilizacin tras un clculo racional que evala el costo y la rentabilidad de la accin. Cuando se le niega a la violencia poltica cualquier clase de especificidad, sta se inscribe en una lgica de la accin colectiva, cuyos efectos intenta rentabilizar. As las violencias de los disturbios urbanos pueden ser percibidas como modos naturales de acceso a la atencin del Estado (Tilly, 1979, p. 87), del mismo modo la Intifada palestina se consider un medio racional de inscribirse pblicamente en una estrategia victimista y de proponer un modo de accin legitimante que permita derrocar, en beneficio de la joven generacin, a la jerarqua palestina dominada hasta ese momento por los viejos cuadros de Al Fatah (Bucaille, 1998).

    5.2. La alienacin econmica

    Los pobres son el poder de la tierra; deca Saint-Just, apstol de la violencia virtuosa, para quien la pobreza era el motor del cambio revolucionario. Esta idea bastante simple de que la miseria es el caldo de cultivo de la violencia, se afirma con la Revolucin Francesa, e inspir a Marx. Los pensadores de la Revolucin le atribuan a la cuestin social es decir, a la pobreza un papel motor en el desencadenamiento de la violencia. La glorificacin del pobre en Robespierre y la denuncia del inters egosta en Rousseau, llevan a pensar la violencia como consecuencia natural de la miseria. Para Marx, la explotacin explica la pobreza pero crea las condiciones indispensables para la revolucin proletaria cuando el pueblo adquiere conciencia de clase. No slo la miseria es una consecuencia de la violencia burguesa, sino que luego es la condicin para el ejercicio de una violencia que se hace necesaria. Como escribi Hannah Arendt (1967, p. 90) una vez establecida la relacin que realmente existe entre la violencia y la necesidad, no haba razn alguna para no concebir la violencia en trminos de necesidad, y entender la opresin como causada

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    por factores econmicos.

    Esta relacin entre violencia y dominacin econmica se convirti en un lugar comn, aunque no ha sido sistemticamente verificado por el anlisis sociolgico. O se ha sugerido al menos que es necesario introducir una pausa temporal entre miseria y violencia. Ello concuerda con las conclusiones originales de Alexis de Tocqueville (1856) sobre la Revolucin Francesa quien afirmaba que la fase de mxima violencia al final del Antiguo Rgimen tuvo lugar aos despus del perodo de peor miseria. En cambio, la Revolucin se produjo cuando en Francia se haba logrado cierta mejora de las condiciones de vida. La paradoja dio origen a toda una reflexin sociolgica en torno a la frustracin como motor de la violencia. De este modo, ms que como consecuencia de la miseria, la violencia surge porque al mejorar en forma relativa la condicin vital, se vislumbra la perspectiva de una mejora colectiva perdurable y definitiva, cuya falta de satisfaccin lleva a la clera, y por lo tanto, al acto violento. Este es el anlisis de James Davies (1971), que explica los fenmenos revolucionarios y/o violentos por la insatisfaccin relativa de las expectativas consideradas legtimas de los grupos sociales que, tras un perodo prolongado de crecimiento, se enfrentan a un brutal e intolerable debilitamiento de su situacin. Davies considera que la Revolucin Rusa, por ejemplo, fue el resultado de la liberacin de una gran cantidad de campesinos rusos que, despus de vivir en un estado de semiservidumbre, percibieron su futuro con esperanzas, pero muy pronto se vieron confrontados a una miseria econmica alimentada por un acceso limitado a las tierras cultivables. La migracin de esas masas campesinas sin futuro a los suburbios ms srdidos de las grandes ciudades les ofreci a los bolcheviques un apoyo duradero y eficaz.

