Primeras Paginas Guerra Politica Sociedad Colombiana

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GONZALO SÁNCHEZ GÓMEZ Guerra y política en la sociedad colombiana

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GONZALO SÁNCHEZ GÓMEZ

Guerra y política en la sociedad colombiana

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carlosTorres
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© 1991, 2008, El Áncora Editores© 1991, Gonzalo Sánchez Gómez

© De esta edición:2008, Distribuidora y Editora Aguilar, Altea, Taurus, Alfaguara, S. A.Calle 80 No. 10-23, Bogotá (Colombia)www.santillana.com.co

ISBN: 978-958-704-765-3Impreso en Colombia – Printed in Colombia

Ilustración de cubierta: Archivo fotográfico SantillanaDiseño de cubierta: Santiago Mosquera Mejía

Diseño de colección: Punto de lectura

Impreso en el mes de julio de 2008por Editorial Nomos S. A.

Todos los derechos reservados. Este libro no puede ser reproducido por ningún medio, ni en todo ni en parte, sin el permiso del editor.

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Contenido

Presentación . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9

I. Guerra y política en la sociedad colombiana . . . . 11

1. Introducción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 13

2. Las guerras civiles y la política . . . . . . . . . . . . . . 15

3. Entre las guerras y la violencia: la democratización frustrada . . . . . . . . . . . . . . . . 25

4. La violencia y la supresión de la política . . . . . . 29

5. El legado de la violencia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 49

6. Militarización de la política y bandolerización de la guerra . . . . . . . . . . . . . . 55

II. Rehabilitación y Violencia bajo el Frente Nacional . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 65

1. Introducción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 67

2. Dilemas y criterios de acción . . . . . . . . . . . . . . . 71

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3. Invasiones urbanas y rurales . . . . . . . . . . . . . . . . 89

4. Las colonizaciones . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 103

5. La crisis de la Comisión . . . . . . . . . . . . . . . . . . 115

III. Tierra, Violencia y desarrollodesigual de las regiones . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 123

1. Introducción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 125

2. La continuidad de la hacienda: el caso del Quindío . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 133

3. Transformación regresiva y efectos tardíos: el caso del norte del Tolima . . . . . . . . . 147

4. Transformación progresiva: el capital sigue su marcha en el Valle . . . . . . . . . . . . . . . . 155

5. Parcelación y disolución de las haciendas: el caso de Sumapaz . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 173

IV. La degradación de la guerra . . . . . . . . . . . . . . . . . 217

V. El imaginario político de los colombianos . . . . . 225

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Presentación

En su versión original, que después sería revisada, amplia-da y corregida por el autor con miras a publicar este libro, lostres ensayos iniciales que lo componen (Guerra y política en lasociedad colombiana, Rehabilitación y Violencia bajo el Frente Nacio-nal y Tierra, Violencia y desarrollo desigual de las regiones) apare-cieron por primera vez en la revista Análisis político, editada porel Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internaciona-les de la Universidad Nacional. Asimismo, de los dos últimosensayos (La degradación de la guerra y El imaginario político delos colombianos) se publicó una versión resumida en la revistaSemana (mayo 3 de 1988) y en el magazín dominical de El Espec-tador (marzo 11 de 1990), respectivamente.

A pesar de haber sido escritos en distintas épocas, los cincotrabajos que conforman el presente volumen tienen un pro-pósito común: el de contribuir a esclarecer, en la medida de loposible, las relaciones que han existido a lo largo de la histo-ria de Colombia entre la guerra y la política, entendida estaúltima, sobre todo en el tercer capítulo, como la expresión con-centrada de la economía.

