Relato de un Calvario

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Un relato: Que muestra como imaginamos y creamos la mayoría de nuestros problemas. Que confirma la importancia de creer en uno. Que desconfía de la publicidad y la opinión ajena. Que arenga que al fin y al cabo: “es una cuestión de actitud”.

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Agradecimientos: A Rob, por enseñarme a vivir.

A Martin, por avivarme.

A Alicia, por corregirme.

A Jorgelina por regalarme su talento.

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Índice de Capítulos

Pag. 11 1. Un día empieza el calvario.

Pag. 15 2. p p p.

Pag. 19 3. Como River.

Pag. 25 4. Días grises.

Pag. 29 5. Doctor pelilargo.

Pag. 33 6. Cambiando de vereda.

Pag. 37 7. Como ir al gimnasio.

Pag. 45 8. Ojos de mar.

Pag. 51 9. ¡Levanta, levanta!

Pag. 57 10. Cuestión de sangre.

Pag. 63 11. Corpiños para hombres.

Pag. 77 12. El dinero no es todo… ¡pero cómo ayuda!

Pag. 83 13. Clic. ¡Despertate!

Pag. 87 14. El swing perfecto.

Pag. 93 15. Aprender la lección.

Pag. 97 16. Graduación en Brasil.

Pag. 101 17. Lo esencial es invisible a los ojos.

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Prólogo The Joteman

Conozco a Paul hace más de 10 años, debe haber sido de los primeros

amigos que tuve al llegar a Argentina. Desde un principio siempre me

sorprendió su capacidad atlética y facilidad para los deportes, es de ese tipo

de personas que es bueno para todo.

Con los años perdimos algo de contacto porque él se fue a buscar suerte a

otros países, aunque grata fue mi sorpresa al reencontrarlo en un hotel de

Playa de Carmen. Nunca olvidare cuando lo vi, su cara era de felicidad plena,

estaba bronceado, tenía una cabellera rubia larga y un estado físico

admirable. Además, su trabajo era relajado lo que le permitía poder disfrutar

de la playa y al mismo tiempo conocer señoritas extranjeras. Como lo

envidiaba.

Por los asares del destino, un día su estilo y forma de vida cambiaron. Como

suele pasarnos a todos los seres humanos, el cambio generalmente está

ligado a una situación límite, y así fue. Recibí la noticia que Paul había sufrido

un accidente grave en Italia y que estaba muy delicado. Gracias a Dios, todo

salió bien, pero le tomo mucho tiempo recuperarse.

Casi a un año de su accidente lo volví a ver. Era el mismo Paul pero

diferente. En lo físico ya no tenía esa larga cabellera rubia, aunque seguía

siendo delgado. Respecto a su personalidad se lo notaba más profundo,

reflexivo e incluso maduro en algunos aspectos. Obviamente, ya no éramos

tan jóvenes ambos, pero lo fundamental era, que percibía en él, otra forma

de encarar la vida, o más bien dicho, denotaba un atisbo de curiosidad sobre

el saber, de ahondar temas y buscar explicaciones a muchos temas; desde

los más banales, lo cual lo convertían en alguien muy divertido en las

sobremesas, hasta temas más profundos que no todo el mundo tocaría. En

esto último, creo que hicimos una nueva afinidad, dado mi vicio y/o hobbie,

conocido por ustedes de intentar explicar, fundamentar o justificar cualquier

observación o conjetura del comportamiento humano.

Hace unos meses, tuvimos la oportunidad de viajar juntos de vacaciones.

Fuimos un grupo de amigos, para recordar viejas épocas y porque no,

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generar nuevas anécdotas en esta etapa de nuestras vidas. Es

impresionante, pero cuando estas con amigos, pese a no verlos seguido,

convivir junto a ellos, evoca una cierta comodidad especial, es como que

puedes ser tu mismo, ya te conocen, saben de tus mañas e incluso que te

gusta o no. Es decir, no existe esa exigencia de forzarse a algo. Sensación de

libertad es el concepto que claramente lo refleja.

En ese ámbito, surgieron infinidad de temas nuevos para conversar,

reflexiones sobre el futuro y hasta ideas innovadoras sobre posibles

proyectos. En esto último, destacaba la idea de Paul sobre un libro, pero lo

interesante, es que el libro se manifestó como una revelación, es decir, una

obviedad no observada por el común de las personas, pero que estaba

ocurriendo y era latente, donde el desafío era ser lo suficientemente

sensible para percibirla.

La fuerza de este idea era tal, que las charlas se volvían infinitas y hasta

lúdicas al profundizar, tan evidente resultaba esto, que cada nuevo aspecto

descubierto, asociado a la idea, se tomaba como un nuevo triunfo, se

celebraba y remarcaba aun mas lo válido del concepto.

Una forma de introducir el concepto que me gusta, está asociada a los

saltos evolutivos que ocurren en el ser humano, estos se evidencian en

temas superfluos como la moda, comidas, métodos de higiene o incluso hoy

en día, en los medios de comunicación. Soy un convencido que

constantemente ocurren, y están sucediendo ahora mismo, pero no siempre

nos damos cuenta.

Esa es la clave de este salto generacional [Podría decir Esa es la Esencia de

la Máxima.. je je..], y tiene que ver con la forma en la cual es visto por la

sociedad y por nosotros mismos en nuestro interior, la ausencia o presencia

del Pelo.

Lo interesante de este caso, es que evoca desde aspectos riquísimos de la

historia, hasta los temas más profundos que aquejan a nuestra sociedad hoy

en día, y que son reflejos de cómo percibimos y actuamos ante este evidente

salto evolutivo.

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Desde la antigüedad el tema del pelo ha sido motivo de debate,

investigaciones y hasta la creación de mitos. Es interesante como a lo largo

del libro, Paul evidencia estos aspectos y debates desde su visión personal.

Desde ese entonces, la concepción de que la buena salud es símbolo de una

cabellera sana se ve contrastada con una realidad que aún existe en la

sociedad pero que cada vez es más débil en sus fundamentos. Además, me

encantó la forma en que Paul deja al desnudo el concepto del “Adonis” o

“Sansón” llevado a la actualidad, y como desde un sufrimiento y pesar

interno, bajo la lupa de la Amistad y el Amor se da cuenta de lo que

realmente importa.

En un enfoque más económico, este libro deja al descubierto muchos de los

problemas que aquejan a las personas, donde la solución hoy es invertir

esperanzado, idealizando o añorando un falso estereotipo, y/o experiencias

del pasado. En ese sentido, el mundo ha generado economías gigantescas en

base a esta necesidad, que hoy en día nos llevan a pensar si todos los

productos o procesos que existen asociados al pelo, podrían ser verdaderos

realmente, o en una visión más suspicaz llegando a sospechar que no son

reales. Por ejemplo, que la Caspa no existe y que está integrada en los

shampoos que usamos diariamente para mantenernos adictos a ellos.

Actualmente, el salto evolutivo al que hago referencia nos muestra

estereotipos que ya no son hombres de largas cabelleras, hoy se pueden

observar pelados en roles de superhéroes, conductores de televisión,

deportistas de alto nivel, y grandes profesionales o empresarios. Este libro

muestra este cambio desde la vida de Paul, y como un Calvario se convierte

en oportunidad.

Podría seguir en este tipo de análisis, pero el libro va lograr que ustedes

mismos los realicen, se van a entretener con sus historias y seguro podrán

adivinar el paso siguiente si se ponen en la piel de su protagonista.

En términos gramaticales, este relato se presenta con un lenguaje llano,

como si fuera un amigo cercano, es sencillo y de fácil interpretación.

Lo recomiendo fuertemente a todos aquellos que hoy sufren por su pelo,

que tienen algún ser querido que esté pasando por algo similar, o

simplemente tiene un problema estético que los acompleja y les implica vivir

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pensando y gastando en eso. En otro aspecto, también será bien recibido por

todas aquellas mentes inquietas que sienten curiosidad por entender las

tendencias de la sociedad desde un punto de vista ingenioso.

En síntesis, la forma de interpretarlo no pasa por imponer algún concepto,

sino más bien, generar las dudas, o abrir los ojos a algo que actualmente

sucede, y que dentro de poco tiempo será parte del pasado. Marcando un

antes y un después del que difícilmente todos se den cuenta.

Que lo disfruten…

Saludos, The Joteman

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“Ser natural, la más difícil de todas las poses.” (Oscar Wilde).

Siempre que me dejó una pareja (todas las importantes que tuve lo

hicieron) terminé frustrado llorando por los rincones, al igual que un niño,

pariendo dolores mortales, como los que cantan en los tangos. Todas las

veces. Nunca pude evitarlo; o sea, no conseguí, ni una vez, pensar en otra

cosa que no fuera querer estar con ella y lamentarme por no conseguirlo. Sin

dignidad, hacía lo imposible para revertir la situación; en lugar de entender

que ella no quería estar más conmigo y listo, nada para quejarse. Cansado

de tanto pesar, de tanto rebajarme, un día me interrogué con sinceridad. Sin

poses, con la mirada interna alerta y la externa ausente, sin buscar a nadie

para quedar bien con la respuesta, indagando en lo más profundo de mi

alma. Y lo comprendí: es el ego el que nos hace vivir un calvario cuando una

mujer nos abandona. No lo podemos aceptar y, por ese aprecio excesivo

hacia nosotros mismos, sentimos rencor hacia ella. Como nos creemos

importantes, nos preguntamos: “¿A mí me deja? ¿Conmigo no quiere estar?”

“Sí, a vos te deja marmota, con vos no quiere estar”, es la respuesta

correcta. Pero para nosotros se cometió una clara injusticia. Nos enojamos y

sentimos que fuimos traicionados cruelmente. Nuestro ego sufre, y por

consiguiente, nos hace sufrir. Justamente para eso uno debe intentar

eliminarlo como primer mandato en la vida: para no pasarla mal. Sin ego no

puede vivir el sufrimiento. Cuando dejemos de tenerlo, comenzaremos a

trascender, a evolucionar como seres humanos que vivimos en comunidad. A

pesar de que lo sé, y de que lo tengo muy presente, cada vez que me

abandona una hembra el desconsuelo ocupa mi mente y corazón por un

tiempo.

Pero ya di el primer paso. Empecé a aceptarme tal cual soy, a quererme así,

digno, único; como Dios o La Creación quiso que fuera. Y llegará el día en que

les diga:

“Princesa: Yo soy esto, si no te gusta, genial, sigamos cada uno por nuestra

vereda”

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UN DIA EMPIEZA EL

CALVARIO

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Nunca tuve problemas con mi estética, un tipo bastante afortunado en ese

aspecto: ni demasiado poco ni partes exuberantes, siempre me agradó la

simetría de mi cuerpo en general y no encontraba cosas que tuviera que

modificar y lograr así una mejoría trascendente. Muchos gastan tiempo y

cifras siderales en cambiar para mejor. Salvo en casos de fuerza mayor, o sea

excepciones, no entendí nunca a las personas que toman determinaciones

de ese tipo. Yo vivía muy tranquilo en ese aspecto, mi seguridad en cuanto a

la parte estética me ponía en la vereda de enfrente.

Fue antes de llegar a los 30, no recuerdo exactamente, tampoco tengo

presente un momento donde me haya percatado del nuevo panorama, más

bien se fue dando de a poco y yo no lo quería notar. Comentarios de algún

amigo o no tan amigo, los pelos que quedaban en la ducha y lo más

contundente e irrefutable: el espejo. El tema empezó a preocuparme.

Aparecieron algunos compañeros que nunca son bien recibidos: angustia,

desconsuelo, incertidumbre. Se me notaban las entradas y era cada vez más

difícil disimularlas, y no solo era camuflarlas con diferentes tipos de peinados

y cortes que por su precisión y distribución milimétrica parecían

diagramados por un arquitecto más que creados por la mano de un

peluquero, aparecían cada vez más huecos que tapar. Yo había crecido

confiado viendo a mi viejo, descendiente de indios, que se cortaba el pelo

una vez al mes, ignorando por completo el cromosoma X de mamá y su

origen caucásico; pelo claro, lacio y fino: débil.

Fue algo totalmente inesperado: ¿Por qué a mí?, era la pregunta sin

respuesta. Siempre lleve una vida poco tradicional, por decirlo de alguna

manera; mis trabajos, costumbres y actividades no eran muy comunes, pero

en este aspecto me dejaba llevar por la corriente. Empecé a victimizarme y a

enfocar mi pensamiento en el problema. Depresión. No sé qué dice el

diccionario, para mí significa la presencia casi absoluta de un percance que

tapa innumerables cosas buenas. Y esta ausencia tapaba todo. Los pelos

quedaban sobre la ropa, en mis manos o en el desagote de la bañadera. ¡Me

abandonaban! Observaba a los pelados, actividad que hasta ese momento

obviamente nunca había llamado mi atención, y veía personas tristes,

fracasadas; en cambio los que tenían la cabeza poblada en abundancia me

daban la impresión de pasarla bien, y en todo caso, si sufrían inconvenientes

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los sobrellevaban mejor que un tipo pelado. En algún momento del día,

cuando estaba desocupado y podía aprovechar para meditar o planear, sin

quererlo, me angustiaba por la situación. Sentía bronca pero no encontraba

a nadie para echarle la culpa. Por ese entonces trabajaba poco y miraba

mucha t.v. Mirar mucha televisión es ver mucha publicidad. El mensaje,

directo: los calvos no existían. Al menos ninguno usaba un desodorante y

enloquecía a las mujeres, manejaba autos caros o vestía ropa de vanguardia.

Si aparecía uno, generalmente era taxista, cajero de banco o atendía

negocios como kioscos y almacenes de barrio. Indirecta o directamente

todas esas imágenes presagiaban un futuro nefasto, justo a mí que me

encantaba gustarle a las mujeres. Ser observado por ellas era importante,

pero que me miraran las entradas pasaba a ser bochornoso, una vergüenza

que aplastaba mi autoestima. Condiciones espantosas para seducir a una

mujer. No me imaginaba pelado, en realidad me rehusaba a hacerlo. Por

unos días, como el adicto que no quiere ver su adicción, me convencí a mí

mismo que se trataba de algo pasajero, relacionado con algún tipo de stress,

y con la relajación volvería todo a la normalidad y la incipiente calvicie sería

un recuerdo, una experiencia más.

Me hacía reiki en la zona afectada y hasta me anoté en yoga. Fueron un par

de semanas nada más, porque al espejo, no tuve forma de convencerlo. No

sólo eso, me miraba más que nunca. Probaba peinados salvadores: si me

hacía raya al costado se notaba; raya al medio también; parado con gel

adelante, peor; todo revuelto, quizá… Pero apenas se desacomodaba algo

quedaba peor que nunca. Cada vez era más tiempo que llevaba el peinado.

¿Por qué a mí?

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p p p.

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En este contexto frustrante tenía que soportar el ácido humor de mi tío.

