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Juan Carlos Gasavaglia y José Luis Moreno (comps.), POBLACIÓN, SOCIEDAD, FAMILIA Y MIGRACIONES EN EL ESPACIO RIOPL ATE\SE SIGLOS XVIII Y XIX, Buenos Aires, Cantaro, Colección de Estudios Sociopolíticos, 1993, l88 páginas. Diez años atrás no era en absoluto algo obvio que las líneas de investigación sobre la estructura económico-social de la campaña porteña y de la Banda Oriental se orientarán hacia los temas planteados en el título de esta obra. Y no lo era, no sólo por la relativa escasez a principios de la década de 1980 de nuevos trabajos sobre el mundo rural –que en modo alguno permitiría preanunciar el interés con que poco después tanto investigadores jóvenes como otros ya formados se abocarían a su estudio y discusión-, sino, y muy especialmente, por la imagen misma que en lo esencial nos había legado acerca de esa campaña historiográfica argentina desde fines del siglo XIX, salvando ciertas excepciones. Esa imagen consistía en afirmar el predominio de las grandes estancias con monoproducción ganadera, con su correlato de una población seminómade que alternaba el conchabo en la estancia con la vagancia rural, donde la agricultura tenía un lugar marginal en las cercanías de ciudades y pueblos. En cierta forma hay entonces un punto de partida a mediados de la década de 1980, cuando comienza a discutirse el problema del mercado de trabajo rural, con aportes de Carlos Mayo, Samuel Amaral, Jorge Gelman y Juan C Garavaglia. Esta discusión, que inicialmente se planteaba como problema la escasez/inestabilidad de la mano de obra rural para las estancias del hinterland bonaerense -poniendo el énfasis ya en el carácter de la demanda, ya en el de la oferta- rápidamente va a generar otros puntos de vista que, al tiempo que se alejan de ese eje temático, van avanzando en la construcción de una nueva imagen de la campaña en su totalidad. La profunda revisión que impuso este nuevo enfoque –que venía así a matizar la supuesta excepcionalidad de la estructura social agraria bonaerense por comparación con otras áreas rurales de Hispanoamérica colonial- estimuló el planteamiento de nuevas preguntas tanto como el recurso a fuentes descuidadas hasta entonces. En particular, el trabajo sistemático en base a los padrones coloniales y de principios del siglo XIX, así como las sucesiones y contabilidades de estancias de todo lo cual este libro es un buen ejemplo. De este modo, los trabajos compilados nos ofrecen distintas miradas sobre una campaña Cuya estructura social y productiva se muestra en su variedad y complejidad. Tanto los que abordan un enfoque globalizador como aquellos que se ciñen al ámbito más restringido de las subregiones se apoyan básicamente -con excepción del de J. Gelman para la Banda Oriental- en el estudio de los padrones de 1744 y 1815, ofreciendo al lector un recorrido equilibrado entre las características generales y las particularidades locales de aquella sociedad rural. Abre la serie José Luis Moreno con su articulo "Población y sociedad en el Buenos Aires rural a fines del siglo XVIII" 1 , donde a partir de los registros del padrón de 1744 para la entera campaña desarrolla el análisis de la estructura social agraria, atendiendo tanto a la distribución de la población por edad y sexo como a la identificación de categorías ocupacionales y la composición de las familias. Tampoco son descuidados 1 Artículo publicado originalmente en Desarrollo Económico, vol. 29, núm. 114, julio-septiembre de 1989.

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Juan Carlos Gasavaglia y José Luis Moreno (comps.), POBLACIÓN, SOCIEDAD, FAMILIA Y MIGRACIONES EN EL ESPACIO RIOPL ATE\SE SIGLOS XVIII Y XIX, Buenos Aires, Cantaro, Colección de Estudios Sociopolíticos, 1993, l88 páginas.

Diez años atrás no era en absoluto algo obvio que las líneas de investigación sobre la estructura económico-social de la campaña porteña y de la Banda Oriental se orientarán hacia los temas planteados en el título de esta obra. Y no lo era, no sólo por la relativa escasez a principios de la década de 1980 de nuevos trabajos sobre el mundo rural –que en modo alguno permitiría preanunciar el interés con que poco después tanto investigadores jóvenes como otros ya formados se abocarían a su estudio y discusión-, sino, y muy especialmente, por la imagen misma que en lo esencial nos había legado acerca de esa campaña historiográfica argentina desde fines del siglo XIX, salvando ciertas excepciones. Esa imagen consistía en afirmar el predominio de las grandes estancias con monoproducción ganadera, con su correlato de una población seminómade que alternaba el conchabo en la estancia con la vagancia rural, donde la agricultura tenía un lugar marginal en las cercanías de ciudades y pueblos. En cierta forma hay entonces un punto de partida a mediados de la década de 1980, cuando comienza a discutirse el problema del mercado de trabajo rural, con aportes de Carlos Mayo, Samuel Amaral, Jorge Gelman y Juan C Garavaglia. Esta discusión, que inicialmente se planteaba como problema la escasez/inestabilidad de la mano de obra rural para las estancias del hinterland bonaerense -poniendo el énfasis ya en el carácter de la demanda, ya en el de la oferta- rápidamente va a generar otros puntos de vista que, al tiempo que se alejan de ese eje temático, van avanzando en la construcción de una nueva imagen de la campaña en su totalidad. La profunda revisión que impuso este nuevo enfoque –que venía así a matizar la supuesta excepcionalidad de la estructura social agraria bonaerense por comparación con otras áreas rurales de Hispanoamérica colonial- estimuló el planteamiento de nuevas preguntas tanto como el recurso a fuentes descuidadas hasta entonces. En particular, el trabajo sistemático en base a los padrones coloniales y de principios del siglo XIX, así como las sucesiones y contabilidades de estancias de todo lo cual este libro es un buen ejemplo. De este modo, los trabajos compilados nos ofrecen distintas miradas sobre una campaña Cuya estructura social y productiva se muestra en su variedad y complejidad. Tanto los que abordan un enfoque globalizador como aquellos que se ciñen al ámbito más restringido de las subregiones se apoyan básicamente -con excepción del de J. Gelman para la Banda Oriental- en el estudio de los padrones de 1744 y 1815, ofreciendo al lector un recorrido equilibrado entre las características generales y las particularidades locales de aquella sociedad rural. Abre la serie José Luis Moreno con su articulo "Población y sociedad en el Buenos Aires rural a fines del siglo XVIII"1, donde a partir de los registros del padrón de 1744 para la entera campaña desarrolla el análisis de la estructura social agraria, atendiendo tanto a la distribución de la población por edad y sexo como a la identificación de categorías ocupacionales y la composición de las familias. Tampoco son descuidados