Sobra decir que dichas relaciones han sido siempre con-flictivas, contradictorias y ambiguas, y que varían de acuerdocon el momento históricos en que se presentan. Desde las gue-rras civiles del siglo XIX, relativamente inocuas en comparación

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con las del siglo XX, hasta las trágicas contiendas armadas dela actualidad, envilecidas por sus tácticas y métodos de luchas,ha corrido bastante agua por debajo de los puentes. En algu-nas ocasiones, la guerra se ha subordinado a la política; en otras—las más—, la política se ha subordinado a la guerra; en todas,sin embargo, guerra y política han jalonado la historia de Co-lombia como no ha ocurrido con la de ninguna otra nación deAmérica Latina.

El tema, además de la importancia teórica que encierra,plantea múltiples interrogantes sobre la situación actual delpaís, un país que en el transcurso de las últimas décadas hatenido que asistir a un proceso cada vez más envolvente de«militarización de la política y bandolerización de la guerra»,para decirlo en los términos utilizados por el autor de estelibro. Un libro que, fuera de poner el dedo en la herida, lo queno deja de ser saludable en circunstancias como las de hoy,constituye una contribución valiosísima para entender elpasado, el presente y el futuro de las relaciones entre guerray política en la sociedad colombiana.

Los editores

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IGuerra y política en la sociedad colombiana

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1. Introducción*

Guerra y política, orden y violencia, violencia y democra-cia, y en el límite, vida y muerte, son algunas de las múltiplesoposiciones y complementariedades a partir de las cuales sehace descifrable la historia colombiana.

A decir verdad, si hay algo que obsesiona en el devenir his-tórico y en la cotidianidad de este país es la no resolución delos contrarios, su terca coexistencia, como si formaran partede una cierta disposición natural de las cosas. Sólo de maneracoyuntural, en momentos de aguda crisis, polaridades comoésta de guerra y política que nos proponemos estudiar aquí sesienten socialmente y se perciben intelectualmente como rela-ciones problemáticas. Hoy nos encontramos en uno de esosmomentos. El tema, el vocabulario, el miedo de la guerra, sehan apoderado de los colombianos. Ya no se habla siquiera deviolencia, sino de guerra. De la guerra de los narcos, de la gue-rra sucia, de la guerra de las guerrillas, de la guerra del presiden-te, de las guerras de las bandas. El término no es, por supuesto,unívoco, pero es indicativo. Políticos y académicos ya no se

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* En la elaboración de este ensayo me he beneficiado ampliamente yespero que no más allá de lo permisible, de las ideas expuestas por DanielPécaut en su seminario sobre «Democratie, crises et violence», en laEscuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales de París.

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interrogan confiados sobre las bases de la unidad de la naciónsino que indagan confundidos sobre las raíces de su división.

Sabemos desde Clausewitz de las relaciones orgánicas en-tre la guerra y la política: «La guerra no es sino una parte de lasrelaciones políticas»…; «…la política es la matriz dentro de lacual se desarrolla la guerra»1. Acaso desde este ángulo lo quele añade complejidad y fuerza ilustrativa al caso colombiano esla diversidad de combinaciones de dicha relación en los dis-tintos contextos históricos: a veces, como en las guerras civilesdel siglo XIX, guerra y política entran en relaciones de conti-nuidad y complementariedad; otras, como en la guerra civil nodeclarada de los años cincuenta la guerra se despliega como unaestrategia de exclusión, de supresión de la política; en una ter-cera fase, la de la guerra de guerrillas que se inicia a partir delFrente Nacional, las armas se convierten en sucedáneo de lapolítica y finalmente, en el momento actual, los términos dela confrontación están caracterizados por una fragmentaciónextrema tanto de la guerra como de la política. Para citar otravez a Clausewitz, «cada época tiene sus propias formas de gue-rra»2, a lo cual haría eco Carl Schmitt afirmando que el campode la política se modifica sin cesar según las correlaciones defuerza3.

Historicidad de la guerra e historicidad de la política. Esteensayo es, pues, un intento de precisar, en un modelo no evo-lutivo sino de rupturas sucesivas, los diferentes contextos y los di-versos tipos de combinaciones entre guerra y política por losque ha pasado el todavía inacabado proceso de formación de lanación colombiana.