    El socilogo norteamericano Ted Gurr utiliza el modelo de la frustracin para comprender la violencia. En su famoso libro Why Men Rebel (1970), Gurr establece una relacin entre las aspiraciones colectivas de los grupos sociales y la satisfaccin posible de esas aspiraciones percibidas como legtimas. La violencia se produce con mayor frecuencia cuanto ms se profundiza la diferencia entre las aspiraciones y el cumplimiento de las expectativas segn la regla en la que las aspiraciones pueden ser crecientes mientras las realizaciones permanecen estables. Gurr insiste en que son las discriminaciones econmicas en particular las que dan origen a la mayora de los conflictos. La extensin de la discriminacin entre la poblacin y su intensidad generan fenmenos de marginacin en el mercado del empleo (catlicos en Ulster, cachemires en India), o de una pauperizacin creciente y repentina (refugiados). En estos casos, se produce la mxima violencia cuando se generaliza el fenmeno de frustracin relativa, en una poblacin claramente identificada que sufre una deliberada discriminacin. Este punto le convirti a Gurr en el apstol de un enfoque psicosocial de la violencia (Neveu, 2002), aun cuando su modelo va mucho ms all, pues tiene en cuenta los mecanismos de justificacin y el apoyo organizativo de los actores en conflicto. Una parte de la sociologa de la delincuencia plantea una idea bastante parecida en lo que concierne a las violencias sociales urbanas. El fuerte aumento de la delincuencia juvenil desde finales de los aos 1950, est directamente ligado al ciclo econmico de crecimiento que permiti el advenimiento de la sociedad de consumo, asegura uno de los socilogos ms representativos de esa corriente (Mucchielli, 2001, p. 92). Tambin en este caso se presenta la violencia como la resultante de una lgica de frustracin alimentada por una sociedad del placer consumista a la que no tienen acceso las poblaciones ms precarizadas. El inicio de un perodo de desempleo masivo, asociado la marginalizacin de las poblaciones ms pobres, todo esto bajo la dictadura del mercado, producira reiterados fenmenos de violencia. Para ciertos socilogos crticos, ms all de las explicaciones en trminos de delincuencia anmica, en relacin con la crisis de la adolescencia, o de criminalizacin de los modos de vida, , son sobre todo los factores econmicos, formados en las desigualdades, los que engendran la frustracin y, por lo tanto, los actos violentos.

    Pero tambin debe tenerse en cuenta la politizacin de los descontentos. En efecto, la frustracin econmica puede estar unida a una frustracin de otra naturaleza (poltica o social). Son los casos de Ulster o Palestina, donde la precarizacin econmica de los catlicos o de los palestinos se agrav por una condicin de minora poltica y simblica, y llev, a fines de la dcada de 1960 en Dublin, o despus de los acuerdos fallidos de Oslo en Palestina, a un nivel de frustracin tal que desemboc en una explosin de violencia poltica de gran magnitud.

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    El modelo sintetizado de Ted Gurr: de la violencia colectiva a la violencia poltica

    Amplitud histrica de la VP Legitimidad del rgimen Influencia de los medios de

    comunicacin que muestran

    smbolos agresivos

    Contenidos afectivos de las

    apelaciones simblicas Intensidad de las justificaciones

    doctrinales de la violencia poltica Respuestas aportadas por el

    rgimen a la RD

    xito de otros grupos con la VP

    Intensidad de las justificaciones

    utilitarias de la VP

    Extensin de las justificaciones de la

    VP

    Densidad de los smbolos

    agresivos en los medios de

    comunicacin

    2- Potencial de violencia

    poltica (VP)

    xitos anteriores del grupo con la VP

    Visibilidad de los desafos

    (polticos, econmicos,

    simblicos)

    Intensidad de la frustracin relativa

    (RD: relative deprivation),

    distorsin entre las expectativas y

    las realizaciones

    1- Potencial de la violencia

    colectiva

    Intensidad de la motivacin

    investida Disminucin de la esperanza de

    satisfaccin de las expectativas Duracin de la frustracin

    Aumento de los bienes en el pasado del

    grupo

    Influencia de las organizaciones del R sobre la poblacin Influencia de las organizaciones D sobre la poblacin

    Medios y recursos de las organizaciones del R Cohesin de las organizaciones D

    Cohesin de las organizaciones del R Medios y recursos de las organizaciones D

    Recursos institucionales del Rgimen (R) Recursos institucionales de los disidentes (D)