1 Artículo publicado originalmente en Desarrollo Económico, vol. 29, núm. 114, julio-septiembre de 1989.

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otros indicadores que vinculan las unidades productivas con el número de sus integrantes, la posesión de esclavos y el promedio de hijos por matrimonio así como el promedio de agregados por unidad familiar La misma elaboración de las categorías ocupacionales realizada por el autor pone en evidencia, previo a todo análisis la diversidad de situaciones que presentaba la campaña: desde las pocas grandes explotaciones, pasando por los medianos y pequeños propietarios así como productores en tierras ajenas –destacándose el predominio de explotaciones de tipo familiar-, comerciantes y artesanos hasta trabajadores especializados y peones. Mariana Canedo, en su artículo “Colonización temprana y producción ganadera de la campaña bonaerense. ‘Los arroyos’ a mediados del siglo XVIII”, estudia el proceso de ocupación y puesta en producción de las tierras del extremo norte del hiterland porteño. Este análisis regional se basa en los padrones de 1726 y 1744 así como en sucesiones rurales y mensuras antiguas, lo que le permite dar cuenta de las especificidades de esta región: el importante flujo migratorio, actividades productivas diversificadas -tanto ganaderas como agrícolas-, las características generales de una población con una marcada presencia campesina y los modos de acceso a la tierra. Jorge Gelman, en su trabajo "Familia y relaciones de producción en la campaña rioplatense colonial. Algunas consideraciones desde la Banda Oriental", comienza por el análisis de las condiciones estructurales que hicieron posible la reproducción de una economía familiar campesina que coexiste con grandes unidades productivas a fines de la época colonial. El estudio sobre la región de Colonia se basa en el padrón de 1798 y presenta un perfil de las categorías ocupacionales en la campaña oriental, complementado por un análisis comparativo, región por región, de los índices de población y producción que arroja resultados muy sugerentes. El segundo articulo de José Luis Moreno, "La estructura social y ocupacional de la campaña de Buenos Aires: un análisis comparativo a través de los padrones de 1744 y 1815", nos muestra los cambios operados en los estratos ocupacionales de la campaña bonaerense entre ambas fechas: un cierto crecimiento porcentual de los grandes y medianos propietarios, que no llega a desdibujar aún el peso de las explotaciones de tipo familiar. Sin embargo, las evidencias sobre un alto número de peones y esclavos en pagos con una débil presencia de grandes explotaciones lo llevan a preguntarse si el "modelo campesino" no debería reformularse en alguna medida. El trabajo de José Mateo, "Migrar y volver a migrar. Los campesinos agricultores de la frontera bonaerense a principios del siglo XIX", se aboca al estudio del caso particular de Lobos a partir de la información contenida en el padrón de 1815, mediante un abordaje que combina con solidez las reflexiones conceptuales -cómo “pensar” la migración y la frontera en tanto que procesos históricos- con el análisis empírico. La riqueza de registros censales le permite analizar en detalle las características sociodemográficas de la población -que se presenta con un muy fuerte predominio de familias campesinas dedicadas a la agricultura-, así como profundizar las diversas modalidades del fenómeno migratorio. Cierra la compilación Juan Carlos Garavaglia con su artículo “Migraciones, estructuras familiares y vida campesina: Areco Arriba en 1815”. Mediante el uso de una variada gama de recursos metodológicos el autor analiza exhaustivamente las evidencias que obtiene del padrón de 1815 para esta zona del partido de Areco. La consideración de variables demográficas, sociales y económicas le permite recuperar el complejo

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mosaico que presentaba aquella sociedad rural, remarcando una vez más el lugar que en ella ocupa las familias campesinas de pastores y labradores y limitando el alcance de la categoría hacendado dentro del universo en estudio. Asimismo, aporta interesantes sugerencias sobre la influencia de las migraciones en la conformación de la estructura sociocultural de la campaña bonaerense. La aparición de esta obra es una muestra de la vitalidad que han adquirido en los últimos años los estudios sobre el mundo rural bonaerense de fines del período colonial y principios del independiente. A nuestro juicio, su valor radica no sólo en asentar sobre bases firmes el esfuerzo colectivo de revisión historiográfica realizado en este campo sino como ocurre cada vez que se produce un avance en cualquier área de los estudios históricos -en el estímulo que supone para el planteamiento de nuevos interrogantes sobre el carácter de la sociedad rural, atendiendo en particular a los profundos cambios que sucederán luego de la ruptura del vinculo colonial.

FERNANDO BORO

Instituto de Historia Argentina y Americana "Dr. Emilio Ravignai

Leandro Padros de la Escosura y Samuel Amaral (comps.), LA

INDEPENDENCIA AMERICANA: CONSECUENCIAS ECONÓMICAS, Madrid, Alianza, 1993, 330 páginas.

El fracaso económico de la independencia de América ha sido una apreciación

ampliamente compartida por los historiadores. Los ensayos reunidos en este libro tienen como principal objetivo proveer de “evidencia empírica” a tal superficial valoración a partir de la reformulación de preguntas sobre los costes y beneficios de la independencia en las emergentes repúblicas americanas, como así también de las repercusiones en las metrópolis europeas. Las tesis desarrolladas han sido discutidas en el marco del seminario que, con igual título que el presente volumen, se celebró en la madrileña universidad Carlos III, en junio de 1991.