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1 Carl von Clausewitz, De la Guerre, París, Editions de Minuit, 1955, pp.703 y 27.2 Op. cit., p. 689.3 Carl Schmitt, La notion de Politique-Théorie du Partisan, París, Calman-Lévy, 1972, p. 183.

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2. Las guerras civiles y la política

Abundan en Colombia los relatos, crónicas y «memorias»de las guerras civiles del siglo XIX, pero carecemos todavía devisiones de conjunto que nos permitan caracterizar la dinámicaentre guerra y sociedad, es decir, que hagan viable una socio-logía de las guerras civiles. No obstante, disponemos de los ele-mentos suficientes para la argumentación general de este en-sayo1.

Guerra y política son prácticas colectivas simétricas e indi-sociables en el siglo XIX. En efecto, la memoria política del sigloXIX en Colombia se construye sobre la base de una doble refe-rencia: desde el punto de vista de la primera, la historia nacio-nal aparece como una historia de guerras y batallas. Guerras ybatallas de independencia, por supuesto, pero también, con pos-terioridad a las luchas liberadoras, las guerras entre caudillosque se afirmaban a nombre del combate contra la anarquía: laGuerra de los Supremos, en 1840; las guerras federales (1860,1876-77); la Guerra de los Mil Días, al quiebre del siglo; la

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1 Aludo a trabajos como el de Charles Bergquist, Café y conflicto en Colom-bia, 1886-1920, Medellín, FAES, 1981; de Álvaro Tirado Mejía, AspectosSociales de las Guerras Civiles en Colombia, Bogotá, Biblioteca Básica Col-cultura, 1976; de Jorge Villegas y José Yunis, La Guerra de los Mil Días,Bogotá, Carlos Valencia Editores, 1979, y el sugestivo ensayo de MalcolmDeas, citado más adelante, sobre la guerra de 1885, entre otros.

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Batalla de Garrapata (1877), la Batalla de la Humareda (1885),las batallas de Palonegro y Peralonso (Guerra de los Mil Días),para dar sólo algunos ejemplos de una larga lista. Desde elpunto de vista de la segunda referencia y sin que ello representeun contrasentido, la historia de Colombia en el siglo XIX sepuede leer también como una historia de Constituciones, lasmás notables de ellas producto de la guerra misma. Tal fue elcaso de la de Rionegro, en 1863, a la cual Víctor Hugo habríahecho el incómodo elogio de calificarla de «Constitución paraángeles», y de la de 1886, que en sus lineamientos esencialesestá aún vigente. En este contexto, la guerra se comporta co-mo fundadora del derecho, del orden jurídico-político, de unanueva institucionalidad, y no como fuente de anarquía. De he-cho, en este país el culto y la fascinación por las armas no hasido incompatible con el culto al formalismo jurídico. No envano y desde otro enfoque se ha podido hablar de «guerrasconstitucionales»2.

La guerra en Colombia durante el siglo XIX no es nega-ción o sustituto, sino prolongación de las relaciones políticas.La guerra, podría decirse, es el camino más corto para llegar ala política, y mientras las puertas que podrían considerarse co-mo normales permanecen bloqueadas (las del sufragio, porejemplo), ella constituye en muchos aspectos un singular canalde acceso a la ciudadanía.

Pero si las armas aparecen como el lenguaje duro de lapolítica, y las guerras como el modo privilegiado de hacer polí-tica, la política a su vez no puede ser pensada sino como uncampo de batalla en el cual la hacienda aportaba soldados, elpartido respectivo banderas y la Iglesia muchas cosas a la vez:

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2 Hernando Valencia Villa, «De las guerras constitucionales en Colom-bia…», en Análisis Político, No. 6, enero a abril, Universidad Nacional deColombia, Bogotá, 1989, pp. 80-97.

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un lenguaje y un espíritu de cruzada, la representación de ladiferencia como cisma, la demonización del adversario político.