Penetraba como un puñal en el hígado; yo disimulaba con una risa burlona y

desinteresada pero la cruel sinceridad de cada una de sus bromas se hundía

en lo más profundo de mi humanidad. En los asados familiares contaba

chistes:

“Era un hombre totalmente calvo, y para sorprender a su esposa compró un

peluquín. Como era comisionista le dijo a su señora que tenía que viajar al

interior por trabajo, se despidió amorosamente y se fue a dar un paseo para

preparar la sorpresa. Ya con su cabellera que lo hacía 10 años más joven,

vuelve a su casa y para hacer la situación más romántica va por la ventana y

golpea: Toc-Toc-Toc, se asoma la señora y le dice:

- Dale, pasá que el pelado vuelve mañana”.

O una vez que preguntó delante de mis amigos y amigas: ¿Sabés cómo le

dicen a éste? “Mudanza corta”.

-¿Por qué?-pregunté, convencido de que el comentario venía por el lado de

la vagancia, como sucedía casi siempre.

-Porque se va “enfrente”.

Mi tío merece un párrafo aparte en la historia. El típico pelado perdedor: se

pasa toda la semana laburando arriba de un taxi hasta tarde, llega a su casa

donde lo espera la tía y sus más de 100 kilos, con la cena servida, se sienta

con la tele encendida a un volumen considerable y mientras come se la pasa

quejándose del trabajo que tiene, de que la guita no le alcanza y de que todo

es un desastre. Los domingos va al super y hace las compras para la semana

con lo que fue ahorrando de la recaudación diaria, todos los domingos, que

usa el mismo jogging viejo y tiene la misma cara de culo de la semana, mira

el partido de Racing, se vuelve a quejar (el árbitro, el nivel de algún jugador,

la suerte esquiva, etc), para después irse a dormir y el lunes arrancar con la

misma historia. Un pobre pelado pelotudo.

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COMO RIVER

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Me di cuenta que ya no podía disimular más y decidí tomar al toro por las

astas. Dejar de preocuparse y, en su lugar, ocuparse. Sin hacer ningún

comentario, saqué turno con el dermatólogo. Tenía un mes de espera. Para

colmo de males (y de mi ansiedad), el día de la entrevista llamaron de la

clínica para comunicarme que el doctor no me iba a atender porque se había

descompuesto. Otras dos semanas de espera. Cientos de pelos más que me

dejaban. Elegí por cartilla a un doctor hombre suponiendo que iba a

entender claramente el asunto. Me observó unos segundos, un par de

preguntas y lanzó el veredicto: alopecia androgénica. Me habló del maldito

cromosoma X de mamá, de los folículos pilosos, algunas palabras terminadas

en “ona”, el factor nervioso, stress, etc, etc. Sobre todo, me enumeró las

causas genéticas que provocaron la pesada cruz que empezaba a cargar. Las

causas eran parte del pasado y poco me importaban. Me interesaba el

presente, porque vislumbraba un futuro desalentador. Como River !me

estaba yendo al descenso! En un momento de su discurso me explicó, como

si estuviera leyendo un manual, que el área del cabello retrocede llegando a

formar entradas como si estuviera escrita la letra “M” en el cuero cabelludo.

-Sí, M de mierda-lo interrumpí desconsolado. Se rio minimizando el tema, y

si bien no fue un dechado de optimismo, me dijo que primero había que

detener la caída y después la situación podía mejorar considerablemente si

seguía sus indicaciones. Tenía que comprar una loción para hacerme masajes

y un champú especial. Después de ocho semanas debíamos encontrarnos

nuevamente para un control. Antes de retirarme lo interrogué sobre el tipo

de alimentación que podía ayudarme. Me pasé dos meses lavándome la

cabeza con un champú de olor y color extraño, dándome masajes con la

loción indicada y comiendo nueces, zanahorias, avellanas y avenas. Como me

aconsejó masajear la zona para irrigar la sangre, todas las noches miraba

una película y realizaba los movimientos al pie de la letra casi toda la

duración de la misma, con tanta intensidad que se me produjo una tendinitis

en el hombro izquierdo.

No percibí mejoría alguna, es más, se agravó la cosa, al menos eso me

parecía. Volví a verlo casi furioso. A decir verdad, el enojo era conmigo

mismo, pero me la agarré con él.

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-Me dijiste que iba a mejorar-le recriminé después de saludar sin que

mediara respuesta.

Me explicó que esto llevaba su tiempo, me pidió paciencia. Para mí no

había tiempo, me estaba yendo a la B y no podía comprar pelo como River,

que ya contrataba jugadores para recuperar la categoría. Sentía a la

hinchada contraria cantando irónicamente: “Para nunca más volver”.

Insistió con que prosiguiera con las indicaciones, sugiriendo que ponga

menos vehemencia en los masajes para evitar nuevas lesiones, o mejor aún,

aconsejó que me lo hiciera un profesional. Además, me agregó una loción

más para estimular el crecimiento. Otro gasto y a volver dentro de otro par

de meses.

A medida que perdía pelo, también iba perdiendo mi sentido del humor,

una marca característica de mi personalidad. Los días pasaban todos iguales,

dejé de distraerme y buscar diversión. Podía hacer mi trabajo con una gorra

y así tapaba las entradas, después no salía a ninguna parte. Pasé de ser el

alma de las fiestas y reuniones a quedarme encerrado en mi casa viendo

televisión. Nadie sospechaba cuál era mi problema porque no lo comentaba,

y si alguno me lo hacía notar contestaba con indiferencia quitándole interés

al asunto. La procesión iba por dentro. Para qué salir a dar una vuelta con

mis amigos solteros si ninguna mujer que me atrajera iba a darme bolilla,

quizá sí alguna no tan agraciada. En un año o menos me cambió la vida: dejé

a mi novia para dedicarme a vivir metido en la parranda y conquistar

muchísimos amores y resulta que vivía metido en un monoambiente

desordenado maldiciendo mi destino. A veces, visitaba amigos que vivían en

pareja, algunos con hijos. Ellos contentos porque recibían invitados y yo

distendido por no sentir que me escrutaban con la mirada. Igual, todos se

daban cuenta de que algo me estaba haciendo ruido internamente y me

interrogaban, yo acusaba cansancio por tanto trabajo. Prefería no

reconocerlo como el adicto con su adicción, aunque algo de cierto había en

mi respuesta, trabajaba como diez horas por día. Era lo ideal, mantenía mi

cabeza ocupada por dentro y tapada por fuera. Y sinceramente debía ganar

bastante para pagar las lociones (me untaba dos veces al día), masajes

capilares y los champú. ¡Encima (seguramente por los nervios) tenía un

montón de caspa! Otra vez a ver al dermatólogo fuimos mi desazón y yo.

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Habían salido unos granitos cerca de mi coronilla que molestaban, me

picaba la cabeza y con bastante frecuencia. Definitivamente no era la

torpeza al hacerme los masajes; desde la lesión me los hacía una mujer que

se dedicaba a la estética y trabajaba en conjunto con el dermatólogo. Como

podía ser una alergia a la loción, me recetó otra marca para reemplazarla.

Eso por un lado, por el otro me comentó que observaba una detención en la

caída del cabello y se mostró optimista. Yo, al contrario, notaba que se

acentuaba el problema. Quizá mi mirada tenía un tinte pesimista sin

quererlo, o la ansiedad no me permitía ver las cosas tal como eran, por eso

sugirió que me sacara fotografías para comparar diferentes momentos. No

me dijo nada que no me hubiera dicho en las dos oportunidades anteriores.

Más de lo mismo y empleando a menudo la palabra paciencia y tiempo. Me

dijo que dejáramos pasar cuatro meses para la próxima cita para ver algún

tipo de resultado y según lo que éste evidenciara, ver los pasos a seguir.

Cuatro meses… Demasiado tiempo para mi poca paciencia.

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DIAS GRISES

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En efecto, fueron los ciento veinte días más monótonos y más largos de mi

vida. Me acuerdo que coincidió con el invierno. Fue interminable y crudo

como nunca. Al principio fue hasta placentero, como el doctor me contó que

se trataba de la estación más favorable para el crecimiento del pelo (no

recuerdo si para motivarme o si esgrimió una razón lógica) presentí que algo

iba a cambiar. Me saqué una foto y al observarla imploré para que se hiciera

realidad el presentimiento. Como dice un chiste: parecía una “mansión de

rico”: dos entradas y pileta al fondo. Puedo contar con los dedos de una

mano las salidas que no fueron para ir al trabajo: un cumpleaños, una cena y

un par de veces a tomar algo con amigos. Fue un período de apatía, todos los

días iguales, no encontraba motivación alguna, mi verdadera y única

motivación pasaba por volver a tener pelo, o sea, recuperar el pelo perdido.

Más bien me sentía impotente, porque lo único que podía hacer era seguir

las instrucciones del doctor, lo mismo que venía haciendo desde principios

del año con ninguna mejora, aunque fuera mínima que me motivara a

motivarme.

Con frecuencia leo literatura y miro películas, y hacía tiempo que tenía una

historia en la cabeza que quería contar. Entendía que era un buen momento

para distraerme con eso, por ese motivo por las noches me senté frente a la

compu a escribir. Aprovechaba los fines de semana que me duraban una

eternidad y así, por lo menos, se hacían más llevaderos. Siempre es buena

idea desviar la atención enfocándose en una actividad artística; al menos así

lo creo yo. El invierno largo y triste dejó una novela corta. Me volví a sacar

una foto, el resultado contundente: pasé a perder por goleada. Las dos

entradas no presentaban casi cambios, prácticamente se mantenían iguales;

la pileta se convirtió en piletón. Ignominioso se convirtió para mí salir a la

calle sin una gorra. Me dejaba el pelo largo porque a medida que crecía

tapaba más la “kipa” transparente que iba naciendo en la cabeza.

Transcurrió el tiempo indicado y decidí cambiar de dermatólogo, aunque

íntimamente, sabía que no eran las flechas, era el indio.

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DOCTOR PELILARGO

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El nuevo doctor de tanto pelo que tenía en la cabeza se lo ataba con una

gomita. Me pareció soberbio. Yo venía a verlo por la ausencia de pelos y él

debía juntarlos para que no le molesten… No me cayó simpático. De mala

gana le relaté la situación: mis visitas al anterior dermatólogo, nombre de las

lociones y el champú, cantidad de aplicaciones por día, las fotografías y todo

lo que pudiera ayudar. O me pareció a mí, o hablaba como si fuera un ser

superior, como si comprendiera mi angustia pero desde un lugar elevado,

eso me molestó. Según él debido ya a la cruel realidad que me tenía como

protagonista, el combate con masajes, loción y champú era insuficiente. Me

habló de una pastilla: finasteride. Obviamente para mí no era una palabra

desconocida, además de que la había nombrado el otro doctor, aparecía

muchas veces en mi propia investigación por internet. Como en la ocasión

anterior me rehusé interrumpiendo la fundamentación del profesional.

Pastillas, tabletas, píldoras, todos sinónimos de una misma cosa: fármacos. A

los dieciocho atravesé una experiencia traumática, íntegramente relacionada

con ellos. El episodio lo vivió en carne propia una persona irreemplazable

para mi corazón. No es mi deseo recordar hechos tristes, solamente aclarar

que ese suceso marcó un cambio en mi manera de interpretar lo que es vivir.

Entre otras varias cosas, me dejó como enseñanza y regla no ingerir nada

que no provenga de la naturaleza propiamente dicha, al menos que no sea

estrictamente necesario. Y en este caso no había necesidad. Insistió

cordialmente con el uso de esas pastillas pero fui tan claro y vehemente en

mi negación que no se habló más del tema. Pidió como si fuera tan sencillo,

que me tranquilizara, ya que ese estado de tensión no solo no ayudaba en

nada sino que de alguna manera se relacionaba directamente y alentaba al

deterioro de mis cabellos. Quitó las lociones (mi bolsillo agradecido) pero sí

que continuara con el champú y los masajes, y en lo que más hizo hincapié

fue en la parte emocional. Me confesó que él era una persona muy ansiosa y

para calmarse siempre tenía un hobby o pasatiempo a mano para enfocar su

atención. Yo escuché toda su explicación de manera tranquila y educada, mi

sensación era otra, muy contradictoria a mi atento comportamiento: “Flaco

no te das cuenta que me estoy quedando pelado y vos me hablás de

hobbys”. Sí, desesperado me sentía. Me citó a los cuarenta y cinco días. El

objetivo primordial, recalcó más de una vez, era conseguir la calma para

detener el “vaciamiento”.

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CAMBIANDO DE

VEREDA

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Me encerré. De casa al trabajo y del trabajo a casa. Hacía de instructor de

tenis en unas canchas privadas y daba lecciones como nueve o diez horas por

día. Todo el tiempo tenía una gorrita puesta, de noche también, y al que me

lo hacía notar le respondía con mucha naturalidad que me había quedado la

costumbre y me sentía extraño sin la gorra puesta (la verdad era que sin pelo

me sentía un fracasado). Más allá de las entradas recontrapronunciadas que

tenía en los dos costados, me crecía una pelusilla que se veía muy extraña,

como si perteneciera a otra parte del cuerpo, como el ombligo por ejemplo,

y en la parte superior el pelo crecía cada vez con más debilidad. ¡El mismo

que usaba antes peinado para atrás y tapaba la coronilla dejaba de crecer

también! Paradójicamente todo el resto de mi cuerpo estaba poblado, en los

brazos, pecho y piernas abundaban, en la espalda inclusive. Como la cebolla:

más pelo en el culo que en la cabeza. Un día un compañero de trabajo me

dijo: -No uses tanto la gorra, te vas a quedar pelado- .

No entendí si me estaba gastando una broma o si lo decía seriamente, al

menos parecía esto último. Quizá los demás no lo notaban tanto o quizá, al

ver los pelos que sobresalían por la parte trasera y los costados de mi gorra,

pensaban que en todas partes era así. Cierto que prácticamente nadie me

veía sin una gorra puesta. Por la noche, en las contadas ocasiones que salía a

dar una vuelta, usaba algún accesorio como ser boina, sombrero o la gorrita

deportiva; me hacía el pendejo y de paso, me tapaba la incipiente pelada.

Después, adentro de un boliche no se ve claramente y todo se puede

disimular. Faltaba poco para que se cumpliera el plazo de tiempo otorgado

por el doctor y había que tomar decisiones más urgentes, con el champú y

los masajes no iba para ningún lado, y no podía usar gorros el resto de mi

vida. Al comenzar mi relato, conté que estaba en la vereda de enfrente de las

personas que gastan tiempo y cifras siderales en cambiar para mejor, ya no

era tan así; estaba cruzando la calle.