Los casos individuales estudiados en esta obra parten de la dispersión y la variedad en el nivel analítico. No obstante, se enmarcan todos en una comparación sistemática de larga duración y se apoyan en la elaboración de nuevos datos y series estadísticas, y en las versiones historiográficas más sobresalientes.

El libro está estructurado en tres partes. La primera es una introducción, a cargo de John H. Coastworth, que recoge las hipótesis globalizadoras trabajadas por los autores sobre el tema. La segunda, reúne los ensayos sobre las ex colonias y se basa en el estudio de los casos de México, Centroamérica, Cuba, Colombia, Brasil, Paraguay y Argentina. Por último, la tercera, contempla los efectos económicos de la secesión americana en las metrópolis -España y Portugal-.

Las consecuencias económicas de la independencia de México son evaluadas por Richard y Linda Salvucci. A los efectos de medir las alteraciones económicas entre 1810 y el estallido de la guerra con Estados Unidos en 1846, los autores repasan el ritmo de crecimiento de la renta nacional y someten al análisis la relación entre la producción minera, la balanza de pagos y la deuda pública. La cuantificación de los

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costes de la independencia mexicana, tanto a corto como largo plazo, a partir de esas variables, estimula la discusión con las tesis de prestigiosos historiadores coloniales.2

El trabajo de Héctor Liudo Fuentes sobre Centroamérica subraya aquellos efectos económicos que, a pesar de la inestabilidad política y del impacto relativo de las nuevas políticas de apertura comercial, contribuyeron a reorganizar la economía, descentralizándola, y a reorientar las actividades productivas hacia el exterior. En tal sentido, prioriza el incremento de la actividad comercial del Pacifico, a raíz de la inestabilidad de México y la pérdida de California, como el mejor estímulo para perfilar una dinámica de inversión en aquellos sectores ligados a la exportación.

La singularidad cubana es estudiada por Pedro Fraile Balbín y Richard y Linda Salvucci. Del cálculo estimado del producto nacional entre 1690 y 1850, los autores deducen la escasa significación del crecimiento sostenido de la isla a partir de la apertura de su economía hacia Estados Unidos, aún antes de la expansión azucarera de 1790, en un necesario cambio en la estructura productiva y social cubana del siglo XIX. La continuidad de los beneficios de la economía de exportación colonial pudo haber incidido negativamente en la modernización institucional de la isla. Tal hipótesis invita a traspasar el análisis estrictamente económico para introducirse en la dimensión del poder político en el proceso.

Marco Palacio presenta algunas hipótesis para el estudio de los cambios en la estratificación social a partir de la independencia en Colombia. Enfoca su análisis en efectos dinamizadores de la importación de textiles de algodón británicos para negocios comerciales y los ingresos fiscales en la primera mitad del siglo XIX. Sin embargo, la formación de un grupo socioeconómico local relacionado con tal actividad y su consolidación en el mercado interno es el paradigma a resolver para futuros investigadores.

La especulación contrafactual sobre las posibilidades de viabilidad del modelo económico colonial, que la independencia transformó es valorada y cuantificada para el caso peruano por Alfonso Quiroz. Desde tal perspectiva, el elevado coste de los cambios operados en la producción, el comercio y las finanzas después de la independencia obstaculizó un mayor crecimiento derivado de la apertura a una economía de exportadora moderna -el “boom guanero”-. Las conclusiones, a pesar de basarse en supuestos arbitrarios, reaniman la polémica desatada de recientes estudios económicos que refutan la inviabilidad del modelo colonial. 3

Steplien Haber y Herbert Klein cuestionan aquellas hipótesis que generalmente vinculan el lento desarrollo económico de Brasil -leído en términos de retraso industrial- con el volumen y la dirección del comercio con Gran Bretaña después de la independencia. Los escasos efectos de la independencia sobre la economía brasileña explican, para los autores, la búsqueda de las causas de la demora del crecimiento económico de exportación moderno en las estructuras sociales internas del país.

La relación entre los cambios económicos de la independencia y la modernización institucional es especialmente estudiada por Mario Pastore y Samuel Arnaral para Paraguay y Argentina, respectivamente. La crisis de la hacienda pública y la contracción económica en Paraguay entre 1810 y 1840 son evaluadas a partir de la regresión institucional que caracterizó al período posindependista. La propuesta metodológica de Pastore es interesante e innovadora para el análisis; no obstante, induce a un tratamiento más sistemático de las fuentes utilizadas. Por el contrario,

2 Eric van Young, 1986; David Stading, 1978; Richard Garner, 1982 y 1985; John Coastwqyth, 1982 y 1986; Carlos Malamud Rikles, 1988. 3 Fisher, 1977; Tandeter y Wachtei, 1983; Tandeter, 1991; Cushner, 1980; Klein y TePashe 1981; Aljovin, 1990.

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Samuel Amaral destaca los beneficios económicos en el Río de la Plata -especialmente en Buenos Aires- derivados de la sencilla desaparición de las instituciones coloniales.

La última parte del libro se completa con rigurosos ensayos económicos sobre las consecuencias de la desintegración colonial en Portugal y España. Jorge Miguel Pedreira y Leandro Padros de la Escosura, respectivamente, polemizan con aquellas interpretaciones que enfatizan la pérdida de los mercados coloniales para explicar el retrasado desarrollo económico de los países peninsulares. Las consecuencias de la emancipación son estimadas desde un contexto más amplio de transformación de las sociedades metropolitanas en el siglo XIX. Concretando el análisis de los países individuales, proponen un detallado y considerado estudio sobre la acumulación y la asignación de recursos desde el centro de vista sectorial y regional para arrojar luz sobre la relevancia del comercio exterior en el proceso de crecimiento económico de España y Portugal.