Nada mejor para expresar esta relación entre la guerra yla política que la fórmula utilizada por el general Gaitán Obesopara definir sus huestes: «ejército de ciudadanos»3. Bella fór-mula: como si los ciudadanos se constituyeran en el ejerciciode la guerra. Después de todo, y en un plano ya no exclusiva-mente colombiano, hay que subrayar el uso de un repertoriocomún entre la guerra y la política del cual hacen parte, porejemplo, las siguientes nociones: estrategia, táctica, vanguardia,campaña, relaciones de fuerza, conquista del poder, campo ene-migo.

Hemos establecido en otro lugar4 que las guerras civilesque dominan la historia política del siglo XIX —y cuyo númerose hace llegar hasta catorce— son confrontaciones y moviliza-ciones armadas que expresan en lo fundamental rivalidadesentre las clases dominantes, alinderadas indistintamente en losnacientes partidos políticos, el liberal y el conservador, que hansobrevivido casi que sin solución de continuidad hasta hoy.Podríamos agregar que la guerra en el siglo XIX es no sólo unaaventura llena de peripecias propiamente bélicas y de intrigaspasionales sino, ante todo, el escenario de definición de jefa-turas políticas, candidaturas presidenciales, controles territo-riales, en una palabra, de relaciones de poder. Lo que se juegaen ella, por tanto, no es la toma del Estado, o el cambio del sis-tema, como en las revoluciones, sino simplemente la partici-pación burocrática, la incorporación al aparato institucional delas fuerzas ocasionalmente excluidas. Esta aclaración no nos

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3 Malcolm Deas. «Poverty, Civil War and Politics: Ricardo Gaitán Olbesoand his Magdalena River Campaign in Colombia, 1885», en Nova Americana,No. 2, Giulio Einaud: Editore, Torino, 1979, p. 291.4 Gonzalo Sánchez, «Raíces históricas de la amnistía o las etapas de la gue-rra en Colombia», Revista de Extensión Cultural, No. 15, Medellín, 1984.

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puede llevar, empero, a minimizar los alcances de lo que sejugaba en los principales capítulos de las guerras civiles del sigloXIX.

Los temas de la guerra eran, ciertamente, los grandestemas de la política, comunes por lo demás en diversos gradosy combinaciones a todos los países de la América Latina. Se lospuede agrupar en cuatro grandes bloques:

Primero, el concerniente a la forma de organización polí-tica, es decir, al necesario equilibrio de los diversos poderesregionales entre sí y entre éstos y el también necesario arbitrajecentral. En varios países se las conoce como las «guerras fede-rales» e irrumpieron con el ocaso de los caudillos hegemóni-cos de la post-independencia, como Páez en Venezuela, Rosasen Argentina, Santa Ana en México.

Segundo, el gran tema explícito o latente en estas guerrases el concerniente a lo que hoy llamaríamos «modelos de des-arrollo». Se trata en este caso del debate sobre las condicionesde inserción periférica del país en la órbita capitalista y, espe-cialmente, en la división internacional del trabajo que se plan-teaba bajo la forma de una opción entre manufacturas o mate-rias primas como base de nuestra competitividad en el mercadomundial.

Una tercera fuente de conflicto es la que se refiere a lasrelaciones Iglesia-Estado-partidos, cuyo trasfondo es el pro-blema de la hegemonía o el pluralismo cultural. Pero los pun-tos de mayor sensibilidad tenían que ver no sólo con el laicismodel Estado, la posición de los partidos frente a los privilegioseclesiásticos, la capacidad de intervención en las relaciones pri-vadas y en el sistema educativo, sino también con los apetitosque suscitaba el manejo de los bienes de la Iglesia (rurales enparticular). Esta problemática hizo que muchos de los episo-dios de las guerras civiles se vivieran como guerras de religión,por ejemplo en la guerra de 1876 y en la Guerra de los Mil

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Días.5 La politización de la Iglesia y la sacralización de la polí-tica hacen parte del mismo cuadro mental.