    3- Importancia de la violencia poltica

    Control y coercin del R Control y coercin de los D

    Extensin de la poblacin bajo la vigilancia del R Magnitud y recursos militares D

    Lealtad de las fuerzas legales las elites Concentracin de los D en reas aisladas

    Severidad de las sanciones del R Extensin de la poblacin controlada por los D

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    5.3. Los determinantes socioculturales

    Aunque por lo general se pone el acento en los motores polticos y econmicos de la violencia, conviene no subestimar la importancia del ambiente cultural que ofrece un marco de legitimacin y a veces se llega a considerar incluso natural el ejercicio de la violencia. Los determinantes socioculturales de la violencia son de tres rdenes:

    1) El primero tiene en cuenta el medio ambiente en el sentido amplio, incluyendo a la geografa que vara desde las regiones montaosas a lo impenetrable de la densidad urbana: ambas posibilitan una guerra de desgaste. En los suburbios as como en otros universos (los campos de refugiados) se puede adems subrayar la importancia de las lgicas gregarias de bandas, alentadas por la densidad demogrfica sumada a una socializacin generacional en la calle y un hbitat empobrecido que empuja a la calle a los adolescentes ociosos. Todo ello alienta comportamientos marginales y/o violentos.

    2) Tambin pueden sealarse otros elementos culturales como la tradicin de obediencia en algunos pueblos, la cual puede favorecer movimientos de masa violentos como en Camboya o Japn. Lo mismo se podra decir de Ruanda, donde se apel a la tradicin de obediencia de los campesinos a la Iglesia o a la autoridad instituida, para entender la masacre genocida de 1994. Generalizando esta idea, la religin puede funcionar tambin como un poderoso vector de la violencia. La actualidad contempornea est llena de conflictos religiosos cuyo salvajismo rivaliza con la pretendida devocin religiosa de sus autores. Las religiones son, con mucha frecuencia, eficaces promotoras de identidades exclusivas que rechazan al otro por una indignidad de creencia o por considerarlo una amenaza a la pureza de las propias creencias. Se puede alentar la violencia erigindola en elemento central del registro cultural dominante. Entonces, es fuertemente promovida como una variable positiva de diferenciacin social. Esta construccin del guerrero era fcilmente reconocible en los tiempos antiguos, cuando la prctica de la violencia revelaba el rango social (Elias, 1973) pero es posible detectarla an hoy en subculturas de valorizacin de la violencia, en las que sta constituye un elemento favorable de la representacin de s mismo. El universo skinhead, por ejemplo, asocia a veces la violencia con una tica que valoriza ciertos comportamientos. Se ha hablado de socializacin cultural a travs de la cual se comprende la violencia como un constructo, un aprendizaje que valoriza a quienes la practican y a toda la comunidad. Podemos encontrar este esquema en el seno de los nacionalismos armados de Europa, donde se ha desarrollado una verdadera cultura que glorifica el uso de la violencia por el bien de la comunidad y que convierte a los grupos clandestinos en modelo de virtud para muchas poblaciones. Los relatos de herosmo transmitidos en el universo familiar y repetidos en el espacio pblico introducen en el imaginario comunitario la necesidad de una violencia virtuosa. En este caso, la violencia es culturalmente alentada, e incluso se la muestra como una exhibicin ancestral de pueblos orgullosos y agraviados, que rechazan desde siempre las imposiciones de los Estados centrales o del imperialismo del momento.

    3) Por ltimo, se puede hablar de una verdadera canibalizacin del espacio pblico por parte de la violencia cuando sta, como sucede en las zonas de conflicto prolongado, se ha convertido en una parte de la cultura comn. Determina fuertemente los hbitos de vida, de desplazamiento, las maneras de conversar, as como el conjunto de las prcticas sociales (incluyendo las artsticas o arquitectnicas), dando lugar a una recomposicin total de los modos de vida, recomposicin que es percibida a menudo como una fatalidad porque la experiencia de la guerra parece no tener fin.