A pesar de la respetuosa confrontación de tesis de cada uno de los ensayos reunidos, el capítulo introductorio de John Coastworth conjuga, de manera concluyente, las hipótesis comunes sobre el impacto económico de la independencia americana. De allí se deduce que: primero, los beneficios económicos mensurables de la independencia fueron reducidos y proporcionales a los costes correspondientes al colonialismo español. Tanto unos como otros variaron en función de la importancia del comercio exterior en cada una de las economías coloniales; segundo, los beneficios económicos derivados de la destrucción del orden institucional fueron grandes y proporcionales a los elevados costes de la ineficiente organización del antiguo régimen. El ritmo y las pautas de la modernización institucional tras la independencia fueron beneficiosos para las colonias de nuevo asentamiento con elevado grado de apertura exterior, y costosos para las zonas de población autóctona estable, ancladas en el enlace de la elite colonial con la metrópoli; tercero, la continuidad institucional en algunos países latinoamericanos -Brasil y Cuba- evitó los costes económicos asociados con la destrucción del viejo orden y la creación de otro nuevo.

La independencia americana: consecuencias económicas es, en definitiva, una obra de consulta obligada para considerar cuestiones centrales del desarrollo económico de los países latinoamericanos y de las antiguas metrópolis en el siglo XIX. Su valioso aporte historiográfico, que la rigurosidad y el cuidado en el tratamiento del tema certifican, la constituye en el punto de apoyo para posteriores investigaciones. En efecto, las carencias que, a manera de crítica, pueden señalarse sobre los ensayos del libro no son menos que las propuestas de los autores para futuros estudios. El acceso o la adaptación de los actores sociales a las estructuras económicas internas en el clima de inestabilidad posindependista es, pues, una de las líneas de trabajo a fin de incluir el análisis sectorial y territorial.

Resulta sugerente para la formulación de futuras hipótesis considerar la complejidad de los cambios institucionales operados desde la independencia. El análisis desde la heterogeneidad de las realidades históricas, sin perder de vista la perspectiva comparativa, es, por tanto, fundamental para no esgrimir conclusiones disparatadas, y poco comprobadas, sobre el impacto económico de la independencia de América.

MARCELA A. GARCIA Instituto Universitario Ortega y Gasset

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BIBLIOGRAFÍA ALJOVÍN DE LOSADA, Cristóbal, "Los compradores de Temporalidades a

fines de lacolonia", Histórica, núm. 14. 1990. BRADING, David, Haciendas y ranchos in the Mexican Bajío. León 1700-1860, Cambridge, Cambridge University Press. COASTWORTH, John, "The Limits of Colonial Absolutism: The State in Eigbteenth Century Mexico", en: K. Spalding (comp.), Essays in the Political, Economic and Social History of Colonial Latin American, Newark, Delaware 1982. “The Mexican Mining lndustry in the Eighteenth Century", en: Jacobsen y Puhle, The Economies of Mexico and Peru During the Late Colonial Period, 1760-1810, Berlín, Colloquium Verlag, 1986. CUSHNER, Nicholas, Lords of the Land: Sugar, Wine and Jesuit Estates of Coastal Peru, 1600-1767, Albany, State University of New York Press, 1980. DYE, Alan, “Tropical Technology and Mass Production: the Expansion of Cuban Sugar Mills, 1899-1929”, tesis doctoral inédita, University of Illinois, 1991. FISHER, John, Silver Mines and Silver Mining in Colonial Peru, 1776-1796, Liverpool, Centre for Latin American Studies, 1977. GARNER, Richard, “Exportaciones de circulante en el siglo XVIII (1750-1810)”, Historia Mexicana, vol. 31, 1982. “Price Trends in Eighteenth-Century Mexico”. HAHR, vol. 65, 1985. KLEIN, H. y Tepaske J., "The Seventeenth-Century Crisis in New Spain: Myth or Reality?” Past and Present, núm. 90, 1981. LIEHR, Reinhard, (comp.), América Latina en la época de Simón Bolívar. La formación de las economías regionales y los intereses económicos europeos 1800-1850, Berlín, Colloquium Verlag, 1989. MALAMUD RIKLES, Carlos, “La economía colonial americana en el siglo XVIII”, en: J. M. Zamora (comp.), Historia de España, Menéndez Pidal, Madrid, tomo 31, vol. 2, 1988. TANDETER, Enrique, “Crisis in Upper Peru, 1800-1805”, HAHR, vol. 71. 1991. TANDETER, E. y Wachrel, Nathan, Precios y producción agraria: Potosí y Charcas en el siglo XVIII, Buenos Aires, Cedes, 1983. VAN YOUNG, Eric, “The Age of Paradox: Mexican Agriculture at the End of the Colonial Period, 1750-1810”, en: Jacobsen y Puhle, ob. cit.

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Jorge F. Liernur y Graciela Silvestri, EL UMBRAL DE LA METRÓPOLIS, TRANSFORMACIONES TÉCNICAS Y CULTURA EN LA MODERNIZACIÓN DE BUENOS AIRES (1870-1930), Buenos Aires, Sudamericana, 1993, 222 páginas.

El umbral de la metrópolis reúne varios estudios: "El Torbellino de la

electrificación. Buenos Aires. 1880-1930", escrito por Liernur y Silvestri; "La Ciudad y el río. Un estudio de las relaciones entre técnica y naturaleza a través del caso del puerto de Buenos Aires", de Silvesrri, y "La ciudad efímera. Consideraciones sobre el aspecto material de Buenos Aires: 1870-1910", de Liernur. Desde distintas perspectivas, los tres textos tratan de "captar la figura de la ciudad en el momento mismo de su metamorfosis", cuando aún persisten fragmentos e imágenes de un tiempo anterior y se están dibujando los rasgos de lo nuevo, el paisaje moderno de Buenos Aires. Los autores procuran escapar a los argumentos transitados por la bibliografía ubicando su mirada en la técnica y en la actividad proyectual, en las formas que de ellas resultan.

Así, abren nuevas perspectivas para el análisis histórico pues lo morfológico no es considerado un mero reflejo de los contenidos políticos o sociales ni un objeto autónomo tributario de una tradición disciplinar. Es un plano que permite articular de otro modo las relaciones entre técnica, cultura y naturaleza que se tejen en la concepción y producción de la ciudad.