Por último —no hay que omitirlo—, muchas veces enestas guerras se ponían en juego derechos y libertades quehacían parte del desarrollo general de la sociedad y no exclu-sivamente de las élites dominantes. La abolición de la esclavi-tud, por ejemplo, no puede verse sólo en términos de enfren-tamiento entre esclavistas y hacendados urgidos de mano deobra, sino también como apropiación nacional de una con-quista democrática universal. Lo mismo podría decirse de granparte del ideario liberal radical en lo que tiene de potencialdemocrático y anticolonial.

En todo caso, vistas en perspectiva histórica y desde elpunto de vista de sus resultados, estas guerras son guerras incon-clusas: no hay en ellas netos vencedores ni vencidos. Las decomerciantes, artesanos y terratenientes culminan en el prag-matismo social de la diversificación de oficios y de inversionesy no en la hegemonía de unos sobre otros; las de religión, esti-muladas originalmente por la abolición de censos y las des-amortizaciones de Juárez en México (1855-57), desembocan enColombia en el Concordato; y las de las oligarquías regiona-les frente al Estado central terminan en un laborioso compro-miso entre «centralización política y descentralización admi-nistrativa» (Constitución de 1886).

Como rasgo distintivo de estas guerras hay que resaltarademás la confluencia, o quizás más precisamente la fusión entrela conducción político-ideológica y el mando militar. El mosai-co de la política colombiana del siglo XIX está lleno de genera-les, no sólo de los que habían participado y se habían hecho en

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5 Sobre este punto véase de Christopher Abel, Política, Iglesia y Partidos enColombia: 1886-1953, Bogotá, FAES - Universidad Nacional, 1987. Asimismo,de Fernán González, «La Iglesia Católica y el Estado colombiano, 1886-1985», en Nueva Historia de Colombia, Bogotá, Editorial Planeta, 1989, tomo 2,pp. 341-396.

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el proceso emancipador, sino de los que surgen y se reprodu-cen precisamente en el transcurso de las guerras civiles. JoséHilario López, Obando, Mosquera, Aquileo Parra, hasta llegara Uribe Uribe y a Benjamín Herrera en los albores del sigloXX, son algunos de los más notables en el panteón del partidoliberal. El conductor político era, pues, al mismo tiempo el jefemilitar en defensa de los que se erigían en el momento comolos principios de su partido, los colores de su bandera. Pocoimporta para el caso que esta convergencia fuera la expresiónde un proceso de concentración de funciones socio-políticaso, simplemente, el signo de un todavía inacabado proceso de di-ferenciación.

Hay que admitir, no obstante, como lo ha recordado Fer-nando Guillén Martínez, que el prestigio de muchos de estosgenerales no derivaba directamente de sus gradaciones milita-res sino de un poder social previamente constituido en su con-dición de hacendados y también —agregamos nosotros— decomerciantes o profesionales de renombre6. Es decir, que la or-ganización de la guerra era una réplica de las jerarquías de lasociedad en la cual se desenvolvía. Al decir de uno de los gene-rales de la guerra de 1885, esta circunstancia permitía tambiénque, a diferencia de los desposeídos, que se enrolaban en la gue-rra por «motivos oscuros», los poseedores de fortuna lo hicie-ran por los «nobles fines» de la política7.

En realidad, la participación de las clases subalternas enlas guerras era equívoca. Convocadas y reclutadas de maneraresignada o forzosa, constituyen materialmente el grueso de losejércitos pero aparecen como privadas de la posibilidad de eri-girse en actores políticos y sujetos históricos. Las más de lasveces iban a la guerra como simples clientelas de caudillos y no

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6 Fernando Guillén Martínez, El Poder Político en Colombia, Bogotá, Punta deLanza, 1979, p. 321.7 Véase artículo ya citado de Malcolm Deas, p. 283.