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COMO IR AL

GIMNASIO

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Cuando leía o veía la publicidad de las empresas que se dedicaban a la

recuperación del pelo me reía mucho, sí, me causaba gracia ver a las

personas (algunas famosas) contando los avances que habían obtenido

siguiendo las indicaciones, entregándose a la sabiduría de las serias,

prestigiosas y experimentadas firmas. Para mí, como los llamaba Raúl Portal

en su programa televisivo “Notidormi”, eran “manochantas” o

“curranderos”. En más de una reunión con amigos y amigas, yo los imitaba

exagerando el discurso que hacían, discurso que ya me parecía demasiado

de por sí solo. Para mí eran grandes actuaciones, grandes por la

grandilocuencia, no por su calidad, en ese aspecto las definiría como

demasiado obvias. Pero ahora que estaba cruzando la calle, mi visión no era

la misma de antes. “Por alguna razón tantos famosos se prestan a dar su

testimonio, no debe ser tan trucho”, pensé. Dejé de considerar la medicina

tradicional, y observando que el deterioro aumentaba gradualmente,

entendí que ya era hora de buscar otras alternativas, como sacar turno con

la empresa líder en recuperación capilar (al menos así se promocionaba).

“Un cabello fuerte y sano para toda la vida”, prometía, y la consulta sin

cargo.

A los pocos que les comenté mi decisión, les parecía que no tenía ningún

sentido, que era exagerado y absurdo hacerme problemas. Concordaban en

que se trataba de una etapa de nervios y que si me olvidaba del asunto,

paulatinamente recuperaría el pelo que siempre había tenido. “Vas a tirar la

plata”, me repetían. Claro, tenían cabellera en abundancia y me miraban

desde la vereda que yo tanto tiempo había pisado. Desde ese lugar que

tanto añoraba es muy sencillo y relajado ver las cosas como realmente son y

luego opinar. Mi mirada era el reflejo del espejo, y éste me decía que me

estaba quedando pelado, los demás me miraban y simplemente notaban

entradas o menos volumen. Apreciaciones bondadosas que tenemos las

personas cuando vemos aflicción del otro lado. Para mí lo que no tenía

ningún sentido y menos lo consideraba absurdo era no aprovechar las

últimas tecnologías y nuevos descubrimientos, descubiertos como

consecuencia de numerosísimas exploraciones y repeticiones. Medicina de

avanzada, supongo yo que se puede considerar. Simplemente optaba por

usar el avance tecnológico para facilitar las cosas, como usar celular, para

hacer una comparación y explicar mi actitud; aunque no tenía que dar

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ninguna explicación a nadie con mi elección, con lo que había probado hasta

el momento no había logrado buenos resultados. Además, por algo gente

famosa concedía su imagen y mostraba los progresos. Se trataba solamente

de una consulta, y gratuita.

-Buenas tardes. Llamo por un turno, una consulta que promocionan sin

cargo.

-Así es. ¿Para cuándo quiere reservar?

-No sé… ¿Mañana?-pregunté por preguntar.

-Puede ser a las 9, 9 y 30, 10…

-A las diez está bien.

Así de sencillo fue.

Fui a la sucursal más cercana a mi domicilio. Primer piso por escalera. Al

final, después de abrir una puerta, me esperaban dos recepcionistas, una

más linda que la otra. Contesté algunos datos personales y me ofrecieron

asiento para esperar unos minutos. En las paredes, muchas fotografías

grandes de cabezas tomadas desde arriba demostraban el antes y después.

Luces bajas. “Para que las entradas se te noten menos que en tu casa”,

pensé. Para un lado había una oficina (a la que iba a entrar) y del otro, una

puerta abierta que dejaba ver un pasillo con varios boxes de cada lado. Se

me presentó un hombre un poco más grande y con bastante más pelo que

yo, me invitó a entrar y una vez acomodados dijo:

-Te escucho.

-Quiero que me convenzas-le dije.

Se rio, aseguró contarme nada más que la verdad para que yo luego tomara

la decisión que me pareciera correcta. Voy a relatar su verdad con mis

palabras; al menos, las cosas que consideré más importantes y, en

consecuencia, quedaron en mi memoria:

La primera impresión fue cuando me enseño unos gráficos que mostraban

la diferencia entre un cuero cabelludo con pelo débil y fino, y otro con pelo

fuerte y grueso. Con eso pretendió decirme que mi problema más marcado

no era la falta del pelo sino la baja calidad que tenía. Para ser más gráfico

todavía, me sentó frente a un monitor y con una cámara muy pequeña que

aumentaba como cien veces la imagen filmaba mi cuero cabelludo. Toda la

pantalla era solamente un centímetro cuadrado de mi cabeza. Sí, tan solo

uno. Primero la posó sobre mi amplia frente demostrándome cómo se veía la

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piel sin ningún pelo. Después filmó la parte superior: Pelitos separados y

muy delgados, demasiado finitos y unos puntitos que según el doctor eran

pelos que no tenían ningún tipo de irrigación sanguínea para poder salir. Por

último la parte trasera mostraba pelos mucho más gruesos y menos

distanciados entre sí. Este tipo me ofrecía mejorar la calidad del pelo y no

que me creciera el que ya había perdido, en eso fue claro. “Todavía existen

bulbos pilosos, revitalicemos las raíces”. También fue claro asegurándome

un cambio notable a medida que se fuera incrementando el grosor y la

fuerza del pelo a través de la que ellos llamaban “gimnasia capilar”. Me

explicó que en la parte de los costados y la trasera tenemos músculos

occipitales y parietales, respectivamente; como estos músculos trabajan de

manera constante, el flujo de sangre es continuo y el pelo ahí crece sin

dificultad. Pero en la parte superior no es así. Como todas las tensiones se

alojan en la parte del cuello y la nuca, provocan músculos tensos que

obstaculizan el paso dela sangre por los vasos hacia más arriba. “Como

cuando pisas una manguera”, me dijo para que entendiera.

Me repitió muchas veces la importancia de la irrigación sanguínea, que era

la clave para conseguir pelo más fuerte y grueso, y la manera de conseguirla

era mediante la gimnasia capilar. Resaltó como algo imprescindible, la

continuidad en el tratamiento. “Como ir al gimnasio, si dejás de entrenar se

te caen los músculos”, dijo. Seguramente no lo cuento de la manera

convincente que él uso conmigo. Su voz en todo momento fue muy segura y

por más que le hiciera preguntas nunca titubeó ni cambió su actitud. Me

obsequió una sesión de cuarenta y cinco minutos para que apreciara cómo

trabajaban. Entró una de las recepcionistas y me acompañó hasta uno de los

boxes.

Esperé ahí sentado un par de minutos, hasta que llegó el hombre que me

iba a dar la sesión de regalo, éste era más joven que yo. Se presentó

amablemente y comenzamos. Lo primero que hizo fue apoyar un tubo

luminoso sobre la parte superior de mi cabeza, y una vez hecho el contacto

con el cuero cabelludo lo movía lentamente siempre por la misma zona,

como para que penetrara la luz que proyectaba. Era ozono, me dijo. Fue el

principio de la sesión de gimnasia capilar y duró 5 minutos. Luego se puso

una especie de guante electrónico que le hacía vibrar la mano, y al apoyarla

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en mi cabeza, producía un efecto de ¨masaje vibratorio¨, por decirlo de

algún modo. Era muy placentero y se apreciaba la estimulación en el cuero

cabelludo con esos movimientos tan repetitivos. Después de eso, trabajó en

la coronilla, esta vez con una sopapa pequeña, intentando despegar el cuero

cabelludo de la zona afectada. Siguió con unos masajes capilares

tradicionales y, para finalizar, me enchufó unos electrodos de muy baja

potencia que producían unas ondas de electricidad casi inapreciables,

apenas un cosquilleo. Me habló constantemente con un discurso muy

parecido al brindado por su superior. Explicando todo de una manera muy

agradable y haciendo hincapié en la relajación y la importancia de no faltar a

las sesiones. “Como cuando vas al gimnasio”, dijo éste también. Los últimos

10 minutos me dejó solo con los electrodos enchufados, la luz muy baja y

una música lenta y a bajo volumen, buscando la relajación. Fin de la cesión.

Volví a la oficina del principio para que me terminara de convencer el

mismo que había hablado al comienzo. Me pasó los precios (nada baratos) y

le comenté que lo iba a evaluar detenidamente. A mí siempre me cuesta

tomar decisiones, y cuando hay un gasto considerable de dinero, más aún.

Por esta razón quería tomarme un tiempo para pensarlo; aunque la solución

a un problema, cuanto antes mejor.

El tratamiento, en teoría, duraba 8 meses. Consistía en asistir dos veces por

semana a las sesiones, además del champú y la loción que ellos me vendían y

el uso de un cepillo especial, que también debía comprarles. Los días

siguientes me los pasé sacando cuentas y auto convenciéndome de que se

trataba de una buena inversión y no de un gasto de coiffeur; necesitaba un

empujoncito para tomar la decisión. Me llamaron, un gerente o algo así, para

comunicarme una nueva promoción: si pagaba 3 meses juntos, el cuarto era

sin cargo. Me dio el empujón y caí.

Cumplí el dichoso tratamiento al pie de la letra: no falté a ninguna sesión

(similares a la que me habían obsequiado, quizá cambiaba alguna técnica,

pero más de lo mismo, en definitiva); me lavé todos los días con el champú

indicado; me puse la loción en spray dos veces por día (una apenas me

levantaba y la otra antes de irme a dormir) y usé el cepillo especial que me

vendieron a un precio equivalente a dos platos en un restaurant lujoso. No

veía resultados, salvo que tenía el pelo más sedoso y brillante, no apreciaba

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ningún otro cambio. Aguanté tolerante, como me había propuesto a mí

mismo, comiéndome la ansiedad y los nervios. Finalizando los cuatro meses,

pedí una reunión con el capo del lugar.

Yo me veía igual, o peor si me apuraban. Es verdad que el pelo estaba más

brilloso y la seborrea había desaparecido, pero a mí no me interesaba eso;

no apreciaba otro cambio. Por eso le comuniqué mi disconformidad y la

postura de suspender el tratamiento. Él me escuchó atento hasta que

terminé de hablar, sacó la camarita y me giró para que observara el monitor.

Me mostró la imagen de cuatro meses atrás*, la comparó con la actual y

comenzó su monólogo. No tengo ningún problema en reconocer mi

inocencia, pasa que mezclada con desesperación e inseguridad, me convertía

en un tipo muy ingenuo o ya demasiado inocente. Pero tampoco quiero

subestimar la capacidad de ese hombre: la fluidez y locuacidad en el habla,

manejo de los tiempos y entonaciones, claridad; en fin, después de

escucharlo, estaba mejor. Compré otros cuatro meses al precio de tres y,

además, un mousse para la protección del sol porque empezaba el verano.

Clinck caja, otro perejil.

Lo que siguió fue más de lo mismo. Cumplí todas las sesiones, hice todo lo

que me indicaban pero no hubo un cambio. Me sentí defraudado. Me dejé

vender un buzón y dejé de ir antes que se cumplieran los segundos cuatro

meses. Las últimas charlas ya no me convencían mucho, no me convencían

nada. Por más que el tipo intentaba dar razones y distintas posibilidades no

podía sostener ningún argumento porque habían pasado más de siete meses

y el resultado estaba a la vista: cero. La crisis aumentaba y lo único que me

interesaba era conseguir alguna solución, ya no me preocupaban los gastos

de dinero y de tiempo.

*Un ex empleado de esa firma me confesó que hacen un juego de luces y

sombras y con la correcta utilización del zoom distorsionan las fotos, hasta

que llega el día en que no lo pueden sostener y las personas dan por

terminado el tratamiento.

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OJOS DE MAR

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Antes de continuar, quiero hacer un comentario sobre mi persona en aquel

momento. Mi autoestima estaba por el subsuelo, me sentía un incapaz, un

fracasado; sí, así me sentía, fracasado. Como que mi atención estaba

focalizada en un punto y todo lo demás no tenía sentido. Me la pasaba

comiendo pizzas, empanadas y tomando coca cola, mi tiempo libre lo usaba

para mirar televisión. Me levantaba temprano, me ponía el mismo pantalón

deportivo largo de todos los días, las mismas zapatillas llenas de polvo de

ladrillo, la infaltable gorrita y me pasaba todo el día dando clases de tenis.

Lunes a sábado. Los domingos al mediodía a ver a la familia, y futbol a la

noche. No tenía pasatiempos ni aficiones, no me importaba usar siempre la

misma gastada ropa, nada me atraía. Para mí envejecer es perder la

curiosidad, yo dejé de interesarme por las cosas. Mi único interés era

recuperar el pelo perdido, casi no existía otra cosa en mis pensamientos

cuando no estaba haciendo algo en particular. Mi intención era agotar todo

lo que estuviera a mi alcance, por eso, seguí investigando y decidí según mis

investigaciones que la mesoterapia podía ayudarme. Me parecía eso, pero

también me parecía muy invasivo. Un doctor amigo me aseguró que era un

tratamiento localizado y no me podía producir nunca un efecto secundario.

Que te pinchen la cabeza con una jeringa me causaba mucha impresión. Si al

menos hubiera tenido algún tipo de seguridad en cuanto al resultado, genial;

pero que te pinchen por nada es muy lamentable.

Teniendo en cuenta mi experiencia anterior, preferí no optar por una

empresa especializada. Una empresa da la impresión de un negocio, y yo no

quería que hicieran negocio conmigo, quería que me ayudaran. Necesitaba

algo más personalizado, un aliado para mi lucha: y seguí el consejo de una

amiga que me recomendó un dermatólogo esteticista, en realidad una

dermatóloga esteticista.

Fui caminando al consultorio porque no quedaba lejos, en el primer piso de

una torre moderna. Me bajó a abrir la recepcionista, adolescente y muy

simpática.

Recuerdo que estaba mirando para abajo, no sé si a las zapatillas, al piso,

otra cosa o nada en particular, pero sí que tenía la cabeza gacha; porque

cuando escuché una voz saludándome, levanté la vista y los vi: uno de los

pares de ojos más magníficos que vi en mi vida. La doctora, una sonrisa

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increíble, una hembra increíble. Su manera de hablar y moverse educada y

excesivamente dulce, que junto a una tonada caribeña seductora como

pocas, dejaba ver con sus explicaciones que se trataba de una dama que

sabía muy bien lo que estaba diciendo y fundamentando, sin dejar de sonreír

ni un instante. Hasta cuando me dijo que por mi genética estaba

predispuesto a que se me caiga el pelo, sonó casi como una buena noticia

por la manera en que lo hizo. Una dermatóloga de pura cepa porque su piel

se veía perfecta, y su pelo largo, rubio y lacio, lleno de vida, me hizo recordar

de manera tierna el que llevé cuando era un adolescente. Por un lado, sentía

una alegría inmensa por haber elegido la mesoterapia y conocer a esta mujer

fascinante; por el otro, pena: debido al motivo de mi visita, mis chances eran

nulas; claramente entendía que un pelado como yo no podía hacer nada con

una mujer como esa. Encima me hablaba de una manera tan vivaz… “Dios le

da pan al que no tiene dientes”, era mi pensamiento. Estaba tan encantado

que escuchaba hablar y la miraba fijo a los ojos sin prestar la más mínima

atención a lo que me decía. No podía creer lo grande que eran sus ojos,

exageradamente claros, casi transparentes. Los observaba incrédulo, gozoso,

tan fijo que me preguntó si pasaba algo.