"El Torbellino de la electrificación" traza un panorama de los controvertidos proyectos e imágenes suscitados por una nueva técnica, sin tradición, que tomó más de cuatro décadas en “naturalizarse”, incorporándose a la vida cotidiana y productiva de Buenos Aires. El impacto de la tecnología sobre la transformación del territorio resulta ser una larga historia de vacilaciones y contramarchas donde la linealidad evolucionista no tiene cabida.

Los autores examinan los modos de representación de esta nueva tecnología en los ámbitos científico, político, publicitario y periodístico (bajo el título: Las representaciones), en los cuales se superponen las distintas posiciones frente a la innovación, la interpretación de lo nuevo y las viejas categorías disponibles que ayudan a nombrarlo.

Los modos materiales de inserción de la electricidad son documentados exhaustivamente en cuanto a los espacios públicos (La ciudad), los privados (Las cosas), los lugares y las formas de la producción (Las fábricas). También son analizados los edificios (Las usinas) que corporizan su imagen pública: en sus orígenes oscuros sótanos y galpones, sustituidos luego por palacios eclécticos que buscan referencias en la tradición arquitectónica, se transforman finalmente en edificios puramente técnicos. Pues “ ...en el momento en que (la renovación lingüística) se ha extendido a la totalidad de las cosas, se torna innecesario el tour de force que la hacía transitar de técnica a cultura”. Algo similar sucede con los técnicos, inicialmente figuras públicas, que progresivamente se van replegando hacia la rutina de los organismos administrativos, hacia el lenguaje especializado y las publicaciones de la profesión.

Este texto logra el ambicioso objetivo de restituir la complejidad del proceso de “adopción” de la electricidad, uno de los factores determinantes de la homogeneización de la metrópolis en el que las utopías, las transformaciones imaginadas y las tangibles se entrelazan constitutivamente.

En “La Ciudad y el río”, G. Silvestri revisa las interpretaciones aceptadas de la controversia entre los proyectos de Huergo y Madero para el puerto de Buenos Aires, una obra contemporánea de la capitalización con impacto determinante sobre los rasgos

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distintivos de la ciudad. Dichas interpretaciones son cuestionadas a partir de un análisis de los aspectos específicamente técnicos -tributarios de una larga tradición ingenieril, a diferencia de la electricidad-y de las relaciones que ambos proyectos planteaban con su sitio de implantación y la ciudad adyacente.

El examen de los proyectos se focaliza en las formas espaciales que proponen, en sus nexos con el acervo tecnológico y, a partir de allí, en los modos de concepción-realización y toma de decisiones. Aparecen así nuevas claves de lectura de la polémica Huergo- Madero. En primer lugar, si bien el dilema técnico abre el juego de los intereses políticos y económicos, no los refleja ni clara ni sistemáticamente. En segundo término, se ponderan los verdaderos alcances del debate técnico -en tanto recurso de legitimación para una disciplina, la ingeniería, en vías de consolidación profesional- más allá de la interpretación literal ofrecida por la historiografía. Pero la línea argumental no se detiene allí. Una vez despejado el terreno, Silvestri se centra en la cuestión que más le interesa: el examen de los vínculos entre técnica naturaleza y cultura su rol -mediado por la forma- en la constitución del espacio de la ciudad. Sus conclusiones se prestan, en este punto, a la polémica.

Según surge del texto, la forma cerrada proyectada por Madero responde a la técnica portuaria tradicional mientras la forma abierta modular y flexible imaginada por Huergo, constituiría una “innovación”. Ahora bien, aunque la polaridad entre ambas posiciones se diluya fuertemente al examinar los nexos y filiaciones -en función de los cuales Silvestre examina las relaciones entre la técnicas y la naturaleza- que mantienen con una amplia gama topológica de puertos nacionales e internacionales, con los trazados y rectificaciones del Riachuelo, con la alternativa de los canales fluviales, etc., ambos proyectos se presentan, finalmente, como vinculados a concepciones polares del sitio y de su relación con la ciudad. Los modelos urbanos contrapuestos (ciudad complementaria versus ciudad cerrada) que, en el cierre del trabajo, se asocian a la disyuntiva Huergo-Madero, son tan antitéticos como las interpretaciones tradicionales previamente desmontadas. En otras palabras, al proceder de este modo no se rescata la verdadera riqueza del trabajo, la variedad de sus aportes que modifica notoriamente el estado del conocimiento.

Con un eje diferente a los textos anteriores, las formas precarias o fugaces, que tuvieron fuerza para marcar la ciudad presente, o que no vimos “por estar cerca del poder o de la plaza”, son las protagonistas de “La ciudad efímera” de Liernur. Esas construcciones son ignoradas por una literatura que sólo visualiza aquellos espacios físicos que permiten construir un paralelo con los acontecimientos políticos y económicos. El texto pone en evidencia el desfasaje temporal, mostrando que la ciudad imaginada por la generación del ochenta recién comienza a construirse en el momento del Centenario. Liernur recorre de nuevo las conocidas fotos del Archivo Witcomb y, acompañando a Scobie en su paseo imaginario por el Buenos Aires de 1870, se detiene en los sitios de la precariedad, preguntándose sobre el significado de lo efímero para una ciudad que se transforma.Una parte del texto responde a un viejo interrogante esbozado hace unos años por Diego Armus, ¿cómo vivían los sectores populares en la ciudad liberal? Los sistemas “prefabricados en seco” imaginados por autoridades movidas por la urgencia, los precarios conventillos de la especulación privada, las viviendas transitorias de quienes “no tenían recursos para prever nada”, las localizaciones en terrenos bajos o innundables que la reglamentación no alcanza a controlar, constituyen una amplia gama de modos de habitar difundidos en el espacio porteño de comienzos de! siglo. También se lista y se describen meticulosamente los galpones e instalaciones precarias de la industria, los lugares provisorios de recreación (teatros, clubes, hipódromos, residencias veraniegas, construidos en chapa y madera),

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los grandes edificios públicos que no logran sobrevivir. El recorrido efectuado no deja dudas de que una ciudad efímera -con sus propias y variadas lógicas- se tramaba junto a los monumentos consagrados por la historia de la arquitectura.