    En situaciones menos caticas, la violencia tambin puede volverse natural e incrustarse en la vida cotidiana de los individuos que la practican hasta generar cierto ethos (Mucchielli). Desde la msica y los textos de las canciones, hasta el timbre de la voz, pasando por la gestualidad y la ropa, o la apelacin a la seduccin y al sexo, hay todo un aporte de la marginalidad violenta que modela las formas de ser y hacer de ciertos colectivos. La rudeza de sus condiciones de vida y agresividad de sus costumbres se introducen en los cuerpos y en el lenguaje de estos actores hasta producir efectos perversos en trminos de insercin. La cultura de la marginalidad, que en un tiempo fue alimentada por polticas pblicas de acentos demaggicos, impide con mucha frecuencia una insercin en el mundo activo: esto provoca desesperacin, y por lo tanto conlleva un importante riesgo de consolidacin de la violencia.

    5.4. La bsqueda de lucro

    Indicbamos antes que no bastaba con analizar los condicionantes colectivos estructurales, sino involucrarlos con los resultados de decisiones racionales que responden a expectativas personales9 a la par que colectivas. Entre estas

    9 Ms cerca del saber sociolgico, Michel Wieviorka (2004, pp. 288 ss.) habla de la posible relacin entre el sujeto y la violencia, estableciendo un vnculo de construccin entre ambos. Aqu la violencia es ejercida porque sirve a la formacin de una personalidad, de una identidad

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    ltimas destaca la bsqueda de lucro. En efecto, la violencia les procura ganancias a quienes la practican. Con el tiempo esta idea se convirti en uno de los lugares comunes ms difundidos sobre la cuestin de las violencias, sean sociales o polticas, estn producidas por la delincuencia comn o por la guerra civil. La conclusin es que esta prctica tiene racionalidad en trminos de la relacin costo/beneficio. No slo en trminos personales o colectivos; en la escena internacional, los tericos de la geopoltica tambin pusieron de relieve el peso de la rentabilidad econmica de la violencia a travs de la idea establecida de una transformacin de los nuevos modos de la guerra. Lo que diferenciara a las guerras antiguas de las nuevas guerras que se producen desde el final de la bipolarizacin sera, ante todo, la motivacin financiera de los actores blicos. Segn el vocabulario de los principales exponentes de esa escuela, se trata de una violencia de greed and grievance (Berdal y Malone, 2000): no responde slo a la necesidad de financiar la accin armada, sino que busca a travs de la guerra recursos materiales que la paz no permite obtener. En una palabra: la guerra ofrece ms de lo que cuesta. Este punto es particularmente importante para entender las guerras civiles que constituyen en la actualidad una parte importante de los conflictos en la escena mundial. Las motivaciones polticas que se expresaban a travs de reivindicaciones territoriales o ideolgicas fueron reemplazadas por motivaciones monetarias, que llevan a emprender guerras de pillaje o depredacin. El repliegue de los ejrcitos clsicos en beneficio de las fuerzas mercenarias o de las guerrillas alienta esta forma de violencia de rapia y suscita la adhesin de los seores de la guerra, cuyo principal objetivo es incrementar al mismo tiempo sus ingresos y su influencia sobre las poblaciones. Se podr argumentar que siempre ha sido as, pero la diferencia decisiva consiste en que las prcticas ms o menos consideradas como manifestaciones colaterales de la guerra (el saqueo, el trfico ilegal, los pedidos de rescate) se han convertido en el aspecto central y el verdadero objetivo de las nuevas guerras y violencias contra el Estado.