-No, que tenés los ojos re grandes-contesté con voz de estúpido.

Agradeció el comentario ruborizándose un poco y enseguida continuó con

sus explicaciones. Yo no me sentí mal en ese momento por la frase tan idiota

que había dicho con la voz de estúpido, en realidad no sentí, como si

estuviera en otra dimensión, no podía percibir nada. Me encantó

literalmente. Cuando llegué a casa ya había bajado el efecto y cuando

examiné las entradas en el espejo, desapareció totalmente, recién ahí pude

darme cuenta de que me había comportado como un nabo, ni el más

mínimo tacto tuve con lo que dije y con la cara de tonto que puse al decirlo.

Me sentí tan fracasado que hasta pensé en no volver a pasar, pero ya

habíamos concordado que comenzábamos al otro día, aprovechando un

hueco que le apareció en la agenda, y entendí que quedaba peor todavía si

no comenzaba el tratamiento. Estaba muy consciente de que había quedado

como un marmota, eso era una verdad absoluta, pero tampoco había caído

mal ni dejé una mala imagen. Era cuestión de hacerme el distraído, como

que nada extraño había sucedido, más que un piropo disfrazado de frase

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tirada al pasar (como tendría que haber sido) y no un baboso que no está

para nada acostumbrado a conversar con mujeres tan bellas, diciendo lo

primero que le viene a la cabeza.

Me vestía bien para ir a las sesiones, siempre sport, fiel a mi estilo, pero

elegante. A veces con un saco, una polera de lana o con buenos zapatos;

obviamente no caía con una gorra como sí lo hacía en todos lados, acá no

tenía nada que disimular, todo lo contrario, debía mostrar mi desperfecto.

Entonces opté por fijarme en la vestimenta, compré prendas nuevas y

algunos accesorios, porque pensaba que al menos viese a un tipo más o

menos fino y considerado; por ejemplo, en ocasiones llevaba chocolates para

ella y su recepcionista. Mi tarea era dar la impresión de ser una persona con

cultura y agradable en el trato, respetuoso y atento. Demostrar muchas

virtudes para que lo de la caída del pelo quedara en un segundo plano; que

apreciara otras cosas, pero la verdad que mi problema era el protagonista de

la película y se llevaba todos los primeros planos. Ella sonreía siempre

cuando me atendía, aunque creo que nunca se le borraba la sonrisa, al

menos dentro del consultorio. Trabajaba con la estética, o sea personas que

no están conformes con su fisonomía, gente incómoda con su imagen, que

llevábamos un pesar, y una sonrisa siempre levanta un poco la autoestima,

más que un poco si la que te la regala es una mujer adorablemente bella.

Supuse que me agradecía sentirse admirada y deseada. Era inevitable y casi

imposible disfrazar o disimular, de alguna forma, el deseo y admiración ante

semejante mujer. Por momentos, cuando mi atención se fijaba solamente en

sus ojos, me quedaba fascinado y permanecía atónito; esa condición me

duraba hasta que interrumpía su charla preguntando“¿qué pasa?” con cejas

y mentón. Por eso, para no quedar como un baboso o como un loco, decidí

no posar más la mirada en sus ojos. Empecé a bajarla, a observar sus

pómulos y era una vista muy agradable también, pero nunca tan poderosa

como los ojos de cielo que ofrecía la rubia. Ahora bien, cuando me distraía y

seguía descendiendo me encontraba con la boca: labios carnosos y brillosos,

dientes todos parejos y blancos, como lo más blanco que se pueda imaginar.

En esos momentos la admiración quedaba relegada, casi nula, mi mente

atontada quedaba llena por el anhelo de poseerla, sin dejar espacio para

otras intenciones. Tampoco quedaba espacio para pensar en mí: taparme las

entradas, angustiarme por mi futuro con pocos pelos o recordar cuando los

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tenía en abundancia, ya no me interesaba. No pensaba en nada cuando

estaba con ella, me dejaba llevar y disfrutaba con los sentidos. Observarla

detenidamente mientras escuchaba ese cantito que me atraía, oler su

perfume cuando se paraba detrás para aplicarme las inyecciones; acariciarle

la piel y probar sus labios ya pasaba por un deseo imposible. Deseo de besar

esos labios pulposos. ¡Qué ganas de besarla sentía!

Apenas empecé a ir a las sesiones, me lesioné en el brazo y casi no podía

trabajar, pero lo mismo ni por un momento pensé en abandonar el

tratamiento, por lo que usé todos mis ahorros y pedí dinero prestado a un

amigo. A las ganas de que me crezca nuevamente el pelo debía adosarle las

de encontrarme con la rubia. Las sesiones de mesotearapia eran cada quince

días y una vez por semana me daba un masaje manual (creo que era el

mejor momento de mi semana, sin dudas). Cuando habían pasado tres o

cuatro meses del tratamiento, desde mi punto de vista no se podía apreciar

ningún cambio, la caída del pelo no continuaba pero las entradas seguían

notándose, y muy grandes. Cuando terminaba de aplicarme las inyecciones

me quedaba una jaqueca molesta por los interminables pinchazos recibidos

que duraba algunas horas. Pero eso no me mortificó tanto como ver llegar a

un tipo con un ramo de flores y estamparle un beso delante de mí, para que

ella se ruborizara primero y después me lo presentara vergonzosamente. El

tipo un winner, canchero, peinado para atrás. Apenas se conocían porque

recordé que un par de sesiones antes le había preguntado si salía con alguien

y me contestó: “todavía no”. Ese “todavía no”, que sentí esperanzador, no

existía más. Salía con un hombre y se la veía muy interesada…

Fui un par de veces más, ella sonreía más que nunca, sus ojos brillaban; y yo

odiaba a ese tipo como si me hubiera robado lo más preciado. Dejé de ir. Le

avisé por teléfono a la recepcionista que andaba con unos problemas de

trabajo. Creo que la doctora se dio cuenta de que ese no era el tema y me

llamó para decir que si la dificultad era la plata no me hiciera ningún

problema y le pagara cuando pudiese, habló de la paciencia, como todos los

anteriores, y me pidió por favor que no dejara de concurrir a las sesiones.

Obviamente no fui, no tenía sentido, iban a sufrir corazón y bolsillo.

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¡LEVANTA, LEVANTA!

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La lesión se agravó y ya no podía sostener la raqueta, tuve que dejar de dar

lecciones de tenis. Me quedé sin un buen trabajo y sin sueldo. Rápidamente

llamé a un amigo y me dio un puesto como vendedor en su empresa. Por una

razón de fuerza mayor, abandoné un trabajo que me gustaba para seguir

ganando dinero por otro, que no era tan agradable. Estaba cada vez peor

económica y moralmente, pero mi lucha continuaba. Quería probar, y no

pensar en las consecuencias, prefería elegir pensar en un resultado favorable

y no darle importancia a la manera de llegar a él. En todos los años

anteriores escuché y leí distintas experiencias con finasteride, y por lo que

decían, si bien no era la pastilla de los milagros, producía efectos

satisfactorios en muchas personas, además, todos los dermatólogos me la

habían recomendado en algún momento. Como expliqué antes, yo había

sufrido una experiencia triste y muy cercana con el uso de los medicamentos

y sus contraindicaciones. Por esta razón no consumía ningún remedio o

medicamento a menos que fuera estrictamente necesario. También comenté

que estaba en la vereda de enfrente con respecto a las personas que gastan

dinero y tiempo en querer cambiar lo que la naturaleza les brinda o

recuperar lo que les había brindado tiempo antes. A esta altura de mi

aflicción, ya compartíamos la misma vereda; visité nuevamente al

dermatólogo de la colita de caballo y me recetó las dichosas pastillas. Volvió

a explicarme que las pastillas provocan una pequeña disminución en la

potencia de las hormonas y, como era muy leve, el descenso no afectaría mi

vida sexual, bastante escasa para ese entonces. Sus aseveraciones me dieron

una tranquilidad y confianza que estaba necesitando.

Las tomé durante más de un año. Los resultados fueron de menor a mayor,

o de mayor a menor, según como lo quiera ver.

Tomé una por día los primeros 5 meses. Para que cumpliera su efecto, era

necesario que pasaran al menos 3 meses y la droga debía permanecer en la

sangre; por eso todas las noches, antes de irme a dormir, me clavaba una

pastillita. No era poco el valor de cada blíster con 30 píldoras, pero

comparado con los tratamientos anteriores se trataba de una ganga. Por

indicación médica descansé durante un mes y luego, continué con mi ración

diaria. Poco tiempo después de la pausa, aparte de confirmar que la caída se

había detenido, noté que habían crecidos nuevos pelos. ¡Sí, nuevos pelos! Y

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a medida que crecían también tapaban un poco las entradas. Esto

automáticamente cambiaba mi cara, mi semblante o expresión, al menos

eso observaba en el espejo. Y me hacía sentir bien. Era un volver a creer.

Una vez, hace ya unos años, quedé afuera del grupo en un seleccionado de

fútbol que representaba a la universidad. Por la mala fortuna de un jugador

que se lesionó, me incluyeron a último momento. Ahí supe que dependía de

mí estar o no en el equipo titular: de mi disciplina y mi capacidad para

entrenarme; el entusiasmo lo llevaba adentro. Hice todo lo que tenía que

hacer y terminé siendo una pieza importante del equipo. En estas

circunstancias empecé a sentir lo mismo: el resultado final dependía de mí,

de seguir tomando las pastillas todos los santos días de mi vida, respetando

los descansos. Era tan grande mi satisfacción, que no le di casi importancia al

aumento considerable en el deseo de orinar (iba al baño muy seguido), hasta

que me oriné encima cuando estaba dormido. Recién ahí fui a ver al

dermatólogo pelilargo que se había convertido en mi nuevo ídolo. Pensar

que de chico eran Maradona o Francescoli… ¡El paso del tiempo y las vueltas

de la vida! El dermatólogo me derivó con un urólogo. Con palabras

apaciguadoras dijo que no me preocupara por los efectos secundarios, pero

que no dejara de visitar al especialista. Yo continué con la pastillita celeste

todas las noches antes de irme a dormir, y lo preocupante fue que me

acostumbré también a orinarme mientras dormía por la noche, cada tanto

me despertaba con el calzoncillo empapado. Finalmente, el urólogo ordenó

que me hiciera unos análisis relativizando el inconveniente. Yo bebía agua

constantemente durante todo el día, y como ya no daba clases de tenis no la

expulsaba tanto con el sudor; era probable que esa fuera una causa

importante del desajuste.

Este trastorno no se hacía sentir en mi estado de ánimo, que subía como la

inflación. Mi rutina cambió. O sea, volví a salir, ir a bailar o juntarme en casa

de amigos, a sentirme con ganas de disfrutar y centrar mi atención en

pasarla bien, que siempre había sido un rasgo distintivo de mi personalidad.

La gorrita u otros accesorios para tapar la cabeza ya no los usaba todo el

tiempo. La sonrisa apareció nuevamente en mi actitud y muchas personas

notaron eso. ¡Todos estaban convencidos de que me había enamorado! Así

fue como me levanté una morocha riquísima en una de mis salidas,

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profesora de spinning en un gimnasio cerca de casa. Joven, hermosa y con

los músculos bien activos. Más, casi no se podía pedir. Otra vez era canchero,

seguro y ganador, y eso que el aumento del pelo había sido mínimo, pero

visualizaba un futuro fructífero con este tratamiento tan sencillo de seguir.

Como por fuerza mayor había cambiado de ocupación, también modifiqué

mis hábitos: Ahora pasaba todo el día dentro de una empresa y consumía

café de máquina y gaseosas, y el almuerzo, dejó de ser una ensalada u otro

alimento liviano. En la parrilla de la vuelta, devoraba bifes de chorizo, pastas

a la bologñesa o milanesas con papas fritas. Me encontraba un poco más

gordito y con un poco más de pelo.

Después de una salida con la morocha donde nos dimos unos besos más

que sugerentes sentí rejuvenecer cinco años, por lo menos. Siguió una cena

romántica en casa. Limpié todo lo más que pude (el baño quedó reluciente

como nunca lo había visto), encendí velas y, en el hornito, puse gotitas de

canela para provocar el clima ideal. Preparé tallarines a la scarparo; para

tomar, un vino tinto; y de postre, un tiramisú. Para cerrar la velada, una

botella de champaña bien fría. Una combinación que nunca me falló y que

conozco de memoria. Todo fue viento en popa, me gustaba mucho el físico

de la profe. Con un llamadito a LUCCA*, a la champaña del final le

agregamos helado de limón y lo saboreamos lentamente en el balcón. Con

las luz tenue, el aroma y la manito que siempre da el alcohol, estaba todo

cocinado, solo faltaba entrarle a ese manjar. Además como no “comía”

desde hace algunos meses, hambre no me faltaba, todo lo contrario. Tenía el

arco vacío y me sentía Batistuta. El goleador histórico de la selección

nacional con la pelota picando adelante del arco contrario. Hasta podía

escuchar a la hinchada preparada para festejar el gol. Marco inmejorable.

Lamentablemente, sucedió que mi erección no estuvo a la altura de la

atmósfera creada para el acontecimiento. Yo lo relacioné con mis nervios,

porque tenía muchas ganas y quería funcionar como un toro. Ella lo tomó de

la mejor manera, con simpatía y comprensión. La segunda vez también fue

simpática, quizá un poco menos comprensiva. La tercera no noté ninguna de

las dos cosas. La cuarta, como era de esperar, no existió. Para colmo, a su

clase asistían un par de señoritas del barrio que me conocían y yo a ellas, de

vista.

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Había escuchado historias de disfunción eréctil o baja de libido por tomar

las pastillas a diario. Solamente las escuché y pensé que eran efectos

secundarios de alguna persona desafortunada, como el que se muere

porque le cae un rayo, además el doctor me aseguró que, si existía una

disminución en la potencia, era tan leve que casi no se apreciaba. Fue tal mi

preocupación que visité al dermatólogo que unos meses antes era una

especie de tótem para mí. Fui a verlo sin turno y me senté a esperarlo unas

horas hasta que terminó de atender.

-Hola. ¿Cómo estás, Moya?-me inspeccionó la cabeza con la mirada y sonrió-

.Está mucho mejor-dijo, con la seguridad con la que acostumbraba hablar.

-Mejor, pero no se me para más-le contesté, mirándolo fijo a los ojos.