La “transformación del fondo en figura” podría no detenerse, según Liernur, en el Buenos Aires de fin de siglo. El mismo punto de vista sería pertinente para abrazar el “actual océano metropolitano, no como una patología sino como una expresión presente de una historia general de la inestabilidad y el desorden”.

Esta historia de la inestabilidad planea a lo largo de todo el libro, reflejándose en la diversidad de objetos de estudio, en la densidad interpretativa de los textos, en la variedad de materiales utilizados -cuya confiabilidad no siempre es evidente-, en la pluralidad de dimensiones de análisis -no registradas en el índice a través de subtítulos-, lo cual concluye transmitiendo al lector “la angustia de la complejidad”. En palabras de Edgar Morin: “Al nivel de la obra (de conocimiento) el pensamiento complejo reconoce a la vez la imposibilidad y la necesidad de una totalización, de una unificación, de una síntesis. Debe apuntar entonces, trágicamente, a la totalización, la unificación y la síntesis, luchando contra la pretensión a esta totalidad, a esta unidad, a esta síntesis, en la conciencia plena e irremediable de lo inacabado de todo conocimiento, de todo pensamiento, de toda obra”.4 La angustia del lector quizá se deba a que se ve compelido a realizar la síntesis que los propios autores no siempre realizan. Es difícil admitir que el abordaje de lo complejo necesita conciliarse con la aceptación de lo inacabado.

El valor de este libro reside en la apertura constante de nuevas perspectivas de análisis que, notoriamente, nos ayudan a desplazar la frontera del conocimiento. El umbral de la metrópolis, producto de investigaciones iniciadas hace casi una década, se convertirá en una obra de referencia para los historiadores de la ciudad.

ALICIA NOVICK IAA-FADU-UBA

Ricardo Sidicaro, LA POLÍTICA MIRADA DESDE ARRIBA. LAS IDEAS DEL DIARIO LA NACIÓN 1909-1989. Buenos Aires, Sudamericana, 1993, 546 páginas.

Actualmente, se encuentran en marcha distintas investigaciones que se proponen incursionar en la lectura de los periódicos considerándolos no como fuentes de otros temas, sino como objetos específicos de análisis. En estos estudios, se producen importantes intercambios que articulan disciplinas, tradiciones teóricas, metodologías de investigación, problemáticas e interrogantes. De esta masa crítica que ya ha dado lugar a importantes avances parciales en artículos, capítulos de libros, La Política..., es la primer obra íntegramente orientada a estudiar la evolución de un diario importante como La Nación durante un extenso período que va de 1909 a 1989.

En principio, Sidicaro propone un recorrido basado en dos estrategias: la primera consiste en un recorte muy preciso del universo total del matutino, ya que estudia exclusivamente los editoriales dedicados a temas políticos (un 10% de los aproximadamente 800 se ubican durante el período). La segunda es leer ese corpus como si fuera un “tratado de pensamiento político”, aunque advierte sobre las características particulares que deben tenerse en cuenta en virtud del carácter

4 Edgar Morin, La Méthode, tomo 3: “La connaissance de la Connaissance”, París, Seuil, col. Points, 1986, p. 29

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fragmentado y episódico de su producción, y de la inmediatez de las reacciones que ocasiona su lectura. Para ordenar la narración y sus explicaciones divide los ochenta años en cinco etapas, cada una de las cuales corresponde a otras tantas actitudes del diario. A un momento en el cual la visión de La Nación se afirma en su certidumbre frente a la realidad política (1909-1 943), suceden otros cuatro en los cuales el matutino intenta distintas respuestas ante un panorama que lo desconcierta (1943-1955; 1955-1976; 1976-1983; 1983-1989). El ciclo se cierra con la posibilidad de abrir una nueva etapa de certidumbre bajo el gobierno de Menem. En este marco se ordenan los aportes La política…, y se deslizan también sus principales problemas.

La hipótesis central del trabajo es que La Nación asume el rol de explicar la realidad y proponer comportamientos a una clase que a medida que avanzan los años, y en virtud de sucesivas crisis, pierde su posición dirigente en la sociedad, para convertirse en una clase dominante que a su vez se quiebra en múltiples grupos de interés a los que denomina “categorías” dominantes. Conforme va produciéndose esta atomización La Nación intenta homogeneizar y difundir visiones y actitudes que resulten compatibles con una matriz ideológica que el autor denomina “liberal-conservadora”. Esto se refuerza por la ausencia de un “partido político, club intelectual o círculo de reflexión”que asuma dicha función. El punto de-vista desde el cual el diario decide desarrollar esta tarea se define en 1909, cuando su dirección decide abandonar el estilo faccioso para apartarse de las disputas y mirar a la “política desde arriba”. Como consecuencia de esta propuesta el lector de La política...va conociendo la posición editorial del diario en aquellos temas que R. Sidicaro cree pertinente mencionar. Esta exposición de lo que dicen los editoriales es un logro del trabajo, aunque cabe mencionar el evidente desbalance entre la mirada rápida y algo superficial del período que culmina con el primer peronismo y la mayor atención puesta a partir de ese momento.

Sin embargo, el trabajo va más allá de este objetivo y complejiza su análisis al añadir interrogantes sobre el rol de La Nación, como actor de la escena política y del campo periodístico. En rigor, los razonamientos y conclusiones del trabajo (fácilmente reconocibles al final de cada capítulo por el uso de cursiva) no corresponden a aquellos habituales en el estudio de un “tratado de política”, y el lector encuentra más bien una serie de hipótesis sobre la historia argentina del período. La propuesta de describir una “mirada desde arriba” se transforma en un ambicioso intento de explicar un proceso en el cual La Nación es un actor más. Este deslizamiento invalida en parte las premisas originales.