    5.5. La bsqueda hedonista

    A veces se agrega al lucro el placer que motiva el recurso a la violencia. Hay toda una esttica o pornografa de la agresin en la que solo importa el placer del acto, y no el sentido que se le da. En su estudio emprico sobre los disturbios urbanos de noviembre de 2005, el socilogo Sebastian Roch habla del estremecimiento del motn que sentan en esas tardes de verano los jvenes encapuchados. Roch se niega a explicar los acontecimientos slo por razones financieras, pero destaca en cambio la racionalidad de placer que impulsaba en aquel momento a muchos participantes: Los jvenes delincuentes buscan en sus actividades el mximo de placer en un mnimo de tiempo: obtienen de ellas dinero, estremecimiento, autoestima, y, con los psicotrpicos, sensaciones (Roch, 2006, p. 128). El placer es mltiple y muy intenso, sobre todo porque la vida cotidiana de muchos jvenes carece de todo encanto. Los actos de un da permiten entonces reencantar un universo familiar bastante opaco. Por supuesto, el estremecimiento de lo prohibido, junto con la sensacin de desafiar a la autoridad, explica el placer de los manifestantes cuando provocan con violencia a un contingente de la polica antidisturbios. A esto se suma el placer sensorial de la accin, que tambin experimentan las fuerzas de seguridad encargadas de mantener el orden, y se disfruta de la adrenalina producida por el estmulo de la calle: el ruido, el fuego, la excitacin, el miedo, participan intensamente para transformar la prohibicin en fiesta. Por ltimo, est la sensacin de poder que da la violencia colectiva, ms fuerte an por el hecho de que el orden dominante suele estar tradicionalmente en contra de los jvenes amotinados. Esta bsqueda de placer tambin aparece en las situaciones de guerra o en los conflictos ms importantes.10

    5.6. La bsqueda de prestigio

    La violencia tambin se origina en la bsqueda de una mejora del estatus o del prestigio, para la propia persona o para el grupo. Este punto es fundamental para entender la adhesin a actos violentos importantes y arriesgados de una amplia franja de la poblacin, por lo general desocupada. Esto es as sobre todo porque, segn Ted Gurr y Barbara Harff (2000), la mayora de los conflictos actuales no surgen de problemas econmicos o territoriales, sino ms bien de fenmenos de marginacin poltica o discriminaciones pblicas contra un grupo o una comunidad. Laetitia Bucaille (1998, 2002) mostr la atraccin que ejerci la segunda Intifada sobre una juventud palestina marginada por las grandes familias de notables. La violencia callejera funciona como un verdadero mecanismo de ascenso social para jvenes sin perspectivas, que de pronto se vuelven interlocutores de los poderes y se sienten valorizados por una posicin de combatientes que les ofrece un nuevo reconocimiento social.

    individual, o ms sencillamente, porque es la respuesta que se considera ms directa y ms fuerte a la sensacin de desmoronamiento de la identidad. 10 Sofsky (1998) habla de la alegra salvaje de la desinhibicin ilimitada: una especie de placer en la transgresin de la muerte. El campo de batalla permite coquetear con la muerte sin ceder a ella, otorgndole al sobreviviente un placer total: El espanto de haber visto la muerte se transforma en satisfaccin, ya que uno no es el muerto, explica Elias Canetti en Masa y poder (1986, p. 341).

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    La violencia reencanta la vida cotidiana y permite a quienes la abrazan convertirse en algo ms grande que ellos mismos, hasta sumergirse en las delicias narcisistas del reconocimiento. La delincuencia comn se acerca a esta idea. La violencia callejera, por ejemplo, proviene a menudo de un mecanismo similar de reconocimiento, que acta mucho ms cuando concierne a poblaciones poco reconocidas y que a veces experimentan incluso un verdadero sentimiento de desprecio y relegacin.11 La violencia delictiva permite recuperar una estima fuertemente disminuida, haciendo uso de un recurso de excepcin, en una poca en que, en todas partes, la violencia es denigrada y poco familiar. Los que la practican se benefician por una vez, podramos decir a partir de un recurso diferente poco difundido, un saber que infunde temor y les devuelve una imagen valorizada de s mismos por la omnipotencia que inspiran. Ellos tienen lo que los dems no tienen: el dominio de la violencia, el poder de atemorizar, las delicias del miedo que provocan. La fuerza del fenmeno de las bandas proviene de esta capacidad casi mgica de transformar una inferioridad social en superioridad de comportamiento.