Ante semejante confesión, me invitó a entrar en el consultorio para hablar

más tranquilos sobre un tema tan íntimo. Le relaté mis sucesivos tres

encuentros con la profesora de spinning, que tanto me había gustado,

aunque mi cuerpo no se hubiera dado por enterado, al menos la parte que

más me interesaba. Minimizó el tema. Me preguntó por detalles y frecuencia

de mi práctica sexual. Obviamente, contesté con absoluta sinceridad,

entonces él hizo hincapié en la tensión y los nervios por la falta de ritmo, casi

dando por descartado los posibles efectos secundarios de la droga. Para

serenarme decidió derivarme con un urólogo de su confianza, al que llamó

en ese instante, consiguiendo que me atendiera en forma excepcional al día

siguiente. Cambiando de tema, me interrogó si continuaban las reiteradas

ganas de orinar. Yo respondí, creo que apresuradamente, que ese era un

tema terminado, aunque en realidad, si todavía permanecía, había quedado

eclipsado por el importante inconveniente. A pesar de mi insistencia, no

ordenó ningún estudio pertinente y me recomendó, como todos los

profesionales que había visitado con anterioridad, relax y mantener la mente

ocupada en otra cosa. Ahora no tenía que pensar en mis entradas, tampoco

en que no se me paraba. Cómo si fuera tan sencillo…

*Heladería en el barrio Coghlan.

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CUESTION DE SANGRE

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En medio de todo este embrollo, me llegó la noticia de que mi tío abuelo

estaba internado grave en el hospital. Un hombre de 80 años que por su

vitalidad, actitud para saber vivir y disfrutar de los placeres de la vida, y el

levante que tenía con las minas, parecía más joven que cualquiera. Para mí

siempre fue un referente de cómo vivir la vida y, aunque no nos

encontrábamos asiduamente, sus consejos y sugerencias siempre daban en

el clavo, por eso la calidad de orientador que representaba en mi existencia.

Una persona que te trataba como si fueras el ser humano más importante de

la tierra, su compañía era un placer para cualquier persona. Este verdadero

disgusto provocó, sin desearlo, que desviara mi atención del problema. Por

eso, cuando visité al urólogo, la trascendencia de mi inconveniente sexual ya

no presentaba la magnitud del día anterior. Me disipó todo temor con la

palabra “impotencia” o algo semejante y que dejara de consumir las

pastillas, si eso me iba a brindar tranquilidad. Aclaró que, como se trató

todas las veces de la misma mujer, quizá era una situación particular con esa

persona. Para quitarme cualquier duda y constatar mi condición indicó que

realizara algunos estudios (recuerdo el de glucemia). Yo notaba que tenía

más abundancia de pelos en mi cabeza, sobre todo en la zona media

delantera y era cierto que no me había sucedido con diferentes mujeres.

Este médico fue explícito en su razonamiento y, de inmediato, dejé de

alarmarme por el asunto, y mucho más después de comprobar por mí

mismo, en la soledad del departamento y con la ayuda de algunas películas,

que mi instrumento seguía funcionando.

Volví a tener encuentros esporádicos con una ex pareja que siempre andaba

dando vueltas. Servía para olvidarme del fracaso con la profe y recobrar la

confianza. Teníamos una intimidad relajada y eso, supongo, ayudaba mucho

para que el “amigo”, si bien no alcanzaba grandes prestaciones, nunca me

fallara. Andrea fue la primera en hacérmelo notar:

-Ahora que no jugás tanto al tenis, estás más musculoso.-Comentó mientras

me acariciaba los pectorales.

-Sí, especialmente acá.-Le contesté irónicamente mientras sostenía mi

pancita incipiente con las dos manos.

Había aumentado algunos kilos con mi nueva vida sedentaria, se apreciaba

obviamente en el estómago y, extrañamente, en los pechos. Eso me llamó la

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atención pero pensé que se trataba de mi genética o algo así. De todas

maneras, mi observación estaba en los pelos que nacían en la cabeza y me

hallaba más sereno por la actuación de mi aparato: las erecciones eran

normales y ya no desperté más con los calzones mojados.

En el trabajo, andaba muy bien y con el sueldo, sumado a las comisiones,

cobraba buen dinero todos los fines de mes. Tuve un ascenso en la empresa:

gerente de ventas. Mejor salario y un dígito más en mi comisión. Mi posición

ahora, sentado en un escritorio, era sedentaria al cien por cien. Así como se

engrosaban mis bolsillos también lo hacían mi estómago y pechos. Sí, me

seguían creciendo y ya no parecía tan normal. Para ese entonces, mi tío

abuelo, que se había recuperado bastante bien de su problema en los

pulmones, cayó nuevamente en el hospital. Esta vez, su estado era de mucho

riesgo. Él toda su vida fue un mujeriego, fino en su modo de vestir y

moverse, y contundente en su manera de hablar; nada que ver conmigo:

mujeres nunca me sobraron, me movía y vestía con simpleza y titubeaba

cuando debía decir algo importante. Sí éramos idénticos en una cosa: el tipo

de sangre. Por eso me llamó su hija para preguntarme si podía donarle

sangre. Avisé en el trabajo que llegaría más tarde y me presenté en la clínica

temprano, después del ayuno pertinente. Respondí todas las preguntas de

rigor a la enfermera que me iba a realizar la extracción y me arremangué la

camisa para tal efecto.

-Ah-recordé en ese momento- estoy tomando una pastilla para la caída del

pelo.

-¿Finasteride?

-Sí, ese.

- No podés ser donante-y guardó la jeringa y demás utensilios.

Salí de la clínica decepcionado por no poder ayudar. Siempre que podía

donaba mi sangre, sobretodo después de haber sufrido un grave accidente

en mi post-adolescencia y haber recibido inmediatamente de otras personas.

Volví al trabajo lleno de inquietudes, ¿Qué le estaba metiendo a mi cuerpo?

Para colmo, mi tío abuelo murió a los pocos días y no tuve oportunidad de

darle mi ayuda y despedirlo. Su sangre, como la mía, era de un factor que no

se halla fácilmente. En fin, me quedó una sensación rara… Quise suponer

que su muerte no se debió a falta de donantes, jamás me lo perdonaría.

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Acudí nuevamente al dermatólogo pelilargo que ya no me caía tan bien

como unos meses atrás. Le comenté la situación.

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CORPIÑOS PARA

HOMBRES

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-Efectivamente, estás impedido a donar sangre mientras consumas esta

droga, la limitación no está dada por el medicamento, sino por la condición

clínica que indicó la medicación. Tendrías que estar un mes sin consumir

para poder donar -repitió lo que me había comentado la enfermera-, pero lo

mismo sucede con los antibióticos o muchas otras drogas. Igualmente si

querés cortar el tratamiento depende exclusivamente de vos, es una pena

porque veo cambios satisfactorios en tu alopecia androgénica. No perderás

el pelo ganado hasta ahora de repente, pero sí poco a poco. Está en tu

decisión…

En ese momento era una decisión difícil de afrontar, había recorrido un

largo y espinoso camino hasta poder verme mejor frente al espejo, y

tampoco era cuestión de tirar todo por la borda. Mi autoestima había

crecido ligada al pelo pero el costo se me estaba yendo a cualquier parte.

Eran determinaciones impensadas, se mezclaban juicios de valor, estética,

comodidad, salud… Una mezcla extraña de imágenes y resoluciones.

-Lo voy a pensar-le dije-, quiero mostrarte algo.

Me levanté la remera y le enseñe mi pezón derecho que había aumentado

considerablemente de tamaño, más que el izquierdo que también se veía

hinchado.

-¿Hace cuánto estás así?-inquirió.

-Hace un mes, o dos. No sé bien…-respondí.

Su gesto de preocupación me inquietó. Me examinó, preguntándome si

sentía molestias mientras me palpaba la zona.

-Y, un poco me molesta; sí, me duele.

-Ginecomastia-dijo. Nueva palabra en mi accidentado camino. Es el

engrandecimiento de una o ambas glándulas mamarias en el hombre. Un

desequilibrio hormonal. Puede presentarse debido a muchos cambios

diferentes. Generalmente, se da por el aumento de los estrógenos o una

disminución de los andrógenos (testosterona). El uso de lociones con

estrógenos puede tener, como efecto secundario, este trastorno.

Como sea, pasé de ser un flaco casi pelado a ser un rellenito, con tetas y

algo de pelo. Una transformación para nada conveniente. La pancita la podía

disminuir haciendo ejercicio y cuidándome con las comidas, el crecimiento

del pelo me dejaba conforme, pero las tetas… Promediaba la primavera,

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empezaba a subir la temperatura y ya había programado un viaje a la costa

con varios amigos y conocidos. Era impresentable presentarme (valga la

redundancia) de esa manera en la playa. Me sentaba mejor una bikini que

alguna bermuda. Y para pasar de “Guatemala a Guatepeor”: ¡Una teta la

tenía más grande que la otra! Comencé a sentir un ardor con el simple roce

de la remera cuando me la ponía o al quitármela. Lo primero que hice fue

suspender el uso de las pastillas, lociones y todo lo concerniente al problema

capilar. Como siguiente paso, por prevención me realizaron una mamografía

para descartar cáncer de mamas, algún tumor o algo por el estilo. Para mí

hay días que uno recuerda hasta la muerte. El día que me hicieron el estudio

en un consultorio privado, fue unos de esos.

Elegí una tarde tipo 16 hs. pensando que no iba encontrar mucha gente.

Gran error. Había decenas de mujeres esperando. Entre ellas, la esposa de

un amigo que apenas me vio, saludó efusivamente. Justo cuando me

preguntó “qué haces acá”, la llamaron por el apellido.

-Sí… No…-me contradije-Una tontería, después te explico.-le contesté

canchero, señalando con un ademán que no hiciese esperar a la profesional.

Obviamente, no estaba preparado para semejante explicación. No se me

había ocurrido que alguien se iba a enterar aparte de los doctores. Me senté

en un costado, un poco alejado de las mujeres que esperaban y empecé a

imaginar la mejor manera de justificar mi presencia en ese lugar. No me

venía a la mente nada convincente para comentar, mis nervios, supongo yo,

impedían que piense claramente. Podía decirle que estaba realizando algún

tipo de estudio… Pero estudio de qué. Decidí esconderme justo detrás de

una maceta con una planta gigante, hasta escuchar que me llamaran.

Cuando faltaba muy poco para que llegara mi turno, salió de uno de los

consultorios la mujer de Javier, miró para los costados primero, y después

enfiló para el ascensor; yo seguí el movimiento desde mi estratégico

escondite. Al toque, la técnica de la mamografía dijo mi apellido en voz alta.

Como yo no salí de atrás de la planta, por esperar que llegara el ascensor,

repitió el apellido, esta vez más fuerte. No tuve más remedio que salir. Llegó

el ascensor, y ella, antes de entrar, miró de reojo. La técnica, por su parte,

cuando vio que me acercaba, me registro de pies a cabeza.

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-Ah, no había visto el nombre-dijo señalando la planilla como disculpándose,

no sé de qué.

Es mi primera vez, ja ja-dije para romper el hielo.

La muchacha se rio de compromiso.

Después vino lo peor, la parte que nunca voy a olvidar. Para los que no

saben de qué se trata: te ponen las tetas en una prensa y empiezan a ajustar.

Eso fue para mí el sistema. Sin vueltas. Una vez me esguince el tobillo, un

esguince grado cuatro; otra vez me pusieron una inyección en la rodilla; me

pegué muy fuerte el dedo pequeño del pie contra un marco; una quemadura

con agua hirviendo en un brazo (todavía conservo la marca) y otros episodios

de dolor que no recuerdo ahora: El dolor que sentí en el pezón izquierdo

cunado me apretaba ese aparato, no lo puedo comparar con nada. No lo

puedo comparar con los otros, porque en aquellos grité como un condenado

a muerte injustamente; en cambio esta vez (por hacerme el macho), me la

aguante estoico como un granadero. Deseaba desmayarme y no vivir con

conciencia ese momento, pero no, tuve que soportarlo unos segundos. Mi

pezón era una brasa en el medio del fuego. Recuerdo las lágrimas inundando

mis ojos, la sensación de alivio apenas empezó a aflojar la presión. Cuando

fue calmando la tortura, la chica, comprensiva, dijo:

-Ya pasó, ya pasó.

El resultado fue negativo.

De manera concluyente dejé de tomar cualquier medicamento a menos que

fuera de vida o muerte. Volví a cruzar de vereda, esta vez, corriendo a toda

velocidad. Me anoté en el gimnasio. Por comodidad, tendría que haberlo

hecho en el que me quedaba más cerca de mi casa, pero ese era justo el

mismo donde trabajaba la profesora de spinning; no me pareció cómodo

encontrarme con la mujer con la que había intimado tres veces sin tener una

erección. No hace falta explicar el por qué de mi incomodidad. Debía

caminar unas 6 cuadras más, tampoco era para tanto, y aprovechaba yendo

en bici para hacer ejercicio. La dieta cambió en forma radical: mucha agua

nuevamente, frutas, verduras y comida orgánica. El café y las gaseosas de la

maquina ya no los tocaba, y en los mediodías, me quedaba solitario en la

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empresa o iba a la plaza que estaba a un par de cuadras, mientras los demás

asistían a la parrilla habitual.

-Dejemos comer al modelo masculino-se mofaban mis compañeros cuando

me veían sentado, comiendo la vianda que traía de casa o consumiendo algo

comprado en alguna dietética. Pasaron un par de meses y obviamente bajé

de peso (me moría del hambre), pero las tetas seguían intactas, para peor,

como estaba más delgado, sobresalían. Me vestía con remeras y camisas

holgadas, desesperado por si alguien notaba mi situación, y además el roce

con cualquier prenda resultaba cada vez más doloroso. Por esto, suspendí las

vacaciones en la costa, aduciendo problemas económicos. Cosa que no era

del todo mentira, porque la alimentación extremadamente sana para

eliminar la grasa localizada en mis pechos, aparte de ser bastante aburrida,

era más onerosa que la anterior, cuando mis tetas no existían o apenas

estaban empezando a crecer y comía lo que se me antojaba. Un día

comprando ropa, me topé con la dermatóloga esteticista. Me saludó

sonriendo como siempre, con sus ojos de mar más claros que nunca. La

encontré sola buscando indumentaria deportiva porque iba a empezar a

ejercitarse con un personal trainer.

-Para mí-me aconsejó-tendrías que usar la ropa más ajustada. Como eres

alto, se te marcará mejor el cuerpo.

Sonaba todo tan dulce desde sus labios, la escuchaba y la veía como algo

inalcanzable. Hablaba tan suavemente que me conquistaba sin siquiera

proponérselo. Cuando la conversación se iba animando llegó el novio que

estaba probándose un pantalón.

-¿Te acordás de Benjamín?-Que nombre tan pelotudo, pensé, como la vez

que me lo presentó en su consultorio.

-Sí, claro-contesté y le di la mano al tipo que tenía una cara de culo

insoportable, en lugar de mostrarse jubiloso por la compañía de semejante

bombón.