Si el matutino es analizado como un actor político, la “mirada desde arriba” debe asimilarse no con un comportamiento efectivo de las luchas políticas, sino con un modo particular de posicionarse en ellas. Llegado el momento La Nación no se priva siquiera de recomendar a quién debe votarse. En este punto, La política… hace un destacado aporte a uno de los interrogantes fundamentales de los trabajos sobre el periodismo de este siglo: ante lo que se suponía un corte drástico con el estilo faccioso de siglo XIX y un vuelco definitivo hacia el periodismo comercial, es evidente -como otros diarios- se mantiene muy activo en el seno del escenario político. Sin embargo, resulta claro que los modos de intervención deben ser necesariamente distintos; ya que tanto la política como el campo periodístico se modifican sustancialmente. El texto promete encarar estas problemáticas, pero se aproxima a ellas escasamente y en forma poco sistemática. En efecto, en lo que respecta al primer punto, no aparecen en la narración las consecuencias políticas de la presencia del actor que es objeto del estudio. A una historia tradicional de la Argentina se yuxtapone un muestreo de la posición que toma La Nación ante cada acontecimiento, pero ambas dinámicas apenas se cruzan y el

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relato político apenas se ve modificado por la presencia del matutino. A los efectos de la política narrada, La Nación es un actor prescindente. Algo similar sucede con la cuestión del campo periodístico. Para mencionar un ejemplo, es curioso que el problema del diario como empresa (es decir de la aparición del mercado como instancia proveedora de recursos y legitimidades) aparezca en el año 1909 como parte del cambio de orientación, y sea retomado cuando el peronismo atenta contra su subsistencia y posteriormente en relación al problema del papel. Mencionando una preocupación del autor, es posible que una explicación de la actitud siempre más firme y crítica de La Prensa se encuentre no tanto en una posición ideológica, sino en un estilo creado al amparo de la seguridad que ofrece el negocio de los clasificados, perdido luego de la expropiación durante el gobierno peronista. Sea o no cierta esa hipótesis, este tipo de cruce entre el mercado el periodismo y la posición política del diario solo aparece cuando la misma se transforma en objeto de sus editoriales, es decir cuando La Nación decide hacerlo explícito.

En ambos casos, la crítica remite directamente al recorte del universo de análisis. En efecto, si es válido tener como objeto el seguimiento de las ideas editoriales de un diario, no lo es en cambio pretender definirlo como actor del escenario político o del campo periodístico a partir de ellas. Mediante un recorte que podía ser pertinente para un tipo de interrogante, poco se puede decir de otros que aparecen de modo recurrente en cuanto el texto abandona la descripción y se interna en las explicaciones. El mismo autor advierte por momentos estos límites y avanza sobre otras zonas del matutino (notas firmadas, noticias de la primera plana, polémicas), sin embargo se tratará de incursiones aisladas, esporádicas y un tanto arbitrarias, en tanto desconocemos la razón por la cual esta estrategia aparece o desaparece.

Si por un lado queda trunco el intento de comprender la operación de un diario que decide competir entre quienes buscan convencer a la totalidad o a una parte de la opinión pública (ciertamente la misma que es destinataria de la prédica de los partidos políticos), y que al mismo tiempo legitima esta acción “mirando desde arriba”, tampoco queda claro la especificidad de La Nación en este juego, dado que leyendo editoriales de otros periódicos (e incluso en muchos casos de las mismas hojas partidarias) podemos reconocer exactamente la misma operación legitimadora y la apelación a los mismos interlocutores. En el pasaje del "tratado" al "actor" sin modificar la base documental, el texto parece perder por momentos la distancia entre los discursos legitimadores propios del género editorial y el significado exacto que los mismos adquieren en las diferentes coyunturas. De este modo, por ejemplo, lo que en La política…, aparece como una línea coherente del diario, se asemeja en muchos casos a una posición meramente oportunista, sobre todo si se la compara con la agitada historia de su colega La Prensa. El género editorial recurre con insistencia a la mirada desde arriba, al estilo pedagógico, a la definición de continuidades, al sobredimensionamiento de la propia prédica, pero el rol del actor “periódico” se define no sólo verificando estas cualidades, o dando cuentas de sus contenidos, sino en la relación de la totalidad de las páginas del diario y los comportamiento de la empresa y sus componentes, con los restantes actores del campo periodístico y del escenario político. Por cierto, seguir sistemáticamente este tipo de relaciones resulta arduo y complejo, pero, dado el estado actual de las investigaciones sobre periódicos, difícilmente pueda prescindirse de este tipo de análisis. Una alternativa para aliviar la empresa podría ser resignarse a trabajar sobre período menos extensos.

En definitiva, el trabajo de Sidicaro tiene en general el mérito de definir un conjunto de problemas sobre la relación entre periodismo y política, y hacernos conocer mucho sobre la trayectoria de La Nación. Sin embargo es evidente que todavía nos

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encontramos con un campo de estudios en formación que necesitan otros trabajos y muchas polémicas para ir constituyendo un cuerpo sólido de conocimientos problemáticas y metodologías. Por esta razón, creo que más allá de los puntos discutidos La política... resulta un paso fructífero y un punto de referencia a partir del cual abrir futuras discusiones.