    6. Violencias sociales y violencia de Estado

    La violencia es pues una categora compleja interrelacionada con todos los dems parmetros de una cierta situacin cultural, econmica, poltica, social. Un fenmeno ligado por tanto a los problemas de la accin colectiva y a los movimientos populares en el caso de las sociedades modernas y contemporneas. Sin embargo, la violencia no es tampoco un mero efecto de ciertos cambios estructurales y, en cualquier caso, el cambio estructural no basta para explicar los fenmenos violentos, aunque stos suponen aqullos. De ah la necesidad de plantear una determinacin ms en el anlisis de la violencia poltica: la necesidad de referirse siempre a la relacin entre poder y violencia.

    Aunque la sinrazn y la inhumanidad caracterizan a menudo el recurso a la violencia, podemos encontrar estos rasgos invertidos. Ello se debe a una de las distinciones ms sorprendentes de este fenmeno: la que existe entre violencia opresiva y liberadora, y que ha perdurado en el debate de las ideas para legitimar o denostar algunas revoluciones, e incluso para cuestionarse la proporcionalidad entre los fines pretendidos y los medios utilizados. En el fondo de este debate subyace la cuestin del mbito en que se producen y hacia el que van dirigidas las formas de la violencia poltica. As y de manera bastante tradicional se pueden distinguir entonces tres formas de violencia. La primera, en el ncleo mismo de las construcciones polticas modernas, es la violencia del Estado, que por lo general se oculta en los sistemas democrticos, pero siempre est presente cuando se ve amenazado el orden. La segunda se dirige, a la inversa, contra el Estado. Expresa las quejas de grupos sociales constituidos, que le oponen al Estado con mayor o menor fuerza su punto de vista poltico o simplemente social. Por ltimo, estn las violencias interindividuales, de carcter delictivo y criminal, que slo le conciernen al Estado en la medida en que ste tiene la obligacin de mantener el orden pblico, pero no apuntan directamente contra l. Las democracias que han sabido evitar la violencia parecen ms particularmente sensibles a las fluctuaciones de esas violencias delictivas y criminales, muchas veces dbiles en intensidad, pero que provocan importantes resentimientos y transformaciones que pueden derivar en cuestiones polticas.12

    6.1. La violencia de Estado

    El sentido comn considera que la violencia es un obstculo natural al orden social adecuado, una expresin ruidosa de una protesta contra las instituciones y el derecho. Sin embargo, el actor ms violento sigue siendo el Estado, que est fundado por y en la intimidacin, y mantiene su autoridad con una violencia pocas veces expresada pero siempre subyacente. Si bien el Estado pretende tener el monopolio de la violencia, sta tiene como particularidad el hecho de ser reconocida como legtima y permanecer sometida a un conjunto de coacciones jurdicas y prcticas que limitan su expresin desordenada. El ejemplo del mantenimiento del orden interno ilustra bien esta filosofa de la violencia contenida. En el plano externo, la lgica de la guerra es bastante diferente, aun cuando est surgiendo cada vez ms una retrica de la guerra justa que tambin responde, en apariencia, a una exigencia democrtica.

    As, de lo dicho hasta ahora se colige que toda violencia poltica tiene como referente el Estado, en tanto que, como forma de accin poltica que es, remite a la organizacin del hecho pblico, del que es hacedor y garante l mismo, por los canales de las instituciones, partidos y organizaciones. De esta manera, puede incluso decirse que violencia y poder se refieren mutuamente, incluso en los actuales sistemas polticos democrticos, si bien con la matizacin de

    11 En noviembre de 2005, las palabras ofensivas de un exministro del Interior, que haba comparado a los jvenes de los suburbios con una suciedad que haba que "limpiar", dieron lugar a las peores sublevaciones urbanas de que Francia tenga memoria, precisamente porque se haba quebrantado la exigencia de respeto, muy viva en esas poblaciones. 12 Por cuestiones de espacio estudiaremos las dos primeras y tan slo resta recomendar sobre la violencia individual el libro de Vicenzo Ruggiero (2008) La violencia poltica. Un anlisis criminolgico.