-Me queda como el orto-dijo gruñendo mirándose en el espejo.

-A mí me gusta-repuso ella de manera angelical-. ¿A vos qué te parece?-me

preguntó.

-Le queda bien-contesté a su inquietud aunque, obviamente, no me

interesaba para nada dar una opinión analizada.

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Finalmente, no lo compró y se fueron los dos. Él, refunfuñando

groseramente y ella, encantadora como cada vez que la vi.

-Volvé y seguimos con el tratamiento. Te ves muy bien-fueron sus últimas

palabras antes de despedirse.

Su “te ves muy bien” lo interpreté como una frase alentadora para motivar

a una persona que transmite un sentimiento de compasión o algo por el

estilo. Una especie de mentira piadosa que nos permitimos los seres

humanos a veces. Compré una camisa gris oscuro un talle más grande del

que sugería la vendedora y me volví a encerrar en casa.

El verano pasó lento y aburrido. Mi trabajo consistía en vender paneles

calefactores, o sea que en esta parte del año, las ventas bajaban casi a nada,

por eso las comisiones apenas me servían para pagar los viáticos. Me

serenaba saber que ya no iba a recibir invitaciones a una pileta, y el clima

para usar remeras o musculosas se iba acabando. Lo que era inevitable de

mostrar era la cabeza (en la empresa obviamente no podía trabajar con un

gorro). Tal como había anunciado el dermatólogo melenudo que tiempo

atrás fue mi guía, poco a poco perdía el pelo ganado con tanto esfuerzo.

Aunque sinceramente, creo que esfuerzo hace el montón de gente que se

levanta a las seis de la mañana, toma un tren y dos colectivos para llegar al

trabajo y después de doce horas regresa a su casa, cobrando un sueldo casi

miserable todos los meses. Lo mío pasó más por una inversión que por un

sacrificio. Por eso veía todo el capital que puse para tener un techo digno, y

al final de cuentas se me estaban volando las chapas. En algo me había

equivocado ciertamente. Y para colmo las tetas seguían ahí… En la familia,

por parte de la rama materna, teníamos un pariente lejano que era un

cirujano bastante prestigioso por lo que comentaban. Tuve que pedirle a

mami que averiguara el teléfono.

-¿Por qué? ¿Qué te pasa?-me preguntó enseguida con su habitual facilidad

para la tragedia.

-Nada, es por un amigo que necesita una mano, pobre…

Finalmente conseguí el teléfono de este primo o tío lejano. A decir verdad,

me atendió mejor de lo que esperaba. Recordaba cuando yo era niño (desde

ese tiempo no me veía) y me preguntó si seguía jugando al fútbol y si tenía el

pelo tan rubio como en aquel tiempo. Le conté que un par de lesiones me

habían marginado de esa actividad que practicaba desde que tenía uso de

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razón, y en cuanto al pelo, que se había oscurecido un poco con el paso del

tiempo. Cuando preguntó en qué podía ayudarme le contesté que me

interesaba su opinión en un asunto que prefería comentárselo

personalmente. Muy atento, nuevamente me citó en su consultorio. Pensé

en comentarle que no dijera nada de mi llamada pero desistí para no crear

una intriga sin sentido.

El cirujano tenía el consultorio por zona norte y como la cita era a la tarde

temprano, inventé una excusa en el trabajo para irme antes de lo que

correspondía. Un piso en un edificio bien moderno, al menos por el lugar se

notaba que le iba muy bien. Aunque tenía fama de arrogante en la familia a

mí me recibió amablemente. Después de 5 minutos con las preguntas de

rigor acerca de mis viejos y cosas por estilo de las que hablan familiares que

no se ven en otro lugar que no sea un velorio, llegó “el que te trae por acá”.

Consideré que lo más claro y contundente era sacarme la parte de arriba y

mostrarle el torso.

-Ginecomastia-dijo sin dudar-. Te crecieron las tetitas-agregó palpándome

cariñosamente.

Olvidé mencionar que el pariente lejano era un gay asumido desde la

adolescencia. Por tal motivo tuve una sensación extraña, para denominarla

de alguna manera. Lo siguiente fue un cuestionario de mis hábitos y

medicamentos consumidos para entrever cómo había llegado, a la para mí,

decadente situación. Después de escucharme volvió a revisarme, esta vez

minuciosamente y me dio una explicación detallada. En mi caso presentaba

una acumulación de grasa en la glándula mamaria.

-Sí, es un flagelo el tema del pelo-dijo comprensivo. Pero a vos con esa pinta

no te quedan tan mal las entradas-agregó complaciente-. Yo me hago

mesoterapia hace algunos años-me comentó en voz baja como si alguien

pudiese escucharnos.

-Yo probé y no me dio ningún resultado-le comenté desacreditando su

confidencia.

-Ah, sí… Quizá ya era demasiado tarde. No sé…

Lo seguro es que ya era demasiado tarde para arrepentirme por haber

hecho tantas cosas con la finalidad de tener más pelo en la cabeza, y finalizar

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asombrosamente con tetas en mis pectorales. Vivir una pesadilla, ese era el

título de mi película.

Según su opinión, por el tiempo ya transcurrido (habían pasado más de 6

meses) de mi “transformación hermafrodita” y considerando que el ejercicio

y la dieta nada habían modificado, lo ideal era la intervención quirúrgica.

Ambulatoria, dos pequeñas incisiones que ni se notaban, sin riesgos y

definitiva. Salvo que volviera a consumir esos fármacos; cosa que no iba a

ocurrir de ninguna manera. ¡Pelado frustrado y fracasado pero sin tetas,

carajo!

El cirujano gay, además de ser muy amable y correcto, tuvo la deferencia de

excluir sus honorarios, en caso de que me realizara la intervención. Como mi

economía iba de mal en peor, quedé sumamente agradecido por su

delicadeza, aunque así y todo no llegaba a costear el gasto. En realidad, no

tenía un peso ya y el plan que tenía en la prepaga no me reconocía ni una

parte de la operación. Desde que comencé con todo este tema fue la

persona más seria y profesional con que me topé. Resolví seguir lo que me

indicara sin pensar por mi cuenta.

Pasaron unos meses y como la situación no cambió ni un poquito (el ardor

en los pezones era insoportable), tomé la determinación de sacarme las

tetas, para empezar una nueva vida, de una vez por todas. No tenía más

remedio que pedirle la guita a mis viejos. Ahora bien, el asunto era ver cómo

les explicaba. Caí un miércoles por la noche, aprovechando que mi hermana

estudiaba en la casa de una compañera de facultad y los podía encontrar a

los dos solos. Di unas vueltas antes de llegar al grano para quitarle

importancia al asunto y finalmente, les comenté como si fuera un tema de

mala suerte, o algo así, que debía realizarme una pequeñísima intervención

quirúrgica, remarcando siempre que no acarreaba ninguna dificultad. Para

explicar las razones que me llevaron al crecimiento de las mamas les

expliqué que había consumido anabolizantes siguiendo el consejo de un

instructor del gimnasio y éstos produjeron el desequilibrio en las hormonas,

provocando que se localizara grasa en el pecho.

-¿Pero cómo puede ser?-preguntó irritada-. Tenés que hacerle una demanda

a ese animal-gritó mamá, como si el tipo me hubiera clavado una puñalada.

Después de repetirle más de cinco veces que la culpa era mía, que mi

organismo tuvo un rechazo inesperado a la droga y que la intervención no

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conllevaba ningún riesgo, le pregunté a mi viejo si me facilitaba el dinero

para afrontar los gastos de la clínica (alquiler del quirófano, materiales,

enfermeras, etc). Por suerte papá siempre tiene una plata ahorrada para

hacer frente a cualquier imprevisto y de inmediato me contestó que no me

hiciera ningún problema. Prometí devolverle el dinero apenas pudiese pero

tanto él como yo sabíamos que eso no iba a suceder. Al otro día llamé a

nuestro pariente para comunicarle mi decisión. Lo hice temprano a la

mañana, previendo el llamado que seguramente iba a recibir de mamá (cosa

que sucedió un par de horas después) para contarle la excusa que puse de

los anabolizantes. Como la recuperación me iba a llevar unas semanas y en

ese periodo debía llevar una faja ajustada, ese era el pretexto que iba a usar

para explicar a quien me preguntara. Igualmente, la idea era que se enterara

la menor cantidad de gente posible. A los pocos días recibí un llamado

totalmente inesperado. Inesperado porque nunca me llamaba, salvo que

ocurriese algo grave o de mucha importancia. Era mi tío.

-Hola, ¿cómo andás?

-Hola tío, todo bien.

-Che, tengo una duda, te quiero hacer una pregunta…-dijo eso y se quedó

unos segundos callado para aumentar así mi incertidumbre.

-Sí, decime-le dije sin tener la más mínima idea de qué se trataba su

inquietud.

-¿Cuál es tu talle?

-¿Mi talle? ¿Talle de zapatos?-pregunte inocente.

-No, de corpiño, jajaja. Estoy comprando calzones y acá hacen una oferta de

corpiños al 2 x 1. Digo aprovecho y te compro un regalito, para tu cumple no

te regalé nada…-agrego con grosera ironía.

Me quedé en silencio, pensando cómo reaccionar.

-Hola, hola-repetía el idiota.

No se me ocurrió cuál era la mejor manera de reaccionar y dije lo primero

que se me vino a la cabeza.

-Yo sabía fehacientemente que eras pelotudo, pero jamás imaginé que

fueras “tan” pelotudo- a pesar de mi tono y palabras agresivas el muy tonto

reía como un loco.

-No te calentés, no te calen-. Le corté.

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Dicen que cuando uno se enoja con otra persona, en realidad está viendo

sus propias miserias en ella. Obviamente no quería reconocerlo pero el “tan”

pelotudo era yo.

Como trabajaba en la empresa de un amigo y como lo hacía

temporalmente (aunque ya llevaba un tiempo considerable) estaba en

negro, pero también como se trataba de un amigo, me reconoció los días

que me ausente por la intervención y el post operatorio. La operación fue

muy sencilla como lo había anticipado el cirujano y no me quedó más

remedio que ir acompañado por mis viejos. No podía negarme si ellos fueron

los que abonaron la cuestión.

-Yo te lo voy a devolver-le prometí a mi papá antes de entrar al quirófano.

“No te preocupes, no te preocupes”, fueron sus palabras. Las últimas que

recuerdo antes de la anestesia.

La operación duró muy poco, desde que entre para que me prepararan

hasta que me desperté fajado pasaron tres horas más o menos, me

rencontré con sondas donde pasaban suero, antinflamatorios y los

antibióticos, y con unos drenajes en cada pezón ( son como dos tubitos que

salen de la herida transportan la sangre acumulada). En mi caso al menos, las

incisiones fueron debajo de las tetillas. Un asco. El mismo día a última hora

vino el doctor, me quitó los drenajes y pude ver como había quedado: ya

estaba casi normal. Solamente la teta izquierda estaba un poco hinchada en

la parte superior. Otra vez me colocó la faja bien apretada y me permitió ir a

casa, en verdad fui a la casa de mis viejos, aunque no me gustara, tenía la

necesidad de ayuda y me instalé ahí por casi tres semanas. Así como la

operación fue un éxito, la recuperación también fue positiva aunque

bastante fastidiosa. El mayor inconveniente era llevar la faja tan apretada

porque me dificultaba respirar con normalidad y producía que caminara

encorvado. También bañarme fue complicado, sobretodo al principio porque

la zona estaba muy sensible para mojarla, enjabonarla o secarme. A los

quince días ya volví al trabajo fajado, pero usando un buzo o un pullover

para que no se notara la faja, lo importante era tener cuidado y no levantar

nada de peso. Al mes ya me quité la faja y fue como sacarme una mochila de

diez kilos. Cuando me veía al espejo me sentía muy conforme con el

resultado (la teta izquierda estaba un poco hinchada pero con el tiempo y

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una crema que me apliqué diariamente se normalizó) e internamente

satisfecho porque al fin y al cabo había confiado en un profesional que no

me defraudó: sucedió lo que anunció que sucedería; le obsequié uno de los

calefactores para manifestarle mi agradecimiento.

Pasaron los meses y las tetas volvieron a ser músculos pectorales. Como

seguí todos los consejos del cirujano para el post operatorio la recuperación

fue rápida. Empezaba el calorcito y ya me podía volver a sacar la remera sin

pudor. Ahora me la podía empezar a sacar de verdad, porque antes, con la

tetitas, ni con pudor me la sacaba. Pensar que cuando comencé el camino de

la recuperación capilar era un flaco atlético con entradas; y ahora, un tipo

con panza, flácida, y con muy poco pelo. Supongo que el stress de todo lo

vivido influyo mucho para que se caiga cada vez más. Para ese entonces

tenía claro que nunca más en mi vida iba a tomar algo o ponerme una

substancia en el pelo para detener la caída o que creciera de nuevo. Lo que

tenía claro también, es que cada año estaba más pelado y me quedaba para

la mierda. No tenía ochenta años… Había apenas pasado los treinta y cinco…

Las pruebas fueron infinitas. Creo que algo que trae la desesperación es

eso: probar cualquier cosa, preguntarse ante la alternativa más ridícula: ¿Y

por qué no? Así como una vez fue y por qué no la mesoterapia, otra vez fue

la gimnasia capilar, pastillas, los masajes, clara de huevo cuando me bañaba,

pildoras anticonceptivas en el shampoo, spray, ungüentos, lociones; Me

aferré a la medicina tradicional, a la alternativa, la estética, lo espiritual; todo

eso por no aferrarme a la realidad, a la verdad: “Se me cae el pelo”.

Recuperarlo fue mi único objetivo por años y años, me importaba tanto

como al que le importa recibirse de abogado, o un cambio de sector en el

trabajo; así de trascendental fue para mí. Y por esa trascendencia que le di al

tema los intentos no cesaban y la desilusión, era pesada de aguantar. Creo

que lo peor era que el tema estaba todo el tiempo presente. En varios

momentos del día, todos los días, uno tras otro.

Como dije, estaba claro en que nunca más iba tomar cosas para

contrarrestar la calvicie. Eso me lo había quitado del a cabeza. Como

también hacerme cualquier tipo de tratamiento o aplicarme spray, lociones

o cualquier tipo de cosa para evitarla. Yo creo que a medida que pasa la vida

te vas resignando de algunas cosas. No tengo problemas en eso con el paso

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del tiempo, hay que resignarse, no queda otra. El problema es que también

creía en que no era una edad en la que yo me tenía que resignar a ser

pelado… Diez, quince años más pedía al universo. No pedía dinero, lujo, la

pareja ideal, no sé… vacaciones; no, pedía con toda mi humildad no

quedarme pelado. Tan simple como eso. Lo único que me llegó fue una

peluca por encomienda. Sí, me la envió mi tío que ya me tenía podrido y no

le daba más bola. Lo ignoraba (por fuera, por dentro lo quería matar).