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como militantes de una causa propia. Lo cual no quieredecir que no salieran afectadas por la experiencia de la guerra,o que una vez desatada ésta no pusieran eventualmente en mo-vimiento sus propios intereses, desprendiéndose del controlpolítico y militar de los caudillos y finalmente de toda autori-dad, como suele acontecer incluso con los ejércitos mercena-rios que un día deciden actuar por cuenta propia, incluso con-tra sus originales patrocinadores.

Pese entonces al carácter masivo de las guerras civilesdecimonónicas, no se puede decir de ellas que fueran popula-res. Eran masivas pero fundamentalmente elitistas. En ellas, lasélites dominantes adquirieron una singular destreza en el ma-nejo del conflicto armado, que difícilmente se encuentra enotros países latinoamericanos. Hasta podría afirmarse que laconocida fórmula de la «combinación de todas las formas delucha», exaltada por el partido comunista a partir de los añoscincuenta y sesenta e imitada luego por múltiples variantes dela izquierda revolucionaria, es una herencia rebautizada de lasguerras civiles. Ella fue primero practicada y socializada por lasclases dominantes durante el siglo XIX en la dinámica de gue-rra y política, de combatientes y ciudadanos.

El final de estas guerras dice también mucho sobre su ca-rácter. ¿Cómo terminaban ellas? Pues bien, salvo en la guerrapor muchas razones excepcional del general Melo y los artesa-nos (1853-54), en la cual hay atisbos de un nuevo pacto social,las guerras del siglo XIX culminan en pactos horizontales. Ycomo además ninguna de estas guerras —excepto la del gene-ral Mosquera en 1861— es ganada por los rebeldes8, el final sesella en forma ritual con una amnistía que define alternativa-mente las condiciones de un statu quo honorable para los rebel-

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8 Véase «La Esponsión de Manizales», en Análisis Político, No. 6, enero a abril,Universidad Nacional de Colombia, Bogotá, 1989, p. 123.

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des derrotados; las condiciones de renegociación de su incor-poración para los rebeldes que se han manifestado fuertes y, silos rebeldes se han mostrado realmente amenazantes, la expe-dición de una nueva constitución o por lo menos de unareforma electoral (ley de minorías) que abría el espacio insti-tucional para los perdedores. De su conclusión podría plan-tearse literalmente lo que comentó uno de los participantes enlas guerras federales de Venezuela con motivo de la firma delTratado de 1863: «Después de tanto pelear para terminar con-versando»9, es decir, haciendo política. Aunque cabría agregarque en Colombia las clases dominantes han aprendido tambiéna ganar la guerra después de la amnistía.

Hay que volver sobre esto: la perspectiva de toda guerra,casi podría decirse que el «inconsciente» de toda guerra, no erala victoria total sino el pacto, el armisticio. La guerra era, si sequiere, el mecanismo profundo de constitución del otro (indi-viduo, colectividad, partido) como interlocutor político.

Gobiernos débiles, insurrectos también débiles, de las fla-quezas de los unos y los otros usufructuaban las corrientes in-termedias, las fuerzas civilistas, el espíritu frentenacionalistadiríamos hoy. Es así como la lista de los Gobiernos de Uniónpuede ser tanto o más larga que la de las guerras. Según Fer-nando Guillén Martínez, esta relación entre violencia y coali-ción, que es un fenómeno recurrente en la historia colom-biana desde el nacimiento de los partidos en el siglo XIX hastael Frente Nacional, obedece a regularidades y pautas de fun-cionamiento que se pueden enunciar como un movimientopendular que lleva a los partidos tradicionales de la alianza estra-tégica a la lucha armada y de nuevo a la alianza, «en un proceso

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9 Miguel Izard, «Tanto pelear para terminar conversando. El caudillismo enVenezuela», en Nova Americana, No. 2, Giulio Einaudi Editore, Torino, 1979,pp. 37-82.