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    la legitimidad de que goza la utilizacin de la coaccin y sancin por parte de los Estados democrticos, en los que sta siempre se haya acotada por la legalidad, cuando no sencillamente ocultada.13 Se entiende as la preocupacin de todo discurso poltico por mostrar la violencia como algo que debe ser mantenido a buen recaudo, un monstruo que debe permanecer lejos o enjaulado. El mnimo descuido podra hacer manifiesto que el Estado se basa, en efecto, en esa violencia, y que ah est la evidencia misma de su impotencia, de su debilidad, de una deslegitimidad siempre intuida y, por ello, obsesivamente ocultada. De este modo, los discursos oficiales sobre la violencia seran siempre contribuciones a la voluntad del orden poltico de disuadir o persuadir a la mayora social de una cosa de la que nunca aparece del todo convencida. A saber, que el uso de la fuerza no es lo que es, es decir un recurso cultural y un lenguaje disponibles para fines asociados a una ltima instancia, la administracin y control de la cual depende de la propia sociedad, sino una sustancia altamente peligrosa, de la que la manipulacin ha de correr siempre a cargo de especialistas que han sido entrenados por la Administracin. Slo ellos reciben permiso para entrar en contacto con una materia tan daina, tanto en el terreno de las prcticas como en el de las representaciones, y preservarnos de una energa cuyo peligro reside en su extraordinaria capacidad de expresar sentimientos e ideas, de resolver problemas por la va rpida y, por ltimo, de poner en comunicacin a los seres humanos. Con ello quedaba vedado el anlisis de la violencia poltica en el terreno ms rico que histricamente podamos hallar, esto es en las interacciones producidas por y con el Estado, dado que cuando ste lleva a cabo una accin de penalizacin de la conducta de una persona o grupo no incurre en un acto de violencia poltica pues esta coaccin es legtima en virtud de un ordenamiento jurdico aprobado y/o consentido.

    6.1.2. El Estado y el monopolio de la violencia legtima

    Partimos pues de una negacin del sentido comn. Aunque en el imaginario colectivo, la palabra violencia no remite de inmediato a la accin del Estado, sino ms bien a la de sus impugnadores, sera ingenuo y polticamente muy discutible no considerar al Estado como un formidable mecanismo de violencia. Tanto para los marxistas ortodoxos como para los neomarxistas, el Estado no es otra cosa que el instrumento de dominacin de la clase (burguesa) en el poder, que usa su aparato represivo (polica, ejrcito, justicia) para proteger sus posesiones econmicas y mantener alejado de la vida democrtica real al proletariado explotado. Ello explica que las democracias (burguesas) slo sobreviven gracias a la alianza oculta entre la polica y el gran capital. La historia misma de la formacin del Estado es la de una lenta pero continua empresa de despojamiento del derecho de los seores feudales a las guerras, en beneficio de una autoridad central. Max Weber y despus Norbert Elias describen este proceso en la fundacin no slo de los poderes modernos, sino ms an, de una forma de civilidad que ha modificado profundamente las relaciones sociales.

    Si antes se mencionaban las distintas formas contemporneas de violencia debidas a los procesos de industrializacin y urbanizacin (violencias urbanas), el otro elemento clave en la caracterizacin de una historia de la violencia poltica en el mundo actual es indudablemente la evolucin del Estado. El modelo de correlacin entre violencia y modernidad no puede dejar de incluir las transformaciones del Estado y el cambio en su funcin de regulador social. El primer Anthony Giddens (1985) haba sealado de forma penetrante el papel del Estado-nacin en la transformacin de la funcin y uso de la violencia, sobre el contexto general de la poco discutida aseveracin weberiana de que la modernidad se caracteriza por la constante y creciente atribucin al Estado del monopolio de la violencia legtima. Esta propiedad es, quizs, una de las caractersticas ms identificativas del Estado moderno, en cuanto que en l, el nico legitimado para utilizar la violencia es el propio Estado. Dicho de otra manera, hasta el momento de la modernidad, la violencia constitua un modo habitual de resolucin de conflictos y hasta de relacin social. Sin embargo, con el advenimiento del Estado moderno, este se arroga el monopolio de la violencia a diferencia de etapas histricas del pasado en las que la violencia era una forma de accin consustancial a la poltica. Podemos decir que, en la medida que aparece una forma de accin poltica normalizada no violenta, empieza a existir la violencia poltica. La cuestin estriba en si esta atribucin del monopolio de la violencia por parte del Estado es un proceso lineal y sin matices.