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EL DINERO NO ES

TODO…

¡PERO COMO AYUDA!

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Si tengo que precisar en que momento empecé a convencerme del

transplante capilar pelo x pelo fue la de ver un reportaje en televisión donde

promocionaban una empresa que ofrecía está solución. Yo ya sabía desde

hace tiempo la existencia de esta cirugía pero siempre la vi o sentí

demasiado invasiva. Con esto sentía como con otras cosas que la tecnología

a veces superaba límites que no sé si está bueno superar. Como el tema de

los clones, por ejemplo. Por eso la conocía pero nunca la tuve en cuenta.

Hasta que vi el reportaje. El testimonio lo daba un músico muy prestigioso.

Esos músicos que tienen mucho más prestigio y talento que fama. Un músico

conocido, muy respetado por todos los músicos o en su gran mayoría, pero

nada popular. Yo lo conocía, sí, aunque no era de mis preferidos, lo

registraba muy bien de cara. Hacía un tiempo que no aparecía en t v o al

menos yo no lo había visto últimamente. Parecía otra persona, mucho más

joven principalmente, y para mi gusto mucho más apuesto. Un cambio

enorme. Y en este caso no era necesario constatar y ver el resultado en las

fotos de antes y después. ¡Yo me acordaba muy bien el antes de ese tipo. !Y

el después, como el manifestaba en el reportaje, le había cambiado la vida!

Le quedaba sensacional la operación. Muy cambiado para mejor. Su

manifestación era sobria y a la vez convincente. Comentaba un tema que lo

afectaba bastante en su sentimiento, más que nada por su exposición

pública, pero sin dramatizar. Hablaba con mucha satisfacción y conformidad,

hacía hincapié en el profesionalismo en la atención personalizada que

recibió, en el seguimiento permanente, el apoyo moral, etc. Pero una imagen

vale más que mil palabras: con pelo era otra persona. Y, al menos a mí, me

parecía mucho más interesante esta otra persona. Lo estaba observando sin

trucos, nadie me lo estaba contando. Ahora que lo veo a la distancia, él me

convenció de hacerme el transplante capilar. Después hubo averiguaciones,

preguntas, dudas y más cosas, pero el que me convenció fue ese artista. En

realidad el cantante y su nuevo look fue el primer paso, cuando fui a

averiguar a la empresa que él publicitaba contando su experiencia y me

mostraron en una pantalla como iba a quedar después de la operación me

terminé de convencer del todo. Era una imagen espléndida. ¡Qué cambiado

me veía en esa pantalla, parecía otro hombre! Y sin embargo no me

mostraba otra persona, simplemente era yo con la cabeza poblada con mi

propio pelo, no con una peluca ridícula. Antes de abandonar la oficina les

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dije que lo iba a analizar. Salí tan entusiasmado con lo que me dijeron y por

la imagen hermosa que vi en la pantalla que mucho análisis no tenía ganas

de hacer. Y por qué no, volvió a ser la pregunta, y no encontraba respuestas

negativas. Sí había una sola respuesta negativa: porque no tenía la plata para

pagar el transplante capilar. Pero eso no debía ser una razón valedera.

Estaba en uno de mis peores momentos económicos, sin deudas (papá me

regalo la liposucción de las tetas) pero sin un peso de más ni nada ahorrado.

Como no tenía ni una deuda era el momento de contraer una, y bastante

grande por cierto. Me senté una noche frente a la compu y confeccioné una

lista con los posibles candidatos para ser mi patrocinador. Por suerte tengo

muchos conocidos a los que les va muy bien entonces las opciones no

faltaban. Igualmente no iba a ser fácil una respuesta positiva cuando se

enterasen de la suma y para qué la necesitaba. No descartaba la alternativa

de pedir prestado a más de una persona, para que no sonara tan grande la

suma a cada uno, como así tampoco la idea de devolver la plata de a poco,

con intereses si lo reclamaban. Hice un filtro teniendo en cuenta situación

económica, familiar, grado de amistad, afinidad y otras cosas. Al final me

quedé con dos personas: mi hermano y un amigo. Terminé de calcular el

monto: cinco sueldos más o menos. Siendo muy optimista en un año y medio

lo podía devolver, esa iba a ser mi promesa. En cuanto al elegido lo

reflexioné minuciosamente. En primer lugar, opté por pedirle a uno solo, y

me incliné por la parte de la afinidad y los gustos compartidos. Mi hermano:

un hombre ejecutivo, propenso a trabajar muchas horas diarias, exitoso

económicamente hablando, con la misma novia desde hacía varios años y

con una cuenta bancaria que se engrosaba permanentemente por

inversiones astutas. Y estaba mi amigo: extranjero que vivía de rentas en

Buenos Aires, soltero, mujeriego empedernido, hombre de gusto refinado,

aficionado a los deportes, dueño de un paladar exigente, amante de las

fiestas y la diversión; para mí y muchos, un dandy. Fue el elegido. Supuse

que iba a entender mi realidad y el cambio drástico que necesitaba para

seguir dignamente con mi vida; además no me iba a echar en cara la deuda si

me atrasaba o no podía cumplir con el pago. En el momento de mi elección

estaba en su país realizando los últimos trámites para radicarse

definitivamente en la Argentina; era cuestión de un par de semanas como

mucho. Sin perder tiempo fui reservando turno. Para el post operatorio, que

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me garantizaron era indoloro, iba a necesitar casi un mes sin ir al trabajo,

esta eventualidad estaba incorporada en la suma que necesitaba pedir. Solo

faltaba el retorno de mi mecenas.

No hizo falta que lo llamara o enviara un mail, al otro día de su regreso me

telefoneó. Una buena señal, pensé. Transmisión de pensamientos. Antes de

decir nada me invitó a cenar en su casa para el fin de semana. Me invitó a mi

solo, obviamente acepté gustoso el convite sintiendo que era mi ocasión y la

respuesta positiva de su parte era casi un hecho.

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CLIC. ¡DESPERTATE!

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Preparó un encuentro para los dos solos. Misterioso, generalmente nos

juntábamos más personas en su casa que era inmensa para un soltero. Él

era un gran anfitrión, siempre ocupado porque te sientas a gusto y no te

faltara nada. Extrañamente, esa noche tuvo un par de distracciones, como

olvidarse que yo ya no tomaba gaseosas o no comprar queso rallado para la

pasta. Apenas llegué me pregunto sobre qué quería hablarle.

-Nada muy importante, después charlamos. Contame vos cómo te fue en tu

patria.

Había logrado vender su casa, algo que le llevó años y complicaciones, y

terminar asuntos burocráticos; jugó bastante golf, según me contó y

descansó otro tanto. Todo me lo relató sin el brillo en los ojos que lo

distinguía, no reflejaba esa manera de hacerte sentir único que era inherente

a todos sus actos. Después de un par de bromas y algunos comentarios

deportivos me lo tiró: le habían descubierto un cáncer en los pulmones, muy

avanzado, y le quedaban como mucho seis meses de vida (al final fueron sólo

tres). Me lo confesó con el rostro serio, pero como si contara una cosa más.

Nunca balbuceó, no se quebró, ni siquiera dramatizó un poco. Lo dijo con

convicción y contundencia, como cuando se habla de algo que no se puede

esconder, cambiar o pasar por alto. Como me habló de la muerte.

-¿Estás tan seguro que es así?-atiné a preguntarle.

-Me vieron dos doctores. Uno más prestigioso que el otro.

Así no más. Un hombre acababa de contarme se le terminaba la vida. Casi

con una pequeña sonrisa, esa que hacemos a veces cuando nos resignamos.

Quedaba poco tiempo y ya no nos íbamos a ver nunca más. Se enteró que

estaba muy cerca su muerte y me invitó a compartir la noticia. Los dos solos,

en el comedor. No quise llorar delante de él y me arrepiento. Mi intención

fue no causarle más sufrimiento, entonces no dejé salir las lágrimas, pero

tendría que haberlo hecho para demostrarle todo lo que significaba para mí.

A ese hombre, que sin proponérselo, creo, me daba lecciones de cómo vivir

en cada encuentro compartido, que me enseñaba a moverme, a elegir la

buena actitud, a ese hombre, que me dejaba sin su compañía, yo le venía a

pedir plata para operarme y solucionar mis angustias con la estética. Ese

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hombre que atravesaba un momento tan personal como el anuncio de su

muerte, antes de retirarme tuvo la deferencia de comentar:

-Al final no hablamos de ese tema que traías… ¿Necesitas algo?

-No. No importa. Eran pavadas, pavadas-le contesté y me quedé pensando:

esa fue su última lección.

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EL SWING PERFECTO

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La muerte no fue ni lenta ni rápida, sí, muy dolorosa. Para ese entonces ya

pertenecía al foro. En mis innumerables búsquedas de soluciones o ayuda en

internet había terminado en un foro de alopecia. Es un espacio en la red

donde se reúnen personas en camino a ser peladas para intercambiar

experiencias más que nada. Personas que necesitan contención y acuden a

personas que llevan la misma cruz. Una especie de los Alcohólicos Anónimos

de los pelados. Yo también me contuve ahí después de la muerte anunciada

justo ese día. Me sorprendía leer cuántas personas habían sufrido estafas. Y

se quejaban de haber gastado cifras importantes para nada. Y en muchos

mensajes hablaban sobre la importancia del autoestima. Básicamente este

tipo de sitios son lugares donde se dan aliento mutuo personas a las que les

va mal por algo en la vida, en este caso la alopecia. Intercambiaba mensajes

contando mi experiencia, leía otras muy parecidas, casi calcadas, también

existían casos extremos, como el suicidio. Al principio me metía cada tanto,

después todos los días antes de irme a dormir, hasta que finalmente se

convirtió en mi primer actividad después del trabajo. Apenas llegaba prendía

la computadora y me metía en la página, y así quedaba hasta que me iba a

dormir. Ducha, cena, Messenger, tv y foro de alopecia. Monótono, no? Las

charlas en el sitio giraban obviamente sobre el mismo tema. Estaban quienes

intercambiaban datos, recetas, nuevos medicamentos o distintas posibles

soluciones. También había algunos que explicaban de qué manera y a en qué

horarios se debían aplicar los productos o realizar los masajes. Otros, como

yo, nos escribíamos mensajes alentadores, invocando a elevar la autoestima

y desestimar la consideración ajena. Hasta hice algunos amigos. Un español,

muy gracioso en su resignación, era de mis preferidos. Según él, nosotros, los

que no estamos quedando pelado tenemos que bajar la expectativa y saber

que no podemos levantarnos mujeres súper atractivas y entender que no les

podríamos gustar físicamente, por eso había que acostumbrarse a mujeres

que sin ser feas, no se acercaban a las más deseadas. Para este español, si lo

tomábamos de esa manera podíamos ser felices y olvidarnos del tema. A mí

siempre me gusto jugar al fútbol y salir con mujeres (sin ser un mujeriego ni

un gran jugador de fútbol). Si me decían que ya no podía jugar al fútbol en

buenos equipos, técnicos, competitivos y entrenados físicamente, me lo

bancaba. Pero que me avisen que ya no podía salir más con mujeres

atractivas, esas que te das vuelta para seguir mirando… Eso no me lo quería

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bancar, aunque para el gallego era la solución. Otro que vivía en Méjico

proclamaba en todos sus mensajes “me vale madre” cuando se refería a la

mirada y comentarios de las demás personas. Un dominicano era otro

participante con los que más charlaba. Su caso era muy curioso. Había

mucha afinidad entre los dos: misma edad, los dos nos empezamos a

preocupar por la caída en la misma época más o menos, consumimos los

mismos productos y tomamos iguales decisiones. Pero él sí se hizo el

microtransplante capilar. Fue uno de los errores más grande de su vida,

repetía a quien quisiera leerlo. Además de soportar intensos dolores post

operatorios, para nada había quedado conforme y le inició una demanda a la

empresa. Según relataba y mostraba fotos, el transplante le pobló la parte

de arriba y las entradas de los costados pero la coronilla para nada, entonces

se le notaba mucho más que antes, además los nuevos pelos que tenía

parecían de otra persona. Se sentía tristemente frustrado, arrepentido por

haber seguido un camino tan dificultoso como vergonzante para llegar a un

final peor que el principio. Con él obviamente sentía una proximidad. Así

como me fui metiendo de a poco, lo fui abandonando de a poco. Creía que

había dicho y leído todo lo que necesitaba y que si continuaba preguntando

y buscando alguna solución lo único que hacía era traer el problema. Me la

pasaba horas frente a la compu intercambiando palabras con gente de

diferentes países para tocar siempre el mismo tema. Por eso lo fui dejando:

me cansé. Sobretodo me cansé de victimizarme, de sentirme el peor de

todos y rodearme y hablar con tipos que se sintieran así. Yo pienso que así

como respiramos el mismo aire, o sea lo compartimos unos con otros,

sucede lo mismo si nos rodeamos con gente inteligente, vamos a recibir un

poco de esa inteligencia, o de entusiasmo, actitud positiva, etc. Yo me estaba

rodeando de personas deprimidas, que para no aceptar una realidad se

desanimaban y algunas hasta sonaban rencorosas. Lo peor es que era un

rencor hacía la vida… Por eso, como dije antes, ya había leído, opinado, e

intercambiado ideas y posturas, era tiempo de volver a pasarla bien.

“Es solo una cuestión de actitud, Ir con taco aguja en pista de hielo. Es solo

una cuestión de actitud, recibir los golpes no tener miedo. Es solo una

cuestión de actitud, y no quejarse más de todo por cierto.”

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Actitud positiva. En eso tenía que trabajar y emplear mi tiempo y dinero.

Volví a jugar al tenis por placer, comencé a practicar golf y me ocupaba de

encontrarme, recibir o visitar personas con estilo optimista; para

contagiarme y no solamente compartir el mismo aire. Hacer deportes me

brindaba un cansancio placentero, y para prolongar esa sensación, a la noche

me fumaba un porrito y miraba alguna película o escuchaba buena música, o

leía. Comencé de a poco a dejar de sentirme el ombligo del mundo y prestar

atención solamente en mi persona, entonces encontraba todo el tiempo

cosas interesantes que me producían entusiasmo, que me contentaban. El

golf me sirvió mucho. Su práctica resultó un bálsamo inesperado. Conseguir

que esa pelotita hiciera lo que yo deseaba ocupaba mi mente en muchos

momentos del día. Una vez me puse a conversar con un tipo que practicaba

al lado mio. Cuando le pregunté a qué se dedicaba me contestó con una

sonrisa:

-Me dedico a buscar el swing perfecto.

Me lo dijo con pasión. Eso es lo que yo estaba volviendo a sentir, y era

contagioso, se me acercaban personas que valían la pena, me trataban con

amabilidad y respeto. ¡También me sentía querido! Tal era así que recibí un

regalo inesperado, y ese presente solucionó todos mis problemas

económicos. ¡Y lo mejor es que pude ir con mis amigos de vacaciones!