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persistentemente repetido a lo largo de un siglo»10. En estacomplementariedad esencial, la guerra es el escenario en dondese reafirman los principios, la diferencia, en tanto que la polí-tica es el arte de transar.

En el siglo XIX (y quién sabe si se pueda hablar sólo enpasado) había indudablemente una enorme continuidad y flui-dez entre la guerra y la política. Nunca pudo ser más cierta laconocida expresión de Clausewitz en el sentido de que «la gue-rra es la continuación de la política por otros medios»; pero ala inversa y con igual validez podía afirmarse que «la políticaera la continuación de la guerra por otros medios». Salir de unaguerra para la preparación de la siguiente era tan normal comoprepararse para la próxima contienda electoral. De ahí esa pre-ocupación tan extraordinaria por la regulación de la guerra,como lo ha mostrado Iván Orozco. La guerra no era conside-rada como una perversión de la política sino como su instru-mento más eficaz. Aunque pueda parecer un anacronismo, unose siente inclinado a pensar que en aquel entonces era tambiénmuy cierto que la verdadera oposición era la oposición armada.Tomar las armas era un acto que entonces no tenía nada derevolucionario ni de heroico. Era simplemente engancharse(por decisión propia o por presiones insuperables) a esa activi-dad cíclica que era la guerra.

Los efectos a largo plazo de esas guerras, improvisadas ytumultuarias, eran contradictorios: por un lado, reforzaban elcaciquismo y el caudillismo, pues los antiguos jefes militares,con el poder de negociación adquirido en la guerra, se conver-tían a menudo en los intermediarios naturales ante el podercentral. Esto se siente en numerosas localidades, incluso ya bienentrado el siglo XX. Por otro lado, aparte de que frecuentementedejaban devastadas muchas economías regionales, estas guerras

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10 Fernando Guillén Martínez, El Poder Político en Colombia, Bogotá, Puntade Lanza, 1979, p. 388.

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desarraigaban a mucha gente que tomaba el camino de los fren-tes de colonización y que con ello renovó su cuadro mental ypolítico y debilitó viejos lazos de dependencia.

Pero, en definitiva, cualquiera que haya sido el resultadode estas guerras, ellas no socavaron los cimientos de la llamada«república señorial», a saber, la hacienda, la Iglesia y los par-tidos. Probablemente al terminar el siglo XIX estos tres tipos deasociaciones habían reforzado más bien su papel de ejes arti-culadores de la vida social, cultural y política de la nación ape-nas en ciernes.

En este contexto y con consecuencias futuras durables, diría-se indefinidas, el Estado hacía de convidado de piedra. Frenteal trípode Iglesia-hacienda-partidos, el Estado colombiano apa-recía, en efecto, como un Estado crónicamente suplantado y, porlo tanto, como un poder con casi inexistentes solidaridades na-cionales11. Nada que se pareciera, pues, a un Estado-cerebro regu-lador del funcionamiento de la sociedad, como el que visuali-zaba Durkheim; ni a un Estado de corte weberiano en tantoaparato institucional monopolizador de la fuerza legítima; ni aun Estado árbitro de los conflictos sociales, como esperaríanotros. Este carácter semiausente del Estado llevaba, en todocaso, a que la política y el problema del poder se resolvieran enla desnudez de la guerra. La matriz de la política, como en lavisión clausewitziana de Carl Schmitt, era aquí la relaciónamigo-enemigo12, a la cual se subordinaban eventualmente lasdemás oposiciones.

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11 Daniel Pécaut ha insistido en sus obras sobre Colombia en la precariedaddel Estado como rasgo distintivo de la evolución política del país en el con-texto latinoamericano. Recientemente ha retomado el tema en el artículo titu-lado: «Colombie: Violence et Démocratie», en Revue Politique et Parlamen-tarisme, París, 1989.12 Carl Schmitt, La notion de Politique-Théorie du Partisan, París, Calman-Lévy,1972.

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