    El monopolio progresivo de la violencia por parte del Estado capitalista tiene como contrapartida la creacin de un orden nuevo en las relaciones sociales: el que atribuye a los poseedores del capital y de los medios de produccin la facultad de establecer su propio orden econmico del que tericamente se ha desterrado la coercin extraeconmica pero que instituye una forma de dominacin monopolstica. En la sociedad capitalista se establece

    13 Se le da por ello la razn a Hannah Arendt (1967) acerca de la incompatibilidad entre violencia y poder legtimo. Frente a esta idea se ha situado una larga tradicin de pensamiento que culmina en Max Weber la cual se haba empeado en asimilar poder poltico y violencia. Siguiendo a Arendt, no podra existir un poder violento, sino como mucho una dominacin, un sometimiento destinado a instrumentalizar la voluntad humana al servicio de objetivos particulares: La violencia puede destruir al poder, es absolutamente incapaz de crearlo.

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    un doble control: el del Estado sobre la violencia, lo que constituye la autoridad pblica, fundada en el monopolio de los instrumentos de violencia, y el del mercado a travs del contrato de trabajo capitalista. Con este proceso el sentido de la violencia cambia por entero, por ello puede hablarse con propiedad de violencia poltica. Se supone que el mundo del mercado se autorregula, no as el poder del Estado que equivale a la violencia del Estado. El Estado capitalista se enfrenta a las clases subordinadas, no a los seores del mercado; la violencia del Estado tiene ahora una funcin disciplinar, crea una vigilancia burocrtica para la que la violencia constituye un instrumento frente a la violencia ejemplar que, como explicaba Foucault, es la propia de las sociedades precapitalistas. Veamos brevemente su origen.

    La formacin del Estado pasa por la victoria del monopolio real (Elias, 1973) en beneficio de un seor todopoderoso que fuerza a sus rivales a someterse a su autoridad. Esta ley del monopolio se basa en una acumulacin de los medios de dominacin gracias a la alianza entre el fisco y los ejrcitos. La violencia del seor central le permite enriquecerse imponindoles a todos sus sbditos una sangra fiscal que le garantiza ingresos para modernizar su ejrcito y su administracin. De forma progresiva el monopolio monrquico se hace tan fuerte que los rivales que compiten en el uso de la violencia consideran ms prudente renunciar a ella, a cambio de un protectorado eficaz basado en la burocratizacin impuesta por la gestin fiscal. Al monopolizar el uso de la violencia en el plano interno (polica) y en el plano externo (la guerra), como en su dimensin ms simblica (prohibicin del duelo aristocrtico, restriccin del uso y posesin de armas), el Estado se impone, y tambin impone una sensacin de seguridad que modifica profundamente las economas psquicas de sus protegidos.14 Poco antes Max Weber haba presentado su famosa definicin del Estado como una comunidad humana que, en los lmites de un territorio determinado el concepto de territorio es una de sus caractersticas, reivindica con xito para s misma el monopolio de la violencia fsica legtima (Weber, 1959). El Estado se define por la violencia aun cuando, por supuesto, no se limita a su uso. Sin embargo, a pesar de que el Estado tiene mltiples finalidades, el monopolio de la violencia en su territorio establece su forma original.

    En todo caso, esta definicin del Estado es al mismo tiempo perturbadora y problemtica. Es perturbadora en primer lugar porque al Estado moderno no le gusta, en general, poner el acento en sus fundamen