Ahora el viaje era a Brasil. Obviamente que me iba a sacar la remera y a

andar todo el día en cuero. Fue una de las primeras cosas que se me vino a la

cabeza, antes de pensar en un cuerpo bronceado de mujer, el mar o los

bares de la playa…

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APRENDER LA LECCIÓN

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Faltaban tres meses para el viaje cuando confirmé mi presencia. Tenía

tiempo considerable para ponerme en forma. Hacía ya varios años que no

iba a una playa, y para que el goce fuera más grande aún: Brasil. Todavía me

miraba el pelo tengo que reconocerlo. Pero ya no buscaba tanto los espejos

como antes que me miraba cada dos por tres. Me observaba desde otra

perspectiva, o mejor dicho desde otra posición. Veía un hombre que ya había

pasado la juventud y tenía entradas en los costados y poco pelo o débil en

general. Lo comencé a tomar con una natural resignación, quizá como el

español del foro. Tenía claro que no me iba a levantar a Angelina Jolie, pero

tampoco yo era Brad Pitt. Un día me la crucé a la dermatóloga rubia por la

calle y me saludó efusivamente como era su costumbre. Yo le conté de mi

viaje a Brasil con mucho entusiasmo y ella me contó de unas vacaciones en

Europa que había apenas llegado con su novio, sin tanto ánimo. Después nos

despedimos y nos deseamos suerte. No me quedé mal por entender que ella

no se fijaba en mí. Lo importante era reflejar a un hombre sano, con familia,

amigos, que vivía en un ambiente bastante moderno y como pasatiempo

jugaba al tenis y golf, que tenía experiencia de vida pero tampoco era un

viejo; un hombre con la edad justa para hacer algo importante. No estaba

para nada mal. Todo iba viento en popa en mi vida pero cada tanto aparecía

cierta angustia cuando estaba solo en mi hogar. “El verdadero carácter del

hombre sale a la luz cuando está solo en su habitación”, dice una frase. Yo

cuando estaba solo no me sentía del todo sereno o relajado, algo me hacía

ruido en la mente. Estaba bien, pero algo me faltaba para vivir contento

como cuando tenía 20 años y todo era diversión y alegría. No le podía echar

la culpa a mis viejos, a mi mujer o a mis hijos; no, la cierta angustia era por

mí mismo. Me di cuenta un día antes de viajar a Brasil. La noche anterior

estaba sentado en la compu mandando unos mails y no sé por qué, me puse

a mirar fotos guardadas. Me metí en archivos de los que no recordaba su

existencia. Encontré fotos de un viaje con mi amigo fallecido de cáncer,

habíamos ido un fin de semana a jugar golf. Había fotos tomadas en distintos

lugares donde estuvimos ese fin de semana, en todas él tenía el gesto de que

la estaba pasando genial, es que él vivía así, pasándola genial hiciera lo que

hiciera y donde fuera. Vivía pendiente de escuchar, de mirar, de aprender.

Era curioso e interesado. Siempre te iba a prestar atención cuando te hacía

compañía, toda su atención, como si él no existiera. Como cuando después

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de contarme que se iba a morir en muy poco tiempo, se interesó por si

necesitaba algo. Hasta en ese momento seguía dirigiendo su atención para

afuera. Aquel día me enseño la lección, yo recién la aprendí esa noche

mirando las fotos. A la madrugada me pelé. No me miré más al espejo.

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GRADUACIÓN EN

BRASIL

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Brasil me recibía pelado, como si hubiera vuelto a nacer. Era un viaje a un

país menos acomplejado que nosotros, más divertido. Y además era un lugar

donde no me conocía nadie, qué vergüenza o pensamiento negativo podía

existir, ninguno. En ese sentido era el escenario perfecto para el estreno de

mi pelada. Los que me conocían muy bien eran los compañeros de viaje:

amigos de la post adolescencia que por distintas razones nos separaron los

caminos de la vida y nos reencontrabamos solteros y unidos por un viaje de

placer. Obviamente causé sensación con mi nuevo look, pero las cargadas

duraron 5 minutos, había mucha excitación por llegar a las playas brasileras.

Éramos cinco hombres que se iban a sentir adolescentes por una semana.

Uno de ellos the Joteman *, pelado por elección. Me felicitó por la decisión y

por lo bien que me quedaba la pelada, lo percibí como una apreciación

sincera. Acto seguido, mencionó algunas ventajas de mi look: menor gasto

de dinero, más tiempo libre y una vida más higiénica entre otros temas.

-Sí, pero para las mujeres no es ninguna ventaja-le recordé.

-No lo veo tan así-me contestó con humildad.

Lo que siempre me gustó de los brasileros es su relajo para vivir. Cero

histeria y nada de ambiciones desmedidas o envidiosas. Los tipos a las

mujeres les dan poca bola; les das una número 5 en condiciones y cerveza y

se la pasan todo el día jugando a la pelota o al futbol tenis. Mucha atención

no le prestan a las mujeres; por eso llegamos los argentinos que les hablan

de las estrellas, de que son unas sirenas, que son unas reinas y nos

levantamos a todas; no porque tengamos chamuyo, como creemos la

mayoría, sino porque ellos no les dan pelota a las pobres. Por eso me

gustaba mirarlos, y admirarlos cuando jugaban futbol o bailaban con su

ritmo inigualable. Los veía felices, y a los pelados también, es más, parecían

ser los más felices. Quizá era porque estaba en un lugar con playa, o que se

trataba de Brasil: otro país, otra idiosincrasia, o que simplemente no estaba

mirando la tele y no intervenía su catarata de consumismo y publicidad; no

sé por qué. Tipos que vivían alegremente, como Xao, el dueño de la posada

donde parábamos, siempre sonriente atendiendo a las personas y

resolviendo los problemas, limpiando, cocinando, con la panza al aire libre y

la pelada también, con la excepción de unos pocos pelos atrás que a veces se

ataba quedando una minúscula colita. Como un argentino que trabajaba de

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barman y servía la gente con placer. Preparaba unos tragos sensacionales.

Pendiente todo el tiempo por si necesitabas algo, parecía que su ocupación

entera o su único fin era que pases un buen momento. No era un pelado

siervo, sino que era un pelado que te servía, con calidad, humildad y onda. O

como el brasilero que daba masajes y se pasaba todo el día buscando

clientes en la playa, se rodeaba de mujeres, era de pocas palabras y gestos

suaves, por lo que expresaba su físico delgado y musculoso era de hábitos

muy sanos. The Joteman, que no era brasilero, sino que estaba allí pasando

sus vacaciones, pero sí era pelado, también daba esa sensación de disfrute.

Ningún complejo, personas que saben vivir la vida y hacen lo que les gusta y

cuando no pueden, intentan pasarla bien lo mismo. Seguramente fue por

haber estado rodeado de estas personas, compartir la habitación de la

posada con “el fundamentador”, y por el preciso momento que esto me

sucedía, por la combinación de esos y otros factores, puedo decir que en las

playas brasileras de Porto Seguro me recibí de pelado. Lo loco, estúpido o

como se le quiera llamar es que a ese título o graduación que aceptaba con

gran satisfacción lo precedieron años desmotivados, tiempo de angustias y

cierta reclusión autoimpuesta, problemas y más problemas…Con la pelada

dejaba atrás momentos que no quería volver a vivir y nacía a una nueva era.

*Colaborador fundamental en el libro “Máximas de un hombre

cualquiera”.

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LO ESENCIAL ES

INVISIBLE A LOS

OJOS

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Habían pasado justo 3 años desde que me pelé. Tres años de evolución

personal, de cambios progresivos. Algunos dicen que no hay una edad para

madurar, y que hay personas que se mueren grandes sin haber madurado.

Yo pienso un poco así. En esos tres años sentí que había crecido muchos

más, pero no físicamente, sino mentalmente. Tres años intensos en

aprendizajes, reflexiones, toma de decisiones y cambios. En ese orden:

tantos golpes me curtieron e hicieron que aprenda; y empecé a mirar para

adentro en vez de buscar espejos, a dejar de hacerme preguntas y a buscar

respuestas, empecé a pensar en positivo, a reflexionar y visualizar desde un

punto de vista siempre mejor; con mirada sincera busqué las actitudes que

me avergonzaban y disimulaba, y decidí no volver a tenerlas; a poner

atención entonces y cambiar paulatinamente para mejor esas partes que

molestaban. La relación con mi tío era el mejor ejemplo de mis resultados:

me empezó a caer bien, hasta lo empecé a querer un poco… Fueron tres

años de una nueva era personal.

También después de también tres años más un mes sin verla, me crucé con

la rubia que tanto me gustaba. Estaba radiante como cada vez que la vi. Para

ser honesto, ese día la vi con lo ojos brillantes como siempre pero más bella

que nunca. Recordamos el último encuentro cuando yo me iba a Brasil y ella

regresaba de Venecia con su novio. Como nos habíamos encontrado en un

Banco y debíamos esperar a que nos llegue el turno de atención, tuvimos

una charla agradable, nomás de 5 o 6 minutos. Me contó que no iba más la

relación con el novio que me presentó una vez, una relación de maltrato

psicológico que terminó más tarde de lo que tendría que haber terminado

por su miedo a sentirse sola. Yo le comenté sobre el negocio gastronómico

que emprendimos con mi ex pareja apenas llegué de Brasil. Hablamos de

cosas comunes y lo mejor resultó al final, cuando faltaban dos números para

que llegara su turno, desembuché:

-¿Te gustaría ir a cenar?

-Me encantaría-contesto de inmediato con esa sonrisa capaz de detener o

armar una guerra. La mostraba cada tanto y a mí me dejaba encantado.

¿Esta noche?-La presioné. No me importaba pasar por ansioso, el apuro era

para no darle tiempo a que se arrepintiera.

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-Bueno, esta noche-confirmó la dama.

Así de sencillo fue. No tuve que fingir nada, me quedó muy claro que la

pelada al menos no le desagradaba. Acordamos ir a un restaurant a dos

cuadras de su casa. A las 21 hs. debía tocar el timbre. Creo que dos horas

antes por lo menos arrancaron mis miedos e inseguridades. “Hace frío pero

no tanto: ¿Me pongo una gorra o voy con la cabeza al descubierto y me

aguanto el fresquete? Ella es formal pero no esta en pose, se muestra

humilde, con calle: ¿Voy con una argolla en cada oreja o me dejo solo un aro

pequeño? Es un restaurant de barrio (comida casera exquisita): ¿Uso ropa

casual o algo más formal para demostrar importancia por el acontecimiento?

El calzado que me conviene: ¿Zapatillas, zapatos, o sacar de una vez mis

botas tejanas que (según me contó el que me las regaló) alguna vez uso

Pappo? Se acercaba la hora para ir a buscarla: ¿Paraba con el taxi aunque

sean solo dos cuadras o caía con un paraguas para ir caminando?”

Combatí contra mis inseguridades y busqué la manera de espantar mis

nervios durante dos horas y a las 21. 10 hs. vestido con un pantalón azul tipo

jean, camisa gris por afuera, zapatos delicados como para usar con traje, una

campera liviana y como accesorios un paraguas en la mano derecha y en el

bolsillo de la camisa un chocolate, toque el portero. Bajó la rubia.

Espléndida. Caminamos las 2 cuadras hasta el restaurant bien juntos debajo

del paraguas y todo indicaba que podía ser una gran noche. Al minuto de

haber tomado asiento, y creo que fue lo primero que dijo después que el

mozo nos dejó las cartas y se retiró, comentó lo bien que se me veía estar

pelado. La gran noche se iba armando. Durante toda la cena me esforcé por

quedarme callado (no era buena idea decir alguna pavada o desubicarme sin

darme cuenta por hacerme el gracioso y así arruinar la posible gran noche),

entonces ella fue la que dominó la escena del diálogo. Me contó mucho

sobre su vida, desde que había comenzado a estudiar medicina en su país

hasta la actualidad con un consultorio en Argentina. Para mi sorpresa me

encontré con una mujer muy frontal y cuando entramos un poco en

confianza, después de un par de copas de vino tinto, me confesó:

- Yo esperaba que me invitaras a salir y vos… nada. Me insinuaba, me hacía la

tonta pero vos ni me registrabas. O sea, eras muy simpático conmigo pero

hasta ahí nomás… Me acuerdo el día que me preguntaste si salía con alguien

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y yo te contesté con inocencia “todavía no”. O cuando nos encontramos

comprando ropa y yo estaba con mi novio, y andábamos medio mal para

variar, al despedirnos, entré de nuevo al local, me acerqué y en voz baja te

dije: “Pasa, mirá que te espero”. No sabía que hacer, pensé que nunca me

ibas a invitar. ¿Siempre tardás tanto para invitar a salir a una mujer o antes

no te gustaba nada y ahora te gusto un poquito al menos?-me preguntó

sonriendo, abriendo exageradamente los ojos, con la inocencia a la que hizo

referencia antes.

La satisfacción no me entraba en todo el cuerpo. Tenía ganas de levantarme

y dar saltos y saltos. Que una mujer así me confesara que se insinuaba para

que la invite a salir era tan gratificante como salir campeón.

-Sí, me tomo mi tiempo. Soy así-dije poniendo lo que para mi era la cara de

un tipo muy canchero. (Como pude ser tan boludo…)

Siguió el café, la caminata de vuelta ya con el cielo despejado, el beso de

despedida en la puerta y el mensajito de “la pase bárbaro”. Noche ideal. Al

otro día nació el libro.

El anunció de este libro sucedió en la casa de “the Joteman”, más

precisamente en la parte donde hay una mesa de pool. Era una noche como

tantas otras: jugando, tomando y fumando; en ese, o cualquier otro orden.

Me gusta jugar y hablar a la vez, para así no sentir la presión de meter la

bola, y tirar relajado, por eso antes de ejecutar le pregunté:

-¿Sabes con quien salí ayer?-Obviamente, como no es adivino, no tenía ni

idea-. ¡Con la dermatóloga!-y bola adentro.

Le había hablado de ella bastante cuando nos fuimos a Brasil, por eso la

tenía presente. Relaté toda la noche intentando no olvidar ni los detalles

más mínimos; por eso, paramos de jugar. Me escuchó prestando mucha

atención y no interrumpió nunca. Cuando terminé y pregunté qué le había

parecido, se quedo en silencio pensativo durante unos segundos.

-Vos tendrías que escribir un libro contando todo lo que te pasó-Me dijo

como si hubiera imaginado algo en esos pocos segundos.

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La primera impresión fue de risa. Algunas veces me habían hecho ese

comentario bromeando, riendo; pero the Joteman no usó el tono de una

broma, lo dijo ciertamente, convencido. Por eso mi curiosidad:

-¿Te parece?

-Claro, tenés que relatar tu experiencia a la gente.-insistió.

-¿Lo escribimos juntos?

-Dale.

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