LUCIANO DE PRIVITELLO PEHESA, Instituto de Historia

Argentina y Americana “Dr. Emilio Ravignani” Jorge Dotti, LA LETRA GÓTICA. RECEPCIÓN DE KANT EN ARGENTINA, DESDE EL ROMANTICISM0 HASTA EL TREINTA, Buenos Aires, Facultad de Filosofía y Letras, UBA, 1992, 248 páginas. Varios son los méritos que este libro contiene: primero, inscribirse con valimiento propio en la historiografía de las ideas filosóficas en Argentina. Luego, posibilitar una mirada productiva sobre la entidad del quehacer filosófico en nuestro país al prescindir de la problemática cegadora de la “filosofía latinoamericana”. Por fin, alentar para una reflexión más amplia acerca de los caracteres de una cultura derivativa como la nuestra, ya que es a partir de la recepción del kantismo como se percibe un entramado de saberes sobre los cuales aquellos discursos van a implantarse con mayor o menor fortuna. En este último aspecto, La letra gótica confirma una vez más la presunción acerca de la baja densidad cultural de la filosofía en Argentina, entendiendo por ello la capacidad de los discursos provenientes de disciplinas particulares para articularse con representaciones más generalizadas en la sociedad. Durante la segunda mitad del siglo pasado, esta posición “subalterna” (p. 61) puede ser atribuible a la baja o inexistente institucionalidad de la filosofía, que sobredeterminaba la igualmente baja o inexistente institucionalidad del campo intelectual. Pero he aquí que ese mismo rasgo puede detectarse en nuestro siglo pero ahora estrechamente vinculado con el proceso de progresiva “asepsia disciplinaria” (p. 63) que viene a coincidir con su mayor profesionalización. ¿Quedan pues solamente, como en la frase de Borges sobre Kant citada por Dott, “las muchas hojas y la letra gótica”? Georges Steiner ha escrito que varios libros fundamentales aparecidos entre los cruciales años alemanes de 1919 a 1927 (La decadencia de Occidente, los comentarios de Barth sobre San Pablo, el libro de E. Bloch acerca de las utopía, Ser y Tiempo de Heiddegger pero también Mein Kampf) tenían dos notas en común: su carácter voluminoso y la formidable torsión que ejercían sobre el lenguaje, ante la sospecha de que las viejas palabras ya no podían decir el angustiado presente de la primera posguerra. Nada de esto se halla en las referencias que Dotti rastrea, en donde sobre el eje de Kant se reconstruye un halo que excede al pensador de Könisberg y que muestra un quehacer filosófico que en general abandona en manos de otros géneros o disciplinas (el relato, la literatura de ideas...) la empresa de reflexionar sobre las cuestiones más acuciantes de la realidad local. Aun en el rastreo de esa tradición, para el cual la remisión al Fragmento preliminar de Alberdi resultaba inexcusable, Dotti remarca aquella caracterización de la inmadurez del espíritu americano, a la cual el futuro autor de las Bases propone la estrategia de dejar que Francia piense lo que América practica. Y al ser por lo demás la filosofía un elemento teórico más dentro de un conjunto de conocimientos (derecho, economía,

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historia...) cuya finalidad es sustentar una propuesta política (p. 53), esta recepción pragmática habilita al autor a postular la presencia de un fenómeno por el cual se cumple en paráfrasis clásica el otegma Philosophia ancilla Politicae. En suma, que a lo largo del texto se nos ofrece una historia estricta de la recepción de las ideas y de su traducción entre nosotros, desnudando de una manera eficaz “el problema del concepto” en una cultura de nuestras características y de nuestra tradición especialmente ensayística. Tal vez por eso no sea casual la mayor idoneidad técnica que el autor descubre en la filosofía del derecho, en tanto disciplina cuyas condiciones de producción se hallan más altamente institucionalizadas. En las antípodas se nos ofrece el test case de Carlos Vergara, quien tuvo la nada poco argentina virtud de sumar a su desconocimiento supino de Kant una crítica acerba hacia el mismo que desemboca en el calificativo “pobre enfermo” con que lo obsequia. En el caso de Vergara esto luce interesante, dado que quien pronuncia un juicio al mismo tiempo ignorante y arrogante es una autoridad de clase media instalado en el espacio de una arraigada vocación de antiprofesionalización en la filosofía. Si entre nosotros, pues, la filosofía no es -como decía Niestzsche de la Alemana- hija del pastor alemán, también en la conformación del estrato filosófico del campo intelectual argentino se notan las marcas de la configuración global de un ámbito intelectual, que naturalmente tiene todo que ver con la conformación de la sociedad nacional. La circunstancia señalada por Dotti de que quienes se inician en esas lides no recurran a los textos originales sino a los comentaristas ilumina otra vez ese rasgo tenaz de una cultura derivativa y al mismo tiempo ansiosa por ponerse al día con los faros occidentales ahorrándose el curso laborioso del concepto. De allí que la emergente reacción antipositivista pueda ser asociada con el fenómeno de que “los nuevos profesotes idealistas son hijos de inmigrantes, a menudo de ideas socialistas o cercanos al radicalismo” (p. 92). En esta puja entre el positivismo y el espiritualismo finisecular puede así construirse una referencia problemática a las relaciones entre filosofía y ampliación del mercado por político en esos mismos años, en la cual súbitamente pueden invertirse los términos habituales de considerar la cuestión. Porque si es evidente que el determinismo positivista de Ingeniero o de Carlos O. Bunge asimila la democracia a la metafísica y por ende denuncia como científicamente falsa la doctrina de la soberanía popular, es considerable el papel que el espiritualismo -especialmente el bergsoniano- viene a desempeñar en alianza con formas democratizadoras de diversos espacios de la vida nacional, como es el que se halla inscripto en la justificación kantiana de Garlos Cossio de la Reforma Universitaria (p. 21 y ss.). Estas referencias a las articulaciones entre filosofía y política (que la historia de las ideas en el terreno literario indaga desde hace varias décadas) encuentran de tal modo en el libro de Dotti otra vez una enunciación estimulante, aun cuando la asimilación entre espiritualismo y vanguardia filosófica (p. 132) posee tales alcances que debería haber sido argumentada más convincentemente. La figura del primer Ingenieros podría servir en este aspecto como piedra de toque de una experiencia intelectual habitada por la tensión entre vanguardia estética y positivismo, pero para ello el autor debería evitar el aplastamiento de toda la producción del autor de El hombre mediocre en una sola de sus facetas. Estas últimas objeciones puntuales no opacan un juicio final plenamente coincidente con el de José Sazbón en la presentación del libro cuando sostiene que ahora “contarnos con una guía autorizada para saber a qué atenemos en cuanto al itinerario recorrido por Kant en Argentina”.

OSCAR TERÁN Instituto de Historia Argentina

Americana "Dr. Emilio Ravignani”

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